CONFLICTO EN LA RED: LOS FRENTES VIRTUALES EN LA GUERRA DE UCRANIA Pedro Alberto García Bilbao Irene Zugasti Hervás Datos de contacto: Correo electrónico:
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Resumen: Sociólogos y analistas militares han desarrollado una vasta literatura en torno a los conflictos armados actuales y su evolución tras el fin de la Guerra Fría, en el propósito de acercarse a las características que las definen en el marco de nuevos paradigmas que definen la Sociedad Internacional. Así, se habla de “nuevas guerras”, “conflictos híbridos” o “guerras posmodernas”, para referirse a las nuevas formas de concebir la guerra y la seguridad internacional El rasgo coincidente en muchas de estas aproximaciones y análisis es la relevancia del papel de las Tecnologías de la Información y la Comunicación en el desarrollo de los conflictos, pero también en la generación de sus narrativas y discursos.
La idea
foucaltiana de que el territorio, más que una noción geográfica, es lo controlado por un cierto tipo de poder, toma fuerza con la idea de que existe un nuevo espacio donde el conflicto armado adquiere fuerza y densidad: el virtual. La llamada “crisis ucraniana” que estallara a finales de 2013 conduciendo a una larga guerra civil que ha asolado el este del país, es la puesta en escena de las luchas de poder en el complejo contexto del espacio postsoviético fruto del desplome de la URSS en 1989 y la pugna por los espacios de poder surgidos en su órbita. Los intereses puestos en juego en Ucrania han distorsionado, mediante la intervención exterior, su política interna, no pudiendo entenderse la una sin la otra. El papel de la World Wide Web ha sido esencial para entender este conflicto: el rol de analistas independientes, activistas virtuales, la movilización en redes sociales, el surgimiento de espacios de propaganda, y la influencia de los discursos virtuales frente a los medios tradicionales se ha superpuesto a las viejas retóricas rescatadas para
escenificar en lo ideológico esta lucha de poderes, en la era de la comunicación y la sociedad red. Si el General Tommy Franks, durante la invasión de Irak, definió la prensa no como cuarto poder, sino como cuarto frente, sin duda Internet se postula hoy como un campo de batalla principal, una trinchera ideológica pero también de acción. Esta comunicación presenta un análisis del despliegue virtual de la Guerra en Ucrania, a través de la observación de actores, discursos y espacios donde se han desarrollado las principales narrativas en torno al conflicto.
Palabras clave: Ucrania, guerra, discurso, internet, web Abstract: Sociologists and military analysts have developed a vast literature on current armed conflicts and their evolution after the end of the Cold War in order to approach the defining characteristics under new paradigms that define the International Society. Thus, we speak of "new wars", "hybrid conflict" or "post-modern wars" to refer to new ways of thinking about war and international security The coincident feature in many of these approaches and analysis is the importance of the role of information and communications technology in the development of conflicts, but also in the generation of its narratives and discourses. The Foucauldian idea that territory, more than a geographical notion, is controlled by a certain kind of power, gained strength with the idea that there is a new space where armed conflict acquires strength and density: the virtual. The so-called "Ukrainian crisis" that erupted in late 2013 leading to a long civil war that has ravaged the east, is the staging of power struggles in the complex context of the postSoviet space result of the collapse of the USSR in 1989 and the struggle for positions of power emerged in its orbit. The interests at stake in Ukraine have been distorted through external intervention, and by domestic policy, unable to understand one without the other. The role of the World Wide Web has been essential to understand this conflict: independent analysts, virtual activists, mobilizing social networks, have powered the
emergence of spaces of propaganda, while the influence of virtual speeches amid traditional media have been merged with the old rhetoric, ideologically rescued to stage this power struggle in the era of communication and network society. If General Tommy Franks, during the invasion of Iraq, stated that the press is not defined as a fourth power, but as the fourth front, certainly Internet today is postulated as a main battlefield, but also an ideological trench for action. This paper presents an analysis of the virtual display of the War in Ukraine, through observation of actors, speeches and spaces where they major narratives about the conflict have been developed. Key words: Ukraine, war, discourses, internet, web
1. Introducción. Entre el Maidan y Novorrosia: una guerra anunciada Hoy, a apenas 5000 kilómetros de donde se escriben estas líneas, la guerra en Ucrania sigue librándose. No ocupa portadas, ni grandes análisis, al menos en la Europa Occidental, donde otros asuntos internacionales y domésticos hace meses arrinconaron a los muertos que caen entre el Dniéper y el Don. Pero nos encontramos ante una guerra abierta como no se ha producido en Europa desde el colapso de Yugoslavia a principios de los años 90, pero que políticamente es potencialmente mucho más inquietante. Lo que empezó como una sucesión de acciones pacíficas de resistencia al golpe de estado ocurrido en Kiev marzo de 2014, se tornó finalmente en un conflicto bélico de cierta intensidad. A los cercos de Lugansk y Debaltsevo, en verano de 2014 y comienzos de 2015 respectivamente, se les puede considerar los dos mayores hitos –a nivel de intensidad bélica- de esta guerra, pero otros muchos episodios (narrados y silenciados) de la misma merecen también un capítulo en la historia inacabada de Ucrania. La quema de la Casa de los Sindicatos de Odessa, por ejemplo, en la que activistas ultraderechistas calcinaron vivas a decenas de personas en mayo de 2014, en plena escalada del conflicto; el derribo del vuelo MH-17 en junio de ese mismo verano, sumido en el silencio mediático más inquietante que aún hoy se mantiene, o los enfrentamientos en el aeropuerto de Donetsk, que se prolongaron meses y un largo invierno, han sido momentos que sirven para ilustrar la intensidad de este conflicto. A cada uno de estos episodios le antecedieron y le precedieron ingentes cantidades de información en la web: una información que no siempre ha corrido pareja a la relevancia de las circunstancias. Muy a menudo, fueron blogueros, redes sociales, analistas independientes, foros cibernéticos, quienes se hicieron eco de las hipótesis, los actores implicados, las consecuencias de todos estos actos, mientras que ni los telediarios ni los medios de información tradicionales llegaban, ni por asomo, a profundizar del mismo modo en los hechos. La llamada “crisis ucraniana” ha sido un juego de injerencias internacionales que no puede limitarse a un análisis en el marco estatal, pues se estaría obviando el carácter global del mismo dentro del complejo contexto del espacio postsoviético, fruto del desplome de la URSS en 1989 y los nuevos espacios de poder surgidos en su órbita. La propaganda y el rol que juegan los flujos de información en todo conflicto bélico son
esenciales para entender los mismos, y en el caso ucraniano cobran una especial importancia. Pero la Historia está llena de ejemplos: quizá el caso paradigmático de la industria Hearst –Pulitzer en la guerra Hispano-estadounidense sea uno de los más recurrentes, pues puso por primera vez las bases sobre la estrecha relación entre actuación militar y legitimidad social de la misma directamente influida por la intervención de los medios de comunicación. La propaganda de guerra –el “conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo” que ya formuló Tsun Zu en tiempos remotos- se desplegó con toda su virulencia a lo largo del siglo XX. La Guerra Fría fue el escenario para desarrollar, paralelamente a los conflictos bélicos periféricos en todo el globo, estrategias de agitación, propaganda, información y contra información, cada vez más sofisticadas y con mayores recursos tecnológicos y humanos a su servicio. A medida que las tecnologías aceleraban su desarrollo y caminábamos hacia la Sociedad Red y a tornarnos el Homo Videns que tan profusamente definió Sartori en los años 90, la guerra también lo hizo. El llamado “efecto CNN” de la guerra del Golfo fue otro hito en la historia reciente sobre el uso de la información en conflictos armados: así, la modalidad de difusión constante de información 24 horas de la CNN era “crear en la opinión pública una sensación de confianza en la decisión del primer mandatario de enfrentar una guerra contra Irak como último recurso por el bien de la humanidad.” (Maidana, 2011). La creciente demanda de información y sus nuevas características han sido descritas profusamente por multitud de autores. Si Chomsky hablaba de la manufactura del consenso, las oportunidades de las TIC han generado también profundos cambios en la generaciones nativas digitales, con una nueva filosofía del uso y disfrute de la información, pero sobre todo, como señala Castells, una nueva concepción de organización social en esferas tan dispares como las relaciones interpersonales, las formas laborales o los modos de construir la identidad propia. También en la conflictividad social, y, por qué no, en la guerra. Cuando el Maidán estalló en Kiev, toda la maquinaria informativa que velaba por los disntintos intereses enfrentados en ese escenario se activó. Las protestas sociales en la plaza de Maidán reavivaron las llamas de su antecesora revolución naranja, paradigma de la época de las mal llamadas Revoluciones de Colores del espacio postsoviético. Cuando se habla de las revoluciones de colores, Bryce define el fenómeno como una secuencia de protestas no violentas que fueron exitosas (al menos en su consecución per se) durante la primera década del siglo XXI. ¿Son este tipo de movimientos los que
HUNTINGTON llamaba “la tercera ola democratizadora”? Podríamos cuestionarnos el hecho mismo del uso del concepto de revolución para referirnos a estos fenómenos. Quizá sería más acertado utilizar el concepto de “·revueltas electorales” de BUNCE Y WOLCHICK, o abordarlo como un proceso de negociaciones políticas que terminó con la definición del poder a manos de un conjunto de élites partidarias, cuando no utilizar el punto de vista de los analistas que se refieren a estos fenómenos como “golpes exportados” (Milincic) pero esta reflexión se aborda al final de este capítulo. EL hecho del color en si es anecdótico: fueron en su mayoría los medios los que las bautizaron de esa manera. Los factores domésticos fueron claves, pero desde luego, los externos lo fueron casi aún más. ¿Eran jóvenes activistas con manuales de Gene Sharp en la mano los artífices del cambio político? La ciencia de las protestas no violentas que se desarrollaran en la órbita soviética ha sido un laboratorio excelente de las Guerras de Información. De las octavillas, la Radio Europa Libre, y la política de exportación cultural, se ha ido evolucionando a formas más modernas y entroncadas con el entorno juvenil y el virtual como motores de las mismas. Las Primaveras Árabes, salvando las distancias, guardan también paralelismos evidentes con estos nuevos “frentes informativos”. Puede que su antecedente más directo fuera la “bulldozer revolution” de Belgrado que expulsó a Milosevic del poder en el año 2000. Esto es así porque los actores políticos implicados, la injerencia externa y los métodos de movilización ciudadana utilizados encuentran muchos paralelismos con los de Kiev en 2004. Y no es de extrañar, puesto que en un análisis en profundidad, estas revoluciones, más que a “ventanas de oportunidad” (Tilly) concretas y coyunturales de cada estado en que se produjeron, respondieron a una estrategia en bloque de despliegue de poderes e influencia occidental en un espacio de poder turbulento que aún arrastraba la resaca soviética. Si su motor, su razón de ser, fueron las intenciones democratizadoras al estilo “marca atlántica”, o si respondían a mayores intereses que el de apoyar procesos de apertura política y social en la región es lo que viene a tratarse a través de sus principales protagonistas. En su artículo “Template Revolutions”, Sussman, autor del interesante “Branding Democracy” y Krader dieron algunas de las claves para entender los intereses occidentales en la Ucrania de 2004 y dotar a estas de un contexto, el de la lucha geopolítica de poderes en el espacio postsoviético. La promoción de la democracia no fue sino un término propagandístico
para justificar los intereses de los Estados Unidos y la Union Europea en el terreno: intereses energéticos, económicos, de integración transnacional, de la OTAN, de aislamiento a Rusia. La “revolución naranja” de 2004 en Ucrania fue un acontecimiento muy mediatizado en Occidente. Poseía todos los ingredientes de una novela de políticaficción, incluidos el episodio del envenenamiento del candidato naranja, las encendidas intervenciones de Tymoshenko, y las imágenes, potentísimas, de una plaza, Maidan, tomada por banderas de color naranja. Maidán, en 2013, también lo ha sido: las barricadas cubiertas de nieve en Kiev abrieron los informativos y las portadas –en papel y en pantalla- con un enorme potencial visual. Antes de que los enfrentamientos armados hicieran aparición, el poder suave llevaba meses, años, décadas, trabajando en cavar esas trincheras. El poder blando es un concepto desarrollado por Joseph NYE de la Universidad de Harvard para describir la capacidad de atraer y cooptar en vez de coaccionar, utilizar la fuerza o dar dinero como medio de persuasión. NYE daba en su libro Soft Power las claves para un nuevo desarrollo del poder mucho más acorde a las estructuras del nuevo orden mundial surgido tras la guerra fría. Estrategias no obstante, igual de maquiavélicas y con un fin mismo al que el príncipe italiano prescribiera en el Medievo: poder, a costa de lo que fuera. Este poder blando lo vimos claramente escenificado en la Ucrania de 2004, pero también lo vimos en Georgia, en Serbia, pues llevaba gestándose mucho tiempo antes en los despachos atlánticos muy lejos de la Europa oriental. Para cuando Milosevic era expulsado del poder, el Departamento de Estado de los EEUU ya había puesto en marcha un “revolution template” o “patrón revolucionario”, o en palabras de Beissinger, módulos democráticos. Esta asistencia democrática consistía en un pack, un fluido paquete de financiación y otros mecanismos de apoyo esencialmente desarrollados en torno a los principios de la economía de mercado. Y para vender todo ello, era necesario un frente informativo, propagandístico, de enormes dimensiones y ramificaciones, a la altura de los objetivos globalizadores y global que se perseguían. No es por tanto de extrañar este retorno de la geopolítica al que parece estamos asistiendo en los años inmediatos: la “disciplina maldita” como la define Cairou, sirve para comprender también frentes en espacios líquidos, intangibles, además de en terreno sólido.
Y hablando de geoestrategia, esta guerra nos remite inexorablemente a aquel largo telegrama de George Kennan, principal experto en asuntos soviéticos del Departamento de Estado en los años de la Doctrina Truman y cuya misiva trazaba la política exterior estadounidense para las siguientes cuatro décadas de su historia venidera. Harold Mackinder a principios del pasado siglo también advertiría al imperialismo británico, entonces hégemon indiscutible, la importancia de la “región pivote ”: “Quien gobierne la Europa Oriental dominará el Corazón Continental; quien gobierne el Corazón Continental dominará la Isla Mundial; quien gobierne la Isla Mundial dominará el mundo” (1919). Convenía vigilar de cerca a ese corazón, reconfigurarlo cada cierto tiempo, pues de ello dependía la supervivencia de quienes irremisiblemente orbitaban a su alrededor. De Mackinder a hoy han pasado muchas guerras, muchos muertos, pero el corazón continental sigue latiendo en el centro de las Relaciones Internacionales. Por ello mismo los viejos códigos realistas y sus defensores, desde Huntington a Brezinski, siguen vigentes. Mitt Romney, el candidato republicano a la elección presidencial de Estados Unidos en 2012, afirmaba entonces que "Russia Is No. 1 Geopolitical Foe". Con ese trasfondo, el desarrollo posterior de los acontecimientos fue lógico y esperable: derrocado el gobierno de Yanukovich y habiendo tomado el poder la Junta de Kiev, una coalición de partidos de extrema derecha, nacionalistas y de centro derecha liberal ucranianos, parecía que por fin la Revolución Naranja había escenificado con éxito el antagonismo entre los valores democráticos, pro europeos, y las garras del viejo imperio ruso, y encaminaba el descontento social hacia reformas políticas con un amplio respaldo popular. Pero hubo errores de cálculo, especialmente, en cuanto al sentir popular de una parte importante del país: el este, más concretamente la región industrial de Donbass, en los oblast de Donetsk y Lugansk. Allí, la resistencia a las normas de la capital kievita acabó cristalizando en milicias populares y una insurrección armada. El ejército regular ucraniano, las milicias del Donbass, escuadrones paramilitares y población civil se implicaron en una guerra que supera ya los 5000 muertos y el millón de personas refugiadas y desplazadas. Y que continúa. 2. Los frentes virtuales y las guerras híbridas Las filtraciones –de Wikileaks a llamadas y espionaje telefónico y cibernético-, los sites que proliferaron en Internet para informar de la situación en el frente, las experiencias difundidas en las redes de voluntarios internacionales, freelances y organizaciones y
asociaciones políticas y humanitarias han sido herramientas clave para comprender el paso de los acontecimientos. En un clip de audio publicado en YouTube, en el mes de febrero de 2014, se podía escuchar a la Subsecretaria de Estado de EEUU, Victoria Nuland, y al embajador de EEUU en Ucrania, Geoffrey Pyatt, hablando por teléfono. En esa conversación, ambos deliberaban sobre cuál tendría que ser la composición de un futuro gobierno ucraniano después de unas hipotéticas elecciones, fruto de la crítica situación sociopolítica que llevaba varios meses gestándose en el país. En un momento, expresando su frustración con la UE respecto a la falta de dureza en sus actuaciones en Ucrania, la señora Nuland exclamaba: "Fuck the EU!”. La inicial ambigüedad del Departamento de Estado de EEUU a la hora de admitir la veracidad de esa grabación dio paso a las disculpas de Nuland a los funcionarios de la UE por las declaraciones recogidas, según la portavoz del propio departamento de Estado. Esta conversación también incluía a Ban Ki-Moon, Secretario General de las Naciones Unidas, a Jeffrey D. Feltman, vicesecretario General de la ONU para Asuntos Políticos, o el enviado especial de la ONU para Ucrania, Robert Serry. Todo esto mostraba que el juego de Ucrania se pugna en terrenos mucho más amplios que las propias fronteras del país, y que las instituciones y organismos internacionales tenían mucho que decir. La filtración, de quien no ha quedado aún clara la autoría, corrió como la pólvora a través del portal YouTube, las redes sociales, y los medios de comunicación online. Y lo más importante, puso en evidencia no sólo la opinión que sobre la tibieza americana tenía la Secretaria de Estado, sino la certeza de que una información así –que reflejaba el problema interno en la configuración de un potencial gobierno para la Radapodría ser una revelación de posiciones que afectara al desarrollo de los acontecimientos. Es más, era la confirmación de una evidencia: las “Information Operations” de los gobiernos y potencias internacionales como una maquinaria que integra el empleo de las capacidades de la guerra electrónica, las operaciones de redes informáticas, operaciones psicológicas, el engaño y las operaciones de seguridad militar, desarrollando la capacidad de influir, interrumpir, corromper o usurpar la toma de decisiones del adversario y proteger las propias. Esta nueva concepción de conflicto armado nos abre a la idea de que, si bien la naturaleza de la guerra es universal e inmutable por su carácter social y político, ésta muta y evoluciona a lo largo del tiempo adaptándose a los cambios ideológicos, sociales, o técnicos que determinan la Historia
El concepto de Guerra Asimétrica implica un salto cualitativo y cuantitativo en la implicación militar de la población civil, un salto hacia delante considerable desde que Alemania, en la II GM avanzada proclamará la “guerra del pueblo” como “nueva fase de la guerra moderna”. Un conflicto sería asimétrico cuando los contendientes presenten capacidades muy diferentes, y autores críticos como Verstrynge insisten en el uso arbitrario del concepto para poner en escena conflictos contra micropotencias (Serbia, Afganistán) que sirvieran para afianzar la hegemonía unipolar atlántica. Sin embargo estrategias como las de Al Quaeda o Isis parecen haber superado las expectativas en torno a lo que un conflicto asimétrico puede suponer. Autores como Tolfler o Lind han preferido categorizar las guerras en torno a generaciones u olas paralelas a los cambios históricos, así se habla de guerras de cuarta y quinta generación que intentan aunar las características y valores sociales imperantes con las de los conflictos armados actuales. En esta misma línea estará Kaldor con su concepto de “nuevas guerras”, Hoffman con su “conflicto híbirido” –donde se hibridan, nunca mejor dicho, combatientes y no combatientes, subversión y crimen, paramilicias y ejércitos regulares- y Creveld con la idea de “guerras posmodernas”. Todos estos conceptos ponen en relación la guerra con la sociedad y la tecnología: Las TIC han sido determinantes t en el terreno bélico –amén del cultural, social, económico o político- pues ampliaron el conflicto hasta espacios nunca antes concebidos, como los virtuales, o el espacio. No obstante las últimas intervenciones en oriente Medio han descubierto las debilidades de las tecnologías a la hora de enfrentarse a un enemigo que se mezcla con la población civil. Mientras, la industria armamentística evoluciona a un ritmo vertiginoso con hitos como los drones o los artefactos no tripulados, lo que transforma también el trabajo de los ejércitos profesionales, sus funciones y formación necesaria. La guerra posmoderna, por su parte, hereda los paradigmas en torno a la gobernanza supranacional y multinivel, al cosmopolitismo y la cooperación interestatal, que, desde una perspectiva crítica, puede entenderse como un espejismo –irreal, como cualquier espejismo- de veleidades cosmopolitas bajo el modelo neoliberal y el ascenso de las TIC, que ha producido nuevas formas de intervención bélicas –llámense responsabilidad de proteger, freedom from fear o intervenciones humanitarias- muy en consonancia con las
nuevas formas de entender la economía internacional como factor estructural de estos conflictos, pero también una geopolítica entendida en términos de alianzas supranacionales y regionales. Pero la cuestión del impacto tecnológico en los conflictos es la piedra angular: la tecnología siempre ha sido el elemento clave para la mutación de las guerras. Si las TIC, la sociedad-red de Castells, el gran negocio del Conocimiento que postulaba Drucker, han cambiado nuestros hábitos sociales, la guerra no ha sido ajena. Los ejércitos se hacen más técnicos y profesionalizados en las sociedades post industriales, dirigidos a un mejor manejo del I+D en esta tecnología, pero, además, como acertadamente señala nuestro texto, el futuro permitirá la introducción de tecnócratas y otros externos a la fuerza militar dentro de su industria y estructura. No obstante, cuando se refiere aquí a los frentes virtuales, se quiere también hacer hincapié en el elemento ideológico. En Ucrania, este es indisociable. Aunque en un conflicto es siempre necesaria la comprensión en términos político-ideológicos de lo que acontece, de su significado, origen, causas y efectos, la dinámica de las operaciones militares exige su propio espacio. Si en Ucrania se produce el colapso militar de una de las partes, o si bien la resistencia efectiva tiene éxito y el conflicto se prolonga, los desarrollos de los efectos políticos, sociales, económicos o sencillamente humanos serán muy distintos. Guerra o revolución es una disyuntiva que se revela una vez más como absurda, pues sin vencer militarmente lo que se ha de afrontar es la derrota y el exterminio; que Novorossya nacionalice o no las empresas de los oligarcas, declare odiosa y rechace el pago de toda deuda contraída por los corruptos gobiernos de Kiev, preserve su subsuelo y territorios para ponerlos a salvo de la depredación de las multinacionales del gas y emplee sus recursos en elevar el nivel de vida de su población exige necesariamente un triunfo militar; si triunfan podrán o no adoptar esas decisiones que ahora proponen y discuten, pero si son derrotados nada de esto tendría sentido6. Lo que convierte la actual guerra civil de Ucrania en un conflicto diferente a cuantos hemos visto en muchas décadas, es el carácter de clase que también mantiene en su dinámica interna y sus más que posibles consecuencias externas si produjese la victoria: no estamos ante un conflicto más: si Kiev pierde, la Sheil Oil pierde; los secesionistas no le llaman a su victoria «independencia de Ucrania», sino liberar Kiev y Ucrania de la opresión banderista y la injerencia de Estados Unidos, la Unión Europea e instituciones internacionales del capitalismo global como el FMI, la OMC o el Banco Mundial. Debe comprenderse que los ortodoxos y nacionalistas panrusos que combaten en las filas de la
milicia no tienen ningún aprecio por la sra. Lagarde, ni por la suerte que el FMI tenga prevista para el Donbass, y que si el gobierno republicano novorruso considera que la supervivencia de su república popular pasa por anular la deuda y todos los contratos con las multinacionales que encadenan a Ucrania, nadie en la Milicia va a oponerse, más bien lo contrario.
Por ello, el despliegue ideológico de los frentes en el mundo virtual ha sido de gran importancia. A la guerra de Ucrania se le ha bautizado ya en muchos medios como “la guerra de la Propaganda” por su profuso despliegue de recursos, activos y actores implicados en ella. Afirmaba el periodista Antonio Maestre que Los actores políticos en el conflicto ayudados por los medios han venido provocando un efecto intoxicador que ha impedido a la mayoría de la población conocer los matices de lo que allí ha ocurrido. Cabe preguntarse si ese efecto intoxicador, que tiene gran parte de deliberado, ha sido contrarestado por estos frentes virtuales o, al contrario, avivado por los mismos. Las viejas retóricas de la Guerra Fría, las ideologías que Fukuyama enterró erróneamente, han sido acicate de alineamientos virtuales a cada lado del frente y también al margen del mismo, observando con fascinación –o indiferencia- el curso de los acontecimientos. 3. Conclusiones La guerra híbrida, pues, era esto: una guerra en la que mientras unos siguen bajo las balas y los obuses, el resto del mundo es espectador y parte a través de la virtualidad, de la instataneidad y ubicuidad del espacio tiempo. La guerra híbrida era esto: la polemología simplificada al servicio de las masas mientras que los grandes líderes y señores del hard y del soft power siguen haciendo y deshaciendo acuerdos –los Minsk I y Minsk II, las grandes cubres de líderes- pero sin encontrar salidas diplomáticas a crisis humanitarias de envergadura. La información hoy es un valor al alza: puede considerarse un recurso o un factor económico de primer orden, el activo más valioso, el “nuevo petróleo”. “Data is the new Oil” nos recuerda a menudo la revista Forbes. Sin embargo, en Donbass, donde la guerra continúa, la espiral del silencio sigue girando. 4. Bibliografía y Referencias
POR COMPLETAR.