A) Enunciado de una norma moral suprema

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ética

Kant.

Nos encontramos ante la obra de uno de los más grandes filósofos de la historia humana. Ya hemos hablado de él en otras unidades, pero, al no haberlo hecho sistemáticamente, carecemos de una visión global de su pensamiento moral. Eso es lo que vamos a ofrecer ahora: una visión global y sistemática de la Ética kantiana. Kant fue un ilustrado alemán que vivió entre los años 1704 y 1804 en la ciudad prusiana de Königsberg, metódico y riguroso en su vida y en sus escritos. Con su Crítica de la razón pura, escrita en 1781, revolucionó la filosofía teórica, tanto por sus conclusiones como por su método. En ella expuso el giro copernicano que la Filosofía necesitaba, a su juicio, para llegar a ser una ciencia, como antes lo habían hecho las Matemáticas y la Física. En esa obra también estableció las condiciones que hacen posible que los seres humanos tengamos conocimientos científicos, universales y necesarios, y fijó los límites de tales conocimientos. En el campo de la Ética, su influencia ha sido, también, enorme. La ejerció a través de varias obras, siendo las principales la Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785) y la Crítica de la razón práctica (1788). Nuestra exposición se basará en la primera de ellas, la más sencilla de las dos. La ética kantiana es, en cierto sentido, consecuente y paralela a su filosofía teórica. A pesar de ello, nuestra exposición prescindirá de tal paralelismo, porque aspira a facilitar su comprensión a quienes ignoran el resto de su filosofía. Eso nos impide recurrir al carácter a priori de las leyes morales, y nos obliga a centrar la exposición en conceptos más asequibles, aunque difíciles, como el de la incondicionalidad. En cualquier caso, espero no sacrificar la fidelidad. Esta tarea, como todos sabemos y Kant mismo reconoce, es muy difícil [12.1]. Los problemas fundamentales de la ética son dos: A) encontrar el enunciado de una norma moral suprema y B) explicar su fuerza obligatoria sobre la voluntad humana. Es decir, encontrar un mandamiento moral supremo y explicar que se nos presente como mandato, como orden que tenemos que obedecer. De ello se ocupa Kant en el capítulo II de la Fundamentación, y nosotros vamos a tratar de explicar sus opiniones con un lenguaje asequible. A) Enunciado de una norma moral suprema

A lo largo de las unidades precedentes hemos estado usando términos morales como bueno, malo, etc. Pero estos términos no siempre tienen un significado moral, sino que a veces el significado es técnico. Un martillo es bueno si cumple bien su función propia, una fruta es buena si alimenta, o si agrada. En todos los casos de bondad instrumental, algo es bueno si es un buen medio para conseguir un fin. Podríamos preguntarnos si un buen martillo es, en realidad, bueno. Es decir, si es bueno independientemente de su utilidad. Lo que nos preguntamos es si un martillo es perpersanmat 2012

bueno absolutamente, si tiene una bondad absoluta, y no relativa a un fin. La respuesta es, evidentemente, negativa. Su bondad depende del fin al que sirve, es meramente instrumental. Es necesario que seamos conscientes del significado instrumental de términos como bueno para llegar a comprender, por contraste, su significado moral. El significado moral de bueno lo encontramos en expresiones como el hecho de ayudar a tu hermano es bueno o esa es una buena persona. A diferencia del uso técnico de bueno, aquí no parece ser tan importante como antes para qué sirva ayudar a tu hermano, o para qué sirve ser una persona cabal. La utilidad de mi ayuda o de mi honradez no determina su bondad moral. La bondad moral de algo no depende de su utilidad para conseguir tal o cual fin, sino que es independiente de todo fin, de toda meta. Esta independencia es la que nos permite preguntar: ¿ayudar a mi hermano es bueno aunque no sirva para nada, es bueno sin condiciones? ¿es bueno sin más, absolutamente?, o ¿ser honrado es bueno aunque no sirva para nada, absolutamente, independientemente de sus resultados? Kant piensa que la respuesta es afirmativa siempre que estemos hablando de bondad moral. Es decir, cuando hablamos de bondad moral estaremos hablando de bondad por razones morales, no por razones instrumentales, estaremos hablando de bondad por razones últimas, no sometida a ninguna condición posterior. Si algo es moralmente bueno, entonces lo es independientemente de todo lo demás. Este concepto de la bondad moral es muy estricto, y tiene enormes repercusiones. Lo que es bueno moralmente hablando, lo seguirá siendo aunque sus consecuencias sean nefastas, es independiente de cómo sea el mundo y sus leyes naturales, de cuáles sean los intereses de los hombres en ese mundo. La bondad moral es absolutamente incondicionada, independiente de todo lo demás. Veamos las resonancias de este concepto de bondad moral en un ejemplo: si ayudamos a nuestro hermano como medio para conseguir tal o cual fin (cualquiera que sea, por muy valioso que nos parezca), entonces esa ayuda no tiene valor moral, sino sólo instrumental, porque no es incondicional. Vemos hasta qué punto es necesaria y exigente la incondicionalidad, el carácter último de los comportamientos morales. En efecto, si ayudáramos como medio para un fin, entonces diríamos que es bueno porque ayudar es un medio adecuado para ese fin, y podría dejar de ser bueno ayudar si dejara de ser un medio adecuado para lograr ese fin. Pero el valor moral de ayudar no puede estar condicionado a si sirve o no sirve para conseguir tal o cual fin, sino que es una bondad incondicionada, universal, necesaria. Por eso, Kant cree que la bondad moral es absolutamente distinta a la bondad instrumental. Así, una acción moralmente buena no lo es porque produzca adecuadamente otra cosa buena, algún fin bueno o una meta deseada por el agente o por alguien distinto. La acción

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moralmente buena lo es por razones morales; incondicionadas, últimas, su bondad no depende de si produce o no un resultado, cualquiera que sea, no depende de sus consecuencias. Ningún fin puede ser el fundamento de la bondad moral de una acción. Vemos qué lejos está Kant de las morales estudiadas en la Unidad 11. Lo moralmente bueno es bueno sin más precisiones, absolutamente. Una buena flauta tiene una bondad que no es moral, y tampoco es moral la bondad de un buen afeitado, o la de una buena operación quirúrgica. En estos ejemplos, “bueno” se dice relativamente a algo, por relación a un fin en el que podemos tener interés, llegado el caso; su bondad está condicionada a que deseemos ese fin para el que esa flauta, ese afeitado o esa operación son buenos medios. Sin embargo, algo moralmente bueno tiene que serlo incondicionalmente; la bondad moral es incondicional, independiente de cualquier interés de cualquier persona. La bondad moral es desinteresada.[12.2] Ya sabemos lo que significa bondad moral, bondad incondicionada. Ahora resta saber si hay algo a lo que ese concepto se puede aplicar. Decimos esto porque cabe la posiblidad de que hayamos concebido un significado de bondad moral tan exigente que no haya nada que lo pueda recibir. ¿Hay algo que cumpla esa exigencia? ¿Hay algo que sea bueno incondicionalmente, absolutamente? ¿Hay algo que sea bueno sin más? No algo bueno para unos y no para otros, o bueno ahora pero no después, o bueno si me produce tal o cual sentimiento, o bueno porque alguien pueda tener algún interés directo o indirecto en ello? Según Kant, lo único que, siendo bueno, lo es incondicionalmente es la voluntad, una buena voluntad [12.3]. En efecto, una buena voluntad no puede ser mala nunca, en ningún caso; no puede ser mal utilizada ni perseguir lo malo, porque dejaría de ser buena. Pudiera parecer que la inteligencia, o la simpatía, o cualquier otra capacidad es, también, incondicionalmente buena; sin embargo, cualquiera de ellas puede ponerse al servicio de malos fines, de una mala voluntad. Tampoco las acciones buenas lo son incondicionalmente, porque su bondad depende de los motivos por los que se hayan hecho, y no sólo de lo que se haya hecho: si los motivos son los adecuados, estaremos ante una acción moralmente buena, en cualquier otro caso, no [12.4]. Manteniendo, con Kant, que la buena voluntad es lo único incondicionalmente bueno. ¿Cuándo será buena una voluntad? Sólo si sus actos (las voliciones, los actos de querer) son conformes al deber y hechos por deber. Una acción es conforme al deber si es un acto de cumplimiento de la ley moral, si coincide con lo que la ley manda. Una acción es hecha por deber si el motivo de hacerla es cumplir con el deber, si se hace porque la ley moral lo manda. Vemos que, para la moralidad de las acciones, es muy importante el motivo del agente al hacerlas, y no sólo la conformidad con la ley [12.5].

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Lamentablemente, la voluntad de los seres humanos no siempre quiere motivada por el deber, porque hay otros motivos que la tientan. Puede querer atendiendo a uno de dos motivos muy diferentes: a) el deber o b) las inclinaciones. Es decir, las voliciones se pueden hacer bien por deber, bien por interés, para satisfacer alguna inclinación. En el primer caso, la voluntad persigue lo bueno; en el segundo, casi siempre persigue lo agradable. Sólo la voluntad que se deje guiar por la ley moral es una buena voluntad, las demás estarán motivadas por el interés. Estas observaciones nos obligan a distinguir por un lado lo que hacemos, y por el otro el motivo por el que lo hacemos. Atendiendo a lo que hacemos, diremos que las acciones son conformes al deber o contrarias al deber; atendiendo a los motivos, diremos que las hacemos por deber o por inclinación. Saber si una acción nuestra es conforme o contraria al deber es fácil, pero no lo es tanto saber cuáles fueron los motivos reales que nos llevaron a querer hacer lo que hicimos, si el deber o las inclinaciones. Veamos un ejemplo. Supongamos que cuidamos de nuestros padres, así cumplimos con nuestro deber, es conforme al deber; pero ¿por qué lo hacemos? ¿por deber, o porque esperamos que nos ayuden en caso de apuro, o por afecto, o por lástima, o por cualquier otro motivo? Es frecuente que nos engañemos sobre los motivos de nuestras acciones, y más frecuente aún que engañemos a los demás, sobre todo cuando se da el caso de que cumplimos con nuestro deber, como en el ejemplo anterior o en el ejemplo kantiano del comerciante que cobra lo justo. Por tanto, una buena voluntad es la que quiere motivada por el deber, no por el interés o por las inclinaciones. Ahora nos queda saber qué es ese deber, cuál es el enunciado de la ley moral máxima, principal, del imperativo categórico. 12.1.a.- Primera formulación del imperativo categórico. Las leyes morales son mandatos, imperativos, así que, como todos los mandatos, tendrá la forma “¡Haz x!”. Pero, entre los imperativos, los hay de dos clases: hipotéticos y categóricos. Son hipotéticos los que se pueden poner en la forma lógica “¡Haz x!, si quieres y”, suponiendo que x sea un buen medio para producir el fin y; es evidente que la orden sólo tendrá validez para los que quieran conseguir el fin y, si quieren ese fin, bajo esa hipótesis, con esa condición. Se trata de imperativos técnicos, condicionados a que el agente quiera un fin. Sin embargo, los imperativos categóricos no están sujetos a ninguna condición, a ningún fin para el que lo ordenado sea un buen medio. No. Los imperativos categóricos mandan: “¡Haz x!”, sin más limitaciones. Según Kant, las leyes morales son imperativos categóricos, porque son mandatos incondicionados, mandan a todos los hombres por igual, independientemente de los fines que se propongan o dejen de proponerse.

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¿Cuál es el enunciado de esa ley moral? Desde luego no manda hacer tal o cual tipo de acciones como medios para conseguir ningún fin, ni siquiera para conseguir la felicidad. Lo que manda ha de ser incondicionado, de obligado cumplimiento para todos, siempre y en cualquier circunstancia. Es un mandato universal y necesario. Pues bien, lo que manda ese imperativo categórico es, precisamente, que obremos guiados por un motivo que pueda ser motivo incondicionado, motivo universal, que nuestro motivo pueda ser motivo también para los demás en circunstancias semejantes. Los enunciados exactos los veremos después. Ahora vamos a pensar sobre esto. Cuando hacemos algo, lo hacemos por algún motivo, no a tontas y a locas. Así, si yo engaño a un desconocido para divertirme, la diversión es mi motivo. Es como si me dijera: “Me está permitido, en circunstancias como esta, mentir con el fin de divertirme”. Esa es la máxima de mi acción, la regla que me aplico yo para actuar, el principio subjetivo de mi acción, como dice Kant, porque origina (principia) mi acción, y ese origen está en mí como sujeto (subjectum). Me estoy dando permiso, a mí, para mentir-por-ese-motivo. ¿Daría ese permiso a todos en circunstancias semejantes, incluso en el caso de que yo fuera la víctima de la burla? Evidentemente, no, porque yo no me divertiría nada, y yo quiero divertirme. Si hago algo concediéndome un permiso que no estoy dispuesto a conceder a todos los demás, entonces mi motivo no es universalizable, y mi acción no será moralmente buena. Quien obra moralmente bien, lo hace por motivos que aceptaría también para los demás; por ello, su comportamiento es, en cierto modo, generalizable y está dispuesto a que se generalice. No se comporta aprovechando que los demás no se enteran para poder él conseguir sus fines, tampoco lo hace ocultando a los demás sus motivos, puesto que acepta que todos los demás los sigan; es un comportamiento que podría darse enteramente a la luz del día, tanto por lo que se refiere a lo que hace como por lo que se refiere a los motivos. La formulación del imperativo categórico que cumple esas condiciones de universalidad es: “Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”, o también “Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la Naturaleza.” Cualquier principio moral que nos propongan tiene que cumplir estas dos condiciones: a) ser coherente con nuestras opiniones morales básicas y b) explicar nuestras opiniones morales básicas. Si pensamos que es moralmente obligatorio cumplir las promesas, a) será inaceptable un principio moral que lo contradiga y b) ese principio moral ha de explicar por qué tenemos que cumplir las promesas. Kant confirma lo adecuado de sus formulaciones del imperativo categórico perpersanmat 2012

aplicándolo a cuatro casos: suicidio, promesa en falso, fomento de los talentos naturales y benevolencia. Examinaremos el caso más común: la promesa en falso. Si nos preguntamos: ¿Puedo, en medio de apuros económicos, pedir un préstamo prometiendo devolverlo a sabiendas de que no podré cumplir mi promesa? Supongamos que contesto : “Sí, me está permitido”. Entonces la máxima de mi acción sería “Me está permitido, en circunstancias como éstas, prometer en falso para salir de apuros...”. La pregunta es, ahora: ¿Puedo querer que esa máxima se universalice y valga para todos los hombres, incluso en el caso de que sea yo quien haga el préstamo creyendo una promesa falsa? Probablemente no pueda querer eso. Es más, si ese comportamiento se convirtiera en una ley universal, entonces no serviría para nada prometer, pues nadie confiaría en la honestidad de los demás, no serviría, entonces, para salir de apuros ni para ninguna otra cosa, nadie prometería nada, la institución de la promesa desaparecería. Luego yo no puedo querer a la vez salir de apuros mediante promesas y querer que la institución de la promesa desaparezca. Sería incoherente por mi parte. 12.1.b.- Segunda formulación del imperativo categórico: La primera formulación se basaba en que la ley moral ha de ser universal. La segunda lo hará en la motivación de la buena voluntad. La buena voluntad es la que quiere conforme al deber por deber. Su motivo es el deber, no el interés; es decir, el motivo es incondicionado, necesario. Los motivos están referidos a fines. Si el motivo de mi engaño es divertirme, mi fin es la diversión perseguida. Así, una buena voluntad, movida por el deber, tiene como fin un fin incondicionado, independiente de mis deseos e intereses, de mis inclinaciones, de los fines que yo, subjetivamente, me pueda proponer. Ese fin es un fin objetivo, absoluto. Kant piensa que el único fin absoluto, incondicionado, a priori, es la existencia de un ser racional, de una persona. Sólo la persona es fin en sí mismo y no se debe, por tanto, usarlo sólo como medio. Por eso, la buena voluntad es la que persigue ese fin objetivo, y este concepto de buena voluntad es el que origina la segunda formulación del imperativo categórico, que dice : “Obra siempre de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin en sí mismo y nunca solamente como un medio.” Lo mismo que antes hiciera para la primera formulación, Kant comprueba lo adeuado de esta formulación para los cuatro casos mencionados antes: suicidio, promesa en falso, fomento de los talentos y benevolencia. 12.1.c.- Tercera formulación del imperativo categórico. Esta última formulación del imperativo categórico parte del concepto de voluntad de todo ser racional. Kant piensa que todo ser racional –sea divino o humano- tiene voluntad, y la voluntad es una capacidad de querer, sus actos son voliciones; pero es capaz de querer motivada por la ley

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moral o por intereses. Cuando obra por deber, la voluntad legisla lo que hay que hacer y lo quiere hacer, lo obedece. A esa tarea legisladora de la voluntad vamos a prestar atención ahora.. En esa función, la voluntad legisla, manda, y a cada uno nos ordena hacer lo mismo que le ordenaría a cualquier otro en iguales circunstancias, porque es una capacidad de legislar sin estar sometida a los intereses, a las inclinaciones. Por eso, la ley que dicta no es interesada, condicionada por los intereses de tal o cual individuo, sino que es imparcial, incondicionada, universal, necesaria. El imperativo categórico, atendiendo a esta función legisladora de la voluntad, nos mandará obrar siguiendo la ley que la voluntad misma se dicta. Su enunciado es así: “Haz todo por la máxima (principio subjetivo del querer) que pueda ser máxima de una voluntad legisladora universal”. O también: “Que la voluntad, por su máxima [por la máxima que rige su acción] pueda considerarse a sí misma como universalmente legisladora”. Si la voluntad obra siguiendo este principio, entonces obedece la ley moral que ella misma se dicta, es absolutamente autónoma. Si quisiera condicionada por intereses, fines o inclinaciones, sería una voluntad cuya ley nacería o se fundamentaría en esos intereses, fines o inclinaciones, en algo externo y distinto que ella, en otra (hétero) cosa que ella misma: sería una voluntad heterónoma. Por el contrario, si la ley nace de ella misma, nos hallaremos ante una voluntad autónoma. Por eso, se puede considerar una versión de esta tercera formulación del imperativo este otro enunciado: “Sé autónomo”. Esta tercera formulación nos puede hacer creer, equivocadamente, que Kant propone que queramos lo que nos dé la gana. Si obramos así estaríamos queriendo condicionados por nuestros intereses, y no moralmente, incondicionadamente, puesto que nuestras ganas, nuestros apetitos, lo que nos apetece hacer es algo interesado, un fin subjetivo. Lo que esta formulación nos propone es que queramos como si fuéramos miembros de una sociedad (reino) en la que nosotros somos a la vez legisladores y estuviéramos sometidos a esa ley, unidos todos los miembros de esa sociedad por la persecución de un fin, del único fin absoluto que hay: tomar a los demás seres racionales como fines en sí mismos. Esta consideración genera otra versión del imperativo: “Todo ser racional debe obrar como si fuera por sus máximas siempre un miembro legislador en el reino universal de los fines”. Esto nos conduce directamente a examinar el valor que Kant asigna a las personas, a diferencia del que asigna a cosas. Las cosas tienen un precio, y su valor se puede comparar con el de otras cosas; algo similar sucede con lo que tiene un valor sentimental para nosotros, aunque no sea fácilmente comparable una cosa valiosa sentimentalmente con otra con un valor del mismo tipo. Sin embargo, en ambos casos, valor comercial y valor sentimental, se trata de valores

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relativos –por relación a un fin o a los sentimientos de una persona. Sin embargo, las personas valen absolutamente, son en sí mismas valiosas, no se les puede adjudicar ningún valor sentimental ni comercial: no tienen precio, sino dignidad [12.6]. Un ser humano tiene dignidad porque tiene voluntad, porque es racional, porque es una voluntad legisladora universal, porque puede obrar desinteresadamente, porque tiene moralidad (es decir, sus acciones se pueden comparar con leyes morales, a las que puede obedecer o no), y, por tanto, libertad. B) Por qué las leyes morales se nos presentan con ese carácter constrictivo. Acabamos de ver que la ley moral nos la podemos dictar nosotros a nosotros mismos, como seres racionales que somos y los enunciados que puede adoptar. Ahora nos ocuparemos del segundo asunto fundamental de la Ética, tal como prometimos desde la primera página de esta Unidad. ¿Cómo, si somos nosotros quienes nos dictamos las leyes morales, nos damos leyes que tanto esfuerzo nos cuesta cumplir? ¿Por qué empeñarnos en dotarnos de leyes que a veces nos fastidian tanto que no nos apetece obedecerlas? Planteadas así las cosas, parecemos masoquistas imponiéndonos obligaciones que nos duele cumplir. ¿De dónde nace esa especie de contradicción interna entre nuestros motivos, pues unos nos dirigen al deber y otros a las inclinaciones? Según Kant, de nuestra propia naturaleza, en cierto modo doble. Por ser racionales, no tenemos más remedio que estar sujetos a la ley moral, y por no ser sólo racionales, estamos siendo casi continuamente reclamados por las inclinaciones. Si estuviéramos sujetos sólo a la ley moral, entonces necesariamente la seguiríamos sin el sentimiento de contrariar ningún otro reclamo o exigencia, seríamos una voluntad santa, como Dios. Por el contrario, si en nosotros no hubiera ningún rastro de ley moral, al seguir sólo y siempre las inclinaciones, no sentiríamos remordimientos, mala conciencia, seríamos como animales. Pero, al estar entre dos aguas, siempre que hacemos algo estamos mirando, como de reojo, al motivo que permanece insatisfecho, sean las inclinaciones o el deber. De ahí que sintamos siempre el deber con ese carácter presionante, constrictivo, dice Kant, independientemente de que, en ocasiones, el cumplimiento de nuestro deber, por deber, pueda satisfacer nuestra inclinación, nuestro interés. Pero siempre que no sea éste último el motivo de nuestro querer. 12.1.d.- Relación sentimental del hombre ante el deber. Es evidente que los seres humanos tenemos sentimientos favorables ante lo que nos provoca placer, y desfavorables ante lo que nos causa dolor. Los primeros son agrados, y los segundos desagrados. Esos son los sentimientos que nos empujan a querer lo placentero. No el fin,

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que todavía no existe, sino la representación del fin en nuestra mente. Esa representación de lo agradable nos motiva, mueve a nuestra voluntad a querer realizar el fin, no a que continúe en nuestra imaginación, sino a que se realice. Análogamente, lo bueno, representado en nuestra mente, provoca en nosotros un sentimiento racional de respeto, y es ese sentimiento el que empuja a nuestra voluntad a realizar lo bueno, a quererlo y poner todos los medios a su alcance para conseguirlo. Así pues, el deber, la ley moral provoca en los hombres una adhesión que sólo los seres racionales pueden mostrar, un respeto que es el único sentimiento racional que podemos tener. Ese sentimiento, ese respeto no es un sentimiento subjetivo, como los demás, sino que todos lo tenemos, y por eso todos sabemos que la ley moral es algo digno de ser obedecido, incondicionalmente. No es que tengamos interés en cumplir la ley, porque sólo se puede tener interés en realizar fines subjetivos y el cumplimiento de la ley moral no lo es, sino que nos mueve otro motivo distinto al interés, un motivo que sólo los seres racionales podemos tener: el respeto. Vemos que la noción de deber impregna toda la ética de Kant, y es razonable incluirla entre las éticas del deber, como hemos hecho. En realidad, el imperativo moral kantiano se podría resumir en “¡Obra por deber!, pues, evidentemente, quien así lo hace, obra, necesariamente conforme al deber. Vemos, también, lo justificado de incluir la moral kantiana entre las morales formales. En efecto, el imperativo categórico no nos dice qué tenemos que hacer, no tiene ningún contenido, no menciona ningún fin que podamos o no podamos perseguir. Nos dice qué condiciones tiene que cumplir nuestro querer, cómo tiene que ser nuestra voluntad y, por consiguiente, cómo tienen que ser nuestras acciones. El formalismo llega a tal extremos en Kant, que su imperativo se puede condensar en ¡Obra moralmente; es decir incondicionadamente, siguiendo imperativos categóricos!, esto no es más que decir ¡Obedece leyes morales!, nada más formal que esta expresión, nada con menos contenido. La moral kantiana, como es claro por lo que hemos visto, desatiende las inclinaciones humanas, el contenido de los actos y sus consecuencias. No nos dice que las neguemos o que luchemos contra ellas, pero sí que no las tengamos en cuenta como motivos de nuestra voluntad. Lo que esto implica es muy importante. En efecto, si ayudo a mis amigos, o educo a mis hijos, no puede estar motivado por el afecto que sienta por ellos o por cualquier otro motivo subjetivo, sino que, aún cuando no sienta afecto, simpatía o pena por ellos, o lo que sienta sea asco, repugnancia o malestar físico, debo cuidarlos, es bueno cuidarlos y hacerlo por deber. ¡Cuántas veces decimos: ”lo hice porque le quería, o porque le gustaba a él, o porque me sentía bien al hacerlo, o porque me hacía feliz, o porque le hacía feliz a él”! Y lo decimos creyendo que hacemos lo mejor por los mejores motivos. Sin embargo, todos los motivos mencionados son subjetivos y, por tanto,

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moralmente sin valor, según Kant. Por otro lado, si la ley moral es independiente de los fines subjetivos y de las consecuencias de los actos que manda, es evidente que tiene validez absoluta. Es decir, una ley moral válida lo es para todos los hombres, en todos los lugares y épocas. Vemos, entonces, que la moral de Kant es una moral absolutista y objetiva. Es decir, las normas morales no valen dependiendo de tal o cual condición, relativamente a tal o cual circunstancia, sino absolutamente. Y su validez no depende del parecer, opinión, intereses o fines de tal o cual sujeto, sino que son objetivas.[12.7] [12.1] “...no se necesita mucho arte para ser entendido de todos, si se empieza pr renunciar a todo conocimiento sólido y fundado, sino que además da lugar a una pútrida mezcolanza de observaciones mal cosidas y de princios medio inventados, que embelesa a los ingenios vulgares porque hallan en ella lo necesario para su charla diaria, pero que produce en los conocedores confusión y descontento, ..” Kant. Fundamentación de la metafísica de las costumbres, EspasaCalpe, Madrid. 1981. P 54) [12.2] “...una ley, para valer moralmente, esto es, como fundamentto de una obligación, tiene que llevar consigo una necesidad absoluta; que el mandato siguiente: no debes mentir, no tiene su validez limitada a los hombres, como si otros seres racionales pudieran desentenderse de él, y asimismo las demás leyes propiamente morales” ” (Kant.,op.cit.p.18) [12.3] “Ni en el mundo, ni, en general tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad. El entendimiento, el gracejo, el Juicio, o como quieran llamarse los talentos del espíritu son, sin duda, en muchos respectos, buenos y deseables; pero tambien pueden llegar a ser extraordinariamnte malos y dañinos si la voluntad que ha de hacer uso de estos dones...no es buena” (Kant.,op.cit.p.27) [12.4] “ ...es, desde luego, conforme al deber que el mercader no cobre más caro a un comprador inexperto; y en los sitios donde hay mucho comercio, el comerciante avisado y prudente no lo hace, en efecto, sino que mantiene un precio fino para todos en genera, de suerte que un niño puede comprar en su casa tan bien como otro cualquiera. Así, pues, uno es servido honradamente. Mas esto no es ni mucho menos suficiente para creer que el mercader haya obrado así por deber, por principios de honradez: su provecho lo exigía...” (Kant.,op.cit.p.33) [12.5] ” (Kant.,op.cit.p.32-33) [12.6] “En el reino de los fines todo tiene o un precio o una dignidad. Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente; en cambio, lo que se halla por encima de todo precio y, por tanto, no admite nada equivalente, eso tiene una dignidad. Lo que se refiere a las inclinaciones y necesidades del hombre tiene un precio comercial... lo que...se conforma a cierto gusto...tiene un precio de afecto; pero aquello que constituye la condición para que algo sea fin en sí mismo, eso no tiene meramente valor relativo o precio, sino un valor interno, esto es, dignidad.” (Kant.,op.cit.p92-93)

[12.7] “La autonomía es, pues, el fundamento de la dignidad de la naturaleza humana y de toda naturaleza racioanl” (Kant.,op.cit.p.94) “La autonomía de la voluntad es la constitución de la voluntad, por la cual es ella para sí misma una ley.”(Kant.,op.cit.p.101)

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