Dos libros sobre Pablo

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Nº 241, enero-marzo. 2010 pp. 103-110 © Asociación Iglesia Viva ISSN. 0210-1114

Dos libros sobre Pablo ESTUDIOS Ariel Álvarez Valdés. Teólogo y biblista. Profesor del Seminario Mayor y Universidad Pontificia. Santiago del Estero. Argentina.

M. Borg – J. D. Crossan, El primer Pablo. La recuperación de un visionario ideal Verbo Divino, Estella (Navarra) 2009.

La gran cantidad de libros sobre san Pablo que han aparecido a lo largo del año paulino demuestra que la figura del apóstol de los gentiles resulta inagotable. La obra que aquí comentaremos es una de ellas. Escrita por dos prestigiosos biblistas, se inscribe dentro de la llamada New Perspective americana, que procura desentrañar la figura del “Pablo histórico” partiendo de los textos y fuentes que hoy tenemos. Consta de siete secciones, y abarca temas que van desde su nacimiento y su teología hasta su muerte. En el primer capítulo, Pablo: ¿personaje atrayente o repulsivo?, los autores comienzan presentando la dificultad que hoy representa estudiar a Pablo debido a la ambigüe-

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dad de su figura. Y esto por varias razones: lo abstracto y “teológico” de su pensamiento sin apenas referencias al mensaje y a la doctrina de Jesús; los temas y cuestiones de sus cartas muchas veces sin conexión con los problemas actuales de nuestra comunidad; la dureza de alguna de sus afirmaciones que lo presentan como partidario de la esclavitud, la misoginia, el antisemitismo, el autoritarismo religioso y político, y la homofobia. A continuación los autores distinguen tres Pablos, según las fuentes de las que disponemos para su estudio: a) el Pablo de las siete cartas auténticas (1º Tesalonicenses, Filipenses, FIlemón, 1º y 2º Corintios, Gálatas y Romanos), al que llaman el Pablo radical; b) el de las deuteropaulinas (2º Tesalonicensies, Colosenses y Efebos), al que llaman el Pablo conservador; c) el de las “pastorales” (1º y 2º Timoteo y Tito), al que llaman el Pablo reaccionario. El segundo capítulo, Cómo leer una carta de Pablo, analiza con un ejemplo concreto la diferencia entre los tres Pablos señalada anteriormente. Para ello se estudia el tema de la esclavitud y del patriarcado en las diversas cartas. Comienzan los autores analizando la carta a Filemón y ambientándola históricamente. Muestran como el primer Pablo es contrario a que las comunidades cristianas mantengan esclavos y más aún cuando se trata de amos creyentes. A continuación ven cómo el mismo tema, en las cartas deuteropaulinas, el Pablo radical se ha transformado en el Pablo conservador, fomentando y apoyando la esclavitud. Finalmente, el análisis de la carta a Tito muestra la postura decididamente esclavista del autor, es decir, el Pablo reaccionario. Lo mismo hacen los autores con el tema del patriarcado, mostrando cómo el Pablo radical defiende la igualdad de género, mientras que el Pablo conservador se desradicaliza y retrocede hasta una postura jerárquica en cuanto al género, mientras que el Pablo reaccionario expresa ya directamente ideas antipaulinas. El tercer capítulo, La vida de un apóstol de fondo, detalla los datos sociohistóricos de Pablo. Habla de su nacimiento en Tarso e identifica su famosa enfermedad como la malaria, “contraída durante su juventud en las aguas pantanosas y mosquitos de su ciudad natal”. Después aborda la cuestión de si Pablo era o no ciudadano romana, y si bien los autores no se pronuncian al respecto, tampoco tienen inconveniente en aceptarla. Sobre su pasado como perseguidor de los cristianos, se presenta a Pablo no sólo como un perseguidor violento sino incluso “mortal”, siguiendo para ello los datos aportados por el libro de Los Hechos. Con respecto a su conversión, si bien los autores no aceptan como histórico el viaje de Pablo de Jerusalén a Damasco, si postulan una cierta “visión”, una experiencia mística sufrida por el apóstol cuando se hallaba viviendo en Damasco y que lo habría llevado a su posterior cambio de vida. El cuarto capítulo, «Jesucristo es Señor», plantea la interesante cuestión de los títulos de Jesús atribuidos por Pablo y su relación con el protocolo 104 [241]

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imperial romano. Se muestra cómo muchos de los términos y títulos cristológicos eran propios de la teología imperial romana y eran atribuidos a César Augusto, antes de formar parte de la teología cristiana y de que Pablo los aplicara a Jesús de Nazaret. Para ello, los autores plantean la cuestión de cuál es la diferencia básica entre las afirmaciones y los títulos divinos que Roma atribuía al emperador, y que Pablo aplicaba Cristo. Sobre todo, teniendo en cuenta que tanto de Nerón como de Jesús se decía que habían traído la paz a la tierra, se examina el tema de la paz en la teología imperial romana y en la paulina. El capítulo quinto, «Cristo crucificado», analiza esta famosa expresión, considerada la idea central y la síntesis del mensaje paulino. Según los autores, la frase ha provocado dos serias confusiones. La primera, es que se ha pensado que Pablo solamente hablaba y predicaba sobre Cristo crucificado. Pero, según los autores, de haber sido, así su prédica habría sido sumamente pobre y limitada. Sostienen que Pablo hablaba de muchas otras cosas, como quién era Jesús, qué enseñaba, dónde vivió, qué representaba. En este sentido, la frase sintética “Cristo crucificado” sólo pretende indicar que Jesús era un personaje contrario al Imperio, que lo crucificó y que el Evangelio predicado por Pablo también lo era. La segunda confusión, según los autores, es la de creer que Pablo entendió la muerte de Jesús en la cruz como un sacrificio vicario. Para Pablo, el sentido de la muerte de Jesús en la cruz sólo es una metáfora de la transformación personal, una expiación mediante participación. El sexto capítulo, titulado «Justificación por la gracia mediante la fe », aborda otra de las afirmaciones paulinas muchas veces desvirtuadas, sobre todo por las iglesias protestantes, como es la de la salvación por la gracia y no por las obras. Según los autores, cuando Pablo hablaba de la justificación por la fe, no entendía ésta como la forma para llegar al cielo, tal como suele comprenderse a veces, sino en la forma como debemos transformarnos nosotros y transformar el mundo en esta vida. Por otra parte, dicen, Pablo no defendía una fe sin obras (lo cual sería absurdo), sino más bien criticaba las obras sin fe, lo cual desafortunadamente se encuentra con frecuencia. En el séptimo capítulo, Vivir juntos «en Cristo», se analiza esta expresión tan propia de Pablo y también muchas veces desvirtuada por una espiritualidad cristiana mal comprendida. Para los autores, la vida “en Cristo” es una metáfora para expresar la nueva identidad personal y la nueva orientación social que el creyente adquiere. No se refiere a una vida nueva individual, personal, privada, según el concepto de religión ampliamente extendido en la cultura occidental y en la espiritualidad cristiana. Para Pablo, la vida “en Cristo” es siempre comunitaria. Partiendo de esta base, los autores analizan el sentido social de las iglesias paulinas, las formas de vivir el compromiso fraterno, qué significa compartir, qué hacer con quienes se aprovechan de la generosidad de los demás y cómo poner los carismas al servicio de todos.

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Finalmente el libro concluye con un Epílogo, La muerte de un apóstol. Los autores se inclinan por la tesis, cada vez más extendida entre los autores, de que Pablo no murió decapitado, ni con el privilegio de un ciudadano romano, sino junto a todos aquellos cristianos acorralados por la persecución de Nerón y martirizados en el año 64. No murió de forma especial, ni independiente, sino con una masa anónima de mártires. Creemos que esta obra de Borg y Crossan constituye una excelente ayuda para profundizar sobre todo los temas relacionados con la teología de Pablo, los cuales muchas veces se encuentran en textos técnicos y de difícil acceso. Se trata de un libro a mitad de camino entre lo especializado y la alta divulgación. Una obra muy bien elaborada, por dos grandes autores que han madurado notablemente las cuestiones relacionadas con el apóstol de los gentiles. Sin embargo convendría hacer algunas observaciones. Creemos que la denominación de los tres Pablo expuesta en el capítulo tercero no es muy feliz. Llamar “reaccionario” al Pablo de las cartas “pastorales” lleva precisamente a expresar lo contrario de lo que se quiere decir. Para el lenguaje común, un reaccionario es alguien que “reacciona” contra lo establecido, un reformador, un innovador, mientras que los autores quieren decir que el Pablo de las “pastorales” es tradicionalista, antipaulino y representa una marcha atrás de las ideas del Pablo histórico, para adaptarlas a la normalidad del Imperio Romano. Lo mismo ocurre con los términos radical y conservador, que no responden a lo que normalmente entendemos por ellos. Según los autores, la tesis central del libro es: Pablo era un místico cristiano judío. Y para avalarla, analizan la experiencia que tuvo camino a Damasco narrada por Los Hechos, presentándola como el acontecimiento que cambió radicalmente su vida y que la dividió para siempre en dos etapas muy diversas. Creemos que esto no hace justicia a lo que Pablo dice. Él nunca dio importancia a su experiencia inicial. De hecho nunca la menciona ni la relata como tal en sus cartas. A su encuentro inicial con Cristo él lo llama vocación, y no conversión, y lo toma como un proceso de maduración natural, no como un fenómeno que sacudiera su vida. Y cuando tiene que hablar de alguna experiencia mística suya, alude a otra ocurrida nueve años después de su “conversión” (2 Cor 12,1-4). O sea que su experiencia de Damasco no parece ser representativa del misticismo paulino. En el capítulo tercero, al hablar de la famosa enfermedad de Pablo, mencionada dos veces en sus cartas, y que tanta discusión ha provocado, los autores afirman que se trataba de la malaria. Para llegar a esta conclusión combinan los textos de Gal 4,13 con 2 Cor 12,7, y dicen que la “espina” en su carne era una especie de fiebre palúdica que lo llevaba a tener visiones. Esta tesis, propuesta ya por W. Ramsay en 1895, no ha tenido muchos defensores, y 106 [241]

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parece más bien forzada. Otras propuestas de enfermedad, como la ceguera, parecen tener más fundamente bíblico que la aquí afirmada. Sobre el tema de la ciudadanía romana de Pablo los autores no se pronuncian, aunque dan a entender que no habría inconveniente en aceptarla. Sin embargo hoy la mayoría de los estudiosos se inclina por pensar que se trata de una afirmación teológica de Lucas y que hay demasiadas evidencias en las cartas auténticas como para afirmar que Pablo fuera ciudadano romano. Con respecto al rasgo de perseguidor de los cristianos, los autores sostienen que Pablo ejerció un tipo de persecución no sólo grave sino mortal entre los seguidores de Jesús. Pero en las cartas de Pablo no hay suficiente soporte para defender tal afirmación. Es el libro de Los Hechos el que amplía enormemente el tema de la persecución de Pablo. Sobre su conversión, si bien los autores no aceptan como histórico el viaje de Pablo a Damasco, hablan de una cierta “visión” que habría sufrido cuando se encontraba viviendo en la capital siria y que habría generado su posterior conversión. Hoy muchos comentaristas, basándose en sus cartas, sostienen que la experiencia cristiana de Pablo no se debió a una experiencia especial sufrida por él, sino al escalonado contacto de Pablo con las comunidades cristianas de la ciudad. Se podrían hacer otras observaciones menores al libro, como por ejemplo el hecho de que se de por sentado que Rm 16 forma parte del resto de la carta a los Romanos, y que Febe, la diaconisa del puerto de Cencreas, fue quien llevó y también interpretó esta carta a sus destinatarios. Hoy son muchos e importantes los biblistas que afirman que Rm 16 no formaba parte originalmente de la epístola a los Romanos, sino que era una carta dirigida a la comunidad de Éfeso. Finalmente, echamos de menos algún capítulo o párrafo referido al concepto de Reino de Dios en Pablo y a su idea de salvación. ¿Cómo la imaginaba él? ¿Pensaba en el más allá, en la vida eterna, en el cielo? Se trata de una idea fundamental para comprender toda la teología paulina. En síntesis, creemos que fuera de estas pequeñas observaciones, se trata de una excelente obra que ayuda a superar muchos de los errores que aún perduran sobre la figura Pablo, especialmente en aquellos que lo leen como si fuera “un protestante luterano que criticaba el catolicismo romano, o incluso peor, un cristiano que criticaba el judaísmo”.

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Senén Vidal El proyecto mesiánico de Pablo (Colección “Biblioteca de Estudios Bíblicos 116), Sígueme, Salamanca 2005.

Esta obra del conocido biblista Senén Vidal es en cierto modo la continuación de su libro anterior Los tres proyectos de Jesús, donde el autor expone las premisas que desarrollará en ésta. En aquel libro, Vidal afirmaba que Jesús, antes de morir, había comprendido claramente que su muerte era necesaria para la llegada del reino de Dios; por lo tanto, durante su Última Cena asumió su muerte dentro del marco de la expiación vicaria. En el presente ensayo, Vidal estudia el desarrollo posterior de esta idea, pero en el pensamiento de Pablo, y según las siete cartas consideradas auténticas. El libro comienza con una Introducción, donde expone claramente cuál es la tesis que va a defender a lo largo de su obra. En ella advierte que Pablo no expone en sus cartas ninguna reflexión sistemática ni organizada sobre Dios, ni sobre la persona humana, ni sobre la salvación, ni sobre la iglesia. Tampoco podemos esperar encontrar en sus epístolas una Cristología completa. La temática de la teología paulina más bien se centra en el “acontecimiento mesiánico en cuanto mediador del reino de Dios”. Hecha esta advertencia preliminar, el primer capítulo titulado El guión mesiánico muestra cómo el guión del cristianismo naciente tuvo lugar en la misión histórica de Jesús. Aquí el autor desarrolla brevemente lo que ya dijo en su libro precedente, es decir, los tres proyectos gestados por Jesús durante su vida pública. A su vez, según Vidal, el tercer proyecto contó con dos diversas alternativas. De este modo, el cristianismo primitivo no habría configurado un nuevo proyecto, sino que asumió el último esquema de Jesús, el cual contaba con la posibilidad de su muerte. Lo que la comunidad cristiana posterior hizo fue explicitarlo y desarrollarlo. Vidal, pues, sostiene que no hubo ningún quiebre, ni innovación, ni salto o mutación teológica entre lo esencial del pensamiento de Jesús, configurado en su tercer proyecto, y la doctrina de los primeros cristianos, entre los cuales Pablo ocupa un lugar eminente. En este sentido, el proyecto de Pablo se encuentra en “coherencia histórica con el cristianismo naciente, que fue su cuna y desarrollo, y con la misión de Jesús que fue la referencia permanente de todo el movimiento cristiano antiguo”. Para Vidal, el pensamiento de Pablo no es tan novedoso ni tan original como algunos autores sostienen, pues se encuadra dentro del guión mesiánico ya delineado por las comunidades cristianas en los dos o tres años que median entre la muerte de Jesús y la entrada de Pablo en escena. Las ideas básicas de este proyecto eran la muerte salvadora de Jesús y su resurrección como Mesías, ideas transmitidas por el judeocristianismo posterior, sobre todo de la línea helenista de Damasco y Antioquía. 108 [241]

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En el segundo capítulo, La inauguración mesiánica, Vidal explica cómo la muerte salvadora de Jesús inaugura el tránsito de un mundo viejo, obsoleto y dominado por la maldad, a una nueva creación en la que Dios es el dueño absoluto, y su justicia es el rasgo fundamental. Este nuevo estado de cosas es llamada por Vidal “la nueva creación mesiánica”. Y a lo largo de tres subsecciones procura explicitar de qué manera se ha producido ese tránsito hacia la nueva creación, el nuevo ámbito de justicia y vida nueva. Pablo también habría recibido de la tradición, según Vidal, la noción de que las comunidades cristianas primitivas celebraban el tránsito a la “nueva creación” con dos ritos fundamentales. Uno era el bautismo, mediante el cual el creyente ingresaba en el pueblo mesiánico, y que simbolizaba la “liberación del pecado y la impureza y la entrada al ámbito de la bondad, gracias a la potencia liberadora de la muerte del Mesías”. El otro rito era la celebración de la cena del Señor, mediante la cual se actualizaba la acción de Jesús en la Última Cena, y se recordaba la existencia como pueblo de la nueva alianza. Luego Vidal presenta la idea de este guión, supuestamente tradicional, tal como se encontraría en las cartas paulinas. El tercer capítulo, titulado El pueblo mesiánico, describe cómo la misión mesiánica se concreta en la congregación de un pueblo mesiánico, el cual a su vez se integra y vertebra en las nuevas comunidades o iglesias particulares, las cuales se edifican y sostienen mediante la práctica de los dos ritos mesiánicos mencionados: bautismo y eucaristía. El capítulo cuarto, La culminación mesiánica, expone la “época definitiva” o reino mesiánico. Aquí el autor presenta el desenlace de toda la trama, es decir, el fin del reino. Según Vidal, éste ocurrirá en dos etapas. Primero llegará el “Reino de Cristo”, un reino mesiánico esplendoroso, en el que el Mesías exaltado se manifestará con todo su poder en la tierra. Luego llegará el “Reino de Dios”, el cual posiblemente ya tendrá lugar en un ámbito ultramundano, cuando “Dios sea todo en todo” (1 Cor 15,28). El autor va describiendo aquí el pensamiento de Pablo sobre el carácter de ese reino, su función, y las diversas manifestaciones que tendrán lugar durante su aparición, tal como la resurrección de los muertos, la congregación con el Mesías, el sometimiento de los enemigos y el juicio universal. En el quinto y último capítulo, La escenificación mesiánica, Vidal ofrece una síntesis de las ideas de Pablo a partir de sus cartas, especialmente de aquellas donde, a raíz de los problemas suscitados en las comunidades, aparecen las ideas rectoras. Según Vidal, 1º Tesalonicenses y Filipenses exponen las esperanzas mesiánicas del nuevo pueblo a pesar de las duras pruebas por las que debe atravesar. Aquí el apóstol explica cuál es el verdadero sentido de las tribulaciones y las garantías divinas de superarla. Gálatas y Romanos presentan la universalidad del pueblo mesiánico, que a su vez conduce a la universalidad de la salvación. Finalmente las dos epístolas a los Corintios, así como Filemón y la carta a Éfeso (hoy en Rm 16) describen la socialización del pueblo iviva.org

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mesiánico, es decir, su realización social en la tierra antes de la parusía. Allí se narra cómo celebrar la eucaristía, cómo compartir los bienes mediante la colecta por las iglesias más pobres, y cómo comportarse dentro de la sociedad civil, en cuestiones como los pleitos ante los tribunales, los banquetes sagrados paganos, la prostitución, el incesto, el matrimonio y el nuevo patronazgo. El libro de Senén Vidal es denso y de no fácil lectura, pero muy bien trabajado y elaborado. La observación que se le puede hacer es que parte de una afirmación no aceptada por todos los estudiosos del Jesús histórico, y es que Jesús ya habría concebido por anticipado en su ideario teológico que su muerte tendría un sentido de expiación vicaria. Es el famoso tercer proyecto, desarrollado en su volumen anterior. Según este presupuesto, en la conciencia de Jesús ya habrían estado todas las ideas clave que luego aparecerán en la teología posterior a su resurrección, es decir: su muerte salvadora como Mesías, su expiación por los pecados, la salvación universal y la aparición de una nueva alianza. De esta manera, según Vidal, al hallar en las cartas de Pablo las mismas palabras, se puede establecer una conexión segura entre las concepciones de Jesús y las de Pablo. Sin embargo creemos que atribuirle al Jesús de la historia un proyecto en el que ya aparecen diseñadas las ideas teológicas paulinas fundamentales es suponer en Jesús una conciencia excesivamente desarrollada al estilo eclesial, más propia del cristianismo pospascual que de Jesús. En muchos aspectos el pensamiento paulino es una reflexión esencialmente posterior y superadora del pensamiento del Jesús de la historia, y desde luego también del pensamiento de la iglesia jerosolimitana. Jesús, por ejemplo, no expresó un rechazo radical a la ley de Moisés; en cambio para Pablo, Dios, que “ha revelado en él a su Hijo” (Gál 1,16), ya no tiene por válida la ley carnal de Moisés; ha sido sustituida por la “ley del amor o ley de Cristo” (Gál 5,13-14 y 6,2). Tampoco Jesús suscribiría la idea de que el bautismo significa sumergirse simbólicamente con él en su muerte vicaria y expiatoria por la humanidad para resucitar con él a una nueva vida. Éstos son, sin duda, pensamientos posteriores y ajenos al mundo ideológico de Jesús. Igualmente no parece posible que Jesús hubiera entendido la eucaristía tal como la comprende Pablo. Eso significaría atribuirle una conciencia sacramental anacrónica, además de convertirlo en el fundador de un nuevo culto y de una nueva religión, cosa que hoy resulta inaceptable para los estudiosos. A pesar de estas observaciones, creemos que se trata de un libro muy bueno, en el que su autor de manera honesta y seria explica el pensamiento de Pablo. Basándose en las cartas auténticas, Vidal ha sistematizado de un modo magistral la teología paulina a partir de la idea de “mesianismo”. Desde aquí, desarrolla la doctrina de la salvación de judíos y gentiles en el marco del acontecimiento mesiánico, la plenitud de los tiempos, la venida de Jesús, y su muerte redentora. 110 [241]

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