El pecado de la discordia y el deber de defender la verdad

CONGRESSO TOMISTA INTERNAZIONALE L’UMANESIMO CRISTIANO NEL III MILLENNIO: PROSPETTIVA DI TOMMASO D’AQUINO ROMA, 21-25 settembre 2003 Pontificia Accade
Author:  Juan Carmona Rojo

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CONGRESSO TOMISTA INTERNAZIONALE L’UMANESIMO CRISTIANO NEL III MILLENNIO: PROSPETTIVA DI TOMMASO D’AQUINO ROMA, 21-25 settembre 2003 Pontificia Accademia di San Tommaso



Società Internazionale Tommaso d’Aquino

El pecado de la discordia y el deber de defender la verdad Prof. María Lourdes Redondo Redondo Madrid (España)

Relativism is defended as a solution for the problem of peace, harmony is defended at the price of truth. Can there be peace or harmony without truth? No. St. Thomas, in his treatise on charity of II II leaves this very clear. Harmony is a fruit of charity. Discord is sin because it opposes this. However, charity does not exist outside of truth. Charity as a theological virtue consists of the love of God and, following on from this, love of neighbour. This love implies an affective union, benevolence and correspondence or communication. God, Charity, loves first: He unites Himself to us and He gives us the greatest gift: Himself. Man should correspond by tending towards Him. This is order. When mankind is united in this way there is what St. Augustine called ″ordered harmony″. Peace is the fruit of this concord. Harmony without order (in error), is a false peace. There can only be peace in truth. Discord is sin because it breaks the union without which there cannot be charity. However, there cannot be discord when those that love sincerely look for what is good, even though at times they may not agree on the means to achieve this. Even the saints have done this. Prudence will allow us to see when we have to tolerate error and when we cannot. The criterion is charity, not simply as union but as union in truth which, because it is objective, "is neither mine nor yours, but belongs to everybody" (Saint Augustine).

Introducción. Está de moda hablar de la paz. De esta palabra cabría decir lo que decía santa Teresa de Jesús acerca de la palabra "amor", a la que muchos "amorcejos" le tienen usurpado el nombre. Está la "paz de Dios" y la "paz del mundo", que no es la que Cristo nos da1 ; una "paz verdadera", dice santo Tomás, que sólo se da en el apetito del verdadero bien, y una paz imperfecta, que es la que se tiene en este mundo2 . No sólo hay guerras injustas, hay paces injustas. Y "Las paces injustas engendran nuevas guerras. Las paces ideológicas alcanzadas en coqueteos con la verdad, haciendo concesiones al error, son siempre efímeras. Son guerras

1 2

Cf. Jn 14, 27 II, II, q. 29 a. 2 solución, 4 © Copyright 2003 INSTITUTO UNIVERSITARIO VIRTUAL SANTO TOMÁS Fundación Balmesiana – Universitat Abat Oliba CEU

M. L. REDONDO REDONDO, El pecado de la discordia y el deber de defender la verdad

larvadas, sordas, hipócritas, que en cualquier momento vuelven a estallar"3 . "No hay paz si uno concuerda con otro en contra de lo que más quiere" 4 . Porque no sólo la concordia hace la sociedad, sino la concordia en la verdad, la "concordia ordenada". "Nadie puede construir la caridad sin la verdad..., pues es la verdad la que libera, pone orden y abre caminos a la santidad y a la justicia"5 . Sin la verdad el amor fraternal es fingido6 , la unidad social es tan falsa como la que puede haber en una banda de ladrones. Es necesario, como dice san Pablo, "vivir la caridad en la verdad" 7 . Tacto, suavidad, comprensión, generosidad, misericordia, tolerancia... sí. Pero transacciones con el error, no. Si esto se hiciera con el pretexto de fomentar la comunión, se impediría la misma comunión, como ha puesto de relieve el Papa Juan Pablo II en la reciente encíclica sobre la Eucaristía: "El camino hacia la plena unidad no puede hacerse si no es en la verdad" (44). Pero las cosas no están así de claras para todos. Parece que en nuestra sociedad democrática a la hora de decidir entre concordia y verdad lleva las de perder la verdad, al menos en teoría, porque en la práctica es grande la discordia que se suscita cuando el otro no se adhiere a 'mi verdad'. No es fácil, por otra parte, entre los mismos defensores de la "concordia ordenada" determinar en el caso concreto cuáles son los límites de este orden. Entre los mismos santos ha habido discrepancias, como se ve en los Hechos de los Apóstoles, entre san Pablo y san Pedro, Bernabé, Marcos, etc. A estas objeciones responde santo Tomás. Es difícil precisar, pero el orden de los principios al menos debe quedar claro: Sólo hay concordia y unidad, en la verdad. Fanatismo e intolerancia son hijos, no de la adhesión firme a la verdad, sino del error, como veremos. Santo Tomás de Aquino, doctor angélico y doctor humanitatis, genial en el terreno de los principios, sabe descender a lo concreto. Los principios metafísicos y teológicos iluminan la antropología, ética y política; ponen alto y claro el ideal que ha de encargarse la historia de ir realizando. Ello nos empuja a ser audaces, pero tal vez utópicos si no se pisa el suelo. Pero santo Tomás lo pisa, consciente de que la experiencia no se puede suplir con la generalidad de los primeros principios. Es importante tener esto en cuenta en el tema de la paz social (concordia). ¿Por qué es pecado la discordia? ¿siempre? ¿Por qué hay que defender la verdad? 3 4 5 6 7

P. Morales, Hora de los laicos, Madrid, BAC, 1985, p. 362 Summa Th, De pace, II II, q. 29 a. 2, in 2 Juan Pablo II, Clausura al VI Sínodo de Obispos, sobre la familia (26-10-80) I Pe 1, 22 Ef 4, 15

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¿siempre? ¿de cualquier modo? Santo Tomás, en el tratado sobre la caridad (II, II) de la Summa Th., nos da cumplidas respuestas. 1.- La "concordia ordenada" y la paz, frutos de la caridad. Comienza santo Tomás de Aquino la q. 29, De pace, del tratado sobre la caridad estableciendo la distinción entre concordia y paz. Parece ser lo mismo y para ello apela a la autoridad de san Agustín quien en el capítulo XIX de De civitate Dei dice: "La paz de los hombres es la ordenada concordia", pero ésta es una dificultad aparente que a continuación va a resolver tras responder que no es lo mismo paz y concordia. Ahora veremos porqué, pero antes hablemos de la caridad que es su causa. 1.1.- La caridad, amor de amistad que procede de Dios. La caridad es amor, si bien no todo amor es caridad. Lo que sí es todo tipo de amor es unión, "vis unitiva" (Dionisio), es apetito, tendencia hacia el objeto deseado para unirse a él. Todo apetito, sensitivo o intelectual, apetece aquello que le perfecciona, está dirigido a su propio fin, que en este sentido es un bien. Se apetece el bien, presente o ausente, simplemente considerado. El amor, pues es apetito, es unión. Está precedido, constituido y seguido por una unión o presencia de lo amado en el amante8 . Precedido por una unión porque se basa en cierta semejanza entre los amantes (actual o potencial) o en la misma unión substancial tratándose del amor a sí mismo; lo constituye porque la unión es la esencia del amor: sintonía de afectos. Y lo sigue porque tiende a la unión real amante/amado "Amor est magis unitivus quam cognitio"9 . El amor como apetito sensitivo es amor-pasión10 . El amor racional que reside en el apetito intelectivo sigue al conocimiento del bien de modo abstracto y tiene dos actos, la volición que es la adhesión de la voluntad a la representación de lo bueno, y la dilección, que supone discernimiento y decisión personales. Este amor es libre. Este tipo de amor, de dilección puede ser a su vez, amor de dominio o de amistad. De dominio cuando el objeto es querido como medio, no por sí mismo Tomar, 299; Cf. I II q. 28 a. 1 ad 3 I II q. 28 a. 1 ad 3 10 I II q. 26 a. 1 8 9

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sino para satisfacer en algo de que carece el amante. Amor de amistad es amar al otro por sí mismo, como fin11 . El amor de caridad es amor racional, es dilección y es amor no de dominio, sino de amistad12 . Sólo la persona merece ser amada con este tipo de amor pues sólo ella tiene valor substantivo, no adjetivo. El amor de verdadera amistad sólo es tal si entraña benevolencia "esto es, cuando de tal manera amamos a alguien que queremos para él el bien"13 . Pero no basta la benevolencia para que haya amor de amistad, debe haber correspondencia y "esta correspondida benevolencia se basa en alguna comunicación"14 . Es Dios en primer lugar quien nos comunica su bienaventuranza: "De esta comunicación se dice: 'fiel es Dios que os llamó a sociedad con su Hijo'15 (...)"16 . "En esto consiste la caridad, en que Dios nos amó primero"17 . "La caridad es amistad del hombre con Dios fundada en la comunicación de la bienaventuranza eterna"18 . El amor de Dios que nos comunica su misma bienaventuranza, es la fuente, regla y medida de nuestro amor. Amar con recta razón, amar en verdad es amar así. Si es verdad que se habla de tres tipos de amistad: útil, deleitable y honesta, sólo esta última merece el nombre de amistad19 , porque sólo si es honesta se ama con amor benevolente, se ama al otro como fin en sí mismo y no como medio. Cabría pensar que la caridad es una virtud que puede tener diversos objetos sin que nada tengan que ver entre sí. Es decir, que uno podría tener caridad con alguien y con otro no; o amar a Dios y no a los hermanos, o a los hermanos y no a Dios... Esto que se puede decir de otros tipos de amor, en especial del amor-pasión, no se puede decir de la virtud de la caridad. La caridad es "virtud única"20 . La define santo Tomás como "amistad del hombre con Dios" 21 . Y "siendo el fin de la caridad uno, a saber, la divina bondad, es también una la comunicación de la bienaventuranza eterna sobre que se cimienta esta amistad. 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21

I II q. 26 a. 4; II II q. 23 a. 1 II II q. 23 a. 1 q. 23 a. 1 R Ib. I Cor, 1, 9 Ib. I Jn 4, 19 II II q. 24 a. 3 R; cf. 3 a. 1; q. 23. a. 5 R II II q. 23 a. 5 II II q. 23. a. 5 Ib. q. 23 a. 1

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Por lo cual quede que la caridad es omnímodamente virtud única, no diferenciada en diversas especies"22 . Puede haber otras especies de amistad y de amor, pero no de caridad. No se puede tener caridad con uno y no con otro; no se puede tener caridad con Dios y no con los hermanos; no se puede tener caridad con los hermanos y no con Dios. No es caridad. Luego la caridad es amor de amistad, que supone: unión afectiva, como en todo apetito; dilección (por ser propia de un apetito racional, consciente y libre), benevolencia (querer el bien del otro, no quererle por interés o gusto) y correspondencia o comunicación de bienes. Y este amor de amistad parte de Dios y se dirige a él, y por él a los hermanos. Como la caridad es la forma de todas las virtudes: "Es evidente que la caridad ordena los actos de todas las virtudes al último fin y por eso da la forma a los actos de las virtudes"23 , además de su raíz y fundamento, el fin y madre de todas ellas24 , si faltara, no habría virtud25 . La caridad es virtud teologal. Tiene a Dios como origen y meta. No se consigue a base de puños, como las virtudes naturales, sino por infusión divina, "fundada en la comunicación de la bienaventuranza eterna"26 , esta "bienaventuranza es gracia"27 , por ello es gratuita. Pero sí podemos perderla o disminuirla por el pecado. De ahí los pecados contra la caridad. Propiamente todos los pecados lo son contra la caridad, pero hay algunos que directamente van contra ella. De ellos vamos a hablar enseguida. Tras hablar del sujeto de la caridad28 , del objeto29 del orden de la caridad30 y del acto principal de la caridad31 , pasa santo Tomás a hablar de los efectos de la caridad, en primer lugar, los efectos interiores32 . Estos son el gozo33 , la paz34 y la misericordia35 . Nos detenemos en la paz.

22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32

Ib. a. 5 R II II q. 23 a. 8, R Ib. I Cor, 13: "Si no tengo caridad, nada soy" q. 24. a. 2 R Ib.; Cf. Rom 6, 23 q. 24 q. 25 q. 26 q. 27 q. 28-30

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1.2.- La paz y la concordia. La paz es fruto de la caridad. La caridad obra la unión con uno mismo y con los demás. Con uno mismo: Al amar a Dios de todo corazón, todo lo referimos a El y así unificamos nuestros impulsos36 . Con los demás: al amar al prójimo como a nosotros mismos, pero "en Dios" 37 . La paz es también, entonces, “unión”, según dice Dionisio: "la paz es unitiva en todos y obradora de conocimiento" 38 . Pero hay que ver qué tipo de unión, pues no toda unión es paz, lo mismo que todo amor –también unión- no era caridad. La q. 29, De pace, comienza planteándose si la paz es lo mismo que la concordia39 . "Parece" que sí porque dice san Agustín que “la paz entre los hombres es la ordenada concordia". Pero, objeta el Sed contra que "no hay paz para los impíos"40 , sin embargo si puede haber concordia, puede haber unión en el mal, como la que se da en una banda de ladrones. No es, pues, lo mismo paz y concordia. "La paz -dice en la Respuesta- incluye la concordia y algo más". Este “algo más” es el orden precisamente, que no es sino la adecuación al fin: Dios. Una “ordenada concordia” es paz, si bien no toda paz es ordenada concordia, por ejemplo la paz personal, que es orden de afectos en un mismo sujeto. Esta es la paz del corazón. Cuando se produce la unificación de apetitos en orden a su fin (Dios) se de la “tranquilidad en el orden”, que es como san Agustín define la paz. Oigamos a san Agustín: En el capítulo 13 del libro XIX de La ciudad de Dios. Así se titula el capítulo: “De la paz universal: no puede sustraerse a la ley de la naturaleza en medio de cualesquiera perturbaciones; bajo el justo juez se llega siempre a lograr, en virtud del orden natural, lo que se ha merecido por la voluntad”

A continuación va analizando en qué consiste la paz de las diferentes realidades:

33 34 35 36 37 38 39 40

q. 28 q. 29 q. 30 a.3 Catecismo, 1822, según ya vimos en q. 23 a. 5 q. 29 a. 1 a. 1 Is 48, 22

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Congresso Tomista Internazionale “La paz del cuerpo –dice- es el orden armonioso de sus partes. La paz del alma irracional es la ordenada quietud de sus apetencias. La paz del alma racional es el acuerdo ordenado entre pensamiento y acción. La paz entre el alma y el cuerpo es el orden de la vida y la salud en el ser viviente. La paz del hombre mortal con Dios es la obediencia bien ordenada según la fe bajo la ley eterna. La paz entre los hombres es la concordia bien ordenada. La paz doméstica es la concordia bien ordenada en el mandar y en el obedecer de los que conviven juntos. La paz de una ciudad es la concordia bien ordenada en el gobierno y en la obediencia de sus ciudadanos. La paz de la ciudad celeste es la sociedad perfectamente ordenada y perfectamente armoniosa en el gozar de Dios y en el mutuo gozo en Dios. La paz de todas las cosas es la tranquilidad en el orden. Y el orden es la distribución de los seres iguales y diversos, asignándole a cada uno su lugar”.

Entonces la concordia es paz cuando se da la unión de sujetos y de sus apetitos, ordenados según la recta razón. Es decir, cuando se aman según el plan de Dios. Ya hemos dicho que la caridad es virtud única y tiene a Dios como origen y meta, aunque se amen directamente a los hermanos, pues los amamos en Él. La paz es fruto precisamente de la caridad. Si no se da la fuente: la caridad, es imposible que haya el fruto de la paz. Podrá haber "uniones", "amores", "concordias", "paces", "solidaridades" o “tolerancias” pero no la paz verdadera. Sólo hay unión en la verdad, y la verdad es el orden objetivo establecido por Dios, por el que todo se refiere a Él como primera causa y último fin. Cuando varios sujetos están unidos así hay “concordia ordenada” y ésta es paz. 1.3.-El orden. Quizá convenga explicar algo más en qué consiste el orden. “La distribución de los seres iguales y diversos, asignándole a cada uno su lugar”, dice san Agustín en el lugar citado. “Su lugar” es el que Dios les ha puesto, creador de la naturaleza y de las leyes, derivadas todas de la ley eterna. El plan con el que Dios rige el mundo que ha creado es el orden, que el universo irracional cumple a la perfección y que el mundo racional, el del hombre, la sociedad, debe cumplir consciente y libremente. Ello es la ley moral. El universo creado es orden, cosmos. Todo está bien, en su sitio, obedece a un plan magistral. Hay una perfecta jerarquía de leyes, órdenes, poderes... derivados todos de la ley divina, la ley eterna41 . “La ley eterna es la razón de la divina sabiduría” dice ahí. “La razón de la divina sabiduría por la cual mueve todo a su debido fin tiene razón de ley. Y según esto, la ley eterna no es otra cosa que la razón de la divina sabiduría según la cual dirige todos los actos y mociones”.

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I II q.93 a. 1

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Dios ha creado el universo con una jerarquía de esencias y jerarquía, consiguientemente, de causas, pues cada ser obra conforme a lo que es. Así las criaturas más perfectas actúan sobre las menos perfectas comunicando su perfección. La sociedad es vista por santo Tomás como un reflejo del mundo natural. Los superiores hacen a los inferiores semejantes a sus causas; los inferiores están naturalmente ordenados a los superiores como a sus propios fines. En conjunto, todos los seres están ordenados a Él, primera causa y último fin. Este es el orden, objetivo; ésta es la verdad; éste es el principio que rige la vida social. "Toda ley se deriva de la ley eterna en la medida en que se deriva de la recta razón"42 pues la ley eterna es la razón de gobierno en el supremo gobernante. Todas las razones de gobierno en los gobernantes inferiores derivan de la ley eterna43 . Cuando en el hombre o en la sociedad humana se da este orden, que es adhesión, o unión a la voluntad de Dios –caridad-, se produce tranquilidad, que es la paz. No hay paz fuera de Dios. El “orden” social al que san Agustín y santo Tomás se refieren no es un orden meramente externo, fruto del temor. Un orden basado en el temor, a lo Leviatham, haría que la concordia no fuese "ordenada" y no habría verdadera paz: "Si uno concuerda con otro, no de espontánea voluntad, sino como coaccionado por el temor de algún mal inminente, tal concordia no es verdadera paz, porque no guarda el orden de ambos concordantes, antes es perturbada por lo que infiere temor"44 . Este tipo de “órdenes” racionales, no afectivos, son los propios de sociedades totalitarias y lejos de engendrar paz engendran revoluciones, como lo muestra la historia. "Concordia ordenada" es concordia verdadera, la que brota del fondo de los corazones, iluminados rectamente por la inteligencia, como corresponde a seres personales; la concordia de apetitos o pasiones, pues no nace de la caridad, es guerra larvada. En definitiva, sólo hay paz en la verdad. 1.4- La discordia, pecado contra la paz (II II q. 37). Pecado es todo acto de desobediencia a Dios. La discordia, dice santo Tomás es un pecado contra la paz que radica en el corazón. Hay otros pecados contra la paz: la porfía, que radica en la boca, y la guerra y sedición, en la acción. La discordia es pecado. A pesar de las objeciones: parece no ser pecado discordar de otro, mientras no se discorde de Dios; por otra parte el mismo san 42 43 44

I II, 93 a. 3 Ib. II II q. 29 a. 1 ad 1

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Pablo levantó discordias entre fariseos y saduceos45 y entre los mismos santos se ha dado, como en Bernabé y Pablo46 . En la Respuesta a estas objeciones dice claramente que la discordia se opone a la concordia y por ello es pecado pues la concordia es causada por la caridad, que “aúna los corazones de muchos en uno, cual es principalmente el bien divino, y en segundo lugar, el del prójimo”. Ahora bien, hay que distinguir dos maneras de oponerse a la concordia: “de suyo” y accidentalmente. Se opone la discordia “de suyo” cuando intencionadamente uno se separa del prójimo, disintiendo del bien divino y del prójimo, con los cuales debe consentir. Accidentalmente, en cambio, cuando no se quiere disentir pero hay disparidad de criterios sobre lo que se considera el bien a realizar. “Tal discordia – dice santo Tomás- no es pecado ni combate a la caridad a no ser que haya error respecto al fin de la salvación o pertinacia indebida; pues también queda dicho que la concordia, efecto de la caridad, es unión de voluntades y no de opiniones”, según señaló en la q. 29 a. 3, aludiendo a palabras de Aristóteles en la Ética a Nicómaco, 9, “pues disentir en lo insignificante es como si no se disintiera. “Por eso –dice santo Tomás en este mismo lugar que “no obsta que algunos, que tienen caridad, no opinen lo mismo; ni repugna a la paz, porque las opiniones pertenecen al entendimiento” y el sujeto de la caridad es la caridad47 . Es verdad que estas disensiones nimias se oponen a la paz perfecta, que sólo se dará en el cielo pues sólo allí se conocerá plenamente la verdad y quedará harto todo apetito; pero no se oponen a la paz imperfecta, que es la única que cabe en la vida presente48 . Según esto, la discordia entre Bernabé y hablo fue accidental, fruto de la flaqueza humana, pero concordaban en lo que más querían, Dios y la salvación de las almas. Por otra parte, hay que concordar con Dios antes que con los hombres, según hemos dicho que es el orden. Por ello, san Pablo no hizo mal en sembrar discordias entre saduceos y fariseos pues fue un medio de remediar el mal de una concordia desordenada. "Así –dice santo Tomás en la solución a la dificultad segunda- como la voluntad del hombre, unida con Dios, es recta regla, y discordar de ella es pecado, así también la voluntad del hombre contraria a Dios es regla perversa, de la que es bueno discordar..." “Es laudable que san Pablo metiera

45 46 47 48

Cf. Hechos 23, 6,7 Cf. Hechos, 15, 39 q. 24 a. 1 Cf. Q. 29 a. 3

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cizaña entre los que estaban concordes en el mal, pues el Señor mismo dice: ‘No he venido a traer paz sino la espada’49 . La discordia como tal –no por otros fines laudables y ordenados rectamente a Dios- es pecado porque es separarse intencionadamente del otro, a quien debemos amar con amor de caridad, según la ley de Dios, suma caridad. Es la mayor oposición a Dios, que es Amor. La discordia dice en q.37 a. 2, es hija de la vanagloria pues se disgregan las voluntades porque cada uno quiere seguir la suya, no porque sea verdadera sino porque es suya, y he ahí el desorden pues lo que ha de seguirse es la voluntad de Dios, regla objetiva para todos. La concordia desordenada es peligrosa, y es, en el fondo, discordia. Amiguismos, amistades particulares, corporativismos, nacionalismos, racismos, etc. son a menudo causa de guerras; minan la sociedad pues son fuente de injusticias y desórdenes contra el bien común. Santa Teresa de Jesús advierte del peligro en los conventos de estas amistades y también san Ignacio50 . Los afectos desordenados terminan por arrastrar al hombre y hacerle realizar mil locuras producidas por envidias, resentimientos, etc. Nunca el afecto es malo, sí lo es el desorden. Por ello a veces debo, por el bien mismo del amigo, disentir de él y ponerle en verdad, que no es discordar, pues si lo hago así es precisamente porque le quiero, con amor de verdadera caridad, que es, no útil ni deleitable, sino honesta. 2.- El deber de defender la verdad. “La verdad es la realidad de las cosas”, dice Balmes en El Criterio, es el orden objetivo según la voluntad de Dios. No hay caridad si no se hace su voluntad, no hay caridad si no se quiere vivir en la verdad. Defender la caridad es defender la verdad51 . Hoy se dice que no, que defender la verdad es fuente de intolerancia y que la paz sólo puede sustentarse en el relativismo. ¿Qué diremos a esto? ¿Nos negaremos a hablar de la verdad en pro de la concordia y de la amistad? ¿defenderemos la verdad a ultranza de cualquier modo? ¿Cuáles son los límites Mt 10, 34 Pormenorizadamente se detiene un jesuita, el P. Alonso Rodríguez, sobre este punto en el libro Tratado de perfección y virtudes cristianas, parte 1ª, tratado 4, caps. 18, 19 y 20. 51 Cf. q. 37 a. 1 49 50

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de la defensa de la verdad? ¿es lícito hacer la guerra por defensa de la verdad? ¿hay que obligar a la verdad? ¿hay que callarla? Ni una cosa ni otra. “Las ideas no se imponen, se proponen”, decía Juan Pablo II a los jóvenes en su reciente visita a España. No hay que imponer la verdad pero quizá en esto no hay que insistir tanto precisamente a los cristianos hoy porque la tentación para ellos está precisamente en ocultarla. Decía recientemente Mary Ann Glendon refiriéndose a la situación del catolicismo en Estados Unidos: "Las sociedades católicas sufrieron presión para tratar su religión como un asunto absolutamente privado. Muchos de sus habladores -teólogos, educadores, religiosos y el clero- sucumbieron a la misma tentación. En este contexto era difícil que las exigentes demandas del Vaticano II se escucharan. Por si eso fuera poco, los buenos mensajes llegaron, en multitud de ocasiones distorsionados. En los años setenta Andrew Greeley observó que 'de todos los grupos minoritarios en este país, los católicos son los menos preocupados por sus propios derechos". Hasta que mi marido, que es judío, me hizo reflexionar sobre este tema, siento decir que soy un ejemplo de ello. En los años setenta yo daba clase en la facultad de Derecho de Boston College; durante la s vacaciones de verano alguien quitó los crucifijos de las paredes. Aunque la mayoría de los miembros del profesorado éramos católicos y el Decano un sacerdote, ninguno protestó. Cuando se lo conté a mi marido, no se lo podía creer. Me dijo: "¿Qué os pasa a los católicos? Si alguien hubiera hecho algo semejante con los símbolos judíos, habría sido un escándalo. ¿Por qué los católicos aceptáis estas cosas?"52 . Como los católicos no defendemos la verdad en pro de la “concordia”, se encargan otros de defender, sembrando discordias, la mentira, precisamente los defensores de la “tolerancia”. Y es mentira porque se basan en el gran error de que no hay verdad, lo cual ni ellos mismos se lo creen. Y además siembran discordias porque sin verdad no hay orden, ni libertad, ni caridad, ni concordia, como hemos venido diciendo. La negación de la verdad lleva al nihilismo y éste justifica cualquier atropello al hombre, pues no hay modo de justificar su dignidad53 . La historia de tantas masacres en el s. XX lo muestra. Que ni los mismos relativistas y escépticos se creen que no hay verdad lo prueba el ardor con que defienden el relativismo y el escepticismo. Dice Balmes: “Quien está por el sí tiene por falso el no; quien está por el no tiene por falso el sí. Esto no es más que una simple aplicación de aquel famoso principio: es imposible

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Alfa y Omega, Mary Ann Glendon, 5-VI-2003 Cf. Fe y razón, 90

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que una cosa sea y no sea al mismo tiempo” 54 . Ya san Agustín probó que no es posible ni siquiera dudar sin aceptar como supuesto la verdad, pues si dudo es verdad que dudo. Y decía santo Tomás: “Es evidente que existe la verdad, porque quien niegue su existencia concede que existe, ya que, si la verdad no existe sería verdad que la verdad no existe, y claro está que si algo es verdadero es preciso que exista la verdad” 55 . Que siembran discordias, a la vista está, cegados en un afán inquisitorial como pocas veces ha conocido la historia. La discordia, vimos, es hija de la vanagloria y ésta consiste en quererme a mí antes que a la verdad. La vanagloria sólo se cura mirando a la verdad objetiva, y eso santa Teresa lo llamaba humildad. Que la verdad es fuente de concordia lo prueban estas palabras de san Agustín: “No sea la verdad ni tuya ni mía, para sea mía y tuya” decía san Agustín56 . “Si los dos vemos que es verdad lo que dices, y asimismo vemos que es verdad lo que yo digo, ¿en dónde, pregunto, lo vemos? No ciertamente tú en mí ni yo en ti, sino ambos en la misma inconmutable verdad, que está sobre nuestras mentes”57 . “Tenemos pues en la verdad un tesoro del que todos gozamos igualmente y en común: ningún sobresalto, ningún efecto menoscaba este gozo (...) Nada de lo que de ella tomas queda íntegro para mí. Lo que a ti te inspira, no espero que vuelva de ti para inspirármelo a mí, porque nada de la verdad se convierte nunca en cosa propia de algunos o varios, sino que toda es simultáneamente común a todos”58 . “Las verdades se proponen, no se imponen”, decía Juan pablo II a los jóvenes. Se proponen para enriquecernos todos, para poder gozar de ellas, ser solidarios, amigos, concordes, unidos. Se puede comprobar tal unidad y concordia en la Iglesia, católica, universal y una. Armonía de países, razas... en una misma fe. Existe el deber y el derecho de proclamar la verdad. Esto no es intolerancia ni fanatismo. El fanatismo, decía Balmes, es “Una viva exaltación del ánimo fuertemente señoreado por alguna opinión o falsa o exagerada”. Descansa, pues, en un error. Defender la verdad, trabajar, morir por ella no es fanatismo. No son fanáticos los Balmes, El protestantismo comparado con el catolicismo, BAC, Obras Completas, tomo IV, 1949, p. 347 55 I q. 2 a. 1 56 In Ps. 103, II, 11 57 Confesiones, XII, 25, 35 58 Ib. 4, 37 54

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mártires ni los santos. El fanatismo está en defender un error o una tesis verdadera, pero desordenadamente, movido por la pasión, es decir, sin caridad, con pertinacia o violencia. El error en este caso está en los medios, pues se cree que tal tesis los autoriza, cuando no es verdad. No hay fanatismo si los medios que se utilizan son legítimos y oportunos. La tolerancia, por otra parte, –dice Balmes- es “El sufrimiento de una cosa que se conceptúa mala, pero que se cree conveniente dejarla sin castigo” 59 . No se tolera el bien ni la verdad sino el mal y el error. Pero ¿cuándo debe hacerse esto? Dice el P. Victorino Rodríguez: “Sólo cuando el rechazo del mal resulta más nocivo que sufrirlo o tolerarlo”60 . Se toleran no opiniones sino errores, no cosas buenas, sino malas, o al menos que juzgamos nosotros tales. En cambio se respetan, no errores sino opiniones, cuando uno no está seguro de estar en la verdad o en todo caso se respeta a la persona que sostiene un error, pero es imposible respetar el error entendido como tal, sería lo mismo que contradecirse. Tolerante es, entonces aquella persona cuyo ánimo está en disposición de soportar sin enojarse opiniones contrarias ala suya. Esto no es agnosticismo ni relativismo. Dice Balmes que “no dimana de flojedad de creencias” sino que “enlaza muy bien con ardiente celo” 61 . No obstante, dice el P. Victorino: “Este respeto o tolerancia obsequiosa no debe traspasar la raya del indiferentismo ético, del igualitarismo liberal, del pasotismo, del amoralismo, porque siempre habrá actitudes ni tolerables ni respetables, ni privada ni públicamente, tales como el terrorismo, el aborto, la eutanasia...”62 . Intolerante, entonces, se puede aplicar a aquél que no está dispuesto a soportar los errores o defectos del otro. Esto, sin duda, es falta de concordia y caridad y se opone a la actitud del Maestro, “paciente y humilde de corazón”. Se debe, entonces, defender la verdad, y con ahínco, pero esto no obsta a la actitud de apertura. Desde la verdad, que no se impone nunca ni es rígida, se pueden comprender otras culturas, precisamente se está más pronto a ello pues se lucha contra los prejuicios y las pasiones que oscurecen la inteligencia. La verdad es una pero es perfectamente compatible con la diversidad de aspectos en que se manifiesta en las diferentes culturas y a lo largo de la historia siempre y cuando no sean incompatibles. Las distintas culturas, al contacto con la verdad del Evangelio no quedan privadas de nada de lo que hay en ellas de verdadero y de 59 60 61 62

Ib. 341-342 Qué es tolerancia , en “Verbo”, Madrid, XXXV, 1996 235-238 Ib. 343 Ib. P. 238

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M. L. REDONDO REDONDO, El pecado de la discordia y el deber de defender la verdad

bueno, al contrario, se enriquecen y se potencian también en aquello que les es propio63 . Defender la verdad no es defender “mi” verdad. No es vanagloria, por tanto, ni germen de discordias. Defender la verdad es fuente de armonía, de comunión, de concordia ordenada, de paz. Termino con unas palabras de San Agustín, fuente principal de los intelectuales y en especial de los intelectuales carolingios, los primeros en formar un concepto de Europa unida, con una identidad: "La ciudad celestial, durante el tiempo que dura su peregrinación en este mundo, convoca a ciudadanos de todas las razas y lenguas, reclutando con ellos una sociedad en el exilio (sociedad viajera), sin preocuparse de su diversidad de costumbres, leyes o estructuras que ellos tengan para conquistar o mantener la paz terrena. Nada les suprime, nada les destruye. Más aún, conserva y favorece todo aquello que, diverso en los diferentes países, se ordena al único y común fin de la paz de la tierra. Sólo pone una condición: que no se pongan obstáculos a la religión por la que -según la enseñanza recibida- debe ser honrado el único y soberano Dios verdadero"64.

"Convoca a ciudadanos de todas las razas y lenguas ... sin preocuparse de su diversidad de costumbres... Nada les suprime, nada les destruye... " La armonía, unidad en la diversidad, es la clave de toda sociedad. Armonía que existe en la medida en que se persigue " el único fin". “Concordia ordenada”. Ahora bien, el fin común de todos los hombres, como del universo todo es Dios, el último fin al que todo está dirigido. Es un fin verdaderamente común. Nada más lejos del nacionalismo o del racismo. El ideal universalista y ecológico está en la raíz de esta concepción social basada en el primer principio de Dios, creador y providente de todo el universo, base de la concordia universal, que es orden y paz. A ello podría llegarse por razón natural pero de modo cumplido sólo la revelación cristiana la ha justificado y puesto en práctica. Otros intentos han pecado de descuido de lo singular o de descuido de lo universal. El Cristianismo desde el primer momento ha destacado por su dimensión universalista, abierta. "Ya no hay gentil ni judío…” todo somos ciudadanos del cielo. Y todo esto sin descuidar la singularidad: "No destruye ni suprime nada". La fe ilumina la mirada para descubrir tras las apariencias la identidad de hijos de Dios. Lo que mentes lúcidas como Aristóteles no vieron ("El esclavo es parte del amo" dice en la Política), sí lo hicieron personas sencillas, pero santos: San Pedro Claver, san José de Cotolengo, san Juan de Dios, etc. La teología es 63

Cf. Fides et ratio, 71

64

La ciudad de Dios, XIX, 17. Madrid, BAC, 1976, 3ª ed. tomo II, m p. 602

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ciencia progresista pues, proyectándose al deber ser empuja su realización sin pactar con la realidad presente. No pactemos con la tendencia a claudicar de la verdad, que más que tolerancia es cobardía. Nuestros hermanos alejados esperan firmeza y valentía, además de comprensión y concordia.

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