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Jornadas Internacionales: Homenaje a Charles Tilly. Conflicto, poder y acción colectiva: contribuciones al análisis sociopolítico de las sociedades contemporáneas. Sesión: El Estado, agente de gobierno
Estado, política y acción colectiva Claves para entender los movimientos y el cambio social tras el breve siglo XX1 Pablo Iglesias Turrión2 Resumen: Tanto el surgimiento de la forma movimiento como máxima expresión del repertorio nuevo de acción colectiva como los cambios sociales que se le asocian, están vinculados históricamente a la consolidación del Estado y al desarrollo de la fase industrial del Capitalismo en las áreas centrales de la sistema-mundo. En la presente comunicación explicaremos que la dimensión soberana del Estado, central para entender la praxis política de los movimientos sociales durante lo que Eric Hobsbawm llamó breve siglo XX (1917-1989), ha sufrido mutaciones fundamentales derivadas de las transformaciones económicas y políticas del Capitalismo en los últimos cuarenta años. Defenderemos que tales mutaciones permiten hablar de un repertorio postestatal de acción colectiva como clave de comprensión de la política presente y futura de los movimientos y del cambio social. Palabras Clave: Estado, repertorios de acción colectiva, movimientos sociales, cambio social.
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Un desarrollo preliminar de las propuestas defendidas en la presente comunicación fue planteado en
nuestra ponencia “Repeating Lenin?: Del 68 a los movimientos globales” presentada en las I Jornadas de Análisis Político Crítico celebradas en Bilbao en Noviembre de 2008. 2
Profesor de Ciencia Política en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad
Complutense. Una lista completa de sus publicaciones y sus áreas de interés pueden consultarse en su website: www.iglesiasturrion.net.
1 Pablo Iglesias Turrión
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Capitalismo industrial, Estado y repertorios de acción colectiva Como señaló Immanuel Wallerstein (2000:29), la forma Estado en tanto que dispositivo político fundamental de la modernidad capitalista, no solamente representó la clave para entender la actividad de los movimientos antisistémicos (socialistas y nacionalistas) sino la de todos los actores sociales, durante los últimos dos siglos. Sin embargo, la aceleración de los procesos de integración económica y política del sistema-mundo capitalista desde principios de los años 70, abrió las puertas a nuevas formas de acción colectiva, propias de un nuevo tipo de repertorio que cabe entender como postestatal. A continuación vamos a tratar de explicar algunas de las claves para entender estas nuevas formas de acción colectiva en las que el viejo Leviatán habría perdido buena parte de su centralidad. Una de las aportaciones más notables de Charles Tilly a la investigación sobre los movimientos sociales fue desarrollar un modelo histórico-estructural de análisis de la acción colectiva. Para Tilly, las formas de acción colectiva dependen del tipo de autoridades que enfrentan actores desafiantes y del tipo de estructuras a través de las cuales se organiza el poder político. Tanto las autoridades desafiadas como las estructuras de organización para la acción se vieron históricamente modificadas por el desarrollo del Capitalismo condicionando las relaciones entre conflicto y cambio social (Tilly, 1998:37). De este modo, los dispositivos administrativos de los Estados nacionales se reforzaron paralelamente a las revoluciones industriales. Tales transformaciones modificaron los caracteres de la acción colectiva, lo que permitió a Tilly hablar del surgimiento de un repertorio nuevo o moderno de acción colectiva, distinto del tradicional o anterior a la industrialización y a la consolidación de los Estados como maquinarias burocráticas incontestadas en su ámbito territorial (Tilly, 1984). La acción colectiva de este repertorio pre-estatal o tradicional se caracterizaba por un carácter localistas (no nacional), formas poco flexibles, violentas y directas. Como ejemplos de este tipo de repertorio se suelen destacar los motines de subsistencia ante la 2 Pablo Iglesias Turrión
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subida de los precios del pan o la destrucción de maquinaria frente al desempleo. Antes del desarrollo de la forma industrial del Capitalismo y de la consolidación de Estados, la protesta social no adoptaba la forma movimiento3. Sin embargo, con la industrialización y el reforzamiento de las administraciones estatales, las formas de acción colectiva se harán modulares4, algo menos violentas (debido a la tendencia estatal a asumir, si no el monopolio, sí la hegemonía en la gestión de la fuerza armada en su territorio administrado) e indirectas a la hora de alterar las relaciones de poder entre desafiantes y desafiados (esto quiere decir que la acción colectiva no suele tener un efecto inmediato y definitivo respecto al elemento de conflicto sobre el que pretende incidir, sino que se articula en una dimensión temporal más amplia y , por lo general, imprecisa). El ejemplo más usado de este repertorio nuevo de acción colectiva es la manifestación urbana. A estos elementos configuradores de los repertorios como categorías de clasificación históricas, autores como Sidney Tarrow (2004) o Rafael Cruz (1997) les han añadido la dimensión cultural en tanto que los repertorios contienen elementos propios de una cultura política de la protesta que define lo que los desafiantes saben hacer y lo que se espera que hagan (Tarrow, 2004:59). La forma movimiento social, como conjunto de dispositivos de acción sostenidos en el tiempo, representa la expresión más compleja del repertorio nuevo de acción colectiva.
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Entre los estudios más famosos referidos a tales formas de protesta previas a la forma movimiento,
destacan trabajos como los de Rudé (1978), Edward Thompson (1989), o Eric Hobsbawm (1974) para el caso de Europa. 4
Una forma de acción colectiva es modular cuando es relativamente sencillo que se lleve a la práctica con
distintos fines en diferentes contextos y lugares.
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El Estado como límite del éxito de los movimientos sociales clásicos El movimiento, como forma compleja de acción colectiva producto de la modernidad capitalista, tiene su mejor ejemplo en las formas de organización y acción política de la clase obrera que nace y se desarrolla con la industrialización. Como han señalado varios autores (Pastor, 1991; Mess, 1998; Laiz 2002, Román 2002, entre otros), la historia de los movimientos sociales nace como historia del movimiento obrero5. Aunque el Estado, como depositario del poder soberano, es la institución fundamental de la modernidad, su organización siempre ha estado siempre sometida a las contingencias históricas y al cambio social. De hecho, en los siglos XV y XVI, la propia forma Estado representó una novedad al configurarse como el conjunto de dispositivos más eficaz para acumular y administrar el poder, condicionando el nacimiento de la política como disciplina autónoma. Lo que hizo Maquiavelo en El Príncipe fue, básicamente describir las tareas de administración de un aparato estatal. En tanto que fuente de producción y administración normativa, contenedor y generador una historia y una serie de características culturales más o menos específicas y propias, y terreno de la acción política de todos los actores, el Estado ha sido, desde entonces, la institución fundamental para comprender en todas sus dimensiones la política y la sociedad. Durante el siglo XIX, la protesta social y política se articuló en movimientos sociales. La principal característica de la acción aquellos movimientos y en particular de los movimientos obreros y nacionalistas, será su intento de conquistar el poder político estatal para la consecución de sus objetivos. 5
De hecho, el origen de la noción “movimiento social” arranca en un estudio sobre el movimiento obrero
francés publicado en Prusia por Lorenz Von Strein, a mediados del siglo XIX. Para evitar una censura que no hubiera tolerado la palabra “socialista” (Pérez Ledesma, 1994:59) Strein tituló su obra “Historia del movimiento social en Francia (1789-1850)” (Mess, 1998: 299). Por otro lado, los que a partir de los años setenta serían llamados “nuevos movimientos sociales” (que determinaron los nuevos paradigmas en los estudios sobre la acción colectiva) tenían como elemento común diferenciarse de las organizaciones del movimiento obrero tradicional.
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Wallerstein (2002:29-33) se ha referido a esta cuestión del poder político estatal al analizar en perspectiva histórica el recorrido de lo que llama movimientos antisistémicos (socialistas y nacionalistas), estableciendo una serie de características comunes en el desarrollo histórico-político de los movimientos antisitémicos, entre la segunda mitad del XIX cuando empiezan a consolidarse con estructuras de intervención política sólidas (partidos, sindicatos y eventualmente milicias armadas), y la década de los 70, cuando la descolonización política de las periferias parece llegar a su fin. Tales características comunes pueden sintetizarse como sigue. Por una parte, tanto en los movimientos de liberación nacional como en los movimientos obreros se produjeron debates en torno a si debían orientar o no su estrategia política hacia la conquista del Estado para lograr sus objetivos de transformación política y económica. Para los movimientos obreros ésta sería la línea de fractura fundamental entre marxistas y anarquistas en la I Internacional. Para los movimientos nacionalistas, el debate sirvió para separar nacionalismo cultural de nacionalismo político (el apellido de este último, como vemos, refiere su aspiración al Estadio). Como señala Wallerstein, en ambos tipos de movimientos terminaron imponiéndose los defensores de dirigir la acción colectiva hacia la conquista de los dispositivos estatales. Por otra parte, una vez que el Estado quedó definido como institución indiscutible de la interlocución política, se planteó la cuestión táctica sobre los medios (legales o violentos) para ocuparlo; el famoso debate entre reforma o revolución. Las principales organizaciones de los socialistas europeos, en general, optaron por la vía reformista, quizá con la única excepción reseñable de Rusia, donde el ala revolucionaria o insurreccionalista (los bolcheviques) de los socialdemócratas rusos, logró la mayoría en el partido desde inicios del siglo XX. Sin embargo, el éxito final de los bolcheviques en 1917, en unas circunstancias más que excepcionales, no se repitió en otros países europeos, como bien probaron en sus carnes los espartaquistas alemanes. De este modo, el proyecto socialista de revolución mundial (postestatal) quedó como inviable en términos geopolíticos. En el caso de los movimientos de liberación nacional de las
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periferias, por el contrario, la violencia política se reveló como mecanismo hegemónico para alcanzar la independencia. Por último, la tercera característica compartida por los movimientos socialistas y de liberación nacional fue su incapacidad para desarrollar la estrategia de dos pasos: conquista del Estado para llevar a cabo, después, una transformación social global. Que ni la revolución rusa ni las guerras de liberación nacional lograron alterar los dispositivos globales de funcionamiento del sistema-mundo capitalista, es una de las características históricas más destacables del siglo XX. En este sentido, puede afirmarse que en 1970 tanto los comunistas y los socialdemócratas europeos, como los movimientos de liberación nacional habían cosechado, aparentemente, un éxito notable. Europa del Este y en buena parte de Asia Oriental estaba gobernada por partidos comunistas; algunos de los países más ricos del mundo como Alemania o Reino Unido contaban habitualmente con ejecutivos
más o menos socialdemócratas y los
movimientos de liberación nacional habían logrado la independencia de sus países en un fenómeno de descolonización política sin precedentes. Sin embargo, estos viejos movimientos antisistémicos, una vez conquistado el poder del Estado, se habían quedado muy lejos de lograr las transformaciones sociales y políticas a las que aspiraban (establecer un sistema económico más justo y eficiente que el Capitalismo y acabar con la dependencia política y económica en los países periféricos). Los regímenes comunistas lograron importantes avances en su desarrollo económico y en la mejora de las condiciones de vida de la población pero, prácticamente sin excepción, fueron incapaces tanto de establecer sistemas políticos no autoritarios como de poner en cuestión un sistema económico mundial fundamentado en la acumulación de capital y la competición en el mercado global. Por su parte, los socialdemócratas europeos lograron hacer reformas que llevaron a la construcción del que sería conocido como Estado del bienestar. Sin embargo, las virtudes de aquel fueron, en gran medida, el producto de una alianza con las clases dominantes para lograr una paz social que, como se ha comprobado tras el 6 Pablo Iglesias Turrión
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desmantelamiento progresivo del welfare tras la crisis de los 70 y, en especial, tras la desaparición de la URSS, resultó ser mucho menos estable de lo que cabría esperar. En el mejor de los casos, los social-liberales no pasaron de ser gestores del Capitalismo con cierta conciencia redistributiva. Los movimientos de liberación nacional tampoco fueron capaces de alterar las estructuras económicas de explotación y dependencia que les ataban a los poderes de los poderes económicos y políticos del centro del sistema-mundo, en una posición subalterna. Puede, de hecho, afirmarse que el fin del colonialismo político abrió paso al neocolonialismo o colonialismo económico. Si tomamos el ejemplo de Cuba, donde lucha de liberación nacional, anti-imperialismo y marxismo se combinaron, vemos que, a pesar de las profundas reformas llevadas a cabo por los revolucionarios cubanos que hicieron de Cuba un modelo para América Latina en áreas como la salud o la educación, el país no dejó de ser una economía periférica, sin soberanía energética y militar (en especial tras la crisis de los misiles) basada en la exportación de azúcar y en los subsidios soviéticos. Los dramáticos cambios en la estructura económica de la isla tendentes hacia la liberalización para poder ser competitivos en el mercado mundial que tuvieron que llevar a cabo sus gobernantes tras la desaparición de la URSS, son un buen ejemplo de los límites del Estado cubano a la hora de condicionar cambios sociales estructurales. Podemos afirmar con Wallerstein que los movimientos antisistémicos clásicos tuvieron éxito en el primer paso de su estrategia (la conquista del poder del Estado) pero que fracasaron en el segundo (llevar a cabo un proyecto de transformación social global). Así, el repertorio de acción colectiva, clave para entender la política de los movimientos en los siglos XIX y XX demostró sus límites en lo que a la producción de cambios sociales se refiere.
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Globalización y agotamiento del breve siglo XX La Revolución rusa con la que se inició el breve siglo XX (Hobsbawm, 1995) quedó limitada en sus fronteras, estableciendo unas reglas de la política mundial que determinarían el resto del siglo, hasta la caída del Muro de Berlín. El breve siglo XX fue el siglo de la política de los Estados. A pesar de la intención inicial de los bolcheviques de desencadenar un proceso revolucionario mundial, el desarrollo de los acontecimientos limitó las posibilidades políticas de los movimientos antisistémicos al ámbito estatal. La política de construcción del Socialismo en un solo país y defensa de la Unión Soviética fue la clave que articuló al movimiento comunista, al menos desde el VII Congreso de la Comintern que estableció la política de Frentes Populares y la convivencia de la URSS con las democracias burguesas. La división geopolítica del mundo en áreas de influencia entre la URSS y Estados Unidos, tras la Segunda Guerra Mundial, no hizo sino consolidar esa realidad de la política fundamentada en los Estados. Sin embargo, aquella configuración de la estrategia de cambio social de los movimientos antisistémicos, basada en la conquista del Estado, empezó a agotarse con la intensificación de los procesos de integración económica y la superación del Fordismo como paradigma de organización económica, espacial y cultural del Capitalismo (Harvey 2007). En algunos de los países centrales se habló de sociedades de la abundancia y de frustración de las aspiraciones generacionales. El proceso político global con aspiraciones de cambio más relevante que acompañó a ese conjunto de transformaciones que empezaban a erosionar el orden de Yalta, fue la oleada de protestas más o menos iniciada en 1968. Como ha señalado Wallerstein las protestas del 68 se produjeron también contra los movimientos antisistémicos de la vieja izquierda, precisamente por el fracaso de la estrategia de transformación social desde el Estado (2002 [1989]:348). En este sentido, el 68 no solo fue una revolución contra la hegemonía de los EEUU y las formas de organización social del Capitalismo, sino también contra el Socialismo realmente existente y, sobretodo, contra las organizaciones y las estrategias de la izquierda clásica en los países occidentales. De 8 Pablo Iglesias Turrión
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hecho, la proliferación de grupos de izquierdistas que abrazaron el trotskismo y el maoísmo, se explica en buena medida por un intento de devolver centralidad a la cuestión de la revolución mundial. Si muchos de estos izquierdistas miraron a China fue porque la revolución cultural parecía representar un desafío revolucionario de alcance global Precisamente esa dinámica de recuperación de una perspectiva global de la lucha revolucionaria es la que explica los intentos revolucionarios periféricos como el foquismo guevarista o el panafricanismo revolucionario de Frantz Fanon, del mismo modo que la “coherencia” (Cotarelo, 2009) de los militantes de la RAF alemana, o de los weathermen norteamericanos (hijos del 68 donde los haya) tratando de llevar la guerra imperialistas al corazón de la metrópoli, iba en la misma dirección, a saber, un alejamiento de la izquierda clásica y una apuesta por la globalización de la lucha política en clave revolucionaria. Es indudable que los jóvenes europeos y norteamericanos que decidieron practicar la lucha armada en el corazón del Capitalismo nunca tuvieron muchas posibilidades de éxito; el Che moriría asesinado, víctima quizá de sus propios errores tácticos y Fanon moría en un hospital de Nueva York siendo testigo de la derrota del panafricanismo. Sin embargo, la experiencia del 68 cambió la forma en que habría de desarrollarse la acción colectiva para siempre. Desde entonces, la acción colectiva recorrió caminos distintos a la estrategia en dos pasos y a la centralidad de la clase obrera fordista en la transformación social. En los 70 y en los 80, tras los movimientos estudiantiles y las campañas por los derechos de las minorías, llegarían los NMS (ecologistas, verdes y feministas). Si hay un elemento que diferencia la estructura de los NMS respecto a las organizaciones de los movimientos antisistémicos clásicos (partido y sindicato) es el papel que se atribuye al Estado como objeto de la acción política. Mientras las organizaciones socialistas clásicas, tanto en su versión leninista como en su versión socialdemócrata, estaban concebidas para el asalto del poder político del Estado aunque fuera por diferentes medios, las estructuras de los NMS (al menos hasta el cisma de los verdes alemanes) se 9 Pablo Iglesias Turrión
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orientaban hacia una actuación en otros ámbitos sociales. Si algo puede querer decir la consigna “lo personal es político” es, precisamente, que hay política más allá del Estado. El 68 puso al descubierto el fracaso de las estrategias de transformación social desde el Estado de los movimientos antisistémicos clásicos. Si la extrema izquierda miró a China y a los movimientos guerrilleros periféricos fue porque parecían representar una posibilidad revolucionaria en un mundo pactado. Si los NMS y los movimientos de solidaridad se ocuparon de aspectos de la forma de existencia social descuidados por la izquierda clásica (el género, el medio ambiente, la sexualidad, la protección de las minorías, etc.) fue porque descubrieron que el poder de regular la vida no solo se hallaba en las estructuras administrativas del Estado. De hecho, puede afirmarse que el surgimiento de la noción “nuevos movimientos sociales” pretende describir un conjunto de movimientos nuevos en base a sus diferencias con los clásicos, precisamente al alterar la relación con el Estado. Estos nuevos movimientos rechazaban la conquista del poder estatal y las formas organizativas jerárquicas concebidas para ocupar y gestionar organizaciones administrativas como única vía de acción política. Rechazaron que los problemas de las mujeres y las minorías étnicas fueran a solucionarse en una etapa posterior a la liberación material y pusieron el acento en la politicidad de ciertos aspectos de la vida personal, yendo más allá de la noción de alienación en los procesos productivos. Hasta la victoria de los realos en Alemania, los NMS fueron un punto de referencia para el radicalismo de izquierda, al menos en Europa y EEUU. Durante los años noventa, tras la caída del Muro de Berlín, lo que se identificaba como movimientos sociales tenía ya poco que ver con los que Wallerstein llamó movimientos antisistémicos. Se llegó a pensar incluso en un crepúsculo definitivo del antagonismo político en los países del centro y en su sustitución progresiva por formas más o menos institucionalizadas de solidaridad asistencial a través de ONG´s o asociaciones humanitarias.
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En 1998, Ibarra y Tejerina señalaban sobre la emergencia de nuevos actores que operan en el ámbito de la solidaridad con los sectores menos favorecidos o marginados de las sociedades occidentales [que] …este grupo de movimientos por la solidaridad ha conseguido tal grado de expansión y tal reconocimiento social que la opinión pública tiende a confundirlos con la totalidad de los movimientos sociales…Desde la perspectiva del discurso social dominante…de los marcos centrales de interpretación y otorgamiento de sentido…estos movimientos solidarios son los verdaderos movimientos sociales (Ibarra/Tejerina, 1998:10). Sin embargo, poco después, la emergencia mediática de los movimientos contra la Globalización económica resituaría el concepto de antisistémicos como característica de la forma movimiento, esta vez en una escala postestatal.
Globalización, movimientos globales y repertorio postestatal de acción colectiva El desarrollo del Capitalismo global que acabó con una Unión Soviética incapaz de competir en el mercado mundial (Boswell/Chase-Dunn, 2000: 133-157), provocó también una tendencia a la transferencia del poder soberano desde las agencias administrativas estatales hacia agencias supranacionales de gestión y producción económica, jurídica, militar y política de tipo regional (como la Unión Europea a pesar de sus fracasos a la hora de seguir aglutinando poderes políticos) o de tipo global (como las organizaciones que heredaron el orden económico de Bretton Woods; la OMC, el FMI y el BM y, en el plano militar, la últimamente tan globalizada OTAN). Al mismo tiempo, la influencia política a través de lobbies globales de las corporaciones multinacionales no ha dejado de crecer. Aunque, históricamente, ningún Estado ha podido nunca sustraerse completamente a las dinámicas político-económicas del sistema global, en la actualidad, las limitaciones a la hora de tomar decisiones que afecten de manera seria a la economía, que pongan en cuestión el papel militar que juega ese Estado en el área geopolítica en la que se adscribe o que planteen reformas políticas que no sintonicen con su área regional de referencia, son más intensas que nunca. 11 Pablo Iglesias Turrión
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Tal conjunto de limitaciones a la soberanía ha provocado que el Estado, en tanto que interlocutor o sencillamente sujeto desafiado o a cuyo poder aspiran los diferentes actores políticos (partidos o movimientos) sea cada vez menos poderoso, aún cuando su papel siga resultando fundamental. Ahora más que nunca, son las organizaciones de gestión global las que ven aumentar su poder soberano (sin legitimación en la nación6 o mecanismo procedimental alguno), siendo los verdaderos productores de las decisiones económicas de alcance global. El primero de enero del 94, coincidiendo con la entrada en vigor del Tratado de libre comercio entre EEUU, Canadá y México, el EZLN (NAFTA), el Ejército Zapatista de Liberación Nacional iniciaba una insurrección propagandístico-militar en México. En sus comunicados, los zapatistas situaban antes al neoliberalismo que al Estado mexicano como adversario. En los años siguientes, de las redes internacionales de solidaridad con los zapatistas mexicanos surgirían los colectivos que llevaron a cabo los llamamientos a la acción global contra la OMC en Seattle (1999) y contra el FMI y el BM en Praga (2000). Desde entonces, aunque con diferente intensidad, las protestas del movimiento global contra las instituciones de gestión de la soberanía global no han dejado de producirse. En este sentido, la gran aportación de los movimientos globales ha sido dirigir su mirada allí donde esta el poder; las instituciones de gestión del Capitalismo global. A pesar de las incertidumbres de la crisis actual, los movimientos globales no tienen la fuerza que tuvieron los movimientos antisistémicos en los siglos XIX y XX, pero se han 6
La noción de Nación en su relación con la noción Estado es, sin duda, extremadamente conflictiva. Sin
embargo, nos parece perfectamente disociable del concepto de Estado (de otro modo, no habría movimientos nacionalistas cuya aspiración es un Estado). Por otro lado, la idea de nación entra de lleno en cuestiones referidas a la cultura y a las identidades. En lo que a este trabajo se refiere no tenemos demasiado interés por la noción de Nación y sí por la de Estado, en tanto que depositario de poder. Sea como fuere, desde el momento en que identificamos el poder estatal con la soberanía, está no puede residir en el Estado sin más, sino en la Nación, como históricamente se han encargado de normativizar los ordenamientos constitucionales. Por eso, cuando hablamos de poder postestatal queremos decir que se ha producido un trasvase de las atribuciones soberanas desde el Estado hacia agencias globales de gestión. Ese tipo de soberanía, que será sobre la que dirijan su acción los movimientos globales es, de alguna forma, postnacional.
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situado exactamente en el lugar clave para entender la política del siglo XXI; el espacio postestatal. Ello les ha dado cierta ventaja sobre otras agencias políticas tales como los partidos, cuyas estructuras siguen centradas en unidades administrativas muy importantes (los Estados) pero menores. No debe olvidarse que esta es una de las claves que explica las dificultades de estos agentes a la hora de influir en organizaciones regionales o globales. Si pensamos en Europa, es cierto que los partidos representados en su parlamento se organizan por tendencias, pero a nadie se le escapa la escasa relevancia de este parlamento en relación a las competencias de la Unión. En ese sentido, los movimientos globales han puesto sobre la mesa el problema de las inercias, tanto de los partidos y los sindicatos tradicionales que siguen privilegiando el escenario estatal en su actividad, como de los movimientos nacionalistas que siguen pretendiendo aspirar a la formación de un Estado como instrumento de transformación. Hemos explicado ya la distinción entre el repertorio tradicional y nuevo de acción colectiva. Consideramos que, en el periodo actual, las transformaciones del Capitalismo hacia modalidades productivas flexibles y la tendencia decadente del Estado como agencia detentadora de la soberanía en favor de instituciones de gestión global, han posibilitado formas de acción colectiva que no se dirigen al poder del Estado como principal adversario, interlocutor o instrumento para la transformación. Este es el principal desafío que han lanzado los movimientos globales al replantear algo que fue fundamental en la genealogía de los movimientos socialistas clásicos, a saber, la movilización política más allá de los límites del Estado. A día de hoy, la acción colectiva como motor del cambio social, solo adquirirá sentido en el marco de un repertorio postestatal.
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