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Concilio Vaticano II en el contexto de las relaciones internacionales: la presencia pos conciliar en Chile. A Sábado, 25 de Junio de 2011 03:12
En este ensayo se presentan algunas de las ideas centrales que se propuso la intención de renovación del cristianismo católico que representaba la celebración del Concilio Vaticano II, el cual puede ser leído como uno de los acontecimientos relevantes en la política desde la perspectiva de las relaciones internacionales. También se verá una sucinta revisión de su impacto en nuestro continente. Finalmente, se sugiere el cambio de intención en la iglesia jerárquica durante el papado de Juan Pablo II al retrasar la renovación.
I. Introducción
Este Concilio fue convocado por el Papa Juan XIII del siglo XX, añado la referencia histórica debido a que este nombre pontificio ya había sido utilizado con anterioridad. Juan XXIII (1958-1963) -junto a Juan Pablo II (1978-2005) es uno de los líderes católicos más carismáticos del pontificado.
Además de carismático Juan XXIII es uno de los inspiradores de la reforma del catolicismo orientado hacia nuestros tiempos, de ahí que sea considerado uno de los “modernizadores” de esta iglesia. Esta modernización incluye renovaciones doctrinales y litúrgicas, pero también una cierta apertura a los acontecimientos del mundo contemporáneo especialmente a partir de cierta sensibilidad con las condiciones sociales de vida y con cierto respeto a la interculturalidad a partir de la apertura al ecumenismo.
En este sentido la figura de Juan XXIII acoge las demandas propias de los cristianos en una opción misionera hacia los pobres, pero también realiza un gesto de aceptación del mundo
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secular situado en la relevancia de la política internacional. Esta acogida se encuentra claramente expuesta en una encíclica preconciliar y en otra conciliar: Mater et magistra (1961) y Pacem in terris (1963).
En el primero de estos documentos hay una clara preocupación por el nuevo orden económico mundial al cual se le pretende añadir cierta exigencia ética basada en ciertas concepciones del humanismo, con esto quiero referir, a una concepción de la economía que tiene como único fin la promoción y desarrollo del ser humano hacia las condiciones que permitan su dignificación. Este llamado incluía la aceptación de la posibilidad de intervención social de aquellos sistemas o estructuras económicas que atentaran en contra de la dignidad humana, bajo un criterio de requerimiento de justicia.
El segundo documento, acepta una lectura desde las relaciones internacionales en el contexto de la posguerra determinado por la tensión constante en el orden mundial generado por la denominada guerra fría en el choque violento que representaban las ideologías políticas y económicas encarnadas en el comunismo y el capitalismo. El llamado del Papa es a proteger la paz mundial, el aseguramiento de la libertad y la necesidad de posibilitar la convivencia en el orden ciudadano.
Ambos documentos son las fuentes inspiradoras para la reflexión reformadora de esta iglesia que pretende situarse en un lugar protagónico en el desarrollo histórico de la humanidad en general y de la cultura occidental en particular.
II. Aspectos generales del Concilio
Si bien el Concilio fue convocado y desarrollado en su primera etapa bajo el liderazgo del Papa Juan XXIII, no fue posible su culmen con la presencia de esta figura, dada la muerte del Papa.
De esta manera la culminación del Concilio es llevada a cabo bajo la dirección del nuevo Papa que es Pablo VI (1963-1978), al cual se le reconoce una especial preocupación por la renovación litúrgica y por la relación ecuménica de esta iglesia.
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El 25 de enero del año 1959 Juan XXIII anuncia a los cardenales la intención de realizar la celebración del Concilio Vaticano II. El 17 de mayo de este mismo año se constituye una comisión preparatoria del Concilio a cargo del cardenal Tardini. Un mes después Tardini enviaba una carta a los cardenales, arzobispos, obispos, congregaciones romanas, ordenes religiosas, universidades católicas, facultades de teología, con el fin de pedir sugerencias y temas para este Concilio. El 29 de junio de este año el Papa promulga la encíclica Ad Petri cathedram en la cual se declaran algunos de los fines del Concilio.
Entre 1960-1962 se realiza el periodo preparatorio. El 5 de junio de 1960 se disponen las 15 comisiones preparatorias del Concilio, las comisiones son las siguientes: central, teológica, obispos y gobierno de las diócesis, clero y pueblo cristiano, religiosos, sacramentos, sagrada liturgia, estudios y seminarios, iglesias orientales, misiones, apostolado de los seglares, ceremonial, prensa y espectáculos, unión de los cristianos, secretariado administrativo. Entre el 12 y el 20 de junio del año 1961 se celebraron siete reuniones plenarias de las comisiones para tener los borradores de algunas constituciones y decretos que serían propuestos al Concilio. El 25 de diciembre del año 61 se lee la constitución apostólica que convoca a la celebración del Concilio para el año 1962. El 2 de febrero del año 1962 se comunica la fecha de la apertura del Concilio, el cual queda fijado para el día 2 de octubre del mismo año. El 1 de julio la encíclica Paenitentiam agere pide oraciones y sacrificios a los fieles por el éxito del Concilio y al día siguiente en la carta Il tempo massimo pide lo mismo a los religiosos. El 10 del mismo mes se envían invitaciones a los cristianos separados para que participen con “observadores delegados” en las sesiones conciliares. Entre julio y agosto de este año se envían los primeros textos disponibles para el estudio y conocimiento de los obispos. El 2 de septiembre el Papa vía un radio mensajes se comunica al mundo en relación a la celebración del Concilio.
La celebración del Concilio se divide en cuatro etapas. La primera etapa se desarrolla entre el 2 de octubre y el 8 de diciembre del año 1962. Se constituyen las comisiones de las sesiones quedando compuesta por 25 miembros 16 elegidos por la asamblea y 9 por el Papa, se realiza el mensaje de los padres conciliares al mundo, se discuten los aspectos concernientes a liturgia, la revelación, los medios de comunicación social, la unidad de los cristianos y la iglesia. Esta es la etapa que cuenta con la presencia de Juan XXIII. La segunda etapa bajo la dirección de Pablo VI se realiza entre el 29 de septiembre al 4 de diciembre de 1963. Aquí se discute sobre la iglesia, los obispos y el gobierno diocesano, y el ecumenismo; se promulga la constitución sobre la liturgia y el decreto sobre los medios de comunicación. Como resultado de esta etapa una vez cerrada Pablo VI viaja a tierra santa y celebra un encuentro con el patriarca Atenágoras entre el 4 y 6 de enero de 1964; y el anuncio de la creación de un secretariado para los no cristianos el 17 de mayo de 1964. La tercera etapa del concilio se llevó a cabo entre el 14 de septiembre y el 21 de noviembre de 1964. La discusión estuvo centrada en los temas sobre escatología, virgen María, oficio pastoral de los obispos, libertad religiosa, judíos y religiones no cristianas, revelación, apostolados de los seglares, sacerdotes, iglesias orientales, iglesia y mundo moderno, misiones, religiosos, seminarios, educación cristiana y sacramentos; se promulga la constitución sobre la iglesia, los decretos sobre ecumenismo y las iglesia
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orientales y la proclamación de Paulo VI “María, Madre de la Iglesia”. Finalmente la cuarta etapa realizada entre 14 de septiembre al 8 de diciembre de 1965. Se discute en torno a la libertad religiosa, iglesia y mundo moderno, misiones y sacerdotes; se promulga la constitución apostólica que instituye el sínodo de obispos, la constitución sobre la divina revelación y la constitución pastoral de la iglesia y el mundo moderno, y el decreto sobre apostolado de los seglares, libertad religiosa, sacerdotes, misiones; se anuncian los procesos de beatificación de Pío XII y Juan XXIII y se anuncia el jubileo (1) universal desde el final del Concilio hasta Pentecostés de 1966. Resulta importante destacar el viaje a las Naciones Unidas de Pablo VI en pleno desarrollo del Concilio con el fin de pronunciar en la O. N. U.
III. Aspectos eclesiales y teológicos del Concilio
El Concilio proclama que los cristianos católicos están llamados a propagar la salvación, esto desde el cumplimiento de las distintas maneras en que se puede desarrollar. Todos los bautizados están llamados a anunciar el reinado de Dios que Cristo hizo presente y que se actualiza en los dones del Espíritu Santo. Dios, Cristo y Espíritu Santo son parte del misterio sagrado de esta fe monoteísta, la aceptación del misterio trinitario es una de las exigencias básicas que constituyen dogma. Pero, la misión evangelizadora que es realizada por la comunidad de creyentes constituida por la participación en los sacramentos.
Los sacramentos son diversos y habrían sido instituidos por el mismo Cristo, entre éstos encontramos: bautismo, confirmación, penitencia, celebración litúrgica, matrimonio, unción de los enfermos y la vida sacerdotal. La participación en los sacramentos es lo que otorga la unidad a esta religión.
De esta manera encontramos una iglesia que se concibe como misionera y sacramental. Pero, habría que agregar que también se define como jerárquica. En esta jerarquía el Papa constituye la autoridad máxima, seguido de los obispos que tienen como colaboradores a los presbíteros. Esta jerarquía constituye el sacerdocio ministerial, que se define con funciones y categoría distinta al sacerdocio común del cual participan el resto de los bautizados en esta iglesia: “…el juicio de discernimiento de tales dones no queda al arbitrio de los particulares, sino que está reservado a la autoridad eclesiástica” (LG, 12) (2).
Al igual que los otros dos monoteísmos (judaísmo e islamismo) comparte la representación de la divinidad como única y creadora, y que ha sido comunicada por algunos profetas. Profetas como Abraham y Moisés son reconocidos por todas estos monoteísmos. También comparten la
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valoración por la palabra reconociendo el carácter de sagrado en los textos correspondientes para cada uno de estos sistemas. Sin embargo, con el judaísmo comparte más elementos comunes. Reconocen que el Dios único habría celebrado alianza con el pueblo de Israel, a lo cual se podría llamar el pacto antiguo, pero se afirma la celebración de una segunda alianza o nueva alianza entre Dios y una iglesia más universal que no permite las exclusiones raciales: “Ese pacto nuevo, a saber, el Nuevo Testamento en su sangre, lo estableció Cristo convocando un pueblo de judíos y gentiles, que se unificara no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera el nuevo Pueblo de Dios” (LG, 9).
Esto último es lo que fundamenta su declaración de universalidad que no sólo es hacia los cristianos católicos sino que se abre al reconocimiento de otras religiones e incluso hacia aquellos hombres de buena voluntad que no han recibido el evangelio: “…quienes todavía no recibieron el Evangelio, se ordenan al Pueblo de Dios de diversas maneras” (LG, 16).
Un elemento particular es el lugar que ocupa la Santísima Virgen María que es madre de Dios encarnado, esto le otorga un lugar especial para el respeto y la veneración de los fieles creyentes: “El Hijo de Dios nació de la Virgen María por obra del Espíritu Santos, y los fieles que se unen a Cristo deben honrar la memoria de la Virgen María, Madre de Jesucristo, Dios y Señor nuestro” (LG, 52).
IV. El Concilio y su apertura a las relaciones internacionales
Si es que se acepta que en relaciones internacionales la política es un factor relevante, no se puede dejar de hacer un análisis desde esta perspectiva. De esta manera claramente no se puede negar que la iglesia católica desde la política vaticana sigue siendo un actor importante. Hace pocos días se anunciaba el proceso de beatificación de Juan Pablo II como el Papa que había frenado la ideología marxista objetivo fundamental de la política exterior del pentagonismo desde el comienzo de la guerra fría. Pero, la cuestión en esta exposición estará en la presentación de un análisis que considere algunos aspectos de las relaciones internacionales en el contexto en el que se inserta el Concilio.
En la introducción a los documentos del Concilio Vaticano II encontramos el “Mensaje de los padres conciliares a todos los hombres” se destacan como problemáticas de la sociedad contemporánea dos cuestiones que son temáticas centrales en las relaciones internacionales: lo que se refiere a la paz entre los pueblos y la justicia social. La reunión conciliar en su pretensión de querer hablar al mundo a partir de sus resoluciones abordará como cuestión
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central ambas problemáticas.
En cuanto a la promoción de la paz el Concilio hace una condena a la guerra debido a su condición de inhumanidad, recordemos que este encuentro sacerdotal se desarrolla en plena guerra fría, periodo en que la posibilidad de guerra era una cuestión que se temía como algo que estaba ahí al acecho. Es en la constitución Gaudium et spes (GS) donde se aborda esta cuestión de manera explícita, en el capítulo V se realizan dos secciones una dedicada a la “obligación de evitar la guerra” y la otra dedicada a “edificar la comunidad internacional”.
En la primera sección se condena el exterminio de las naciones tanto como el de una minoría y se avala el derecho a la legítima defensa mientras no exista una organización competente que arbitre estos asuntos. La legítima defensa es diferencia de los ánimos de dominación. Cualquier acción bélica de destrucción es condenada como un delito contra Dios y contra la humanidad. También hay una crítica a la carrera armamentista, expresa el texto conciliar: “…es necesario persuadirse de que la carrera de armamentos no es vía segura para conservar la paz” (GS, 81). Afirma el Concilio la necesidad de conformar un organismo con autoridad universal reconocida por todos y con medios eficientes para asegurar los derechos y la seguridad de los pueblos. Esto sería parte de cumplir con esa obligación de evitar la guerra.
Como se deja ver al final del párrafo anterior se requiere, según este documento, de la edificación de una comunidad internacional. Este organismo internacional tendría como primera función la promoción de la paz, pero junto con ello tendrían otras labores que colaboren al establecimiento de la paz social, dice el texto: “Las instituciones internacionales deberán ocuparse de la alimentación, salud, educación, trabajo, emigración, subdesarrollo, etc” (GS, 83). En resumidas cuentas estos organismos deben asumir un trabajo económico urgente, ya que esto sería uno de los factores de riesgo vigente para la paz social: “Casi todos los pueblos han alcanzado la independencia política, pero no la económica” (GS, 85).
La otra temática que resalté es lo relacionado a la justicia social. Esta exigencia de justicia social parte con el derecho que todos deben tener a la cultura, pero la demanda se va haciendo más acotada hacia la injusticia existente en la distribución de los bienes económicos: “Mientras algunos hombres y algunos pueblos viven en la opulencia, otros permanecen en situación indigna de persona humana” (GS, 63), pero esto no se queda sólo en describir una situación, se ve en el escrito la conciencia de una práctica de transformación del sistema económico injusto: “Es necesario, por ello, una reforma de estructuras y un cambio de la mentalidad y de los hábitos de vida” (GS, 63). Con esto hay una dura crítica a los sistemas capitalistas que olvidan al ser humano “…el proceso productivo debe adaptarse a las exigencias de la persona humana…” (GS, 67). Incluso se expresarán algunas apreciaciones hacia las empresas
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económicas y productivas, estableciendo que en éstas deben tener participación democrática y estableciendo el derecho a huelga. En relación sigue la afirmación de que la tierra es de todos, señalando el problema de los latifundios que no cultivan el campo y que lo mantienen para especulación, así como la explotación que sufren los “braceros” al no contar con remuneraciones justas ni condiciones dignas para el trabajo, dice el Concilio: “En salarios, el mejoramiento de las condiciones de trabajo, y deben promoverse aquellas reformas dirigidas a distribuir –previa la congrua indemnización- las propiedades mal cultivadas” (GS, 71). Claramente, esto no puede ser leído como aceptación de la ideología marxista, al Concilio le interesa la justicia social y no la ideología de izquierda como tampoco la de derecha: “…deben reprobarse tanto las doctrinas que en nombre de una falsa libertad se oponen a las reformas necesarias como aquellas que sacrifican los bienes fundamentales de la persona humana en aras de la organización colectiva” (GS, 65).
V. América Latina y el Concilio
Es claro que la iglesia latinoamericana desde una interpretación política tiene como cuestión fundamental la teología de la liberación. La literatura al respecto ha señalado dentro de los antecedentes internos de la iglesia para esta formulación teológica al Concilio Vaticano II y a la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) fundada en 1955 en Río de Janeiro. Los analistas suelen resaltar la importancia para la teología de la liberación del segundo encuentro del CELAM celebrado en Medellín en 1968 que como fruto de su reflexión saca a la luz pública un cuerpo de documentos que fue titulado La iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio, si bien el CELAM en sus inicios se ajustaba a las estructuras tradicionales de la iglesia es desde 1963 que se compromete con una función más relacionada al sujeto histórico del continente a partir de la dirección que le imprime el obispo de Talca Manuel Larraín (3).
La teología de la liberación se sitúa a partir del descubrimiento del pobre como el otro. En esto hay un supuesto histórico, teórico, teológico y también un supuesto religioso: los distintos acontecimientos políticos del continente (revolución cubana, la figura carismática del che Guevara, la elección del gobierno de unidad popular encarnado en Salvador Allende en Chile), epistemológicamente interesa la formulación de la teoría de la dependencia (4), una concepción de Dios en cuanto liberador que no acepta la opresión de su pueblo y cristianamente desde el desvelamiento del pobre. Algunas ideas principales son: la salvación cristiana no puede darse sin la liberación económica, política, social e ideológica como signos visibles de la dignidad del hombre; eliminar la pobreza, la explotación, las faltas de oportunidades e injusticias de este mundo; garantizar el acceso a la salud y educación; toma de conciencia ante la realidad socioeconómica latinoamericana; reflexión sobre el sí mismo para estimular una actitud creativa en beneficio propio y social; la situación actual en América Latina es una contradicción al designio de Dios y la pobreza es un pecado social; además del
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pecado están las víctimas del pecado; tomar conciencia de la lucha de clases optando siempre por los pobres; afirmar el sistema democrático profundizando la concientización de las masas para transformar el sistema vigente; crear un hombre nuevo como condición necesaria para asegurar la transformación social; y la libre aceptación de la doctrina evangélica.
Podríamos someter a análisis otras dimensiones de impacto que tuvo el Concilio en América Latina en general y en Chile en particular, tales como: el ordenamiento de los estudios teológicos, las variaciones en las manifestaciones rituales, la práctica social del clero y la relación con las otras religiones. Podríamos preguntarnos: ¿estas cuestiones hicieron cambiar los delineamientos más clásicos de la iglesia?, ¿el clero chileno tradicionalmente proveniente de las familias oligárquicas y conservadoras se ve compuesto por personas provenientes de otras clases sociales?, ¿tomó la iglesia una función política más social?
Muchas de estas cuestiones me parecen interesantes para un análisis más detallado, dada la extensión de este trabajo no serán desarrolladas. Pero, no quiero dejar de señalar que resulta tardía y tibia la reacción de la iglesia jerárquica chilena a las propuestas del Concilio. Al menos así lo encontramos testimoniado en la información oficial que entrega en su sitio web la Organización de Seminarios de Chile (OSCHI) que reconociendo los desafíos que coloca el Concilio Vaticano II en esta materia recién entre el 22 y 22 de mayo de 1977 se celebró el primer encuentro de rectores y formadores de seminarios de Chile, en esta ocasión se dio la aprobación verbal para la creación de la OSCHI, pero la Conferencia Episcopal Chilena no dio nunca una aprobación oficial a esta organización, ya que no se emitió ningún decreto (5). Considerando la organización jerárquica de la iglesia católica en Chile este dato no resulta menor.
Sin embargo, en otros aspectos sectores de la iglesia chilena se habían adelantado a las propuestas conciliares. Principalmente, desde la opción pastoral que realizara Manuel Larraín. Según Fernando Berríos este obispo ya había planteado la necesidad de renovar a la iglesia católica chilena y latinoamericana desde su adhesión a la doctrina social de la iglesia que venía dándose desde la promulgación de la encíclica Rerum novarum pronunciada por el Papa León XIII en 1891, dicha encíclica plantea una mirada sobre el mundo del trabajo y la situación de los pobres. Estas cuestiones estarán presentes en la visión eclesiológica del obispo de Talca que teme el futuro de la iglesia considerando la presencia de las ideologías capitalistas y comunistas (6).
La relación con el mundo obrero de Manuel Larraín es su vasta experiencia con el campo chileno, en su condición de miembro del grupo social conservador y católico que gozaba de la tenencia de la tierra en nuestro país, y posteriormente como obispo de Talca, ciudad
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conformada por familias latifundistas. Lejos del pensamiento marxista latinoamericano -en la década del cuarenta- Manuel Larraín compartía la tesis de José Carlos Mariátegui sobre la tenencia de la tierra en América Latina como problema fundamental de un sistema económico injusto, esto se ve claramente en la reforma agraria que impulsó a comienzos de los años sesenta en los predios de un fundo perteneciente a la diócesis que dirigía (7).
Esta figura de la iglesia católica chilena, destacó además en tener una clara concepción de la necesidad de agrupar y organizar a la iglesia latinoamericana, es así como se transforma en una figura clave para la creación del CELAM, mucho antes de la celebración del Concilio Vaticano II. La creación del CELAM permitió que la iglesia latinoamericana se organizara con algún grado de autonomía con respecto a su filiación a Roma. Una de las funciones era orientar el mensaje cristiano hacia un contenido que tuviera mayor significación para el pueblo latinoamericano.
Estos aspectos de la iglesia católica latinoamericana tal vez nos autoricen a plantear el asunto de la relación entre el Concilio y América Latina desde otra perspectiva, cambiar la orientación en la pregunta por esta relación a partir de la formulación sobre ¿qué huellas se pueden visualizar de los distintos movimientos propios que se venían dando en la iglesia católica latinoamericana en los documentos conciliares? El análisis que se sugiere sería posible en los documentos y no en las prácticas pos conciliares que se diluyen en el papado posterior de Juan Pablo II que se aparta de la vocación de los pobres debido a su acción apologética hacia corrientes católicas cercanas a los poderes políticos y económicos neocapitalistas como son los “Legionarios de Cristo” y el “Opus Dei”.
Alex Ibarra Peña.
Docente Universidad Andrés Bello y Universidad de Talca.
Citas Bibliográficas:
(1) Según la RAE entre los cristianos, jubileo es una indulgencia plenaria, solemne y universal, concedida por el Papa en ciertos tiempos y en algunas ocasiones. (2) LG: Constitución Lumen Gentium. (3) Sigo las ideas de José Luis Gómez en su artículo Teología de la liberación: una cronología.
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www.archivochile.com/Mov_sociales/iglesia_popular/MSiglepopu0015.pdf (4)Teoría desarrollada desde los años 50 por un grupo de teóricos sociales amparados en la CEPAL, entre los que destacan Raúl Prebisch, Theotonio Dos Santos, Enrique Cardoso y Enzo Falleto. (5) http://www.oschi.cl/historia.php (6) Fernando Berríos. Manuel Larraín y la conciencia eclesial latinoamericana. Visión y legado de un precursor. Publicado en Revista Teología y Vida. Vol, 50 nº 1-2. Santiago, 2009. 13-40. (7) Ibid.
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