EL DIALOGO ENTRE LAS RELIGIONES: LA EXPERIENCIA DE LA COMUNIDAD DE SANT EGIDIO Lic. Marco Gallo

1 EL DIALOGO ENTRE LAS RELIGIONES: LA EXPERIENCIA DE LA COMUNIDAD DE SANT’EGIDIO Lic. Marco Gallo La vocación de la Comunidad San’Egidio por la unidad

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1 EL DIALOGO ENTRE LAS RELIGIONES: LA EXPERIENCIA DE LA COMUNIDAD DE SANT’EGIDIO Lic. Marco Gallo La vocación de la Comunidad San’Egidio por la unidad y el diálogo, la ha llevado a ser un importante artífice de comunión y a llevar a cabo en todo el mundo innumerables actividades a favor de la paz y el acercamiento entre las religiones.

El camino de Asís Como señalaba Andrea Riccardi1 en su exposición, en ocasión del otorgamiento del Doctorado Honoris Causa en la Pontificia Universidad Católica Argentina, en Mayo de 2006: “Para nosotros en Sant’Egidio, los años ochenta y noventa han sido una experiencia de descubrimiento del valor de la paz y del diálogo. Las palabras del Papa en Asís (‘la paz es un arsenal abierto a todos y no sólo a los especialistas, a los sabios o a los estrategas’) nos ha confirmado en el compromiso por la paz y el diálogo”. Es justamente este compromiso por el diálogo y la paz que queremos describir en estas páginas a los lectores. El 27 de octubre de 1986 Juan Pablo II quiso reunir a los líderes de las religiones mundiales, en Asís, la ciudad de San Francisco. Corrían los años donde todavía reinaba la guerra fría y el gesto profético de Papa Woityla, no fue comprendido por la mayoría y, más aún, en muchos ambientes también de la misma Iglesia Católica, fue visto con desconfianza e indiferencia. A muchos le parecía simplemente algo “folklórico” quizás condicionados por los diferentes colores de las vestimentas de las personalidades religiosas que concurrieron a la ciudad umbra. Una de las acusaciones más recurrentes era la referida al riesgo de disminuir la identidad católica en el contacto con las otras religiones, en un sincretismo donde todas las identidades religiosas se diluirían. Pero el Papa afirmó en reiterados discursos que la novedad de esta oración era la de rezar “los unos al lado de los otros, ya no más los unos contra los otros” en el respeto y en la diversidad. De aquel evento histórico de Asís, la Comunidad de Sant’Egidio participó en dos grandes momentos: primero con una vigilia de oración en la misma ciudad de Asís el día anterior, para pedir al Señor la gracia de un feliz logro de la iniciativa papal; luego, durante el encuentro, fue encargada por el mismo Juan Pablo II, de recibir y hacerse cargo en el marco de la oración por la paz, de los huéspedes invitados en representación del Islam. Este pedido papal nacía del conocimiento que el Santo Padre tenía acerca del compromiso que la Comunidad de Sant’Egidio llevaba adelante desde hacía algunos años con la formación de un Comité Islamo–Cristiano, que, entre otras iniciativas, había logrado invitar a Roma en el año 1985 al gran Muftí de Damasco, una de las mayores autoridades religiosas islámicas de aquel país, para que pudiera visitar al Papa, por primera vez en la historia. El diálogo interreligioso como uno de los pilares sobre los cuales se funda Sant’Egidio estaba, hay que aclararlo, ya en los cromosomas de la misma Comunidad, experiencia eclesial de laicos nacida en Roma en 1968, hija directa justamente de aquel espíritu del Concilio Vaticano II, que tanto ha apostado con documentos y declaraciones, como la “Nostra Aetate”, al diálogo con las otras religiones. El diálogo ha sido siempre y ante todo un diálogo de la vida; en efecto los varios contactos que la Comunidad ha entrelazado en los años Ochenta con personalidades 1

Cfr. A. Riccardi, La guerra y la paz, en Criterio, Año LXXIX, n.2318, Agosto 2006, pp.441–446

2 del mundo islámico del Mediterráneo, desde Maruecos a Argelia, de Siria a Turquía, de Sudán hasta Líbano, nacen a partir del encuentro diario con los pobres, que es uno de los carismas de esta realidad eclesial. Cuando al final de los años setenta y comienzo de los ochenta se iniciaron fuertes migraciones de extranjeros a Italia, sobre todo provenientes de los países africanos, la Comunidad fue pionera en Roma en la acogida de estos prófugos, primero abriendo un comedor donde brindar un plato de comida caliente y luego una escuela de idioma, para que estos extranjeros pudieran encontrar menos obstáculos en la difícil vida del emigrado. Pero la hospitalidad no se limitó a esto; muchos de esos extranjeros eran de fe islámica y en aquellos años no había lugares de culto para ellos, por lo cual San’Egidio les brindó, para las fiestas más importantes como el Ramadán, espacios donde profesar el propio culto. Cuando estas personas tuvieron la posibilidad de contar a sus familiares estas experiencias en Roma, y sobre todo a sus jefes religiosos, se difundió entre ellos este ejemplo de hospitalidad de una comunidad católica hacia los creyentes musulmanes. Como consecuencia comenzaron visitas de miembros de la Comunidad de Sant’Egidio a los líderes religiosos y viceversa, fortaleciéndose de este modo esta inédita amistad islamo–cristiana, que tiene su realización plena en el encuentro de Asís.

La “caravana de la paz” Ahora bien, Asís no podía quedar como el evento único en la historia de la Iglesia católica con las grandes religiones, “como una linda fotografía destinada a amarillear”, y por ello Andrea Riccardi, movido por la conciencia de esta realidad, comunicó en agosto de 1987 su inquietud a algunos amigos. A partir de entonces fue hecho un breve sondeo con los representantes pertenecientes a diversas tradiciones religiosas, con quienes ya se habían tejido lazos de amistad, los que mostraron gran interés. En el mismo mes de agosto se había realizado también la experiencia de la reunión de oración en Kyoto, sobre el monte Hiei, donde participó una delegación de Sant’Egidio. Así nació en el seno de la Comunidad la asociación “Hombres y Religiones” que repropone una y otra vez el espíritu de Asís, evitando su disipación, con los encuentros interreligiosos de oración por la paz que cada año se desarrollan en distintas ciudades del mundo y son un momento alto de la amistad que nunca se deja de construir. Para el primer aniversario de Asís 1986, se organizó el encuentro de Roma, invitando a numerosos representantes de las grandes religiones mundiales. “La oración a la raíz de la paz” fue el tema de este primer encuentro y fue la ocasión oportuna para aclarar que los creyentes, llegando a lo profundo de la propia fe según las enseñanzas de su tradición religiosa, descubrían dentro de ellos y en su misma experiencia, la estructura fundamental del “pacífico”. La oración era el momento privilegiado de este descubrimiento. “Las religiones no quieren la guerra, sino la paz – declaraba el llamamiento final, firmado en el momento conclusivo en la plaza de Santa María en Trastevere – es éste el mensaje que nos comprometemos a sacar a la luz con renovado vigor, recordando a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo que Dios quiere la paz. Sentimos absurdo hablar de guerra en nombre de la religión y reafirmamos con fuerza: ¡la palabra religión sea Paz!...en este espíritu ponemos la oración a la raíz de la paz”. La oración y el compromiso de los creyentes, entonces, se proponían como energías capaces de bonificar aquel terreno de hostilidad siempre favorable al desarrollo de los conflictos. Surgió entonces la idea de una cita anual, favorecida por los lazos de

3 amistad creados entre los jefes religiosos que convergieron en Asís y Roma. Pero es importante destacar que los encuentros nunca quisieron ser ni serán un congreso entre intelectuales particularmente inclinados al diálogo entre las religiones. No porque se despreciaran estas posiciones, sino porque es esencial que fueran un evento de fieles, expresado por ellos mismos – gente sencilla – y por sus responsables. Los dos primeros encuentros tuvieron lugar en 1987 y en 1988 – en Roma, en aquel Trastevere tan marcado por la presencia religiosa de la Comunidad de Sant’Egidio, a las orillas del Tiber. Los participantes en ambos encuentros fueron recibidos por Juan Pablo II, quien siempre quiso seguir de cerca este camino. El de 1988 tuvo por lema: “Hombres de oración en búsqueda de paz”. Una serie de conferencias con ponencias de los diferentes representantes intentó trazar distintos perfiles de los hombres de religión comprometidos en el trabajo por la paz, evidenciando los recursos que cada religión posee en lo profundo. Presentarse y conocerse, en el respeto de la diversidad, asumía también el significado de acortar las distancias y de favorecer el compromiso para extirpar, en las diferentes culturas de pertenencia, las raíces de incomprensión. El esfuerzo era aquel – para usar las palabras de Juan XXIII – de buscar “lo que une más que lo que divide”, y desolidarizar las tradiciones religiosas de una actitud que justifique cualquier forma de conflicto. Más adelante, en vista de los cincuenta años del comienzo del segundo conflicto mundial, el entonces cardenal primado de Polonia, Glemp, invitó a la Comunidad de Sant’Egidio para realizar el encuentro anual en Varsovia. Ésta había sido la primera capital europea golpeada por la ocupación nazi. En una ciudad reconstruida con grandes esfuerzos prácticamente de la nada, el 1 de Septiembre de 1989 miles de polacos recibían en la plaza del Castillo a los numerosos representantes religiosos unidos para reafirmar con fuerza: Nunca más la guerra. Varsovia estaba inmersa en un clima lleno de expectativas por el inminente cambio político: la guerra fría, con todas sus consecuencias estaba terminando. A la jornada de oración siguió una peregrinación a Auschwitz, un momento alto de nuestro itinerario. Era la primera vez que representantes de diferentes religiones se reunían juntos en un campo de exterminio: judíos, cristianos, musulmanes, budistas, hindúes. En el campo de Birkenau se realizó una marcha silenciosa recorriendo aquel camino de la muerte hasta el lugar de los hornos crematorios; allí todos convergieron en un gesto común, depositando coronas de flores y rezando silenciosamente en memoria de las víctimas de la Shoah y de los millones de prisioneros exterminados por el nazismo. Al haber vivido un gran impacto emotivo, algunos jefes religiosos musulmanes quisieron que se difundiera en sus ambientes culturales y religiosos, y entre las jóvenes generaciones, la memoria del Holocausto. Sólo a pocas semanas de la oración de Varsovia, con la peregrinación a AuschwitzBirkenau, caía el muro de Berlín y se abrían, palautinamente, muchos intersticios en la cortina de hierro. Sin embargo el derrumbe de la ideología socialista en los países del Este y la crisis de los dos sistemas imperiales no garantizaban una nueva estación de paz. El descubrimiento de las identidades nacionales engendraba nuevos conflictos, mientras que las guerras regionales ligadas a los dos bloques no acababan. Las expectativas surgidas después de la caída del muro de Berlín parecían dejar lugar a un difundido sentido de impotencia. En septiembre de 1990 la Comunidad promueve el meeting en Bari: “Entre Oriente y Occidente; un mar de paz”. Este nuevo encuentro se ubica en un clima de incertidumbre, mientras que se había desencadenado la crisis que llevaría a la guerra del Golfo. Por primera vez se pensó en desarrollar dos días de estudio que precedieran a la jornada de oración. Ésta se realizó con la habitual formula respetuosa de los diferentes itinerarios de invocación. Como hemos dicho no fue un congreso de

4 especialistas de las religiones, ni un congreso de estudios sobre la paz, sino una reflexión conducida por exponentes de diferentes tradiciones religiosas que representaban un tejido rico y particular. Basados en la necesidad de profundizar un mutuo conocimiento, cada uno explicaba a los otros su propia tradición religiosa, y ayudaba a comprender de qué manera se colocaban las grandes religiones frente a los interrogantes del mundo, en el nuevo escenario que se iba perfilando. De aquel encuentro quiero recordar especialmente el testimonio de un verdadero pionero del diálogo interreligioso, que acompañó y alentó, hasta su muerte (1991) el itinerario de la Comunidad de Sant’Egidio y de Hombres y Religiones: me refiero a Mons. Pietro Rossano, uno de los redactores de “Nostra Aetate”. Mons. Rossano en Bari habló de la “fuerza débil” de las religiones afirmando que: “se trata de una fuerza espiritual que quiere transformar al hombre desde adentro y hacerlo justo y misericordioso. Es una fuerza radicalmente distinta a la de las armas”. De esas reflexiones nacía la preocupación de responder a un gran interrogante: ¿cómo traducir este mensaje en un mundo donde las fronteras y las identidades nacionales adquirían una importancia cada vez mayor? ¿Cuál era la tarea específica de las religiones en un mundo apenas salido de la guerra fría? El encuentro sucesivo “Las religiones por un océano de paz” que se realizó en 1991 en Malta, tuvo la conciencia que, en el complejo y convulsionado cuadro internacional, muchos podían provocar un conflicto armado, pero que al mismo tiempo, muchos podían ofrecer una contribución valiosa a la paz. Frente al crecimiento de la crisis en la ex Yugoslavia era claro que junto a nuevas posibilidades de compromiso por la paz existían también graves responsabilidades. Las religiones podían devenir recursos de paz y vehículo de una visión universal que liberara del particularismo de los nacionalismos, pero podían ser utilizadas para justificar violentas contraposiciones. En aquel encuentro fueron firmados dos documentos: uno por la Paz en Tierra Santa, (suscrito por judíos, cristianos y musulmanes) y el segundo por la paz en la ex – Yugoslavia. Decía este llamamiento: “La crisis actual de la ex – Yugoslavia no es solo un problema político (…) es un desafío espiritual para toda la humanidad (…) hoy nos dirigimos especialmente a las comunidades religiosas locales para que sean instrumentos de paz y de reconciliación y comiencen el anhelado proceso de curación dentro de la sociedad tan dividida.” Después de haber celebrado los dos últimos encuentros en el escenario del Mediterráneo, la cita siguiente fue en septiembre de 1992 en Lovaina (Bélgica) para las jornadas de encuentro sobre el tema “Europa, las religiones, la paz”. La ceremonia conclusiva se desarrolló en la Grande Place de Bruselas, con la invocación por la paz mundial. En el corazón de un continente rico, que comenzaba el proceso de unificación, las voces de paz reunidas para la ocasión recordaron que no se podía construir una Europa separada del resto del mundo. Testimonios como el del obispo brasileño símbolo de la amistad con los pobres, Helder Camara, presentaron los sufrimientos provenientes del Sur del planeta; asimismo se denunció la formación de una nueva cortina de hierro que dividía, con terribles consecuencias, las relaciones Norte – Sur. “En el Sur del mundo – decía Andrea Riccardi en su ponencia introductoria – comienzan a ensancharse unas terrae incognitae, enteras regiones aisladas, lejos del contacto con el Estado y con el resto del mundo. Dominadas por la ley de la guerra (…) La tentación del Norte (y de Europa) es la de despedirse, levantando un gran muro que la proteja de la inseguridad y de la inestabilidad que vienen del Sur…”. Al cierre del encuentro los numerosos representantes firmaron el llamamiento: “Para no olvidar a África”, formulado justamente por los representantes de aquel continente. Relataba el mensaje: “Queremos recordar las decenas de millones de africanos que

5 sufren por la pobreza y por el hambre y los tantos fuegos de violencia que consuman la vida de nuestros países (…) A los pueblos de los países ricos no pedimos limosnas, sino que vean al mundo en su unidad”. Mientras tanto en Roma se desarrollaba la última sesión de las negociaciones para la pacificación de Mozambique promovidas por la Comunidad de Sant’Egidio, que concluyeron pocos días después, el 4 de octubre de 1992, con la firma del acuerdo general de paz entre el gobierno y los guerrilleros: una piedra más en el edificio de la paz, fundamental para el cuadro futuro de toda África austral. Esto demostraba cuán relevante puede ser la fuerza débil de los creyentes para la construcción de la paz, a pesar de carecer de instrumentos políticos. En estos años el diálogo se fue enriqueciendo con nuevos interlocutores, dilatándose y profundizándose el horizonte de “Hombres y Religiones”. En Milán, en septiembre de 1993, recuerdo la participada presencia del Card. Quarracino. En ese mismo encuentro, y para dar la posibilidad de exponer a todos los líderes, se realizaron tres jornadas de estudio y diálogo previas a la Oración final. Con el impulso dado por el card. Martini, se contó con una vivaz participación de la entera diócesis y una serie de conferencias en diferentes centros de Italia septentrional. Particular significado ecuménico adquirió la participación en este encuentro milanés del patriarca siroortodoxo Zakka I Iwas. En el Duomo, durante la celebración eucarística presidida por el card. Martini, el patriarca pronunció en árabe su homilía, plasmando las señales intensas de una profunda sintonía entre Oriente y Occidente. Entre las personalidades presentes no puedo dejar de mencionar a Mikhail Gorbaciov, protagonista de los grandes cambios en Europa Oriental y al Gran Rabino de Israel Lau, quien recibió con entusiasmo, junto a los otros representantes religiosos, la propuesta de Andrea Riccardi de realizar un futuro encuentro en Jerusalén: era 1993, cuando había pasado apenas una semana del acuerdo entre israelíes y palestinos, en Washington. En las numerosas mesas redondas se tocaron muchos temas candentes, tales como los conflictos en los Balcanes, el Líbano, la relación Norte – Sur, las religiones y los derechos humanos en Asia. El llamamiento final de Milán marcó un ulterior paso en el compromiso de las religiones, no sólo por la promoción de la paz, sino de una conversión a la paz: “La mansedumbre del corazón, el camino de la comprensión, el uso del diálogo para la solución de los conflictos y de las contraposiciones, son los recursos de los creyentes del mundo. Sin embargo, ante todo, debemos reformarnos a nosotros mismos. Ningún odio, ningún conflicto, ninguna guerra encuentre un incentivo en las religiones”. En 1994 la caravana de la paz volvió al lugar de partida: Asís. Fue como un momento de reflexión sobre las responsabilidades de los creyentes, mientras se endurecía la guerra en los Balcanes. En aquel encuentro fue relevante la presencia del patriarca etíope Abuna Paulos, expresión de una Iglesia africana muy antigua y rica de energías, y del presidente portugués Mario Soares, que en su discurso de apertura, como no – creyente y hombre político, se puso del lado de los hombres de religiones para interrogarse sobre los desafíos de la paz en la crisis del mundo actual. “Nos encontramos en un período de cambio – decía Soares – y de transición desde las sociedades tecnócratas y burocratizadas, sociedades del dinero y del poder, hacia sociedades del diálogo, en la pluralidad de las culturas y en la tolerancia (…). Las religiones tienen un rol fundamental (…) deben seguir promoviendo los encuentros entre los hombres, unidas en la dignidad de su condición y del inmenso misterio que es el vivir”. Y terminó su discurso citando la oración de San Francisco. Seguramente uno de los frutos fecundos de los encuentros de “Hombres y Religiones” ha sido la apertura al diálogo con los no – creyentes y con quienes profesan una fe laica.

6 En agosto de 1995 y luego en octubre del mismo año, se realizaron dos encuentros: Jerusalén y Florencia. En Jerusalén se realizó un coloquio sobre la “Ciudad Santa” entre calificadas delegaciones de judíos, cristianos y musulmanes. Por primera vez en la historia, significativos exponentes de las tres religiones monoteístas se encontraron dentro de los antiguos muros de Jerusalén y entablaron una confrontación serena y abierta. Un evento histórico, vivido con sobriedad que terminó en un sencillo gesto de paz y de fuerte simbolismo: fueron plantados tres olivos dentro de la ciudad vieja, en el jardín del patriarcado armenio, muy cerca del Santo Sepulcro, del Muro de los Lamentos y de la mezquita Al Aqsá. En Florencia bajo el lema “Tierras y cielos de paz” se intensificaron los esfuerzos para fortalecer el diálogo entre los pueblos del Mediterráneo. La elección de esta ciudad nacía también de su historia, tal como los ha evidenciado Andrea Riccardi en su introducción: “Florencia tiene su significado. Lo había intuido el rey Mohammed V de Maruecos, cuando manifestó al intendente La Pira ‘la belleza liberadora, pacificante y unitiva de Florencia’: ‘llame a todos los pueblos mediterráneos a Florencia y haga que aquí se unan y pacifiquen’. El rey Mohammed V había comprendido la ola pacificante y unitiva que late en esta ciudad…” Y Riccardi concluía: “En éste, nuestro mundo, que por muchos aspectos se asemeja a la fascinante y trágica imagen de Babel, donde la confusión de las lenguas ha logrado su máxima expresión, las religiones han encontrado un punto de convergencia: la decisión por la paz como decisión por el cielo. Pero la decisión por el cielo atraviesa ya desde ahora la tierra. Tierras y cielos de paz. La paz es una realidad íntima al mundo de los signos y de los valores de las religiones. No es un hecho extraño. Ellas hablan de paz al corazón confundido de los hombres y de las mujeres. Llevan un mensaje de paz que viene desde tiempos antiguos y que ha atravesado durante siglos tierras de dolor, aceptando el desafío del pecado y de la violencia del corazón humano. La palabra ‘paz’ retumba, sin dudas, con acentos, raíces, sonidos, muy diferentes. Pero en la expresión diferente se ha aprendido a leer el mismo significado, la misma aspiración, el mismo don: ¡Paz!”. En 1996 los encuentros por la paz de “Hombres y Religiones” vuelven a Roma para festejar los diez años de este itinerario. Bajo el lema “La paz es el nombre de Dios” se fortalece el espacio de diálogo entre los cristianos y los exponentes de las religiones asiáticas. Cuando, en 1997, el encuentro se divide en dos etapas, Padua y Venecia, se vislumbra un cambio muy significativo en la relación entre el catolicismo y la ortodoxia; la presencia en este encuentro del presidente rumano Costantinescu será la premisa para realizar en 1998 el encuentro de Sant’Egidio, por primera vez en país ortodoxo: Rumania. En efecto en 1998 en Bucarest al final de agosto de aquel año se realizó el encuentro “La paz es el nombre de Dios. Dios, el hombre, los pueblos”. Por primera vez este encuentro, con fuerte tintes ecuménicos, veía presentes, bajo la invitación del Patriarca Teoctist y de su Santo Sínodo, a la mayoría de los patriarcas de la Iglesias de Oriente. En el palacio imperial, que había sido sede del duro régimen de Ceausescu, se encontraban y dialogaban pacíficamente los diferentes exponentes de las religiones mundiales. En esta ocasión se agregó también un saludo a todos los participantes del presidente de Estados Unidos, Bill Clinton. El encuentro de Bucarest preparó como terreno fértil el sucesivo histórico viaje de Juan Pablo II a Rumania, en 1999, primera visita de un Pontífice romano, en la historia de la Iglesia, a un país ortodoxo.

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Justamente la preocupación de crecer y afianzar los lazos entre las iglesias de Oriente y Occidente y metabolizar las enseñanzas del Concilio Vaticano II de querer “respirar con los dos pulmones: Oriente y Occidente a la Iglesia universal” empujó a la Comunidad a realizar en 1999, en Génova un gran encuentro ecuménico bajo el significativo título “Iglesias hermanas, pueblos hermanos”. Con numerosas y significativas presencias representando a ambas iglesias, se sellaba como una alianza que ha ido creciendo en estos años. Génova era el teatro de este fecundo encuentro entre Oriente y Occidente. Entre los numerosos recuerdos quiero subrayar uno: la presencia en la liturgia ecuménica del Mandylion, el icono del Rostro Santo, que fue expuesto en aquellos días de encuentro. Este venerado icono, testimonio precioso de la Iglesia no dividida, llegó a Génova, proveniente de Odessa al final del siglo XIV, y es venerado en la Iglesia de San Bartolomé de los Armenios, de donde salió por última vez en 1599, es decir hace cuatrocientos años. En ocasión de este encuentro la exposición del Mandylion representó la imagen plástica de este deseo y anhelo de unidad de los cristianos, que se sintetiza en la adoración común al Santo Rostro. Cuando en el año 2000 los encuentros de oración por la paz llegaron a las costas del Atlántico, precisamente a Lisboa, con el título “Océanos de paz, Religiones y Culturas en Diálogo”, transcurría el año jubilar en que Juan Pablo II había realizado los pedidos de perdón por los errores cometidos por la Iglesia en el transcurso de la historia. Justamente la purificación de la memoria tuvo en la capital portuguesa un acento particular: al final de la oración de todos los cristianos en la Iglesia de Santo Domingo, que había sido la Iglesia de la Inquisición, el patriarca católico Policarpo hizo un pedido de perdón y de reparación histórica, ante la numerosa delegación de rabinos y representantes judíos que concurrieron a la manifestación. Los eventos del 2001 con el terrible atentado a las Torres Gemelas en Nueva York, podían dar la sensación de una inutilidad del diálogo entre las religiones y sobre todo con el Islam. En cambio se llevó a cabo una Cumbre islamo–cristiana, convocada en Roma por la misma Comunidad de Sant’Egidio a un mes del atentado. La misma representó la búsqueda concreta de una reflexión en comunión sobre la hipótesis cada vez más firme del inevitable “choque de civilizaciones”. Palermo, otra ciudad simbólica del Mediterráneo, ha representado precisamente en 2002 el desafío frente al generado pesimismo hacia el diálogo. El significativo título de aquel encuentro fue “Religiones y culturas entre conflicto y diálogo”. Palermo evocaba la pacífica coexistencia entre las religiones abramíticas; un escenario hoy en crisis que necesitaba “la medicina del diálogo para curar antiguas y nuevas heridas”. En esa oportunidad, en su habitual mensaje a los participantes, Juan Pablo II habló de África como “el continente que parecía encarnar el desequilibrio existente entre el Norte y el Sur del planeta”. Ha escrito el historiador francés Jean Dominique Durand sobre el trabajo por la paz y de diálogo de la Comunidad de Sant’Egidio2: “Para la Comunidad de Sant’Egidio, lanzarse a la aventura de organizar una oración anual por la paz de las religiones era en 1987 un notable riesgo. Y sin embargo esta elección respondía a una lógica: desde hacia veinte años había crecido alrededor del servicio a los pobres, la oración y la meditación de la Biblia. Comprometerse en la organización de estos encuentros 2

Cfr. J. D. Durand, El Espíritu de Asís, una contribución a la historia de la paz, en M.Gallo (comp.), El Espíritu de Asís. Los aportes de las religiones para el dialogo y la paz, Ed. Guadalupe, Buenos Aires 2007, de inminente publicación.

8 interreligiosos, cuando numerosas comunidades locales comenzaban a crearse en Italia y en el mundo, y cuando había obtenido (1986) el estatuto pontificio de Asociación pública de laicos, confirmaba su carácter de fidelidad al obispo de Roma, de ello dan testimonio los mensajes del Papa. Al mismo tiempo esto implicaba el riesgo material y político de una organización frágil, y el riesgo teológico de adentrarse en un camino poco conocido, pantanoso y acechado. Sant’Egidio ha necesitado audacia y tenacidad para reunir año tras año tantas personalidades diferentes de alto nivel. Cuya participación no era ciertamente adquirida en los comienzos y a veces implicaba dificultades personales.” Siguiendo el razonamiento de Durand, especialmente en estos últimos años donde las voces de pesimismo y de límites fisiológicos del diálogo se multiplican, es más evidente la audacia de la Comunidad de Sant’Egidio que cada vez encuentra y busca en los signos de los tiempos una cierta “inevitabilidad del diálogo”. La alternativa al diálogo, lo ha reiterado en distintas oportunidades Andrea Riccardi es el abismo, el choque. La convivencia entre religiones como entre las culturas, debería ser el camino obligado, razonable, que requiere de una paciencia geológica, porque las mentalidades de los pueblos, sus hábitos incluso con respecto al hecho religioso, no se modifican de un día para el otro. Es necesario en este sentido multiplicar los esfuerzos educativos hacia las nuevas generaciones. La convivencia entre quienes son distintos debe llevar a un enriquecimiento recíproco, teniendo siempre en cuenta el respeto de cada identidad religiosa. En esta perspectiva, frente al fenómeno de las migraciones multireligiosas que se dirigen a Europa, la Comunidad de Sant’Egidio ha promovido en estos años, el movimiento multicultural y multirreligioso, “Gentes de paz”. Hoy presente en muchas ciudades del viejo continente, trabaja concretamente para la integración y la convivencia; la escuela de idioma de italiano ha sido la primera fórmula de cohesión entre personas de las más variadas nacionalidades. Cada uno vive su religión, su cultura, con su clara identidad y en una virtuosa y recíproca comunicación. Desde esta experiencia se ha logrado, no solo una convivencia pacífica, sino un esfuerzo mancomunado donde los representantes del Movimiento promueven en muchas ciudades de Europa, por ejemplo en las vísperas de los encuentros interreligioso, el ideal de la integración en la multiculturalidad y en el respeto profundo de la alteridad.

La ‘liturgia del encuentro’ Quisiera por último finalizar mis reflexiones sobre la experiencia de Sant’Egidio resumiendo el método y “la liturgia del encuentro” que desde veinte años se han desarrollado en estos encuentros interreligiosos de Sant’Egidio y asimismo enumerar las iniciativas sobre el diálogo, llevadas a cabo en estos años en Argentina. Las jornadas de oración por la paz promovidas en el transcurso de estos años por la Comunidad de Sant’Egidio se inspiran en parte en el esquema del encuentro de oración por la paz de Asís de 1986 y han incorporado en este largo itinerario varios nuevos elementos que han enriquecido aun más los eventos. El primero de estos elementos es la ceremonia de apertura con los discursos de diferentes personalidades políticas y religiosas, y también del mundo de la cultura. En estas ceremonias de apertura Andrea Riccardi, en su intervención inaugural, sugiere una dirección general a todo el evento. Por ejemplo, en la última de estas jornadas, celebrada en octubre pasado en la ciudad de Asís para recordar los veinte años del

9 histórico encuentro de 1986, estaban presentes el card. Paul Poupard, Presidente de la Comisión Pontificia para la Cultura y el Diálogo Interreligioso junto al director de la mayor Universidad islámica de Al Azhar en Egipto, All Tayyeb, el Gran Rabino de Israel Metzger y el representante budista Sugitani. También se encontraban, el obispo de Asís, diócesis que hospedaba el evento y que ha colaborado activamente con la Comunidad Sant’Egidio, el alcalde de la ciudad, el periodista e intelectual Arrigo Levi y el presidente de Burkina Faso, Blaise Compairé. Un segundo momento de estos encuentros lo constituyen los seminarios de estudio o mesas redondas, que según los casos se han desarrollado durante una o dos jornadas. En estos espacios se debate de manera abierta y respetuosa sobre las temáticas más actuales que se viven en el planeta. Los temas tratados varían desde el rol de las religiones, al problema del terrorismo y del fundamentalismo, los problemas ecológicos, del hambre, de la sed, de las relaciones de las religiones con la globalización, del ecumenismo, etc., abriéndose también espacios para preguntas del público. Otros momentos de intercambio se realizan contemporáneamente en las parroquias de las diócesis, de manera tal que miles y miles de personas se pueden interesar por el evento. Asimismo se evidencia el interés y curiosidad de los medios de prensa local e internacional. El tercer momento es el de las oraciones que tienen lugar el último día antes de la ceremonia final, donde las distintas confesiones religiosas por separado hacen sus rezos según su propia tradición; en esto hay una profunda fidelidad al espíritu del primer Asís (1986). Por ejemplo en el 2005 cuando se realizó el encuentro en la ciudad francesa de Lión, la iglesia elegida para el rezo de los cristianos fue Basílica de Notre Dame de Fourviere. Queda evidenciado que la oración es el corazón de estos encuentros interreligiosos de Sant’Egidio, fiel a unos de sus carismas fundacionales: la oración como la primera obra de la Comunidad. En este sentido decía Juan Pablo II a los participantes del Encuentro de Roma en 1988: “los hombres y las mujeres de oración, los creyentes, son por su íntima vocación, buscadores de paz” y agregaba “el hombre espiritual madura en la oración, en la meditación, en el tomar distancia de sí mismo y de los intereses vanos: él encuentra – le es donada – una sabiduría de la cual a veces el mundo se burla (…). El hombre espiritual es un testigo de paz”. Finalmente, la última etapa de este recorrido es la ceremonia conclusiva que, probablemente a la vista del espectador, es el momento más conmovedor. Los distintos exponentes de las religiones, se reúnen saliendo de sus lugares de oración en un único cortejo que marcha hacia la plaza elegida, simbólica también ella, donde se va a realizar el acto de clausura de los días de reflexión y de oración. Así, durante el acto de clausura, se presentan testimonios de algunos líderes religiosos. Por ejemplo en el encuentro de Lión (2005) un monje budista, sobreviviente de la bomba atómica, relató sus luchas en favor de la paz. En este marco se da lectura al mensaje que el Papa, generalmente, dirige a todos los participantes; finalmente, la proclamación de un llamamiento final, firmado por los participantes al son de las notas musicales de Albinoni o Pachelbel, mientras los mismos representantes religiosos van encendiendo las velas de los dos candelabros ubicados en el palco. Estas luces iluminan la oscuridad de la noche que, a este punto, ya ha llegado: es la luz de la paz y de la esperanza que se sella con el abrazo entre todos los concurrentes y que rápidamente se difunde también entre el numeroso público presente. Este abrazo es como un compromiso común que cada uno (líder religioso, político, intelectual, gente común) asume frente al mundo para difundir el “espíritu de Asís” por todas partes.

10 La imagen que queda grabada en el corazón y en los ojos de quien ha participado es la de haber podido presenciar la concreción de una unidad en la familia humana. La alianza Noaica no es solo una categoría teológica, sino que en estos encuentros adquiere todo su aspecto concreto y vivencial.

Iniciativas en la Argentina Al cierre de estas reflexiones quiero mencionar algunas iniciativas promovidas por la local Comunidad de Sant’Egidio, que ha encontrado en Argentina una situación favorable para el diálogo y la convivencia pacífica entre los diferentes cultos. La particular vocación cosmopolita de Buenos Aires seguramente ayuda hoy a desarrollar mayormente esta oportunidad histórica de presentarse como ciudad internacional del diálogo interreligioso. Hoy se van multiplicando iniciativas (jornadas, cursos, seminarios, acciones solidarias) sobre el diálogo y el rol de las religiones para una participación activa de la ciudadanía. Por parte de la Comunidad de Sant’Egidio quiero recordar la participación en la preparación del primer encuentro interreligioso, realizado en colaboración con la Conferencia Episcopal Argentina, en ocasión del 54º aniversario de la explosión de la bomba atómica en Hiroshima. Este acto, que se realizó en la Santa Casa de Ejercicios Espirituales, se desarrolló justamente en el espíritu de Asís y se escuchó la voz de una testigo del aquel sufrimiento (sobreviviente japonesa de Hiroshima). Estas situaciones, como así también el contacto con sobrevivientes del genocidio armenio y de la Shoá judía, han impulsado a la Comunidad de Sant’Egidio a reconocer los rasgos de una “geografía ecuménica e interreligiosa del dolor”. En este espíritu de escucha y de conocimiento recíproco, el mismo que siempre ha inspirado el andar de la Comunidad, se han promovido encuentros con los diferentes exponentes de los credos religiosos presentes en el país. El deseo y el objetivo es el de continuar en este “diálogo de la vida”, por ejemplo asistiendo a momentos significativos y fiestas de las diferentes expresiones religiosas. Especialmente con el mundo islámico y el judío (la fraternidad abramítica) se han desarrollado iniciativas conjuntas, como los anuales recuerdos de las víctimas del atentado a la AMIA o la visitas a diferentes entidades islámicas. Recientemente, en octubre de 2006, para conmemorar los veinte años de Asís, se organizó un seminario de reflexión, promovido en colaboración con la Secretaría de Culto de la Nación, que contó con la presencia del abanico interreligioso argentino. Todo este trabajo quedará plasmado en una próxima publicación en homenaje a Juan Pablo II, artífice y profeta del icono más precioso del siglo XX: Asís, ciudad de paz para todas las religiones.

11 PARA RESALTAR EN EL TEXTO El 27 de octubre de 1986 Juan Pablo II quiso reunir a los líderes de las religiones mundiales, en Asís, la ciudad de San Francisco. Corrían los años donde todavía reinaba la guerra fría y el gesto profético de Papa Woityla, no fue comprendido por la mayoría. Para el primer aniversario de Asís 1986, se organizó el encuentro de Roma, invitando a numerosos representantes de las grandes religiones mundiales. “La oración a la raíz de la paz” fue el tema de este primer encuentro y fue la ocasión oportuna para aclarar que los creyentes, llegando a lo profundo de la propia fe según las enseñanzas de su tradición religiosa, descubrían dentro de ellos y en su misma experiencia, la estructura fundamental del “pacífico”. Sólo a pocas semanas de la oración de Varsovia, con la peregrinación a Auschwitz-Birkenau, caía el muro de Berlín y se abrían, palautinamente, muchos intersticios en la cortina de hierro. Sin embargo el derrumbe de la ideología socialista en los países del Este y la crisis de los dos sistemas imperiales no garantizaban una nueva estación de paz. El descubrimiento de las identidades nacionales engendraba nuevos conflictos, mientras que las guerras regionales ligadas a los dos bloques no acababan. Las expectativas surgidas después de la caída del muro de Berlín parecían dejar lugar a un difundido sentido de impotencia. En estos años el diálogo se fue enriqueciendo con nuevos interlocutores, dilatándose y profundizándose el horizonte de “Hombres y Religiones”. En Milán, en septiembre de 1993, recuerdo la participada presencia del Card. Quarracino. En 1994 la caravana de la paz volvió al lugar de partida: Asís. Fue como un momento de reflexión sobre las responsabilidades de los creyentes, mientras se endurecía la guerra en los Balcanes. En 1996 los encuentros por la paz de “Hombres y Religiones” vuelven a Roma para festejar los diez años de este itinerario. Cuando en el año 2000 los encuentros de oración por la paz llegaron a las costas del Atlántico, precisamente a Lisboa, con el título “Océanos de paz, Religiones y Culturas en Diálogo”, transcurría el año jubilar. La convivencia entre religiones como entre las culturas, debería ser el camino obligado, razonable, que requiere de una paciencia geológica, porque las mentalidades de los pueblos, sus hábitos incluso con respecto al hecho religioso, no se modifican de un día para el otro. Es necesario en este sentido multiplicar los esfuerzos educativos hacia las nuevas generaciones. Finalmente, la última etapa de este recorrido es la ceremonia conclusiva que, probablemente a la vista del espectador, es el momento más conmovedor. Los distintos exponentes de las religiones, se reúnen saliendo de sus lugares de oración en un único cortejo que marcha hacia la plaza elegida, simbólica también ella. El deseo y el objetivo es el de continuar en este “diálogo de la vida”, por ejemplo asistiendo a momentos significativos y fiestas de las diferentes expresiones religiosas.

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