El Sable, Alma del guerrero

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El Sable, Alma del guerrero por © Carmelo Ríos

“El espíritu superior que oye hablar del Tao, lo practica con diligencia. El espíritu medio que oye hablar del Tao, tanto lo practica como lo pierde. El espíritu inferior que oye hablar del Tao, ríe ruidosamente, y por esa risa, comprendemos la grandeza del Tao.” Lao´tsé Tao Te King.

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ALGO DE HISTORIA… Fue en China, donde apoyándose en elevados conceptos filosóficos y estéticos emanados del taoísmo y del confucianismo, el arte del sable cobró una excepcional dimensión espiritual. Durante el periodo Heian (794-1191), ésta filosofía de vida, que incluía a su vez avanzados métodos estratégicos, prácticas mágicas y de alquimia interior, fue introducida en el Japón. En ese tiempo, la práctica de las llamadas artes marciales o bu-jutsu, fue dejada a un lado, a excepción del uso del sable, que además de sus connotaciones metafísicas, continuaba siendo una forma de supervivencia en tiempos tumultuosos. El final del siglo XII vio constituirse una nueva élite social de tendencia aristocrática, la de los samuráis- una palabra que significa “servidor”- hombres de armas cuyas hazañas llegarían a escribirse con letras de oro en la historia del pueblo nipón. Inspirados en el código de caballería del bushido (“el Camino del Guerrero”), su entrenamiento incluía, además del estudio de bu-jutsu, la poesía, la caligrafía, la pintura, la ceremonia del té (cha-no-yu) y otras ramas de la filosofía, la religión y las artes. Durante los periodos Kamakura y Muromachi (1185-1573) el arte del sable conoció un auge excepcional y aliado al espíritu Zen, fue venerado como símbolo de impermanencia, de rectitud, de quietud mental (fudoshin), de estoicismo y de espíritu de sacrificio. También era emblema de la audacia y de la pureza idealizada que se suponía debían poseer los samurai. Siendo utilizado para la defensa de la vida, de la paz, de la libertad y de la justicia, el sable llegó también a representar la propia alma del guerrero, el Yo profundo. Se decía por ello que “el sable y el alma eran inseparables” (tamashi-ken) y que la espada era una extensión del espíritu. A diferencia del caballero, del hombre de armas de occidente, el samurai no tenía una espada fiel sino que era fiel a una espada, que 2

representaba un ideal máximo de belleza, pureza y fuerza de carácter. La espada ya había sido incorporada a los ritos del shintoismo, como uno de los tres tesoros sobre las que se edificaba la mitología del país del sol naciente, junto al espejo y la joya, tal como son relatadas en los viejos textos canónicos, el Kojiki y el Nihon-shoki. Sin embargo, fue durante la era Muromachi (1337-1570) cuando la práctica del sable devino una verdadera vía espiritual (do o tao) y se transformó en una forma de meditación activa, de ascetismo y de “alquimia interior”, que conducía a una vida de purificación, trascendencia, y renuncia. El sable se convirtió así el soporte principal de la evolución interior del guerrero.

LA VIA DEL SAMURAI

“La hierba seca del verano. ¡Eso es todo lo que queda del sueño que fueron los antiguos guerreros ¡ Poema Haiku

Se dice que en el antiguo Japón, el quinto día del quinto mes del quinto año de la vida de un joven noble, éste era sometido a un rito de pase en el cual se le hacia entrega de un pequeño sable-fetiche (mimori-katana). Más adelante, en los albores de la adolescencia y durante el transcurso de una segunda ritualía llamada Gembuku en la que se le transmitían sus deberes como samurai, el joven recibía un sable auténtico y una armadura, a la vez que le eran cortados los cabellos a la usanza de la casta Samurai. A partir de ese momento jamás debía separarse de su sable de igual forma que un cuerpo no puede separarse de su alma sin causar la muerte, y dedicar su existencia a la búsqueda de la perfección, de la pureza y el refinamiento. 3

Sin embargo, no deberíamos idealizar al extremo las castas guerreras de ninguna época ni país, y tal vez menos aún a los mitificados samurai, ya que el estudio histórico demuestra que con el paso del tiempo esta casta de elite distó mucho de ser el prototipo de unos hombre buenos, justos o de ley, defensores de la libertad del oprimido o adalides de los menesterosos. En la mayor parte de las ocasiones, los samurai, que habían recibido ese título por herencia familiar, eran muy incultos, dados a la vida fácil, sensual y noctámbula, y como otros muchos de los llamados “guerreros”, se dejaron seducir por el placer cortesano, abandonaron la vida sobria y ascética a cambio de la decadente existencia burguesa, y finalmente, fueron atraídos por el poder, el orgullo de casta (que la India védica considera el infierno en vida de los shatryas) y se convirtieron en esbirros de los señores feudales, en sicarios de los poderosos, en muchas ocasiones en simples guarda-espaldas (otra de las traducciones de la palabra “samurai” es “el que se sienta al lado”) y en brutales policías-matones, a sueldo de los terratenientes y de los señores de la guerra, al servicio de los clanes mafiosos y de corruptos empresarios y prestamistas que tenían sometido a un pueblo que se moría de hambre. A ello se unió una alterada aplicación de los ideales del “espíritu Zen”, cuya doctrina de la vacuidad (mu) de la impermanencia y de la inexistencia de los fenómenos (maya) fue interpretada erróneamente, o utilizada como una filosofía existencialista, y en muchos casos como una aptitud nihilista (ex nihilo nihil: “de la nada, nada proviene”), una idea traída del vedanta hinduista, pero en su connotación negativa, lo que servía muy bien a sus intereses o como una excusa para no ayudar a sus semejantes y realizar todo tipo de tropelías, pues, a fin de cuentas, “todo es vacuidad, inexistente y sin forma”. Esta situación conoció su apoteosis en los albores y durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el “espíritu Zen”, impregnado del ultra-nacionalismo y del extremismo imperialista y expansionista de Japón, fue utilizado en la formación y el entrenamiento de los soldados y sobre todo de pilotos-suicidas kamikaze (“viento divino”) como una filosofía que aceptaba estoicamente lo inevitable, ácrata y 4

fatalista (shikata-ga-nai: “no hay remedio”), bien alejada del ideal de la iluminación y de la compasión budista, pero muy útil para los intereses políticos y económicos de los señores de la guerra. Obviamente era mucho más rentable y más eficaz utilizar a un solo y certero kamikaze convenientemente entrenado, aleccionado y mentalizado por el fanático ideal de un “mandato divino”, para que estrellara su avión contra el puente de mando de un buque aliado, que malgastar millones de yenes en intentos fallidos de ataque. A decir verdad, y a pesar de todo el idealismo ético y estético con el que las leyendas han querido recubrir su historia, y a despecho de su habilidad técnica o su estrategia marcial, la mayoría de los samurai, como los guerreros en general de todos los tiempos, poseían o estaban poseídos por un inmenso orgullo, y Gautama Buda dijo que podía hacer mucho por un gran pecador, un ignorante e incluso por un criminal, ¡pero que nada podía hacer por un hombre orgulloso¡. Estos “guerreros”, primeras víctimas de su orgullo de casta, carecían de misericordia y de compasión, y su “oficio”, pragmáticamente visto, era dar la muerte, provocar el dolor y el mayor sufrimiento posible al enemigo, aunque como en tantas ocasiones, ese “enemigo” fuera el pueblo llano, indefenso y desarmado, que solo pedía una existencia pacífica y poder alimentar a sus hijos. Temibles expresiones y actitudes que en malas manos han provocado un infinito sufrimiento a miríadas de seres inocentes, ya que fueron fácilmente utilizados por personajes oscuros, bastante más astutos y sagaces, como una forma de presión a las clases inferiores que a menudo debían su existencia a la caprichosa arbitrariedad de unos guerreros pervertidos que aun con una mente agudizada, como los samurai, no tenían corazón. Finalmente, tras la apertura de Japón al mundo moderno (1874) con la abolición del derecho a portar sable (kirisute-gomen) y el permiso para peinarse con el moño al estilo antiguo (chonmagé) los samuráis perdieron casi todas sus prerrogativas de casta y fueron condenados a una vida en extremo miserable. Algunos se hicieron monjes o comerciantes; otros, llevados por la pobreza, se 5

convirtieron en vagabundos. Muchos se quitaron la vida o devinieron yakuzas (mafiosos) y conservaron un código de conducta muy similar al bushido, aunque evidentemente con tendencias y sistemas que les ha hecho famosos en el mundo del cine y de las novelas policíacas.

SAMURAIS ERRANTES Es notorio, por otra parte, que los más grandes hechos de armas y nobles hazañas caballerescas, que han dado tanta fama a la estirpe de los samuráis, fueran realizadas por una elite muy selecta de “guerreros libres” que no pertenecían a ningún clan o señor feudal: los mushashugyosha, guerreros errantes o samuráis sin señor. Los célebres ronin (“hombres de la ola”), una palabra que en Japón y en otras latitudes posee connotaciones muy negativas, obviamente por lo que implica de liberalismo ético y de consciencia, dos términos que siempre han asustado grandemente a ciertos sectores de la sociedad política, religiosa o económica. Ya que así como el samurai debía obedecer a cualquier precio (aunque ese precio incluyera el tormento y la muerte de un inocente, de su propia familia o incluso quitarse la propia vida) el ronin poseía libre elección, fiel a un código ético y profundamente filosófico que implicaba la libertad de consciencia y que le instaba a actuar según la propia convicción. Podía pues negarse a obedecer si ello entraba en conflicto con la justicia, la moral personal, la verdad o la libertad de pensamiento. Es evidente que este tipo de “guerreros libres” resultara –y resulte- por demás incómodo a los intereses seculares y generalmente oscuros de los hombres de poder. Estos hombres de gran cultura, que a menudo vivían en una solemne pero digna pobreza material, poseían a cambio el inapreciable tesoro de la grandeza de alma, de la bondad, de la generosidad, de un sentido poético y casto de la belleza que surge de esa extraña magnanimidad del corazón, que concede una particular visión de la vida y de la Humanidad. Eran también dueños de su destino, adalides del necesitado, artistas, creadores y libre-pensadores. Es 6

evidente que esa aptitud de consciencia les otorgó el don de una extraordinaria preeficiencia en diferentes artes, pues eran filósofos, poetas, expertos calígrafos y a la vez grandes esgrimistas, y a menudo profundos meditantes. Fueron el exponente mismo de la realización del ideal del hombre santo, de la “Vía del Guerrero”, de un hombre-sable: un tatsjin.

LA ESPADA SIMBÓLICA

La espada es ante todo el símbolo de la guerra santa, pero no de una conquista exterior, sino de la “guerra interior” contra los deseos, los instintos, las pasiones, las tendencias y las inercias de la mente (que la India védica llama Vasanas y Sámsakaras) del “hombre horizontal”, cuadrúpedo, instintivo, brutal e irracional, en la que triunfa el “hombre vertical”, bípedo, auto-consciente y espiritual. En uno y otro hemisferio y a través de los siglos, la espada sagrada, mitológica, legendaria, mágica, que aparece en multitud de relatos de caballería, en leyendas, mitos, ritos de pase o iniciáticos, y hasta en cuentos de hadas, ha sido siempre el símbolo de una sabiduría sobre-humana y trascendente que es preciso extraer de la materia prima. Un conocimiento metafísico y liberador que el iniciado o el forjador tiene que merecer a precio de grandes pruebas, del seno de la madre tierra. A tal punto la espada era considerada como una parte, e incluso como el alma del caballero, que en las ceremonias de matrimonio llamadas de “procuración”, éste enviaba su espada en su lugar. El proceso de la “iniciación” (del latín: initiare, “volver al origen”) es una ciencia inmemorial, a menudo oculta, trasmitida desde hace miles de años de boca a oreja, velada al profano (pro-fanos: en el exterior del 7

templo”) pero accesible al candidato por una gnosis (una sabiduría arcana o conocimiento hermético) trasmitido en el proceso mismo de la iniciación, y por una severa ascesis (del griego askes: prueba). Este camino interno está lleno de obstáculos naturales o sobre-naturales, escritos en una clave simbólica que el iniciado debe absolutamente superar, y en los que no habrán de faltar los desafíos, engaños, atractivos, traiciones, seducciones, trampas, sortilegios y continuas caídas, recomienzos y previsibles fracasos, pero a su vez y desde un prisma esotérico, también a rebosar de signos, símbolos, llaves ocultas y claves secretas que el iniciado o el caballero sabe interpretar a la luz de una revelación o transmisión de ciertas herramientas simbólicas y emblemáticas recibidas en el proceso mismo de la iniciación a los Misterios. Estos símbolos vivos se activan por medio de progresivas renuncias, de elecciones entre una vía fácil y otra tormentosa, de purificaciones, sufrimientos, sacrificios, alegrías y tormentos del alma, y lentas o súbitas revelaciones o tomas de consciencia, que llevan al iniciado a desposeerse de sí mismo, a desnudarse de su ego, y que con frecuencia culminan en un proceso de muerte alquímica, de transición iniciática, de trèpas mystique, para renacer desde las propias cenizas a una nueva dimensión de consciencia y por tanto a una verdadera Vida. En la mitología china, las espadas mágicas son el alma de dragones que voluntariamente se arrojan a las aguas para convertirse en sabios y en inmortales. Escuchamos ahí los ecos de un simbolismo alquímico evidente, ya que en la Gran Obra, de la Opus Mayor, la espada también es el emblema de la culminación, por la unión del Agua de Vida y del Fuego Filosófico, en la que el propio alquimista, metamorfoseado en unidad, se transforma en espada de luz. Es también el símbolo del Hieros Logos pitagórico, la potencia del “Verbo Creador”. En la India védica es el símbolo del acto sacrificial de Indra, dios de la Luz, que sustrajo el fuego del paraíso-como Prometeo-para ofrecerlo a los hombres. Esta espada es asimilada también al rayo que ilumina la noche y 8

al “cetro excelencia, aspectos de esgrime una (vidya) que

diamantino“o vajra, instrumento teúrgico por al igual que la espada. Vishnú, uno de los la trimurti, que rige el orden del Universo, espada ardiente, símbolo del puro conocimiento destruye la ignorancia (avidya).

En el kojiki (“crónica de las cosas antiguas”) génesis del shintoismo, esa “unidad trascendental” es esgrimida por los dioses en la creación del archipiélago nipón, y extraída de la cabeza de un dragón en forma de sable llameante. La religión Shinto hace remontar los orígenes del sable al Dios Izagami no Mikoto, de quien se dice, que “al extraer la espada de la funda que augustamente portaba a la cintura, cortó la cabeza de su hijo Kagutsuchi”. Este mágico sable era llamado de diferentes formas, tales como Celeste Hoja Tendida, Espada Violenta que mata a la Serpiente Gigante y otras. El génesis de la historia Nipona, similar al de tantos otros pueblos y tradiciones, está lleno de luchas titánicas, de enfrentamientos entre dioses, entre fuerzas cósmicas en conflicto, entre seres sobre-naturales y mitológicos, en los que la espada sagrada ocupa un lugar primordial.

En el budismo tántrico y sobre todo el tibetano, varios 9

boddhisatwas, dioses-protectores y guardianes del mandala esgrimen armas punzantes y espadas flamígeras, como Manjusri el “gran iluminador y dispersor de las tinieblas de la mente”. En el budismo esotérico Shingon (de la “Verdadera Palabra”) la “espada de discernimiento trascendente” (riken) es esgrimida por Fudo-Myo-O, celoso protector y fiero guardián del Dharma, divinidad iracunda pero extremadamente compasiva, que con su lazo (kesaku) emblema de espacio y del vacío (no-ego) atrapa a los ignorantes y a los insensatos, y los conduce, iluminados por su sable ígneo, a los pies de Buda y del recto dharma.

Fudo, el inamovible, divinidad armada con el sable de “compasión airada”, es el defensor de la pureza, de la belleza y de la inocencia; en Japón, junto a Jizo Bosatsu, es el ángel guardián de los niños, a cuyos pies depositan ropas infantiles, juguetes y dulces, y también lo es de quienes sirven y arriesgan su vida por los demás. Fudo es también el equivalente al temible “Guardián del Umbral” de la Tradición esotérica occidental, la propia consciencia pura que impide el paso a la mente no purificada. En el simbolismo metafísico de la espada japonesa, la empuñadura (tsuka) representa a la inteligencia consciente, la facultad discriminadora, el control de la mente, la razón pura y por tanto la libre elección, el “libre albedrío”. La guarda (tsuba) simboliza el límite, la

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frontera y también un muro entre “ambos mundos; entre la mente subconsciente y la mente consciente, entre el espíritu-alma y la forma-materia. La funda (saya) representa al mundo de lo femenino, al umbrío maternal, al delphos griego, matriz, templo virginal y útero cósmico. Evoca así lo pre-formal, el estado adamantino, la Unidad aún no destruida, aun no dualizada, a la profundidad de la mente subconsciente. Es también símbolo de la “materia prima” en la Gran Obra alquímica, y por tanto, representa a su vez al cuerpo físico del forjador, del alquimista y del esgrimidor, instrumento privilegiado de experiencia en la forma. La apertura de la funda (koiguchi) llamada la “boca de la carpa” simboliza la entrada al mundo interno, la unidad reencontrada, o la salida, la ruptura, la expulsión del “paraíso perdido” de Milton, y por tanto la “dualización” del ser, del yo, hacia el espejismo de la “Gran Ilusión Cósmica” (maya). El cordón (sageo) es símbolo de la conexión con el “Mundo Intermedio”, límbico, arquetípico, simbólico, y expresa la idea de vinculación con el reino de los dioses, de lo Divino, con el universo de lo mágico, de los sobrenatural y de lo metafísico; el vínculo con el alma, con el Yo, con el Ser. Es a su vez el equivalente del “cordón de plata”, el sutratma, contraparte etérica del cordón umbilical, que suministra el oxígeno y los nutrientes al feto, es decir, la vida y la “consciencia de ser”. Nexo que une el alma-mente, que “encarna” el alma al cuerpo denso en la materia. Es en el simbolismo iniciático emblema del “Hilo de Aridana”, del hilo conductor que evita el extravío, y nos lleva por el “camino de retorno a casa“, hasta la salida de la gruta o del laberinto de la existencia en el mito platónico de la Caverna y del Minotauro. El filo (shinogi) representa al alma, el Ser Inmortal, el Yo profundo, puro, brillante, que debe volver absolutamente limpio y purificado de cualquier escoria kármica al interior de su funda, al seno de la Unidad. Y del filo, lo mas importante es la acerada punta (kisaki), que en el sable japonés adopta la forma de un afilado 11

triángulo, y que simboliza la conexión directa, el contacto, el toque celestial, la ayuda divina o la Gracia necesaria para completar la Obra, la realización del Yo que es la esencia última del ser, aquello que por fin reúne (vuelve a la unidad) “el Cielo y la Tierra”. En el hinduismo encontramos una correcta definición de las tres formas básicas que adopta de energía o gunas: satwa o luz, rajas o fuego y tamas o tierra, simbolizados sucesivamente por los colores blanco, rojo y negro, que se refieren también a tres formas o actitudes de la mente: quietud, actividad e inercia. Define asimismo las tres formas básicas del carácter: pacífico-meditativo, activoagresivo y violento, abúlico o sonambúlico. Podríamos encontrar en esta explicación un simbolismo de los tres aspectos cualitativos de la espada: pacificadora-mediadoradisuasora (en su funda), positiva-creativa-activa (en la acción discriminadora, de defensa del bien y de lucha contra el mal) y violenta-negativa-destructiva (instrumento de muerte y generadora de sufrimiento) dependiendo del estado de consciencia del que la esgrime. Podemos así hablar de espada satvica (luminosa, compasiva, pura) rajásica, fogosa, dual, temperamental y por tanto susceptible de obrar en ambos reinos energéticos, de avanzar o de retrogradarse, de crear o destruir; y tamásica, oscura, densa, maligna, proveniente del ego y del miedo, y por tanto provocadora de sufrimiento y dolor. Por ello el Upanishad Katha nos recuerda que “arduo será caminar por el filo de la navaja”, pues ese “filo” marca el límite exacto de ambos mundos, el del reflejoforma y el de la imagen-unidad. El tajo vertical del sable, entonces, es sinónimo de discernimiento (viveka), de elección, de claridad, de esa “implacable lucidez” que permite desenmascarar a la maya, a la “gran ilusión cósmica” (según el Vedanta, una creación de la mente, una superposición de estados de consciencia) el espejismo de las formas ilusorias. El filo ascendente y

del sable, ligeramente curvilíneo, puro, luminiscente, nos muestra la dirección 12

correcta ante una situación crítica o una elección vital, el “sendero estrecho”, la “Vía Seca” de la alquimia; la puerta apenas abierta pero accesible para la mente lúcida, y crea por el tajo poderoso, una brecha, una hendidura, un sendero abierto, aún levemente, en esa maya, en esa la nube de ignorancia; un tenue desgarro en el telón del gran teatro del mundo, que nos permite, no obstante, atisbar un destello de realidad que sirve a su vez como puente que une ambos universos paralelos, todos ellos símbolos sinónimos de una experiencia de comprensión súbita, de revelación, de despertar. Los cruzados creían que la espada era un fragmento de la “Cruz de Luz”, la misma espada flamígera que esgrimen los ángeles del paraíso. En la angelología cristiana no son pocos los ángeles y arcángeles que esgrimen espadas ardientes, símbolos de la guerra santa contra el ego, que en las imágenes suele aparecer como un dragón, un enano, y a veces como un gigante o un demonio aplastado por el pie de San Miguel, ángel guardián y protector de los caballeros, a quien se evoca e invoca en el rito de pase.

Por medio de una espada de fuego son expulsados Adán Y Eva del paraíso, tras haber conocido la dualidad del “bien y del mal” y haberse encarnado en la materia por el deseo. Con espadas de fuego los ángeles leales combaten contra la “traición a la luz”, y arrojan a la gaena eterna (los limbos más oscuros de la materia fría y densa) a los espíritus de los ángeles rebeldes, de los seres prevaricadores que habitan en el “infierno”: el alejamiento de la Luz y del Amor de Dios. La espada cruciforme simboliza la elevación y victoria 13

del Homo Universalis, del “Hombre Universal” del que hablaban los sabios del Renacimiento, simbolizado por el filo poderosamente vertical, considerablemente más extenso, puro, brillante y fuerte que la empuñadura, mucho más corta y débil, emblema del “hombre horizontal” apegado, sometido, aterrorizado o prisionero de los impulsos del instinto brutal y de la materia. Victoria sobre el “homo predatoris”, el hombre compulsivo, semi-animal, destructivo, cazador y guerrero, atemorizado y apegado a las leyes de la tierra por la inercia, la abulia, la pereza, el deseo y el terror; triunfo de la razón sobre la superstición, del conocimiento sobre la ignorancia, de la consciencia libre sobre la tiranía y el despotismo, triunfo del verdadero amor sobre el orgullo, el deseo y el miedo, y finalmente, triunfo de la Luz del Espíritu sobre la oscuridad de la materia.

En el Cristianismo, la espada es el emblema de Verbo, de la “Palabra Creadora” que da la Vida, el movimiento y el Ser. En el Apocalipsis encontramos una espada de doble filo que nace precisamente de la “Boca del Verbo”. Y ese doble filo explica en la simbología espiritual la ambivalencia o bipolaridad de la espada: de creacióndestrucción, de libertad-esclavitud, de expansióncontracción o de luz-oscuridad. La espada aparece a menudo en los relatos de caballería relacionada con símbolos acuáticos, como estanques mágicos, cascadas que conducen a reinos perdidos o dragones que es preciso derrotar ¡dentro de uno mismo¡ antes de penetrar en el sancta sanctórum de un Castillo Venturoso, morada del Santo Grial. Así, Arthus, rey de Bretaña, recibe la espada Excalibur de las manos de la Dama del Lago, del seno de las 14

aguas mágicas e iniciáticas, un símbolo femenino, ya que la verdadera iniciación, como bien sabían los caballeros del Santo Grial, los Templarios, los trovadores occitanos, los Fideli D´Amore de Dante Alighieri, los secretos hermanos de la Fede Santa, los franc-masones, los rosa-cruces y los alquimistas de todos los tiempos, pasa inexorablemente por lo que Saint-Martin y Jacob Bohéme llamaban el “eterno femenino”: es la “hembra misteriosa” de Lao´Tsé, el Tei taoísta, la Sophia del hermetismo iniciático, el mercurio alquímico, aquello que el budismo llama fohat y que es conocido como shekinah en la kábbala hebraica. La “Madre Divina” (Kali, Lakshmini, Durga, Parwaty) en el hinduismo; la Isis, Démeter o Astarté de las tradiciones griega y egipcia, o la “Madre de Cristo” de los cristianos, cuyo símbolo aparece como un espejo ojival (vesica piscis) detrás de las imágenes de la Santa Virgen en la gran metrópoli gótica.

SABLE Y CABALLERÍA

En las leyendas del Santo Grial (que son una de las claves de la verdadera Tradición Occidental) la espada sagrada es emblema de pureza, verdad, valor, justicia, discernimiento y sabiduría, virtudes que la “madre” transmite al hijo, al iniciado. En el rito caballeresco de la ordenación o armamento (en la tradición anglo-sajona) una de las ceremonias laicas mas antiguas e importantes de la vida de un joven noble, y mas tarde “cristianizada”, el candidato, tras pasar una noche entera de rodillas, “velando armas”, es conminado a apoyar su rodilla derecha en tierra, y tras ser exhortado por un caballero a una vida de pureza, bondad, rectitud y justicia, ve al iniciador (otro caballero, un monarca o un gran maestre de una orden de caballería) elevar su espada hacia el cielo y decir: “en el nombre de Dios, San Miguel y San Jorge, yo os armo caballero, con derecho a portar armas, buscar la paz e impartir justicia”.

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En tradición francesa el ritual decía: “!por mi alegría, por mi fe, por San Denis, que me muera si flaqueo... ¡”. San Denis, obispo de París, se supone que fue un santo y mártir decapitado en el siglo III, pero en realidad era una versión cristianizada del mito griego de Dionisos. A veces se evoca también a San Martín de Tours, uno de los primeros santos cristianos pertenecientes a las legiones romanas, que según la leyenda, conmovido al ver a un anciano miserable hambriento y aterido de frío, le entregó la mitad de su capa. ¡Pobre actitud, la de un caballero, entregar solo la mitad de un fragmento de tela¡, salvo que en el simbolismo iniciático, la capa, el manto (de Elías, de Apolonio) es el emblema de una “transmisión”, de un legado de un conocimiento trascendental o esotérico. El candidato recibe seguidamente tres golpes de hoja plana (acolada o “pescozón”) sobre ambos hombros y la cabeza, y es conminado a “luchar contra el mal, defender la inocencia y la justicia, ser adalid del menesteroso, consolar a la viuda y ser padre del huérfano”. Después, recibe una solemne y sonora bofetada, para que nunca olvide su juramento y sus votos, recordándole así las terribles consecuencias kármicas que su desviación de la moral e ideal caballeresco puede acarrearle, y evocándole los sufrimientos que provocarán su indignidad y su traición a la orden de caballería, que lejos de aliviar, acrecentarán el dolor del mundo: “cada lágrima que tu dureza haga brotar de los ojos de un inocente es una maldición que recaerá sobre ti”.

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ALQUIMIA Y SABLE En la mitología céltica de occidente, de donde surgieron entre otras las enseñanzas esotéricas e iniciáticas ocultas en las leyendas del Santo Grial y las aventuras de los Caballeros de la Tabla Redonda, encontramos los vestigios de una “Tradición” muy antigua, heredera de mitos y rituales dedicados a la diosa-madre. Estas fueron mas tarde “cristianizadas” por los monjescopistas benedictinos y del Císter. En estas bellísimas y reveladoras leyendas y epopeyas épicas, esa misma sabiduría primordial, esa Sophia Peremnis es con frecuencia simbolizada como una espada de extraordinarios poderes. Un arma de luz que ha de ser descubierta, recibida o extraída por un hombre de corazón puro, por un verdadero caballeroiniciado, del seno de las aguas, del umbrío del bosque, del interior de una gruta encantada o de una roca mágica.

Todos ellos son símbolos de la Natura Naturans, que por el proceso alquímico de la calcinación, transmutación, sublimación, muerte iniciática y renacimiento, se transforma en Natura Naturata, la naturaleza purificada, redimida del dolor y el sufrimiento de la separación de la Unidad, de la escisión del seno de Dios. En la Alquimia es el sable el equivalente del “fuego filosófico”, el fuego en el atanor, del conocimiento intuitivo y trascendente que permite al alquimista ir más allá de lo visible y añadir un componente sobre-natural a la Gran Obra. Así, la espada deviene el símbolo de la obra alquímica realizada, del androginato celestial, de las Bodas Alquímicas, del matrimonio del mercurio y del azufre, de la 17

reina y del rey, por medio del “fuego alquímico”, del fuego que no quema. Por ello el mandato que rezaba al pie de la espada Excalibur, decía: “Quien quiera extraiga esta espada de esta piedra, será Rey por derecho de nacimiento”.

En la alquimia y en ciertas tradiciones de Oriente, se considera la hoja como un símbolo femenino y el filo como un emblema masculino. Es manas, la “luz de la inteligencia trascendente”. Al final, la espada retorna a su funda, el dos vuelve a ser Uno, la hoja rota de Sigfrido es renovada a su unicidad primigenia, como símbolo de pacificación pero también de retorno, de “unidad reencontrada”, de androgenia espiritual, de la Gran Obra alquímica concluida. Al final, todo retornará al origen, al Uno, al “Centro” del Universo. Tal vez por ello, Jesús el Nazareno, Maestro Perfecto del Amor, le revela a Pedro un gran secreto en Getsemaní, cuando sujetándole el brazo y deteniendo el tajo mortal, le dice: “vuelve a poner la espada en su funda”. En el proceso alquímico de la trasmutación de los metales bajos en sublimes se habla a menudo de un “matrimonio” entre el azufre y el mercurio, simbolizados por las “nupcias alquímicas” del Rey y de la Reina. La forja de una espada, oriental u occidental, incluía o expresaba siempre esa idea de re-unión, de unidad por la transmutación, y también de transformación preliminar, de una purificación necesaria e inevitable del se, que es simbolizado por el caballero, el iniciado, el forjador o alquimista- de su la mente, de su carácter y de su “alma” Por eso, Grillot de Givry en su magistral “Gran Obra”, nos dice: 18

“Existe una alquimia trascendental: la alquimia de uno mismo. Es previamente necesaria para llevar a cabo la Alquimia de los Elementos. La nobleza de la Obra exige la nobleza del operario”.

Es mas que evidente que los maestros forjadores, como los constructores de las catedrales góticas, supieron introducir un lenguaje paralelo, velado al profano, simbólico, emblemático y esotérico en medio del proceso propio del “arte real”, a través de las diferentes etapas sagradas de la “construcción del Templo” o la operación de la fragua y el templado de una espada. Para un no-iniciado, resulta imposible acceder a tales crípticos misterios, como lo sería para un químico comprender una plancha arcana, rebosante de misteriosos símbolos, dibujada por un alquimista, o para un albañil, tratar de extraer conocimientos técnicos operativos de una ritualía masónica. Se trata pues de un proceso de transmutación interior, de Opus Alchymicum o de alquimia interna, que lleva al forjador o al alquimista a la “culminación de la Obra”, a la asunción de un muy elevado estado espiritual de “adeptado” o de Piedra Filosofal, que es simultáneamente la asunción mística de nuevo “corpus” espiritual y divino. Por un proceso de incesante martilleo sobre el metal bruto calentado al blanco-rojo, hasta que el ser deviene una espada sagrada de iluminación y trascendencia. Para el discípulo, entonces, todas las pruebas, sufrimientos, dolores y padecimientos han de ser considerados e interpretados como una inevitable y necesaria etapa de “forja del alma”, de “turba filosophorum“ o “tormento de los metales”, símbolos de una entrada en los infiernos internos, en el horno o atanor, que nos conduce a la muerte iniciática del pequeño “yo mismo”, por un proceso de “sufrimiento”, de calcinación y de sumersión en las heladas 19

aguas de una realidad supra-física. Desde el “nigredo” de los autores medievales o el “caos del agua permanens” de los alquimistas, hacia la rubificación y la albificación. El discípulo, el alquimista o el forjador deben cambiarlo todo, absolutamente todo en sí mismos; su forma de pensar, de respirar, de hablar, de escuchar, de sentir, de vivir, de ser. Es un proceso redentor y salvífico que nos lleva desde el caos a la belleza, desde la oscuridad a la luz, desde la ignorancia hacia la sabiduría, desde la muerte a la inmortalidad. Existe un bello y esforzado ejercicio en el arte de la esgrima japonesa, consistente en “martillear” con el sable de madera en el vacío, por medio de miles de tajos de espada, que simbolizan las diferentes operaciones de fragua, martilleo y templado de la hoja. Este duro entrenamiento se llama “tanren-Suburi”, o “seishin-tanren” si se realiza como una forma de meditación dinámica. Es la “opus alchymicum”, el “templado del alma” asimilado al de una espada desposeída de su ganga y purificada por la mano de un maestro forjador. Para su correcta realización, han de vigilarse atentamente los propios pensamientos y sentimientos, que deben ser “purificados” y expresar exaltado ánimo e idealismo, sin sombra alguna de violencia o agresividad, en medio de la camaradería y la alegría propia de una obra espiritual de purificación ritual. FABRICACION SECRETA La mayor parte del ritual de fabricación de un sable katana se ha mantenido siempre muy oculto y escasas indicaciones concretas han llegado hasta nuestros días, al menos en sus aspectos esotéricos. La manufactura de un sable japonés constituía un verdadero proceso alquímico (una ciencia muy antigua venida de China, de la alquimia taoísta y posiblemente con una gran influencia de Armenia y Arabia) en el que intervenían 20

todos los elementos de la Gran Obra: tierra, agua, fuego, aire y éter (el vacío, espacio o akasha del hinduismo). El forjador, kaji o toko devenía un verdadero sacerdote o vehículo de las fuerzas sutiles y energías naturales, durante una ritualía que podía prolongarse durante muchos meses e incluso años. Aislado en las cimas de las montañas o en cabañas en el umbrío del bosque, con objeto de llevar a cabo una necesaria purificación ritual (misogi), se sometía a lagos y difíciles periodos de ascetismo y oración (shugyo) que incluían las aspersiones con agua helada (mizugyo) y ayunos, con objeto de purificar sus vehículos físico, astral y mental, y poder así entregarse a la labor sagrada de dar vida a un objeto precioso que llegaría a poseer un alma propia. Tras este periodo preparatorio, el forjador realizaba invocaciones (un ritual teúrgico) a divinidades menores y a genios y espíritus de la Naturaleza, para de que le revelaran, por una visión o una intuición sobrenatural, el lugar donde podría encontrar el metal bruto. A menudo se trataba de metal procedente de meteoritos (meteorítico) pues habiendo “caído del cielo”, se consideraba como “enviado por los dioses”, como ocurre a su vez en otras tradiciones de forjadores-magos de Europa, Asia o África. Es evidente que la forja de una espada se trataba de alguna forma de magia natural muy cercana al chamanismo animista que todavía sobrevive en algunas zonas de Siberia, Asia Central y otras latitudes, y que considera que todas las cosas poseen un “alma” individual, que forma parte de una “gran alma” colectiva, universal, incluyendo los diversos elementos y seres de la Naturaleza, y por tanto los materiales mismos de la “obra alquímica”. En la forja de un sable intervenían también los cantos, la danza, el uso de los sonidos (mantrams y kototama), mezclado con las propias operaciones. Una vez extraído y procesado el material bruto o ganga, este, todavía un fragmento de metal, era sometido a un lento proceso de martilleo (recordemos la importancia del sonido-vibración) y de calcinación al rojo-blanco en la fragua, y al constante templado en las heladas y puras aguas de la montaña, procedentes de alguna cascada o manantial sagrado, 21

hasta darle la forma de la hoja con una dureza y flexibilidad cuya excelencia aún no ha podido ser imitada por la ciencia moderna, como los alquímicos colores las vidrieras de las catedrales góticas. Los expertos metalúrgicos contemporáneos han encontrado en sables antiguos datos muy extraños, y se sabe ahora que un solo filo estaba hecho a veces de mas de doscientas cincuenta mil pequeñas láminas de metal que habían sido cuidadosamente pegadas o soldadas una a una, y que para lograr la excelencia incomparable del acero, que poseía una gran dureza pero sin embargo cierta flexibilidad interior, debían haberlo someterlo a no menos de veinte mil templados. Pero también se supone- como es parte esencial e ineludible de la obra alquímica- que en la fabricación intervenía un componente final, misterioso, metafísico o sobre-natural, similar al magisterium de los alquimistas, o el spiritus vitae de los médicos espagíricos; un soplo, ánima o “quinto elemento” que procedía directamente del alma del forjador, que los alquimistas del medievo llamaban Fragmento de la Piedra. Pero aún quedaba, una vez terminado el sable visible, un ritual sin el cual el Katana no era considerado como un ser viviente. El forjador llevaba su creación a un templo Shinto donde el sacerdote, tras realizar un rito de evocación-invocación, rodeaba el sable con el cordón sagrado que aparece en el portal de los santuarios (Jinja) el shimenawa. Se consideraba entonces al sable como un ser vivo. En realidad, se supone que ese sable era en ese momento literalmente “poseído” o “habitado” por una entidad, en ocasiones por un deva o un kami (un espíritu de la naturaleza) por un ser semi-angélico o del astral superior del panteón Shinto, que cuenta con miles de dioses menores y mayores, además de los tengus y kijins, los espíritus de los bosques, de la tierra, del viento, de las aguas, equivalentes a las salamandras, ondinas, trasgos, gnomos, elfos y hadas de la mitología occidental. Todo este proceso místico y mágico, que en ocasiones duraba años, en el que intervenían diferentes expertos, concedía a los sables katana -verdaderos Stradivarius de la forjano sólo una dureza, flexibilidad y belleza inimitable, sino también cierta impregnación de la propia 22

personalidad del forjador. La célebre leyenda de los sables forjados por Masamune y su discípulo Muramasa es un claro ejemplo: Gorō Nyūdō Masamune, quien es considerado como el mejor forjador de la historia de Japón, era un sacerdote que cree vivió entre 1264–1343 y se dice que fue el verdadero propulsor y reformador del arte de la forja de sables. Masamune era un gran artista, un excelente ser humano de carácter humilde, bondadoso, espiritual, compasivo y alegre. Sus sables, de excelente calidad y perfecto acabado, tenían la reputación de no salir de su funda si no era absolutamente inevitable, y de conceder la victoria sin violencia, la buena suerte, y una próspera y larga vida a sus propietarios, por lo que eran considerados como auténticos talismanes. Por el contrario, los sables forjados por su discípulo, Sengo Muramasa, de carácter difícil, violento, explosivo, iracundo, intransigente, vanidoso y orgulloso, aunque también de perfecta manufactura, eran reputados como portadores de infortunio y mala suerte; las leyendas decían que salían solos de su funda, que provocaban combates y duelos, que atraían la desgracia y que a menudo acortaban la vida de sus incautos y desdichados propietarios, que solían terminar sus días de forma trágica. También se decía que impulsaban a sus portadores a cometer tropelías, asesinatos o suicidio. Por desgracia, en ocasiones ambos sables se asemejaban tanto, que a simple vista era imposible saber de que forjador procedían. Para comprobarlo, se sumergía la hoja en un arroyo y se dejaban caer pétalos de flor de loto. Si el sable había sido forjado por Goro Masamune, los pétalos esquivaban suavemente el filo y seguían su curso; si por el contrario era una obra de Sengo Muramasa, se precipitaban por sí solos hacia la hoja y se hacían cortar en dos. Esta leyenda trajo al mundo de las artes marciales el importante concepto espiritual de katsujinto, “el sable que da la vida”, y de satsujinto, el sable que la arrebata, una enseñanza que nos habla de la impregnación de nuestro Ki en todo lo que creamos, que hacemos, pensamos o decimos.

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Risuke Otake sensei, actual soke (heredero legítimo) de la escuela Katori Shinto Ryu, y “Tesoro Nacional Viviente” de Japón, nos entrega este preciado consejo. “Los principiantes deben guardar presente en mente que si manejan el sable con odio dentro de mismos este se convierte en satsujin-ken, en instrumento de muerte. Es solamente cuando hombre de sable se entrena con un corazón y espíritu justos que el deviene un katsujinto, sable que da la vida y que no quita la vida”.

su sí un el un un

En cuanto a esta “impregnación” de energía positiva o negativa, que se supone acompañaba a la creación de un sable, se explica esotéricamente porque una parte del cuerpo etérico-astral del artista o forjador quedaba pegada, adherida a su obra, como también nuestra propia energía lo hace a cualquier objeto personal, que una persona de capacidades psíquicas puede percibir. Pero aún existe otra causa menos poética y bastante mas peligrosa, debida al hecho de no todos los forjadores poseían elevadas cualidades morales o espirituales, y que a menudo hacían uso de las llamadas “artes prohibidas” con objeto de atraer una entidad de los sub-mundos, es decir, del bajo astral, que por medio de malignos ritos de magia oscura quedaba prisionero de la espada. De ahí que nunca deberíamos adquirir, y ni siquiera acercarnos y aún menos tocar objetos de uso esotérico o ocultista cuya procedencia desconocemos y evidentemente aún menos un sable forjado y antiguo cuyo origen ignoramos. Algunos de estos sables están datados y certificados, se conoce su origen, su “historia”, sus propietarios y es sabido que muchos de ellos dieron muerte a personas, que sirvieron para torturar y ejecutar a prisioneros de guerrasobre todo personal civil, hombres, mujeres y niños inocentes- como es el caso de ciertos malignos samurai del pasado o algunos militares japoneses de la Segunda Guerra Mundial-¡recordemos la matanza de Nanking¡, que ejecutaron por decapitación, compitiendo entre ellos, a cientos de 24

miles de prisioneros con sus siniestros sables, cuyos logros “deportivos” aparecían en diarios de Japón, y que fueron unos verdaderos psicópatas asesinos. Como se trataba de botines de guerra, muchos de esos sables inmundos y malditos se encuentran diseminados por museos de todo el mundo, pero por desgracia también en colecciones privadas y hogares particulares. El autor conoce la historia de un practicante del arte del iai-do que adquirió un viejo sable katana en un anticuario de París, datado y firmado a cincel (mei) en la parte de la hoja que se inserta en la empuñadura (nakago) y cuya historia revelaba haber pertenecido a un samurai que había dado muerte a varias personas. Las consecuencias no tardaron en aparecer: su carácter se agrió, se volvió solitario y huraño, y vivía continuamente obsesionado por su katana de la que no se separaba ni un momento, al punto de tener graves problemas familiares, ya que incluso llegó a dormir con el sable. Afortunadamente, su maestro de esgrima japonesa, un hombre sabio y prudente, un meditante de grandes conocimientos esotéricos, diagnosticó rápidamente el caso como el de una obsesión-posesión por parte de un ente apegado a la hoja y le conminó a deshacerse lo antes posible de esa espada maldita, destruyéndola, algo que evidentemente el diligente y disciplinado alumno, no hizo. La diosa fortuna vino en su ayuda, y un día se dejó olvidado el sable en un tren. Por desgracia esa siniestra espada de malignidad está ahora en las manos de otro propietario que desconoce esta macabra e hilarante historia. Es conocida la tradición, no solo oriental, sino occidental, de no aceptar nunca un regalo punzante, y menos aún un cuchillo o una espada, sin no es a cambio de un trueque simbólico- a menudo una simple moneda- ya que según la sabiduría antigua y popular, si con ese objeto hacemos daño a alguien o nos herimos nosotros mismos, el que nos lo obsequió entra también en nuestro karma, ya que las “leyes del Cielo” prohíben absolutamente derramar la sangre o hacer daño a ningún ser sensible.

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¡Ay de aquellos que disfrutan ejecutando o contemplando el macabro y salvaje espectáculo del tormento y del sacrificio impune de un inocente animal, en medio de un espantoso rito popular de sangre, aplausos, risas, gritos de júbilo, indiferentes al terror y al dolor de la criatura, y alegres ante el inconcebible sufrimiento de un ser vivo¡. Poca diferencia anímica y evolutiva hay entre éstos, y aquellos que voluntariamente y con gran algarabía asistían a los infames crímenes en los juegos del circo romano, o a los monstruosos “autos de fe” en los que se torturaron y se quemaron vivos a millones de seres humanos. La inexorable ley del Karma aguarda pacientemente para compensar estas malignas causas, en estos casos por medio de devastadores e inevitables efectos. Por esta y otras razones se recomienda a los practicantes del arte del iaido esgrimir con un sable ficticio o iai-to, de excelente manufactura, equilibrio, buen acabado ¡y precio asequible¡. Es necesario a su vez tener una gran precaución en el uso de un sable forjado actual y con filo o shinken, de los que manudo gustan de servirse los debutantes, pues son conocidos los casos de serios accidentes, heridas y hasta de amputaciones. Mi maestro, Michel Coquet, siempre decía que no era necesario entrenar con un sable afilado, porque lo que había que hender y destruir era mucho mas duro y difícil de cortar que una rama de bambú o un poste de paja de arroz trenzada: el egocentrismo y el egoísmo, con todos sus siniestros hijos: la mentira, la cobardía, la indolencia, la violencia, la envidia, los celos, la lujuria y el miedo. Los actuales forjadores japoneses, una pequeña minoría de grande artistas herederos de viejas y casi extinguidas tradiciones, algunos de ellos considerados como Tesoros Nacionales Vivientes, se lamentan de que sus obras maestras 26

(de precios desorbitados) terminan en cajas fuertes especiales de bancos, como símbolos del “espíritu de la empresa” o de un linaje familiar, y de que nunca servirán para su finalidad marcial y espiritual.

ENSEÑANZAS ESOTÉRICAS Es sabido que algunas escuelas antiguas (koryu) de sable japonés poseían un trasfondo muy esotérico (del griego esoterikos, oculto, velado, arcano) y secreto (himitsu), sobre todo las vinculadas con las llamadas “escuelas de la montaña”, cercanas a los ascetas-magos yamabushi, y por tanto al chamanismo animista del shuguendo o ubasoku, y también al shinto sincrético antiguo (ko-shinto). Otras ko-ryu fueron también muy influenciadas por el ocultismo mikkyo de las escuelas Shingon y Tendai, de Kobo Daishi (Sukai) y Dengyo Daishi (Saicho). En esas dos escuelas de budismo esotérico, muy alejadas del espíritu Zen, se utilizan los sentidos por medio de cantos, música, colores, aromas, peregrinaciones en la Naturaleza (sobre todo en las montañas) complicados y largos rituales y técnicas de purificación, pletóricos de belleza, de vocalizaciones, posturas yóguicas, ritos de fuego (goma o homa) y de agua (mizu-gyo o taky-gyo) como de una forma superior de purificación y de meditación activa que permite acceder a la mente subconsciente y al Yo Superior, al “Buda Secreto” que el budismo místico llama Adi-Buda o Dai-NichiNyorai. Por medio de técnicas secretas y ritos de pase, se enseña al adepto el poder de los sonidos (mantram y cantos de sutras) junto al uso correcto de ciertos gestos mágicos de las manos (mudra) y a creaciones mentales por medio de muchas formas de visualización de aspectos y cualidades de 27

las divinidades de los mandalas del Diamante (Kongo-kai-) y de la Matriz (Taizo-Kai). Esa trilogía esotérica que une el pensamiento, la palabra y la acción o el gesto en una unidad, en una absoluta inmediatez o “aquiahoridad” es conocida como san-mitsu o “triple misterio”, equivalente al shin-gui-tai (espíritu-mente-cuerpo) de las vías marciales o al ki-ken-tai (energía-sable-cuerpo) del arte de la espada. Aun hoy en día, adaptadas al mundo actual, son escuelas absolutamente serias, de una gran belleza simbólica e iniciática y de profundidad filosófica innegable, que han demostrado su eficacia en el arte de la expansión de la consciencia a través de los siglos. Pero fue inevitable que la aplicación marcial de estos elevados conceptos esotéricos, descubiertos y trasmitidos por hombres y mujeres de gran ascetismo, virtud e iluminación, conocieran desviaciones e interpretaciones muy desvirtuadas del llamado “dharma blanco”. El estudio de la simbología de algunas de estas escuelas “esotéricas” de artes marciales, de sus prácticas, de sus invocaciones, de sus ritos, de las divinidades protectoras a las que invocan, provenientes de sus respectivos panteones, de su mantrams y mandalas, y de otras enseñanzas consideradas como muy secretas, demuestra que en realidad poseían un esoterismo más bien pobre y una prácticamente inexistente espiritualidad real. Es obvio que el objetivo primordial de esas escuelas era la eficacia física, la victoria en el combate en el campo de batalla o en el duelo a muerte (mato-shiai) y para ello recurrían también al ocultismo, con frecuencia negro, por medio de hechizos, invocaciones, uso de ciertos signos mágicos de las manos y precarios símbolos esotéricos inscritos en la armadura, el casco (kabuto) o en la hoja del katana, junto a sortilegios extraídos de antiguos grimorios, aliados a la estrategia y a la técnica marcial. Se buscaba, en suma, la persuasión, el engaño, la fascinación del adversario, la ayuda del mundo invisible-no necesariamente “divino”- y el simbolismo esotérico era en realidad una aportación de soportes psicológicos que servían sobre todo para vencer el miedo en el combate y en el campo de batalla. Es evidente que se trataba de una 28

perversión clara de las enseñanzas sagradas y de los objetivos reales de los maestros del dharma. Partiendo de un núcleo de miedo y de ego, y por tanto de búsqueda de la eficacia y la victoria en el combate contra un adversario externo, la aplicación de esos textos y enseñanzas ocultistas estaban llenos de supersticiones, de sortilegios, de supercherías y otras desviaciones, mucho más cercanas a la hechicería y a la magia negra que a una genuina vía iniciática, espiritual o a veces simplemente moral. Estas tradiciones ignoran (o tal vez no) que existe una inexorable ley de reencarnación y de Karma, de causa-efecto o de acción-reacción; que nuestros pensamientos, palabras y actos generan hondas multi-dimensionales, sinérgicas, holográficas y profundamente homeopáticas (lo similar atrae a lo similar) en el “tejido conectivo cósmico” (akasha); que el Universo es un sistema de reflejo, de causa-efecto, y que estas causas regresaran como efectos a su origen como oleadas de dicha o infortunio, multiplicadas ab infinitum, y actuarán indefectiblemente en su plano de creación (físico, mental, emocional) y espacio-tiempo oportunos. Por la ignorancia de esta y otras leyes cósmicas, a nivel espiritual el hombre de hoy en día, sobre todo el del llamado “primer mundo” y tal vez por causa de las religiones organizadas, es prácticamente un analfabeto. En cuanto a ciertas escuelas clásicas de Oriente, los estudiantes occidentales deberían ser extremadamente prudentes al iniciarse en tales enseñanzas, pues a menudo, y a pesar de su atractiva imagen externa, no surgen del Dharma Blanco, de la Sagrada Luz de la Tradición Primordial, sino de campos energéticos de muy dudoso origen, con frecuencia de egrégores (campos vibratorios, mórficos o morfogenéticos, para utilizar una terminología científica actualizada) muy antiguos, a menudo en descomposición, creados con harta frecuencia por las mentes enfermas y malignas de instructores psicópatas y en ocasiones de perversos samuráis expertos en diversas artes marciales muy destructivas y nefastas, que esgrimían desde su resentimiento, desde su congénita maldad, desde su odio visceral a la Humanidad, desde su envidia, desde su codicia, algo que es visible a simple vista en la 29

estructura misma de sus técnicas. A menudo esas escuelas enseñan a sus discípulos (erróneamente o a consciencia) a hacer uso de “hara” (el llamado “cerebro abdominal”), lo que en realidad es un grave error desde el punto de vista esotérico y metafísico, que jamás sería recomendado por un verdadero experto, un maestro espiritual, de meditación o un versado yogi. Esta grave equivocación de base es la consecuencia, una vez mas, de una equivocada o tal vez, una concientemente pervertida interpretación de una enseñanza proveniente de la India a través de la ciencia de los chakras o Laya Yoga, fatalmente adaptada a las vías marciales. La ciencia de los chakras es un yoga superior procedente de una milenaria enseñanza de la evolución de la consciencia, que sin embargo concede precaria o casi nula importancia a ese y a otros centros sub-diafragmáticos, considerándolos de tendencia material, animal, sensual e instintiva, y por tanto gravitacionalmente negativos, muy peligrosos y proclives a toda suerte de desórdenes físicos y psíquicos, por excitación, sobrecarga o congestión. El desarrollo de la energía del Hara, de tendencia negativa y cristalizante, tiene fatídicas consecuencias, entre otras visibles: diversas enfermedades físicas y psíquicas (incluso tumores y cánceres) una tendencia notable al egocentrismo, al narcisismo, a la acritud del carácter, al fanatismo y al fundamentalismo (la “ultraortodoxia” de algunas escuelas y sistemas de la actualidad es un claro ejemplo) al egoísmo y al individualismo exacerbado. Muchos practicantes y conocidos expertos evidencian síntomas claros de la hipertrofia de ese centro subjetivo, claramente visibles en sus explosiones de cólera, en su tendencia a la lascivia, a la coprolalia, a la negativa incontinencia verbal (por estar relacionado con el centro laríngeo al que influye muy negativamente), que produce a su vez tendencia a la crítica destructiva, a la injuria, la delación, la traición y la calumnia; a la codicia material, emocional o intelectual, a la agresividad, la violencia, procedente con seguridad del miedo crónico y patógeno, e incluso a estados de gran ansiedad y de pánico, y por fin, a la exacerbación de los deseos compulsivos y obsesivos que 30

son la antesala de la posesión. Y ésta “posesión” rara vez esta se trata de un “Kami-Gakari” una “posesión divina”, por parte de una entidad angélica o sobrehumana, que muy difícilmente utilizará una vía semejante para expresarse, como fue el caso de Morihei Ueshiba, fundador del Aikido (tras mas de cincuenta años de meditación, oración, practica, purificación y gran sufrimiento personal) y otros sabios e iluminados personajes de la historia esotérica, sino mas bien de entidades sub-humanas procedentes de los planos astrales inferiores. En cuanto al “hara”, recordemos el antiguo axioma hermético que dice: “la energía sigue al pensamiento”, y que el pensamiento- según la alquimia- es de naturaleza casi fluídica, y una vez emitido, existe, y va a nutrir de energía y sobre-alimentar de prana, shakty, ki, espíritus vitae, los centros o chakras que tengamos mas desarrollados (generalmente los inferiores) con todas sus consecuencias, por la ductilidad con la que esta energía encuentra un camino fácil, descendente y negativamente gravitatorio. Algún día quedará demostrado que la “doctrina del Hara” (haragei) está profundamente equivocada, y que ha sido la causa de no pocos crímenes y grandes males, enfermedades e ignominias para la Humanidad. Desafortunadamente, esa enseñanza, tergiversada o tal vez manipulada, ha contaminado a las artes marciales y a ciertas vías semiyógicas de tantrismo hinduista y taoísta (del llamado “sendero izquierdo”) con numerosos errores, semi-verdades y rotundas falsedades, cuyas consecuencias son grandemente visibles en el carácter vehemente, egocéntrico, explosivo y virulento de muchos de los llamados “maestros”. Ninguna enseñanza seria y verídica, tradicional en el sentido iniciático, ningún verdadero instructor, oriental u occidental, ya sea de meditación, de los diferentes yogas 31

o las vías marciales superiores, recomendará jamás concentrarse durante la práctica o la meditación en el vientre o cualquier punto por debajo del diafragma, sino, por el contrario, en los centros superiores del corazón, entrecejo o coronilla. Recordemos que en la Tradición occidental se sitúa la “sede del alma” en el centro de la cabeza, es decir, en la glándula pineal (hipófisis) como afirmaban René Descartes y Leonardo da Vinci y que la metafísica yógica o budista la localiza a veces en la cabeza o en el ventrículo izquierdo del corazón. Nunca deberían confundirse estas nuevas versiones de una espiritualidad aburguesada, falseada, profundamente materialista y de cartón piedra, en las que todo vale con tal de recabar dinero, fama o poder, con las grandes enseñanzas del sufismo islámico, del Vedanta hindú- también en la versión del budismo Zen de la mano de un verdadero maestro de meditación- de la Kalachakra tibetana o de la gnosis cristiana. No cesaremos de recomendar a los estudiantes amantes de la tradición oriental, que se vinculen directamente con las “escuelas madres” de esas tradiciones sagradas, y que adopten una aptitud de máxima prudencia y sentido común hacia todo lo demás. Pero también que investiguen seriamente en la extraordinaria riqueza de la Gran Tradición Occidental, en la alquimia interna, la astrología esotérica, la Kábala, el simbolismo de la arquitectura sagrada, la iniciación caballeresca, la Gnosis esotérica cristiana y el hermetismo en sus múltiples facetas, todas ellas tradiciones inocuas, bellísimas, profundas, reveladoras y muy vivas y poderosas herramientas para la elevación de la consciencia -a pesar de la persecución y de la hoguera inquisitorial- absolutamente compatibles con una práctica marcial ascética y rigurosa, como es -o debería ser- el arte del sable, antes que adentrase en desconocidos bosques y laberintos metafísicos “orientales” que en general pueden traer fatales consecuencias físicas y psíquicas, a corto o largo plazo, y no solamente sobre uno mismo, sino sobre nuestras relaciones sociales y familiares. Otras escuelas, sin embargo, poseen una profunda espiritualidad, pues emanaron de maestros verdaderos, de hombres y mujeres puros, de vida sencilla, a menudo pobres, 32

humildes, castos, compasivos y profundos meditantes; de gran sabiduría, inteligencia e iluminación, que enseñaban desde un núcleo interno de inteligencia viva, de “implacable lucidez”, de amor, compasión activa, belleza, idealismo e iluminación. Cuyas vidas fueron un verdadero ejemplo de dedicación a los demás, de sacrificio del egoísmo, de purificación y de amor redentor al prójimo. La vinculación espiritual con tales escuelas santas de artes marciales y con el “alma inmortal” de sus maestros fundadores, es una auténtica y constante bendición para nuestras vidas y generadora de muy buen karma.

KEN-JUTSU, LA ESGRIMA JAPONESA La práctica del combate (shiai) con un sable auténtico rápidamente se convertía en demasiado peligrosa para el entrenamiento marcial, por esta razón fue ideada una forma de combate con sables de madera llamados bokutoh, boken o simplemente ken, y mas tarde con uno hecho de láminas de bambú o shinai (shin-ai: “unidad del espíritu”). Aún en la actualidad pueden adquirirse replicas perfectas de estos viejos sables de madera, algunos de ellos muy extraños y sofisticados, que nos hablan de la profundidad y la especialización de las enseñanzas de cada escuela, en la entrada de los templos de las antiguas aldeas y pueblos japoneses donde existía una escuela y un santuario dedicado a una divinidad del sable relacionada con el ryu. Los combates de antaño con uno de estos sables de madera, revestidos con una precaria armadura de tejido acolchado, de láminas de bambú, llevados al límite mismo entre la vida y la muerte, permitían a los adeptos del arte de la espada la vivencia casi real de todas las formas posibles de un duelo (recordemos que en aquellos días las artes del bu-jutsu eran utilizadas como una forma de 33

supervivencia) con un mínimo de riesgo para la integridad física. El uso de una sofisticada armadura mejoró la practica y alejó el riesgo, y con el tiempo fue evolucionando hasta el bogu del kendo actual, cuyo origen se debe al gran maestro Yamaoka Tesshu, un personaje legendario, maestro Zen, poeta, excelente pintor y calígrafo, creador de la escuela Muto-Ryu (“del-sable-sin sable”) considerado el mayor experto de la historia, como mas adelante veremos. Hasta tal punto se hizo popular entre los samurai esta forma de entrenamiento, que el uso del sable de madera llegó a ser en las manos de un experto, tan peligroso como el propio katana. Tanto es así, que desde el siglo IX hasta el final de la era de los Tokugawa podemos encontrar más de doscientas escuelas o ryu de ken-jutsu, aunque en total se calcula que el número se acercaría a quinientas. Evidentemente, pocas de estas antiguas ko-ryu se han mantenido hasta nuestros días, ya que en su mayoría eran celosamente guardadas por clanes familiares y heredadas de padres a hijos, tanto que han llegado a desaparecer en su propio secreto por falta de una continuación hereditaria, o porque proviniendo de zonas rurales se extinguieron al emigrar los jóvenes a las ciudades. Las antiguas escuelas de sable, como la Onno Ito Ryu, Nakanishi-Ha-Itto Ryu, Kashima-Shinto–Ryu, Asayama IchidenRyu-Heiho, Jyki-Shinkege-Ryu, Kurama-Ryu, Maniwa-Men-Ryu, Yagyyu-Shinkage-Ryu o otras muchas tradiciones antiguas, especializadas en batto-jutsu (el arte de desenfundar el katana, más tarde convertido en iai-do) la lanza (yari) la alabarda (naguinata), el sable de madera (ken-jutsu) y el ju-jutsu, o la auto-defensa, y otras artes como el manejo de arcabuces (ho-jutsu), la natación con armadura (suijutsu), el arco de campo de batalla (kyu-jutsu), la estrategia en la defensa y construcción fortificaciones. Otras se esfuerzan por conservar la pura tradición marcial de los orígenes y algunas de ellas han sobrevivido debido al interés despertado en intelectuales, universitarios y estudiantes occidentales. Todas estas escuelas trasmiten su saber codificado en forma de kata, ritualizado, coreografiado, en solitario o por parejas y nunca permiten el combate libre, por considerarlo perturbador de la calma 34

mental, desvirtuador y degenerante de la pureza original, al igual que las escuelas superiores de artes marciales más modernas. En la actualidad es más fácil entrar a formar parte de una de las escuelas mas populares, pues muchas de ellas optaron por abrirse al mundo exterior antes que desaparecer para siempre, y otras han sido asimiladas al kendo y al Iai-do deportivo. Sin embargo, existen otras escuelas muy clásicas por fortuna de muy difícil o casi imposible acceso, en las que no se entra a cambio de dinero o de recomendaciones, sobre todo por ser Tesoros Nacionales o por que sus sokes (herederos) y senseis (“nacidos-antes”, profesores o instructores) son maestros de gran honestidad y pureza de carácter, diestros en el arte, que todavía creen que el estudiante debe pasar por un inevitable periodo de prueba y purificación antes de transmitirle el okuden (enseñanzas secretas) del ryu. Otras, sin embargo, no permiten la entrada a gaijins (extranjeros) por no necesitar nuevos alumnos, por desconfianza- a menudo justificada- o simplemente por ser muy conservadoras y tradicionalistas. En especial para los occidentales ha sido muy difícil entrar a formar parte de la antigua tradición de una escuela como la Tenshin Shoden Katori Shito Ryu del gran maestro Lizasa Choisai Hienao, de la que ahora existen diversas ramas, o la Mujushin-Ryu de Harigaya Sekiun.

IAI-JUTSU, LA VIA DEL SABLE

“El espíritu del Iai es puro como una hoja suave. El espíritu del Iai, es neto y preciso como su filo. El espíritu del Iai, Es recto y poderoso como el aliento de su tajo.” Risuke Otake 35

La vida del hombre de armas de aquella época no debía ser fácil- y menos aún de la población civil- ya que obligaba a una constante vigilancia, rayana en un estado alterado de consciencia, de obsesión, de neurosis o incluso de paranoia, que a la vez aportaban a los espadachines ciertas capacidades semi-paranormales de intuición, pues el menor error solía traer fatales consecuencias, no sólo la muerte, sino la amputación o la parálisis de por vida. Conceptos tales como control de mente, de las reacciones emocionales, unidos a la estrategia de combate, se hicieron absolutamente necesarios. En el campo de batalla el guerrero se despojaba de la funda (saya) y se sumergía en el ardor del combate. En el dojo o en la vida privada, las formas de entrenamiento variaban notablemente, aunque conservando siempre un sentido de “presencia en el instante” y de “realidad virtual”. Estas “formas” (kata) verdaderos psico-dramas, aun hoy en día revelan las circunstancias históricas en que se crearon, los ambientes sociales y sobre todo la mentalidad de sus creadores. Algunos kata son de gran nobleza, estética y rectitud. Tratan de indultar, de perdonar al adversario, de darle una oportunidad de remisión, de expresión de la compasión. Otros expresan cierta maldad de intención o astucia, e incluso un sentido de provocación del ataque, como era habitual en la vida cotidiana de muchos pervertidos samuráis. Algunos kata muestran un sentido exclusivamente estético, de expresión de la armonía y la belleza, otros estratégicos, y aun otros están ciertamente alejados de una realidad experimental. Algunos, en fin, son muy malignos y expresan ideas de ejecución, de decapitación ritual y hasta de asesinato. Es evidente que nunca deberían practicarse este tipo de kata ni de técnicas similares, provenientes a menudo de samuráis enloquecidos, verdaderos asesinos en potencia ¡y 36

en evidencia¡. Una vez más, recordemos que existe una inexorable ley de Karma, y que la vinculación con tales campos de energía- como ya vimos- ya que no es posible realizar tales kata sin recrear las situaciones ambientales, emocionales y psíquicas que dieron su origen, nos pone en la misma línea de reciprocidad y de “compensación cósmica” que a sus fundadores. A pesar de todo lo dicho, existe el libre albedrío y cada quien es por tanto el responsable único de sus pensamientos, palabras y actos. El samurai que se ejercitaba en el uso de la espada, sabiendo que quizá pocas horas mas tarde debería enfrentarse a un duelo a muerte, lo hacía obviamente con una visión y una aptitud de mente absolutamente seria y realista. Es preciso recordar que la historia secreta de un kata a menudo refiere y evoca luctuosos o felices hechos del pasado, situaciones reales vividas por los expertos de cada ryu, y refieren combates reales, que con frecuencia costaron la salud o la vida a muchos esgrimistas. Por ello las formas (Kata) de la practica del sable preveían la utilización del katana en cualquier posición, ambiente o circunstancia, y esta es la razón por la que en las escuelas se entrenaba las técnicas del iai en las posturas de la vida cotidiana, generalmente agachado, o bien de pie, caminando, comiendo arroz con palillos, en lugares estrechos e incluso en posición de descanso o durmiendo. Con este tipo de entrenamiento en solitario (hitorigeiko) se buscaba la escenificación realista de situaciones físicas, pero sobre todo emocionales y mentales, tratando de alejar el miedo, la ira, la cólera, el deseo de vencer o el temor a perder, en el escenario de un psicodrama gestual, de un encuentro real con la muerte. Sabiendo que un duelo podía establecerse en cualquier momento y que las posibilidades de supervivencia dependían en gran medida de la intuición, y por tanto menos de la rapidez y la precisión técnica en el gesto inicial de desenfundar el sable (nuki-tsuke) y dar el primer tajo (kiri-tsuke), que de “llegar antes” por la extensión de una aptitud de extrema “presencia en el instante”. En

el

entrenamiento

en

solitario

con

un

verdadero 37

katana (shin-ken)-algo que jamás recomendaríamos a un principiante que no lleve practicando asiduamente al menos de diez a veinte años- o un iai-to, el espadachín se esfuerza por desarrollar un muy agudizado sentido de la anticipación por intuición o “premonición” (sakki) por lo que muchos kata prevén ataques por la espalda, en la oscuridad, contra varios adversarios o en espacios estrechos. Esta sensación nefasta de amenaza y la subsecuente reacción antes de que se manifieste un ataque “visible” en una realidad hipotética, va mas allá de un simple reflejo condicionado, y se acerca mucho a una capacidad psíquica o para-psicológica que algunos célebres espadachines llegaron a desarrollar. Otros kata escenifican ataques y defensas frontales, en los que se debe siempre anticipar (sen-no-sen) al acto de desenfundar del adversario, captar su mente, su intención, su ki, antes mismo de “ver” el ataque. Al mismo tiempo, no debe existir, ni siquiera un sólo instante, la menor “apertura” (suki) o vulnerabilidad en el esgrimista. Esa idea nos habla de de “unidad reencontrada” (ki-ichi) de ósmosis, de “ser uno en la Unidad”: ai-nuke, mucho mas allá del concepto brutal y salvaje de “matarse el uno al otro” (ai-uchi). La intuición, la vigilancia y “espíritu alerta” (zanshin) están presentes en cada forma y en cada técnica, y como dicen los grandes maestros, “zanshin (la “presencia del ser”) empieza mucho antes del combate y no termina nunca”. El maestro Risuke Otake, nos recuerda: “Querer sacar el sable es la técnica del principiante. Poder sacar el sable es la técnica del experto. Ser el sable mismo es la técnica del maestro”

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Existen otras formas de anticipación, desde la básica respuesta- reacción del neófito (go-no-sen) hacia la idea mas evolucionada de “sensación” o sen, y de ahí al más avanzado sentido de ”anticipación sobre la anticipación” (sen-no-sen) e incluso al concepto muy elevado de “ser uno con el corazón del otro”, que revelaría el sentido mismo de la palabra “i-ai”: “unidad con el ser”: dejar de ser dos, volver a ser “uno”. Como enseñaba el maestro de sable, Michel Coquet: “ser el Ser, sin más, sin desear nada, sin añorar nada. “ La palabra I, en japonés, deriva de iru, y vendría a traducirse por ser o estar presente. Ai, procede de awaseru, y significa unir. Así, I-Ai, se traduciría-según Coquet sensei- por: “vía que permite, por la constante presencia en el instante, la realización del Ser”, un proceso obviamente indisociable de la meditación. Ai, también nos habla de unidad, de interrelación, de “reunión consigo mismo”, de acuerdo, de unidad con la Naturaleza y con las leyes que rigen el orden divino. El Maestro Ueshiba también lo traducía como amor, pero el amor de O-sensei era la poderosa energía que mueve el infinito y los mundos, dentro y fuera de nosotros. No es el amor emocional, visceral, apegado, sentimental, sino el amor desapegado, compasivo pero firme, positivo, luminoso y creador. O-sensei “hablaba de esgrimir desde el corazón” o proyectar el amor espiritual a través del sable. Es absolutamente necesario, pues, practicar la esgrima desde la alegría, desde la calma mental, desde el silencio de las emociones, desde la paz hermética, sin miedo, sin ira, sin esa sensación fogosa de intensa tensión mental rayana en un estado de violencia interna. El Iaido, es un arte de vida extremadamente difícil, pero no obstante, básicamente su estructura no puede ser más simple; apenas la realización de unos cuantos Kata, cuyo aprendizaje superficial puede llevarnos unos meses. Sin embargo, sabemos, como enseñan los maestros de Oriente, que el Iai es un arte sin artificio, es un acto de presencia en el instante lúcido, en el que se trata menos de seguir caminos de estética, que 39

de vivir una realidad trascendental. En el verdadero Iai, no se trata de dividir un miserable haz de paja trenzada, sino de cortar las raíces profundas del propio ego. Todas las ilusiones, los apegos y las cadenas de hierro o de oro que aprisionan al hombre en el abismo de la ignorancia, han de ser destruidas por la espada de la sabiduría y la trascendencia. El Iai, aliado e inseparable de la queda meditación, por la práctica en la soledad de sí mismo, lejos de cualquier forma de rivalidad o esteticismo, nos lleva a realizar estados progresivos de vacuidad (mushin) y nos permite la presencia pacífica y estable en medio del torbellino de una lucha ritualizada. A ese estado del ser de no identificación, de disolución de los espejismos del yo exterior, de unidad del yo profundo en la acción lo llamamos Fudoshin, la inmutabilidad, la calma y la serenidad en el Kata del Sable, y en el Kata de la vida también.

EL SABLE INTERIOR Algunas escuelas contemporáneas, como el Shintaido de Hiroyki Aoki y sus heroicos alumnos del Rakutenkai o el Kitaido de Ken Waight, han llevado valientemente, muy lejos y con gran honestidad los pensamientos y las enseñanzas de los grandes maestros del pasado, incluyendo a Morihei Ueshiba, Yamaoka Tesshu y Harigaya Sekiun. Interpretando sus textos, poemas, caligrafías y consejos, han redescubierto la belleza, la sobriedad, la alegría íntima, la sabiduría de la práctica del sable luminoso, y edificado escuelas marciales modernas que esgrimen desde el florecer del corazón, desde la espaciosidad del ser, desde el alma inmortal y divina, con una poesía vital impregnada de compasión, de amor lúcido, de consciencia despierta, de elevados principios filosóficos, espirituales, cósmicos, en la línea exacta de la natural evolución que hubieran debido seguir las venerables tradiciones marciales del pasado. Entre ellas incluimos por desgracia el joven Aikido actual, que ha dado marcha atrás en esa arriesgada investigación, y vuelto a practicar las antiguas técnicas 40

de espada que fueron diseñadas, no lo olvidemos, para matar, para destruir y provocar el sufrimiento. Las nuevas y reveladoras ryu, descubiertas a menudo a la luz de una experiencia trans-personal, a través de humildad sin reservas, de una búsqueda valerosa, solitaria, a menudo incomprendida, y de un entrenamiento mas allá de lo humano, han dado el fruto esperado de las grandes obras maestras de la Humanidad, que siempre buscan hacer del hombre un ser más feliz y más libre, en armonía con la naturaleza y el Universo que nos rodea. El arte de la espada se convierte así en un camino de disciplina de la mente, de purificar el corazón, de expresión simbólica de las sucesivas etapas de abandono del fruto de la acción y de vivencia real del ritmo y el ritmo universales. El “sable interior” es el símbolo de una actitud ante la vida, de una búsqueda santa y sincera de despertar por el proceso de la fragua y el templado del yo mortal, en las puras aguas de una realidad intemporal. Es seishin-tanren, la forja del alma, del Yo Superior, por la alquimia íntima del ser asimilada a la transmutación de la espada sagrada. Así, el arte del sable deviene una sagrada vía de reencuentro con la armonía fundamental del ser. Esta definición es quizás demasiado decir, sobre todo para los espíritus materialistas que ignoran su propia separación interior y su conflicto entre el ser real y el ego usurpador, que es causa de la gran mayoría de su sufrimiento personal, y origen de tantas -de todas- las injusticias y tragedias en el mundo. No importa la escuela o ryu que se practique, en cada una de ellas pueden ser añadidos estos elevados conceptos que los maestros de la antigüedad nos han legado como un tesoro de incalculable valor. Incluso a pesar de que el arte de la espada es practicado ahora como un complemento a otras vías, como un deporte, como un arte estético, puede ser utilizado como una vía de autoconocimiento y una forma de deshacerse de las limitaciones del ego ilusorio, condición sine qua non para alcanzar peldaños mas elevados en la vía del retorno a la armonía 41

consigo mismo. Podríamos extendernos largamente sobre otras formas de interpretar el Kata, sobre otras influencias o doctrinas que lo han impregnado a lo largo de los siglos, pero esa visión sería quizás demasiado intelectual y nos apartaría de la esencia de este arte de mejor vivir. Una técnica que en su sobrecogedora sencillez esconde una de las llaves maestras para el acceso al “Corazón de Compasión”, al verdadero amor que el budismo llama “Nuestra Verdadera Naturaleza”; al del Hombre Real, realizado, unificado con su al Yo, con el Ser, que hemos llamado alma en occidente y que es el portal del retorno a la perdida Unidad del Ser. El “sable de luz” hace de nosotros hombres libres, sin dueño, ni casta, de mente expandida, renacentista, y a la vez poetas, filósofos, artistas creadores y por fin ascetas y místicos. Los caballeros andantes, los “samurai sin señor”, los ronin, los guerreros errantes y bienhechores, encarnan todo lo que hay de bueno, justo, bello y cierto en el corazón del hombre, y son el vivo mensaje de la caballería material y espiritual: la hermandad de seres humanos que a través de los siglos han luchado por la elevación de la consciencia, la expansión del corazón y el servicio a la Humanidad afligida y doliente.

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TATSUJIN: EL HOMBRE-SABLE

“Para el Maestro del sable, por encima de la gloria, de la victoria e incluso de la propia vida, se halla la Espada de la Verdad; de la verdad que él ha experimentado y que le juzga”. Eugen Herriguel

Para adentrarnos en el estudio de la vida y de la obra de los grandes maestros de la espada, y para comprender sus sagradas y redentoras enseñanzas, debemos tener en cuenta que sus textos, sus consejos, sus poemas, sus caligrafías, provienen directamente de un elevado estado de consciencia, de una experiencia trans-personal a todo punto intransferible por las palabras; de una “revelación” interior, de una iluminación. Son fruto de su ascetismo, de su desprendimiento del yo, de su rigor, de su sufrimiento, de su compasión, de su amor santo, de su “implacable lucidez”. Estos hombres universales hicieron exactamente lo contrario de lo haría un hombre común: pusieron su cuerpo, su salud, su corazón, su arte, su inteligencia, su experiencia, su dolor, su energía, su amor, su ki, su genialidad, su iluminada compasión y su “visión”, al servicio de su alma y de su espíritu. Y no tardaron en recibir como respuesta (pues el Universo es un mecanismo de reflejo) el inagotable tesoro de una sabiduría sobrenatural más allá de lo humano. Como los textos sagrados de los alquimistas, de los hermetistas, de los santos meditantes y de los sabios guías de la Humanidad, las enseñanzas de los grandes tatsujin (“hombres-espada”) proceden directamente de un estado expansivo (tal vez incluso “explosivo”) de despertar, de un 43

mundo de luminiscencia en el alma que el cristianismo llama “Reino de los Cielos”, el hinduismo Brahma-loka, el “ Cielo Creador”, y en el Shinto “Takama-A-Hara”, el “más allá”, el paraíso líbico de los dioses (kami) y de los inmortales taoístas (Lie-Sien-Chuan). Esos no son, evidentemente, lugares físicos y tangibles, levitando sobre las nubes o allende de las estrellas, en los que sólo los ignorantes y los fanáticos -que tan a menudo van de la mano- pueden todavía creer, sino exaltados estados de consciencia expandida, re-unificada con el origen, reabsorbida en la Unidad Esencial, en “lo que éramos antes de llegar a ser”, como rezan los Upanishads. Es pues, desde un estado de meditación, de elevación de consciencia cercano a la exaltación espiritual, de humildad profunda, de gratitud sin reservas, de “anhelo de liberación en beneficio de todos los seres” (boddhichita), que debemos acercarnos a estas enseñanzas muy santas, desde una visión de vuelo de águila, de himalayista del alma, tal vez sentados y observando quietamente desde una lanzadera espacial o con una mente de astronauta de la evolución, precisamente la misma mente expandida, inclusiva y no-dual que llegaron a alcanzar esos grandes maestros. No podemos hacer descender estas enseñanzas sagradas a nuestro nivel del mar mental, a incluso más abajo todavía, sino elevarnos nosotros lo más alto posible, so pena de incomprenderlas, de convertirlas también en material fungible, o a lo peor, en una nueva capa de metal para nuestra herrumbrosa armadura egótica. En 1387, durante el reinado del shogun Asikaga Yoshimitsu, nació uno de los más grandes maestros de sable de la historia: Lizasa Choisai Ienao. Era este un hombre muy noble, culto pero modesto, amante de las artes y de las letras y partidario de la paz, que siempre se sintió atraído por la vida espiritual y que con el tiempo, se convertiría en monje budista. Una leyenda dice que en una ocasión uno de sus siervos lavó las patas de su caballo en las aguas de una fuente sagrada cerca de un santuario y que el pobre animal, tras caer presa de 44

convulsiones, murió. El maestro Lizasa creyó muy seriamente que se trataba de un grave error y que la muerte del caballo se debía a las consecuencias kármicas de la profanación del lugar santo, dedicado a la presencia de una divinidad shinto llamada Futsu Nushi No Mikoto, ángel guardián del templo Katori Jingu y santo patrón de los esgrimistas. Así, tras una vida consagrada al sacrificio, a la purificación, a la meditación y al refinamiento del carácter, habiendo llegado a ser consejero y maestro de armas del shogun Yoshimasa, pero hastiado de la decadencia de la burguesía y de la corrupción política del ambiente cortesano, del egoísmo y la barbarie que le rodeaban por todas partes, a los sesenta años de edad Lizasa Choisai decidió consagrarse a un periodo de austeridad (gyo) entrenamiento marcial y meditación de mil días (sen-nichigyo) en la soledad de los bosques cercanos al santuario Katori. Su ascesis (gyo-misogi) consistía en periodos de meditación y estudio de la filosofía budista, entrenamiento en el arte del sable y otras herramientas clásicas, ayunos y austeridades que emanaban de la tradición esotérica de la escuela Shingon y del chamanismo animista de los monjesguerreros que vivían en las montañas, los célebres Yamabushi. Se dice que al finalizar su retiro, una noche tuvo una visión de la divinidad del santuario, con el aspecto de un joven muchacho sentado en las ramas de un ciruelo. En esa ocasión, Lizasa sensei recibió la enseñanza misteriosa y secreta (okuden) de la escuela Tenshin Shoden Katori Shinto Ryu en un volumen de estrategia marcial (heiho-shinsho). Tras esa visión, creó su maravillosa vía marcial de sable, impregnada de su profunda sabiduría, de su ascetismo, de su gran compasión e “inspirada” por su visión celestial. Desde entonces, cada enseñanza de la escuela Katori Shinto es considerada como «kami-waza», una técnica de origen divino. Cuando algún estudiante o experto de otra escuela (ryu) lo desafiaba, como era costumbre en la época y en siglos posteriores, Lizasa Sensei le invitaba a tomar el té. Antes del encuentro, colocaba una pequeña esterilla sobre unos brotes tiernos de bambú, y se sentaba después sobre ellos 45

en postura de meditación, sin doblarlos ni romperlos. Los adversarios comprendían entonces que se trataba de un hombre santo, de un sennin, un asceta-yogi poseedor de grandes siddhis o poderes metafísicos, y que estaban frente un tatsujin, un verdadero maestro que había realizado la “unidad con la espada”. Algunos se retiraban prudente y silenciosamente, y otros solicitaban humildemente convertirse en sus discípulos. La escuela Katori Shinto, con una antigüedad de más de setecientos años, a diferencia de otras ryu, más relacionadas con el Zen, añadió la profundidad del pensamiento budista y el ideal de la “compasión dinámica” al arte de la esgrima tradicional. Entre los mandatos de la escuela, que tenían un gran trasfondo esotérico, se enseñaba a evitar el combate, a sentir compasión hacia el enemigo y, algo absolutamente inusual en aquella época en la que las técnicas de sable terminaban inevitablemente en verdaderos rituales de ejecución, e inverosímil incluso hoy en día: perdonar la vida, redimir al enemigo, darle una segunda oportunidad de transformación. Es de notar que los kata de la venerable escuela Katori Shinto siempre finalizan sin dar muerte al adversario, algo absolutamente inusual en el ate de la esgrima, y mas aún ¡desde hace setecientos años¡. En una época de violencia en todos los niveles sociales, de corrupción política, de latrocinio, de codicia, de avaricia, de revueltas sociales y de intrigas palaciegas (no muy distinta de la actualidad) en la que de la búsqueda de la eficacia por la vía de la astucia, de la argucia, de la delación y del engaño estaban a la orden del día, estas inconcebibles ideas constituyeron una verdadera revolución para el arte de la espada. La escuela Katori Shinto Ryu, considerada en la actualidad como Tesoro Nacional y “bien cultural de valor inapreciable”, fue la primera en permitir la entrada a gentes de toda clase y condición social. Así, no solamente nobles o miembros de la casta de los samurais, sino también hombres y mujeres del pueblo, comerciantes, trabajadores de todos los gremios y campesinos eran aceptados, transformándose en sus discípulos y muchos de ellos en grandes maestros del sable. 46

Por medio de la meditación y de una práctica marcial severa, en la que la humildad, la discreción, la ausencia de ambición, liberada del egocentrismo sutil o evidente que caracteriza y revela con excesiva frecuencia a los estudiantes (¡y a los instructores¡) poco avanzados, y una total impersonalidad, las enseñanzas del maestro Lizasa inspiraban a cuantos se le acercaban un sentimiento de paz, de compasión y de benevolencia activa. Harigaya Sekium, un gran espadachín del siglo XVII, enseñaba que no debían imitarse los movimientos de los animales ni en el pensamiento ni en la acción. Creía que esgrimir con un bárbaro instinto animal, desde la brutal selección natural, el miedo instintivo, la astucia, el odio y el resentimiento, que tan a menudo caracterizaban a las escuelas de esa época y de siglos posteriores, era un grave error. Pensaba que el arte del sable consistía en esgrimir en armonía con los movimientos de los astros, con las energías y las vibraciones sutiles de la Naturaleza. En su enseñanza, trascendía también la idea primitiva de Ai-Uchi, (cortarse o darse muerte unos a otros) hacia Ai-Nuke: ser uno con el otro. Para Sekium, el ideal era entrar en el “espacio sagrado” del oponente, que definía con la frase: “uno solamente, dos nunca“. Llegó a la convicción de que no se podía acceder a ese espacio santo por medios ordinarios, y habló entonces de la absoluta necesidad de “volver a la Unidad”, a la esencia o energía primordial (ki-ichi), contrariamente a otras escuelas que proponían la fuerza, la voluntad, la astucia o el estoicismo ante lo inevitable, como base de una evolución táctica, ya que según su experiencia, esta vía desembocaba inevitablemente en “combates bestiales”. Sekium sensei, creador de la escuela de sable Mujushinryu, fue un visionario, poeta, filósofo, hombre también renacentista, que enseñaba a sus discípulos a practicar la esgrima desde el “centro del ser”, en armonía con el movimiento mismo del Universo, con gestos relajados, apacibles, sin ritmo establecido; a ser “uno con el movimiento del otro”. Alcanzó, a través del arte sublime de la espada y tal vez sin ser consciente de ello, una cima inexpugnable e inexplorada del espíritu marcial y de la 47

evolución del ser humano. Trascendió la imagen salvaje y brutal de la búsqueda de la eficacia en el combate con espada, y creo un camino de redención, de armonía con el Universo, de paz interior y de profundo respeto por la vida. Mostró a sus discípulos, a través del arte alquímico del sable, cómo alcanzar el reino de lo sagrado. Al final de sus días, Sekium estaba convencido de que ese estado del ser era sólo accesible por la “gracia del amor” y les enseñó a sus seguidores un concepto inexpresable e incomprensible para sus contemporáneos y para otras muchas generaciones futuras: amar al enemigo.

Yamaoka Tesshu, considerado el mayor maestro de sable de todos los tiempos, nació en Edo (Tokio en la actualidad) el 10 de junio de 1836. Desde muy niño tuvo una gran atracción por la espiritualidad y aunque estudiaba confucianismo, se sentía más inclinado hacia el pensamiento Zen. Amaba escalar las montañas, alcanzar las cimas y sentarse a meditar en las cumbres, que le evocaban la imagen del espacio, de la vacuidad y de la nada. Tras una experiencia espiritual en su juventud, en la que se sintió alumbrado por la imagen del Buda de la Compasión (Kannon-Bosatsu) percibió el inmenso sufrimiento de todos lo seres como existiendo en su propio interior (“todos los seres están llorando”) y decidió dedicar su vida a la búsqueda del despertar y de la liberación. Simultáneamente comprendió que el ideal del dharma (la “justa ley “) del guerrero consistía en dar la vida por los demás y no arrebatarla; tener un espíritu de sacrificio y abnegación, llevar una existencia sobria, y aún ascética, noble siempre, que el samurai podían llegar a representar, 48

como símbolo viviente de un ser humano con espíritu compasivo, que se consagra a sí mismo y sacrificaba su existencia en beneficio de sus semejantes, de los pobres, los sometidos, de los inocentes, de los desfavorecidos y los humildes. Durante su vida, Yamaoka dio ejemplo de una filantropía y humanismo que iban más allá de lo verosímil. Vivió en una gran sencillez, y a menudo en la sórdida pobreza. Durante años su hogar apenas medía el espacio de tres piezas de tatami, y debido a su existencia miserable, uno de sus hijos murió de desnutrición. Yamaoka, aun en esa penosa situación, meditaba en postura de loto en una esquina del minúsculo habitáculo, hasta sumergirse en la vacuidad del ser. Sus biógrafos afirman que alcanzó tres veces el estado de despertar o “satori”. Hombre de valor y fuerza de carácter, se cuenta que cuando era maestro de armas y consejero del joven e impetuoso emperador Meiji, en una ocasión lo arrojó airadamente por lo suelos (dícese que incluso lo pateó) al encontrarlo ebrio, recriminándole su lamentable estado y su deshonroso ejemplo. El monarca le pidió perdón humildemente por su incalificable conducta. Era tal su nivel de destreza marcial, fruto evidente de su estado de consciencia, que al final de sus días combatía sin espada, simplemente esquivando, sonriente, los tajos de sus adversarios, que finalmente se rendían o caían agotados. El mismo se había sometido a entrenamientos inhumanos, como batirse en duelo embutido en precaria armadura de su creación ¡contra mil adversarios seguidos¡ sin descanso, sin comer y únicamente bebiendo de vez en cuando un poco de agua. Un combate libre (shiai) que podía durar hasta tres días. Pocos de sus seguidores han podido imitar a su maestro en tal hazaña física, o más bien, metafísica, e incluso se dice que algunos perdieron la vida por deshidratación y agotamiento. Tras su llorada desaparición, semejante maestría nunca ha podido ser alcanzada por nadie, y los misterios de su escuela, la Muto-Ryu o del “sable-del-no-sable”, posiblemente se hayan perdido para siempre. Su gran compasión, su sobriedad, su profunda humildad, su alegría íntima y reveladora de un alma inmensa, y su gran valor — 49

características de un tatsujin, de un verdadero maestro de la espada— dan fe de la eficacia de su sistema marcial. Considerado un calígrafo insuperable, y ya moribundo, depuso la espada y esgrimió la excelencia de su pincel impregnado de compasión, para dar vida a más de cien mil abanicos, considerados valiosas obras de arte, para que los numerosos pobres de su época pudieran venderlos y sobrevivir en tiempos de penuria y hambrunas. Tal vez a mediados del siglo XX solo otro hombre universal, el gran maestro Morihei Ueshiba, descubridor del Aikido, llegó a alcanzar un similar estado de despertar espiritual. Ueshiba O-sensei era un hombre extremadamente espiritual, un gran guerrero y un profundo asceta, que desde su juventud había adoptado como regla de vida (al igual que su maestro Onisaburo Deguchi, líder de la orden religiosa-esotérica O-Moto-Kyo) el antiguo y venerado mandato de kyokaku: “protector del oprimido y enemigo del fuerte”, al igual que algunos célebres samuráis del pasado. Más tarde, el propio Morihei adoptaría para el resto de su vida un concepto filantrópico y universalista aún superior, que define magistralmente el ideal santo de la caballería espiritual, con el que expresaba a su vez el añorado designio del tasujin, del Hombre-Sable, del hombre bueno, bienhechor, fuerte, justo y compasivo, realizado a través de arte sublime de la destreza espiritual, y por medio de la “espada de compasión airada”: Ban-Yu-Ai-Go: “protección amorosa de todo lo que existe”. A decir verdad, la esencia misma del Aikido, este sublime “Arte de la Paz”, emana de conceptos, inspiraciones, estados de consciencia e iluminación muy similares a los de Lizasa Choisai Ienao, Hariyaga Sekiun o Yamaoka Tesshu. ¡Tal vez un solo ser humano realizado a través de la vía de sable, un solo tatsujin en cada siglo, desde la edad media hasta nuestros días, sea suficiente para mostrar el camino, para desbrozar el sendero del “filo de la navaja” a innumerables buscadores del despertar. Como curiosa e inspiradora anécdota, diremos que las caligrafías de estos maestros del espíritu y del sable se asemejan tremendamente, pues poseen una casi idéntica 50

fluidez y espaciosidad; son circulares, acuáticas, sin ángulos, de un solo trazo, sin aristas, impregnadas de su profundo kokyu, de su alma o “soplo del espíritu”, de su amor sin reservas, revelando así su carácter armonioso y compasivo, su mente expandida, su consciencia esclarecida. Un mismo estado de la mente, una misma cima de iluminación alcanzada por medio de una vida de meditación, renuncia al mundo, sufrimiento personal, de implacable lucidez y de “compasión activa”.

EPÍLOGO La vía del Guerrero

“Shatha significa dolor, y shatrya, o guerrero, es aquel que libra a los hombres del dolor, una oportunidad como esta se ofrece muy rara vez a un hombre”. Baghavad Gita Por fortuna o naturalmente, una evolución del sentido de estrategia marcial (jutsu) al de vía moral o espiritual (do) se ha verificado lentamente. Es de esperar que esa evolución nos lleve aún más lejos, hacia el “sable de trascendencia e iluminación”, pues el ser humano actual es más proclive a la cultura, a la búsqueda de la paz y del despertar de la consciencia, a expandir su mente hacia otras dimensiones de existencia, hacia aquello que los místicos y los científicos llaman la “cuarta dimensión”. Pasamos así del “hombre horizontal”, prisionero del instinto, del deseo y del miedo, al “hombre “vertical”, despierto y auto-consciente. Será este el nacimiento del “hombre-espíritu” u “Hombre-Sable” que se yergue sobre las miserias, las dualidades y el dolor de este mundo, y como el florecer del loto en medio de las cenagosas y 51

fermentadas aguas, se eleva poderosamente vertical, puro, blanco, intachable, alumbrado por el radiante sol del despertar, hacia una nueva evolución de la menteconsciencia-energía. El sable, instrumento y símbolo de muerte, de ignominia, de destrucción y de inmenso sufrimiento, por el proceso de la fragua y templado que los maestros asimilan a la obra alquímica del alma, deviene “espada sátvica”, blanca, luminosa, un “sable de inmutabilidad trascendente”, y por fin, un “sable de protección”. El símbolo vivo del sable nos asiste en el sendero de la evolución, del despertar, en el mismo camino de la vida de cada día, en el sendero de purificación y de reintegración en la Obra Divina que llamamos “vivir”, por medio de la fragua y del templado, de la “alquimia sutil del ser” que hace de nosotros, prisioneros del destino, maestros del vivir consciente, hombres libres, hombres realizados, seguidores del Tao. El sable, entonces, se metamorfosea en arma de de luz, en instrumento de “poda del yo”, herramienta privilegiada con el don del discernimiento, de destrucción de la maya “el gran espejismo cósmico”, más allá del instinto, del razonamiento, hacia el universo sutil de la intuicióninspiración-revelación, y por fin, de la iluminación. Sable luminiscente que es también “espada de compasión airada”, esgrimida por los dioses, por los ángeles, por los héroes; emblema de la fuerza y el valor del corazón que nos permite adentrarnos en los oscuros bosques de la ignorancia y de sus consecuencias, el dolor y el sufrimiento de los hombres atormentados, perdidos, pero sobre todo, desamparados, divididos de su unidad fundamental, y rescatar a los seres sufrientes del abismo lúgubre de la tristeza, de la desolación y del infortunio que son consecuencia de la ignorancia y del deseo. ¡Cuán añorado y necesario es, hoy en día, en este mundo afligido de confusión, de dolor, de superstición y de corrupción del kali Yuga- la “Era Oscura”- resucitar el ideal del caballero andante, el adorado dharma shatrya, “el camino del guerrero luminoso”, defensor del inocente y azote del truhán. El sendero heroico del sanyasin o “renunciante” de la India, del baül o poeta itinerante de las orillas del Ganges, del derviche errante 52

del sufismo, o del “Noble Viajero” de la Tradición iniciática occidental. ¡Deberíamos reavivar, urgentemente, en nuestro corazón y en nuestra mente el valor simbólico de las epopeyas épicas de los héroes del Baghavad Gita, del Mahabaratha y del Ramayana, de los Caballeros de la Tabla Redonda y la Búsqueda Eterna del Santo Grial¡, y ofrecer a nuestros hijos e hijas, el quinto día, del quinto mes del quinto año de sus preciosas vidas, una espada cruciforme que les evoque el resto de sus existencias la luz y el omniabarcante poder del amor lúcido de su alma inmortal. Y a su vez, transmitirles los misterios que ese símbolo sagrado evoca en el inconsciente de los seres humanos: el valor, la humildad, la verdad, la justicia, la pureza, la alegría, la belleza y la libertad. La verticalidad, la pureza, la belleza y la inocencia del “sable de compasión airada”, del sable iridiscente que aclara e ilumina el camino, que atraviesa la “gran Ilusión Cósmica”, nos señala el “sendero de retorno a casa” y nos dirige hacia ese “Hombre Universal”, renacentista, bohemio y embriagado de eternidad, que en crisálida y desde la aurora de nuestros días nos aguarda en los confines interiores de un Universo paralelo. Pero tengamos siempre presente el antiguo axioma taoísta:

“LA HOJA DEL SABLE NO ALARGA EL BRAZO DE AQUEL QUE IGNORA LA VIRTUD”

© Carmelo Ríos

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ANEXO I: “Canto del Sanyasin” Por Swami Vivekananda

La Canción del Sannyasi de Swami Vivekananda ¡Despierta la nota! La canción que nació muy lejos, Donde ninguna mancha mundana puede nunca llegar, En cavernas montañosas y claros en lo profundo del bosque, Cuya calma ningún deseo de lujuria o riqueza o fama podría jamás romper; Donde llevó el torrente del conocimiento y la verdad, y la dicha que sigue a ambos. ¡Canta alto esta nota, Sannyasin audaz! Di: "Om Tat Sat Om." ¡Cercena tus grilletes! Ataduras que te encadenan a lo bajo, De brillante oro o más oscuras, de bajo cobre: –amor y odio; bueno y malo; y toda la multitud dual. Sabe que el esclavo es esclavo, acariciado o fustigado, sin libertad; Ya que los grilletes, aunque de oro, no son menos fuertes para encadenar. ¡Entonces quítatelos, Sannyasin audaz! Di: "Om Tat Sat Om." Deja que las tinieblas se vayan; la quimera que guía Con luz parpadeante a apilar más penumbra sobre penumbra. 54

Esta sed de vida calmada para siempre; Ella arrastra al alma del nacimiento a la muerte y de la muerte al nacimiento. Conquista todo aquel que se conquista a si mismo. ¡Conoce esto y nunca cedas, Sannyasin audaz! Di: "Om Tat Sat Om." “El que siembra debe cosechar”, dicen, “y la causa debe traer El seguro efecto: el bien trae bien; el mal, mal; y nadie escapa a la ley. Pero, quien viste una forma debe vestir la cadena.” Tan cierto, pero más allá tanto del nombre como de la forma está el âtman, Por siempre libre. ¡Sabe que tú eres Eso, Sannyasin audaz! Di: "Om Tat Sat Om." No conocen la verdad quienes sueñan tales vacíos sueños Como padre, madre, hijo, esposa y amigo. El Ser sin sexo es – ¿Padre de quién es Él? ¿Hijo de quién? ¿Amigo de quién, enemigo de quién es Él que no es sino Uno? El Ser es todo en todo –nadie más existe; ¡Y tú eres Eso, Sannyasin audaz! Di: "Om Tat Sat Om." ¡No existe sino Uno: el Libre, el Conocedor, el Ser! Sin nombre, sin una forma o mancha. En Él está mâyâ soñando todo este sueño. El Testigo, aparece como naturaleza, como alma. ¡Sabe que tú eres Eso, Sannyasin audaz! Di: "Om Tat Sat Om". ¿Dónde buscas? Esa libertad, mi amigo, este mundo No te la puede dar. En libros y templos, buscas en vano.

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Tuya sola es la mano que sostiene la soga que continúa arrastrándote. Entonces cesa el lamento. ¡Deja de asirte, Sannyasin audaz! Di: "Om Tat Sat Om." Di: ‘Paz a todos. No corre riesgo por mi nada que viva. Ni aquellos que moran en lo elevado, ni aquellos que se arrastran abajo. ¡Yo soy el Ser en todos ellos! A toda vida, aquí y allá, yo renuncio, a todos los cielos, tierras e infiernos, a todas las esperanzas y a todos los temores.’ ¡Entonces corta tus ataduras, Sannyasin audaz! Di: "Om Tat Sat Om." No prestes más atención a cómo el cuerpo vive o va. Su misión esta cumplida. Deja que el karma lo extinga. Deja que uno le ponga guirnaldas, que otro patee este cuerpo: No digas nada. No puede haber elogio ni culpa cuando el que elogia y el elogiado, el que culpa y el culpado, son uno. Entonces cálmate, Sannyasin audaz! Di: "Om Tat Sat Om." La verdad nunca viene donde residen lujuria, fama y ambición de ganancias. Ningún hombre que piense en una mujer por esposa puede ser perfecto; Ni aquel que posee alguna cosa, ni aquel a quien la ira encadena, Puede pasar a través de las puertas de mâyâ. De modo que renuncia a ellos, Sannyasin audaz! Di: "Om Tat Sat Om." No tengas hogar. ¿Qué hogar puede contenerte a ti, mi amigo? El cielo es tu techo, el pasto tu lecho, y comida lo que el azar traiga 56

–bien cocida o mala, no la juzgues. Ni comida ni bebida pueden manchar el noble Ser que se conoce a sí mismo. Como río torrencial libre siempre serás, Sannyasin audaz! Di: "Om Tat Sat Om." Sólo pocos conocen la verdad. El resto te odiará y se burlará de ti, gran ser; Pero no prestes atención. Ve tú, el libre, de lugar en lugar y ayúdalos a salir de las tinieblas, Del velo de mâyâ. Sin Temor al dolor y sin buscar el placer. Ve más allá de ambos, Sannyasin audaz! Di: "Om Tat Sat Om." Entonces, día tras día, hasta que el poder del karma sea agotado, Y libere el alma para siempre. No hay más nacimiento, Ni yo, ni tú, ni Dios, ni hombre. EL ‘Yo’ se ha vuelto Todo, el Todo es ‘Yo’ y gozo. Sabe que tú eres Eso, Sannyasin audaz! Di: "Om Tat Sat Om."

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Anexo II Código del Samurai Errante

- No tengo padres, hago de los Cielos y de la Tierra mis padres. - No tengo hogar, hago de mi propio Yo mi hogar. - No tengo poder divino, hago de la Honestidad mi poder divino. - No tengo poder mágico, hago de la Fuerza Interior mi poder mágico. - No tengo vida ni muerte, hago de la Eternidad mi vida y mi muerte. - No tengo cuerpo, hago del Coraje mi cuerpo. - No tengo ojos, hago del Relámpago mis ojos. - No tengo oídos, hago de la Sensación mis oídos. - No tengo miembros, hago de la Anticipación mis miembros. - No tengo reglas, hago de mi Auto-Protección mis reglas. - No tengo destino, hago del Aquí y del Ahora mi destino. - No tengo principios, hago de la Adaptabilidad mis principios. -No tengo milagros, hago de la Justicia mis milagros. - No tengo técnicas, hago del Vacío y de la Plenitud mis técnicas. - No tengo talento, hago del Espíritu Alerta mi talento. - No rengo amigos, hago de mi Mente mi amigo. -No tengo enemigos, hago de mi Imprudencia mi enemigo. - No tengo armadura, hago de la Compasión y de la Rectitud mi armadura. 58

- No tengo Castillo, hago de la Sabiduría Inmutable mi castillo. -No tengo sable, hago de la Vacuidad mi sable. (Atribuido a Arima, un samurai del siglo XIV) BIBLIOGRAFÍA

(1) Risuke Otake: “The Deity and The Sword: Katori Shinto Ryu”. Minato Researsh and Publishing Company. Tokyo, Japan. 1978. (2) John Stevens: “ The Sword of No-sword: life of máster Warrior Tesshu.” Ed. Shambhalla, Boston, 2001. (3) “Sword and Spirit, clasical warrior traditions of japan” editado por Diane Skoss. Koryu Books, Berkeley, New Jersey, USA 1977, (4) Donn F. Draeger: “ Comprenhensive Asian Figting Arts” Kodansha International, Tokyo 1969. (5) Donn F. Draeger: ”Classical Budo”. Weatherhill, Boston, 1973. (6) Michel Coquet: “Iaido, l´art de Trancher L´Ego”. Ediciones L´Or du Temps, Grenoble, 1987. Próxima edicion en español, en Escuelas de Misterios. Barcelona. (7) Michel Coquet: “La Recherche de la Voie: Musahshugyo”. Editions Véga, Paris, 2007. (8) Michel Coquet: “Budo Esotérique ou la Voie des Arts Martiaux” . L´or du tmpes, Grenoble, 1985. (9) Michel Coquet y Carmelo Rios: “Budo Secreto”. Segunda edición, Obelisco, Barcelona, (10) Carmelo Rios: “Ronin, la Vía del Guerrero errante”. Obelisco, Barcelona (tercera edición). (11) Carmelo Rios: “El espíritu de las artes marciales” Obelisco, Barcelona, (12) Donn F. Draeger : “Clasical Bu-Jutsu”, Weatherhill, Boston, 2007. (13) “Koryu Bujutsu”; editado por Fiane Skoss, Koryu Books, Berkeley, New Jersey, USA 1995. 59

(14) Risuke Otake: “ Katori Shinto Ryu, warrior Tradition”. Koryu Books, Berkeley, New Jersey, USA 2007. (15) Stephen Turnbull: “ Samurai, The story of Japan´s Noble warriors”, Collins and Brown, Londres, 2004. (16) Michel Random: “les Arts martiaux ou l´esprit des Budo”, Fernand natan, 1989. (17) Richard Storry: “The way of samurai”, Orbis Publishing, Londres, 1978. (18) Oscar Ratti y Adele Westbrook: “Los secretos del samurai, las artes marciales en el Japón feudal”. Ed. Alianza, Madrid 1994. (19) Másayoshi Nakayima y Shigeru Nakajima: “Bugei-Ju-Happan”: The Spirit of samurai. Sugiyama publishing, Tokyo 1983. (20) John M. Yumoto: “The Japanese Sword”. Tuttle Publisging, Tokyo, 1958. (21) Leon y Hiroko Kapp y Yoshindo Yoshihara: “The Craft of the Japanese Sword”. Kodansha International, 1987. (22) Gordon Warner y Donn F. Draeger: “Japanese Swordmanship”. Weatherhill, Boston, 2007. (23) Gareth Knight: “”The secret tradition in the Arthurian Legend”. The Quarian Press. Wellinborough, Northanptonshire. 1983. (24) Ananda K. Kumaraswami.: “la doctrine du sacrifice”. Ed. Derby-Livres, Paris, 1978. (25) Ibn´Arabi: “Textos sobre la Caballería espiritual” . Ed. Edaf, Barcelona, 2006. (26) Dominique Viseux: “L´Initiation chevalleresque dans la legende artirienne”. Derby-Livres, Paris, 1980. (27) V.E.Michelet: “El Secreto de la Caballería”. Ed. Obelisco, Barcelona, 1993. (28) Al-Sulami: “Futuwa, manual de caballería sufí”. Ed. Paidos, Barcelona. (29) Paul du Breuil: “La Chevallerie et L´Orient”. Guy Trédaniel, editor. París, 1990. (30) Henry Corbin: “L´Homme et son Ange, initiation et chevallerie spirituelle”. Fayard, 2008.

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