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Etica y Familia Tony Mifsud s.j.
1.- LA SITUACIÓN DE LA FAMILIA
La familia latinoamericana está sujeta a profundos cambios. No se trata de una crisis de la familia cuanto una crisis en la familia porque por crisis se entiende justamente un proceso de ajuste y de reasignación de sentido. Por lo tanto, la palabra crisis no denota necesariamente una realidad disolvente sino más bien un dinamismo transformador y potenciador.
Entre otras causas, los procesos de industrialización y, consecuentemente, de urbanización implican un cambio de perspectiva sobre la familia y desde hace décadas se ha entrado en un proceso masivo que en estos últimos años se ha acelerado.
El proceso de industrialización ha traído, por lo menos, dos cambios fundamentales: (a) la delimitación de la familia a la pareja y a sus hijos, y (b) la desaparición del enraizamiento al suelo, otorgado anteriormente por la antigua propiedad familiar de la tierra.
Así, antes la situación de la familia estaba configurada por lo grande (en tamaño) y lo jerarquizado (en roles). Bajo la autoridad de su jefe, se unía a los hijos casados, sus mujeres y los hijos de estos hijos. El centro estaba puesto en los lazos de parentezco y en la transmisión de bienes (herencia) y tradiciones. De allí la importancia, hasta ahora, de los apellidos de familia (la raíz en el pasado). Ahora, la familia tiende a reducirse a una pareja de cara al futuro: el encuentro de un hombre y una mujer que deciden hace de a dos una historia, su propia historia. Pareja e hijos forman la llamada familia nuclear por oposición a la familia extendida de raigambre rural.
Los lazos de sangre ceden ante los lazos de amor. El simbolismo de la casa paterna, receptáculo de tradiciones, lugar sagrado donde se renuevan y refuerzan los lazos de parentezco es cada vez más invisible en el tejido de la sociedad urbana. Más que la casa de la niñez, la pareja de hoy sueña con la casa propia que van a construir en un lugar elegido por ellos.
La familia tradicional, centrada en la agricultura y en la artesanía que se nutría de ella, tenía una estructura consagrada. Al igual que la familia, la sociedad también aparece como una gran familia. En América Latina la hacienda fue la figura por antonomasia de este pasado; la hacienda era familia y ciudad al mismo tiempo. Pero, la industrialización produjo varios cambios.
El mundo del trabajo ya no es a escala familiar. La familia ya no es unidad de producción ni unidad de consumo. Los equipamientos colectivos relativizan esta función familiar. El angostamiento del protagonismo económico relativiza también el rol de la propiedad familiar y la función cultural del círculo familiar.
El tejido urbano se generaliza. Al comienzo la ciudad se asemejaba al campo y se organizaba en barrios tejidos por los lazos de vecindario y de proximidad. Luego es el campo el que comienza a imitar a la ciudad. La red de relaciones se amplía en la ciudad y se diversifican más allá de la familia. Esto hace que la gran familia que antiguamente era factor de seguridad, hoy se ve desplazada por un buen número de seguridades colectivas sin que intervengan los lazos afectivos. Una red diversificada de comunicaciones permite a organismos especializados (hospitales, hogares de ancianos, salas cunas, etc.) asumir funciones de la familia tradicional.
El rol de la mujer se modifica profundamente. Antes su vida se inscribía en una doble dependencia: la naturaleza y el varón; dependencia de la naturaleza en función de la reproducción y dependencia del varón en función de la obediencia al padre y luego al marido. El desarrollo tecnobiológico y tecnológico en general hace posible que la mujer pueda ahorrar energías que antes no le permitían desarrollar un proyecto de realización personal. Hoy la esperanza de vida se alarga, se incorpora al mundo del trabajo, las tareas domésticas y de reproducción se aligeran, etc. La técnica entra al hogar y hace menos pesado el trabajo y, por tanto, permite una mayor disposición de tiempo para sí misma.
La familia se hace móvil. A nivel geográfico, la familia queda liberada del enraizamiento local y deja de percibir los beneficios humanizantes de la pertenencia a un círculo pequeño; a nivel profesional, se da una reconversión permanente; a nivel social, se insiste en la calidad de las relaciones, se amplían las responsabilidades y crece la importancia de la formación personal permanente.
La forma de asumir la sexualidad, por parte de la familia, también cambia. En el sistema parental, el matrimonio es considerado como una institución que agrega una célula a una realidad social ya existente y pre-existente. Se enfatiza, por ello, la dimensión procreativa de la sexualidad humana. En la perspectiva conyugal, el matrimonio es, primeramente, relación interpersonal, encuentro de un hombre y una mujer para una historia común. Es el otro, la pareja y los hijos, los que adquieren centralidad, más que el colectivo social. Esto hace que la mujer ya no pueda reducirse sólo a tareas domésticas y educativas.
La familia hoy busca asegurar su autonomía. Antes el apoyo y la seguridad estaban en los círculos concéntricos de la parentela. Hoy el acento está puesto en la inevitable separación respecto de la familia de origen: asegurar la independencia de la pareja. Consiguientemente, si la pareja busca su autonomía y si la mujer busca el poder desarrollarse en su vida personal, el encuentro entre el hombre y la mujer se vuelve fuertemente individualizado. Antes la experiencia matrimonial era una de un grupo más que una experiencia
personal; por ello mismo, los valores eran objetivables y definidos como bien común de la sociedad. Hoy, en cambio, los valores del encuentro entre un hombre y una mujer, en el tejido urbano, resultan más frágiles. Hoy, la pérdida de seguridad que daba anteriormente el enraizamiento parental y la estabilidad de las instituciones, necesita ser compensado por una valoración e intensificación de la intimidad familiar.
La forma de sociabilidad en la sociedad moderna ha cambiado de un modelo comunitario (relaciones espontáneas y directas basadas en sentimiento de unidad y de solidaridad, gracias a la cercanía del cara a cara, compartiendo valores de consanguinidad, de localidad, de amistad, de creencias religiosas y morales) a un modelo de sociedad (relaciones basadas en lo funcional y en lo racional, donde la capacidad individual de deliberar consiste en reconocer la legitimidad de buscar el propio interés antes que aquellos común, y, por ello, predomina el intercambio, el contrato, el mercado).
En este contexto, la cultura moderna tiende a separar, primero, y a subordinar, después, la dimensión sustantiva o personal a la dimensión funcional. Por consiguiente, se siente cada vez más la necesidad de resignificar a la familia desde su núcleo personal y personalizante, dentro del contexto de la racionalidad urbana. Más que nunca se percibe la necesidad de la experiencia de comunidad porque el individuo, que es base de la sociabilidad humana, es un sujeto personal necesitado de reconocimiento. Justamente, es en la familia donde se recupera esta experiencia única e irrepetible de ser persona perteneciente a una comunidad.
En la familia se experimenta la vida como gratuidad sea en la dimensión amorosa como en el nacimiento de los hijos. De esta realidad nacen las experiencias que no son propias del orden funcional y que, por el contrario, apuntan a su debilidad para asegurar una vida plenamente humana.
Esto resulta de particular importancia en el contexto de la tendencia actual (matrimonio a prueba, divorcio) cuando se puede estimar que en la historia de cada persona existirán entre tres a cuatro relaciones de parejas estables y consecutivas: (a) una relación de pareja estable durante la adolescencia e inicio de la adultez (matrimonio a prueba); (b) una relación estable durante el período del desarrollo personal, laboral y profesional; (c) el establecimiento de una relación estable para la reproducción y crianza de los hijos; y (d) una relación de pareja durante la vejez.
Como consecuencia de las parejas sucesivas será la formación de familias con hijos de diferentes parejas: serán familias formadas por los hijos tuyos, míos, nuestros. Esto significa la existencia de hermanos sin ninguna vinculación de consanguinidad entre ellos.
Por último, crece la tendencia de la fecundidad y transmisión de la vida sin recurso a la relación sexual dentro de la pareja: las mujeres fecundadas con espermios de bancos, los hombres que donan gametos para fecundar mujeres, las parejas que encargan embarazos, las parejas que adoptan embriones, la fecundación de mujeres
en edad no reproductiva (postmenopausicas), y las parejas de homosexuales y lesbianas que acceden a la paternidad-maternidad vía la fecundación asistida.
2.- LA COMPRENSIÓN ÉTICA DE LA FAMILIA
La familia es el lugar privilegiado para vivir la sexualidad como lugar de nacimiento, de realización y de proyección de todo persona humana. La familia es la primera instancia donde uno nace, descubre y vive su sexualidad; pero también llega a ser el proyecto privilegiado para realizar esa sexualidad en la construcción de una familia propia. En este sentido, se puede hablar de la familia como un lugar de autoencuentro y de hetero-encuentro de la sexualidad humana.
En la exhortación apostólica Familiaris Consortio (22 de noviembre de 1981), Juan Pablo II proclama que "el futuro de la humanidad se fragua en la familia" (No 86). Esta importancia decisiva de la familia para el futuro de la humanidad no se limita al hecho biológico de la prolongación de la especie (consideración cuantitativa) sino más importante aún tiene un sentido cualitativo de la formación de la persona, siendo la familia la primera escuela y el primero modelo de sociedad para el individuo.
No es cierto que la familia sea "la tumba de la revolución" sino, por el contrario, la familia es el "rumbo de la revolución". Si por revolución entendemos la transformación de la sociedad hacia cuotas más altas de humanización y de justicia, entonces es en la familia donde el individuo capta la importancia de estos valores y la necesidad de reproducir en la sociedad lo que ha descubierto en su propia familia.
2.1. El sentido cristiano de la familia
La familia es la primera iglesia del cristiano en cuanto que descubre en la familia los primeros pasos de la fe mediante el testimonio de los padres y los hermanos. La familia es la iglesia doméstica en su doble vertiente de acogedora y misionera.
La familia es un lugar de encuentro de las cuatro relaciones básicas del ser cristiano.
* El encuentro entre esposo y esposa. La dimensión conyugal es clave para la realización de la familia. Esta afirmación no necesita ulterior justificación. Esta relación se realiza en la comunicación, la aceptación, la entrega, el respeto, la creatividad, la intimidad, la ternura, la comprensión (ver 1 Cor 13, 1 - 13). Es en este amor mutuo donde los cónyuges descubren al Dios Amor, un amor que pasa por el misterio pascual de la cruz y de la resurrección. Además, en esta relación conyugal, la relación entre el yo y el tú no se construye a partir de la negación del yo o del tú, sino se construye en la creación de una comunidad configurada por el nosotros. La negación de la alteridad sólo conduce al espiral de la
dominación y de la manipulación, mientras que el respeto de la alteridad (la relación yo - tú) crea de verdad una comunión del nosotros cimentada en el amor. La buena relación conyugal es condición indispensable para vivir la paternidad y la maternidad con los propios hijos, como también en la preparación para la vejez conyugal cuando se vuelve a la vida de pareja sin la presencia de los hijos en el hogar.
* El encuentro entre padres e hijos. Este encuentro presenta sus complejidades porque los hijos son "otros" y no una mera "prolongación" de los padres. La preferencia injusta y discriminatoria por razones de salud, belleza o inteligencia destruye la unidad familiar. En la misma medida en que los padres aprenden a respetar la libertad responsable de sus hijos, también los hijos tienen que saber respetar y crear los espacios de libertad para sus padres. A veces se tienden a hablar tan sólo de la responsabilidad de los padres hacia los hijos, olvidándose de la responsabilidad que los hijos también tienen hacia los padres. En la familia, como primera iglesia, también los hijos evangelizan a los padres con tal que los hijos asuman su responsabilidad y los padres estén dispuestos a dejarse evangelizar por sus hijos.
* El Encuentro entre familia y sociedad. Muchas veces el individuo se encuentra enfrentado con dos realidades totalmente opuestas: el ambiente familiar y la realidad de la sociedad. Demasiadas veces el individuo se encuentra en una sociedad que contradice lo que ha aprendido en el seno de su propia familia. Pero la solución no es la construcción de una familia al margen de la sociedad, como un refugio contra la agresión de la sociedad, sino más bien la formación de una familia capaz de preparar al individuo para vivir en la sociedad como agente de cambio social. No se puede evadir la sociedad porque su influencia penetra la familia. Es preciso una pedagogía familiar que desarrolle el sentido crítico de sus miembros, junto con un amor profundo a la humanidad. La familia es la base de la sociedad, porque la sociedad es el conjunto de los grupos familiares. El robustecimiento de las familias tiende a lo largo a la transformación de la misma sociedad. En la medida en que la familia es un testimonio vivencial de una pequeña sociedad justa y fraternal, entonces la familia asume su responsabilidad de aportar futuros ciudadanos responsables porque lo aprendido en la familia se convierte en programa de proyección social para el país.
* El encuentro entre familia e Iglesia. La familia es la primera comunidad de creyentes, la primera comunidad de base donde el individuo encuentra el espacio para compartir y crecer en la fe. El rol protagónico de la familia en ser centro de evangelización para sus miembros se extiende hacia fuera para ser luz en el mundo. La presencia de todos los miembros de la familia es imprescindible para la misión de la Iglesia. ¿Cómo se puede anunciar a la Iglesia como familia de creyentes cuando es patente la ausencia familiar dentro de la misma Iglesia? Pero es también imprescindible que la Iglesia, en cuanto jerarquía, esté siempre abierta a los aportes, las preocupaciones, los problemas y los desafíos que se presentan a la familia.
2.2. La familia como proyecto de vida
La familia se construye día tras día. La familia no constituye un hecho estático sino se va construyendo paulatinamente.
El ideal de la familia tiende hacia la de ser un centro de comunión y participación, ya que la familia se construye entre todos sus miembros y es tarea de todos sin excepción. Justamente, en cuanto realiza esta comunión y participación llega a ser el reflejo de la comunidad divina, el misterio de amor, entrega y unión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu.
En la sociedad moderna, la familia tiene la responsabilidad ética de vivir el ser por sobre del tener, la solidaridad frente al individualismo, el compartir frente a la mera acumulación de bienes, la participación frente a la competividad, la creatividad frente a la pasividad y la apatía, la responsabilidad frente a la manipulación, la opción frente a la indecisión y el capricho, el sentido de la alegría, de la fiesta y de la esperanza frente al desencanto deprimente que hunde al ser humano.
¡Si el hijo no aprende estos valores dentro del seno de la propia familia, cabe preguntarse dónde y cuándo tendrá otra oportunidad!
Juan Pablo II escribe en Familiaris Consortio (1981): "Aun en medio de las dificultades, hoy a menudo agravadas, de la acción educativa, los padres deben formar a los hijos con confianza y valentía en los valores esenciales de la vida humana. Los hijos deben crecer en una justa libertad antes los bienes materiales, adoptando un estilo de vida sencillo y austero, convencidos de que 'el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene'. En una sociedad sacudida y disgregada por tensiones y conflictos a causa del choque entre los diversos individualismos y egoísmos, los hijos deben enriquecerse no sólo con el sentido de la verdadera justicia, que lleva al respeto de la dignidad personal de cada uno, sino también y más aún del sentido del verdadero amor, como solicitud sincera y servicio desinteresado hacia los demás, especialmente a los más pobres y necesitados" (No 37).
En toda y cada familia se gesta el futuro de la sociedad; en toda y cada familia se hace presente el pasado y el futuro de un país; en toda y cada familia se forman las personas humanas, los ciudadanos concretos; en toda y cada familia se plantea el desafío urgente de encarnar el mañana de una sociedad más humana y más justa.
La sociedad civil que no protege la familia y que no busca las soluciones concretas para su crecimiento y su desenvolvimiento, simplemente marcha hacia su autodestrucción. Esta responsabilidad del Estado incluye una adecuada política educacional, una siempre más justa distribución de los ingresos, una
eficiente política de viviendas, y el asegurar unos salarios justos y suficientes para el trabajador y su familia. Todo gasto social a favor de la familia no es un costo sino una inversión para el país.
2.3. La responsabilidad social de la familia
En la exhortación apostólica dedicada a la familia, Familiaris Consortio (1981), Juan Pablo II presenta la misión de la familia cristiana en torno al eje de que la familia constituye una comunidad de vida y de amor. El Pontífice asigna a la familia cuatro cometidos principales (Nos 17 - 64):
1.- La formación de una comunidad de personas. En el amor, la familia vive, crece y se perfecciona como comunidad de personas. La primera comunidad corresponde a los cónyuges, compartiendo todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son. Esta unión es elevada a la dignidad de sacramento porque es llamado a ser signo de la fidelidad de Dios con la humanidad; por tanto, se caracteriza por la indisolubilidad y la fidelidad de esta donación mutua de dos personas. En esta comunidad familiar es preciso resaltar la igual dignidad y responsabilidad de la mujer, la misión del hombre como padre y esposo, el respeto por los derechos del niño, y la valoración de los ancianos.
2.- El servicio a la vida. Este servicio comporta la transmisión de la vida como fruto del amor y la responsabilidad formativa para con los hijos. La Iglesia se declara como decidida defensora de la vida humana, en cualquier condición o fase de desarrollo en que se encuentre, rechazando enérgicamente toda agresividad ejercida por los gobiernos u otras autoridades públicas al respecto.
3.- La participación en el desarrollo de la sociedad. La familia, en virtud de su naturaleza y vocación, lejos de encerrarse en sí misma, se abre a las demás familias y a la sociedad, asumiendo su función y responsabilidad social. El primer y fundamental aporte de la familia a la sociedad es su misma experiencia de comunión y participación. La familia cristiana está llamada a ofrecer a todos el testimonio de una entrega generosa y desinteresada a los problemas sociales, mediante la opción preferencial por los pobres y los marginados. La familia también está llamada a cooperar a establecer un nuevo orden internacional, porque sólo con la solidaridad se pueden afrontar y resolver los enormes problemas de la justicia en el mundo, de la libertad de los pueblos y de la paz internacional.
4.- La participación en la vida y la misión de la Iglesia. La familia tiene un cometido eclesial asumido por los cónyuges el día de su matrimonio en la Iglesia. Ella está al servicio de la edificación del Reinado de Dios en la historia. La familia de creyentes no tan sólo se convierte en una comunidad "salvada" sino se hace también comunidad "salvadora". La participación de la familia en la misión de la Iglesia ha de realizarse según una modalidad comunitaria, juntos, pues, los cónyuges en cuanto pareja, y los padres e hijos en cuanto familia, han de vivir su servicio a la Iglesia y al mundo. Como la
misma Iglesia, la familia cristiana tiene la responsabilidad de ser comunidad en diálogo con Dios al servicio de la sociedad.
En palabras de Juan Pablo II, "la familia cristiana, mientras con la caridad edifica la Iglesia, se pone al servicio del hombre y del mundo, actuando de verdad aquella promoción humana (...) de formar los hombres al amor y practicar el amor en toda relación humana con los demás, de tal modo que ella no se encierre en sí misma, sino que permanezca abierta a la comunidad, inspirándose en un sentido de justicia y de solicitud hacia los otros, consciente de la propia responsabilidad hacia toda la sociedad" (No 64).
2.4. El testimonio cristiano de la familia
En una situación divorcista, la familia se encuentra socialmente amenazada y cuestionada, pero también constituye un momento privilegiado para dar testimonio de nuestra fe en el amor fiel, sencillo y generoso. A mi manera de entender, este testimonio no se consigue ni se hará creíble por la imposición de leyes sino por la vivencia cotidiana y cristiana de una familia que de verdad quiere asumir el desafío de ser familia cristiana.
Mucho se habla de la crisis de la familia en la sociedad moderna, pero es preciso reflexionar más profundamente sobre el contenido de esta crisis, ya que conviene preguntarse si es la familia o el matrimonio lo que se encuentra en crisis.
A mi parecer, la familia no está cuestionada porque tiene una aceptación social y jurídica en cuanto institución que refleja la condición antropológica de la persona que necesita de una comunidad para su identidad, realización y desarrollo. Sin embargo, es la institución del matrimonio que está en crisis, no tanto como fundamento de la familia, es decir, instancia que permite construir la familia, sino en cuanto a aquellas condiciones sociales, religiosas y jurídicas que hoy la definen.
Así, surgen preguntas sobre la
aceptación del error y su expresión jurídica, la capacidad psicológica del compromiso, la mayor valoración del sexo por encima de la sexualidad, la búsqueda de la auto-realización sin referencia a la alteridad en su dimensión humana y trascendente, la validez de lo jurídico como compromiso personal e interpersonal.
Además también se puede señalar, por lo menos, dos hechos que dificultan la construcción de la familia:
1.- La presencia de una sociedad pluralista donde coexisten distintas valoraciones y visiones de una misma realidad. Así, el referente cristiano dejó de ser un polo convergente.
2.- El proceso de cambio cultural que ha significado una redefinición en la comprensión de la misma realidad. Así, se cuestiona lo que anteriormente se daba por supuesto: por ejemplo, la relación
entre familia y matrimonio, el rol de la mujer en la familia, la relación sexual como expresión de un compromiso estable en el tiempo.
Estas - y otras dificultades - convierten el discurso ético en un desafío que para algunos es considerado como un pensamiento irrelevante porque se aleja de la realidad concreta; para otros, la solución se encuentra en una aproximación legalista, elaborando normas que definen con toda claridad la situación moral e inmoral sin ninguna referencia a los matices que va introduciendo la realidad concreta.
Es del todo evidente que el discurso ético conlleva un talante profético que busca cuestionar toda situación que hiere la dignidad humana. El argumento del realismo de la realidad resulta insuficiente porque el hecho de que algo se hace no significa que este algo sea bueno o conducente a una realización auténtica de la persona humana. En este sentido, el discurso ético tiene la misión de constituir una instancia crítica dentro de toda sociedad.
Sin embargo, esto no puede significar un discurso que prescinda de la realidad. Todo testimonio resulta tal en la medida que es comprendido y comprensible por y para los otros. En este sentido, surge la pregunta sobre el cómo vivir un valor dentro de una situación determinada.
Por tanto, el ideal ético debe servir como el norte hacia donde se desea llegar. Al respecto, la presencia de una familia estable generadora de valores para enfrentar con sentido los problemas de la vida sigue siendo una condición indispensable para la construcción consistente de la persona humana.
Sin embargo, el camino que conduce a este ideal no resulta siempre fácil. En estas situaciones concretas se plantean, por lo menos, dos tareas: (a) poner todas las condiciones necesarias para hacer realidad lo éticamente deseable y (b) tener la capacidad de discernimiento suficiente para hacer realidad lo éticamente posible.
El desafío de la familia en la sociedad moderna no consiste en negar los ideales en nombre de la realidad sino en redefinir y reconstruir los ideales a partir de las nuevas condiciones que configuran la realidad actual.