FICCIONES Y YERBAS SECRETAS EN LAS COPLAS DE JORGE MANRIQUE

Francisco Torrecilla del Olmo Joaquín Calvo García FICCIONES Y YERBAS SECRETAS EN LAS COPLAS DE JORGE MANRIQUE Poco se ha insistido en el carácter pr

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Francisco Torrecilla del Olmo Joaquín Calvo García

FICCIONES Y YERBAS SECRETAS EN LAS COPLAS DE JORGE MANRIQUE Poco se ha insistido en el carácter propagandístico de la elegía manriqueña, siempre al servicio del interés sociopolítico del clan familiar de los Manrique, frente a lo mucho que se ha escrito sobre el valor poético de la misma. Los méritos líricos del texto «non cumple que los alabe,/ pues los vieron», como diría el propio poeta; pero sí cumple abundar en la interpretación sociológica de algunas de sus sextillas dobles de pie quebrado, a la luz de lo ya dicho al respecto por Julio Rodríguez Puértolas en sus diferentes análisis de la obra de Jorque Manrique (Véase Manrique, 1997; Rodríguez Puértolas, 1981 y, singularmente, Rodríguez Puértolas, 1986). Ya en su copla número 4 comprobamos que el poeta rechaza la tópica invocación a las musas de autores más o menos clásicos, según la crítica, por ser uso prerrenacentista de autores cancioneriles como Francisco Imperial, Juan de Mena y tantos otros contaminados ya de cierta cultura ajena al cristianismo medieval: Invocación Dexo las invocaciones de los famosos poetas e oradores; non curo de sus fictiones, que traen yerbas secretas sus sabores. ¿Se trata sólo de «fictiones» paganas que esconden venenos o perjuicios («yerbas secretas») bajo los deleites («sabores») de su magnífico estilo contaminado de temática· cultilsta grecolatina, la cual es considerada por Manrique contraria a lo puramente doctrinal cristiano, expuesto en la siguiente sextilla? Pensamos que hay algo más. Tal vez el poeta está pensando en que la belleza del decir poético, esos «sabores» entrañan ciertas ficcilones, esto es, mentiras y ocultaciones; de la misma manera que su propio poema -como veremos- las contiene: esas «yerbas secretas» que en cualquier composición poética conviene ocultar. En la segunda parte, de la copla número 15 a la número 24, tales ocultaciones son bien significativas. Manrique propone el recuerdo de determinados personajes contemporáneos de su padre para ilustrar el tópico del ubi sunt: vengamos a lo d'ayer, que tan bien es olvidado como aquello.

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Y, sin embargo, muchos de los personajes citados en el apartado no se nombran, es decir, no aparecen con su nombre propio. ¿Qué manera de recordarlos es ésta? En la copla 21, nuestro poeta oculta el nombre de «aquel gran condestable». Sus contemporáneos sabían que se estaba refiriendo a don Álvaro de Luna, pero Manrique rehúsa nombrarlo por no acrecentar su fama, esta vida de la memoria que sí procura aportar a su propio padre, y por eso lo presenta en la copla 25 con amplia exposición de nombre y apellido, separados por encabalgamiento para mayor realce de los mismos: el maestre don Rodrigo Manrique, tanto famoso e tan valiente.

Del condestable, y también maestre de Santiago, «maestre que conoscimos / tan privado» (valido de Juan II), por el contrario, nada hay que alabar y non cumple que dél se hable, mas sólo como lo vimos degollado.

Así pues, que lo decapitaron en Valladolid en 1453, cuando hubo caído en desgracia, es todo lo que el poeta desea reseñar. Tanta rotundidad estremece, pero no sorprende: el de Luna era enemigo del clan de los Manrique y otro miembro del mismo, el Marqués de Santillana, también lo denigró en su Doctrinal de Privados. Similar tratamiento aplica el poeta en la siguiente copla, la número 22, cuando se refiere a «los otros dos hermanos, /maestres tan prosperados /como reyes», a quienes -considerándolos tan relevantes- tampoco nombra, porque son los mayores adversarios de su familia, nada menos que Pedro Girón, maestre de Calatrava, y Juan Pacheco, marqués de Villena y maestre de Santiago, contra las pretensiones del padre del autor, quien sólo consiguió el cargo cuando Juan Pacheco murió en 1474. El propio Jorge moriría también luchando contra el hijo del marqués de Villena, Diego Pacheco, cinco años después. ¿Puede sorprendemos, pues, su aversión a nombrarlos? Tampoco que los tilde de tiranos y opresores de la nobleza de su tiempo: qu'a los grandes e medianos truxieron tan sojuzgados a sus leyes.

Si consideramos los personajes que en esta segunda parte de la elegía se citan por sus nombres, comprobamos que son aquellos que se precisan para delimitar la época histórica: «el rey don Joan» (II de Castilla) y «el otro su heredero, / don Anrique» (Enrique IV), y «los infantes d' Aragón». En· el caso de estos últimos, son nombrados para ensalzarlos, pues a ellos dedica Jorge Manrique dos estrofas, la 16 y la 17, con un tono realmente positivo y hasta admirativo:

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¿Qué fue de tanto galán, qué de tanta invinción que truxeron?

El recuerdo de aquella lujosa corte de poetas y nobles cultos que galanteaban a las damas y de aquellos ropajes elegantes con los que se adornaban ellos y ellas, envueltos en un ambiente de amor cortesano, no puede más que atraer al joven Jorge, pues él mismo compuso muchas canciones y decires de amor cortés en un momento en el que la corte, ahora de Enrique IV, ya no es tan fastuosa. Lo interesante del tratamiento del recuerdo nostálgico está en que, para simbolizar los tiempos perdidos, elige a los infantes de Aragón y ello porque, por supuesto, fueron aliados de los Manrique y en la batalla de Olmedo (1446) lideraron el bando de los enemigos de Álvaro de Luna, entre los cuales estaba su padre a quien, derrotado, el rey Juan II confiscó su villa de Paredes de Nava. Caso más interesante, en este sentido, es el de la copla 20, en la que se refiere al infante don Alonso, hermano de Enrique IV, pero también sin nombrarlo, con el rodeo de «su hermano el inocente». En esta ocasión sorprende que no lo nombre, pues el propio Rodrigo Manrique participó en 1465 en la conspiración que los nobles de su bando montaron para destronar a Enrique IV, en la llamada Farsa de Ávila. Don Alonso tenía sólo once años cuando «en su vida sucessor / le fizieron» estos señores de los que en la copla se dice: ¡qué corte tan excelente tuvo, e quánto gran señor le siguieron!

Al respecto, Julio Rodríguez Puértolas comenta en nota de su edición (1997: 183) que Es en verdad impresionante ese le fizieron (o el «Se llamó» de la versión C), ejemplo supremo de cómo nuestro poeta deshistoriza la Historia y sitúa su clan familiar al margen de lo ocurrido, cuando los Manrique participaron en todo momento en la sublevación contra Enrique IV y en la proclamación del nuevo «rey».

Impresionante, en efecto. No conviene a Jorge Manrique divulgar con galas poéticas, aupando, así, a la vida de la fama («esta vida d' onor» ), el deshonor de una derrota como la de la Farsa de Á vila, en la que su padre estuvo, por supuesto, y entre los más activos, según Mosén Diego de Valera cuenta en su Memorial de diversas hazañas: ... cerca del muro de la ciudad de Ávila se hizo un grande cadahalso, abierto, como de todas partes que allí eran por ver este acto podiesen ver todo lo que encima se ficiese, e allí se puso una silla real con todo el aparato acostumbrado de se poner a los reyes, y en la silla una estatua a la forma del rey don Enrique, con corona en la cabeza e cetro real en la mano [... ]

Los diferentes nobles que participan en la conspiración van quitando los atributos reales al muñeco de madera enlutado, por orden jerárquico, hasta que intervienen los que, junto con el

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conde de Paredes, don Rodrigo Manrique, le quitaron todos los otros ornamentos reales, y con los pies le derribaron del cadahalso en tierra y dixeron «a tierra, puto» (Valera, 1941: 99).

También dice este cronista, por cierto opuesto a Enrique IV, que los nobles le gritaban «a aniquilar, sodomita>>, entre otros insultos de tal jaez. Pues bien, nada de esto se refleja en la copla 20; ni se da ningún nombre de los conspiradores de esa «corte tan excelente» que «sucesor le fizieron» al infortunado don Alonso, muerto poco después («luego»), a sus catorce años: Más como fuesse mortal, metiole la Muerte luego en su fragua: ¡o, jmzio divinal, quando más ardía el fuego echaste agua!

Y esto entronca directamente con las coplas 32 y 33, fundamentales para el propósito que nos ocupa. En ellas nuestro poeta asegura de manera taxativa -y, por supuesto, a la luz de lo leído, embustera- que don Rodrigo cumplió con el deber del vasallaje sirviendo siempre a su señor: «nuestro rey natural» (c. 32), «su rey/ verdadero» (c. 33). ¿Por qué se insiste tanto en ello? Probablemente, para una mentalidad medieval estamos ante la auténtica piedra de toque: el de vasallaje constituía el primero de los deberes y la primera virtud de un perfecto noble feudal. Como afirma Georges Duby: Sobre esta relación afectiva [la fidelidad], generadora de derechos y deberes, descansaba la cohesión de un edificio jerarquizado hecho de hojas que se superponían; todo estaba en orden de acuerdo con las intenciones de Dios, cuando los hombres [ ... ] establecidos en éste o el otro nivel, vivían juntos en concordia, servían fiel y lealmente, a aquellos que estaban inmediatamente por encima de ellos, y recibían un servicio conveniente de quienes estaban en un nivel inmediatamente inferior. El orden aparecía constituido así sobre nociones conjugadas de desigualdad, de servicio y de lealtad [ ... ] determinadas simultáneamente por las relaciones de familiaridad que aseguraban la autoridad del jefe de la familia sobre toda la gente de su casa, por las relaciones de parentesco que subordinaban los menores a los mayores, y la generación de los jóvenes a la de los ancianos, por relaciones de vasallaje que establecían al señor por encima de quien le había rendido homenaje, y finalmente por relaciones políticas, adheridas a la jerarquía de los homenajes, a esa pirámide cuya base estaba formada por los simples caballeros, en cuya cima se encontraba el rey y en su nivel medio los barones (1987: 148-149).

Y así es, por supuesto, como desea caracterizar Jorge Manrique a su padre: un «claro varón», dechado de todas las virtudes que relaciona el historiador francés. Sin duda, tal caracterización es para el poeta el propósito fundamental de su composición, lo cual resulta evidente con sólo comprobar que a ello dedica la tercera y más extensa parte de la misma: de la copla 25 a la 40, ambas inclusive.

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Pero, en ocasiones, su propósito se le presenta arduo. Así ocurre en las coplas 32 y 33, en las que trata de negar la evidencia histórica, necesariamente conocida por sus oyentes y lectores contemporáneos; por ello el poeta recurre a testigos cuando menos sorprendentes: Pues nuestro rey natural, si de las obras que obró fue servido, dígalo el de Portogal, e en Castilla quien siguió su partido.

De pronto, el rey de Portugal, Alfonso V,. es quien paradójicamente tiene que dar fe de la fidelidad de Rodrigo Manrique a su rey natural, Enrique IV. No se entiende por qué el portugués es el elegido, siendo aliado del rey castellano, con cuya hija Juana la Beltraneja casó en 1475 al poco de morir éste. Ambos monarcas eran enemigos de los Manrique y el patriarca del clan siguió haciéndoles la guerra encarnizadamente, hasta su muerte en 1476, ahora a favor de la infanta Isabel, futura reina católica. Se trata de un sarcasmo, claro está; un intento de distanciarse de los hechos, lo cual sólo logra con la burla humorística, ante sus contemporáneos; o al menos ante esos contemporáneos miembros de su propio partido, el de los enemigos de los reyes citados, por supuesto. En caso de que el poeta esté refiriéndose a estos acontecimientos de 1475, cuando Rodrigo Manrique apoyaba las pretensiones sucesorias de Isabel la Católica al trono de Castilla, baste constatar cuál era la opinión de Alfonso V de Portugal, explicitada en ciertos carteles de batalla enviados al propio Fernando de Aragón, en los cuales el portugués acusa a los Reyes Católicos de usurpadores, por cuanto considera a Juana «legitima e natural del señor rey don Enrique» (Sesma Muñiz, 1978: 279-280). Dicho de otra manera, es como si Jorge Manrique pretendiera obviar que el rey natural de su padre era Enrique IV y, muerto éste, su sucesora Juana la Beltraneja, postulando a Isabel la Católica como su auténtica reina, que en realidad nunca fue. Así se entiende mejor la primera sextilla de la copla: E sus villas e sus tierras ocupadas de tiranos las halló, mas por

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