Dolf Sternberger. Dominación y acuerdo. Barcelona: Gedisa, 1992

Introducción El que se confía es un iluso, pues con sólo verlo queda derribado; es feroz si se le provoca, ¿quién le resistirá?, ¿quién le hizo frent

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Introducción

El que se confía es un iluso, pues con sólo verlo queda derribado; es feroz si se le provoca, ¿quién le resistirá?, ¿quién le hizo frente y quedó ileso? Nadie bajo el cielo [...] Su estornudo lanza destellos, sus ojos parpadean como la aurora; de sus fauces salen antorchas y se escapan chispas de fuego [...] Cuando se yergue, tiemblan los héroes y las olas se retiran [...] En la tierra nadie se le iguala, que fue creado intrépido. Se encara con todo lo elevado y es el rey de todas las fieras. Mira a Behemoth, criatura mía, como tú. Es la primera de las obras de Dios: su autor le procuró su espada; los montes le aportan un tributo y todas las fieras que retozan en ellos. Libro de Job, 40 y 41.

Leviatán no sólo es el título de la obra más famosa de Thomas Hobbes; tampoco es únicamente el monstruo marino de la mitología hebrea; es, sobre todo, una figura metafórica que trata de captar alegóricamente la naturaleza del Estado. Es, a un tiempo, símbolo y realidad, metáfora y descripción, figura literaria y explicación, advertencia y presagio. Con la imagen del Leviatán tomada de la Biblia, Hobbes quiso dar cuenta de los fundamentos, características y formas existenciales del Estado moderno que veía nacer. No deja de ser una representación, es decir, una entidad que aparece “en lugar de”. Dirigida a la conciencia religiosa de su tiempo, convulsionada por luchas violentas, la alegoría del Leviatán pretendía impactar los ánimos de la época. Con esa figura se sentenciaba que el Estado era un poder unitario y magnificado; que la república era, a la vez, eclesiástica y civil;

que el principio estatal sintetizaba el poder religioso y el político. Sin pretenderlo, Hobbes acertaba: vinculaba la religión con el Estado, y su unidad la representaba con una figura grandiosa y terrible que concentraba todos los poderes. Basta mirar la ilustración de la primera edición del Leviatán para percatarse del sentido del nuevo Estado: en el primer plano aparece un personaje “más grande y más fuerte” que el hombre común, con cabeza humana ceñida por una corona y con un cuerpo formado por hombrecillos. En la mano derecha lleva una espada y en la izquierda un báculo. Debajo yacen las montañas y las praderas, los campos de labor y las plazas, las habitaciones y los templos. Dato curioso que ya un autor ha notado: se encuentran vacíos.1 Sus habitantes están dentro del nuevo personaje; lo conforman o han sido engullidos por él, como quiera verse. Más abajo aparecen dos columnas con imágenes que representan por un lado el poder político y, por el otro, el religioso. Al castillo corresponde el templo, a la corona del rey la mitra del Papa, a los cañones los castigos y penitencias, a la guerra el concilium. El contenido del Estado queda bien representado: su materia son los hombres; su forma, la unión de los individuos en un solo cuerpo absoluto y temible; sus medios, la fuerza y el convencimiento ideológico. Cierto: Hobbes tenía preferencias por la monarquía absoluta, pero su Leviatán no era el monarca; se trataba, antes bien, del cuerpo colectivo resultado del pacto entre individuos libres: ellos lo conformarían; ellos le darían cuerpo y alma, existencia y movimiento. El Estado en realidad es un artificio que el hombre crea imitando la naturaleza: En efecto —dice Hobbes—: gracias al arte se crea ese gran Leviatán que llamamos república o Estado (en latín civitas) que no es sino un hombre artificial, aunque de mayor estatura y robustez que el natural, para cuya protección y defensa fue instituido; y en el cual la soberanía es un alma artificial que da vida y movimiento al cuerpo entero; los 1

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magistrados y otros funcionarios de la judicatura y del poder ejecutivo, nexos artificiales; la recompensa y el castigo (...) son los nervios que hacen lo mismo en el cuerpo natural; la riqueza y la abundancia de todos los miembros particulares constituyen su potencia; la salus populi (salvación del pueblo) son sus negocios; los consejeros, que informan sobre cuantas cosas precisa conocer, son la memoria; la equidad y las leyes, una razón y una voluntad artificiales; la concordia es la salud; la sedición, la enfermedad; la guerra civil, la muerte.2 Insistimos: el nuevo Leviatán es una persona moral. No debe confundirse con el gobernante o los funcionarios ni ser identificado con el monarca. Representa, en cambio, el principio unitario y el poder absoluto del Estado, de todo Estado independientemente de su forma. Además, evoca los medios materiales e ideológicos que constituyen el Estado y que hacen que un grupo de individuos permanezcan vinculados unos con otros y sometidos al mismo poder que ellos han creado y que ahora les ha dejado de pertenecer. Los medios materiales atañen al uso de la fuerza; los ideológicos corresponden a la forma en que el poder estatal se reproduce en la esfera subjetiva de los hombres como culpa y temor. La imagen de Hobbes fue acertada. El Estado es la asociación de individuos que, mediante un pacto, deciden formar un poder unitario al que todos han de someterse. Al utilizar una figura bíblica, Hobbes sin quererlo y acaso sin saberlo sublimaba el carácter del Estado, lo encubría con un ropaje de divinidad y rememoraba el culto a esos dioses que han salido de la mano de los hombres y frente a los cuales sus creadores se postran y se someten. El Leviatán, recuperado de la tradición hebrea para caracterizar el Estado moderno, es obvio, era una fantasía; no menos evidente era la verdad que encerraba: el Estado es una creación humana que, al nacer, se ha desprendido de sus progenitores 2 Thomas Hobbes. Leviatán, o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil. Trad. Manuel Sánchez Sarto. México: FCE, 1a. reimp., 1982, p. 3.

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para someterlos con la fuerza o las ideas. Se trata del gran fetiche que a un tiempo expresa y oculta el tipo de relaciones que establecen entre sí los seres humanos. Ninguna figura mejor que ese monstruo bíblico imaginado por Hobbes. Junto con Moloch (el dios que exigía sacrificios humanos) y Mammon (el dios dinero de la tradición judía), integran la trilogía de esos poderes modernos que han escapado del control de sus artífices. Dinero, Capital y Estado: silogismo del poder. En sus altares se sacrifica la naturaleza y a los seres humanos, al planeta y sus habitantes. Dinero, Capital y Estado: formas sociales que sintetizan la dominación entre el género humano. Si Leviatán simbolizaba el poder estatal, Behemoth hacía lo mismo con las fuerzas del desorden y la anarquía. Procedente también de la mitología hebrea, la figura de Behemoth fue igualmente recuperada por Thomas Hobbes para dar título alegórico a su análisis de la revolución inglesa.3 Si Leviatán era el Estado, Behemoth era la guerra civil. En la mitología hebrea, Leviatán y Behemoth luchaban permanentemente. Simbolizan, respectivamente, los poderes de los mares y las fuerzas de la tierra. La primera figura es femenina, y la segunda, masculina. A partir del creativo uso hobbesiano del juego simbólico judío, Leviatán y Behemoth han sido usadas por varios autores para referirse al Estado y la revolución. En el siglo XX, Carl Schmitt 4 y Franz Neumann,5 entre otros, recurrieron a éstas para atrapar en una imagen unitaria y elocuente, la naturaleza del poder político, sus cambios históricos y su lógica interna. Es cierto: no siempre Behemoth representó la revolución; a veces, como en el uso de Franz Neumann, representó simplemente el caos y la anarquía que significó a su juicio el 3

Thomas Hobbes. Behemoth. El largo parlamento. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1992. 4 Carl Schmitt. El Leviathan en la teoría del Estado de Tomás Hobbes. Argentina: Struhart & Cía, 1990. Existe otra edición castellana de este libro, México: UAM-Azcapotzalco, 1997. 5 Franz Neuman. Behemoth. Pensamiento y acción en el nacionalsocialismo. México: FCE, 1a. reimpr., 1983. 12

nacionalsocialismo alemán y, entonces, adquirió un sentido negativo. Empero, caos y anarquía en relación con un orden estatal significa también la posibilidad de destrucción, de superación o de transformación radical de ese orden existente. Así entendida, la figura de Behemoth se instala en el sendero del sentido hobbesiano aunque lo traspasa: Hobbes puso énfasis en la guerra civil y no tanto en la revolución. Las figuras míticas de Leviatán y Behemoth apuntan al centro mismo de la reflexión política. Orden y cambio, conservación y transformación, estabilidad y revolución: se trata de las dicotomías que dan cuenta de manera exacta de la naturaleza de la política y de la esencia del Estado. He ahí el punto de tensión singular de la sociedad políticamente organizada. Este libro se orienta al examen de distintas dimensiones de aquel punto de tensión. Lo hace a través del análisis de diversas figuras que el Estado y la política recorren y adquieren, bien en las obras de ciertos pensadores clásicos, bien en ciertas temáticas o enlaces conceptuales igualmente clásicos. No están presentes todos los autores clásicos ni todas las temáticas posibles. Sí aparecen, en cambio, momentos fundamentales de la reflexión política que, en conjunto, describen un itinerario que nos permite localizar la fuente, el fundamento, la esencia y los fines, de la política en general y del Estado en particular. Las hipótesis que funcionan como ejes articuladores de los distintos capítulos son las siguientes: la política es una actividad específicamente humana, que describe un determinado tipo de relacionalidad dialógica entre los miembros de una comunidad para organizar su vida en común teniendo como fundamento la reproducción de la vida del todo en su conjunto y de cada uno de los sujetos. Así entendida, la política pertenece a la definición de lo que es humano; hay, entonces, una politicidad natural que se ajusta a este despliegue de la voluntad humana autogubernativa. Sin embargo, al tejerse relaciones de dominación entre los miembros de una comunidad, o bien entre un Yo desplegado como “Nosotros” y un Otro desplegado como “Ellos”, la política se convierte en una actividad enajenada. Se configura 13

entonces, lo que llamamos, con Bolívar Echeverría, la politicidad enajenada que podríamos definir como la actividad política que se realiza dentro de una Totalidad sistémica y que funciona para reproducirla como totalidad. Esa totalidad de dominación se funda y nutre de la absorción de lo humano natural que, sin ser plenamente negado, se mantiene en la exterioridad del sistema en una tensión permanente por afirmarse; su existencia se revela, entre otras manifestaciones, en la imaginación utópica que acompaña a la humanidad en su largo recorrido por el mundo. Así, para que la Totalidad se reproduzca en cuanto tal, debe generarse un proceso de reunificación de la comunidad humana que se encuentra desgarrada por relaciones de dominación. Precisamente nuestra segunda hipótesis afirma que el proceso estatal representa aquella unificación, actúa en diversos terrenos y adquiere distintas formas de manifestación. Una de ésas, la más clara en el plano de los entes empíricos, es el de aparato estatal, con el que, a menudo, se confunde el proceso estatal. Para trabajar nuestras hipótesis fue menester hacer una labor selectiva de autores y de temáticas. Para comprender el proceso de subsunción de la politicidad natural habría que tratar dos de los grandes conceptos que la totalidad capitalista moderna ha incorporado como fundamentales en el plano de la política y la actividad estatal: la libertad y la democracia. El primer capítulo trata la relación general que puede establecerse, con base en los planteamientos de algunos clásicos, entre la libertad y el Estado. El segundo capítulo trata el concepto de democracia, enmarcándolo en el tema más general de las formas de gobierno. Después de examinar brevemente estas dos figuras conceptuales, en el capítulo tercero trabajamos el significado de la obra de Maquiavelo para la fundación de la idea habitual de la política como arte de gobierno; con eso buscamos precisar los contornos de la totalidad sistémica y la forma que adquiere la política dentro de ésta. En el capítulo cuarto recurrimos a uno de los más grandes filósofos de la historia: Hegel. Este autor nos permite entender el Estado como un proceso múltiple, variado y complejo, con pretensiones de universalidad y que se 14

despliega, incorporándolas, en las más diversas formas humanas. En esta segunda edición este apartado es nuevo. El capítulo quinto que, con base en la obra de Marx, construye el desmontaje crítico de la idea y la práctica del Estado. Áquel evoca la figura de Behemoth y sus razones de existencia como réplica, desacuerdo, negativa, herejía, irreverencia, ruptura; figuras todas de la resistencia frente a la subsunción de Leviatán. Una vez hecho el recorrido por diversas dimensiones de la política y el Estado, en el capítulo final, recuperamos lo tratado e incorporamos nuevos elementos, aspectos y autores, para hacer un tratamiento propio y sintético de la idea del Estado. Los distintos capítulos de este libro tienen ese eje común; todos éstos son esfuerzos por comprender e interpretar el Estado y su contorno constitutivo. Algunos de éstos toman como base de desarrollo un tema, otros, un autor. Todos se enmarcan en un esfuerzo unitario construido en varios niveles, por entender los distintos aspectos que envuelven la política y el Estado.

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