ANSIEDAD Y DEPRESIÓN: RELACIONES CON PERSONALIDAD. Pedro González Leandro y M. Dolores Castillo Universidad de La Laguna

ANSIEDAD Y DEPRESIÓN: RELACIONES CON PERSONALIDAD Pedro González Leandro y M. Dolores Castillo Universidad de La Laguna Los términos ansiedad y depr

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ANSIEDAD Y DEPRESIÓN: RELACIONES CON PERSONALIDAD

Pedro González Leandro y M. Dolores Castillo Universidad de La Laguna

Los términos ansiedad y depresión son de uso frecuente en el lenguaje ordinario y el significado de ambos, al menos en sus aspectos generales, es suficientemente conocido. Por otro lado, la alta incidencia en el mundo occidental de los trastornos tanto de ansiedad como de depresión, en sus distintas tipologías, es un problema que preocupa a los sistemas sanitarios que dedican un gran esfuerzo al tratamiento y a la prevención de los mismos. Teniendo en cuenta que la aparición de estos trastornos está ligada a distintos factores (biológicos, psicológicos y sociales) y sus interacciones, consideramos de gran utilidad conocer los modelos más relevantes que han abordado su etiología y mantenimiento, y analizar los resultados obtenidos por distintos estudios. Nuestro trabajo, aparte de la descripción básica de los dos trastornos (ansiedad y depresión) y de su tipología, se centrará en el análisis del papel que juegan los factores generales y específicos de personalidad en su aparición y mantenimiento.

1. Ansiedad y depresión. Generalidades históricas y conceptuales.

Las características de la ansiedad y la depresión se manifiestan por una serie de signos y síntomas, de los que algunos son comunes a ambos y otros son específicos. Suelen estar presentes tanto en la ansiedad como en la depresión síntomas como: afectividad negativa, insomnio, cansancio, irritabilidad y pobre concentración. Esta presencia de síntomas

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comunes es mayor en algunos tipos de ansiedad, como la ansiedad generalizada y la ansiedad social (Kessler, Chiu, Demler, Merikangas y Walters, 2005). Otros síntomas se suelen considerar específicos de uno u otro trastorno (no se requiere la presencia de todos ellos), así la ansiedad se caracteriza por: (a) alteración de algunos parámetros fisiológicos (respiración, tasa cardiaca, sudoración, etc.), mareos, desmayos, vértigos, sofocos, etc.; (b) conductas evitativas en situaciones determinadas o sensación de angustia en tales situaciones; y (c) miedos obsesivos (a gérmenes, polvo, etc.). Por otro lado, las características de la depresión son: tristeza, alteración del estado de ánimo, pérdida o ganancia excesiva de peso, problemas de sueño (insomnio o exceso de sueño), fatiga o energía baja, sentimientos de inutilidad o baja autoestima, dificultades de concentración, etc. Si la depresión es grave (la llamada “depresión mayor”), se incluye además: anhedonia, agitación o retardo psicomotor, sentimientos inapropiados de culpa y pensamientos recurrentes de muerte o suicidio (o intentos de suicidio). Peñate (2001) defiende la existencia de tres síntomas genuinos de la depresión que diferencian a ésta de la ansiedad: afecto triste, anhedonia y autoestima baja. Sin embargo, la existencia de comorbilidad es tan frecuente que algunos opinan que la diferenciación entre personas ansiosas y depresivas sólo es posible hacerla en base a unos pocos síntomas de la ansiedad (Agudelo, Buela-Casal y Spielberger, 2007). El modelo tripartito (Clark y Watson, 1991), del que hablaremos más adelante, sugiere un factor general de afectividad negativa para los síntomas comunes a la ansiedad y la depresión; un factor de arousal autonómico elevado para los síntomas específicos de la ansiedad; y un factor de afectividad positiva baja para la depresión. Las manifestaciones ansiosas y depresivas son conocidas al menos desde Hipócrates (s. IV a. C.) que consideraba a los trastornos mentales originados por trastornos cerebrales: distinguía manía y melancolía como estados opuestos, que estaban provocados por la ac2

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ción de los fluidos corporales (humores naturales) sobre el cerebro, producidos por un trauma directo. Hipócrates estudió las posibles fuentes de la melancolía a través de los sueños (buscando problemas actuales del paciente) y propuso dos tipos de melancolía: la causada por estrés y reacciones emocionales, y la otra causada por cambios endógenos en los humores. Los tratamientos de los humores incluían sangrías y purgantes para reducir los malos humores; también, dieta, baños, ejercicio, masaje, opio, vino e incluso seguir pautas similares a lo que hoy llamamos terapia cognitiva. Varios siglos más tarde, Galeno (s. II d. C.) sistematizó la teoría hipocrática de los humores y la extendió a las dimensiones normales del temperamento y a lo que hoy se llamarían trastornos de personalidad. Describe el sistema de los cuatro humores (flemático, sanguíneo, colérico y melancólico), sus fuentes orgánicas y los rasgos y trastornos asociados con ellos (la bilis negra, bilis amarilla y la flema, pueden existir en niveles normales o anormales). La manía o locura (niveles anormales de bilis amarilla y temperamento colérico) se manifestaba con un pensamiento y comportamiento trastornado, sería lo que hoy entendemos por esquizofrenia. La melancolía (niveles anormales de bilis negra y el temperamento melancólico) abarcaba lo que hoy entendemos por trastornos del estado de ánimo y de ansiedad (Zuckerman, 1999). La teoría hipocrática sobre la ansiedad y la depresión dominó durante la Edad Media y el Renacimiento y se puede decir que es en el s. XIX, con Pinel, cuando tienen lugar cambios en la etiología y en el tratamiento de estos trastornos. Pinel, que se distinguió por su lucha para que los enfermos mentales recibieran un trato más humano, propuso cuatro alternativas diagnósticas: manía, melancolía, demencia e idiocia. Sin embargo, es el psiquiatra Emil Kraepelin (finales s. XIX) al que se puede considerar un hito en la definición y clasificación de los trastornos mentales, sobre todo de la esquizofrenia y los trastornos graves del estado de ánimo. Estableció la conexión entre las 3

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categorías hipocráticas de manía y melancolía, proponiendo la categoría diagnóstica de psicosis maniaco-depresiva. Otro psiquiatra famoso, Freud, ha sido pionero en la descripción de los trastornos menos severos del estado de ánimo o las neurosis en sus distintos tipos; describe cuatro clases de neurosis: de ansiedad, depresiva, histérica y obsesivacompulsiva. Las obras de Kraepelin y de Freud han tenido gran influencia en la aparición de los primeros sistemas de clasificación de los trastornos mentales: La Organización Mundial de la Salud (OMS), en 1948, incluyó una sección con una clasificación de los trastornos mentales en su 6ª edición de la ICD (International Classification of Diseases, Injuries, and Causes of Death, ICD-6); y unos años después, en 1952, apareció la primera edición del DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, DSM-1)1.

2. La ansiedad y la depresión en el DSM-IV-TR. Aún reconociendo sus limitaciones, los sistemas taxonómicos (CIE-10 y DSM-IVTR) han ayudado, entre otros logros, a que los trastornos de ansiedad y de depresión se conozcan mejor y, sobre todo, a que hayan servido de motor para la realización de estudios sobre las distintas tipologías de ambos trastornos. Centrándonos en el DSM-IV-TR, la an1

Las últimas ediciones de estos dos sistemas son: la ICD-10 (1992) y el DSM-IV-TR (2000). Como se sabe, a partir del DSM-III, este sistema presenta un modelo de evaluación multiaxial que realiza las evaluaciones en base a 5 ejes cada uno de los cuales se refiere a un dominio diferente de información: Los ejes I, II y III son los llamados ejes diagnósticos: el eje I codifica los trastornos clínicos y otros problemas que pueden ser objeto de atención clínica; el eje II, los trastornos de personalidad y retraso mental; y el eje III codifica los estados médicos que son clínicamente relevantes. El eje IV da cuenta de los aspectos ambientales y psicosociales clínicamente relevantes, y el eje V indica el grado (de 0 a 100) de funcionamiento global del individuo en sus aspectos psicológico, social y ocupacional. La ICD-10, en 1997, propuso 3 ejes para interpretar su listado de trastornos clínicos mentales y conductuales. El eje I (diagnósticos clínicos) se corresponde con los ejes I y II del DSM-IV-TR; el eje II (discapacidades: cuidado personal, ocupación familia y vivienda y contexto social) se corresponde con el eje V del DSM-IV-TR; y el eje III (factores de contexto) se corresponde con el eje IV del DSM-IV-TR. Se han llevado a cabo intentos de fusión de criterios de ambos sistemas, pero hasta el momento no han fructificado; actualmente se está en proceso de elaboración del DSM-V, cuya publicación lo anuncia la APA, en su página web, para 2013 (American Psychiatric Association, 2011).

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siedad y la depresión están contenidas en trastornos del eje I y del eje II; además, el problema de la comorbilidad entre la ansiedad y la depresión, que ha sido apuntada por distintos autores (Brown y Barlow, 1992; Maser y Cloninger, 1990), probablemente se vaya a contemplar en la próxima edición (DSM-V), en la que se propone un trastorno mixto ansiedad-depresión. El DSM-IV-TR incluye en el eje I “todos los trastornos incluidos en la clasificación excepto los trastornos de la personalidad y el retraso mental… [y] otros trastornos que pueden ser objeto de atención clínica” (DSM-IV-TR, 2005, p. 34). Los tipos de trastornos que incluyen (a) ansiedad y (b) depresión respectivamente, y que se describen con sus correspondientes criterios diagnósticos son: a) Ansiedad (10 tipos): trastorno de pánico, agorafobia, trastorno de pánico más agorafobia, fobia social, fobias específicas, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de agudo, trastorno de estrés postraumático, trastorno de ansiedad por problemas médicos y trastorno de ansiedad por abuso de sustancias. b) Depresión: se sitúa dentro los trastornos del estado de ánimo y abarca una gran cantidad de trastornos, algunos de ellos van más allá de la depresión e incluyen síntomas maniacos o psicóticos. Se contempla el criterio de grado de severidad y si es sólo depresivo (monopolar) o bipolar (que incluye también fases maniacas). En el primer caso, el trastorno depresivo monopolar, incluye: trastorno depresivo mayor, episodio único; trastorno depresivo mayor, recidivante; trastorno distímico; y trastorno depresivo no especificado. En el segundo, los trastornos bipolares, incluyen: trastorno bipolar I, episodio maníaco único; trastorno bipolar I, episodio más reciente hipomaniaco; trastorno bipolar I, episodio más reciente maníaco; trastorno bipolar I, episodio más reciente mixto; trastorno bipolar I, episodio más reciente depresivo; trastorno bipolar I, episodio más reciente no especificado; trastorno bi5

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polar II, trastorno ciclotímico; trastorno bipolar no especificado; trastorno del estado de ánimo debido a enfermedad médica (mencionarla); y trastorno del estado de ánimo no especificado. En el eje II del DSM-IV-TR, la ansiedad y la depresión se incluyen en el cuadro de algunos trastornos de personalidad. Por lo que se refiere a la ansiedad, si exceptuamos las fobias específicas, que no suelen relacionarse con ningún trastorno de personalidad, el resto de trastornos de ansiedad se suelen relacionar con el cluster C: trastorno de personalidad por dependencia, trastorno de personalidad obsesivo-compulsivo y trastorno de personalidad por evitación. La depresión y algunos tipos de trastornos de ansiedad se incluyen también en el trastorno límite de personalidad. Los trastornos depresivos del eje I suelen estar asociados con el trastorno de personalidad por dependencia y con el trastorno de personalidad por evitación. Estos sistemas clasificatorios, como el DSM-IV-TR, tienen un enfoque prototípico (en cada trastorno consideran algunas características esenciales y otras secundarias, que pueden aparecer o no, tratando de elaborar un prototipo del trastorno) que encierra algunas ventajas desde el punto de vista clínico: facilitar la comunicación entre profesionales, representar una sistematización y guía heurística de evaluación y tratamientos, y facilitar el encuadre de la investigación epidemiológica y clínica (Muñoz, 2003). Sin embargo, en su elaboración no se ha seguido una metodología científica para operacionalizar los trastornos, y las categorías diagnósticas se han generado básicamente por consenso de clínicos expertos (Beutler y Malik, 2002). Esta debilidad teórica hace que este enfoque prototípico no sea de mucha ayuda en la búsqueda de las relaciones entre personalidad y la sintomatología ansiosa y depresiva, y cada vez se reclama más una revisión en profundidad de este sistema categorial para transformarlo, de tal forma que se incluyan dimensiones basadas en rasgos 6

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operacionalizados de acuerdo a una metodología científica (y no consensual). Especialmente se critica la tendencia a aumentar las categorías diagnósticas sin basarse en una buena validez discriminante, es el caso de la ansiedad generalizada, de la que es difícil establecer criterios que la diferencien claramente de la depresión (Agudelo et al., 2007). Por otro lado, y en lo que respecta a los trastornos de personalidad, tendrían que delimitarse sus relaciones con las dimensiones normales de personalidad, sobre todo teniendo en cuenta que los trastornos de personalidad son multidimensionales. Se han encontrado relaciones entre trastornos de personalidad y neuroticismo, y algunas de estas relaciones son distintas “en función de la edad, el género y el nivel profesional (en unos casos, relaciones lineales y en otros no)…” (Pelechano y Pastor, 2005, p. 536); lo que tiene implicaciones claras, tanto en el campo teórico como en el clínico. Por todo ello, resulta lógico que, desde sectores que defienden el enfoque dimensional cuantitativo en la operacionalización de las dimensiones, se reclame que la próxima edición del DSM-V se base en un esquema dimensional de rasgos (McCrae, Löckenhoff y Costa, 2005; Watson, Clark y Chmielewsky, 2008)2.

3. Dimensiones básicas de personalidad y predisposición a los trastornos de ansiedad y/o depresión.

2

Una de las propuestas que se han hecho para intentar cubrir, tanto los rasgos normales de personalidad como los trastornos de personalidad, incluidos en el Eje II, es la estructura de los Big Six. Cuatro de estos factores son relevantes tanto para la personalidad normal como para la personalidad patológica: Neuroticismo/Emocionalidad Negativa versus Estabilidad Emocional, Extraversion/Emocionalidad Positiva versus Introversión/Distanciamiento, Amabilidad versus Oposición, y Responsabilidad/Restricción versus Irresponsabilidad. El quinto pertenece sólo al dominio de la personalidad normal: Apertura a la experiencia. Y, por último, el sexto pertenece sólo al dominio de la personalidad patológica: Rareza (Watson, Clark y Chmielewsky, 2008)

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Explicar el concepto de personalidad es tan complejo que a pesar de haberse formulado muchas definiciones, los teóricos no han llegado a un consenso total; esta complejidad hizo que W. Mischel declarara, hace ya muchos años, que la personalidad era más bien “un campo de estudio que un aspecto distintivo de la persona” (Mischel, 1971, p. 2). En los años 30 del siglo pasado, Allport, aparte de recoger una larga lista de definiciones de personalidad aportadas por otros autores, presenta su propia definición: personalidad es “la organización dinámica dentro del individuo, de los sistemas psicofísicos que crean patrones característicos de conducta, pensamientos y sentimientos que determinan su adaptación al ambiente” (Allport, 1937, p. 48). Aunque esta definición se ha tomado como punto de referencia, han seguido apareciendo otras definiciones de personalidad que suelen estar integradas en la visión que sus autores tienen, lo que ha permitido que se haga alguna propuesta de estructura para ubicar por grupos las distintas definiciones, según los aspectos que acentúen (véase Pervin, 1993). Para nuestros fines, y resumiendo mucho, podemos considerar que la personalidad está compuesta de disposiciones (o rasgos) que mueven a las personas a comportarse (incluyendo también pensar y sentir) de una manera relativamente estable y/o relativamente consistente (la estabilidad y/o consistencia total indicaría más bien una patología), y que la manifestación de estas disposiciones diferenciaría a unas personas de otras. Esta forma de actuar, pensar y sentir que llamamos personalidad, se ha ido conformando a lo largo de la vida en la continua interacción entre el sustrato biológico (básicamente gené-

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tico), representado por el temperamento3, y el ambiente en el sentido más amplio del término4. Es lógico pensar que algo tendrá que ver la personalidad en la aparición de los problemas ansiosos y/o depresivos que padecen las personas. Desde la antigüedad se han ligado los trastornos ansiosos y depresivos con determinadas características temperamentales (por ej., la melancolía y el desequilibrio de la bilis negra, según la teoría de HipócratesGaleno) y, por tanto, serían aquellas dimensiones de personalidad más teñidas por el temperamento las que podrían explicar mejor las alteraciones emocionales; es decir, dimensiones temperamentales básicas, que cumplan algunas condiciones: que sean rasgos, que diferencien a las personas y que estén asentadas biológicamente, en sentido amplio (Pelechano, 2000). En la búsqueda de relación entre dimensiones de personalidad y la aparición de trastornos de ansiedad y/o depresión son relevantes dos autores: Eysenck y Millon, que aunque estudian la personalidad trabajando en ámbitos distintos (el primero centrado en la operacionalización de las dimensiones de personalidad más ligadas al sustrato biológico; el segundo en el mundo clínico, en el ajuste de la terapia a las características de personalidad), ambos son defensores de una continuidad sindrómica, defendiendo, básicamente, que los trastornos psíquicos proceden de puntuaciones muy extremas de dimensiones normales. Esta posición se opone a otras que defienden la tesis tipológica o categorial, con caracterís3

En las propuestas de medidas estrictamente temperamentales (obtenidas de niños, con escalas de calificación cumplimentadas por observadores privilegiados), los autores más relevantes han sido: en Occidente, Buss y Plomin (1984), que proponen: actividad, sociabilidad) y emocionalidad (que incluye miedo e ira). Y en la tradición rusa, Strelau que propone 6 dimensiones: vivacidad, perseveración, sensibilidad sensorial, reactividad emocional, paciencia y actividad (Strelau y Zawadzki, 1995). 4 Otra parcela de la personalidad, relacionada con el temperamento, es el carácter, que tiene un sentido moral (bueno o malo) y tiene que ver con valores, metas y creencias sobre uno mismo y el entorno (Cloninger, Svarakic y Przybeck, 1993). Se ha considerado también como el conjunto de hábitos de comportamiento que la persona va adquiriendo a lo largo de su vida y que afectan a su interacción con el ambiente, tanto en el ámbito personal como social. Se le relaciona con la socialización individual, con mucha influencia en la vida cotidiana, y que se reflejaría, especialmente, en las dimensiones socio-actitudinales (Andrés-Pueyo, 1997).

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ticas cualitativamente distintas de la normalidad para los problemas emocionales (Kagan, 1989). Millon (1985, 1990) ha trabajado en el campo de los trastornos de personalidad, de hecho, participó en la elaboración del DSM III, donde se propuso la inclusión de los trastornos de personalidad en el Eje II. Para Millon, un individuo con una personalidad normal tiene 3 notas características: Muestra capacidad para relacionarse con su entorno de una forma flexible y adaptativa; tiene percepciones características de sí mismo y del entorno, fundamentalmente, constructivas; y los patrones de conducta manifiesta que exhibe predominantemente se pueden considerar promotores de salud. Por el contrario, los patrones de personalidad anormal estarían caracterizados por “inflexibilidad adaptativa, tendencia a fomentar círculos viciosos y una estabilidad lábil (que inhibe un afrontamiento efectivo) es esencialmente autofrustrante, y puede ser considerado desde una perspectiva más amplia como perturbadora de la salud” (Millon, 1985). Plantea un enfoque que llama evolucionista (según el autor, es una generalización del enfoque biosocial que había planteado con anterioridad) que parte de la consideración de la personalidad como el estilo distintivo de adaptación que exhibe el individuo frente a sus entornos habituales. Este estilo adaptativo se define por el cruce o la combinación de una serie de polaridades: (1) propósito de la existencia (logro del placer versus evitación del dolor). (2) modo de adaptación (activo versus pasivo); (3) estrategia de reproducción (desarrollo de uno mismo versus desarrollo de los otros); y (4) pensamiento versus sentimiento; esta última sería complementaria de las anteriores (Millon, 1990). Millon defiende una continuidad sindrómica, considerando que las patologías psicológicas son desviaciones cuantitativas del promedio sobre una distribución de rasgos, por tanto habría un continuo donde, por ejemplo, los trastornos de personalidad son considerados como representaciones de 10

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desviaciones exageradas de carácter patológico emanadas a partir de los propios patrones de personalidad normal. Así, por lo que se refiere a la ansiedad y a la depresión, el trastorno de personalidad por evitación se derivaría de una personalidad inhibida; un trastorno de personalidad por dependencia de una personalidad cooperadora; y un trastorno de personalidad obsesivo-compulsivo de una personalidad respetuosa (Millon, 1985). Defiende que el núcleo de la personalidad y de sus trastornos se conforma a través de las relaciones interpersonales de los individuos y que toda actividad terapéutica debe estar guiada por el tipo de personalidad que tenga el paciente (Millon, 1999). H. J. Eysenck ha sido un investigador polifacético (con obras en los campos clínico, experimental y diferencial), que luchó por unir los dos “mundos de la psicología” (como llamó Cronbach a los enfoques experimental y diferencial), y que se puede considerar uno de los más influyentes en el desarrollo de la psicología científica. Para nuestros fines, nos centraremos en su faceta como investigador de las dimensiones temperamentales de personalidad y de su operacionalización con una metodología científica rigurosa. Se le considera uno de los pioneros en aplicar al campo de la personalidad la misma rigurosidad científica (uso del análisis factorial) que hasta ese momento (años 50) se había aplicado al estudio de la inteligencia (Pelechano, 1988). Su trabajo en personalidad se centró en la operacionalización y localización cerebral de dos dimensiones que han sido tratadas desde la antigüedad con distintos nombres: extraversión (E) y neuroticismo (N). Su teoría de la personalidad se completa con la dimensión de psicoticismo (con una operacionalización menos clara), lo que se conoce como la teoría de los tres factores. Sitúa el asentamiento biológico de la extraversión en el córtex y en la formación reticular activadora ascendente: las sensaciones inciden en el córtex y en la formación reticular que, a su vez, envía activación al córtex; por otro lado, el córtex da “órdenes” a la formación reticular para que siga activándolo. Todo 11

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esto tiene su incidencia en cómo se comportan los introvertidos y los extravertidos: el nivel de activación cortical en reposo de los introvertidos es mayor que el de los extravertidos, por eso aquéllos suelen estar más alerta que éstos. La localización cerebral de la dimensión de neuroticismo la sitúa Eysenck en el cerebro visceral (sistema límbico); las personas inestables (con neuroticismo alto) suelen tener con facilidad niveles elevados de activación subcortical, que, por otra parte, como existen conexiones hacia el sistema reticular activador ascendente, la activación del sistema límbico puede producir activación cortical también. Estos procesos activadores tienen efectos en los procesos de condicionamiento: los introvertidos, al contrario que los extravertidos, tendrían más facilidad para ser condicionados (los introvertidos y emocionalmente inestables tendrían mucho más) y preferirían situaciones que proporcionen poca estimulación (Eysenck, 1967, 1975). Eysenck, aunque aportó pruebas que apoyaban la intuición de Jung de considerar a la introversión y la extraversión como dos polos de un continuo, no consideraba patológicas las puntuaciones extremas de la extraversión. Sin embargo, cuando las puntuaciones extremas en neuroticismo se combinan con puntuaciones extremas en extraversión, sí se produce la psicopatología; así Eysenck considera que los distímicos (o psicasténicos para Jung) combinan un elevado neuroticismo con un alto grado de introversión; y que los histéricos tienen un neuroticismo alto y un alto grado de extraversión (Eysenck, 1967, 1975). Además, Eysenck, basándose en investigaciones correlaciónales, afirma que “… las personas de temperamento colérico, muy emotivas y muy extravertidas, desarrollan conductas psicopáticas..." (Eysenck, 1975, p. 49). Bien es verdad, que luego matiza esa afirmación, considerando que estos datos correlacionales no prueban que los rasgos de personalidad predispongan al individuo a la neurosis o al delito, más bien se inclina a pensar que ciertas estructuras neurofisiológicas heredadas afectan tanto a la personalidad como a la conducta social, 12

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con lo que sería el sustrato biológico el que aportaría ese factor de predisposición a padecer trastornos emocionales5. Si tuviéramos que situar un punto de arranque en la investigación sobre las relaciones entre las dimensiones de personalidad y los trastornos de ansiedad y depresión, sería la teoría de los tres factores de Eysenck. Sus presupuestos básicos siguen de actualidad y sus dimensiones están representadas también, con ligeras variaciones, en la propuesta de los Cinco Grandes (Costa y McCrae, 1992). Las dimensiones N y E son las dimensiones más ligadas al temperamento, con más influencia genética6 (Eysenck, 1975; Pedersen, Plomin, McClearn y Friberg, 1988) y que quizás puedan explicar mejor la aparición de la ansiedad y la depresión. Tratando de encontrar relaciones entre dimensiones normales de personalidad y problemas de ansiedad y depresión, en un estudio reciente hemos comparado los niveles de ansiedad y de depresión que tenían grupos extremos en cada uno de los rasgos de los Cinco Grandes (González-Leandro y Castillo, 2010)7. Algunos de los resultados obtenidos, que se muestran en la Tabla 1, eran previsibles, sobre todo las diferencias significativas, tanto en ansiedad como en depresión, entre grupos extremos de neuroticismo, ya que el contagio

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A la tercera dimensión, el psicoticismo (P), Eysenck no le asigna una localización cerebral concreta; la relaciona con la acción de una poligenia que da lugar a una vulnerabilidad inespecífica, que predispone a las personas a la psicosis, en sus puntuaciones muy extremas. Las personas altas en P serían: solitarias, poco empáticas, crueles, poco sensibles… (Eysenck y Eysenck, 1985), es decir, se podrían relacionar con delincuencia o con trastorno de la personalidad antisocial. 6 Los estudios que se han realizado con otras dimensiones de personalidad, dentro del modelo de los Cinco Grandes, empleando gemelos idénticos y fraternos, muestran que otros rasgos como "apertura a la experiencia" y "responsabilidad" tienen también un componente hereditario importante, con poca influencia del ambiente compartido; por el contrario el rasgo "cordialidad" no parece tener un peso genético relevante, siendo, por tanto, la influencia ambiental la responsable de la variabilidad (Bergeman, Chipuer, Plomin, Pedersen, McClean, Nessenroade, Costa y McCrae, 1993). 7 En este estudio, 609 personas cumplimentaron los cuestionarios: NEO-PI-R (Costa y McCrae, 1992), BDI, (Beck, Rush, Shaw y Emery, 1979, 1983) y STAI rasgo (Spielberger, Gorsuch y Lushene, 1971, 1994). En cada uno de los rasgos del NEO-PI-R se seleccionaron grupos extremos (con los sujetos que puntuaban 30 % superior y 30 % inferior) y luego se compararon las puntuaciones de ansiedad y depresión obtenidas por los grupos.

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criterial es evidente (Costa y McCrae, 1992). Los datos muestran que el rasgo de "apertura a la experiencia" no parece tener relación con depresión, pero sí con ansiedad: parece que tienden a tener más ansiedad las personas bajas en "apertura a la experiencia", si bien las diferencias no son grandes. Por otro lado, las personas con bajas puntuaciones en "cordialidad" y en "responsabilidad" tienen mayor ansiedad y depresión que las que tienen altas puntuaciones en estos rasgos. Según estos resultados, no sólo las personas con tendencia a la emotividad e introvertidas son más ansiosas y/o depresivas, sino que también lo son las poco cordiales y/o las poco responsables. De estos resultados podemos apuntar, tentativamente, que las personas con niveles altos en ansiedad y/o depresión tienen una, o más de una, de las siguientes características: neuroticismo alto, extraversión baja y responsabilidad baja. Sin embargo, estos resultados no ayudan mucho a aclarar qué aspectos específicos de la personalidad se consideran factores predisponentes para padecer ansiedad o depresión, ya que las medidas de ansiedad, de depresión y de personalidad se han obtenido al mismo tiempo con instrumentos del mismo tipo (cuestionarios) y en la metodología empleada no se han contemplado las interacciones. Además, no se descarta que algunas medidas de personalidad estén afectadas por el propio trastorno ansioso o depresivo. Faltarían medidas de personalidad más específicas y preferentemente previas a padecer los problemas de ansiedad o de depresión. Los estudios que han obtenido mejores resultados han sido realizados con diseños longitudinales, como los llevados a cabo por el grupo de Kagan (Kagan y Moss, 1962), pero son escasos por las dificultades que entrañan su realización y en su mayoría restringidos a las etapas de la niñez y adolescencia.

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Tabla 1. Medias (M.) y desviaciones típicas (D.T.) de ansiedad y depresión, en grupos de personas altas (+) y bajas (-) en cada uno de los 5 rasgos del cuestionario NEO-PI-R: Neuroticismo (N), Extraversión (E), Apertura a la experiencia (O), Cordialidad (A) y Responsabilidad (C). Grado de significación de la diferencia de medias (* = p ≤ 0,05; *** = p ≤ 0,001; n.s. = no significativo).

Rasgos Personalidad

N– (n=130) N+ (n=140) E– (n=134) E+ (n=132) O– (n=149) O+ (n=149) A– (n=153) A+ (n=154) C– (n=149) C+ (n=148)

M. 11,1

ANSIEDAD D.T. 6,7

P

29,2

8,6

***

22,9

10,6

16,1

9,4

21,7

9,4

18,8

11,1

22,1

10,3

17,9

10,5

24,8

10,6

15,5

10,0

Rasgos Personalidad

N– (n=127) N+ (n=131) E– (n=118) E+ (n=132) O– (n=139) O+ (n=146) A– (n=142) A+ (n=145) C– (n=140) C+ (n=144)

***

*

***

***

15

M. 2,8

DEPRESIÓN D.T. 3,5

p

11,2

7,0

***

8,2

6,6

4,6

5,2

6,8

6,6

6,1

6,3

7,1

7,3

5,4

5,5

8,4

7,2

4,7

5,0

***

n.s.

*

***

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Sin embargo, existe una gran cantidad de investigaciones, usando muestras análogas o mixtas, que estudian las relaciones entre distintas dimensiones específicas de personalidad, ansiedad y depresión, interesándose, sobre todo, por encontrar marcadores de vulnerabilidad hacia estos trastornos. Una muestra de los principales avances en este campo se ofrece a continuación.

4. Personalidad8 y diátesis de los trastornos de ansiedad y depresión.

Desde siempre se sabe que hay personas más susceptibles que otras a convertirse en ansiosos y/o depresivos, y que algunas personas reaccionan a los sucesos vitales cotidianos, más o menos estresantes, con estados de ansiedad y/o depresión, y otras no. Desde la antigüedad se ha intentado buscar una explicación a este fenómeno (por ejemplo, atribuir a los desequilibrios humorales la aparición de la melancolía, en la teoría hipocrática) y actualmente se postula la existencia de una diátesis, entendida como una serie de rasgos biológicos, de naturaleza básicamente genética, que determinan esa predisposición constitucional a padecer un determinado trastorno mental. Zuckerman (1999), recogiendo la ampliación que algunos autores han propuesto al concepto tradicional de diátesis, que incluye también las predisposiciones sociales y cognitivas (Monroe y Simon, 1991, citado por Zuckerman, 1999), define la diátesis como “… la condición antecedente necesaria [pero no suficiente] para el desarrollo de un trastorno, ya sea biológico o psicológico...” (Zuckerman, 1999, p. 3); por tanto, a veces, para que se produzca el trastorno se requiere la participación de otros factores. “La diátesis, en este caso, incluye la vulnerabilidad al estrés” (Zuckerman, 1999, 8

En lo que sigue, cuando hablamos de personalidad nos estaremos refiriendo a dimensiones de personalidad normal; no vamos a analizar las relaciones de los estados clínicos de ansiedad y depresión con trastornos de personalidad, que implicarían un análisis más amplio y complejo.

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p. 3). Este planteamiento ha dado lugar a las propuestas de los modelos de diátesis-estrés que, en su forma general, consideran que cada persona tendría un grado de vulnerabilidad o efecto umbral para el desarrollo de un determinado trastorno, de tal forma que con alta vulnerabilidad se desarrollaría el trastorno con una situación poco estresante (por ejemplo, algunos fastidios), mientras que con baja vulnerabilidad tendría que darse una situación muy estresante para que se produjera el trastorno. La vulnerabilidad sería una función de factores genéticos y biológicos pero influidos por factores, tales como las estrategias de afrontamiento que se usen y por la confianza o creencia en la superación de la situación estresante (Zubin y Spring, 1977, citado por Zuckerman, 1999)9. Por tanto, la capacidad del estrés -entendido como estímulo estresante- para producir el trastorno, dependerá mucho de una serie de características de la persona que lo sufre, ligadas al temperamento y a la acción de estimulaciones diversas a lo largo de la vida (pautas de crianza, características del ambiente socio-familiar, etc.); es decir, al tipo de personalidad que tenga el individuo. Los estudios longitudinales, especialmente los del grupo de Kagan, han mostrado cómo algunas características temperamentales relacionadas con la aparición de la ansiedad y la depresión se mantienen a lo largo del tiempo (Kagan, 1989, 1994; Kagan y Moss, 1962; Woodward y Fergusson, 2001); por ejemplo, los niños que a los 14 años se calificaban como más inhibidos eran más ansiosos cuando llegaban a adultos (Kagan y Moss, 1962). En estudios más controlados, niños examinados a los pocos meses de vida y catalogados como inhibidos, a los 7 años tenían más miedos, eran más reservados con adultos extraños, más tímidos con niños desconocidos, cautos en situaciones de moderado riesgo y 9

Para Zuckerman, la vulnerabilidad es un rasgo y el episodio psicopatológico un estado. Distingue, por tanto, entre variables marcadoras de la vulnerabilidad, que serían aquellas características biológicas o conductuales que no cambian con la aparición del trastorno (con niveles anormales tanto durante el trastorno como una vez superado éste) y variables marcadoras del episodio, que adquieren niveles anormales durante el estado de episodio clínico, pero que vuelven a los niveles normales una vez superado éste (Zuckerman, 1999).

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de comportamiento tenso (Kagan, 1989)10. Y desde hace tiempo se sabe que algunas de estas características temperamentales tienen mucha influencia en las maneras de pensar, de sentir y de comportarse a lo largo de su desarrollo vital; esto es así porque, al ser el temperamento heredado básicamente, los padres y los hijos se parecerán bastante y la pautas de crianza se dirigirán a la reproducción de los patrones paternos en el hijo, además, a lo largo de su vida el sujeto va eligiendo situaciones y ambientes que se adaptan a su temperamento, y seleccionando parejas que se parecen a él, reforzando así los estilos interactivos que se han establecido en los primeros años de la adolescencia (Caspi, 2000). Esto tiene gran importancia porque no sólo habría que decir que la personalidad se va configurando por la acción del temperamento y el ambiente en el que se desarrolla la persona, sino que el temperamento también ejerce influencia en determinar qué ambiente va a ejercer influencia en la persona, lo que tiene implicaciones para la educación y, en su caso, para establecer estrategias preventivas y acciones terapéuticas (Zuroff, Mongrain y Santor, 2004). Si conocemos con antelación las características de las personas que son propensas a padecer ansiedad o depresión, se podría minimizar el riesgo de padecer el trastorno, desarrollando formas de afrontamiento o aprendiendo a replantearse la vida de tal manera que estas personas no se vean expuestas a situaciones de riesgo (Coyne y Whiffen, 1995). Son muchos los investigadores que piensan que, en la aparición de los trastornos de ansiedad y de depresión, juega un papel relevante las características de personalidad que tengan las personas que los padecen. El problema es que la evaluación de la personalidad premórbida exige diseños longitudinales que encierran grandes dificultades para llevarlos a 10

Kagan defiende que los inhibidos y desinhibidos forman dos grupos que tienen tipologías distintas, y los individuos dentro de cada grupo "comparten un genotipo, una historia ambiental y un conjunto de características fisiológicas y conductuales correlacionadas" (Kagan, 1989, p. 5). Así, los niños inhibidos tienen un umbral más bajo de reactividad en el sistema límbico, mostrando más alta y más estable la tasa cardiaca, un diámetro mayor de la pupila, más tensión motora y más niveles de cortisol por la mañana.

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cabo y son pocos los estudios que han podido obtener datos premórbidos: los resultados obtenidos con depresión la relacionan con neuroticismo; con ansiedad no se conocen estudios longitudinales de relevancia (Clark, Watson y Mineka, 1994). Además, muchos de los trabajos llevados a cabo han empleado rasgos muy generales de personalidad, lo que unido a la comorbilidad que, de hecho, existe entre ambos trastornos, hace que los resultados no hayan sido muy clarificadores. La mayoría de los trabajos realizados, tratando de identificar dimensiones específicas de personalidad que demuestren tener relación con la ansiedad y la depresión, son de tipo retrospectivo, y asumen que la vulnerabilidad es un rasgo estable que se modifica poco o nada con el trastorno y que, por tanto, es posible identificar indicadores de vulnerabilidad en las puntuaciones de los rasgos de personalidad estudiados en personas que padecen el trastorno, que lo hayan padecido o que lo puedan padecer (Zuckerman, 1999). Sin embargo, se discute si el propio estado ansioso o depresivo ejerce influencia en la estructura de la personalidad modificándola (la hipótesis de la cicatriz), y no sólo el trastorno, también el contexto (Zuroff et al., 2004). Desde hace tiempo, en el estudio de las relaciones entre personalidad y trastornos de ansiedad y/o depresión, se va tendiendo más a usar medidas específicas de personalidad que aportan mayor precisión y poder predicitivo (Beck, 1983; Blat, 1974; Clark et al., 1994; Naragon-Gainey, Watson y Markon, 2009), aunque sin olvidar que el uso de dimensiones más generales de personalidad (tipo neuroticismo o extraversión) aportan información sobre la comorbilidad entre ansiedad y depresión, y que dentro del modelo de los Big Five es posible obtener información de las facetas de cada rasgo global (Costa y McCrae, 1992). Uno de los grupos de investigación que más ha trabajado en la clarificación de las relaciones entre variables de personalidad y los trastornos de ansiedad y depresión ha sido el for19

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mado alrededor de los investigadores David Watson y Lee Anne Clark, de la Universidad de Iowa. Considerando la comorbilidad que existe entre la ansiedad y la depresión, formularon su teoría del Modelo Tripartito (Clark y Watson, 1991) para interpretar los signos y los síntomas de los trastornos de ansiedad y depresión. En este modelo se defiende que la ansiedad y la depresión comparten un componente común que abarca diestrés afectivo general y otros síntomas comunes; y que se diferencian uno de otro trastorno en que la ansiedad está caracterizada por un arousal fisiológico elevado y la depresión por la ausencia de afectividad positiva y anhedonia. El modelo ha tenido una gran influencia, tanto teórica como clínica, y plantea tratar ambos trastornos conjuntamente como trastornos de diestrés que, a su vez, tienen cuatro componentes básicos: afectivo, cognitivo, biológico y conductual. También ha mostrado su poder explicativo y la bondad psicométrica de los instrumentos generados (Watson, Clark, Weber, Assenheimer, Strauss y McCormick, 1995a) y la permanencia de la estructura del modelo en distintas muestras (Joiner, Catanzaro, Laurent, Sandín y Blalock, 1996; Watson, Clark, Weber, Assenheimer, Strauss y McCormick, 1995b). El modelo tripartito, que en principio se ha usado para estructurar los signos y síntomas de la ansiedad y la depresión, se ha mostrado útil también para aportar algo de luz sobre las relaciones entre estos trastornos y la personalidad (Clark et al., 1994). En el modelo se relacionan los tres componentes de los trastornos de diestrés (el factor general y los dos específicos) y dimensiones de personalidad de la siguiente forma11: (a) el componente general de diestrés (común a depresión y ansiedad) se relaciona con el rasgo temperamental

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Para la evaluación de los afectos positivos y negativos se ha empleado un instrumento sencillo de aplicar: La lista de afectos negativos y positivos en sus dos versiones: la versión breve (2 escalas de 10 ítems cada una), PANAS (Positive and Negative Affect Schedule) (Watson y Clark, 1988); y la versión extendida (60 ítems), PANAS-X (Watson y Clark, 1994).

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de afecto negativo (NA) incluido en el neuroticismo (N); los autores apuntan que las puntuaciones en N (tendencia a experimentar emociones negativas como la tristeza, la ira y el miedo) parecen involucrar, por una parte, a una dimensión subyacente de vulnerabilidad que afectaría tanto a la probabilidad del desarrollo de la depresión como al grado de cronicidad de su curso; y, por otra, a la ansiedad; sin embargo, al ser éste un trastorno muy heterogéneo, faltaría determinar el papel que juega NA en los pacientes con trastornos mixtos ansiedad-depresión. (b) El componente específico de anhedonia y baja afectividad positiva (específico de la depresión) está relacionado con el rasgo de afectividad positiva (PA), integrada en el rasgo temperamental de extraversión (E). Con respecto al hecho de que PA/E funcione como una dimensión subyacente de vulnerabilidad para la depresión, los resultados no están tan claros como con N (existen problemas con algunas facetas de E). (c) El componente específico de activación autonómica (específico de la ansiedad) parece ser el menos relacionado con los rasgos globales de personalidad; sin embargo, los autores apuntan a la existencia de un factor de vulnerabilidad, la sensibilidad a señales fisiológicas internas, para la aparición de trastorno de pánico y otros trastornos de ansiedad. En palabras de los autores, “la sensibilidad a la ansiedad podría ser la expresión personológica de una sensibilidad biológica subyacente” (Clark, Watson y Mineka, 1994, p. 11). De todas formas, habría que tener en cuenta que N contiene a la ansiedad entre sus facetas (estaríamos evaluando el mismo rasgo, midiendo personalidad y ansiedad) y que ya Gray (1982), en su modelo biológico de inhibición, Sistema de Inhibición Conductual (BIS), consideraba a la ansiedad como un rasgo temperamental en sí mismo, situado entre E y N, más cerca de este último; defendiendo que la reactividad en el BIS es la base de un hipotético rasgo de inhibición comportamental ansiosa, y que un BIS hiper-reactivo es especialmente sensible a señales tales como frustración, deprivación, estímulos novedosos o ambiguos, etc (Gray, 1982) 21

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. Este sistema de inhibición propuesto por Gray se ha interpretado también de una forma

más amplia, considerándolo como un sistema afectivo-motivacional negativo, que es importante no sólo para la ansiedad, sino también para la depresión (Fowles, 1993, citado por Clark et al., 1994). También se han propuesto al menos dos dimensiones específicas que se relacionan con algunos tipos de ansiedad: una es la "sensibilidad a la ansiedad" (SA) (Sandín, Valiente, Chorot, Santed y Lostao, 2007; Taylor, Koch y Crockett, 1991), que se refiere a la tendencia a sentir miedo ante los propios síntomas de la ansiedad; se ha vinculado a los trastornos de pánico y a las fobias (especialmente, sangre-inyección-daño (SID), fobia social y agorafobia); y las medidas de autoinforme de SA predicen bien el nivel de miedos (Sandín et al., 2007) y los síntomas obsesivo-compulsivos (Sandín, Chorot, Olmedo y Valiente, 2008). Otra es la "vulnerabilidad al asco" (VA) (Matchett y Davey, 1991; Page, 1994; y Sandín et al., 2008), que es la tendencia a experimentar asco (como emoción básica que intenta prevenir contaminaciones y enfermedades) ante estímulos considerados repugnantes. Se han diferenciado dos facetas: propensión al asco (tendencia a sentir repugnancia con facilidad) y sensibilidad al asco (tendencia a experimentar como desagradable o molesto el sentir asco); las medidas de autoinforme de propensión al asco predicen mejor las fobias SID y las de sensibilidad al asco predicen mejor la agorafobia y los miedos interpersonales (Sandín et al., 2008). En algunos estudios realizados con las tres dimensiones (SA, propensión al asco y sensibilidad al asco) la SA es la que predice más tipos de ansiedad (Sandín et al., 2008).

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Parece ser que Gray, casi al final de su vida, abandonó la idea de considerar la ansiedad como rasgo temperamental independiente y se inclinó más por la inclusión de la ansiedad en N, según la teoría de Eysenck (Pelechano, comunicación personal, junio, 2011).

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En un estudio reciente, Naragon-Gainey, Watson y Markon (2009), utilizando modelos estructurales para describir los síntomas de la ansiedad y la depresión y sus relaciones con rasgos de personalidad, aportan datos que contradicen la supuesta exclusividad del afecto positivo (PA) para la depresión, y han mostrado como PA está relacionado no sólo con la depresión sino también con la ansiedad social. Los autores tratan de profundizar en las fuentes de comorbilidad entre la depresión y la ansiedad social, utilizando para sus análisis tanto medidas de síntomas (instrumentos específicos para evaluar los trastornos, que incluyen el BDI...) como de rasgos de personalidad a distintos niveles (básicos y facetas, que incluyen NEO-PI-R, PANAS-X...); así como dos tipos de muestras: estudiantes y pacientes psiquiátricos. El trabajo es pionero en plantear un modelo que analiza las relaciones entre los síntomas de depresión y ansiedad social, y las facetas de la extraversión / emocionalidad positiva (E/PA), mientras se controla la varianza común entre estos constructos. Los resultados, usando las muestras normales y clínicas combinadas, indican que la ansiedad social tiene relación negativa significativa (respecto a parámetros estandarizados de path) con cuatro facetas de E/PA (por este orden): sociabilidad, dominancia, PA y búsqueda de diversión (relación fuerte con las dos primeras y débil con la última); mientras la depresión la tiene sólo con dos facetas: una intensa relación con PA y más débil con sociabilidad. El estudio muestra, por tanto, que la ansiedad social está relacionada con más facetas de E/PA que la depresión, sin embargo, faltaría encontrar alguna faceta de personalidad que fuera específica de la depresión y que la distinguiera de la ansiedad social (Naragon-Gainey et al., 2009). El interés por encontrar dimensiones específicas de personalidad, que puedan ser relevantes en el estudio de la diátesis de la depresión, ha dado lugar a dos propuestas de perfiles distintos de personas que por su historia personal (pautas de crianza, contextos vi23

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vidos...) son propensas a padecer depresión cuando sufren determinados sucesos vitales estresantes. El primer tipo es el "sociotrópico o dependiente" (necesitan establecer relaciones interpersonales seguras para superar su baja autoestima); el segundo tipo es el "autónomo o autocrítico" (necesitan lograr un rendimiento adecuado a los estándares internalizados; Coyne y Whiffen, 1994). En realidad, estos perfiles originalmente fueron propuestos desde el campo psicoanalítico por Blat (1974) que estableció dos tipos de depresión: anaclítica (la padecerían los que han sido criados bajo excesiva dependencia cuando se enfrentan a pérdida o rechazo interpersonal) e introyectiva (la padecerían los que han sido criados con mucho énfasis en el rendimiento y la autocrítica, cuando se enfrentan a fracasos en su rendimiento). Posteriormente, Beck (1983), desde el campo cognitivo y con un razonamiento similar, propuso las dimensiones de personalidad de "sociotropía", para el primer perfil; y "autonomía", para el segundo. Se han empleado distintas escalas para evaluar estas dos dimensiones de personalidad, pero las más usadas son la SAS (Sociotropy-Autonomy Scale), elaborada por el grupo de Beck (Bieling, Beck y Brown, 2000) y la DEQ (Depressive Experiences Questionnaire; Blatt, D'Affitti y Quinlan, 1976). Se asume que estas dos dimensiones de personalidad (sociotropía, dependencia vs. autonomía, autocrítica) son ortogonales; sin embargo, se han encontrado correlaciones positivas (no mayores que 0,30) que han dado lugar a discusiones teóricas sobre cómo interpretar la posibilidad de que haya personas altas en las dos dimensiones; por ejemplo, Blatt et al. (1976) consideran que en muestras clínicas es más probable encontrar personas con puntuaciones elevadas en ambos tipos de dimensiones (véase Zuroff et al., 2004 para conocer otros aspectos de la polémica). Aunque se ha discutido la eficacia de estas dimensiones de sociotropia-autonomía como predictivas de los síntomas depresivos (Coyne y Whiffen, 1995), en el trabajo de Zuroff et al. (2004) se recogen algunos estudios longitudinales en los que se han empleado medidas 24

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de estas dimensiones específicas de personalidad con resultados que apoyan su adecuación como medidas de vulnerabilidad para la depresión; especialmente interesante es el estudio de Brewin y Firth-Cozens (1997; citado por Zuroff et al., 2004) que evaluó dependencia (sociotropía) y autocrítica (autonomía) y síntomas depresivos, en estudiantes de medicina de ambos sexos; controlando los niveles iniciales de síntomas, la dimensión de dependencia predecía dos años después los síntomas depresivos en hombres y la dimensión de autocrítica lo hacía en ambos sexos. A los 10 años de seguimiento los efectos predictivos de estas dos dimensiones de personalidad se mantenían sólo en hombres. Este estudio, por tanto, indica una eficacia parcial de estas dimensiones específicas de personalidad en la predicción de la depresión y cómo el sexo es una variable moduladora de su eficacia predictiva. Estas dos dimensiones específicas de personalidad, sociotropía-dependencia y autonomía-autocrítica, han recibido algunas críticas: la supuesta contaminación criterial de la dimensión de autonomía-autocrítica se dice que mide, en realidad, facetas de la depresión, de N/NA y de E/PA; y la complejidad de sociotropía-dependencia (Clark et al., 1994). Sin embargo, en los últimos años se han realizado estudios para analizar la intuida heterogeneidad de la dimensión sociotropía-dependencia. El análisis factorial, con rotación oblicua, realizado por Rude y Burnham (1995) con los ítems de dependencia de la escala DEQ y los de sociotropía de la SAS, dio como resultado en las dos escalas dos factores: "necesidad" (dependencia indiferenciada de los demás por gratificación, desamparo y miedo al abandono) y "conexión" (en su polo negativo: sentimientos de soledad en respuesta a pérdida o separación de personas específicas con valor para la persona). Lo más relevante es que la "necesidad" predecía la depresión y la "conexión" no, y que no había diferencias de sexo en esta predicción (las mujeres, sin embargo, puntuaban más en "conexión"). Estos resultados obtenidos con estas dos dimensiones contenidas en la sociotropía-dependencia, representan 25

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un esfuerzo de elaboración de dimensiones más específicas y con mejores resultados predictivos, y también ayuda a explicar por qué "las medidas de depresión se relacionaban más con autocrítica que con dependencia. [Es razonable pensar que] las correlaciones de dependencia con depresión estaban atenuadas por la inclusión de varianza relacionada con "conexión" que se relaciona débilmente o no se relaciona con psicopatología" (Zuroff et al., 2004, p. 504). Los estudios revisados sobre las dimensiones específicas de personalidad, como indicadores de vulnerabilidad para la ansiedad y la depresión, muestran que se ha avanzado mucho en la operacionalización de dimensiones de personalidad y en el conocimiento de esa vulnerabilidad. Sin embargo, queda mucho trabajo por hacer: Clark et al. (1994) apuntan la necesidad de "más estudios longitudinales en los que se siga a personas, cuya personalidad premórbida y características ambientales sean conocidas, durante periodos largos de tiempo para que se produzca tasa base suficiente del trastorno, y así poder distinguir con claridad la causa de la concomitancia o de los efectos residuales" (p. 114). Hay necesidad de operacionalizar adecuadamente las características objetivas y subjetivas del contexto y el empleo de diseños de investigación sobre vulnerabilidad basados en modelos de interacción persona-situación, como dicen Zuroff et al. (2004), "sorprende que los mecanismos cognitivos mediante los que la persona percibe, asigna significado personal y recuerda los sucesos negativos de la vida y los episodios relacionales negativos hayan sido descuidados por los investigadores" (p. 506); por otro lado, las interacciones entre personalidad y sucesos vitales estresantes no siempre son lineales, por lo que en muchos casos habría que emplear diseños no lineales que puedan apresar la relación real (Monroe y Simon, 1991; citado por Zuroff et al., 2004).

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Actualmente parece que hay una nueva esperanza en el conocimiento de las bases biológicas de los rasgos temperamentales, mediante el desarrollo de tecnologías que identifican estructuras de grupos de genes y sus relaciones fenotípicas. El estudio de McCrae, Scally Terracciano, Abecasis y Costa (2010) es pionero en la elaboración de escalas de personalidad molecular (MPSs) adaptadas al modelo de los Cinco Grandes. Mediante la nueva tecnología conocida como GWAS (genome-wide association study) se analizan todos o la mayor parte de los genes de un grupo grande de personas para ver cómo varían de unos individuos a otros; se identifican grandes conjuntos de polimorfismos de nucleótido simple (SNP) y se resumen para formar MPSs. Las medidas obtenidas con las MPSs se comparan luego con los datos obtenidos del NEO-PI-R para establecer validez convergente y discriminante: Los resultados obtenidos van en la dirección prevista, excepto para E, sugiriendo que los rasgos de personalidad son el resultado de un gran número de genes con un pequeño efecto para cada uno de ellos (lo que, de paso, demuestra que la búsqueda del gen único para explicar determinados rasgos de personalidad era un camino errado). La técnica de elaboración de este tipo de escalas de personalidad molecular con marcadores biológicos podría ser aplicable a la operacionalización de otras dimensiones de personalidad, lo que abre la puerta a futuras investigaciones para determinar de una manera más precisa la vulnerabilidad a la ansiedad y la depresión. Además, la búsqueda de una mejor operacionalización de dimensiones, y una mayor precisión en la determinación de la diátesis de la ansiedad y la depresión, podrá verse potenciada realizando las investigaciones en el marco de modelos complejos de análisis como el modelo de parámetros (Pelechano, 1988, 1991, 1996), que recomienda seguir los siguientes pasos para alcanzar buenos niveles de precisión en la predicción, dentro del sistema que se esté estudiando. En primer lugar, delimitar el nivel de análisis, que dentro del nivel psicológico funcional de las varia27

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bles/parámetros13 de persona, varía a lo largo de un continuo desde variables/parámetros muy situacionales a otros muy consolidados -hay otros niveles dentro de las variables/parámetros de persona, como el genético o el bioquímico-. En segundo lugar, habría que operacionalizar los atributos o dimensiones (elaborar los instrumentos adecuados). En tercer lugar, el estudio de posibles parámetros. Y en cuarto y último lugar, adecuación de los diseños a los tipos de hipótesis (Pelechano, 1991).

5. Conclusiones. En este trabajo hemos querido hacer un recorrido por el estado actual de los conocimientos sobre las relaciones entre la personalidad y los trastornos de ansiedad y depresión. Más concretamente, nuestro interés se ha focalizado en saber qué características de personalidad tienen las personas que están en riesgo de padecer algún tipo de depresión o de ansiedad. El estudio de los trastornos de ansiedad y depresión ha sido abordado, en los últimos tiempos -hasta bien entrada la Edad Moderna estuvo dominado por la teoría hipocrática– desde dos enfoques principales: (i) los sistemas taxonómicos prototípicos (actualmente la ICD-10 y el DSM-IV-TR) y (ii) la operacionalización científica de dimensiones o rasgos (tanto de personalidad como de síntomas de ansiedad o depresión) y el estudio de relaciones e interacciones. Si bien los sistemas taxonómicos han tenido la virtud de colaborar en el conocimiento y la divulgación de los trastornos y su tipología, y de ayudar en la comunicación entre profesionales, su aportación al conocimiento de la etiología de la ansiedad y la 13

Un parámetro es "… un atributo, constante o variable, que es externo al sistema pero que actúa sobre él. Se trata de un elemento externo al sistema que no es contemplado en principio pero que posee una cierta relevancia para el funcionamiento del sistema que se está estudiando. Este parámetro puede ser entendido como una variable simple o como un sistema entero, que es externo al sistema que se está estudiando" (Pelechano, 1996 p. 351).

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depresión y a determinar su diátesis, ha sido prácticamente nula (Beutler y Malik, 2002; Pelechano y Pastor, 2005). Por el contrario, la aplicación de la metodología científica a la operacionalización de las dimensiones de personalidad, tanto básicas como específicas, y de los trastornos de ansiedad y depresión, unidos a los trabajos sobre genética, impulsados por los nuevos conocimientos sobre el genoma humano, sí ha producido algunos resultados relevantes en el pasado (Beck et al., 1979; Eysenck, 1967; Gray, 1982; Spielberger, Gorsuch y Lushene, 1971), y está generando una gran cantidad de trabajos que auguran un futuro prometedor en el conocimiento de las características de personalidad y sus interacciones con los sucesos vitales estresantes, que pueden explicar los factores antecedentes predictores de la aparición de la ansiedad y/o la depresión (Clark et al, 1994; McCrae et al., 2010; Naragon-Gainey et al., 2009; Zuckerman, 1999). De los estudios analizados sobre dimensiones de personalidad que se vinculan a ansiedad o depresión, está claro que N predice los síntomas comunes a los dos trastornos, pero hay muchos problemas para encontrar dimensiones de personalidad que se vinculen diferencialmente a la ansiedad o a la depresión; incluso el PA/E, que en un principio parecía que predecía sólo depresión, se ha demostrado que también predice algunos tipos de ansiedad (Naragon-Gainey et al., 2009). Son prometedoras, por otro lado, algunas propuestas de dimensiones específicas de personalidad que parecen tener poder de predicción diferencial: la "sensibilidad a la ansiedad" (Sandín et al., 2007; Taylor et al., 1991), vinculada a la aparición de fobias y ansiedad obsesivo-compulsiva; y las dimensiones "dependencia" (en su faceta de necesidad) y "autocrítica", que se relacionan con la aparición de depresión (Bieling, Beck y Brown, 2000; Blatt, D'Affitti y Quinlan, 1976). Los caminos que seguirá la investigación futura sobre la diátesis de la ansiedad y la depresión probablemente se caracterizarán por: el empleo de investigaciones longitudinales 29

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en los que se puedan obtener medidas premórbidas; el uso de instrumentos de evaluación más sensibles, y la aplicación de metodología multivariable, especialmente modelos de ecuaciones estructurales. Por otro lado, llevar a cabo este tipo de investigaciones exigirá diseños complejos que podrían realizarse con mayor rigurosidad científica dentro de un marco justificativo como el modelo de parámetros (Pelechano, 1988, 1991, 1996), que ya ha producido algunos resultados relacionados con el tema que nos ocupa, como la delimitación de los síntomas genuinos de la depresión (Peñate, 2001), y el análisis de las relaciones entre el neuroticismo y algunos trastornos de personalidad (Pelechano y Pastor, 2005). Por último, es de esperar que los conocimientos de la diátesis de la ansiedad y la depresión se sigan beneficiando de los avances que se están produciendo en otras disciplinas, como el desarrollo de técnicas de neuroimagen y el mejor conocimiento del genoma humano. Referencias Agudelo, D., Buela-Casal, G. y Spielberger, C. D. (2007). Ansiedad y depresión: el problema de la diferenciación a través de los síntomas. Salud Mental, 30(2), 33-41. Allport, G. W. (1937). Personality. A Psychological Interpretation. Nueva York: Holton and Co. (traducción española, Psicología de la Personalidad. Buenos Aires: Paidós, 1974). American Psychiatric Association (2005). DSM-IV-TR. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Barcelona: Masson, S. A. American Psychiatric Association (APA) (2011). DSM-V. The Future Manual. Recuperado de http://www.dsm5.org/Pages/Default.aspx. Andrés-Pueyo, A. (1997). Manual de Psicología Diferencial. Madrid: McGraw Hill. Beck, A. T. (1983). Cognitive therapy of depression: New perspectives. En P. J. Clayton & J. E. Barrett (Eds.). Treatment of depression: Old controversies and new approaches. Nueva York: Raven. Beck, A.T., Rush, A.J., Shaw, B.F. y Emery, G. (1979). Cognitive therapy of depression. Nueva York: Guilford Press (Traducción española de 1983. Terapia cognitiva de la depresión. Bilbao: Desclée de Brower). Bergeman, C.S., Chipuer, H.H. Plomin, R., Pedersen, H.L., McClean, G.E., Nesslroade, J.R., Costa, P.T. y McCrae, R.R. (1993). Genetic and enviromental effects on openness to experience, agreebleness, and conscientiousness: An adoption/twin study. Journal of Personality, 61(2), 159-179. Beutler,L. E. y Malik, M. (2002). Rethinking the DSM. APA: Washington, D.C. 30

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