DISCURSO HISTORICO Y DISCURSO NOVELESCO A PROPOSITO DE LA QUINTRALA. Gabriela Mora Rutgers University

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DISCURSO HISTORICO Y DISCURSO NOVELESCO A PROPOSITO DE LA QUINTRALA

Gabriela Mora Rutgers University

... history is no less a form of fiction than the novel is a form of historical representation (Hayden White, 22) ... La siniestra Quintrala, la azotadora de esclavos, la envenenadora de su padre, la opulenta e irresponsable Mesalina cuyos amantes pasaban, de su lecho de lascivia a sótanos de muerte, la Lucrecia Borgia... de la era colonial (B. Vicuña Mackenna, 5) The sixteen and seventeenth centurics are referred to as "the golden age of Satan"... Fear and suspicion created an atmosphere in which denunciation automatically led to condemnation (Jurij M. Lotman, 790).

Y a no es novedad considerar la escritura de la Historia como un discurso más en que pesan tanto los recursos retóricos como la ideología del historiador. Después de las reflexiones de Foucault y White, entre otros, las barreras que separaban la Historia de la Ficción no son tan nítidas como antes. Hoy se insiste en el inevitable peso del presente en la mirada que se detiene en el pasado, y en la fuerza perlocutoria del discurso histórico. Por su lado, la crítica feminista ha contribuido al fortalecimiento del llamado 'nuevo historicismo' al instar a tener en cuenta la cultura global de una época para reconstruirla textualmente. La

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historia de la cotidianidad, el recuento de las vidas de los subordinados al poder, es indispensable para acercarse con mayor precisión al pasado. De acuerdo a estas nuevas demandas, la Historia no sólo propondría una versión de lo ocurrido, sino además tendría el propósito de moralizar sobre los hechos que se narran (Antelo, 35; Partner 116). El peso del presente es evidente en los textos que nos proponemos examinar: Los Lispeguer y La Quintrala de Benjamín Vicuña Mackenna, y la novela de Mercedes Valdivieso Maldita Yo entre todas las mujeres. En la obra del historiador es claro su propósito de usar la, para él, nefasta figura de Catalina de los Ríos y Lispeguer para enseñar a su tierra "olvidadiza y sin escuela social" sobre los "seculares egoísmos que se llaman todavía compromisos" (3). El presente de la novelista se revela sobre todo en la perspectiva feminista de su interpretación que arroja una nueva visión sobre los seres marginados sean estos mujeres, esclavos o indios. La cita de Vicuña Mackenna que figura en nuestro epígrafe es muestra del discurso altamente retórico del historiador, a quien Guillermo Feliú Cruz atribuye una rica sensibilidad, pero también una imaginación desordenada (Feliú, 145/6). Esta caracterización justifica aún más la proximidad entre la Historia y la ficción a que aludíamos, y se aviene a la calificación que Feliú Cruz hace del libro de Vicuña como "leyenda novelada" (152), y de su autor como fundador del "romance folletinesco" en Chile (159). La comparación de los discursos histórico y novelesco en su intención de reconstruir una figura más conocida por el mito que por la Historia, pondrá de relieve, por un lado, el propósito didáctico, teñido de racismo y misoginia de Vicuña Mackenna, no extraño en la historiografía decimonónica chilena. 1 Por el otro, la meta reivindicativa de la novelista que, premunida de nuevos parámetros literarios e ideológicos, abre otras ricas posiblidades de interpretación del mito. De partida, tanto la historia como la novela, dan énfasis a la calidad de mestiza de doña Catalina de los Ríos y Lispeguer. Para Vicuña, la familia de la Quintrala viene marcada negativamente por ser "casta no castellana ni cristiana vieja, sino de bárbaros, gentiles y alemanes" (36). Don Benjamín publica su libro en 1877, cuando la historia alardeaba de cientificismo positivista, y creía en el determinismo social y racial. El historiador no vacila en atribuir los crímenes que se le imputan a Catalina a la "terrible mixión de sangre que la predestina" (79). Esa mixión incluiría, además de la española, la sangre india de la cacica de Talagante, bisabuela de la joven, y la alemana de su bisabuelo y abuelo. A pesar del reclamo de Vicuña de que escribe una "historia verdadera," su decidida exaltación de los rasgos feudal/caballerescos en ciertas figuras masculinas, y virgino/maternales en las femeninas, despliega los patrones ideológicos falocráticos con que parte su 'interpretación' de los hechos, a la vez que muestra la pátina romántica que recubre su escritura. Enlazada a esta visión se halla el prejuicio epocal de considerar al indio como un "bárbaro"

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y atribuir a su herencia el instinto de crueldad de la Quintrala (79), y su "naturaleza criolla, ardiente, voluptuosa y feroz" (90). Mercedes Valdivieso por su parte, maneja el motivo del mestizaje como una fuerza positiva que empuja a las mujeres de la familia a resistir la represión patriarcal, y a los varones a unirse a las fuerzas indígenas que combaten al invasor español. Catalina de los Ríos asume (proclama más bien) su condición de mestiza que, en las enseñanzas por el lado materno de su linaje significaría "ser mujer cruzada por dos destinos, lo que era ser mujer dos veces" (37). En la realidad histórica, como se ha visto, son tres los destinos / sangre involucrados, pero discursivamente en ambos libros el factor alemán casi desaparece de las superficies textuales. 2 Interesa insistir sin embargo, en el peso ideológico racista del historiador que se inclina más a ver la huella india en la criminalidad de la Quintrala, olvidando que el primer crimen familiar se le imputa a su abuela María de Encío, dama de pura cepa española. La caracterización de Catalina como "hembra indómita, casi salvaje" (91), está sin duda saturada de la resonancia que invistió al guerrero araucano con esos rasgos a partir del poema de Ercilla. La Quintrala de la novela hace alarde además, del bastardaje que marca a su familia, dato que el historiador anota con minuciosidad cuando viene al caso. 3 Como con el mestizaje Valdivieso convierte la negatividad del fenómeno en rasgo positivo. La fundadora de la linea materna — cacica de Talagante — rechaza el matrimonio legal para "conservar sus tierras y seguir su propia vida". A su parecer, es preferible "ser manceba y libre... en este mundo de varones" (33). En cuanto a bastardos masculinos, representados sobre todo por Segundo a Secas, medio hermano de la Quintrala, y José del Viento, sirviente favorito de la madre, se presentan como seres valientes y leales. La cuestión del bastardaje y la mancebía no son triviales en estos textos que intentan representar un trozo de vida de la primera mitad del siglo XVII en Chile, repetidos fenómenos en esa última frontera por conquistar. 4 Ese siglo que la novela llama de "sangre y guerra" (37), está bien sugerido por la estructura y el incesante juego de luz y sombra que proyecta la ficción. La historia aquí not tiene un desarrollo temporal lineal, sino que zigzaguea de acuerdo a los vaivenes de la memoria de Catalina, que se confiesa antes de su matrimonio. De las catorce secciones que componen la novela, cuatro no están narradas por la primera voz de la confesante, sino por una ubicua tercera persona plural representante de la colectividad, que mezcla hechos e invenciones — el mito futuro — y que se engloba apropiadamente en el "Dicen" que las encabeza. El juego de luz y sombra aludido, se apoya en las descripciones ambientales que repiten vestidos oscuros y luces parpadeantes de velas y braseros, interrumpidos de vez en cuando por breves asomos del color blanco, o el rojizo de hachones y de incendios. Los frecuentes alzamientos de los indios, que arrasaban con fuertes y ciudades recién fundadas, explica no sólo la frecuencia del bastardaje y la

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mancebía citados, sino la impresión de desorden y peligro que evocan ambos textos. La primera mancebía que importa en la historia de la Quintrala tiene que ver con el fundador del reino de Chile don Pedro de Validivia, una de cuyas concubinas fue María de Encío, abuela de Catalina. De ella dice Vicuña Mackenna: "Esta María Encío mató a su marido estando durmiendo una siesta, echándole azogue por los oídos" (303). Así, sin más ni más, esta abuela de Catalina se convierte para el historiador en semilla de la criminalidad de la Quintrala, basando su acusación en un solo documento que es la fuente principal de todos los hechos con que inculpará a la joven y a su familia. Este documento es una carta del Obispo de Santiago, don Francisco de Salcedo, escrita en abril de 1634 (incluida en el libro) que, sin evidencia alguna, cita como cierto algo que habría ocurrido ochenta años antes. El lector contemporáneo puede dudar del aserto no sólo por la falta de documentación, sino por la sorprendente manera del asesinato; que Shakespeare usara más tarde en su Hamlet; y que al parecer se remonta a un mito nórdico. 5 La novela por su parte, hace del crimen una suposición ya que se lo menciona en una sección del chisme colectivo (28). El segundo crimen anotado por el historiador en el árbol genealógico de la Quintrala, es el presunto plan para envenenar a don Alonso de Ribera, el "apuesto gobernador... el más bizarro y más ilustre de los capitanes que vinieron a guerrear en Chile," según Vicuña (62). Las criminales habrían sido María y Catalina Lispeguer, tía y madre respectivamente de la Quintrala. Dada la riqueza de la familia, el historiador descarta el oro como móvil del crimen, atribuyéndolo a la venganza; para él "pasión de mujer porque es achaque de débiles, y porque más que esto es las más de las veces en el pecho femenino el áspid venenoso de malhadado amor" (61). En la novela se recuerda a los personajes, pero no el hecho criminal. En la memoria de Catalina se dibuja una insolente diversión contra la figura del poder representada por el gobernador, en que las dos mujeres se lo juegan al parecer más para el amor que para la muerte 6 : Vi a mi madre y a María su hermana, cuchichéandose entre risas, les oí de don Alonso de Ribera y de librarse ambas de tenerse celos. Las seguí hasta la huerta y los canelos dondes fijaron la cancha, tendieron raya derecha y se jugaron al gobernador al tejo (66-67). Más significativo que el silencio de la hija sobre el posible atentado criminal de su madre, es que la sección citada vaya seguida de inmediato por otra en que Catalina, encerrada por un tiempo en un convento, aprende de la reclusión, por castigo, de muchas mujeres, "escondidas por sus familiares y privadas de sus hijos mestizos," algunas de las cuales se han dado por muertas en la sociedad (67). Toca al lector darse cuenta de las relaciones subtextuales que va tejiendo la novela para marcar el destino femenino más desgraciado que el del varón. Vicuña Mackenna, confiando siempre en su "verídico" Obispo Salcedo, afirma luego sobre la madre de la Quintrala que "mató con azotes a una hija de

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su marido," (71) episodio que no aparece en la novela, aunque ésta da un lugar prominente a doña Catalina Lispeguer. 7 La afirmación del historiador sobre los crímenes de la madre le permite introducir sin dificultades el primer hecho "alevoso" de la hija: el envenenamiento de su padre. Tomando las frases textuales de la carta del Opispo, Vicuña sostiene que Catalina "mató a su padre con veneno que le dio en un pollo, estando enfermo" (80). La novela en cambio, acentúa la dolencia del padre, agonizante por varios días, y termina esa sección con un misterioso "me pidió comida" (107). El capítulo siguiente, encabezado por un "Dicen" informa del parricidio por envenenamiento, por lo que el hecho se rebaja al nivel de chisme, debilitado más aún al mezclarlo con supersticiosas apariciones de duendes y de diablos. Sobre este posible parricidio, explicable para el historiador sólo por la mala índole de la Quintrala, importa rastrear los muy sutiles indicios que siembra la novela para apuntar como causa un fenómeno que sólo en nuestros días ha emergido en el discurso público: la persecución incestuosa paternal. En el texto, la voz de Catalina afirma varias veces que odia a su padre, aunque el dicho popular sostiene que de niña tuvo una "afición desmesurada" por don Gonzalo (77). El cambio de amor a odio pudo ser alentado porque Catalina siente que su padre la rechaza por no ser varón (83), o porque ve a don Gonzalo seduciendo a las criadas (46). Más indicador en la dirección que exploramos, es un enigmático episodio que sucede entre Catalina y su confesor Fray Cristóbal quien rehusa entender la razón del odio al padre, según ella, "por miedo a que fuera cierto" (51). La joven recuerda que tenía quince años cuando el cura la miró "con todo el cuerpo" y se echó al suelo gimiendo misericordia (52). El terror experimentado en ese momento está íntimamente enlazado a lo que sentía en su niñez cuando huyendo de don Gonzalo se escondía "al fondo de la leñera" (52). Con otros discretos indicios — la muchacha se descompone en las misas, sufre de pesadillas, y prefiere estar a solas y a oscuras (77) — la novelista sugiere el peso de algún secreto que ha atormentado a Catalina desde niña, que bien pudiera ser el incesto. Reafirma esta lectura, la presencia de un duende que, según el chisme popular, vela "con puñales" el cuarto de la hija, impidiendo la entrada del padre (78), y el parecido entre madre e hija, que lleva a don Gonzalo a confundirlas (59).8 La carrera criminal de Catalina de los Ríos la resume el historiador de la siguiente manera: Lanzada doña Catalina en la pendiente del mal por la atrocidad de un parricidio, no se detuvo delante de ningún abismo, ni el de la sangre, ni el de la lubricidad, ni el del asesinato consuetudinario, ni el del sacrificio. Hubiera parecido que todas las flaquezas humanas se hubiesen concentrado en el corazón y en el cuerpo de esa infeliz mujer aquellas que más irresistiblemente dominan la materia y el alma, la lujuria y la ira, porque su tálamo era público (85).

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No nos dice el historiador que los cargos que enumera son los que el mito tradicional ha imputado a la Quintrala, como tampoco nos informa sobre la documentación que pudiera sostenerlos. En cuanto a lujuria o lubricidad, la novela presenta un solo episodio en que la joven Catalina enamorada, goza plenamente de una relación sexual. Dice ella al respecto: "A toda mujer crecí en esa época de Alvaro. Mi cuerpo se abrió al contento y rechacé los miedos... me volaron pájaros, me tronó el viento y se acalló la guerra" (55). En relación a los amores incestuosos que cita Vicuña, la ficción presenta un amistoso entendimiento entre Catalina y su primo Juan, aunque el "qué dirán" lo acusa de ser primero "cabrón de su prima" y después "dormilón en su cama" (137). Sobre Segundo, el medio hermano, la novela acentúa la atracción de ambos por el "lado indio," y el amor que los dos sienten por Agueda, la hermana mayor de Catalina. Aunque de paso, la joven recuerda "su pecado con Seguno" (100), el texto no da mayores detalles, y la figura del hombre que aparece y desaparece en sus campañas guerreras, queda envuelta en el misterio. 9 Retomando la senda criminal de la Quintrala, Vicuña se sirve de la cita que dimos más arriba, como preámbulo para contar el asesinato que es meollo central en la estructura de la novela. Se trata de la muerte de un noble cuyo nombre desconoce el historiador, así como las causas para su muerte. La novela, en cambio, tiene a don Enrique Enríquez como personaje principal, y da claramente las razones para su asesinato. Este noble caballero de Malta, es en la obra de Valdivieso un don Juan fanfarrón, que alardea públicamente de que conquistará a Catalina. Pero más importante, él es el culpable de la muerte a traición que ha terminado con la vida de Segundo. La novela no deja dudas de que Catalina, ayudada por su ama india Tatamai, mata a Enríquz, y por esto tal vez es el episodio que empieza y termina el libro, y el más prolijamente elaborado. Con diestro conocimiento del suspenso, Valdivieso coloca el crimen muy temprano en la obra, sin que el lector entienda muy bien el por qué o la relación entre los personajes hasta el final de la lectura total. Otras muertes están sugeridas. La de Rosario Ay, la esclava soplona es de fuerte probabilidad, al contrario de algunas menos aparentes. 10 Tanto la historia como la novela registran el hecho de que Catalina fue absuelta del crimen, que que la justicia hizo ahorcar a un negro esclavo que se declaró autor del asesinato. Ambas obras también atribuyen la absolución a la gran influencia que la familia de Catalina tenía en la corte de Lima. El libro de Valdivieso finaliza su narración con el anuncio del matrimonio próximo de Catalina quien está consciente de que su riqueza le asegura un marido, a pesar de los rumores en su contra. La cuestión de los matrimonios arreglados es importante en los dos textos que comparamos. Ambos dan testimonios de las enormes dotes que debía aportar la mujer, poniendo de relieve que en el intercambio económico/social, el varón era el comprador, y la mujer el objeto de compra. 11

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En la confesión novelesca Catalina termina reafirmando su obediencia a la iglesia, pero también a los imperativos de su veta matrilinear, claramente reñidos con esa obediencia. Vicuña por su lado, continúa rastreando la maldad de la Quintrala hasta su muerte, y su prejuiciosa actitud se revela una vez más en el pórtico que escribe para proseguir su relato: Trocados con el hielo de los años los humores de la lascivia en el veneno acre del odio, la encomendera de la Ligua tenía por deleite el látigo y por entretenimiento la muerte. No padecía su alma propiamente el mal epidémico de la codicia, aneurisma moral de nuestro clima, y antes contrario, era dadivosa con los fuertes, y además, si hacía morir a sus manos a sus indios y a sus esclavos, no cuidaba perder su caudal vivo, a trueque de satisfacer el apetito dominante de su naturaleza de india: su crueldad (120). La cita de Vicuña reafirma sus prejuicios raciales a la vez que evidencia el tono moralizante dirigido a sus contemporáneos. No obstante, el historiador nunca pierde de vista la estrecha relación que ha existido entre el dinero y el nombre en la formación de la llamada 'aristocracia' chilena. Sobre esto, tanto la historia como la novela muestran que el poder de la familia Lispeguer / De los Ríos, proviene de su condición de encomenderos, estrechamente atados a la corona, la iglesia y el ejército, los estamentos que sostienen el imperio español. No poco de la enorme extensión de tierras de esa familia proviene precisamente de la unión ilegal de la cacica india con el primer Blumen/Flores. A diferencia del historiador, sin embargo, la novelista se burla de las Ínfulas aristocratizantes de algunos personajes, mientras que Vicuña hace cuidadosas genealogías de las familias más 'ilustres'. 12 La fuerza de la ficción se muestra particularmente eficaz al representar la gran ingerencia de la iglesia en todos los asuntos de la vida del siglo. Es cierto que el historiador está consciente de la importancia de las elecciones de priores y abadesas, origen de intensas luchas políticas (36); que comenta cómo el "trato frailesco era buscado en dicha y honra" (58); y que se escandaliza de las fabulosas sumas de dinero requerido para ser monja o fraile, o legado a la iglesia al morir. El texto novelesco, no obstante, hace sentir de viva manera los hechos que conforman la opresiva atmósfera resultante del fanatismo religioso. Valdivieso utiliza la figura central de la Quintrala para representar cómo ese fanatismo religioso, poblado de diablos y de santos, presidía la vida y la muerte de los habitantes. Al hogar Lispeguer situado junto al convento de San Agustin y la presencia constante del Cristo de la Agonía, se agregan las frecuentes procesiones callejeras pobladas de ensangrentados flagelantes o de endiabladas figuras enmascaradas. La connivencia de los conventos con la sociedad adinerada, se entreve tambien en la representación de las damas alojadas en ellos con sus criadas, y la continuación de su vida social desde el encierro. La inhabilidad de Fray Cristóbal para ayudar espiritualmente a Catalina, se añade a la cara negativa de la iglesia dibujada en la novela.

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La fama de bruja de la Quintrala, por otro lado, se elabora como parte integrante de la superstición general, tanto de españoles como de indios. Con la Tatamai, Catalina cree en "limpias" y bebedizos; con los españoles, en la existencia del diablo, de fantasmas y de milagros. La creencia colectiva en estas supersticiones, le permite a la autora introducir elementos mágicos en la producción de los sucesos, elementos que tanto Catalina como otros personajes reportan sin asomo de duda. Así por ejemplo, se dice que la cacica de Talagante mató de una mirada al fiscal que la acusaba (33); una dama de la sociedad ve y huele al diablo junto a la Quintrala (29), y ésta cree en muñecos que hechizan (81), y zahumerios para el amor (56). Fuera de que la inclinación que Catalina siente desde niña por los indios es ya un quiebre rebelde de las reglas sociales ("Me acepté bárbara y blanca" 58), Valdivieso se sirve del factor indígena para reforzar su visión feminista. Así, la Tatamai explica que: a Dios-Genechén, los cristianos le cortaron la mitad de su entero, su mitad hembra, y lo dejaron a tamaño hombre como ellos. De ahí la igualdad que nos quitaron, y en esa diferencia andan todas las mujeres,... hijos de mujeres son los hombres y de eso no pueden zafarse (41). La visión feminista de Valdivieso le permite construir un ser en quien prima la rebeldía a ciertas reglas del juego social. Catalina piensa que el reino de Chile le promete "una poquedad de vida para la impaciencia de sus deseos" (104), deseos atizados por el conocimiento de los hechos de sus antepasados. En poetizada lengua la joven reflexiona: Del abuelo Lispeguer me camina la ausencia en la sangre. Camina hasta mi piel, que yo no pude como él largarme de velas y mares por los límites cerrados que fijaban mis faldas (49). Carente según ella del "hablar y hacer" (65), su deseo de tener una vida diferente se encierra en el "Llévame contigo" que profiere a Segundo, a punto de partir a la guerra (65). El texto novelesco repite frecuente y de diversas maneras, la angustia de Catalina de sentirse "amarrada" a las prescripciones que dicta la sociedad, incluso la de impedir que ella atienda las faenas que requieren sus extensos campos (120). Por esta razón, el mote de brujas con que tildan a las dos Catalinas, se enlaza principalmente con sus rebeldías e infracciones sociales. Esta rebeldía lleva a la hija a aceptar desafiante que "era cría de bruja" (61), a la vez que prometerse a "a ser maestra" en el oficio puesto que si "todo es en contra, lo volveré grande para que suene" (86). No obstante, la actitud y conducta tomadas por la madre y la hija en la ficción, conllevan una gran dosis de dolor detrás de la apariencia de caprichosa voluntad. Por eso la última puede

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afirmar que ellas "han sido víctimas" (117), y se llama a sí misma más "cría de lágrimas" que de brujas (61). La visión que la hija tiene de los padecimientos por amor que sufrió su madre, la llevan a la voluntad de no dejarse vencer por "ansias del cuerpo," ni permitir que ningún hombre le dé a ella "llantos y lejanías" (61). Desde niña, Catalina había aprendido de la Tatamai que los "hombres pueden darse el lujo de sus ganas" y que la mujer "pagará por ellos" (61). Asi, cuando Cupido le hace una trampa con Alvaro, la joven se "apura" en sanar, convencida de que "se la ganaría al quebranto" y que las "mujeres le agrandan al sentimiento lo que nos merman de otros lados." 13 La lucha entablada en el espíritu de la joven por las encontradas fuerzas que la tratan de moldear, se descubre cuando busca ser "buena" y "asentir en que las mujeres (son) perversas, pero pasibles de enmienda" como predica su confesor (56). La convicción de la maldad originaria la siembra Fray Cristóbal con el aceptado mito de que fue la mujer la que escuchó al demonio, y comenzó el pecado (45-46). Sus luchas espirituales hacen a la joven una presa de temores y pesadillas, y es al Cristo de la Agonía a quien recurre para que 'asuste' al miedo y (la) libre "del callejón sin salida" (46). Una consecuencia de la pugna entre la sumisión y la rebeldía es el intento del personaje de afirmar con insistencia su Yo, en frases que en otras circunstancias sonarían como desmedido egotismo: "Quiero ser mía" (17), "Yo y entera" (61), "Jamás me perderé de mí, antes matarme o matar" (62), por ejemplo. El contexto en que se integran estas frases, sin embargo, no deja lugar a dudas de que la lucha entre lo que ella desea o pudiera ser y la mujer que la sociedad quiere que sea, causan confusión y angustia. Catalina, contrario al lector, no comprende la relación que hay entre su furor al oir a su familia "disponer" de su vida (18) con aquello que su madre no supo decirle (17), y las ansias que tiene de "tirarse a un abismo" para librarse de amarras (17). La muchacha intuye que hay en ella otras Catalinas ("alguien andaba en mí y quería salir a una orilla muy lejos" 17), quizás más cercanas alo que siente que es ella. Una de estas Catalinas bien puede ser la que está más marcada por la herencia india, que la azuzaría a rebelarse, como apuntan algunos indicios. 14

XXX En un estudio de Lotman dedicado a examinar el impacto del progreso técnico y científico sobre la cultura, el crítico se refiere a la caza de "brujas" que en los siglos 16 y 17 hacía víctimas principalmente a las mujeres extremadamente hermosas o muy feas. Según el semiólogo ruso, el común denominador de estas persecusiones habría sido "el miedo a los extremos, a las desviaciones desestabilizadoras de la norma" (793). No cabe duda de que la Quintrala legendaria rompe el molde social asignado a la mujer. Lo que no se puede

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asegurar, sin embargo, es si la mujer histórica cabe, cuánto y cómo en la leyenda. Mercedes Valdivieso ha vuelto a dar vida al mito, prácticamente desaparecido desde que Petit publicara su novela en 1946. Siguiendo de cerca los pocos datos históricos confiables 15 , y utilizando nuevos criterios y técnicas, la novelista reconstruye una versión 'otra' del mito que, además de procurar el placer que da una obra bien escrita, tiene la virtud de poner en tela de juicio la 'verdad' histórica elaborada en tomo a esa figura. Cuestionando los posibles motivos de su imputada criminalidad, la novela permite a la vez revisar con ojos diferentes el texto de Vicuña Mackenna, principal hacedor del mito. Producto natural de su época y clase, en sus parámetros ideológicos, la obra del historiador se ve marcada también por la "naturaleza ardiente, poética y soñadora" que le atribuyó Feliú Cruz (145), naturaleza que, irónicamente, se corresponde en lo de "ardiente" con uno de los rasgos que Vicuña ve en Catalina originando su criminalidad. La novela deconstruye la fácil respuesta de la génesis de esa criminalidad imaginando situaciones que sugieren la necesidad de ampliar el constructo cultural de la historia. Una lectura de los escasos documentos guiada por nuevas preguntas, contribuiria a una mejor comprensión del período colonial y de la Quintrala. La novela obliga a interrogar, entre otros puntos, sobre cuán influyente fue en la conducta 'desviada' de muchas mujeres, su posición subordinada, la ignorancia y superstición general, y la situación de inestablidad y peligro que la guerra de Arauco imprimía en las conciencias. Mientras tanto, si hubiera que derivar una moraleja de la historia que contamos en estas páginas, repetiríamos el dictum de White que las encabeza: "la historia es una forma de ficción, como la novela una de representación histórica."

NOTAS 1 E. Bradford Burns en"Ideology in Nineteenth-Century Latin American Historiography" se refiere al peso que tiene la clase social en la formación de historiadores decimonónicos como Benjamín Vicuña Mackenna. Pertenecientes a la elite cercana al poder, estos historiadores buscarían ejemplificar con modelos de alta moral y patriotismo, pues están conscientes de que sus naciones están en formación (419). Sobra decir que esos modelos, casi sin excepción son hombres. 2 Vicuña Mackenna acentúa la prosapia de don Pedro Lispeguer, paje de Carlos Quinto, cuyo linaje podía rastrearse hasta los Duques de Sajonia (11). A don Bartolomé Blumen lo caracteriza como "hombre del estado llano" (15) y le atribuye rasgos de aventurero hábil para hacer fortuna (16). La novela no pone énfasis en lo alemán de la estirpe. 3 Por ejemplo, en el caso de Bartolomé Flores (ex Blumen), Vicuña afirma que la cacica de Talagante no fue "su legítima consorte" (18). La novelista aprovecha este dato y lo hace nacer de la voluntad de la india de permanecer 'libre'.

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4 Hay que tener en cuenta que la guerra constante que hacían los indios en Chile, proscribió por un tiempo la venida en gran número de mujeres españolas, que fueron sustituidas por las indias. Más tarde, algunas españolas fueron cautivas de los indios, con lo que continuó el proceso de mestizaje. 5 Decimos ochenta años porque Vicuña Mackenna da 1552 como año de matrimonio entre Pedro de Valdivia y María de Encío (68). La carta del Obispo Salcedo en que se menciona el crimen es de 1634. En cuanto al Hamlet, ver la obra de Raven que citamos más adelante. 6 La hija sí menciona "el juicio que levantó don Alonso" pero no su causa, aunque el lector está ya alertado del hecho, por la carta de Ribera que encabeza la novela. En dicha carta, externa a la historia central de la confesión de la Quintrala, el caballero confiesa que no supo resistirse a los "encantos" de doña Catalina, y que el haberse descuidado lo llevó a "toparse con la muerte" (11). 7 En la novela de Valdivieso es evidente que la Quintrala ama profundamente a su madre quien ocupa gran parte de los recuerdos de su 'confesión'. Las acciones subversivas y a veces un poco erráticas de doña Catalina madre pudieran verse como el ejemplo más importante en la formación de la hija. Magdalena Petit, por el contrario, hace desaparecer a la madre haciéndola morir al nacer la Quintrala. Petit otorga mayor espacio e importancia al padre, hombre bueno y cariñoso, débil a los caprichos de la hija. Valdivieso hace morir a la bisabuela—la cacica de Talagante — al nacer Catalina (49). 8 La confusión de don Gonzalo al dirigirse a su hija creyendo que es su esposa, aunque teñida de ambigüedad, apunta creemos al deseo incestuoso del padre. En cuanto al posible parricidio, la novela imagina un careo judicial en que las dos Catalinas deben contestar la acusación de asesinato de don Gonzalo. La madre cita el dictamen médico de muerte "por empacho en complicidad de corazón y vientre" (115), y ambas mujeres rehusan retirarse a un convento. Con perverso humor, la novelista se burla del susto de oidores y frailes al ver el seno desnudo de la madre que en su pasión por defender a su favorito José del Viento, se ha desgarrado la ropa (116-7). 9 La breve y enigmática frase de Catalina "mi pecado con Segundo" (100), es la única afirmación de una posible relación incestuosa entre ellos. Sugerente del deseo incestual, sin embargo, es la emoción que siente la joven al volver a ver a Segundo, después de años, y su parecido con el padre común (88). La ambigüedad textual prohibe hacer conclusiones categóricas sobre este punto, aunque en una de las secciones enmarcadas por el "Dicen" se sostiene que: "En el bastardo Catalina buscaba su propio castigo, la penitencia a eso prohibido o sacrilego que la atraía tanto." (136) 10 Catalina se entera de las delaciones de Rosario Ay y decide que no puede perdonarla (100). Al hallarse el cadáver de la esclava, su muerte es imputada por 'el qué dirán' a las dos Catalinas (112). Otro soplón, el criado Diego Sacristán, pudo ser también víctima de la Quintrala y la Tatamai (19). Por otro lado, la desaparición de Alvaro queda en el misterio. Sobre este punto es importante añadir que las muertes violentas entre los civiles no eran acontecimientos aislados, como afirma en muchas páginas Vicuña Mackenna. Lo inconcebible era que las mujeres fueran las malhechoras. En la novela, Catalina y su hermana saben que "matar era atributo sólo de los hombres de la familia" permitiéndoles a ellas sólo lo que convenía a los deseos de los varones (82).

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11 Vicuña dice respecto al matrimonio de Agueda, hermana de la Quintrala con un oidor de Lima: "Tuvo este enlace ultramarino la particularidad de que el encopetado novio dictó el pac to matrimonial,... con tal desenfado que no contento con exigir una dote enorme (cincuenta milpesos)... impuso como condición previa que el suegro no sólo había de hipotecar sus bienes en Chile, en Cuyo y el Perú, sino dar fianzas abonadas por aquella responsabilidad, todo con tanta llaneza y descoco que causaría asombro si no hubiese sido lo usual de aquella época" (76-77). 12 Gran parte del voluminoso apéndice del libro de Vicuña rastrea genealogía de poderosas familias ligadas a los Lispeguer. En la novela, se comenta irónicamente que el matrimonio de Agueda introdujo el tenedor en las casa (96), y más tarde los "muebles forasteros" y las libreas de la servidumbre (99). 13 La conciencia de Catalina del diferente trato que la sociedad otorga a hombres y mujeres, se expresa bien en la cólera que siente al saber que la joven Ansevina del Rocío se suicidó después que su padre "la dejó dislocada de cuerpo y zanjada de boca y narices" (78), mientras que su seductor — el tío de la Quintrala — se robaba a otra joven de un convento (79). 14 Por ejemplo, al recordar su "preferencia por los mapuches" la joven piensa que "En ellos se escondía mi bisabuela y se mostraba doña Agueda, me abrían a otra cosa que yo podía tener y era rebajado" (58). En la ocasión del ajusticiamiento del indio Anacleto por los españoles, Catalina se identifica con la ira de su medio hermano, reflexionando que en ella se afirmaba "un saber que llevaba sin poder mostrarlo" (72). 15 Valdivieso utiliza muchos datos históricos. Fuera de los nombres de la familia de la Quintrala, el de don Alonso de Ribera, el cura Cristobal de Vera, el Principe de Esquilache, de los corsarios Hawkins y Spilberg, entre otros, que figuran también en Vicuña Mackenna, sirven al lector como indicios cronológicos.

OBRAS CITADAS Antelo, Raúl, "La reconstrucción de los hechos," Nuevo Texto crítico, año IV, (7), 1991, 35-42. Burns, Bradford, E., "Ideology in Nineteenth-Century Latin American Historiography," Hispanic American Historial Review, 58 (3), 1978, 400-431. Feliú Cruz, Guillermo, "Interpretación de Vicuña Mackenna: un historiador del siglo XIX," Atenea 94-95, julio/dic. 1949, 144-181. Foucault, Michel, The Archaelogy of Knowledge, traducción de A.M. Sheridan, New York: Pantheon, 1972. , The History of Sexuality, volume I, trad. de Robert Hurley, New York: Vintage Books, 1980. Lotman, Jurij M., "Technological Progress as a Problem in the Study of Culture," Poetics Today, v. 12, No. 4, Winter 1991, 781-800.

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