Don Juan Tenorio: anécdotas de un drama romántico. Juan Manuel Infante Moraño. San Francisco de Paula, 12 de mayo de 1999

Don Juan Tenorio: anécdotas de un drama romántico. Juan Manuel Infante Moraño San Francisco de Paula, 12 de mayo de 1999. ¡Cuál gritan esos maldito

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Dos burladores. Don Juan Tenorio, en la estela de Eneas Rosa Navarro Universidad de Barcelona Don Juan Tenorio nace a la literatura en El Burlador de

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Don Juan Tenorio: anécdotas de un drama romántico.

Juan Manuel Infante Moraño San Francisco de Paula, 12 de mayo de 1999.

¡Cuál gritan esos malditos! Pero, ¡mal rayo me parta si en concluyendo la carta no pagan caros sus gritos! 1 Estos son, como todo el mundo sabe –o sabía hasta hace unos años-, los primeros versos del Tenorio. Don Juan está en la Hostería del Laurel escribiendo una carta (lo recordáis, porque hace poco que habéis leído la obra) y el ruido de fuera le molesta. Es día de Carnaval. Por cierto, qué mal debió pasarlo aquel actor-don Juan que, al levantarse el telón, cambió la palabra malditos por malvados: “¡Cuál gritan

esos malvados!”, dijo. Y el público se quedó estupefacto. “Malvados” no rima con “gritos”. Tras un denso silencio, el actor, consciente de su metedura de pata, reaccionó y acabó la redondilla: “... Pero, ¡mal rayo me parta/ si en

concluyendo la carta/ no quedan escarmentados”. El público aplaudió tanto la ocurrencia que el actor tuvo que saludar varias veces. Os decía que es un día de Carnaval y en esa hostería sevillana se han dado cita don Juan Tenorio y don Luis Mejía para comprobar el resultado de la apuesta que hicieron un año antes: quién burlaría a más mujeres y mataría a más hombres. Al acabar la carta, don Juan llama a su criado y le ordena: D. JUAN: CIUTTI: D. JUAN:

1

¿Ciutti? ¿Señor? Este pliego irá dentro del orario en que reza doña Inés a sus manos a parar (v. 42)

Don Juan Tenorio, vv. 1-4, ed. de Juan M. Infante, Acento Editorial, Madrid, 1997.

Y sale Ciutti (a quien Zorrilla conoció de camarero en el “Café del Turco”, que estaba situado en calle Sierpes de Sevilla) en busca de Brígida para entregarle la carta dentro de un librito de horas que ésta ha de dar a doña Inés. Y entonces los lectores nos preguntamos: ¿pero cómo va a rezar doña Inés con un orario que aún no ha recibido? “¡Hombre, no! -censuraba el propio Zorrilla años más tarde2- En el orario3 en que rezará, cuando usted se lo regale; pero no en el que no reza aún, porque aún no se lo ha dado usted”.

En la escena, queda don Juan hablando con Buttarelli (trasunto del hostelero de la calle del Carmen de Madrid, famoso por las chuletas y los

tortellini que preparaba) sobre su apuesta con Mejía; al poco entra don Gonzalo y luego don Diego, que vienen a escuchar, incrédulos, las “hazañas” de los dos seductores: DON DIEGO: BUTTARELLI: DON DIEGO: BUTTARELLI:

¿La hostería del Laurel? En ella estáis, caballero. ¿Está en casa el hostelero? Estáis hablando con él. (v. 226).

Pues bien, en cierta representación, el actor que hacía de Buttarelli salió indebidamente del escenario, por lo que la pregunta de don Diego tuvo que contestarla hábilmente don Gonzalo (que era el único interlocutor posible):

“En ella estáis, caballero. Ni está en casa el hostelero ni estáis hablando con él”. También se cuenta la anécdota de que, en otra ocasión, el actorButtarelli estaba enfadado con el actor-don Diego (quizás era el empresario

2

J. Zorrilla: Recuerdos…, pág. 184.

3

Orario (sin h o con h) no aparece, con el significado de „libro de horas‟, ni en el Tesoro de

Covarrubias (1611), ni en el Diccionario de Autoridades (1726).

y le debía dinero) y, por dejarlo en evidencia, a la pregunta de éste: ¿La

hostería del Laurel?, le espetó vengativo:–“¡En la acera de enfrente!” 4 Nadie sabe cómo terminó la representación. Aparecen seguidamente el capitán Centellas, Avellaneda y la compaña. Beben, apuestan, y con las campanadas de las ocho se presentan los dos seductores para referir al auditorio su relación de calaveradas: los muertos

en desafío,/ y las mujeres burladas (v. 645). Así, dice don Juan:

Y repite don Luis:

Por donde quiera que fui, la razón atropellé, la virtud escarnecí, a la justicia burlé, y a las mujeres vendí.

Y cual vos, por donde fui la razón atropellé, la virtud escarnecí, a la justicia burlé y a las mujeres vendí.

Tras la lista de 23 muertos y 56 conquistas de don Luis, por 32 y 72 de don Juan (¡cinco días por mujer!):

¿Cuántos días empleáis en cada mujer que amáis? -Partid los días del año entre las que ahí encontráis. Uno para enamorarlas, otro para conseguirlas, otro para abandonarlas, dos para sustituirlas y una hora para olvidarlas

4

Para esta anécdota, cf. F. Fernán-Gómez: ¡Aquí sale hasta el apuntador!, p. 124, Planeta,

Barcelona, 1997.

se produce la nueva apuesta, sobre la que gira realmente la acción de la obra: seducir a una novicia (doña Inés) y a la dama del mismo Mejía (doña Ana de Pantoja). He aquí otra anécdota: En cierto lugar, el cura párroco que contrató a la compañía, le pidió al director que suprimiera todo lo relativo al rapto de la novicia, que eso no estaba bien. “¡El Tenorio sin el rapto de la novicia! No se entendería nada...”, argumentó el responsable. Pero llegó un sargento de la Guardia Civil a colocarse entre cajas. –“Como alguien se sobrepase, le meto dos tiros ahí mismo”, dijo el sargento. No sabemos si doña Inés fue raptada por don Juan o salió de su brazo, pero sí que el actor que hacía de don Luis, que era muy miedoso, al hablar de sus correrías por Alemania, en vez de decir aquello de:

Compré a fuerza de dinero la libertad y el papel; y topando en un sendero al fraile, le envié certero una bala envuelta en él

(vv. 586-590),

dijo temeroso:

Compré a fuerza de dinero la lealtad y el papel; y topando en un sendero a un fraile... le saludé.5 Que don Juan apueste con don Luis la conquista de doña Inés es lo que lleva al Comendador a anular el compromiso de bodas de su hija con don Juan:

¡Insensatos! ¡Vive Dios que a no temblarme las manos a palos, como a villanos, os diera muerte a los dos! (vv.704-707) ... 5

Cf. José Luis Alonso de Santos: La sombra del Tenorio, cuadro 12º.

Y adiós, don Juan: mas desde hoy no penséis en doña Inés. Porque antes que consentir en que se case con vos, el sepulcro, ¡juro a Dios! por mi mano la he de abrir (vv. 734-739)... Comendador, nulo sea lo hablado

(v.785)

–dice don Diego. Ya lo es por

mí;/ vamos. –responde don Gonzalo. En resumidas cuentas, que los padres deciden anular el compromiso de bodas para sus hijos. Don Diego reniega de su hijo Juan Tenorio y el Comendador resuelve que su hija Inés se haga monja. Pero obsérvese que, en este momento, la carta va ya de camino, y si la carta estaba escrita ¿cómo ha podido prever Tenorio en su misiva que doña Inés va a quedar para siempre en el convento por decisión de su padre? Volveremos a este detalle más adelante. Termina el acto 1º con la detención de los dos seductores por unos alguaciles: Alto allá./ ¿Don Juan Tenorio? –Yo soy./ -Sed preso (v. 809). En cierta ocasión, eligieron los cuatro alguaciles entre gente del pueblo donde actuaban. Los cuatro entraron en escena antes de tiempo, para llevarse preso a don Juan, quien –lívido- dijo en voz baja y como pudo: “¡Todavía no!”. El alguacil, iniciando el mutis, contestó: “Golveré”6. Y salió tan tranquilo. El 2º acto comienza con los dos libertinos en la calle donde vive doña Ana. Dice don Luis:

Ya estoy frente de la casa de doña Ana, y es preciso que esta noche tenga aviso de lo que en Sevilla pasa (vv.836-839). 6

Cf. J.L. Alonso de Santos: La sombra del Tenorio, cuadro 12º.

Y desde luego pasan muchas cosas: don Luis habla con su prometida, es traicionado por don Juan y encerrado en una bodega; don Juan topa con Brígida y ésta le describe tan hermosamente a doña Inés (Pobre garza

enjaulada,/ dentro la jaula nacida,/ ¿qué sabe ella si hay más vida/ ni más aire en que volar? (v. 1249 y ss.)), que don Juan se enamora súbitamente7: Tan incentiva pintura los sentidos me enajena y el alma ardiente me llena de su insensata pasión (vv. 1305 y ss). Pero no olvida la apuesta, así que llega hasta la reja de doña Ana, habla con Lucía, la criada, (¿Qué queréis, buen caballero?...) y la soborna, dando pie a la famosísima redondilla con que finaliza el acto 2º:

Con oro nada hay que falle: Ciutti, ya sabes mi intento: a las nueve en el convento; a las diez, en esta calle (vv. 1430-1433). Insistamos en los dos últimos versos: a las nueve en el convento;/ a las

diez, en esta calle. Llevamos 1433 versos (dos actos con 28 escenas) y todavía no son las nueve. La obra, recordémoslo, ha empezado poco antes de las ocho, con el tiempo necesario para que don Juan escriba la carta; las ocho dan en la hostería coincidiendo con la entrada de Tenorio y Mejía. Luego ya se sabe: lista de calaveradas de uno y otro, anulación de la boda, detención de los burladores, visita de don Luis a doña Ana, encuentro de Brígida y don Juan, soborno de don Juan a Lucía… ¡y aún faltan tres escenas más del acto 3º (la conversación de Inés con la abadesa, su monólogo: No sé qué tengo, ¡ay de mí! (v.1510) y la lectura de la carta ante Brígida) para que den las nueve! No es de extrañar, pues, que el propio Zorrilla escribiera:

7

Ya decía Pi y Margall que era prodigioso que, sin transición alguna, pase Don Juan del

desenfrenado sensualismo en que ha vivido al amor más casto y puro. “Observaciones sobre el carácter de Don Juan Tenorio”, en Trabajos sueltos, Librería Española, Barcelona, 1985, pp.139-190.

“Reloj en mano, y había uno en la embocadura del teatro en que se estrenó, son las nueve y tres cuartos; dando de barato que en el entreacto haya podido pasar lo que pasa. Estas horas de doscientos minutos son exclusivamente propias del reloj de mi Don Juan”8.

Al comenzar el acto III (1ª escena), la abadesa comunica a doña Inés la decisión de su padre de anular la boda y dejarla en el convento atada con

santos votos/ para siempre

(v. 1442).

Pero, ¿cómo lo sabe la abadesa si el

Comendador no habla con ella hasta pasadas varias escenas (concretamente hasta la VIII)?

¡Dichosa vos –le dice la abadesa- que del claustro/ al pisar en el dintel...(v.

1451).

¿Pisar en el “dintel”? ¡Ay, los “despistes” de Zorrilla,

¿verdad? Por fin llega Brígida al convento (1,III,III), pregunta a Inés por el regalo de don Juan, ésta lo coge entre sus manos, lo abre y aparece la carta:

Doña Inés del alma mía (v. 1644 y ss.)… Sesenta y cuatro versos de una carta con, al menos, tres rasgos sorprendentes: el primero, que don Juan -que se caracteriza por rechazar la autoridad paterna- venga a enamorarse precisamente de la mujer que su padre ha elegido para él (vv. 1660-1667)9. El segundo, que don Juan estuviera enamorado de Inés, a quien no había visto aún cuando escribe la carta. Porque don Juan, en todo caso, se ha enamorado “de oídas”, a través de la “incentiva pintura” que Brígida ha hecho de la novicia, y en ese instante la carta ya estaba en el convento. El tercer rasgo que nos maravilla es que la carta diga que las bodas se “acordaron”, como previendo que el acuerdo no existirá ya cuando llegue a las manos de Inés. La propia Brígida manifiesta en una de las pausas de la lectura:

Es claro; esperar le hicieron 8

J. Zorrilla: Recuerdos…, p.184.

9

Una mujer única es exactamente la antítesis del donjuán.

en vuestro amor algún día, y honda raíces tenía cuando a arrancársele fueron (vv. 1676-1679). Y en la parte final de la epístola, don Juan se lamenta de que su amada quede “prisionera” en la clausura del convento:

si es que a través de esos muros el mundo apenada miras, y por el mundo suspiras de libertad con afán, acuérdate que al pie mismo de esos muros que te guardan, para salvarte te aguardan los brazos de tu don Juan (v. 1707). Pero si la carta, ya lo sabemos, ha sido escrita antes de que don Gonzalo haya decidido romper el compromiso adquirido con don Diego, ¿cómo puede anticipar lo que ocurrirá después? ¿Sabéis lo que le pasó a Zorrilla? Que tanto lo apremiaba el editor a entregar la obra, que no le dio tiempo a revisarla. Es de sobra conocido lo que ocurre hasta el final de la primera parte: don Juan rapta del convento a la novicia. Su padre, el Comendador, se presenta en el convento para proteger a su hija (¡y su honra!), pero ya es tarde: la hermana tornera anuncia que ha visto saltar a un hombre por las tapias de la huerta.

¡Corramos! ¡Ay de mí! –dice don Gonzalo. ¿Dónde vais, Comendador? – inquiere la abadesa. ¡Imbécil!, tras de mi honor/ que os roban a vos de aquí (v. 1909)

–le contesta. Como esa palabra, “imbécil”, no era del gusto de las

primeras actrices, ni era propia de todo un señor Comendador, y menos aún dirigida a una monja, se hizo costumbre sustituir el “imbécil” por “señora” (más elegante y sin perjuicio del octosílabo). Pero un día, un “barba” (actor que representa a personajes de edad avanzada) se obstinó en respetar escrupulosamente el texto de Zorrilla y soltó el “imbécil” a la actriz-abadesa.

Ésta esperó a la siguiente representación para ejecutar su venganza:

¿Dónde vais, Comendador imbécil? Al “barba” no le quedó otro remedio que continuar: tras de mi honor... Decía que don Juan rapta a doña Inés y la lleva a su quinta sevillana donde le declara su amor (eso sí, después de seducir a doña Ana) en la celebérrima escena del sofá (1,IV,3): ¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor…? (décimas que han sido muy aplaudidas por el público desde el estreno del drama, pero que el propio Zorrilla consideraba de lo más inoportunas10). Y aquí de nuevo otra anécdota, sucedida en México: Doña Inés, tras escuchar a don Juan, cae rendida en sus brazos con estas palabras:

¡Don Juan! ¡Don Juan!, yo lo imploro de tu hidalga compasión: o arráncame el corazón, o ámame, porque te adoro. (vv. 2256-2259) y fue este momento de silencio, de clímax dramático (ese que había cautivado a doña Ana Ozores, la protagonista de La Regenta), el que aprovechó un mexicano desde el gallinero para gritar: “¡Ándele, don Juancito, que ella quiere!”. A la quinta de Tenorio llegan don Luis (-Vengo a mataros, don Juan. –

Según eso, sois don Luis. Estos recordados versos fueron saludo humorístico entre el académico Francisco Rico y el novelista Juan Benet) y don Gonzalo para matar a don Juan y restituir el honor perdido, pero don Juan mata al

10

“En el final, Don Juan trae a los talones a toda la sociedad representada en el novio de la

mujer por engaño desflorada, en el padre de la hija robada y en la justicia humana, que corren gritando justicia y venganza tras el seductor, el robador y el sacrílego […]; pues bien, en esta situación altamente dramática, […] cuando él sabe muy bien que no van a poder permanecer allí cinco minutos, no se le ocurre hablar a su amada más que de lo bien que se está allí donde se huelen las flores, se oye la canción del pescador y los gorjeos de los ruiseñores, en aquellas décimas tan famosas como fuera de lugar” (Recuerdos…, p.184).

Comendador11, (que no ha querido aceptar el arrepentimiento del seductorseducido por doña Inés) y luego a Mejía, y huye de la ciudad tras dar un salto “acrobático” desde el balcón de su casa hasta el velero bergantín que le esperaba a orillas del Guadalquivir:

Llamé al cielo y no me oyó, y pues sus puertas me cierra, de mis pasos en la tierra, responda el cielo, y no yo (vv. 2620-2623) dice antes de huir, en una redondilla tan rotunda que suele cerrar el cuarto acto (por tanto la primera parte del drama), suprimiendo incluso la última escena. Cinco años después vuelve don Juan a Sevilla y encuentra su casa convertida en un cementerio: ¡un cementerio romántico en el siglo XVI! “hermoseado a manera de jardín”, con sauces, cipreses y flores de todas clases, y con anacrónicas estatuas de pie. En el siglo XVI (que es donde Zorrilla sitúa la acción de la obra) las familias nobles eran enterradas dentro de las iglesias y no en cementerio abierto, lo que no ocurrió hasta principios del siglo XIX. Y las estatuas funerarias tuvieron posición yacente o de rodillas hasta el siglo XVIII, pero Zorrilla mezcla el tiempo de la acción con el suyo propio. En este panteón descansan sus víctimas. Mientras visita el cementerio, ve cómo la sombra de doña Inés le anuncia la proximidad de su muerte. En este estado de alucinación le sorprenden dos viejos amigos, el capitán Centellas y Avellaneda (que pasaban por allí como quien no quiere la cosa, de noche y por un cementerio alejado de la ciudad). Don Juan los invita a cenar y hace extensiva la invitación a la estatua del Comendador. Sentados a la mesa en casa de don Juan, oyen cómo suenan los aldabonazos que 11

Tampoco estuvo muy afortunado Zorrilla al idear un pistoletazo para acabar con la vida

del Comendador. “Está, a nuestro entender, muy mal motivada la muerte de Don Gonzalo, y su asesinato rebaja mucho el carácter del protagonista, como ya antes lo había hecho la alevosa prisión de Mejía”, reseñaba El Laberinto en su número del 16 de abril de 1844.

anuncian la llegada del cuarto comensal, es decir, del Comendador, y los invitados se desmayan. Pero aquí hay varias anécdotas que contar: Alguna vez la llamada del Comendador (los aldabonazos Pum, pum,

pum) ha sido contestada desde el gallinero con un “Pasa, que está abierta”. En cierta ocasión, en Barcelona, un espectador no hacía más que levantarse y cruzar el pasillo del patio de butacas para hablar con una señorita sentada al lado opuesto al suyo. El actor Enrique Borrás, a la sazón don Juan Tenorio aquella noche, harto del desatento espectador, aprovechó el aldabonazo que da la estatua para señalar con el dedo al individuo, y a la vista de todo el público, decir a Ciutti, modificando ligeramente el original: -¡Ciutti, si vuelve a cruzar (en el texto llamar), suéltale un pistoletazo! El individuo no se movió en lo que quedaba de representación. Peor lo pasó el Estatua-Comendador de turno la noche en que falló la trampilla por donde debía desaparecer envuelto en una nube de humo, al tiempo que recitaba:

Tu necio orgullo delira don Juan: los hierros más gruesos y los muros más espesos se abren a mi paso: ¡mira! Y don Juan venga a mirar y aquello que no se abría... La trampilla estaba cerrada porque al regidor se le había ido el santo al cielo. Don Juan sospecha que todo ha sido una broma preparada por Centellas y Avellaneda; éstos creen que don Juan los ha narcotizado con el vino. Se desafían y salen a batirse... ¿Qué pasa en este duelo? El acto termina sin que lo sepamos, pero en el acto 3.º y último don Juan vuelve al cementerio para corresponder a la invitación de la estatua-Comendador y ve pasar un entierro que resulta ser el suyo, muerto a manos de Centellas. Si murió en el duelo con el capitán, ¿cómo pudo presentarse en el cementerio “embozado y distraído”? ¿O no es él, sino su alma? Estamos ante un drama

religioso (no teológico) y fantástico, entre los autos sacramentales y las comedias de magia. Zorrilla dilata el instante final para permitir que el burlador contemple su propio entierro y se arrepienta. Porque aún le queda a don Juan el último grano en el reloj de arena (“la última gota que en la clepsidra tiembla”, que dirá Machado) para arrepentirse de sus pecados y salvarse por el amor de doña Inés. ¿Es la salvación de don Juan la última y más importante incoherencia de la obra? ¿Debió Zorrilla imitar a Tirso y condenar al burlador? Así pensaba la crítica de la época: el periódico La Censura, en marzo de 1845, decía que el desenlace era extravagante, inverosímil y repugnante para la fe, y El Laberinto (abril de 1844, el Tenorio se estrenó el 28 de marzo) afirmaba que “aquella balumba de espantosos crímenes pedía un resultado menos favorable al héroe, con quien el Sr. Zorrilla ha andado, en verdad, sobradamente caritativo”. Pero Zorrilla, hombre profundamente religioso (en su casa se rezaba el rosario cada día) y romántico, no acepta el Dios justiciero de Tirso: “Quien tal hace, que tal pague”, sino el misericordioso de don Quijote, que a Sancho daba este consejo para el gobierno de la ínsula: “muéstratele piadoso y clemente; porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia (II,42). Era precisamente la misericordia de Dios y no su poder justiciero lo que quería resaltar; por eso don Juan, en el instante de la muerte, cuando su alma está a punto de convertirse en llama purificada por doña Inés, exclama dando fin a la obra:

¡Clemente Dios, gloria a Ti! Mañana a los sevillanos aterrará el creer que a manos de mis víctimas caí. Mas es justo: quede aquí al universo notorio que, pues me abre el purgatorio un punto de penitencia, es el Dios de la clemencia el Dios de Don Juan Tenorio. No fue sólo una solución romántica, sino también vital. La clemencia del autor hacia don Juan es la misma compasión que Zorrilla anhelaba de

su padre, cuyo afecto había perdido al escaparse de su casa en el año 1836. Porque Zorrilla era hijo de un padre severo –superintendente general de policía en época de Fernando VII y absolutista convencido- a quien no le gustaban los estudios de Derecho, como quería el intendente. Así que tras sus fracasos universitarios,

su padre le ordena regresar a casa.

“Metiéronme, pues, en una galera que iba para Lerma, a cargo del mayoral: pensé yo en el camino que mi vida en mi casa no iba a serme muy agradable”; aprovechando un descuido del cochero, se escapa, roba una yegua, la vende y se planta en Madrid con 19 años, haciéndose pasar por el hijo de un artista italiano, “sin pensar, ¡insensato!, -confiesa años más tarde- en la amargura y desesperación en que iba a sumir a mi desterrada familia”, (Recuerdos..., p.64). Vive en la buhardilla de un cestero, pasa las tardes en la Biblioteca Nacional (por leer y calentarse) y las noches vagando por las calles de la Corte, soñando con alcanzar la fama que le permitiera conseguir el amor de una mujer y recuperar el de su padre, cuando un buen día se da a conocer entre los literatos leyendo unos versos ante el cadáver de Larra, que acababa de suicidarse la noche del 13 de febrero de 1837: Ese

vago clamor que rasga el viento/ es la voz funeral de una campana... Y desde este mismo momento comienza Zorrilla su fulminante carrera literaria, acuciado por dos necesidades: obtener el perdón de su padre y subsistir económicamente: “Mi idea fija era hacer famoso el nombre de mi padre, para que éste, volviéndome a abrir sus brazos, me volviera a recibir para morir juntos en nuestra casa solariega de Castilla; única ambición mía y único bien que Dios no ha querido concederme” (Recuerdos…,p.146). Podríamos hablar de muchas cosas más, pero entonces esta charla se haría interminable y ya va siendo hora de acabar. Dejemos para otro día las urgencias de Zorrilla como posible causa de los “despistes” (cf. 1, apéndice). Dejemos también para otro momento la reflexión sobre si Zorrilla conocía bien la leyenda del burlador (2), su inquina contra la obra: por los fallos que tiene y por haber vendido los derechos de propiedad por tan sólo 4.200 reales

de vellón (3). Aplacemos para otra ocasión algunos detalles sobre el éxito del

Tenorio desde el estreno, en especial la rápida producción de parodias (4), y finalicemos haciéndonos la misma pregunta que ya se hizo su autor: “¿Qué tiene, pues, mi Don Juan?”, se preguntaba Zorrilla en unos versos que leyó en el teatro Español hacia 1879. ¿Qué tiene esta obra para que, a pesar de las incoherencias y de las críticas negativas que ha recibido (“al Tenorio le encuentran defectos hasta los estudiantes de Retórica”, decía Clarín en uno de sus Paliques), el drama haya gozado siempre del fervor popular, casi de veneración. Para Unamuno, el éxito del Tenorio estriba en que el pueblo lo ve como un acto de culto nacional; el pueblo acude como a una misa, a una procesión, a un funeral, a ver, oír, admirar y a compadecer a don Juan y a doña Inés12. El propio García Lorca, que en los años 30 no faltaba a ninguna representación del Tenorio, e incluso interpretó algún papel, confesaba a sus íntimos amigos Carlos Morla y Rafael Martínez Nadal que las dos obras que más le habría gustado escribir eran Romeo y Julieta y Don Juan Tenorio. Zorrilla se respondía con estos versos: Un secreto con que gana

Tiene que es diestro y es zurdo,

la prez entre los Don Juanes:

que no cree en Dios y le invoca,

el freno de sus desmanes:

que lleva el alma en la boca,

que Doña Inés es cristiana.

y que es lógico y absurdo.

Tiene que es de nuestra tierra

Con defectos tan notorios

el tipo tradicional;

vivirá aquí diez mil soles;

tiene todo el bien y el mal

pues todos los españoles

que el genio español encierra.

nos la echamos de Tenorios13.

La exuberancia de versificación, la esplendidez de colorido, el diálogo fácil y natural, su misteriosa atracción, el arte de mantener suspenso al público durante siete actos y de renovar este interés tantas veces cuantas el drama se presente, y quizá ante los mismos espectadores, como reconocía M.

12

Cf. su prólogo a El hermano Juan.

de la Revilla, uno de sus más acerbos críticos; o su eficacia teatral, como defiende Ruiz Ramón (:”Don Juan Tenorio es Don Juan Tenorio a fuerza de ser teatral. El acierto de Zorrilla está, pues, en haber recalcado con máxima intensidad la teatralidad de Don Juan como forma propia de vida, en haber elevado la teatralidad a modo de existencia”14) son razones suficientes para un entusiasmo tal que llevó a su autor a gozar, en vida, de un prestigio extraordinario, a que muchas ciudades le rindieran homenajes: Barcelona, Valladolid, Valencia, Madrid, Granada... y a que se le coronara como poeta nacional en 1889. Aunque esta enorme popularidad no fuera en modo alguno acompañada de los bienes de fortuna (5). En resumen, el éxito de la obra sorprendió a todos, especialmente a su autor que días antes del estreno había vendido los derechos de la misma. Las continuas reposiciones y algunas críticas le hicieron reflexionar sobre las incoherencias que presentaba el drama, y pensó que una refundición de su Don Juan le daría la oportunidad de corregir desatinos y de paso recuperar los derechos de propiedad. No fue posible, porque el pueblo la tenía tan asumida, la consideraba tan suya, que no estaba dispuesto a consentir el más mínimo cambio. Zorrilla murió con el vivo recuerdo del último éxito de su doña Inés, el de la joven actriz María Guerrero en el teatro Español. Era el mes de noviembre de 1890. Un siglo después, el Tenorio no tiene ya, ciertamente, la misma vitalidad, pues la actitud donjuanesca hace tiempo que pasó de moda en nuestro país. Cada vez son menos las compañías que reviven el mito, porque no es fácil sacar toda una hostería para presentar una calle, pasar de esa calle a la celda de un convento, de aquí a la Quinta sobre el Guadalquivir, y luego presentar un cementerio. Y el vestuario... Pero sobre todo, es difícil encontrar actores adecuados para la representación de este drama; actores que dominen la dicción del verso. El actor don Juan debe 13

Cf. Recuerdos..., p.194. Estas redondillas fueron leídas por Zorrilla en un beneficio que le

dio Felipe Ducazcal, empresario del teatro del Príncipe y del Apolo. 14

Cf. F. Ruiz Ramón: Historia del Teatro Español, I, p.330. Madrid, 1998.

mostrar a la perfección sus dotes interpretativas: majestuoso, valiente, osado, romántico, lírico, violento, sereno, reflexivo... Y que sean actores jóvenes: la doña Inés del alma mía del día del estreno fue interpretada por una Bárbara Lamadrid ya entrada en años y en kilos (No cuenta la

pobrecilla/ diez y siete primaveras... ha de decir Brígida a don Juan), así que no es de extrañar que al público no le gustara. Y es que en los años de mayor éxito del Tenorio, el público iba a ver la obra por los actores: Carlos Latorre, Ricardo Calvo, Guillermo Marín, Luis Prendes, Carlos Lemos, José Mª Rodero, Paco Rabal, Fernando Guillén, Pedro Osinaga, Juan Diego... y Bárbara Lamadrid, María Guerrero, Elvira Noriega, Mercedes Prendes, Amparo Rivelles, Nuria Espert, Concha Velasco, Ana Belén, Beatriz Rico... Aún hoy, donde un grupo de teatro, profesional o aficionado, se atreve a representarlo, el éxito está asegurado; al menos en Sevilla, cuna de Don

Juan, que este pasado mes de noviembre nos volvió a ofrecer el drama de Zorrilla en el teatro y en la calle, y siempre con gran afluencia de público. El Don Juan Tenorio de Zorrilla es hoy, como El Burlador, un clásico de nuestro teatro nacional, una obra que pervive en la memoria colectiva del pueblo español y que os invito a releer y a representar, porque Don Juan es un mito y los mitos nunca mueren.

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