Discusión RICARDO PUCHADES PÉREZ*

Revista de Psicoanálisis de la Asoc. Psic. de Madrid (2013), n.º 70 Discusión RICARDO PUCHADES PÉREZ* Cuando se me sugirió que discutiera la ponencia

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Revista de Psicoanálisis de la Asoc. Psic. de Madrid (2013), n.º 70

Discusión RICARDO PUCHADES PÉREZ* Cuando se me sugirió que discutiera la ponencia de Juan Francisco Artaloytia y me enteré del título de la misma, además de agradecer la confianza, me agradó la idea. Los temas psicoanalíticos que se abordan en congresos, simposios, revistas, etc., suelen reiterarse cada equis tiempo, a veces con ligeros cambios de perspectiva o matiz, a veces tal cual. Así puede observarse si revisamos los temas centrales de nuestro simposio o de la Revista de la APM, los dos espacios de mayor alcance interno entre la membresía y el Instituto. Como antecedente más directo, encontramos el número 14 de la Revista de la APM, de noviembre de 1991, cuyo título fue «Homosexualidad masculina y femenina». Cierto es que hemos debatido sobre la cuestión en foros más pequeños con cierta frecuencia, por ejemplo en actividades científicas internas de la APM, tanto en Madrid como en el CPN o en Valencia. En el Congreso Internacional celebrado en Barcelona en 1997, un grupo de psicoanalistas norteamericanos, entre los que se encontraba el ponente de una ponencia principal, se declararon homosexuales. Desde entonces han abundado estudios y publicaciones sobre la idoneidad o no de las personas homosexuales para ser psicoanalistas y otros temas más o menos afines, como el de las familias homoparentales. Dicho sea de paso, las revisiones y comentarios bibliográficos que Juan Francisco nos ofrece en su ponencia están muy bien y son, además, orientativos en ese sentido. El caso es que desde hace tiempo, años, echo en falta una reflexión, un debate amplio, sobre la homosexualidad. Formar parte de la Comisión de Entrevistas de acceso a la formación psicoanalítica en nuestro Instituto durante cuatro años actualizó la oportunidad de dicha puesta al día. No sé si es consecuencia de mi condición de heterosexual, pero no soy lo que se dice un especialista en materia de homosexualidad. Eso sí, como le ocurre a Juan Francisco, me siento relativamente libre de pensamiento al respecto y suficientemente bien ubicado en el trabajo analítico *Ricardo Puchades Pérez. Dirección: Cirilo Amorós 12. 46004, Valencia. c-e: ricardopuchades@ hotmail.com

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con personas homosexuales, trabajo que he desarrollado a través de los años con cierta frecuencia tanto en tratamientos individuales como de pareja, tanto con mujeres como con varones. También cuento con personas homosexuales entre mis amistades, a quienes nunca he pretendido analizar (tampoco a mis amistades heterosexuales, claro). Vamos con la ponencia. Como se desprende de lo dicho, la he leído con mucho interés y he de decir que con similar agrado, debido tanto a su contenido como a la propia claridad del relato, no exento de bellas imágenes metafóricas, como las del «juego» con los cuadros de Magritte o el de Dalí, con el que empieza el primer apartado titulado «metapsicología». Dice Juan Francisco: «Este juego nos va a servir de soporte metafórico para pensar en la clasificación de las representaciones mentales en signos de percepción, representaciones de cosa y representaciones de palabra, que Freud propone a partir de su trabajo sobre las afasias (1891), que presenta de un modo más acabado en la carta 52 a Fliess (1986) y que mantiene todo a lo largo de su obra». Sobre dicho soporte, Juan Francisco Artaloytia nos ofrece un modelo de estructuración del psiquismo que parte de la primera tópica freudiana y culmina en la segunda o hipótesis estructural con «la constitución del yo como instancia». Durante el recorrido que va de la una a la otra, de la percepción a los signos de percepción, a las representaciones de cosa y, finalmente, a las representaciones de palabra, nos narra sucintamente, pero con gran claridad y precisión, cómo se constituyen la memoria, el inconsciente reprimido, el yo y el objeto, a la vez que se subraya el valor de éste para la constitución de aquél, la importancia del objeto para el desarrollo del sujeto y del Yo portador de la consciencia de subjetividad. Con esto se abre el telón que permite acceder al escenario edípico y que a Juan Francisco le interesa ubicar para su reflexión sobre las homosexualidades. También podemos entender este recorrido que nos propone organizándolo en torno a dos ejes: el eje de la constitución del sujeto (nivel de simbolización) y el eje de la cualidad narcisístico-objetal de la representación del objeto y el vínculo con el mismo. Sin duda, ambos ejes guardarán correlación con la cualidad pulsional predominante. A partir de aquí, en el apartado titulado «La Y tumbada», Juan Francisco expone cuatro modalidades de homosexualidad que no pretenden ser exhaustivas, abarcar todas las modalidades posibles, ni excluyentes entre sí: «Cuatro funcionamientos paradigmáticos que ubicaré en diferentes partes de la Y tumbada. En el extremo representacional más confuso, en la vertiente femenina, me referiré a la viscosidad, que describiré como una tendencia a la simbiosis, y la grandísima dificultad para romper relaciones de pareja, que a menudo se acompaña de cuadros depresivos severos e 106

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incluso melancólicos. En la vertiente masculina, me referiré a la parcialización de los cuartos oscuros, en los que se producen encuentros sexuales de partes de un cuerpo con partes de otro cuerpo. En ambas ramas de este extremo del continuum predominan sustratos representacionales en que la representación cosa de sí mismo y del objeto se mezclan y confunden, como dos lienzos que se superponen y que al mismo tiempo se diluyen en el paisaje de fondo, retomando el juego de los cuadros de Magritte. En la confluencia de ambas ramas de la Y describiré el juego de espejos homosexual, para referirme al curioso fenómeno que lleva a ciertos homosexuales, hombres o mujeres, a buscar un par muy parecido físicamente a sí mismos, parecido que en ocasiones se acentúa cuando se produce además una misma forma de vestir, un mismo corte de pelo, e incluso el uso de los mismos complementos. Finalmente, y en el extremo derecho de la Y, ubicaré a homosexuales con síntomas de naturaleza neurótica, que dan cuenta de la estructuración de una parte de su psiquismo, más o menos amplia, en torno al mecanismo de la represión, demostrando la existencia de una instancia represora y de un inconsciente reprimido». A continuación desarrolla esos cuatro espacios en los subapartados sobre «la viscosidad», «la parcialización del cuarto oscuro», «el juego de espejos homosexual» y sobre «síntomas neuróticos en la homosexualidad», con indiscutible precisión fenomenológica y aportando reflexiones psicoanalíticas. Puedo reconocer en mi clínica punto por punto mucho de lo expresado por Juan Francisco. Incidiría en recordar que él mismo nos ha avisado acerca de no pretender definiciones tipológicas excluyentes y, añadiría yo, que esto es así incluso respecto de la diferencia de género. Por ejemplo, he conocido mujeres homosexuales muy promiscuas, incluyendo «la parcialización del cuarto oscuro» (aunque sea menos frecuente o se restrinja a determinados períodos, además de tener matices algo diferentes al caso de los varones) y varones homosexuales cuya ruptura de pareja sólo pudo ser enfrentada melancólicamente, somáticamente o ambas cosas a la vez. Pero la reflexión más importante, a partir de la cual le pido opinión, reflexiones explícitas, a Juan Francisco, es la de que no sólo son intercambiables las personas en esos espacios según su género, sino también según su identidad sexual. Por ejemplo, solo habría que cambiar «la parcialización del cuarto oscuro» por «la orgía». Todos los demás lugares de la Y tumbada también son ocupados habitualmente por personas heterosexuales y homosexuales indistintamente. El bello y preciso apartado sobre «metapsicología» es general, categoría que trata de «universales» (uni-versión) y tampoco especifica nada diferencial de la homosexualidad, más allá de la observación de quién va 107

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con cada quién. Echo en falta mayor referencia a la escisión y renegación, el narcisismo y los devenires identificatorios. Como la ponencia es de Juan Francisco, lo dejo aquí y en sus manos. Anticipo, por otra parte, que las consideraciones acerca de la idoneidad de la homosexualidad para la profesión psicoanalítica o para la homoparentalidad han de navegar esos mares, porque tal vez no sea suficiente decir que hay homosexualidades neuróticas, perversas y psicóticas (aunque eso no sea poco). Los casos clínicos son muy interesantes, más impactante el del varón regresivo, más sutil e intrigante el de la mujer con síntomas neuróticos, ambos perfectos y «acorde a fines» (como decía Freud): ejemplifican claramente los dos extremos de la Y tumbada. Por cierto, quiero permitirme una digresión por si fuera útil. Siempre me resulta más interesante y de superior credibilidad el informe diagnóstico o terapéutico de un psicoanalista acerca de un solo caso, que cualquier estadística, incluso si es digna. Sin embargo, desde hace mucho tiempo, considero importante la presencia del psicoanálisis en los medios científicos reconocidos (instituciones y revistas especializadas), en los que la investigación ocupa un lugar legítimo y legitimante. Nunca he pensado en desvirtuar tanto el psicoanálisis como para agrupar individuos, individuales en esencia identitaria, por cientos o miles, ni siquiera en «pequeñas muestras» de veinte. Pero la comunicación de Juan Francisco, en la que muestra un grupo de psicoanalistas sumando y compartiendo experiencias, investigación, acerca de un tema, me ha hecho retomar esa idea en mi cabeza, aplicada a nuestra institución, Asociación e Instituto. Puede ser algo a considerar, aunque, parafraseando de nuevo a Freud pueda decir aquello de que «me espanta pensar la cantidad de buenas intenciones que pueden llegar a acumularse sobre mí sin que nada mejore un ápice» (carta a Emil Fluss, 1873). No disponemos de tiempo para abordar todo lo que me ha interesado la muy rica y honesta ponencia de Juan Francisco. Por ejemplo, la cuestión de la homoparentalidad es todo un tema en sí mismo por su amplitud e implicaciones. Estoy de acuerdo con Juan Francisco en todo lo que argumenta, que de modo reduccionista podría resumir en que la mayoría de los estudios y seguimientos realizados coinciden en que no hay diferencias significativas respecto a la salud mental entre los hijos de parejas homosexuales y los de parejas heterosexuales, así como tampoco respecto a la identidad sexual de los mismos, por lo que parece justificado que los protocolos de adopción y demás se rijan por diagnósticos más abarcativos (cuales pueden ser los que van desde la psicosis a la neurosis con todo el espacio intermedio al uso), que por la identidad sexual, homosexual o heterosexual, de la pareja parental. Mi experiencia personal 108

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es, naturalmente, poco abarcativa, sólo alcanza a unos pocos casos. Puedo decir que de cinco casos de parejas homoparentales que he atendido con suficiente profundidad, en todos ellos la identidad sexual de la generación filial era (es hasta donde yo sé a día de hoy) heterosexual. La salud mental es otra cosa y sus manifestaciones son tan diversas como en el caso de las muchas parejas heterosexuales y pacientes individuales, hijos/as de padres heterosexuales, que he atendido. También tiendo a estar de acuerdo con Juan Francisco en cuanto a lo de la identidad sexual del psicoanalista, con la salvedad reseñada anteriormente, y entiendo que tampoco él tiene cerrado el asunto. No creo faltar a ninguna confidencialidad si digo que la Comisión de Entrevistas, durante esos cuatro años en que formé parte de la misma, se rigió por esa idea de sopesar ampliamente la personalidad de la persona, siendo su identidad sexual solo un elemento más entre todos a tener en cuenta (al menos conscientemente). Para ir concluyendo mi intervención con una referencia a los orígenes, traigo a colación la famosa carta de Freud a la madre norteamericana citada también por Juan Francisco. Allí le importa a Sigmund Freud reivindicar la no inferioridad de las personas homosexuales en cuanto a dignidad moral, intelectual y aún según otros parámetros (citando a grandes personajes de la historia), ni siquiera es una enfermedad, dice (el ser homosexual)... pero también dice que sólo es «un desarreglo del desarrollo». La cuestión es, pues, valorar eso, si existe tal desarreglo del desarrollo y qué implicaría ello. La renegación (verleugnung), tal como nos recuerdan Laplanche y Pontalis es «un modo de defensa consistente en que el sujeto rehúsa reconocer la realidad de una percepción traumatizante, principalmente la ausencia de pene en la mujer», y en su procesamiento el yo queda escindido. Señalan además que «en la medida en que la renegación se refiere a la realidad exterior, Freud ve en ella, en contraste con la represión, la primera fase de la psicosis: mientras el neurótico comienza reprimiendo las exigencias del ello, el psicótico comienza negando la realidad». Cierto es, a mi entender, que el funcionamiento psíquico de ginecólogos, y ginecólogas suficientemente solventes profesionalmente, con sus pacientes podría no hablar de una negación de la realidad externa, de una percepción de la misma, sino defendiéndose de la investidura de deseo del objeto heterosexual y eso les aproximaría a procesos obsesivos, histéricos y «normales». En otras palabras, está claro el parecido entre el psiquismo de las personas homosexuales y el de las personas heterosexuales. Diríamos que solo se diferencian en su elección de objeto sexual. Parece estar consensuado cómo se desarrolla la elección de objeto heterosexual. La cuestión 109

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es ver hasta dónde alcanza el consenso en explicar cómo se llega a establecer la elección de objeto homosexual, tanto en términos generales como en cuanto a sus implicaciones específicas respecto a la profesión de psicoanalista. En definitiva, la persona homosexual solo dejaría de estar en desventaja (parafraseo de nuevo a Freud en dicha carta «sin duda, no representa el homosexualismo una ventaja») si se cumplieran dos requisitos, el primero de los cuales se cumple seguro: 1) que la escisión y renegación patológicas se dieran también en los heterosexuales (no me refiero a los procesos que nos permiten hablar de todo esto con la que está cayendo ahí afuera); y 2) que la elección de objeto sexual en la persona homosexual derivara total o únicamente de la represión edípica, en su caso de la represión del deseo heterosexual, de modo que tanto el ascendente narcisista como la angustia de castración contaran con el grado de elaboración suficientes para dar cuenta de la exogamia. No sé si sería el caso de la paciente que surfeaba en sueños una ola de envergadura y, por ende, de muchas más. Agradezco a Juan Francisco Artaloytia su ponencia, que sin duda estimulará la reflexión más allá de mis modestas sugerencias, y a ustedes su atención. Gracias.

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