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Planas, Javier
Discurso sobre bibliotecas populares: Sarmiento
Tesis presentada para la obtención del grado de Licenciado en Bibliotecología y Ciencia de la Información Directora: Sancholuz, Carolina. Codirectora: Aguado, Amelia Cita sugerida: Planas, J. (2008). Discurso sobre bibliotecas populares: Sarmiento. Trabajo final de grado. Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.1138/te.1138.pdf
Documento disponible para su consulta y descarga en Memoria Académica, repositorio institucional de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE) de la Universidad Nacional de La Plata. Gestionado por Bibhuma, biblioteca de la FaHCE. Para más información consulte los sitios: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar
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Discurso sobre bibliotecas populares: Sarmiento
Alumno: Javier Planas Legajo: 71092/8 Directora: Carolina Sancholuz Codirectora: Amelia Aguado
Tesina para acceder al título de Licenciado en Bibliotecología y Ciencia de la Información. Departamento de Bibliotecología. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Universidad Nacional de La Plata.
La Plata, Septiembre de 2008
A mis padres
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Índice Resumen
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Introducción
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Primera parte Un campo de lectores para las bibliotecas populares I.
La lectura en Sarmiento
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II.
La angustia, entre Chile y Argentina
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III.
¿Quién leerá de las bibliotecas populares argentinas?
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Segunda parte Bibliotecas populares: diseño de una estrategia I.
Itinerarios textuales de un modelo institucional
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II.
Para un catálogo atractivo: libros y políticas editoriales
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Epílogo
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Bibliografía
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Fuentes
65
Anexo documental I.
Espíritu de asociación
67
II.
Bibliotecas populares
71
III.
El enemigo en campaña
83
IV.
Instrucciones sobre educación
104
V.
Biblioteca San Fernando
115
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Resumen La presente tesina analiza las ideas de Sarmiento sobre bibliotecas populares. El estudio puntualiza dos aspectos: por una parte, la constitución del público que el autor proyecta para estas instituciones; por otra, la forma en que planifica la organización y el desarrollo de las bibliotecas.
Palabras claves: Sarmiento – Bibliotecas populares – Lectores - Libros – Historia de la lectura – Historia de las bibliotecas -
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Introducción
El trabajo que sigue busca describir los escritos de Sarmiento sobre las bibliotecas populares. De manera general, la tesis intenta pensar esa elaboración sarmientina como un proyecto sistemático de largo alcance en el que las bibliotecas se constituyen como una red que relaciona la organización de políticas editoriales, la enunciación de propuestas de lecturas, la expresión de proposiciones filosóficas, éticas y morales, la sanción de leyes y de reglamentos, la cristalización acuerdos supranacionales, entre otros aspectos. La producción discursiva que ordena estos elementos tiene un objetivo específico: contribuir en la formación de un amplio lectorado como parte de las estrategias de modernización y consolidación del Estado-nación argentino, a partir de la segunda mitad del XIX. En lo fundamental, los textos trabajados están reunidos en una obra: Páginas selectas sobre bibliotecas populares. Este libro fue preparado por la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares en 1938, con motivo del cincuentenario de la muerte de Sarmiento. Doscientas cuarenta y dos páginas componen el libro que compila poco menos de cincuenta años de artículos periodísticos, ensayos, correspondencias y conferencias que el autor escribió sobre el tema. Juan Pablo Echagüe, por entonces Presidente de la Comisión, explica en la advertencia preliminar el criterio que se siguió en la compilación: “Antes que recopilar íntegramente la copiosa producción (...), se ha optado por ofrecer aquí una colección orgánica de los principales y más sustanciosos trabajos del autor” (En Sarmiento, 1938, p. 8). A partir de esta declarada parcialidad, nuestro trabajo de archivo consistió en localizar la totalidad de los textos sobre bibliotecas que aparecen en Obras completas, cotejarlos con los artículos incluidos en Páginas selectas..., e identificar los faltantes. Esta tarea mostró la buena calidad del criterio empleado por Echagüe y de los resultados que obtuvo en la reunión. Por esta razón, la mayor parte de las citas están tomadas de este libro, aunque en algunos pasajes las referencias corresponden a Obras completas. Por otra parte, el lector encontrará un “Anexo documental” (p. 66) con una selección de cinco artículos del autor, que le permitirán desarrollar su clave de lectura. Estos artículos pertenecen a Páginas selectas...
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A partir de este conjunto textual, propongo analizar la constitución del público lector que Sarmiento proyecta para bibliotecas populares, como así también las ideas que sustentan la organización de estas instituciones y su relación con el Estado y otras estrategias de instrucción. Del conjunto de la bibliografía crítica utilizada para pensar el desarrollo del trabajo, quiero destacar con mayor énfasis cuatro contribuciones. La primera obra es Discursos sobre la lectura (1880-1980), de Anne-Marie Chartier y Jean Hébrard (1994). La preocupación de los autores es estudiar las producciones discursivas que desde diferentes lugares de enunciación tematizaron la lectura en Francia. La versión española que la editorial Gedisa publicó está dividida en tres partes: “Discursos de la iglesia”, “Discurso de los bibliotecarios” y “Los discursos de la escuela”.1 La investigación de Chartier y Hébrard me interesó fundamentalmente como un modelo metodológico de trabajo. En primer lugar, porque los autores parten de una distinción clara entre las prácticas de lectura y los discursos sobre la lectura. Esta diferencia se traduce en la distancia que existe entre analizar los escritos en los que Sarmiento diseña el proyecto de bibliotecas populares, y articular un estudio de estas características con una investigación sobre las formas en que se concretaron las aspiraciones del sanjuanino. 2 En segundo término, el análisis que los autores hacen de cómo los bibliotecarios franceses pensaron
la
lectura
resultó
estimulante
para
desarrollar
nuestro
tema.
Evidentemente esto no significó hacer una adaptación o apegarse a sus categorías. Las diferencias entre los objetos de estudio habrían hecho imposible cualquier intento en este sentido. El segundo texto es Contribución al estudio histórico del desarrollo de los servicios bibliotecarios de la Argentina en el siglo XIX, de María Ángeles Sabor Riera (1975). Quién desee estudiar las bibliotecas argentinas del siglo XIX encontrará allí un gran aporte. En lo que respecta a nuestro interés específico, la autora realiza una buena síntesis de Páginas selectas sobre bibliotecas populares. Los tópicos centrales del pensamiento de Sarmiento están presentados: la influencia de Franklin, la preocupación por el libro y por sus condiciones materiales de producción y de 1
La edición francesa es diferente: “Advertencia al lector: Con respecto al original francés, esta edición en español tiene las siguientes modificaciones, todas ellas realizadas con el acuerdo y la colaboración de los autores: supresión de la CUARTA PARTE y la aligeración de las notas” (En: Chartier & Hébrard, 1994, p. 10). 2 Sobre este tema volveremos en el final de la tesis.
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circulación, la estructura organizativa de las bibliotecas y los objetivos rectores del proyecto. El propósito de Sabor Riera es ofrecer una visión panorámica, sin puntualizar algún aspecto en particular. Sin pretensiones de exhaustividad, mi trabajo parte de ese límite, con el propósito de analizar ciertas cuestiones específicas. Hay, por otro lado, una necesidad de abordar el tema desde una perspectiva que considere los aportes teóricos y metodológicos que se han hecho al campo de la historia del libro y las bibliotecas desde que se publicó la investigación de la autora en 1975.3 La tercera obra es Historia del libro en Chile (alma y cuerpo), de Bernardo Subercaseaux (2000). En un apartado específico, el autor estudia las propuestas y las ideas de Sarmiento en torno al libro. Un análisis de las preocupaciones del sanjuanino sobre las bibliotecas populares no puede eludir esta cuestión. Sabor Riera (1975) no se equivoca cuando señala que Sarmiento se preocupó más por el libro que por la organización de la biblioteca. Esto supuso un desafío en nuestro trabajo, ya que Subercaseaux se ocupó de restituir y organizar cada uno de los elementos presentes en las reflexiones del escritor argentino sobre el tema. Hemos retomado el camino señalado por el autor chileno en su ensayo, pero nuestra propuesta intenta pensar -siempre y de diversos modos- qué libros para bibliotecas populares. Finalmente, La mujer romántica: lectoras, autoras y escritores en la Argentina: 1830-1870, de Graciela Batticuore (2005). Aquí también focalizamos la atención sobre un pasaje especial: “Sarmiento y la escuela de la prensa: temas, géneros y lenguajes para las lectoras”. En este tramo de La mujer romántica su autora brinda claves para leer el complejo pensamiento de Sarmiento sobre las lectoras y los lectores: las formas de concebirlos, las estrategias que pone en juego en la escritura para captarlos, la distinción entre un público concreto y otro imaginado, las funciones que le atribuye a las novelas y las diferencias conceptuales entre educación e instrucción son, entre otros, los elementos que hemos recuperado para elaborar nuestra tesis. Si los aportes de Subercaseaux nos abrieron la posibilidad de analizar con mayor insistencia el capítulo referido a los libros,
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Para un estado de la cuestión del la historia del libro y las bibliotecas en la Argentina, véase: “La nueva historia del libro y las bibliotecas en la Argentina. Antecedentes, historia y periodización” (Parada, 2004).
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podemos decir que las contribuciones de Batticuore orientaron especialmente la parte dedicada a los lectores de las bibliotecas populares. Estos cuatro textos no agotan nuestra revisión bibliográfica; y sin embargo, ofrecer un detallado estado de la cuestión no es sencillo. En primer lugar, el tema no ha sido abordado desde una perspectiva que lo analice con rigor en toda su especificidad. En este sentido, proliferan las referencias apologéticas y los homenajes sobre la tarea bibliotecaria de Sarmiento. En segundo lugar, y acaso porque la naturaleza de los aportes es difusa o desactualizada, hemos privilegiado el uso de las fuentes en la elaboración misma del texto, es decir, cada vez que se consideró valiosa la contribución. 4 El lector encontrará que el primer capítulo de este trabajo, “Un campo de lectores para las bibliotecas populares”, intenta describir el público lector en el que Sarmiento piensa para estas organizaciones de lectura. La construcción de ese lectorado no sólo implica identificar las herramientas y los recursos que el autor emplea para estimar cuantitativamente su extensión -necesaria para sustentar y justificar el desarrollo de un sistema de bibliotecas-; también es preciso señalar los elementos que brindan identidad a los lectores, trazar las diferencias entre estos y los promotores de las bibliotecas y visualizar la manera en que Sarmiento construye la imagen de un lector deseado. Estos grandes ejes no son lineales ni están expresados de forma ordenada por el autor. Por el contrario, las definiciones que se perfilan a lo largo de los textos aparecen en medio de fuertes tensiones y contradicciones, que en buena medida responden a las circunstancias biográficas de Sarmiento (como las traumáticas vivencias del exilio). Asumir estas particularidades y dar cuenta de ellas y de sus contextos es parte esencial del análisis propuesto. El segundo capítulo, “Bibliotecas Populares: el diseño de una estrategia”, describe la red de relaciones que supone la organización de bibliotecas según la perspectiva de Sarmiento. La primera parte, “Itinerarios textuales de un modelo institucional”, busca analizar, a partir de la restitución de testimonios claves de la obra Autobiografía de Benjamín Franklin, las bases conceptuales que dan forma a ley 419 de fomento a las bibliotecas populares. Al mismo tiempo, insiste en las consecuencias sociales que nuestro autor espera de este modelo organizativo. El 4
Nos referimos a trabajos como los Juan José Cresto (1999), Gregorio Caro Figueroa (2008), Germán García (1943; 1957) o los textos reunidos en el libro Bibliotecas Populares Argentinas (1995).
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segundo apartado, “Para un catálogo atractivo: libros y políticas editoriales”, estudia la forma en que Sarmiento piensa las colecciones de las bibliotecas populares. De manera global, la pregunta que subyace es: ¿qué libros para bibliotecas populares? Desde los textos, el sanjuanino elabora una respuesta que incluye diversos aspectos: críticas a la producción libresca en lengua española, visiones sobre el comercio y la industria del libro en América, consideraciones sobre la necesidad de traducir obras extranjeras, iniciativas editoriales (públicas y privadas) y toma de posición frente a la lectura de novelas. Analizar la forma en que el autor articula estos elementos en torno a las bibliotecas es el segundo propósito de este tramo. El cierre del trabajo busca, no la tradicional reflexión sobre el recorrido de la investigación, sino el abordaje de nuevas líneas de estudio sobre las consecuencias del proyecto bibliotecario de Sarmiento. En este sentido, se parte de algunos fragmentos textuales en los que el autor elabora la experiencia que significó la puesta en acto de su propuesta, intentando especialmente visualizar los desplazamientos entre el discurso y la práctica como elementos disparadores de nuevas preguntas sobre la historia de las bibliotecas populares.
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Primera parte
Un campo de lectores para las bibliotecas populares
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I. La lectura en Sarmiento
Recuerdos de Provincia es una obra fundamental en Sarmiento. Escrita como una autobiografía, género ensayado en Mi Defensa, no se trata simplemente de la manifestación de una serie de sucesos personales sino de la reconstrucción histórica de la vida colonial y la presentación del nuevo orden: “Aquí termina la historia colonial, llamaré así, de mi familia. Lo que sigue es la transición lenta y penosa de un modo de ser a otro; la vida de la República naciente (...) A mi progenie me sucedo yo” (Sarmiento, 2001, p. 128). La inminente caída de Rosas es el contexto en el que nace este libro. Y aunque no es posible reducir su significación a la interpretación política de las intenciones del autor, en las cuales se presenta como un “reformador modernísimo” -para retomar los términos de Halperin Donghi (1958. p. XXVI)-, es importante no perder de vista este aspecto para formar una imagen matizada de lo que Sarmiento allí expone.5 En este apartado revisaremos el capitulo “Mi educación”. Concretamente, nos interesa brindar una interpretación del sentido que Sarmiento le da a la lectura para comprender, posteriormente, cómo esta concepción contribuye en la construcción de un lector para las bibliotecas populares. “Mi educación” es el clásico relato en el que nuestro autor describe la forma en que se abrió paso en el mundo de la cultura. El conocido carácter de autodidacta se explica en la sucesión de acontecimientos infortunados, unas veces provocados por el azar y otras por las revoluciones federales, 6 que truncaron las posibilidades de una educación formal. Aunque Sarmiento se esmera en poblar este capítulo de Recuerdos de Provincia con los nombres de sus maestros, éstos apenas llegan a ser quienes lo introducen en las letras a una la temprana edad. La orientación de su primera educación es el producto de la combinación de componentes religiosos y liberales. Los primeros venían de la mano de los clérigos que integraban su familia; los segundos se los dio su paso por la Escuela de la Patria. Cuando el sanjuanino reflexiona sobre este tema, dice haber recibido una 5
En general, nos referimos a los pasajes en que Sarmiento lleva al límite su egolatría. Anderson Imbert señala: “Tanto insistió en el valor de su personalidad y en el sentimiento misional de su conducta, que le vulgo lo llamaba Don Yo” (Anderson Imbert, 1967, p. 12). 6 Primero el azar lo priva de recibir una beca de estudio en el Colegio de Ciencias Morales de Buenos Aires. Luego, en 1826, las montoneras de Quiroga le niegan la oportunidad de viajar a Buenos Aires con el mismo fin.
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“educación razonada y eminentemente religiosa, pero liberal, que venía desde la cuna transmitiéndose desde mi madre al maestro de escuela, desde mi mentor Oro hasta el comentador de la Biblia, Albarracín” (Sarmiento, 2001, p. 141). Concluida la etapa de formación inicial, el acceso al conocimiento queda sujeto a la disponibilidad de libros7 y a la arbitrariedad8 de las citas: “Desde aquella época me lancé en la lectura de cuanto libro pudo caer en mis manos, sin orden, sin otro guía que el que acaso me los prestaba... ” (Ibíd. p. 143). Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, en su ensayo sobre Recuerdos..., señalan que “para Sarmiento la capacidad de leer no es sólo un instrumento sino principio y causa de la formación intelectual, según un modelo de aprendizaje solitario en el cual la lectura es siempre ‘instructiva’” (Altamirano & Sarlo, 1997, p. 117). Instructiva porque el sanjuanino no se formó en la concepción de la lectura por gusto o por placer. Sus lecturas siempre fueron “útiles”, y esto es evidente cada vez que piensa en los estantes de las bibliotecas populares: historia, filosofía, política, geografía, agricultura y divulgación científica no faltan en ninguna enumeración de libros. Por su parte, Sylvia Molloy (1996) va a retomar y a cuestionar la idea sostenida por Altamirano y Sarlo en la que el significado de “leer muy bien” en Sarmiento es obtener acceso a la biblioteca sin necesidad de recurrir a los intermediarios culturales clásicos. 9 La ensayista considera que, si se toma en cuenta el tipo de libros que lee Sarmiento –en inglés y en francés principalmente-, ese acceso directo es ilusorio. “Para Sarmiento, leer bien consiste, básicamente, en traducir” (Ibíd. p. 36). Pero si leer es traducir, ¿cómo se explica que Sarmiento, habiendo recibido tan sólo durante mes y medio lecciones de inglés, haya podido traducir los sesenta volúmenes de las obras completas de Walter Scott de a uno por día? La autora afirma que en esencia lo que dice el autor en este punto es cierto, sólo que esa traducción, de la que no existe trascripción, no es otra cosa que una versión mutilada del original. Sarmiento practica una lectura con diferencia: hace suyo lo que es del otro, conciente o inconcientemente; recorta los textos; se apropia 7
Hasta 1880 en Argentina, y en general en Latinoamérica, la presencia y la circulación de libros en la sociedad es escasa y dificultosa. Las razones son múltiples: las constantes guerras civiles, las disputas ideológicas devenidas en censura, la pobreza del comercio del libro, etc. (Zanetti, 2002). 8 Esto ha sido advertido por Lugones: “Es indudable que [Sarmiento] se ha nutrido en las lecturas de la biblioteca de Quiroga Rosas, así como que ellas son desordenadas y arbitrarias” (Lugones, 1988, p. 172). 9 Sarmiento dice en Recuerdos...: “Pero debe haber libros, me decía yo, que traten especialmente de estas cosas, que las enseñen a los niños; y entendiendo bien lo que se lee puede uno aprenderlas sin necesidad de maestros...” (Sarmiento, 2001, p. 140).
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del saber europeo y lo adapta según mejor caiga a su mano, sin importarle el rigor de las formas académicas.10 Este modo de leer está presente en su escritura y en un temprano objetivo intelectual: “[traducir] el espíritu europeo al espíritu americano” (Sarmiento, 2001, p. 148). Finalmente, para Molloy, la lectura es la manera en que Sarmiento busca darse “ser”: La lectura, en la forma casi desafiante en que se practica en Mi defensa y Recuerdos de provincia, no sólo representa una concepción de la literatura: es parte integral de la imagen que Sarmiento tiene de sí mismo, le brinda verdaderamente un apoyo ontológico (Molloy, 1996, p. 47). Al privilegiar este enfoque, la autora pone en segundo plano la discusión sobre la idea que Sarmiento sostiene acerca de la “perfectibilidad” de la lectura. No niega su presencia, pero lo considera “el aspecto menos interesante del proceso de la lectura” (Ibíd. p. 47). Esto admite una discusión; porque si darse “ser” significa leer, no sólo es importante identificar el tipo de libros y los modos de apropiación, también es necesario pensar en la forma en que la lectura es imaginada. En uno de los escasos pasajes de Recuerdos... en los que Sarmiento evoca a su padre, dice: Debí, pues, a mi padre, la afición a la lectura, que ha hecho la ocupación constante de buena parte de mi vida, y si no pudo después darme educación por su pobreza, dióme en cambio por aquella solicitud paterna el instrumento poderoso con que yo por propio esfuerzo suplí a todo, llenando el más constante, el más ferviente de sus votos” (Sarmiento, 2001, p. 130. Las cursivas son nuestras).
Se sabe: nuestro autor concibe la lectura como propiciadora de cambios. Y el cambio “es, en rigor, el paso de un estado de potencia o potencialidad a un estado de acto o actualidad” (Ferrater Mora, 1964, t. 1, p. 33. Las cursivas son nuestras). La lectura es, en este contexto, la potencia (en tanto capacidad de ser actuada, en tanto posibilidad de cambio) que puede promover transformaciones. Es evidente, por otro lado, que esta potencia no se pierde al ser actuada, sino que, por el contrario, conserva su carácter (incluso crece en el acto). Pero aquí hay una particularidad, porque nuestro autor atribuye la práctica de la lectura a una intencionalidad manifiesta: el progreso. Es esta atribución la que transforma la potencia en fuerza, 10
Sobre la función de la cita en Sarmiento, véase: “Saber del otro: Escritura y oralidad en el Facundo de Domingo F. Sarmiento” (Ramos, 2003, pp. 19-34).
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en poder. La lectura es ese “instrumento poderoso” con el que el sanjuanino pudo sobreponerse a los obstáculos; el que le permitió cruzar la brecha de los iletrados y salir de la pobreza familiar. Pero antes, la lectura es potencia. Para finalizar con “Mi educación”, retomaremos un fragmento para analizar algunos aspectos y formas de esta figura de la lectura como potencia. El testimonio que hemos escogido trata de un encuentro entre Sarmiento y el dueño de las minas de Copiapó (Chile) en las que trabajaba: “Saludáronlo [al patrón] todos con atención, toquéme yo el gorro con encogimiento, y fui a colocarme en un rincón, por sustraerme a las miradas en aquél traje que me era habitual (...). Codecido no se fijó en mí, como era natural con un minero a quien sus patrones consentían que los acompañase (...). La conversación rodó sobre varios puntos, discreparon en una cosa de hecho que se refería a la historia moderna europea, y a nombres geográficos, e instintivamente Carril, Chenaut y los demás se volvieron hacia a mí para saber lo que había de verdad (...), dije lo que había en el caso, pero en términos tan dogmáticos, con tan minuciosos detalles, que Codecido abría a cada frase un palmo de boca, viendo salir las páginas de un libro de los labios del que había tomado por april. Explicáronle la causa del terror en medio de risa general, y yo quedé desde entonces en sus buenas gracias” (Sarmiento, 2001, p. 146. Las cursivas son nuestras).
La historia que narra nuestro autor es esmeradamente halagadora de sí: un pobre minero, tímido, algo avergonzado por su condición pero orgulloso en lo más profundo de su espíritu, se muestra ante los concurrentes de la sociabilidad nocturna como fuente de verdad en los debates. Es admirable la minuciosa forma en que ha construido este tramo de Recuerdos... Nada hay de azar en la cita. Desde lo biográfico, la escena es una de las tantas en que Sarmiento se muestra como un luchador solitario que apela a las fuerzas de su amor propio y de sus lecturas. La cuidadosa y solemne forma en la que habla ante los oyentes 11 -haciendo salir de sus labios las páginas de un libro- no sólo le valen para colocarse por encima de la autoridad mediante la exhibición del repertorio cultural acumulado por los estudios, sino que además lo dejan en “sus buenas gracias” con el patrón (muestra de puro pragmatismo y corrección política). Por otra parte, la anécdota es ciertamente aleccionadora desde el plano social: un obrero sin más habilidad que la lectura tiene 11
Esto nos recuerda a la experiencia de lectura frente a Benavides: “yo leí mi factum con voz llena, sentida, apoyando en cada concepto que quería hacer resaltar dando fuerza a aquellas ideas que me proponía hacer penetrar más adentro. Cuando concluí la lectura, que me tenía exaltado, levanté los ojos, y leí en el semblante del caudillo... la indiferencia” (Sarmiento, 2001, p. 159).
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la potencia para cambiar el embrutecimiento de su trabajo y la limitación que le impone su condición social. (En la obra, el sistema ejemplificador de valores se mantiene con regular constancia).12 A través de otro testimonio vamos a entrar en los escritos sobre bibliotecas populares. El tramo que sigue pertenece a un artículo publicado en 1853 en El monitor de las escuelas primarias: Ochenta veces han cortado en seis meses el alambre telegráfico que media entre Valparaíso y Santiago, ochenta personas, hombres, niños, y acaso mujeres. Si veinte de ellas hubiesen sabido lo que es ese alambre ¿no creéis que veinte veces menos hubiera sido cortado? Preguntaba no ha mucho una mujer del pueblo a una señora, contemplando el alambre: ¿Será cierto lo que dicen, que se habla por ese alambre? – ¡Cierto! se repite aquí lo que avisan en Valparaíso.-- ¿Pero por donde pasan las palabras? ¿Será hueco por adentro?... Y como la señora se esforzase en darle una respuesta material, en nada conforme a la verdad, pero comprensible: ‘¡bendito sea Dios, exclamaba, que ha hecho a los hombres tan capaces de todo!’. A caso era la primera vez que el alma ruda de la pobre mujer se asociaba la idea de Dios con el poder y las manifestaciones de la civilización (Sarmiento, 1938, p. 26. Las cursivas son nuestras). Este texto es la antesala de la aparición de un libro, que trata de los avances tecnológicos y científicos, en el que trabaja Sarmiento para traducir (más adelante veremos esto en detalle). Prescindiendo de la crítica que nuestro autor hace sobre una parte de la sociedad, que según su descripción le da la espalda al progreso, cuando no lo agrede deliberadamente, la cita muestra una visión de la lectura dominada por su capacidad transformadora. La dirección de este cambio está en la respuesta que implícitamente lleva el interrogante subrayado en el texto: si alguien leyera qué es el telégrafo, no podría atentar contra él. Cabe preguntarse si Sarmiento, además de transferir su credo en la lectura, también traslada su forma de practicarla a los lectores de bibliotecas. Es conocido el carácter impredecible de la lectura en la biblioteca, donde hasta el orden físico, llegado el caso, puede ser el responsable de la construcción de imaginarios. Pero sin duda nuestro autor no promociona una formación idéntica a la suya, que a todas luces era una experiencia caótica y angustiante. Su apuesta fuerte es a la educación primaria, formal y estandarizada. Él insiste en que las bibliotecas y las 12
Sobre la significación que tiene el estilo biográfico en Sarmiento, véase: “Una vida ejemplar: La estrategia de Recuerdos de provincia” (Altamirano & Sarlo, 1997, pp. 103-160).
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escuelas “son dos cosas que se suponen una a la otra” (Ibíd. p. 16). Pero la urgencia es educar, y esta función sólo la cumplen las escuelas. Las bibliotecas populares, metódicas, selectas y dirigidas por una autoridad, están destinadas a un lector formado, aunque sus herramientas intelectuales sean precarias. El elemento que Sarmiento proyecta de su forma de leer a los lectores no es, entonces, esa aventura ciega llena de imprevistos y de azares que depara la falta de guía competente; es, sobre todo, la idea de que el lector debe hacer uso de los libros para volverse más “civilizado”. Este uso, que está en sintonía con las lecturas de su formación, privilegia los libros “útiles” o “instructivos”. Fiel a su concepción idealista,13 Sarmiento da por descontado que el lector empleará lo leído en la vida cotidiana. Este convencimiento y su experiencia de autodidacta hacen que las formas de hacer uso (los desplazamientos, los recortes, etc.) tengan poca relevancia en sus escritos sobre bibliotecas. Volvamos al fragmento citado en la página anterior. Si se siguen las líneas del diálogo entre las dos hablantes, 14 no es posible hallar la voz autorizada en ninguna de ellas. Como en otras ocasiones, Sarmiento se posiciona en un lugar distinto y superior al que ocupan las elites tradicionales (“la señora”) y los sectores populares (la “mujer del pueblo”, “el alma ruda”). Sobre el emplazamiento de estos tres espacios sociales hay que buscar la constitución de un público para bibliotecas populares. ¿De qué manera nuestro autor va a construir ese lectorado? ¿Cuál es la procedencia y la calidad de esos lectores? ¿Hasta qué punto es posible distinguir un lector concreto de la imagen de uno deseado? Sobre estas preguntas intentaremos avanzar en las próximas dos partes.
II. La angustia, entre Chile y Argentina
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Al respecto, William Katra señala: “Sarmiento proponía que el motor del progreso para la sociedad eran las ideas vivas que daban energía a las instituciones sociales que, en su momento, empujaban hacia adelante las fuerzas productivas y al mundo físico” (Katra, 1996, p. 869) 14 El hecho de que el diálogo se entable entre dos mujeres no pasa inadvertido. Sin embargo, a través de los textos que nos hemos propuesto analizar, las menciones específicas a la mujer como lectora (imagen y características) son escasas y vagas. Pero esto no significa que Sarmiento no se haya ocupado especialmente de ellas; así lo demostró Graciela Batticuore en “Sarmiento y la escuela de la prensa: temas, géneros y lenguaje para las lectoras” (Batticuore, 2005, pp. 68-109).
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Sin pretender ahondar en los acontecimientos históricos y biográficos ocurridos entre 1841 y 1855, nos interesa destacar que el exilio de Sarmiento en Chile deja notables marcas en los textos sobre bibliotecas populares. Este hecho, visible por las incesantes observaciones de la realidad chilena y argentina a un mismo tiempo, puede comprenderse por las condiciones de existencia del escritor y de la elaboración del trabajo intelectual a mediados del siglo XIX en América Latina (Ramos, 2003; Rama, 1985). Esa mirada pendular encuentra dos escenarios sustancialmente distintos (Barba & Mayo, 1997). En Chile, el régimen portaliano, instaurado hacia la tercera década del siglo XIX, había asegurado la estabilidad política y la paz social mediante la monopolización del poder coercitivo bajo la égida de un único gobierno. 15 Ya en 1840, con el inicio del decenio presidido por Bulnes, se abre un período de crecimiento cultural y político en el que se entrecruzan y se enfrentan sectores liberales y conservadores (Subercaseaux, 2000, pp. 45-48). En Argentina, las luchas facciosas que dominaron el plano político en los años que siguieron a la independencia habían culminado con el ascenso de Rosas al poder. Bajo el violento autoritarismo ejercido por el gobierno rosista, los cuadros intelectuales de la oposición -en especial la llamada generación del 37 (Weinberg, 1958; Rama, 1985)- se vieron forzados a dispersarse por diversas ciudades de Latinoamérica, desde donde comenzaron a elaborar simultáneamente un programa para la organización del Estado y la consolidación de la nación (Oszlak, 1982; Halperin Donghi, 1982). Lejos de las persecuciones políticas que caracterizaban el paisaje argentino, la participación en la vida pública chilena no constituía una actividad peligrosa. Esta no es, sin embargo, la única razón por la cual Sarmiento se muestra moderado cuando se refiere a Chile: su trabajo para el gobierno era un condicionante. Por el contrario, cuando los textos giran hacia la Argentina, la crítica es enfática, incluso irascible. A la complejidad que supone esta circunstancia para comprender las formas y los límites del público lector presente en los textos sobre bibliotecas populares, cabría considerar otro elemento que no termina de definirse (y que no se resolverá jamás): la intrincada trama que se teje entre las expresiones de deseo y las observaciones sociológicas de Sarmiento. Las diversas manifestaciones 15
Alfredo Jocelyn-Holt Letelier, en un interesante artículo que analiza minuciosamente la significación de la frase de Portales: “el peso de la noche”, ha sugerido que la conservación de esa paz se explica, fundamentalmente, en la quietud misma de la sociedad (En Barba & Mayo, 1997. pp. 75-98).
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de esta tensión pueden encontrarse en cinco artículos publicados en Chile entre 1853 y 1854 (Sarmiento, 1938. pp.15-66). Desde el comienzo, nuestro autor parece sentir la necesidad de expresar la diferencia de competencias entre la educación y la instrucción, entre las funciones de la escuela y de la biblioteca, entre el público de una y otra. La forma en que lo hace es clara: “Las escuelas educarán a los niños. ¿Quién educará a los adultos? Las escuelas no instruyen a los niños, sino que los prepara para recibir instrucción. ¿Quién instruirá a los niños y los adultos?” (Ibíd. p. 16. Las cursivas son nuestras). La escuela educa, la biblioteca instruye. Graciela Batticuore (2005) ha reflexionado agudamente sobre este asunto. Para la autora de La mujer romántica..., Sarmiento aparece constantemente preocupado por “civilizar”, es decir, por realizar esfuerzos metódicamente administrados en materia de educación e instrucción con el fin de lograr que el sujeto aprenda a vivir en sociedad. Pero el sanjuanino “se conformará con una educación popular, estandarizada y sin aspiraciones elevadas (...) Para él instruir será siempre menos urgente que educar” (Ibíd. p. 96). La preeminencia de la educación sobre la instrucción puede corroborarse en la obra de Sarmiento. Esto no significa, por otra parte, que la preocupación por las bibliotecas populares carezca de trayectoria y de relación con las escuelas. Quedó dicho: para nuestro autor, estas instituciones “se suponen una a la otra”. Pero los objetivos de esa conexión no se traducen en la planificación de una colección escolarizada que sirva de respaldo para los programas educativos. La estrategia corresponde a otros propósitos: Todos los años las escuelas lanzan de su seno un contingente de hombres preparados para leer; pero que no leen por falta de libros. Esta generación debe ser provista de medios de utilizar su adquisición, so pena de esterilizar el fruto del asiduo trabajo, conatos y dinero invertido en las escuelas (Sarmiento, 1938, p. 16).
Sarmiento sabe que leer es una práctica que necesita ser ejercitada para no perderse en el olvido (como le sucede a su madre, según se narra en Recuerdos...); en este sentido, la biblioteca asegura la continuidad del proceso histórico de civilización iniciado por la escuela. Si a los dos primeros artículos de 1853 (agrupados bajo el epígrafe “Bibliotecas Locales” [Ibíd. pp. 15-27]) se los interroga sobre la procedencia del 18
público lector, la respuesta habría que buscarla en el orden de sus líneas y en la precisión de las palabras. Nuestro autor señala que “todas las edades” y “todas las condiciones” (ya se trate de “acomodados o pobres”) pueden beneficiarse de las bibliotecas populares. Pero esta aparente heterogeneidad concluye cuando limita los servicios a los “vecinos”. Claramente; ser vecino es una condición, y en estos escritos su significación es sinónimo de ciudadano. 16 Por otra parte, la idea de sociabilidad vecinal que se crea en los relatos es caracterizada bajo el signo del progreso. Esta posición tiene su fuerte contrapartida en el régimen de vida rural argentino. En los mismos textos, Sarmiento le habla de forma muy diferente a los hacendados: Muchos seres vivientes os sirven, uno que llamáis cuadrúpedos, y otros que sólo son bípedos. La barbarie reina entorno de vosotros (...). Si no para ellos, para vosotros, sino como una semilla arrojada al aire, como lujo y desperdicio, echad este primer grano de arena para la fundación de una biblioteca de campo, a fin de que a diez mil cuadras de la tierra que ocupáis, corresponda una gota de inteligencia, de civilización... (Ibíd. Pág. 27). El caudillo, el caballo, el gaucho y el espacio natural en el que viven son elementos centrales del sistema de barbarie rural –para retomar los términos del autor- que, tras la caída de Rosas, continúa dominando las ciudades. Si bien esta oposición entre el campo y la ciudad existe en el pensamiento sarmientino, y es claro que la metrópoli prevalece sobre la campaña por la simple razón de que un número determinado de sujetos organizados desenvuelven de manera más satisfactoria la cultura y el espacio público (Altamirano, 2005, pp. 52-53), ninguna de las partes se percibe como vía estratégica de modernización (Ramos, 2003, p. 25). Esta concepción, ya presente en Facundo, va a consolidarse cuando nuestro autor llegue al final de su viaje diplomático por Europa, África y América. 17 La fragilidad del clima prerrevolucionario parisino de 1847 minó de dudas el pensamiento de Sarmiento sobre las condiciones de posibilidad del progreso 16
El término ciudadano puede resultar polémico. En la segunda acepción de la palabra, María Moliner dice: “Se aplica a las personas de una ciudad antigua o de un estado moderno con los derechos y deberes que ello implica; a causa de esos deberes y derechos, la palabra lleva en sí o recibe mediante adjetivos una valoración moral y un contenido afectivo: «No es buen ciudadano el que no respeta las leyes»” (María Moliner, 1996. v., 1, pp. 639-640). En los textos que hemos analizado, el sentido de ciudadano o de vecino se liga a las implicancias morales y afectivas que sugiere la autora, con especial énfasis cuando se trata de la pertenencia a una patria. 17
Véase Viajes por Europa, África i América (Sarmiento, 1996).
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mediante los ideales franceses.18 La visita a Estados Unidos cristalizó esa reflexión y reforzó el modelo de civilización organizado sobre la base de un extenso entramado de aldeas. Esta noción se oponía necesariamente al régimen de latifundio ganadero que prevalecía en la Argentina. William Katra (1996) ha destacado que la crítica de Sarmiento sobre este tema se mueve entre dos polos: el primero, apunta a describir la permanencia de estratos fuertemente desiguales -cultural y socialmente- como la condición determinante de la autoridad del caudillo; el segundo, cuestiona la viabilidad de esta forma de gobierno y su posibilidad de dominar política, social y económicamente la extensión territorial argentina. “Su plan para civilizar el campo se basaba en la eliminación de las grandes propiedades y el establecimiento de vastas colonias agrícolas de inmigrantes europeos” (Ibíd. p. 904). En la comunidad de estos pueblos (al promediar el siglo XIX, más imaginarios que reales), pero también en la sociabilidad barrial de las grandes ciudades, vendrían a emplazarse las bibliotecas populares. De vuelta en la realidad chilena, Sarmiento va a justificar las bibliotecas populares mediante la construcción de un mapa de lectores. El autor dice: “Es imposible conjeturar directamente en qué proporción está distribuida en el país la aptitud de leer de sus habitantes” (Sarmiento, 1938, p. 42). Superar esta deficiencia estadística lo conduce a emplear una herramienta que hoy es fundamental para delinear pretéritos lectorados: las tiradas de los folletines y de los almanaques: En épocas de agitación política han circulado papeles publicados a diez y aún a veinte mil ejemplares, que han hallado masa adecuada de lectores. Hace algunos años que la imprenta Belin y Cía, imprime a veinte, treinta mil, y aún más ejemplares de un almanaque relativamente caro, y esos treinta mil almanaques, distribuidos por el comercio en las provincias, hallan compradores (Ibíd. p. 42). No es casual que nuestro autor destaque el alcance del almanaque o el de los folletines. Según ha estudiado Juan Poblete (2003, pp. 97-141), la proliferación de éstas y otras formas discursivas, y en consecuencia, el incremento paulatino del publico lector por la constante incorporación de nuevos actores sociales a la cultura escrita, fue un fenómeno objeto de fuertes disputas entre sectores que buscaban 18
Es significativo, para comprender esta duda, el discurso que Alexis Tocqueville dio en la Cámara de Diputados de Francia sobre la situación que se vivía en el momento: “estamos durmiendo sobre un volcán... ¿No se dan ustedes cuenta de que la tierra tiembla de nuevo? Sopla un viento revolucionario, y la tempestad se ve ya en el horizonte” (citado por Hobsbawm, 2007, p. 21)
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legitimar nuevas prácticas culturales y quienes pugnaban por conservar las dadas. Sarmiento, sin duda, se encontraba entre los primeros. La combinación del panorama político y demográfico con la tirada de los almanaques dibuja la cartografía ideal de lectores que sustenta la iniciativa de institucionalizar la lectura mediante la introducción de bibliotecas. Pero aún falta decir algo de las características de esos lectores para construir un argumento que no deje dudas de su necesidad. Y la manera en que Sarmiento lo hace es polémica: coloca al lector popular bajo la forma de peligro latente: ¿Adónde volvereís los ojos, egoístas, en qué ciudadela os encarcelaréis que no os alcance el medio ambiente de la sociedad en que vivís, donde el ama corrompe la sangre de vuestro hijos, el pasante los escandaliza con dichos torpes, el ladrón os roba... o la revuelta política en una hora hoy o dentro de diez años, dará cuenta de las fortunas pacientemente acumuladas, o segará la vida de los seres que os son más caros? (Sarmiento, 1938, p. 43-44).
Y a todo esto, dice, responden las bibliotecas populares, porque ninguna cosa semejante puede suceder cuando los “espíritus” están “cultivados”. El tono profético y amenazante es una apelación frecuente en Sarmiento. Pero detrás de esta exaltación, nuestro autor delimita claramente las responsabilidades sociales. Los últimos dos testimonios que hemos citado corresponden a una carta (que fue publicada en El monitor de las escuelas Primarias en 1845) que nuestro autor le dirige a Andrés Bello, Rector de la Universidad de Chile. En ese momento, esta institución no sólo se ocupaba de los asuntos académicos, sino que además controlaba todo el aparato educativo chileno, “una suerte de Ministerio de Instrucción Pública” (G. Weinberg, 1999, p. 93). La intencionalidad del escrito es manifiesta, pero ¿en qué punto Sarmiento pondrá límites al lectorado que diseña? Localizar a los lectores de las bibliotecas populares dentro de un esquema general que se construya a partir de los aspectos que escinden a los sectores sociales dentro de los escritos que analizamos es una tarea que requiere olvidar particularidades. No obstante, este ejercicio permite clarificar la relación que cada sector constituido mantiene con las bibliotecas. En este sentido, es posible establecer tres espacios. Por un lado, se ubican los sectores que, tanto en Chile como en Argentina, son vistos como una traba en el proceso modernización. Por otro, se distingue un grupo formado por una nueva y esclarecida élite dirigente 21
(aunque heterogénea en términos doctrinales y operativos). Desde los textos, Sarmiento le habla a esta generación para reclamarle su contribución con el proyecto de bibliotecas populares. Pero este llamado no se limita, en el caso chileno, por ejemplo, a la eminente personalidad de Bello; la voz de Sarmiento parece recorrer lugares desconocidos en busca de los sujetos capaces de intervenir públicamente con la creación de una biblioteca para el beneficio de sus “vecinos”. Finalmente, el pueblo. De aquí saldrá el público para estas instituciones. Pero el pueblo, tal como Sarmiento lo deja entrever, es más un proyecto que algo dado. Para él, su constitución está sujeta al recorrido de un largo proceso de modelación. La biblioteca popular es un aspecto dentro de un extenso plan de construcción social en el que nuestro autor describe un componente necesario: la lectura. Esta circunstancia tensiona los artículos entre los lectores deseados o imaginados, y lo que concretamente existe en el panorama social. El retrato de un lector (o una de las formas de esa tensión) lo podemos encontrar en “Libros para bibliotecas populares”. 19 El texto es la advertencia al libro Las maravillas modernas, de Luis Figuier, publicado en 1854 por Julio Belin y Cía. La obra, que fue traducida y adaptada por Sarmiento para iniciar una colección de libros para bibliotecas populares, tenía por objeto difundir la historia y el funcionamiento de los últimos descubrimientos e inventos científicos, como la eterización, el telégrafo, la iluminación a gas, etc. Sin embargo, no parece que el sanjuanino dirigiese las palabras de la advertencia a quienes efectivamente iban a ser los lectores del libro de Figuier, o de un eventual tratado de agricultura de próxima aparición: Es el trabajador el instrumento de la riqueza y mal puede labrarse la tierra con instrumentos embotados, que no es otra cosa que el labriego rudo, incapaz de realizar cuanto más de concebir idea alguna que se aparte de estrecho círculo de sus prácticas ignorantes (Sarmiento, 1948-1956, t.12 p. 230. Las cursivas son nuestras).
Aquí se perfilan dos lectores: el primero, coincide con el sector dirigente en formación, pero en general, con todos aquellos que por su formación o “buen espíritu” -como dirá Sarmiento- pueden trabajar desde el espacio público con iniciativas que contribuyan a dinamizar la instrucción. Sarmiento intenta seducir a 19
En este caso, trabajamos sobre el texto que aparece en el tomo 12 (pp. 223-233) de Obras Completas. Si bien el artículo está en la selección efectuada por Comisión Protectora de Bibliotecas Populares, en esta versión falta la nota explicativa sobre la manera en que los lectores deben cuidar el libro.
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este público mostrando los beneficios económicos y sociales que tales iniciativas traen consigo;20 o alertándolos de la existencia de un peligroso componente revolucionario que convive con la incultura. El segundo lector es el que se describe, al que la lectura de los libros de una hipotética colección podría cambiar su naturaleza actual y transformar sus “prácticas ignorantes”. Por momentos, la representación de este lector es pesimista: “la masa común de los hombres, a quienes tales conocimientos hubiera de aprovechar, se halla mal preparada y peor dispuesta para recibir nociones de ningún género” (Ibíd. p. 230. Las cursivas son nuestras). Pero esta perspectiva está lejos de ser constante. En la ya citada carta a Bello (escrita meses después de la publicación de la obra de Figuier y a propósito de este tema), en un tono más bien romántico, dice: “el lector, atraído por el hábito y novedad a un tiempo, lee hoy porque ayer había leído, y su espíritu ha contraído así el hábito de recibir emociones periódicas, de que no puede después privarse voluntariamente” (Sarmiento, 1938, p. 41). En fragmentos como éste, Sarmiento proyecta su concepción del sentido y la práctica de la lectura sobre los lectores de las bibliotecas. Pero sabe que este reflejo aún está lejos de ser una realidad extendida. Por esto la lógica pendular del relato se mueve hacia el otro extremo. En párrafos más adelante, señala que si se anunciara por los diarios chilenos la salida de dos soles un determinado día, los cuatro quintos de la población no mirarían el cielo, y no por no creerlo, sino por no enterarse. Si, por un lado, esto sugiere la necesidad de incrementar el número de lectores; por otro, es significativo que vuelva a insistir con la idea de un lector informado de los debates de la esfera pública. Decíamos que el texto preliminar a Las maravillas Modernas no estaba dirigido a quienes serían sus lectores. Pero sin duda las instrucciones que nuestro autor preparó sobre cómo tratar y cómo leer el libro muestran los contornos de otro público: 1º Este es un buen libro y debe ser leído. 2º Principiad por el principio y leedlo de punta a cabo. 3º Leed con atención, de modo que cuando os lo pidan, podáis decir de qué trata, y, si algún buen consejo contiene, ponedlo en práctica. 4º Este sólo libro, bien leído, os hará más bien, que el recorrer a la ligera sus páginas y mirar las láminas, de quinientos libros.
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En el mismo texto Sarmiento da una extensa explicación sobre cómo en Estados Unidos los emprendimientos en materia de instrucción favorecieron la calidad y la cantidad en la producción lanar. Este tipo de argumento reaparece en otros artículos.
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5º Usad del libro con cuidado, de modo que al volverlo, nadie puede decir que vuelve en peor estado. ¿Cómo se puede hacer uso de un libro sin desmejorarlo? poniendo atención a estas siete indicaciones: 1º Nunca tomes un libro con manos sucias. 2º Nunca mojes el dedo para volver una hoja. 3º Nunca te pongas el libro en la boca. 4º Nunca ajes las esquinas. 5º Nunca dobles una página para señal. 6º Nunca dejes el libro abierto. 7º Nunca lo dejes sino en un lugar seguro (Sarmiento, 1948-1956, t.12, p. 223).
Esta nota, que iba adjunta a la carátula del volumen, sugiere la imagen de un lector con limitadas destrezas intelectuales y manifiestamente excluido de los canales tradicionales de circulación de lo impreso. Conocer el efecto de estas advertencias sobre las prácticas de lectura exigiría la búsqueda y el examen de otro tipo de fuentes. Pero hasta aquí, la cita permite delinear la forma en que el autor ve a esos lectores y subrayar los aspectos de la lectura que se intentan modelar. Más que sugerencias, los puntos enunciados parecen ser obligaciones que el lector debe cumplir. En los primeros puntos Sarmiento expone dos aspectos centrales de la lectura. Primero, la forma: leer el libro de principio a fin y con atención. Segundo, los usos: poner en práctica sus consejos y comentar lo aprendido. Del aspecto psicológico al sociológico, desde la apropiación solitaria hasta la socialización de lo leído; los rasgos de esta lectura coinciden con los sentidos que nuestro autor le otorga. Por otro lado, la fe sin matiz dubitativo en la lectura como emancipación del hombre se entrecruza con las dificultades que supone la transformación de prácticas singularmente inconvenientes, como la de llevarse el libro a la boca. Esta indicación, junto con las otras seis, muestra visiblemente a un lector con escasa relación, no solo simbólica sino material, con la cultura del libro.
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III. ¿Quién leerá en las bibliotecas populares argentinas?
Entre 1865 y 1867, mientras desempeñaba funciones como Ministro Plenipotenciario de la Argentina en los Estados Unidos, Sarmiento escribe cuatro cartas y dos artículos a raíz de la creación de una biblioteca en su San Juan natal (Sarmiento, 1938, pp. 82-127). Los vaivenes en su estado de ánimo son claros en la escritura: del entusiasmo al fastidio, y de éste a la reflexión cautelosa. Entre los
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contrastes en que se desarrollan estos textos nos proponemos analizar la imagen y el campo de lectores que nuestro autor traza en sus años de labor en la Argentina. La primera de las cartas, fechada el 9 de octubre de 1865, está dirigida al diario El Zonda. En ella es posible visualizar el optimismo de Sarmiento para colaborar con la organización de la biblioteca: promete enviar libros, destinar una suma de dinero anual y asegura que los editores Appleton 21 y sus amigos de Buenos Aires contribuirán a la causa. La segunda carta es de junio 1866. En esta oportunidad, nuestro autor se dirige a la Sociedad Bibliófila de San Juan, una organización creada por Pedro Quiroga para concretar la fundación de la biblioteca. Sarmiento le propone a la Sociedad... que redimensione el alcance de su trabajo para llevarlo hacia el plano americano. La idea es un viejo anhelo del autor: activar una empresa editorial por suscripciones para financiar la traducción, la impresión y la difusión de obras “útiles”. Para justificar la propuesta, Sarmiento va a trazar un nuevo mapa de lectores. Como en aquella cartografía delineada en Chile, el recurso vuelve a ser la información sobre el mercado y la industria del libro. Pero en esta ocasión, la especulación económica de los editores y su experiencia como editor-impresor de sus propias obras son los puntos de referencia. 22 (La tercera y la cuarta epístola, de junio y noviembre de 1866, están destinadas a Pedro Quiroga. Su contenido enriquece los aspectos tratados en la segunda de la carta). Revisemos los argumentos. Asegurar las bases del comercio del libro y procurar aumentar su actividad son dos caras de una misma preocupación: ¿cómo engrosar las filas de los lectores? Sarmiento entiende que hay un mercado relativamente consolidado, que es el de las novelas, y otro que es necesario fomentar: “toda la raza española en ambos mundos y en ambas Américas no es capaz de consumir en diez años una edición de diez mil ejemplares de un libro cualquiera, que no sean transitorias y fugaces novelas...” (Sarmiento, 1938, p. 86. Las cursivas son nuestras). Nuestro autor especula con la posibilidad de llegar a ese público –el consumidor de novelasa través de otro libro, a la vez “útil” e inédito. Pero sin el interés del público, no hay mercado del libro que pueda sustentarse. En una economía de corte capitalista, las 21
Según ha indicado Gregorio Weinberg (2006), fueron editores como Appleton (Estados Unidos), Ackerman (Inglaterra) o Hachette (Francia) quienes cubrieron las demandas de libros que generaron las campañas educativas como las impulsadas por Sarmiento. 22 Por estos años Sarmiento montó una imprenta por los gastos que le producía publicar Ambas Américas (Sarmiento, 1938a, t. 2, p. 156).
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inversiones se mueven hacia los sectores productivos que ofrecen mayores rentas. Si no hay consumo, no hay negocio. Y esto Sarmiento lo sabe, porque los editores exigían entre dos mil y cinco mil ejemplares como garantía para publicar una obra. Por estos motivos, el sanjuanino apela constantemente a planes asociacionistas sin fines de lucro para fomentar las ediciones de textos “útiles”. 23 Si este difícil panorama abarca a toda el habla castellana, la Argentina es la versión agravada del problema: ¿Habrá cincuenta mil adultos que sepan leer? Pero démoslo por sentado y apuremos la estadística (...). De esos cincuenta mil, cuarenta, si saben leer, no tienen libros, y por tanto no tiene nociones de nada. De los diez mil restantes, no sabiendo otro idioma que el español, nueve mil no tienen a su alcance los medios de extender la esfera de sus adquisiciones. Los mil restantes leen en inglés o francés lo que les viene a mano. No hay cien, acaso no haya treinta personas entre nosotros que sigan el movimiento de las ideas en el mundo (Ibíd. p. 92).
La dificultad que supone la insuficiencia de lectores para consolidar la industria del libro no sólo es atribuible al retraso en el dispositivo educativo: la densidad poblacional es un elemento central para constituir cualquier tipo de mercado. En 1869, la población rural representaba el 65,5% de los habitantes, que ascendían en ese mismo año a un total de 1.830.214 (Romero, 2007). Sarmiento buscará resolver este escollo a través de la organización y la ejecución de un plan de inmigración, complemento esencial de un proyecto de transformación estructural (Halperin Donghi, 1998; Weinberg, 1988). 24 Hay que señalar que esta preocupación fue una constante ideológica compartida por la generación del 37, y que sus consecuencias fácticas no se hicieron sentir con profunda intensidad hasta 1880 (Romero, 2007). Cómo llegar a los lectores con libros que están fuera de la producción comercial es una cuestión que Sarmiento intentará responder con las bibliotecas. 23
Estos aspectos serán trabajados en profundidad en el Capítulo 2, Parte II. Es llamativo que en los textos sobre bibliotecas populares la cuestión del lector inmigrante es apenas tratada (contrariamente a lo que sucede con los escritos sobre educación). No obstante, cabría destacar la oposición de Sarmiento a la formación de una biblioteca para cada nacionalidad (Sarmiento, 1938, pp. 164). Tal y como son concebidas estas instituciones en la ley de 1870 que les da origen, la participación de los vecinos bajo un sistema asociacionista de interés común promueve la sujeción de los lazos sociales. Esta particularidad latente en el mecanismo legal adquiere relevancia al considerar que a mediados de la década de 1870 existen los primeros indicios de las transformaciones y los trastornos en el entramado social que se manifestarán de forma definitiva hacia 1880, y darán origen a lo que José Luís Romero (2007) denominó como “La era aluvial”. 24
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Una vez establecido cuantitativamente y de forma general un lectorado en estado “latente”,25 nuestro autor les va a dar “ser” a esos lectores: describir sus contornos, colocarlos en el marco de sus costumbres y ponerlos frente a otros lectores y a otras formas de percibirlos son los recursos utilizados en esa tarea. Estos elementos están presentes en los dos artículos que escribió en Estados Unidos en 1867, y en una respuesta a Vicente Quesada, una década más tarde. Una vez que se constituyó la biblioteca de San Juan a la que nos hemos referido, se creó en su entorno la Sociedad Auxiliar, una asociación civil que se propuso asegurar el funcionamiento de la institución. Como parte de esta actividad, la Sociedad... se dirigió a Juan María Gutiérrez (Rector de la Universidad de Buenos Aires), a Luis de la Peña y a Juana Manso para solicitarles asesoramiento sobre el tipo de libros convenientes para la biblioteca. La respuesta, firmada sólo por Gutiérrez y de la Peña, llegó a manos de Sarmiento, quién irritado por el contenido y el carácter de lo resuelto, publicó en el primer número de Ambas Américas un artículo cuyo título anticipa el tono con el que hablará: “El enemigo en campaña”. La relación afectiva e ideológica que nuestro autor sostuvo con Gutiérrez (producto del sentimiento de pertenencia a la misma generación) no fue atenuante del agresivo trato que le dio en el “campo del debate” (en otra ocasión lo había sufrido Alberdi). Entre la mordaz ironía y la afrenta deliberada, 26 en una muestra clara de “populismo romántico” (Rama, 1985, p. 70), Sarmiento busca identificar e identificarse con los estratos medios (que lentamente comenzaban a distinguirse) y los populares, a través de una defensa enérgica y paternalista del derecho a instrucción que a estos sectores le corresponde, y que a sus ojos Gutiérrez ha vulnerado. Vayamos al texto. Quienes trabajaron en la selección de artículos que la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares publicó en 1938, consideraron útil para el lector preceder la carta de Gutiérrez a la respuesta de Sarmiento. La Comisión acertó. El texto del sanjuanino está organizado a partir de la cita (frases, oraciones y párrafos completos) y la refutación. En el fragmento que sigue, Sarmiento recoge las formas 25
Sarmiento mismo apela al término “latente” para describir la presencia oculta de los lectores: “Las Bibliotecas populares remedian el mal, suscitando un lector latente, si es permitido decirlo, y poniéndolo en actividad desde que el libro ignoto e innominado hasta entonces llega al lugar que ocupa en la vasta extensión americana por apartado y obscuro que sea” (Sarmiento, 1938, p. 140) 26 En uno de los fragmentos más ácidos, dice: “...el informe del Rector no debe ponerse en las bibliotecas populares de San Juan, caso consultado, por dar lugar a discusiones que introducen la duda sobre el estado de su mollera...” (Sarmiento, 1938, p. 111).
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que ha utilizado Gutiérrez para referirse a los lectores, y de manera general, al pueblo:27 ...la sangre del fidalgo rebulló al nombre de pueblo, por público, por los vecinos de una ciudad, y vinieron a la pluma, y aparecieron en el informe dirigido a una sociedad, los epítetos ‘el hombre común’, ‘el que sólo sabe leer’, ‘los que son más aptos para creer que para juzgar’, ‘los que apenas tienen que comer’, para quienes eran las bibliotecas, miradas como simple ‘caridad o beneficencia de instrucción’; y degradando así el objeto de las bibliotecas, y el pueblo reducido a las turbas de ignorantes, poniéndolo bajo la tutela de los más ‘aptos para juzgar’, concluyó, de exclusión en exclusión, por negar al pueblo no sólo la posibilidad de leer, sino lo que es más, el derecho de leer lo que llegare a sus manos (...). ¡La Inquisición no llegó a tanto! (Sarmiento, 1938, pp. 100-101).
Hay que recordar que los calificativos que Sarmiento recrimina con tanto énfasis aparecen de forma similar en sus artículos: las “almas rudas”, el “labriego inculto” o el “lector común” son algunos ejemplos. Y pese a esto, nuestro autor no subvierte, en lo esencial, la voz de Gutiérrez. Sobre este aspecto, María Ángeles Sabor Riera sostiene categóricamente que el artículo está “...tan lleno de aciertos como de injusticias” (Sabor Riera, 1975, v. 2, pp. 49-50). Pero, ¿qué respuesta hubiera sido justa? ¿De verdad le interesa a Sarmiento ser justo? ¿Por qué debería serlo? La violencia del escrito también debe leerse como una defensa de su San Juan natal.28 Por este motivo, creemos, buena parte del desarrollo argumentativo se concentra en demostrar que Gutiérrez se ha equivocado al hablar del lector de la biblioteca como un “campesino inculto”, que vive en pobres ranchos y que sólo tiene capacidad para creer. En contrapartida, Sarmiento intenta mostrar las casas que forman las aldeas en las que viven los lectores, preparados para leer y juzgar lo que es más conveniente a su trabajo agrícola y a su vida ciudadana (a su vida de “vecino”). Finalmente, insistiendo en el acento displicente que utiliza Gutiérrez para mirar al pueblo, sentencia: “Pueblo en el docto sentido de la Universidad de Buenos Aires (...), es sinónimo de populacho si habita en la ciudad, paleto, labriego, villano, campesino, hombre común, viviendo en ranchos, en el campo” (Sarmiento, 1938, p. 108). 27
En la cita, las comillas simples pertenece al texto de Gutiérrez. Si consideramos la fecha del escrito, no es del todo desacertado hacer una lectura político-electoral a partir del contexto en el que surge. Al respecto, puede resultar ilustrativo seguir con detenimiento los textos que seleccionó Julio Noé para dar cuenta de las preocupaciones de Sarmiento durante sus días en Estados Unidos (Sarmiento, 1938a, t. 2, pp. 130-161). 28
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Otro punto sensible del artículo es el libro como objeto. Gutiérrez se muestra preocupado por la mala calidad de los libros “para el consumo de la generalidad” que salen de las imprentas españolas: la encuadernación, el color del papel y la impresión son para él aspectos fundamentales que deben tener en cuenta aquellos que tienen la idea de “popularizar la instrucción”. Conocemos las refinadas preferencias que compartían algunos lectores cultos de mediados del siglo XIX (Batticuore, 2007); entre ellos Gutiérrez no es una excepción. Al referirse a los libros españoles de misa, en una notable apreciación estética, observa que “...siempre tuvieron unas buenas y aún ricas apariencias para que hicieran juego con el rosario de oro de las mujeres devotas” (En: Sarmiento, 1938, p. 97). Y, tras justificar vigorosamente la necesidad de cuidar las formas, concluye: “Es preciso que el libro de la ‘biblioteca popular’ sea bueno por dentro y bello por las tapas, para que comience por herir agradablemente a los sentidos y tiente a su lectura” (Ibíd. Pág. 97). Esta es la mirada de un lector que valora doblemente al libro, material e inmaterialmente (Chartier, 2006). No se advierte aquí una tensión entre estos dos polos, sino más bien una relación armónica y complementaria entre el texto y el objeto que posibilita su circulación. Por su parte, Sarmiento se refiere pocas veces al libro en el sentido material: su máxima preocupación no supera el límite práctico-económico de la encuadernación sólida. Este pragmatismo también se hace evidente en las siete recomendaciones que da a los lectores sobre cómo se deben manipular los libros para no estropearlos. Entre dos formas diferentes de apreciar y proyectar la relevancia de la relación objeto-texto sobre los lectores de las bibliotecas populares, Sarmiento deja claro que para él las observaciones estéticas de Gutiérrez no sólo son nimiedades frente a la cuestión del contenido, sino que además representan un ataque deliberado contra la dignidad de los lectores y contra un sistema de instrucción que se pretende poner en práctica: ¡El respeto debido a la dignidad humana, el título de ciudadano de la república, la igualdad proclamada por el Divino Maestro, el buen sentido mismo son invocados para hacer que desaparezcan las cubiertas de los libreros españoles encuadernados con una piel de oveja sin color! Pero si se trata del contenido del libro, del objeto mismo de la biblioteca entonces no hay ciudadano, sino gente común, los que han nacido para creer, y a quienes debe medirse con mano avara, y asegurárseles el vino para que no se atosiguen o embriaguen. Ciudades enteras son tratadas cual
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condenados a penitenciaría, a quienes se hacen lecturas ordenadas como prescripciones sanitarias” (Sarmiento, 1938, p. 109).
El artículo finaliza con la revisión de la breve lista de libros que Gutiérrez le recomendó a la Sociedad Auxiliar. Con excepción de aquellas obras que ya se contaban entre los clásicos (como el Quijote) o que eran del gusto de Sarmiento (Historia del descubrimiento de América o Los grandes inventos), cada libro mencionado por Gutiérrez fue desacreditado. En la crítica predomina el tono burlesco entrecruzado por agudas observaciones sobre la actualidad y la disponibilidad en el mercado de los libros sugeridos: “Aquellos excelentes periódicos ilustrados fueron escritos hace cuarenta y cinco años, y se agotaron las ediciones” (Ibíd. p. 113). Este no es el único ejemplo, pero vale por los demás; Sarmiento se esmera en ofrecer justificaciones que dejen a Gutiérrez, Rector de la Universidad, rayano en el ridículo. También publicado en Ambas Américas, el segundo artículo sugiere desde su título un examen pausado del problema, sin el fervor polémico y agresivo que predominó en el texto anterior: “Bibliotecas populares: Problema difícil.− Estudio de la cuestión.− Ha de encontrarse un medio de resolverla.− Solución en Francia.− En Chile.− En Buenos Aires.− En los Estados Unidos”. Es interesante observar las palabras que escoge Sarmiento para iniciar el nuevo artículo: “Con más ánimo del que convenía nos ocupamos en el número 1° de AMBAS AMÉRICAS de un informe sobre bibliotecas dado por el Rector...” (Ibíd. p. 116. Las cursivas son nuestras). La furtiva disculpa es el preámbulo sutil que precede a una escritura serena y detallada. Sarmiento retorna al diagnóstico sobre la cantidad de lectores americanos para reflexionar sobre el papel del Estado en la consolidación de la instrucción. En primer lugar, y en un nuevo y tenue gesto de conciliación, se pregunta sobre la conveniencia de discutir el problema en “polémicas literarias” y no en el marco del Congreso. En segundo término, dirigiéndose a los gobiernos, observa: “Si el pueblo es ignorante, ¿no debiera prepararle los medios de educarse?” (Ibíd. p. 118). Al dejar atrás la defensa populista, Sarmiento se ve obligado a reconocer la coyuntura social y a volver a esa imagen de los lectores desinteresados por su propio derecho a la lectura. La necesidad de llegar al lector, de ponerle el libro en la mano, es lo que en verdad inquieta al autor. La presencia de la cultura escrita en el pueblo es exigua:
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En la América del Sud todavía hay una enorme distancia entre saber leer y leer habitualmente. Hablamos del común. En los Estados Unidos esta distinción no existe: el pueblo lee para vivir; porque leer es parte de la vida. ¿Qué leen? Lo que encuentran legible, lo que necesitan (Ibíd. Págs. 119-120).
Esta “distancia” es la diferencia sustancial, a la vez que característica, entre el lector americano o argentino y el norteamericano. “El pueblo lee para vivir” no es una frase ociosa en el párrafo. Halperin Donghi (1982) ha señalado con precisión que Sarmiento descubre en su primer viaje que la palabra escrita es la estructura misma del gigantesco mercado nacional norteamericano bajo el cual se organiza el progreso social en sus diferentes esferas. Sin duda, leer no es parte de la vida en el sur del continente, aún en los que saben hacerlo. Esto nos restituye a ese lector relativamente al margen de los canales de circulación de lo escrito (bibliotecas, intercambios personales de libros, gabinetes de lectura, comercio del libro, prensa...). Todo el panorama se agrava fuera de las metrópolis, dado que la dispersión que impone el sistema rural refuerza la vida solitaria. En síntesis, en el análisis de Sarmiento, a esos lectores, “campesinos” o “vecinos”, los distingue su poca participación en la cultura escrita. Un comentario más para finalizar con el conjunto de textos que suscitaron los acontecimientos en San Juan. Hay que darle la razón a Sabor Riera (1975) cuando señala que la respuesta de nuestro autor a Gutiérrez permite distinguir los “criterios que había entre los hombres cultos de la época y Sarmiento...” (Ibíd. v., 2 p. 50) para pensar las bibliotecas populares y sus libros. En otros términos, hay un pragmatismo pedagógico que prima en las reflexiones de Sarmiento que está en oposición a las tradiciones elitistas de la cultura. De esta misma dicotomía se sirve el sanjuanino para caracterizar a los lectores. El uso de este recurso, que aparece con fuerza por primera vez en un artículo publicado en El Nacional en 1856 (Sarmiento, 1938, pp. 67-70), se puede apreciar con claridad en los tres escritos de 1877 sobre el libro de Vicente Quesada: Bibliotecas europeas y algunas de la América Latina (Ibíd. pp. 172-188). Sarmiento muestra, por un lado, las características de las bibliotecas que, como la de Buenos Aires, por estar circunscriptas a una ciudad y poner restricciones al préstamo domiciliario tienen un limitado alcance en la distribución de libros. En estas bibliotecas, dice, sólo pueden leer “...los que van a
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escribir libros, o que profesan como trabajo y modo de ser y de vivir las letras o la ciencia; y como estos no pasan de diez entre nosotros” (Ibíd. p. 177). Por otra parte, está ese lector que a causa de las distancias y el trabajo cotidiano no puede consultar la “gran” biblioteca; tampoco puede llevar la presencia del libro a su casa: no dispone, en definitiva, del patrimonio escrito. Para este lector están las bibliotecas populares.
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Segunda parte
Bibliotecas populares: diseño de una estrategia
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I. Itinerarios textuales de un modelo institucional
Publicado en Chile en 1841, “Espíritu de asociación” es un artículo en el que Sarmiento elogia a un grupo de jóvenes por la fundación de una sociedad de lectura: la Sociedad Chilena de Valparaíso. Más allá del saludo y la felicitación, el texto constituye una apología de la intervención ciudadana en la vida pública. En efecto, retomando lo expuesto por Jürgen Habermas en Historia y crítica de la opinión pública (1990),29 el primer rasgo que identifica a la esfera pública burguesa (también denominada esfera pública política) es el uso de la razón de las personas privadas en calidad de público. El proceso que modela y da forma a esta instancia de participación se inicia en los cafés, en los salones y en los clubes de Inglaterra y de Francia entre las últimas décadas del siglo XVII y las primeras del siglo XVIII. Estas asociaciones, en las que se debaten temas literarios y políticos, conforman lo que Habermas denomina “publicidad literaria”, 30 y deben ser consideradas dentro del ámbito privado. Los efectos del arraigo social de estos espacios de discusión son conocidos y anhelados por Sarmiento: Los clubs de todas denominaciones establecidos en Inglaterra para todo género de objeto, han dado los más fecundos resultados, mejorando y refinando diariamente las costumbres, difundiendo las luces, alimentando al comercio con la reunión de capitales, creando establecimientos de caridad... (Sarmiento, 1938, p. 12).
El ejemplo paradigmático de este tipo de organizaciones en el Río de la Plata es el Salón Literario. Sus reuniones tuvieron lugar en la trastienda de la librería de Marcos Sastre durante 1837. Pero los encuentros duraron poco tiempo; la resonancia pública de los debates inquietó al gobierno rosista, que puso fin a la sociedad y persiguió políticamente a sus miembros (Weinberg, 1958). En aquellos años, en San Juan, la “vida pública”31 de Sarmiento lo enfrenta con el gobernador Benavides. Las consecuencias son conocidas: el cierre de El Zonda y el exilio a
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Seguimos, además, la lectura expuesta por Roger Chartier (1995) en “Espacio público y opinión pública” (pp. 33-50) y “La esfera pública literaria: los salones” (pp. 173-176). 30 En la edición española que manejamos el término “publicidad” se emplea como equivalente de la voz alemana Öffentlichkeit, que connota vida pública social. Al respecto, ver la “Advertencia del traductor” (en Habermas, 1990, p. 40). 31 Véase el capítulo “La vida pública” de Recuerdos de Provincia (Sarmiento, 2001).
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Chile. El final del salón y del periódico marcan una de las características centrales del concepto de esfera pública política: la relación crítica con el Estado. La defensa del espacio público practicada en “Espíritu de asociación” focaliza la atención en la consolidación de las iniciativas asociacionistas de lectura. Allí Sarmiento apela al “patriotismo” y al “buen espíritu de los asociados” para que estas organizaciones extiendan los límites de su actividad original hasta intervenir directamente en el plano social. El modelo proyectado por el sanjuanino es el club de lectura al cual perteneció Benjamín Franklin: The Junto.32 Los pasajes de su Autobiografía33 en los que Franklin narra las actividades de la asociación son ilustrativos de la constitución de la publicidad literaria y de su influencia en la esfera pública. Citemos un episodio: en 1729 se deliberaba en The Junto sobre un problema que dividía a Filadelfia en dos opiniones: la necesidad o el riesgo financiero de aumentar la cantidad de papel moneda. Al respecto, el autor señala: “Nuestros debates me obligaron a comprometerme tanto con el tema, que escribí y publiqué un folleto anónimo, titulado La naturaleza y la necesidad del papel moneda” (Franklin, 1963, pp. 91-92). El club es parte dinámica en la construcción de sentido: a él se atribuye el privilegio de la primera publicación y se le otorgan las facultades de corrección y de aprobación de los textos (Habermas, 1990. pp. 72). La repercusión del folleto fue buena y la oposición se diluyó rápidamente, porque entre sus miembros –explica el autor- “no había escritores competentes” que pudieran argumentar con rigor su punto de vista. Finalmente, el incremento del circulante fue aprobado por la Cámara. 34 Como puede observarse, la discusión en el club puede tener fuertes incidencias en la vida pública. En otra anécdota, Franklin describe la forma en que los debates en The Junto comenzaron a exigir con más frecuencia el uso de la cita bibliográfica como recurso en la argumentación de las opiniones. Para cubrir la necesidad de referencia, planteó que cada miembro trasladara los libros de su 32
En la versión castellana que utilizamos, el traductor ha optado reemplazar el nombre original “The Junto” (Franklin, 1964. pp. 116) por “La Cábala” (Franklin, 1963, pp. 84). 33 Franklin escribió la mayor parte de la obra en 1771. Tres veces retomó el relato: en 1784, en 1788 y, finalmente, en 1790. La narración autobiográfica llaga hasta 1757. 34 Los integrantes de la Cámara que estaban a favor de las opiniones de Franklin le encargaron la impresión de los billetes. Este hecho puede atribuirse, por una parte, a la relación de amistad que él sostenía con algunos miembros; por otra, a la reputación de buen impresor que había obtenido. No obstante, el autor afirma que este beneficio lo alcanzó “por haber aprendido a escribir” (Franklin, 1963. p. 92).
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propiedad a la sala de reuniones para formar una biblioteca y, considerando las dificultades de acceso al libro, poder beneficiarse con el intercambio de los textos. Esta experiencia trajo aparejadas importantes consecuencias en el ámbito comunitario, tal como lo expresa el autor: Tuve, entonces, mi primera iniciativa pública: la de formar una biblioteca por suscriptores. Bosquejé los propósitos que perseguíamos, nuestro gran escribano, Brockden, les dio forma, y con ayuda de mis amigos y de ‘La Cábala’, conseguimos 50 suscriptores, cuya contribución inicial fue de 40 chelines cada uno, y una contribución ulterior de diez chelines anuales (…). Más tarde obtuvimos una cédula para aumentar hasta cien el número de los miembros: esta fue la madre de todas las bibliotecas de Norteamérica, mediante suscripciones que han llegado a ser tan populares (...). Estas bibliotecas han contribuido a mejorar el grado de cultura general de los norteamericanos, afinando su conversación, logrando que las gentes comunes de la ciudad y del campo, como los comerciantes y los agricultores, lleguen a ser tan ilustrados como la mayoría de los caballeros de otros países, y tal vez también contribuyeron de alguna manera a integrar la resistencia colectiva de las colonias para hacer valer sus derechos (Franklin, 1963. pp. 97-98. Las cursivas son nuestras).
En la Autobiografía de Franklin, ese es el origen de todas las bibliotecas asociacionistas norteamericanas y, en particular, de la Biblioteca de Filadelfia. 35 El dispositivo fundacional expuesto no es exclusivo de las bibliotecas. Al recorrer la obra se puede reconocer una variada gama de emprendimientos, como la creación de un hospital, la formación de un cuerpo de bomberos o el establecimiento de una academia de estudio que son concebidos a partir de mecanismos organizativos semejantes. El procedimiento comienza con una iniciativa del ámbito privado en respuesta a los problemas que la administración colonial deja sin resolver. El segundo paso supone hacer que la cuestión tome estado público: la circulación de los papeles sueltos, los folletos y las notas en el periódico son los medios a los que recurre Franklin.36 Luego se elabora la propuesta y se solicita a los ciudadanos una 35
Tanto Sabor Riera (1975, v., pp. 40-41) como Escolar Sobrino (1990, pp. 345-355) atribuyen la idea de Franklin a su paso por Inglaterra, donde ya funcionaban los clubes de lectura y otras asociaciones con fines similares, a saber, comprar libros en forma cooperativa y hacerlos circular entre sus miembros. 36 De esta forma se refiere Franklin a la gravitación de un folleto como medio de instalar públicamente un debate: “Lo distribuí gratuitamente entre los habitantes principales, y cuando consideré que ya sus espíritus habían sido bien trabajados por la lectura cuidadosa del escrito, lancé una suscripción para abrir y sostener una academia” (Franklin, 1963, p. 155. Las cursivas son nuestras). En otra ocasión, al referirse a la organización de un hospital, dice: “preparé la opinión pública como de costumbre, escribiendo en el periódico sobre el particular” (Ibíd. p. 161).
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suscripción inicial y una cuota anual para solventar los gastos. Por último, dependiendo de la suerte que haya corrido el proyecto, la legislatura reglamenta su funcionamiento y el gobierno responde por su financiamiento. De esta forma, las instituciones en manos de la sociedad civil pasan a formar parte de la administración pública. Se sabe: la presencia de la Autobiografía en Sarmiento es evidente. Si la obra de Franklin brinda una lección sobre la manera de crear bibliotecas comunitarias sin fines de lucro y al margen del gobierno, el artículo de nuestro autor es una muestra de aprendizaje de aquella lección. La sutil sugerencia de formar bibliotecas para “cada aldea, villa o ciudad” no es una acción que se reclame (en principio) al Estado, sino a las personas privadas en su carácter de público. El sentido filantrópico de la acción prima en ese llamado. Sin embargo, al regresar a Chile luego de su primer viaje por Estados Unidos, el acento puesto en el ámbito privado de las bibliotecas populares se traslada al poder público. Un testimonio esclarecedor se encuentra en la carta que Sarmiento le dirigió a Andrés Bello en septiembre de 1854 (Sarmiento, 1938. pp. 39-50). Al referirse a las bibliotecas, dice: “Desde luego deben ser una institución pública, dirigida bajo un sistema general. Todas las tentativas que individuos particulares hicieren para fundarlas o mantenerlas, serían abortivas” (Ibíd. p. 40). En consecuencia, las iniciativas del “buen espíritu” no son suficientes para formar bibliotecas. La ausencia de un plan metódico implica reconocer el predominio del azar, en otras palabras, la imposibilidad de crear una amplia red de instituciones de lectura. En el análisis de Sarmiento, este problema alcanza notoriedad cuando se cruzan los límites de la gran ciudad, del género masculino y de las clases pudientes. Cómo atravesar estos límites es la exigencia que se impone en el diseño de una estrategia que asegure la instrucción. La respuesta es de carácter estructural: “Es el Estado, pues, quién debe encargarse de abrir canales a la difusión de las luces a todos los extremos de la República” (Ibíd. p. 41). Ya se trate de la Argentina o de Chile, el arquetipo de las bibliotecas populares, como quedó dicho, provenía de la experiencia norteamericana. Pero el horizonte que podía proveer la Autobiografía de Franklin era, necesariamente, incompleto. Importar un sistema exigía un estudio pormenorizado de los aciertos y
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los fracasos ensayados en el extranjero. En este sentido, la composición del dispositivo legal aparece como una preocupación frecuente en los escritos de nuestro autor. Así, por ejemplo, en dos artículos publicados en 1853 en El Monitor de las Escuelas Primarias (Sarmiento, 1938, pp. 15-28), se describe el camino normativo recorrido por las bibliotecas de Nueva York hasta conseguir la adhesión de los lectores. En la primera prueba –explica Sarmiento- la legislatura neoyorquina reglamentó el funcionamiento de las instituciones, pero dejó la financiación a cargo de los usuarios. Tres años más tarde, al no prosperar el intento, se modificó el sistema de subvención: el Estado estimularía a las comunas con una suma de dinero inicial bajo la condición de que éstas reunieran igual cantidad; la recaudación final se destinaría a la compra de libros. El resultado positivo de la medida promovió la perpetuidad de la contribución pública mediante una nueva ley, sancionada en 1843. Para que el Estado garantice el acceso (más o menos igualitario) al libro para todos los ciudadanos, a pesar de los obstáculos que imponen la distancia, la precariedad de los sistemas de comunicación, las condiciones sociales y las marginaciones de género, indefectiblemente debe existir una estructura estatal sólida y extendida. En la Argentina, según expone Oscar Oszlak (1982), el proceso que da forma al Estado supuso el avance progresivo (aunque no lineal) del poder público nacional sobre las atribuciones y las funciones sociales que hasta entonces eran dominadas por diversas instituciones de carácter local, tanto públicas como privadas.37 La lenta multiplicación de los espacios de actuación del Estado se tradujo en la constitución de un complejo andamiaje de dominación 38 y en el desarrollo de un aparato burocrático y normativo que le diera entidad. La introducción de sistemas administrativos provenientes de Francia, Estados Unidos o Inglaterra se convirtió en una constante en el período de organización nacional definitivo (1861-1880). Esta 37
El proceso de formación del Estado Nacional no es ajeno al contexto internacional, especialmente al europeo, donde tenía lugar un poderoso movimiento que buscaba definir los territorios, homogeneizar culturalmente a sus habitantes y expandir las instituciones republicanas (Hobsbawm, 2007, pp. 93-108). 38 Oszlak analiza estas transformaciones a través de cuatro formas penetración del Estado nacional sobre las provincias: la primera, represiva, que significó la monopolización de la fuerza coercitiva en manos de un ejército nacional; la segunda, cooptativa, que consistió en la búsqueda de alianzas estratégicas entre la nación y los poderes locales; la tercera, material, cuya finalidad fue llevar obras y servicios a todo el territorio y dinamizar las economías regionales; por último, la penetración ideológica, que presupuso la consolidación del sentimiento de nacionalidad a través de la difusión de símbolos y de valores comunes (Oszlak, 1982, pp. 90-160).
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situación se reproduce, con sus matices característicos, en el ámbito de las bibliotecas populares a partir de septiembre de 1870, fecha en que se sanciona la ley Nº 419: “Ley de Protección a las Bibliotecas Populares”. El segundo viaje que Sarmiento realiza por Estados Unidos no modificó el modelo legal expuesto en las publicaciones de 1853. Esto queda manifestado en el mensaje que él y Nicolás Avellaneda enviaron al Congreso para el tratamiento del proyecto de ley, en la ley misma, y en el decreto reglamentario que le da cumplimiento. Veamos el contenido de los textos. El discurso elevado al Congreso se funda sobre la articulación de dos temas trabajados por Sarmiento en sus estudios: por una parte, las dificultades que tienen los lectores para acceder al libro (y otros materiales impresos); por otra, la necesidad de modelar las costumbres del pueblo mediante su progresiva inclusión en la cultura escrita. El sistema de bibliotecas que se propone como solución -se advierte en el mensaje- no es improvisado: “...se halla calcado sobre las bases que, recomendadas por Horacio Mann, fueron adaptadas en la mayor parte de los Estados de la Unión...” (Sarmiento, 1938, p. 239). Por el primer artículo de la ley se establece el auxilio del Tesoro Nacional a las bibliotecas en funcionamiento y a las que se organicen en el futuro. Mediante el segundo y el tercero se crea la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares, con las obligaciones de fomentar el desarrollo e inspeccionar las actividades de estas instituciones. El procedimiento asociacionista que prefiguran los artículos cuatro y cinco no está lejos de los que se pueden reconocer en la Autobiografía de Franklin: Art. 4°- Tan luego como se haya planteado una asociación con el objeto de establecer y sostener por medio de suscripciones una biblioteca popular, la comisión directiva de la misma podrá ocurrir a la comisión protectora, remitiéndole un ejemplar o copia de los estatutos y la cantidad de dinero que haya reunido, e indicándole los libros que desea adquirir con ella y con la parte que dará el tesoro nacional en virtud de esta ley. Art. 5°- La subvención que el Poder Ejecutivo asigne a cada biblioteca popular será igual a la suma que ésta remitiese a la comisión protectora, empleándose el total en la compra de libros, cuyo envío se hará por cuenta de la Nación (Ibíd. p. 240).
La primera observación se relaciona con la presencia de un componente regresivo en la constitución del mecanismo de asignación de los fondos públicos. El 40
texto señala que el acceso al subsidio queda limitado a la capacidad de recaudación de los asociados; por lo tanto, se concluye que aquellos que estén relegados económicamente sólo podrán obtener una subvención comparable a la de su pobreza, mientras quienes disfrutan de buenas posiciones están en condiciones de recibir ayudas más sustanciosas. Este aspecto, no menor desde el punto de vista igualitario, pasa a segundo plano si se piensan los artículos como el resultado de una labor de largo aliento. La ley expresa de manera implícita una búsqueda. Resulta claro que las funciones de la Comisión son el fomento y la inspección, no la creación. El Estado promociona, apoya y supervisa las bibliotecas, pero deja a cargo de los ciudadanos dos aspectos sustanciales: la fundación y la administración. Esta faceta es el origen de las vacilaciones de Sarmiento sobre la viabilidad del sistema: “El poder ejecutivo no duda que se encontrará un inconveniente para la propagación de las bibliotecas en el espíritu de nuestras poblaciones, desprovisto hasta hoy de iniciativa...” (Ibíd. p. 239. Las cursivas son nuestras). ¿Cuál es el espíritu del que habla Sarmiento? ¿Cómo se vincula con las bibliotecas populares? Debemos retornar, pues, a las ideas primigenias de “Espíritu de asociación”, a las iniciativas privadas en el espacio público. Al recuperar el texto de Franklin sobre la formación de una biblioteca por suscripciones se propuso restituir un fragmento literario clave para entender la trayectoria intelectual de Sarmiento sobre el tema. Pero en forma íntegra, Autobiografía es una guía de vida.39 Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, en el análisis del papel que desempeña el norteamericano en Recuerdos de Provincia, destacan su figura como el ideal biográfico del progreso y la civilización. Y al señalar el camino que Sarmiento pretende establecer por medio de Franklin, agregan: “Serán las virtudes públicas y entre éstas puede figurar la ambición o el afán de elevarse, si su ejercicio resulta beneficioso para la sociedad de los hombres. En otras palabras, los 39
El testimonio de Recuerdos de Provincia es clásico: “El segundo libro fue la Vida de Franklin y libro alguno me ha hecho más bien que éste (...). Yo me sentía Franklin; ¿y por qué no? Era yo pobrísimo como él, estudioso como él, y dándome maña y siguiendo sus huellas, podía un día llegar a formarme como él, ser doctor ad honorem como él, y hacerme un lugar en las letras y en la política americanas” (Sarmiento, 2001, pp. 143-144). En otro texto, menos conocido, Sarmiento dice: “...es este libro [la Vida de Franklin] el más popular de todas las literaturas; la lectura más edificante, más instructiva y curiosa; rueda sobre el más noble fenómeno que ha presentado la naturaleza humana, la biografía de un pobre impresor, que dio con su talento, su virtud estudiada y su asiduidad, un vuelco a las historia del mundo, nuevas bases a la moral...” (Sarmiento, 1948-1956, t 12, p. 246. Las cursivas son nuestras).
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valores laico-burgueses ocupan el lugar de las buenas ideas...” (Altamirano & Sarlo, 1997, p. 113). En la cita precedente, el sentido de la palabra “virtud” 40 es central. En primer lugar, porque ayuda a describir y a comprender el mensaje moralizante que Recuerdos y Autobiografía transmiten. En segundo término, porque nos remite al extenso y elaborado pasaje de la obra de Franklin referido a las virtudes que el autor se prometió seguir (templanza, silencio, orden, resolución, frugalidad, trabajo, sinceridad, justicia, moderación, limpieza, tranquilidad, castidad, humildad), al esfuerzo y la abnegación que exigieron su cumplimiento y a las satisfacciones personales y públicas que obtuvo.41 Sobre este punto, cabría recordar las críticas que Max Weber (1985) formuló sobre la interpretación puramente utilitarista de la moral de Franklin, según la cual la virtud, tal como se manifiesta en Autobiografía, sólo es importante en tanto y en cuanto otorgue beneficios. En la Ética protestante..., Franklin es el hombre que ejemplifica “el espíritu del capitalismo” (aunque no agote su concepto). Lo trascendente –explica Weber- es la ética que trasmite, es la forma de concebir la vida; el valor utilitario es sólo aparente. Finalmente, la significación de “virtud” implica un rasgo característico de los promotores que se esperan para las bibliotecas. Tomemos un caso. En La Educación Común de mayo de 1878 Sarmiento publica un artículo titulado “Biblioteca de San Fernando”, con la clara intención de mostrar el esfuerzo de su fundador, Juan Madero (Sarmiento, 1938, pp. 189-194).42 Hábil en el manejo del género biográfico, la sublimación del nombre
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“En su significación más generalmente aceptada, la virtud sigue siendo definida como la disposición o hábito de obrar conforme a la intención moral, disposición que no se mantiene sin lucha contra los obstáculos que se oponen a tal obrar; por eso la virtud es concebida también, uniendo ambos sentidos, como el ánimo y coraje de obrar bien o, según Kant decía, como la fortaleza moral en el cumplimiento del deber”. (Ferrater Mora, 1964, t. 2, p. 912). 41 Al reflexionar sobre las retribuciones que obtuvo de la práctica de la “virtud”, dice: “A la templanza le atribuye su buena salud no ininterrumpida, y lo que aún queda de una sólida constitución; al trabajo y a la frugalidad, la prontitud y la facilidad con que aprovechó las circunstancia y adquirió su fortuna, así como todo ese conocimiento que lo capacitó para convertirse en un ciudadano útil, obteniendo para él un cierto grado de reputación entre la gente instruida; a la sinceridad y la justicia, la confianza de su país y los honorables cargo que se le confirieron, y a l a influencia del conjunto de las virtudes, aún en el estado imperfecto que logró, debe esa uniformidad de carácter y esa jovialidad en la conversación, que hacen que su compañía continúe siendo buscada por agradable, y reconocida como tal aun por sus amigos más jóvenes” (Franklin, 1963, pp. 120-121). 42 Es importante señalar que en 1778, transcurridos dos años de la derogación de la Ley Nº 419, el movimiento que durante seis años había dado origen a más de 150 bibliotecas populares no sólo se había detenido, sino que la mayor parte de las que fueron fundadas en ese período comenzaban a cerrar sus puertas. Para 1894 quedaban 16 bibliotecas (Sabor Riera, 1975, v. 2, p. 48).
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“Madero” tiene potencia aleccionadora (aunque en verdad este apellido ya tenía una extensa trayectoria).43 La primera idea fuerte del texto se desliza a través de la cita al canon norteamericano de la educación popular. Sarmiento recurre a él para respaldar intelectualmente la noción de que toda acción del Estado en este tema es inútil si no hay “un vecino que agite, que promueva y dé impulso al espíritu público” (Ibíd. p. 189). Lentamente, el relato va constituyéndose como prueba de la veracidad de esta concepción. San Fernando –comenta- es un microcosmo de la Argentina; no hay nada de especial en esta ciudad de “tercera escala” que otras no tengan. No obstante, su fisonomía fue cambiando lentamente cuando Juan Madero se instaló en ella en 1871. Sarmiento no exagera los méritos de Madero en la transformación de San Fernando; a él no sólo se le atribuye la fundación de la biblioteca, del museo y de una escuela de música, sino también las iniciativas para construir el edificio de la municipalidad y de la parroquia (hoy se lo llama el Patriarca de San Fernando). Luego de una colorida descripción de la ciudad y sus formas de sociabilidad típicamente burguesas (las calles, las plazas, la arquitectura, el museo, la solidaridad de su gente, los bailes y los conciertos...), Sarmiento dedica un brevísimo párrafo a la biblioteca. Allí destaca la significativa circulación de libros entre los lectores (domiciliario e in situ), a pesar de la modesta colección que aún ostenta la institución. Este “prodigio”, como gusta calificarlo, es la obra de Madero. La invitación a seguir el ejemplo es una consecuencia previsible. El motivo que dispara y abre la intervención de Sarmiento fue la “lectura pública” dada por Madero sobre el funcionamiento de la biblioteca. La dinámica misma de la actividad despierta algunas fantasías en el sanjuanino. Ya en 1849, en la Educación Popular (1989, pp. 424-425), había observado “de paso” el éxito de las “lecturas” en Inglaterra y en Estados Unidos. En esa oportunidad las definió como un método de enseñanza popular que consistía en exposiciones orales públicas sobre un tema particular; con especial interés para la difusión de asuntos
científicos,
artísticos o de entretenimiento. Sarmiento ocupa la mitad del artículo sobre San Fernando con la descripción de una variante de esta modalidad: las “lecturas experimentales”. Se trata de poner al público frente a las concluyentes 43
Sobre la vida de Juan M. Madero, véase Héctor Cordero (1955).
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demostraciones de las ciencias físicas y químicas. El ejemplo más sobresaliente es el trabajo de Pasteur en la célebre discusión sobre la generación espontánea. La fascinación cientificista en el relato es intensa. Ya se trate del discurso tradicional o del espectáculo científico de la verificación, la “lectura” en la biblioteca, además de la transmisión de saberes que representa, refuerza un vínculo social y cultural preexistente. Sin duda, fundar una biblioteca, en la forma que sugiere Sarmiento, no sólo significa crear un espacio para el préstamo de libros; supone, en principio, una organización vecinal básica: proponer la idea, buscar adeptos, participar de la recaudación inicial, debatir los estatutos y los reglamentos, escoger un lugar físico y amoblarlo, asignar responsabilidades, armar la lista de los libros que desean adquirir, etc. Y mientras se articulan todos estos procedimientos, el Estado está ausente. Si, por un lado, este mecanismo pretende consolidar el sentimiento de pertenencia comunitaria bajo la estimulación discursiva de emprendimientos culturales comunes; por otro, esta circunstancia evidencia la aún precaria estructura estatal de la Argentina hacia 1870, incapaz de asegurar, por si misma, la institucionalización del libro y de la lectura en una población cuyas costumbres y familiaridad con la cultura escrita está lejos, por ejemplo, de parecerse a la norteamericana. Este y otros datos son sensibles para comprender los riesgos que debió aceptar Sarmiento al importar un sistema como el de la ley Nº 419. Pensemos si no en el proceso de formación de las bibliotecas populares que por la misma época tenía lugar en Francia. Anne-Marie Chartier y Jean Hébrard (1994, pp. 115-116) destacan tres diferencias esenciales entre Francia y Estados Unidos que dificultaron el desarrollo de estas instituciones en el país galo. En primer lugar, la ausencia de sociedades filantrópicas y de mecenas privados que contribuyeran materialmente con el Estado. En segundo orden, la gran concentración rural de la población francesa de finales de siglo XIX obstaculizaba el desarrollo de este tipo emprendimientos, distintivos de la actividad propia de la ciudad. Por último, la Tercera República (período que toman los autores como punto de partida) había heredado un completo sistema escolar, pero nada en materia de bibliotecas. En los Estados Unidos, el modelo de bibliotecas populares era natural; fuera de él, su realización requería un esfuerzo.
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Las dificultades del contexto argentino son borradas por Sarmiento en el argumento que esgrime en la comunicación al Congreso: “...es necesario ponerse a la obra, pensando que el tiempo transcurrido en la omisión agrava y consolida los obstáculos...” (Sarmiento, 1938, p. 239) (La frase es el complemento final de aquél párrafo en el que mostraba su desconfianza por la falta de iniciativa “en el espíritu de nuestra poblaciones”). Ese “ponerse a la obra” significa dar un segundo medio esfuerzo, después del primero hecho por los ciudadanos. Revisemos, para concluir, las atribuciones de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares según la delimitación que estipula el decreto reglamentario de la ley Nº 419. Además de las funciones establecidas en los artículos cuatro y cinco de la ley, la Comisión tenía a su cargo el fomento y la inspección. La primera de las tareas lleva el inconfundible sello de nuestro autor: “Formular e imprimir periódicamente catálogos con los precios de los libros útiles que existan en las librerías...” (Ibíd. p. 242). Esta información debía enviarse con la ley de bibliotecas, el decreto, los modelos de reglamentos y otros textos “conducentes a estimular el espíritu público” en todo el país. Los puntos de recepción autorizados serían las municipalidades, los maestros de las escuelas y los rectores de los colegios nacionales. En lo referente a la inspección, se plantea que el Estado conozca con detalle estadístico el desarrollo de estas instituciones, no sólo a nivel presupuestario (los fondos aportados por los asociados y a los restituidos por el gobierno), sino también al movimiento específico de la biblioteca (“con sujeción a las planillas impresas de que la Comisión deberá proveerla” [Ibíd. p. 242]). Este tipo de seguimiento (conocer los libros que se compran, saber sobre su circulación, etc.) promueve discusiones. Si volvemos al ejemplo francés, Chartier y Hébrard (1994, p. 119-122) nos hablan de la biblioteca como un “dispositivo de controlar las lecturas populares”; control que por supuesto no está exento de encuadramientos ideológicos y de la consecuente guía en la elección de los libros. El discurso que sustenta la estrategia de Sarmiento para formar bibliotecas está lejos de seguir una lógica semejante. No obstante, la comparación estimula una pregunta: ¿qué libros para bibliotecas populares?
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II. Para un catálogo atractivo: libros y políticas editoriales
Al revisar la obra de Sarmiento sobre bibliotecas populares, Sabor Riera (1975, v. 2, p. 43) constata que el sanjuanino se ocupó más del libro que de las propias bibliotecas. Efectivamente, en el conjunto de escritos que analizamos se puede apreciar el despliegue de una nítida visión sobre la posición del libro en Latinoamérica, particularmente en Chile y en Argentina. Bernardo Subercaseaux (2000), en Historia del libro en Chile (Alma y Cuerpo),
específicamente en el
capítulo II (“Cultura liberal: formación de una sociedad lectora”), formuló una interesante y convincente tesis sobre el tema: Sarmiento, como ningún otro pensador del período 1840-80, percibió el carácter dual del libro y las complejas relaciones entre su valor de uso y su valor de cambio; entre su valor socio cultural (como vehículo de conocimiento, de ideas, y de educación) y su dimensión económica (como objeto que se fabrica, se vende, se exporta, se importa y se consume [Ibíd. p. 63]. 44 El autor trasandino sustenta su trabajo en una elaborada selección de artículos y en el desarrollo de una sólida síntesis de la mirada de Sarmiento sobre el libro. En este apartado tomaremos como referencia el itinerario propuesto por Subercaseaux, intentando profundizar en los puntos pertinentes a nuestro interés. En “Biblioteca Americana” (Sarmiento, 1948-1956, t. 12, pp. 239-243), artículo publicado en La Crónica de 1849, Sarmiento señala tres tipos de textos que pueden ser adquiridos con facilidad en el mercado chileno: los tratados de educación, sustentados por un aparato educativo en continuo desarrollo; las novelas y los diarios, favorecidos por un lectorado que comienza a consolidarse transcurrida la primera mitad del siglo XIX, y, finalmente, las publicaciones financiadas por el Estado.45 En párrafo aparte el autor destaca una cuarta categoría: los libros del saber europeo. Recurrentemente Sarmiento se refiere a ellos como libros “útiles”, caracterizando así una muy variada gama de textos. Esencialmente es una 44
En La Mujer romántica..., Graciela Batticuore (2005) retoma esta propuesta y destaca su valor. Una digresión. Sarmiento no se ocupa con profundidad del libro religioso (sustentado en la época por la Iglesia Católica y un público lector considerable). Sin embargo, su producción y circulación le merecen dos consideraciones: por una parte, la relación entre la calidad del objeto libro (encuadernación, papel, tipografía, etc.) y la amplitud del mercado; por otra, la utilidad pedagógica de los textos, que más allá de sus temas, enseñan a leer y mantienen el habito de la lectura (Subercaseaux, 2000). 45
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taxonomía que excluye a las novelas, a los textos religiosos y a los manuales escolares. Un desglose tentativo de los géneros que abarca esta clase estaría comprendido por las obras biográficas y de viajes, los ensayos filosóficos, políticos e históricos, y los trabajos de divulgación científica y técnica (física, química, agronomía, etc.). Esta biblioteca está fuera del mercado. Su introducción requiere, en el análisis del sanjuanino, una prolongada tarea de traducción. Mediante la cita textual, Subercaseaux muestra la forma en que Sarmiento percibió las dificultades en la circulación del libro “útil”, ya se trate de las versiones originales o de las traducciones. El escaso público lector era el factor determinante en ese diagnóstico, además de ser la causa de la baja calidad y del alto precio del libro (Subercaseaux, 2000, pp. 55-57). 46 Aunque jaqueados comercialmente por las mismas razones, en rigor, la traducción y el original no son pensados de la misma manera por el escritor argentino. El capítulo “Los libros” de Educación Común (de 1853) y la advertencia a la edición castellana de Exposición de los descubrimientos modernos (de 1854) son dos testimonios tangibles. En “Los libros” hay un énfasis especialmente puesto en analizar la herencia hispánica como la principal responsable de la fragilidad del libro (“cuerpo y alma”) en América. La primera apreciación es sobre el idioma: ¿Tenemos los libros necesarios en nuestro idioma para comunicar a los que lo hablan los conocimientos humanos? ¿Tiénenlos otros idiomas? Sí: el inglés, el francés, el alemán, tienen todos los libros que transmiten el saber, y sólo el español carece de ellos. Estamos, pues, inhabilitados, a causa del idioma que hablamos, para difundir los conocimientos que quienes los poseen entre nosotros toman de libros de otros idiomas (Sarmiento, 1938, p. 52). La objeción a la lengua se desplaza en dos sentidos: de un lado, se destaca la marginalidad de la producción intelectual en castellano; de otro, se protesta contra la apropiación elitista del conocimiento que este fenómeno supone.
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En “Biblioteca Americana”, Sarmiento lo expresa de esta forma (el fragmento es citado por Subercaseaux): “[los libros que trae el comercio europeo] O están en extraño idioma, y entonces son el patrimonio de unos cuantos, o vienen traducidos al castellano, y entonces adolecen de los mismos defectos que los nuestros, porque el librero de París o de Barcelona, consulta en la impresión la seguridad de vender sus productos, por lo que allá como aquí huyen las imprentas de dar a luz obra seria ninguna. Treinta ediciones se han hecho en español de los Misterios de París, y no sabemos que se haya hecho una sola de la De Democracia de Tocqueville (...) Así, pues, el pensamiento español está encerrado en su propia pobreza...” (Sarmiento, 1948-1956, t. 12, p. 241).
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Ambas consecuencias se constatan, para Sarmiento, en la pobreza del catálogo que reúne los libros del idioma. Se sabe: la crítica sarmientina del legado español no se detiene en estos aspectos. En su estudio sobre el tema, Hugo Biagini (1989: 61-82) sintetiza los temas centrales por los que transita dicha crítica (además del idioma): cultura general, caracterología del ser español, literatura, artes plásticas y arquitectura, humanidades, ciencias, educación, producción libresca, sistema político-económico, religión y geografía. Con mayor o menor intensidad estas cuestiones reaparecen en el argumento de “Los libros”. Es decir, los antecedentes a los que apela Sarmiento para señalar la necesidad de trabajar sobre un proyecto de traducción que incorpore el saber europeo al americano y que dinamice la industria y el comercio del libro (sobre el final del texto se esbozan brevemente los lineamientos editoriales con base estatal) se sitúan en el marco de una reflexión histórico-cultural sobre el origen y las formas deseables de mediar hacia el progreso, hacia una identidad propia. Hay un pasaje en “Los libros” que funciona como punto de inflexión para escindir entre “nosotros” y “ellos”: “De este tronco [España] nos hemos desprendido nosotros, y nuestra tarea, so pena de sucumbir (...), es dotar al español de libros...” (Sarmiento, 1938, p. 59). La publicación en español de Exposición de los descubrimientos modernos puede leerse como una manifestación fáctica de las proyecciones expuestas en “Los libros”. Sarmiento traduce y adapta el texto del francés Figuier con el propósito de formar una colección de libros “útiles”. El objetivo del emprendimiento se enmarca en el esquema dual propuesto por Subercaseaux: por un lado, se intenta contribuir a satisfacer una necesidad de instrucción (en el sentido que Sarmiento le da al término); por otro, inaugurar una serie temática de obras supone dar presencia material a una clase de libros habitualmente relegada por el mercado. Roger Chartier (2000) ha llamado la atención sobre la participación de las formas de lo escrito en la construcción de sentidos de los textos. 47 Esta propuesta conceptual redimensiona el campo de acción editorial; lo vuelve clave para 47
Tomamos como referencia el texto de la conferencia de 1997 titulada “La mediación editorial”. En rigor, la propuesta teórica (y sus implicancias metodológicas) que recobramos fue expresada por Chartier en diversas intervenciones. Para un estado de la cuestión crítico de los trabajos del autor francés, véase: “La renovación de la historia del libro: la propuesta de Roger Chartier” (Acha, 2000).
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comprender las trayectorias culturales. Ahora nos interesa destacar los tipos de mediaciones editoriales que operaron sobre la versión de Exposición de los descubrimientos modernos preparada por Sarmiento para los talleres de impresión de Julio Belín y Cía. Traducción y adaptación son dos nociones polémicas, y al parecer, indisociables para comprender el trabajo realizado: La obra de M. Figuier está en dos volúmenes, lo que traspasaba los límites que para uno solo nos habíamos propuesto. Hemos necesitado, pues, para abreviarla, sin alterar el texto, a más de apretar los tipos y economizar blancos, descartarla de notas explicativas y documentos, como asimismo de detalles minuciosos de menos interés para el lector americano, o bien de antecedentes eruditos que ni ponen ni quitan al fondo del asunto. Con esto y con atenuar de vez en cuando las razones que justifican que tal descubrimiento es francés de origen, contra las pretensiones de ingleses o alemanes, no obstante la imparcialidad del autor, nuestro trabajo se ha limitado a comprender bien la mente de aquel, para poner al alcance del lector nuestro sus conceptos, y poco felices habremos andado si no lo hemos conseguido. (Sarmiento, 1948-1956, t. 12, p. 225). Previsiblemente; “La huella de los editores” es una guía (Chartier, 1999, pp. 164-167). Podemos distinguir tres criterios de intervención sobre el texto del escritor francés. Por una parte, se ubican las estrategias que modifican los dispositivos formales o materiales (los tipos, el interlineado, el volumen). Lejos de las aspiraciones estéticas, las necesidades económicas sirven para justificar hasta los cambios más groseros. Por otro lado, el recorte de las notas, de las explicaciones “minuciosas”, de los documentos ampliatorios y de las discusiones eruditas sugiere, más allá de las razones especulativas que pesan en los costos de producción, una tarea de adaptación que procura agilizar la lectura del texto. En un sentido amplio, esta operación muestra la significación dada al diseño de un lectorado. La última intervención es netamente intelectual; nos referimos a las “atenuaciones” que actúan sobre las atribuciones de autoridad de los descubrimientos. La diferencia entre la eliminación de fragmentos (que también es una manera de formar lecturas) y esta corrección de contenido está dada por la manifestación explícita del objetivo que fundamenta la acción. Con este conjunto de transformaciones formales y reelaboraciones textuales, ¿cómo entender el desempeño de Sarmiento como traductor? Aquí, más 49
que pensar en el clásico ensayo de Walter Benjamin (1967), volveremos a los análisis de Sylvia Molloy. Esto tiene una razón precisa: si bien la traducción resulta central en los artículos en que nuestro autor traza los lineamientos de un programa editorial para promover la instrucción e incentivar el comercio del libro, el trabajo del traductor no se pone en escena.48 Cuando Molloy (1996) analiza la noción de traducción en Sarmiento (la que se manifiesta en Mi defensa, en Recuerdos de Provincia y en la interpretación libre del epígrafe que inaugura Facundo), la destaca como una actividad despojada de compromisos éticos por conservar la fidelidad del original. El eje es el sentido, aunque su apropiación resulte heterodoxa. 49 La esencia de este modelo prevalece en el propósito de traducción que nuestro autor dice haber seguido con la obra de Figuier: “nuestro trabajo se ha limitado a comprender bien la mente de aquél, para poner al alcance del lector nuestro sus conceptos” (Sarmiento, 1948-1956, t.12, pp. 225. Las cursivas son nuestras). (Está claro que la frase “sin alterar el texto” que se sugiere en el fragmento citado más arriba es anecdótica). Comprender bien es extraer conceptos (y ninguna otra cosa Sarmiento podría haber volcado en un sólo volumen); reunirlos y ordenarlos en un nuevo texto es “vaciar” al español los conocimientos que otras lenguas acumulan (Ibíd.: 226). Este es el objetivo fundacional del proyecto. De las reiteradas ideas editoriales que Sarmiento escribió, 50 nos interesa trabajar con “Instrucciones sobre educación”. Subercaseaux señala (en nota al pie) que este texto fue escrito, “probablemente”, en 1869. Sin embargo, se puede observar que, si bien pudo ser prefigurado en esa fecha, fue decididamente reformulado, o al menos actualizado, hacia al momento de su publicación. La información que se expone sobre la evolución de las bibliotecas populares en la Argentina pertenece al año 1874. Esto lo muestra, entre otras referencias, la 48
Contraste interesante se puede apreciar en Martí, cuya preocupación por lograr una buena traducción del texto de Hugo lo lleva a reflexionar sobre su tarea (Colombi, 2004). 49 Sobre la traducción de la frase que Sarmiento emplea como epígrafe en Facundo, Molloy señala: “La adapta con brutalidad, mediante una traducción deliberadamente interpretativa (...) Dando una vuelta de tuerca a la traducción libre de Sarmiento, podría decirse: de los autores se prescinde, de la literatura no” (Molloy, 1996, p. 47). 50 En “Una biblioteca para San Juan” (Sarmiento, 1938, p. 82-94) se exponen con nitidez los lineamientos de un proyecto editorial asociacionista de participación privada. Allí Sarmiento describe el sistema de cooperación ideal y el funcionamiento burocrático de la organización (compuesta al efecto por un Presidente Ejecutivo y siete comisiones especiales: “Redacción”, “Recaudación”, “Propagación”, “Correspondencia con otras sociedades”, “Traducción, “Arbitrios y transacciones” e “Impresión”).
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coincidencia existente entre el número de bibliotecas a las que se refiere autor, más de 150, y las que se registran para ese año en la Memoria del Ministerio de Instrucción Pública, un total de 156. 51 El detalle cuantitativo no es irrelevante: el plan de acción asociativo que se pone a consideración de los gobiernos de la América hispanohablante, a través de la intermediación diplomática de Luis L. Domínguez (Ministro Plenipotenciario argentino en Perú), lleva como respaldo la experiencia de las bibliotecas fomentadas por el Estado nacional a partir de 1870. Tras las breves palabras introductorias que destacan el valor de la instrucción, los primeros párrafos del artículo citado explican los mecanismos organizativos y los resultados promovidos por el sistema bibliotecario implementado en la Argentina. A continuación, se describe una propuesta complementaria para actualizar las colecciones de estas instituciones. Se trata de una gestión realizada por el gobierno que consistió en contactarse directamente con editores europeos y norteamericanos (Hachette y Appleton) para adquirir los libros que estos publicaban en castellano, evitando de esta manera los costos que supone la cadena de intermediarios, por una parte, y volviendo más favorables las condiciones de negociación, por otra. Para Sarmiento esta medida sólo podía ser una intervención aislada, “...porque es limitadísimo el numero de libros que se producen en español y limitada y circunscripta la de las traducciones que se hacen de los otros idiomas” (Sarmiento, 1938, p. 137). Analicemos la justificación de esta frase. En sus “Notas sobre el Facundo”, Ricardo Piglia (1980) manifiesta que para Sarmiento conocer es comparar. Esta manera de entender (y hacerse entender) mediante la construcción de analogías es la estrategia que sigue nuestro autor para mostrar la situación en la que se encuentra el comercio del libro; de un lado, Estados Unidos: un país donde la enorme masa poblacional y los altos niveles de escolarización han propiciado la formación de un amplio lectorado capaz de sostener una sólida industria del libro, que junto con la de Inglaterra, posicionan a la lengua inglesa en los primeros lugares de la producción libresca internacional. En el extremo opuesto, Hispanoamérica: una extensión territorial inasible, deshabitada y dividida en numerosos Estados. Todos comparten una lengua atrasada, la falta de lectores y la precariedad del mercado del libro. La pregunta es cómo superar los
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Tomamos el dato de Sabor Riera (1975, v. 2, p. 48)
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problemas que estos contrastes ponen al descubierto. En la respuesta está el programa. Sarmiento repite que en la Argentina fue posible fundar 150 bibliotecas populares (¡hasta en las “aldeas miserables”!) gracias al esfuerzo público y privado. Sin embargo –reflexiona-, esta cantidad no alcanzaría por sí sola para que el gobierno y los asociados puedan afrontar los gastos que demanda la edición de un libro nuevo, porque son tres mil ejemplares los que reclaman como garantía los impresores para poner en movimiento sus prensas. En consecuencia, la actualización de las colecciones queda sujeta a las limitadas existencias bibliográficas que el comercio ofrece. Pero la posición sería diferente si cada país de América pudiera tomar unos trescientos libros. Concretamente, el plan de cooperación –este es el término que utiliza- consiste en comprometer a los Estados interesados para que destinen una suma de dinero anual a este tipo adquisiciones, y a sugerir a los poderes legislativos respectivos la sanción de una ley que propicie la creación de bibliotecas populares en cada aldea o pueblo. La concreción del plan vendría a suplir las exigencias especulativas de los editores extranjeros (ansiosos por extender sus fronteras, pero renuentes al riesgo de una empresa deficitaria) sobre la base de una red continental de instituciones de lectura. 52 ¿Qué libros compraría esta cooperativa americana? Sarmiento percibe (tiene experiencia en esto) que la elección de los textos será un punto controversial. Por esta razón, en los párrafos finales del escrito se apresura a definir algunos criterios. Entre ellos, resulta sugestivo el siguiente: ...debemos humildemente reconocer que poco de general aceptación producirían nuestros propios autores americanos. Sería conveniente no tener en cuenta en el compromiso de cooperación las producciones literarias o de otro género de nuestras propias imprentas por razones de conveniencia recíproca, y a fin de evitar que degenere el esfuerzo en fomento de nuestra literatura, etc. (Sarmiento, 1938, p. 142. Las cursivas son nuestras).
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Así lo expresa Sarmiento: “Lo importante es que se dé, aunque sea artificialmente, por la acción gubernativa y por determinado tiempo, base segura de colocación a las producciones de la prensa con la creación de bibliotecas populares en toda la América y la dedicación de una suma considerable para su fomento” (Sarmiento, 1938, p. 144).
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¿Cómo comprender este fragmento? En principio debe considerarse este “no tener en cuenta” en el contexto del texto. Luego, hay que poner la frase en el marco general de una trayectoria discursiva. Aún aceptando esta propuesta, ¿de qué manera explicar que una iniciativa que asocia a los Estados de América para difundir libros se plantee evitar a sus propios autores e imprentas? Existe la posibilidad de recorrer el camino de las suspicacias: aludimos a la insistencia de Sarmiento en trabajar con Hachette.53 Una década más tarde es el propio sanjuanino quien refleja esta circunstancia al comentar que el proyecto fue parado por una Comisión del Congreso, que lo objetó porque “podía ser un negocio del Presidente...” (Sarmiento, 1938, p. 225). Pero especular sobre la existencia de intenciones espurias concluye, a falta de documentos probatorios, en el mismo lugar en el que comienza. Una alternativa de interpretación. ¿Cómo podrían eludirse los celos nacionalistas nacidos en el debate por la publicación de una obra o por el uso de una imprenta en particular? (Una hipótesis de conflicto: ¿Qué hacer con los autores que son refugiados por un gobierno y perseguidos por otro?). En este sentido, la idea de contratar editores extranjeros y hacer traducir escritores de otras lenguas borraría esta dificultad, aunque sea una salida cuestionable (sobre todo por su facilidad). Sarmiento daría esta respuesta: “Si el alemán produce anualmente ocho mil obras, y el castellano treinta o cuarenta hoy, ¿cuántas producirían en más con nuestro pobre estímulo? (Sarmiento, 1938, p. 142). Avancemos un poco más. El concepto de excluir las producciones americanas está presente cada vez que Sarmiento expone su proyecto de traducción, el polémico párrafo que trabajamos sólo lo pone en evidencia. Pero si se trata de crear condiciones materiales de existencia para avanzar hacia la profesionalización de los escritores, el punto de referencia debe ser la ampliación del lectorado. En un fragmento de “Los libros” el sanjuanino piensa esta relación a partir del caso norteamericano: “Los autores comienzan a ser remunerados en proporción a la masa enorme de lectores” (Ibíd. p. 63). Este gran público no sólo se atribuye al proceso de institucionalización de la educación; también es el resultado de una organización bibliotecaria que 53
En 1872, los editores franceses habían invitado al gobierno Argentino a participar, en calidad de cliente, de un proyecto que involucraba la traducción de dos colecciones, Biblioteca de las maravillas y Biblioteca de literatura popular. Véase: “Libros interesantes en español” (Sarmiento, 1938, pp. 128-134).
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facilita el acceso al libro; en otras palabras, al funcionamiento de las estrategias de instrucción. Aquí Sarmiento parece decir: los autores vendrán después, lo trascendente es formar lectores. Volvamos al interrogante sobre qué tipos de libros deberían escoger los Estados asociados. “¿Se hará la adquisición de novelas?” (Ibíd. p. 142). Subercaseaux (2000) sugiere que al promediar el siglo XIX Sarmiento era partícipe, en oposición a los sectores más conservadores de la cultura chilena, de incluir los diarios y las novelas-folletines en las colecciones de las bibliotecas (Ibíd. p. 57). “Nuestro pecado los folletines” (Sarmiento, 1948-1956, t. 2, pp. 320-323) o “Las novelas” (Ibíd. t. 45, pp. 150-154) son dos testigos de su opinión sobre el valor del género entre los lectores. Graciela Batticuore (2005) destaca que el conjunto de publicaciones que constituyen este discurso (desde las tempranas insinuaciones hasta las posteriores ratificaciones) forman una verdadera apología de las novelas. 54 En “Instrucciones sobre educación”, como en aquellos textos, los objetivos de esta defensa se encuadran en los marcos de un pensamiento pragmático. 55 En este caso, Sarmiento puntualiza sus críticas sobre las prevenciones moralistas, destacando que la lectura de novelas, por abyecta que resulte, “pervierte menos” que la calle. Por otro lado, agrega: “Los gobiernos, por lo demás, no son tutores de los individuos, ni médicos morales, para prescribir alimentos para el alma...” (Sarmiento, 1938, p. 143). En el criterio que cierra la imaginaria guía para la selección de textos, Sarmiento vuelve mostrar sus preferencias por el “libro útil”. En esta oportunidad no se detiene a detallar las virtudes instructivas (que por momentos parecen obsesionarlo) o las dificultades materiales de circulación que hacen necesaria su introducción a través de la ayuda estatal. Esta vez limita el comentario –algo ligero si se quiere- a señalar que el lector europeo se aleja de la “frívola novela” para buscar conocimientos “sólidos", como los que puede encontrar en las obras de Figuier, en los viajes de Livingston o en “las interesantísimas imposibles ficciones de Verne” (Ibíd. p. 143). El recorrido por un plan de cooperación editorial americana para proveer de libros a las bibliotecas populares descubre las pautas que van perfilando las 54
Para una ampliación sobre cómo Sarmiento entiende la función de las novelas, y en especial, en el contexto chileno, véase: Subercaseaux (2000), Poblete (2003) y Batticuore (2005). 55 Batticuore sintetiza los objetivos de este pragmatismo señalando que la novela, para Sarmiento, contribuye “a expandir el mercado y la industria del libro, a estimular autores, a crear lectores y a influenciarlos benignamente” (Batticuore, 2005, p. 88).
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características de las colecciones. Para concluir este apartado, insistiremos en los criterios de selección que maneja Sarmiento, pero esta vez desde un artículo cuyo lector implícito es el bibliotecario. “El arte de manejar bibliotecas” (publicado en la Educación Común en 1877) es un texto breve y práctico. Su finalidad es dar recomendaciones y herramientas sencillas para concretar una buena administración institucional. La primera sugerencia que aparece con firmeza es la de situar la biblioteca en su espacio de influencia cultural. Esto se traduce en una identificación de los lectores con las lecturas: No está aguardando [la biblioteca] que vengan a visitarla estudiantes y gentes de letras, sino que debe atraer lectores que buscan divertirse, descansar o instruirse. No es lo ya sabido, sino lo nuevo y más fresco que deben suministrar: tanto ha de tener de instructivo como de popular; y no sólo luces debe suministrar sino también entretenimiento; y mientras no cierra sus puertas a los pocos instruidos, debe atraer a los muchos, aún a los ignorantes, los frívolos y los sin seso (Sarmiento, 1938: 167).
Dos comentarios. Primero: la actualidad (“lo nuevo y más fresco”) del material es una preocupación que está presente en cada intervención. La noción de novedad tiene dos fuertes vinculaciones con las bibliotecas: por una parte, se ve como un elemento que indudablemente estimula la concurrencia de público; por otra, implica el diseño de un lector identificado (a la vez que caracterizado) por su interés con los temas vigentes en la esfera pública (de allí también se explica la inclusión de los diarios en los acervos). Segundo: la relación lector-texto que se expresa en la cita precedente deriva en una especificación más concreta de la dirección y el equilibrio que deben tener los fondos bibliográficos. No “elegir libros demasiado serios de profundo saber” (ibíd. p. 167) es una advertencia que el bibliotecario sólo deberá tener en cuenta para una etapa fundacional. Hay que comenzar, dice Sarmiento, por lo que al común de los lectores les gusta: las novelas (fuentes de “entretenimiento y excitación” en los jóvenes, de “solaz y placer” en los trabajadores). Es importante mostrar que el goce como fin en sí de la lectura de novelas, que aparece sin duda insinuado, no termina de materializarse. Los elementos pragmáticos-pedagógicos continúan sesgando la mirada del sanjuanino: 55
El lector mejora el gusto. Si no fuera así, no sería el leer una práctica eminentemente útil (...) los que principian por novelas frívolas o historietas semanales, acaban siempre por reclamar historias más sustanciales: después verdaderas narraciones o viajes de aventuras, de biografías o de historias, y más tarde ensayos sobre ciencias popularizadas, y así en adelante (Ibíd. p. 168). Este matiz en la concepción del lector y la lectura no es único en la época. Chartier y Hébrard (1994) restituyen el testimonio del Barón Watteville, Presidente de la comisión de bibliotecas escolares de Francia, que en 1877 se pronunció, con el mismo discurso al que apela nuestro autor, contra un congreso de bibliotecarios que pretendía condenar la lectura de novelas. 56 El Barón, advierten los investigadores, no pierde de vista el papel educativo y moralizante de las bibliotecas al hacer pública su postura, “...pero sabe que el porvenir de esas instituciones depende de la calidad y de la atracción del fondo bibliográfico que se propone a los lectores” (Ibíd. p. 131. Las cursivas son nuestras). Análoga perspectiva es la que defiende Sarmiento: Si los que no están en estado de hacer uso de otra clase de lecturas que novelas, historietas, no tienen de donde proveérselas, no leerán de ninguna manera, ni eso, ni mejor, lo que es mil veces peor; y excluir de una biblioteca pública tales libros es reducir a la cuarta parte su uso... (Sarmiento, 1938, p. 168). Finalmente, entre las novelas y los “libros útiles”, Sarmiento completa las estanterías de las bibliotecas populares con obras de referencia (diccionarios, enciclopedias, atlas y cronologías) y con publicaciones periódicas (magazines y divulgación científica). En un sentido global, su catálogo es plural y moderno.
Epílogo
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Estas son las palabras de Watteville: “La regla constante, señores, es las siguiente. Cuando se funda una biblioteca, se leen primero las novelas, luego las narraciones de viajes, luego las obras de historia. Cuando se han agotado las obras de esta categoría, se puede decir que el gusto de la lectura ha sido inculcado a los habitantes. Las novelas son la carnada y los anzuelos con que se atrae y se atrapa a los lectores” (Citado por Chartier y Hébrard, 1994, p. 130).
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Hemos llegado al final de esta tesis luego de haber analizado los aspectos centrales del proyecto sarmientino sobre bibliotecas populares. Para cerrar este trabajo quisiéramos mencionar someramente algunas experiencias y exponer las consecuencias que Sarmiento recogió de la puesta en práctica de su proyecto bibliotecario. Al mismo tiempo querría sugerir cómo estos aspectos pueden abrir, junto con los problemas abordados en los capítulos primero y segundo, otras posibles líneas de investigación. Hemos visto la manera en que Sarmiento sitúa las prerrogativas del Estado en la difusión y en el funcionamiento de las bibliotecas populares. En este estudio dejamos de lado intencionalmente una importante cantidad de testimonios acerca de la forma en que el sanjuanino reflexiona sobre el proceso de implementación de su propuesta, cristalizada esencialmente en la ley 419. 57 Sin apartarnos del límite que nos hemos impuesto al trabajar con la producción sarmientina, la revisión de esos fragmentos textuales puede brindarnos algunos indicios para salir por un momento del análisis puntual del proyecto y avanzar sobre su devenir. En 1883, nuestro autor pronuncia una conferencia titulada “Lectura sobre bibliotecas populares” (Sarmiento, 1938, pp. 195-229). El texto resultante condensa sus ideas más destacadas sobre las bibliotecas y los libros, pero también puede leerse como una reflexión sobre su trayectoria en el tema. En un amargo pasaje -abiertamente subtitulado “Tentativas frustradas”-, Sarmiento describe una disputa sostenida entre la Comisión de Bibliotecas Populares y el Poder Ejecutivo Nacional cuando, por iniciativa de este último, se intentó actualizar el material de las bibliotecas mediante la distribución de libros importados de las imprentas europeas. 58 El eje del conflicto era legal: ....el presidente de la Comisión de Fomento de las Bibliotecas (...) objetó que la ley de bibliotecas se oponía a tal introducción de libros, por cuanto era facultad de cada bibliotecario pedir los libros, y obligación de la Comisión proveérlos (Sarmiento, 1938, pp. 222-223)
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Los escritos sobre bibliotecas que Sarmiento elabora desde su definitivo retorno a la Argentina hacen alusión, aunque no de manera sistemática, a las dificultades encontradas Chile. Si bien en este apartado no nos ocuparemos del tema, recomendamos al respecto el análisis propuesto por Bernardo Subercaseaux (2000) en el capítulo segundo de Historia del libro en chile (alma y cuerpo): “Cultura liberal, la formación de una sociedad lectora”. 58 Véase “Instrucciones sobre educación” (Sarmiento, 1938, pp. 135-145).
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Dos aclaraciones pertinentes sobre la ley 419. Primero: recordemos que el artículo cuarto establecía que la selección de libros quedaba a cargo de los asociados.59 Segundo: el artículo sexto del decreto que la reglamenta (firmado por Sarmiento y Avellaneda) indica que “todas las publicaciones oficiales y los libros útiles que adquiera el Gobierno, serán remitidos puntualmente a las bibliotecas populares...” (Ibíd. p. 243). El contrasentido es claro. Desde la lectura de los hechos realizada en 1883, Sarmiento considera una “monstruosidad” la interpretación de la Comisión, que entendía que los bibliotecarios eran los únicos que podían escoger la totalidad de los libros. Para el sanjuanino, era lícito que el Gobierno participara en la composición de los fondos bibliográficos, puesto que asumía parte de su costo. En 1876 nuestro autor defiende en el parlamento la derogación de la ley 419.60 Su discurso revela sutilmente el descuido cometido en la redacción del texto legal: Aprovecho esta ocasión, señor presidente, para decir que conviene la supresión de la Comisión Protectora de las Bibliotecas Populares. A mi juicio, esta comisión no responde bien al encargo que tiene, por la mala inteligencia, acaso por palabras descuidadas en la ley misma (Sarmiento, 1948-1956, t. 20 p.116. Las cursivas son nuestras)
Si, por un lado, parece notable como esas “palabras descuidadas” impusieron un alto a las intenciones de Sarmiento y del Ejecutivo Nacional, por otro, es claro que no es posible reducir las aristas del conflicto a este único punto. Volveremos sobre esto. Ahora quisiéramos llamar la atención sobre dos argumentos que el sanjuanino empleó para justificar su aprobación al veto de la ley 419. El primero sostiene que el tiempo de vigencia legal fue suficiente para “estimular” a quienes tenían ganas de trabajar en favor de las bibliotecas. El segundo desliga al Estado de seguir apoyando financieramente a las instituciones que durante ese período se habían establecido. Resultaría sencillo, por lo evidente, subrayar que este nuevo discurso es radicalmente opuesto a la opinión del autor en el mensaje que 59
Véase capítulo 2, parte I. En septiembre de 1876 el Congreso Argentino sancionaba la Ley Nº 800: “Artículo 1°: Suprímese la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares, creada por ley de veinte y tres de Septiembre de mil ochocientos setenta, debiendo desempeñar sus funciones la Comisión Nacional de Escuelas, sin aumento de personal ni de sueldos. Art. 2° La partida destinada para fomentar las bibliotecas populares, por el ítem 3º., inciso 9º., artículo 5º del Presupuesto vigente, queda suprimida en la parte que corresponde al segundo semestre de este año. Art. 3° Comuníquese al Poder Ejecutivo” ( Leyes Nacionales. 1918, t. IV, p. 184) 60
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acompañó a la ley 419 al momento de su sanción. Y sin embargo, no sería posible demostrar concluyentemente que Sarmiento desdice su trayectoria. Lo que se pone en evidencia es, no la actitud de un sujeto en un momento particular, sino la inestabilidad del Estado Argentino en su período de conformación. Qué sucedió con los espacios que el Estado dejó sin ocupar es una pregunta que debería responder una nueva investigación. Con las citas precedentes y sus contextos no sólo intentamos señalar algunas de las lecturas que Sarmiento hace sobre el posterior desarrollo de su proyecto bibliotecario; esencialmente se trata de poner en escena la manera en que, desde los textos del autor, se pueden perfilar las claves para comprender la distancia entre el discurso sobre bibliotecas populares y su puesta en acto. Para apreciar las formas que pueden adquirir estos desplazamientos y observar, al mismo tiempo, los motivos que a juicio del sanjuanino fueron deteriorando la estructura bibliotecaria hacia finales de la década de 1870, vamos a revisar un informe que el autor preparó en 1881 sobre el tema (Sarmiento, 1948-1956, t. 44, pp. 376-396). 61 El texto está dividido en tres secciones y un postscriptum. En las dos partes centrales del informe, “Biblioteca de San Fernando” y “Biblioteca Rivadavia”, Sarmiento realiza consideraciones sobre el sistema bibliotecario y sus posibilidades de desarrollo. La introducción y el cierre nos interesan especialmente. Allí nuestro autor intenta mostrar las causas que contribuyeron al declive de las bibliotecas populares a partir de la recuperación de los testimonios de Palemón Huergo, Presidente de la Comisión, y de Juan Madero, bibliotecario de la biblioteca de San Fernando. En la reunión de estas perspectivas -opuestas entre sí- Sarmiento construye su crítica. A través de Huergo nuestro autor introduce un caso límite, que por la densidad de los elementos que reúne, sería inexacto calificarlo de “mala administración bibliotecaria”. Se trata de lo sucedido con Biblioteca Popular del Colegio Nacional de Santiago del Estero hacia 1875. Según Huergo, la administración cometió una serie de errores y de excesos importantes: inadecuada elección del local, excesivas exigencias impuestas al préstamo domiciliario, venta de libros sin la debida reposición de los ejemplares (se agrega alguna suspicacia sobre 61
Este documento forma parte de uno texto más amplio: “Informe sobre el estado de la educación común en la capital y la aplicación en las provincias de la ley nacional de subvenciones” (Sarmiento, 1948-1956, t. 44, pp. 285-397)
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el destino de los fondos recaudados) y quema de las obras de autores “libre pensadores” (se mencionan a Rousseau y a Voltaire). Estos motivos determinaron la ausencia de lectores primero, y el cierre de la biblioteca después. ¿Cómo pensar, en este contexto, que la única causa que puso fin a la experiencia bibliotecaria desarrollada en la primera mitad de la década de 1870 fue la derogación de la ley 419? Y si como señala Sarmiento este ejemplo no se puede generalizar, ¿qué sucedió con los casos restantes? El testimonio de Madero es la crítica desde abajo. Sus observaciones evidencian las falencias operativas del Estado: mala elección de las personas que integraron las sucesivas comisiones (se excluye únicamente a Huergo), negligencia en el cumplimiento de las inspecciones y falta de apoyo técnico para la orientación de las bibliotecas. Parece claro que para Madero el Estado abandonó -o no acompañó como debía- a las bibliotecas cuando llegó el momento de materializar la propuesta. Esa ausencia está muy bien ejemplificada por el bibliotecario en su texto: “La biblioteca de San Fernando pasaba Informes semestrales [a la Comisión], que suspendí al fin, por falta de acuse de recibo siquiera” (En: Sarmiento, 1948-1956, t. 44, p. 395). Ese distanciamiento agravó, según Madero, la impericia organizativa de las propias bibliotecas, a las que les faltó gente comprometida e idónea para dirigirlas. Los relatos citados coinciden en señalar, aunque con énfasis muy diferentes (producto de sus respectivos lugares de enunciación), que las bibliotecas tenían serios problemas internos para funcionar. Este dato no es menor si se considera que la autogestión era una pieza clave en el ordenamiento legal. Desde este punto de vista, los márgenes de expansión y de subsistencia del sistema quedaban restringidos a la acción de las voluntades individuales -la palabra no es ociosa-. Pero nuestro autor no percibió esta falla tanto como una limitación del modelo, sino más bien como una apatía de los lectores, que en definitiva debían ser los interesados en las bibliotecas.62 62
Ya en 1878, en el artículo “Biblioteca de San Fernando” (Sarmiento, 1938, pp. 189-194), nuestro autor formulaba con nitidez la distinción entre quienes supieron aprovechar los “estímulos” del Estado para formar bibliotecas de los que no lo hicieron. El uso de la parábola bíblica (evangelio según San Mateo) vuelve al fragmento más interesante: “Han se fundado centenares de bibliotecas en toda la República cediendo a un primer impulso de varios de sus vecinos; pero en esta como en tantas otras cosas, se realiza la bellísima parábola de la buena simiente que cayó en terreno árido o mal preparado, y no germinó; cayó en el camino y fue destruida por el tráfico; las aves del cielo dieron cuenta de buena parte; pero cayó una en suelo fecundo y labrado, y dió ciento por uno. La biblioteca de San Fernando cayó en terreno no más preparado que los otros, pero tuvo la fortuna de encontrar
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Como quedó dicho, la crítica de Sarmiento emerge de la relación entre la habilidad con la que construye el texto y la riqueza testimonial de las citas que transcribe. En ese juego de contraste se encuentra la elaboración más fina que nuestro autor hizo de la experiencia bibliotecaria. Ahora bien, la calidad de esa lectura sólo puede verse a partir de un estudio que amplíe y diversifique las fuentes primarias. Esta es una segunda valoración que hacemos de la estrategia seguida por el autor: ya que las tensiones que surgen al cotejar los informes de Huergo y de Madero ponen en evidencia los intersticios creados en la articulación entre la potencia discursiva de un proyecto, los dispositivos materiales disponibles para su concreción y las prácticas de apropiación libradas en cada punto. ¿Qué estrategias debería seguir una investigación que se proponga abordar esta complejidad? Si consideramos las problemáticas teóricas desarrolladas por Roger Chartier para pensar este caso, nuestra atención deberá focalizarse en las formas en que los sujetos hicieron uso de las propuestas estatales. Aquí, el concepto de apropiación se vuelve clave para entender las tensiones entre las lógicas que se proponen diseñar o modelar las prácticas sociales, y las maneras en que esas lógicas son reelaboradas por quienes se hacen cargo de ellas, otorgándoles diversas significaciones según cada contexto. 63 Sin duda, la propuesta del autor es atractiva. Su enunciación es sólida y los elementos que involucra perfilan una historia compleja. Sin embargo, hay algunas objeciones. En términos metodológicos, es interesante la crítica que Robert Darnton formuló sobre la falta de fuentes primarias para desarrollar una historia de la apropiación cultural tal como la entiende Chartier.64 Esta ausencia de fuentes plantea otro problema: cómo articular los casos específicos con el desarrollo de una historia que aborde los procesos generales. El debate no está cerrado. Pero en la riqueza de la discusión y en las problemáticas que sugiere encontramos los marcos más apropiados para pensar hoy en una historia de las bibliotecas populares que las dimensione en toda su complejidad. un labrador asiduo e inteligente que la aprovechase. San Fernando debe a la iniciativa o al apoyo de D. Juan Madero la transformación que ha experimentado de pocos años a esta parte” (Ibíd., p. 190). 63 Tres textos fundamentales para estudiar la propuesta de Roger Chartier: “Comunidad de lectores” (2005 [1992], pp. 22-40), “Cultura popular: retorno a un concepto historiográfico” (1999 [1995], pp. 121-138) y Escribir las prácticas: Foucault, de Certeau, Marin (2001 [1996]). Recientemente la editorial Gedisa publicó del autor La historia o la lectura del tiempo (2007), un ensayo que actualiza y amplia la discusión presentada en los textos citados. 64 Trabajamos con dos ensayos que Darnton publicó en 1996: “Nuevas pistas para la historia del libro” y “Cómo leer un libro”. Ambos textos están editados en El coloquio de los lectores: ensayos sobre autores, manuscritos, editores y lectores (2003).
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