HISTORIA DE LA CIENCIA

HISTORIA DE LA CIENCIA PRESENTACIÓN.............................................................. 1 A MODO DE PREFACIO 1.LA ESQUIZOFRENIA DEL HOMBRE M

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CIENCIA NORMAL, REVOLUCIONES CIENTÍFICAS Y LA HISTORIA DE LA CIENCIA
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HISTORIA DE LA CIENCIA PRESENTACIÓN.............................................................. 1 A MODO DE PREFACIO 1.LA ESQUIZOFRENIA DEL HOMBRE MODERNO .................. 1 2.

EL DESARROLLO DE LA RACIONALIDAD........................... 1

ANTECEDENTES EN LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA Los PROBLEMAS CLÁSICOS.............................................. 1 4.EL FENÓMENO GRIEGO................................................... 20 5.LA ESCUELA DE MILETO..................................................2, 6.MÁS SOBRE LOS ANTIGUOS JONIOS ...............................2 7.ORÍGENES DIONISÍACOS DE LA CIENCIA......................... 31 3.

RACIONALISMO RADICAL Y PLURALISMO ........................3 9.LA UNIFORMIDAD DEL UNIVERSO ...................................41 8.

EL FLORECIMIENTO DE LA MEDICINA GRIEGA EN EL SIGLO V A. C. 4 11.LA APORTACIÓN HIPOCRÁTICA...................................... 10.

EL APOGEO DE LA CULTURA GRIEGA.............................. 5 13.UN HOMBRE QUE LO SABÍA TODO ................................. 12.

EL MÁS GRANDE NATURALISTA DE LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA 6, 15.Los CONTINUADORES INMEDIATOS DE ARISTÓTELES ....76 16.EL MUSEO DE ALEJANDRÍA.............................................7, 17.Los PERIODOS ALEJANDRINOS MEDIO Y TARDÍO ...........7' 18.LA SÍNTESIS GALÉNICA..................................................86 14.

Los AUTORES LATINOS.................................................. 9,

19.

EL FINAL DE LA CULTURA CLÁSICA............................... 101

20.

ANTECEDENTES EN LA EDAD MEDIA 1.Los

«REYES GODOS»..................................................... 106 1.EL ISLAM ENTRA EN ESCENA ......................................... 109 2.Los ÁRABES EN EL OCCIDENTE EUROPEO....................... 21.EL TIEMPO DE LA ESCOLÁSTICA Y LAS UNIVERSIDADES 12( 22.LAS REGLAS DE SAN BERNARDINO................................ 126 ANTECEDENTES EN EL RENACIMIENTO SOBRE EL AMBIENTE INTELECTUAL DEL RENACIMIENTO 128 24.LA «FABRICA» Y «DE REVOLUTIONIBUS» ..................... 135 25.OPUS NIGRUM..............................................................144 26.LA CORRIENTE IATROQUÍMICA .................................... 15: 23.

LA REVOLUCIÓN 30.DE

LA ÉPOCA DE GALILEO Y KEPLER..............................160 31.Nullius IN VERBA........................................................... 171 32.LA FILOSOFÍA EXPERIMENTAL....................................... 180 33.HARVEY Y LA CORRIENTE IATROFÍSICA......................... 184 34.Los MICROSCOPISTAS .................................................. 193 35.NEWTON COMO CULMINACIÓN DEL SIGLO XVII.............201 36.LE SIÉCLE DES LUMIÉRES..............................................211 37.MÉDICOS Y CIRUJANOS DEL SIGLO XVIII.......................218 38.LA TEORÍA DE LA COMBUSTIÓN.................................... 226 39.LA CLASIFICACIÓN DE LAS PLANTAS Y LOS ANIMALES... 233 ' ' 40.LE STYLE, C EST L HOMME............................................. 243 41.OTROS ASPECTOS DE LA BIOLOGÍA DEL SIGLO XVIII..... 253 42.EL DESARROLLO DE LA ASTRONOMÍA............................262 43.Kosmos.........................................................................270 44.PHILOSOPHIE ZOOLOGIQUE.......................................... 277 45.DISCOURS SUR LES RÉVOLUTIONS DU GLOBE............... 283 46.TEORÍA DE LOS TEJIDOS Y TEORÍA DE LOS CRISTALES 291 47.LA CIENCIA DEL SIGLO XIX........................................... 295 48.THE ORIGIN OF SPECIES............................................... 303 49.VERSUCHE UBER PFLANZENHYBRIDEN...........................312 50.CE SONT LES MICROBES QUI DIRONT LE DERNIER MOT 319 51.LA CRISIS DE LA FÍSICA TEÓRICA..................................331 52.CONCLUSIÓN ...............................................................336 CARTAS SUELTAS POSTERIORES 53.DETERMINISMO,

PROBABILIDAD E INCERTIDUMBRE......339 54.LA ESCUELA DE QUÍMICA DE BARCELONA DE COMIENZOS DEL SIGLO XIX . 343

55.LAS

DOS CULTURAS...................................................... 349 56.LA TEORÍA DEL PARADIGMA..........................................352 57.LA EPISTEMOLOGÍA EVOLUTIVA.................................... 355 58.EL TEOREMA DE FERMAT.............................................. 358 59.ORDENADORES.............................................................361 60.EL CAMBIO DE SIGLO Y DE MILENIO..............................365 61.LA CIENCIA Y LA TÉCNICA EN NUESTRA SOCIEDAD .......368 62.50 ANIVERSARIO DE LA FACULTAD DE BIOLOGÍA...........370 NOTA DEL AUTOR............................................................ 377 PRESENTACIÓN

Ramon Parés ha sido catedrático de Microbiología en la Universidad d( Barcelona hasta 1998, y posee una larga serie de distinciones profesionales, incluid( un doctorado honoris causa por la Universidad Henri Poincaré de Nancy. Entre 1995 y 2003 ha presidido la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona. A lo largo de toda su carrera profesional, Parés ha intentado hacer compatibles llamadas «dos culturas», científica y humanística, interesándose de modo especia por la historia de la ciencia. En este sentido, y siguiendo una tradición inicial por Odón de Buén a finales del siglo XIX, Parés ha impartido durante muchos años la asignatura de Historia de las Ciencias Naturales en la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona. En 1983, Parés empezó a escribir una serie de cartas sobre historia de 11 ciencia dirigidas a su hija Nuria, que entonces hacía el doctorado en la Universidad de Montpellier. Dichas cartas constituyeron el germen de este libro, que contiene dos grupos de cartas bien diferenciados. En el primer grupo (cartas 1-52), el autor recorre la historia del pensamiento occidental desde los filósofos presocráticos hasta la mecánica relativista del siglo XX. Estas cartas, escritas entre mayo d( 1983 y febrero de 1985, constituyen el núcleo central del libro, y pueden considerarse un verdadero tratado de historia de la ciencia en forma epistolar. La; diez cartas adicionales (números 53-62), escritas entre 1987 y 2002, son una especie de coda. Aunque queden al margen de la narración principal, estas cartas abordar temas científicos e históricos no tratados en las anteriores, y constituyen une continuación natural del epistolario entre padre e hija.

JOSEP CASADESÚS

Febrero 2004

1. LA ESQUIZOFRENIA DEL HOMBRE MODERNO

Barcelona, 23 de mayo de 1983 Querida Nuria, Como te prometí, hoy te escribo la primera de las cartas sobre la Historia de la Ciencia. Espero ser capaz de darte una visión global. Igualmente espero que encuentres las cartas estimulantes y divertidas. Cuando los autores clásicos se ponían a escribir, debían tener inquietudes parecidas, ya que siempre pedían ayuda a los dioses y a las musas. Hoy eso ya no estaría bien visto. A modo de introducción, hoy quisiera hablarte de lo que podríamos llamar la Ciencia y la esquizofrenia del hombre moderno. Podemos dar por supuesto que tanto tú como yo tenemos una idea bastante precisa de lo que es la investigación científica. Tanto tú como yo hemos tratado de practicarla para llegar a conclusiones objetivas, que podrán ser reencontradas fácilmente por otra persona suficientemente adiestrada, ya sea en tu campo de la Fisiología Animal o en el mío de la Microbiología. Pero hay que tener en cuenta que los hombres del pasado pretendían alcanzar el mismo fin utilizando otros métodos. Algunos consideraban que determinados fenómenos particulares eran signos de lo que había de ocurrir; los expertos en ese modo de proceder son los llamados augures y astrólogos. Estaban también los adivinos, que operaban de una forma no muy diferente, mediante estados especiales de iluminación de su consciencia. Las opiniones populares también se han formado y se forman por un camino completamente diferente del conocimiento científico. Por último, también podemos considerar que la asimilación poco crítica de los dogmas y la tradición religiosa ha servido de base a muchos conocimientos que con frecuencia se han considerado fiables y provechosos. Tengo el convencimiento de que en el hombre actual —y por tanto en nosotros mismos— siguen estando mezclados los conocimientos derivados de los diferentes métodos que acabo de mencionar. Pero supongo que estaremos de acuerdo en que hoy día el papel de los conocimientos obtenidos por el método científico es muy importante y extenso. Ahora, incluso se intentan analizar sistemáticamente por medió del método científico los dominios del conocimiento que se obtuvieron

de otra manera. En cualquier caso, cuando un tipo de conocimiento contradice lo que afirma la ciencia, uno suele ponerlo en duda. No es difícil darse cuenta de que esta hegemonía del conocimiento científico es un fenómeno reciente y que ha surgido de forma gradual. Hasta hace un siglo, los hombres que nos han precedido no tenían este patrón y todavía hoy la humanidad considerada en bloque se parece más al hombre de ayer que al que teóricamente podemos tomar como resultado de la llamada revolución científica. Nuestro universo interior sigue estando patéticamente ocupado por elementos paracientíficos. De ahí surge una característica del hombre culto contemporáneo: su incurable esquizofrenia. Esta esquizofrenia se ha radicalizado después de la revolución científica, pero de hecho ha sido un rasgo más o menos insidioso de la cultura occidental desde sus orígenes, es decir, desde que los antiguos griegos se aficionaron a discutirlo todo. La esquizofrenia comienza cuando uno cree que puede llegar a] conocimiento de la realidad por sí mismo y, al intentarlo, entra en contradicción con lo que le habían contado y con lo que creen los demás. Pienso que ves claramente cómo hay dos ideas importantes que urge meditar: la primera es el convencimiento de nuestra facultad de alcanzar la verdad; la segunda, el cambio que ha supuesto, para lograr ese propósito, la introducción de método científico. El campo del conocimiento científico está comprendido en lo que podemos considerar la realidad lógica, es decir, el conjunto formado por aquellos conocimientos cuyos contrarios son absurdos. No todas las verdades lógicas sor verdades científicas, pero todas las verdades científicas son ciertamente racionales Una característica de la realidad lógica es la de hacerse fácilmente explícita para muchos a la vez, aunque haga referencia a un dominio puramente intelectual Por ejemplo, todo el mundo ve que la suma de los tres ángulos internos de un triángulo cualquiera equivale a dos ángulos rectos, y con tanto fundamento que n siquiera Dios puede hacer que sea de otro modo, porque Dios no hace absurdos. Observa que he introducido otro concepto: el de las verdades públicas. Los conocimientos científicos y los conocimientos lógicos son verdades públicas, per( el campo de las verdades públicas es más amplio, ya que muchas veces lo que 1, gente cree no es científico ni lógico. Sólo la demostración matemática conduce a verdades absolutas e inmutables sin que ello presuponga que no pueda haber conjeturas, antiguas o aún por descubrir que sean imposibles de demostrar, ni que toda la matemática sea un sistema lógico único y completo. En cambio, todo el resto de nuestra realidad

lógica es conjetural La propia teoría científica se sostiene solamente en pruebas que se pueden aporta a su favor. Sin pruebas no hay teoría, y una teoría científica sólo puede ser aceptad cuando dichas pruebas son apabullantes, aunque nunca podrán tener la fuerza de un teorema. A continuación tenemos meras opiniones razonables, en pequeño o gran número, muy o poco aceptadas. Aquello de lo que cada uno de nosotros tiene consciencia individual puede estar comprendido en alguno de los campos de conocimiento que antes he señalado. Pese a ello, el universo individual siempre tiene algo que escapa de las verdades científicas, lógicas y públicas. Hablo de realidades en el sentido de lo que algo es, aunque sea meramente en nuestra imaginación. El esquema que viene a continuación, dibujado según el modo habitual de representar los conjuntos de la matemática elemental, puede ayudarte a entender lo que trato de expresar.

El círculo mayor comprende toda la realidad, es decir, todo aquello de lo que se puede tener conciencia. Incluye el círculo de la realidad pública, en el que se encuentra el campo de la verdad lógica. El círculo rayado representa el conocimiento científico. La realidad psicológica individual podría representarse por los casos particulares de los círculos A, B, C y D. ¿Dónde está el campo de tu realidad particular? Espero que se pueda representar mediante un círculo de tipo A o B, con una intersección con el conocimiento científico que crecerá, sin duda, cada día. Un círculo como el de tipo D, acaso diminuto, podría simbolizar en el mismo esquema, la realidad de un ratón particular. Pero no sabemos si los ratones tienen consciencia de alguna cosa.

La esquizofrenia, término que significa «mente partida», reside en el hech de que en el conocimiento individual del hombre actual hay una intersección co el conocimiento científico, pero el resto es importante e irreductible. Piensa qu en la Edad Media el hombre pretendía tener una realidad psicológica única común que coincidera con el mensaje de la Revelación, de acuerdo con las escritura y con la interpretación de la Iglesia, que lo abarcaba todo. El segundo dibuj intenta dar una imagen de esta situación. El círculo del absoluto quiere indica aquello de lo que podríamos tener conciencia todos los bienaventurados después de la muerte.

La realidad individual sería uno cualquiera de los círculos pequeños, que están inscritos en el de la Fe y tienen una intersección mayor o menor con el de 1 Razón. En otras culturas, el sentido de la sabiduría no es muy diferente y 1 singularidad tanto del fenómeno griego como de la Revolución científica puec ser representada por la irreductibilidad de toda la realidad psicológica individual, a un solo tipo de realidad permanente, ya sea la racional o la científica. Afectuosamente,

2. EL DESARROLLO DE LA RACIONALIDAD

Barcelona, 29 de mayo de 1983 Querida Nuria: Hoy me gustaría hablarte de algo que podría titularse el desarrollo de la racionalidad como prerrequisito indispensable para la generación del pensamiento

científico. La Ciencia es un fenómeno reciente en la historia de la Humanidad. La que se denomina primera revolución científica tiene como punto de partida la ejecución de Giordano Bruno en la hoguera, ocurrida en Roma el año 1600. De todos modos es muy difícil entender el desarrollo de esta revolución hasta nuestros días sin conocer sus precedentes en el seno de la cultura occidental. Para nosotros, quiero decir para los occidentales de nuestro tiempo, el fenómeno científico es inconcebible sin una etapa previa en la que se desarrolla lo que podríamos llamar «racionalidad». Ya señalé en la carta anterior que la realidad científica está comprendida dentro del campo de la realidad lógica y es inimaginable una génesis independiente. Por otra parte, el lenguaje articulado y la escritura son una etapa previa imprescindible para que la realidad lógica cobre entidad. Hoy diríamos que la racionalidad no es posible sin un mecanismo apropiado para codificar la información. De ahí que la perspectiva histórica de la Ciencia comience con el descubrimiento de la escritura, es decir, con el comienzo de la propia historia. La invención de la escritura es un hecho relativamente reciente en la historia del hombre. Constituye la etapa del Horno sapiens, con no más de 5.000 o 6.000 años. Con anterioridad el hombre fue capaz de cierta industria, que fue evolucionando lentamente. En realidad no podemos saber si hay hombres o si unos restos fósiles le pueden ser asignados mientras no conozcamos las herramientas que eran utilizadas. La prehistoria humana va ligada a la herramienta y penetra en las tinieblas del tiempo a lo largo de un periodo no inferior a los dos millones de años. Es la etapa del Horno habilis y, en este caso, como el del sapiens, la distinción es más cutural que antropológica. El lenguaje articulado y la capacidad de pensamiento conceptual que necesariamente precedieron a la invención de la escritura es un periodo difícil deprecisar, pero que no parece que pueda remontarse más allá de cincuenta mil años. Digamos pues que la infancia del hombre es larguísima; tanto que, si asignamos al hombre de hoy la edad de cien años, sólo hace tres meses y medio que sabe escribir y sólo hace seis días que sabe que la Tierra es un planeta que gira alrededor del Sol. De ahí que sea aventurado para nosotros prever el desarrollo futuro de la ciencia y su alcance sobre la vida humana. Pero volvamos a la importancia extraordinaria de codificar y recoger información. Por ejemplo, la estructura de nuestro pensamiento ha sido marcada profundamente por los llamados dualismos, que fueron establecidos por los

pensadores griegos antiguos. Viene a ser lo mismo que nuestra unidad bit de información y por tanto el dualismo representa también una pregunta que sólo admite dos respuestas que se excluyen mutuamente. Posiblemente uno de los primeros dualismos es la distinción entre lo verdadero y lo falso. Otros dualismos pueden derivarse de éste, como la apariencia y la realidad. Hay otros dualismos que también fueron establecidos por los antiguos filósofos griegos, y que tuvieron extraordinaria importancia para el desarrollo ulterior del pensamiento científico: por ejemplo, lo complejo y lo simple, es decir, lo que se puede descomponer en partes y lo que no se puede descomponer. Otro muy interesante es el orden y el caos. Fíjate que de este modo se puede empezar a pensar de la forma siguiente: los objetos de mi percepción, es decir, aquellos de los que me doy cuenta gracias a los sentidos, ¿son reales o imaginarios? ¿Forman parte de un todo ordenado o caótico? ¿Su diversidad es aparente y fuera de mis sentidos todo es más simple? Los pensadores griegos también establecieron que el mundo exterior se manifiesta a los sentidos como heterogéneo, pero que esta heterogeneidad se puede referir a dos aspectos muy diferentes: al espacio y al tiempo. Es decir, dos cosas diferentes pueden corresponder a dos lugares diferentes del mundo exterior o a dos momentos diferentes del mismo lugar. Los cambios en el orden del tiempo podrían ser consecuencia de transformación o de simple redistribución de elementos que escapan a nuestra percepción directa. Es realmente curioso cómo aparecieron algunas ideas que han resultado básicas para el conocimiento científico, como la propia idea de ley natural. La idea inicial de ley es la de un acuerdo entre unos cuantos hombres. Conocido el acuerdo, su comportamiento resulta previsible en cierta medida. Entonces se empezó a suponer que tal vez en el mundo exterior los acontecimientos eran determinados por una especie de acuerdo que sería la ley natural. Lo que llevo escrito en esta carta sin duda justifica que volvamos a hablar de los antiguos griegos en las cartas próximas. Por otro lado me gustaría que sintieras como yo una especie de encantadora fascinación por estos viejos pensadores de Grecia. Afectuosamente,

3. LOS PROBLEMAS CLÁSICOS

Barcelona, 12 de junio de 1983 Querida Nuria, Acabo de leer el borrador de la última carta del 29 de mayo. Han transcurrido bastantes días, en los que mi atención ha viajado por otros parajes, y quería, por decirlo de algún modo, retomar el hilo. Veo que es necesario que hoy me centre sobre algo que el último día sólo esbozaba y que podríamos llamar «los problemas clásicos». Los pensadores de la antigua Grecia que vivieron con anterioridad a Sócrates, constituyen sin duda un grupo de hombres memorables. La verdad es que resulta muy difícil conocer con precisión su pensamiento, porque lo que ha llegado hasta nosotros de sus obras no pasa de una colección de fragmentos, y en numerosas ocasiones de interpretación muy arriesgada. Las fuentes de estos autores son los comentarios que de ellos hicieron otros posteriores, que verosímilmente conocían sus escritos de primera mano. Entre estos últimos destaca extraordinariamente la figura gigantesca de Aristóteles, que tenía la sana costumbre de exponer, antes de sus propias ideas, las que habían tenido los filósofos precedentes sobre los mismos problemas. Naturalmente casi siempre lo hacía con un sentido fuertemente crítico,' cosa que con frecuencia nos predispone a rebatirlas. No obstante, la posteridad, a medida que se ha ido haciendo una idea global de lo que podríamos llamar el fenómeno presocrático, coincide en asignarle el papel de cuna de la Ciencia. Más que la importancia de los conocimientos científicos de los pensadores presocráticos, lo que cuenta son las ideas que generaron y los procedimientos intelectuales que fueron capaces de formular. Ellos son los autores de una especie de estrategia de interpretación que ha sido utilizada con mejoras graduales en

Ciertamente con sentido crítico, pero interpretándolos desde sus propios postulados filosóficos. Esto le ha quitado buena parte de la autoridad que sus comentarios tenían hasta ahora. Lo mismo es válido para Teofrasto.todos los periodos posteriores hasta llegar a nosotros, en un proceso en el que caben destacar sucesivos retornos al origen. Ya nos hemos referido a la importancia de los dualismos como pieza fundamental de la estructura lógica de nuestro pensamiento y también de la ley natural derivada, por analogía, de la ley o acuerdo político. Sabemos sin lugar a dudas que los filósofos presocráticos son los primeros que formularon preguntas del tipo: ¿qué es la reproducción?, ¿qué es la razón?, ¿por

qué el ser vivo evita una tendencia aparente a la desorganización?, y muchas otras que constituyen la perspectiva general del conocimiento científico moderno. Intentando contestar preguntas como las que antes he citado, los antiguos pensadores de Grecia establecieron la posibilidad de dos niveles conceptuales: los aspectos perceptibles de la realidad o «phenomena» y los aspectos no perceptibles pero inferibles de la misma cualidad o «cryptomena». Observa que ahí reside la maravilla de la formulación original que ha llevado a relacionar las propiedades físicas con moléculas, las propiedades químicas con átomos, y la enfermedad con la infección. Tú misma, en tu trabajo, haces uso de esta estrategia intelectual, porque, partiendo de datos sensibles, haces inferencias sobre un dominio muy coherente, pero que no está al alcance de tu percepción directa. A través de los «cryptomena» tal vez la complejidad puede resolverse en simplicidad, y el desorden aparente en un orden interno. Al convencimiento de que puede ser así se le llama reduccionismo. Por ejemplo, en el siglo XVII, después de la primera revolución científica, se creía que todo se podía reducir a mecánica. Durante los sigos XVIII y XIX, el fracaso de dicha pretensión originó la corriente irreduccionista que conocemos con el nombre de vitalismo. Las ideas sobre la vida y sobre la materia forman históricamente dos corrientes de conceptos que se anastomosan e interactúan continuamente desde la ciencia presocrática (de 600 a 300 años a.C.). El término biología aparece tardíamente. De hecho, los primeros en utilizarlo fueron Lamarck y el alemán Treveranus, ambos en escritos publicados el año 1802. Sin embargo, el uso del término con el que nosotros estamos familiarizados no se generaliza hasta comienzos de nuestro siglo. El término griego «bios» ya es utilizado por Homero para designar la vida, en un sentido quizá próximo a lo que nosotros entendemos por biografía. Los griegos utilizaban, como el propio Homero, el término «zoe» para designar la actividad vital, lo que está vivo. Es decir, el «zoe» es la vida como acción perceptible. También encontramos en los textos homéricos el término «psyche»- el ánima de los latinos- que encierra la sugerencia de que la materia adquiere las propiedades de lo vivo por la introducción de un elemento especial y extraño a ella misma. En el mundo antiguo, el alma es la causa de la vida. En los poemas homéricos aún hay otro término interesante, el «thymos», que alude más bien al coraje. Así, en cierto modo, la vida comienza a ser caracterizada

por su irritabilidad; el «thymos» alude al hecho de que un pequeño estímulo puede desencadenar una respuesta importante. La biología de hoy está totalmente enfocada hacia el campo de la vida como acción o «zoe», y la historia de la biología puede considerarse una evolución de las ideas de los antiguos griegos hasta un punto donde sólo cuenta el «zoe». Los presocráticos también establecieron el hábito mental de referirse al organismo como un pequeño universo o microcosmos, comparable en muchos aspectos al Universo o macrocosmos. En los primeros pensadores hay una tendencia a explicar el macrocosmos en términos de microcosmos, o sea en sentido biológico. Desde entonces hasta hoy esta tendencia se ha ido invirtiendo, de modo que hoy sólo se puede hablar del microcosmos en términos de macrocosmos. Es la explicación de la vida en términos de física y de química. Hay muchas otras ideas que se les ocurrieron a los hombres del periodo presocrático y que han llegado a constituir una especie de caminos permanentes para todo el pensamiento posterior. En gran medida, la ciencia moderna viene a ser una respuesta oportuna a los problemas clásicos. Ahora conviene que, dentro del marco que acabo de esbozar, hagamos una revisión más sistemática yendo de Tales a Arquímedes y Ptolomeo y también de Hipócrates a Galeno. Confío en que la encuentres interesante y quizá más divertida que lo que he expuesto en esta carta y en las anteriores, dado el carácter general de las ideas que en ellas quería desarrollar. Afectuosamente,

4. EL FENÓMENO GRIEGO

Barcelona, 19 de junio de 1983 Querida Nuria, Hoy quisiera hablarte del «fenómeno griego». Conviene hacerlo para entender bien el origen y el desarrollo del pensamiento científico. Los antecedentes de lacultura griega son las grandes civilizaciones egipcia y asirio-babilónica. Ahora bien, mil años a.C. Egipto ya había perdido su supremacía política y cultural. En cambio Babilonia pasó por sucesivas etapas: la sumeria, la asiria, la persa, la helenista y, si me apuras, después de la dominación parcial romana, aún pasaron por ella los partos, los sasánidas y los árabes. De este modo, la cultura babilónica precede a la griega y luego le sobrevive, hasta convertirse en una pieza esencial

para que Occidente reencuentre el legado de Grecia después de la Edad Media. Por otra parte, la influencia de Babilonia sobre la antigua Grecia fue favorecida por la relativa facilidad de las comunicaciones. Aunque no es momento de extenderme en ello, no debemos dejar de resaltar que la cultura griega propiamente dicha fue precedida por las civilizaciones prehelénicas que, como la minoica, florecieron unos tres mil años a.C. y de las que aún se sabe poco. Ten en cuenta que su escritura aún está empezando a ser descifrada. La cultura occidental en su totalidad se asienta sobre la forma en que los antiguos griegos concibieron el mundo y el hombre. A ello hay que añadir la visión jurídica y la organización política de los romanos, la tradición religiosa del pueblo judío, la peculiar manera de plantear las relaciones entre Dios y el hombre del cristianismo y finalmente, un cierto aporte del espíritu germánico. Occidente es una amalgama de todo esto. Los rasgos más importantes de la contribución griega son probablemente la conciencia de libertad y autonomía individual, el racionalismo y las concepciones del arte, la literatura y la historia. Fíjate en que ha habido sucesivos periodos en los que el hombre occidental ha querido retornar a la antigüedad clásica. Son los distintos renacimientos. Quizá el primero tuvo lugar el siglo II después de Cristo, en la época de los emperadores Adriano y Marco Aurelio. Tenemos también el renacimiento carolingio del siglo VIII, que dirige su mirada principalmente hacia la antigua Roma y hacia Bizancio, el renacimiento bizantino del siglo IX y el renacimiento propiamente dicho o renacimiento humanista del siglo XV. Éste tiene unas raíces muy profundas y quizá convenga señalar que la principal es el renacimiento cristiano del siglo XIII. Algunos historiadores modernos llegan a considerar a este último como el comienzo del propio Renacimiento. Finalmente, conviene hablar del neohumanismo alemán del siglo XVIII y comienzos del XIX, que representa una concepción estética basada en el hecho helénico. Por último, en nuestro siglo tiene lugar el llamado tercer humanismo, en el que el fenómeno griego sigue siendo un desafío de cara al problema del valor de la persona. Cabe preguntarnos si la ciencia se habría desarrollado sin el fenómeno griego. La respuesta parece un no rotundo.' Si es así, es interesante tratar de ver en qué circunstancias se produjo dicho fenómeno. Se ha indicado que puede ser significativo el hecho de que los griegos nunca llegasen a constituir un estado comparable a los imperios egipcio y babilónico. Es decir, que el poder nunca alcanzó la forma que tenía en esos imperios ni la de otras culturas independientes como la china o la indostánica, en las que no se ha producido ningún fenómeno

comparable a la Revolución científica.

Para los antiguos griegos, el estado era la ciudad o «polis» y ni siquiera durante el imperio de Alejandro Magno llegó a difuminarse totalmente esta concepción. Si contemplas los esquemas de los mapas de la antigua Grecia, quizá comprenderás mejor esta división, sin duda favorecida por la geografía. Está la franja costera del

No puedo ocultarte que también hay quien opina de otro modoAsia Menor, el continente griego propiamente dicho, constituido por una serie de zonas muy aisladas por tierra, la multitud de islas de los mares Egeo y Jónico y zona del sur de Italia que fue llamada Magna Grecia. Añádele durante un tiempo Alejandría en el norte de Africa y colonias dispersas en Oriente y Occidente. La agricultura era relativamente pobre en la Grecia peninsular y esto hizo que el comercio y la navegación tuvieran gran importancia. También llama la atenciói el hecho de que la religión y la ética no estuvieran vinculadas a la política como el las otras culturas de la Antigüedad.

Los griegos tenían un carácter hospitalario y una cierta devoción hacia e hombre prudente y sabio. Por otro lado, se ha señalado que combinaban h inteligencia y la fina sensibilidad de las culturas orientales con la vitalidad 3 agresividad de los pueblos procedentes del Norte. Es la tensión apolo-donisíaca que ya conoces. Para nosotros está claro que la semilla de la ciencia moderna es el fenómeno griego y que éste tiene su eclosión en Mileto y otras colonias del Asia Menor. De forma esquemática abarca unos novecientos años que podemos dividir en tres periodos de trescientos años cada uno. El primero va de Tales de Mileto al año 322 a.C., fecha de la muerte de Aristóteles. El segundo, desde la fundación de Museo de Alejandría hasta la máxima expansión de los romanos en Oriente, o sea hasta el comienzo de la era cristiana. El último lo constituyen los tres primeros siglos de nuestra era. Finalmente debo recordarte cuáles son las fuentes de nuestro conocimiento de la cultura griega. Son las inscripciones, los papiros, los monumentos arqueológicos. las monedas y las copias y traducciones de las obras literarias y científicas. El papiro está hecho de una planta que era muy abundante en Egipto. Es e] material en el que se conservan muchas escrituras antiguas y es el que normalmente emplearon los griegos, aunque tardíamente también introdujeron el pergamino. Los rollos de papiro se guardaban en las bibliotecas. Desgraciadamente, la mayoría han sido destruidos, pero las excavaciones han permitido encontrar muchos fragmentos. Estos fragmentos han permitido identificar copias antiguas pero muy posteriores, completando su interpretación y dando testimonio de su autenticidad. Las principales copias de las obras antiguas proceden de la Edad Media y se llaman códices. Un trabajo meticuloso sobre cada autor nos permite penetrar en un mundo que, de otro modo, no podríamos analizar. La Historia de la Ciencia comienza en una época arcaica de la cultura griega. pero deja atrás cerca de mil quinientos años de cultura prehelénica. Has de saber que el nombre de Grecia procede de los romanos y es el de una tribu griega que entró en contacto con ellos. El país de los griegos de la antigüedad se llamaba Hélade y comprendía tres estirpes fundamentales: la de los jónicos, la de los dóricos y la de los atenienses. Son tres focos culturales propios a los que quizá habría que añadir el de los eólicos, al que pertenecía la gran poetisa Safo. Basta por hoy.

Afectuosamente,

5. LA ESCUELA DE MILETO

Begues, 26 de junio de 1983 Querida Nuria, Como te he prometido, hoy mismo me dispongo a escribirte una nueva carta, siguiendo con el propósito que me hizo escribir las cuatro anteriores. Ya te he descrito de un modo general las características del fenómeno griego; ahora te hablaré de los antiguos pensadores jonios, que podemos agrupar en la Escuela de Mileto. El más antiguo de los pensadores de los que quiero hablarte es Tales. Se trata de una figura casi mítica en la historia del pensamiento occidental. Aunque no tenemos seguridad sobre las fechas de su nacimiento y su muerte, lo más probable es que estuvieran comprendidas entre los años 650 y 580 a.C. Se ha dicho que su padre era griego jonio y su madre, fenicia. Vivió en Mileto, pero viajó a Oriente y a Egipto, lo cual probablemente fue importante para su instrucción. No está claro si sabía escribir o no, pero lo cierto es que no dejó ninguna obra escrita. Recordarás que se le considera el fundador de la filosofía e incluso se le atribuye la invención de ese término. Supuestamente, a la pregunta de si era un sabio, Tales respondió que era simplemente un amante del saber, que es lo que significa filósofo. Tales fue un hombre realmente notable, que ejerció el comercio y la política. Tuvo éxito en sus negocios y ello le permitió amasar una buena fortuna. También era aficionado a reunirse con sus amigos en una especie de peña o club donde se discutía acerca de todo de una manera libre e independiente. La fama de Tales se extendió mucho, probablemente porque Mileto era una ciudad frecuentada por viajeros de toda la Hélade. De hecho fue incluido en el grupo de los siete sabios de Grecia, una especie de premios Nobel de la antigüedad. Quizá no sepas quiénes fueron los otros seis sabios. La lista más corriente incluye a Bias de Priene, Quilón de Esparta, Cleóbulo de Lindos, Periandro de Corinto, Pítaco de Mitilene y Solón de Atenas. Algunos, en vez de Periandro, incluyen a Epiménides de Festos. En cualquier caso, Tales es un caso especial, porque los demás destacan exclusivamente en los campos de la filosofía moral y la práctica política. Sea como fuere, todos constituyen un símbolo de un nuevo modo

de ver las cosas, aunque sea partiendo de la sabiduría de las civilizaciones más antiguas de Egipto y Babilonia. La diferencia a la que antes me refería permite considerar a Tales como el punto de partida de la historia de la Ciencia. Parece que introdujo las técnicas de los egipcios para medir distancias y superficies y, por ejemplo, se le atribuye un ingenioso método (cuya descripción te ahorraré) para conocer la distancia de los barcos a la costa. También se dice que aprendió de los fenicios el arte de navegar guiándose por las estrellas. Conocía las tablas astronómicas de los babilonios y con su ayuda predijo el eclipse solar del año 585 a.C. Con todo, el mérito más importante de Tales parece ser el haber descubierto el valor absolutamente general de las demostraciones geométricas, algo que los egipcios nunca habían concebido. Con Tales comienza la historia del «arche» o principio fundamental del que están hechas o derivan todas las cosas 3. Para Tales, el «arche» es el agua, que como mínimo continuará siendo un elemento hasta el siglo XVIII. Recuerda que lo verdaderamente importante es la idea en sí: que todo se pueda derivar de un principio al que se reduce la multiplicidad de las cosas. Es un paso extraordinario en el camino de la abstracción intelectual. El agua como «arche» puede ser una idea derivada de las mitologías orientales y de la observación de cómo después de las inundaciones periódicas del Nilo todo se fertiliza, igual que ocurre tras los periodos de lluvia. Por otra parte, el agua se relacionaba con la vida porque las zonas secas del cuerpo son insensibles y la vida surge siempre de lo que está húmedo. Otro concepto al que Tales dedicó gran atención es el de «psyche». Creía que era la causa de la vida, pero que no era responsable de la materia viva exclusivamente, sino también de las propiedades de la roca magnética. Por tanto en Tales no hay una separación radical entre materia viva y no viva. En Mileto también vivió Anaximandro, entre los años 611 y 546 a.C.. Tampoco se sabe gran cosa de su vida, pero con toda probabilidad se le puede considerar discípulo de Tales. Tiene el mérito de haber escrito el primer libro sobre ciencia, «Arche» es un término empleado por Aristóteles; en ningún caso fue usado por los presocráticos. que tituló «Periphyseos», que significa «sobre la naturaleza». Es probable que también fuera el primer griego que escribió en prosa. Aristóteles afirma haber leído ese libro, que se perdió definitivamente durante la propia antigüedad clásica. 3

Para Anaximandro el «arche» no es el agua, sino un elemento indeterminado al que llama «apeiron». Da un paso más en el camino de la abstracción, al considerar que el principio fundamental puede ser imperceptible. De él se separarían el calor y el frío. De la lucha entre contrarios surgirían el agua, el aire, la tierra y el fuego. Después se produciría una estratificación: la tierra, que es la más pesada, estaría en el centro, cubierta por el agua; sobre ellas estaría primero el aire y finalmente el fuego. El fango sería un estado intermedio entre la tierra y el agua. Se dice que Anaximandro hizo el primer mapa del mundo y que concebía la Tierra como un globo esférico situado en el centro del Universo. El mundo no flota sobre agua, como creía Tales, sino que se encuentra suspendido del centro del Universo, debido a que está equidistante de todas las cosas. Es otra abstracción muy interesante. Los animales, como suponía Tales, saldrían de la tierra húmeda calentada, así como las plantas y más tarde el hombre. Por tanto cree en la generación espontánea de los seres vivos, una actitud que persistirá a lo largo de toda la Historia de la Ciencia. En Anaximandro encontramos por primera vez una idea evolucionista. De todos modos hay que tener en cuenta que la evolución como transformación de especies no existe en absoluto en el pensamiento clásico. En este caso se trata de evolución dentro de la propia especie. Anaximandro imagina que el hombre no podía ser desde el principio como es ahora, y por una razón bastante inteligente. Cree que la infancia es tan larga y está tan necesitada de la atención de los progenitores, que sin la civilización sería imposible sobrevivir. Aquí aparece el principio de reducción al absurdo y, además, una observación muy aguda. Anaximandro cree que el hombre ha podido surgir de un antecesor con forma infantil acuática como las ranas. Después terminaría siendo totalmente terrestre. También supone que otros animales han podido tener un origen similar. Otra idea muy importante de Anaximandro es que el Universo actual podría haber sido precedido por otros, mediante sucesivos retornos al «apeiron». El actual también podría hacerlo, originándose más tarde otro Universo. Esta es una idea interesantísima que podemos reencontrar en la cosmología moderna, y sin duda es la primera versión científica del catastrofismo. Se ha sugerido que Anaximandro fue el primero en señalar que la «pysche» es aire. Esto está muy relacionado con la teoría órfica y tiene un gran parecido con el propio libro del Génesis.

La idea del «apeiron» ha sido muy influyente desde la antigüedad. Podemos relacionar con ella las primeras teorías epigenéticas, desde Aristóteles a Harvey. La transformación entre contrarios, frío y calor, como principio general tendrá un gran papel en el pensamiento griego. Finalmente hay que señalar que Anaximandro conocía los fósiles, a los que interpretaba como ensayos fallidos de generación de animales, ensayos que por otra parte testimoniaban que la vida se origina entre la tierra y el agua. En la próxima carta te hablaré de Anaxímenes como el tercer miembro de la escuela de Mileto y que como los demás cree en un «arche» único. Por esto se les incluye en el grupo llamado monista, en oposición a los pensadores posteriores que proponen la existencia de más de un principio y por eso se llaman pluralistas. Afectuosamente,

6. MÁS SOBRE LOS ANTIGUOS JONIOS

Begues, 10 de julio de 1983 Querida Nuria, La Escuela de Mileto de la que hemos estado hablando termina el 494 a.C. cuando la ciudad fue invadida por los persas. Como sabes, aún debemos tratar sobre una de sus grandes figuras. Para que la carta anterior no fuera excesivamente larga, fue cerrada cuando iba a empezar Anaxímenes. Anaxímenes vivió hacia el 550 a.C. y posiblemente fue amigo y quizá discípulo de Anaximandro. Para él, el aire es por un lado la «arche» y por otro la «psyche». Con la primera idea retornamos un poco a Tales, por cuanto la «arche» vuelve a ser algo directamente perceptible, y con la segunda a Anaximandro, porque la «psyche» es lo mismo. Pese a todo, el aire de Anaxímenes viene a ser una síntesis de lo que Tales veía en el agua y Anaximandro en el «apeiron». En el pensamiento de Anaxímenes hay dos términos clave: la ratificación y la condensación. El aire rarificado es el fuego. Al condensarse se convierte en niebla, luego en agua, luego en barro, en tierra y finalmente en las piedras, sin que ninguno de estos sea un elemento en sentido estricto. Observa que aquí subyace la interesantísima idea de que los cambios cualitativos pueden ser explicados por cambios cuantitativos. Ya te hablé de los conceptos de microcosmos y macrocosmos de los antiguos

griegos como un fundamento de la relación entre la biología y la física. Así Anaxímenes deduce su cosmología de su biología. El aire es fundamental para la vida y el mantenimiento del «zoe», contrarrestando la tendencia natural hacia la desorganización. Cuando Aristóteles, más tarde, establece la capacidad de automantenimiento como una característica fundamental de los seres vivos que comprende reproducción y nutrición, sigue probablemente las ideas de Anaxímenes. En cualquier caso, en la historia de la biología el aire o «pneuma» ha jugado un gran papel, que quizá iremos describiendo en cartas posteriores. Todavía hoy, tras un estornudo se suele decir «salud», «Jesús» u otras invocaciones parecidas, y ello viene de la vieja idea de que en una espiración tan violenta se nos puede escapar todo el «pneuma» y morir. De hecho, desde antiguo se sabe que el moribundo espira en el «exitus». Con los persas termina Mileto, pero su influencia se extendió por todas partes y, ya ves, ha llegado hasta nosotros. Así, la idea del agua de Tales fue desarrollada en la antigüedad por Hipón de Samos (450 a.C.), sobre todo en su relación con las propiedades de la materia viva. Se le ha encontrado un gran parecido con las ideas de Arnau de Vilanova, que las derivó de los árabes. Mas tarde Fernel y Paré hablan del mismo modo y en el humor primario con el que, según Harvey, siempre se inicia la vida, subyace la misma idea (siglo XVII). Podríamos añadir también a Wolff, Treveranus y Dujardin, en el siglo XIX. Las ideas de Anaxímenes fueron reformuladas por Diógenes de Apolonia hacia el 455 a.C. Curiosamente este autor retorna al monismo milesiano cuando éste ya había sido sustituido de forma general y perdurable por el pluralismo de Empédocles y Anaxágoras. Desarrolla una psicobiología primitiva en la que el aire juega un gran papel. Asocia el frío y el calor a ciertos estados del aire. La «psyche» es una especie de aire cálido. Suya es también la idea de que sólo el padre interviene en la generación, expresión de una voluntad de hegemonía masculina que de hecho influiría en las ideas sobre la reproducción hasta el siglo XIX. Es fácil encontrar en la literatura de los siglos XVII y XVIII alusiones a una mezcla inadecuada de aire en la sangre como causa del dolor en casos muy diversos. También se entiende la sensación de placer como resultado de una mezcla óptima, a la que quizá se llega mediante un suspiro. Todo esto se originó con Diógenes de Apolonia. Aristóteles dice que, mientras que el agua, el aire y el fuego fueron elegidos

como «arche» por los primeros monistas, la tierra no tuvo ningún partidario. En el Timeo, Platón también la considera resultado de la transformación de los otroselementos. Sin embargo, se conoce una obra de la colección hipocrática (siglo V a.C.) en la que se afirma que algunos de los primeros pensadores también tomaron a la tierra como «arche». Todo hace pensar que se refieren a Xenófanes (500 a.C.). El rasgo más característico del pensamiento milesiano es el de buscar sistemáticamente la causa de las cosas en las cosas mismas, que es lo que hace la ciencia. Dicho de un modo mejor, que las propiedades de las cosas son inmanentes a la materia. Ello da a todas sus ideas un carácter naturalista totalmente diferente del de otros autores de la antigüedad. Los pensadores de la escuela de Mileto excluyen por completo tanto la necesidad de un dios creador como la de un dios mantenedor. El alma existe, sí, pero es un elemento. De este modo, en «Las leyes» Platón nos cuenta que aquellos sabios enseñaban que las cosas existen por sí mismas y actúan por sus propiedades inmanentes. La intencionalidad es un resultado posterior que a la vez es caduco. Para ellos la moral y la religión son productos de la intencionalidad humana. Por tanto, el mundo actual está más próximo al pensamiento de estos hombres de la antigüedad que al de la mayoría de los que les sucedieron durante muchos siglos. Ya te hice notar que Anaximandro es el primero que piensa en una evolución cosmológica a partir del «apeiron», al que se retorna en ciclos evolutivos sucesivos. Es evidente que, fuera cierto o no, esto no podía comprobarse, pero la idea era placentera y diferente de las mitologías. En efecto, podríamos pensar que una evolución que retorna al punto de partida puede ser como una circunferencia, en oposición a otro tipo de evolución que se aleja siempre del punto de partida. También podría haber retornos aparentes, como nos sugiere una línea espiral o mejor aún las curvas de un tornillo, de modo que, cuando volvemos a encontrar el origen, a la vez hemos avanzado en una dirección. Y me dirás ¿de qué les servía a aquellos hombres hacer esta clase de suposiciones? Simplemente disfrutaban haciéndolas. El propio Aristóteles lo dice así en el primer párrafo de su Metafísica. Es decir, nació la idea de que pensar y reflexionar podía ser divertido (hasta el extremo de que en algún caso ha llegado a considerarse un vicio). Igualmente yo espero que estas cartas te sean placenteras. No quiero terminar ésta sin resaltar que hay otra justificación en este placer de pensar. Tiene una especie de fuerza liberadora frente a otros aspectos de la cultura de aquella época y de todas; esta faceta no la consideraremos ahora.

Libera de las supersticiones, del yugo de la idea de destino y fatalidad, de ser juguete de fuerzas caprichosas sobrenaturales. Por eso el pensamiento milesiano es una auténtica revolución intelectual, además de representar los primeros gimoteos de un recién nacido llamado ciencia. Quizá recordarás que en otro lugar escribí acerca de la grandeza y la fuerza liberadora que hay en una visión cosmológica de las cosas 4. Es como si fuéramos capaces de verlo todo en conjunto y desde fuera. Afectuosamente,

7. ORÍGENES DIONISÍACOS DE LA CIENCIA

Begues, 17 de julio de 1983 Querida Nuria, Aún tenemos que hablar de otro monista, Heráclito de Efeso, que vivió hacia el año 500 a.C.. Desde la antigüedad se le ha llamado «El Oscuro», por la dificultad de entender el significado de sus juicios. Se conservan unos sesenta fragmentos de lo que escribió, además de las referencias de otros autores como Platón y Aristóteles. En épocas recientes -y todavía hoy- se le ha dedicado bastante atención. Para Heráclito, el «arche» o «arkhé» es el fuego, con el que todo comienza y todo acaba. El cuerpo humano está formado por tierra, agua y fuego, y la causa de la vida o «psyche» es el fuego. Por una parte, Heráclito está en una línea de continuidad con los filósofos de Mileto que ya conocemos. Ten en cuenta que vivió unos cincuenta años más tarde que Anaxímenes, y que Efeso no está muy lejos de Mileto, en la misma costa de Anatolia. Pero también me gusta verlo ligado, por un lado, al movimiento racionalista que culminará en Platón y por otro, a la escuela mística de los pitagóricos. Heráclito desarrolla una y otra vez la idea de la lucha de contrarios, de la que se derivan todos los cambios continuos, porque las cosas son como son porque cambian continuamente. Por tanto podemos considerar que, en pleno siglo XIX, Claude Bernard está influido por Heráclito cuando dice que «la vie c'est la mort». «Panta rei» es una de las palabras clave. También planteó el dualismo del caos y la armonía como resultado más o menos puntual de la lucha entre opuestos en

este flujo continuo, que es lo que significa «panta rei». Heráclito supone que dentro del fuego cósmico hay una «psyche» o «logos» universal que es la causa del orden general de las cosas. Atribuye propiedades opuestas a la «psyche» individual y, en general, cree que la coexistencia de lo Dionís i Apol.lo. Tipografia Emporium, Barcelona 1977 contradictorio es la base de la creación. Algunos autores modernos afirman que determinadas ideas de la física moderna, como el dualismo onda-partícula, se inspiran en Heráclito. El alma universal y el alma individual tienen cierta relación, ya que la segunda depende o forma parte de la primera. Esta idea es muy interesante porque constituye el fundamento de un racionalismo radical compartido por el misticismo pitagórico y el idealismo platónico. El racionalismo radical supone que el alma individual se identifica con el «logos» universal por medio de la actividad intelectual. Esta actitud define una corriente opuesta al naturalismo de la escuela de Mileto, porque pone al alma como la primera de las cosas y por tanto introduce la idea de designio en la naturaleza. Esta corriente, que tuvo un amplio desarrollo en la escuela pitagórica, ha ejercido gran influencia sobre el pensamiento científico, aunque pueda parecer un poco extraño. Parece que Pitágoras nació hacia el año 582 a.C. en la isla de Samos. En aquella época, esta zona del Asia Menor sufría grandes convulsiones políticas; es posible que éste fuera el motivo por el que Pitágoras, igual que otros griegos, se trasladó a Crotona, una colonia del sur de Italia. Se dice que Pitágoras había viajado durante bastante tiempo por los países de Oriente, pero no se conoce su itinerario. Nadie duda de que muchas de sus ideas y muchos rasgos de su comportamiento llevan el sello de las religiones orientales. La propia mística de los números podría derivar de una tradición indostánica. Pitágoras fundó una escuela de carácter esotérico y ascético: guardaban sus conocimientos para sí mismos y con la finalidad de alcanzar una especie de estado de perfección o sabiduría. En contraste con la imagen simpática y sensata de las gentes de Mileto, con Heráclito y los pitagóricos los sabios empezaron a tener pinta de chalados. Las escuelas pitagóricas duraron muchos años y fueron objeto de persecuciones del tipo de las «matanzas de judíos» de la Edad Media. El propio Pitágoras murió en una de ellas: cuando intentaba huir fue a parar a un campo de habas, plantas que él consideraba sagradas , y antes que pisarlas se dejó capturar. Parece que Pitágoras no escribió nada, pero han llegado hasta nosotros las obras de su discípulo Filolao y de otros pitagóricos posteriores.

Los pitagóricos creían en la inmortalidad del alma y en la transmigración o «metempsícosis». Su pensamiento se inspiró más en la introspección y la elucubración geométrica que en observaciones del mundo exterior. Es indudable que los pitagóricos realizaron grandes progresos en matemáticas y desarrollaron por primera vez en Occidente la idea de que los números dominan todas las cosas en la naturaleza, como señala Aristóteles en su «Metafísica» al referirse a ellos. Llamaban 1 al punto, 2 a la línea, 3 a la superficie y 4 al sólido, considerando que estos elementos tenían tamaño real, es decir, que eran unidades discretas. A partir de los cuatro números se podría construir el mundo, del mismo modo que los niños pueden construir un castillo con cuatro tipos de piezas. La suma de los cuatro es 10 y por eso consideraban sagrado a este número. Los astros del Universo habían de ser diez y, al encontrar sólo nueve en la serie (Sol, Luna, Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno y Estrellas fijas), añadieron la Antitierra. Es verdaderamente estimulante comprobar que este mismo tipo de razonamiento sirvió, en el siglo XIX, para descubrir los pequeños planetas después de la formulación de la ley de Bode. Más aún, este mismo tipo de razonamiento llevó al descubrimiento de Neptuno por Leverrier. De hecho, este gran matemático nunca se preocupó de visualizarlo. Los pitagóricos encontraron un método para representar los números mediante combinaciones de puntos, formadas con guijarros. De ahí viene el nombre de «cálculo» que en latín significa piedra. Por tanto, calcular significa manejar piedrecitas. Si colocamos líneas de piedrecitas una tras otra, comenzando con un guijarro y añadiendo uno en cada línea, obtenemos la serie de números triangulares. La «tetraktys» es el número triangular de cuatro filas y diez piedras.

Del mismo modo, los pitagóricos hallaron que la suma de los números triangulares consecutivos da un número cuadrático.

También conocían el teorema que aún hoy llamamos de Pitágoras, y lo demostraban ingeniosamente dibujando con un bastoncito sobre la arena húmeda de la playa las figuras siguientes:

Evidentemente, el área rayada del cuadrado que tiene por lado la hipotenusa ha de ser igual a la suma de las áreas ray das de los cuadrados construidos sobre los dos catetos. Llevados por la idea mística de que la esfera es la figura perfecta, los pitagóricos introdujeron el concepto según el cual la Tierra y todos los cuerpos celestes son esféricos. También las órbitas descritas por los planetas deben ser circulares. De este modo parece que el propio Filolao supuso que la Tierra no era el centro del Universo, sino que giraba alrededor de un fuego central. Añadía que nosotros no podemos ver nunca ese fuego porque la Tierra también gira sobre sí misma dando la espalda al fuego central. Todo esto lo encontraremos en cosmologías ulteriores como la expuesta por Platón en «Timeo» e incluso puede ser considerado como un antecedente del sistema copernicano. Otra idea pitagórica que también influyó mucho sobre los siglos posteriores es la de los sólidos regulares, es decir, la de los cuerpos que tienen caras iguales y ángulos iguales. Como recordarás, se trata del tetraedro, el cubo, el octaedro y el icosaedro. Estos cuerpos se tomaron como símbolos de los cuatro elementos: la tierra, el aire, el fuego y el agua. Posteriormente se descubrió el dodecaedro, que fue considerado el símbolo del Universo. Más tarde estos cuerpos regulares fueron

llamados cuerpos platónicos y han desempeñado un papel importante y estrafalario en el desarrollo de la filosofía matemática. Por ejemplo, la teoría de la unidad del Universo propuesta por Kepler en el siglo XVI aún se basa en los cuerpos platónicos.

Del pentágono regular era fácil pasar a la estrella de cinco puntas, formada por una línea sin fin que une los ángulos alternos de un pentágono regular. Los pitagóricos utilizaron este pentagrama como señal secreta para identificarse, y también era el símbolo de la plenitud, la salud y el bienestar. Desde entonces ha jugado un papel fantástico en la magia y la brujeria, constituyendo un caso entre muchos de degeneración de una idea abstracta. Cuando Mefistófeles sale con Fausto de la sala de trabajo, es detenido un instante por el pentagrama mágico que Fausto había dibujado en el suelo. Podríamos hablar de muchas otras cosas en relación con los pitagóricos, pero para concluir esta carta sólo lo haré de dos que considero sumamente importantes dentro de la perspectiva de la Historia de la Ciencia. La primera es realmente sorprendente. Se trata de la creación misma del método experimental, por parte de estos hombres tan obsesionados por las ideas abstractas y la introspección. La referencia directa la hemos de tomar de un hombre muy posterior, Boecio, que puede ser considerado el último pensador del periodo clásico aunque viviera a comienzos de la Edad Media. Boecio cuenta cómo a Pitágoras, al pasar cerca de un herrero, le llamó la atención la musicalidad de los martillazos sobre el yunque.

Ensayó en seguida si aquello dependía de la fuerza del golpeo o del peso de los martillos. Al comprobar que se trataba de esto último, determinó la relación entre los pesos de los distintos martillos. Después estableció la misma relación entre la longitud de las cuerdas tensas y comprobó que las vibraciones tenían la misma tonalidad. Luego verificó la consonancia del sonido con flautas cuya longitud seguía la misma proporción y de esta forma estableció la regla tonal. Conviene que sepas que el experimento, de la forma que se ha descrito, no le podía salir bien, pero la idea es correcta en líneas generales y sobre todo, el planteamiento es perfecto desde el punto de vista del método experimental. La proporción del diámetro de las órbitas con que giran los astros le hizo imaginar que existía un inmenso concierto universal o música de las esferas. El otro aspecto hacia el que quiero atraer tu atención es que uno de los pitagóricos puede ser considerado el primer naturalista en sentido estricto. Se trata de Alcmeón de Crotona (500 a.C.), que inició la práctica de la disección de seres vivos de todo tipo, descubriendo el nervio óptico y los conductos que más tarde se llamarían trompas de Eustaquio. Por tanto los pitagóricos desarrollaron tres aspectos fundamentales del pensamiento científico: la observación directa, el método experimental y la filosofía matemática. La escuela pitagórica influyó mucho sobre Platón y su influencia ha continuado durante siglos. Quizá convenga cerrar este resumen mencionando la patética crisis que sufrió la Física pitagórica al descubrir que la diagonal de un triángulo rectángulo cuyos catetos valgan 1 es inmedible. Esto sugería que las líneas son infinitamente divisibles y, si las líneas son infinitamente divisibles, los puntos con los que los pitagóricos pretendían construir el Universo no existen. Este descubrimiento debió producir frustración y estupor en aquellos hombres que quizá confiaron demasiado en su comunicación directa con la divinidad. Ésta se vengó humillándolos. Esta carta podríamos llamarla «Los orígenes dionisíacos de la ciencia». Todavía hoy sigue siendo cierto, como dijo en cierta ocasión Einstein, que la creación científica tiene un origen místico. Afectuosamente,

8. RACIONALISMO RADICAL Y PLURALISMO

Begues, 25 de julio de 1983

Querida Nuria, Ya te habrás dado cuenta de que los antiguos pensadores griegos desarrollaron dos tipos de conceptos: unos, como los de tierra y agua, podían tener el carácter de elementos primarios, pero a la vez correspondían a cosas palpables y visibles; otros, en cambio, eran totalmente abstractos, como los de sólido y líquido. Conceptos aún más abstractos son el «apeiron», la condensación, la rarefacción y la tensión. La reflexión sobre estos dos tipos de ideas sin duda favoreció la toma de conciencia acerca de una separación entre la mente y los sentidos. Parece que Heráclito ya la había señalado, advirtiendo del riesgo de ser engañados por estos últimos. Puntualizada la distinción entre la mente y los sentidos, surge el problema de cuál es el mejor camino para aproximarse a la realidad: la razón o los sentidos. En este aspecto, resulta sorprendente que fueran justamente los pitagóricos quienes valorasen más la experiencia sensible, pese a su pensamiento tan imbuido de ideas religiosas y místicas. Fíjate en cómo Alcmeón de Crotona describe la lengua como órgano del gusto: «es con la lengua como distinguimos los sabores, pues por hallarse caliente y ser blanda disuelve las partículas sabrosas con su calor, mientras que la porosidad y delicadeza de su estructura las va admitiendo en su seno y las transmite al sensorio.» Los pitagóricos fueron pronto objeto de críticas por parte de otros filósofos que creían que la realidad de las cosas debía buscarse por medio de la razón pura. El paladín de esta actitud fue Parménides (475 a.C.), que desencadena un ataque radical a los sentidos y acaba estableciendo dos modelos, uno monista, que es el de la razón por sí misma, y otro dualista, constituido por el fuego, luminoso y de baja densidad, y la noche, oscura y de alta densidad. Parménides expuso el modelo monista en un libro titulado «El camino de la verdad». En él propone una concepción de la naturaleza basada exclusivamente en la razón y en la que es fundamental el dualismo entre el ser y el no ser, considerando que todo tipo de cambio es absurdo. Sostuvo que la realidad es una especie de bola maciza, increada, eterna, inmóvil, inmutable y uniforme. ¿Gracioso, no te parece? La chocante filosofía que acabo de relatarte refleja el descubrimiento de algo importante: el «logos» es tan independiente del mundo que incluso puede negarlo. En cualquier caso queda establecida la supremacía del argumento lógico. Como Parménides pronto se dio cuenta de que su pensamiento era entendido

por pocos, decidió escribir otro libro para aumentar la clientela. Igual que el primero, se trata de un poema, que en este caso lleva por título «Camino o vía de la opinión». En él admite la percepción sensible y establece una cosmología basada en el fuego y la noche. Critica a la escuela jónica, a los pitagóricos y muy particularmente a Alcmeón, a quien parece que tenía verdadera ojeriza. Con respecto a sus ideas biológicas, lo único que conseguimos adivinar en sus fragmentos es que la vida está asociada al calor y tiene por causa la «psyche». También el «zoe» es resultado de la lucha de dos contrarios y se caracteriza por la reproducción, la nutrición y el movimiento. La verdad es que todos los pensadores pluralistas inmediatamente posteriores, al frente de los cuales hemos de situar a Empédocles y a Anaxágoras, adoptaron una posición opuesta. A partir de ese momento, y desde nuestra perspectiva de la evolución histórica del conocimiento científico, la distinción entre racionalismo y empirismo se volverá dramática. Igualmente podemos considerar que a partir de Parménides, y no antes, la filosofía se puede considerar como algo totalmente separado de la vida práctica. Algunos aspectos del pensamiento de Parménides influyeron en una serie de nuevas ideas a las que el futuro reservaba un papel estelar. La diversidad del mundo visible y los cambios en el curso temporal se han de poder resolver conservando los principios de singularidad, uniformidad e inmutabilidad de la lógica de Parménides. La síntesis la alcanzaron Leucipo y Demócrito al inventar los átomos y sustituir el no ser por el vacío. Ya volveremos a hablar (y más de una vez) de esta nueva escuela materialista. Creo que es oportuno contrastar el modelo racionalista radical con los primeros empiristas. Estos se caracterizan ante todo por admitir cuatro elementos primarios y por tanto, los podemos calificar de pluralistas. Ya te he dicho que uno de ellos es Empédocles, natural de Agrigento, una colonia griega del sur de Italia. Empédocles es una figura atractiva, genial y excéntrica. Encontraremos muchas otras comparables a lo largo de la Historia de la Ciencia y las sigue habiendo en nuestros días. ¿Te acuerdas del personaje que tan bien encarnaba Sesto Bruscantini en «El elixir de amor»? Pues así imagino a Empédocles, yendo de pueblo en pueblo engatusando a los lugareños. Este charlatán es una de las figuras más importantes de la ciencia griega anterior a Aristóteles. Parece ser que tipos humanos como Empédocles han desempeñado un papel importante, sobre todo en las épocas que los alemanes denominan de «Stunn und Drang» (literalmente, de tormenta y desasosiego). Entre ellos están, en el siglo XVI, Nostradamus y Paracelso y, en el siglo XVIII, Cagliostro y Mesmer. Podríamos

hacer una larga lista, en la que no faltarían personajes actuales. La formulación clara de los cuatro elementos, tal como se mantuvo hasta el siglo XIX, se debe a Empédocles. Las cualidades primarias (calor, frío, humedad y sequedad) estarían relacionadas con los elementos según la figura siguiente:

Naturalmente, los elementos no se corresponden con las sustancias que vulgarmente tienen la misma denominación. Por ejemplo, en las aguas naturales y en otros líquidos predomina el elemento agua, pero también hay una proporción definida de los demás elementos. Empédocles es el primero que independiza el elemento aire de la niebla, y le da un verdadero contenido físico. Son célebres sus demostraciones con la clepsidra, donde el aire invisible muestra que ocupa un lugar en el espacio y que ejerce una presión. De esta forma, Empédocles sigue el método experimental de los pitagóricos. En sustitución de la tensión de Heráclito, y posiblemente influido por Parménides, pone el amor y el odio como las dos fuerzas que originan el movimiento de las cosas. Cada sustancia particular es el resultado de un equilibrio establecido por el amor y el odio entre los elementos y las cualidades que la definen. Son sumamente interesantes las ideas de Empédocles sobre la materia viva. Supone que se ha originado por un proceso de diferenciación o «ekkrisis» de una especie de amalgama inicial. Pero este proceso no daría organismos enteros sino porciones, es decir, pies, piernas, brazos, cabezas, etc. por separado. Por eso habría un proceso ulterior de integración. La unión de las partes bajo la influencia del amor daría organismos normales, y bajo la influencia del odio, quimeras y monstruos. Fíjate en como supone que sólo se producen organismos normales a partir de especies definidas y que las mezclas son quimeras. Viene a ser una teoría del origen de las especies parecida a un juego de niños que no sé si tú has llegado a conocer, pero que yo ciertamente recuerdo. En ese juego se podían hacer

figuras graciosas uniendo el cuerpo de una bailarina con la cabeza de un guardia civil, y otras combinaciones que puedes imaginar fácilmente. En la teoría de Empédocles se insinúan dos ideas muy importantes dentro de la biología. Por un lado, que la Tierra tuvo en una época anterior un poder generador que ahora no tiene. Como modelo intelectual, es idéntica a la hipótesis de Haldane y Oparin sobre el origen heterotrófico de la materia viva. Por otra parte, en Empédocles encontramos la primera formulación de la selección natural: afirma que inicialmente había muchas más especies que las actuales y que algunas se han extinguido como consecuencia de la lucha por la existencia y la competencia con otras especies. La idea darwiniana de selección natural está muy próxima. Ahora bien, Darwin llegará a ella por una deducción totalmente correcta y supondrá que la selección es la causa principal de la transformación de las especies. Nada de esto pasó por la cabeza de Empédocles ni de ningún otro griego de la antigüedad. Empédocles recibe de los pitagóricos la convicción sobre la inmortalidad del alma y la transmigración. Sugiere que la percepción sensible se basa en una propiedad de emanación desde el objeto al órgano de los sentidos. Esta idea seguirá flotando en el ambiente hasta nuestros días. La teoría de la nutrición, basada en elhecho de que todo está constituido por los cuatro elementos, no ofrece ninguna dificultad formal. Los elementos que se encuentran en el pan se redistribuyen transformándose en carne o sangre. Para Empédocles, el corazón es el centro de la actividad vital y la residencia de la «psyche», idea que más adelante adoptará Aristóteles. Empédocles influyó mucho sobre otros pensadores de diferentes tendencias: por ejemplo, sobre Diógenes de Apolonia, de quien te he hablado en una carta anterior. Empédocles es el primero en admitir la influencia tanto del padre como de la madre en la concepción, algo que no quedó establecido como hoy lo conocemos hasta el siglo XIX. El principio de la reproducción es una interacción entre el fuego y la humedad. Es curioso que atribuya el sexo del recién nacido a aquella semilla o germen en el que predomina el calor, mientras que los otros caracteres serían los del sexo opuesto. Cuando los gérmenes paterno y materno tienen el mismo calor, el parecido es con el progenitor del mismo sexo que el hijo. Podría hacerse un estudio muy entretenido poniendo de manifiesto las locuciones de las lenguas modernas occidentales que derivan directa o indirectamente de las ideas empedoclianas. Tal es el caso de la «furia de los elementos», «naturaleza fogosa», «espíritu aéreo» y muchas otras del mismo tipo.

En Empédocles hay un esfuerzo deliberado para explicar la fisiología por medio de la física. Dicho esfuerzo ha ejercido un impacto profundo y duradero en el pensamiento humano, aunque no haya recibido el reconocimiento merecido hasta hace pocos años. En aquel tiempo este esfuerzo representó el antagonismo frente al hombre práctico y sereno, cargado de experiencia pero poco amigo de teorías. Esta actitud antagónica está encarnada por el médico hipocrático del que hablaremos pronto. Basta con que eches un vistazo a la magnífica versión de «La antigua medicina» de Alsina en la colección Bernat Metge para que te des cuenta de hasta qué punto el médico hipocrático se escandaliza ante los que quieren ejercer el Arte partiendo de especulaciones cosmológicas. Para nuestra mentalidad, Empédocles es una especie de loco, visionario genial, histrión y explotador de la buena fe, pero nadie puede negar que en él hay una de las más exitosas asimilaciones de todo el pensamiento anterior. No sé qué título podríamos dar a esta carta. Quizá sería apropiado el de «Racionalismo radical y pluralismo». Afectuosamente, acusado de impiedad y de ateísmo. Ni siquiera la amistad de Pericles pudo salvarlo de la maledicencia pública y tuvo que huir de Atenas. 9. LA UNIFORMIDAD DEL UNIVERSO

Begues, 31 de julio de 1983 Querida Nuria, Como ya he señalado, Anaxágoras de Clazomenes es otro pluralista importante de la época de Sócrates, es decir, de la época que podríamos considerar el apogeo de la cultura en la antigua Grecia. Anaxágoras fue llamado a Atenas por Pericles, de quien pasó a ser consejero. Es curioso que mantuviera puntos de vista opuestos a los de Sócrates acerca de muchos asuntos, pese a que este útimo también era consejero y amigo de Pericles. Dentro del dilema racionalismo/empirismo, Anaxágoras se inclina por el valor de la experiencia que proporciona la observación directa de las cosas. En este sentido influyó sobre Aristóteles y, por el mismo motivo, se encontraba en clara oposición a Platón. También ha quedado para la posteridad el recuerdo de sus experimentos para demostrar la materialidad del aire y los límites de la percepción sensible. Los experimentos con el aire, que ya citamos al hablar de Empédocles, continuarán más tarde en la escuela de Alejandría, aunque sin terminar de resolver el problema de la materia en estado gaseoso. La diversidad de los gases no empezó

a conocerse hasta el siglo XVI y la determinación del peso de un volumen de gas tampoco se resolvió hasta entonces. De todos modos, se trata de problemas que ya fueron planteados en la antigüedad. Una de las ideas más importantes de Anaxágoras es la creencia de que todos los cuerpos del Universo están constituidos por un mismo tipo de materia. Por tanto, los astros y la Tierra estarían hechos de lo mismo. Esta idea te parecerá natural, pero todavía era una idea revolucionaria a comienzos del siglo XVII, cuando Giordano Bruno la proclamó en una especie de panfletos que le costaron primero la cárcel y más tarde la muerte en la hoguera. El hecho es que, en la época que estamos tratando, se creía que el Universo tenía dos partes: una era el mundo sublunar, donde vivían los hombres y donde todo era mudable y efímero. Por encima de ese mundo sublunar estaba el de los planetas y las estrellas, que era permanente y eterno y por tanto había de estar formado por otro tipo de material. Aristóteles aceptará esta división del Universo. De hecho, el principio de uniformidad no será introducido hasta la Revolución científica del siglo XVII. Anaxágoras se adelantó extraordinariamente a su tiempo, por los motivos que hemos indicado; ello le acarreó problemas y fue Anaxágoras manifestó un interés especial por el fenómeno de la nutrición, que explicaba en términos que no diferían mucho de los de Empédocles. Parece establecer una diferencia bastante radical entre los seres vivos y los inertes, y en relación con los primeros, combina tres ideas clave: una entidad ordenadora en cada organismo, la «nous» o cabeza, una capacidad potencial de generar vida en la semilla o germen y una vida patente como acción, que es el «zoe». La idea de la «nous» es especialmente afortunada y será recogida de diversas formas por el pensamiento posterior. Incluso puede verse como una premonición de la necesidad de regulación en los organismos vivos. Además de concluir el grupo pluralista con Anaxágoras, en esta carta también quisiera hablarte de los viejos atomistas. Se ha dicho muchas veces que hay un gran parecido entre la teoría expuesta por Demócrito en el siglo V a.C. y la teoría atómica de Dalton, del siglo XIX. Según se mire, esto puede ser cierto o totalmente erróneo. En cualquier caso, no se trata de que la ciencia del siglo XIX tomara una teoría antigua y con ella realizara grandes descubrimientos en el campo de la física y la química. Fue exactamente al contrario: los progresos de la física y la química durante el siglo XIX hicieron resurgir unas ideas formalmente expresadas por primera vez en la antigüedad clásica por Leucipo y Demócrito. Bien visto, el principal mérito de Demócrito es que sus ideas constituyen un progreso extraordinario para su tiempo y la culminación del movimiento intelectual

iniciado en Mileto. Demócrito vivió hacia el año 420 a.C. y presentó una cosmología radicalmente materialista, muy superior a las de pensadores anteriores. En el mundo sólo hay materia y vacío. La materia es indestructible, impenetrable y homogénea. Está constituida por átomos, de los que hay una variedad infinita en lo que se refiere a la forma, el tamaño y el movimiento. En contra de la opinión de Parménides, el vacío no es el no ser, sino una realidad, tan completamente penetrable como impenetrable es la realidad de la materia. Hasta ahora hemos visto apuntar la sugerencia de que en la génesis de las cosas y en su ordenamiento temporal haya bien un «logos», bien un «nous» o la síntesis de la «philia». Con Demócrito aparece un nuevo concepto: todo viene determinado por el azar y la necesidad, el «amangke» y la «automatos». Ello quiere decir que la actividad no dirigida ni orientada de los átomos lleva a consecuencias inevitables. Conviene que te des cuenta de que esta idea está implícita en gran parte del pensamiento científico contemporáneo. La reacción contra las ideas de Demócrito se produce con Platón, donde el «logos» predomina sobre la necesidad. En realidad el debate todavía dura. La materia viva como «zoe», incluido el hombre, sería el resultado de una configuración especial de la mezcla de átomos de «psyche» y de átomos que hoy podríamos llamar somáticos. La nutrición se explica como una reordenación de los átomos del alimento que lo transforman en materia propia, igual que el cambio de disposición de las letras del alfabeto permitiría transformar una tragedia en una comedia. Para los atomistas, las cualidades perceptibles no son intrínsecas al objeto, sino efecto de éste sobre nuestros sentidos. Ten en cuenta que este punto de vista sobre la percepción sensorial fue restablecido en el siglo XVIII. Para los atomistas la mente era una especie de concentración de átomos de «psyche». Lo vivo diferiría de lo inerte por la interposición de átomos de «psyche», que determinarían interacciones con los átomos del soma; el resultado de estas interacciones sería la manifestación vital o «zoe». Es interesante darse cuenta de que este punto de vista incluye la posibilidad de que una interacción imperceptible o «cryptomenon» determine un proceso vital perceptible o «phenomenon». En términos actuales podríamos decir que la interacción entre ácidos nucleicos y proteínas es la base de los «cryptomena», ya que determina las actividades o funciones que se realizan en cada momento.

Es indudable que en los antiguos pensadores griegos encontramos la formulación de una serie de preguntas y la invención de conceptos teóricos, así como el desarrollo de procedimientos intelectuales que forman parte de la ciencia actual, constituyendo una estrategia de interpretación. Es obvio que dicha estrategia ha sido mejorada sustancialmente después de la revolución científica, pero sus fundamentos siguen siendo los mismos. Como en otros casos, se conservan muy pocos fragmentos que se puedan atribuir a Demócrito. Las ideas de los atomistas llegan al Renacimiento a través de un magnífico poema latino, el último que se escribió sobre la naturaleza de las cosas. Supongo que sabrás que me refiero a «De rerum natura», de Lucrecio, de quien hablaremos en otra carta. En cualquier caso, el «logos» platónico y el «thelos» aristotélico ejercieron un efecto epistático sobre el azar y la necesidad democritanos, que fue absoluto durante veinte siglos y ha seguido siendo importante desde la revolución científica hasta nuestra época. Yo diría que esta carta tiene como núcleo la idea de «la uniformidad del Universo y el materialismo radical de los antiguos atomistas». Afectuosamente,10. EL FLORECIMIENTO DE LA MEDICINA GRIEGA EN EL SIGLO V A. C.

Begues, 7 de agosto de 1983 Querida Nuria, Hasta ahora hemos hablado de hombres de la antigua Grecia que no dejaron nada escrito, de otros cuyos escritos se han perdido totalmente y por último de aquellos de los que sólo conocemos una serie más o menos extensa de fragmentos. Por desgracia, los escritos de los pensadores griegos anteriores a Platón pueden considerarse prácticamente perdidos para nosotros. Los únicos libros de esa época que han llegado hasta nosotros de una forma razonablemente intacta son los tratados médicos de la escuela hipocrática, la mayoría de los cuales fueron escritos en el siglo V a.C.. En el mundo erudito se suele hablar del «Corpus Hippocraticum», un conjunto de cincuenta a cien libros, según la ordenación que se efectúe de los diferentes manuscritos. Una de las ediciones modernas más completas es la de Litré (1839-1861), que consta de setenta obras, aunque algunas de ellas se consideran apócrifas. De hecho, son los escritos más antiguos que tú y yo podemos consultar para tratar de analizar aspectos de la cultura griega que puedan estar relacionados con la perspectiva histórica de la Ciencia. Estamos ante unos textos que, según los filólogos, tienen en común el haber sido escritos en prosa y en jonio, una forma dialectal del griego clásico. En

ninguno de ellos hay indicaciones acerca del autor, a diferencia de lo que sucede con las obras de Platón y Aristóteles. Estudiando cuidadosamente el estilo gramatical y el contenido mismo, los especialistas han concluido que hay libros de diferentes autores y que no todos fueron escritos en la misma época. Los tratados hipocráticos son citados por muchos autores de la antigüedad, tanto contemporáneos como posteriores. Entre los inmediatamente posteriores podemos incluir a Platón y a Artistóteles. Todo parece indicar que originalmente los tratados hipocráticos formaban parte de la biblioteca de la antigua escuela médica de Cos. Quizá recordarás que el segundo rey de la dinastía griega de Egipto fue Tolomeo Filadelfo (285-247 a.C.), que fundó la célebre Bilioteca o Museo de Alejandría. Se dice que llegó a contener más de medio millón de tratados y a ella fue a parar la colección hipocrática. Ten en cuenta que se trataba de originales o copias escritas en rollos de papiro. El incendio de la Biblioteca de Alejandría en el año 47 de nuestra era destruyó la mayor parte. No obstante, se emprendió una recuperación inmediata y, según los comentaristas, entre las obras recuperadas había más de cincuenta obras hipocráticas. Se conservaron hasta el siglo IV, en el que se produjo la destrucción definitiva del Museo. En el siglo 11, Galeno tuvo la oportunidad de conocer directamente casi todas las obras hipocráticas e hizo comentarios acerca de la mayoría. De ahí que la obra de Galeno sea una de las mejores fuentes que han llegado hasta nosotros sobre la antigua medicina griega. Parece que en Alejandría la recopilación de tratados hipocráticos se hizo sobre textos dispersos, conocidos por una minoría. Es probable que las recopilaciones posteriores sean fragmentarias y cada vez más pobres y adulteradas. Estudiando las alusiones a otras obras que aparecen en los textos conservados, se llega a la conclusión de que unos veinticinco tratados hipocráticos ya se habían perdido antes del primer agrupamiento en Alejandría. El «Corpus Hippocraticum» es sin duda un monumento memorable de la cultura occidental y aún hoy es objeto de estudio. Algunas de sus obras, como «El mal sagrado» o «La antigua medicina», están entre los libros que toda persona culta debe haber leído. Por tanto, te recomiendo que lo hagas, sobre todo teniendo en cuenta que de ambas hay magníficas traducciones. Como puedes suponer, la importancia de las obras hipocráticas en la Historia de la Medicina es enorme. No se puede decir lo mismo con respecto a la Historia de

la Ciencia; no olvides que la medicina estrictamente científica no empieza hasta mediados del siglo pasado. De todos modos, a lo largo de toda la historia hay una influencia recíproca extraordinaria entre el desarrollo del pensamiento científico y el de la medicina. Además, en todas las épocas ha habido médicos que han desarrollado una tarea científica general de gran importancia. El «Corpus Hippocraticum» es posiblemente un testimonio del florecimiento de la medicina griega en los siglos V y IV a.C.. Debía haber otros escritos médicos y es corriente que autores de la época, como Xenofonte y Aristóteles, hagan referencia a ellos. Permíteme que como ejemplo te transcriba un fragmento de la obra «Etica a Nicómaco»: «Porque no parece que los médicos lleguen a serlo gracias a unos escritos, aunque dichos escritos intenten exponer los tratamientos y la manera en que han de practicarse las técnicas y cómo han de hacerse los tratamientos particulares, de acuerdo con cada temperamento. Estas enseñanzas sólo son útiles, según parece, para las personas que ya tienen experiencia y, por otra parte, son inútiles para las que no la tienen.» Fíjate, pues, en la abundancia de escritos médicos en esa época. Date cuenta también de que su destino no era el gran público sino el profesional. Sobre todo gracias a Galeno sabemos que hubo dos escuelas rivales muy importantes, una en Cos y otra en Cnido, dos islas próximas a la costa de Asia Menor. Parece que también hubo una en Rodas, quizá de menor importancia. Además, en la misma época hay que anotar una cuarta escuela médica en Italia meridional, donde hemos de situar al mismísmo Empédocles y a algunos pitagóricos. Es posible que la colección hipocrática contenga una mezcla de escritos de las escuelas de Cos y de Cnido. Es difícil juzgar la importancia relativa de estas escuelas porque en lo que nos ha llegado de ellas no hay nada comparable al «Corpus». El origen de las mencionadas escuelas médicas debemos buscarlo en una tradición más antigua de carácter religioso. Su patrón era el dios Esculapio y en los templos dedicados a él se ejercía una medicina de carácter traumatúrgico. No se sabe cómo la práctica médica se fue secularizando progresivamente, aunque conservara una especie de carácter gremial muy cerrado. Genéricamente los médicos se llamaban asclepíades o descendientes de Esculapio y se agrupaban en una especie de clanes bajo vínculos muy estrictos. Además del ritual del antiguo templo de Esculapio, hay que mencionar otras fuentes de la medicina griega. Por ejemplo, la influencia de la medicina egipcia es indudable. Pese a lo poco que ha llegado directamente hasta nosotros, podemos asegurar que la medicina egipcia tuvo un gran desarrollo, independiente de las

prácticas religiosas. Otras influencias importantes son de pensadores de los que hemos hablado en cartas anteriores. Tanto una cosa como otra se ponen claramente de manifiesto en los propios textos hipocráticos. Algunos autores señalan que es muy posible que la medicina griega se desarrollara también por la práctica de los instructores de gimnasia y, como en Egipto y Babilonia, por la experiencia en el tratamiento de las heridas y traumatismos de guerra. Hay que añadir la influencia de la evolución del arte culinario, del que el médico hipocrático extraerá una dieta especifica como principal instrumento terapeútico. Esta carta podría llevar por título «El florecimiento de la medicina griega en el siglo V a.C.». Dedicaremos la próxima a hablar más específicamente de la aportación hipocrática a la historia del pensamiento científico. Confío en haber despertado un poco tu curiosidad intelectual. Afectuosamente, fueron escritos por él. Tal es el caso de «El mal sagrado», «Fístulas», «Hemorroides», «Afecciones internas», «Úlceras», «Vientos», «Fetos de siete meses», «Sueños» y algunos más. 11. LA APORTACIÓN HIPOCRÁTICA

Begues, 12 de agosto de 1983 Querida Nuria, Hay escasos datos fidedignos sobre la figura de Hipócrates. Hasta tal punto que alguien ha llegado a dudar de su existencia, igual que ha ocurrido con otros personajes de la Antigüedad clásica, como Homero. El testimonio más importante se encuentra probablemente en el «Protágoras» de Platón, en el que se hace referencia directa a Hipócrates de Cos como médico profesional, maestro de medicina, remunerado y perteneciente a una familia de asclepíades. En el diálogo «Fedro» hay otra alusión directa. Por otra parte, Aristóteles, en su «Política», también habla de Hipócrates y, cosa rara en él, da testimonio de su gran y merecida fama. Otros textos de la antigüedad también nos hablan de un Hipócrates que vivió en el siglo V. Menón, discípulo de Aristóteles, escribió la «Iatrica» o historia de la medicina, tal vez por recomendación del propio Aristóteles. En 1902 se recuperó un papiro que contiene 1900 líneas de dicho libro y en ellas se confirma la existencia y la fama de Hipócrates. Los comentaristas de los siglos III y II a.C. establecieron que Hipócrates era el

decimonoveno o vigésimo descendiente de una familia de asclepíades y que alcanzó la plenitud de su vida durante la guerra del Peloponeso; que aprendió de su padre o de sus familiares; que viajó lejos de su patria, ejerciendo en diversos lugares y que fue reclamado muchas veces de una ciudad a otra por su gran fama. Finalmente, se dice que murió en Larisa a una edad muy avanzada. Sus hijos y yernos también siguieron la medicina, y parece que entre sus descendientes hubo algunos que se llamaron Hipócrates, aunque ninguno alcanzó un prestigio parecido. Hay imágenes antiguas de Hipócrates y todas lo representan con la cabeza cubierta por la túnica. Ello ha sido objeto de diversas interpretaciones; quizá la más sencilla es que era calvo. La fecha de su nacimiento se estima hacia el año 460 a.C. Los especialistas consideran que no todos los escritos del «Corpus» se pueden atribuir a Hipócrates. Parece que se deben directamente a su mano «La antigua medicina», «Pronósticos», «Aforismos», «Epidemias I y II», «Régimen en las enfermedades agudas», «Aires, aguas y lugares», «Articulaciones», «Fracturas», «Instrumentos de reducción», «Heridas en la cabeza», «Juramento» y «Ley». Otros tratados llevan sin duda el sello de su escuela, pero es prácticamente seguro que no En la clasificación de las obras del «Corpus», además de los dos tipos indicados, también se tienen en cuenta las obras escritas con anterioridad, las posteriores, las no citadas en la antigüedad, los escritos perdidos y las obras apócrifas. «El mal sagrado» es una de las obras hipocráticas más estudiadas. Toda ella está impregnada de un espíritu racionalista y polémico que trata de hacer frente a la superstición. El mal sagrado es la epilepsia o gran mal, y algunas formas de afecciones afines. La singularidad de sus síntomas, así como su manifestación repentina, hicieron que se le atribuyera un origen sobrenatural. Grandes hombres de todas las épocas sufrieron esta enfermedad; por lo que sabemos, entre ellos hay que incluir a Alejandro Magno y a Julio César. Desde el primer párrafo, el autor hipocrático quiere romper directamente la falsa creencia popular, diciendo: «Me parece que este mal no es más divino ni más sagrado que las demás enfermedades». En la obra mencionada también encontramos otro aspecto fundamental medicina griega: la preocupación por la etiología de las enfermedades. combatir el mal hay que conocer su origen y éste siempre es natural. descubrirlo tenemos que basarnos en la observación, la experiencia razonamiento.

de la Para Para y el

En la obra que estamos tratando hay un detalle muy importante en relación con las ideas biológicas de la antigüedad: asigna al cerebro, en vez del corazón, la función de soporte material de la conciencia. Esta afirmación se opone a la tradición más generalizada en el pensamiento antiguo, en el que hay que incluir a la escuela italiana de Empédocles, a Alcmeón de Crotona y, como veremos en otra carta, al propio Aristóteles. A éste le impresionó que, en el desarrollo embrionario, el corazón sea lo primero que se mueve, es decir, la manifestación más precoz del «zoe». El tratado «Aires, aguas y lugares» se centra en la idea de que tanto el cuerpo como el espíritu del hombre dependen del clima. Aquí aparece también un aspecto clave del método hipocrático, según el cual para conocer lo que ocurre en una parte se ha de tener en cuenta el todo. De ello deriva el valor de la consideración del medio, tanto para la etiología como para el pronóstico y, por consiguiente, para la profilaxis. En «El pronóstico» se señala que el médico ha de saber apreciar de antemano el curso que seguirá la enfermedad, sobre todo cuando ésta conduce inexorablemente a la muerte. En este último caso hay que despedirse de los familiares o amigos o prevenirlos acerca de la probable inutilidad de sus esfuerzos, para mantener con justicia el prestigio del ejercicio del Arte. Aquí se describe la célebre «facies hipocrática», todavía válida hoy en día: «nariz afilada, ojos y sienes hundidas, orejas frías y contraídas, con los lóbulos vueltos hacia fuera, la piel de la frente dura, tensa y reseca y el color de todo el rostro amarillento y oscuro». Hay también muchas otras observaciones extraordinarias de la persona próxima al tránsito, como «el deseo del enfermo de levantarse de la cama cuando la enfermedad se encuentra en el momento crítico» y cuando el paciente «mueve las manos delante del rostro, trata de agarrar algo en el vacío, arrancar hebras del cobertor o coger motas en las paredes. Todos estos síntomas son malos y de hecho fatales.» En «El pronóstico» también se trata del interrogatorio y examen o exploración que hay que llevar a cabo cuando la actuación médica puede contribuir realmente a la curación. Incluye la localización de los dolores, las palpaciones, la fiebre y la consideración del historial, en el que se tienen en cuenta los vómitos, los esputos, las heces, la orina, etc. Finalmente, la reflexión. Como afirmó el gran médico latino Celso, fue Hipócrates quien deslindó la medicina de la filosofía. Ello queda ilustrado de forma dramática en «La antigua

medicina». Allí se insiste en que el arte no puede basarse en un postulado y que es fundamentalmente una «techne», fruto de la experiencia, y que aspira esencialmente a ser útil. Fue en la escuela de Empédocles donde la cosmología ejerció los peores efectos sobre el arte de curar. La fiebre había de interpretarse como un exceso de calor y los escalofríos, como un exceso de frío. De este modo, el filósofo recomendaría una dosis de calor para curar los escalofríos y una de frío para curar la fiebre. El autor de «La antigua medicina» contesta que las causas de la enfermedad y de la muerte no pueden simplificarse de ese modo y que, cuando el hombre en momentos críticos reclama el médico, éste sólo puede ayudarlo basándose en la «techne», pero nunca en la cosmología, en la que no encuentra ninguna prueba que dé certeza a la forma de actuar. Por eso el médico hipocrático se escandaliza de la ignorancia del filósofo, insistiendo en el hecho de que la única piedra de toque de la «techne» está en el resultado. Es entonces cuando entra en juego otra característica fundamental del médico hipocrático, que es su preocupación personal por los sufrimientos del paciente. De este aspecto de la doctrina hipocrática nacerá una norma más general, que nos llevará a ver todo el conocimiento científico como un instrumento real puesto al servicio de la Humanidad. Es lo que más tarde se llamará ciencia positiva, en oposición a la especulación inoperante. En otras escuelas médicas como la de Cnido parece que el elemento especulativo tenía más importancia, pero para el médico de Cos el objetivo fundamental es el hombre que pide ayuda. En «La antigua medicina» se sostiene que el método de observación y la experimentación constituyen la única vía para llegar a la comprensión de la naturaleza del hombre, en oposición al método apriorístico de los cosmólogos. Hipócrates admite el uso de la inferencia lógica para descubrir hechos que no están al alcance de los sentidos y desarrolla el método inductivo con toda claridad. En este punto coincide con Anaxágoras, Empédocles y algunos pitagóricos. Más aún, la infuencia de los filósofos sobre el médico hipocrático se pone de manifiesto cuando éste siente la necesidad de sistematizar el conjunto de sus conocimientos y de justificar racionalmente dicha necesidad, formando lo que podríamos llamar una teoría médica. Hasta cierto punto, uno puede entrever que la llamada teoría hipocrática constituye un caso particular de aplicación de la teoría de la ciencia a la medicina: un intento de elaborar un cuerpo orgánico de conocimientos basados en la observación y en la experiencia, que puede ampliarse continuamente con generalizaciones cuya principal defensa es el hecho de ajustarse a la realidad de

los fenómenos. Además de perseguir como fin el bienestar de la humanidad, la teoría hipocrática tiene una normativa que puede considerarse la base de la deontología médica occidental. Sin duda habrás oido hablar del juramento hipocrático, que es una forma resumida de dicho código deontológico. Ahora bien, los textos más antiguos que han llegado hasta nosotros, aunque están escritos en griego, son de la época imperial romana y es posible que las condiciones admitidas en esa época para el ejercicio de la profesión influyeran en su redacción. Antes de permitir que el joven médico iniciara su ejercicio se le exigía un juramento solemne del tipo siguiente: «Aquel o aquellos que me han enseñado el Arte tendrán por mi parte la misma consideración que mis progenitores. Velaré por sus descendientes como si fueran mis hermanos y les enseñaré el Arte si lo quieren aprender, sin aceptar paga o recompensa. Mediante preceptos, lecciones y demás métodos de enseñanza transmitiré todo lo que sé a mis hijos y a los hijos de mis maestros, así como a los discípulos vinculados por el juramento y convenio (en este caso era necesaria una remuneración, generalmente muy elevada), pero a nadie más. En todo momento haré cuanto pueda para curar a los enfermos con la mayor solicitud y lealtad de que sea capaz. Nunca prepararé venenos ni practicaré abortos.» Otras fórmulas del juramento también aluden a la obligación del secreto profesional y a no utilizar nunca la influencia sobre el enfermo o su familia en beneficio propio, ni con otro objeto que ejercer la profesión con la máxima eficacia. Es obvio que el juramento hipocrático establece lo que hoy llamaríamos un sentido de clase entre los médicos, quizá abusivo, que ha prevalecido hasta nuestros días. Ello queda fuera del papel social que uno espera del hombre de ciencia y de hecho hay que tomarlo como un fenómeno protocientífico. De todos modos, como ya he señalado, hemos de reconocer que es la primera afirmación formal de que el saber debe estar al servicio del hombre. Esta idea se convirtió en el tópico del científico durante los siglos XVIII y XIX, y por este motivo aún se considera a los científicos más destacados de esa época como grandes bienhechores de la humanidad. Otro aspecto que tal vez deriva de la moral hipocrática (y que fue introducido en la filosofía liberal como un rasgo característico del hombre de ciencia) es el respeto a la persona. Por tanto, nunca se hará nada que menosprecie a un individuo, ni siquiera en beneficio general. Quiero decir, por ejemplo, que el hecho de que un enfermo sea viejo e incurable no justifica, en

este contexto, quitarlo de enmedio para dejar un sitio libre a quien convenga. Ello no impide que el sacrificio personal sea admisible, cuando se produce por propia voluntad. De ahí la actitud heroica de muchos científicos del siglo XIX, que no dudaron en sacrificar su propia persona en aras del progreso de la humanidad. Después de las dos guerras mundiales las cosas han cambiado, y la figura del científico y de la propia ciencia se han desmitificado, como reacción ante el hecho de que la ciencia pueda servir tanto o más para hacer el mal que para hacer el bien. En el tratado «Sobre la naturaleza del hombre» se afirma: «El cuerpo humano consta de sangre, pituíta, bilis amarilla y bilis negra». Esta teoría de los cuatro humores, de la que hablaremos más veces, determinó dos concepciones. Por una parte, la que se refiere a los temperamentos: el sanguíneo, el flemático, el colérico y el melancólico, según si predomina la sangre, la flema, la bilis amarilla o la bilis negra. De hecho, la teoría hipocrática de los temperamentos ha durado hasta hoy, ya que todavía sirve de base a los distintos tipos de constitución. La otra concepción es que la salud es el resultado de una proporción armónica de humores dentro de cada temperamento y la enfermedad es el trastorno de dicha armonía. Así el autor de la última obra citada dice: «Hay salud completa, por tanto, cuando hay proporción perfecta, en cantidad y en calidad, y cuando la mezcla se ha realizado completamente; hay dolor cuando uno de esos humores se aisla en el cuerpo en una cantidad grande o pequeña». El médico hipocrático conocía bastante bien los huesos del cuerpo humano y las articulaciones, puesto que el esqueleto ya había sido objeto de estudios directos. También conocía la técnica de reducción de fracturas. Los músculos estaban bastante bien descritos, posiblemente por influencia de los conocimientos aportados por los maestros de gimnasia. Sin embargo, la sustancia propia del músculo no se distinguía de la de otros órganos internos. Encontramos alusiones a diferentes partes del aparato digestivo, pero siempre con escasísimo conocimiento funcional. Por ejemplo, el hígado y la vesícula interesaron al médico hipocrático, pero éste nunca tuvo una idea clara de su función. El páncreas fue totalmente ignorado. Se describía la respiración sin entender el papel de los pulmones, creyendo que el aire servía para enfriar la sangre. También se mencionaba el cerebro, la cavidad interna y los vasos principales, pero la circulación era inexistente. Las arterias contenían el aire caliente o «pneuma» del que provenía la fuerza vital. El ventrículo izquierdo estaba vacío de sangre, de acuerdo con la experiencia del carnicero. El alma era el «pneuma».

El sistema nervioso era prácticamente desconocido. El cerebro se consideraba una glándula secretora de agua, aunque por otra parte se lo tenía por centro del pensamiento, de los sentidos y del movimiento. Los nervios se confundían con los tendones y a veces incluso con las venas. No obstante, los hipocráticos distinguieron los principales nervios cerebrales y la anatomía del ojo y del oído. El aparato urogenital era descrito aceptablemente, pero las ideas sobre la fecundación eran totalmente fantásticas. En los tratados hipocráticos encontramos la primera descripción zoológica. Contiene cincuenta y dos animales comestibles, divididos en cuadrúpedos domésticos y salvajes, aves y peces. Obviamente se trata de una zoología circunstancial, pero, como te decía, es la más antigua de la que tenemos testimonio escrito. Aquí podemos concluir esta carta que pretende poner de manifiesto un capítulo realmente memorable de la perspectiva científica en la antigüedad y que podríamos denominar «La aportación hipocrática». Te deseo el gozo de la proporción y la mezcla perfecta de los humores. Afectuosamente, 12. EL APOGEO DE LA CULTURA GRIEGA

Begues, 21 de agosto de 1983 Querida Nuria: He pensado que, para entender mejor la etapa de la Historia de la Ciencia que nos toca considerar ahora, puede ser útil hacerte un esbozo histórico general de Atenas en el siglo V a.C. Desde el primer momento debes tener en cuenta que las tres figuras principales de la filosofía griega están ligadas a Atenas, ciudad con la que, como ya sabes, también podemos asociar a Anaxágoras, y en menor medida, incluso a Hipócrates. Ello no es un fenómeno casual: en esa época se produce en Atenas el apogeo de toda la cultura griega. Hay una antigua leyenda sobre la muerte de Platón que viene muy bien para ayudarnos a comprender el significado de lo que acabo de señalar. Se dice que sus últimas palabras fueron: «Soy sin duda el hombre que más debe a los dioses, ya que me permitieron nacer griego en vez de bárbaro, vivir en el siglo de Pericles en vez de en otra época, tener como maestro a Sócrates y no a otro y, contando con muchos discípulos, poder incluir a Aristóteles entre ellos.»

Los emperadores persas debieron aprender pronto el principio que han seguido todos los grandes conquistadores: que cada conquista sólo puede ser consolidada con una nueva conquista. He aquí por qué las colonias griegas de Asia Menor cayeron sucesivamente bajo los ejércitos persas, que luego avanzaron hacia Tracia y Macedonia hasta llegar a la frontera septentrional de la propia Grecia. Todo lo que los había traído hasta ahí, continuaba siendo válido para seguir adelante. Como señala Aristóteles en su «Política», las causas de las guerras han sido frecuentemente fútiles, pero tras ellas se esconden las verdaderas y graves razones que las desencadenan. Atenas intentó sin fortuna ayudar a una colonia que había caído en poder de los persas; como consecuencia, éstos le declararon la guerra. En el año 490 a.C., el ejército de Darío fue sorprendentemente denotado en Maratón, de donde viene la célebre carrera que aún tiene lugar. El primero que recorrió esa distancia fue el anunciador de la victoria, que murió extenuado al llegar a Atenas. Más tarde Jerjes preparó una nueva expedición y los griegos formaron una coalición defensiva. En la batalla de las Termópilas, Leónidas y un grupo escogido de hombres murieron para permitir la retirada del grueso del ejército griego. Luego los persas destruyeron Atenas, pero desde tierra Jerjes contempló horrorizado la catástrofe naval de Salamina y se retiró. El ejército que dejó en tierra fue denotado en Platea y, tras otra victoria naval, los griegos se hicieron prácticamente dueños del Mediterráneo. Es cierto que durante décadas se seguiría combatiendo contra los persas, pero cada vez más al este. Atenas fue la gran vencedora de las guerras médicas y, como consecuencia, registró un florecimiento extraordinario. Es la época del Partenón, de los grandes trágicos y los grandes filósofos. En poco tiempo, quizá en sólo cincuenta años, Atenas dejó en la historia de la humanidad una huella que otras civilizaciones no han podido lograr en milenios. Esparta rehusó entrar en una «cumbre» panhelénica y ello sentó las premisas que desencadenaron la guerra del Peloponeso. Ésta duró diez años y fue adversa para Atenas. Por problemas internos, la propia Esparta propició el fin de la guerra mediante un pacto. De este modo se estableció en Atenas el gobierno llamado de los treinta tiranos, que eran aristócratas y practicaron una administración caprichosa. Ello facilitó su derrocamiento por la rebelión de Trasíbulo, que restableció la democracia. Esparta se limitó a exigir los tributos de indemnización de la guerra, pero aceptó el nuevo régimen. Pese a todo, la decadencia de Atenas había empezadoinexorablemente. El sol de Esparta tampocó tardó en ponerse para dar paso, tras una efímera supremacía de Tebas, al dominio macedónico. He intentado describirte en pocas líneas algo que, desde Tucídides hasta hoy,

ha sido objeto de muchos libros. Sea como fuere, todo ocurrió en menos de un siglo. Se le llama el siglo de Pericles, porque fue él quien presidió el apogeo de Atenas durante más de cuarenta años, desde la reconstrucción hasta el comienzo de las guerras del Peloponeso. Hubo hombres que conocieron esa época de principio a fin y entre ellos cundió una sensación de perplejidad: ¿qué fuerza hizo tan grande a Atenas? ¿cuáles fueron las causas del desastre? ¿qué se podía hacer para reconducir la decadencia? ¿había que volver atrás o descubrir un futuro nuevo aprovechando la lección recibida? Es posible que el intento de dar respuesta satisfactoria a estas preguntas haya repercutido incesantemente en la historia occidental, hasta nuestros días. Sócrates (470-399 a.C.) no hizo aportación alguna a las ciencias naturales e incluso manifestó explícitamente su desinterés por dicho campo. No obstante, hay que reconocer que su nombre está asociado a una gran revolución intelectual, quizá la mayor que jamás se haya visto. Como sabes, Sócrates no dejó nada escrito. Las raíces del pensamiento de Sócrates debemos buscarlas en Parménides y los pitagóricos. Sócrates hizo un desarrollo extraordinario del análisis conceptual y sus objetivos fueron la ética y la política. Es posible que su pretensión fuera preparar una nueva clase gobernante, justa y capacitada. No era partidario de la mayoría indiscriminada y creía que los que habían de intervenir en cada tema y tomar las decisiones eran los más aptos y competentes. Su visión última del fenómeno político es más bien pesimista: «La política es incompatible con la vida honorable». Sin duda recuerdas su célebre juicio y su condena, que consumó bebiendo la cicuta con su propia mano, siguiendo la forma habitual en que se ejecutaban entonces las condenas a muerte. Todo ello ocurrió después del restablecimiento de la democracia con Trasíbulo. A este respecto he de hacerte notar que es muy interesante leer tanto la «Apología de Sócrates» como el «Fedón», que no debo comentar aquí porque se alejan demasiado del tema que nos ocupa. Sin embargo, no quiero dejar de decirte que la última parte del «Fedón» es una de las lecturas que más me han impresionado de todo lo que conozco. Sócrates establece que los órdenes moral y político son racionales, pero en cambio no lo es la simple aceptación de unas normas y una autoridad. Conviene saber que a partir de Sócrates el valor de la discusión se ha convertido en un tópico. No podemos extendernos sobre la personalidad y la obra de Sócrates, pero conviene tener en cuenta que una y otra se contraponen a las de los

pensadores que tomaban como base la experiencia sensible y que en el orden humano estaban dispuestos a aceptar valores fundamentalmente contractuales y de ningún modo absolutos. Los sofistas de la misma época, entre los que los ciudadanos de Atenas probablemente incluían a Sócrates, eran mucho más realistas. Enseñaban a discutir como se enseñaba esgrima, un arte para defenderse y para atacar. El objetivo de la discusión no era llegar a una verdad válida para todos, sino convencer a la asamblea o confundir al adversario. Protágoras, que quizá fue uno de los más grandes sofistas, fundaba este punto de vista en que el hombre es la medida de todas las cosas. O también en que, como dice un proverbio castellano, «nada es verdad ni es mentira; todo es según el color del cristal con que se mira». El pensamiento de Platón (429-347 a.C.), del mismo modo que el de Sócrates, tuvo sobre todo una preocupación ética. Platón también es una de las figuras más grandes de la historia de la filosofía, además de la principal fuente de Sócrates. Por otra parte, hemos tenido la fortuna de que su obra haya llegado directamente hasta nosotros. La mayoría de sus escritos, que tienen una extensión parecida a la de la Biblia, pueden leerse en cualquier lengua y con razonables garantías de que la versión es fidedigna. Platón es el filósofo más antiguo que podemos estudiar directamente.' Aqui sólo trataré de fijarme en los aspectos de su pensamiento que tienen relación con la ciencia, y aun así con el temor de dar de él una imagen esmirriada y desafortunada. Ten en cuenta que hablar de Platón siempre es muy serio, y hacerlo bien, muy difícil. La teoría de las ideas ha tenido una gran repercusión en el desarrollo del pensamiento científico en general y particularmente en el campo de la biología. Platón afirmaba que las cosas, del modo que se perciben a través de los sentidos, están en un fluir permanente y no representan más que sombras de la realidad que se encuentra tras ellas. «Imagina un antro subterráneo que sólo tenga una abertura para permitir el paso de la luz exterior y supón que en esta caverna hay hombres encadenados desde la infancia. A causa de las cadenas que les sujetan la cabeza y las piernas, no pueden moverse ni volver la cabeza y sólo ven lo que tienen delante. Supón que tras ellos, a cierta distancia y a cierta altura, hay un fuego cuyo resplandor les ilumina y un camino escarpado situado entre el fuego y los prisioneros. Supón también que en medio hay un muro y que a lo largo del muro pasan personas que llevan objetos de todo tipo. Estos objetos son lo único que sobresale por encima del muro. Además, de vez en cuando las personas se paran o hablan entre ellas, mientras que otras cruzan el 5

Hay que advertir que leer a Platón es una tarea delicada. No siempre está claro

por boca de cuál de los personajes da su propia opinión, ni distinguir cuándo habla en metáfora o literalmente, o si lo hace en serio o en broma. escenario sin decir palabra. Por extraño que te parezca todo esto, lo que verían los prisioneros es muy parecido a lo que nosotros podemos ver realmente. Los prisioneros sólo serían capaces de ver las sombras de los objetos que pasan tras ellos y oir la conversación de los porteadores. Es probable que confundieran las sombras con los propios objetos y les atribuyeran la capacidad de hablar, llegando al convencimiento de que ésta era la única realidad.» Esta es, más o menos parafraseada, la célebre parábola de la caverna, que se encuentra en «La República». Platón recoge las definiciones de Sócrates sobre lo bueno, lo justo, lo verdadero, etc., pero afirma que ninguna de ellas puede aplicarse a las cosas sensibles sino a algo que, a diferencia de ellas, no cambia y es permanente y estable. Son las «ideas» y propone no sólo que son reales, sino que son la única realidad. Esto también le llevó a considerar que, por ejemplo, la palabra «caballo» no designa a este o aquel caballo concreto, sino algo parecido a lo que nosotros entendemos por especie equina. De hecho, la sistematización de las formas y la dicotomía taxonómica tienen un origen platónico. Platón es primaria y fundamentalmente un gran matemático y fue el primero que estableció algo que luego se ha repetido hasta la saciedad: que únicamente las matemáticas presentan el tipo de certeza y exactitud que deberían tener todos los demás conocimientos. De Platón surgió una importante escuela de matemáticos y astrónomos (incidentalmente responsable de que, desde entonces hasta bien entrado el siglo XX, ambas ocupaciones se identificasen). Rechazó a Demócrito y habló con respeto de Hipócrates, pero no se interesó en absoluto por el método de este último. Ya sabes que las obras de Platón están escritas en forma de diálogos de una belleza literaria extraordinaria. En el que lleva por título «Timeo», presenta una cosmología pueril y poética, quizá no muy diferente de las mitologías. Sin embargo, en ese diálogo desarrolla la idea de espacio vacío de Demócrito como aquello que tiene capacidad para recibir todos los cuerpos, un modo de pensar que prevalecerá hasta Descartes. También considera al microcosmos como una prefiguración del macrocosmos. En su «Física», Aristóteles señala muy oportunamente que los objetos que estudia la geometría son inseparables de los cuerpos físicos sensibles y únicamente pueden tomarse como entidades determinadas y fijas como resultado de una abstracción. De este modo, en las «ideas» se excluyen las consideraciones

sobre la materia de que está formado cada cuerpo. Añade que los objetos no pueden ser estudiados de este modo, desde el punto de vista científico. Es posible que Aristóteles tenga razón en su argumento, pero la utilización de la abstracción como método fundamental para el desarrollo de la ciencia procede de Platón. De este modo, en la revolución científica se desarrollará toda la mecánica teniendo en cuenta solamente la forma, la masa y el movimiento, partiendo del platonismo galileano que considera que éstas son las propiedades primarias de los cuerpos. Aún hoy, la estrategia intelectual de la investigación científica se basa en la capacidad para encontrar un modelo abstracto adecuado. Lo que añadió la revolución científica es la necesidad de que dichos modelos siguieran el mismo orden causal que el mundo exterior. El papel de las matemáticas en la educación es, como sabes, primordial, y ello tiene origen platónico. Un principio de la Academia era prohibir la entrada a quien no supiera geometría. En la escuela de Platón, las matemáticas adquieren por vez primera una estructura sistemática y lógica. Dar un problema resuelto e ir retrocediendo hasta llegar a una proposición cuya veracidad o falsedad sea obvia o esté bien establecida también fue un método introducido por esta escuela y recogido por los matemáticos posteriores. Será Euclides quien le dará la forma que encontramos en los libros elementales de geometría. Entre los discípulos de Platón que hemos de tener en cuenta desde la perspectiva histórica de la ciencia se encuentra Eudoxos (409-356 a.C.), a quien se deben avances importantes en astronomía de observación. Por ejemplo, estableció la duración del año en 365 días y 6 horas. También desarrolló la teoría de la esfera. Su discípulo Calipo estableció una teoría cosmológica que luego adoptó Aristóteles. Heráclides de Ponto (388-315 a.C.) insinuó que la Tierra giraba sobre su eje en 24 horas. Más tarde esta idea sería aprovechada por Aristarco de Samos; uno y otro constituyen dos grandes precursores de Copérnico. También tenemos a un tal Meneemos, que desarrolla la teoría de las secciones cónicas, completada por Apolonio de Perga en el periodo alejandrino. A este último se deben los nombres de elipse, parábola e hipérbola. También hay indicios de que entre los hombres de la Academia hubo estudiosos de botánica y fisiología. Tras la muerte de Sócrates, Platón viajó primero a Megara y luego a Italia y a Egipto. El año 387 a.C. volvió a Atenas y fue entonces cuando fundó la Academia,situada a un kilómetro y medio de Atenas, en un bosque cuyo nombre se asociaba con el héroe legendario Academos. La Academia se organizó siguiendo el modelo de las escuelas pitagóricas del sur de Italia, y quizá se puede considerar

el precedente más antiguo de la Universidad (que, como sabes, se desarrolló en la baja Edad Media). Te sorprenderá saber que la Academia fue una escuela que duró más de novecientos años; es decir, todavía hoy, sigue siendo la institución occidental que ha tenido una vida más larga. Fue cerrada el año 529 por el emperador Justiniano. Uno de los efectos más inmediatos de la Academia sobre la sociedad ateniense fue el descrédito de los sofistas y su práctica desaparición. En el talante de la Academia encontramos por primera vez el regusto de la disciplina universitaria. Por ejemplo, hay una planificación deliberada de todas las materias dignas de estudio, en forma de canon. Este comprende una ordenación de las partes y un examen crítico de los conocimientos; en cada materia, ambas cosas se hacen obedeciendo a unos mismos criterios y reglas. Parece que la lección magistral y la formación de grupos o cursos también pudieron tener su origen en la Academia. Los estudios duraban diez años, un periodo de tiempo que hoy nos parecería muy largo. En cualquier caso, es evidente que hay una diferencia fundamental entre la Academia y la escuela hipocrática. Mientras la primera constituye para nosotros un primer esbozo de la Universidad, la otra nos hace pensar más bien en una enseñanza y una ideología de tipo gremial. He llegado al final de todo lo que pensaba incluir en esta carta. Te ruego que disculpes su extensión excesiva y, sobre todo, que tengas en cuenta que se trata de un boceto muy personal sobre un periodo y unos personajes que merecen un estudio mucho más profundo. Pero quizá baste para nuestro objetivo. Obviamente, el título de esta carta podría ser «El apogeo de la cultura griega». Los autores antiguos solían cerrar sus cartas dirigidas a los íntimos con frases de oráculos o de pensadores célebres, probablemente bien conocidos de unos y otros. Entonces su interpretación no tenía dificultad, puesto que se trataba de simples recordatorios. Con el afán de imitar en esta ocasión a los escritores de la antigüedad, me gustaría concluir esta carta con una curiosa alusión al pensamiento platónico: «El camino más corto no es la línea recta». Sin embargo, aquí se requiere un comentario. La frase referida resulta sorprendente porque, como te he dicho, Platón era fundamentalmente un matemático. La llevo retenida de una lejana lectura de Maurois, su «Creadores de mundos», donde, aludiendo al filósofo francés Alain, uno de sus maestros, afirma que comenzaba con ella el comentario del «Teeteto». La verdad es que, a propósito de una reciente y magnífica edición, he revisado este diálogo

cuidadosamente, buscando sin éxito algo a lo que poder agarrarme para darle una explicación clarificadora. No obstante, conviene recordar que Alain no sólo era un buen filósofo sino también un gran helenista. Entonces uno puede acudir al hecho de que, en griego clásico, el «camino más corto» es sinónimo de «sendero», como vía que nos permite salvar un obstáculo y llegar a la meta o cruzar un río por un vado. Así, si nuestro propósito fuera aprender a volar, la línea recta sería observar a las aves y procurar imitarlas. Pero el hombre progresó muy poco por ese camino a lo largo de siglos. Cuando realmente aprendió a volar fue cuando pudo responder a la pregunta de porqué son capaces de volar algunos animales, y otros no. Este sentido sí puede aplicarse a la frase indicada, y tiene relación con «Teeteto», donde se interroga a este joven matemático sobre el significado verdadero del término «saber». Es posible que el aspecto paradójico de la formulación de Alain sirviera solamente para sorprender a los alumnos. En todo caso, es cierto que la reflexión sobre Platón ha interesado a los científicos de todas las épocas, y especialmente a los físicos teóricos. Así Schródinger, el creador de la mecánica cuántica, se atrevió a afirmar que había aprendido más física leyendo a Platón que en los tratados convencionales. Esto no es paradójico, pero quizá constituye una exageración un poco desmedida.

Me gustaría que esta carta te hubiera calado suficientemente como para poder llevarte a la lectura de los principales textos platónicos, y así formar tu propia opinión sobre una de las grandes figuras del pensamiento occidental. Platón bien vale una misa. Afectuosamente, 13. UN HOMBRE QUE LO SABÍA TODO

Querida Nuria: Hoy empezaremos a hablar de Aristóteles, un hombre que lo sabía todo. Como mínimo podemos afirmar que fue el más grande naturalista de la Antigüedad y, por tanto, que ha tenido un papel indiscutible en la Historia de la Ciencia. Hablar a la ligera de Aristóteles siempre está mal visto por los eruditos, pero yo no puedo hacerlo de otro modo, simplemente porque no sé gran cosa sobre el tema. Piensa que en Occidente, durante siglos, la flor y nata de la intelectualidad no ha hecho otra cosa que discutir acerca de Aristóteles. Una vez admitidas mis limitaciones, espero que lo que te diga sea útil e incluso suficiente para la visión histórica de la ciencia que me he propuesto trazar. Aristóteles nació en Estagira, ciudad griega de Tracia, en el año 384 a.C. y murió en la isla de Eubea, patria de su madre, en el año 322 a.C.. Aunque su lengua materna y su formación eran griegas, siempre se le consideró macedonio y ello pesó mucho en su vida. Su padre, Nicómaco, era médico y pertenecía a una familia de asclepíades; además era médico de la familia real macedonia, concretamente de Amintas II, abuelo de Alejandro Magno. Por tanto hemos de tener en cuenta que el hombre que nos ocupa pasó su infancia en una corte real, semibárbara. Se ha dicho que durante su adolescencia probablemente fue iniciado en el Arte, siguiendo la costumbre de los asclepíades. Sabemos que quedó huérfano muy joven y que de su educación se ocupó un tal Proxenes, a quien siempre guardó un gran afecto. Parece que cuando tenía alrededor de veinte años se trasladó a Atenas para ingresar en la Academia, en la que permaneció dos décadas, hasta la muerte de su maestro Platón. Se trata del llamado «primer periodo» de Aristóteles, del que únicamente se sabe que era un discípulo importante y que tenía algunas discrepancias con su maestro. Al morir Platón, Aristóteles abandona Atenas y establece su residencia en la isla de Lesbos, que como sabes fue patria de la poetisa Safo y centro de la cultura eólica. Aristóteles no fue a Lesbos solo, sino acompañado de otros discípulos de

Platón, así como de amigos y discípulos propios; entre ellos se encontraban Xenócrates, que sería el continuador de la Academia, y Teofrasto, continuador de la escuela del Liceo, fundada por Aristóteles tras su regreso a Atenas. El segundo periodo de la vida de Aristóteles es el de Lesbos y se considera muy importante desde el punto de vista de su obra naturalista. En ese periodo disfrutó del mecenazgo de Temisón y de Hermías, hombres poderosos y amantes de la filosofía. Hacia el final de este periodo lo encontramos enseñando retórica en Mitilene, compitiendo con un tal Isócrates, a quien vale la pena mencionar ya que parece haber influido mucho sobre Aristóteles. En el año 342 a.C., Aristóteles fue reclamado por Filipo de Macedonia para confiarle la educación de su hijo Alejandro. Permaneció allí hasta el año 336, cuando Alejandro ya era rey de Macedonia y virtual señor de toda Grecia y estaba a punto de emprender la conquista de Asia. Las relaciones entre Aristóteles y Alejandro han sido ampliamente comentadas y mitificadas desde la antigüedad. Globalmente podemos concluir que fueron buenas, pero se trataba de dos hombres geniales y de temperamento muy fuerte, conscientes de haber venido al mundo a hacer cosas muy diferentes. Quizá sea el momento de fijarnos en que las relaciones de Aristóteles con la familia del hombre que habría de dominar todo el mundo antiguo influyeron notablemente en el temperamento y el carácter de Aristóteles y sobre todo determinaron que siempre fuera un hombre rico e influyente. En el año 336 a.C., Aristóteles vuelve a Atenas y, como ya te he dicho, funda el Liceo. Compró un jardín en las afueras de la ciudad, rodeado de un paseo cubierto o «peripaton» y situado cerca de una arboleda dedicada a Apolo Licio; de ahí deriva el nombre de Likeios o Liceo. Allí nuestro hombre dedicaba las mañanas a lo que hoy llamaríamos cursos avanzados, y las tardes a los más elementales, de iniciación. Se dice que tenía la costumbre de enseñar y discutir mientras paseaba por el paseo de la escuela; por ello sus discípulos recibieron el nombre de peripatéticos. Esta costumbre ha sido emulada por profesores de todas las épocas. Por ejemplo, en Barcelona aún recordamos que el célebre Esteve Terradas daba sus clases de Mecánica Racional, nada menos, paseando por un lugar que conoces muy bien: el claustro del viejo edificio de la Universidad. Hay que tener en cuenta que eso ocurría de 8 a 9 de la mañana y que en aquella época aún no había calefacción. ¿Quién te impide pensar que, en uno y otro caso, fue la necesidad de sacudirse el frío lo que determinó el modo de enseñar? Sea como fuere, desde Aristóteles al profesor Terradas también debe haber habido un gran número de fatuos simios imitadores.

En el Liceo, además de filosofía, se enseñaba cultura general. Es posible que la biblioteca del Liceo pasara más tarde al célebre Museo de Alejandría, una institución que, como veremos, deriva directamente del Liceo. El periodo del Liceo es el cuarto periodo de la vida de Aristóteles. Duró trece años y durante ese tiempo escribió la mayoría de sus obras, sobre todo las que habrían de tener mayor influencia en épocas posteriores. Son los tratados filosóficos, escritos siguiendo una ordenación didáctica y, desde el punto de vista literario, muy inferiores a los diálogos de Platón. Algunos libros tienen aspecto de curso, como si se tratara de una recopilación de apuntes de los alumnos o de guiones del profesor. Se han conservado versiones fidedignas de un gran número de obras de Aristóteles, pero no de todas. Entre los títulos más célebres se encuentran la «Política» y la «Etica a Nicómaco» (dedicada a su hijo, que llevaba el mismo nombre que su abuelo; fue escrita sin éxito con la intención de corregir a un muchacho que fue una especie de oveja negra, un «pijo de familia bien»). Tampoco debemos olvidar la «Gran Etica», la «Metafísica», el «Organon», la «Física» y el tratado «Del alma». A la muerte de Alejandro, Aristóteles tuvo en Atenas dificultades parecidas a las que habían llevado a Sócrates a la muerte. En este caso, las acusaciones eran de ateísmo y sacrilegio por haber levantado monumentos a Hermías y su mujer'.

° Ello es dudoso. Parece que se limitó a elogiarlos. Como nunca se había dedicado a la política, no encontraron fundamento alguno para poder acusarlo de lo que los atenienses realmente no le perdonaban, que era su macedonismo. Optó por quitarse de enmedio, trasladándose a la isla de Eubea, donde murió trece años más tarde. Se ha dicho (y si non é yero é ben trovato) que justificó su partida afirmando que, pese a la corrupción reinante en Atenas, amaba lo suficiente a la ciudad como para evitar que cometiera otro crimen contra la filosofía. Para completar la imagen de uno de los hombres más importantes de la cultura occidental, te diré que se le describe como un hombre más bien bajito, corpulento y no demasiado guapo, de ojos vivos y pequeños y una cabeza bastante grande. Un hombre de ingenio rápido y presto a la mordacidad. Parece que tenía un aire arrogante y que era muy presumido en el vestir y aficionado a las costumbres refinadas. En parte, estas cosas nos constan porque fueron criticadas por el propio Platón. También hay que resaltar su carácter afectuoso y cordial con los amigos y la familia. De lo que no hay la más mínima duda es de que Aristóteles tenía un conocimiento muy profundo (y casi siempre de primera mano) de todos los

filósofos anteriores. De ahí que las obras de Aristóteles sean una de las principales fuentes sobre los autores presocráticos. Siempre dispensa un tratamiento muy crítico a las opiniones ajenas, con gran consideración pero con parquedad en los elogios. Aristóteles y Platón son posiblemente los dos pensadores que más han influido en la cultura occidental, tanto en lo que tiene de positivo como de negativo. Como señaló Bertrand Russell, todavía hoy es extraordinariamente arriesgado estudiar un tema de filosofía prescindiendo de lo que Platón y Aristóteles establecieron al respecto. De todos modos, el Aristóteles más valorado en los tiempos modernos es el naturalista. Sus observaciones de primera mano son extraordinarias y, en muchos aspectos, su obra biológica no será superada hasta el siglo XVIII, es decir, tres siglos después de Vesalio y Galileo. Aristóteles distingue entre las cosas no engendradas y eternas y las cosas generadas y corruptibles. Entre las primeras se encuentran los astros y entre las segundas, los seres vivos. En una carta anterior ya hemos señalado la importancia de esta distinción y el modo en que perdura hasta la revolución científica. De hecho, Aristóteles cree que la percepción sensible no nos permite aclarar nada acerca del mundo de las estrellas, pero en cambio nos permite aprender muchas cosas de nuestro propio mundo. Además, se sorprende de que el hombre haya estado tan fascinado por el primer mundo y en cambio haya prestado tan poca atención al segundo. Puntualiza que una hormiga o un pulpo constituyen un dominio maravilloso en el que podemos descubrir infinidad de cosas que nos llevan a pensar que nada es casual y que todo obedece a una actitud para un fin (o, como diríamos nosotros, que todo tiene una función). Aristóteles es fijista; es decir, en ningún momento supone que haya podido haber evolución biológica en el sentido que la entendemos hoy. De todos modos, ya hemos señalado que la transformación de las especies es una idea moderna, pero que algunos elementos importantes de la teoría de la evolución tienen precedentes en la antigüedad, como ciertas ideas de Anaximandro y de Empédocles. Pese a su fijismo, Aristóteles proporcionó sin saberlo una de las bases que permitieron establecer la teoría de la evolución. Se trata del descubrimiento del orden que subyace en la diversidad de los diferentes tipos de organización, desde los más sencillos a los más complejos. Es lo que los comentaristas llamaron «scala naturae», extraída del libro de Aristóteles sobre la «Historia de los animales». La naturaleza avanza lentamente desde las cosas inanimadas hasta llegar a la vida animal. de modo que resulta difícil establecer el límite entre lo que está vivo y lo que no lo está. Añade que entre las formas más simples de vida y por debajo de los animales más simples se encuentran las

plantas inferiores. De acuerdo con estas ideas, se puede establecer una escala descendiente como la que te indico a continuación: Hombre Mamíferos Ballenas y delfines Aves Reptiles y peces Pulpos y calamares Crustáceos Insectos Moluscos Ascidias Medusas Esponjas Plantas inferiores Materia inanimada Hoy no podemos contemplar un esquema de este tipo sin ver en él una sugerencia de árbol filogenético. Aristóteles lo considera una especie de orden propio del mundo viviente, desde el hombre a los seres más simples. El principio de la vida es la «psyche» y, en su obra «Del alma», Aristóteles establece una distinción entre las cosas sin «psyche» (apsíquicas) y las cosas con «psyche» (empsíquicas). La realidad del ser vivo es la «forma» y la materia es la«potencia». A diferencia de Platón, la idea no está fuera de las cosas sino dentro de ellas: es la «forma». Un ejemplo clásico es el bronce como materia y la escultura del atleta como forma dada por el escultor. En el ser vivo, la forma es dada por la «psyche». Durante el desarrollo embrionario, ya sea a partir de la semilla o del huevo, se produce el paso de la potencia al ser a través de una serie de estados imperfectos de la forma. Alerta: en esta idea del desarrollo embrionario como paso de la potencia a la forma subyace el principio de la teoría epigenética, de la que Aristóteles es un pionero. Aristóteles no cree que la vida sea una propiedad inmanente de la materia, sino que se debe a la presencia de la «psyche». Por tanto, Aristóteles es vitalista, en oposición a los atomistas que son mecanicistas y partidarios de que la actividad es algo necesario, automático. En cambio, la actividad determinada por la «psyche» siempre está orientada a un fin. El finalismo o teleologismo es un rasgo

característico del pensamiento aristotélico y aún condiciona muchas estructuras mentales de la ciencia actual, como el estudio de las funciones de los órganos y otras situaciones en las que decimos que una determinada parte o cosa sirve para algo. Para Aristóteles, el objeto de la ciencia sería conocer la finalidad de las cosas, es decir, explicar el mundo por medio de sus causas finales. Todos los seres vivos tienen «psyche» y sin ella no hay «zoe». Ahora bien, la clasificación aristotélica de los seres vivos se basa en la existencia de diferentes tipos de «psyche». Los vegetales tienen un alma vegetativa que les da la facultad de crecer y reproducirse. En los animales hay un alma animal, que además les confiere las facultades de sensibilidad y movimiento. El hombre tiene un alma racional que a las propiedades anteriores añade la de la reflexión. En los libros de Aristóteles no encontramos ninguna tabulación de su sistemática; ésta ha sido obra de sus comentaristas. Sin embargo es cierto que, a partir del criterio del alma y de los distintos tipos de organización, Aristóteles introduce una serie de distinciones adicionales que permiten profundizar en la comprensión de la diversidad. Creo que vale la pena hablar de ello con detenimiento. Lo haré otro día, teniendo en cuenta que esta carta ya es bastante larga. Cordialmente,

14. EL MÁS GRANDE NATURALISTA DE LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA

Begues, 10 de septiembre de 1983 Querida Nuria: La carta anterior podía haberse titulado simplemente «Aristóteles». La de hoy es su continuación. El tipo de alma, vegetativa, animal o racional, sirve de fundamento para la clasificación primaria de los seres vivos en los dos grandes reinos, vegetal y animal, y deja al hombre como un caso aparte en la cima de la «Scala naturae». En la clasificación de los animales, Aristóteles introduce criterios adicionales, basados en el medio en que habitan, sus costumbres y su anatomía. Por ejemplo, habla de animales terrestres y animales acuáticos. Dentro de estos últimos distingue entre los que viven permanentemente en el agua y los que salen para respirar y reproducirse, como las nutrias, los castores y los cocodrilos. También observa que, entre los animales propiamente acuáticos, unos nadan

permanentemente o se dejan arrastrar por las corrientes, otros se arrastran sobre la superficie del fondo y, finalmente, algunos viven enterrados en el fango o adheridos a la superficie sumergida de las rocas. Descubre que los animales terrestres difieren en rasgos concretos de su anatomía y los separa según el tipo de órganos motores, la respiración, los órganos de los sentidos y el tipo de sangre. Finalmente, acaba formando los grupos que ya te he indicado en la carta anterior. Para que te hagas una idea más exacta del modo en que trata esta problemática, quizá valga la pena transcribirte un fragmento del libro II de la «Generación de los animales»: «No todos los bípedos son vivíparos, ya que las aves, que sólo tienen dos patas, son ovíparas. Entre los cuadrúpedos también los hay vivíparos, como los caballos, los bueyes y muchos otros, y ovíparos, como los lagartos, las largatijas y otros. Entre los animales que no tienen extremidades también encontramos vivíparos, como las víboras y los peces cartilaginosos, y ovíparos, como los restantes peces y las serpientes. Igualmente, las ballenas y los delfines son vivíparos. Vemos, pues, que no se puede establecer una relación entre los órganos de locomoción y la reproducción, ovípara o vivípara, con vistas a una ordenación en grupos.» Además de la idea implícita de reinos, Aristóteles propone que, de forma general, los animales se pueden distribuir en tipos morfológicos o «genos» y que dentro de cada «genos» hay diferentes especies o «eidos». Es la primeravez que se establece una categoría taxonómica por encima de la especie. Linneo, en el siglo XVIII, se limitará a seguir este criterio, ampliando ordenadamente el número de categorías taxonómicas. Aristóteles describió unas 250 especies de animales reconocibles actualmente. Llama la atención el interés que muestra por las formas acuáticas, algo que contrasta con el interés preferente de Linneo por las formas terrestres. En las descripciones de Aristóteles reconocemos animales que observó directamente y otros que sólo conocía por referencias (y cuya existencia admite sin el sentido crítico que más tarde pondría de manifiesto en sus obras filosóficas al referirse a las opiniones de otros autores). En cualquier caso, queda muy claro que Aristóteles daba por supuesto que existían muchas más formas orgánicas de las que él había tenido ocasión de observar. Sobre este punto se ha dicho que, durante su expedición a Asia, Alejandro le hizo llegar muchos animales y plantas de especies desconocidas. No se puede asegurar que fuera así realmente, pero es posible que las noticias de personas que habían participado en la conquista de los países de Oriente, y quizá las cartas del propio Alejandro, contribuyeran a un cambio en la visión de la diversidad de la vida, parecido al que se produciría

después de los grandes viajes de los siglos XV y XVI. No puedo dejar de manifestarte que, cada vez que pienso en ello, me sorprende un tipo de error que aparece en las obras naturalistas de Aristóteles. Por ejemplo, basándose en Herodoto, nos habla de una articulación entre las mandíbulas del cocodrilo y de la falta de vértebras cervicales en el león. De este último también afirma que tiene huesos sin cavidad medular y que son tan duros que al golpearse entre ellos saltan chispas. También dice que el hombre tiene más dientes que la mujer, aunque esto podría deberse a una mala interpretación de la observación directa de un hecho. No puedo creer que un hombre que distingue los mamíferos acuáticos y describe maravillosamente la reproducción del pulpo haga una afirmación de este tipo sin molestarse en contar los dientes de la boca de los hombres y mujeres que tenía a su alcance. He llegado a pensar que sólo había contado los dientes de mujeres jóvenes que aún no tenían las muelas del juicio, quizá porque las mujeres de más edad tenían con frecuencia una dentadura deteriorada que impedía saber a qué atenerse. No tengo ninguna base firme para asegurarlo, pero parece que en la antigüedad los hombres comían mucho mejor que las mujeres y generalmente vivían con más vigor y salud, aunque su vida media fuera igual o más corta, debido a la alta frecuencia de muertes violentas. Es interesantísimo leer las observaciones de Aristóteles sobre las migraciones de las aves y las excursiones de los bancos de peces. En el tratado sobre «Las partes de los animales» sienta los principios de la anatomía comparada, encontrando un plan común de organización entre grupos de animales diferentes. También observa que las características anatómicas presentan correlaciones; por ejemplo, nos dice que los cuadrúpedos que ponen huevos siempre tienen escamas, que los que tienen pezuñas no tienen cuernos y que, cuando hay cuernos, nunca hay colmillos. Establece magistralmente la diferencia entre peces y mamíferos acuáticos y entre tiburones y peces óseos. Es importante la distinción que hace Aristóteles entre los animales sin sangre, los de sangre fría y los de sangre caliente, distinción que ha llegado de forma canónica hasta nuestros días. Describe extraordinariamente bien los calamares y los pulpos y también con gran minuciosidad muchos crustáceos e insectos. Resalta por primera vez la anatomía característica del estómago de los rumiantes. También describe el célebre «pez can», que durante unos días mantiene unidas a sus crías por medio de un cordón umbilical y una placenta, como ocurre en los mamíferos; es posible que una observación tan precisa de dicho animal no se repitiera hasta el siglo XIX.

Parece que Aristóteles escribió obras sobre anatomía humana, que desgraciadamente se han perdido. Para explicar las disecciones utilizaba diagramas, que tampoco han llegado hasta nosotros. Algunos de ellos han sido reconstruidos a partir de descripciones; es clásico el que se refiere al sistema genitourinario de los mamíferos, que es de una singular corrección. Aristóteles establece tres tipos de reproducción: la sexual, la asexual y la espontánea. Esta última es, en su época, una convicción popular muy arraigada. Aristóteles la limita a los animales inferiores, idea que persistió hasta los siglos XVIII y XIX. Entre los animales inferiores Aristóteles incluye pulgas, mosquitos y algunas moscas, pero también afirma que muchos insectos como las avispas, las abejas, las langostas y determinadas moscas se reproducen sexualmente. A los moluscos los considera capaces de reproducción asexual por gemación y de reproducción sexual. Para la sexualidad toma como modelo al hombre y considera que el macho es «cálido» y la hembra, «fría». El primero daría la forma y la segunda, la materia o potencia. Especula sobre la fecundación, el sexo de las crías y el parecido con los progenitores, pero apenas aporta ninguna idea nueva con respecto a otros pensadores de la antigüedad, de los que ya te he dado alguna referencia. Es curiosa la relación que Aristóteles establece entre las cualidades de la naturaleza y los tipos de organismos. Por ejemplo, dice que los mamíferos son húmedos y cálidos, respiran por pulmones y tienen crías vivíparas que crecen inmediatamente después de ser engendradas. Que los tiburones son húmedos yfríos y ponen huevos que se desarrollan dentro del propio animal. Las aves y los reptiles son secos y cálidos y ponen huevos que se desarrollan fuera del animal. Dice que los que tienen una naturaleza aún más fría dan un huevo imperfecto, que se perfecciona una vez que ha sido depositado fuera del cuerpo, como es el caso de los peces escamosos, los crustáceos y los cefalópodos. Hay un tipo aún más frío, que ni siquiera pone huevos y da una especie de gusano que más tarde se convierte en huevo, del que sale el animal perfecto en una segunda transformación. Por tanto desconoce los verdaderos huevos de los insectos. De hecho, cree que las crisálidas son los huevos de los insectos, idea que tardaría mucho tiempo en corregirse. Uno de los estudios más bellos de Aristóteles es el desarrollo embrionario del huevo de gallina. De él deriva la idea de que el corazón es el centro del alma porque es lo primero que se mueve y, cuando se detiene, el animal muere. También estudió muy bien la reproducción del pulpo y del tiburón.

Las obras científicas de Aristóteles corresponden al periodo de Lesbos.7 De ellas se conservan diez libros sobre la «Historia de los animales», de los que tres son probablemente apócrifos, cuatro libros sobre «Las partes de los animales» y cinco libros sobre «La reproducción de los animales». Por su interés biológico, podemos añadir los tres libros del tratado «Del alma». En estos libros encontramos páginas admirables, que podrían ser escritas por un naturalista de hoy, pero también otras que nos parecen pueriles, fantásticas, excesivamente especulativas y muy alejadas de nuestra mentalidad. Se considera que estos textos, en la forma en que nos han llegado, podrían ser una amalgama entre una versión no crítica de apuntes de clase y una serie de opiniones, anécdotas y reflexiones propias del pensamiento de la época. Aristóteles acepta los cuatro elementos y cualidades de Empédocles, la tensión entre opuestos y muchas ideas hipocráticas para explicar el «zoe». La fisiología aristotélica es muy deficiente y en algunos casos, inferior a Hipócrates y al propio Platón. Por ejemplo, los médicos hipocráticos entendieron mejor la función del cerebro, y Platón, el significado de los órganos de los sentidos. En los animales de sangre caliente, Aristóteles ve un paralelismo entre la nutrición y la reproducción. En la primera, un determinado tejido es capaz de comunicar a la sangre sus propiedades, de forma que entonces la sangre se convierte en «tejido» nuevo. Del mismo modo, la sangre menstrual sería sangre parcialmente preparada por la madre para poderse transformar en todos los tejidos de un nuevo ser bajo la influencia del semen, que tiene la capacidad de desencadenar dicha transformación. Sea como fuere, tanto en la nutrición como en la reproducción

Algunos autores creen que son posteriores, pero la importancia del periodo de Lesbos para los estudios biológicos de Aristóteles parece indiscutible. tiene lugar el proceso constante de la materia viva, que es el paso de la potencia a la forma. Es muy importante darse cuenta de que, para Aristóteles, lo que nosotros llamaríamos organización es la forma, en la que la «psyche» no se puede considerar separada de la materia. En cambio, para Platón el alma puede existir separadamente. Ya te he dicho que para Aristóteles las leyes que dominan el cosmos son diferentes de las que rigen la materia viva, y que su cosmología no es muy diferente de la de Platón y su discípulo Eudoxos. Quizá los rasgos fundamentales que nos interesa recordar son que la materia es continua, en oposición a la idea atomista de Demócrito. El Universo es limitado en el espacio pero ilimitado en el

tiempo. No hay creación ni destrucción. La modificación cristiana a este planteamiento sería introducir la formación por un acto creador y eventualmente la destrucción, en un apocalipsis. La Revolución científica se distinguiría por rechazar la no uniformidad del Universo, considerándolo infinito y eterno después de su creación. Otro punto importante es que el universo aristotélico necesita algo independiente de él que lo haga funcionar: el «primum mobile», que permaneció en la cosmología cristiana hasta la revolución científica. Tras ésta, con la gravitación universal, el mundo se mueve por sí mismo, sin necesidad de ninguna ayuda, y eternamente. Tanto en la idea aristotélica como en la newtoniana queda excluido un aspecto muy importante de la visión actual del Universo: su evolución a lo largo del tiempo. Es decir, hoy el universo es diferente de como fue creado o, si se quiere, de como era hace millones de años. Sigue cambiando, en un proceso que evoca nacimiento, crecimiento y muerte. Todo el Universo nos parece comparable a un organismo. De algún modo volvemos al materialismo jónico, en el que el microcosmos es una prefiguración del macrocosmos. Te reproduzco un esquema del universo aristotélico, según un códice medieval:

Conviene ver las diferencias entre las tres líneas maestras del pensamiento clásico. Para Demócrito, todo es azar o necesidad. Para Platón, el orden causal es determinado por el designio y la necesidad. Aristóteles establece cuatro causas: la material, la eficiente, la formal y la final. El objetivo de la ciencia sería la explicación del mundo mediante las causas finales. De hecho, la diferencia principal entre Aristóteles y Platón es que en éste domina el «logos» y en aquél, el «telos» o fin. A partir de la revolución científica se ha criticado mucho a Aristóteles e incluso se le ha considerado responsable de detener el desarrollo de la ciencia durante veinte siglos. Creo que esta afirmación es totalmente errónea. No fue Aristóteles

quien introdujo el obstáculo intelectual que representa la separación entre la física celeste y la física terrestre. Dicha separación fue obra de los pitagóricos y en tiempos de Aristóteles ya estaba establecida. El propio Aristóteles, en su «Física», aconseja que se trate de comparar su concepción con la forma de ver las cosas que tenga cada uno. Ello nos sugiere que Aristóteles tenía sus dudas y que los que le siguieron durante los siglos posteriores no fueron capaces de progresar, no por culpa de Aristóteles, sino porque a su lado eran intelectualmente unos enanos. Aristóteles había señalado que, si la Tierra se moviera, la distancia entre las estrellas cambiaría a lo largo del tiempo, como cambia entre los planetas. El razonamiento era correcto, y de hecho se cumple en la realidad, pero Aristóteles no lo podía verificar con sus medios, dada la distancia enorme que nos separa de las estrellas. También hay que puntualizar que la supuesta rigidez del sistema aristotélico es la que se dio a sus ideas durante la Edad Media. Ten en cuenta que se hicieron modificaciones esenciales, como la que se refiere a la infinitud temporal. No hemos de confundir el Aristóteles que intentamos situar en la Historia de la Ciencia con la versión dogmática elaborada por los teólogos cristianos a partir de ideas aristotélicas. En cambio, el Liceo no dejó de progresar y admitió diversidad de tendencias. El propio Teofrasto, sucesor de Aristóteles, era muy poco finalista y Estratón, que siguió a Teofrasto, era un empírico. Creo que lo que te acabo de contar aboga a favor de la aportación aristotélica a la perspectiva científica. También me hace pensar que el dogmatismo siempre es propio de los que son dogmáticos por naturaleza, aunque utilicen ideas de hombres que lo eran menos o no lo eran nada. Afectuosamente,

15. Los CONTINUADORES INMEDIATOS DE ARISTÓTELES

Begues, 2 de octubre de 1983 Querida Nuria, Me gustaría dedicar esta carta a los continuadores inmediatos de Aristóteles, que constituyen el nexo con el periodo siguiente de la Grecia antigua. A dicho periodo se le llama alejandrino, por tener como centro la ciudad fundada por Alejandro Magno en Egipto. De hecho, poco tiempo después de la muerte de Aristóteles, el centro cultural de Occidente pasó de Atenas a Alejandría.

Plutarco nos cuenta que Alejandro Magno recibió de Aristóteles no sólo enseñanzas sobre doctrina moral y política, sino también sobre cosas más secretas y profundas, que los filósofos llamaban conocimientos epópticos o para iniciados. Algo parecido a lo que prentenden ser estas cartas que te escribo sobre la perspectiva histórica del conocimiento científico. No obstante espero que, si algún día se publican, no te resulte tan molesto como lo fue para Alejandro el hecho de que Aristóteles hiciera públicas algunas materias que él creía apropiadas únicamente para ser recogidas directamente de la boca del maestro y destinadas a pocos. «¿Por qué, en qué destacamos nosotros sobre los demás, si las doctrinas en las que hemos sido instruidos son ahora comunes para todos? Yo preferiría destacar por el conocimiento de las cosas más altas que por el poder.» Reconocerás que la última frase de la carta de Alejandro que te he transcrito es realmente bella, sobre todo tratándose de un hombre que, llevado de una extraña furia, conquistó todo el mundo conocido en la época. De hecho, Alejandro es el primer caudillo del que nos consta que fue culto y amante de las innovaciones derivadas de un mejor conocimiento de la naturaleza. Más tarde, en Napoleón encontraremos un émulo. En ambos casos, oficiales de sus ejércitos han pasado a la historia por sus contribuciones científicas. En el caso de Alejandro, podemos citar a Nearco y a Andróstenes, de los que se conservan fragmentos de botánica y geografía. El sucesor de Aristóteles en la dirección del Liceo fue Teofrasto (372-287 a. de C.). Aunque sólo era diez años más joven que Aristóteles, consiguió la primera generación de sabios del Museo de Alejandría. Había sido compañero de Aristóteles en la Academia y, si a éste se le considera el padre de la zoología, a Teofrasto hay que considerarlo el de la botánica. Es posible que Aristóteles también escribiera sobre plantas, pero hasta nosotros no ha llegado nada. Teofrasto continúa estrictamente el estilo aristotélico del periodo de Lesbos, de donde era oriundo. Se basa en la observación y es poco amigo de especulaciones y apriorismos. No llegó a elaborar una clasificación de las plantas comparable a la que Aristóteles hizo de los animales, pero también es cierto que hasta el Renacimiento no encontramos nada mejor. Las clasificaciones artificiales -para entendernos, las comparables al Bonnier- no empiezan hasta Cesalpino y el propio Linneo. Las clasificaciones naturales, es decir, las que tienen en cuenta todas las características en conjunto, no empiezan hasta De Jussieu y De Candolle. Los criterios de Teofrasto eran naturales y estableció los conceptos de árbol, arbusto, semiarbusto y hierba. También queda establecida desde entonces la importancia de las plantas por sus propiedades medicinales; después de Teofrasto, los libros

de botánica serán fundamentalmente farmacopeas. Por otra parte, has de saber que hasta el siglo XVIII las plantas se describieron siguiendo el orden alfabético de sus nombres vulgares. En muchos casos, el vocabulario introducido por Teofrasto se ha conservado hasta nuestros días. De ahí que el fruto sea sinónimo de «carpos» y que se llame «pericarpos» a lo que lo recubre. Teofrasto distingue claramente las plantas monocotiledóneas de las dicotiledóneas, basándose en observaciones sobre la germinación de gramíneas y leguminosas. Es el primero que intenta distinguir el sexo de las plantas y en sus fragmentos sobre la fecundación artificial en las palmeras se adelanta veinte siglos.' Lo que se conserva de los escritos de Teofrasto es tal vez el principal legado naturalista de la antigüedad. Por desgracia, la mayor parte de su obra se ha perdido y lo más importante que conocemos al respecto es una recopilación hecha cuatro siglos después de su muerte por alguien llamado Andrónico de Rodas, que tuvo la excéntrica ocurrencia de dividir los textos originales en dos tratados, llamados «Historia de las plantas» y «Las causas de las plantas». En el primero incluyó únicamente los elementos descriptivos y en el segundo todo lo que hacía referencia a las causas. Teofrasto distingue los animales de las plantas principalmente porque los primeros no pueden perder ninguna de sus partes, algo que en las segundas ocurre incluso de forma natural. Por ejemplo, las hojas, las flores y los frutos se caen y las ramas cortadas son sustituidas por brotes nuevos. También considera muy importante y distintivo el hecho de tener raíces. En otro pasaje lo vemos dudar de la generación espontánea. También critica la doctrina de las causas y, contra el «telos» aristotélico, se pregunta cuál es la finalidad de las mamas de los machos,

Es posible que ya fuera conocida por asirios y babilonios. de los cuernos de los cérvidos o de los cipreses estériles. En cierto modo retorna a la actitud presocrática e incluso critica la teoría de los cuatro elementos, afirmando que el fuego no puede existir por sí mismo, sino en función de algo que se quema. A la muerte de Teofrasto, la dirección del Liceo recayó sobre Estratón, que ocupó el cargo desde el año 287 al 269 a.C.. Parece que en el momento de hacerse cargo de la dirección ya tenía cincuenta años. Sabemos poco de su vida, excepto que era macedonio, nacido en Lampsac. Diógenes Laercio nos cuenta que escribió unas cincuenta obras, pero de ellas nos ha llegado muy poco. Encontramos referencias a Estratón en escritos de Polibio y Cicerón, que le llaman

«el físico», término que quizá significaba algo parecido a naturalista. Estratón utiliza la argumentación experimental con más claridad que los pitagóricos y que Hipócrates. Cree que la materia no es continua y que hay un vacío intersticial. Esto, junto al hecho de ser partidario de la necesidad en la naturaleza, lo aproxima a los atomistas. Rechaza el criterio aristotélico de asignar gravedad a la tierra y al agua y ligereza al aire y al fuego, afirmando que todo tiene peso, aunque éste depende de lo que hoy llamaríamos densidad. Dice, quizá por primera vez, que el sonido es consecuencia del movimiento del aire y cree que la percepción sensible no tiene lugar en los órganos de los sentidos sino en la mente, adhiriéndose así a una idea que ya había introducido Diógenes de Apolonia. También es interesante señalar que sospecha que los animales tienen un cierto grado de inteligencia, toda vez que sus percepciones están centralizadas. Finalmente quiero decirte que Estratón tiene un significado especial en el inicio del Museo o Biblioteca de Alejandría, ya que el primer rey helénico de Egipto, uno de los generales de Alejandro llamado Ptolomeo Sotero, lo reclamó a Alejandría para que educara a su hijo, Ptolomeo II Filadelfo, fundador de la institución. Con respecto a otros seguidores tempranos de Aristóteles, debemos citar a dos anónimos, autores de tratados de química y mecánica, y a Aristógenes, que escribió un libro sobre música. Un contemporáneo de Aristóteles fue Autólico de Petana (360-300 a.C.), que trabajó sobre la geometría de la esfera, sobre todo de cara a su aplicación en astronomía y geografía. Otro peripatético fue Dicearco, que concibió la idea de paralelo terrestre y estableció uno que pasaba por el estrecho de Gibraltar, el Taurus y el Himalaya y llegaba al Océano Oriental. Quizá también sea oportuno citar aquí a Pitias de Marsella (360-290 a.C.), que fue el primero en navegar por el Atlántico, recorriendo todas las costas de las Islas Británicas y llegando al norte de Noruega.9 Fue un buen astrónomo y determinó con notable precisión un equivalente a la latitud. En relación con la escuela aristotélica durante el periodo helenístico-romano, no puedo dejar de hacer referencia a los estoicos, seguidores de una escuela filosófica fundada por el chipriota Zenón en Atenas. El nombre de estoicos viene del término «stoa», que significa pórtico y hace referencia al lugar del mercado de Atenas en el que formaban corro para discutir. Cultivaron una especie de panteísmo según el cual la energía y la materia se manifiestan en todas partes. Su cosmología comienza con el «pneuma», del que se diferencian los cuatro elementos, quedando como resto el éter, que ocupa todo el Universo. De ahí surge un cosmos de tipo aristotélico, del que nosotros somos una ínfima partícula que obedece leyes inevitables. El mundo evoluciona para ir a parar nuevamente al

«pneuma» primitivo y nuestra alma está constituida por partículas de dicho «pneuma» que se forman como culminación de un proceso que pasa por un alma vegetativa, un alma animal y un alma racional hasta llegar, después de la muerte, al «pneuma». La clave de la doctrina de los estoicos parece ser el término hado o destino. Sus adeptos se adiestraron en hacer caso omiso de todo lo que es inevitable y se consagraron a perfeccionar la propia alma en el cumplimiento del deber, a la espera de la reabsorción en el «pneuma» universal. La escuela estoica se caracteriza por una preocupación fundamentalmente ética y se nutre de la aportación aristotélica. En Atenas y en Alejandría fue una escuela de segundo orden, pero más tarde adquirió gran importancia en el mundo de la Roma imperial, donde la mayoría de sus adeptos pertenecían a las clases sociales más altas. Entre ellos hubo grandes políticos, poetas y en general hombres muy cultos. Por ejemplo, recordarás a Cicerón, Séneca y el emperador Marco Aurelio. Para el propósito de este libro, no debemos olvidar a Posidonio (135-50 a.C.), que dio una explicación acertada de las mareas y una determinación del diámetro del Sol que, aun siendo ridícula, supone la ruptura de un gran obstáculo intelectual al darle un valor enorme, como nadie había imaginado antes. En la carta siguiente me gustaría hablarte del periodo alejandrino, que tiene gran importancia para lo que podríamos considerar la tercera y última parte de la Historia de la Ciencia en la antigüedad clásica. Afectuosamente, 9

Quizá los fenicios navegaron antes por el Atlántico. 16. EL MUSEO DE ALEJANDRÍA Begues, 9 de octubre de 1983 Querida Nuria,

A la muerte de Alejandro Magno (323 a.C.), poco a poco su imperio se desmembró. Nadie contaba con su fin prematuro y probablemente ni él mismo se había planteado de una manera seria la sucesión. Se dice que, interrogado en la agonía sobre quién sería su heredero, sólo balbuceó que el más fuerte. Fracasado el primer intento de conservar la unidad y luego el de lograr la hegemonía, los generales vencedores se repartieron las provincias del imperio. Así surgieron, en un periodo de continua inestabilidad, una serie de reinos: el de Macedonia, donde finalmente se instaló la dinastía de los Antigónidos, el de Asia, donde se instaló la de los Seléucidos, y el de Egipto con la de los Ptolomeos. Esta última dinastía duró

300 años, hasta la dominación romana con Augusto. Mucho antes se fusionaron todas las demás, incorporándose poco poco al imperio romano o bien al reino de los partos. Como ya señalé en la carta anterior, la capital intelectual de la antigüedad clásica pasó de Atenas a Alejandría. Hay que poner de manifiesto que con este cambio el movimiento cultural dejó de ser autónomo y pasó al patrocinio real o del Estado, fenómeno único en el mundo antiguo pero que se reproduciría frecuentemente en el futuro. Ptolomeo I Sotero, que significa «Salvador», era un hombre culto que incluso escribió algunos libros. Se proclamó rey en el año 305 a.C. y llevó a Estratón a Alejandría para educar a su hijo, Ptolomeo II Filadelfo, que reinó entre el 285 y el 247 a.C. y, como ya he señalado, fundó el célebre Museo o Biblioteca de Alejandría. Es posible que la propia biblioteca del Liceo fuera materialmente trasladada a Alejandría y que la organización del Museo estuviera inspirada fundamentalmente en el patrón de la escuela aristotélica de Atenas. Uno no puede resistir la tentación de establecer un cierto paralelismo entre la Atenas y la Alejandría de entonces y la Europa y la América de nuestros días y te recomiendo que lo tengas en cuenta en todo lo que iremos comentando acerca del periodo alejandrino o helenístico. La plenitud de la escuela alejandrina dura más de dos siglos, aunque el periodo de mayor vigor es el primero, hasta el año 200 a.C. Se distingue una etapa intermedia, hasta el siglo primero de nuestra era, y un periodo tardío que llega hasta el 400 después de Cristo. Quizá te pueda resultar interesante que hable un poco de la configuración de la sociedad en el imperio tolemaico. Por un lado estaban los egipcios que, aunque no eran esclavos, constituían en su mayoría un estrato social de segunda categoría, a excepción de la clase sacerdotal y de un pequeño número de advenedizos. Sus ocupaciones eran la agricultura, el regadío, el complejo transporte por los múltiples canales del Nilo, la minería y la pesca. También había una proporción importante de criados y sirvientes. A continuación, los griegos, algunos de los cuales practicaban el comercio y otros eran artesanos. Por otro lado había una población judía relativamente importante y significativa desde el punto de vista de la historia de Israel, por lo que se refiere al último periodo antes del nacimiento de Cristo. También hemos de mencionar pequeñas colectividades de otros lugares del mundo y un mestizaje relativamente extendido con los egipcios. Es decir, en aquella época el norte de Africa ya era una confluencia de pueblos diferentes.

presididos entonces por una aristocracia griega gobernante y rica, que además tenía sus esclavos, procedentes principalmente de las guerras y de la compra en mercados, siguiendo la tradición griega. La religiosidad del sustrato de la población y el peso de la clase sacerdotal egipcia hicieron aparecer una nueva religión mixta. Se trata del culto a Serapis, que es una adaptación de la antigua religión egipcia a las costumbres griegas. No sé si recordarás que en Alejandría aún existe el Serapeum, entre las pocas cosas que la ciudad actual conserva de aquella época. El culto a Serapis cruzó las fronteras del imperio tolemaico y se extendió por Grecia y Roma. En esta última alcanzó un notable auge en la época del emperador Calígula, hacia el año 38 después de Cristo. El Museo da origen a la erudición como conocimiento sistematizado del saber debido a autores precedentes. Desde entonces la erudición ha continuado hasta hoy, muchas veces perfectamente diferenciada del experto en un campo del saber y del sabio creador. Al lado de la erudición nace el tratado e incluso el libro de texto. En uno y otro, una determinada materia se desarrolla de forma orgánica desde sus fundamentos. En este tipo de obras también suele estar bien desarrollado el método histórico. Con frecuencia el objetivo del sabio alejandrino era acumular el saber obtenido hasta entonces por otros autores y aplicarlo al servicio del Estado, ya sea en el plano de la religión, la política, la sociología o la ingeniería militar y estatal. Hay una tendencia a la especialización, y los libros de texto tienden a ser monográficos. Hay menor interés por una síntesis general del conocimiento o por una visión filosófica natural del hombre en su mundo. Quizá desde Aristóteles habrá que llegar a Galeno para volver a encontrar interés por esa visión general o gran sistema de conocimientos. El Museo tuvo directores de extraordinario talento, como Eratóstenes y Apolonio, y de hecho la gran mayoría de pensadores de la antigüedad clásica que vivieron entre el 300 a.C. y el 200 d. C. fueron profesores en Alejandría. Hay dos figuras gigantestas que constituyen excepciones –Arquímedes y Galeno–, pero también ellos tuvieron una relación significativa con Alejandría. Podemos decir que, a partir del año 300 a.C., la ciencia griega es fundamentalmente ciencia alejandrina, hasta la extinción del periodo clásico. Hubo algunos núcleos que intentaron rivalizar con Alejandría, como Rodas y Pérgamo en el oeste de Asia Menor. De la emulación entre Pérgamo y Alejandría surgió el desarrollo de lo que se llamaría «membranum pergamentum» o pergamino para sustituir al papiro, cuya exportación había sido prohibida por los

Ptolomeos para que no se pudieran hacer copias de los libros fuera de su reino. Una de las figuras más importantes del primer periodo alejandrino fue Euclides (320-260 a.C.). Es posible que hubiera sido alumno de la Academia. Escribió los «Elementos de Geometría», que han constituido el patrón de la enseñanza de esta materia hasta nuestro siglo. Se dice que ha sido la obra más comentada después de la Biblia. De hecho eclipsó a la mayoría de las obras anteriores de matemáticas. Su título es engañoso, ya que abarca mucho más de lo que se entiende habitualmente por geometría. Por lo que respecta a los números primos e irracionales, la obra de Euclides no tendrá continuación hasta Descartes y Euler, muchos siglos después. Otra figura de primera magnitud es Aristarco de Samos (310-230 a.C.), discípulo de Estratón. Se le ha llamado el Copérnico de la Antigüedad, ya que sostuvo que el Sol está inmóvil y que no sólo Mercurio y Venus giran a su alrededor, sino también los demás planetas, uno de los cuales es la Tierra, situada entre

Venus y Marte. También debemos a Aristarco el primer intento científico de medir la distancia relativa de la Tierra al Sol y la Luna, así como sus tamaños relativos. Como la luz de la Luna es reflejo de la del Sol, cuando es exactamente cuarto creciente, la visual del observador al centro de la Luna ha de formar un ángulo recto con la línea imaginaria que va del centro de la Luna al centro del Sol. Por otra parte, el observador puede medir el ángulo que forma la visual dirigida al Sol con la dirigida a la Luna. Entonces podemos establecer la proporción: LS/LO = ángulo LOS/ángulo LSO Aristarco estimó el ángulo LOS en 87°; en realidad es de 89° 52'. De acuerdo con su determinación, el Sol estaría dieciocho veces más lejos de la Luna que ésta

de la Tierra. En realidad está trescientas cuarenta y seis veces más lejos, porque un pequeño error de medida hace que el resultado varíe mucho. Pero el método es correcto y el resultado sirve para empezar a hacerse una idea de las dimensiones del sistema planetario. Conociendo las distancias relativas entre el Sol, la Luna y la Tierra, se pueden calcular sus tamaños respectivos a partir del diámetro aparente de sus discos, como los ve un observador desde la Tierra. Supongo que eres perfectamente capaz de resolver este pequeño problema de geometría y por eso prescindo de hacerlo aquí. De hecho, Aristarco concluyó que el Sol era setecientas veces mayor que la Luna, una medición que también era muy errónea por defecto. En cualquier caso, Aristarco se dio cuenta de que la Luna era mucho más pequeña que la Tierra, y de que el Sol era mucho mayor que una y otra. Es posible que ello contribuyera a inclinarlo hacia el sistema heliocéntrico, pensando que era improbable que un cuerpo tan enorme como el Sol girara alrededor de otro tan pequeño como la Tierra y en tan poco tiempo. Aristarco tenía en cuenta que la Luna giraba alrededor de la Tierra. Ahora quisiera hablarte de los anatomistas de Alejandría, que también corresponden al primer periodo del Museo. El más antiguo de los dos grandes maestros alejandrinos es Herófilo de Calcedonia, que nació hacia el año 300 a.C.. Este contemporáneo de Euclides se hizo famoso por sus disecciones públicas del cuerpo humano. Describió la anatomía del hombre comparativamente con la de algunos animales. Es el primero que distingue claramente las venas de las arterias y descubre la pulsación de estas últimas, aunque no llega a atribuirla a la contracción del corazón. Todavía hoy, la denominación del punto en el que se unen las cuatro grandes venas de la parte posterior de la cabeza recuerda el nombre de Herófilo. Siguiendo a Alcmeón y otros hipocráticos, Herófilo establece en el cerebro el centro de la inteligencia. Distingue nervios y tendones. Entre los primeros, separa los sensitivos de los motores y describe el arco reflejo. Establece por primera vez un panorama general del sistema nervioso. De las obras de Herófilo se conservan fragmentos del tratado «Sobre la anatomía», de un estudio especial «De los ojos» y de un manual para parteras. Parece ser que había estudiado en las escuelas médicas de Cos y de Cnido y se le puede considerar un seguidor de Hipócrates. Esta característica se acentuaría radicalmente en sus discípulos. Un poco más joven que Herófilo era Erasístrato de Quíos, nacido probablemente hacia el 280 a.C. Se ha dicho que era sobrino de Aristóteles; desgraciadamente, sólo tenemos testimonios de su obra por referencias, ya que

sus escritos se perdieron en la antigüedad. Erasístrato aún mejora la anatomía del cerebro, en comparación con Herófilo. Igual que éste, se da cuenta de la existencia de los vasos linfáticos, de los que no se volvería a hablar con propiedad hasta el siglo XVII con Gaspar Aselli. Cree que transportan los alimentos digeridos desde el intestino al hígado, en el que se transforman en sangre. Fíjate en que desde entonces el órgano hematopoyético será, durante siglos, el hígado. Desde esta víscera, la sangre pasa al corazón, donde se mezcla con el aire llegado a través de la arteria pulmonar. Siempre encuentran las arterias vacías, observación corroborada por la experiencia del carnicero: por eso suponen que no llevan sangre. Erasístrato cree que por esos vasos circula aire o pneuma, un espíritu vital formado en el corazón a partir de la mezcla de sangre y aire. La sangre y el pneuma se distribuyen por todo el cuerpo por medio del sistema venoso y el sistema arterial, respectivamente; se supone que entre uno y otro sistema hay conexiones. En el cerebro, el espíritu vital se transforma en espíritu animal, que se transmite a todo el cuerpo a través de los nervios, a los que supone llenos de dicho fluido, y que constituyen otro sistema de vasos. Más adelante, este sistema fisiológico será desarrollado por Galeno, adquiriendo la forma en la que llega hasta el siglo XVII. Como médico, Erasístrato no seguía a Hipócrates. Se le deben progresos en el terreno de la higiene y el establecimiento de medidas sanitarias. Sus discípulos también se radicalizaron y es conocida la hostilidad entre herofilistas y erasistratistas en la escuela de Alejandría. Los herofilistas eran más conservadores y los erasistratistas tenían tendencias más innovadoras. Se considera que la pugna entre unos y otros dio resultados negativos, contribuyendo a la decadencia que experimentaron la anatomía y la medicina después de los dos grandes maestros. Sobre los anatomistas de Alejandría pesa la acusación, mantenida durante siglos, de haber disecado personas vivas, algo que ha sido puesto en duda por los historiadores modernos. El material, en cualquier caso, provenía de delincuentes condenados a la pena máxima o de la ejecución de prisioneros. Parece que la ideadel pneuma de Erasístrato está influida por ideas filosóficas; a su vez, influyó sobre la doctrina estoica. Por otra parte, este médico alejandrino era un adepto del atomismo democritiano. En la época de la que te hablo, y justamente en Alejandría, se produce un fenómeno cultural interesante de conocer, que es la helenización del judaísmo. Es el momento en el que aparecen las primeras versiones griegas del Antiguo Testamento, tal vez racionalizadas de acuerdo con el pensamiento griego. De este

modo, en la «literatura sapiencial» aparece el concepto de que por mandato divino se han establecido leyes naturales que se cumplen siempre. Se considera al corazón como la sede de la mente, de acuerdo con Aristóteles y en contra de la antigua idea hebraica que dice que es el hígado. También se encuentran numerosas alusiones a los cuatro elementos. A partir de aquí y en continuidad con el Nuevo Testamento, son frecuentes las invectivas contra las teorías de los filósofos. Estamos frente a una anastomosis definida, de la que empezaría a derivarse la amalgama de dos de los grandes componentes de nuestra cultura. Dejaremos para otra carta la evolución del Museo en los periodos medio y tardío, dentro del contexto de la ciencia en la antigüedad clásica. Afectuosamente,

17. Los PERIODOS ALEJANDRINOS MEDIO Y TARDÍO

Begues, 15 de octubre de 1983 Querida Nuria, Una de las figuras más importantes de la ciencia en la Antigüedad clásica es sin duda Arquímedes de Siracusa (287-212 a.C.). No pertenece a la escuela alejandrina, pero viajó a Egipto y mantuvo un estrecho contacto con los hombres del Museo. En aquella época, Siracusa era una ciudad griega de Sicilia, gobernada por el tirano Hierón, con el que Arquímedes mantenía una gran amistad. Quizá recordarás la anécdota de la corona de Hierón, que éste había encargado a un joyero después de entregarle su peso en oro. Corrió la sospecha de que parte del oro había sido sustituido por plata y Arquímedes se propuso aclarar el asunto. Reflexionando sobre el problema mientras se bañaba, y quizá al observar cómo subía el nivel del agua a medida que se sumergía en ella, se le ocurrió la solución y ello le produjo tal euforia que no pudo reprimir un grito de «¡Eureka!» («¡Lo encontré!»). Con dos pesos iguales al de la corona, uno de oro y otro de plata, determinó el volumen de agua que cada uno desalojaba al introducirlo en un recipiente completamente lleno. Descubrió que la masa de oro hacía rebosar menos agua que la masa de plata y que, haciendo lo mismo con la corona, se derramaba una cantidad intermedia. De ahí a cuantificar el porcentaje de adulteración sólo había un paso, que el siracusano dio fácilmente. En su obra «Sobre los cuerpos flotantes», Arquímedes desarrolla la teoría de los

que hoy llamamos «pesos específicos», a la vez que establece el fundamento de toda la hidrostática. También se debe a Arquímedes la teoría de las palancas, pese a que hacía mucho tiempo que el hombre las había descubierto empíricamente. Pero Arquímedes estableció los principios rigurosamente matemáticos en que se basa su uso y extrajo de ellos todas las consecuencias posibles. Recuerda su famosa frase: «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo». Sin duda era una inteligencia extraordinariamente brillante y un hombre la mar de simpático. Con su obra «Del equilibrio plano» se inicia la mecánica moderna. Arquímedes también desarrolló de un modo elegantísimo la teoría de los límites. Podemos inscribir fácilmente un cuadrado en el interior de un círculo y es obvio que la suma de sus lados es menor que la longitud de la circunferencia. También está claro que su área es menor que la del círculo. Si duplicamos el número de lados podemos construir un polígono inscrito en el interior de la misma circunferencia y las dos proposiciones establecidas anteriormente con respecto al cuadrado seguirán siendo válidas. Podemos ir duplicando sucesivamente el número de lados y cada vez, pese a cumplirse las proposiciones mencionadas, tanto la diferencia entre el perímetro del polígono inscrito y la circunferencia como la diferencia entre el área del polígono y la del círculo serán más pequeñas. Otro tanto se puede hacer con los polígonos circunscritos a la circunferencia. En ambos casos, en el límite, el polígono se convierte en la circunferencia, y Arquímedes vio claramente que podemos construir polígonos tan aproximados a ella como queramos. Buscó el límite de la relación entre la suma de los lados de los sucesivos polígonos inscritos y circunscritos y el diámetro de la circunferencia, y lo halló comprendido entre 3 + 10/71 y 3 + 10/70.

Esta es la primera determinacion del número pi, la mas aproximada durante muchos siglos. De ahí salen las célebres fórmulas de la longitud de la circunferencia, 2pir, y del área del círculo, pir2, además de la equivalencia entre el área del círculo y la de un triángulo de base igual a la longitud de la circunferencia y de altura igual al radio.

Uno de los problemas de la matemática en la antigüedad clásica era la dificultad que representaba no disponer de un sistema apropiado de numeración. Usaban una notación alfabética que, como la numeración romana que tú conoces, conllevaba grandes dificultades para las operaciones aritméticas y para expresar números grandes. En su libro «Psammites» («El arenario»), Arquímedes dio muestra una vez más de su extraordinario ingenio, desarrollando un método para expresar números muy grandes. El título alude a la pregunta de cómo se podrían contar todos los granos de arena que hay en todas las playas del mundo. La solución propuesta por Arquímedes consiste en usar unidades de diferentes clases. La unidad de primera clase, llamada miríada, corresponde a diez mil unidades naturales. La de segunda clase es la octada, que equivale a una miríada de miríadas. La de tercera clase es la octada de octadas, la de cuarta clase la octada de octada de octadas, y así sucesivamente. Entonces, si determinamos los granos de arena que hay en un volumen cualquiera, podremos expresar mediante una cifra el número de granos de arena que constituirían el volumen de toda la Tierra. Podemos aproximarnos al de las playas suponiendo que la arena repartida uniformemente formara una capa de mil estadios (un estadio equivale a 185 metros), de cien o de uno. Expresándolo en unidades de cada clase, podemos encontrar un límite superior del número de granos de arena que buscamos. Hay que decir que el volumen de la Tierra fue calculado partiendo del diámetro determinado por Eratóstenes. Otras obras de Arquímedes que han llegado hasta nosotros, y que son muy importantes para la historia de las matemáticas, son «Sobre la esfera y el cilindro», «Sobre los conoides y los esferoides», «Sobre las espirales» y «Sobre la cuadratura de la parábola». Arquímedes fue el inventor de ingeniosos aparatos. Entre ellos ha sobrevivido la bomba de tornillo, que en Egipto todavía se usa para regar. De hecho, el tornillo de Arquímedes es una pieza que se estudia en mecánica y forma parte de muchas máquinas. Parece que también ideó máquinas de guerra para defender la ciudad frente a los romanos, como una especie de grandes espejos cóncavos para concentrar los rayos solares sobre las naves enemigas y hacer que se incendiaran. No sirvieron de mucho, porque los romanos sitiaron y tomaron la ciudad. El propio Arquímedes murió a manos de un soldado al que no había llegado la orden de Marcelo, general de los romanos, de salvar a toda costa la vida del genio. Un digno sucesor alejandrino de Arquímedes fue Apolonio de Perga, que vivió alrededor del año 200 a.C. Como el propio Arquímedes, puede ser considerado un

sucesor de Euclides y, entre otros trabajos, destacan sus grandes progresos sobre la teoría de las cónicas. Por ejemplo, considera a la circunferencia como un caso particular de elipse, mediante sus famosas y elegantes secciones planas de un cilindro. A la vez muestra que los puntos de tangencia de las esferas inscritas en el cilindro con cualquier sección plana son los focos de la elipse y que en el caso de la sección ortogonal coinciden con el centro de la circunferencia.

También es importante la figura de Eratóstenes (276-194 a.C.). Bajo el patronazgo de Tolomeo III Evergetes (247-222 a.C.) realizó una bellísima medición del globo terrestre. Había observado que en Siena (no la ciudad italiana actual, sino otra que corresponde a la moderna Asuán), el primer día de verano, la luz del sol llegaba hasta el fondo de un pozo. En cambio, en Alejandría, el mismo día y a la misma hora, una estaca clavada en el suelo producía sombra; ello indicaba que en Alejandría, ese día y a esa hora, los rayos del sol no incidían verticalmente. Entonces Eratóstenes midió la distancia entre Siena y Alejandría, trasladándose de una ciudad a otra en línea recta y contando el número de vueltas que daba la rueda del carro. La distancia resultó ser de 5.000 estadios. Fíjate en la construcción que muestro a continuación, en la que es fácil darse cuenta de que el ángulo que corresponde al arco de 5.000 estadios guarda una proporción con 360° igual a la de 5.000 con 2pir. A partir de ahí se puede calcular el valor de r determinando el ángulo que los rayos solares forman con una barra vertical en Alejandría, el mismo día del año al mediodía. Obtuvo un valor bastante correcto por defecto.

Eratóstenes hizo importantes trabajos geográficos utilizando el sistema de meridianos y paralelos. Con ese procedimiento llegó a elaborar un mapa del Mediterráneo que, pese a sus inexactitudes, identificarías fácilmente. Eratóstenes también hizo importantes trabajos matemáticos, legándonos la famosa «criba de Eratóstenes» para obtener la tabla de números primos. Los progresos de las matemáticas iban parejos a los de la astronomía. Entre los hombres que contribuyeron a ello se encuentra Hiparco de Nicea (190-120 a.C.), probablemente el más grande astrónomo de la antigüedad. Trabajó sobre todo en la isla de Rodas, un lugar bellísimo que probablemente recordarás. Realizó muchas observaciones de las estrellas, que comparó cuidadosamente con las realizadas por sus colegas alejandrinos y por astrónomos anteriores, griegos y babilonios. Elaboró un catálogo de más de mil estrellas, cada una con su latitud y longitud celeste, dejando constancia de todos los casos en los que tres o más estrellas estaban situadas sobre un mismo arco, con la idea de que sería fácil determinar si con el tiempo variaba su posición relativa. De hecho, empleando este procedimiento y basándose en sus propias observaciones, Hiparco detectó un cambio, que fue confirmado por astrónomos posteriores. Dicho cambio sólo se podía explicar mediante una rotación del eje de la Tierra en el sentido del movimiento diario aparente de las estrellas. El retorno a la posición inicial requiere veintiséis mil años, pero cada año el equinoccio se adelanta un poco. Por tanto, descubrió el movimiento llamado precesión de los equinoccios: un descubrimiento verdaderamente extraordinario. En la época de los constructores de pirámides, el equinoccio de primavera estaba en la constelación de Taurus, cerca de la estrella Aldebarán; en tiempos de Hiparco, dicho punto se encontraba en la constelación de Capricornio y actualmente en los Peces. Hiparco también estudió detenidamente el movimiento de los planetas. Siguiendo las observaciones de Apolonio de Perga, se dio cuenta de que sólo podía ser explicado suponiendo que el planeta describe una órbita circular

alrededor de un centro, que a su vez se mueve sobre una circunferencia que tiene como centro la Tierra.

A esto se le llama movimiento epicíclico. Como habían sugerido otros autores anteriores, el movimiento aparente también se puede explicar por lo que se llama movimiento excéntrico. El planeta se mueve alrededor de la Tierra según una órbita circular, pero la Tierra está situada fuera del centro. También se puede imaginar que el centro secundario se mueve alrededor de la Tierra siguiendo otra órbita circular. Hiparco explicó el movimiento aparente del Sol según un movimiento excéntrico fijo, y el de la Luna según un movimiento excéntrico móvil. Este último es geométricamente equivalente a un movimiento epicíclico. Partiendo de las teorías de Hiparco se pudieron predecir los eclipses de Sol y de Luna con mucha más exactitud. Es curioso que el periodo alejandrino medio, tan rico en progresos en matemática y astronomía, fuera relativamente pobre en lo que se refiere a las ciencias de la vida. Quizá fue una excepción el botánico Cratevas (hacia el 80 a.C.), que introdujo la representación de las plantas mediante dibujos muy precisos, algunos de los cuales han llegado hasta nosotros. Fue en realidad un herbolario que describió cuidadosamente las plantas con propiedades curativas. En el año 50 a.C., Egipto se convierte en una provincia del imperio romano. El Museo aún duraría cuatro siglos, pero este periodo final es de clara decadencia. De todos modos, hay algunos nombres importantes, como Herón de Alejandría (hacia el año 100 después de Cristo), con ingeniosos inventos, entre los que hay que mencionar un juguete que es la primera máquina de vapor. También hay que recordar al médico Rufo de Efeso (hacia el año 100 después de Cristo), que describió el cristalino. También es importante la figura de Diofanto (hacia el 180 después de Cristo), que introduce el álgebra. Por desgracia, la obra de Diofanto no seconoció hasta una edición latina de 1575 y por tanto no influyó sobre el renacimiento de las matemáticas en el siglo XVI. En la antigüedad su obra fue ampliamente comentada por Hipatia de Alejandría, la única figura femenina

importante entre los sabios alejandrinos. En el año 415, coincidiendo con el final del Museo, Hipatia fue asesinada por un tropel de cristianos fanáticos. La personalidad más importante del periodo final de Alejandría sin duda es Tolomeo (hacia el 150 después de Cristo), a quien conviene no confundir con la familia real del mismo nombre. La obra más célebre de este autor es la que más tarde recibiría el nombre de «Almagesto» o «Almagestum», derivado del título que le pusieron los árabes («Almagist», palabra de origen sirio). Parece que el título original era «Megale syntaxis», que significa «Gran obra». Es la síntesis final de la astronomía de la antigüedad. Se basa sobre todo en Hiparco y establece el sistema geocéntrico que prevalecerá hasta Copérnico. El movimiento de los planetas se explica por epiciclos, y el del Sol y el la Luna, por excéntricas. En este libro se describe la construcción del astrolabio, que fue el principal instrumento de observación astronómica en la antigüedad y en la Edad Media. Tolomeo lo utilizó para determinar la distancia a la Luna, concluyendo que era unas cincuenta y nueve veces el radio de la Tierra, lo que no está nada mal. Por si tienes curiosidad por conocer el fundamento del método, basta con que te fijes en la siguiente figura:

Con el astrolabio, el observador determina el suplemento del ángulo LOC, conociendo también la distancia OZ, que permitirá la determinación del ángulo OCZ. Dados los tres ángulos internos del triángulo, se puede determinar la proporción relativa de sus lados. Tolomeo también describe un cálculo de la distancia al Sol, que no es tan bueno pero constituye un verdadero progreso. Independientemente, Tolomeo hizo un gran trabajo geográfico en el que introdujo un sistema de proyección para representar sobre una superficie plana la superficie curva de la Tierra. Este método se encuentra en su segunda gran obra, titulada

«Esquema de Geografía», en la que encontramos mejor que en ningún otro sitio lo que los romanos llegaron a saber de geografía, pero presentado de un modo muy superior a lo habitual entre los geógrafos latinos. En el último periodo alejandrino podemos incluir la obra de Dioscórides de Anazarba (Asia Menor). Era un cirujano militar del ejército romano en tiempos de Nerón. Escribió una obra sobre las drogas de origen vegetal, lo que permitió la descripción de muchas plantas, empleando ilustraciones al estilo de Cratevas. En rigor es la primera farmacopea de la historia y ejerció una influencia extraordinaria hasta el Renacimiento. De ella arranca la nomenclatura botánica moderna. La ciencia helenística concluye con dos grandes síntesis. Una es la de Tolomeo, a la que ya me he referido. La otra es la de Galeno y la dejaremos para la carta siguiente.son un poco así, centradas en un argumento principal. Con frecuencia muchos detalles son demasiados detalles. Si pretendemos ver todo lo que ha ocurrido, o incluso lo que ocurre ante nuestros ojos, no llegamos a ver nada interesante. Toda la Historia de la Ciencia es una manifestación elocuente de esta verdad, que por otra parte ya nos enseñaron hombres como Tucídides y Plutarco. Ahora quisiera hablarte de la segunda gran síntesis del saber clásico en el Helenismo tardío, la del gran médico de Pérgamo. Has de situar a Galeno en el siglo segundo de nuestra era, en la plenitud del imperio romano, momento en que se produce el primer fenómeno de los que de ahora en adelante llamaremos renacimientos. En aquel tiempo Roma experimentó un sentimiento generalizado de admiración hacia todo lo que podríamos llamar el milagro griego; como consecuencia, sufrió una fiebre de helenización. En los autores de esta época se observa una tendencia a volver a los antiguos. De este modo, Galeno representará la culminación de Hipócrates al cabo de siete siglos (es decir, como si un autor actual se dedicara a culminar la obra de los franciscanos y dominicos de la baja Edad Media). La escuela hipocrática había pasado por grandes altibajos, dentro de un proceso general de dilución y de sucesivas reformas introducidas por sus seguidores, a la vez que dejaba paso al desarrollo de nuevas tendencias. Afectuosamente, 18. LA SÍNTESIS GALÉNICA Conviene que veas a Galeno desde dos perspectivas diferentes. Una es la que te acabo de explicar; la otra consiste en verlo como la base del principal sistema médico de Occidente —el llamado galenismo— hasta el siglo XIX (pese a que, como dogma incontrovertible, comenzó a naufragar en el siglo XVI con la obra de Vesalio).

Begues, 22 de octubre de 1983

Querida Nuria: Estamos llegando a la recta final de la perspectiva histórica de la Ciencia en la Antigüedad clásica, dentro de las limitaciones impuestas por el alcance de mi erudición y por el propio plan global del relato que me he propuesto escribir para tí. El objeto es dar una tercera dimensión a tu conocimiento de la ciencia, una dimensión por la que puedas viajar en cualquier momento. Aunque no me he preocupado de hacer un estudio histórico crítico, como la Historia de la Ciencia no es un fenómeno separado de la historia del hombre, hay que evitar de algún modo la posible desfiguración del devenir histórico. Por este motivo trato de vez en cuando un personaje con mayor detalle, procurando dibujarlo en la totalidad de su contexto. Espero que ello te ayude a colocar a los demás dentro de una trama suficientemente verídica. No obstante, no olvides que todas las buenas historias Por otra parte conviene que sepas que en la personalidad de Galeno, además de la influencia hipocrática, se nota la de Platón y sobre todo la de Aristóteles. También hemos de añadir una asimilación de todas las escuelas médicas del periodo alejandrino (solidismo, empirismo, pneumatismo, metodismo y eclecticismo). Finalmente hay que reconocer a Galeno el mérito de una experiencia propia extraordinaria, que tuvo consecuencias importantes para la configuración de su pensamiento. Por tanto, al considerar el hipocratismo de Galeno hay que tener en cuenta todo lo que lo alejaba del mundo de la medicina griega del siglo de Pericles, igual que el siglo de Pericles estaba lejos de los tiempos del emperador Marco Aurelio en lo que se refiere a ideas sociales, religiosas y morales. Galeno representa un nuevo intento de síntesis del saber, pero su influencia posterior quedó restringida a sus obras médicas. Como ya te he dicho, éstas son en gran parte un comentario a los tratados hipocráticos y también destaca una crítica sistemática a Erasístrato. Los rasgos aristotélicos se ponen de manifiesto en su vitalismo, su corporalismo y sobre todo en su teleologismo, que lleva quizá más lejos que el propio Estagirita. Como Aristóteles, Galeno llega a la necesidad de la existencia de una inteligencia suprema, pero está bajo la influencia de un sentido místico totalmente extraño para los pensadores atenienses. En sus escritos encontramos algunas referencias al relato mosaico, pero niega la posibilidad de la creación a patir de la nada. En el helenismo tardío es habitual el género autobiográfico y, en consonancia

con esta tendencia, en sus escritos Galeno nos proporciona una gran cantidad de detalles personales y de recuerdos de su vida; de ahí que sepamos muchas cosas sobre él. Nació hacia el año 130 de nuestra era en la ciudad de Pérgamo, capital de un antiguo reino helenístico que en esa época conoció un nuevo florecimiento bajo la dominación romana. Era un importante centro cultural, religioso y comercial, con una biblioteca que competía con la de Alejandría. Sabemos que el padre de Galeno se llamaba Nicon, que era arquitecto de profesión y que tenía propiedades. Era un hombre muy interesado por la filosofía, las ciencias naturales y el derecho. Tenía un alto nivel moral y puso de manifiesto una dedicación extraordinaria al cuidado y educación de su hijo. Este mantuvo, hasta los últimos días de su vida, un recuerdo imborrable de su padre, que con frecuencia aparece en sus escritos. «Mi padre --escribe Galeno– estaba muy documentado en geometría, artimética, arquitectura, lógica y astronomía. Sobre todo quería que aprendiera bien la geometría, teniendo en cuenta que sus conclusiones son demostrables con un grado de rigor que no admite controversia, y que en lo que se refiere a esta materia coinciden los maestros de todas las escuelas.» Además supo inculcarle una severa ética estoica y una forma de vida austera. Se dice que Nicon recibió en sueños un mandato directo del dios Esculapio para que orientara a su hijo hacia la medicina. Esta anécdota es totalmente característica de la época a la que nos estamos refiriendo. Nicon y Galeno son representantes de una cultura en la que pesa mucho una especie de espíritu religioso que busca en los acontecimientos de cada día un «quid sacrum». Así, no nos sorprenderá descubrir que Galeno considere que su obra anatómica más importante es en realidad un auténtico himno a Dios o que nos explique cómo en diferentes momentos de su vida ha mantenido relaciones oníricas con Esculapio. La madre de Galeno, atenta a las necesidades de cada día, se nos presenta como un personaje irritable, e inclinada a un tipo de comportamiento hacia su marido comparable al de Xantipa hacia Sócrates. Siempre fue insensible a lafilosofía y a todo tipo de especulación, dando en cambio la mayor importancia a los contratiempos más insignificantes. Hoy diríamos que Galeno pertenecía a una familia burguesa del helenismo romano y que siempre mantuvo un estilo de vida burgués. No tuvo necesidad de gastar su patrimonio, que según parece administró muy bien, fue siempre respetuoso con las estructuras sociales y rehuyó todas las situaciones de crisis. De acuerdo con la mentalidad ilustrada de la época, tenía una idea elevada de la dignidad humana y en este sentido no veía diferencia alguna entre un ciudadano romano, un griego, un esclavo y un bárbaro, pero

nunca le preocupó la injusticia dentro de la perspectiva social y económica de su tiempo. Para él la filosofía, la ciencia e incluso la medicina eran materias circunscritas a la perspectiva de la propia persona. En Pérgamo estudió en diferentes escuelas filosóficas y médicas. Quizá las enseñanzas más significativas fueran las que recibió de un discípulo de Marino, probablemente la fuente más importante de su formación anatómica. Parece que su devoción hipocrática le vino de Estratónico, un discípulo de Sabino, cosiderado como uno de los más destacados comentaristas de Hipócrates. La afición a la farmacología posiblemente la debió a las enseñanzas de un tal Aeschrio, un médico de la escuela empírica. Más tarde estudió en Esmirna bajo la guía de Pelops, que influyó mucho en su formación. En Esmirna, Galeno escribió sus primeros libros, una especie de tesina sobre los movimientos del tórax. Después se trasladó a Corinto y más tarde a Alejandría, donde permaneció dos años (152-154 después de Cristo). Frecuentó las escuelas anatómicas alejandrinas, denunciando su fanatismo y su tendencia a lo arcano. Pese a ello, más adelante tampoco él escapó de esas actitudes decadentes, dejando que la gente creyera que actuaba bajo la inspiración directa de Esculapio. Viajó por Egipto durante diez años y en esa época escribió, entre otras obras, «Sobre la demostración de las partes anatómicas», que es una de las más importantes. De Egipto volvió a Pérgamo, donde ejerció como médico en una escuela de gladiadores. En el año 163 se fue a Roma y conviene que sepas que hizo el viaje andando. Esta primera estancia en Roma se caracteriza por su carácter polémico. Parece que en un centro llamado Templo de la Paz, en el que tenían lugar las reuniones científicas de la época, dejó boquiabiertos a los médicos de Roma con sus espectaculares vivisecciones, con sus brillantes ideas y sus extraordinarias curas, todo lo cual era el resultado de su gran experiencia. A instancias de un cónsul, escribió «Sobre el uso de las partes». Esta obra y la que he mencionado anteriormente constituyen el clímax del pensamiento morfológico de la antigüedad. Todo hace pensar que los médicos establecidos en Roma se volvieron contra él y le causaron suficientes problemas como para forzar un precipitado regreso a Pérgamo en el año 166. Dos años más tarde, los emperadores Marco Aurelio y Lucio Vero lo llamaron para que se reuniera con ellos en los cuarteles de invierno. En el año 169, Marco Aurelio lo nombró médico de su hjo Cómodo y permaneció en la corte hasta el año 180. Esta época fue probablemente el periodo álgido de su carrera.

Abandonó su cargo tras el asesinato de Cómodo, pero permaneció en Roma, donde murió en el año 200. Es realmente curioso que Galeno nunca se integrara en el mundo latino en el que vivía, y que en aquella época alcanzó su máxima extensión. Es posible que ni siquiera llegara a aprender la lengua. Siempre adoptó una postura extraordinariamente conservadora, que con los años aún fue reafirmando. Nunca dejó de decir que él escribía únicamente para hombres de mentalidad griega. Me da la impresión de que, aunque los emperadores romanos de la época hablaran y escribieran la lengua griega y rindieran culto incesante a la antigua Hélade, el fenómeno griego ya había pasado y el mundo del siglo II había superado sus moldes en el terreno político, económico y social. La cultura latina estaba en plena expansión y la rotunda tozudez de Galeno para no integrarse en ella fue negativa para él. De otro modo, su obra tal vez hubiera sido más creadora, menos escolástica y más susceptible de desarrollo inmediato. Nunca ha sido sensato intentar detener el carro de la historia. La obra anatómica de Galeno se considera la primera expresión total, orgánica y ordenada de la anatomía humana. Sin embargo, hemos de señalar que sólo era humana intencionalmente, ya que se basaba en disecciones de monos y cerdos. Parece que Galeno nunca hizo disección directa del hombre, que en esta época ya estaba prohibida en todo el imperio romano y era vista con malos ojos por todo el mundo. La primera anatomía humana ordenada y completa será la «Fábrica» de Vesalio, pero tendremos que esperar hasta el siglo XVI. Aunque Galeno aportó datos nuevos y sobre todo datos personales directos, hay que ver su obra como una estructuración de toda la tradición anatómica antigua. Ella será el contexto morfológico en el que se basará la medicina como mínimo hasta el siglo XVI, al que llegará a través de los bizantinos, los árabes y los médicos escolásticos. Todavía hoy, la anatomía ocupa un lugar central en la medicina. Pues bien: ello se debe a la obra de Galeno. De todos modos, hay que tener en cuenta que, igual que en todas las obras de la Antigüedad, la anatomía es realmente anatomofisiología. La estructura y la función se separarán a partir de Vesalio. Es indiscutible que la obra anatómica de Galeno tiene como fundamento la morfología aristotélica. Pero conviene saber que la obra biológica de Aristóteles llegó a Galeno a través de escuelas médicas. Esta circunstancia conducirá a una situación que aún persiste: la existencia de una anatomía de médicos, separada de las ciencias naturales y de la anatomía comparada.

La fisiología galénica es descriptiva y de carácter intuitivo. Niega que el uso influya en el desarrollo de los órganos, en contra de lo que creían los epicúreos. Contiene rudimentarios razonamientos cuantitativos como cuando trata de la excreción de la orina, e indicios de experimentación, por ejemplo cuando habla de la digestión y de la emisión de la voz. Su teoría interpretativa se basa en el concepto de parte anatómica, que es la que lleva a cabo una función diferente de la que realizan otras partes. Las partes se apoyan en los conceptos de elemento y de humor. Los elementos son unidades radicales de materia y de energía, de modo que cada uno de ellos es portador y realizador de propiedades. Es el esquema empedocliano, que en tiempos de Galeno tenía una precisión canónica. El concepto de humor deriva de los escritos hipocráticos. Los cuatro humores son una materialización de las potencias naturales: «Si hay un humor caliente y húmedo (la sangre), otro caliente y seco (la bilis amarilla), otro húmedo y frío (la flema o pituíta) ¿acaso no debe haber uno que sea frío y seco? ¿Es que entre los humores no va a haber esa combinación que encontramos en todas partes? Ese cuarto tipo de humor es la bilis negra.» Los humores se forman en el cuerpo a partir de los alimentos, por efecto del calor sobre el proceso de la digestión. Hay órganos que tienen un papel preponderante en su formación: el hígado para la bilis amarilla, la vesícula para la bilis negra, el corazón para la sangre y el cerebro para la flema o pituíta. Galeno aceptó el concepto tripartito de alma de Platón. Un alma racional o lógica en el cerebro, un alma irascible en el corazón y un alma concupiscible en el hígado. Las facultades del alma derivan de la complexión humoral del cuerpo y se manifiestan en la acción de cada parte. Para que las partes puedan poner en juego sus actividades específicas es necesario que estén animadas por un principio exterior, que es el pneuma. Se trata de un principio sutil, pero material. Hay un pneuma psíquico, un pneuma vital y otro físico o natural. Se encuentran respectivamente en el cerebro, el corazón y el hígado. El motor responsable de los fenómenos vitales es el calor innato. Los alimentos son el combustible necesario para la producción de calor innato, que tiene lugar en el corazón. La respiración actúa como un sistema de regulación por enfriamiento. El alimento, dice Galeno, es como el aceite, y la respiración es como el aire para la llama. Si pudiéramos entender esto, entenderíamos el papel de la respiración en la producción de calor innato.

Galeno acabó con el viejo concepto de que las arterias y la parte izquierda del corazón no tienen sangre y están llenas de pneuma. El pneuma se toma del aire con la respiración, pasa por la tráquea y va a los pulmones. A través de la arteria pulmonar, que Galeno llama venosa, pasa al ventrículo izquierdo, donde se mezcla con la sangre. Galeno cree que los alimentos transformados en quilo pasan al hígado. En este órgano se transforman en sangre venosa y espíritu natural. Desde el hígado, la sangre venosa se distribuye por todo el cuerpo pasando por el ventrículo derecho del corazón. Allí se eliminan impurezas, que a través de la arteria pulmonar llegan a los pulmones y se expulsan al exterior. La sangre venosa purificada se filtra pasando por minúsculos canalitos hacia el ventrículo izquierdo, donde se refrigera y se mezcla con el pneuma, formándose pneuma vital. Esta sangre arterial se reparte por todo el cuerpo. En el cerebro, la sangre se carga con el tercer pneuma o espíritu animal. Este pneuma es el que se distribuye por todo el cuerpo a través de los nervios, que Galeno sigue considerando vacíos. Galeno concibe la enfermedad como una alteración permanente de la ordenación regular de las diferentes actividades de las partes. Conviene distinguir la causa, los síntomas con los que se pone de manifiesto ante los ojos del médico y las alteraciones de las actividades. El nosos es la alteración que se mantiene después de desaparecer la causa, y el pathos es la alteración que sólo dura mientras persiste la causa. Siguiendo el criterio hipocrático, sólo admite causas naturales. Hay, sin embargo, causas externas o primarias y causas internas que hacen posible la enfermedad en cada caso concreto. Además, hay lo que se puede llamar lesión localizada. En las causas internas intervienen los temperamentos, de acuerdo una vez más con el concepto hipocrático, y los estados ocasionales de los humores. Los síntomas varían según el curso de la enfermedad. Hay síntomas inmediatos y consecutivos. De acuerdo con esta teoría médica, Galeno llega a una amplia tipificación de enfermedades e, influido por los conceptos aristotélicos, las ordena en géneros y especies. Estas enfermedades pueden ser objeto de diagnóstico inmediato o ser diagnosticadas después de una reflexión. Así pues, el caso clínico pierde importancia en la patología galénica. Ello lo separa profundamente de la orientación hipocrática, que mira más al enfermo que a la enfermedad. La terapéutica galénica, igual que la hipocrática, se basa en primer lugar en la dietética. De todos modos, Galeno da una gran importancia a las virtudes curativas de las drogas y también a la cirugía. Según la mentalidad galénica, la naturaleza lleva siempre hacia la curación y

basta con ayudarla, una vez eliminadas las causas externas de la enfermedad. Sólo hay una excepción, que es la vejez y no tiene remedio. Por tanto, es esencial no hacer daño; de ahí la norma galénica que ha llegado hasta hoy: primum non nocere. La dietética también es la base de un régimen preventivo, igual que ocurre con determinados hábitos saludables. Por desgracia, todo ello sólo está al alcance de gente suficientemente rica y ociosa. Por otra parte, conviene señalar que la fuente principal de la farmacología galénica es Dioscórides. Galeno también recomienda la sangría, aunque con prudencia, y dice que la cirugía es el último recurso. Hasta Galeno prevalece la idea de que la enfermedad es como un castigo. Por contra, Galeno establece que no es el castigo sino la causa del pecado. El desequilibrio entre los humores se extiende a la conducta y a todo el psiquismo. Galeno es el primero que trata al delincuente como un enfermo. Fíjate en que esto es un apriorismo aristotélico: el hombre ha sido creado para un fin, que es la virtud; cuando se aleja de ella es porque su organismo está perturbado. Es curioso que Galeno menospreciara las enfermedades del alma, dando por supuesto que cuando el cuerpo está sano el alma también lo está. En cualquier caso, en la medicina galénica, los fenómenos psíquicos forman parte de las cosas no naturales que caen fuera del ámbito de la medicina. La psicoterapia propiamente dicha habrá de esperar hasta finales del siglo XIX. Finalmente, quisiera hacerte notar que al estudiar a Galeno hallamos una tendencia muy acusada hacia la ciencia dogmática, tendencia que es armónica con la del pensamiento de su época. Ello merece un poco de reflexión, porque dicho dogmatismo ha sido considerado como una de las causas de la decadencia de la creatividad y del pensamiento al concluir el siglo segundo de nuestra era. Afectuosamente,

19. Los AUTORES LATINOS

Begues, 30 de octubre de 1983 Querida Nuria: No podemos considerar que los romanos contribuyeran gran cosa a la ciencia y a la filosofía. En cambio, en la Antigüedad clásica, ellos son los primeros en derecho y jurisprudencia, así como en la ingeniería civil y militar. Todavía hoy usamos la expresión admirativa «obra de romanos».

Hay autores latinos que traducen obras griegas, así como comentaristas de obras griegas. En realidad, a partir del periodo alejandrino, la mayor parte de los autores son sobre todo comentaristas. No obstante, hay un aspecto en el que los autores latinos superaron a los griegos, y es la agricultura. El romano es fundamentalmente un agricultor, un hombre del campo, y el cultivo de la tierra no menoscaba lo más mínimo la categoría de un senador. Entre las obras clásicas de agricultura romana sobresale «De agricultura» de Catón. Catón era «optimus orator», «optimus imperator» y «optimus senator», y además era un buen agricultor. La obra mencionada, que tal vez con mayor propiedad podría llamarse «De re rustica», pone de manifiesto un gran conocimiento de la práctica agrícola y ganadera. Habla del cultivo del olivo y de la elaboración del aceite, de la viña, de la elaboración del vino y de su almacenamiento y conservación. La almazara utilizada hasta hace sólo sesenta o setenta años es la misma que describe Catón. También encontramos la elaboración del estiércol, el abonado de los campos y el cultivo de las habas, el centeno y la cebada. También la forma de injertar las higueras, las vides y los olivos. Muchas cosas sobre árboles frutales e incluso sobre prados. La cría de los bueyes y su uso para labrar la tierra. La cría y el pastoreo de las ovejas, la explotación racional del bosque y una serie de principios de jardinería. Finalmente hay una magnífica descripción de los hornos de cal con leña, de los que tú aún has visto restos; yo he tenido la oportunidad de verlos en funcionamiento. Una obra parecida es «Rerum rusticarum» («De las cosas del campo»), de Terencio Varrón, de quien dice Cicerón que era el hombre más sabio de su tiempo. En honor a la verdad, como político no pasó de la mediocridad y su personalidad es muy inferior a la de Catón. Parece que escribió «Rerum rusticarum» en la vejez, y la obra es una ordenación de los conocimientos de otras personas, másque el resultado de una reflexión sobre la experiencia propia como en el caso de Catón. Trata la misma temática y quizá se extiende más en la parte que hace referencia a aves domésticas y animales silvestres. También escribe con detenimiento sobre las abejas y los caracoles. El otro gran autor latino relacionado con la agricultura es Columela, uno de los muchos personajes ilustres de la Roma imperial que habían nacido en España. Era hijo de la actual Cádiz. Su tratado de agricultura, en doce volúmenes, es quizá el de más valor. Una obra latina destinada a ejercer una gran influencia en los siglos siguientes, hasta el Renacimiento, fue la «Naturalis Historia» de Plinio el Viejo. Este nació en Como el año 23 de nuestra era, en el seno de una familia de funcionarios. Tuvo

una educación esmerada y toda su vida transcurrió en servicios de administración pública, ya fueran civiles o militares. En la última época de su vida sirvió en la marina, circunstancia que quizá le permitió contemplar desde el mar la gran erupción del Vesubio del año 79. Para ver mejor todas las consecuencias del fenómeno se sirvió de una pequeña embarcación, pero al acercarse a la playa naufragó, muriendo él y sus acompañantes. Se ha descrito a Plinio como un hombre infatigable por su capacidad de trabajo. Sus escritos dan testimonio de una erudición indudable. Su gran fama viene de los treinta y siete libros de la ya citada Historia Natural, que constituyen una especie de enciclopedia de todo lo que se sabía en aquella época acerca de la naturaleza. Empieza con una descripción del Universo según la concepción estoica, escuela a la que pertenecía. Luego pasa a la descripción de los objetos naturales, yendo progresivamente de lo general a lo particular. Los libros 8 a 11 son los que contienen la mayor parte de datos sobre zoología. Plinio nos presenta los animales sin un orden determinado. Comienza por los más grandes o más notables, de modo que el primero es el elefante; le dedica tantos elogios, que se cree que es la causa de que en la Edad Media la caballería tuviera una orden del elefante. Lo que nos cuenta sobre la forma de domesticarlo es correcto, así como otros detalles sobre sus costumbres y su utilización; todo ello nos hace pensar que sus conocimientos eran de primera mano. Otro tanto ocurre cuando nos habla de animales domésticos. Ahora bien, Plinio también recoge sin ningún sentido crítico las narraciones más estrafalarias; por este motivo, a partir de Plinio y durante muchos siglos, encontraremos libros de zoología que nos hablarán tanto de animales reales como fantásticos. También vale la pena mencionar que los insectos atrajeron mucho la atención de este autor, y que hizo de ellos descripciones muy detalladas, entre las que destaca la que se refiere a las abejas. En la Historia Natural también encontramos una anatomía humana y comparada que se basa totalmente en Aristóteles. Desgraciadamente, también recoge muchas cosas fantásticas. Finalmente, nos da una relación muy extensa de plantas medicinales. Plinio proporciona información sobre sus fuentes bibliográficas, que fueron extensísimas: según él mismo indica, llegó a consultar unos dos mil libros de diferentes autores. Según como se mire, el resultado de una obra tan ambiciosa puede resultar digno de compasión, pero la fama no fue insensible al esfuerzo del autor: en Occidente, fue la fuente principal de conocimientos sobre animales y plantas durante más de quinientos años. Cuando, llegado el Renacimiento, Gesner

y Aldrovandi iniciaron la zoología moderna, el punto de partida eran aún las descripciones de Plinio. Dentro de lo que podríamos llamar medicina romana hemos de hacer referencia a Celso, del que ha llegado hasta nosotros una obra titulada «Sobre la medicina», que es de gran calidad. Quizá es la única escrita en latín, ya que todas las demás seguían estando en griego: ello da a Celso un mérito especial como creador del latín científico. Desgraciadamente, no se trata de una obra original, sino de una traducción del griego de un autor siciliano llamado Tito Aufidio. Éste era un médico de gran reputación, discípulo de Asclepíades, un griego que llegó a Roma en el siglo I y puso de moda la medicina griega. Aunque en la obra mencionada hay muchas ideas hipocráticas, es básicamente de carácter práctico. Es muy posible que estos discípulos de Asclepíades fueran los mismos médicos que hostigaron a Galeno en su primer viaje a Roma, del que te hablé en la carta anterior. El gran Julio César (112-44 a.C.), al margen de sus aportaciones a la literatura, contribuyó más o menos directamente a algunos avances científicos. Uno de ellos se refiere a las vías romanas y a sus mapas, con medidas precisas de distancias. Fue el primero a quien se le ocurrió poner indicadores con el número de unidades de distancia, que naturalmente tomaban a Roma como origen. Parece que el divino Julio también era aficionado a la astronomía y fue el autor de una de las grandes reformas del calendario. El año lunar de 355 días o 12 lunaciones se transformó en el año de 365 días con la interpolación de un dia cada cuatro años. De este modo se inició el sistema de años bisiestos. El nombre actual de los meses deriva del antiguo calendario romano y de la modificación mencionada. Así el Quinctilis pasó a llamarse Julius en honor del fundador. Y, en la época de su sucesor y para no ser menos, el Sextilis empezó a llamarse Augustus. Parece ser que el calendario juliano es una imitación de un calendario alejandrino del año 283 a.C., que había sido establecido por Eudoxos (uno de los más grandes matemáticos de la Academia,de quien ya hemos hablado). El calendario juliano, que empezaba en el mes de marzo, duró hasta la reforma del papa Gregorio XII en 1582. Como ya te he dicho en más de una ocasión, no podemos entender a los autores de la antigüedad si no estamos mínimamente sumergidos en el contexto de su mundo. Por esto quisiera terminar esta carta hablándote del epicureísmo, una escuela que –junto con la estoica– tuvo un gran papel en la cultura latina. Epicuro nació en Samos en el año 342 y murió en el 271 a.C. En el año 307 se estableció en Atenas y fundó su escuela en un jardín de las afueras de la ciudad,

en el que hacía vida en común con sus discípulos. El Jardín, que es como se llamó la escuela de Epicuro, tenía fines fundamentalmente éticos y políticos. Pretendía un retorno a la ciudad sencilla de Platón, opuesta a la ciudad fastuosa del estado ideal. Rechazaba la autoridad en favor del consentimiento voluntario a través del contrato social. Fue, pues, un precursor de Rousseau, y en cierto modo también del anarquismo moderno y del movimiento «hippy» de los años 60. Resulta curioso que, mientras que Aristófanes ridiculizó a Sócrates, Menandro elogiara a Epicuro. Quizá constituya el cambio de perspectiva entre la llamada comedia antigua, conservadora, y la comedia nueva, interiorista y más atenta al conocimiento emocional del pueblo. Dicho cambio es un fenómeno ligado a las profundas transformaciones sociales que siguieron a la guerra del Peloponeso. Epicuro se manifestó contrario a todos los mitos y supersticiones y aceptó una cosmología basada en la de los atomistas. Fue materialista y mecanicista. Su escuela, a diferencia de casi todas las escuelas filosóficas de la antigüedad, era proselitista, dando lugar a pequeñas comunidades en distintas ciudades, de una forma en cierto modo parecida a los primeros cristianos. Las «Epístolas» de San Pablo guardan cierto paralelismo con las «Cartas» de Epicuro. Ambas comunidades llegarían a coincidir en el tiempo y tendrían problemas parecidos; ambas fueron objeto de persecuciones. El rasgo característico de los epicúreos fue considerar el placer como un bien, aunque haciendo hincapié en el desarrollo de los placeres espirituales. El epicureísmo ha tenido muy mala prensa y ello tiene su origen en la época romana, cuando tuvo un gran impacto en la sociedad imperial junto con el estoicismo. En algunos sectores degeneró en puro hedonismo, pero en otros mantuvo un alto nivel de dignidad. Los estoicos ilustres como Cicerón criticaron muy duramente a los epicúreos, tal vez con la excepción de S éneca. Después de la Edad Media, el epicureísmo fue rehabilitado por Gassendi, y posteriormente por muchos otros autores. El propio Marx hizo su tesis doctoral sobre la relación entre Epicuro y Demócrito. Puedes considerar a Epicuro como una especie de reformador. Su idea fundamental es el respeto a la libertad individual. Se niega a admitir que alguien establezca que los hombres hayan de ser de un modo determinado y que los que no lo sean tengan que cambiar necesariamente. Tito Lucrecio nació probablemente el año 99 y murió en el 55 a.C.. Era un patricio romano muy bien relacionado con las personalidades más destacadas de su época. No olvides que esa época es una de las mejor conocidas de la

antigüedad, gracias a los escritos de grandes autores que han dado testimonio de su tiempo, y cuyas obras han llegado, por suerte, hasta nosotros. Las obras que hacen referencia a los tres siglos que van desde el final de la república al emperador Adriano han sido objeto de reflexión por parte de filósofos, moralistas y poetas de todas las épocas. Lucrecio parece haberse mantenido al margen de la política, dedicando preferentemente su atención a la literatura y la filosofía. Como otros contemporáneos suyos, puso fin a su vida por propia voluntad. Después de su muerte se publicó su obra «De rerum natura», que lo haría célebre para toda la posteridad. Volviendo al estilo del viejo Empédocles, la obra fue escrita en verso, y constituye el último poema sobre la naturaleza entre los muchos que se escribieron en la antigüedad clásica desde Anaximandro. Al margen de su valor filosófico, hoy se la considera una de las mejores muestras de literatura latina. En su obra, Lucrecio opone la filosofía a la superstición y a la religión. Manifiesta un amor apasionado a la verdad y un notable optimismo en relación con el triunfo final de la libertad de pensamiento. En su doctrina es un seguidor de Epicuro y, debido a ello, su obra es una magnífica fuente de Demócrito, a quien sin embargo sólo nombra de paso. También se detecta una cierta influencia de Aristóteles y de Platón. Una muestra de ello son las tres clases de alma: «animus, mens et anima» (espíritu, inteligencia y principio vital). Considera el principio vital como algo material y constituido por átomos muy pequeños, dispersados por todo el cuerpo. Nos habla de un «aura» que puede corresponder al pneuma, y de una especie de calor vital, del que más tarde nos hablará Galeno. La conciencia la determinan los átomos más pequeños. También hay una versión atomista de la teoría hipocrática de los humores y un ataque radical a la inmortalidad platónica del alma. Es interesante su explicación de la percepción sensorial, en la que supone un movimiento material desde el objeto al sujeto; ello determinaría un segundo envío, aún más sutil, desde los sentidos al cerebro, dando lugar a las imágenes y a la fantasía. A Lucrecio se debe la supervivencia del atomismo durante toda la Edad Media. Es la fuente que alimentará el atomismo en el Renacimiento y en la revolucióncientífica del siglo XVII. Acudirán a él los librepensadores del siglo XVIII y, tal vez gracias a él, Dalton hallará la que hoy llamamos «teoría atómica», capaz de explicar los extraordinarios progresos experimentales de la química del siglo XIX. Estamos llegando al final de una historia que espero te haya interesado y te haya hecho reflexionar. Para mí es la historia de un fenómeno cultural

extraordinario, que no podemos ignorar si queremos entender de forma apropiada el fenómeno científico. Para despedimos de la antigüedad clásica, a la que de todos modos no dejaremos de hacer alusiones, quisiera transcribir aquí un fragmento de la última parte de «De rerum natura», seguido de otro mucho más antiguo de la «Historia de la guerra del Peloponeso» de Tucídides. Ambos hacen referencia a la epidemia de Atenas en el inviemo del 431 al 430 a.C.. La epidemia ha sido identificada como peste bubónica, tifus exantemático y también como viruela. En calquier caso, es la primera descripción detallada de este tipo y hay una abundante bibliografía sobre el tema. Añadiré que la fuente de Lucrecio es Tucídides y que, si hubiera de escoger entre las dos versiones, me quedaría sin duda con la más antigua.

«Así pues, de repente este azote de nueva clase y esta epidemia, o se abate sobre las aguas o se asienta sobre las propias mieses, o sobre otras sustancias que alimentan a los hombres, o sobre los pastos de los rebaños. O también su actividad permanece suspendida en la atmósfera y, como al respirar tragamos un aire así contaminado, también necesariamente hemos de absorber en nuestro cuerpo aquellos venenos. De un modo parecido, la peste llega con frecuencia a los bueyes y el contagio toca a los errantes rebaños lanudos. Y da igual que seamos nosotros los que voluntariamente llegamos a lugares que nos son adversos mudándonos de casa o que sea la naturaleza la que nos traiga ella misma una atmósfera corrupta o cualquier otra sustancia, a la que no estamos habituados y que puede atacarnos con su llegada repentina.» (Lucrecio, De Rerum Natura, libro VI, 1125-1135)

«Pero lo más terrible de toda la enfermedad era el descorazonamiento del que se sentía enfermo –porque, librando en seguida su espíritu a la desesperación, se abandonaban mucho más fácilmente y no intentaban resistir– y también el hecho de que, contagiándose unos al atender a otros, morían como ovejas. Y esto es lo que causaba mayor mortandad. Porque si por miedo no querían visitarse unos a otros, los enfermos morían abandonados, y muchas casas se vaciaron for falta de alguien que les atendiera. Y si se visitaban, sucumbían, sobre todo los que hacían gala de humanitarismo, porque por motivos de honor no se protegían ellos mismos y entraban en casa de sus amigos cuando los propios familiares, vencidos por los excesos del

mal, acababan cansándose de los lamentos de los moribundos. Con todo, eran los que se habían salvado de la enfermedad los que más se apiadaban del que moría y del enfermo, porque tenían experiencia y ya se sentían seguros. Y es que el mismo hombre no era atacado dos veces, al menos con efecto mortal. Recibían las felicitaciones de los demás y ellos mismos, en el exceso de la alegría del momento, tenían de cara al futuro la vana esperanza de que ya no morirían nunca de otra enfermedad.» (Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, libro II, cap. LI, 4-6) Afectuosamente,

20. EL FINAL DE LA CULTURA CLÁSICA

Begues, 1 de noviembre de 1983 Querida Nuria: Con la caída del Imperio romano de Occidente termina la antigüedad clásica y empieza la Edad Media. El cambio no se produjo repentinamente y, desde la perspectiva actual, se ven signos de decadencia a partir del siglo II. Ya te hice notar que el propio pensamiento de Galeno diverge mucho más de lo que él creía con respecto a la trayectoria de la ciencia positiva. Pero Galeno estaba aún más lejos de su tiempo que de la ciencia. Quizá por eso impresionó tan poco a sus contemporáneos como filósofo. A la época del libro de texto le sigue la de los comentaristas, que durará hasta el Renacimiento. En los comentarios a los libros antiguos se puede distinguir, por una parte, un reforzamiento del criterio de autoridad, y con él una especie de culto al saber dogmático; por otra parte, también percibimos la preocupación del autor por disimular su propio pensamiento, lo cual nos da indicios del temor de topar con la docrtina oficial y la censura. Con alguna excepción, esto es característico del fin del imperio romano y de toda la alta Edad Media, tanto en los cristianos como en los mahometanos. Además, a los comentaristas se les nota una creciente falta de interés por el estudio directo de la naturaleza y una afición puramente erudita que evoluciona, al menos desde nuestro punto de vista, hacia excesos de fantasía y puerilidad. Creo que este cambio, que se detecta perfectamente en los escritos que han llegado hasta nosotros, refleja la mentalidad predominante en la época. Comparada con la fuerza creativa de

tiempos anteriores, casi produceangustia. Quizá te ayudará a comprender lo que quiero decir una comparación entre la «Historia Natural» de Plinio (siglo I), que no es ninguna maravilla, y «Sobre las costumbres de los animales» de Eliano (siglo III). El primero recoge cosas verdaderas y probablemente comprobadas, junto con las relatadas por otros autores (tal vez sin suficiente sentido crítico, pero guiado siempre por un interés por conocer la realidad de las cosas). En el segundo, el interés de las anécdotas recogidas se encuentra en lo que puedan tener de edificante para el hombre, es decir, en la «moraleja». Hasta los animales más insignificantes están imbuidos de una reverencia casi personal hacia el Creador. Tanto es así que, aunque Eliano fuera un autor pagano, fue ampliamente utilizado a lo largo de la Edad Media como fuente de inspiración de sermones piadosos, en los que muchas veces no se hacía otra cosa que sustituir en cada relato los nombres de la mitología romana por los de los santos. Se ha dicho que el cambio de mentalidad ocurrido en Occidente fue determinado en gran parte por la expansión del cristianismo. Yo más bien sospecho que ocurrió al revés: fue la actitud mental del mundo romano al final del siglo III lo que propició el triunfo del cristianismo. Hay una escuela filosófica, la última de la antigüedad clásica, que tuvo muchos adeptos en la época que estamos tratando. Se trata del neoplatonismo, fundado por Ammonio Saccas en Alejandría en el siglo III. Saccas era un apóstata y la escuela que estableció era de tipo hermético, al estilo de la de los viejos pitagóricos. Uno de sus discípulos, llamado Plotino (204-270), romano de nacimiento, llevó el neoplatonismo a la capital imperial. Desde allí se extendió a casi todo el mundo pagano. Se podría decir que el neoplatonismo sólo ejerció un efecto sobre el pensamiento histórico natural de la antigüedad: fomentar su decadencia. No nos interesa extendernos aquí sobre su contenido filosófico. Para satisfacer tu curiosidad te diré simplemente que incluye tanto ideas platónicas como aristotélicas, además de una gran influencia de diversas religiones. Presenta una cosmología antropocéntrica: el Universo ha sido creado para el hombre. En cuanto a la ética, la toma prácticamente intacta de los estoicos. La idea platónica se identifica con la forma aristotélica y es independiente de la materia. El alma se libera del cuerpo por la muerte. Esta es la sinopsis de la doctrina que en el siglo IV rivalizó seriamente con el cristianismo. Alcanzó su máxima influencia con el emperador Juliano el Apóstata, pero el cristianismo la erradicó durante ese mismo siglo con los emperadores Valentiniano y Teodosio. Es el fin de la escuela alejandrina, con el asesinato de

Hipatia que ya te he relatado en una carta anterior. Un mundo como el que intento describirte había de ser forzosamente hostil al desarrollo del pensamiento científico. Pese a ello, no conocemos con certeza las verdaderas causas del fin de la cultura que llamamos clásica, y de la consiguiente desaparición de la ciencia antigua. Podemos decir simplemente que coincide con un desastre histórico como es la caída de Roma. Parece que Roma nunca fue consciente de su decadencia, y menos aún de la proximidad de su fin. Se ha escrito mucho a este respecto, y desde puntos de vista muy diversos: la invasión de los bárbaros, la degradación moral de la sociedad, la disminución de la natalidad, las epidemias e incluso el mismo cristianismo. John Bernal, físico e historiador británico contemporáneo, como otros autores marxistas, da mucha más importancia al inevitable colapso económico de una socidad basada en los esclavos, los grandes latifundios y un enorme ejército que cada vez debía proporcionar más esclavos y riqueza ajena, muy difícil de organizar y de mantener sólo para la propia defensa. En cualquier caso, la Edad Media no mejoraría demasiado el sistema económico, ni en el Islam ni en la zona cristiana, y la esclavitud seguiría hasta el siglo XIX. Bien mirado, la ciencia alejandrina, considerada dentro de su tiempo, fue un fracaso. La propia medicina griega no deja de ser, en la práctica, una especie de «meditatio mortis». Todo lo que ahora nos maravilla, al darnos cuenta de su importancia para lo que habría de venir luego, debió tener la apariencia de una cosa tan trivial como los espejos de Arquímedes intentando detener a las naves romanas. Los avances técnicos seguían produciéndose lentamente, y con independencia de lo que hoy consideramos la revolución cultural de la antigüedad clásica. Fue esta misma revolución cultural la que acabó llevando a una concepción ética y una concepción política que también se pueden considerar fracasos. Las nuevas corrientes con capacidad para levantar a las masas y producir grandes cambios sociales volvieron a tomar como fundamento la fe religiosa, la autoridad, la superstición y el inmenso potencial de miedo que hay en la naturaleza humana, es decir, todas aquellas cosas que el pensamiento griego había intentado destruir al iniciar una maravillosa aventura intelectual, a la que la época que estamos describiendo se encargó de poner fin. En la tragedia griega, la catástrofe es un infortunio que pone fin al argumento repentinamente y que puede tener envergadura variable. Puede tratarse de la muerte del héroe, víctima de las circunstancias y del destino, de la destrucción de una ciudad entera o incluso de toda una civilización. Así ocurrió en el caso al que nos referimos. Pero, igual que en los demás, el resto de los hombres sigue

su camino, aunque tal vez miserablemente. La gran catástrofe final sería la destrucción de toda la Humanidad. La obsesión por esta eventualidad ha torturado a muchos hombres desde la antigüedad e incluso ha participado en el desarrollo del pensamiento científico. Recordarás que en el pensamiento de Anaximandro puede encontrarse una base para el catastrofismo, quizá no demasiado diferente de la que se encuentra en todas las mitologías y en algunos pasajes del Antiguo Testamento. El catastrofismo como teoría científica termina en el siglo XIX, con Cuvier, pero hoy en día vuelve a estar de moda en el pensamiento de la gente. Por eso he querido concluir esta carta tratando un poco este tema. De paso, servirá para enfatizar el fin del periodo clásico y el inicio de la Edad Media. Empezaré diciéndote que, a todo lo largo de la historia de la Tierra, los fenómenos de tipo catastrófico parecen haber tenido un alcance limitado y cabe esperar que las cosas sigan del mismo modo en el futuro. Pese a ello, como bien sabes, en todo el mundo hay una gran sensibilización frente a la posibilidad de desastres definitivos. El año 1981 se vendieron en Francia más de trescientos mil ejemplares de los «Siglos» de Nostradamus. Este fue un célebre astrólogo de la corte de Enrique II, en el Renacimiento. Fue una de esas personalidades extravagantes que han existido en todas las épocas de grandes cambios sociales o, al menos, que han tenido una influencia particularmente intensa en dichas épocas. Cagliostro y el propio Paracelso son figuras de este tipo. Sus coetáneos más prestigiosos (y no precisamente reaccionarios) los han tratado siempre con dureza. Por ejemplo, Fernel fue implacable con Nostradamus. Ha sido habitual que este tipo de personajes hayan sido más tarde mitificados: por ejemplo, Goethe pone en manos de Fausto el libro de Nostradamus. Y ahora, cinco siglos después, el hombre contemporáneo, el mismo que ha contemplado el salto a la Luna y utiliza ordenadores y aviones supersónicos, se emociona leyendo las predicciones del libro de Nostradamus sobre el futuro que nos espera. Sobre los diferentes aspectos del catrastrofismo se podrían escribir gruesos volúmenes sin llegar a agotar el tema. Sin duda es un fenómeno cultural y sociológico importante. Otra cosa es si merece algún crédito de cara a la posibilidad de predecir catástrofes objetivas. De todos modos, hay que reconocer la existencia de una conexión remotísima con fenómenos reales. Un ejemplo de catástrofe, que nos enseña cómo surgen estas convicciones y cómo llegan a perdurar, es el caso de la Atlántida. Quisiera presentártelo como un

modelo realmente interesante. La primera versión de la Atlántida se debe a Solón, uno de los legendarios siete sabios de la Grecia antigua. Todavía es una figura llamativa para el hombre de hoy, como un viejo modelo de sabio paternal y simpático. Intentó regular las costumbres de los atenienses con sus célebres leyes. Una vez que consiguió promulgarlas, sabiendo lo difícil que es contentar a todo el mundo, tomó el tráfico marítimo como pretexto para un viaje y se despidió por diez años. En Egipto oyó a los sacerdotes de Sais el relato sobre la Atlántida. Se propuso darlo a conocer a los griegos mediante un poema, pero lo inició en la vejez y la magnitud de la obra le impidió sacarla adelante. Más tarde, Platón, cuatro siglos a.C., también se sintió cautivado por el tema de la Atlántida, posiblemente a través de una versión egipcia, e inició un poema extraordinario que dejó a medio escribir para ponerse a trabajar en las «Leyes». Además del preámbulo del «Atlántico», hay un pasaje alusivo en el «Timeo», del que aquél había de ser continuación. Veinticinco siglos más tarde, ambos pasajes inspiraron a nuestro Verdaguer a escribir lo que la vejez impidió a Solón (pese a que éste dejara dicho que la vejez le había dado un delicioso tiempo libre, tanto para aprender cosas nuevas como para disfrutar de todo lo que alegra el corazón de los hombres). Todos hemos oído decir que la explosión del Krakatoa ha constituido una de las mayores catástrofes de los tiempos históricos. Ha habido otra del mismo tipo, pero aún mayor. En la parte meridional del mar Egeo hay una pequeña isla llamada Thera. Tiene forma de media luna con los cuernos mirando hacia el oeste. En realidad se trata de un gran cráter volcánico. Las excavaciones han puesto de manifiesto que, alrededor del año 1470 a.C., esta isla era mucho mayor y en ella se desarollaba con esplendor uno de los centros principales de la cultura minoica, unos cien kilómetros al norte de la isla de Creta, en la que se encontraba el foco principal de dicha cultura. Thera explotó como el Krakatoa, pero con una fuerza cinco veces superior. Todo quedó destruido y el maremoto subsiguiente devastó todo el litoral de Creta. Los historiadores sabían desde hace tiempo que la civilización minoica terminó repentinamente, pero hasta las relativamente recientes excavaciones de Thera no se habían podido averiguar las causas. La civilización griega tardaría mil años en alcanzar de nuevo un nivel comparable. Es probable que la explosión de Thera no causara tantas muertes como la del Krakatoa, simplemente porque la densidad de población era mucho menor, pero

en cambio constituye la única explosión vocánica que ha destruido no sólo unas ciudades sino toda una cultura. Es posible que los egipcios contemporáneos de la civilización minoica registraran la explosión de Thera de una forma relativamente confusa. Casi milaños más tarde, los griegos recogieron dicha narración. Es probable que, al hacerlo, no pudieran creer que en el mar Egeo, en un sitio donde sólo había islas minúsculas, pudieran haber prosperado las grandes ciudades de las que hablaban los egipcios. Si además pensamos que su intención al recoger la historia era fundamentalmente moralizadora, entenderemos que la situaran en un lugar remoto como el océano occidental, llamando Atlántida a la ciudad destruida. Como consecuencia, muchas personas han llegado a creer que el Atlántico es el lugar donde se hundió un continente entero, perdiéndose con él toda una civilización. La Geología moderna ha dejado bien claro que no hay ningún continente hundido en el Atlántico y que América se ha ido alejando de Africa y de Europa por un fenómeno llamado separación de plataformas tectónicas. La ficción de la Atlántida puede haberse basado en la auténtica destrucción de una pequeña isla, como acabamos de señalar, pero el papel que ha jugado y seguirá jugando el mito de la Atlántida no tiene nada que ver con la realidad. Estoy totalmente convencido de que el conocimiento de la realidad nunca llegará a impedir que muchas personas sigan creyendo en una pura ficción. En Occidente, el catastrofismo ha estado fuertemente inspirado por los libros del Génesis que hablan del Diluvio. Científicamente, la historia de Noé se ha relacionado con una gran inundación del valle del Tigris y el Eufrates, acontecida hacia el año 2800 a.C. También conocemos la influencia que han ejercido las profecías de Daniel y el Apocalipsis, que en determinadas circunstancias incluso han desencadenado fenómenos de histeria colectiva. Sin duda en los años que han de transcurrir hasta el fin de este siglo se manifestarán de un modo u otro aprensiones parecidas a las que sufrió el mundo cristiano al llegar el primer milenio de nuestra era. De todos modos, hay que tener en cuenta que hoy en día este tipo de sentimientos son mucho más fuertes y frecuentes en los no cristianos, exceptuando los adventistas y algún otro grupo reducido. La verdad es que razonablemente uno no puede preocuparse de otras catástrofes que no sean las que puedan originarse en los propios hombres, frente a las cuales muchas veces parece que no se pueda hacer nada. Confío en que éste no será el caso de nuestro futuro. Espero que ni siquiera caigamos en un piélago en el que permanezcamos miserablemente durante unos cuantos siglos, es decir, que no

repitamos un fenómeno como el fin de la cultura clásica." Afectuosamente,

En 1993, el autor de este libro organizó un seminario sobre «La Catástrofe y el Catastrofismo» en la Universidad de Barcelona. Los textos de las distintas ponencias se publicaron en 1995 con el mismo título. La publicación fue obra de Viena Serveis Editorials S. 1., bajo el auspicio del Departament de Cultura de la Generalitat de Catalunya. Constituyen una perspectiva del tema desde el punto de vista de diferentes campos del saber

21. Los «REYES GODOS»

Begues, 27 de noviembre de 1983 Querida Nuria: La carta de hoy podríamos empezarla hablando de los «reyes godos». Por supuesto, eso no significa nada para tí, ya que en tu infancia te dieron una versión muy aligerada de la historia de España. Pero durante muchas generaciones, incluida la mía, era habitual que los niños recitaran como loros una lista de treinta y cuatro reyes godos que empezaba con Ataúlfo y terminaba con Don Rodrigo. Estaba llena de nombres exóticos y sonoros como Wamba y Chindasvinto. Curiosamente, estos nombres estaban ligados a un conjunto de hechos que uno, en su interior, difícilmente asociaba con la realidad de nuestro pasado. Pues bien: algo parecido puede ocurrirte a tí al leer esta carta y situarla dentro de la perspectiva general de la Historia de la Ciencia. Durante los siglos III y IV menudean los desórdenes en todas las ciudades del Imperio romano. Hay una inflación galopante, unida a una asfixiante presión del fisco, todo ello acompañado del empobrecimiento de las provincias. Por otra parte, las tribus bárbaras del norte, cristianizadas y más o menos romanizadas, hacen incursiones cada vez más serias y más difíciles de contrarrestar. Ya sabemos que esto conduciría al fin del Imperio romano de Occidente en el siglo V. El Imperio de Oriente, separado definitivamente después de Teodosio, aún duró mil años. En el Occidente europeo, la situación pronto se hizo tan enrarecida que originó una verdadera diáspora de los núcleos importantes del saber. En Oriente, en cambio, durante el último periodo de la antigüedad aún surgieron escuelas dispersas parecidas al Museo, entre las que podemos citar Antioquía, Edesa y otras poblaciones de la antigua Mesopotamia. Fue sobre todo en estos lugares

donde se conservaron copias de los manuscritos de la Biblioteca de Alejandría, experimentando durante los siglos V y VI un cierto resurgimiento cultural que tuvo un papel importante para la Historia de la Ciencia. También hay que tener en cuenta los textos alejandrinos conservados en Bizancio. Por otro lado, y para que puedas orientarte dentro del panorama que trato de describir, te diré que la Galia occidental e Irlanda fueron los países bárbaros que dusfrutaron de mayor tranquilidad al comienzo de la Edad Media. Conservaron relativamente la tradición clásica y sirvieron de refugio a muchas personas,procedentes de regiones del imperio que atravesaban situaciones tumultuosas. De ahí que esas zonas, y especialmente Irlanda, registraran un cierto florecimiento cultural durante la Alta Edad Media. En mi opinión, en el Occidente latino, el periodo comprendido entre los años 400 y 1000 es una auténtica inmersión en las tinieblas. Entenderás que deje al margen determinados pensadores del cristianismo primitivo, como Tertuliano (150222), Lactancio (260-340), San Jerónimo (340-420) y San Agustín (354-430), llamados Padres de la Iglesia. Su influencia fue grande en muchos aspectos, y totalmente desfavorable para el desarrollo de las ciencias naturales: no sólo porque no aportaron nada, sino porque se esforzaron en estimular otros aspectos de la actividad intelectual, totalmente incompatibles con la actitud científica. La Edad Media dura hasta el siglo XV y en el Occidente latino se produce un cambio muy importante hacia el siglo XII, al empezar la llamada Baja Edad Media. Este cambio nos interesa de cara al desarrollo histórico de la ciencia en Occidente y podemos definirlo a través de dos fenómenos: la influencia árabe y el escolasticismo. Has de saber que en la Alta Edad Media predominó la influencia platónica, reafirmada por los propios Padres de la Iglesia. La cosmología de esa época es la del «Timeo». Hay que tener en cuenta que entonces las únicas obras de Aristóteles conocidas en Occidente eran los tratados de lógica; por tanto, las obras aristotélicas de mayor interés científico eran desconocidas. La supervivencia de Aristóteles durante la Edad Media se debió sobre todo a Boecio (480-524), el último gran pensador clásico. Hacia el año 500, Marciano Capella suministra a la cultura de la época una célebre enciclopedia elemental de las siete artes liberales: gramática, dialéctica, retórica, geometría, aritmética, astronomía y música. Esta clasificación no es original, ya que podemos encontrarla en Varrón, pero refleja el desideratum de la cultura en el Occidente europeo a lo largo de casi toda la Edad Media. La cosmología es de filiación neoplatónica. Además, parece que en esta época era relativamente conocida la «Historia Natural» de Plinio. También sobrevivieron

diversas tradiciones médicas, mantenidas a través de libros apócrifos atribuidos a Dioscórides, Hipócrates y Apuleyo. Me atrevo a afirmar que los autores de más valía de esta época son Casiodoro (490-585) y San Isidoro de Sevilla (560-636). Las «Etimologías» de este último probablemente constituyen la mejor expresión del saber de la época y tuvieron una difusión amplísima durante siglos. Otros sabios medievales fueron los ingleses Beda (673-735) y Alcuino (735-804) y el alemán Rabanus Mauro, ligeramente posterior. De todos modos, ninguno de ellos llegó a elaborar un sistema natural de conocimientos, sino más bien un tapiz hecho de retales. Es curioso que durante los siglos VI y VII se registre en todo Occidente una gran corriente astrológica. Como sabes, la astrología era un fenómeno paracientífico, originado probablemente en Babilonia, que resurgió en la segunda mitad del Imperio romano. Dicho resurgimiento continuó durante la Edad Media y se intensificó en la época de la que estamos tratando. En otra carta veremos que en el Islam se produjo un fenómeno paralelo. La magia también tuvo una gran vigencia durante la Edad Media. En un principio, la magia no fue rechazada por el cristianismo. En cuanto a la astrología, el cristianismo no la condenó formalmente hasta el concilio de Trento. Durante el siglo IX, el Occidente europeo experimentó un renacimiento centrado en la figura de Carlomagno. Se trata de un intento de restaurar el orden basándose en el Imperio romano (lo cual contribuyó a la conservación de los escasos textos antiguos disponibles). No es un renacimiento significativo para la historia de la ciencia y en términos generales podemos decir que la corte de Carlomagno estaba constituída por un puñado de analfabetos. Además, después de la muerte de Carlomagno se llega al periodo más oscuro de toda la Edad Media. El siglo X es un siglo de guerras, de destrucción y de una miseria terrible, material e intelectual. Las gentes de esta época permanecen inmersas en una especie de delirio de crueldad y estupidez. Los cronistas y las actas de los Concilios de la Iglesia sólo nos hablan de desolación y de muerte. Por ejemplo, en las del Concilio de Crosley se dice que los hombres son como peces hambrientos que constantemente se devoran unos a otros, y que en todas partes los poderosos oprimen brutalmente a los débiles. La propia clerecía es ignorante y disoluta. Los hombres puros de esta época sólo se sienten reconfortados por una esperanza: salvar el alma. Los monasterios constituyen el único refugio seguro y el único remanso de paz. Una de las figuras que considero interesante y significativa para el panorama

que quiero trazarte acerca de esta época es San Odón. Éste fue uno de los fundadores de la orden de Cluny, que llegó a tener gran importancia en el mundo cristiano al establecerse la primacía absoluta del papa de Roma, y secundariamente en el fenómeno de las versiones latinas de traducciones árabes de autores antiguos. A San Odón le gustaban los versos de Virgilio y, quizá dando cabezadas sobre un libro, tuvo una extraña visión: de una copa de forma admirable empezaron a salir serpientes amenazadoras que poco a poco lo rodearon. Era sin duda un grito de alerta por el riesgo que representaba su afición a los poetas profanos. Supongo que te acordarás de la «Marca Hispanica», dentro de las tierras en las que empezó a configurarse nuestro pais. En el siglo X florecieron bellísimos monasterios, que todavía hoy admiramos, rodeados de un paisaje que ha conquistado para siempre nuestro corazón. Estas tierras vivieron una época relativamente tranquila y además estuvieron en contacto con la España musulmana. Es aquí donde se desarrolla la fantástica historia del monje Gerbert que, procedente de Auvernia y acompañado de nuestro conde Borrell II, viajó a la Marca impulsado por un afán de aventura y sabiduría. En Ripoll tuvo conocimiento de la sabiduría del Islam y ello lo animó a inflitrarse hasta Toledo. Allí, después de seducir a la hija de su maestro musulmán, sustrajo el libro mágico que éste guardaba bajo la almohada mientras dormía y huyó a tierras cristianas. Fue perseguido y sólo pudo escapar pactando con el diablo. Pasó por la Marca, volvió a la Galia y años más tarde llegó a ser el papa Silvestre II. La figura de este fraile convertido en Papa fue muy discutida e, incluso después de su muerte (1003), fue acusado de haber tenido trato con el diablo". La leyenda que acabo de relatarte fue escrita por un tal Vicente de Beauvais (1264), en un libro titulado «Speculum historiae». Un ejemplar de este libro fue regalado al rey Alfonso X el Sabio por su pariente el rey San Luis de Francia. Es todo un símbolo que puede servir para recordar que, en Occidente, el fin de la Alta Edad Media es anunciado por el ruido de los árabes. Afectuosamente,

22. EL ISLAM ENTRA EN ESCENA

Begues, 8 de diciembre de 1983 Querida Nuria,

Parece fuera de duda que durante la primera parte de la Edad Media el nivel intelectual se mantuvo mucho más alto en los países del Oriente medio que en el Occidente europeo. Supongo que sitúas correctamente el periodo que corresponde a lo que llamamos Edad Media. Conviene que sepas que algunos historiadores lo sitúan entre la muerte de Teodosio el Grande (395) y el descubrimiento de América

. Esta historia del monje Gerbert parece ser totalmente falsa. El viaje a la Marca hispánica sí que está documentado, pero no pasó de Vic y Barcelona. Actualmente su figura ha sido revalorizada como Papa y como nuncio del renacimiento cristiano del siglo XIII. 11

(1492). Teodosio dividió definitivamente el Imperio romano, al dejar la parte oriental a su hijo Arcadio y la occidental a su otro hijo, Honorio. Para que puedas atar cabos, añadiré que este último fue cuñado del primero de los llamados reyes godos de España, a los que de algún modo estaba dedicada la carta anterior. Otros eruditos han tomado como referencia la caída de Roma (410) y la de Constantinopla (1453). De hecho, entre uno y otro criterio no hay gran diferencia. Me fastidia pasar tan rápido por el acontecimiento que representa la mencionada caída de Roma en manos de Alarico, y con ella el fin del llamado Imperio de Occidente. Obviamente intento no detenerme más de la cuenta en cosas que nos apartarían de nuestro objetivo. De todos modos, quizá sea interesante que te fijes en el hecho de que la Edad Media no empezó con la caída de Roma, sino que Roma cayó en poder de los bárbaros porque ya había empezado la Edad Media. Estamos ante una organización social que no cambiará hasta la baja Edad Media: el campesino está irremisiblemente atado a su tierra y a su terrateniente, igual que el artesano a su gremio. Uno nace atado a su propio destino y éste es imposible de cambiar. Quien abandona el campo o el taller es perseguido por la justicia y no encontrará trabajo en ninguna parte. El rico ha de seguir pagando impuestos aunque se arruine y, si no lo hace, tendrá que ir a la cárcel. El antiguo ordenamiento jurídico de los romanos, que hacía de cada ciudadano un protagonista de la historia, ha terminado. La influencia germánica sobre la Roma de los últimos tiempos es enorme, especialmente en el ejército; los propios generales bárbaros que la invadieron eran antiguos aliados. El último gran defensor de Roma también era bárbaro. Roma cayó sin combate y por eso Alarico prohibió a sus soldados que entraran en ella. Fue el propio Alarico, solo y desarmado, quien pidió al Senado que destituyera a Honorio. La petición fue aceptada al instante. Pero como Honorio hizo caso omiso, al cabo de un año Alarico volvió con su ejército y con menos

contemplaciones. De todos modos, ten en cuenta que para los propios bárbaros Roma era un mito alimentado a lo largo de muchas generaciones: es posible que corrieran sin aliento por las calles de Roma, asombrados de su propia audacia. La hermana del emperador Honorio, que sin duda era una mujer de coraje (y además una de esas mujeres que hacen volver cabezas por donde pasan) acompañó al propio Alarico en la expedición a África y, si Alarico no hubiera muerto, probablemente habría acabado por convertirse en su mujer. Entretanto fue amante de Ataúlfo, pariente de Alarico y, según parece, un tipo de buena planta. Más tarde ambos vinieron a Barcelona y él le dijo aquello tan bonito de «Tibi dabo» (pero, quién sabe, lo mismo nada de eso es cierto). A la muerte de Ataúlfo, Gala Placidia volvió a Roma y aúnmandó mucho. Bien, supongo que con todo esto te habrás hecho una idea acerca del final tan parecido que tienen muchas cosas, tanto si son grandes como pequeñas. En el Imperio de Oriente se hablaba y se escribía el griego, pero la lengua fue evolucionando y muy pronto el griego clásico sólo fue accesible a las clases más cultas. De ellas surgió algún comentarista de Platón y de Aristóteles, pero su idea fija era la teología: obviamente, los libros de los antiguos griegos no les eran de gran utilidad. En Bizancio la medicina se profesionalizó mucho y, a pesar de conservar un nivel relativamente alto en el orden práctico, escapó de las esferas cultas de la sociedad. Resulta muy sorprendente que el hilo que nos llevaría a la revolución científica desde la antigüedad clásica pasara por Bizancio debido a una herejía. Me refiero a los seguidores de la doctrina del patriarca de Constantinopla Nestorio, que fue declarada herética. Al decretarse la persecución de los nestorianos, la mayoría de ellos se exiliaron. Las familias nestorianas se dispersaron por la antigua Mesopotamia, Siria, Persia, China e incluso India. Cuando los jesuitas fueron a predicar a China en el siglo XVII, aún encontraron patriarcas de la iglesia nestoriana, descendientes de los antiguos fugitivos de Bizancio. En el sudeste de Persia, en la época de que estamos hablando, tuvo lugar un florecimiento cultural importante. Su centro era Gondisapur, la capital de los reyes sasánidas, que fueron los que sucedieron a los partos. Allí fue a parar lo mejorcito de los nestorianos, que contribuyeron decisivamente al citado renacimiento cultural. Los reyes sasánidas desaparecieron con la invasión musulmana, pero no así los nestorianos, que constituyeron la verdadera conexión entre el mundo antiguo y el Islam. La mayoría de los escritores nestorianos dominaban el griego, el sirio y el persa. Conocían bien a Hipócrates y a Aristóteles y también a Platón, Euclides,

Arquímedes y Tolomeo. ¡Ay, Nuria! Estamos llegando a aquel momento de la historia de Occidente en que los musulmanes se lanzaron a la calle. Salieron del desierto y no tenían como base cultural otra cosa que su lengua, su religión y su música. Además eran proselitistas violentos: o crees o mueres. Afortunadamente, también tuvieron líderes muy despiertos, y gracias a ellos respetaron las instituciones y la cultura de los pueblos que llegaron a dominar. Más aún, fueron capaces de asimilar dicha cultura con una rapidez tan extraordinaria, que algunos autores la han comparado con la asimilación de la cultura occidental por los japoneses en los tiempos modernos. De hecho la metrópolis nestoriana de Gondisapur se convirtió en el primer gran centro científico del nuevo imperio musulmán. El primer periodo del imperio musulmán fue presidido por la casa de los Omeyas (661-749). Durante este periodo los sabios nestorianos, en especial los médicos, se trasladaron a Damasco. Allí fueron a parar también una serie de judíos. Unos y otros adoptaron con frecuencia nombres árabes. Con la llegada de los Abbasidas (750), se alcanzó el momento de mayor esplendor, poder y prosperidad del Islam, pero culturalmente fue el periodo en el que hubo mayor absorción de saber griego y sirio. En esta época la gran familia nestoriana de los Bukht-Yasu, que perduró hasta el siglo XI, persuadió a los califas para que propagaran la ciencia médica de los griegos en todos sus dominios. Los traductores nestorianos de los años 750 a 850 dominaban con frecuencia las lenguas griega, siria, árabe y persa. Entre ellos, Ibn Masawaih (el Juan Mesua de los autores latinos) tradujo al árabe las obras médicas escritas en sirio, que eran traducciones griegas del siglo anterior. Este Ibn Masawaih era consejero del legendario Harun-al Rasid, el califa de «Las mil y una noches» y de casi todos los films orientales de la «Metro». El califa Al-Mamun (813-833) creó en Bagdad una escuela oficial de traductores, con una gran biblioteca. El hombre más destacado de esta escuela fue Honain Ibn Ishaq (809-877), que también era nestoriano. Éste tradujo al árabe muchos escritos hipocráticos y toda la obra galénica, contribuyendo más que nadie al hecho de que Galeno pasara a la posteridad. También tradujo varias obras de Aristóteles y el Almagisto de Tolomeo, entre otros libros de astronomía y matemáticas. Fueron precisamente estos los originales a partir de los que se hicieron las traducciones latinas medievales en Occidente. Los califas de Bagdad se esforzaron enormemente en buscar manuscritos griegos por todas partes y hacerlos traducir al árabe. En esta época, los árabes

también entraron en contacto con las culturas hindú y china. Parece que fueron unos prisioneros chinos capturados durante una campaña en el Turquestán quienes enseñaron a los árabes el método para fabricar papel. A mitad del siglo VIII se instaló la primera fábrica de papel en Samarcanda y desde ahí el procedimiento se extendió hacia Occidente. Unos ciento cincuenta años más tarde encontramos por primera vez el nuevo material en Sicilia y España. Desde esos lugares se iría extendiendo a toda Europa. Durante los siglos VIII y IX, el papel constituye una revolución cultural, hasta cierto punto comparable a la que se produciría en el siglo XV con la invención de la imprenta. En ambos casos se produce una expansión repentina del mercado de libros, debido al abaratamiento del coste'.

/2 Hay que tener en cuenta que el uso del pergamino continuó durante mucho tiempo. donde más se escribía era en monasterios aislados, lugares donde era más facil fabricar pergamino que papel. Durante el siglo VII se empezó a usar en Oriente Medio la numeración árabe, que es de origen indostánico. Al principio el cero no existía y en su lugar se dejaba un espacio vacío. Fue Al-Juwarizmi quien expuso por primera vez, en un libro árabe que se ha perdido, el sistema de numeración que nosotros utilizamos. Del nombre de este matemático persa vienen las voces de guarismo y algoritmo y conocemos su libro a través de una versión toledana conservada. La numeración decimal llegó a Europa en siglo IX, pero su uso no se generalizó hasta el siglo XIII. Has de saber que, una vez que los árabes se instruyeron del modo que ya te he indicado, hicieron progresos importantes dentro del mundo intelectual heredado de la antigüedad clásica. Quizá por orden de importancia podemos poner, en primer lugar, los progresos en el campo de las matemáticas y la astronomía, y en segundo lugar los de geografía y medicina. En este último campo, sobre todo por lo que se refiere al conocimiento de las plantas medicinales y a la obtención de los «simples». Además, no hay que olvidar que fueron, en cierto modo, los creadores de la química. Ello es muy importante, porque la química fue la primera ciencia que se desarrolló casi enteramente como un conjunto de conocimientos experimentales. Los árabes fueron los primeros que provocaron deliberadamente modificaciones del curso natural de los fenómenos para obtener un resultado concreto. La ordenación ulterior de la experiencia que se iba recogiendo permitió el descubrimiento de leyes generales. En este sentido llegaron a un nivel más avanzado que Arquímedes y Galeno. El origen de las manipulaciones que acabo de mencionar se encuentra en prácticas mágicas que tenían como objeto encantamientos, hechizos, venenos,

filtros de amor y elixires de larga vida. Es obvio que estas prácticas son anteriores a los árabes y de hecho las encontramos en todas las culturas primitivas. Los sabios de la antigüedad clásica optaron por un rechazo general de todas estas cosas y ello es indicativo de un progreso cultural importante. Cuando más tarde todo decae y lo que es vulgar y fantasioso vuelve a ser buena moneda, tiene lugar una extraña transformación que acabará dando lugar a la alquimia. Ésta se va revistiendo poco a poco de objetivos místicos, para cuya consecución hay que realizar una serie de operaciones magistrales que sólo tienen éxito siguiendo un ritual complejo. Entre ellas destacan la transmutación de los metales bajos en oro, el descubrimiento de la panacea universal y los modos de prolongar la vida indefinidamente. En los estadios más avanzados de la alquimia se llega incluso a la producción de humanoides al estilo de Frankenstein. De todos modos, no debes contemplar la alquimia desde una óptica totalmente negativa, ya que los alquimistas adoptaron un tipo de estrategia experimental que más tarde caracterizó al método científico. Además, se realizaron una serie de avances concretos, como la preparación de un gran número de compuestos inorgánicos y la puesta a punto de operaciones como la filtración, la sublimación, la fusión, la destilación y la cristalización. Ello propició la invención del alambique, requisito indispensable para la obtención del alcohol y de todos los aguardientes que los árabes introdujeron en Europa a través de España. El gran padre de la alquimia árabe es Geber (hacia el año 850), que era sirio y no profesaba la religión islámica. A Geber se debe la obteción del aceite de vitriolo, el sublimado corrosivo, la alúmina, la sal nítrica, el agua regia y otros compuestos inorgánicos. Geber tuvo gran influencia en los siglos siguientes, pero muchas corrientes alquimistas posteriores pueden considerarse como una auténtica degradación de la obra de este hombre. La primera obra original árabe de medicina se debe a Razés (865-925), discípulo de Honain, que se formó en Bagdad y es considerado uno de los grandes médicos de la historia. En Razés se funden las tradiciones médicas griega, persa e hindú. Escribió más de doscientas obras, de las cuales la mitad tratan de medicina. La más importante que ha llegado a nosotros es la que en versión latina se llama «Liber continens». Describe por primera vez de forma satisfactoria el sarampión y la viruela. La obra médica de Razés corresponde al último periodo de su vida. En el primero se dedicó a la alquimia, siguiendo a Geber. La clasificación de las sustancias naturales según su origen animal, vegetal o mineral, que pronto llegaría a ser un tópico, se debe a Razés. Entre los médicos célebres en el islamismo oriental se encuentra Isaac el Judío

(855-955). Era natural de Egipto y fue médico de los gobernantes fatimidas de Kairuan en Túnez. Sus obras son las primeras que fueron traducidas al latín. Entre ellas, la que se titula «Sobre las fiebres» es uno de los mejores libros de medicina que se podían encontrar en Occidente durante la Edad Media. Otra figura importantísima del Islam fue Avicena de Bucaram (980-1037). Fue sin duda uno de los más grandes pensadores del mundo árabe y como médico ejerció una gran influencia en Europa. Ésta se debe fundamentalmente a su obra «Canon de la Medicina», de la que se ha dicho que quizá sea la obra de medicina más leída de todos los tiempos. Es un gran comentarista de Aristóteles y a través de sus complicados sistemas de clasificación influyó sobre la Escolástica. También escribió libros de alquimia. Quisiera concluir esta carta hablándote de otro aspecto importante del Islam en la Edad Media, con respecto a la Historia de la Ciencia. Los árabes escribieron muchos libros sobre animales; los más antiguos se han perdido, pero se sabe de su existencia gracias a los más recientes. Entre los autores de estos libros se encuentra Abd-al-Latif (1162-1231), que describe animales de Egipto basándose en autores antiguos y en observaciones personales. También hay que mencionar a Mohamed El-Damiri, que vivió hacia finales del siglo XIV. Tiene un libro sobre la vida animal en el que se describen unas novecientas especies, aunque algunas de ellas son fantásticas. Quizá el más importante sea El-Kasvini, que vivió durante el siglo XIII. Su obra titulada «Las maravillas de la naturaleza» se basa en la filosofía aristotélica y describe muchos animales tropicales, como el orangután y la vaca marina, que eran desconocidos para los autores antiguos. Se le ha llamado el Plinio de los árabes. Hay muchos más y algunos están siendo descubiertos ahora por los arabistas, ya que no fueron objeto de traducciones medievales. En la carta siguiente te hablaré de los árabes en Occidente, enlazando con el final de la carta anterior. De momento supongo que ha quedado claro que el legado de la antigüedad se recoge y fructifica en el Islam. Son los árabes quienes muestran la antigüedad clásica a Occidente. Sin esa exposición no podemos imaginar qué tipo de evolución cultural se habría producido en el mundo cristiano. Afectuosamente,

23. Los ÁRABES EN EL OCCIDENTE EUROPEO

Begues, 11 de diciembre de 1983

Querida Nuria, Recordarás que los Omeyas se establecieron en España y fundaron el califato independiente de Córdoba. En éste se produjo un fenómeno cultural paralelo al de Oriente, que tuvo su máximo esplendor en la época de los califas Abderramán III (912-961) y su hijo Al-Hakem (961-976). En España hay una verdadera cultura musulmana, mientras que en el resto de Europa sólo se detecta una influencia de la cultura árabe, ejercida principalmente a través de los viajeros. Se fundaron bibliotecas y academias, no sólo en Córdoba, sino en muchas otras ciudades como Granada, Sevilla, Málaga, Valencia, Murcia y Toledo. El califa enviaba gente a Oriente para que compraran todos los libros que encontraran y hubo algunos que fueron conocidos antes en Andalucía que en el propio Irak. Por otra parte, todo el que quería adquirir una formación sólida viajaba a Oriente. Es curioso que durante esa época se produjera una situación entre Oriente y Occidente exactamente opuesta a la actual. Los cristianos de Occidente sabían que la sabiduría y la ciencia estaban en Oriente, mientras que ellos tenían una religiosidad más profunda. La España musulmana llegó a ser para Europa el depósito más accesible de la sabiduría de Oriente y el punto de equilibrio entre el Islam y el Occidente latino. Cuando este último empezó a revivir, los hombres más aventajados acudían a España en busca de conocimientos. Una España en la que, a través de la lengua árabe, uno podía reencontrar la cultura clásica. Por desgracia, el florecimiento de Córdoba duró poco. Al califato le sucedió la dictadura de Almanzor, que usurpó el poder de los califas basándose en la intolerancia religiosa y en la discordia entre árabes y bereberes, una situación que tiene curiosas resonancias en el Islam actual. Parece que, una vez que se hizo con el poder, Almanzor fue un gobernante liberal. Pero el hecho es que después de Almanzor vino la desintegración y los reinos de Taifas. A mitad del siglo XI, en la Península Ibérica había más de cuarenta reinos entre moros y cristianos, tan pronto amigos como enemigos, y sin muchas diferencias de situación social. Fue el renacimiento de la Europa cristiana, que estuvo acompañado de un aumento de la población y de una revitalización del comercio, lo que llevó a la diferenciación de los dos bandos y al inicio de la progresiva retirada de los sarracenos. El año 1071, el destronado rey de León, Alfonso VI, se refugió en Toledo, donde reinaba Al-Mamun, poderoso rey de la España de aquel tiempo. Al morir AlMamun en 1075 le sucedió su hijo Hixem, que murió el mismo año, pasando a reinar el nieto del primero, que se llamaba Al-Kádir. Sólo diez años más tarde,

Alfonso VI tomó la ciudad. Los historiadores pintan a Al-Kádir como un hombre apocado pero cruel, que en los últimos momentos no se preocupó de otra cosa que de indagar en las estrellas el momento más favorable para salir de Toledo. Fíjate que fue inmediatamente después cuando se organizó en aquella ciudad un centro que llegaría a tener un papel clave en el fenómeno de las traducciones. Todo ello ocurre un siglo antes de la muerte de Averroes, el último y más grande representante de la filosofía musulmana, y sólo veinte años antes del despertar del genio cristiano en Occidente, simbolizado por la figura de Abelardo pregonando desde la cima del monte de Santa Genoveva. De la época del califato de Córdoba es importante Hasdai Ben Saprut, un judío que fue ministro y médico de la corte. Con la ayuda de un monje bizantino, adaptó al árabe la «Materia Medica» de Dioscórides, partiendo de una espléndido manuscrito, obsequio de Constantino VI de Bizancio al monarca de Córdoba. En la misma corte, a comienzos del siglo XI encontramos al médico Abucasis, que escribió un gran manual de medicina. La última parte de dicho manual trata de cirugía, materia no tratada hasta entonces por otros médicos del Islam. La agricultura alcanzó un extraordinario desarrollo en la España musulmana. Sobre todo a partir del siglo XI, encontramos una serie de «geóponos» como Ibn Wafid, Ibn Bassal, Al-Tignari, Ibn al-Awwam e Ibn Luyem. Todos arrancan de la tradición latina, a la que añaden los resultados de sus propias observaciones, realizadas en los huertos y jardines de los reyes. Escribieron libros que en el mundo árabe han estado en vigor hasta nuestros días y en España, en forma de traducciones castellanas, hasta el siglo XVIII. El principal astrónomo árabe en España fue Azarquiel, que desarrolló su labor en Toledo y Córdoba. Dejó escritas las llamadas Tablas Toledanas (1080), que son de notable exactitud. Otro hombre notable de la España musulmana fue Al-Bitruji de Sevilla, conocido también con el nombre de Alpetragius, que en una de sus obras sustituyó el sistema tolemaico por otro sistema planetario absolutamente concéntrico, que influyó en Copérnico. Los siglos X y XI fueron sin duda los grandes siglos de la España musulmana y se encuentran hombres destacados en todos los terrenos. La figura más importante entre los musulmanes españoles es Averroes (1126-1198). Nació en Córdoba y su nombre árabe es Ibn-Rus, hijo y nieto de funcionarios de la corte. Ejerció de juez, pero se sabe que también practicó la medicina. Sus escritos influyeron sobre el pensamiento judaico de los siglos XII y XIII. Es en esta época cuando, en plena decadencia de la cultura árabe, el pensamiento judaico tuvo un florecimiento importante en España. Ahora bien, Averroes no sólo influyó sobre los

judíos, sino sobre todos los pensadores de Occidente y durante siglos. Fue uno de los más grandes comentaristas de Aristóteles, a quien superó en muchos aspectos. Uno de los más importantes desde el punto de vista científico es la idea de que el mundo no fue creado del modo que es ahora, sino que se encuentra sujeto a continua evolución. También considera que el alma humana es una especie de emanación del alma universal y que el mundo es eterno, aunque finito en el espacio (igual que creían el resto de los pensadores medievales). Desde el punto de vista de la Historia de la Ciencia, Averroes representa el antecedente inmediato de Nicolás de Cusa y otros pensadores del Renacimiento. Se ha dicho que Averroes tenía una visión neoplatónica de la filosofía aristotélica, pero es difícil saber si ese neoplatonismo era realmente suyo o de sus comentaristas y traductores al latín. Averroes representa el final de la cultura islámica en Occidente y él mismo sufrió el destierro en Marruecos por obra y gracia de los paladines de la pureza de la doctrina de Mahoma. Parece que fue rehabilitado poco antes de su muerte. Entre las grandes figuras del siglo XII también hemos de nombrar a Moisés Ben Maimón (1135-1304), nacido en Málaga y más conocido como Maimónides. Fue médico y consejero del gran sultán Saladino y pasó la mayor parte de su vida en El Cairo. En sus obras de medicina hace alguna crítica de Galeno. Su obra «Guía de descarriados», que influyó mucho sobre Santo Tomás, es una de las pocas obras medievales que uno puede leer sin aburrirse y además tiene la ventaja de ser relativamente corta. Empecemos ahora a hablar del fenómeno de las traducciones del árabe. Las primeras se realizaron en Ripoll, pero fue principalmente después de la toma de Toledo cuando adquirieron importancia. Alfonso VI de León no entró solo en la ciudad y es significativo que le acompañara un monje de Cluny llamado Bernardo, que fue el primer arzobispo de la ciudad. Era un francés enviado por Dom Hug, insigne abad del monasterio de Cluny. Tanto la influencia francesa como la benedictina fueron importantísimas para el fenómeno de las traducciones y, en general, para la España de la época. El sucesor de Bernardo fue Ramón que, con un estilo liberal y culto, consiguió repetir en el Toledo del siglo XII el proceso que se había producido en Bagdad durante los siglos IX y X. Al frente de la escuela de traductores de Toledo, Ramón situó a Gundisalvo, que era el ardiaca de Segovia. Su colaborador más importante fue el judío converso Juan de Sevilla, que tradujo, en colaboración con Gerardo de Cremona, De coelo et mundo y De anima de Avicena y Fons vitae de Avicebron, un judío del siglo XI que escribía en árabe. Gundisalvo también hacía traducciones libres,

como por ejemplo De divisione philosophiae, que es una obra de Alfarabi cuyo título latino original era De scientiis. Acudieron a Toledo hombres de todo el Occidente cristiano, que habitualmente no conocían el árabe e hicieron las traducciones al latín en colaboración con un español. Por ejemplo, Robert de Chester (1110-1160) hizo una serie de traducciones con la ayuda de Domingo González: el Corán, tablas astronómicas, el que sería el primer texto de alquimia en latín y obras de Al-Juwarismi. Abelardo de Bath (1090-1150) tradujo también a Al-Jwarismi y a Euclides; además escribió Questiones naturales, una síntesis de la ciencia árabe. Entre otros muchos, es importante Roberto de Cremona (1114-1187), que fue uno de los pocos extranjeros que llegó a dominar el árabe. Tradujo el Almagesto, el «Canon de Avicena, «Sobre la cuadratura del círculo» de Apolonio y una serie de obras de Aristóteles. Como ya te he dicho, en el resto de Europa la influencia árabe tuvo lugar principalmente a través de viajeros. Así, encontramos que los escritos de Germán el Tullido (1013-1054) ya ponen de manifiesto una indudable influencia oriental, pese a tratarse de un minusválido que no sabía árabe y que pasó su vida en laabadía benedictina de Reichenau en Suiza. Del mismo modo hay que explicar el origen de lapidarios y herbolarios anónimos de los siglos XI y XII. Un caso diferente es el de las Dos Sicilias, la isla de Sicilia y el sur de Italia. En estos territorios siempre continuó habiendo una cierta tradición griega. Después de la conquista musulmana, se estableció también la cultura árabe. El posterior dominio normando no impidió que se constituyera un importante centro intelectual, alimentado a la vez con saber griego y árabe. El desarrollo de la medicina adquiere una importancia extraordinaria a partir del año 1050. Encontramos figuras como Constantino el Africano (1017-1087), natural de Cartago, que llegó a Salerno el año 1070 y tradujo al latín obras científicas y de medicina escritas en árabe. Una de las fuentes de Constantino fue Isaac el Judío, de quien ya hemos hablado en otra carta. Por otra parte, un obispo de Salerno llamado Alfano, que era amigo de Constantino, tradujo por primera vez obras de medicina directamente del griego. Igual que de España, de este centro de difusión del sur de Italia surgió un gran número de traducciones durante los siglos XII y XIII. Entre ellas están las de la Optica y el Almagesto, realizadas por Eugenio de Palermo en el siglo XII. También el Liber continens de Razés, traducido en 1285 por el judío Moisés Farachi, que sirvió a los Anjou. Quizá la figura más importante fue Miguel Escoto

(11751235), que vivió tanto en España como en Sicilia, donde terminó sus días a las órdenes de Federico II, stupor mundi. Tradujo del árabe al latín la astronomía de Alpetragius, las obras científicas de Aristóteles y algunos escritos de Averroes. Tiene un gran tratado de astrología y una obra llamada «Los secretos de la naturaleza», cuyas fuentes fueron griegas, árabes y hebraicas. Esta obra ha sido traducida a diversas lenguas modernas. La vinculación de Escoto con el principal enemigo del Papa de aquella época contribuyó al hecho de que pasara a la posteridad como un monje corrompido por la brujería y la magia negra. Me gustaría resumirte algunos hechos que sin duda fueron responsables de que, durante toda la Edad Media, el árabe fuera la lengua de transmisión de las obras griegas. Por una parte, entre los siglos X y XIV, la enseñanza musulmana estaba mucho mejor organizada y tenía mayor pujanza que la enseñanza en el imperio bizantino. Las «madrazas» árabes han sido consideradas como precursoras directas de las universidades en los siglos XII y XIII. Por otra parte, el bizantino era muy diferente del griego clásico, mientras que el árabe clásico era comprensible para los que hablaban árabe vulgar. Ten igualmente en cuenta que la enseñanza bizantina estaba orientada sobre todo a la religión y que Bizancio era un país cristiano estancado, mientras que en España ponía de manifiesto una creciente y poderosa fuerza expansiva. Las vías de comunicación entre Oriente y Occidente estuvieron en poder de los árabes hasta el siglo XIII, lo que impedía un contacto directo. La lengua griega tenía un pequeño reducto en el sur de Italia, pero fuera de allí nadie podía aprender griego. En cambio, el árabe era fácil de aprender en España. Quizá haya que puntualizar que en aquella época las lenguas se aprendían hablando. Apenas había gramáticas y, desde luego, nada parecido a los métodos actuales. Finalmente, es importante tener en cuenta el papel de los judíos. Muchos de ellos sabían árabe, pero no griego. Nuestra historia llega a un momento que podemos situar a finales del siglo XII. Estamos en la transición hacia la Baja Edad Media, en la que encontraremos aires nuevos para todo Occidente. Pasamos del románico al gótico, de las pequeñas ventanas tapadas con pergamino untado de aceite a los grandes ventanales de colores. Del color marrón, uniforme y onmipresente en la Alta Edad Media, pasamos al arco iris. Se desarrollan las ciudades y se revitaliza el comercio marítimo. Todos estos contrastes repercutirán en el mundo de las ideas y abrirán el camino hacia la Edad Moderna. Afectuosamente,

24. EL TIEMPO DE LA ESCOLÁSTICA Y LAS UNIVERSIDADES

Barcelona, 29 de enero de 1984 Querida Nuria, Durante la Alta Edad Media el pensamiento de los autores latinos está impregnado de neoplatonismo. Tras la influencia árabe llegan al Occidente cristiano las obras científicas de Aristóteles, Tolomeo y Galeno, imponiéndose sobre todo el primero al presentar un sistema racional completo para explicar el Universo en función de sus causas. La influencia árabe también contribuyó al hecho de que, en esta época, la astrología se convirtiera en objeto de interés intelectual. Las estrellas fijas, que se mueven con absoluta regularidad, controlarían el curso general de la naturaleza, como las estaciones, la caída de las hojas y la floración de los vegetales. Los planetas, con sus movimientos irregulares, gobernarían los sucesos azarosos del mundo que nos rodea. Todo ello sería consecuencia de la antigua creencia en la relación entre macrocosmos y microcosmos, de la que ya te he hablado a veces. La astrología se convirtió en un arte de predecir los acontecimientos inciertos. También se desarrolló una medicina astrológica, basada en el convencimiento de que cadasigno del Zodíaco rige una determinada región del cuerpo humano y de que los órganos son sensibles a la influencia de diferentes planetas. Ya te he contado que en Occidente la astrología continúa ininterrumpidamente desde el Bajo Imperio Romano, pero su cultivo se amplía y estimula bajo la influencia de las traducciones del árabe. El fenómeno intelectual de la Baja Edad Media es la Escolástica. Con ella se vuelve a una vieja aspiración de la antigüedad clásica: la de un sistema unitario y completo de conocimientos. Naturalmente, en el mundo cristiano ello significaría una unidad con el dogma y la moral. En rigor, el inicio de la corriente escolástica se encuentra en sistemas fundamentalmente místicos, como los de Hugo de San Víctor (1095-1141), Bernardo Silvestre (hacia el 1150) y Santa Hildegarda (10991180), los dos últimos ya con influencia árabe. Esta unidad entre hechos físicos, verdades morales y experiencias espirituales, que hace que el mundo exterior y el mundo interior se consideren una cosa común, es un rasgo característico del pensamiento medieval, y que quizá culmina en Dante (1265-1321). El comienzo del siglo XIII viene marcado por la fundación de dos grandes órdenes, la de los dominicos y la de los franciscanos. Ello puede interpretarse como una renovación de la cristiandad para hacer frente a la necesidad de asentar sólidamente la presencia activa de la Iglesia en una nueva sociedad, que

experimenta un vigoroso fenómeno urbano y un incremento e internacionalización del comercio. Ello obliga también a internacionalizar la vida intelectual y, como consecuencia, los hombres de las órdenes citadas tienen una gran movilidad. Por otra parte, se plantea la necesidad de centralizar los estudios y ello hará surgir las Universidades. Dominicos y franciscanos son también los primeros grandes profesores de esta nueva institución. La orden de los dominicos o hermanos predicadores fue fundada en Toulouse por Domingo de Guzmán (1170-1221) y su fundación está vinculada a la aniquilación de los albigenses, hecho de gran importancia política con vistas a la estructuración de Francia, sobre todo en relación con los países de la lengua de Oc. Los dominicos se llamaban «Domini canes», que significa «perros del Señor». El nombre pone de manifiesto su obsesión de vigilantes permanentes de errores o herejías. En los reinos cristianos, ello dio lugar al establecimiento de la llamada Inquisición, que durante siglos produjo figuras de triste memoria (y que siempre nos son presentadas como particularmente antipáticas). Por ejemplo, recuerda al Gran Inquisidor de «Don Carlo». Aunque la historia vincula necesariamente a los dominicos con la Inquisición, también es cierto que la orden produjo algunas de las figuras más preclaras del siglo XIII, como San Alberto Magno (1206-1280) y Santo Tomás de Aquino (1227-1274). San Alberto Magno, además de ser uno de los pilares de la filosofía escolástica, es uno de los pocos hombres que vuelve sus ojos hacia la naturaleza. Nos ha dejado grandes obras de historia natural que, además de permitirnos conocer el saber de aquel tiempo, revelan una especie de despertar que sin duda se transmitirá a los hombres que le sucedan. San Alberto Magno no es un caso aislado. También podemos citar las obras de su contemporáneo Tomás de Cantimpré (1201-1276), un agustino que más tarde se hizo dominico. De él nos han llegado diversos códices, en los que se recogen obras interesantes para el conocimiento de la ciencia medieval, como De natura rerum, junto con versiones latinas de otras obras de interés científico como la llamada «Carta catalana» de cetrería y el Tecuinum sanitatis, compendio sinóptico de conocimientos médicos escrito por el médico cristiano de Bagdad Inb-Butlan. Discípulo de San Alberto fue Santo Tomás de Aquino, autor de una impresionante obra filosófica y teológica. En conjunto, constituye una cristianización de Aristóteles, a quien pudo leer directamente en griego gracias a la ayuda de su compañero Guillermo de Moerbeke (muerto en 1286). No es necesario que te recuerde que la orden de los franciscanos fue fundada por San Francisco de Asís, con un espíritu completamente diferente del de los

dominicos. Entre los franciscanos que tienen interés de cara al cambio de pensamiento que se produciría en la Edad Moderna, podemos citar a Robert Grosseteste (1175-1253), que inicia el resurgir de la física y la matemática partiendo de fuentes árabes. Se ha dicho que la figura medieval más importante en relación con la Historia de la Ciencia es Roger Bacon (1214-1294), franciscano discípulo del anterior, que fue profesor en París y Oxford. Aparte de sus escritos sobre matemáticas y óptica, resulta especialmente interesante su visión de que el conocimiento natural conllevaría grandes progresos para beneficio del hombre. Llega a hablar de aparatos para volar y vehículos de propulsión mecánica. Tanto, en Bacon como en otros autores de su tiempo, el interés por la óptica está relacionado con el uso de cristales ópticos y con la introducción en Europa de las gafas. Como precursor de la filosofía experimental, también tiene gran importancia el franciscano Guillermo de Occam. Nació en la localidad de Ockham, en el condado inglés de Surrey, en 1290, y murió en Munich en 1349. Fue un nominalista radical, que en el camino del empirismo fue más lejos que ninguno de sus contemporáneos. Fue un seguidor de las ideas de otros franciscanos como Bacon y Duns Escoto, que en el tema de los universales tienen raíces que vienen de Avicena y Boecio. Para Occam, la realidad está constituida por las cosas concretas que podemos palpar directamente, y que son objeto de la experiencia. Los conceptos o términos utilizados en el discurso son meros productos de nuestro pensamiento,con los que sólo se llega a conjeturas. Para llegar a conclusiones ciertas, a la hora de hacer un razonamiento no podemos mezclar una cosa y otra. La lógica de las palabras debe ser vista como un instrumento verbal, por mucho que pueda servir para hacernos una idea verosímil del significado de las cosas, sobre todo si encontramos un modo de ponerlo a prueba. Occam levantó un dique inmenso entre la fe y la razón, no para desmentir a la primera de ellas, sino para llevarla a un área exclusivamente mística, con un poco de talante neoplatónico. Como era de esperar, tratándose de la época del Cisma de Occidente, esta ideología le acarreó muchos problemas, y le llevó a refugiarse en la corte del rey Ludwig en Munich. En este punto de mi relato, también debemos hablar de una de las grandes figuras de la Cataluña de aquella época. Me refiero a Ramon Llull, nacido en la ciudad de Mallorca en 1235, hijo de barceloneses que se habían trasladado a las islas tras la conquista por Jaime I. Llull fue un hombre de la corte del infante Jaime, más tarde rey de Mallorca, y vivió una vida muy curiosa, porque abandonó repentinamente a su mujer y a sus hijos, y huyó de la vida cortesana para dedicarse al estudio, aprendiendo árabe y latín. Una de sus obsesiones era

fomentar el estudio de las lenguas de los infieles para formar misioneros. Ramon Llull se impregnó del saber árabe y viajó a Montpellier y a París, y más tarde a Roma, al Oriente y a todo el norte de África. Parece que allí fue lapidado por los que no querían convertirse, o como consecuencia de instigadores que ya estaban hartos de él. Sea como fuere, murió poco después, hacia 1315. Las obras de Ramon Llull son muy variadas y numerosas, pero algunas como el «Arbol de la Ciencia», «Nueva Geometría» y «Tratado nuevo de Astronomía» son verdaderamente importantes desde el punto de vista de la Historia de la Ciencia. Se ha dicho que entrevió lo que hoy conocemos con el nombre de ley de Weber y Fechner, en relación con el estímulo y la respuesta biológica. En honor a la verdad, es posible que Al-Kindí se le hubiera adelantado en varios siglos. También hay que tener en cuenta que, si Llull intuyó la ley de Weber y Fechner, lo hizo al tratar de entender el efecto terapéutico de los compuestos, es decir, de las mezclas de simples o principios extraídos de una planta medicinal. También se ha dicho que Leibniz tal vez encontró en la obra de Llull la inspiración para desarrollar la teoría combinatoria. Lo que es indudable es que Llull influyó sobre el pensamiento occidental de la Baja Edad Media y del Renacimiento primitivo, y que podemos establecer algún tipo de nexo entre su figura y Nicolás de Cusa. Por cierto, se me olvidaba decirte que Llull también fue franciscano. Al llegar a este punto uno no puede olvidar a Alfonso X el Sabio, rey de Castilla (1223-1284). Además de ser el alma de lo que se ha dado en llamar el siglo de oro de Toledo, hay que mencionar sus nuevas tablas astronómicas, conocidas como «Tablas alfonsinas», que se difundieron rápidamente por Europa. Fueron calculadas con la ayuda de una serie de sabios judíos y, aunque no aportan muchas ideas nuevas, son más completas y exactas que todas las anteriores. Alfonso X también compiló una extensa enciclopedia de los conocimientos astronómicos de la época, principalmente de fuentes árabes. En París se enseñaba una astronomía derivada de las obras de Al-Battani y AlFargani, además de la «Algoritmia», procedente también de autores árabes. No obtante, hay que destacar a un judío francés llamado Levi Ben Gerson (12881344), que escribió un gran tratado en el que retorna a Hiparco y establece las bases de un posible heliocentrismo. Se le considera un precursor de Copérnico. Es importante recordar que la numeración arábica fue introducida en Europa por Leonardo de Pisa (1170-1245), un despierto comerciante que viajó por Oriente y llegó a ser un matemático notable. Resulta sorprendente que, pese a sus grandes ventajas, este sistema de numeración tardara tres siglos en

imponerse. De todos modos, también en nuestro tiempo sabemos lo que cuesta introducir el sistema métrico decimal en los países anglosajones. Durante la Baja Edad Media también se introdujeron en Europa dos inventos orientales que llegarían a tener gran éxito: la brújula y la pólvora. En la perspectiva que nos interesa, que es la del desarrollo histórico de la ciencia, es importante mencionar el florecimiento de dos escuelas médicas de la Baja Edad Media, la de Bolonia y la de Montpellier. Ambas se encuentran vinculadas a otro logro de la época, la creación de las universidades. Hablemos primero de las mencionadas escuelas médicas, que hemos de considerar como una continuación del renacer de la medicina en el reino de las Dos Sicilias, del que ya te he hablado en una carta anterior. A finales del siglo XIII se consolida en Bolonia una tradición de la práctica anatómica que ya no cesará hasta Vesalio. La figuras más importantes son Roger de Salerno, Rolando de Parma y sobre todo Mondino da Luzzi (1276-1328). En la obra de este último la experiencia propia se mezcla con las ideas de Avicena. Su libro «Anatomía» es la obra más importante sobre el tema de toda la Edad Media. Es también al final del siglo XIII cuando empieza a florecer la escuela médica de Montpellier, cuya figura más destacada es otro catalán universal de la Edad Media, Arnau de Vilanova. Fue un médico famoso, llamado por papas y reyes, que probablemente nació en Valencia el año 1235. Ejerció en Barcelona, fue médico de Pedro el Grande, profesor durante uno o dos años en la Universidad de Montpellier y más tarde en Nápoles. Fue un hombre que viajó mucho y llevó a cabo una gran actividad como diplomático, disfrutando de la amistad personal de los papas en medio de aquel lío del Cisma de Occidente. Escribíaen latín, catalán, árabe y hebreo y escribió muchas obras de medicina en latín. Unas son traducciones del árabe, otras son comentarios de textos hipocráticos y galénicos que conoció en traducciones arábicas y finalmente están las obras de medicina originales. Al margen de las obras religiosas, hay que destacar las de alquimia, ya que Arnau de Vilanova probablemente fue el más grande alquimista de su época. Su fuente fue, por supuesto, Geber. Es una satisfacción constatar que en la Baja Edad Media los catalanes éramos un pueblo de peso en el Occidente europeo, en todos los terrenos y particularmente en el cultural. Pasa también por nosotros aquel hilo de Ariadna que lleva desde el fenómeno jónico de la antigüedad a la revolución científica del siglo XVII. Por supuesto, dejo sin nombrar a una serie de figuras catalanas que sólo es lógico estudiar a un nivel más detallado. De todos modos, quiero decierte que entre esas personalidades había muchos judíos, como Abraham Ben Hiyya y

Abraham Ben Ezra, de la escuela de astronomía de Barcelona, o los hombres que formaron la importante escuela cartográfica mallorquina. Quiero terminar esta carta con la principal contribución de la Baja Edad Media a la historia de la ciencia y de la cultura en el plano institucional. Me refiero a la fundación de las Universidades, que hay que situar en los siglos XII y XIII. Las más antiguas son las de Salerno, Bolonia, Reggio, Montpellier, París y Oxford. Esta última fue fundada por unos disidentes de París, del mismo modo que unos disidentes de Oxford fundarían Cambridge. Pocas veces lo que se conoce es la fecha exacta de fundación de cada universidad, sino más bien la fecha de concesión de algún privilegio o reconocimiento oficial. Las universidades españolas más antiguas son de comienzos del siglo XIII: Palencia (1212), Salamanca (1215), Valladolid (1260) y Lleida (1300). Los privilegios de la Universidad de Lleida no permitían la existencia de otra universidad en Cataluña (o, mejor dicho, en la Corona de Aragón). Esta situación duró hasta el siglo XIV, con el establecimiento de los Estudios Generales de Huesca (1354). El propio rey Pedro El Ceremonioso había fundado los Estudios de Perpinyá diez años antes. La Universidad de Barcelona fue creada por Alfonso V el Magnánimo en 1430. A comienzos del siglo XII, apareció en toda Europa una nueva clase social, la de los estudiantes. En muchas ciudades formaron grupos según su origen geográfico, con objeto de ofrecerse ayuda y protección. Históricamente, la palabra «Universidad» no tiene nada que ver con universo, ni quiere significar la universalidad del saber. Por supuesto, tampoco tiene ninguna relación con el problema filosófico de los universales. El término alude simplemente al conjunto de estudiantes y profesores: «Universitas magistrorum discipulorumque». Al comienzo los profesores vivían de los honorarios de los alumnos. Más adelante empezaron a recibir su paga de los municipios. Con el tiempo, a ello se añadieron ayudas de la Iglesia o reales o donaciones de ex alumnos. De este modo algunas Universidades llegaron a tener patrimonios propios importantes. La universidad aparece en un momento en el que, como ya te he dicho antes, todo el Occidente latino experimenta un gran cambio social. Su objeto es formar una clase de administradores juristas, médicos y teólogos. No obstante, cuando tiene más vigor e influencia, se encuentra toda ella inmersa en un gran afán renovador. Las universidades nunca han podido sustraerse al espíritu de escuela, al canon como base de la acumulación permanente del saber y al mantenimiento de una

especie de sistema. A la vez hay en ellas un fomento de la creatividad, de la camaradería y de una fe inamovible en el hombre y su racionalidad. Debido a ello, con frecuencia se convierten en centros de formación de las minorías que en cada momento dan una configuración reflexiva al alma de la sociedad. En cierto modo ello ha sido así desde el siglo XII hasta hoy, aunque la institución universitaria ha pasado por grandes periodos de decadencia y ha tenido que sufrir profundas reformas venidas desde el exterior. Como probablemente tendré ocasión de contarte en cartas venideras, la propia revolución científica originada fuera de la Universidad será la causa de una de las más grandes transformaciones de la institución. Afectuosamente,

25. LAS REGLAS DE SAN BERNARDINO

Begues, 31 de enero de 1984 Querida Nuria, La última carta me hizo pensar en otra que te escribí hace mucho tiempo, a comienzos de tu estancia en Montpellier. En ella te hablaba de San Bernardino de Siena (1380-1444), franciscano y gran predicador, que dejó obras escritas en latín y en italiano. Era cuando vivías en casa de la señora Palominos, después de una corta visita que te hicimos Eulalia y yo, y en la que ocasionalmente conocí a Mlle. Astier. He releído esa carta, gracias a que tú la conservabas, con la esperanza deencontrar en ella algo interesante para nuestra historia. Y, en efecto, algo he encontrado: la evocación de las siete reglas que el santo franciscano propuso el año 1427 a los estudiantes y profesores de la Universidad de Siena. Mi fuente fue Illustrissimi, el conocido libro que el fugaz papa Juan Pablo I, aún como Albino Luciani, escribió el año 1976. Como él mismo señala, los estudiantes de hoy no son muy propensos a aceptar modelos de comportamiento y quizá esas normas no les interesarán en absoluto. Sin embargo, hay que reconocer que son buenas y por eso te las envié, pensando que tal vez te serían útiles cuando te encontrabas por primera vez sola, lejos de casa, ante el reto de afrontar una nueva etapa de tu formación científica. No sé si te sirvieron de algo, quiero creer que sí, aunque tal vez ya las seguías y no te aportaron ninguna novedad. A mí, desde luego, me gustaron y poco después las comenté en una alocución de clausura en un Colegio Universitario de Barcelona. Tengo la impresión de que, más que las reglas, lo que

llamó la atención de la audiencia fue que un profesor de microbiología hablara de un franciscano de principios del siglo XV. En la última carta hemos hablado del renacimiento cristiano del siglo XIII, de los dominicos y los franciscanos, de los estudiantes y de las Universidades. De ese «temps de cathédrals» quizá sea oportuno recordar la sabiduría práctica de un gran representante de la escolástica como San Bernardino. La primera regla es la que podríamos llamar del «afecto». Uno entra en el saber a través del amor. Quien no ama el saber al que aspira, quien no siente nada hacia sus maestros ni hacia los grandes maestros de todos los tiempos, no tiene nada que hacer. El estudio y el aprendizaje mimetizan un poco la propia adquisición de la ciencia, pues ambos parten de un fuerte movimiento afectivo o una extraña forma de simpatía. Ello va unido a una gran atracción hacia los maestros, tanto los del presente como los del pasado. Pascal dijo: «Quien se encarama en los hombros de otro ve más lejos que él, aunque sea más pequeño.» La segunda regla es «saber pasar». Es como la preparación de un atleta: si no se abstiene de una serie de cosas, no llegará a ninguna parte. Hay que saber pasar, si es posible con elegancia, de compañías, diversiones y caprichos. El mejor remedio es la cuerda contra las patadas del burro. No tiene más de dos metros pero, estirándola entre el asno y tú, no te llega ni una. La tercera es la «necesaria paz». Nuestra alma es como el agua de un estanque. Para ver las profundidades, ha de estar tranquila. Buda dijo algo parecido. Detenernos a encontrar la paz en nosotros mismos es imprescindible para lanzarnos con todas nuestras fuerzas en busca del objetivo. La cuarta es el «orden en todo». Ni mucho comer ni poco comer, ni mucho dormir ni poco dormir. Una hora para descansar es mejor que descansar a cualquier hora. Un poco de ejercicio y de ocio y ninguna de las dos cosas en exceso. No abrumarse con las cosas, sino abordarlas una tras otra, con profundidad y sin olvidar ningún detalle. La quinta es la «perseverancia». Más que un gran talento, es imprescindible la voluntad y la tenacidad. Según Buffon, el genio es la paciencia, a veces la tozudez. La sexta regla es la «discreción». No pretender resultados de un día para otro, no empezar demasiadas cosas a la vez, no desanimarse si no se llega a ser el primero. Hemos de conocer nuestra medida y aceptarla con naturalidad. Para saltar un metro de altura hay quien puede hacerlo por las buenas. Otros, en cambio, aunque pueden llegar a hacerlo, primero han de entrenarse a saltar

cincuenta centímetros, luego sesenta, setenta, etc. La séptima y última regla es la del «deleite». Algo que no se compra ni se vende, y que con frecuencia hay que saber esperar. La regla presupone que el hombre siente un natural deleite o placer en la investigación y el estudio. De hecho, lo que dice es la primera frase magistral de Aristóteles en su Metafísica. Se trata del íntimo placer que conlleva tomar conciencia de nuestra propia racionalidad. Como pez en el agua, como ave planeando majestuosa en el cielo. Afectuosamente,

26. SOBRE EL AMBIENTE INTELECTUAL DEL RENACIMIENTO

Barcelona, 4 de febrero de 1984 Querida Nuria, La filosofía cristiana es un fenómeno impresionante en el contexto de la historia del pensamiento occidental y está vinculada al redescubrimiento de Aristóteles. Hasta el siglo XIII, las únicas obras de Aristóteles accesibles eran los tratados de lógica. En el Occidente latino, desde principios del siglo XIII se conoce el pensamiento del Estagirita a través de las traducciones del árabe y los comentarios de Averroes. Finalmente, con Santo Tomás se empieza a trabajar sobre traduccionesdirectas del griego, y es justamente en esa etapa cuando el pensamiento aristotélico es decisivo para la conformación de la filosofía cristiana. Las traducciones al latín de las versiones árabes de obras griegas continúan utilizándose hasta el siglo XVII, e incluso predominan sobre las versiones directas del griego. No obstante, en el propio siglo XIII se inicia una pugna entre los partidarios de seguir usando las versiones árabes y los partidarios de hacer versiones directas del griego. En el siglo XVI, este movimiento renovador adquiere una gran magnitud, y origina el fenómeno cultural llamado Humanismo, que es una de las características del paso a la Edad Moderna a través del periodo que llamamos Renacimiento por antonomasia. De todos modos, la Revolución científica del siglo XVII es un fenómeno independiente del Humanismo. Incluso podríamos decir que será el método científico lo que, en el siglo XIX, llegará a cambiar la forma de llevar a cabo los estudios clásicos, permitiéndonos conocer mucho mejor las obras de Aristóteles y

en general todo el pensamiento griego. Ya te he contado varias veces que el conocimiento del griego perduró a todo lo largo de la Edad Media. No obstante, en los centros culturales de Occidente, el latín y el griego clásicos no fueron dominados hasta el siglo XV. El propio Petrarca (1304-1374), que puede considerarse el iniciador del Humanismo y del Renacimiento, conocía muy poco el griego; en cuanto a su latín, era mucho más parecido al de San Agustín que al de Cicerón. Además de lo que acabo de contarte, conviene que tengas en cuenta otros dos aspectos de la corriente humanista. Por un lado, su admiración superlativa hacia el pasado clásico, considerándolo como la antorcha que habrá de iluminar el futuro. Como aquel caminante que, habiendo seguido una ruta equivocada, vuelve atrás para reencontrar su camino. El otro aspecto del movimiento humanista que quiero hacerte notar es su influencia lingüística, y esto sí que tiene importancia directa para la historia de la ciencia. Al estudiar griego y latín clásicos, los humanistas sientan las bases de la evolución de las lenguas modernas, que irán aumentando su capacidad para expresar el conocimiento. El propio árabe quedará pronto atrás. Así podemos considerar que Boccaccio (1313-1375) es el primer literato moderno que sabe griego y a la vez el primer gran maestro de la prosa italiana. El lenguaje que utiliza la ciencia también procede de este proceso y toda la terminología actual sirve de testimonio de ello. Piensa un instante en la cantidad extraordinaria de palabras que tienen raíces latinas o griegas, y sin las cuales no se podrían escribir ni dos líneas de un artículo científico actual. Los humanistas descubrieron la mayor parte de las obras literarias de la antigüedad, que no interesaron a los árabes. Estos tradujeron cosmología, medicina y matemáticas, pero prácticamente nada de historia y literatura. Debido a ello, sobrevivieron a la Edad Media muy pocos autores antiguos (una excepción es Virgilio). Por este motivo, aún podemos señalar otro efecto de la corriente humanista, que es haber determinado un tipo de cultura literaria reiterativa que ha llegado hasta hoy. De ahí que podamos ver y oir óperas sobre temas clásicos que van desde Monteverdi a Richard Strauss pasando por Glück. De ahí también que tengamos toda clase de versiones de Sófocles y Eurípides y que incluso en nuestra canción moderna encontremos un «Retorno a Itaca». Esta cultura literaria no sólo no ha tenido nada que ver con la revolución científica, sino que ha establecido con ella un cierto antagonismo. Desde el primer momento ocurrió que los que sabían griego no podían entender ni apreciar los textos científicos de la antigüedad, y los científicos no sabían griego para poderlos leer.

Sería un error que creyeras que el pensamiento moderno pueda considerarse derivado directamente de los humanistas. Nada más lejos de la realidad. Los humanistas son los creadores de una erudición clásica que tuvo una gran influencia sobre la revolución cultural producida en Europa los siglos XIV y XV. Leonardo, Vesalio y Galileo, que son tres figuras representativas del Renacimiento, no pueden de ningún modo considerarse relacionados con el pensamiento humanista. El propio Leonardo sólo sabía italiano y lo escribía bastante mal. Su cultura literaria no parece muy superior a la de cualquier tendero de la Florencia de su tiempo. Las traducciones directas de obras de la antigüedad, ya sea al latín o a las lenguas vulgares, iban apareciendo lentamente, pero pudieron difundirse de manera explosiva gracias a la invención de la imprenta por Gutenberg, en el año 1450. Ello se considera un hecho fundamental del Renacimiento y, como puedes suponer, es otro prerrequisito para la revolución científica del siglo XVII. Una de las primeras impresiones memorables es la «Historia Natural» de Plinio, hecha en Venecia en 1469. Se trataba de una edición en latín; la primera edición en inglés apareció en 1601. Anteriormente ya se había impreso a Euclides en esta misma lengua (1570). Las letras griegas no empiezan a imprimirse hasta finales del siglo XV. Manuzio (1449-1515) hizo las primeras ediciones de Aristóteles y de Teofrasto. Después vinieron Dioscórides (1499), Galeno (1525) e Hipócrates (1626). Durante el Renacimiento, las obras de interés científico de las que hay mayor número de impresiones tratan de medicina. En el siglo XVI abundan Hipócrates, Galeno, Discórides, Celso, Razés, Mesua, Avicena y Abucasis. Constituyen la base de la práctica médica de aquel tiempo. Hay una medicina humanista y seproduce un fenómeno parecido al que antes te he señalado, y que podríamos resumir diciendo que la medicina del Renacimiento se encuentra dividida entre los partidarios de Avicena y los del auténtico Galeno. Estos últimos ganarán la partida. De todos modos, los nuevos tiempos también traerán consigo un rechazo de ambas posiciones. Así Paracelso (1494-1541), que es otro de los hombres característicos del Renacimiento, quema públicamente los textos de Galeno y Avicena al iniciar su curso de medicina en Basilea. Es todo un gesto revolucionario, y muy significativo. Supongo que te habrás dado cuenta de que el Humanismo por sí solo no explicaría el Renacimiento. En cierto modo, en el hombre del Renacimiento hay una culminación del pensamiento medieval y por eso hay quien cree que el Renacimiento empieza en el siglo XIII, es decir, que no se puede separar de la

Baja Edad Media. Estoy intentando enumerarte los factores que de algún modo dan como resultado el hombre moderno y es obvio que, con lo escrito hasta ahora, faltan muchas cosas. Culminación de la Edad Media y Humanismo resultan insuficientes para explicar a Leonardo y a Paracelso. Conviene que profundicemos mucho más en todo ello. Los humanistas no tenían gran simpatía por un verdadero despertar científico, sino que hay que considerarlos más bien como una reacción frente a la corriente arabizante de la época que estaban dejando atrás. El interés por el estudio directo de la naturaleza y por la posibilidad de combinar la teoría y la experiencia podemos encontrarlos en Roger Bacon o Arnau de Vilanova, pero su labor fue ignorada durante los siglos XIII y XIV. En el siglo XV hay una figura destacada y que constituye el animador de la corriente científica en el Renacimiento primitivo. Se trata de Nicolás de Cusa (1401-1464), que era renano de origen y llegó a cardenal. Fue una personalidad llena de talento y erudición que intentó sin éxito la reforma del calendario y trató de hacer un bosquejo de lo que más tarde se llamaría filosofía experimental. Escribió un libro sobre el uso de la balanza y proyectó investigaciones que más tarde serían realizadas por Galileo. Describió un experimento rudimentario en el que trataba de demostrar que las plantas absorbían un peso definido de aire, experimento que sería repetido por van Helmont en el siglo XVII. Sus teorías incluían dos ideas fundamentales dentro de la revolución científica: el movimiento de la Tierra y la infinitud del Universo. Giordano Bruno, a quien se considera un protomártir de la revolución científica, no hizo más que divulgar las ideas de Cusa. De una forma más inmediata, el cardenal de Cusa se encuentra vinculado a diferentes astrónomos de la segunda mitad del siglo XV, a veces llamados padres de la astronomía moderna. Uno de ellos es Juan Besarion (1389-1472), griego de nacimiento y cardenal. Contribuyó a la difusión de la literatura griega y al progreso de la astronomía de la época. Entre sus discipulos encontramos a Georg Purbach (1423-1461), que hizo muchos progresos en astronomía de observación, aunque basándose en la versión árabe del Almagesto. El otro discípulo alemán de Besarion fue Johann Müller (1436-1476), más conocido como Regiomontanus. Este trabajó sobre textos griegos originales y sus estudios sirvieron de base para la reforma gregoriana del calendario. Se ha dicho que sus tablas astronómicas fueron las que usaron Colón y Vasco de Gama; otros, en cambio, sostienen que se trataba de las tablas de Abraham Zaculo. Como ya sabes, en el siglo XVI hay dos hitos que nos pueden servir para

establecer el final de la Edad Media. El primero es la caída de Constantinopla en poder de los turcos el año 1453, con lo que desaparece el Imperio romano de Oriente o Imperio bizantino. La caída de Constantinopla se considera un factor que influyó en el Renacimiento porque el avance de los turcos en Asia Menor y en la península balcánica ocasionó la huída de muchos bizantinos hacia diversos países de Europa, principalmente hacia Italia. De este modo contribuyeron a la difusión de la cultura griega y al conocimiento de muchas obras de la antigüedad que en otras circunstancias quizá se habrían perdido definitivamente. El otro hito es el descubrimiento de América en 1492. Con anterioridad, Europa sólo había asomado la nariz al exterior con las cruzadas de Tierra Santa y con el extraordinario viaje a Asia de Marco Polo. No hace falta decir que el descubrimiento de América es un hecho mucho más importante, ya que permitió explorar tierras cuya existencia era completamente ignorada en Occidente. Al hablar del descubrimiento de América hay que incluir los viajes de circumnavegación de Magallanes y Elcano, y los de los portugueses por la ruta del Cabo de Buena Esperanza. No sólo desencadenaron una revolución en los conocimientos geográficos y cosmográficos (hemisferio austral), sino también en la totalidad de plantas y animales que habitan nuestro planeta. Todo lo que habían escrito Aristóteles, Teofrasto, Dioscórides y Plinio no representaba más que una pequeña parte. Era evidente que esos libros ya no servían, y que había que estudiar directamente la naturaleza y hacer ordenaciones nuevas. Sin embargo, es sorprendente que en la Europa de aquel tiempo continuara el furor recalcitrante de la erudición clásica. De este modo, pese a los libros de Monardes y García de Orta que daban a conocer los nuevos «simples» procedentes de América y de las Indias Orientales, el doctor Laguna, al margen de todo ello, editaba la primera traducción castellana de la «Materia médica» de Dioscórides. Otro factor importantísimo del Renacimiento es el movimiento artístico, que dio lugar a las obras que lo caracterizan y sin duda tuvo una gran importancia en el movimiento científico de la época. Los grandes pintores y escultores ponen una gran atención en el estudio directo de la naturaleza, y además la mayoría son también ingenieros y arquitectos. Así, cuando contemplamos la obra de Verrocchio (1435-1499) podemos advertir un progreso extraordinario en el conocimiento de la anatomía superficial humana, y con Botticelli (1444-1510) una representación sin precedentes de los vegetales. En esta corriente artística ocupa un lugar destacado Leonardo da Vinci (1452-1519), considerado uno de los mayores genios de todos los tiempos. Como ya he señalado, aunque su formación literaria y linguística era muy deficiente, Leonardo iluminó cuanto tocó. Su obra abarca los campos más

variados, desde las matemáticas y la astronomía hasta la anatomía y la fisiología. Estudia los problemas del vuelo y analiza el vuelo de diversas aves. Luego diseña diferentes modelos de aves voladoras, helicópteros y paracaídas. Parece que incluso construyó una de esas máquinas, lo que les costó un buen porrazo. Inventó cañones de disparo rápido y de retrocarga, junto a los más diversos ingenios mecánicos. Insinúa las leyes del movimiento que más tarde descubriría Galileo, y parece inclinarse por el heliocentrismo. Compara el esqueleto de diferentes vertebrados, estableciendo la homología de sus piezas. Tiene estudios embriológicos y anatómicos que, pese a estar impregnados de prejuicios medievales, suponen un enorme progreso, que en algunos aspectos tardaría siglos en superarse. Es una personalidad fascinante y polémica y doy por descontado que sitúas adecuadamente lo que he descrito en el contexto de su extraordinaria obra como pintor y escultor. Alberto Durero (1471-1528) es otro símbolo del Renacimiento y una figura comparable a Leonardo. Estudia las proporciones de las partes del cuerpo humano y sus diferencias dependiendo de la edad y del sexo. Se interesa por la anatomía de las plantas y hace experimentos de óptica y de acústica, además de ser un pintor extraordinario. A finales del siglo XV también se retorna el estudio de los animales. El punto de partida lo constituyen Aristóteles, Hipócrates, Galeno y Plinio, pero se empieza a avanzar. Los zoólogos renacentistas también recogieron la nueva experiencia de la fauna de Europa Central y de América, desconocida por los antiguos. Podemos considerar cuatro centros: Oxford, Zürich, Bolonia y Montpellier. En Oxford está Edward Wotton (1492-1555), que escribió «De diferentiis animalium». Sigue a Aristóteles y, aunque no describe animales nuevos, elimina a los animales fabulosos y recoge información interesante acerca de los «simples» que se pueden extraer de los animales. En Zürich encontramos a Conrad Gesner, que escribió 3500 páginas de «Historia animalium». Aunque todavía contiene mucho Aristóteles y Plinio, agrupa a los vacunos en el género Bos y a los monos en el Simia. La descripción de Gesner empieza con el nombre del animal en diferentes lenguas; a continuación indica el hábitat, el lugar de origen y las partes externas e internas. Después habla de las funciones naturales del cuerpo, de las cualidades del alma, de la utilidad para el hombre, del uso como artículo alimenticio o con finalidad curativa. Finalmente hace reflexiones de tipo poético y filosófico y añade anécdotas y reseñas. Lo que dice es resultado tanto de la lectura como de observaciones propias. La clasificación que acepta es la de cuadrúpedos (ovíparos y vivíparos),

aves, peces, reptiles e insectos. Más importante es Ulisse Aldrovandi, de Bolonia (1522-1605). Enseñó medicina y filosofía en Padua y Roma. Desarrolló la farmacología y creó jardines de plantas medicinales. Sobre este tema tuvo grandes controversias con los farmacéuticos de la época. Otro aspecto interesante de Aldrovandi es su colaboración con artistas para hacer ilustraciones de animales. Su gran obra fue la «Historia natural», de catorce volúmenes, y otros manuscritos inéditos. En vida sólo publicó los cuatro primeros volúmenes, que tratan de las aves. En ellos se distinguen por primera vez los grupos de aves de presa, las gallináceas que se bañan en arena, las palomas y los gorriones que se bañan con arena y agua, las aves acuáticas, las canoras y las insectívoras. Su trabajo de anatomía comparada no será superado hasta llegar a Buffon, en el siglo XVIII. Finalmente llegamos a Montpellier. Tú misma podrás encontrar en la antigua Universidad bustos o medallones de Rondelet y Belon. Guillaume Rondelet (15071556) conoció a Aldrovandi y dedicó su atención a los animales acuáticos. Su obra «De piscibus marinis» incluye ballenas, moluscos, equinodermos, gusanos y cefalópodos.Tiene un gran trabajo de disección y en muchos aspectos difiere y supera lo que había dejado escrito Aristóteles. Pierre Belon (1517-1564) fue subvencionado para hacer muchos viajes, y de hecho murió asesinado por salteadores de caminos. Dejó escritas la «Histoire naturelle des estranges poissons marins» y la «Nature et diversité des poissons». Incluye entre ellos al hipopótamo, el castor y la nutria (estos dos últimos porque podían comerse los días de abstinencia). También describe el camaleón y el lagarto Uromastix. Distingue los peces con esqueleto óseo y cartilaginoso, los ovíparos y los vivíparos y en conjunto puede ser considerado superior a Rondelet. También tiene la «Histoire des oyseaux», en la que incluye dibujos de todas las aves que describe. Allí encontramos las de presa, las acuáticas, las costeras, las picoteadoras de la tierra, las picoteadoras de madera, las onmívoras, las granívoras, las insectívoras y los pájaros. Es particularmente interesante elestudio del significado taxonómico de las patas y los picos. Belon puede considerarse un precursor de Buffon y Cuvier en la anatomía comparada. También hemos de hablar de los llamados padres alemanes de la Botánica. En conjunto, su mérito principal consiste en haber reproducido por medio de la imprenta la representación gráfica de muchas plantas. Encontramos a Brunfels de Maguncia (1480-1534), que identifica las plantas recogidas en Renania valiéndose de Dioscórides. Como es natural, esto le lleva a muchas confusiones. Jerónimo Bock (1498-1554) cae en menos errores y ofrece descripciones más cuidadosas.

Pero el más importante probablemente sea Leonardo Fuchs (1501-1566). Su tratado de Botánica es una obra clásica de las Ciencias Naturales, pese a que no pretende ser otra cosa que una guía para el recolector de plantas medicinales. En su honor, las fucsias americanas recibieron ese nombre. La verdad es que todos estos hombres son más bien herbolarios y no tienen mucha idea de la clasificación de los vegetales. Pese a ello, este es el punto de partida de la Botánica moderna. Creo que todo lo que acabo de contarte da idea de que en la atmósfera del Renacimiento se produce un cambio muy importante para el desarrollo de la Ciencia. Pese a ello, las aportaciones científicas más importantes del Renacimiento aún no las hemos tratado. Son la obra anatómica de Vesalio y el nuevo sistema del mundo de Copérnico. Ambos temas serán el objeto de la próxima carta. Afectuosamente,

27. LA «FABRICA» Y «DE REVOLUTIONIBUS»

Begues, 17 de marzo de 1984 Querida Nuria, La corriente humanista repercutió de forma particular en el campo de la medicina. En las escuelas médicas de las grandes universidades se repudia el latín bárbaro de los profesores medievales y se acude directamente y con entusiasmo a los autores antiguos. El profesor de medicina estudia las lenguas clásicas y menosprecia las versiones arábicas en favor de las nuevas ediciones de Hipócrates, Galeno y Celso que ya te he mencionado en la carta anterior. Uno de los hombres más característicos en esta especie de espíritu ilustrado de la medicina del Renacimiento es Jacob Silvius, nacido en París en 1478. Dedicó la primera parte de su vida al estudio del latín y griego clásicos y del hebreo, llegando a ser un gran estilista. Como otros humanistas, también cultivó la lengua vulgar y de hecho es autor de una célebre gramática francesa. Fue profesor de la Sorbona, donde explicaba magistralmente a sus alumnos las teorías de Galeno, a quien consideraba infalible e insuperable. Sus clases eran auténticos ejercicios de oratoria clásica.

Recordarás que la medicina medieval había hecho progresos importantes principalmente en las escuelas de Salerno, Bolonia y Padua, en las que se practibaba la disección de cadáveres humanos. No obstante, en el Renacimiento, la enseñanza de la medicina tenía una organización muy peculiar. La disección se dejaba en manos del cirujano, que era un elemento auxiliar de poca categoría. El profesor lanzaba su discurso y con el puntero iba señalando lo que el cirujano iba poniendo ante los ojos de la concurrencia. Esto acababa siendo bastante aburrido para los estudiantes, sobre todo por la desproporción entre la poca habilidad de las manos del cirujano y la gran calidad oratoria del profesor. La escena aún se podía complicar con la presencia de un tercer personaje intermedio, el señalador. Entonces el profesor aún podía entregarse más cómodamente al virtuosismo oratorio. Con frecuencia se invitaba a los profesores de filosofía, que tomaban a Aristóteles como autoridad. También con frecuencia se entablaban grandes discusiones entre los filósofos, el profesor y otros médicos presentes que tomaban a Galeno como referencia, y esto era lo que más estimulaba a los estudiantes. Fue en este ambiente en el que apareció un joven que unos años más tarde haría nacer una nueva era de la historia de la anatomía. Me refiero a Andreas Vesalio (1514-1564), nacido en Bruselas en el seno de una familia de origen renano. Su educación era fundamentalmente de tipo humanista, como era característico en los buenos colegios de la época, pero Vesalio conoció obras anatómicas antiguas en la biblitoeca de su familia y se dice que se aficionó a la disección de todo tipo de animales. A los 18 años fue a París a estudiar medicina con Silvius y probablemente quedó impregnado de Galeno. De esta época se cuenta que, por iniciativa propia, Vesalio sustituía muchas veces al cirujano, con la complacencia del profesor debido a su mayor habilidad. Tres años después, de vuelta a su casa, consigue montar un esqueleto humano entero con restos de catafalco. Más tarde, a los 22 años, lo encontramos en Padua, donde es nombrado profesor de anatomía. En aquella época Padua pertenecía a la República Veneciana, en la que había un gran interés por la medicina y un ambiente intelectual de alto nivel. Sus clases constituyeron una auténtica revolución: como era de esperar, suprimió al cirujano e hizo él mismo el trabajo. Ello se muestra muy bien en la portada de la primera edición de la célebre «Fabrica» (1543). Las clases tenían lugar en invierno para que el frío retrasara la putrefacción de los cadáveres y asistían a ellas hasta quinientos alumnos, que se pasaban de uno a otro las piezas anatómicas y se acercaban por turnos a la mesa deoperaciones para observar detalles o aprender la técnica del maestro. Había que permanecer en el anfiteatro todo el día. Sin duda recordarás las extraordinarias láminas anatómicas de «De Humani

Corporis Fabrica» en la reimpresión conmemorativa del cuarto centenario de la muerte de Vesalio, que imprimió la Typographie Génévoise a partir de las planchas de cobre hechas por Thomas Gemini en Londres en 1545. Dichas láminas son copias fieles de las planchas originales de madera, que por desgracia fueron destruidas por un bombardeo durante la última guerra mundial. Además, los autores de la reimpresión tuvieron la elegancia de usar papel hecho a mano y caracteres tipográficos de finales del siglo XV, empleando una prensa manual. De este modo, las láminas adquirieron el aspecto de las grandes obras del Renacimiento. Se sabe que la «Fabrica» fue compuesta durante los años en que Vesalio enseñaba anatomía en la Universidad de Padua. Es muy probable que en los diseños interviniera el propio Calcar, discípulo de Tiziano y amigo de Vesalio, que algunos años antes había preparado sus «Tabulae sex» (1538). No se conoce al excepcional artesano veneciano que hizo el grabado de las planchas que sirvieron para la primera impresión, realizada en Basilea en 1543. La copia de Gemini a la que antes me refería fue hecha por encargo de Enrique VIII de Inglaterra y publicada en 1545 con el título de «Compendiosa totius anatomiae delineatio». Se cree que un tal John Caius promovió la edición de este plagio, con objeto de usarlo para enseñar anatomía y cirugía en Inglaterra. No fue un caso único. En todos los países de Europa aparecieron otras copias, como la de Gravin en Paris (1564), la de Baumann en Nürenberg (1575), la de Baudin en Lyon (1560), la de Platter en Basilea (1583), la de Botter en Colonia (1600), la de Valverde en Roma (1556) y una anónima en Valladolid (1551). Las dos últimas están escritas en castellano y la de Valverde es una de las de mayor calidad. En la edición original de la «Fabrica», encontramos en primer lugar el retrato de Vesalio, que ha constituido prácticamente la base de toda su iconografía. Le sigue la portada de la clase de anatomía que antes he mencionado. A continuación viene la extraordinaria lámina de Adán y Eva, el hombre y la mujer, llenos de fuerza y de belleza plástica. Sigue la serie clásica de esqueletos enteros, llenos de animación por su postura que evoca la vida y que en algún caso recuerda las antiguas representaciones medievales de la danza de la muerte. En ellos se pone de manifiesto la mano del artista, que se permite errores anatómicos fáciles de descubrir, con objeto de respetar los cánones artísticos. Luego vienen la musculatura y los sucesivos planos de disección, en los que quizá se encuentra el punto culminante de la obra, tanto científica como artísticamente. Algunas posturas estrafalarias del cuerpo corresponden a la técnica real de sujeción del cadáver empleada por

Vesalio. Muchos de los esquemas de detalles se deben al propio Vesalio. La parte más defectuosa de la Fabrica probablemente es la que trata de los vasos y los nervios, sobre todo porque el desconocimiento de su significado funcional contribuye a damos una imagen que hoy sabemos inexacta. Por eso hay que reflexionar sobre el esfuerzo extraordinario que representa como resultado de una disección real. Más adelante encontramos las vísceras, de acuerdo con el modelo galénico: cavidad abdominal, cavidad torácica y cerebro. A continuación vienen los órganos de los sentidos, con una incomprensible anatomía del ojo basada en la disección de un animal. En otra lámina podemos hacemos una idea de todos los instrumentos utilizados por Vesalio, que en gran parte son de su invención y constituyen precursores directos del material quirúrgico que ha llegado a nuestros días. En la «Fabrica» hay pocas descripciones del cuerpo femenino, tal vez como consecuencia de una mayor dificultad para disponer de cadáveres. No obstante, se describe el aparato genital femenino y se dan detalles sobre el feto y la placenta. Desde el punto de vista artístico, la «Fabrica» es un libro extraordinario, con una gran ambición estética en todas sus representaciones. De ahí que muchos de sus dibujos hayan quedado como modelos permanentes de la representación plana y espacial del cuerpo humano. También está el detalle de las letras mayúsculas, sobre todo las de la segunda edición (1555), en las que se pueden identificar las actividades de los anatomistas, que están representados en ellas en forma de niños desnudos. La primera de ellas, la única en la que aparecen adultos, simboliza el desafío de Marcyas con su triste fin, descuartizado vivo por el mismísimo Apolo, después de que las Musas se inclinaran por el dios tras haber comparado las habilidades de uno y otro en el arte de la flauta. Alguien ha afirmado que ello constituye una altiva advertencia del autor, dirigida a los que pretendieran emularlo, pero también cabe pensar en una alusión irónica a la crítica de los intransigentes y acérrimos galenistas, entre los que hay que poner en primer lugar a Silvius. No debes olvidar que cuando Vesalio quiere explicar algo, recurre a Galeno. Sin embargo, en sus descripciones se olvida de Galeno y sólo tiene en cuenta lo que observa. Vesalio nunca se preocupó de criticar el pensamiento tradicional, ni de teorizar. Desarrolla una técnica sin precedentes y, valiéndose de ella, examina con minuciosidad, con despreocupación, sin ningún tipo de consideración hacia lo que ya estaba escrito. Y lo que él ve, es capaz de ponerlo ante los ojos de los demás de un modo espectacular, con una sensibilidad refinada que lo sitúa entre los

prototipos del hombre del Renacimiento. Lo que acabo de contarte explica por qué Vesalio no descubrió la circulación de la sangre. Su formación galénica suponía un obstáculo mental para pensar al respecto. Sólo se encuentran algunas exclamaciones de sorpresa ante el grosor y continuidad de la pared que separa los dos ventrículos, ya que supuestamente debería permitir alguna filtración de sangre de uno a otro. El obstáculo mental se nota cuando dice que ese paso es un auténtico milagro, en lugar de decir que es imposible. Pese a ello, los galenistas radicales (y en particular Silvius) se volvieron contra él. Se publicaron numerosos tratados polémicos, contrarios a la «Fabrica». Fue acusado de ateo y de hacer vivisecciones humanas como los antiguos médicos paganos de Alejandría. En Francia se le combatió como mínimo durante un siglo. En cambio, el número de sus partidarios aumentó rápidamente en Italia, España, Alemania e Inglaterra. Un año después de la publicación de la «Fabrica», Vesalio pasa al servicio de Carlos I de España, de quien era súbdito. Más tarde estará al servicio de Felipe II, en cuya corte tendrá problemas y será objeto de acusaciones. Parece que fue el propio rey quien, con objeto de salvarle la vida, logró que la condena se limitara a un viaje de penitencia a Tierra Santa. En el camino, en el año 1564 visitó Venecia, tal vez con la esperanza de recuperar la cátedra que había abandonado, y que entonces estaba vacante. Tras visitar Jerusalén como peregrino, vuelve por mar y naufraga en una gran tempestad a la altura de Rodas (probablemente no muy lejos del lugar donde, como recordarás, nosotros también soportamos una, debida a un maremoto). Vesalio consiguió llegar a una pequeña isla, en la que al poco tiempo murió, víctima de la disentería. El sucesor de Vesalio fue Realdo Colombo (1516-1559), que plasmó el resultado de sus investigaciones anatómicas en un libro titulado «De re anatomica». Hizo progresos en el conocimiento del oído, así como de los vasos y los pulmones, y se ha dicho que comenzó a entrever la circulación menor. Le sucedió Gabriel Fallopio (1523-1562), que publicó las «Observationes anatomicae». Es su única obra, relativamente breve, pero que muestra grandes progresos en el conocimiento de los órganos sexuales (trompas de Falopio), los huesos y el oído. Rinde un gran tributo de admiración a su maestro Vesalio. Aunque no pertenezca a la escuela de Padua, también podemos incluir en el ramillete de los «anatomici del Cinquecento» a Bartolomé Eustacchio (15201574), que ha pasado a la historia por el descubrimiento de las trompas que llevan su nombre. Su obra, titulada «Opuscula anatomica», contenía muchos otros descubrimientos interesantes, pero no se publicó hasta un siglo después de su

muerte, cuando ya había sido superada. Su actividad se desarrolló principalmente en Roma, como profesor de la Academia de Médicos del Papa. El sucesor de Fallopio en Padua fue Girolamo Fabrizio (1537-1619). Para evitar confundirlo con un anatómico contemporáneo alemán llamado Hildanus Fabricius, a veces se le llama Fabricius ab Aquapendente, en referencia a su lugar de nacimiento. Hizo mucha anatomía comparada y embriología de distintos vertebrados. También estudió el movimiento de los animales, y los órganos de los sentidos. Pero su aportación principal es el descubrimiento y la descripción minuciosa de las válvulas venosas. Ten en cuenta que su gran discípulo fue el inglés Harvey, que utilizó dicho conocimiento como pieza importante para explicar la circulación de la sangre. De la escuela de Bolonia hay que citar a Constancio Varolio (1543-1619), que hizo importantes progresos en el conocimiento de la anatomía del sistema nervioso. De hecho, se sigue llamando «puente de Varolio» a una región del encéfalo. También hay que citar a Cesalpino, un hombre polifacético, cuya obra botánica te comentaré más adelante. Otra curiosa figura es Marco Aurelio Severino (15801656), representante de la escuela de Nápoles y discípulo de un famoso pensador de la época llamado Campanella, caracterizado por su antiaristotelismo. La obra más famosa de Severino lleva por título «Zootomia democritea». Viene a ser una anatomía comparada de animales, en forma de miscelánea de notas, en la que las observaciones propias se mezclan con referencias a otros autores. Este anatomista introdujo el uso de la lupa, que ha constituído el símbolo del naturalista hasta nuestros días, aunque en el siglo pasado el astuto Sherlock Holmes la usara para otros fines. Pese a la antipatía que manifestaba hacia Aristóteles, en los escritos de Severino hay una gran influencia escolástica. En el contexto renacentista, y como buen seguidor de Campanella, una contribución muy significativa de Severino de cara al pensamiento moderno fue el hecho de desempolvar al viejo Demócrito. En el año 1543 muere el gran astrónomo polaco Nicolás Copérnico, con el primer ejemplar impreso de «De Revolutionibus Orbium Celestium» entre sus manos. Recuerda que es justamente el año de la primera edición de la «Fabrica» de Vesalio. Es una coincidencia realmente intrigante. No sólo porque se trata de las dos obras científicas más importantes del siglo XVI, sino porque además están vinculadas al hundimiento de dos concepciones seculares: la galénica y la tolomeica.

Ya sabes que el sistema tolomeico había sido aceptado, con muy pocas excepciones, durante toda la Edad Media. La Tierra, en el centro de un mundo finito con sus cuatro elementos, era el lugar de todo lo que cambia. El Cielo, a partir del círculo de la Luna, era inmutable e incorruptible desde el día de la creación hasta el fin del mundo. Tras el círculo de la Luna estaban situados los de Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno. Por encima de todos ellos estaba la esfera de las estrellas fijas y más allá el «Primum mobile». Mediante una fuerza misteriosa, tal vez parecida a la del amor, el «Primum mobile» hace que los astros giren alrededor de la Tierra una vez cada veinticuatro horas. Ya sabes también que el movimiento irregular de los planetas resultaba inquietante, y que para explicarlo se había acudido a la teoría de los epiciclos y de la excéntrica. Ya te he contado que, a comienzos del Renacimiento, Nicolás de Cusa y el propio Leonardo da Vinci habían reconsiderado la idea de Aristarco, y de algún otro autor de la Antigüedad, de que pudiera ser la Tierra la que diera una vuelta cada venticuatro horas, y describiera un giro anual alrededor del Sol. Los restantes astrónomos renacentistas que hemos mencionado siguieron la teoría tolomeica, complicándola progresivamente con hipótesis sobre múltiples esferas cristalinas entre las que se moverían los planetas. Además de los que ya hemos citado, conviene añadir a Frascator de Verona (1485-1453), que tal vez fue quien llevó la teoría tolomeica a sus consecuencias más extremas, añadiendo esferas y más esferas. Frascator es un hombre a quien también conviene recordar por haber sido el primero en afirmar que la cola de los cometas siempre se aleja del Sol. También estuvo entre los defensores del atomismo de Demócrito y, en un campo totalmente diferente, tiene el mérito de haber descubierto algunas enfermedades que se propagan rápidamente pasando del un enfermo a una persona sana, directa o indirectamente. Figura en la historia de la Ciencia como el creador del concepto de infección. En medio de este panorama surge la obra de Nicolás Copérnico (1473.1543), que habría de originar una nueva visión cosmológica, sobre la que se asentaría la revolución científica. Copérnico nació en Torhn o Torun, un pueblo de Polonia, durante el reinado de Casimiro IV Jagellon. Era hijo de un panadero oriundo de Bohemia y, por el lado materno, estaba emparentado con el obispo de Warmie. Por tanto, era medio alemán, medio polaco. La propia población de Torhn había pertenecido a Prusia. Copérnico estudió primero en Cracovia, y luego en diversas Universidades italianas, interesándose por las lenguas clásicas, la medicina, las matemáticas, la astronomía, las leyes y la teología. Además, era un buen dibujante. Más adelante

fue ordenado sacerdote y volvió a su tierra, donde fue nombrado canónigo de Frauenburg (Frombok), una pequeña población polaca próxima a Koenigsberg. Todos sabemos que Copérnico establece la teoría heliocéntrica, dejando a la Tierra como el tercer planeta que gira alrededor del Sol, después de Mercurio y Venus. Más allá encontraríamos a Marte, Júpiter y Saturno, por debajo de la esfera de las estrellas fijas. Sólo la Luna giraría alrededor de la Tierra. Este sistema del mundo es inspirado principalmente por el célebre dibujo de la página 10 del manuscrito de «De Revolutionibus Orbium Coelestium», que terminó de escribir hacia el año 1537, tras muchos años de reflexión. Se imprimió en Nuremberg en 1543, el mismo año de su muerte.

«De Revolutionibus Orbium Coelestium» consta de seis libros. El primero trata de la forma esférica de la Tierra, y de sus movimientos. También del orden de los planetas y de la explicación de su movimiento retrógado, calculando el tiempo que tarda cada uno en recorrer su órbita. Este primer libro es tal vez el mejor de toda la obra. El segundo trata de geometría esférica y trigonometría, proporcionando unas tablas astronómicas y un catálogo de estrellas. El tercero habla del movimiento anual de la Tierra, el cuarto del movimiento de la Luna, y el quinto de los planetas (con una alusión, por cierto, que hace pensar que cada planeta tiene una especie de centro de gravedad). Finalmente, el sexto trata de las latitudes. «De Revolutionibus» está dedicado al papa Pablo III en una carta que sirve de prefacio. En ella manifiesta dirigirse por igual a sabios y a ignorantes; sin embargo, es una obra que sólo podían leer los expertos. Siempre discute detenidamente las ideas de otros autores. De hecho se basa principalmente en datos ajenos, aportando muy pocas cosas que sean el producto de observaciones propias. Por tanto, podemos considerar que «De Revolutionibus» es fundamentalmente la obra de un teórico. Al principio, la teoría copernicana no tuvo ni grandes objetores ni grandes partidarios. Hay que hacer notar que los primeros en oponerse a ella fueron los astrólogos. Al sacar a la Tierra del centro del mundo, los astrólogos vieron sus concepciones totalmente trastornadas. La detracción oficial de la Iglesia no tuvo lugar hasta Giordano Bruno, muchos años después de la muerte de Copérnico. La simplicidad del sistema de Copérnico es más aparente que real. Para explicar los movimientos de los planetas sigue necesitando echar mano de epiciclos y excéntricas. Por otra parte, sigue suponiendo un Universo esférico y finito, limitado por las órbitas de las estrellas fijas. Además, se trata de órbitas

rigurosamente circulares. Después de Copérnico encontramos al gran astrónomo danés Tycho Brahe (1543-1601). A diferencia del astrónomo polaco, Brahe fue sobre todo un gran observador de los astros. Trabajó bajo el mandato del rey Federico II, que le hizo construir en la isla de Huen una especie de palacio observatorio llamado «Uranieborg», en el que llegó a tener una treintena de colaboradores trabajando. Tycho Brahe ideó un nuevo sistema del mundo en el que todos los planetas giran alrededor del Sol. A su vez, el Sol y su cohorte de planetas giran alrededor de la Tierra, y otro tanto hace la Luna. Para que te resulte más fácil de entender, te incluyo los dibujos clásicos del sistema copernicano y del de Tycho Brahe. Matemáticamente hablando, ambos sistemas son equivalentes.

El gran astrónomo danés determinó el paralaje de un cometa'', y gracias a ello pudo calcular que se encontraba más lejos de la Luna. Insinuó que los cometas

no seguían una órbita circular sino ovalada, lo cual rompe por primera vez un

Quizá ya antes lo había hecho el valenciano Geroni Muñoz (1537-1592). apriorismo milenario. Hizo una recopilación de informaciones acerca de la posición de los planetas y de la Luna que no tenía precedentes, y que habría de ser extraordinariamente útil a los astrónomos que le siguieron, y en particular a Kepler. 13

El año 1972, la Academia de Ciencias polaca editó una magnífica reproducción en facsímil del manuscrito de la obra de Copérnico. Este facsímil, junto con la reimpresión de la «Fábrica» de Vesalio de la que te hablaba al comienzo de esta carta, constituyen dos joyas para el bibliófilo. Estas dos obras son el verdadero punto de partida de la ciencia moderna, pero sería un error contemplarlas desconectadas del pasado. De hecho, representan la culminación del pensamiento medieval, aunque sea a través de unos hombres que, por el valor que dan a los hechos y por la independencia de su actitud mental, ya muestran signos de los nuevos tiempos que estaban llegando. Afectuosamente,

28. OPUS NIGRUM

Barcelona, 7 de abril de 1984 Querida Nuria, En las dos últimas cartas he intentado darte una visión de las características fundamentales del Renacimiento, y hacer una sinopsis de sus dos grandes aportaciones a la Historia de la Ciencia: la revolución vesaliana y la reforma copernicana. No obstante, hay que tener en cuenta que en esa época ocurrieron otros muchos cambios en todo orden de cosas, relacionados o no con los que te he contado. La consecuencia global es el hombre moderno, sin el cual el fenómeno de la ciencia durante los últimos cuatro siglos no hubiera podido tener lugar. Con el Renacimiento se fraguó un tipo humano apropiado para la revolución científica. Naturalmente, el proceso no ocurrió de repente, ni con la misma intensidad en todas partes. Es un fenómeno que irradia desde determinados focos de la vieja Europa cristiana. Durante mucho tiempo encontraremos mezclados, a veces en

una misma persona, elementos medievales y elementos modernos. Es como lo que ocurre hoy en países que han recibido recientemente la civilización occidental, ya sea porque se hubieran quedado estacionados en una especie de Edad Media, porque aún estuvieran en una etapa cultural muy primitiva o porque pertenecieran a una cultura independiente. Lo primero ocurre en los países islámicos, y lo segundo en algunos estados africanos. El tercer caso se ha producido en la India, y en cierto modo hasta en Japón. No es el momento de profundizar en este tema, pero viene bien tenerlo en cuenta para entender que el pensamiento de las personas que viven en esas situaciones sea una especie de amalgama. Hoy nos sorprendería mucho que un físico de Cabo Cañaveral estuviera interesado por la astrología, o que nuestros colegas bioquímicos introdujeran ideas alquimistas en sus experimentos. Sin embargo, eso era lo habitual en la Europa de los siglos XVI y XVII, y hasta del XVIII. Una de las personalidades más destacadas de la Revolución científica, Robert Boyle (1626-1691), practicaba la medicina, y recomendaba curar las hemorragias nasales colocando en la mano del paciente humus de cadáveres humanos, preferentemente de cementerios irlandeses. Otro protagonista de la revolución científica, Robert Hooke (1635-1703), trataba los tumores colocando sobre ellos manos de cadáver. Van Helmont (1577-1644), de quien pronto volveremos a hablar, usaba imanes y otros amuletos en su práctica médica. Por otra parte, no hay que olvidar que, todavía hoy, algunos periódicos anuncian los efectos saludables de determinadas pulseras y colgantes con cruces imantadas. Esa clase de prácticas eran muy corrientes en el siglo XVI, incluso en las figuras que podemos considerar representativas de la transmutación humana que se estaba produciendo. Jean Fernel (1497-1558), uno de los mayores desmitificadores, prescribía estiércol de perro como remedio, y todos sabemos que Paracelso (1490-1541) mezclaba en sus curas la experiencia positiva con magia, alquimia, astrología y religión. En estos casos sorprende la gran tolerancia entre lo estrictamente científico y toda clase de seudociencias, entre el sentido común más objetivo y frío y toda clase de supersticiones. Para Tycho Brahe, una estrella nueva era una «nova» pero también un signo, un augurio. Las órbitas elípticas de Kepler (1571-1630) eran el resultado de observaciones meticulosas y objetivas, pero él seguía pensando que estaban gobernadas por un espíritu universal que residía en el Sol. Los zoólogos y botánicos seguían hablando de seres fantásticos que nunca habían visto (y lo hacían con una familiaridad tal que, de encontrarse con ellos, no se habrían llevado ninguna sorpresa). Conviene tener en cuenta todo

esto, y no sólo para hacerse una idea acerca del pensamiento de la época que estamos tratando. Además, ayuda a entender por qué en el pensamiento científico actual hay ideas que tienen su origen en creencias no científicas o seudocientíficas, por mucho que uno de los empeños de la revolución científica fuera separar la ciencia de la seudociencia, como antítesis del pensamiento medieval basado en la unidad del conocimiento. El Renacimiento es una etapa intermedia en el proceso de separación. Se pueden distinguir cuatro conjuntos doctrinales que se separarán progresivamente: el dogma cristiano, el legado griego de biología y cosmología, las seudociencias hermanas de la alquimia y la astrología, y finalmente el confuso y complejo conjunto de las supersticiones medievales (magia, demonología y brujería). En los pensadores renacentistas, y de épocas posteriores, estos cuatro conjuntos estaban parcialmente separados, y de un modo característico en cada caso. Un aspecto propio de esta situación era la convicción de que el secreto de la vida se podía alcanzar por medio de una intuición estética, de la revelación, de la superstición y de la lógica, tanto como por medio de lo que hoy llamamos conocimiento científico. Se trataba de alcanzar el control de la naturaleza manipulando las causas invisibles, fuera cuál fuera el procedimento por el que se habían descubierto. Para los alquimistas, los fenómenos de la naturaleza derivaban de unos pocos principios fundamentales. El mercurio era llamado «prima materia» y una unión apropiada con el azufre producía la piedra filosofal o sustancia capaz de transformar los metales vulgares en metales nobles. Dicha transformación constituía el «opus magnum». Siempre era algo muy complicado, e incluía una fase crítica de fusión y separación llamada «opus nigrum». De ahí que, en sentido figurado, Marguerite Yourcenar titulara L'Oeuvre au Noir la novela en que intentaba reflejar la trágica historia de un hombre que se desprende de la Edad Media para entrar en los tiempos modernos. En la transmutación química se podían incluir pepitas de metal noble, que deberían ser multiplicadas por influencia de la piedra filosofal. En otros protocolos, la propia piedra filosofal se considera capaz de automultiplicación. La analogía entre este proceso y el crecimiento de los organismos sugirió la conveniencia de realizar el «opus magnum» en matraces o retortas con forma de huevo. La praxis siempre estaba asociada a diversas variantes de prácticas sacerdotales y mágicas, así como a la aplicación de ciertos dogmas astrológicos y ocultistas. Aplicada a los seres vivos, la alquimia maneja el espíritu quintaesencial, que en algunos casos puede separarse por destilación. Este espíritu constituirá la base del «agua vitae»

o elixir de la vida, que puede ejercer sobre el cuerpo moribundo un efecto comparable al de la piedra filosofal sobre el metal innoble. Entre los cambios más significativos que tuvieron lugar en el Renacimiento hay que señalar la profunda escisión del mundo cristiano, tras la cual los reformistas pasarían a ser protestantes, y los católicos ya no podríamos desprendernos del corsé de la contrarreforma. Nacerían los estados-nación con sus monarquías absolutas, y se desvanecería el poder temporal del papa de Roma, y su capacidadaglutinadora de la cristiandad. La burguesía surgida durante la Baja Edad Media pasaría a ser una clase dominante, capaz de imprimir una dinámica nueva y decisiva a la sociedad. Paralelamente, y al lado de las grandes monarquías, se engrandecería la clase de los funcionarios. Con su rostro propio y a veces siniestro, esta clase alcanzaría poco a poco un gran poder. El Humanismo no dio lugar solamente a una cultura literaria reiterativa. Ya hemos visto cómo surgió la medicina humanista, que científicamente hablando puede considerarse regresiva desde su origen, aunque hubiera de perdurar –con más o menos fuerza según el lugar- hasta el siglo XIX. Todavía hoy, la clase médica como grupo tiene algunos rasgos que se nutren de esas raíces. Por otra parte, el Humanismo origina un cambio profundo en la jurisprudencia, y sobre todo en la teoría política. En esta última encontraremos tanto la «Utopía» de Tomás Moro como «El Príncipe» de Maquiavelo. Los modelos de la Antigüedad clásica propiciaron en el hombre moderno el afán de sentirse protagonista de la historia o, como mínimo, de su propia historia. Aunque la corriente humanista no propiciara el interés por el estudio directo de la naturaleza, en el Humanismo hay elementos dispersos que lo enlazan directamente con los profetas de la ciencia. Lluís Vives (1492-1540), el humanista más importante entre los de linaje catalán, es quien trata esta cuestión más directamente. En su obra «De tradendis disciplinis» expone sus ideas sobre la educación y, tal vez por primera vez en la historia de la pedagogía, recomienda hacer experimentos como un medio esencial para desarrollar el conocimiento. Vives va más lejos que Roger Bacon y Ramon Llull. Para él, la experimentación pasa a ser decisiva. Esto lo aproxima enormemente a Francis Bacon, que un siglo más tarde sería el gran promotor del método experimental. Supongo que recordarás que Lluís Vives fue preceptor de la reina María de Inglaterra y profesor en Oxford, aunque pasó la mayor parte de su vida en Brujas, donde murió." Jean Fernel fue médico de Enrique II de Francia, y dedicó al rey un librito titulado «De adbitis rerum causis», que significa «Sobre las causas ocultas de las

cosas». Este médico es considerado el padre de la Fisiología, y fue el primero que la situó como disciplina independiente, imprescindible como fundamento de la medicina científica. Tiene muchas otras obras, pero la que he citado es particularmente interesante para conocer el pensamiento del Renacimiento medio. Hace años, me impresionó la magnífica glosa que de este libro hizo Charles Sherrington, premio Nobel de Neurofisiología del año 1932 y uno de los grandes maestros contemporáneos de tu especialidad. 14

Supongo que sabrás que era judío

Fernel era un hombre polifacético que también se había dedicado intensamente a las matemáticas y la astronomía. Incluso tiene una determinación del tamaño de la Tierra, que sólo se desvía un 1% del valor real. El libro de Fernel revela la típica mentalidad del médico humanista, a la que ya he aludido repetidamente. Es representativo de los intentos de restablecer las ideas clásicas sobre la materia viva en toda su pureza, justamente en el momento en que quedaban definitivamente atrás. Sus mejores escritos son de alrededor de 1542, es decir, inmediatamente anteriores a la primera edición de la «Fabrica» de Vesalio. El librito sobre las causas ocultas tiene forma de diálogo entre tres personajes. Uno es Brutus, un hombre culto y aficionado a la discusión que acude con frecuencia a Platón y a las ideas alquimistas de la época. Philiatros es un joven a punto de doctorarse en París, que en todo lo que dice lleva impreso el sello de la cultura de su Facultad. El tercer personaje es Eudoxus, que representa al médico maduro y lleno de experiencia, y en quien se reconoce al propio Fernel. El diálogo comienza con la vieja cuestión hipocrática: Quid divinum? La respuesta resulta muy sofisticada, como era de esperar después de siglos de magia, milagros y superstición. «¿A qué se llama natural? ¿Acaso hay alguien que haya podido ver alguna vez la Naturaleza, y la haya tenido entre sus manos?», pregunta Brutus. Philiatros contesta: «No trato de ver con los ojos lo que puedo ver con el pensamiento». En el siglo XVII, Francis Bacon nos hablará del fulgor del conocimiento de Dios, que puede obtenerse a la luz de la naturaleza y mediante la contemplación de las cosas creadas. En el siglo XVIII, Bolinbroke escribe que para él la naturaleza comprende la totalidad de las obras de Dios, en la medida en que nos resultan accesibles. Para Fernel, en el siglo XVI, se trata de un principio que la mente alcanza a priori pero es confirmado inductivamente; es decir, lo que podríamos llamar «ley natural» como la causa inmediata de determinadas cosas. Para Eudoxus, el hombre es obra de la naturaleza, de modo

que su contestación es la misma que había dado Hipócrates. No obstante, Fernel, que era compañero de San Ignacio y cristiano de convicción, profesa una religión basada en la verdad revelada y en la doctrina de la Iglesia, y tiene necesidad de armonizar el conjunto de su pensamiento. Por eso añade que las leyes naturales son expresión de la voluntad de Dios, que es justa, ordenada e inmutable. En consecuencia, dice que cuando el médico contempla al enfermo no puede ver nada que no esté sometido a esas leyes, a excepción de su conocimiento y su voluntad, es decir, de su alma pensante. A lo largo de la discusión se observa que Fernel es aristotélico y galenista por lo que se refiere a los conceptos de materia y forma y con respecto a los cuatro elementos, silenciando casi del todo el atomismo democritiano. En este último aspecto está de acuerdo con toda la tradición médica clásica, incluidos los arabizantes, y en contra de la escuela materialista de Padua, contra la que formula severas críticas. Se muestra incrédulo con respecto a la alquimia. Por contra, al afirmar que en el hígado tiene lugar algo parecido a una fermentación, inicia la corriente iatroquímica que tendrá muchas consecuencias en los siglos venideros. Distingue entre mezclas y «combinaciones», y usa esta distinción para explicar los diferentes temperamentos. Sigue la teoría galénica de los humores, y considera que algunas enfermedades tienen causas desconocidas que conviene averiguar. La «Scala naturae» aristotélica no le despierta en ningún momento la menor sospecha de tratarse de un árbol genealógico. Acepta la generación espontánea de las formas más simples de vida, idea que durará hasta finales del siglo XVIII. Para Fernel, la causa de la vida es la «psyche», y no se aparta de la idea cristiana de la redención. La separación no se producirá hasta Descartes. Por otra parte, el alma es la base de toda la fisiología de Fernel. La facultad nutritiva del alma vegetativa está repartida por todo el cuerpo, mientras que su facultad sensitiva se centraliza en el cerebro, un órgano al que llega todo lo que captan los sentidos. Entre los sentidos y el cerebro, y entre éste y los músculos, viajan espíritus a través de los cuales se recibe la información o se envían órdenes. Estos espíritus son los intermediarios entre el alma y el cuerpo. Si te fijas, esto es una vieja idea platónica que ha pasado por Galeno antes de llegar a Fernel. En la fisiología de Fernel, la mente ocupa una tercera parte del programa, no en el sentido de considerar a la mente como una propiedad de la materia, sino por el hecho de que todas las acciones del cuerpo se originen en el alma, de la que la mente es la expresión.

Fernel rechaza la magia que estaba en boga en su tiempo. También era corriente la medicina astrológica, y de hecho Fernel la practicó durante algún tiempo, siguiendo una corriente que podemos retrotraer hasta Arnau de Vilanova. Sin embargo, Fernel acaba convenciéndose de que es una mentira absoluta, incompatible con su propia experiencia médica y con su fe religiosa, que no le permitía ver al hombre caminando por el macrocosmos como un títere. Cuando Nostradamus, el más célebre astrólogo de la época, visitó la corte, Fernel se ausentó. Además, aconsejó al rey que hiciera lo mismo, dejando la astrología como un entretenimiento para mujeres y para cortesanos con pocas luces. Fernel está convencido de que siempre puede encontrarse una planta que proporcione el «simple» apropiado para curar cada enfermedad. Se cree que era un hábil cirujano; sin embargo, es incapaz de ver relación alguna entre la función y la estructura. Suya es la frase «la geografía es a la historia lo mismo que la anatomía es con respecto a la medicina». El finalismo galénico domina el pensamiento de Fernel. Nada es inútil, todo está dominado por la finalidad y el designio. Tendremos que esperar al siglo XIX, con Darwin, para que este finalismo sea reemplazado por el oportunismo de la naturaleza. Si hay un atributo de la vida que sea absolutamente general, y evidente como ningún otro, es el calor. Ahí encontramos una nueva expresión del galenismo de Femel: el calor innato de todo lo vivo. Textualmente, en el Diálogo encontramos el siguiente pasaje: «El calor innato es un calor cuya persistencia podemos notar incluso bajo los efectos del frío y de la decrepitud de la edad. Ciertamente, la frialdad de la vejez domina el fuego material que existe en el temperamento, pero la vejez, dado que aún está viva, es incapaz de vencer al calor innato. Es en virtud de ese calor que la serpiente vive, aunque su temperamento sea frío. Otro tanto ocurre con la mandrágora, la adormidera y muchas plantas de temperamento frígido.» El temperamento frígido de estas hierbas se infería de sus propiedades para combatir la fiebre. El pájaro que ves en un árbol del bosque puede ser lo que parece, pero también puede no serlo. Podría ser un agente demoníaco inclinado al mal o, por contra, un mensajero angélico otorgando alguna gracia. También podría ser el alma de algún muerto, inofensiva pero en absoluto inactiva. Fernel, iniciando un hipercriticismo racionalista que deja fuera de lugar a todas esas posibilidades, diría rotundamente: «sólo hay un pájaro en el árbol del bosque». Por desgracia, en aquella época el acervo de observaciones acumulado aún era demasiado pequeño para sustentar un sistema de ideas que hiciera comprensible el mundo exterior. Pese a ello, Fernel se manifiesta como un hombre moderno, pero que sólo dispone

de información antigua e insuficiente. Guy Patin, sucesor suyo en Paris, dijo de Fernel: «Nos enseñó que nuestros dedos tienen ojos, pero son unos ojos que sólo pueden ver lo que está directamente a su alcance. Como cristiano creo en una serie de cosas que no puedo ver ni sentir, pero como médico sólo creo en lo que ven mis dedos.» En el diálogo De abditis rerum causis, Brutus acaba retirándose con la cabeza hecha un lío. En cambio, Philiatros propone hacer un resumen de todas las conclusiones a las que han llegado. Son más o menos las que te he expuesto antes, pero quizá valga la pena que, para que te familiarices con el estilo de la época, te las transcriba con un mínimo de paráfrasis: «Todo lo que la naturaleza produce está compuesto, desde el momento de su aparición, de materia y forma. De estos dos componentes, la forma es, con gran diferencia, el más importante. Determina que la cosa sea como la vemos. Una consecuencia de esto es que la cosa engendrada no sea algo estable ni permanente. La forma, dondequiera que la cosa inicie su existencia, no puede permanecer indefinidamente ligada a su materia. Se reúne con ella en un momento dado, y de golpe. Esto es, en su verdadera acepción, lo que se llama nacimiento. De manera parecida, en otro momento se separará de la materia, y eso será la muerte. Antes de que la forma sea solicitada para que entre en la materia, ésta debe adquirir la disposición adecuada. De otro modo, la unión entre materia y forma no podría producirse. Pero se trata únicamente de una preparación. Los progenitores colaboran en esta preparación, ya sea por medio de semillas o de algún otro modo. La organización preliminar es de diversas clases: la unión de los cuatro elementos en un temperamento, la proporcionalidad del cuerpo y de sus partes, la provisión de los tres espíritus corpóreos como agentes: todo viene de los padres a través de las semillas. Cuando termina este proceso de preparación, la forma, la especie, viene de fuera, naturalmente, y como se puede adivinar, ello es una necesidad inevitable. Toda vez que dicha forma es absolutamente simple, de ningún modo está constituída por subformas. Las facultades de la forma le permiten, sin embargo, contener la multiplicidad de cosas que ha de realizar. Los que juzgan únicamente por los sentidos y observan únicamente las causas inmediatas infieren que la forma se obtiene y se deriva de las potencialidades de la materia. Pero son muchos los argumentos útiles que lo contradicen. Los padres, al engendrar otro ser del mismo tipo, no lo crean. La misión de los padres se limita a ser el medio para que concurran las circunstancias que hacen posible la unión entre la materia y la forma. Por encima de los padres está el Artífice, más poderoso y sublime que ellos. Es Él quien envía la forma,

como ocurre cuando se respira por primera vez.» La obra termina cuando Eudoxo exclama: «Creo que lo habéis resumido correctamente.» Quisiera que la carta de hoy, que quizá podríamos titular «Opus nigrum», sirviera para darte una perspectiva de la época que estamos tratando, y sobre la cual se asentará de manera inmediata la Revolución científica. No obstante, en la próxima carta aún he de tratar dos figuras del siglo XVI que también son importantes. Me refiero a Paracelso y a van Helmont, fundadores de la corriente iatroquímica que reencontraremos en el siglo XVIII, e igualmente relacionados con un fenómeno intermedio entre la alquimia y la química moderna. Dicho fenómeno está relacionado con los progresos de la química farmacéutica durante los siglos XVI y XVII. Afectuosamente,

29. LA CORRIENTE IATROQUÍMICA

Begues, 19 de abril de 1984 Querida Nuria, Es el momento de tratar de dos personajes que ya te mencioné en la carta anterior, para que te hagas idea de un aspecto del siglo XVI que es de gran importancia en el contexto de la Historia de la Ciencia. Me refiero a la corriente iatroquímica. «Iatrica» quiere decir medicina. Quizá recordarás el libro de Menón, que te mencioné al tratar de los discípulos de Aristóteles. En el Renacimiento hay una transición desde la alquimia a la química, que es la iatroquímica. En cierto modo, esta transición implicará que la química moderna nazca como una ciencia auxiliar de la medicina. Debes darte cuenta de que esta transición significa un cambio importante en el pensamiento. Como casi siempre, el cambio se produjo de un modo gradual. Aunque encontramos indicios en Fernel, Paracelso y sus sucesores, van Helmont y de la Bóe Silvius son sus representantes más destacados. En el Pseudo-Basilio, libro de alquimia del Renacimiento, se expone que todos los cuerpos están constituidos por azufre, mercurio y sal, de los que proceden respectivamente las cualidades de combustibilidad, volatilidad y solidez. Los iatroquímicos buscan las causas de las funciones vitales en estos principios, cuya actividad es proporcionada y ajustada a medida por una especie de entidad independiente de la voluntad humana a la que llamaron archeus. Cuando éste

pierde el control de la situación, se producen las enfermedades. Por ejemplo, un exceso de azufre produciría la peste o la fiebre, demasiado mercurio causaría parálisis o melancolía, y la diarrea y la hidropesía serían consecuencia de la sal. A través de un mejor conocimiento de los procesos químicos que tenían lugar en el cuerpo se esperaba hacer progresos en terapéutica. Para ello, uno debía esforzarse en analizar productos naturales, y obtener nuevos compuestos químicos en el laboratorio. Llevados por estas ideas, los iatroquímicos consiguieron algunos resultados interesantes, y una experiencia sin duda valiosa para el desarrollo posterior de la química. Sabes que hoy los trabajos científicos han de ser escritos con mucho rigor. Es probable que en este momento, a punto de terminar la redacción de tu Tesis doctoral, tengas más claro que nunca el modo de dar a conocer la investigación científica, y los resultados obtenidos. Sabes que hay una serie de exigencias que son de obligado cumplimiento. Todo debe ajustarse a una cierta economía, y las partes han deencajar perfectamente unas con otras. En ningún momento podrías aludir a la magia o a la astrología, ni a tus ideas políticas, ni a nada que esté relacionado con tu vida emotiva, por mucho que esta última esté presente en todos nuestros actos. Cuando esa chica a la que Serge dirige el DEA redacte su memoria, no podrá hacer constar que cada día reza cinco veces, incluso mientras trabaja en el laboratorio. Sea como fuere, es imprescindible ser extraordinariamente exigente en materia de evidencias objetivas. Como sabes, en los artículos que se publican en las grandes revistas internacionales, estos requisitos se llevan a un extremo, dentro de un formalismo muy riguroso. Un paper sólo será aceptado si se ajusta estrictamente a determinados requisitos formales. Un artículo redactado de forma excéntrica sería rechazado sistemáticamente, incluso si se tratara de un gran descubrimiento científico. Incluso hay manuales que te explican cómo hay que atender a cada detalle, y me parece que hace unos años hice llegar a tus manos el célebre How to write and publish a scientific paper de Robert A. Day. Conviene que sepas que los hombres del Renacimiento no escribían de este modo, y que en algún caso concreto –como Paracelso– no se observaba ni una sola de las reglas actualmente admitidas. Lo que este autor dejó escrito sobre la materia viva, tema que le interesaba apasionadamente, sólo puede entenderse en términos de su propio estilo intelectual, lleno de complejidades, desarticulaciones, contención, autocontradicción y aseveraciones dogmáticas. Lo mezcla todo: doctrina bíblica, magia natural, alusiones cabalísticas, alquimia, astrología, folklore y experiencia positiva. Objetividad y fantasía, humildad y arrogancia, naturalismo y superstición.

La historia nos enseña que, con independencia de un cierto progreso en dirección al conocimiento, hay una tendencia constante hacia las convicciones fantásticas. Es más, parece que lo que podemos llamar saber oficial o institucionalizado ha constituido siempre una reacción para frenar dicha tendencia. Por este motivo, cuando una cultura entra en crisis y su credibilidad se derrumba, automáticamente se da rienda suelta a toda clase de tendencias irracionales como supersticiones y especulaciones místicas. Lo más curioso es que siempre se siguen los mismos modelos, y se vuelven a repetir las mismas barbaridades. Durante el Renacimiento, el éxito de la magia, la alquimia y la astrología está estrechamente ligado a la decadencia de la escolástica. La corriente iatroquímica aparece en el mismo contexto. Philippus Teophrastus Bombastus von Hohenheim nació el año 1490 en el famoso monasterio de peregrinos de Maria Einsiedeln, en el cantón suizo de Schwyz. Más tarde adoptó el nombre de Paracelso, que quiere decir «superior a Celso». En sus escritos a veces firmaba como Paracelso, otras como Aureolus Bombastus, y otras con el nombre de Eremita. Su padre adoptivo era el médico del monasterio. Parece que Paracelso era hijo ilegítimo de un caballero de San Juan, de la noble familia Bombastus von Hohenheim. Es probable que su madre fuera una campesina guapetona que más tarde se convertiría en enfermera del monasterio. Fue bautizado con el nombre de Teofrasto en honor al gran botánico griego continuador de Aristóteles. Paracelso creció en medio de la pobreza, y durante toda su vida fue lo que se dice un hijo del pueblo, pese a la esmerada educación que recibió de su padre adoptivo, y como estudiante en Basilea. De temperamento rebelde, abandonó pronto la universidad y durante algún tiempo estudió alquimia con un célebre monje llamado Trithemius. Éste era un gran erudito, además de un abad excéntrico que hizo instalar un laboratorio fantástico en su convento. Más tarde, el joven Paracelso trabajó como aprendiz de minero en el Tirol; además de aprender el oficio, se instruyó en metalurgia. Abandonó este trabajo para incorporarse a una clase social que ya te he mencionado, y que en la época de Paracelso ya estaba un poco pasada y tenía una imagen un tanto degradada. Me refiero a los célebres scholares vagantes, que en el siglo XVI no eran más que una especie de aventureros ilustrados. Viajó por Alemania, España y Francia, para luego alistarse como cirujano en el ejército con el que Christian II de Dinamarca invadió Suecia en 1520. De este modo llegó a Estocolmo, y desde ahí viajó por su cuenta a Moscú. En ese punto se pierde su itinerario, que reaparece en Estambul, desde donde volvió a su patria. Se sabe que en sus viajes visitó muchas universidades, aunque sin demasiado interés. Prefería relacionarse con

personas extravagantes como curanderos, brujas, barberos cirujanos, zíngaros y verdugos. Adquirió una personalidad singular que le llevó a ejercer la medicina. Su fama se extendió hasta tal punto que en 1526 fue nombrado protomédico de Basilea, con derecho a revisar la farmacopea de la ciudad y dar conferencias en la Universidad. Su magisterio en Basilea comenzó con una escena sonada, de la que ya te he hablado: la quema ceremonial de los tratados de Galeno y Avicena. De hecho, como clínico parece que tuvo bastantes éxitos, administrando medicinas sencillas y baratas, y logrando curas atrevidas. Sin embargo, se enemistó rápidamente con todos sus colegas, sobre todo por su temperamento agresivo y altivo. Los farmacéuticos de Basilea se enojaron con él y lo expulsaron de la ciudad, llevándolo a retomar su vida errante. Recorrió ciudades de Alemania durante diez años, y se sabe que con frecuencia tuvo que escapar de los aguaciles, o de la persecución de algún enemigo que se la tenía jurada. Finalmente, el arzobispo Ernst lo acogió, y alrededor de 1540 lo invitó a establecerse en Salzburgo. Parecía que tenía por delante sus mejores días, pero no fue así. Antes de un año murió violentamente, sin que se llegara a saber si había sido por accidente o en una pelea estando borracho. Antes de su muerte había dejado todos sus bienes a los pobres. Después de todo lo que te he contado, puedes entender que Paracelso haya sido juzgado de formas muy diversas. Para muchos no deja de ser un pillo desvergonzado que trafica constantemente con la buena fe y las supersticiones del prójimo. Por contra, sobre todo entre los comentaristas actuales, hay quien lo considera uno de los espíritus más atrevidos de todos los tiempos, y un gran precursor de la ciencia moderna. Es probable que ambos tipos de juicios tengan argumentos a favor. Ya te he hablado otras veces de personajes interesantes de este mismo tipo, uno de los cuales es Nostradamus. Al hablar de Paracelso hay que poner de manifiesto un cambio lingüístico muy significativo. Es uno de los primeros que no da clase en latín sino en alemán. Ten en cuenta que conocía muy bien el latín, y probablemente también el griego y el árabe. La docencia en alemán tiene un paralelismo con Lutero y su traducción de la Biblia al «hochdeutsche». Parecelso admiraba mucho a Lutero, aunque no lo siguiera en su Reforma y se mantuviera fiel a la Iglesia romana. Otro rasgo llamativo de Paracelso tiene relación con el lenguaje, y es característico de determinadas épocas, entre ellas la nuestra: la sustitución del habla culta y cuidada por un lenguaje grosero y sin miramientos, aderezado con palabrotas. Otra convicción de Paracelso era que había que reformarlo todo, y que para entender la naturaleza se debía partir de cero. Sin embargo, a la hora de la

verdad, él toma lo que le parece del pasado y de la experiencia ajena, y lo mezcla sin ton ni son. Esto, que también es característico de muchos de los que hoy llamamos «progres», es una actitud humana reiterativa a lo largo de la historia. Siglos más tarde, el encantador Byron, de ilustre linaje, se le parecerá en el temperamento. Son personas que siempre tienen algo de charlatanes y embaucadores. Paracelso era sin duda uno de ellos. Es típico que en sus escritos médicos Paracelso se muestre lleno de bondad y moralidad, y que pronto pierda el equilibrio y se deje llevar por expresiones desaforadas: por ejemplo, que diga que los cordones de sus zapatos saben más medicina que la que se pueda aprender en toda la obra de Galeno y Avicena. En sus escritos polémicos va aún más lejos, y se muestra decididamente insultante. Paracelso fue antes que nada alquimista, y quizá por eso durante toda su vida despreció la anatomía. Contempla el cuerpo humano y sus funciones como una parte del mundo, dependiente del proceso cósmico global y de sus manifestaciones en cada momento. Las actividades vitales son el resultado de procesos químicos, pero todo está conectado: los astros, las cosas terrestres y los seres humanos. Esta conexión oculta entre todo lo que ocurre en el universo es una idea relacionada con la cábala, y para captarla parece que hay que alcanzar un estado místico, tal vez difícil de entender para una mentalidad como la tuya y la mía. Paracelso distingue cinco clases de enfermedades, que llama respectivamente «ens astrale, veneni, naturale, spirituale et deale». No queda demasiado claro en qué consiste cada una de esas cosas; parecen algo así como potencias místicas de diferente origen y con poder para causar la enfermedad. El ens astrale proviene de las estrellas, que tienen vida y pueden envenenar la atmósfera. El ens veneni causa enfermedades después de ingerir algo nocivo. De hecho todos los alimentos, además de convertirse en materia propia, originan venenos que hay que expulsar del cuerpo. Además de lo que se elimina en las heces y la orina, Paracelso considera que en el sudor se excreta mercurio, mientras que por la nariz se elimina el exceso de azufre, y por el oído el de arsénico. Cada organismo tiene su propio «archeus», un pequeño alquimista que dirige continuamente la obra; si se descarría, el cuerpo enferma. El archeus debe ser un ente espiritual que llevamos dentro, independiente de nuestra voluntad y de nuestra propia alma. Paracelso lo describe partiendo de la base de que el ser humano es un microcosmos, y contiene elementos que se corresponden con toda clase de fenómenos del mundo exterior, particularmente con los astros. Por ejemplo, el hígado está ligado a Júpiter, y la vesícula biliar, a Marte. El corazón, al Sol. El

cerebro, a la Luna. El bazo a Saturno, los pulmones a Mercurio, y los riñones a Venus. Todos estos órganos efectúan una especie de movimientos planetarios dentro del organismo y, si en un momento dado se colocan en una posición relativamente desfavorable, como consecuencia se desencadena una enfermedad. Algunas enfermedades también se deben a la economía de los cuatro elementos, del mismo modo que los cuatro temperamentos están relacionados con los cuatro sabores: ácido, dulce, salado y amargo. A continuación tenemos el «ens spirituale», que es un concepto muy peculiar. Paracelso cree que el alma es obra de Dios, pero además está el espíritu, que es fruto de la voluntad humana. Cada hombre puede influir y ser influido por los demás a través del espíritu. De ahí que un enemigo pueda hacerte sufrir, y de manera precisa en una parte concreta de tu cuerpo: basta con que se concentre ante una imagen tuya de cera y clave un aguja en la parte oportuna. Es un método al que los brujos de todas las épocas han sido aficionados. Finalmente tenemos el «ens deale», enfermedad derivada de la propia voluntad divina. Ante ella, sólo valen las oraciones y prácticas piadosas. Me gustaría, querida Nuria, que ahora, repasando esta sinopsis de la patología de Paracelso, te plantearas en un caso concreto cuál es la causa de una enfermedad. Un retortijón de vientre, por ejemplo, podría tener más de un centenar de explicaciones. Sólo el experto sabe distinguir cuál es la verdadera en cada caso. Paracelso también describe la teoría de las signaturas, según la cual en cada planta hay una señal indicativa de la enfermedad que puede curar. Por ejemplo, la peonia tiene pistilos en forma de cerebro, y ello indica que contiene un principio que permite el tratamiento de las parálisis encefálicas. Uno no puede dejar de encontrar sorprendente que un número tan grande de bobadas haya influido tanto en la historia de la humanidad. De todos modos, Paracelso también tuvo logros enormemente positivos, como el tratamiento de las heridas con curas sencillas e higiénicas, la utilización del mercurio contra la sífilis (un remedio que ha durado hasta nuestro siglo) y la introducción de muchos medicamentos sencillos que se han usado largamente. Acertadamente, Paracelso preconizaba un tratamiento diferente para cada enfermedad, actitud opuesta a las triagas y la panacea galénica. La importancia de las reacciones químicas en la fisiología es una idea central de la corriente iatroquímica que Paracelso ayudó a asentar, y que de hecho habría de triunfar en la ciencia moderna. Es un avance conceptual con respecto a la

cocción aristotélica que el propio Vesalio todavía admitía. La propia concepción de la vida como una fuerza mística vinculada a todo lo que existe no ha cesado de tener eco en el pensamiento posterior. Con sus discípulos directos, Paracelso no fue muy afortunado. Como es natural, ninguna persona culta y serena era capaz de aguantarle por mucho tiempo. Su influencia se debe a sus escritos. Los seguidores que tuvo en vida eran una pandilla de individuos sin cultura, que no tenían la menor posibilidad de distinguir lo que era válido y lo que no lo era en las ideas de su maestro. Jan Baptista van Helmont nació en Bruselas en 1577 en el seno de una familia noble y rica. Parece que fue un chico espabilado que a los diecisiete años ya había terminado los estudios universitarios de filosofía. Luego estudió teología con los jesuítas, y tal vez por eso permaneció toda su vida obsesionado por los problemas de la otra vida. Trabajó de lo lindo los autores neoplatónicos y la obra de Paracelso, a quien siempre veneró como un gran maestro aunque ocasionalmente se permitiera criticarlo. A los veintidós años se graduó en medicina, y luego se dedicó a viajar. A su regreso contrajo un matrimonio de conveniencia, que era lo más pertinente, y se instaló en una de sus posesiones en el campo, una especie de Begues en grande. Allí dividió su tiempo entre hacer trabajos científicos y magníficas obras de caridad. Esto último incluía el ejercicio continuado de la medicina, con la particularidad de que nunca cobró absolutamente nada por hacerlo. Este hombre tan ejemplar pasó a mejor vida, si es que eso es posible, el año 1644. Es probable que van Helmont fuera un hombre mucho más cultivado que Paracelso. Desde luego, era mucho más educado, y estaba perfectamente integrado en el sistema de los hombres de bien y como Dios manda. Pese a su temperamento delicado y amable, tenía algunas afinidades con Paracelso. En sus cavilaciones místicas se excitaba fácilmente, y tenía visiones que se provocaba mediante autosugestión. Se inspiraba en el crepúsculo matutino, como aquello del «trino del duablo».15 Van Helmont se opone a Aristóteles y a Galeno. Rechaza la teoría de los cuatro elementos, y sobre todo del fuego como uno de ellos. Por desgracia, sus escritos son aburridos y difíciles de entender, en parte por la profusión de alusiones místicas. Sea como fuere, una cosa importante es que llegó a una especie de esquema de la naturaleza de tipo químico. En dicho esquema tiene un papel destacado la fermentación. Logra demostrar que en ella se produce un «aire» idéntico al que se origina al quemar carbón de leña, y que puede hacer

irrespirable la atmósfera de las bodegas. Para ese «aire» particular inventó el nombre de «gas», que la ciencia posterior adoptaría definitivamente. Por tanto, el nombre de gas se debe a van Helmont. Además, introdujo el concepto de que existían distintos tipos de gases. Por desgracia, sólo descubrió completamente el que él llamó «gas silvestre», más tarde llamado «gas fijo» y finalmente anhídrido carbónico. Según van Helmont, la digestión de los alimentos se debe fermentos. Destaca el papel del ácido en la labor digestiva, acertadamente que se neutraliza por medio de la bilis. Por otra parte, gran número de fermentaciones adicionales que tendrían lugar en el todas las cuales son pura fantasía.

a diversos y supone imagina un organismo,

Igual que Paracelso, centra y jerarquiza la actividad vital en el «archeus», que estaría situado en el estómago. Complica las cosas un poco más al suponer que habría un surtido de «archeus» secundarios en diferentes partes del cuerpo. Cree que además del alma existe el intelecto, que permite que aquélla participe de la dicha, y que ha controlado toda la actividad vital desde el pecado original. También cree en la interacción de todos los cuerpos del Universo a través de una gran variedad de fuerzas que llama «blas». Hay un «blas» que viene de los astros. Van Helmont contempla el agua como el elemento esencial para la vida. Cree que los vegetales crecen con el agua de la lluvia, e intenta demostrarlo pesando a

Obra del compositor Giuseppe Tartini (1692-1770)distintos tiempos la tierra de una maceta y la planta que crece en ella, observando el incremento de peso después de descontar el agua que se pierde. 15

Como médico, van Helmont puso de manifiesto una mezcla de fantasía y habilidad que le hace parecerse a Paracelso. Luchó contra los abusos de las sangrías y las «curas de moro» que estaban de moda en su época. Entre unas cosas y otras, van Helmont tuvo gran influencia sobre el pensamiento posterior. También debemos hablar un poco de Frans de le Boe Sylvius, nacido en Hanau en el año 1614. Primero ejerció de médico y más tarde fue profesor en Leiden. Sus trabajos estaban fundamentalmente encaminados a dar una interpretación química del proceso vital; de ahí que lo debamos considerar un continuador de la corriente iatroquímica aunque viviera durante el siglo XVII. Introdujo un gran número de productos químicos, y murió en Leiden en 1672. Otro continuador de la corriente iatroquímica fue Otto Tachenius, que nació en Hersforfd, Westfalia. Primero fue aprendiz de boticario, y luego estudió medicina en Italia, ejerciendo la profesión en Venecia. Fue el primero en definir la sal como

una combinación entre un ácido y un álcali, y estableció los fundamentos del análisis químico cualitativo. Otro logro relevante de Tachenius fue la comprobación de que la transformación del plomo en minio conlleva un aumento de peso. La corriente iatroquímica, aunque esté al margen de la revolución científica, da lugar a un fenómeno importante para el desarrollo de la química. En las reboticas de los farmacéuticos hay una enorme actividad, con objeto de preparar nuevos productos químicos con acción terapéutica para sustituir a los antiguos «simples» de origen vegetal. De este vivero saldrían eminentes químicos a finales del siglo XVI y durante el XVII. Entre las combinaciones inorgánicas con aplicación médica que se descubrieron en esa época podemos citar el nitrato potásico, el sulfato y el cloruro. Glanbee obtuvo el sulfato amónico y, junto con Libavius, desarrolló las sales amónicas. También se obtuvieron derivados del antimonio y el bismuto. El preparado que Paracelso denominó arsenicum fixum era el arsenato potásico, obtenido al combinar arsénico con nitrato potásico. Después de Paracelso, llegaron a tener gran predicamento algunos derivados del mercurio (como el sublimado corrosivo) y de la plata (como la «piedra infernal», es decir, nitrato de plata). En el campo de los productos orgánicos, se prepararon ácidos acético y tartárico, por destilación del vinagre y de la madera, y a partir del cremor tártaro. Se obtuvieron sus sales, así como el «spiritus tartari». Del ácido de las manzanas se obtuvo la «tinctura martis pomata». El éter sulfúrico fue obtenido por Valerius Cordus, y se empleó como medicamento con el nombre de «oleum vitriolum dulce verum». El propio Paracelso usaba mezclas de alcohol y éter. Dejémoslo por hoy. Afectuosamente,

30. DE LA ÉPOCA DE GALILEO Y KEPLER

Begues, 28 de Abril de 1984 Querida Nuria: Pronto hará un año desde que te escribí la primera carta. Con ella ponía en práctica un propósito que te tenía como destinataria. Quiero creer que aún te acuerdas de aquella primera carta. Se podría decir que todo lo que he escrito

desde entonces es una especie de excavación arqueológica realizada en el subsuelo de la ciudad de la ciencia. Se trataba de sacar a la luz todo lo que la precedió y, sin lugar a dudas, la determinó. La ciencia no nace in vacuo. Es una etapa de la aventura intelectual del hombre occidental, una etapa probablemente decisiva para la humanidad. No quisiera que, llegados a este punto, pensaras de nuevo que

Per me si va nella cittá dolente... Dinanzi a me non fuo cose create se non etterne, e io eterna duro. Lasciate ogni speranza, voi che entrate...16 El concepto de Revolución científica, que tanto me gusta usar, está en boga actualmente. Es un concepto creado muy recientemente si lo comparamos, por ejemplo, con el término Renacimiento. Creo que lo introdujo Herbert Butterfield el año 1948, en un curso que impartió con el título The Origins of Modern Science. Desde entonces ha sido poco a poco aceptado por los historiadores. Butterfield sitúa la Revolución científica entre 1500 y 1790. De todos modos, a lo largo del siglo XVI la Revolución científica casi puede reducirse a De Revolutionibus y De Humani Corporis Fabrica, que hemos tratado no hace mucho. Recordarás, sin embargo, que yo resaltaba que ambas obras pueden considerarse como la " La Divina Comedia Canto IV «Por mi irás a la ciudad doliente,... = antes de mi nada había sido creado = que eterno no fuera, y sólo yo duro eternamente = ¡Dejad toda esperanza aquellos que habeis entrado!.». Evocación medieval de la esquizofrenia irreductible del hombre moderno y antiguo. (Por favor, revisa la Carta 1). culminación del pensamiento antiguo, más que como la primera piedra de la ciencia moderna. Pienso que la Revolución científica se desencadena en el siglo XVII, cuando una extraordinaria creatividad intelectual se une a la conciencia colectiva de una nueva filosofía. Hay quien piensa que la Revolución científica tiene lugar en dos fases, una en el siglo XVII y otra en el XIX. Por otra parte, a partir de 1900 se desencadena una segunda revolución científica, caracterizada porque toda la tecnología cae bajo el dominio de la ciencia. Es posible que todo ello sea meramente representativo de las primeras etapas de un fenómeno único, y de nivel superior: la cultura científica. Para explicar la Revolución científica es importante tener en cuenta los grandes cambios experimentados durante el Renacimiento, de orden filosófico, social,

económico y religioso, que ya te he señalado. Quizá vale la pena considerar también los cambios derivados de la Reforma y la Contrarreforma, y los que trajo consigo el establecimiento del capitalismo como nuevo sistema de producción. Este último conllevó una modificación radical de la estructura de la sociedad occidental, y le confirió una capacidad de expansión sin precedentes. La Revolución científica no se desarrolla en el seno de las Universidades. Todo lo contrario: coincide con un periodo de decadencia de dicha institución. La revolución está asociada a la época de las academias. Entre ellas cabe recordar la del Lincei de Roma (1600), la florentina del Cimento (1657), la Royal Society (1662), la Académie des Sciences de Paris (1666) y la Academia de Berlín (1700). Estas instituciones darán lugar a las publicaciones periódicas que constituyen la fuente principal de información y el medio habitual de difusión de los trabajos científicos. El número de revistas de este tipo ha ido aumentando hasta nuestros días. La España de Carlos I y Felipe II fue el centro de un gran imperio a todo lo largo del siglo XVI. Su influencia directa abarcaba todo el globo, y estaba relacionada no sólo con el poder político y militar sino también con el desarrollo económico y cultural. Sin embargo, el Imperio español apenas participó en la primera revolución científica. En el siglo XVII se produce la decadencia del Imperio, y España está casi ausente de los movimientos culturales que tenían lugar en Europa. Se cree que en ello influyeron el espíritu y la política que animaron las guerras de religión y la Contrarreforma. Tampoco hay que desdeñar el estancamiento de la economía del Imperio español, que permaneció al margen del movimiento capitalista hasta finales del siglo XIX. Una característica del pensamiento del siglo XVII es la falta de especialización, en comparación con los siglos XIX y XX. No obstante, los hombres del siglo XVII ya no son tan polifacéticos como los del Renacimiento. Ya has visto que estos últimos simultaneaban el cultivo de la ciencia, la filosofía y el arte, a la vez que ejercían con gran eficacia profesiones como arquitecto o ingeniero. Al final del Renacimiento, el arte se separará definitivamente, tras la corriente manierista. La separación radical entre ciencia y filosofía sólo se produce tras el idealismo alemán del siglo XIX, pero hay que señalar que los grandes cientificos del siglo XVII ya manifestaban una actitud intelectual divergente con respecto a los filósofos de la misma época. El saber científico se desarrolló fundamentalmente como un saber aparte. La ciencia del siglo XVII manifiesta una gran unidad. Sus más ilustres

representantes como Galileo (1564-1642) y Newton (1642-1727) no sólo fueron capaces de asimilar toda la ciencia de su tiempo, sino que produjeron obras originales en todos los campos. Por ejemplo, Newton puede ser considerado astrónomo, matemático u óptico tanto como mecánico o químico. Hooke (16351703) trabajó igualmente en todos esos campos, y además en fisiología y microscopía. Los hombres de aquella época tenían a su alcance una visión unitaria de la ciencia, que desgraciadamente está fuera del alcance del científico de hoy. En el siglo XVII, la separación entre ciencia y filosofía es sobre todo formal. De hecho los llamado profetas de la ciencia son dos grandes filósofos: Francis Bacon y René Descartes. Cada uno establece una teoría filosófica que tendrá un papel decisivo en el desarrollo del pensamiento científico: el empirismo y el racionalismo, respectivamente. Con Galileo aparece un método de trabajo nuevo, que en cierto modo constituye también una teoría filosófica, aunque los filósofos no le hayan prestado gran atención. Me refiero a la filosofía matemática, basada en los métodos de cálculo heredados principalmente de los antiguos griegos y de los árabes. En realidad, esta filosofía se inspira en ideas de origen paracientífico, procedentes de la escuela pitagórica y de la astrología. Pretende reducir la experiencia perceptible a modelos matemáticos. De hecho, la filosofía matemática del siglo XVII hace grandes progresos en el campo de la propia matemática y en aquellas ciencias en las que el tratamiento matemático resulta más apropiado, como la mecánica y la astronomía. Quizá también sea responsable de los errores cometidos en el campo de la fisiología (Harvey) e incluso en la ética (Spinoza). La ciencia del siglo XVII está vinculada a la invención del microscopio y el telescopio. Después del extraordinario estímulo que representaron los grandes descubrimientos geográficos, llega el ensanchamiento de nuestra visión mediante nuevos instrumentos. El telescopio permitirá un desarrollo fulminante de la astronomía de observación, y el microscopio abrirá las puertas al mundo de los micoorganismos, las células y los tejidos de los animales y los vegetales, aunqueel significado de muchas observaciones no será entendido correctamente hasta el siglo XIX. Es curioso constatar el anonimato de los inventores de esos aparatos. Lo cierto es que los primeros en utilizarlos se los habían construido ellos mismos. Galileo fue el primero en describir los cráteres de la Luna, las fases del planeta Venus y los satélites de Júpiter. También vio alrededor de Saturno lo que más tarde se identificaría como un anillo, y describió por primera vez que la Vía Láctea estaba constituida por un inmenso enjambre de estrellas. Por su parte, van

Leeuwenhoek (1632-1723) hizo la primera descripción de los glóbulos rojos, los espermatozoides, los ojos compuestos de los insectos, la reproducción partenogenética de los áfidos, así como los infusorios, los rotíferos, las levaduras y las bacterias. El año 1593 llegó a Londres Giordano Bruno (1547-1600), monje renegado nacido en Nola, cerca de Nápoles. Tenía 37 años y había ejercido el magisterio en Lyon, Toulouse, Montpellier y París. En todos esos lugares había tenido contratiempos a causa de sus extravagancias y su carácter fuertemente polémico. En el año 1584 publicó tres opúsculos en lengua italiana: «La cena del Miércoles de Ceniza», «De la Causa, Principio y Uno» y «Del Universo infinito y de sus Mundos». Estos escritos tienen un carácter un tanto panfletario, pero contienen una filosofia basada en las ideas de Nicolás de Cusa y Copérnico, que es característica del nuevo tipo de pensamiento. Las ideas de Giordano Bruno se pueden sintetizar en tres puntos fundamentales: 1. Existen otros Mundos además del nuestro, y el nuestro no es el centro del Universo. 2.El

Universo es infinito, tanto en el espacio como en el tiempo. La posición de un punto cualquiera sólo se puede fijar en sentido relativo. 3.Existe

un alma común que penetra todo el Universo. Por tanto, el Universo tiene la misma composición y las mismas actividades en todas partes. Hay que insistir nuevamente en que estas ideas no se presentan como resultado de la observación o la experimentación, sino como una filosofía que fue declarada contraria a la fe cristiana. Más tarde Bruno viajó a Alemania y aceptó una invitación para visitar Venecia. Fue detenido por la Inquisición, y trasladado a Roma. Tras un proceso que duró ocho años, fue quemado por hereje el 17 de febrero de 1600. Puedes verlo como una especie de sacrificio o inmolación, que con el paso del tiempo simbolizaría el tránsito del pensamiento medieval a la ciencia moderna. William Gilbert (1546-1603) publicó en Londres un libro titulado «Del imán y de los cuerpos magnéticos y de aquello que hace referencia al gran imán que es la Tierra». Este hombre fue médico de cabecera de la reina Isabel, y su obra mereció los elogios de personas tan significativas como Bacon o Galileo. Pese a que el pensamiento de Gilbert aún está lleno de elementos medievales, tiene el mérito de valorar de manera apropiada la importancia de la experimentación. La

última parte del libro se refiere al sistema del Universo, y ahí encontramos la filosofía de Bruno (a quien por cierto no cita, probablemente por tratarse de un proscrito por la ley). Ya te he dicho que el desarrollo de la filosofía matemática fue concomitante con grandes progresos en las propias matemáticas. En este campo he de mencionar a FranÇois Viéte (1540-1603), que introdujo el uso de letras para representar números y, aplicando el álgebra a la geometría, sentó los fundamentos de la geometría analítica. También hay que recordar al flamenco Simon Stevin (15481620), que introduce el esquema decimal para representar fracciones, resuelve una fuerza en sus componentes según la ley del paralelogramo, distingue entre los diferentes tipos de equilibrio, la caída de los cuerpos por un plano inclinado y resuelve la paradoja hidrostática según la cual la presión hidrostática que ejerce un líquido sobre el fondo del vaso que lo contiene es independiente de la forma y el tamaño de éste, estando determinada únicamente por la profundidad del recipiente y el área de su fondo. John Napier (1550-1617) fue un escocés que sistematizó los conocimientos algebraicos. Fue él quien, estudiando las raíces imaginarias, descubrió una regla general aplicable a las raíces de cualquier grado. El año 1594 concibió los logaritmos, y dedicó los veinte años siguientes al cálculo de las tablas de logaritmos. Su obra «Canon Maravilloso de los Logaritmos» se publicó en latín en Edimburgo el año 1714. También hay que citar a Kepler, de quien volveremos a hablar en relación con su obra astronómica. Kepler logró un desarrollo extraordinario de la teoría de las cónicas, en unos comentarios a la obra matemática de Witelo, un autor del siglo XIII. En otra carta también hablaré más extensamente de Descartes, pero ahora hay que señalar que una parte de su obra está íntimamente ligada al desarrollo de las matemáticas que te estoy contando. Descartes es el verdadero inventor de la geometría analítica, en la que introduce el movimiento. Se dice que todo empezó un día que dormía la siesta sentado en el suelo, en un rincón de la habitación. Le despertó el vuelo de una mosca de esas que en verano entran en las habitaciones en penumbra. El vuelo de la mosca describía una curva, y cualquier curva podía considerarse la trayectoria de un punto en movimiento. Por otra parte, el punto es la intersección de dos rectas móviles que se cortan en ángulo recto, y que se desplazan paralelas a tres planos ortogonales que son las paredes y el suelo de lahabitación. Descartes hace un gran desarrollo de todo el lenguaje matemático, y la teoría de los gráficos. La aplicación del álgebra a la geometría se considera un paso gigantesco en el desarrollo de las ciencias exactas. De hecho, con Descartes

se avanza extraordinariamente en el conocimiento de las relaciones entre el número y la forma, que habían sido estudiadas por Pitágoras y Platón pero apenas habían registrado progresos desde entonces. En esta etapa de los progresos de la matemática he de citar a Blaise Pascal (1623-1662), que hizo aportaciones especialmente valiosas. El y Fermat establecerían las bases del cálculo de probabilidades. De nuevo, se trata de una aportación que contribuirá a convertir la matemática en un instrumento de la investigación física. Pascal era también un gran pensador, y un cristiano extraordinario. No puedo dejar de recordar aquello de Nier, croire et douter bien sont á l'homme ce que le courir est au cheval, lema con el cual Serge encabezó su Tesis sobre L'Épithalamus et Régulations Neuroendocriniénnes. Otro gran matemático de esta época fue John Wallis (1616-1703), profesor en Oxford. En su primera gran obra, titulada «Arithmetica infinitorum», se encuentra la semilla del cálculo infinitesimal. De esta misma obra derivó Newton la teoría del binomio. Wallis introduce las cantidades imaginarias, y el símbolo 00 para representar el infinito. A efectos del cálculo, la Tierra y la Luna pueden reducirse a un solo cuerpo de masa aditiva concentrada en el centro de gravedad común. Esto es una abstracción tremendamente positiva de cara al desarrollo que la mecánica habría de experimentar en el siglo XVIII. "Tolomeo, Al Hazen y Witelo sabían que los rayos luminosos se desvían cuando pasan de un medio a otro de diferente densidad, pero no llegaron a una formulación general de la refracción. El primero en lograrlo es Wilbrord Snell (1591-1626). Según la expresión dada por Descartes tendremos El valor de n varía según el medio, y para el agua es 3/4.

Estas leyes constituyeron un factor decisivo para mejorar la construcción de instrumentos ópticos, y Kepler fue el primero en exponer una teoría matemática del telescopio de Galileo y del microscopio. Basándose igualmente en la refracción

de la luz, Descartes desarrolló una teoría del arco iris. Para que te hagas una idea más o menos completa de los hombres que contribuyeron al progreso de las matemáticas he de referirme a Christian Huygens (1629-1695), de quien hablaremos más veces. Hizo grandes aplicaciones de las matemáticas a la óptica, la astronomía y la mecánica. Entre ellas se encuentra la teoría de la luz como movimiento ondulatorio. Además, Huygens perfeccionó los vidrios ópticos, y construyó larguísimos telescopios, más potentes y de más calidad que todos los que se habían fabricado anteriormente. Espero que con esta carta ya te encuentres emplazada dentro del contexto de la revolución científica, pese a que todavía he de contarte muchas cosas para completar el esbozo. Hoy me gustaría añadir dos figuras clave, Galileo y Kepler, a los que ya he hecho algunas alusiones. Sin embargo, quizá ha llegado el momento de centrarnos en su obra. A través de Kepler y Galileo se llega a una síntesis físico-matemática que sirve de cimiento a todo el pensamiento científico del siglo XVII. Galileo Galilei (1564-1642) es una de las figuras máximas del siglo XVII desde el punto de vista de la cultura occidental. Nació en Pisa y tuvo una educación de tipo escolástico y aristotélico. Conocía el latín y el griego, y estudió medicina, aunque pronto la abandonó, prefiriendo Euclides y Arquímedes a Hipócrates y Galeno. De su primera época de catedrático en Pisa tenemos una serie de obras como Sermones de moto gravium y Capitolo contra il portar la toga. Este último constituye una sátira burlesca de algunos colegas suyos que siempre llevaban toga. Las leyes de la caída de los cuerpos y los célebres experimentos de la torre de Pisa son de esta época. Más tarde pasó a la Universidad de Padua; allí inventó el termómetro y descubrió la constancia del tiempo de oscilación completa del péndulo. En Padua retomó los estudios sobre la caída de los cuerpos, y construyó el telescopio con el que mostró al Dogo de Venecia, desde el campanario de San Marco, que la llegada de los barcos podía saberse horas antes de que fueran visibles a simple vista. Luego construyó telescopios más potentes (x 20) con los que realizó sensacionales observaciones astronómicas. El año 1610 Galileo volvió a Florencia, donde había vivido de niño, y allí escribió sus obras más célebres y construyó los primeros oechialini, que más tarde se llamarían microscopios. En el magnífico Museo della Storia de la Scienza de Florencia se pueden contemplar, entre otros instrumentos antiguos, algunos de los construidos por Galileo.

Sería muy largo hablar de la obra de Galileo con detalle. Para el objetivo que me he propuesto, creo que basta con dividirla en dos tipos generales de aportaciones, relacionadas con la mecánica y con la astronomía. Las primeras fueron expuestas básicamente en un libro titulado Discorsi intorno a Due Nove Scienze (1638). En él se establecen las leyes del movimiento uniforme y uniformemente acelerado, los principios de inercia y de independencia de fuerzas, y la definición del momento como el producto de la masa por la velocidad. También describe los experimentos que le llevaron a determinar la fuerza del vacío, llegando a la conclusión de que el llamado «horror de la naturaleza hacia el vacío» no es mayor que el que produce una columna de agua de 35 pies. De este modo explica porqué las bombas de agua no pueden tener una columna de aspiración superior a 760 mm x 13,6 = 10,33 metros, aproximadamente 35 pies. Pese a ello, no descubrió la presión atmosférica, cosa que quedaría reservada a su discípulo Torricelli. En la obra de Galileo encontramos, maravillosamente desarrollado, un nuevo tipo de pensamiento, caracterizado por el uso del método experimental y la descripción matemática de los resultados. La mecánica galileana tuvo mucha influencia sobre la biología, alimentando la corriente iatrofísica. Si un animal aumenta de tamaño conservando sus proporciones, el aumento de peso es en función de los cubos de los aumentos de longitud, mientras que las secciones de los huesos aumentarán según los cuadrados. Esto hace pensar que para cada tipo de organización habrá un límite de tamaño que no podrá sobrepasarse, y que, sólo por este motivo, el aumento de tamaño sólo puede ser beneficioso hasta cierto punto. En los animales acuáticos, a causa de la pérdida de peso del empuje hidrostático, estos límites serán más altos que en los animales terrestres del mismo tipo. Como tú sabes, esto es cierto y así las ballenas son los mamíferos acuáticos mayores que nunca han existido y los mamuts los mayores entre los terrestres. Los dos de gran envergadura, preo las primeras ganan. Galileo considera que la forma, el peso y el estado de movimiento son las cualidades primarias de los cuerpos, y que en muchos casos se puede prescindir del resto. De hecho, esto es lo que hará la mecánica newtoniana. La obra astronómica de Galileo se encuentra principalmente en tres libros. El más antiguo es «Sidereus Nuncius» (1610). Más tarde escribió «11 Saggiatore» (1624). El tercero es «Dialogo supra i due Massimi Sistemi del Mondo» (1632). Todos están escritos con un estilo directo, semipopular, claro y contundente. Prácticamente no hay una sola línea inútil.

La astronomía moderna se basó en Galileo y Kepler. Este último, Johann Kepler (1571-1630) era de temperamento bien diferente. Tenía fuertes inclinaciones místicas, y sus numerosísimos escritos hoy resultan prácticamente ilegibles. Estaba obsesionado por las viejas ideas platónicas y pitagóricas. Llevó una vida errante, acompañada de penurias económicas. Sirvió a diferentes príncipes, pero éstos no le pagaban el sueldo que le habían asignado, y Kepler tenía que arrancar de sus administradores, céntimo a céntimo, lo imprescindible para subsistir. Trabajó con Tycho Brahe, quien por otra parte le trató duramente. «Tycho es un hombre –escribió Kepler- con quien es imposible trabajar sin estar continuamente expuestoa los peores insultos». No obstante, tras la muerte de Tycho, Kepler se convirtió en su gran heredero literario. Ocho años después publicó su gran obra «Astronomia Nova Aipologettes Sive Physica Coelestis, Tradita Comentariis De Motibus Stella Manis Ex Observationibus Tycho-Brahe» (Praga, 1609). En esta obra, y siguiendo el sistema de las excéntricas y epiciclos adoptado por Copérnico, calcula la órbita de Marte sin lograr cuadrar su duración. Entonces Kepler se atreve a romper definitivamente con la vieja hipótesis de los movimientos circulares uniformes en torno a un punto excéntrico ideal y de los movimientos circulares epicíclicos. Supuso que el Sol sería el centro de los movimientos que se efectuaban a lo largo de una trayectoria elíptica, y que ocupaba uno de los focos de la elipse. Para eliminar de esta suposición todo carácter hipotético, llevó a cabo una enorme cantidad de cálculos usando observaciones hechas en Uranieborg. Teniendo en cuenta que no tenía ordenadores ni siquiera tablas de logaritmos, el logro de Kepler es realmente memorable. Se dio cuenta de que la velocidad de los planetas no es uniforme, y de que en tiempos iguales las superficies descritas por su radio vector son las mismas. Estos cálculos, que le llevaron a formular lo que hoy conocemos como las dos primeras leyes de Kepler, habían sido intentados por otros contemporáneos como Rethicus, discípulo de Copérnico, y Ramus, profesor del Collége de France que murió la noche de San Bartolomé. Ramus había prometido ceder su cátedra a quien resolviera el problema de la órbita de Marte partiendo únicamente de datos de observación. Así que Kepler escribió: «Habéis hecho bien en iros de esta vida, ya que de otro modo estaríais obligado a cederme vuestra Cátedra; todas las condiciones que pusisteis en vuestra apuesta las he cumplido».

La llamada Tercera Ley de Kepler es anunciada en otra obra, titulada «Harmonices Mundi Libri Quinque, Geometricus, Architectonicus, Harmonicus, Psychologicus, Astronomicus, cum Appendice Continens Mysterium Cosmographicum» (Linz, 1619). En efecto, la obra contiene la verificación de que los cuadrados de los periodos de revolución son proporcionales a los cubos de los semiejes mayores. Curiosamente, en el primer cálculo esta ley no pudo verificarse, pero Kepler era un hombre muy concienzudo y repetía sus cálculos decenas de veces, por largos que fueran. Así se dio cuenta de que se había equivocado, y de que los hechos estaban de acuerdo con la suposición anunciada. Galileo y Kepler mantuvieron una amistosa y franca correspondencia. Es curioso que en ella, aparte de los temas científicos, se lamenten con frecuencia de disgustos familiares y otras calamidades. Los dos se casaron varias veces y siempre tuvieron problemas con sus mujeres. Qué le vamos a hacer. Es aquello de la «insoportable levedad del ser» de Kundera. Como ya he señalado antes, el

carácter de estos dos hombres era muy diferente. El protestante alemán era místico y visionario, francamente radical y pese a ello amigo de príncipes. No era gran cosa como observador y experimentador. Escribió muchísimos libros extraordinariamente extensos, aburridos y cabalísticos. El católico italiano era una mente clara y objetiva, con un sentido extraordinario de la propia dignidad, e incapaz de tener con los poderosos un trato que no fuera de tú a tú. Pese a ello era más flexible. Por otra parte, su destreza experimental y sus dotes de observación no admiten comparación. De todos modos, la nueva concepción del Universo se basaría tanto en la dinámica galileana como en la astronomía de Kepler, en la que la propia ley de gravitación universal se encuentra implícita. No creo que ignores el célebre juicio de Galileo, y aquello de «e pur si muove». En realidad hay mucha literatura acerca de ese asunto. Como consecuencia de sentencias del Tribunal de la Inquisición, Bruno fue quemado vivo, y Campanella pasó muchos años en la cárcel. Pero has de tener en cuenta que estos juicios se hacían en función de las ideas y del tipo de razonamiento de la Iglesia de aquel tiempo. Tanto Bruno como Campanella fueron considerados un peligro público, y de hecho eran dos exaltados e imprudentes. El caso de Galileo fue totalmente diferente. Es cierto que una serie de denuncias contra él lo llevaron a juicio, pero el sumario fue mantenido en secreto, y tanto el Papa como la Curia temían más a las reacciones de los ultras que a la herejía de Galileo y otros científicos. Galileo fue condenado y obligado a su famosa retractación, pero sólo sufrió un encarcelamiento nominal en el palacio de uno de sus amigos. En esta vida retirada pudo completar su trabajo sobre dinámica y estática, y publicarla en los últimos años de su vida. De todos modos el proceso marcó toda un época, y la sentencia fue muy mal recibida por todas las personas cultas, incluso en los países católicos. De hecho contribuyó a dar prestigio a la revolución científica, y después de Galileo nadie volvió a rechazar el sistema copemicano-kepleriano, prescindiendo –eso sí–de la cuestión doctrinal. Nadie con dos dedos de frente, quiero decir. De hecho, los problemas entre la ciencia y la religión no volverían a envenenarse hasta el siglo XIX, a propósito del darwinismo. Galileo murió en la localidad de Ancetri el año 1642, y allí fue enterrado inicialmente. Más tarde sus restos fueron trasladados a la iglesia de la Santa Croce de Florencia. En Ancetri hay desde hace años un importante observatorio astronómico. La prohibición de los libros de Galileo no fue levantada oficialmente hasta el año 1835.

Afectuosamente,31. NULLIUS IN VERBA

Barcelona, 30 de mayo de 1984 Querida Nuria: Me he dado cuenta de que las últimas cartas son más largas que las anteriores. Es algo que por una parte no me gusta, ya que quizá te resultará más difícil encontrar un momento para leerlas de cabo a rabo y sin interrupción. Por otra parte, lo que trato en esas cartas hay que verlo en conjunto. He pensado que, si las subdividía, algunas ideas podían desvanecerse, con lo cual tendría que reiterar determinados conceptos, y a fin de cuentas me alargaría más. Hoy me gustaría darte una visión global del espíritu de la nueva filosofía y de sus protagonistas durante el siglo XVII, y de antemano intuyo que caeré en la misma trampa. Te ruego, pues, que te mentalices para tener paciencia y para seguir, si es posible sin interrupción, el hilo de mi discurso de principio a fin. Me daría una gran alegría que lo lograras sin tener que esforzarte. Te he hablado de la filosofía matemática que, como filosofía, estaba sólo implícita en los pasos esenciales del comienzo de la revolución científica. Sin embargo, hubo los llamados profetas de la ciencia, los filósofos que a comienzos del siglo XVII señalaron de forma deliberada y expresa la necesidad de realizar un cambio profundo en nuestro conocimiento de las cosas, y que pusieron especial atención en el método que convenía seguir para lograrlo. Se les llama profetas por su empeño en buscar la tierra prometida, sin que por desgracia ninguno de ellos la alcanzara. Pero su influencia sobre el pensamiento posterior fue decisiva. Hay profetas mayores y menores, y los mayores son con toda seguridad René Descartes y Francis Bacon, de quienes ya te he hablado en las últimas cartas. Tal vez pudiéramos sintetizar la aportación de Descartes (1596-1650) en tres puntos: (a) Propuso un conjunto de ideas extraordinariamente sugestivas sobre el modo de alcanzar el conocimiento científico; (b) Fue el primer hombre moderno que propuso una teoría unitaria del Universo, que logró amplia aceptación; sin embargo, se trata de un neoaristotelismo, doctrinario y rígido; (c) Hizo aportaciones fundamentales a la matemática, y otras de menor importancia a la física y la fisiología. En la obra de Descartes, los tres aspectos señalados no están tan relacionados como uno podría esperar (y como el propio autor probablemente habría deseado). El año 1633, Descartes estaba a punto de publicar un libro titulado «Le Monde», en el que quería sintetizar su cosmología. Sin embargo, conocedor de la condena

de Galileo en Roma, juzgó prudente retirarlo de la imprenta. Descartes recibió una educación esmerada, que le proporcionaron los jesuitas. En la Europa del siglo XVII los colegios de los jesuitas tuvieron una importancia extraordinaria para la educación de alto nivel, y alcanzaron un prestigio que ha llegado prácticamente hasta nuestro siglo. Aquello del «sabio jesuíta» hoy ya está un poco pasado de moda, pero sigue siendo cierto que la educación recibida en los colegios de esta orden deja huella. En la época de la que estamos hablando, los jesuitas daban especial énfasis a las matemáticas y las humanidades. Al terminar sus estudios, Descartes sirvió en el ejército como mercenario, sin que le preocupara demasiado la bandera. De ahí que lo encontremos alistado sucesivamente en bandos católicos y protestantes, dentro del marco de las continuas guerras de religión características de su tiempo. El año 1621 abandonó la lucha y, tras una visita a Italia, en 1625 se estableció en Paris. Aún participó en algún episodio militar, antes de trasladarse a Holanda y vivir veinte años en ese país. Ten en cuenta que en el siglo XVII Holanda fue un país muy importante para el desarrollo intelectual de Occidente. Ya te darás cuenta de eso en las próximas cartas, pero conviene que sepas que en Holanda se refugiaban todos los que, a causa de sus ideas, se sentían incómodos en su propio país. Según parece, Descartes era un hombre más bien tímido, poco comunicativo, católico practicante y sincero (aunque haya quien supone que su ortodoxia era meramente política). En el siglo XVII los ataques y denuncias contra intelectuales son un fenómeno corriente, tanto ante la autoridad de la Iglesia como ante el Estado. Esto último ocurría sobre todo en los países protestantes. También abundan los hombres poderosos que protegen a los filósofos, y parece que Descartes se benefició de ello. A través del embajador francés en Estocolmo entró en contacto con la reina Cristina de Suecia, mujer apasionada y culta. Curiosamente, Descartes le envió un tratado sobre el amor y otro sobre las pasiones del alma. La lectura de estas obras llevó a la reina a requerir la presencia del filósofo en su corte. Descartes aceptó, pero no tuvo mucha suerte. Para empezar, la soberana quería recibir lecciones diarias a las cinco de la mañana, y Descartes no era aficionado a levantarse antes del mediodía. Si le añadimos el frío del invierno escandinavo, no es de extrañar que el filósofo cogiera una pulmonía y se fuera al otro barrio, cosa que ocurrió en febrero de 1650. Como sabes, la obra más popular de Descartes es el «Discours de la Méthode» (1637). Se considera que es el padre del racionalismo moderno, y uno de los pensadores más importantes del siglo XVII. Su influencia sobre la filosofía

modernaestá fuera de duda; en particular, ha conferido a los franceses un estilo de pensamiento culto, lógico y sistemático. La claridad de sus razonamientos nos deslumbra con frecuencia. De todos modos, a veces las cosas pueden ser muy claras pero erróneas. Descartes pensaba que habitualmente el hombre no distingue entre hechos, teorías y tradiciones. Por contra, él aspira a alcanzar una auténtica claridad de pensamiento, sin la cual no ve posibilidad de ningún progreso sólido. Esto debe aplicarse tanto al campo de las matemáticas como a la física, e incluso a la religión. El modelo sería aquel «Cogito, ergo sum» que nos hace ver de forma incontrovertible la realidad de nuestra propia existencia. El método lo expresa muy bien en su obra póstuma «Regulae ad directionem ingenii» (1701): (a) No aceptar nunca como verdadero algo que no podamos reconocer claramente como tal, evitando la precipitación y cualquier tipo de prejuicios. Hay que juzgar teniendo únicamente en cuenta aquello que no ofrece ninguna duda. (b) Dividir una cuestión en partes cada una de las cuales pueda tener una solución independiente. (e) Conducir ordenadamente los pensamientos, desde los más sencillos y obvios, e ir subiendo luego, y con todo rigor, hasta los más complicados. (d) Enumerar y ordenar todos los juicios para no dejarse nada en el tintero. Descartes da muchas más reglas, pero quizá éstas sean suficientes para que te hagas una idea de su estilo. Descartes admitía que el alma estaba separada del cuerpo, y que esto no ofrecía duda. De forma semejante admite la existencia de Dios. Ya te he dicho que Descartes hizo grandes progresos en matemáticas y física, pero no está claro que los lograra usando su propio método. A mí me parece dudoso que con ese método se haya descubierto algo. El descubrimiento científico es irracional; lo que ocurre es que, para validarlo, hay que recurrir al análisis lógico. No existe un método para el descubrimiento y la invención, y en este aspecto nos fallarán tanto Descartes como Bacon. Ambos preconizaron, eso sí, un método para la demostración científica. Pero el descubrimiento científico es otra cosa. Descartes conoció la obra de Galileo, pero no parece que la entendiera, ni que la valorara debidamente. Por su parte, Galileo nunca aplicó el método cartesiano y es probable que, si lo hubiera usado, su aportación científica hubiera sido nula. La cosmología cartesiana considera un Universo infinito y sin espacios vacíos. La materia es continua, y lo que consideramos vacío está ocupado por un éter sutil y elástico. El movimiento de cualquier parte produce movimiento de la totalidad. Esta concepción se hizo añicos con la mecánica newtoniana basada en Galileo y Kepler.

Descartes ve al hombre como un animal al que se ha añadido el alma, que le proporciona la facultad cognitiva. Imagina que el hombre ha podido existir anteriormente sin alma, ya que –a excepción del pensamiento– todas las demás facultades son automáticas. Por tanto los animales son autómatas. En el pensamiento cartesiano no hay, por tanto, la vieja relación alma/zoe. Los fenómenos vitales son puramente mecánicos, y el descubrimiento de la circulación de la sangre por Harvey le sirve de ejemplo. También trata de explicar mecánicamente el funcionamiento del sistema nervioso, explicando hasta cierto punto lo que entendemos como actos reflejos. Supone que la conexión entre el alma y el cuerpo se produce en la glándula pineal, cosa que pronto se juzgará inverosímil. El automatismo cartesiano se extiende a todo el Universo, que no necesita «primum mobile» ya que se controla a sí mismo. Esta idea estaba más acorde con los nuevos descubrimientos en astronomía y en física que con el viejo sistema aristotélico. Sin embargo, la idea no quedará definitivamente clara hasta el descubrimiento de la gravitación universal. Descartes tuvo un gran opositor en Francia, el provenzal Pierre Gassendi (1592-1655), que no admitió la teoría mecánica de Descartes ni la hipótesis del movimiento perpetuo. Gassendi adoptó la teoría de los átomos, y consideró absurda la duda cartesiana, resaltando el poder de la experimentación por encima de la razón. Aparentemente, Gassendi entendió mucho mejor que Descartes la trascendencia de la obra de Galileo. Ahora hemos de hablar de Francis Bacon (1561-1626), Lord Verulam, Vizconde de St. Albans y Canciller del Reino con Jacobo I. Pese a tratarse de un político sin demasiados escrúpulos, conocedor de la traición, de los turbios manejos del poder político en beneficio propio, y también de la cárcel y del exilio, Bacon es una de las figuras más destacadas y reconocidas entre los artífices de la nueva filosofía. Para acabar de convertir su figura en interesante y enigmática, añádele la sospecha de ser el verdadero autor de obras atribuidas a Shakespeare. La aportación de Bacon a la ciencia es prácticamente nula, muy inferior a la de Descartes, pero su influencia sobre el pensamiento científico es igual o mayor, aunque diferente. Algunos coetáneos que fueron verdaderos científicos, como el propio Harvey, no valoraron gran cosa a Bacon. Parece que Harvey, reticente, dejó constancia de que Bacon «escribía filosofía como un Lord Canciller». Bacon propugnó una investigación basada únicamente en hechos. Estos pasarían luego por una especie de molinillo lógico automático, del que saldrían

las conclusiones por sí solas. Esto es la base de la doctrina filosófica llamada empirismo. El método tiene de entrada un inconveniente, y es que el número de hechos es infinito. No podemos abarcarlos todos. Si hemos de escoger, es cuestión de fortuna: la elección puede ser acertada, o vacía y estéril. La buena elección delhombre de ciencia se halla siempre subordinada al dominio de su arte, del mismo modo que el poeta escoge, sin darse cuenta, las palabras y las oraciones justas. La métrica no hace poetas. Del mismo modo, la selección de los hechos críticos y la ocurrencia de una hipótesis acertada no obedecen a ningún tipo de método. El método sólo es útil para la verificación. Es más, a veces ocurre que la verificación enmascara la verdadera génesis del descubrimiento. El orden con que se cuenta un gran descubrimiento para que pueda ser aceptado y el modo de poner en pie una teoría científica, con reglas necesariamente estrictas, tienen poco que ver con su verdadero origen. Esta es una dificultad muy difícil de superar para hacer una historia verídica de la ciencia moderna. Por el mismo motivo que la ciencia no se aprende en los libros, ni en los artículos de las revistas, sino por medio de la observación directa de los fenómenos y el ejemplo de los auténticos maestros. Una vez generada, la verdad científica se integra en un cuerpo de conocimientos coherentes, lógico y transferible, pero que no se trasciende necesariamente a sí mismo. En este sentido Bacon se queda a oscuras, tanto como los pensadores que le precedieron. La gran obra de Bacon es «Novum Organum» (1620), título alusivo al Organum o lógica aristotélica. En él encontramos los famosos cuatro ídolos inductores de error: (a) Idolos de la Tribu, falsedades propias de la Humanidad, que surgen principalmente de la suposición de que la realidad a nuestro alcance ha de corresponder necesariamente con un orden en la naturaleza; (b) Idolos de la Caverna, inherentes a nuestros prejuicios y a las peculiaridades de nuestra personalidad; (c) Ídolos del Mercado, falsedades del sistema de pensamiento que ha surgido de situaciones establecidas o coyunturales; (d) Ídolos del Teatro o errores que provienen de la influencia que la dialéctica y las palabras vacías tienen sobre nuestra mente. Quizá habría que añadir los Ídolos de la Academia, inductores de errores debidos a la aplicación ciega de alguna norma, por sabia que sea. Bacon supo encontrar un lenguaje sugestivo y pintoresco, que preconiza el espíritu crítico de la ciencia moderna y hace una invocación mágica del método experimental. «Toda la verdadera y fructífera filosofía natural tiene una doble escala o un doble camino, ascendiente y descendiente, subiendo de los experimentos al hallazgo de las causas, y bajando de las causas a la invención de

nuevos experimentos; creo que estas dos partes deben ser seriamente consideradas y estudiadas.» Un poco más adelante en «Novum Organum», Bacon utiliza el símil de las hormigas, las arañas y las abejas. «Todos los que se han ocupado de las ciencias han sido hombres de experimento u hombres de dogma. Los hombres de experimento se parecen a las hormigas, que recogen materiales y luego los utilizan. Los dogmáticos se parecen a las arañas, que tejen la tela a partir de su propia sustancia. Las abejas, en cambio, están a mitad del camino entre unas y otras: toman los materiales de las flores del jardín ... y los transforman y digieren ... hasta convertirlos en sustancia propia. Parecida a ésta es la verdadera función de la filosofía; para ella, nada ha de residir únicamente ... en los poderes de la inteligencia, y tampoco debe tomar indiferentemente todo lo que pueda de la historia natural o de los experimentos mecánicos, y guardarlo todo en la memoria tal como llega, sino que debe asimilarlos y aprovecharlos. De la unión íntima y pura entre estas dos facultades, experimental y racional (algo que hasta hoy no se ha hecho) se puede esperar mucho». Bacon también pone de manifiesto la gran brecha intelectual que hay entre el siglo XVII y la Edad Media. Resumiendo esquemáticamente su aportación, puedo indicarte lo siguiente: (a) Impulsó el empirismo. (b) Entendió que la motivación deliberada de la ciencia podía ser el interés práctico: «Saber es poder» (c) Subestimó la importancia del razonamiento, y se le escapó el valor de la reducción a un modelo matemático. (d) Contribuyó decisivamente a una corriente social que dibuja el científico como un tipo humano peculiar, diferente del filósofo y también del humanista, y que se caracteriza por una actitud nueva, reflexiva frente al mundo exterior. (e) Contribuyó a una corriente de pensamiento que tendría grandes repercusiones en todos los campos: filosófico, ético, psicológico y político. Esta corriente encaja bastante bien en una acepción amplia del término liberalismo. Como él mismo afirmó, hizo sonar una campana que supo convocar a los espíritus. El verdadero iniciador del método experimental es Galileo, pero Bacon tiene el mérito de ser el primer gran filósofo del método experimental. Además, también fue el primero en señalar la necesidad de una organización social de la ciencia, considerando que el progreso científico no puede surgir de la actividad de hombres aislados. En su novela utópica «New Allanas», Bacon demanda el establecimiento de laboratorios organizados. Este gran sueño estimuló a sus contemporáneos, que lo hicieron realidad a través de la Royal Society.

El primero en poner en práctica los principios anunciados por Bacon tal vez fue Harvey, pese a su menosprecio por los escritos del Lord Canciller. Por otra parte, cuando el sueño del «New Atlantis» se puso en práctica se vio que las más altas adquisiciones de la naturaleza humana seguían siendo el logro de investigadores que trabajaban solos en una atmósfera enrarecida, a la que apenas nadie tenía acceso. La culminación de la ciencia del siglo XVII fue personificada por Isaac Newton, que fue un investigador de ese tipo. Su trabajo fue muy personal y pocos –incluso entre sus colegas de la Royal Society– estaban preparados para darse cuenta de su importancia. Pero la idea de Bacon no era mala, y la experiencia posterior ha demostrado que el progreso científico ha ido con frecuencia unido al trabajocolectivo en pos de un objetivo común. Por desgracia, las universidades del siglo XVII no fueron receptivas en este sentido, pero fuera de ellas surgió el movimiento de las academias y sociedades científicas que ya te he mencionado. De hecho precedieron a Bacon, pero éste supo entender su sentido, y elaborar su filosofía. Pese a que la Royal Society no se fundó hasta el año 1662, sus raíces arrancan de 1645. Por tanto, hoy en día tiene 339 años de vida ininterrumpida, lo que le permite empezar a competir en duración con las viejas escuelas de la antigüedad clásica: el Museo de Alejandría y la Academia de Atenas. Hay que reconocer que la Royal Society ocupa un lugar único en la historia de la ciencia. Sus orígenes son casi novelescos. alrededor de 1645, un grupo de jóvenes entusiastas empezó a reunirse periódicamente en una posada de Londres. Nunca pidieron ayuda de la Universidad, y se llamabam a sí mismos «Colegio Invisible». El primer grupo lo formaron Wallis, Wilkins, Boyle, Ent, Glisson, Hartlib, Haak, y más adelante Petty, Ward y Christopher Wren. En el año 1648 el rey prohibió sus reuniones, pero éstas continuaron clandestinamente, primero en casa de Wilkins y luego en el Waldham College de Oxford. Se conserva el acta de la reunión del 3 de octubre de 1651, a la que asistieron Wren, Pepys, Evelyn y Hooke entre otros. Alrededor de 1660, al mejorar la situación económica del país, el número de personas interesadas por la ciencia aumentó, y con ello el número de «Invisibles». El 28 de Diciembre de 1660, tras una lección de matemáticas impartida por Wren en el Gresham College, hubo una reunión en el domicilio de Mr. Rocke. Se habló de fundar una sociedad, colegio o academia «para impulsar el progreso del trabajo experimental en los conocimientos físico-matemáticos». Una cuota de un chelín por semana serviría para cubrir gastos. Esta cuota se mantuvo hasta mediados del siglo XIX. Tras dos años de funcionamiento provisional, el 15 de julio de 1662 se recibió una notificación del rey Carlos II que consolidaba la denominación de Royal Society. La fundación de la Sociedad

originó una explosión de literatura científica, incluida una nueva edición de «New Atlantis», publicada en 1660 con un apéndice de Esquire en el que se expone una serie de útiles y raras invenciones con objeto de divulgarlas en todo el mundo. Esto sirvió para situar a Bacon, ante los ojos de todo el mundo, como el inspirador de esta agrupación científica. Unos cinco años más tarde, el obispo Spratt publicó la primera historia de la Royal Society. En el frontispicio del libro se representa al rey, en un busto sobre una columna, a su izquierda Bacon como Artium Instaurator, y a su derecha el primer presidente. El recinto en el que se encuentran está rodeado de instrumentos científicos, y en la parte superior puede verse el escudo de armas de la Sociedad con el lema «Nullius in verba». El lema intenta indicar sin rodeos su misión: no ocuparse de palabras sino de hechos. Desde sus inicios, la Sociedad levantó actas de sus reuniones. Todavía se conservan, y las actas de determinados periodos han sido publicadas como una recopilación de la historia de la Sociedad. En su lectura encontramos por primera vez ciencia moderna, tanto por lo que respecta al contenido como por el estilo, y por la participación de muchos autores. También se conservan cartas dirigidas a la Royal Society por sabios extranjeros. Entre ellas llaman la atención las enviadas por Malpighi, que debieron ser muy numerosas, e impresionaron tanto a los miembros de la Sociedad que decidieron publicar la mayoría de ellas. Algunas páginas de estos libros de actas son dignas de ser fotografiadas y enmarcadas por su gran interés histórico. Por ejemplo, en el acta del 18 de febrero de 1674 leemos «Mr. Isaac Newton, James Hoare Jr., Esq., son admitidos.» Los problemas tratados son variadísimos, e incluyen invenciones prácticas, experimentos de hidrostática, problemas de matemáticas, observaciones astronómicas o el aspecto microscópico de minúsculos insectos. La Royal Society muestra una cierta inquietud por promover la innovación tecnológica. El día de San Andrés, 3o de noviembre, había una celebración anual, y se imprimía una hoja con todos los miembros. Todavía se sigue celebrando, y si cae en domingo se aplaza al día siguiente. Una copia del acta del día de San Andrés de 1663 nos permite saber que el número de miembros era 130. La presidencia de la Royal Society es sin lugar a dudas el más alto honor al que puede aspirar un hombre de ciencia inglés. Fíjate en algunos nombres de la lista: Newton, Davy, Huxley, Lord Kelvin, Lord Lister, Lord Raleigh, Crookes, J. J. Thompson, Sherrington o Rutherford. Los más recientes son en su mayoría premios Nobel. Hija, ante un logro de este tipo uno no puede dejar de sentirse admirado, y de entonar con entusiasmo la segunda estrofa del «Gaudeamus igitur».

Un tema que, en los primeros tiempos, fue objeto frecuente de debate en la Royal Society fueron las transfusiones de sangre. Ello me da pie para redondear el cuadro que estoy intentando, hablándote de uno de los principales impulsores de esta práctica, pese a que haya pasado a la historia sobre todo como un gran arquitecto. Su nombre ya ha aparecido antes, pero como tú lo conoces poco (o tal vez nada), debo destacarlo, y con toda justicia, como una de las figuras más representativas de la Royal Society en el siglo XVII. Me refiero a Christopher Wren, nacido en 1632. Estudió hasta los catorce años en la Westminster School, y destacó en matemáticas y lengua latina. Después trabajó como ayudante de Sir Charles Scarborough en el anfiteatro anatómico del Surgeon's Hall de Londres. Disecó abundantemente y practicó la inyección vascular de preparaciones anatómicas. A los 17 años fue a Oxford, y se graduó dos años más tarde. En 1667 fue nombrado catedrático de Astronomía en el Gresham College de Londres, y más tarde volvió a Oxford para ocupar una cátedra de la misma materia. Ayudó a Willis, médico de Oxford y pastor protestante, a preparar sus dibujos anatómicos, y las planchas para imprimirlos. Se ha dicho que en muchos detalles los dibujos son más precisos que las descripciones de Willis. En esa época, Wren practicó la transfusión de sangre en diversos animales y, bajo su inspiración, Lower hizo el primer ensayo en humanos. Algunos resultados espectaculares de revitalización dieron pie a la idea de que mediante este procedimiento se podría rejuvenecer a los viejos, e imbuir espíritu combativo a las personas endebles y pusilánimes. Esta idea errónea impresionó mucho a la sociedad, y por desgracia dio pie a prácticas monstruosas de tráfico de sangre que han llegado hasta nuestro siglo, pese a que fueron muy pronto perseguidas por la ley. Wren desarolló nuevas técnicas de impresión, e inventó máquinas de agua, proyectores de dibujos, los primeros termostatos para hornos, nuevos compuestos químicos e incubadoras para huevos, y mejoró relojes de péndulo, mediciones astronómicas y de longitud y latitud geográficas. Su cerebro lo devoraba todo ávidamente, y sus manos tenían gran destreza y actividad. En Wren se hace realidad la unión preconizada por Bacon entre saber y poder. No olvides que, en el siglo XVII, esta unión sólo se pudo confirmar en la astronomía y la mecánica, que permitieron un progreso enorme en cartografía y en el arte de navegar. Entre los veinte y los treinta años, nuestro hombre tenía una gran afición a las matemáticas, y se divertía resolviendo problemas de gran dificultad, a los que

no se había hallado solución. Es famosa su resolución de un problema que Pascal había propuesto a los geómetras ingleses, y que éstos devolvieron con un problema adicional que, según la versión inglesa, los franceses tardaron cincuenta años en resolver. Nuestro personaje fue el primero en recomendar el uso de aceites aromáticos para limpiar heridas, por lo que puede ser considerado un precursor de la cirugía aséptica. Más tarde se dedicó a la arquitectura, en la que su fama alcanzaría la cima. Entre sus obras destacan el Sheldonian Theatre de Oxford (1663), en el que se celebran ceremonias académicas, y más tarde la conclusión de la catedral de Saint Paul de Londres. En ella está enterrado, bajo una lápida con la siguiente inscripción: SUBTUS.CONDITUR.HUIUS.ECCLESIAE.ET.URBIS.CONDITOR. CHRISTOPHORUS.WREN.QUI.VIXIT.ANNOS.UTRA. NONAGINTA.NON.SIBISED.BONO.PUBLICO.LECTOR.SI. MONUMENTUM.REQUIRIS.CIRCUMSPICE.OBIIT.XXV. FEB.AETATIS.XCI.AN.MDCCXXIII. Christopher Wren fue además un gran gentleman, de quien se dice que tuvo amores con la reina. Tuvo una vida muy activa y muy larga: nada menos que noventa y un años. No te extrañe que se le haya considerado uno de los hombres más grandes que ha tenido Inglaterra, comparable a Newton y a Shakespeare. En los primeros tiempos de la Royal Society hubo otras figuras de enorme talla, como Boyle y Hooke, y otros personajes dignos de ser recordados, como Power, Finch y Grew. Con el soberbio eco de «SLMONUMENTUM.REQUIRES.CIRCUMSPICE», pongo fin a esta carta, casi exhausto de tanta emoción, pero con el mismo afecto de siempre.

32. LA FILOSOFÍA EXPERIMENTAL

Barcelona, 9 de junio de 1984 Querida Nuria: Finalmente leerás tu Tesis de tercer ciclo el día 25. Para mí es un motivo de

gran satisfacción; para tí, el fin de una etapa de tu formación. Hoy en día el doctorado no otorga magisterio universitario como ocurría en el pasado, pero confiere una cualificación que permite considerarse miembro de la comunidad científica. Por otra parte, con lo que sé acerca de tu trabajo y después de dar un vistazo a la Memoria, puedo añadir que es una buena Tesis. Espero que los colegas franceses lo reconozcan, igual que ocurriría si la Tesis fuera evaluada en nuestro país. Estarás de acuerdo conmigo en que haciendo una Tesis doctoral se aprenden muchas cosas que sería difícil asimilar mediante otro sistema. Te adentras en una temática que es conocida por una o unas pocas personas con las que te comunicas a todo lo largo de tu trabajo. Por otra parte, es algo que has de resolver en solitario. Durante la Tesis también te familiarizas con las servidumbres del trabajo experimental. Llega un momento en el que te sale de dentro una actitud exigente y crítica, que te hace repetir una y otra vez los experimentos que no están suficientemente claros. Luego hay que recapitular cuáles son las preguntas clave que has sabido formular experimentalmente, y ver qué te dicen las respuestas obtenidas. Finalmente hay que preguntarse para qué ha servido lo que has estado haciendo durante una serie de años, y es entonces cuando aplicas el engaño obligado: un orden lógico de exposición que inventas cuando está todo hecho, y que sirve para escribir una historia que no ha existido nunca. Sólo la utilizarás para que tu trabajo sea admitido por la comunidad científica, y para que pueda encajar de modo coherente en sus antecedentes. Más adelante, cuando se transforme en artículos de revista, el trabajo aún sufrirá otro moldeado formal, que de hecho lo alejará más de la vivenciade la investigación y del verdadero origen de las buenas ideas que pueda contener. Si, a distancia, alguien se interesa por el tema, lo único que tendrá a su alcance será ese producto final. Es un proceso inevitable y generalizado. Además, al tratarse de temas muy especializados, cuando en una etapa posterior alguien integra esos conocimientos en un marco más general — por ejemplo, la regulación humoral en las aves— lo hace forzosamente a mucha distancia del verdadero origen de los conocimientos, y de un modo no muy diferente de los autores anteriores a la revolución científica, que creían que toda la verdad estaba en los libros. Ya sabes que he dirigido muchas tesis doctorales: cerca de cuarenta. Lo que me ha resultado más gratificante han sido los momentos en los que a mí o a mi discípulo se nos ha ocurrido una buena idea. De todos modos, tal vez a causa de mis prontos humanísticos, también recuerdo con satisfacción las ocasiones

en que he podido inventar una historia acerca de descubrimientos que el doctorando había hecho a base de dar palos de ciego o, en los casos más afortunados, por «trial and error». Encontrar un orden lógico que sirva para explicar los resultados de una investigación equivale a descubrir cómo debían haberse hecho las cosas. Pero eso está únicamente en nuestra mente, y las cosas se hacen como se hacen. Ahora bien, hay que admitir que una actividad continuada que incluya todos los elementos de los que te estoy hablando produce una mentalidad cada vez más fértil y creativa, como mínimo en sentido estadístico. Ha habido tesis doctorales memorables, como la de Max Planck sobre la radiación de un cuerpo negro (1900), que constituye una de las mayores revoluciones de la física contemporánea. Viene a ser como la Cavalleria Rusticana de Mascagni, la primera y mejor ópera de este autor, que supuso la creación de un nuevo estilo en la lírica italiana, que hoy conocemos con el nombre de verismo. Pero esto no es lo habitual, sobre todo en las disciplinas de carácter experimental. Lo más corriente es que la etapa más creadora de la vida de un científico se restrinja a un periodo de cinco o diez años, y que el resto de su carrera, tanto anterior como posterior, sea mucho menos interesante. La etapa creadora se caracteriza por la presentación de verdades auténticas y nuevas, fecundas y adoptadas por otros investigadores que las culminan y amplían. Como dijo Claude Bernard, «un gran descubrimiento es un suceso que, al aparecer en la ciencia, da pie al nacimiento de leyes luminosas, cuya claridad disipa un gran número de oscuridades y muestra vías nuevas. Hay otros hallazgos que, aun siendo nuevos, no aclaran muchas cosas: son los descubrimientos pequeños.» Me parece que tu Tesis te ha dado la oportunidad de experimentar en tí misma el fenómeno de la creatividad humana, del modo que hoy se considera imprescindible para dedicarse con éxito a la investigación científica. Este es el momento de emprender las mejores aventuras intelectuales. Es el momento de dirigir la mirada a las estrellas y seguir adelante. Es, desde luego, una opción a tu alcance, y para la cual se puede decir que estás preparada adecuadamente. De algún modo, ya eres un personaje de la historia que estoy intentando contar en estas cartas. En último término, lo que lleva a un joven de nuestro tiempo que quiera dedicarse a la ciencia a seguir el camino que tú ya has andado no es otra cosa que la revolución científica. De ahí que la historia esté implícita en lo que has hecho, y en lo que puedas hacer a partir del próximo 25-J. En la última carta te hablaba de la filosofía experimental, e intentaba reflejar

el ambiente intelectual de los protagonistas de la revolución científica. En realidad, hasta ahora apenas te he hablado de las grandes aportaciones de la ciencia del siglo XVII, pero espero hacerlo próximamente. Hoy me gustaría completar la última carta en algunos aspectos. En el siglo XVII, la filosofía experimental se consideraba una cosa nueva y revolucionaria. De ahí que haya toda una literatura concomitante, tanto para justificarla y defenderla como para criticarla. En el primer grupo destacan las obras de Boyle; entre sus oponentes, las de Stubbe. Alguien llamado Glanwill escribió un elogio entusiasta de la nueva filosofía, basado en los experimentos hechos por miembros de la Royal Society y muy especialmente por Robert Boyle. El libro se titula «Plus Ultra» (1668), y dio lugar a otro de réplica, escrito por Stubbe y titulado «The Plus Ultra, reduced to Non Plus» (1670). Pese a su defensa del clasicismo, este libro está escrito en un estilo genuinamente moderno y puede verse, más que como la continuidad de la ciencia humanística, como el inicio de una actitud neoclásica que ha persistido hasta nuestros días. Los filósofos experimentales inventaron lo que hoy conocemos como revista científica, una publicación periódica que recogía los trabajos experimentales presentados y discutidos en sus reuniones. La primera de esas revistas fue «Philosophical Transactions», cuyo primer número se publicó en 1664 y aún perdura en la actualidad. Sólo sufrió una breve interrupción entre 1678 y 1683, debido a dificultades económicas. Sus páginas son el mejor documento para hacer una historia de la ciencia del siglo XVII. Ya te he contado que la Royal Society también publicó actas de sus reuniones, pero sólo hasta el año 1687. Ese año memorable, la Sociedad también publicó los «Philosophiae Naturalis. Principia Mathematica» de Isaac Newton. El presidente era Pepys, cuyo contraste con Newton era tan grande que resulta difícil entender cómo pudo llegar a presidir la Institución. La personalidad de Pepys no tiene nada en común con la de Newton, y hasta puede considerarse opuesta al verdaderoespíritu de la ciencia. Los escritos de Pepys, hoy en día, sólo son un documento acerca de las costumbres de la alta sociedad inglesa del siglo XVII, y de sus gustos y preferencias. En especial sobre cancioncillas de amor, la mayoría de las cuales encuentro cursis y enfáticas y, por si fuera poco, escritas para contratenor, una voz que nunca me ha caído en gracia. Por una extraña ironía del destino, ese tío habría de salir bajo el Imprimatur de una de las obras científicas más grandes de todos los tiempos. Así es la vida. Qué le vamos a hacer. También debes tener en cuenta que el propio Newton era un personaje peculiar, diferente de los miembros de la Royal Society, e independiente del

movimiento intelectual de su tiempo. Trabajaba en solitario y no es fácil evaluar los factores que pudieron influir en su carrera. Podía haber nacido doscientos años más tarde sin que nadie le hubiera pisado el terreno. Ahora bien, sin Newton, el movimiento intelectual del siglo XVII habría tenido consecuencias mucho menores. Es obvio que Newton se basa en Galileo y Kepler, y es muy verosímil la influencia de Boyle, pero toda su obra puede considerarse como el resultado de una personalidad aislada, fortísima y singular. La revolución científica del siglo XVII se origina cuando los estudiosos dejan deliberadamente de contemplar el mundo a través de los textos clásicos, y pasan a estudiarlo directamente a partir de los hechos. No obstante, eso ocurre en un momento en que la cultura clásica tiene una difusión extraordinaria en todos los campos. Supongo que tienes bien situado el siglo XVII, con la guerra civil en Inglaterra y esa historia de los puritanos, la decapitación del rey y la hegemonía del parlamento con Cromwell. Es la época del barroco, de Cervantes y Velázquez, de Corneille, Racine y Moliere, de Rubens y Rembrandt. También es la época de los bandoleros, la picaresca, los piratas y los corsarios. La Universidades de aquel tiempo eran extraordinariamente clasicistas, y continuaron siendo así hasta el siglo XIX. La asimilación de las ideas científicas por esas instituciones es un fenómeno reciente, y coincide con el renacimiento de la Universidad; obviamente, no es una coincidencia casual. Sin embargo, el espíritu de la revolución científica nunca ha logrado integrarse del todo en la Universidad. No ha sustituido al Humanismo, ni se ha producido una síntesis entre las dos corrientes intelectuales. En la Universidad moderna, la del último siglo, hay una emulsión entre cultura científica y cultura humanística. A veces predomina una, a veces otra. Al principio, las sociedades científicas y las academias produjeron más ciencia que la Universidad. Más tarde, cuando la época de las sociedades científicas quedó atrás, la Universidad hubo de competir con otras instituciones. En nuestro tiempo la competencia viene de los grandes laboratorios industriales y de los institutos estatales de investigación. Unos y otros contribuyen al progreso de la ciencia, muchas veces con ventaja clara sobre las Universidades más poderosas del mundo. Nadie sabe exactamente a qué se debe esta disociación, y se ha llegado a decir que en el futuro toda la creación científica quizá tenga lugar fuera de la Universidad. A los profesores universitarios de ciencias de mi generación, esta idea nos repugna profundamente. El motivo es que muchos, entre los que me cuento, hemos visto la carrera docente como la forma más idónea de ejercer la profesión científica. Por otra parte, no podemos dejar de reconocer que, en nuestra

época, el papel social de la Universidad está muy alejado de ese ideal. Es difícil saber qué futuro nos espera en este asunto. Para lo que yo pretendo con estas cartas, basta con ser consciente de que la ciencia se originó fuera de la Universidad o incluso en contra de ella. De todos modos, tanto entonces como ahora, la mayor parte de los científicos han tenido formación universitaria, yen muchos casos han colaborado en el magisterio. Haré todo lo posible por asistir a tu exposición y defensa. Estoy seguro de que te desenvolverás con brillantez, y con el más cautivador de los estilos. Afectuosamente,

33. HARVEY Y LA CORRIENTE IATROFÍSICA

Barcelona, 17 de junio de 1984 Querida Nuria: Con frecuencia se ha dicho que la Física siempre va por delante de la Biología. Sin embargo, el análisis histórico pone de manifiesto lo contrario. Recordarás que la cosmología de la Antigüedad en el fondo es biología. Además, en Aristóteles, el desarrollo de los conocimientos biológicos es muy superior al de los físicos. Se puede considerar a la «Fabrica» de Vesalio como la primera obra científica moderna, y al compararla con «De Revolutionibus» hallamos en esta última muchas menos aportaciones originales, y una ubicación más acusada dentro del pensamiento medieval. Si la afirmación de que la Biología va por detrás de la Física se basa en suponer que el objetivo de la primera es explicar la vida en términos físicos, la afirmación es evidente por sí misma. Pero la afirmación no se refiere a esto, ni tampoco al desarrollo histórico de una y otra ciencia, sino a las consecuencias que los descubrimientos de la Física han tenido para el progreso de la Biología desde Galileo hasta hoy. La revolución científica del siglo XVII es fundamentalmenteuna revolución de la ciencia física y repercute directamente en la Biología, de modo particular en la fisiología cuantitativa, en la introducción del microscopio, y en la neumática o física del estado gaseoso. Ya te he indicado que, pese a las grandes aportaciones hechas por Vesalio, el esquema fisiológico aceptado siguió siendo el galénico. Este había desterrado la vieja ilusión de que las arterias y el ventrículo izquierdo del corazón estaban llenos

de aire. Consideraba que la sangre de color rojo claro debía su color a la presencia de «pneuma». Éste venía del aire, y era introducido por inhalación hasta los pulmones. Desde ahí pasaba al ventrículo cardiaco izquierdo, para mezclarse con la sangre y llegar con ella a todas las partes del cuerpo. La sangre sin «pneuma», de color rojo oscuro, tenía su centro en el hígado, donde se formaba a partir de los alimentos procedentes del tubo digestivo. La sangre transportada a través de las venas se iba convirtiendo en carne, y el resto llegaba al ventrículo derecho del corazón. Allí era purificada, y el desecho era recogido por las arterias pulmonares. La pared entre ambos ventrículos estaba atravesada por finísimos poros, a través de los cuales la sangre pasaba al ventrículo izquierdo y se mezclaba con el «pneuma». Este es el esquema galénico, que ya te había descrito en una carta anterior. En dicho esquema, el movimiento de la sangre queda muy impreciso, y se da por supuesto que en las venas puede moverse en los dos sentidos. Durante mucho tiempo, antes y después de Galeno, se ha creído que el alma residía en la sangre. Todavía hoy, algunas sectas religiosas lo siguen creyendo, y por este motivo prohiben comer sangre, así como hacer transfusiones. Es interesantísimo darse cuenta de que, sólo con los textos galénicos como base, el árabe Ibn Al-Nafis llegó a postular la circulación menor de la sangre (es decir, que la sangre sale del corazón por la arteria pulmonar, camino de los pulmones, y vuelve al corazón por la vena pulmonar). No parece que esta idea tuviera influencia alguna en Occidente, donde la circulación menor de la sangre está asociada al nombre de Servet. Miguel Servet i Revés nació en el año 1511 en la franja geográfica limítrofe entre Cataluña y Aragón, habitada originariamente por catalanes. El pueblo natal de Servet, Vilanova de Xixena, fue fundado por Ramon Berenguer IV, y más tarde dependió de la jurisdicción episcopal de Lérida. Servet fue un personaje enormemente inquieto, un renacentista típico. Viajó por Europa y residió una temporada en Estrasburgo. Allí publicó su primer libro, titulado «De Trinitatis Erroribus», en el que desarrolla sus ideas religiosas, que fueron consideradas de tendencia arriana. De hecho dieron lugar a ásperas críticas, tanto por parte de los católicos como de los protestantes. Quedó tan desprestigiado que se sintió obligado a huir de la ciudad. Se refugió en Lyon, en casa de un médico. Según parece, en ese periodo descubrió su afición por la medicina. Más adelante se trasladó a Paris, donde conoció a Vesalio. Se aficionó a pronunciar discursos ante los estudiantes, y uno de sus temas preferidos era la influencia de los astros sobre la salud corporal. Estos discursos le crearon problemas con los teólogos de la Sorbona, y hubo de huir de nuevo. Se estableció como médico en

Vienne, junto al Ródano, y pasó unos años tranquilos. Fue en esa época cuando, como resultado de sus reflexiones teológicas, escribió un libro titulado «Christianismi Restitutio». Desde Vienne escribió a Calvino, e intentó convencerle de sus ideas. Al no lograrlo, optó por criticarlo virulentamente, hasta el punto de que a Calvino se le acabó la paciencia y lo denunció a los tribunales de la Inquisición católica. Servet fue encarcelado, pero al poco tiempo logró evadirse. Sorprendentemente, no se le ocurrió nada mejor que buscar refugio en Ginebra. Se cree que pretendía atacar a Calvino en su propio entorno, sumándose al partido anticalvinista de la ciudad. Pero a Calvino no le pilló de improviso, y en un abrir y cerrar de ojos Servet se vio otra vez en la cárcel. El tribunal de Ginebra lo condenó a morir en la hoguera, con la aprobación de las asambleas protestantes. La sentencia fue ejecutada el 27 de octubre de 1553. Es muy probable que Calvino utilizara el ataque a Servet simplemente para reforzar su propia posición política en Ginebra, aprovechando que la víctima estaba igualmente mal vista por los protestantes y por los católicos. La lucha contra algunos tipos de herejes estaba por encima del interés partidista, y parece que Servet era un hereje químicamente puro. Más tarde, los católicos rehabilitarían la memoria de Servet, y tendría una estatua en París y otra en Madrid. En «La restauración del cristianismo», Servet escribe sobre teología. No obstante, piensa que para comprender el espíritu humano hay que conocer el cuerpo, y sobre todo la sangre, dada su importancia espiritual. Se cree que pudo ser ésta la razón por la que Vesalio, Fabrizio y otros anatomistas eludieron abordar el tema. Pero Servet no se andaba con tonterías, y le gustaba ir al grano. «Para llegar a una idea cabal de las relaciones entre la vida espiritual y la física —escribe— hay que conocer los tres elementos vitales: la sangre con su asentamiento en el hígado y las venas, el espíritu vital en el corazón y las arterias, y el espíritu animal situado en el cerebro y los nervios. El espíritu vital es comunicado al hígado por el corazón, tal como vemos en el embrión: el corazón es lo primero que se mueve. El hígado provee de sangre al corazón, y éste la envía a los pulmones desde el ventrículo derecho. Allí se purga y se mezcla con el aire inhalado, volviendo al corazón por la vena pulmonar que lleva al ventrículo izquierdo. No hay paso de un ventrículo a otro, como lo indica la solidez de la pared que los separa.» La descripción que Servet hace de la circulación pulmonar es contundente, pese a basarse en la pura especulación y a tener escasa o nula relación con la práctica de la disección, que Servet había practicado con el mismísimo Vesalio. En el fondo, parece que únicamente trata de interpretar correctamente a Galeno, con

objeto de introducir sus conclusiones en la especulación mística y teológica. Tras la muerte de Servet, la mayoría de los ejemplares del libro fueron quemados. Además, la cita mencionada no es fácil de encontrar dentro del texto. Pese a ello, al cabo de poco tiempo la idea de la circulación menor aparece por doquier. Colombo, a quien ya te he citado como discípulo de Vesalio (y que, por cierto, es el único autor citado por Harvey), parece haber adoptado la idea de la circulación menor de Cesalpino, que pasó a la posteridad sobre todo como botánico. No es demasiado creíble que fuera así, y es posible que su verdadera fuente fuera Servet. En «De re anatomica», publicado seis años después de la muerte de Servet, hay una descripción con frases prácticamente textuales del libro de Servet, y es posible que Colombo no se atreviera a citarlo. El mérito de Colombo es la adición de una serie de observaciones y de experimentos originales que no se encuentran en el «Christianismi». El papel de Cesalpino y del propio Colombo en el descubrimiento de la circulación menor de la sangre ha sido sobrevalorado por los historiadores italianos modernos. Con todo esto, ya te he puesto al tanto de los precedentes de Harvey, y de su obra sobre la circulación de la sangre, que es fundamental dentro de la ciencia del siglo XVII. William Harvey nació en Folkestone en 1578. Allí se puede contemplar una estatua en su honor, aunque Folkestone no sea más que un pueblo en el que sólo se ven ancianos indiferentes a su memoria. Harvey tuvo una educación esmerada, y se graduó en Cambridge. Luego viajó por diferentes partes del continente, y pasó por Padua cuando Fabrizio, el discípulo de Vesalio del que ya te he hablado, ejercía el magisterio en su célebre escuela anatómica. Tras cuatro años en Padua, Harvey se graduó en medicina y volvió a Inglaterra para ejercer en Londres, donde trabajó en hospitales y alcanzó un gran renombre. Fue elegido miembro del Colegio de médicos de Londres, y fue médico de cabecera de los reyes Jacobo I y Carlos I. En la guerra civil tomó partido por los Estuardo, y su casa fue destruida. Tras la derrota final de los realistas del año 1645, se retiró a la vida privada con ayuda de su hermano. Pese a todo, Harvey siempre fue respetado por sus colegas y contemporáneos. Murió en 1657, y dejó todos sus bienes al Medical College de Londres. Conoció personalmente a Bacon, y habló de él con indiferencia, como probablemente habría hecho el mismo Galileo. La obra en la que Harvey expone la circulación de la sangre se publicó en 1628, y es muy corta: sólo 62 páginas. Está claro que la extensión no es lo más importante. Por su extensión, el librito de Harvey se asemeja al «Sidereus nuncius» de Galileo, y uno y otro son dos milestones de la ciencia moderna. El título de la

obra de Harvey es «De Exercitatio Anatomica de Motu Cordis et Sañguinis in Animalibus», abreviadamente «De Motu Cordis». La primera traducción al inglés, de autor anónimo, es de 1653. Después de hacer una relación de las antiguas teorías y de criticarlas con acierto, Harvey presenta el resultado de sus observaciones sobre el movimiento del corazón. Afirma que el corazón es de naturaleza muscular, y que se contrae espontánea y rítmicamente. Con la fuerza de la contracción, en la que intervienen tanto las aurículas como los ventrículos, impulsa a la sangre por las arterias. Además, aplica genialmente los principios galileanos: (a) Cada vez que el corazón se contrae expulsa dos onzas de sangre; (b) en un minuto, el corazón se contrae setenta y dos veces, y por tanto al cabo de un hora habrá expulsado 2 x 72 x 60 = 8.640 onzas de sangre, es decir, 540 libras (aproximadamente 270 kilos: un peso superior al triple del peso total del cuerpo). Harvey se preguntó de dónde podía salir tanta sangre. La sangre ha de ser como un ejército en el teatro: los soldados que salen por un lado entran por el otro. La circulación de la sangre quedaba demostrada de manera irrefutable. Harvey describe espléndidamente tanto la circulación mayor como la menor. Por desgracia, deja la función de los pulmones en las mismas tinieblas que los autores precedentes. En cambio, destruye la vieja idea de que la sangre se forma en el hígado a partir de los alimentos que vienen del tubo digestivo. También refuta la idea de la doble circulación de la sangre en las venas, utilizando adecuadamente un descubrimiento de su maestro Fabrizio: las válvulas venosas. Demuestra mediante ligaduras el sentido de la circulación en diversos vasos, y la pulsación de las arterias. Plantea la hipótesis del sistema capilar como conexión entre el sistema arterial y el venoso, demostrada poco después por Malpighi gracias al microscopio. Afirma que la sangre arterial alimenta todo el cuerpo, y que la sangre venosa es impura. Eso sí, no entiende cómo los alimentos pasan a la sangre, ni el papel de la respiración. Para ello hacían falta nuevos conocimientos sobre la neumática y el sistema linfático que llegarían más tarde. Con Harvey la mecánica sustituye a los espíritus galénicos, aunque no se pueda desprender totalmente de su apriorismo. En el año 1651, Harvey publicó otro libro titulado «Exercitaciones de Generatione Animalium». Es mucho más extenso que el anterior, pero muy inferior en mérito. En esta obra lo encontramos muy conservador, y aristotélico. De todos modos, recoge observaciones y experimentos realizados durante muchos años, en una recopilación sin precedentes. Con respecto al desarrollo embrionario de diversos animales, Harvey se puede relacionar directamente con su maestro

Fabrizio, a quien siempre se refiere admirativamente. Encontramos afirmaciones memorable; por ejemplo, que todos los animales, incluido el hombre, proceden del desarrollo de un huevo, aunque éste a veces sea muy pequeño y no se pueda observa directamente. Por supuesto, con el tiempo el microscopio demostraría que Harve estaba en lo cierto. Sin embargo, por lo que respecta a organismos más simples Harvey se resiste a abandonar la generación espontánea. Es el primer gran epigenist moderno (es decir, partidario de la idea de que, durante el desarrollo de u] organismo, los órganos se forman paulatinamente a partir de un materia indiferenciado). En los animales inferiores, interpreta la metamorfosis como una reforma directa de órganos rudimentarios de la larva. Comparte con Aristóteles e error de que las ninfas de los insectos son los huevos. Es evidente que sus ideas sobre la reproducción aún son medievales, pero también es cierto que contiener una cantidad extraordinaria de observaciones nuevas. Harvey tuvo de inmediato una gran influencia, pero fue combatido por los conservadores. Por otra parte, había ignorado por completo el descubrimiento de Gaspar Asselli (1531-1626) acerca de las venas lactescentes, en el que despuntaban conocimientos imprescindibles para entender completamente la circulación. Asselli fue inicialmente cirujano militar, más tarde profesor en Pavía y finalmente médico en Milán. En la vivivisección de un perro que acababa de comer, Asselli observó que el peritoneo y los intestinos estaban cubiertos de una trama de hilos blancos. Cortando algunos de ellos, vio que salía un fluido lechoso, desconocido hasta entonces, que impedía que esos vasos se confundieran con nervios. Influido por el apriorismo galénico, supuso que esos vasos eran la conexión entre los intestinos y el hígado. El libro en el que relató todas estas observaciones interesó rápidamente a otros autores. Entre ellos se hallaba Johann Vesling (15981649), alemán de origen pero profesor en Pavía. En 1647, veinte años después de la publicación de Asselli, Vesling hizo una descripción detallada de esos vasos, a los que llamó quilíferos. Más tarde, Jean Pecquet (1622-1774) descubrió el conducto torácico, tronco común de los vasos quilíferos y linfáticos. Con ello contradijo a Asselli, poniendo de manifiesto que los quilíferos no iban del intestino al hígado. Pecquet es un célebre médico francés del siglo XVII, que nació en Normandía pero estudió en tu ciudad actual, Montpellier. Fue médico de Fouquet, famoso secretario de Luis XIV sentenciado al exilio por fraude. Pecquet le acompañó, y gracias a eso sabemos

muchas cosas de él. Por ejemplo, que prescribía el aguardiente en exceso. Thomas Bartholin nació en Copenhague en 1616. Era hijo de un profesor de anatomía de la vieja escuela y, como era corriente en aquella época, en su juventud viajó por diversos países del continente. En Leiden conoció la obra de Harvey. Luego trabajó en Pavía, y más tarde en Nápoles con el viejo Severino. Leyó su tesis doctoral en Basilea, y no volvió a su patria hasta que se le ofreció una plaza de profesor. A partir de 1650, Bartholin se convirtió en un hombre influyente pero improductivo, se volvió fatuo y practicó un escandaloso nepotismo. Murió en 1680, y en la Cátedra le sucedió su hijo, que no tuvo ningún mérito en particular, pese a estar rodeado de un gran prestigio y recibir bastantes honores. Bartholin fue el primero en entender el verdadero significado del sistema linfático. Al comienzo de sus investigaciones no conocía el descubrimiento de Pecquet, y tenía ideas parecidas a las de Asselli. Sin embargo, más tarde descubrió que ese tipo de vasos estaban conectados unos con otros, que se extendían por todo el cuerpo y que contenían un líquido claro como el agua. En un trabajo publicado en 1653, Bartholin afirma que el hígado no puede ser un órgano hematopoyético como se había creído, y que por tanto el alimento no se convierte en sangre en el hígado. Bartholin encontró en otro escandinavo su gran competidor. Me refiero a Olof Rudbeck, nacido en 1630 en la ciudad sueca de Wásteras. Era hijo de un obispo que en su diócesis había fundado una escuela digna de competir con muchas universidades. Rudbeck estudió medicina y empezó a investigar por su cuenta el sistema quilífero recién descubierto. Viajó a otros países, y estudió tres años en Leiden. De vuelta a su país fue nombrado profesor, y se dedicó con gran energía a reformar la enseñanza superior en Suecia. A partir de esa época, la Universidad de Uppsala se convertiría en un centro de gran prestigio. Rudbeck murió en 1702, poco después de que un gran incendio en Uppsala destruyera gran parte de la obra científica que había acumulado. Los mejores trabajos de este anatomista son los de su juventud. Describe muy bien el sistema linfático, con los ganglios y las válvulas. Con Bartholin tuvo una larga polémica acerca de quién había hecho antes los descubrimientos. El sistema linfático es un complemento trascendental de la obra de Harvey. La función hepática pasaría de hematopoyética a digestiva. Eso sí, aún faltaba poner de manifiesto el sistema porta, como la verdadera conexión intestino-hígado cuya existencia habían aventurado los antiguos. Entre los médicos y anatomistas del siglo XVII que pueden considerarse continuadores de Harvey he de citar a Francis Glisson (1597-1677), que estudió

medicina en Cambridge. Se doctoró en 1634, y dos años más tarde fue nombrado profesor. La guerra civil lo llevó a Londres, donde llegó a ser miembro de la Royal Society (y es posible que por eso recuerdes su nombre). Publicó libros sobre el hígado, el estómago y los intestinos. Su obra anatómica es muy valiosa, y un buen testimonio son las cápsulas que aún llamamos de Glisson (constituidas,como bien sabes, por parénquima hepático, y recubiertas de una túnica fibrosa). El pensamiento de Glisson tiene vestigios aristotélicos, y en sus escritos hallamos una mezcla de ideas antiguas y modernas. Entre otras ideas inspiradas, Glisson escribe que la vesícula biliar evacúa por estimulación nerviosa. Un amigo de Glisson fue Thomas Wharton (1614-1673). Estudió en Oxford y ejerció como médico en Londres, donde alcanzó gran prestigio y fue uno de los miembros más distinguidos del Medical College. Creó el concepto de glándula como un órgano de secreción diferente de las vísceras. Describió el páncreas y la glándula submaxilar, cuyo conducto aún lleva su nombre. Situó al lado de las glándulas digestivas las que él llamaba linfáticas y sexuales. Con respecto a la glándula pineal, negó la importancia que le atribuía Descartes, pero admitió que recogía productos de los nervios, y que luego los vertía en la sangre. Con ello surge el concepto de glándula de secreción interna. Wharton también asignó un papel parecido a la hipófisis. Debo mencionar de nuevo a Thomas Willis (1621-1675), discípulo de Harvey y profesor en Oxford. Combatió al lado del ejército real y posteriormente se trasladó a Londres donde, como ya sabes, fue uno de los primeros miembros célebres de la Royal Society. Su obra principal se titula «Cerebri Anatome», y fue ilustrada por el famoso Christopher Wren. Situó en la corteza cerebral el mundo de las ideas y la memoria, y estableció con éxito las esferas funcionales de diferentes nervios. También publicó una anatomía de invertebrados, pero en este aspecto fue ampliamente superado por Malpighi y Swammerdam. Por lo que se refiere al conocimiento del sistema nervioso, debemos añadir la obra del francés Raymond Vieussens (1641-1715), que es justamente otra de las celebridades de Montpellier, donde estudió y fue profesor hasta su muerte, tras un breve periodo en París. Dentro de la corriente biológica iatrofísica, en la que debemos incluir a todos los autores que he mencionado después de Harvey, hay que añadir otras tres figuras particularmente significativas. Una es Giovanni Alfonso Borelli, nacido en Nápoles en 1608. Estudió en Pisa y en Florencia, y fue profesor en Messina y más tarde en Roma, bajo la protección de Cristina de Suecia durante el destierro

de esta última. Murió en un monasterio el año 1679. Gozó de gran fama y puede ser considerado un continuador de Galileo. Como miembro de la Academia del Cimento, desarrolló una actividad de gran polígrafo. Su obra más conocida se titula «De Motu Animalium». En ella introduce el método experimental en Biología, y destaca especialmente en fisiología muscular. Otro personaje de la corriente iatrofísica, que presenta paralelismos humanos y científicos con Christopher Wren y con Borelli, es Claude Perrault (1613-1688). Claude es mucho menos conocido que su hermano Charles, cuyos «Contes de fées» han sido enormenente polulares desde entonces; de hecho, «Chaperon rouge» «Petit poucet», «Le chat botté» y «Cendrillon» casi han pasado a la categoría de cuentos populares. En cambio Claude fue médico, y estudió anatomía imbuido por las nuevas ideas. Sus obras principales son los «Essais de Physique» y la «Mécanique des Animaux». Su pensamiento fue influido por Gassendi, y por tanto se le puede considerar un adversario de Descartes. Más tarde se aficionó a la arquitectura y, emulando a su colega británico Wren, dejó a la posteridad, como testimonio permanente de su genio, la columnata del Louvre. Se dice que su afición a la arquitectura se despertó traduciendo a Vitruvio. Otra obra importante de Perrault, que todavía podemos contemplar, es el Observatorio de Paris. El tercer personaje, con el que cerraré esta carta, es Nicholas Steno (16381686). Danés de nacimiento, estudió medicina, viajó por Europa y se estableció en Italia. Se convirtió al catolicismo y volvió a Dinamarca, donde tuvo grandes contratiempos. Probablemente por ese motivo, volvió a Italia. Fue ordenado sacerdote, y más tarde promovido a obispo. En conjunto, su personalidad es la de un místico. Sin embargo, dejó una importante obra anatómica. Por ejemplo, describió la glándula pineal de muchos animales, con lo cual invalidaba el argumento de Descartes. Desarrolló el concepto de glándula de Wharton, y describió los conductos de las parótidas y las lagrimales. Steno trata también de la fisiología muscular, y destaca especialmente por sus estudios de fósiles, que permiten considerarlo un pionero de la paleontología moderna. Identificó dientes fósiles de tiburón, e inició rudimentos de estratigrafía. También es ejemplar su descripción anatómica de los ovarios del tiburón. Estarás de acuerdo, querida Nuria, en que la aportación de estos personajes es realmente impresionante. Ya estamos en plena revolución científica. Ahora bien, hay que admitir que toda la biología del siglo XVII es un intento un poco frustrado, debido a la falta de los conocimientos químicos apropiados. Se ignora totalmente de dónde viene la energía necesaria para la contracción muscular, y los procesos de la digestión y la respiración continuán envueltos en tinieblas. Hará falta todo un

siglo para aclarar un poco la situación. Entonces, mediante un cierto resurgimiento de la iatroquímica, se pondrán en juego nuevas ideas. Afectuosamente,34. Los MICROSCOPISTAS Begues, 20 de julio de 1984 Querida Nuria: Estoy muy contento de haber podido asistir a la defensa de tu Tesis en Montpellier. Ya sabes que tenía que ir a Salamanca para formar parte de la comisión de las pruebas de idoneidad, y que el inicio se aplazó un par de días para que yo pudiera hacer el viaje. Tu exposición fue verdaderamente memorable, y no sé porqué sorprendió tanto a una parte de la audiencia. Fue ostensible cómo les asombró. La intervención final de Mlle. Astier tuvo un tono solemne, y ni siquiera quise escuchar todo lo que estaba diciendo: hube de desconectar para no emocionarme en exceso. ¡Pobre de mí! Espero que dentro de poco podamos discutir más serenamente, entre tú y yo, y así acabaré enterándome de todo. También espero que me regales un ejemplar de la memoria para leerla en su redacción definitiva. En Salamanca me alojé en el Colegio Fonseca, un edificio del siglo XVII, que es justamente la época donde nos hallamos en nuestra historia. La España de aquel tiempo, extraordinaria por lo que respecta a las letras y las artes, por degracia estaba cada vez más lejos de la revolución científica que se producía en Europa, así como de los cambios sociales derivados del desarrollo del capitalismo como nuevo sistema de producción. En el salón donde estuve trabajando, hoy destinado a la Real Academia de Medicina, hay retratos antiguos de ilustres doctores de la Universidad salmantina, entre los que encontré un confesor de reyes y Gran inquisidor, fallecido en 1630, que muy bien podría ser el tétrico personaje de «Don Carlo». Mirándolo pensé: cuántas cosas debía saber este hombre... Ha sido realmente estupendo que, inmediatamente después de mi trabajo en la vieja Universidad española, nos hayamos reencontrado en Orange para asistir a una magnífica representación de la misma obra en el teatro romano. Un programa mágico y lleno de evocaciones. Por otra parte, el sol poniente sobre las piedras de Salamanca tiene un gran encanto, y en esta época el vuelo de los vencejos es espléndido. En el comedor del Colegio Fonseca hay un cuadro inmenso, probablemente de un pintor del siglo pasado, que representa a Berruguete en actitud reflexiva junto al monumento funerario del arzobispo Fonseca, que acababa de terminar (y que en realidad se encuentra en el claustro del convento vecino de las ursulinas).

Conservo muy viva su imagen, tanto como los recuerdos de las tertulias nocturnas en el Colegio, con universitarios muy interesantes, incluido algún profésor extranjero. Quizá ya hayas adivinado que en alguna de esas tertulias traté los mismos temas de nuestras cartas. De ahí que te escriba ésta en un estado de ánimo que es continuación del que tenía durante aquellos días. Es dudoso y discutible si en la antigüedad clásica se conocían o no las lupas. De hecho, los testimonios más antiguos de la existencia de gafas son de China, y en Europa no se conocieron hasta finales de la Baja Edad Media. El microscopio compuesto se inventó en el siglo XVI, pero las primeras observaciones extraordinarias con este instrumento no se hicieron hasta el siglo siguiente. El verdadero inventor del microscopio puedes considerarlo anónimo. De hecho, lo que encontramos en el siglo XVII son una serie de hábiles constructores de microscopios destinados a un uso propio. Entre ellos se llevan la palma Leeuwenhoek y Hooke. El primero, por unos tipos muy particulares de microscopios simples, y el segundo por los compuestos. La introducción del microscopio es un hecho destacado dentro de la revolución científica, pero conviene distinguir dos épocas: la de los microscopistas clásicos del siglo XVII, que ahora trataremos, y la que va de 1830 a nuestros días. En el periodo intermedio encontramos muy pocos progresos. El primer tratado científico que se basa exclusivamente en observaciones microscópicas es un estudio de la abeja, publicado en 1625 por Francesco Stelluti. Uno de los microscopistas más ilustres de la época clásica es Marcello Malpighi, nacido en 1623 en Crevalcuore, cerca de Bolonia. Como estudiante, llegó a conocer bien a Aristóteles. Tras una interrupción de dos años debida a la muerte de su padre, Malpighi prosiguió sus estudios en Bolonia y se doctoró en 1653. Desde entonces se dedicó a la práctica médica y a la enseñanza, que ejerció en Bolonia, Pisa y Messina. Tuvo gran amistad con Borelli, que era veinte años mayor que él. Malpighi pasó la mayor parte de su vida como catedrático en Bolonia. En 1691 fue llamado por el papa Inocencio XII para convertirlo en su médico de cabecera, y murió en Roma en 1694. A diferencia de la mayoría de sus contemporáneos, Malpighi no escribió grandes tratados sino pequeñas memorias o artículos parecidos a los habituales hoy en día, que publicó en las Philosophical Transactions. Era miembro correspondiente de la Royal Society. Los trabajos de Malpighi no se enmarcan en ninguna teoría general, y tienen como único denominador común el microscopio. Su estilo literario no es muy bueno: le falta calidad e incluso claridad. Ahora bien,

se le puede considerar el verdadero fundador de la anatomía microscópica, tanto animal como vegetal. En su primer trabajo, titulado De pulmonibus observationes anatomicae (1661), Malpighi afirma que los pulmones están constituidos por una red de células de paredes muy delgadas, unidas a las ramificaciones más finas de la tráquea. En otro trabajo estudia el pulmón de la rana, y descubre el sistema capilar como nexo de unión entre venas y arterias. Demuestra experimentalmente dicha conexión inyectando agua por la arteria y observando que sale por la vena, y valora perfectamente la importancia de este descubrimiento para entender la circulación de la sangre. Estudia con particular atención los órganos que considera glándulas, e incluye entre ellas al cerebro. Descubre las células piramidales de la corteza cerebral, y propone que segregan el fluido nervioso que circula por el interior de los nervios. Malpighi también estudió el riñón, el hígado y el bazo. En el primero, establece la dirección de los vasos y los tubuli. Los glomérulos siguen llevando su nombre, igual que los cuerpos foliculares del bazo. También describió los músculos y nervios de la lengua. El microscopista italiano dedicó un estudio detallado al gusano de seda, reflejado en uno de sus escritos más importantes: Dissertatio epistolica de bombice (1669). De ahí viene el nombre de «tubos de Malpighi». El trabajo describe igualmente la metamorfosis, los músculos, los nervios, el corazón, los órganos reproductores, y los aparatos para segregar la seda y depositar los huevos. Además, Malpighi se dio cuenta de la función respiratoria de las tráqueas. Malpighi inaugura la anatomía microscópica de los vegetales, y en ese campo sus observaciones tienen mayor precisión histológica. Hace un estudio comparativo de las plantas leñosas y las herbáceas, afirmando que todas están formadas por pequeñas bolsitas o «utriculi». Descubre la cutícula, el líber de la corteza y los vasos leñosos, que compara con las tráqueas de los insectos debido a los engrosamientos espirales de sus paredes. Es en ese momento cuando contempla la posibilidad de que tengan una función respiratoria común, que cree necesaria para todos los seres vivos. Describe los estomas de las hojas, y establece que sirven para la entrada de aire. Avanza en la intepretación de la respiración, pero sus ideas se vuelven confusas por falta de conocimientos químicos; como consecuencia, no logra desprenderse de las viejas ideas aristotélicas. También trata de la anatomía de las flores, sin descubrir la sexualidad en los vegetales y llevando las comparaciones entre animales y vegetales a extremos gratuitos. Estudia las agallas de los vegetales, y atribuye

acertadamente su origen a los insectos. También descubre los tubérculos radicales de las leguminosas, sin ofrecer ninguna explicación acerca de su origen. Ahora nos toca Nehemiah Grew, nacido en 1628, hijo de un clérigo, y que sería uno de los pocos científicos ingleses que tomaría parte por el bando puritano. En 1671 se graduó en Leiden con una disertación sobre los fluidos del sistema nervioso. Se estableció en Inglaterra como médico rural, y más tarde se trasladó a Londres, donde llegaría a ser secretario general de la Royal Society. Murió en 1712. Tienen especial importancia sus observaciones microscópicas en vegetales, y el establecimiento del concepto de tejido parenquimatoso. Describió células y vasos del tallo con más precisión que Malpighi, pero sobre todo identificó al pistilo como el órgano femenino, y los estambres como el órgano masculino, hablando por primera vez de flores hermafroditas. Las obras de Grew y Malpighi se complementan, y tras ellos el concepto de tejido vegetal queda bien establecido, aunque ni uno ni otro llegaran a intuir el significado universal de la estructura celular. Para añadir algo nuevo a los resultados de Grew y Malpighi habría de transcurrir más de medio siglo. Para mí, entre los microscopistas clásicos la figura más atractiva es Antony van Leeuwenhoek, nacido en Delft en 1632. De joven vivió en Amsterdam, dedicado al comercio, y más tarde volvió a su ciudad natal, donde llegó a ser un personaje socialmente importante, y formó parte del consistorio. Murió en 1723 a la edad de noventa años. Fue un autodidacta, y nunca llegó a aprender a escribir en latín. En aquella época, eso era muy grave, ya que prácticamente le impedía comunicarse dentro del mundo científico. Sin embargo, sus trabajos alcanzaron gran difusión por medio de la Royal Society, a la que envió cartas escritas por su amigo Regnier de Graaf. El escepticismo inicial que causaron sus escritos fue pronto sustituido por una gran admiración y entusiasmo. En 1680, van Leeuwenhoek fue nombrado miembro de la Royal Society. Sus cartas, publicadas en las Philosophical Transactions, serían más tarde reeditadas en cuatro volúmenes con el título Arcana natura ope et beneficio exquisitissimorum microscopiorum delecta. Todo el éxito de Leeuwenhoek parece deberse a su gran habilidad, unida a una vista excepcional, para tallar lentes de gran aumento, hasta 300 diámetros. Construyó un gran número de ingeniosísimos microscopios simples, sin vender ninguno (se dice que sólo regaló algunos, y eran de los peores). Su obra es muy variada, y tiene como único denominador común el microscopio. En su época nadie avanzó más que van Leeuwenhoek en el campo de los objetos invisibles al ojo desnudo. Incluso introdujo mediciones cuantitativas, eso sí, basadas en unidades arbitrarias. Rara vez se aventuró a hacer especulaciones teóricas. Era un hombre

apasionado por su afición, y la mantuvo durante toda la vida. Nunca desaprovechaba una ocasión para mostrar a los demás las maravillas del mundo microscópico. En Barcelona se pueden leer sus cartas a la Royal Society, ya que el Museo Botánico posee la colección de las Philosophical Transactions. Hace años les di un vistazo. Recuerdo una carta en la que Leeuwenhoek cuenta que, habiendo invitado a cenar a una dama distinguida, logró convencerla para que contemplara unagota de vinagre a través del microscopio. La mujer quedó horrorizada al ver tantos bichos moviéndose, y afirmó que nunca más tomaría vinagre. Entonces Leeuwenhoek le dijo que cualquier precaución de ese tipo era inútil, y que bastaría con raspar un poco su bonita dentadura para ver la innmensa población de habitantes que la ocupaban. Incrédula, la señora aceptó, y la observación microscópica le causó un desmayo, del que a Leeuwenhoek no le resultó fácil reanimarla. En 1673, Leeuwenhoek descubrió los glóbulos rojos de la sangre, primero en la rana y más tarde en humanos y otros animales. Malpighi también los había visto, pero los había tomado por grumos de grasa. En cambio, el holandés se dio cuenta de que la sangre sin glóbulos rojos es un líquido incoloro. También completó el conocimiento de la circulación capilar, y describió espermatozoides de muchas especies (aunque, cronológicamente, la primera cita corresponde a otro holandés coetáneo suyo, llamado Johann Hamm). Leeuwenhoek también observó la fecundación en peces y ranas, y descubrió la musculatura estriada, así como la estructura de los dientes y del cristalino. Fue el primero en describir lo que denominó «animáculos» o animalículos en las infusiones de hojas en descomposición. Entre ellos tenemos infusorios, rotíferos, bacterias y hongos. En algunos de los dibujos de Leeuwenhoek se identifican perfectamente algunos de esos microorganismos. De ahí que se le pueda considerar el padre de la microbiología, aunque tanto él como otros científicos —no sólo del siglo XVII sino también del XVIII— ignorarían por completo el verdadero significado de los microbios. Leeuwnhoek hizo muchas otras aportaciones importantes. Se dio cuenta de que los supuestos huevos de las hormigas en realidad eran ninfas. Descubrió la reproducción partenogenética de los áfidos, y la diferente estructura del tallo en las monocotiledóneas y las dicotiledóneas. Incluso hizo cruzamientos entre ratones blancos y grises, que se pueden considerar un antecedente de los experimentos de Mendel. Piensa, querida Nuria, que las observaciones microscópicas crearon una expectación parecida a la que años antes habían despertado las observaciones

telescópicas. Personajes de la época, como el Rey Sol o Carlos II de Inglaterra, se admiraban contemplando los gusanos diminutos que se movían, según frase de Voltaire, en el líquido productor del género humano, igual que en su día los senadores venecianos habían contemplado los satélites de Júpiter o los cráteres de la Luna. Ya sabes que Robert Hooke vivió entre 1635 y 1703, y que es uno de los hombres de la Royal Society, contemporáneo de Newton. Trabajó en Oxford como ayudante de Robert Boyle, con quien perfeccionó la máquina neumática inventada por Guericke. Volveré a hablarte de Hooke en relación con la física y la química del siglo XVII, pero ahora hemos de incluirle entre los microscopistas: En su Micrographia or some physiological description of minute bodies made by magnifying glasses, escrita en 1665, ofrece una serie de observaciones de tejidos animales y vegetales, y por primera vez llama «células» a los espacios vacíos que encuentra en la estructura microscópica del corcho. Para entender su significado habría que esperar hasta el siglo XIX, pero es un hito memorable que hay que conocer. Por otra parte, Hooke fue el mejor constructor de microscopios compuestos del siglo XVII. El otro gran microscopista de la época es Jan Swammerdamm, nacido en Amsterdam en 1637. Su padre era un farmacéutico acaudalado con un gran interés por las ciencias naturales, uno de aquellos burgueses que había reunido en su casa, junto a una gran colección de libros, otra de objetos naturales de lo más diverso. Eran una especie de bibliotecas-museo que estuvieron de moda entre los pudientes durante los siglos XVII y XVIII. Swammerdam hijo estudió medicina en Leiden, y fue discípulo de Frans de le Boe, uno de los primeros iatroquímicos. En Leiden, adquirió fama por su habilidad en las técnicas de inyección y disección de cadáveres. Conoció a Steno y viajaron juntos a París, donde Swammerdam continuó sus estudios. En París, hizo amistad con Melquisedeq Thévenot, boticario de Luis XIV y protector de hombres de ciencia. Swammerdam se graduó en Leiden en el año 1667, con una disertación sobre la respiración, y luego se estableció en Amsterdam. La gran pasión de su vida fue la anatomía de los animales inferiores, y sus escritos sobre este campo tardarían un siglo en ser superados. Era un hombre apasionado y polemista, aunque delicado de salud, al haber contraído unas fiebres palúdicas que no lo abandonarían en toda su vida. En el siglo XVII la malaria era muy frecuente en Holanda. Además, Swammerdam tenía una amarga vida familiar, y su padre estaba desesperado por tener que seguir manteniendo a un hijo que pasaba de los treinta años. Lo envió al campo para que recobrara la

salud, pero el hijo no hizo otra cosa que trabajar día y noche en el estudio de animales pequeños. Este hombre inquieto pasó por una gran crisis religiosa, tal vez iniciada durante su amistad con Steno. La crisis se desbordó cuando Swammerdam se adhirió a una secta encabezada por una visionaria célebre, Antoinette Bourignon (1616-1680), que vivía obsesionada por continuas alucinaciones místicas. Entretanto murió su padre, y Swammerdam afrontó una serie de amargos pleitos con su hermana a causa de la herencia. Es difícil de entender cómo este hombre, en medio de circunstancias tan poco favorables, fue capaz de escribir una monografía magistral, titulada Ephemerae vita. Murió a los 43 años, en plena miseria y al borde de la locura. Swammerdam realizó la parte más importante de su obra científica en sólo seis años. Además de sus trabajos sobre anatomía de insectos, también publicó un estudio anatómico sobre los órganos genitales de la mujer. Sus manuscritos llegarían a manos de Thévenot, y serían publicados cincuenta años más tarde por Boerhaave, en Leiden, con el título Bijbel der Nature (1737). Pese al tiempo transcurrido, sus observaciones no habían sido superadas, y aún tardarían en serlo. Al margen de los grandes progresos que suponen en anatomía de invertebrados, Swammerdam desarrolla, en oposición a Harvey, la idea de que no hay preformación sino crecimiento de órganos preexistentes. Extiende el principio preformista a las aves, anfibios y vegetales. Los preformistas posteriores habrían de llevar las ideas de Swammerdam a un extremo. Swammerdam establece las bases de la clasificación moderna de los insectos. Distingue los que reciben del huevo todas sus patas, como los piojos; los que luego desarrollan alas, como la mosca Ephemera; los que a partir del huevo dan larvas, que luego se convierten en ninfas, como las hormigas y las abejas; y aquellos que no pasan por el estado ninfal. Al margen de sus esfuerzos de clasificación, Swammerdam pone de manifiesto el interés que tienen los invertebrados para el conocimiento de la vida en conjunto. Un lado pintoresco del mundo científico del siglo XVII es la explotación del esnobismo por parte de algunos monarcas de países periféricos de Europa. Por ejemplo, un amigo de Swammerdam llamado Frederik Ruysch (1638-1731) se dedicaba a coleccionar objetos naturales para clientes como Pedro el Grande de Rusia y para su emulador polaco Estanislao Leszynski. Parece que ello creó un submundo en el que a veces se especulaba con verdaderos embustes. Aún tenemos que volver a hablar de Regnier de Graaf, ya que la importancia de su obra obliga a incluirlo entre los microscopistas clásicos del XVII. Nació en 1641, de padres católicos, y estudió primero en Leiden y luego en la ciudad

francesa de Angers, donde obtuvo el título de doctor. La Universidad de Leiden estaba dominada por protestantes, y por este motivo no pudo doctorarse allí, ni tampoco encontrar trabajo. Se estableció como médico particular en Leiden, donde hizo gran amistad con Leeuwenhoek. Una enfermedad puso fin a su vida en 1673, cuando por fortuna ya había podido llevar a cabo una importante obra científica. La Tesis de De Graaf trata de la secreción pancreática, y fue el primero en obtener jugo de dicha glándula, por canulación del conducto excretor en un perro. Pero lo más importante que ha llegado hasta nosotros es su estudio de los órganos sexuales, que se encuentra en su obra De mulierum organis generationi inservientibus. Aunque los ovarios de los vertebrados ya habían sido descritos, aún estaba en boga la teoría aristotélica de que el producto sexual de la mujer era la sangre menstrual, y que el embrión se originaba a partir del semen masculino; la sangre menstrual lo alimentaba para que pudiera desarrollarse. De Graaf demuestra que, tanto en los mamíferos como en las aves, corresponden a las protuberancias del aparato genital femenino, ya observadas por Vesalio y por Falopio, y que en ambos casos son fecundados por el semen en las trompas de Falopio, para madurar posteriormente en el útero. De Graaf usa el nombre de ovario para la gónada femenina, aunque es posible que antes ya lo hubiera hecho el danés Niels Steno. Rechaza la hipótesis de que el embrión derive del macho, y llega incluso a citar ejemplos de embarazo extrauterino. Es obvio que se equivoca al considerar óvulos a lo que hoy llamamos folículos de De Graaf; los verdaderos huevos de mamífero tardarían aún medio siglo en descubrirse. No obstante, su interpretación de la fecundación es un hito histórico, y daría pie, en el siglo XVIII, a la polémica entre animaculistas y ovistas que discutiremos en otra carta. Con los autores que acabo de tratar se cierra una brillante etapa en la historia de la biología del siglo XVII, que daría lugar a interminables especulaciones durante el siglo siguiente. También abre camino a nuevos puntos de vista sobre el viejo problema de la generación espontánea. Ya sabes que era admitida por todos los pensadores de la Antigüedad, la Edad Media y el Renacimiento, como pone de manifiesto una abundante literatura sobre el tema. En el lenguaje vulgar, se decía que los cadáveres generan gusanos, y que en la suciedad se originan formas inferiores de vida. Otro tanto ocurre en el vinagre, y en muchos productos en descomposición. También sabes que la doctrina de la generación espontánea se ha atribuido erróneamente a Aristóteles. Es un apriorismo muy generalizado, pero la realidad es otra. Cuando la doctrina de la generación espontánea empezó a ponerse en duda, se recurría a Aristóteles para defenderla, ya que Aristóteles

había reservado un lugar para la generación espontánea dentro de su esquema biológico. En realidad hay que admitir que, hasta el siglo XVII, no cabía otra alternativa. Es más, la introducción del microscopio proporcionó nuevos argumentos para creer en la generación espontánea. Malpighi demostró que las agallas de los vegetales contenían pequeños organismos; Leeuwenhoek, que el agua de infusión de hojas, al principio clara, acababa llenándose de pequeños infusorios. En ambos casos, lo más natural era pensar que unos y otros organismos se engendraban de forma espontánea. El primero en replantear el problema de la generación espontánea en lenguaje moderno fue Francesco Redi (1626-1697), médico florentino nacido en la localidad de Arezzo. Estudiando moscas carnívoras, demostró que si la carne se tapaba con una gasa espesa no se producían gusanos, y que éstos venían de los huevos que las moscasdepositaban en la carne. Ésta no producía gusanos como resultado de la putrefacción. Sin embargo, el propio Redi admitía que los insectos de las agallas se engendraban espontáneamente. Fue el paduano Antonio Vallisnieri (1661-1730) quien puso en evidencia que la agalla era una excrecencia patológica producida por la picadura de un áfido, y que los animales que nacían en la agalla provenían de huevos depositados allí por dichos insectos. En esa misma época, muchos empiezan a dudar de que las pulgas y los piojos se generen espontáneamente en la suciedad, y el propio Leeuwenhoek restringe la generación espontánea al grupo de los infusorios. El siglo XVII acaba reduciendo el mundo microbiano a un gran enigma de la naturaleza, que uno debe separar del resto de los seres vivos. Las leyes que gobiernan a unos no son apliables a los otros. En cierto modo, este prejuicio habría de llegar hasta nuestros días. Hasta la publicación de los Studies on the chemical nature of the substance inducing transformation of pneumococcal types por Avery, Mc Leod y McCarty en 1944, los procariotas no fueron incluidos en una visión unitaria de la vida en la Tierra. Durante mucho tiempo uno se podía escudar en el viejo aforismo Minimis non curat lex. Sería a finales del siglo XIX cuando, tras la teoría celular y fascinados por la vida de los protozoos, muchos harían suyo otro viejo aforismo, una de las más brillantes ideas de Plinio:«Natura in minimis maxima. Espero volver a verte pronto. 35. NEWTON COMO CULMINACIÓN DEL SIGLO XVII

Begues, 29 de julio de 1984

Querida Nuria: La invención del barómetro y el descubrimiento de la presión atmosférica son avances producidos en el siglo XVII. Parece que el origen de estos descubrimientos fue circunstancial. En el año 1640, el Gran Duque de Toscana tuvo el capricho de colocar unos surtidores en la terraza de su palacio. Las bombas instaladas al efecto no lograron hacer subir el agua más de treinta y cinco pies –unos diez metros–desde el nivel de los pozos. El Duque escribió a Galileo describiéndole lo ocurrido, con objeto de buscar una solución. Fue Evangelista Torricelli (1608-1647), uno de los discípulos de Galileo, quien dio la explicación acertada. Cuando se levanta el émbolo de una bomba aspirante, por debajo se hace el vacío, y la presión atmosférica que se ejerce sobre el líquido libre hace entrar el agua por el tubo de aspiración. Ahora bien, como te decía antes, el agua sólo puede subir unos diez metros como máximo. Torricelli tomó un tubo de cristal de un cuarto de pulgada de diámetro y cuatro pies de longitud, cerrado por un extremo. Lo llenó de mercurio y, tapando con el dedo el extremo abierto, lo introdujo en una palangana llena de mercurio, dejándolo en posición vertical y con el extremo cerrado en la parte superior. Torricelli había previsto que el mercurio descendería por su propio peso, hasta equilibrarse con la presión atmosférica. Dado que el mercurio es unas catorce veces más pesado que el agua, la altura sería 35/14 pies = 2,5 pies, es decir, unos 76 cm. La previsión se cumplió con toda exactitud, dejando por encima de la columna de mercurio el llamado «vacío torricelliano». Para solucionar el problema del Duque de Toscana, bastó con colocar las bombas a menos de diez metros por encima de la superficie del estanque de captación, y empujar el agua hacia arriba con suficiente potencia. Al mismo tiempo, se había inventado el barómetro. El propio Torricelli fue el primero en observar que la altura de la columna de mercurio tenía pequeñas fluctuaciones de un día a otro, y también que descendía sistemáticamente a medida que aumentaba la altitud del sitio de determinación. Todo ello fue confirmado por Descartes y Pascal. El fenómeno también fue investigado por Huygens, Halley y Leibniz, y todos llegaron más o menos a la misma conclusión: a 5.000 metros de altitud, la columna barométrica se reduciría a la mitad con respecto al nivel del mar. Galileo inventó el termómetro de aire, que consistía en una bola de cristal llena de aire, conectada a un tubo sumergido en un líquido. La altura del líquido dentro del tubo disminuye con la temperatura, pero también depende de los cambios barométricos. Más tarde (1612) Galileo inventó el termómetro actual, aunque con

unos apéndices muy largos y una escala arbitraria. Algunos de estos aparatos construidos por Galileo, en su día pertenecientes a la Academia del Cimento, se conservan en el Museo di Storia della Scienza de Florencia. Ante nuestros ojos resultan muy poco refinados. No basta con el barómetro y el termómetro. Otro instrumento que habría de desempeñar un gran papel en el desarrollo de la ciencia moderna, y que también fue inventado en el siglo XVII, es la bomba neumática. Fue ideada por Otto von Guericke (1602-1686), burgomaestre de Magdeburgo, ciudad de Prusia. Son célebres los llamados «hemisferios de Magdeburgo», fáciles de separar antes de extraer el aire con la máquina neumática. Después de hacer el vacío, ni siquiera dos tiros de dieciséis caballos cada uno, tirando en sentido opuesto, lograban separarlos. Otto von Guericke también inventó la primera máquina eléctrica, que consistía en una bola de azufre que se cargaba de electricidad al hacerla girar bajo la presión de las manos. Observó quelos cuerpos se podían electrizar con cargas de dos tipos diferentes. Cuando tenían carga del mismo tipo se repelían; de lo contrario, se atraían. Con el telescopio, el microscopio y la balanza, así como con el termómetro, el barómetro y la máquina neumática, la revolución científica introduce la utilización rutinaria de instrumentos. Con ellos se amplía enormemente la capacidad exploradora de nuestros ojos y la pericia de nuestras manos. Desde ese momento el desarrollo de la instrumentación será incesante y progresivamente acelerado hasta llegar a la sofisticación de los observatorios y laboratorios modernos. El progreso científico se irá haciendo dependiente de la construcción de costoso: equipos, y del desarrollo de tipos concretos de tecnología. Robert Boyle (1627-1691) es una de las figuras más destacadas de la Royal Society, y ya lo hemos citado varias veces. Junto con Hooke, perfeccionó la máquina neumática y logró demostraciones definitivas de la compresibilidad y el peso de aire. Es el célebre experimento de la esfera de cristal que pesa menos después de hacer el vacío en su interior. Boyle observó que el aire era imprescindible para la respiración y para la combustión, y que en ambos procesos se consumía una parte del mismo. De hecho, esto es un predescubrimiento del oxígeno, y con él se escribe una de las páginas más brillantes de la Historia de la Ciencia, que abarcaría más de un siglo. Boyle demostró experimentalmente, usando un tubo en U cerrado por un extremo e introduciendo por el otro cantidades definidas de mercurio, que el volumen del gas era inversamente proporcional a la presión, siempre que la

temperatura fuera constante. Con este principio se inauguró la Neumática, una rama de la Física que habría de ser decisiva para el desarrollo de la Química. Aunque el principio de la conservación de la materia no se enuncie formalmente hasta Lavoisier, es muy posible que desde Arquímedes estuviera más o menos implícito en el pensamiento de muchos. Es obvio que, desde la Antigüedad, todos los comerciantes lo aplicaban empíricamente en sus transacciones. Ahora bien, del modo que lo vemos hoy, dicho principio representa mucho más, y es el resultado de tres siglos de ciencia experimental. La teoría moderna de la materia comienza cuando Gassendi rehabilita la vieja teoría atómica. Su definición de átomo –una partícula de masa que se mueve en el vacío– probablemente fue aceptada sin reparos por Boyle y Newton. Una de las obras más importantes de Boyle es Skeptical Chymist (1661). Representa el fin de la doctrina de los cuatro elementos, y el comienzo de la química moderna. «Los elementos son ciertos cuerpos simples que no están hechos de otros, y que son capaces de componerse para dar lugar a los cuerpos mixtos, que llegado el caso pueden resolverse en ellos.» Se trata realmente del concepto moderno de elemento, y no parece que sea una idea original de Boyle sino de un modesto profesor alemán de Hamburgo llamado Joachim Jung (1587-1657). Éste la hizo pública en 1642, y Boyle se enteró en 1654 por una carta del propio Jung. Boyle introduce el uso de indicadores para averiguar el carácter ácido o básico de las soluciones, y aisla el fósforo elemental. Es uno de los principales líderes de la llamada filosofía corpuscular, que fue adoptada por Newton en su Optiks y por el filósofo Locke (1632-1704) en su célebre An Essay Concerning Humane Understanding (1690). La ciencia del siglo XVII culmina en Isaac Newton, nacido en 1642, exactamente el año de la muerte de Galileo. Uno y otro serían los dos hombres clave de la revolución científica. Newton nació en el seno de una familia de la burguesía rural, una clase de la que salieron muchos hombres importantes de la Inglaterra de aquella época, incluido el propio Cromwell. Newton estudió en Cambridge, donde apenas destacó en ningún aspecto. Se dice que fue el catedrático de matemáticas Isaac Barrow el primero en fijarse en las aptitudes intelectuales del joven Isaac, hasta el punto de proporcionarle un puesto en la Universidad (1669). Por tanto, Newton no tuvo que hacer ningún gran esfuerzo para entrar en Cambridge. Siempre cumplió meticulosamente sus obligaciones, y en la cima de su fama representó a su

Universidad en el Parlamento. Al final de su vida, en la época de la reina Ana, fue nombrado tesorero real. Murió en 1727 y fue enterrado en la abadía de Westminster. Ahora bien, todo lo que él fue se encuentra en su obra inmensa, una de las más grandes de la Historia de la Ciencia. Fue un hombre que pasaba casi de todo: no se le conoce ninguna pasión afectiva, refractario al amor y la amistad, insensible a toda clase de placer y con una única y fija orientación hacia el trabajo intelectual, sin interés por ninguna recompensa y sin la mínima ambición. Esta idiosincrasia confundía a mucha gente. Con frecuencia le preguntaban cómo era posible que no hubiera decidido ordenarse Sin darse por aludido y con la mayor naturalidad, Newton contestaba que no le parecía adecuado, dado que no podía evitar tener dudas sobre algunos aspectos del dogma. De todos modos, tuvo preocupaciones religiosas, y dejó algo escrito sobre la cronología bíblica. Tenía un temperamento muy autocrítico, pero le irritaban las preguntas de los ignorantes y las objeciones de las personas insuficientemente preparadas. Parece que toleraba a los demás a base de dedicarles muy poca atención o de mantenerse respetuosamente alejado de ellos. Tardó veinte años en publicar la teoría de la gravitación universal, con objeto de acumular pruebas suficientes. La propia ley de la fuerza centrífuga, atribuida a Huygens, había sido descubierta por Newton diez años antes. Eso sí, no la había publicado. Newtontuvo la fortuna de suscitar la amistad y la admiración de Halley. Éste se convirtió en un extraordinario y eficaz promotor suyo, y lo defendió eficazmente en polémicas académicas, como una muy célebre que Newton tuvo con Hooke. Newton fue presidente de la Royal Society, y su representante más ilustre en la segunda etapa de esta institución. Escribió en latín y en inglés. Sus obras más importantes son los Philosophiae Naturalis Principia Mathematica y la Optiks. Los tres puntos álgidos de su aportación científica son la gravitación universal, el cálculo infinitesimal y la teoría de la luz y de los colores. No sabría decirte por qué, encuentro algo de reconfortante al constatar una especie de indentidad en el espíritu humano. San Agustín, tan diferente y lejano del hombre que nos ocupa, escribió: «Caminando a la orilla del mar, meditaba sobre el misterio de la Trinidad. De repente encontré un niño que había hecho un hoyo en la arena. y con una gran concha recogía agua y la echaba dentro. «¿Qué estás haciendo? –le pregunté– ¿Cómo puedes hacer esto con lo grande que es el mar?. Te diré una cosa –contestó el niño– no creo que tú estés empeñado en resolver un problema más fácil.» Trece siglos más tarde, Isaac Newton escribía en una nota: «No sé qué parezco a los demás, pero yo me veo como un niño que se entretiene en la orilla del mar buscando conchas, y que de repente, mirando la

inmensidad del mar, se pregunta cuántas cosas que nadie conoce debe esconder.» Newton es un inglés del siglo XVII, y su estilo ya es muy diferente del de los autores de épocas anteriores. Para que te hagas una idea, te transcribo un fragmento de una carta enviada por Newton a Boyle: «He dejado pasar tanto tiempo antes de enviarle mis ideas sobre las propiedades físicas de que hemos estado hablando que, si no fuera porque me siento obligado por una promesa, creo que tendría la obligación de avergonzarme de enviárselas finalmente. Lo cierto es que mis ideas en relación con ese tema aún están poco trabajadas. No estoy satisfecho de ellas, y no puedo considerarme digno de comunicar a otro lo que a mí me parece tan poco convincente, sobre todo tratándose de filosofía natural, en la que si nos ponemos a especular por especular no encontraremos límite. Pese a todo, y aprovechando la ocasión de que un amigo común me haya hecho saber que va a proporcionarle la incomodidad de una visita, me ha resultado imposible dejarle partir sin convertirle en mensajero de la carta que ahora tiene en sus manos.» Es famosa la frase Hypotheses non fingo, que se encuentra casi al final de los «Principia». El término «hipótesis» se usa aquí en su sentido original, y no en el que empleamos actualmente. En cualquier caso, lo que Newton quería decir era que no hacía suposiciones gratuitas, y que no aceptaba de antemano ningún sistema que diera por sentada la causa de un acontecimiento natural. Explicar algo consiste simplemente en describirlo en términos objetivos, cuanto más simples mejor, de modo que no haya lugar a un análisis ulterior. En ese momento, el porqué deja de tener sentido. La mecánica newtoniana se encuentra reunida en los Principia. En ellos, no sólo se enuncian de modo totalmente generalizado los principios del movimiento de los cuerpos, sino que se da una explicación funcional de todo el Universo. Se refutan todos los sistemas, antiguos y modernos, y se expone la teoría del modo empleado en la geometría griega. Se establece un tipo de cálculo que permite determinar con exactitud la posición de la Luna y de los planetas en cualquier momento, y basándose en un número reducido de observaciones. Halley lo aplicó de inmediato, y con éxito, al predecir el regreso del famoso corneta que lleva su nombre. La gravitación universal constituye la escena final en la transformación de la

imagen secular del mundo que se había iniciado con Copérnico. La visión de las esferas celestes movidas por el primer motor es sustituida por un mecanismo automático, de acuerdo con una ley natural simple que no hace necesaria la aplicación continua de ninguna fuerza. La intervención divina ya sólo haría falta para el acto de la Creación. Luego, el mundo andaría solo. En cierto modo, esto coincide con el llamado compromiso social en el plano político, que se desarrolló en la misma época. Dios se convierte en una especie de supermonarca constitucional, y el texto de la constitución es la mecánica newtoniana. No incluye nada que haga referencia a la vida humana, ni a las aspiraciones humanas. Estas cosas quedan como estaban, es decir, directamente en manos de la Providencia. De este modo, con Newton desaparece el conflicto entre ciencia y religión, tan característico del siglo XVI y comienzos del XVII. Dicho conflicto no reaparecerá hasta el siglo XIX con el evolucionismo. El desarrollo producido, después de Newton, en los campos de la electricidad y el magnetismo se hará con el mismo modelo formal. De ahí que más adelante, en el siglo XVIII, se pueda pasar fácilmente de la mecánica newtoniana a la física newtoniana. Newton utilizó un nuevo procedimiento matemático que hoy conocemos con el nombre de cálculo infinitesimal, y que él llamó método de las «fluxions» (de flux, flujo, indicando una función continua). Este método culmina la obra de muchas generaciones de grandes matemáticos desde los antiguos griegos. Su forma actual es la que, independientemente de Newton, le dio Gottfried Wilhelm Leibniz (16461716). Se ha discutido cuál de los dos es el verdadero inventor del método. Ya te he dicho que Leibniz es una de las pocas figuras del siglo XVII de talla comparable a Newton. Para el tema que nos ocupa, lo interesante es saber que fue Newton quienutilizó por primera vez el cálculo infinitesimal, aplicándolo al estudio de cuestiones físicas fundamentales como las leyes del movimiento y el trabajo. Gracias a ello se puede pasar de las leyes de Kepler a la gravitación universal, y de ésta a cualquier movimiento particular. Aunque Newton no quisiera hacer hipótesis, no por eso dejaba de inquietarle la posible causa de la gravedad, tema que precisamente trata en la carta a Boyle que antes te he mencionado. De hecho, hoy sigue siendo un enigma y, entre todas las fuerzas conocidas, es la única que tiene un solo signo. El cálculo infinitesimal pronto se aplicó a la resolución de problemas de mecánica e hidrodinámica. Pasaría rápidamente a convertirse en el instrumento fundamental de la ingeniería mecánica, y es un símbolo característico de la nueva

ciencia. Newton intentó evitar la formación de imágenes de contornos irisados que habitualmente se producen a través de las lentes, y que hoy llamamos aberración cromática. Lo consiguió con el telescopio de reflexión, que todavía hoy se llama telescopio de Newton, y que constituye el prototipo de los grandes telescopios actuales. Continuando los estudios de Descartes sobre el paso de un haz de luz a través de un prisma óptico, demostró que la luz blanca está compuesta por los siete colores simples, consiguiendo su recomposición mediante el llamado disco de Newton, instrumento con el que también se pueden poner de manifiesto los colores complementarios. Newton dio la primera explicación correcta del arco iris, y elaboró la teoría matemática de la reflexión, refracción y dispersión de la luz. Al atribuir la aberración cromática a la dispersión, concluye que es imposible corregirla. Sin embargo, Klingentsjerna (1698-1765) pondría en marcha nuevos estudios, que finalmente permitirían a Dollond contraponer cristales diferentes para anular la aberración cromática. De este modo, en 1758 se pudo empezar a usar la óptica acromática, fundamental para el desarrollo del microscopio y otros instrumentos refractores. En la obra de Newton, la reflexión, la refracción y la dispersión de la luz se explican partiendo de una teoría corpuscular de la luz paralela a la de la materia. Se rechaza la teoría ondulatoria y se dan algunas explicaciones de los fenómenos de propagación de la luz parecidas al movimiento de las olas. Sobre todo, se trata de casos en los que la luz no se propaga de forma rectilínea, como en el paso por orificios muy pequeños o en los fenómenos de difracción. Fue Grimaldi (16181663) quien sugirió por vez primera que la luz se propagaba como un movimiento ondulatorio, y que cada color se caracterizaría por una longitud de onda definida. La teoría ondulatoria fue formulada en términos matemáticos por Huygens, permitiendo una explicación correcta de la reflexión, la refracción y la dispersión. Además, permite entender los fenómenos, antes mencionados, que la teoría corpuscular es incapaz de justificar. La formación de colores por la reflexión de la luz blanca en capas muy finas con diferente índice de refracción, como el aceite sobre el agua –los llamados «anillos de Newton»– pueden ser descritos satisfactoriamente por ambas teorías, la corpuscular y la ondulatoria. La doble refracción de la luz en el espato de Islandia (una variedad de calcita que cristaliza en el sistema hexagonal) se explica mucho mejor con la teoría ondulatoria. De hecho, en el siglo XIX la teoría ondulatoria de la luz se impondría. Eso sí, a finales del siglo entraría en crisis con el descubrimiento del efecto fotoeléctrico, y más

tarde del efecto Compton, que sólo se pueden describir correctamente con la teoría corpuscular de los fotones formulada por Planck en 1900. La teoría de Planck surgió para explicar la emisión de luz por un cuerpo totalmente negro, fenómeno completamente refractario a explicaciones basadas en el modelo ondulatorio. Por tanto, la doble naturaleza –ondulatoria y corpuscular– de la luz sería un dilema del pensamiento científico iniciado en el siglo XVII con Newton y Huygens, que no lograría una síntesis coherente hasta la física de nuestros días. Newton escribe para matemáticos, y en general para personas que hayan seguido de cerca el rápido desarrollo del conocimiento. De ahí que sus escritos resultaran ininteligibles para la mayoría de sus contemporáneos. El propio cálculo infinitesimal fue bastante poco conocido hasta mediados del siglo XIX. Sin embargo, en su época, Newton ejerció una gran e inmediata influencia, gracias a la aparición en la historia de la Ciencia de un nuevo tipo de personaje: el intérprete o divulgador. Uno de sus primeros representantes ilustres fue Voltaire (1694-1778), que por otra parte es uno de los filósofos más importantes de la Ilustración, y un gran escritor de la lengua francesa. Residió en Inglaterra desde 1726 a 1729, y parece que fue entonces cuando conoció la obra de Newton. A Voltaire se debe la célebre ocurrencia de la caída de una manzana sobre la cabeza de Newton mientras éste dormía la siesta en el huerto de su casa. Voltaire tradujo a Newton al francés, con la ayuda de su amante Émilie de Breteuil, marquesa de Chátelet (1706-1749), que fue una matemática muy competente (mucho más que Voltaire). Gracias a ello, las ideas de Newton llegarían a influir poderosamente en la Ilustración, y por tanto en la preparación ideológica de la revolución francesa. En Inglaterra, a través de los filósofos Locke y Hume, la física newtoniana se convertiría en la base del liberalismo. En una carta anterior ya te indiqué que una de las obras de Claude Perrault fue el Observatorio de París, el primero de los tiempos modernos. Fue puesto en marcha por mandato de Luis XIV, y con la finalidad de acoger a hombres de ciencia de todos los países y facilitarles el trabajo. La empresa fue un éxito, y lahistoria del Observatorio de París es memorable. Entre sus personajes encontramos a Jean Picard (1620-1682), que fue un observador preciso y meticuloso. Sus mediciones del globo terrestre fueron utilizadas por Newton, ya que eran las más precisas hechas jamás. Fue también Picard quien dio valor astronómico al reloj de péndulo construido por Huygens, y el primero en elaborar las llamadas vistas telescópicas sistemáticas del cielo. Ya hemos hablado anteriormente del holandés Christiaan Huygens (1629-1695), que permaneció en el Observatorio de Paris entre 1771 y 1773. Antes ya había realizado una gran

labor científica, en la que hemos de destacar el descubrimiento del anillo de Saturno, la invención del micrómetro para los telescopios y la medición exacta del tiempo con el reloj de péndulo. Su libro «Horologium» (1658) se puede considerar la base de toda la relojería moderna. También construyó grandes telescopios refractores, que uno puede contemplar en grabados de la época. En su periodo parisino publicó el famoso «Horologiorum oscillatoriorum», en el que da a conocer la ley del péndulo, así como el concepto de cantidad de movimiento sobre el que ya habían trabajado Wallis y Wren. De ahí surge la primera de las leyes de conservación, la de la cantidad de movimiento en un sistema cerrado, de la que se desprende el concepto de que la cantidad total de movimiento en el Universo es constante. Desarrolla los conceptos de movimiento angular y lineal con momentos no intercambiables. Con la determinación de la longitud de un péndulo con un segundo de oscilación completa, halla por primera vez el valor de la aceleración de la gravedad, g = 4n21. Este valor equivale a 32,16 pies por segundo cada segundo. De vuelta en Holanda, Huygens también inventó un nuevo tipo de ocular que todavía hoy se utiliza para microscopios y telescopios, y que lleva su nombre. Otro huésped del Observatorio de París fue Olaus Christensen Roemer (16441701), el primero en demostrar que la velocidad de la luz tenía un límite (1675). Esta conclusión se basó en observaciones en las cuales se comprobó que los intervalos entre los eclipses de las lunas de Júpiter eran más breves cuando el planeta se acercaba a la Tierra que cuando se alejaba. En un principio, la idea no fue aceptada por todo el mundo, y otro científico del mismo observatorio la rechazó. Se trataba de G. D. Cassini (1625-1712), que había comenzado siendo ingeniero del Papa, y que se hizo famoso por sus escritos sobre cometas y sobre los periodos de rotación de Júpiter, Marte y Venus. En 1669, ya convertido en la figura más importante del Observatorio de Paris, demostró que la Tierra estaba achatada por los polos, y llevó a cabo una excelente determinación del paralaje de Marte. También hizo determinaciones de las distancias Marte-Sol y Tierra-Sol. A lo largo de un siglo y medio, sus descendientes le sucedieron como directores del Observatorio de París. Los Cassini eran de tendencia conservadora, y se ha dicho que por este motivo influyeron desfavorablemente en el desarrollo de la astronomía francesa. Aunque pueda tener algo de cierto, esta valoración es difícil de aceptar sin más, teniendo en cuenta el gran número de astrónomos franceses de primera fila que encontramos a lo largo de los siglos XVIII y XIX. El interés de Inglaterra por la navegación puede ser la causa de que fuera en

ese país donde se hiciera la primera determinación precisa de la longitud geográfica en alta mar. John Flamsteed (1646-1719) había demostrado que ello sólo sería posible más que con un conocimiento muy preciso de la posición de las estrellas fijas. Fue Flamsteed quien construyó el segundo observatorio moderno, en Greenwich, donde trabajó intensamente determinando la posición de veinte mil estrellas fijas. Construyó el primer arco mural, precursor del aparato astronómico que hoy llamamos círculo meridiano. Edmond Halley, a quien ya hemos citado anteriormente, le sucedió en la dirección del Observatorio de Greenwich en 1720. Halley halló discrepancias entre las órbitas calculadas de Júpiter y Saturno y las realmente observadas. En busca de una explicación, en 1676 viajó a Santa Elena, con objeto de determinar la posición de trescientas cuarenta y una estrellas del hemisferio austral. Aprovechó el viaje para realizar una serie de observaciones meteorológicas que le permitieron hacer el primer mapa de los vientos periódicos. Otras aportaciones importantes de Halley están relacionadas con la órbita de Mercurio y las de los cometas, en especial la del que lleva su nombre. Creo que podemos ir cerrando esta sinopsis del primer siglo de la revolución científica. Se ha dado un paso extraordinario, y sin ningún género de duda nos hallamos ante una singularidad dentro de la cultura humana. Toda la historia que he intentado describirte tiene la intención de poner de manifiesto los fenómenos intelectuales que la precedieron, y que de algún modo son sus determinantes. La mayor parte de las cosas que te he contado tienen interés simplemente en la medida en que nos hacen comprensible dicho procerso, porque no cabe duda de que la revolución científica tuvo una infancia muy larga, y en ningún caso puede considerarse un fenómeno in vacuo. No quiero terminar esta carta sin decirte que he hojeado de nuevo y con detenimiento la memoria de tu tesis doctoral. Me parece que tu Étude indirecte de la rétroaction des hormones thyroidiennes sur la fonction thyréotrope hypophysaire de la caille. Importance de la désiodation de la thyroxine está muy bien. Yo también diría que parmi les characteristiques fondamentales des oiseaux, deux d'elles, l'homéothermie et le vol, assurent una grande capacité d'adaptation ainsi qu'une précieuse liberté d'action. No podemos llegar a entenderlas satisfactoriamente sin entender los mecanismos de regulación metabólica que lashacen posibles. Entre dichos mecanismos, las hormonas tiroideas tienen un papel de primer orden. Las preguntas que has formulado y las respuestas experimentales que has recibido permiten conocer mecanismos extreordinariamente sutiles y significativos. Además, en tu Tesis, el proceso de aprendizaje y de introducción a la problemática de la investigación científica

resulta muy satisfactorio. También lo es el estilo. N'importe qui a le droit de poser á la nature une question. En tout cas, maintenant, je peux dire que c'est simplement merveilleux. Supongo que Jean Rostand no se enfadaría por mi paráfrasis. Afectuosamente,

36. LE SIÉCLE DES LUMIÉRES Begues, 15 de

agosto de 1984 Querida Nuria: Con Newton como culminación del siglo XVII, el gran siglo de la Revolución científica, concluí la última carta. Unos días después, Serge y tú vinisteis a visitarnos, como estaba previsto, para pasar unos días de vacaciones en Begues. Recuerdo que, comentando las cartas y muchas otras cosas, hablamos del siglo XVIII, que ahora, siguiendo el hilo de nuestra historia, tenemos ante nosotros. En esta carta me he propuesto resumir lo que ese día dijimos acerca del siglo XVIII. Disculpa el carácter esquemático de lo que voy a contarte. Me ha parecido que, aunque fuera como un mero recordatorio, sería una buena pasarela para a continuación entrar en la ciencia del siglo XVIII, que de este modo emplazarás más fácilmente en el contexto de la evolución cultural. De antemano conviene que recuerdes algunos hitos históricos. En nuestro país, el siglo XVIII comienza con la Guerra de Sucesión, que habría de traer el establecimiento de los Borbones. A la depauperada Cataluña de finales del siglo XVII sólo le faltaba seguir con tozudez la causa del perdedor. Vendría el once de septiembre de 1714, el Fossar de les Moreres y una buena ración de calamidades adicionales. En Inglaterra se produce la Restauración, pero el Parlamento ya no dejaría de ser el poder ejecutivo. De este modo, las monarquías absolutas iniciarán su inexorable decadencia, y los ingleses podrán presumir de haber sido los primeros en instaurar un régimen parlamentario. En Rusia tenemos a los Romanov, que durarán hasta la Revolución, ya en nuestro siglo. Con Pedro el Grande, Rusia se incorporará como una gran nación a la Europa del siglo XVIII. Recuerda también al Imperio austrohúngaro, que en esa época constituirá el dique de contención del

Imperio otomano. Por su parte, el Imperio otomano asumirá la representación del Islam en la Edad Moderna, tras el gran periodo mongol. En Centroeuropa y en los países nórdicos subsiste un cúmulo de pequeños reinos y principados, algunos de los cuales aún habrán de conservar durante largo tiempo un régimen casi feudal, hasta las guerras napoleónicas. El siglo XVIII es el de los Borbones en Francia, España e Italia. Los estados papales están en decadencia, y lo mismo ocurre con las célebres repúblicas italianas, tan vinculadas al desarrollo de la ciencia en los siglos XVI y XVII. Federico el Grande de Prusia también representará una singularidad significativa en la historia de Europa. El latín como lengua culta tendrá un gran competidor en el francés. El siglo XVIII es el gran siglo de la lengua francesa. De hecho, el francés es la lengua del siglo XVIII, y establece un nuevo protocolo en las relaciones internacionales, igual que en las afectivas y en los grandes actos académicos. La campana de la historia sonará tres veces en el siglo XVIII para aglutinar los espíritus bajo un nuevo signo de los tiempos: la conquista británica de la India (1760), la guerra de la Independencia norteamericana (1776), con la consiguiente incorporación de ese gran país a Occidente, y la revolución francesa (1789). El siglo XVIII es el siglo de los nacionalismos, con un cambio radical de mentalidad que nos llevará hasta el movimiento romántico. El carácter unitario de la ciencia del XVII va desapareciendo y sus representantes son cada vez menos polifacéticos y más sedentarios. Aquella magnífica convección de científicos típica del siglo XVII, y heredada del XV y el XVI, ha desaparecido. El movimiento romántico agudiza las diferencias entre los pueblos y genera el concepto místico de patria o nación. Del área geográfica delimitada por la soberanía de un monarca se pasa a la toma de conciencia del concepto de pueblo o país, como una especie de gigante individualizado con su propia voluntad personal. Se invierte la tendencia psicológica dominante. En el siglo XVII, el ideal es el self-control, la objetividad, el orden y la estabilidad social. El siglo XVIII es el de los soñadores, de los apasionados y, al menos en teoría, de los que consideran degradante todo aquello que conduce simplemente al confort y la seguridad. El gran triunfo de la física newtoniana determinó un cierto estancamiento de la ciencia durante el siglo XVIII. Por otra parte, parece que ello sirvió para dedicar más atención a campos que habían quedado rezagados, como la química, la electricidad e incluso la biología. Del mismo modo, algunas naciones que habíanpermanecido al margen de la revolución científica se ponen al día con más

o menos energía, impulsadas por lo que se denomina corriente liberal. España es una de ellas. En los reinados de Fernando VI y Carlos III se hace un intento más o menos exitoso de recuperar el tiempo perdido, que por desgracia no hallaría continuidad en sus sucesores. Los gobiernos españoles de la época de la Ilustración fundarán con Josep Quer el Jardín Botánico de Madrid (1755), intentarán la emigración de Lagrange y lograrán la de Proust. Es gracias a los discípulos de este último, y a otros que hicieron sus estudios en el extranjero, que los españoles podemos alegrarnos de haber contribuido al decubrimiento de nuevos elementos como el platino (Ulloa, 1775), el tungsteno o wolframio (Elhuyard, 1783) y el vanadio (Río, 1801). En esta misma línea has de considerar la participación de Jordi Juan (1713-1773) en la medición del grado de meridiano. Juan fue por otra parte un gran marino, igual que lo sería Churruca, malogrado en Trafalgar. También es característico el florecimiento de los Colegios de Cirugía, el primero de los cuales fue el de Cádiz, fundado por Pere Virgili en 1748. Este gran cirujano catalán también pondría en marcha el de Barcelona, en 1760. Entre sus discípulos destaca Antoni de Gimbernat (1734-1816), pensionado por Carlos III para estudiar en el extranjero, donde alcanzó gran fama. Estando en Londres en 1777, asistió a las lecciones del famoso cirujano inglés Hunter. Al tratar de la hernia crural, Hunter resaltó el gran riesgo que conllevaba, ya que uno podía seccionar la arteria epigástrica o el cordón espermático; en el mejor de los casos, la sección del ligamento de Poupart era inevitable. En ese momento Gimbernat se dirigió a Hunter y le expuso las ventajas de su propio método quirúrgico. Entonces Hunter pronunció en público aquel contundente You are right, Sir, añadiendo que en adelante él mismo adoptaría ese tipo de cirugía. Gimbernat también fue fundador del Colegio San Carlos en Madrid. En el antiguo Hospital de la Creu i Sant Pau de Barcelona, donde hoy se encuentra la Real Academia de Medicina, puedes contemplar, en el centro del anfiteatro, su mesa de operaciones. El espíritu de la Junta de Comercio de Barcelona es también representativo de estos nuevos aires. Recuerda que fue esa institución la que promocionó a Orfila (1787-1853), que acabaría integrándose en la ciencia francesa, en París, y que puede ser considerado el creador de la moderna toxicología. En el siglo XVIII, el Nuevo Mundo entra a formar parte activa del curso de la ciencia. Su papel iría aumentado progresivamente, hasta alcanzar un protagonismo máximo en nuestro siglo, tras la Segunda Guerra Mundial. A partir del siglo XVIII, la revolución científica dejó de ser un movimiento exclusivamente europeo. Como hito de la entrada de los Estados Unidos de Norteamérica puede servir la fundación de la American Philosophical Society en Filadelfia, por Benjamin

Franklin, en 1743. Quizá el cambio más importante registrado en Occidente en el siglo XVIII sea el paso de la economía agraria a la del carbón. Durante milenios, el hombre había empleado energía solar mediante la fuerza hidráulica, la eólica y la combustión de la leña. El carbón mineral no es más que energía solar fósil, pero su uso sistemático como combustible produjo una evolución técnica y social sin precedentes. Los mercaderes y pequeños fabricantes se convertirán en financieros y grandes industriales. Este cambio se produce principalmente en las zonas donde la Revolución científica había tenido más fuerza, y ello no es causal. Son Inglaterra, los Países Bajos y el norte de Francia. La burguesía puede financiar la producción con expectativas de un gran beneficio, en un mercado cada vez más extenso. Ello fue facilitado por el desarrollo de la navegación. Los antiguos artesanos y mercaderes quedarían escindidos en dos grupos radicalmente diferentes: de un lado, los jornaleros; del otro, los grandes fabricantes. Estos últimos tendrían en sus manos un poder que antes sólo habían tenido algunos príncipes y monarcas. De este modo, llegaron a competir con éxito con la nobleza y los grandes terratenientes. El uso del carbón va unido a una gran renovación de la minería, y a un progreso importante en la fabricación de hierro y acero. El siglo XVIII es el siglo de la máquina de vapor y la mecanización de la industria textil, rasgos que caracterizan la llamada revolución industrial. No creas que ésta fuera una consecuencia directa de la revolución científica. La revolución industrial tuvo más influencia en el desarrollo de la ciencia que viceversa. De hecho, hay un fuerte feed-back entre ambas corrientes, y a partir de finales del siglo XIX la influencia del progreso científico sobre el desarrollo tecnológico será predominante. Los primeros exponentes de este fenómeno fueron la industria química y la eléctrica. Esto se irá acentuando, y en el siglo XX la ciencia presidirá y determinará el proceso tecnológico. A causa de este cambio radical, algunos consideran que se puede hablar de una primera y una segunda revolución científica. La revolución industrial del siglo XVIII crea la figura social del ingeniero, diferente de la del científico. Esta diferencia ha perdurado hasta nuestros días. Paralelamente se crea la antinomia entre el práctico o experto y el teórico, prejuicio totalmente erróneo que persiste en la mentalidad de mucha gente. El conocimiento científico siempre es práctico: ha de funcionar o deja de ser válido. No hay ciencia teórica y ciencia práctica, sino en todo caso buena y mala ciencia. Como has visto, durante el siglo XVII domina el pensamiento científico

orientado hacia una mejor comprensión del mundo mecánico, susceptible de ser descrito en términos matemáticos. En el siglo XVIII surgirá una voluntad de realizaciones prácticas que constituirán hitos importantes para el desarrollo de latermodinámica, la química y la electricidad. No hay ninguna discontinuidad radical y todo interacciona: ciencia, técnica, economía y política. Hoy, con suficiente perspectiva histórica, podemos situar el momento clave de la revolución industria entre 1760 y 1770, mientras que la revolución política se produce entre 1760 y 1830 En el siglo XVIII los núcleos de impulso científico en Gran Bretaña, que hasta entonces habían estado en Oxford, Cambridge y Londres, pasan a Edimburgo y Birmingham, ciudades en las que se produce el principal desarrollo industrial En Francia, donde se encuentra el otro foco de progreso, ocurre que, en contra de lo sucedido hasta entonces, cada vez se produce con más independencia del podes político. Paralelamente, todas las mentes avanzadas de Francia se orientan hacia un cambio de régimen. La obra representativa de esta situación es la gran Encyclopédie ou Dictionaire Raisonné des Sciences, des Arts et des Métiers. publicada en veintiocho volúmenes entre 1751 y 1772, gracias principalmente a la actividad de Diderot (1713-1784) y D'Alembert (1717-1783). En principio, todos los gobiernos revolucionarios dieron gran importancia a la ciencia, pese a aquello de que la République n'a pas besoin de savants con que un tribunal popular despachó el recurso contra la condena de Lavoisier. De hecho, algunos científicos importantes como Monge (1746-1818) y Carnot (1796-1872) fueron republicanos entusiastas y participaron activamente en la nueva administración. Otros, en cambio, como Bailly (1736-1793), Condorcet (1743-1794) y el gran Lavoisier (17431794) cooperaron inicialmente, pero ya fuera por los lazos que mantenían con el antiguo régimen, por su disconformidad con el curso que tomaban las cosas o por otra causa, lo cierto es que pagaron el tributo de sus vidas. Es lo que simboliza el personaje de Andrea Chénier. Otros cambios importantes del siglo que estamos empezando a tratar son la introducción del sistema métrico (1799) y la reforma de la enseñanza, que a mitad del siglo XIX se habrá extendido a toda Europa. Se introduce la planificación de los estudios superiores y se constituyen cuadros orgánicos de profesores contratados por el Estado en calidad de funcionarios, en principio elegidos entre los expertos más eminentes en cada materia. Este tipo de profesor sustituirá al noble amateur, al clérigo ilustre y al médico científico. Desaparecerán otras cosas características del siglo anterior, como las cátedras subvencionadas por una fundación de un

gran mecenas. También se produjo una reacción en la que florecieron un gran número de heterodoxos, embaucadores y sabios locales (les savants sont tout á fait différents des sages)17 La corriente de pensamiento conocida con el nombre de Ilustración, de la que la «Encyclopédie» constituye una expresión fidedigna, se puede considerar una

17 Juego de palabras que contrapone al sabelotodo con el hombre sensato y experimentado. continuación del espíritu racionalista del siglo XVII. Ahora bien, en el propio siglo XVIII surgirán como reacción el Romanticismo y el Idealismo alemán. Este último será responsable de una separación radical entre ciencia y filosofía, tras la cual hallaremos grandes científicos que menospreciarán la filosofía como una mera palabrería burda que no va a ninguna parte, y una multitud de filósofos con una tranquila y pavorosa ignorancia del conocimiento científico. En cualquier caso, de los filósofos de finales del siglo XIX provienen una serie de ideas con notable influencia en el mundo contemporáneo, probablemente más que el propio materialismo derivado de la Ilustración. El objetivo perseguido es la felicidad del género humano, basada en el mayor grado posible de libertad para disfrutar de la vida en paz y con el mayor bienestar, dejando a un lado las reglas tradicionales de conducta. Estas corrientes del siglo XVIII representan una reacción espiritualista, que se puede justificar por la decepción ante la esperanza de que la ciencia proporcionaría una doctrina convincente acerca de la existencia humana. La ciencia no ha alcanzado un objetivo de ese tipo ni entonces ni ahora, pero me parece que esto no es motivo para volverse contra ella, teniendo en cuenta que constituye el único recurso del hombre para afrontar las dificultades inherentes a su propia permanencia en la tierra. La corriente espiritualista del siglo XVIII tiene como precursores lejanos a Paracelso y van Helmont, de quienes ya te hablé en su momento. En relación con el desarrollo científico, los principales representantes de esta corriente son Stahl, Swedenborg y Wolff. Sus juicios sobre la vida se fundamentan en la consideración de los fenómenos naturales como una expresión de poderes espirituales, de modo que la explicación mecánica constituye un aspecto superficial. En rigor, esta actitud intelectual es vieja, y tú misma podrás comprobar por lo que llevo escrito que se encuentra en el pensamiento occidental desde los antiguos griegos. La he citado repetidas veces, y creo que en conjunto la puedes considerar como una actitud paracientífica. Siempre se encuentra vinculada a doctrinas morales, políticas e incluso religiosas, así como a una irresistible tentación del género

humano hacia la sabiduría irracional, secreta o mística. Sea como fuere, se puso de moda a medida que avanzaba el siglo XVIII, y ha persistido hasta nuestros días. La figura principal del Idealismo alemán es Immanuel Kant (1724-1804). Se le considera uno de los máximos exponentes de la filosofía de todos los tiempos. Estuvo influido por las corrientes espiritualistas de las que te hablaba, y al final las rechazó. Tiene estudios sobre filosofía natural, pero sin gran interés. Su punto fuerte es la filosofía crítica, y es innegable que representó un gran avance. Considera el espacio y el tiempo como dos conceptos a priori, es decir, anteriores a la experiencia. También sería apriorística la idea de causa. Sobre esta base, los conocimientos obtenidos a posteriori, tras la experiencia, sólo tienen sentido enlos términos de la ciencia natural. Dicho conocimiento no tiene porqué desvelarno la realidad en sí misma. Las propias leyes naturales han de ser forzosamente subjetivas, dado que están basadas en nuestra capacidad de conocimiento, que es común a todos los hombres, y por tanto apriorística. Del significado intrínseco de las cosas no se puede decir nada. Sólo podemos describir el fenómeno. Si hay influencias de un mundo espiritual, escaparán por completo a nuestro conocimiento La ciencia no puede hacer juicios de valor, y nunca nos dirá qué es el alma, Dios o el libre albedrío, o si todas esas cosas son sandeces. La influencia de Kant ha sido muy grande, principalmente sobre el pensamiento filosófico posterior pero también sobre el modo de pensar de los hombres de ciencia. Toma lo que te he dicho de Kant como una simple alusión, y en ningún caso como una sinopsis de su pensamiento. Es el punto de partida de la filosofía de Herder (1744-1803), Fichte (1762-1814) y Schelling (1775-1854). Me resultaría extremadamente difícil escribir con brevedad algo que fuera inteligible y exacto acerca de su pensamiento. Además, tampoco viene muy al caso para lo que nos interesa en este momento. De todos modos, no puedo resistirme a decirte que Schelling resulta casi imposible de leer para una mentalidad contemporánea de tipo científico. No hay manera de poner en pie lo que dice. Sin embargo hay que reconocer que influyó sobre el pensamiento histórico natural de la segunda mitad del siglo XIX. Ya haré alusiones concretas al respecto, cada vez que venga al caso. Dentro del Idealismo alemán, finalmente encontramos a Hegel (1770-1831), cuya influencia sobre el pensamiento posterior fue mucho mayor que la de los filósofos antes citados. Es la fuente de Marx y de Marcuse, a mi entender todos igual de aburridos. El método dialéctico de la tesis y la antítesis para llegar a la síntesis no es radicalmente nuevo, pero constituye una magnífica descripción del modo de proceder del intelecto humano, tras analizar la historia del pensamiento.

Hegel es considerado el padre de la filosofía de la historia, y el creador del método dialéctico seguido por Marx. Desde nuestra perspectiva, puedes considerarlos unos platónicos tardíos, en el sentido de que nos presentan doctrinas idealistas, puramente especulativas. ¿Te acuerdas de le veau d'or est vainqueur des dieux?" Bien, esto es de Jules Barbier y Michel Carrer, pero se basa en el «Fausto» de Goethe. Éste es uno de los más grandes personajes de la cultura occidental de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Sabrás que con su Werther lideró el movimiento romántico en la literatura. Es uno de los grandes poetas de este periodo, junto con Schiller y Heine. Los tres elaborarían un nuevo idioma alemán sobre la base del hochdeutsch, que sería la lengua de la gran universidad alemana del siglo XIX. Goethe es un

N. T Pasaje de la ópera «Fausto» de Gounod gran hombre de mundo, polifacético e interesado por la filosofía natural. Si no desfallezco en mi intento, en las próximas cartas hablaremos de él en varias ocasiones. Son célebres sus libros sobre la teoría de los colores y sus hallazgos anatómicos en el hombre y el orangután, así como sobre la metamorfosis de las plantas. Pese a todo, principalmente es un gran artista, y tengo la impresión de que su aportación científica ha estado con frecuencia sobrevalorada. Él mismo, hacia el final de su vida, cometió la bobada de considerarla superior a su obra literaria. Desde nuestra perspectiva, el Idealismo alemán se puede ver como una contrarrevolución científica, con efectos positivos y negativos. Conviene que lo tengas en mente como el contexto cultural en el que se desarrolla la ciencia natural durante la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX. No quisiera cerrar esta carta sin recordarte los grandes aspectos de la biología del siglo XVIII. Es la época de la Sistemática vegetal y animal, con figuras como Linneo, Buffon y Cuvier, entre otros. También progresan la química de la combustión y la física de los gases, que desde el flogisto de Stahl nos llevará a la química moderna con Lavoisier, con sus grandes consecuencias para la comprensión de la respiración y la fotosíntesis. También hay que destacar que en el siglo XVIII se establecen las bases de la teoría de la evolución. Espero que podamos seguir hablando de todo ello. Afectuosamente,

37. MÉDICOS Y CIRUJANOS DEL SIGLO XVIII

Begues, 23 de agosto de 1984 Querida Nuria: La iatrofísica del siglo XVII no fue capaz de resolver problemas como la respiración y la digestión. Una teoría general del funcionamiento del Universo como la basada en la gravitación no parecía tener nada que ver con el funcionamiento de la materia viva. Por eso en los siglos XVII y XVIII muchos siguieron creyendo en la existencia de otra fuerza como causa de la vida y de sus peculiares propiedades, corriendo sin darse cuenta el riesgo de volver a caer en el misticismo. El clínico más importante del siglo XVII quizá fue Thomas Sydenham(1624-1689) y se caracterizó por situarse al margen de las dos corrientes, la iatrofísica y la iatroquímica. Rechazó las especulaciones teóricas, tan abundantes en la medicina de su tiempo, y siempre estuvo convencido de que la única fuente del arte de curar era la experiencia. A quienes le pedían que les recomendase algún libro les decía que leyeran el Quijote. Este hombre influyó mucho sobre el pensamiento médico posterior, abriendo una tercera vía empírica, que en muchos momentos podemos considerar un retorno a la vieja actitud hipocrática. Sydenham comenzó sus estudios en Oxford, interrumpiéndolos para servir en el ejército de Cromwell durante cuatro años. Al terminar la guerra civil había olvidado el latín, y ello le dificultó terminar sus estudios, contentándose con un título equivalente al de practicante. De hecho no se doctoró hasta los 52 años, cuando ya tenía una gran fama. Fue amigo de Locke y de Boyle, pero no perteneció a la Royal Society ni a al Royal College of Physicians. Dejó pocas cosas escritas, y entre ellas destaca un estudio sobre las fiebres titulado Observationes medicae (1676). Fue uno de los primeros médicos que prescribió preparados de hierro para la anemia, y quina, recién importada del Perú, para las fiebres palúdicas. También utilizó el opio como analgésico. La introducción de la corteza de «chinchona» es uno de los avances terapéuticos más importantes de la época. En 1629, la esposa del virrey del Perú, Luis Fernández de Cabrera, conde de Chinchón, fue –que se sepa– la primera persona curada del paludismo por la quina. La droga fue introducida en Europa por los jesuitas, y en especial por el cardenal Lugo. Su uso fue habitual en la segunda mitad del siglo XVII. De todos modos, el estudio científico de la quina comenzó en el siglo XVIII con la expedición al Perú dirigida por La Condamine. Hoffmann y Stahl son las dos figuras más destacadas de la llamada escuela de

Halle, en la que conviene que nos detengamos un poco en el tránsito del siglo XVII al XVIII. Friedrich Hoffmann nació en Halle en 1660, hijo de un médico bien situado. Desgraciadamente perdió a sus padres, víctimas de la peste; además, su hacienda fue devastada por un incendio. Estudió en Jena con un gran químico y médico llamado Wedel. Más tarde residió en Erfurt y luego en Inglaterra, pasando finalmente a ejercer la medicina en Alemania. En 1693 fue llamado a Universidad de Halle, donde permaneció el resto de su vida, exceptuando un periodo relativamente breve en la corte de Berlín. Murió en 1742 después de haber alcanzado un gran éxito como profesor y como clínico. Hoffmann describió muchas enfermedades, estableciendo un diagnóstico exacto y una terapia pensada para cada caso, basada en remedios sencillos que preparaba él mismo. Algunas de sus fórmulas magistrales han llegado hasta nuestros días. Escribió mucho sobre temas médicos, y su obra capital son los nueve volúmenes titulados Medicina rationalis sistematica, publicados entre 1718 y 1740. La teoría biológica de Hoffmann parte de la iatroquímica en declive, basada en la composición del cuerpo por mercurio, azufre y sal. Cree que los fenómenos vitales son fundamentalmente el resultado de cambios químicos, pero incorpora las nuevas aportaciones de los iatrofísicos, en especial Borelli y Perrault. Según Hoffmann, el cuerpo es una máquina que se mantiene en movimiento gracias a la circulación de la sangre, excluyendo el «psyche» como causa. Al morir, el alma abandona el cuerpo que ha dejado de funcionar. El movimiento de la sangre se debe al corazón, cuya actividad depende a su vez del sistema nervioso. A través de las fibras nerviosas se distribuye un «fluido animal» producido por el encéfalo a partir del éter universal que tomamos del aire. En la sangre hay una parte sulfurosa, éter y un componente terroso. El azufre y el éter proporcionan el calor vital. El esperma es parecido al fluido nervioso, y comunica la vida al huevo. El hombre tiene cuerpo, espíritu y alma. El funcionamiento del primero es determinado por el segundo, y es en virtud del alma que obramos, comprendemos y pensamos. Además, añade a todo ello la mente, siguiendo una idea de autores antiguos que ya hemos citado. La mente transforma la percepción sensible y la pone al alcance del alma. También actúa de intermediaria para que el alma pueda actuar sobre el cuerpo. Las anomalías del alma pueden causar locura, igual que algunas enfermedades del cuerpo. Por otro lado, observamos que Hoffmann está muy influido por diversas ideas pietistas.

Georg Ernst Stahl fue profesor de medicina gracias a Hoffmann, que le dejó su puesto y se nombró a sí mismo instructor de prácticas. Ha habido algún otro caso de este tipo, pero es algo bastante excepcional. Comentándolo con un viejo y memorable profesor, me dijo que lo encontraba monstruoso y nada digno de imitación. Mi opinión es que, en los pocos casos registrados, este tipo de intercambio sólo ha servido para aumentar la gloria del que cede una posición que ya no puede darle lo que tiene de ventajosa. De hecho, Stahl se sintió anulado por Hoffmann y renunció a su cátedra, aceptando en 1716 una plaza de médico en la corte de Berlín. De temperamento, Stahl era totalmente opuesto a Hoffmann: austero e inaccesible, agrio en la polémica y físicamente insignificante. Ello no quita que Stahl fuera un hombre de gran honradez científica, ni que guardara un profundo sentimiento de gratitud hacia sus maestros y predecesores. Stahl había nacido en Ausbach en 1660, en una familia protestante muy piadosa cosa que no dejó de notar durante el resto de su vida. Estudió en Jena, donde f profesor durante algún tiempo. Más tarde pasó por la corte de Weimar como médio palatino y finalmente, como ya te he contado, llegó a Halle. Trató de la materia vi en su gran obra «Theoria medica vera». En ella menosprecia la anatomía y la obra los microscopistas. Contrapone el concepto de organismo al de mecanismo, y atribuye al alma el papel principal como causa del movimiento y del mantenimiento de vida. No hace falta decir que no había entendido nada de la obra de Galileo y Newto Sin embargo, tuvo una extraña premonición acerca de la importancia de la organizaci( para la vida. Distingue la textura como la organización de las partes mínimas, y estructura como la combinación de los elementos así formados. Por tanto, aquí tener» el concepto fundamental que más tarde serviría de base a Bichat para la creación de histología moderna. Más adelante veremos que sus ideas también influyeron sob Wolff, el creador de la teoría epigenética moderna. Otra aportación de Stahl que puede tener interés especial para nosotros es la teoría del flogisto, que trataremos en la próxima carta. Ahora bien, en conjunto debes ver a Stahl como un nuevo, iatroquímico, con una serie de intuiciones geniales que tuvieron consecuencias concreta que resulta dífícil saber si estaban o no implícitas en su pensamiento. El principal sistematizador de la medicina en el siglo XVIII es sin duda Herma Boerhaave. Nació cerca de Leiden en 1668, y era hijo de un pastor protestante rural. Inicialmente estudió teología, pero tras leer a Spinoza perdió el interés por la religión. Se graduó en filosofía en Leiden y en medicina en Harderwijk. Tod lo contrario que su hermano, que primero estudió medicina pero acabó siend pastor. Herman se estableció como médico y fue nombrado profesor en Leider logrando

fama y fortuna. Ya sabes que salvó los escritos de Swammerdam, y qu fue quien hizo posible la permanencia de Linneo en Holanda, y la realización d su obra. Boerhaave murió en 1738. Aunque escribió sobre medicina práctica, fisiología y química, la obra más importante de Boerhaave es Institutiones medicae (1708), en la que compendio ideas y descubrimientos de muchos otros autores a través de una concepción propia Separa el alma del cuerpo. Con frecuencia se muestra muy pragmático bajo 1. influencia de Sydenham, pero también recoge los avances de Borelli, Malpighi Ruysch, Leeuwenhoek y De Graaf. Según Boerhaave, los vasos quilíferos al sistema venoso el alimento recogido en los intestinos. En cambio, no cree que el aire de los pulmones pase a la sangre. Supone que ésta se purifica en el encéfalo y que a partir de la sangre se origina el fluido nervioso en la corteza cerebral. Pan él, el fluido nervioso es la causa del movimiento de los músculos, y sostiene que el semen también es sangre purificada que fecunda los óvulos, a los que identificaba con los folículos de De Graaf. Los responsables del proceso serían los animáculos que se mueven en el semen, y que supone que contienen rudimentos de los órganos. Las «Institutiones» de Boerhaave tuvieron una difusión extraordinaria, alcanzando veinticuatro ediciones latinas en el propio siglo XVIII, además de traducciones a diversos idiomas, incluido el árabe y el turco. Tuvo discípulos de gran valía, como Swieten (1770-1772) y De Haen (1704-1776) que desarrollarían la medicina austriaca. También fue discípulo de Boerhaave el gran fisiólogo Albrecht von Haller (1708-1777), de quien volveremos a hablar. Entre los médicos del siglo XVIII son representativas algunas figuras que, llevadas por ideas extravagantes, alcanzaron gran fama y tuvieron mucha influencia sobre el pensamiento posterior. Un ejemplo es Swedenborg, que nació en 1668 y estudió en Uppsala. Fue una personalidad polifacética e inquieta que finalmente se decantó hacia la mística. Fundó una religión propia y, acompañado de sus seguidores, terminó sus días en Londres en 1772. En sus escritos encontramos ideas interesantes. Por ejemplo, en De cerebro se dice que los corpúsculos de la corteza cerebral tienen prologaciones filiformes que se extienden por todo el cuerpo, formando como una infraestructura de las funciones del alma. Otras figuras polémicas fueron Joseph Gall (1758-1828), autor de una fantástica teoría frenológica, y Franz Anton Mesmer (1723-1815), inventor del magnetismo animal, en el que tal vez haya, escondidos entre concepciones irrisorias, los fenómenos de la sugestión y el hipnotismo, y sus aplicaciones terapéuticas.

En el siglo XVIII se inició la psiquiatría, quizá bajo la influencia de la atmósfera creada por la Ilustración y la proclamación de los «derechos del hombre». Gracias a pioneros como Philippe Pinel (1745-1826), el tratamiento de los locos empezó a ser como mínimo racional y humanitario?' Sin cambios espectaculares, la anatomía del siglo XVIII es continuación de la del XVII, aunque profundizando en determinados aspectos. Bernard Sigfried Albinus es uno de sus grandes maestros. Nació en Frankfurt an der Oder en 1697, hijo de un médico. Estudió en Leiden, ciudad a la que volvería tras trabajar en diferentes lugares de su país nativo. Fue siempre muy valorado y murió en 1770. Se interesó por la Historia de la Ciencia, y publicó ediciones críticas de Vesalio, Harvey y Eustaquio. Su obra más importante es Tabulae sceleti et musculorum corporis humani. Estudió el desarrollo de la estructura ósea y muscular en el embrión humano. Las planchas de cobre hechas por Vandelaar permitieron unas ilustraciones extraordinarias, que aún no han sido superadas.

Hay que admitir la existencia de precedentes en los árabes. Aparte de von Haller, uno de los discípulos más importantes de Albinus fue Johann Nathanael Lieberkühn, nacido en Berlín en 1711. Más tarde fue a Leiden y leyó la tesis De valvula coli con Albinus. Viajó por Inglaterra y Francia, estableciéndose finalmente como médico en Berlín en 1756. Construyó excelentes microscopios, y algunas de sus preparaciones todavía se conservan en Berlín. Descubrió las que en su honor llamamos «criptas de Lieberkühn», así como las células de Paneth, situadas en el fondo de las criptas. 17

Otro discípulo de Albinus fue Peter Camper, nacido en 1722 en Leiden, donde se graduó en medicina y filosofía. Fue profesor de diversas universidades, y finalmente se estableció en La Haya, donde participó en la vida política. Murió en 1789. Fue una gran personalidad, polígrafo y experto cirujano, ginecólogo e higienista. Practicó también medicina legal y veterinaria. Dibujaba de una forma excelente. Introdujo el ángulo facial, y con él comienza la moderna craneología. Estudió un orangután vivo, y demostró que ni éste ni ningún otro simio pueden proferir lenguaje articulado ni andar verdaderamente erguidos, en contra de lo que creían pensadores coetáneos como La Mettrie. Camper publicó una anatomía detallada de animales poco conocidos como el elefante, el reno, el rinoceronte y otros. Describió la estructura ósea de las aves, con los huesos llenos de aire y los sacos aéreos. También hizo estudios comparados de los órganos auditivos de peces, cetáceos y reptiles. En este punto debo recordar a Peter Simon Pallas, nacido en Berlín en 1741.

Era hijo de un médico, y estudió en Góttingen y Leiden. Su tesis trata de los helmintos intestinales, y es el primero en poner de manifiesto que proceden del exterior. Pasó seis años deambulando por Siberia y llegó hasta el río Amur. Volvió cargado de materiales, que elaboró en San Petersburgo. Por encargo de Catalina II, exploró Crimea. Estudió zoofitos y la relación entre plantas y animales, y describió nuevas especies de roedores. Finalmente volvió a Berlín y murió en 1811. Para cumplir el objetivo de esta carta falta hablarte de los cirujanos, que en el siglo XVIII lograron por fin una cierta equiparación con los médicos. Pese al gran prestigio de antiguos cirujanos como Ambroise Paré (1510-1590), en Francia la equiparación fue un proceso muy costoso, y de hecho lo aceleró un episodio de la vida cortesana. El cirujano Charles François Félix operó con éxito una fístula anal del Rey Sol, y ello le hizo merecedor de honores y sueldo superiores a los del médico principal de la corte. Finalmente, Luis XV promulgó un decreto de equiparación. Vino entonces un gran florecimiento de la cirugía, dentro del cual hemos de situar a Pere Virgili (1699-1776) y Antoni Gimbemat (1734-1816), dos grandes cirujanos catalanes que estudiaron en París, y de los que ya te he hablado en la carta anterior. En Alemania la equiparación llevó más tiempo. Los cirujanos seguían iniciando su carrera haciendo de barberos, y en el ejército habían de seguir durante toda su vida afeitando a los oficiales. En Inglaterra, en cambio, el prestigio de la cirugía aumentó rápidamente durante el siglo XVIII. Allí destacaría John Hunter (17281793), que se puede considerar la máxima figura entre Ambroise Paré y Joseph Lister (1827-1912). Hunter era hijo de un granjero de los alrededores de Glasgow. Descubrió su vocación ayudado por su hermano William, que era médico en Londres. Siguió las lecciones prácticas de Cheselden y Pott, los dos grandes cirujanos ingleses de la época, pero no terminó su formación en Oxford por la gran dificultad que hallaba en el latín y el griego. Terminó alistándose como cirujano en la flota de guerra que salía hacia América durante la Guerra de los Siete Años. De vuelta y con una gran experiencia, se estableció en Londres y alcanzó un éxito extraordinario, que además le proporcionó una gran fortuna. Ello le permitió montar un museo en su propia casa. Llegó a contener más de trece mil piezas, y hoy se conserva en el Royal College of Surgeons. Las investigaciones de Hunter condujeron a una larga serie de descubrimientos en los campos de la anatomía, la fisiología y la patología. Estudió la sífilis, cuyo tratamiento entonces estaba enteramente en manos de los cirujanos,

distinguiendo entre «chancro duro» y «chancro blando». Sin embargo, cometió un grave error al intentar establecer la relación, entonces discutida, entre la gonorrea y la sífilis. Se inoculó a sí mismo pus gonorreico, ignorando que el enfermo del que lo había extraído era además sifilítico. Contrajo la enfermedad, concluyendo que las dos enfermedades venéreas eran la misma cosa. Su obra Natural History of Human Teeth (1771) puede considerarse un pilar de la odontología moderna. De todos modos, la relevancia histórica de Hunter radica sobre todo en la transformación de la cirugía en una disciplina científica. Era un hombre vehemente e irascible. Murió repentinamente a los 65 años, durante un altercado con sus colegas. En el siglo XVIII, la humanidad estaba tan desvalida ante las epidemias como los griegos de la época de Pericles. Pero fue en ese siglo cuando se encontró una defensa eficaz contra la viruela, que era una de las infecciones más temibles. Igual que había ocurrido con la quinina, se trató de un descubrimiento empírico, y constituyó el punto de partida de la inmunología. Era sabido desde antiguo que las personas que habían sobrevivido a la viruela no volvían a padecerla. Eran resistentes para el resto de su vida, y con frecuencia lo mostraban visiblemente. Eran los «picados de viruelas», que aún recuerdo haber visto en mi infancia. De ahí surgió la idea de provocar artificialmente la enfermedad en personas sanas, por medio de una punción con una aguja que contenía pus variólico desecado. La enfermedad subsiguiente era benigna, y tenía el mismo efecto protector. Es la técnica llamada variolización, practicada primero por los turcos e introducida en Europa occidental por Emmanuele Timoni en 1713. Sin embargo, la variolización conllevaba el riesgo de que la enfermedad fuera grave, y de transmitir otras enfermedades como la sífilis. También se dieron casos de sujetos que padecieron la viruela pese a haber sido variolizados. Edward Jenner (1749-1833) fue un médico rural que había sido discípulo de Hunter. Ejercía en Berkeley, su pueblo natal. Observó que los campesinos que habían sufrido la vacuna (cow-pox), que es una enfermedad benigna que se transmite de las ubres de las vacas enfermas a las manos de los ordeñadores, nunca sufrían viruela (small-pox). Jenner utilizó linfa de enfermos de vacuna y la inoculó en personas sanas, que de este modo adquirieron resistencia permanente a la viruela. El método de vacunación de Jenner se extendió rápidamente por Europa y América, sustituyendo a la variolización. La vacunación era mucho más eficaz y menos arriesgada. Este descubrimiento es de una importancia singular:

tras dos siglos de vacunación, la viruela ha podido erradicarse en todo el mundo. Ciertamente, nada es gratuito, y en un pequeño número de casos la vacunación origina problemas gravísimos. Pero, a escala de la humanidad, es el tributo anónimo y aleatorio que suele ir asociado al progreso. En el siglo XVIII también se inicia la medicina social en sentido moderno, tal vez fruto del propio despotismo ilustrado de los gobernantes partidarios del sistema de «todo para el pueblo pero sin el pueblo». Entre los pioneros de la medicina preventiva hay que citar al alemán Johann Peter Frank (1745-1821), que fue el primero en sistematizar medidas de orden público que constituyen el único medio para controlar determinadas enfermedades. No quiero terminar esta carta sin advertirte que todo este rápido movimiento de modernización de la medicina y la cirugía en el siglo XVIII no impidió la continuidad de la medicina humanista, de la que aún encontramos genuinos representantes. Entre ellos, y refiriéndonos a nuestro propio país, podemos citar a Andrés Piquer, médico de cámara de S. M., aragonés de origen y catedrático de Anatomía en la Universidad de Valencia. De él conservo un magnífico ejemplar de «Las obras de Hippocrates mas selectas, con el texto griego y latino puesto en castellano, é illustrado con las observaciones prácticas de los antiguos y modernos para la juventud española, que se dedica a la medicina», editado en Madrid el año 1757. En su «Prefacion» podemos leer lo siguiente:

Conviene, pues, por el lustre de la profesión médica, y para aficionar más á la juventud al estudio de las lenguas matrices, poner á Hippocrates en griego, y oirle hablar en el mismo lenguaje, en que él quiso explicarse. Más atendiendo también á que los principiantes de Medicina en las Universidades oyen á sus maestros los textos de Hippocrates en latín, por ser esta lengua la mas familiar, é introducida en las escuelas, me ha parecido ser necesario poner tambien la traduccion latina, para que los lectores encuentren conformidad entre la doctrina que encierra esta obra, y la enseñanza sólida, que han recibido en la Cathedra. La version castellana la he hecho para hacer de todos modos comprehensible la doctrina hippocratica, y tambien porque estando traducidos en castellano, con grande honor, y aprovechamiento de nuestra nacion los mejores escritores griegos, y latinos, asi philosophos como historiadores, me parece que faltaba la traduccion de Hippocrates, que es uno de los mas principales de la Grecia, y de quien han tomado muchas cosas buenas los mejores philosophos, que huyo en ella. Más adelante añade que

...resta ahora mostrar á la juventud la excelencia de la doctrina hippocratica, e hacer ver á todos, que en ella consiste el fundamento de toda la verdadera Medicina. Afectuosamente,

38. LA TEORÍA DE LA COMBUSTIÓN

Begues, 29 de agosto de 1984 Querida Nuria: En el siglo XVIII se hicieron grandes progresos en el intento de reducir los procesos químicos a la combustión. Aunque John Mayow (1643-1679) ya había observado que al calentar metales se producía un aumento de peso, y otros miembros de la Royal Society habían demostrado que el aire era imprescindible para la vida y para la combustión, entre todos no lograron influir lo suficiente sobre el pensamiento químico de la época. De todos modos, hubo una racionalización progresiva, que al menos permitió disipar los elementos más negativos de la alquimia –sus aspectos astrológicos y místicos– así como abandonar la quimera de fabricar oro. La teoría del flogisto supone que todos los combustibles contienen una sustancia que pierden al quemarse. A esa sustancia, que viene a ser equivalente del azufre de los árabes y de los partidarios de Paracelso, Becker (1635-1682) y Stahl le dieron el nombre de flogisto o principio de la llama. Los cuerpos que contenían mucho flogisto ardían muy bien, y los que carecían de él eran incombustibles. Un cuerpocon mucho flogisto como el carbón podía transferirlo a otro que lo hubiera perdido, como el mineral de hierro, que de este modo se convertía en un metal brillante. El flogisto era una sustancia que no pesaba, como la electricidad, el magnetismo y el calor. Si se objetaba que algunos cuerpos aumentaban de peso al perder flogisto, la contestación era que ello se debía a un crecimiento secundario, o que era la propia ligereza del flogisto la que quitaba peso. La época que va desde comienzos del siglo XVIII hasta los grandes descubrimientos de Lavoisier en 1775 se denomina época del flogisto. El concepto central de la teoría se basa en la existencia de los procesos antitéticos de flogisticación y deflogisticación. Fíjate en que después de Lavoisier la deflogisticación se convierte en oxidación, o sea en una adición, y la flogisticación en una reducción, o sea una sustracción. Actualmente entendemos que las sustancias que tienen un exceso de electrones fácilmente desplazables –como el

hidrógeno, los metales y el carbón– son las más oxidables por un proceso de sustracción. En cambio, las que toman electrones son las que se reducen por un proceso de adición. Por tanto, la teoría del flogisto no andaba del todo desencaminada, al menos desde un punto de vista formal, pero fue formulada de un modo que no podía cuadrar con la realidad experimental. Además, el concepto de electrones fácilmente desplazables no estaba de ningún modo implícito en la explicación de cómo se producía la llama. Para poder llegar a Lavoisier hemos de repasar una serie de progresos en el estudio de los gases. Tienen su origen en los espíritus indomables de van Helmont, y se basan en el conocimiento del peso del aire, en la consumición de una parte de éste durante la combustión, y en la relación inversa entre volumen y presión establecida por Boyle. En el siglo XVIII eran bien conocidos, al menos en la práctica, el traidor grisú y otros aires inflamables de las minas, así como el gas de los pantanos. Todos ellos se podían embotellar y quemar. También se sabía que se desprendía un aire no respirable de las tinajas de los cerveceros y de las cubas de vino. Steve Hales (1677-1761) fue quien empezó a desarrollar la técnica de recogida de gases, y a medir su volumen sobre agua. Más tarde Priestley y Cavendish mejorarían la técnica de medición recogiéndolos sobre mercurio. En cada caso se aplicaría el tratamiento cuantitativo iniciado por Boyle. Joseph Black (1728-1799) fue el primero en demostrar cuantitativamente que el gas desprendido por la cal, cuando se trata con un ácido, puede ser reabsorbido por el agua de cal, volviendo al material original con una ganancia de peso igual a la pérdida que se había producido al principio. De este modo se demostró que un gas podía formar parte de un cuerpo sólido. Black estableció todo esto en su tesis, leída en 1754 y ganadora del premio de cinco mil libras esterlinas' que la Cámara 18 No he podido comprobar esta cifra, citada en muchos libros, pero que considero exagerada. de los Comunes había establecido para el mejor trabajo relacionado con el mal de piedra, muy común entre los bebedores del siglo XVIII. Black abandonó la teoría del flogisto tras conocer los trabajos de Lavoisier. Henry Cavendish (1731-1810) descubrió el hidrógeno, que él llamó aire inflamable. Más tarde demostró que el agua se compone de hidrógeno y oxígeno, que el aire es una mezcla de oxígeno y nitrógeno en una proporción constante, y que estos tres elementos se pueden combinar formando ácido nítrico. Pese a estas grandes aportaciones y en oposición a Lavoisier, siguió siendo partidario de la teoría del flogisto.

Joseph Priestley nació en 1733 en un pueblo cercano a Leeds. Fue un típico hombre de la nueva generación, la de Franklin y Watt. Se hizo pastor protestante, y más tarde fue profesor de una escuela religiosa disidente. Llevado por su extremismo radical, tanto en cuestiones religiosas como políticas, tuvo una vida llena de aventuras. Murió en Estados Unidos en 1810. Fue amigo de Franklin, con quien compartía intereses científicos y políticos. Los primeros estaban relacionados con experimentos acerca de la electricidad, y sobre ellos escribió The History and Present State of Electricity. El libro fue publicado en 1767, e incluye la primera descripción detallada del experimento de Franklin con la cometa-pararrayos, que Franklin nunca detalló. Es posible, querida Nuria, que lo que acabo de contarte te recuerde el artículo The Lunar Society of Birmingham de Lord Richtie-Calder, que leíste hace poco y que hemos comentado juntos. Tengo a la vista unas notas que dejaste olvidadas aquí en Begues, y en ellas leo: «Sociedad Lunar: grupo memorable en la historia de la ciencia y la técnica, y asociado a tres cosas: (1) la revolución industrial, (2) la independencia de Estados Unidos, y (3) la revolución francesa.» Más adelante, entre los nombres de Boulton, Wilkinson, Watt, Murdoch y otros, encuentro: «Priestley, pastor protestante, descubre el oxígeno, al que llama aire desflogisticado». En el artículo también se citan los nombres de Erasmus Darwin y de los Wedgwood. En generaciones posteriores, estos nombres se unirían originando figuras del máximo nivel para nuestra historia. Sí, eso también aparece en tus notas. Pero, como las dejaste abandonadas, no estará de más dejar constancia de ello. Priestley obtuvo oxígeno calentando óxido rojo de mercurio o bien minio. Lo reconoció como un gas que no era absorbido por el agua, y que producía atmósferas en las que la combustión tenía una actividad extraordinaria. Ello ponía de manifiesto una afinidad para el flogisto superior a la del aire. De ahí lo del aire desflogisticado. El oxígeno también fue descubierto, de manera independiente, por Carl Wilhelm Scheele (1742-1786). Era sueco, nacido en Stralsund, y llegó aser un químico muy hábil, mucho más que Priestley. Antes que el oxígeno, descubrió el cloro, y más tarde el manganeso y el bario. Para producir oxígeno, Scheele usó bióxido de manganeso, calentándolo con ácido fosfórico o sulfúrico. También lo obtuvo por calentamiento a partir del nitro. En el primer volumen de sus Experiments and observations on different kinds of air, Priestley nos dice: «Uno podía suponer que, dado que el aire ordinario es tan necesario para los animales como para los vegetales, las plantas y los animales deben afectarse igualmente, y yo mismo mantenía esa esperanza cuando coloqué una rama de menta en un vaso de cristal invertido sobre una palangana

con agua, encontrando que, después de haber crecido allí unos meses, el aire ni apagaba una vela ni afectaba de ningún modo a un ratón que introduje en su interior... Pensé que en la vegetación había algo que restauraba el aire viciado por la respiración, y que dicho proceso también podía restaurar el aire viciado por haber ardido en él una vela». A continuación describe la comprobación experimental pertinente. Este descubrimiento de Priestley llamó mucho la atención, dejando entrever la perfecta economía de la naturaleza que compensa por medio de las plantas la alteración del aire producida por la respiración de los animales. Jan Ingenhousz nació en Breda (Holanda) en 1730, y estudió medicina en Leiden. Viajó mucho y estuvo en contacto constante con el movimiento científico de su época. Trabajó con Hunter en Londres y como médico se especializó en la variolización, de la que ya te he hablado al tratar de Jenner. También fue en Londres donde conoció a Priestley y se enteró de sus experimentos con plantas, interesándose por el tema. En un trabajo publicado en Londres en 1779, Ingenhousz pone de manifiesto la relación existente entre la producción de aire desflogisticado por las partes verdes de las plantas y la luz solar. El escrito se titula Experiments on Vegetables, discovering their great power of purifying the common air in sunshine, but injuring in the shade or at night. O sea que, en propiedad, Ingenhousz es el descubridor de la fotosíntesis. Murió durante un viaje a Inglaterra en 1799. En 1796 había abandonado la teoría del flogisto, en su obra On the Nutrition of Plants. En ella queda establecido que en la oscuridad las plantas respiran como los animales y que, expuestas a la luz, realizan el proceso contrario; por otra parte, las raíces, las flores y los frutos absorben oxígeno y generan aire fijo La obra de Ingenhousz fue completada por Jean S enebier (1742-1809), eclesiástico y director de la Biblioteca de Ginebra, que estableció la necesidad de CO2 para la vida de los vegetales. Parece que nunca abandonó la creencia en el flogisto. Más importante fue la obra de su conciudadano Nicolas Théodore de Saussure (1767-1845), botánico y geólogo, profesor en el Consejo de Representantes de Ginebra. En su obra Recherches chimiques sur la végétation, publicada en 1804, se revela como un experto químico y físico, y es el primero en dar valores cuantitativos precisos. Por ejemplo, precisa la relación entre la cantidad de CO2 absorbido y la de 02 producido en la fotosíntesis, así como la cantidad de agua necesaria. Queda establecida la estequiometría CO2 + H20 -> Materia vegetal + 02

Saussure concluyó que todo el nitrógeno procede de compuestos amoniacales del suelo, y estableció la necesidad de sales minerales haciendo un análisis riguroso de las cenizas del vegetal. Rechazó el flogisto, pero cayó en el error de no dar importancia al pigmento verde, a causa de resultados obtenidos con hojas de otros colores. Fíjate, Nuria, en cómo se fueron estableciendo sucesivamente la producción de oxígeno, la necesidad de luz y de clorofila, el papel del CO2 y el del agua. Con el conocimiento del proceso respiratorio quedan puestos de manifiesto los aspectos fundamentales de los llamados ciclos del oxígeno y del carbono. Hablemos ahora del personaje clave en todo este proceso, uno de los genios más grandes de la Química y de la Fisiología. Antoine-Laurent Lavoisier nació en París en 1743. Era hijo de un abogado que le procuró una esmerada educación, especialmente en matemáticas y ciencias naturales. Sin embargo, Lavoisier fue funcionario del gobierno, y su trabajo era parecido al de los actuales inspectores de hacienda. Los tribunales revolucionarios condenaron a muchos de ellos, y Lavoisier no fue una excepción. Murió guillotinado en 1794. Sus amigos influyentes intentaron salvarlo, basando la petición de indulto en la propia ideología de Lavoisier, afín a la Ilustración, y en sus extraordinarios méritos científicos. Ya sabes que la contestación fue que la République n'a pas besoin de savants. Tatatachán, tachán, tatá, tachán... Cuando Lavoisier tuvo noticia del descubrimiento de Priestley, se dio cuenta inmediatamente de su significado, y puso de manifiesto de manera convincente que la combustión consistía simplemente en la adición de oxígeno. Fue precisamente él quien le puso ese nombre. De esta manera se oponía radicalmente a la existencia misma del flogisto. También llegó a la conclusión de que la vida era una especie de combustión lenta con el oxígeno del aire. Los alimentos se quemaban produciendo anhídrido carbónico y agua, cosa que más tarde se conocería con el nombre de proceso respiratorio. La teoría de Lavoisier sobre la combustión tiraría por los suelos la teoría del flogisto. El dominio de su obra sobre la química sería comparable al de Galileo y Newton sobre la física. Lavoisier enunció el segundo gran principio de la conservación, el de la cantidad total de materia en las transformaciones químicas. Recordarás que el primero había sido el de la cantidad de movimiento. Desarrolló la teoría de los elementos de Boyle, llegando a identificar veintitrés, a los que él llamaba radicales simples. Estableció que los ácidos estaban formados por oxígeno y metaloides, y las bases por oxígeno y metales, mientras que las sales eran el resultado de la combinación de ácidos y bases. Introdujo la nomenclatura química actual; es decir, es desde Lavoisier que hablamos de carbonato potásico o acetato de plomo. También puede ser considerado el descubridor propiamente dicho del

hidrógeno. Con Lavoisier el agua deja de ser un elemento, al demostrar cuantitativamente las proporciones de oxígeno e hidrógeno que la componen. Con Lavoisier se unen la física y la química, y se producen avances extraordinarios en química aplicada. El instrumento básico de Lavoisier es la balanza. Naturalmente, su obra deberá ser completada por hombres como Bertholet (1748-1821) por lo que respecta a la teoría de la afinidad, y por Richter (1757-1807) con respecto a la exactitud de las proporciones en las reacciones químicas. La combustión y la respiración producen la misma cantidad de calor. Sin embargo, Lavoisier creyó erróneamente que la combustión de los alimentos tenía lugar en el corazón, y que generaba el calor vital. Ya Lagrange (1736-1813) había observado que el calor que se desprendía del cuerpo según las mediciones calorimétricas, si fuera generado por la respiración en los pulmones, sería suficiente para quemarlos. Spallanzani (1729-1799), haciendo experimentos en animales, había llegado a la conclusión de que la combustión no tenía lugar en los pulmones ni en el corazón. El oxígeno se mezcla con la sangre, y la combustión se produce lentamente

en todas las partes del cuerpo. Sumergiendo caracoles en una atmósfera de nitrógeno o de hidrógeno, siguen produciendo anhídrido carbónico en la misma proporción y durante mucho tiempo, como si estuvieran en el aire. Volveremos a hablar de Spallanzani en relación con la digestión, y también con respecto a la generación espontánea, durante el siglo XVIII.

Me gustaría concluir esta carta volviendo a hablar de la Sociedad Lunar a la que antes me he referido. Ya sabes que su nombre se debe a la costumbre de sus miembros de reunirse la tarde de los lunes más próximos al día de luna llena, simplemente para que, al terminar la sesión, cada uno pudiera volver a su casa con luz. Había bastantes médicos, ex-alumnos de la facultad escocesa. Otros eran escoceses o habían estudiado allí. Nunca fueron muchos: como máximo catorce. Ten en cuenta que en aquella época Oxford y Cambridge estaban obsesionadas por la teología, y prácticamente las únicas universidades que iban en hora eran las de Leiden y Edimburgo. La primera, más importante y citada muchas veces en nuestro relato, fue fundada en 1575, y la segunda en 1583. Tuvieron mucha relación entre ellas, y sus enseñanzas eran prácticamente intercambiables. Piensa que el propio Boerhaave fue alumno en Leiden de Alexander Pitcairne, fundador del Royal College of Physicians de Edimburgo. Se dice que a finales del siglo XVIII más de cuarenta catedráticos de las universidades escocesas se habían formado en Leiden. La pequeña Sociedad Lunar dio nueva vida a la ciencia británica, que tras Newton y sus contemporáneos había entrado en decadencia. Los virtuosi de la época de Carlos II fueron seguidos por los dilettanti de la primera mitad del XVIII. La Royal Society necesitaba un rejuvenecimiento, que llegó con la revolución industrial y con los «lunáticos», muchos de los cuales serían llamados a pertener a ella: por ejemplo, Boulton, Watt, Priestley, Wedgwood y Franklin. La Sociedad Lunar no fue un caso único. La propia Royal Institution de Londres, fundada por el conde de Rumford, tiene un espíritu comparable. Allí fue donde Faraday oiría las lecciones de Sir Humphry Davy. A la época de la teoría de la combustión siempre le asociaremos los hombres que impulsaron la revolución industrial. La máquina de vapor con condensador de Watt, las porcelanas finas de Wedgwood, la fabricación de sulfúrico de Roebuck y la de álcalis de Keir son algunos ejemplos. Ello es significativo, ya que en los avances venideros la ciencia y la tecnología irían cada vez más ligadas. Con un poco de nostalgia de los días en que podíamos hablar todo el tiempo que nos apetecía. Afectuosamente,39. LA CLASIFICACIÓN DE LAS PLANTAS Y LOS ANIMALES

Begues, 30 de agosto de 1984 Querida Nuria:

Sin duda te costará muy poco darte cuenta de que tenemos una tendencia natural a agrupar conjuntos de objetos con una sola denominación. ¿Cómo? Pues por el análisis del lenguaje de pueblos primitivos, por el desarrollo que vemos en los niños y por el estudio de escritos de la antigüedad. Ya sabes que los antiguos griegos trabajaron mucho el análisis conceptual. De ahí que las categorías utilizadas para la clasificación puedan considerarse procedentes de Platón, así como el uso de la dicotomía. Aristóteles distinguió el «genos» y el «eidos», quizá equivalentes a nuestro género y especie. Además, logró establecer una serie de tipos de organización que van desde la especie humana a los seres más sencillos. Como naturalista, prácticamente no sería superado hasta finales del XVIII. Otro tanto ocurrió con Teofrasto, su sucesor en la dirección del Liceo, que fue la máxima autoridad en el campo de la botánica hasta el siglo XVIII. En la Baja Edad Media, el número de plantas y animales conocidos era relativamente pequeño, y casi todo se puede referir a Plinio y a Dioscórides. La situación cambió con los llamados padres alemanes de la botánica y con los zoólogos del Renacimiento. De todos ellos ya hemos hablado. También recordarás que en el siglo XVI se conocieron muchas plantas nuevas procedentes de América y del Extremo Oriente. Entre los contribuidores más relevantes podemos citar a García de Orta, Cristóbal de Acosta, Francisco Hernández, Nicolás Monardes, Charles de l'Escluse (Clusius), Prosper Alpino, Jakob de Bondt (Bontius) y Guillaume Piso. El sistema moderno de clasificación hay que atribuirlo a Linneo en el siglo XVIII', pero hay un nexo entre Linneo y el marco que acabo de describir. Por eso en esta carta me permitirás que para llegar a Linneo parta del siglo XVI. Casper Bauhin nació en Basilea en 1555, y estudió en Tübingen con Fuchs, de quien ya hemos hablado. Más tarde fue profesor en Basilea, donde vivió hasta su muerte en 1624. Sus obras más importantes probablemente sean Prodomus y Pinax theatri botanici. Se basa en Fuchs y en los herbolarios semimédicos del XVI, pero introduce una acertada visión de la afinidad entre diferentes plantas. Se le considera 2 0 Es posible que pudiéramos encontrar precursores más antiguos. el fundador de los sistemas de clasificación llamados naturales o politéticos, porque atienden a la totalidad de los caracteres, o al menos a un gran número, sin considerar que algunas características sean más importantes que otras. Se trata sin lugar a dudas del método usado espontáneamente para el establecimiento de los nombres comunes, y mediante el cual la gente distingue e identifica diferentes objetos. Este sistema fue patrocinado por Federico Cesi (1585-1630), fundador de la célebre Academia dei Lincei, y sería defendido por Pierre Magnol (1638-1715),

John Ray, de quien hablaremos con más detalle dentro de poco, Bernard de Jussieu (1699-1777) y su sobrino Antoine-Laurent de Jussieu (1748-1836), así como por Augustin-Pyramus de Candolle (1806-1893). Beuhin clasificó más de seis mil especies de plantas, distribuyéndolas en grupos como gramíneas, liliáceas, zingiberiáceas, dicotiledóneas, arbustos y árboles. En ningún caso distingue géneros. A los sistemas naturales de clasificación se pueden oponer los llamados sistemas artificiales, basados en una o unas pocas características consideradas como distintivas, algo parecido a las camisetas del Barca o a las banderolas que llevaban en el cogote los antiguos guerreros japoneses, como pudimos ver en la película «Kagemusha» del director Kurosawa. Los sistemas de agrupación de este tipo se llaman monotéticos, y son los que nos chocaron, tanto a tí como a mí, cuando empezamos a estudiar botánica y zoología. Es aquello de que con un manco nunca llegaríamos a la especie humana, o que todo dependa de aquellas cuatro o seis quetas para ir hacia uno u otro lado de la clave taxonómica. Lo de menos es el aspecto conjunto de los animalitos que, sin embargo, una vez asimilado, será lo que nos los hará reconocer de un vistazo. Podemos considerar a Matthias de l'Obel (1538-1616) como el iniciador de este criterio taxonómico. Ya señalé en una carta anterior que Andrea Cesalpino (1519-1603) fue un botánico de relieve. En su obra De Plantis inició una diferenciación de tipo peripatético entre plantas y animales. Las plantas no tienen sensibilidad ni movimiento. Las compara con los animales, y concluye que el anillo de la raíz que une a ésta con el tallo, corresponde al corazón. El aparato reproductor es el tallo, ya que produce los frutos. La planta, no obstante, conserva la potencia en muchas partes, y por eso puede reproducirse por esquejes. Los frutos son los embriones, protegidos por las hojas. También señala que los pétalos son hojas modificadas, idea que Goethe recogerá más tarde. Dice que los vegetales no tienen sexo, y que los frutos se producen a partir de una gema que sale de la médula. Cree que el fruto es distintivo para cada tipo de planta, y que es la característica apropiada para distinguir unas de otras. Curiosamente, en vez de ilustraciones, Cesalpino añade a su obra un herbario con plantas disecadas. Parece que estemétodo fue inventado por un tal Luca Ghini (1490-1556), maestro de Cesalpino. Ambos fundaron jardines botánicos del tipo que se pondría de moda en el siglo XVII. Las ideas de Cesalpino influyeron sobre Jung y sobre Linneo. Para nosotros, Cesalpino será el primero en dar relevancia al fruto como característica taxonómica distintiva. Joachim Jung (Jungius) nació en Lübeck en 1587. Fue profesor de matemáticas

en Giessen, y más tarde rector de un Gymnasium en Hamburgo. Su vida transcurrió permanentemente agitada por controversias sobre religión. Murió en 1657. Sus obras botánicas se publicaron mucho después, y la principal es «Isagoge phytoscopica». Se basa en Cesalpino, pero sin las elucubraciones filosóficas de éste. Adoptó un tipo de descripción de la morfología vegetal que sería seguido tanto por Linneo como por sus sucesores. August Quirinus Rivinus (1652-1723) nació en Leipzig, estudió medicina y más tarde fue profesor. Su obra principal en el campo de la botánica es Ordo plantarum, en dos grandes volúmenes ilustrados de forma excelente. Fue el primero en insistir en la necesidad de rechazar la vieja clasificación en árboles, arbustos, matas y hierbas. También fue quien atribuyó a la flor las características distintivas que deberían servir para la clasificación, criterio que sería adoptado por Linneo. Finalmente puso de relieve la conveniencia de una nomenclatura simplificada. Joseph Pitton de Tournefort nació en Aix-en-Provence en 1656. Pese a graduarse en medicina, se dedicó únicamente a la botánica, y fue profesor del entonces llamado Jardin du Roi en París. Tuvo ocasión de hacer numerosos y largos viajes, y murió en un accidente en 1708. Define al vegetal como un cuerpo vivo que siempre tiene raíces, y casi siempre semillas, tallo, frutos y flores. Por lo que se refiere a la estructura de los vegetales, se basa en Cesalpino y también en Malpighi. Tomó como criterio de clasificación tanto los frutos como las flores. Dio importancia al género, y dentro de él distinguió las especies mediante unos pocos detalles complementarios, referidos de modo especial a diferencias en el tallo y las hojas. Se opuso al sistema natural de clasificación preconizado por Bauhin, y estableció por primera vez categorías taxonómicas superiores: las clases, y por debajo de ellas las secciones. El criterio para definir las clases son las flores: con y sin corola, con y sin corola gamopétala, y además cruciforme, lenguada y otras. Mantuvo la división en árboles, arbustos, matas y hierbas, en contra de la opinión de Rivinus. Propuso diecisiete clases de hierbas y cinco de arbustos y árboles. Da poco importancia a la anatomía, y ninguna a la fisiología. Conoció la fertilización artificial de la palmera datilera, que ya había sido descrita por Teofrasto, y que se lleva a cabo suspendiendo inflorescencias masculinas sobre las femeninas. No obstante, Tournefort no fue capaz de extraer ninguna conclusión de tipo más general. Es realmente sorprendente que, pese a las observaciones mencionadas sobre la palmera datilera y al uso de denominaciones como «helecho macho» que aluden

explícitamente a la sexualidad de las plantas, ésta fuera negada tanto por los botánicos de la antigüedad como por los de los siglos XVI y XVII. Tal vez se debió a que muchas plantas son hermafroditas. En otra carta ya te he contado que Grew fue el primero en afirmar que las flores son los órganos sexuales de las plantas, y que muchas de ellas se reproducen como los caracoles, pero ni siquiera Malpighi se lo creyó. El que verdaderamente puso de manifiesto el sexo de los vegetales, y de un modo convincente, fue Rudolph Jakob Camerarius (1665-1721). Siguiendo la costumbre de la época, publicaba los resultados de sus trabajos en cartas o escritos breves, y en uno de 1694 titulado De sexu plantarum epistola describe experimentos definitivos, extirpando las anteras de las flores masculinas o provocando la fecundación artificial en plantas muy diversas. Concluye que hay flores unisexuales, y plantas monoicas y dioicas, y que, en cualquier caso, «se justifica considerar las anteras como la parte masculina y el ovario con su estilo como la parte femenina». La teoría de Camerarius fue aceptada por Linneo, que basó su clasificación de las plantas en los órganos sexuales, aunque no añadiera nada nuevo sobre el tema. Tendríamos que esperar un poco, hasta que lo hicieran Kölreuter y Sprengel. John Ray nació en 1627 en un pueblo del condado de Essex y estudió en Cambridge, donde llegó a profesor de griego y matemáticas. Allí se ordenó sacerdote, pero en 1662 la Act University propugnada por Carlos II restringió la libertad de conciencia, y ello motivó que Ray dejara la Universidad y la Iglesia. Se dedicó a sus estudios en privado, gracias a su amigo Francis Willughby, joven muy rico y de noble familia, que había sido alumno suyo en Cambridge. Viajaron juntos por toda Europa y decidieron preparar una descripción sistemática, en la que Willughby se encargaría de la zoología y Ray de la botánica. Volvieron a su patria cargados de colecciones, y se instalaron en la casa de campo de los Willughby para elaborar todo el material recogido. El anfitrión era diez años más joven que Ray, pero se puso enfermo y murió en 1672, dejando una renta de sesenta libras anuales a su amigo, con el encargo de educar a sus hijos. Ray permaneció unos años con la familia de su compañero, pero más tarde se casó y se instaló en la granja de sus padres. Murió en 1705. En 1676, Ray publicó con autoría de Willughby un extenso ensayo sobre pájaros titulado Ornithologi libri tres, y en 1686 uno sobre peces, «De historia piscium libri quatuor». La «Historia insectorum» se publicó después de la muerte de Ray. Resultadifícil distinguir lo que es de uno y de otro. De hecho, Ray escribió otras obras importantes de zoología, como «Synopsis methodica avium et piscium»

(1713) y Synopsis methodica animalium quadrupedum et serpentini generis (1693). No está de acuerdo con la falta de sensibilidad que Descartes suponía en los animales, y niega la generación espontánea. Trata las teorías de la epigénesis y el preformismo, así como el ovismo y el espermatismo, pero sin añadir nada nuevo. En cambio, Ray rechazó definitivamente la existencia de los animales fantásticos que se habían ido incluyendo en los libros desde los autores clásicos. Ray sigue un sistema de clasificación basado en Aristóteles, pero incluyendo novedades importantes. Distingue por primera vez, dentro de los animales de sangre roja, los que tienen pulmones y los que tienen branquias. Divide los primeros entre los que tienen dos ventrículos y los que tienen uno solo, y coloca a estos últimos dentro del grupo de los reptiles o cuadrúpedos ovíparos. Los de dos ventrículos se dividen en ovíparos (o aves) y vivíparos, tanto terrícolas como marinos, siendo un rasgo característico de los terrícolas su hirsutismo. Es importante la distinción entre pezuñas y garras. Dentro de los ungulados tenemos los equinos con un casco, los rumiantes y porcinos con dos, y los que tienen muchos como el rinoceronte y el hipopótamo. Entre los unguiculados o animales que tienen dedos terminados en uñas, distingue los que sólo tienen dos, como los camellos, y los que tienen muchas, ya sea juntas como los elefantes, separadas y planas como los simios, o estrechas como los carnívoros y los rumiantes. Ray nos habla de animales como el murciélago, el perezoso, la musaraña y el topo, que no habían sido descritos hasta entonces. En cambio, por lo que se refiere a los invertebrados, sigue siendo inferior a Aristóteles. Las contribuciones más importantes de Ray se encuentran sin embargo en la botánica. En 1660 ya había publicado una flora de Cambridge, y diez años más tarde un catálogo práctico de plantas de Gran Bretaña. De todos modos, sus obras más representativas fueron su Methodus plantarum nova (1682), y sobre todo la Historia generalis plantarum en tres volúmenes, publicada entre 1686 y 1704. En esta última se encuentra un resumen de todos los conocimientos botánicos de la época por lo que se refiere a estructura, fisiología, distribución, hábitat y clasificación. Describió dieciocho mil seiscientas plantas distribuidas en ciento veinticinco secciones, algunas de las cuales siguen siendo reconocidas como órdenes naturales en la actualidad. Aprovechando las observaciones de sus predecesores –especialmente Cesalpino, Bauhin y Jung– fundamentó su esquema, que puede calificarse de natural, en las características de los frutos, las flores y las hojas. Había reconocido inequívocamente la sexualidad de los vegetales, y estableció de forma definitiva la diferencia entre monocotiledóneas y dicotiledóneas; de hecho, fue el autor de estas denominaciones. Dio valor al género y precisó el concepto de especie, reconociendo su carácter fijo dentro de

un margen de variabilidad. Ahora ya podemos hablar de Linneo. Carolus Linnaeus nació en Rashult, Suecia meridional, en 1707. Su padre era un pastor protestante muy aficionado a la jardinería. De este modo, el pequeño Linneo se familiarizó muy pronto con las plantas, y aprendió los nombres de muchas de ellas. En primer lugar estudió en el pueblo vecino de Váxjó, donde aprendió latín y leyó la «Historia Animalium» de Aristóteles. Después se inscribió en la Universidad de Lund pero, por consejo de su maestro Rothman, al año siguiente se trasladó a Uppsala. Parece que en esa época conoció los escritos de Tournefort y Boerhaave. El decano Celsius acogió a Linneo como un miembro de la familia, y en el año 1730, antes de terminar sus estudios, ya fue nombrado lector de botánica. Dos años más tarde, la Sociedad de Ciencias de Uppsala le confió la responsabilidad de una campaña en Laponia con la finalidad de «explorar los tres reinos de la naturaleza» y estudiar además «la extraña forma de vida de sus habitantes, y las ventajas e inconvenientes que ese tipo de vida pudieran tener para la salud». Uno no puede resistir la tentación de establecer un cierto paralelismo entre este viaje de Linneo y el que cien años después haría el joven Darwin a bordo del Beagle. Linneo se doctoró en medicina en Holanda, en la pequeña universidad de Harderwijk, como había hecho Boerhaave, pagándole la estancia su futuro suegro Celsius. Después pasó a Amsterdam y a Leiden, donde gozó de la protección de Boerhaave e hizo la primera edición del Sistema Naturae (1635). Volvió a Suecia y se estableció como médico en Estocolmo hasta el año 1741; entonces se trasladó a Uppsala como catedrático de botánica. Más tarde tomaría parte en la fundación de la Academia Sueca de Ciencias, de la que fue su primer presidente. Hoy en día esta institución es mundialmente famosa por ser la que otorga los premios Nobel. El acme de la fama de Linneo se produjo alrededor de 1750. Moriría en 1778, tras una larga temporada en la que sus facultades, tanto físicas como mentales, menguaron progresivamente de forma lamentable. Recomendó a su hijo como sucesor suyo en la cátedra, lo cual fue verdaderamente desafortunado. Al margen de su manifiesta mediocridad científica, el hijo de Linneo tuvo malas relaciones con su familia. Al morir y liquidarse la herencia, las colecciones de Linneo (herbario, biblioteca y correspondencia) fueron vendidas por su viuda al naturalista inglés James Edward Smith (1759-1828), que las legaría a la Linnean Society, fundada por él mismo con un grupo de amigos en Londres en 1778. En Suecia, este hecho es visto como una vergüenza nacional. De hecho, mientras las colecciones viajaban hacia Inglaterra, el mismísimo rey envió un barco para apresar la nave que las transportaba, pero no lo logró.

En Holanda, Linneo conoció las obras de Camerarius, Jung y Ray, y demostró que estaba particularmente preparado para asimilarlas. No obstante, resulta sorprendente que un hombre con una formación envidiable y con unas relaciones privilegiadas dentro del mundo intelectual de su época fuera tan negado para comprender la revolución científica. En la última edición del «Sistema Naturae» (1765-1768) todavía nos habla de los cuatro elementos, y mezcla descripciones poéticas de la vida y del Universo basadas en la religión con conceptos de su época o como mucho un poco anteriores, como máquinas hidráulicas o fenómenos eléctricos. Sus fuentes son la Biblia, Séneca, Aristóteles, van Helmont y Cesalpino. Sorprendentemente, ignora tanto a Galileo y Newton como a Harvey, Malpighi y Leeuwenhoek. En el fondo es un gran coleccionista, capaz de agrupar y ordenar mejor que nadie un «universo» de cosas diversas. Peter Artedi (1705-1735) fue un amigo de Linneo del periodo de Uppsala. Es posible que Artedi fuera el zoólogo sueco más importante de su época. Se trasladó a Londres y más tarde a Holanda, donde se reencontró con Linneo. Éste pudo ayudarle, puesto que ya estaba bien situado allí, pero por desgracia Artedi habría de caer en un canal y ahogarse. La obra de Artedi fue publicada por Linneo con el título de Philosophia ichthyologica. En ella defiende el género a la manera de Tournefort, es decir, como un grupo de especies que armonizan entre sí y se diferencian de las que corresponden a otros géneros. Incluye las clases y los órdenes como categorías taxonómicas superiores. Las clases han de ser grupos naturales: por ejemplo, los peces. Linneo adoptó los órdenes de Artedi, y en general recibió gran influencia de éste para la clasificación de los demás animales. La primera edición del «Sistema Naturae» no tiene más de doce páginas de texto, y abarca los tres reinos. Por su novedad y claridad, fue acogida con gran entusiasmo. Las sucesivas ediciones fueron cada vez más voluminosas. La décima, de 1753, que se considera la clasificación linneana prototípica, tiene dos volúmenes de más de quinientas páginas cada uno. La número trece, que es la última, tiene tres tomos de esa misma extensión. Lo que Linneo dejó escrito sobre clasificación de minerales es mejor olvidarlo. Ten en cuenta que en su época no se sabía nada de cristalización ni de composición química. El resto, sobre plantas y animales, todo muy bien puesto en órdenes, géneros y especies, es un progreso evidente de la sistemática. Para las plantas, Linneo toma la flor como criterio de clasificación. Recoge el concepto de Camerarius; de ahí que llame a su sistema «clasificación sexual».

Establece veinticuatro clases, la última de las cuales es la Cryptogamia. De la primera a la vigésima, todas presentan flores hermafroditas, que Linneo clasifica según el número de estambres y pistilos, y según su posición relativa. Según el número de estambres, tenemos: 1, Monandria; 2, Diandria; 3, Triandria; 4, Tetrandria; 5, Pentandria; 6, Hexandria; 7, Heptandria; 8, Octandria; 9, Eneandria; 10, Decandria; 11, Dodecandria; 12, Icosandria; 13, Polyandria; 14, Didynamia; 15, Tetradynamia; 16, Monodelphia; 17, Diadelphia; 18, Polyadelphia; 19, Syngenesia; y 20, Gynandria. La 21 es Monoecia, la 22, Dioecia, y la 23, Polygamia. Sólo por el nombre entenderás qué plantas se incluyen las clases 21 y 22. La 23 está representada por pies con uno, dos o tres tipos de flores. Para satisfacer tu curiosidad, añadiré una clave de las clases 11 a 20: MENOS DE 20 ESTAMBRES -DE ONCE A DIECINUEVE MÁS DE 20 ESTAMBRES Insertos en el cáliz Insertos en el receptáculo ESTAMBRES DESIGUALES Cuatro, dos más largos

Seis, cuatro más largos ESTAMBRES ADHERIDOS ENTRE SÍ POR LOS FILAMENTOS

En un cuerpo En dos cuerpos En más de dos ESTAMBRES ADHERIDOS POR LAS ANTERAS -ESTAMBRES ADHERIDOS AL PISTILO O ENCIMA DE ÉL Los órdenes los establece según el número de pistilos. De este modo, Monandria queda en Monogynia, Diandria en Digynia, Triandria en Trigynia, y así sucesivamente. También utiliza criterios relacionados con la forma y estructura del ovario y del fruto (Clases 14 y 15), el número de estambres (Clases 16, 17, 18, 20, 21 y 22) y la disposición de las flores (Clase 19). La Clase 23 se divide según el número mínimo de individuos para los tres tipos de flores. Finalmente, la Clase 24 incluye cuatro órdenes; 1, Helechos; 2, Musgos; 3, Hongos; y 4, Algas. En todos los casos, vienen a continuación las familias, los géneros y las especies. Con respecto a la clasificación de los animales, Linneo llega a una división bastante parecida a la de Aristóteles, y en ningún caso superior a la de Ray: CORAZÓN CON UNO O DOS VENTRÍCULOS Y DOS AURÍCULAS. SANGRE ROJA Y CALIENTE 1.Vivíparos:

Mamíferos

2.Ovíparos:

Aves

CORAZÓN CON UN VENTRÍCULO Y UNA O DOS AURÍCULAS. SANGRE ROJA Y FRÍA. 1.Respiración

pulmonar:

Reptiles

2.Respiración

branquial:

Peces

CORAZÓN CON UN VENTRÍCULO Y SIN SANGRE FRÍA E INCOLORA 1. Con antenas aurículas. 2. Con tentáculos:

Insectos Vermes

El nombre de mamíferos sustituye al de cuadrúpedos para poder incluir la ballena. El hombre aparece bajo dos especies: Horno sapiens, que se ha mantenido, y Horno troglodytes, el legendario hombre de las cavernas. El orangután es colocado dentro del mismo género. Por lo que se refiere a los invertebrados, esta clasificación es un verdadero retroceso con respecto a la aristotélica, que distinguía como mínimo cuatro tipos de organización. La ignorancia de Linneo acerca de invertebrados marinos resulta chocante. Sea como fuere, conviene tener en cuenta que, hasta Lamarck, la visión global de los invertebrados será muy deficiente. Donde Linneo sobresale es en las categorías inferiores de género y especie. Este último concepto queda establecido de un modo muy definido, e influirá hasta nuestros días. En el Genera Plantarum (1737) escribió: «Species tot sunt, quot diversas formas ab initio produxit Infinitum Ens». En 1751, en la célebre «Philosophia Botanica», repetirá: Species tot numeramus, quot diversae formae in principio sunt creatae. La cosa está clara: las especies son inmutables. Linneo conocía muy bien las variedades hortícolas, pero las consideraba monstruosidades que, sin la atención continuada del jardinero, desaparecerían rápidamente. Más adelante sus ideas serían menos rotundas, y llegaría a decir que no estaba totalmente seguro de que el conjunto de todas las especies de un género no fueran obra del tiempo, a partir de una o unas pocas especies, hijas directas del Creador (1759). En cualquier caso, la especie actual está constituida por un conjunto de individuos que se parecen tanto entre sí 11.Dodecandria

12.Icosandria 13.Polyandria 14.Dydinamia 15.Tetradynamia

16.Monodelphia 17.Diadelphia 18.Polyadelphia 19.Syngenesia 20.Gynandria

como si hubieran tenido un origen común. De hecho, el taxónomo actual utiliza el concepto linneano de especie, aunque formalmente no crea en él. La nomenclatura binaria fue introducida por Linneo en 1749, en su obra «Pan suedicus». En Species Plantarum (1753) lo aplica a más de seis mil plantas, y en el Systema Naturae de 1758 a más de cuatro mil especies de animales. Desde entonces, la nomenclatura binaria no ha podido ser sustituida por nada mejor (ni siquiera en los virus, que tan lejos se encuentran del pensamiento linneano). Las reglas de nomenclatura y las sinonimias también se conservan prácticamente sin enmienda. En cambio, de sus clases y órdenes apenas queda nada. En cualquier caso, tras Linneo, la clasificación monotética y la nomenclatura binaria aparecerán como el mejor sistema para ordenar la enorme diversidad de las formas organizadas. En la Philosophia Botanica, Linneo reconoce que sería mejor un sistema natural de clasificación, y propone el establecimiento de sesenta y siete o sesenta y ocho grupos naturales. Algunos los son realmente y otros no. Por otra parte, no dice en ningún sitio cuál fue el criterio que usó para establecerlos. Quizá usó un principio muy empleado por los microbiólogos taxónomos actuales, que dice que a fin de cuentas un grupo natural es aquel que es visto como tal por los buenos especialistas. En el libro que acabo de citar, Linneo reconoce la importancia de la hibridación en la formación natural de grandes masas de variedades intermedias, y tiene una noción perspicaz de que en la naturaleza hay un lugar para cada especie, o de que cada lugar acaba siendo ocupado por una o unas pocas especies definidas. También empieza a hablar de los factores que influyen en la distribución de las

especies en la vegetación. Por desgracia, todo lo que se refiere a anatomía y fisiología es lamentable, incluso dentro del contexto de los conocimientos de su época. Linneo fue un maestro extraordinario. Tuvo muchos discípulos y colaboradores entusiastas. Muchos de ellos emprendieron viajes y expediciones en busca de nuevas especies. Bajo su influencia se puso de moda el gusto por la vida al aire libre, y se promovieron el excursionismo y el naturalismo. En todo el mundo surgieron sociedades parecidas a la Linnean Society de Londres. Todo ello se ha relacionado con el movimiento romántico y con muchas figuras literarias. El espíritu naturalista, satirizado mediante el hombre con salacot, pantorrillas al aire y cazamariposas, cautivó de un modo especial al clero y a la aristocracia rural de todos los países occidentales. También se sumaron a la moda muchos coleccionistas y aficionados procedentes de la burguesía industrial. Charles Darwin puede considerarse un producto de esta corriente. El movimiento naturalista da lugar a la figura del coleccionista y buscador de nuevas especies sin mayor preocupación acerca de su significado científico, asícomo a la proliferación de expertos identificadores de animales o plantas –a veces sólo de un grupo concreto, como pájaros, serpientes o setas– sin la menor formación científica. Ello contribuyó a separar la biología de la medicina y, por otra parte, de las ciencias físico-quimicas. En cambio, favoreció la relación de la biología con la geografía y la geología. Afectuosamente,

40. LE STYLE, C'EST L'HOMME

Begues, 15 de septiembre de 1984 Querida Nuria: Esta carta me ha preocupado más que la mayoría de las otras. Se trata de hablar de Buffon, y siempre me ha sorprendido el contraste entre su gran fama y lo poco que la mayoría de la gente sabe acerca de su obra. Recuerda que en Francia no hay ciudad ni pueblo sin una rue de Buffon. Sin embargo, me parece que pocos franceses de hoy sabrían decir qué hizo el personaje en cuestión. Su iconografía nos lo presenta con un porte altivo, peluca blanca y casaca dorada. Ello nos permite suponer que debió ser un personaje de la época de María

Antonieta. También sabemos que escribía en un francés brillante y ampuloso, y que por este motivo fue objeto de admiración por parte de literatos como Chateaubriand, Victor Hugo y Balzac. Le style est de l'home méme, dijo en su célebre discurso de entrada en la Académie, y la frase, deformada bajo la forma de Le style, c'est l'homme, se ha convertido en un tópico. Buffon fue coetáneo de Linneo, de quien te hablé en la carta anterior, y tuvo una gran influencia sobre el pensamiento científico del siglo XIX. La gran obra de Buffon es la Histoire Naturelle, que en cierto modo puedes considerar como un complemento de la Encyclopédie. Ambas, cubiertas del mismo polvo, son los grandes monumentos de la Ilustración, aunque la primera no tenga el carácter subversivo de la segunda. Buffon no quiso colaborar directamente en la Encyclopédie, pero ésta recogió directa o indirectamente una gran parte de su pensamiento. Buffon mantuvo una actitud de independencia, evitando siempre la posibilidad de verse envuelto en algún tipo de complot contra príncipes o instituciones. Uno tiende a pensar que era ambicioso, cauto y quizá también un poco cínico. Parece indudable que no habría podido salvarse del hundimiento del

Ancien Régime, al que estaba estrechamente vinculado, pero tuvo la suerte de morir un poco antes, y a una edad muy avanzada. He leído el Buffon de Pierre Gascar que me regalaste. Está planteado correctamente, y bien escrito, pero es posible que al autor —un hombre de letras —se le escapen cosas importantes, y que trate diferentes aspectos con acierto desigual. Gascar dibuja un personaje muy poco atractivo para la mentalidad actual, y que el propio autor acaba encontrando antipático. Quizá es un truco de escritor profesional, una especie de «gag» para impedir que, al dar vida al personaje, éste se le pueda escapar del contexto de su tiempo. Como contrapunto, también he repasado algunos comentarios sobre Buffon hechos por contemporáneos suyos, y ello gracias a las Mémoires pour l'Histoire des Sciences et des Beaux Arts de 1750 a 1760, que encontré en casa entre los libros antiguos. Son más divertidos que el libro de Gascar, ya que puedo examinar los pros y los contras que exponen sin salir de mi propia perspectiva intelectual. Todo ello ha abierto ante mí un panorama bastante interesante, pero que no puedo analizar exhaustivamente sin sobrepasar los límites que me he impuesto al escribirte estas cartas. Por otra parte, dicho sea con franqueza, tampoco me atrae tanto como para trabajarlo en profundidad. Sin embargo, de esos materiales he entresacado para tí una serie de cosas que, si te lo propones, sin duda identificarás a lo largo de esta carta. Al ver que tendría que tratar el tema de puntillas, sin profundizar mucho, me han ido surgiendo las dudas que acabo de exponerte.

Nuestro personaje nació en el año 1707 en Montbar (Borgoña), en el seno de una familia perteneciente a la nobleza burocrática, una clase social muy influyente durante el reinado de Luis XIV, y que dio muchos hombres importantes, igual que ocurrió con la alta burguesía rural en la Inglaterra de la misma época. Buffon recibió una educación esmerada, y destacó por su afición a las matemáticas. En la colonia británica de Dijon conoció a Lord Alexander Gordon, que le presentó a su sobrino de diecinueve años, duque de Kingston. Éste planeaba un viaje por Francia en compañía de Nathanael Hickman, un hombre de gran cultura, miembro de la Boyal Society a los treinta y cinco años. Hickman se dio cuenta de que el joven Georges Louis Leclerc, que era como se llamaba Buffon, era lo que se dice une bonne téte. Por este motivo, el duque le propuso que les acompañara, cosa que Buffon aceptó sin pensarlo dos veces. Con sus compañeros hizo también un recorrido por Italia, y más tarde viajó con ellos a Inglaterra, y permaneció allí un año. Fue esa época la que decantó la vocación naturalista de Buffon, además de permitirle conocer a muchas personalidades que ejercerían gran influencia sobre él. En Inglaterra, estudió matemáticas, física y botánica. De vuelta a Francia, publicó traducciones del Method of Fluxions de Newton y de Vegetable Statics de Hales. Se relacionó con Maupertuis, Voltaire, la marquesa de Chátelet y otros newtonianos. En 1839 fue elegido miembro de la Académie des Sciences, y el mismo año fue designado conservador del Jardin du Roi —más tarde, Jardin des Plantes— que con Buffon se convirtió en el primer centro de investigación biológica en Francia. Consiguió despertar interés por las ciencias naturales entre las clases dirigentes de la sociedad francesa, y en la propia corte de Luis XV. Recibió subvenciones importantes, y el rey lo nombró conde de Buffon. La Académie Française lo recibió tras oir su Discourse sur le style. Como ya te he dicho, una diferencia importante entre Buffon y otros contemporáneos suyos radica en la belleza y grandiosidad de su pluma, pero quizá más aún en la osadía de intentar dar, con toda libertad de pensamiento, una explicación total del Universo y de la vida sobre la Tierra. Ello no sólo lo situaría por encima de figuras tan importantes en el progreso científico como Réaumur y Charles Bonnet, sino que constituiría a largo plazo su mayor mérito: ser el punto de partida del evolucionismo del siglo XIX. Por este motivo, dentro de la Historia de la Ciencia, los primeros volúmenes de la «Histoire Naturelle» pueden considerarse revolucionarios.

Buffon fue un hombre de grandes dotes sociales en una época en la que eso era muy valorado. Naturalmente, tuvo enemigos y oponentes, y entre ellos encontramos tanto a viejos cartesianos como a la Facultad de Teología de París. A diferencia de determinados personajes de siglos anteriores, Buffon supo eludir sin dificultad las acusaciones de las que fue objeto. Por ejemplo, al inicio del cuarto volumen de la Histoire Naturelle, puntualizará

qu'il n'y a aucune intention de contredire le Texte de l'Écriture; qu'il croit tras fermement tout ce qu'elle rapporte de la création; qu'il abandonne tout ce que dans son livre est contraire a la narration de Moise, et qu'il n'a présenté son hypothése que comme une pure supposition philosophique,

y así hasta diez artículos más con los cuales apaciguó a la oposición, que se conformó con una prudente y benévola crítica filosófica:

Nous prions M. de Buffon de agréer, ou du moins de nous permettre ces observations; elles nous empéchent de gouter et d'adopter tous les principes de son systéme, avec autant de sécurité et de confiance, que nous estimons et que nous admirons la beauté de son génie. Buffon siempre gozó de gran influencia y riqueza. Activo hasta el final, murió a los ochenta años en 1788. Su hijo y heredero fue guillotinado a finales de 1793. No le sirvió de nada volverse hacia la multitud gritando Citoyens, je m'apelle Buffon!. Nadie le oyó, pero de todos modos habría sido en vano. Para unos, no era más que el hijo del seigneur de Montbard; para otros, el hijo del seigneur du Jardin du Roi. La Histoire Naturelle générale et particuliére es una obra monumental. Sus quince primeros volúmenes fueron publicados entre 1740 y 1767, y contienen la teoría de la Tierra y la historia general de los mamíferos. La Histoire Naturelle des oiseaux, en nueve volúmenes, apareció entre 1770 y 1783, y la Histoire Naturelle: suppléments, en siete volúmenes, entre 1774 y 1789. Uno de estos últimos es tal vez la parte más original de la obra, y se titula «Les Époques de la Nature» (1779). Tras la muerte de Buffon, su obra fue continuada por Bernard-Germain Étienne Lacépéde (1756-1825), que publicó sucesivamente Ovipares et serpents, en dos volúmenes (1788 y 1789), «Poissons», en cinco volúmenes aparecidos entre 1798 y 1803, y finalmente Cétacés, aparecido en 1804. Buffon contó con la colaboración de distinguidas figuras. Entre ellas es fundamental el papel desempeñado por Louis Daubenton –o D'Aubenton– (17161799), un gran anatomista que puede ser considerado precursor de Cuvier en anatomía comparada, y que también colaboró en la Encyclopédie. Philibert Guéneaude Montbeillard (1720-1785) y su mujer contribuyeron acerca de aves e insectos. El abad Gabriel-Léopold-Charles-Aimé Bexon (1748-1784) estudió aves y minerales, y el geólogo Barthélemy Faujas de Saint-Fond (1741-1819) participó en la parte de mineralogía. Todos ellos además de Lacépéde que, como ya te he dicho, se ocupó de los volúmenes póstumos. Durante el siglo XIX se publicaron en Francia más de diez ediciones de las obras completas de Buffon. Buffon contempla todos los fenómenos que tienen lugar en la Tierra, tanto en lo que concierne a los seres organizados como al mundo inorgánico, como consecuencias particulares de leyes exactas que gobiernan todo el Universo, y con las cuales uno puede entender tanto el presente como el pasado. Los fenómenos biológicos no son más que un eslabón en la cadena del gran proceso cosmológico.

En esto va mucho más lejos que los autores del siglo XVII que, como Borelli y Perrault, únicamente intentaban aplicar las leyes de la mecánica al cuerpo humano y al de los animales. Desde nuestra perspectiva está claro que Buffon no podía dar forma a una teoría capaz de soportar el análisis de la ciencia actual. Sin embargo, pese a la escasez de información y a la relativa ingenuidad de su pensamiento, su obra está en la línea del desarrollo científico posterior. Buffon es consciente de las limitaciones del conocimiento humano y nos advierte del riesgo de empeñarnos en creer que Dios no puede tener otras ideas que aquellas que se nos ocurran a nosotros. Cree que lo más importante es conocer el orden de los acontecimientos, y no sus causas primeras. Se manifiesta totalmente contrario a los sistemas artificiales de clasificación como los preconizados por Tournefort y Linneo. Critica duramente a éste último, y pone el dedo en la llaga por lo que se refiere a las grandes clases de insectos y vermes. Nadie es capaz de imaginar –dice– que los cangrejos sean insectos, ni que las cochinillas sean gusanos. Para Buffon, en la naturaleza no hay más que individuos, y las categorías taxonómicas sólo existen en nuestra cabeza. Es evidente, querida bióloga, que al margen de la antigualla del problema de los universales, las categorías taxonómicas constituyen la única estrategia intelectual eficaz para entender la enorme diversidad de las formas orgánicas, y esto es precisamente lo que Buffon no vio. Buffon preconiza un método parecido al de la moderna pedagogía. El hombre situado en medio de los objetos naturales aprenderá a distinguir entre los animales, las plantas y los minerales. Observará sus rasgos característicos, sus costumbres y su distribución, así como sus interrelaciones. De este modo, Buffon llega a un antropocentrismo exagerado. Una especie será tanto más noble cuanto más singular y cuanto más difícil de confundir con otras. Por eso el hombre se encuentra en la cima, porque no se parece a ninguna otra criatura. El caballo está demasiado próximo al asno. El león es más noble porque no se puede confundir con el tigre ni con el guepardo. Los roedores son inferiores porque constituyen un verdadero galimatías de especies colaterales, y los insectos han de considerarse especies ínfimas porque es imposible separar unas de otras. Con todo esto se comprende que Linneo ignorara a Buffon, y que en más de una ocasión no pudiera resistir la tentación de escribir la familia Bufonidae con dos «f». En favor de Buffon, y en detrimento de Linneo, hay que decir que, antes que él, nadie había logrado presentar unas especies tan plenas de vida. Buffon también cree que por influencia del medio ambiente las especies varían, eso sí, conservando las

características de un prototipo general, debido a la existencia de una especie de molde, el moule intérieur. En relación con la obra de Buffon, hay dos aspectos que conviene tener en cuenta. En sus ideas repercute la estructura social del mundo en el que vivió. Más adelante diremos otro tanto de Darwin, en cuyas ideas se traslucen las condiciones sociales de la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XIX. Otra idea clave de Buffon es la convicción de que todo está relacionado con las leyes generales de la Física. En comparación con Linneo, podemos establecer un cierto paralelismo con las posiciones antagónicas de Empédocles y del médico hipocrático en la Antigüedad clásica, que ya te comenté en la carta 5, al hablar de la «antigua medicina». Ya sabes que el significado de los fósiles es un problema antiguo, y que Steno representó un paso importante para el nacimiento de la geología. Buffon supondrá otro paso adelante, y mucho más decisivo. En Les époques de la Nature sostiene: (1) que todas las cosas del Universo físico están sujetas, como las del mundo moral, a un cambio continuo; (2) que la Tierra fue inicialmente un esferoide incandescente que se ha ido enfriando, si bien conserva un calor interno mayor que el que recibe del Sol; (3) que dicho calor interno interviene en la formación de las rocas; y (4) que hay fósiles en muchos lugares diferentes, incluidas las cimas de las montañas. Advierte que en las rocas calcáreas de las montañas, tanto del norte de Europa como de Asia y de América, los fósiles presentan características comunes. En las partes superiores son formas más o menos parecidas a los organismos vivos de la zona. En cambio, en las partes profundas corresponden a formas marinas y sin relación con los seres actuales, o solamente parecidas a organismos marinos de océanos muy alejados. Ello le hace suponer que, en el pasado, esas zonas estuvieron sumergidas en aguas pobladas por organismos muy diferentes de los actuales. Durante mucho tiempo Voltaire no creyó ni una sola palabra de la teoría de Buffon sobre el origen de los fósiles. Para él, las conchas marinas que se encontraban en lo alto de las montañas habían sidoabandonadas allí por peregrinos o viajeros. Sin embargo, acabó por convencerse, y declaró que Buffon era un segundo Arquímedes. Buffon agradeció el cumplido, y dijo estar convencido de que probablemente nunca habría nadie digno de ser llamado Voltaire II. Esta anécdota nos sugiere que a Buffon le gustaba que le consideraran sobre todo como un físico. La primera «época» es el periodo en el que se originó la Tierra, junto con los demás planetas. Todo habría empezado al chocar un cometa con el Sol. Al principio el esferoide incandescente de la Tierra habría sido alargado, dando

origen a la Luna por efecto de la fuerza centrífuga. Extrapolando los datos obtenidos en experimentos de enfriamiento de bolas incandescentes de hierro, llegó a la conclusión de que la Tierra habría permanecido en ese estado unos tres mil años. Buffon supuso que en una segunda época se habría producido una consolidación gradual, con sucesivos resquebrajamientos de la superficie y la consiguiente salida de magma. Le asignó una duración de unos treinta y cinco mil años. En la tercera época de la Tierra, los vapores atmosféricos se habrían precipitado formando el primer océano universal. Habrían aparecido los continentes y la vida en el mar, empezando la acumulación de sedimentos marinos. Buffon calcula que para todo ello se habrían necesitado de quince mil a veinte mil años. La cuarta época habría estado presidida por una gran actividad volcánica, y habría durado unos cinco mil años. Llama la atención que Buffon pretendiera definir con gran precisión —de hecho mayor de lo que te estoy contando— la duración de cada periodo, pero parece que asumió ese riesgo para dar más verosimilitud a su hipótesis, teniendo en cuenta la mentalidad de su tiempo. En la quinta época habría empezado a establecerse la calma, aunque debido al calor interno las zonas ecuatoriales continuaran siendo extraordinariamente cálidas. Sólo en las regiones polares habrían aparecido los grandes animales terrestres, como elefantes, mastodontes, rinocerontes y otros. En este punto, Buffon sugirió que la influencia de la disminución progresiva de la temperatura sobre la aparición de nuevos organismos podría continuar, no descartando que cuando la Tierra esté más fría que ahora puedan aparecer nuevas especies que difieran de las actuales, igual que el reno difiere del elefante. Buffon considera una sexta época, al final de la cual aparece el hombre, después de producirse grandes terremotos y explosiones de masas montañosas. En la sexta época el hombre afirma su predominio. Todo ello podría haber durado otros diez mil años, de los que seis mil habrían transcurrido con presencia humana. La Tierra continuaría enfriándose hasta la extinción de la vida. Para ello tal vez harían falta unos cien mil años. La existencia de siete épocas viene a decirnos que los siete días de la creación corresponden a periodos de tiempo. No es, pues, casual que en la séptima época aparezca el hombre. La importancia histórica de este esquema es indiscutible, ya que rompe con el apriorismo derivado de la cronología bíblica, que da a la Tierra una edad de seis mil años. El periodo contemplado por Buffon sigue siendo muy corto si se compara con los datos de la geología moderna, pero el paso está dado.

La idea del estado incandescente inicial no es nueva, y ya la habíamos encontrado en Leibniz y en Kant. Sin embargo, Buffon sugiere por primera vez la intervención de un segundo cuerpo celeste. Él supone que se trató de un corneta, y la cosmología moderna, de una estrella que habría pasado cerca del Sol. Buffon también tiene en cuenta la posible influencia de las mareas en la evolución de la Tierra primitiva, y sobre todo da gran importancia al vulcanismo. Por lo que se refiere al origen de las rocas, después de Buffon tendremos las corrientes vulcanista y neptunista. Esta última se basa fundamentalmente en los trabajos de Abraham Gottlob Werner (1750-1817), profesor de la escuela de minas de Freiburg, que prácticamente no escribió nada y que nunca salió de su tierra natal. Fue el primero en establecer una serie estratigráfica que consideró válida para todo el globo. Werner tuvo un éxito excepcional con sus discípulos y es el padre de la petrografía. Su influencia llega hasta el joven Charles Darwin. Para Buffon no hay una frontera definida entre animales y vegetales. La característica común de unos y otros es la capacidad de producir nuevos individuos parecidos a los progenitores. La reproducción y la capacidad de crecimiento diferencian al mundo vivo del mundo mineral. La materia es común, pero la vida es una propiedad adicional. Buffon supone que los animales y plantas más sencillos son los más primitivos, y ello es un rasgo del pensamiento moderno. Para explicar la reproducción asexual y la regeneración, Buffon se vale de «moléculas orgánicas», que pueden desarrollarse hasta producir un individuo completo. Esta idea procede sin duda de las mónadas de Leibniz, y en el futuro estará presente en las propiedades del núcleo celular y más tarde en el ADN cromosómico. Sin embargo, Buffon no es preformista como la mayoría de sus contemporáneos. Piensa que es completamente irracional creer que el individuo original de cada especie pudiera contener toda su descendencia. Acepta una teoría de la fecundación en la que participan moléculas móviles masculinas y femeninas que se fusionan (idea basada, por cierto, en observaciones microscópicas erróneas). En oposición a Descartes, Buffon admite que los animales gozan de una cierta inteligencia, aunque no tengan capacidad de reflexión. Es importante, querida Nuria, que te des cuenta de que, aunque no lo exprese con claridad, cuando Buffon propone la aparición sucesiva de nuevas especies contempla tres posibilidades: generación espontánea, creaciones sucesivas y transformación. Él se muestra muy reticente a admitir cualquiera de las dos primeras. Por este motivo, de aquí a la evolución sólo hay un paso. Buffon es el fundador de la Antropología como historia natural del hombre, es decir, como tú la estudiaste. Aunque no aporte novedades de importancia, la

recopilación de Buffon es bastante buena, e incluye embriología y psicoantropología, así como la influencia de la edad y de la cultura. Hace curiosas aplicaciones del cálculo de probabilidades, y nos da una de las primeras versiones científicas de las tribus salvajes. Hay unos pasajes muy interesantes de Buffon que, sin ser una concesión a la religión tradicional, no encajan muy bien en el conjunto de su pensamiento biológico. Es la teoría que él llama del «Homo duplex», y que constituye una nueva versión de la esquizofrenia del hombre moderno que de un modo u otro estoy glosando a todo lo largo de nuestra historia. Concluye que ... notre moi nous parait alors divisé en deux personnes, dont une est la faculté raisonnable et l'autre la faculté animale, qui nous dominant tour á tour, constituent pour nous deux états de bonheur, l'un oú nous commandons avec satisfaction, l'autre oú nous obéissons avec plus plaisir. Lorsqu'un de ces principes agit sans l'opposition de la part de l'autre, nous ne sentons aucune contrariété intérieure, parce que nous n'éprouvons qu'une impulsion simple; car, pour peu que par les réfléxions nous venions á blámer nos plaisirs, ou que par la violence de nos passions nous cherchions a herir la raison, nous cessons alors d'étre heureux; nous perdons l'unité de notre existence, en quoi consiste notre tranquillité. La contrariété intérieure se renouvelle, et les deux personnes se répresentent en opposition. Buffon añade que en el niño prácticamente se encuentra sólo la segunda de estas personas, sobre todo sin la influencia de la educación. En el joven también predomina la segunda, y es cuando puede hallar mayor realización.

Mais ce bonheur va passer comme un songe, le charme disparoit, et le dégoút fuit... L'áme au sortir de ce sommeil létargique a peine á se reconnoitre... Elle cherche un nouvel objet de passion, qui disparoît bientót pour étre suivi d'un autre qui dure encore moins. Más adelante continúa

Dans le moyen áge, les hommes son les plus sujets aux langueurs de l'áme, aux maladies intérieures, aux vapeurs... [...] Á cet áge on a pris son état; c'est una carriére qu'il est toujours honteux de ne pas fournir, et souvent tras dangereux de fournir avec éclat. On marche péniblement entre deux écueils, le mépris et la haine; on s'affoiblit par les efforts qu'on fait pour les éviter; on tombe dans le découragement: á force d'avoir vécu, et d'avoir éprouvé l'injustice des hommes, on á pris l'habitude d'y compter...; on arrive á cet état d'indiférence, a cette quietude indolénte, dont on aurait rougi quelques années auparavant.

Buffon concluye que entonces, si las dos personas que hay en nosotros se mueven con igual fuerza, caemos en

l'ennui le plus profond et cet horrible dégout de soi-méme, qui ne nous laisse d'autre désir que celui de césser d'étre, et ne nous permet qu'autant d'action qu'il en fait pour nous détruire, en tournant froidement contre nous des armes de fureur. He encontrado un comentarista anónimo de las últimas frases, que dice que, por fortuna, situaciones como las que describe M. de Buffon no son frecuentes en ningún sitio, si exceptuamos Inglaterra. ¡Dónde hemos ido a parar, Nuria! Quiero decir que, en contra de los rasgos aparentes de su carácter, Buffon ya tenía el coco comido por un movimiento característico de finales del XVIII, y que habría de llegar mucho más lejos con Leopardi, Byron, Hólderlin y Kleist. Estamos en la concepción melancólica de la vida típica del romanticismo. Buffon es un precursor directo de Lamarck y Cuvier. Contrarresta el tipo de hombre coleccionista de las sociedades linneanas y complementa la personalidad del naturalista moderno. En realidad es un pensador, más que un descubridor o experimentador, pero con él se produce un cambio de mentalidad que hará posibles los grandes descubrimientos científicos del siglo XIX. Para concluir, fíjate en que uno de los principios fundamentales de la geología y de toda la ciencia moderna, al menos hasta los enigmáticos cosmólogos actuales de la teoría de la singularidad, ya fue enunciada por nuestro personaje: Pour juger de ce qui est arrivé et méme de ce qui arrivera, nous n'avons qu'á examiner ce qui arrive. Es el principio llamado del actualismo, Supongo que coincidirás conmigo en que es una barbaridad decir que Buffon es el personaje plus momifié de l'histoire de la science. Después de esta carta me gustaría que lo vieras pas si enfermé dans son nom que çá!. Afectuosamente,41. OTROS ASPECTOS DE LA BIOLOGÍA DEL SIGLO XVIII

Begues, 27 de septiembre de 1984 Querida Nuria: Quisiera dedicar esta carta a una serie de aspectos de la biología del siglo XVIII que hasta ahora he dejado a un lado, y que me parecen suficientemente significativos como para dedicarles nuestra atención. Hasta Lamarck, el estudio de los invertebrados es una continuación de los trabajos iniciados por Malpighi y Swammerdam en el siglo XVII. La figura más

destacada de la primera mitad del XVIII es René Antoine Ferchault de Réaumur (1683-1757), nacido en La Rochelle e hijo de un magistrado de gran fortuna, perteneciente a la nobleza. Réaumur se dedicó desde joven a estudios muy diversos y en campos muy diferentes. Gracias a un trabajo matemático ingresó en la Académie des Sciences, institución que más tarde le encargaría una Description générale des Arts que no terminó. Sus artículos no son recopilaciones de información ajena, sino el resultado de su propia experiencia en talleres y fábricas. Entre ellos ocupan un lugar destacado los que se refieren a la fundición de los metales y la obtención de acero. También se ocupó de la fabricación de porcelana, así como de la hilatura de oro y de la fabricación de perlas artificiales. Réaumur estudió la dilatación de los gases, el calor específico y, como sabes, estableció la escala termométrica que lleva su nombre, y que va desde 0°, punto de congelación del agua, hasta 80°, cuando empieza a hervir. Aquí en Begues tengo un termómetro que aún lleva esa escala. Sin embargo, el trabajo más importante de Réaumur está relacionado con los invertebrados, y se recoge en sus Mémoires pour servir á l'histoire des insectes, en siete grandes volúmenes y con excelentes láminas. Estos volúmenes aparecieron entre 1734 y 1742, y constituyen una obra inacabada. Piensa que la Histoire Naturelle de Buffon no trata las dos clases de invertebrados, insectos y vermes, de la clasificación de Linneo. Para Réaumur el término «insectos» es muy amplio, e incluye prácticamente todos los animales inferiores. Estudió más especies que Swammerdam, abarcando prácticamente todos los grupos que hoy se conocen. También se asocia a Réaumur el descubrimiento de los fenómenos eléctricos de la raya, el estudio de la regeneración de las extremidades del cangrejo y, en relación con la formación de perlas, la existencia de un proceso secretor en la cloaca de los moluscos. Réaumur fue el primero en obtener jugo gástrico, haciendo tragar a un gavilán una esponjita que luego era vomitada, como hacen las aves con todo aquello que no pueden digerir. No pudo discernir si la acidez del jugo era un fenómeno normal o patológico, ni observar la digestión in vitro. Recogió vómitos en ayunas y experimentó con su poder digestivo, pero no obtuvo resultados concluyentes. En cambio, pudo comprobar la digestión de trozos de carne introducidos en el estómago del gavilán dentro de cápsulas metálicas perforadas. Cuando las extraía, la carne se había disuelto. Sus experimentos sobre la digestión fueron repetidos –y mejorados significativamente– por Spallanzani (1777), a quien ya he citado. Spallanzani logrará la digestión in vitro y comprobará que el jugo gástrico es imputrescible, refutando definitivamente la idea de que la digestión es una putrefacción. Los trabajos de Réaumur y Spallanzani sobre este tema tendrán

continuación, ya en el siglo XIX, con los estudios de Prout, que identificará el ácido clorhídrico del estómago, y con los célebres y definitivos experimentos de la fístula gástrica de Beaumont y Claude Bernard. La obra de Réaumur sobre los invertebrados fue completada por el holandés de origen sueco Carl de Geer (1720-1778), que entre 1752 y 1778 publicó siete volúmenes con el título Mémoires pour servir á l'histoire des insectes. También influyó sobre Abraham Trembley (1710-1784), que desde Holanda dio a conocer, en 1788, sus Mémoires pour servir á l'histoire d'un genre de polypes d'eau douce, que sirvió para que el propio Réaumur se interesara por este tipo de organismos y por el descubrimiento de la naturaleza animal de los corales, realizada en 1727 por Antoine Peysonnel. Finalmente, podemos situar en la misma línea la obra de August Johann Roesel von Rosenhof (1705-1759), de Turingia, que estudió extensamente la vida de los animales inferiores, publicando sus resultados con magníficas ilustraciones propias. También se debe a Rosenhof el procedimiento para mantener ranas en un acuario indefinidamente, un procedimiento que ha tenido gran utilidad para el desarrollo de la fisiología. También podemos añadir a Pierre Lyonet (1707-1789), un hugonote refugiado en Holanda, que publicó un Traité anatomique de la chenille qui ronge les bois de Saule (1760), con dibujos de magníficas disecciones. Ya he citado a Albrecht von Haller (1708-1777) como uno de los discípulos de Boerhaave. Fue una gran figura del siglo XVIII, fisiólogo, anatomista, botánico e incluso novelista y poeta. A nosotros nos interesa particularmente bajo dos aspectos: como fisiólogo y como uno de los más grandes representantes de la corriente vitalista de su tiempo. Como botánico y como escritor fue respectivamente rival de Linneo y de Jean-Jacques Rousseau, y hay que admitir que en ambos casos se quedó bastante atrás. El contrapunto de su vitalismo está personificado en De la Mettrie, que tuvo el detalle sarcástico de dedicarle su libro L'homme machine, que von Haller rechazó indignado. Sus Primae Lineae Physiologiae de 1747,pronto traducidas a diversos idiomas, constituirán el libro de fisiología más extendido hasta bien entrado el siglo XIX, y sus Elementa Physiologiae Corporis Humani (17571776), en ocho volúmenes, la síntesis fisiológica más grande de su época. Albrecht von Haller nació en Berna en 1707. Estudió en Tübingen y obtuvo el doctorado en la célebre Universidad de Leiden, donde fue discípulo destacado de Boerhaave y de Albinus. Luego amplió estudios en París, Londres y Basilea. En esta última ciudad cursó matemáticas superiores con Jean Bernouilli, y además publicó una gran obra sobre la flora suiza. Pasó un tiempo en su ciudad natal, y

luego se trasladó a Góttingen para ocupar durante diecisiete años la cátedra de anatomía, cirugía y botánica. Allí fundó la célebre revista «Göttinger gelehrte Anzeigen», en la que llegaría a publicar no menos de doce mil artículos y reseñas. Sin que se sepa porqué, en 1753 abandonó la cátedra para volver a Suiza, donde llevó una vida más bien oscura, aunque continuó relacionándose con la mayoría de los sabios de su tiempo. Era un devotísimo cristiano, padre de once hijos. Hoy en día diríamos que con toda probabilidad sería miembro del Opus. De hecho, como antes Kepler y Newton y más tarde Faraday y Pasteur, Haller será un ejemplo más de una auténtica pero difícil coexistencia entre un gran misticismo religioso y un poderoso racionalismo científico. La obra fisiológica de Haller trata, entre otros temas, del desarrollo embriológico, la formación de los huesos, el mecanismo de la respiración y la acción del jugo gástrico y de la bilis. No obstante, la parte más innovadora es sin duda la que se refiere a la irritabilidad como característica básica de la materia viva. Por ejemplo, pone de manifiesto que los músculos se contraen como respuesta a diferentes tipos de estímulos: mecánicos, térmicos, químicos, eléctricos o nerviosos. La reacción es de tipo todo o nada, sin que haya proporción entre la intensidad del estímulo y la de la respuesta. Para Haller, ello significaba que la fisiología no era reducible a una explicación física o química. Julien Offroy de La Mettrie nació en Saint Malo (Bretaña) en 1709. Estudió teología en la Sorbona, y luego medicina en Leiden con Boerhaave. Se estableció como médico en Paris, donde publicaría la traducción de las obras de su maestro, cosa que estuvo mal vista en el ambiente intelectual de la capital de Francia. Como La Mettrie era un gran polemista, en lugar de apaciguar los ánimos los soliviantó. Como consecuencia, igual que habían hecho otros pensadores de su época cuando se habían encontrado con dificultades, emigró a Holanda, que se había convertido en un refugio de librepensadores. Allí publicó sus dos célebres obras, L'Histoire Naturelle de l'ame» y «L'homme machine. Las cosa se le puso negra incluso en Holanda, pero tuvo la suerte de ser acogido por Federico II de Prusia, un monarca liberal y absolutamente indiferente a los problemas religiosos, comparable en algunos aspectos a otro Federico II –el de las Dos Sicilias, de comienzos del siglo XIII– que ya ha aparecido en una carta anterior. Se dice que La Mettrie murió de un empacho de trufas, y que de hecho alardeaba siempre de disfrutar sin límites de todos los placeres de la vida. Fue uno de los autores más denostados del siglo XVIII, pero quiero creer que su objetivo era crear un estado de opinión universal que tuviera como base los principios científicos, a base a arremeter contra todas las ideologías

y convencionalismos. De todos modos, es posible que se preocupara más de persuadir que de buscar objetivamente la realidad. De la Mettrie puede considerarse el fundador de la psicofísica. Preconizó que lo que llamamos alma no puede ser diferente del cuerpo, y admitió la existencia de enfermedades que pueden afectarla. También decía que los animales no difieren del hombre en este aspecto. Partiendo de las «moléculas orgánicas» de Buffon, supuso que los seres vivos se habían originado espontáneamente en una Tierra primitiva diferente de la actual. Creía que los órganos podían seguir ejerciendo sus funciones separados del cuerpo, una idea que ha resultado trascendental en fisiología por lo que se refiere a las técnicas de perfusión de órganos aislados. Como ya te he señalado, podemos considerar a La Mettrie como un líder del materialismo del siglo XVIII, en oposición al vitalismo de Haller. Aunque el dualismo preformación-epigénesis tiene origen aristotélico, desde el gran naturalista de la Antigüedad hasta los microscopistas del siglo XVII dominó la tesis epigenista. Por ejemplo, ya sabes que Harvey fue de esa opinión. En el siglo XVIII, en cambio, tras los descubrimientos de Malpighi y Swammerdam, la mayoría de los sabios de pro se hicieron preformistas. El desarrollo embrionario se reducía a un simple crecimiento de órganos preexistentes, y se formaron dos bandos: los ovistas y los espermatistas. Estos últimos reclamaban para Adán el privilegio que los ovistas concedían a Eva. El espermatozoide es un abrégé d'enfant, según la conocida expresión de Nicolas Andry, médico francés del XVIII. Pero en éstas apareció Wolff como un nuevo campeón de la epigénesis, afirmando que la sustancia germinal era originalmente homogénea y amorfa, y que las diferentes partes del embrión sólo aparecen después de la fecundación, sucesivamente y con formas totalmente diferentes de las que irían adquiriendo en su evolución posterior, ya que la fenogénesis era un proceso gradual de metamorfosis continua. Este modo de pensar estimuló los estudios embriológicos, que los preformistas descuidaron por considerarlos irrelevantes. En cierto modo, podemos considerar el pensamiento actual como una síntesis de las dos teorías. Caspar Friedrich Wolff nació en Berlín en 1733. Era hijo de un sastre, y estudió medicina en su ciudad, y más tarde filosofía en Halle, donde se seguía elsistema de Leibniz. Entre sus escritos tenemos la Theoria generationis de 1759, que fue acogida más bien con frialdad. Más tarde Wolff emigró a Rusia, donde reinaba Catalina la Grande. En San Petersburgo publicaría De formatione intestinorum, en el año 1768. Son sus dos obras fundamentales, que pasaron casi inadvertidas en su tiempo pero ejercieron una gran influencia a comienzos del siglo XIX. Wolff murió en 1794.

Según Wolff, el desarrollo estaría presidido por una fuerza que él llama «vis essentialis». Dicha fuerza actuaría sobre un material indiferenciado, dando lugar a la formación de «vesículas» visibles al microscopio. De este modo se formaría un tejido uniforme del que surgirían progresivamente los futuros órganos. Wolff aplica esta idea tanto a las plantas como a los animales. Con respecto a estos últimos, Wolff describió con detalle las sucesivas modificaciones que experimenta el intestino del polluelo, que inicialmente es una simple membrana que luego se pliega y se curva para convertirse en un tubo. Hay que reconocer que se anticipó a Schleiden y Schwann al afirmar que los tejidos «vesiculares» existían tanto en animales como en plantas. Por otra parte, al señalar que la hoja origina los restantes órganos de los vegetales, Wolff adelanta la teoría que más tarde formularía Goethe. Pero lo más importante de todo es el hecho de comparar los tejidos primarios del animal con las hojas de las que surgirán nervios, músculos y vasos, estableciendo así el punto de partida de la teoría de las hojas germinales de von Baer, Pander y Remak. Pese a lo que acabo de contarte, debes ver a Wolff sobre todo como un teórico, un hombre muy influido por el movimiento romántico, y más afín a los Naturphilosophen que a los científicos del siglo XVII o de su propia época. En el siglo XVIII tuvo mucha más influencia Charles Bonnet que Wolff. Bonnet nació en Ginebra en 1720, en el seno de una familia hugonote que había emigrado desde Francia. Ejerció de abogado pero dedicó primordialmente su atención a las ciencias naturales. Fue discípulo de Réaumur, y de ahí que se interesara sobre todo por los «insectos». Por desgracia, una enfermedad ocular le obligó a dedicarse preferentemente a trabajos especulativos. Murió en 1793, y contrasta con los librepensadores de su época ya que fue toda su vida un devoto cristiano. Tuvo gran influencia de Haller, y fue muy apreciado por sus contemporáneos y sucesores, incluido Cuvier. Bonnet suele ser recordado sobre todo por el descubrimiento de la partenogénesis. Consiguió aislar la hembra del pulgón, observando que se reproducía sin la intervención de ningún macho, dando lugar a una numerosa descendencia de hembras. Descubrió igualmente la alternancia entre la generación partenogenética de verano y la sexual de invierno. Esto fue un golpe de gracia para los espermatistas. Muchos llegaron a la conclusión de que, aunque Eva proviniera de una costilla de Adán, todas las generaciones futuras estaban ya en su ovario. Por otra parte, conviene recordar que la reproducción partenogenética de los áfidos ya había sido observada por Leeuwenhoek.

Bonnet también estudió celentéreos y briozoos, anélidos de agua dulce y el gusano de tierra, sobre todo por lo que se refiere a su capacidad de regeneración. También nos describe los cambios anatómicos que se producen durante la metamorfosis de algunos insectos, y se da cuenta de que el tejido adiposo tiene un papel de reserva. También hay que señalar que fue el descubridor de los tropismos. Para explicar la regeneración, Bonnet supuso que había una especie de simientes vitales repartidas por todo el cuerpo. Esta idea procede de Leibniz y de Buffon. Ahora bien, a diferencia de este último y de La Mettrie, Bonnet no la relacionó con la generación espontánea, que rechazó explícitamente. Creía en una evolución progresiva de las partículas germinales de cada especie, lo cual conllevaba una mejora gradual. Por este motivo, pensaba que en otros planetas podían existir las mismas especies, pero con un grado diferente de evolución. Aplicaba esta idea a la propia especie humana, y admitía que en otro planeta podía hallarse en un estadio más próximo a los ángeles que en la Tierra. El pensamiento de Bonnet puede considerarse precursor del de Lamarck, e incluso puede haber influido en la moderna teoría ortogenética y en el famoso «punto omega» de Theilard de Chardin. En el año 1780, Bonnet escribió una carta a Lazzaro Spallanzani (1729-1799) en la que le decía: «En pocos años usted ha hecho más experimentos que todas las academias juntas en un siglo.» En efecto, Spallanzani, a quien ya me he visto obligado a citar repetidamente, representa por su sentido experimental y por su tipo de pensamiento un verdadero adelanto de la biología del siglo XIX. Nació en Scandiano (Reggio Emilia). Aunque estudió abogacía en Bolonia, se dedicó de lleno a las ciencias naturales, probablemente por influencia del gran naturalista Vallisnieri, a quien ya he citado en relación con el origen de las agallas de los vegetales, y de su prima Laura Bassi, que era profesora de Física en la Universidad de Bolonia. Spallanzani recibió los hábitos religiosos, y fue profesor en Reggio, en Módena y finalmente en Pavía, donde realizó su labor principal. En aquella época Pavía albergó a otras figuras importantes, como Scarpa en anatomía y Volta en física. Independientemente, Spallanzani hizo extensos viajes de ampliación de estudios, y alcanzó una gran fama internacional. Dejaremos a un lado la respiración y la digestión, que ya hemos tratado, para centrarnos en otros dos aspectos importantes de la obra de Spallanzani: la generación espontánea y la fecundación artificial. En la época que estamos tratando, el presbítero inglés John Tuberville Needham (1713-1781), que fue colaborador de Buffon, había hecho experimentos

de generación espontánea de microorganismos en líquidos susceptibles de fermentación inicialmente limpios. Obtuvo resultados positivos usando recipientes cenados, y tras un calentamiento relativamente largo. Sus trabajos fueron publicados en un libro titulado New Microscopical Discoveries (1745) y en las Philosophical Transactions de 1743. Spallanzani repitió los experimentos de Needham evitando cuidadosamente cualquier clase de contaminación procedente del exterior y aumentando el tiempo de calentamiento del líquido. En esas condiciones no había generación, y el medio permanecía libre de vida indefinidamente. Poniéndolo en contacto de nuevo con el exterior aparecían los microorganismos, poniendo de manifiesto ad oculos que los gérmenes venían de fuera. Tras lo expuesto por Spallanzani en sus escritos Saggio di osservazioni microscopiche concernenti sistema della generazioni di signori di Needham e Buffon (1765) y Oservazzioni e sperienze intorno alli animaluzzi delle infusioni (1767), la gente dejó de creer en la generación espontánea de los microorganismos. Por ejemplo, Voltaire escribiría al respecto: Des animaux nés sans germes ne pouvaient vivre longtemps. Ce sera votre livre qui vivra, parce qu'II est fondé sur l'expérience et sur la raison. Pese a ello se produjo una gran controversia, de la que finalmente surgiría el problema de si era el aire residual calentado el que impedía el fenómeno de la generación espontánea. De este modo se pasaba de nuevo la pelota, que en el siglo XIX sería recogida por Schwann y Pasteur para marcar el gol definitivo. Pocos de los que hoy hablan y escriben sobre niños probeta saben que este asunto viene del siglo XVIII. Fue nuestro Spallanzani el primero en lograr la fecundación experimental en batracios, y en conseguir la primera inseminación artificial en el perro. Obviamente, en los batracios la fecundación y el desarrollo son extracorpóreos. Por desgracia, en este tema, Spallanzani fue víctima de sus propios apriorismos mentales. !Nadie es perfecto! Viendo que el líquido seminal filtrado perdía el poder de fecundar, no fue capaz de ver que éste residía en los espermatozoides retenidos en el filtro. Ovista radical, no pudo creer en una participación equivalente de los dos sexos en la reproducción; para él, el óvulo había de contener el embrión preformado, que sólo necesitaba ser estimulado por contacto directo con el líquido seminal. Habría que esperar hasta 1875 para que Oscar Hertwig pusiera en evidencia la unión entre el espermatozoide y el óvulo. De todos modos, en el campo de la biología, Spallanzani fue el experimentador más hábil del siglo XVIII. Tal vez por ese motivo Pasteur colgó su retrato en el lugar de honor de su despacho en París. Ya sabes que en el siglo XVIII la botánica estuvo dominada por Linneo, con objetivos fundamentalmente sistemáticos. Stephen Hales (1679-1761), a quien ya

he citado, fue una excepción, y es un precursor de los grandes fisiólogos vegetales de finales de siglo, que también hemos tratado. Ahora quiero hablarte de Joseph Gottlieb Kólreuter, nacido en Würtemberg en 1733. Estudió en Berlín, Leipzig y San Petersburgo. Fue profesor de Historia Natural y conservador de los jardines botánicos de Karlsruhe. Murió en 1806. Fue un continuador de Camerarius en el campo de la fecundación de las plantas. Examinó al microscopio la emisión del tubo polínico, considerándolo un líquido aceitoso semejante al que desprende el pistilo; la unión de uno y otro constituiría una reacción del tipo de la que ocurre entre un ácido y una base para formar una sal. Kólreuter fue el primero en darse cuenta de que algunas flores siempre son fertilzadas por insectos, mientras que otras lo son exclusivamente por el viento. Mediante fecundación artificial obtuvo híbridos de manera sistemática, cruzándolos entre ellos y recuperando los tipos paternos. Por tanto, tenemos un antecedente preciso de los experimentos de Mendel. Incluso registró casos que hoy se interpretarían como mutaciones. Sin embargo, no fue capaz de interpretar sus resultados, probablemente ofuscado por ideas excesivamente vagas sobre la fecundación, y por una cantidad abrumadora de prejuicios místicos y alquímicos. Para que te hagas una idea, te diré que llegó a comparar la obtención de híbridos con la transmutación de los metales. Con este tipo de cosas en la cabeza, era muy difícil que entendiera el significado de sus propios experimentos. Christian Conrad Sprengel también trabajó sobre la fecundación de las plantas. Nació en Brandeburgo en 1750, y llegó a rector de Spandau (¡nada que ver con el campo de concentración nazi!). Murió en 1816, prácticamente desconocido, pero tuvo la fortuna (póstuma) de ser salvado del olvido por Charles Darwin, que se valió de los experimentos de Sprengel para apoyar la teoría de la selección natural. Sprengel observó que los nectarios de las flores siempre están protegidos de la lluvia y tienen colores especiales, llegando a la conclusión de que su función es atraer a los insectos. Comprobó que éstos trasladan polen de los estambres a los pistilos, y observó que algunas plantas siempre son polinizadas por la misma especie de insecto, mientras que otras lo son por más de una. Se dio cuenta de que la forma y la posición de los nectarios se adapta al tipo de insecto, y descubrió que en muchas flores hermafroditas los estambres y los pistilos maduran en momentos diferentes, de modo que la fecundación por medio de los insectos sólo puede ser cruzada. Concluyó que la naturaleza no quiere que una flor sea fecundada por su propio polen. La obra de Sprengel no fue valorada con justeza por los Naturphilosophen de su tiempo, pero sobrevivió y contribuyó al progreso posterior en su campo.

Le Siécle des Lumiéres desembocó en la revolución de 1789. Pero esto fue en Francia, y no en el resto de Europa. En Inglaterra no había lugar para una revolución, tras la guerra civil y los consiguientes cambios políticos ocurridos en el siglo XVII. En Alemania, donde este periodo se conocería más tarde con el nombre de Aufklärung, inicialmente no tuvo otra consecuencia que una renovación literaria. Tras la guerra de los treinta años, Alemania permaneció dominada culturalmente por Francia, hasta el resurgimiento de Prusia con Federico el Grande. Es entonces, hacia la segunda mitad del siglo, cuando se produce un gran renacimiento literario, junto con la filosofía idealista y la Naturphilosophie, todo ello con suficiente fuerza expansiva como para repercutir más o menos en los restantes países de Europa. Algunos científicos de la época estuvieron muy influidos por estas corrientes, y otros, poco o nada. Entre los primeros hubo quien se entregó a especulaciones delirantes. Entre los segundos, algunos alternaron la especulación con la investigación específica y rigurosa. Esto último acabó siendo la tónica dominante a medida que avanzaba el siglo XIX. Lorenz Oken (1779-1851) es tal vez uno de los principales representantes de la Naturphilosophie. Fue profesor en Jena, y allí publicó su teoría de que el cráneo era una modificación de unas cuantas vértebras. Ello le hizo caer en desgracia ante Goethe, que era la máxima autoridad intelectual en Alemania. Oken fundó la revista «Isis», que durante mucho tiempo constituyó un foco de la vida científica alemana. También tuvo la interesante iniciativa de organizar reuniones de sabios de diferentes países y escuelas, por lo cual podemos considerarle el fundador de los congresos y simposios de nuestro tiempo. Hay que reconocer que Oken promovió el interés por el estudio de la naturaleza, pero su pensamiento es bastante estrafalario, sin el rigor formal de Schelling ni la belleza de las ideas de Goethe. Fuera de Alemania, la corriente filosófica natural produjo dos figuras realmente dignas de recordar. En Inglaterra tenemos a Erasmus Darwin (1731-1802), de quien ya hemos hablado en relación con la Lunar Society. En realidad tenía un espíritu muy diferente del que caracterizó a dicha institución. Nació en Nottingham, y estudió en Cambridge y Edimburgo. Ejerció como médico rural en Lichfield, y tuvo dos nietos que habrían de perpetuar su memoria: Charles Darwin y Francis Galton. Aunque escribió acerca de casi todo, haciendo un pequeño esfuerzo podemos salvar su Zoonomia (1794). En ella se muestra epigenista y espermatista, y admite la evolución de las especies. Por este motivo se ha dicho que influyó en su nieto; sin embargo, éste sólo le consideró un precursor de Lamarck.

Étienne Geoffroy de Saint-Hilaire nació cerca de París en 1772. Se interesó por la química, la cristalografía y la anatomía. Durante la revolución se dedicó a salvar la vida a bastantes curas con el riesgo de perder la suya. Pese a ello, el gobierno revolucionario lo nombró profesor de zoología en un centro de nueva creación, donde pronto lograría fama por su talento y energía. Recomendó a Cuvier, que entonces era totalmente desconocido. Gracias a ello, Cuvier acabó ocupando otra cátedra. En calidad de zoólogo, acompañó a Napoleón en su expedición a Egipto y obtuvo excelentes colecciones, que salvó de manos de los británicos. Menos loable fue el desmantelamiento de los museos españoles y portugueses, en el que participó igualmente por orden de Napoleón. Los útimos años de su vida estuvieron marcados por su enemistad con Cuvier. Murió en 1844. La anatomía comparada abanderada por Buffon y Daubenton fue continuada con gran entusiasmo por Saint-Hilaire y Cuvier. Realmente fue este último quien la convirtió en una de las bases de la biología contemporánea, y quizá valga la pena dedicarle una carta. Sin embargo, Saint-Hilaire también merece un lugar destacado en la corriente filosófica natural que estamos tratando. Creía que todos los animales tienen un tipo único de organización. Se interesó especialmente por la estructura ósea, y hay que reconocer que tuvo ideas brillantes en este aspecto. Interpretó acertadamente que el hueso del oído de los peces procede del hueso craneal, y que el cartílago de la laringe procede de los arcos branquiales. Sin embargo, también estableció homologías totalmente fantásticas, sobre todo en invertebrados. Uno de los espectáculos intelectuales más famosos de principios del siglo XIX fue la discusión pública entre Saint-Hilaire y Cuvier. Desde lejos, Goethe la siguió atentamente, defendiendo a Saint-Hilaire. Sin embargo, el ganador indiscutible fue Cuvier, que en ese momento ya tenía un enorme prestigio. De todos modos, Saint-Hilaire, que le sobrevivió, continuaría empecinado en sus propias ideas. Quiero creer que, integrando esta carta en las anteriores, irás teniendo un panorama satisfactorio de este segundo siglo de la revolución científica. Afectuosamente, 42. EL DESARROLLO DE LA ASTRONOMÍA

Begues, 12 de octubre de 1984 Querida Nuria: Hemos empezado un nuevo curso, este año con los problemas de la incorporación del nuevo catedrático y de los futuros titulares, y de la reinserción de los becarios que han vuelto del extranjero después de hacer un postdoc. Tú ya

conoces este mundo tan particular, muchas veces enrarecido pero casi siempre lo bastante atractivo como para continuar quebrándome la cabeza al respecto. Ciertamente los caminos de la ciencia nunca han estado circunscritos al «Alma mater», pero hay que reconocer que ésta también sobrepasa el campo de la ciencia real y tangible. Tanto desde el punto de vista institucional como por lo que respecta a las personas concretas, la Universidad ha sido y sigue siendo una gran circunstancia en el desarrollo de la corriente científica, pero tal vez nada más. Creo que esto queda bien claro en lo que llevo escrito hasta ahora en estas cartas, pero hoy no puedo evitar puntualizarlo, coincidiendo con el inefable acto inaugural de este año, que ha sido un homenaje al poeta Josep V. Foix con motivo de su nombramiento como doctor honoris causa. En su discurso se dignó ofrercernos solemnemente las primicias de un ramillete de treinta y seis «células líricas» o, como él también las llama, «núcleos emblemáticos». Sirva de muestra el cuarto, que dice:

«L'espetec de les motos esglaia les bruixes; les bruixes han deixat de sortir a les nits de lluna. Llurs ombres s'allargassen per damunt dels terrats i s'estimben.»21 ¿Qué es lo que quiere decir? No lo sé. Supongo que exactamente aquello que tú seas capaz de entender, igual que en una pintura de Tapies. Además del sonido, la estética del conjunto verbal, su fuerza. Hace aproximadamente un año te escribía acerca de los grandes astrónomos del periodo alejandrino de la Antigüedad clásica. Ahora volveré a la Astronomía, tanto dentro de este siglo XVIII que intento desgranar y hacerte digerible como en su continuación inmediata, con lo cual casi llegaremos a los fundamentos de la perspectiva actual. James Bradley (1693-1762) sucedió a Halley, de quien ya hemos hablado, en la dirección del observatorio de Greenwich, y aportó dos nuevas e importantes ideas: la aberración de la luz (1729) y la nutación del eje de la Tierra (1748). He buscado una descripción sencilla y convincente de la aberración. No es fácil. Al final me he inclinado por Watson, un profesor de física del Imperial College of Science and Technology del primer cuarto de nuestro siglo, y miembro de la Boyal Society. Dice que en 1727 Bradley calculó la velocidad de la luz basándose en la variación observada en la posición de las estrellas. Si el rayo de luz que llega de una estrella A es recogido por un telescopio T, tendremos la dirección AB. Pero si la Tierra se mueve del modo que indica la flecha, cuando la luz llegue al ojo, el rayo de luz incidirá en B' y no en B. Ello obligará al telescopio a girar un poco hacia la derecha, para que la estrella quede

/ Una traducción literal puede ser: «El estruendo de las motos aterra a las brujas; las brujas han dejado de salir en las noches de luna. Sus sombras se alargan por encima de los tejados, y se despeñan por ellos.» 2

en el centro del campo. Si a es el ángulo girado, y v y u son respectivamente las velocidades de la Tierra y de la luz, tendremos que taga = v/u, o sea, u = v/taga. Bradley fue el primero en observar este fenómeno, y en darle una explicación. Fíjate en que la Tierra, al cabo de medio año, se moverá en sentido opuesto, y habremos de girar el telescopio un poco hacia la izquierda. Esto es lo que comprobó Bradley. Lo que ocurre es que, si el telescopio está lleno de agua, por ejemplo, BB' será más pequeña, y a también. Esto, en cambio, no se cumple, y la explicación no es fácil de encontrar. Tendríamos que recurrir a la teoría de la relatividad, y ello nos llevaría a la física del siglo XX, que no es lo que hemos de tratar en este momento

La nutación es un cabeceo del eje de la Tierra, que se añade al movimiento que determina la precesión equinoccial que, como ya sabes, fue descubierta por Hiparco. Tras Bradley, muchos otros astrónomos han estudiado cuidadosamente los movimientos de la Tierra, y han llegado a la conclusión de que la nutación es simplemente una de las complicaciones de los tres movimientos fundamentales: rotación, traslación y precesión equinoccial. Durante el siglo XVIII, la figura más destacada en el campo de la astronomía de observación fue sin duda Friedrich Wilhelm Herschel (1738-1822). Nació en Hannover, que en aquella época pertenecía a la corona británica. En 1757 se trasladó a Inglaterra, donde fue profesor de música y dirigió la orquesta de la ciudad de Bath. Como aficionado a la astronomía construyó diversos telescopios,

algunos de grandes dimensiones. A comienzos de 1781 hizo un descubrimientomemorable: el planeta Urano. Sólo con esto ya tendría un sitio en la historia. Fíjate en que hasta entonces el sistema solar terminaba en Saturno, y ello había sido así desde los días de Babilonia, es decir, casi desde la prehistoria. Por tanto, Herschel rompe un viejo molde. Su mérito fue reconocido en su tiempo, y le valió ser nombrado astrónomo real con paga asegurada. Cerca de Windsor pudo montar telescopios gigantes, con los que hizo muchos otros descubrimientos. También hay que recordar a su hermana Carolina, que fue una de las astrónomas más competentes de todos los tiempos. No sólo fue ayudante infatigable de su hermano durante toda su vida, sino que continuó sus trabajos cuando él murió. Descubrió al menos ocho cometas y otros astros, y continuó activa hasta los 99 arios. Herschel dirigió cuatro revisiones completas del cielo, cada vez con reflectores más potentes. De ellas surgió el descubrimiento de los satélites de Urano (1787) y de Saturno (1789). El conjunto de sus observaciones le llevó a concluir que la totalidad del sistema sideral tiene forma de lenteja, y que la Vía Láctea no es más que su borde. El Sol se encuentra en una posición relativamente central. Todo el inmenso conjunto de estrellas está en movimiento, y el propio Sol se dirige –con nosotros y con los demás planetas– hacia un punto del cielo llamado «ápex solar», situado en la constelación de Hércules. Herschel también descubrió cientos de nebulosas, algunas de las cuales se podían resolver en estrellas y otras no. Ello le llevó a pensar que las nebulosas difusas se irían condensando poco a poco para formar estrellas (1814). Herschel también afirmó que en general las estrellas menos brillantes para nuestra vista son las que están más alejadas de nosotros, y descubrió que la mayoría forman parejas, es decir, son estrellas dobles. Como podía verlas desde diferentes perspectivas a lo largo del año ya que la órbita de la Tierra tiene unos trescientos millones de kilómetros, también concluyó que las estrellas dobles giran una alrededor de la otra (1802). En el siglo XVIII hay una verdadera apoteosis de la mecánica celeste, y conviene que nos detengamos en ella. Leonhardt Euler (1707-1783), natural de Basilea y que sin duda te sonará como matemático, puso de manifiesto que ciertas irregularidades del movimiento de la Tierra conocidas desde la época de Tolomeo se explicarían mejor admitiendo que la órbita descrita por nuestro planeta es una elipse con un eje mayor móvil, en vez de suponer que se trataba de una elipse fija. Tomando como centro el Sol, el eje giraría en sentido contrario a las agujas del reloj, a razón de unos cinco grados en dos mil quinientos años. Joseph Louis de Lagrange (1736-1813) nació en Turín y, a la muerte de Euler, le sucedió en la

Academia de Berlin (1766), siendo nombrado por Federico el Grande. En 1787 se trasladaría a Paris para convertirse en profesor de la École Normale. Lagrange es considerado uno de los matemáticos más grandes de todos los tiempos. Descubrió y explicó el movimiento de libración de la Luna, gracias al cual este astro nos muestra un poco de cada uno de los lados de su cara oculta. Distinguió dos clases de perturbaciones en las órbitas del sistema solar, las periódicas y las seculares. Las primeras se completan en un ciclo que coincide con una o unas pocas revoluciones del cuerpo perturbador. Las segundas son perturbaciones continuas sin vestigio de ningún factor cíclico. Como la posición relativa de los diversos planetas cambia continuamente, en sus órbitas se producen perturbaciones variables que se ponen de manifiesto según ciclos periódicos. Además, hay cambios debidos a fuerzas perturbadoras constantes, que originan cambios seculares pequeños pero acumulativos. La obra de Lagrange interacciona continuamente con la de Pierre-Simon Laplace (1749-1827). Éste fue profesor de matemáticas en la École Militaire y en la École Normale. Tuvo actividades políticas, y llegó a ministro. Tras la restauración borbónica fue nombrado marqués. Laplace descubrió que la perturbación causada por los demás planetas hace disminuir la excentricidad de la órbita de la Tierra, y que ello redunda en un aumento de la velocidad en el movimiento de la Luna en torno a aquélla. Como consecuencia, la duración del mes lunar disminuye a razón de 1/30 de segundo al siglo. Laplace y Lagrange hallaron una ley general que puede expresarse como siendo X un valor diferente para cada planeta, resultado del producto P y constituye una especie de garantía de la estabilidad del sistema solar. Viene a decir que cuando aumenta la excentricidad de una órbita disminuye la de otra. La obra más importante de Laplace fue el «Traité de Mécanique Céleste», en cinco volúmenes, publicados entre 1799 y 1825. En ella se presenta un cuerpo homogéneo de doctrina que lleva la gravitación universal a sus últimas consecuencias. En este sentido, la obra de Laplace se considera definitiva y sin posibilidad de superación. Napoleón, que ha sido uno de los pocos jefes de estado preparados para entender la ciencia de su tiempo, leyó a Laplace, hemos de suponer que con admiración, y le preguntó porqué no aparecía Dios en ningún momento. Laplace se limitó a contestar que no había tenido necesidad de recurrir

a esa hipótesis. En su «Exposition du systéme du monde» (1796), Laplace señala que los movimientos del sistema solar tienen todos la misma dirección, exceptuando los satélites de Urano, y que se encuentran sobre un mismo plano. Además, al margen de los cometas, son todos casi circulares. Como conocía los estudios de Herschelsobre las nebulosas, insinuó la posibilidad de que todo el sistema solar fuera la condensación de una gran masa gaseosa dotada de movimiento circular. Hay que reconocer que esta idea ha impactado profundamente en la imaginación de la mayoría de los pensadores posteriores, hasta nuestros días. Recuerdo, querida Nuria, cómo el «Traité de Mécanique Céleste» se vincula deliciosamente con mi pequeña historia científica, de hecho con sus inicios, y constituye uno de los recuerdos más entrañables de mi adolescencia. Unas mujeres insólitas me mostraron, en la década de los cuarenta, la habitación donde había muerto el ilustre astrónomo barcelonés Josep Comas i Solá (1868-1937). Eran la viuda y la cuñada del astrónomo, y me mostraron con verdadera devoción la habitación, que permanecía intacta desde hacía años. Junto a una gran cama de matrimonio, sobre una mesita de noche, había dos volúmenes de la obra de Laplace. Del resto sólo recuerdo que todo me pareció muy recargado, un poco angustioso –hoy diría proustiano–, de una sociedad fantástica pero como enferma y en proceso de desintegración. Johann Elert Bode (1747-1826), fundador del «Berliner Astronomisches Jahrbuch» (1774), descubrió una sucesión numérica que se obtiene añadiendo el número 4 a la sucesión simple 0, 3, 6, 12, 24, 48, 96, ... (4, 7, 10, 16, 28, 52, 100, ...). Coincide con gran aproximación con la proporción de las distancias al Sol de Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, 28, Júpiter y Saturno. El vacío del término 28 le hizo suponer que faltaba un planeta. De hecho, en 1801, Giuseppe Piazze (17461826), de Palermo, encontró en ese sitio el pequeño planeta Ceres, cuyo diámetro es 1/4 del de la Luna. Más tarde, en esa misma zona –entre Marte y Júpiter– se han encontrado más de mil. Algunos son rocas de poco más de un kilómetro de diámetro. La búsqueda de asteroides o pequeños planetas ha durado hasta nuestros días. El citado Comas y Solá descubrió doce, y tuvo el detalle de poner a dos de ellos los nombres de Amélia y Mercedes, que era cómo se llamaban, respectivamente, las dos damas de las que te he hablado más arriba. Tuve de profesor de Física a un discípulo de Comas i Solá, el doctor Isidre Pólit, que descubrió dos asteroides más. Era un hombre muy modesto, que estaba orgulloso de haberle llevado a Roentgen la cartera de mano, durante un congreso en París. No se atrevía a hacer públicos sus cálculos acerca del descubrimiento de

dos nuevos asteroides. Finalmente lo hicieron sus colaboradores. Se supone que los asteroides han sido producidos por fragmentación de un planeta de gran tamaño. La mayor parte de los aerolitos tienen el mismo origen. El descubrimiento de Urano planteó la posibilidad de que existieran planetas aún más alejados. El procedimiento para averiguarlo era el estudio de las perturbaciones, del que ya te he hablado. De hecho, Urano no se movía como cabía esperar. La explicación era un planeta transuraniano. El gran astrónomo y físico Jean François Dominique Aragó (1786-1853), nacido cerca de Perpinyá aunque francés de sentimientos, encargó a un joven matemático llamado Urbain Leverrier (1811-1877) el estudio de las perturbaciones del planeta Urano. Éste presentó su trabajo a la Académie des Sciences, concluyendo que todo podía explicarse por la existencia de un planeta más alejado. Leverrier estimó el tamaño de dicho planeta y determinó el lugar del cielo en que debía buscarse. El día 23 de septiembre de 1846, el astrónomo Galle del Real Observatorio de Berlín, usando los datos que le había enviado Leverrier, localizó el nuevo planeta, que habría de llamarse Neptuno, como un astro de octava magnitud situado en el lugar predicho por Leverrier. Neptuno era un gran triunfo de la inteligencia. Como dijo Aragó, había sido descubierto «con la punta de la pluma». Hay que reconocer que, independientemente de Leverrier y al mismo tiempo (1846), un joven matemático inglés llamado John Couch Adams (1819-1892) había presentado un cálculo parecido al de Leverrier, pero en Inglaterra no fue tomado muy en serio. La historia del descubrimiento de Neptuno era fascinante, y el tema habría de continuar. Las perturbaciones de este planeta y de algunas órbitas cometarias indicaban que el dominio del Sol podía extenderse aún más lejos. Uno de los defensores de esta idea fue Camille Flammarion (1842-1925), el célebre divulgador de la astronomía a quien el mecenas M. Méret de Bordeaux ofreció un palacio en Juvisy para que instalara en él un observatorio astronómico, además de su propia casa. No creas que era cualquier cosa. En ese palacio habían residido Luis XIV, Napoleón y Louis Philippe. A la llegada de Flammarion, aún vivían allí dos ancianos que habían asistido al trágico fin de la princesa de Lamballe, amiga de la reina María Antonieta. El éxito de la «Astronomie populaire» hizo posibles las transformaciones necesarias en la mansión. Tiempos fantásticos si los comparamos con los de hoy. Flammarion entusiasmaba a todo el mundo, y consiguió alejar de los negocios a un multimillonario americano llamado Lowell, que construyó un telescopio inmenso en el desierto de Arizona. En ese lugar, un joven granjero aficionado a la astronomía tuvo la fortuna de ser el primero en

fotografiar el último planeta de nuestro sistema. El astrónomo aficionado se llamaba Tambough, y el nuevo astro hallado en febrero de 1930 recibió el nombre de Plutón. Es un poco más pequeño que la Tierra, y se encuentra a unos seis mil millones de kilómetros del Sol. El paralaje de las estrellas tuvo como pioneros al escocés Thomas Henderson (1798-1844) y al alemán Friedrich Wilhelm Bessel (1784-1846). Según los trabajos de este último, la estrella de la constelación del cisne llamada «Cisne 61» se encuentra 587.000 veces más lejos de nosotros que el Sol. Por tanto, la luz emitidapor dicha estrella tarda nueve años y medio en llegar hasta nosotros (hoy se sabe que realmente son diez y medio). La mecánica newtoniana no decía absolutamente nada de la estructura física y la composición química de los astros. Un viejo problema, como ya sabes, dejado a un lado desde Galileo. Wollaston (1766-1828), al examinar el espectro solar, fue el primero en advertir que estaba surcado por líneas negras (1802). Creyó que eran líneas divisorias entre los colores naturales. Doce años más tarde, Joseph Fraunhofer (1787-1826), fabricante de instrumentos ópticos y autodidacta, colocó un telescopio entre un prisma y el ojo, después de recoger sobre el primero un fino haz de luz. De este modo observó en el espectro solar más de seiscientas líneas negras, que todavía hoy llamamos «líneas de Fraunhofer». Éstas tenían una posición constante, y estaban presentes en toda luz procedente del Sol. Las encontramos en la que viene de la Luna, en la de los planetas y en la que reflejan las nubes. En cambio, las líneas de Fraunhofer de la luz de las estrellas son diferentes. Este descubrimiento, como afirma el epitafio de Fraunhofer en Munich, «nos acercó a las estrellas». Efectivamente, en 1859, dos profesores de Heidelberg, Gustav Robert Kirchhoff (1824-1877) y Robert Wilhelm Bunsen (18111899) lograron demostrar que existe una relación invariable entre ciertas líneas del espectro y la presencia de determinados elementos químicos. Distinguieron los espectros de emisión y de absorción. De este modo descubrieron el cesio y el rubidio, y Kirchhoff identificó muchos elementos presentes en el Sol. Ello tendría grandes repercusiones en el desarrollo posterior de la Astronomía. Ahora que hablo de todo esto, no puedo dejar de recordar aquellos inolvidables experimentos de espectroscopía de mi adolescencia, en la «Mentora Alsina». Quizá aún guardo algún cliché fotográfico de entonces. Durante el eclipe solar de 1869, en el espectro solar se descubrió un gas nuevo, que se llamó helio. Veintiséis años más tarde se obtendría por primera vez en la Tierra. Las protuberancias solares que con un telescopio sólo eran visibles durante los eclipses pudieron examinarse a pleno día gracias al espectroscopio (1863).

Dichas protuberancias se relacionaron con las manchas solares y con las tormentas magnéticas en la Tierra. Con el espectroscopio se pudo demostrar la existencia de una cromosfera externa separada de la fotosfera solar por una capa de inversión del espectro. Quiero terminar esta visión sinóptica del fabuloso desarrollo de la astronomía en los siglos XVIII y XIX refiriéndome a un descubrimiento trascendental realizado en 1842. Hoy lo conocemos con el nombre de principio de Doppler y Fizeau. Christian Doppler (1803-1853) fue un matemático y físico austriaco con quien se relaciona especialmente el descubrimiento. Hyppolite Louis Fizeau (1819-1896), a quien debemos la primera determinación experimental de la velocidad de la luz, al continuar los estudios de Fresnel llegó a conclusiones muy parecidas. El principio de Doppler y Fizeau se aplica tanto al sonido como a la luz, y en este último caso consiste en el corrimiento de las líneas del espectro en dirección al rojo si el cuerpo luminoso se aleja, y en dirección al violeta si se acerca. En el caso del sonido, el pitido de una locomotora se va haciendo más agudo a medida se acerca, y progresivamente más grave cuando se aleja. Gracias al efecto Doppler se ha podido conocer con detalle la rotación del Sol, el movimiento de las estrellas y su evolución, y el movimiento de las nebulosas. Esto último dio pie a la teoría de la expansión del Universo. De este modo hemos llegado a la Astrofísica y la Cosmología de nuestros días. Ellas nos muestran que las estrellas tienen una evolución definida, que comienza con la contracción de una gran masa gaseosa y continúa con el desencadenamiento de sucesivas reacciones nucleares cuando se alcanza la temperatura apropiada. Obviamente, ha sido en la actualidad cuando se han podido hacer estos tipos fabulosos de análisis. De todos modos, puedes considerarlo como una continuación de lo que acabo de contarte, lograda después de una conjunción extraordinaria entre física atómica y astrofísica. Para ilustrar este nexo, puedo añadir que las mismas líneas de Fraunhofer del espectro de las estrellas sirvieron para determinar la temperatura de su superficie. En este sentido, hoy se usan los diez tipos espectrales de Harvard, que las distribuyen de más calientes a más frías con las letras O, B, A, F, G. K, M, R, N y S. Ello constituyó un gran paso en el conocimiento de la física estelar, y te recomiendo que leas algo al respecto si aún no lo has hecho. Extenderme más en este punto sería salirme de madre. Quizá sea apropiado despedirme con la frase que usan los astrónomos de lengua inglesa para recordar los tipos espectrales, si es que el divertido Gamow no nos tomó el pelo: Oh, Be A Fine Girl, Kiss Me Right Now, Smack. Afectuosamente,

43. Kosmos

Begues, 2 de noviembre de 1984 Querida Nuria: Hasta el siglo XVIII no se tuvo una idea exacta de la forma de la Tierra. Ya sabes que tradicionalmente se consideraba que era esférica. Las primeras dudas surgieron al observar que a nivel del mar la duración T de la oscilación del péndulono era constante. En las zonas tropicales iba más despacio que en las latitudes de Europa. Ello podía interpretarse como una consecuencia de la disminución de la gravedad al alejarse del centro de la Tierra por un aumento del diámetro ecuatorial. La forma de nuestro planeta se convirtió en tema de discusión, y se enviaron expediciones a diferentes lugares para medir la longitud de un gran arco de meridiano y hacer observaciones pendulares. Una de las más importantes fue de la de C. M. de la Condamine (1701-1774) a América del Sur, en las proximidades del ecuador. También es célebre la de P. L. M. de Maupertuis (1698-1759) a Suecia. La conclusión fue que la Tierra es un esferoide aplastado en los polos. A partir de mediados de siglo esta conclusión fue aceptada definitivamente. Ahora hemos de considerar los progresos en la construcción de instrumentos. Geroge Graham (1673-1751) inventó el péndulo de mercurio, que conserva siempre la misma longitud ya que compensa cualquier dilatación con una elevación del centro de gravedad de una columna de mercurio que forma parte del propio péndulo. John Harrison (1692-1776) inventó otros péndulos de compensación, y un mecanismo para que los relojes continuaran andando cuando se les da cuerda. Jesse Ramsden (1735-1800) inventó el ecuatorial, que con un aparato de relojería permite que un telescopio siga el movimiento aparente de cualquier punto del cielo. También fue este autor quien transformó completamente el instrumento de medición de ángulos, transformándolo en el moderno teodolito. La disponibilidad de nuevos instrumentos hizo posible una cartografía cada vez más precisa. En este campo destaca J. B. Bourguignon d'Anville (1697-1783), muchos de cuyos mapas aún eran utilizados hace sólo un siglo. En 1793 se publicó la «Carte Géométrique de la France», basada en las mediciones de César François Cassini (1714-1784) y de su hijo Jacques-Dominique (1748-1845). William Roy (1726-1790) midió una base para la triangulación de las Islas Británicas, en la que se siguió trabajando hasta 1858. No obstante, en 1801 se publicó la carta de una pulgada por milla y en 1846, la de seis pulgadas por milla. En otros países se

hicieron trabajos semejantes, aunque generalmente no tan precisos. La segunda mitad del XVIII y la primera del XIX se caracterizan por la abundancia de exploraciones marítimas. Ello fue facilitado por los progresos realizados en los métodos para determinar la longitud y la latitud, así como por la mejora de las condiciones sanitarias de los marineros. El riesgo de escorbuto fue eliminado mediante el uso de zumo de naranja o de limón, preconizado por el sargento naval británico James Lund (1736-1812), lo que permitió aumentar considerablemente la duración de los cruceros. Son memorables los viajes del capitán James Cook (1728-1799), que permitieron realizar el mapa del Pacífico. Dignos émulos de Cook en su obra cartográfica fueron los oficiales franceses Jean-François de Galoup, conde de La Pérouse (1741-1789), y Joseph Antoine Bruni d'Entrecasteaux (1739-1793), que trabajaron en los mares de China y Japón, así como en Oceanía. En otra carta ya te he señalado que Halley fue el primero en estudiar los vientos a escala planetaria. George Hadley (1685-1768) enunciaría más tarde la teoría de los vientos alisios, según la cual éstos se originan a causa de la rotación de la Tierra y la elevación de aire cálido en los trópicos. La primera obra general sobre los vientos fue publicada por el matemático francés Jean Le Ronde d'Alembert (1717-1783), que también ha sido citado. Entre otros avances de la meteorología durante el siglo XVIII y principios del XIX hemos de incluir el estudio del contenido acuoso de la atmósfera realizado por Saussure (1783), las variaciones de las características de la atmósfera con la altitud, hechas en ascensiones aerostáticas por Gay-Lussac (1804), la introducción de la escala de los vientos por el almirante Beaufort (1805) y la teoría del rocío propuesta por el americano Charles Wells (1814). En 1855, el también americano Matthew Fontaine Maury (1806-1873) publicó su «Geografía Física del Mar», que había de constituir una verdadera revolución para la navegación marítima. Por influencia de dicha obra, muchos gobiernos pusieron en marcha observatorios meteorológicos. También se establecieron los servicios meteorológicos internacionales. En Inglaterra, el almirante FitzRoy (18051865) fue nombrado primer director del Servicio Meteorológico, veinte años después de su célebre viaje con el Beagle, en el que le acompañó Charles Darwin. En esta época también se hicieron grandes progresos en la teoría de las mareas, y en la predicción de su altura en un sitio determinado. Otro aspecto interesante en el desarrollo de la geografía física está relacionado con el magnetismo terrestre. La separación entre el Norte geográfico y el Norte

magnético había sido descubierta por Colón en su primer viaje de 1492. El ángulo que separa las dos direcciones es la declinación magnética. En el siglo XVI se descubre la inclinación, y se observa que una y otra varían en diferentes puntos del globo. Halley fue el primero en dibujar un mapa con la distribución de los puntos que tienen la misma declinación, mediante las líneas que llamamos isogónicas. En el siglo XVIII se halló la relación entre las variaciones irregulares del campo magnético y las auroras polares, así como la influencia de las manchas solares. Humboldt fue el primero en estudiar la intensidad del campo magnético y sus variaciones en diferentes puntos de la Tierra. En 1827, Aragó demostró que dicha intensidad también tiene variación diurna. Pasemos ahora a la palentología y la geología. Ya sabes que a principios del siglo XVIII se había admitido que muchos restos fósiles pertenecían a especiesactualmente inexistentes. Ahora bien, para tener una prueba rigurosa de ello habría que esperar a Cuvier. En sus dos grandes obras, Essai sur la géographie minéralogique des environs de Paris (1811) y Recherches sur les ossements fossiles (1812), Cuvier daría un fundamento sólido al estudio sistemático de los fósiles de los vertebrados, e indicaría el método apropiado para reconstruir animales desaparecidos a partir de sus restos parciales. Será su coetáneo Lamarck quien desarrolle la paleontología de los invertebrados. Curiosamente, Cuvier era fijista, y afirmaba que las especies fósiles son tan inmutables como las vivientes. Para explicar su desaparición, Cuvier recurrirá a la teoría de las catástrofes periódicas, la última de las cuales habría sido el diluvio bíblico. Lamarck, en cambio, es transformista, y cree en una evolución continuada y permanente de las especies. Desde la perspectiva de estas cartas, ambos tienen suficiente importancia como para hablar de ellos otro día y con más profundidad. Ya me he referido a la importancia de Buffon y Werner en la geología del XVIII. A ellos hay que añadir la figura de James Hutton (1726-1797), que puede ser considerado el fundador de la geología histórica. Hutton se dio cuenta de que los fósiles se distribuyen en capas horizontales sucesivas, lo cual invita a pensar en una lenta y continua acumulación de sedimentos a lo largo del tiempo. En los plegamientos, inversiones y translocaciones de dichos estratos es en lo que insistirán los partidarios de la teoría de las catástrofes. La obra más célebre de Hutton es la «Teoría de la Tierra», publicada en 1795. El segundo gran geólogo británico fue William Smith (1769-1839), que además fue ingeniero de caminos, puentes y canales. Conviene citarlo para remarcar que la geología recibió un impulso extraordinario como consecuencia de las grandes obras realizadas en el siglo XVIII para mejorar las comunicaciones y el transporte

de carbón. Con este motivo, en Inglaterra se abrieron numerosos canales, y un poco más tarde caminos para el ferrocarril. En ambos casos quedaron a la vista los estratos geológicos. Smith publicó el primer mapa geológico en color, y en su obra «Sistema estratigráfico de los fósiles orgánicos» llegó a una serie de conclusiones importantes. Por ejemplo, establece una relación entre los fósiles y las épocas geológicas, convencido de que la antigüedad relativa de los estratos podría inferirse de la relación entre formas todavía existentes y formas extinguidas. A medida que aumentan estas últimas, los estratos son más antiguos. También descubre que cada capa tiene sus fósiles característicos, y que algunas especies desaparecen lentamente al pasar de una capa más antigua a otra más moderna, pero nunca de forma súbita (lo cual va en contra de la teoría de las catástrofes). Después de Smith tenemos a su gran discípulo Charles Lyell (1797-1875). Los Principies of Geology de este último, publicados entre 1830 y 1833, son memorables en muchos aspectos. Siguiendo a su maestro, establece el principio de actualismo en geología, algo que –como ya sabes– Buffon ya había establecido de forma más general. Lyell rechazó rotundamente el catastrofismo de Cuvier, y se mostró muy influido por Lamarck. Es el primero en resucitar el lamarckismo: no es exagerado decir que todo el lamarckismo posterior pasa por Lyell o por Haeckel. Por otra parte, Lyell será el gran inspirador de Darwin, y su mentor en el viaje alrededor del mundo. Pese a este ascendiente, Lyell estará cada vez más influido por Darwin, y acabará siendo un gran defensor del darwinismo. Tras Lyell, el estudio de los fósiles registró un gran desarrollo, sobre todo desde los siguientes puntos de vista: (a) clasificación dentro de la misma sistemática animal o vegetal de las especies vivientes, lo cual obligaba a revisar el sistema de clasificación; (b) establecimiento de la filogenia de los grupos actuales de animales y plantas; y (c) conocimiento detallado de los fósiles característicos, con vistas a la geología histórica. Una de las figuras más significativas en el periodo de la historia de la ciencia que estamos tratando es sin duda Alexander von Humboldt (1769-1859). Fue discípulo de Werner, junto con otro gran geólogo alemán, Leopold von Buch (1774-1852). Ambos se alejaron bien pronto de las doctrinas de su maestro, y reconocieron que el vulcanismo había jugado un gran papel en la formación de las rocas. Humboldt colaboró con Gay-Lussac en trabajos acerca de la composición del aire, que preludian los de este último sobre los volúmenes constantes en gases de diferente composición. También estudió el magnetismo terrestre. Los trabajos de Humboldt le cualifican como físico y como químico. Humboldt empleó gran parte de su vida en viajes, y de hecho gastó su propia

fortuna en este empeño. Es célebre su viaje a Canarias, y su ascensión al Teide. Más tarde viajó a América meridional y central. Exploró el Orinoco y la Cordillera de los Andes, y subió al Chimborazo, que en aquella época se consideraba la montaña más alta del mundo. Su compañero de viaje fue Aimé Bompland (17731858), botánico discípulo de Jussieu. Fruto de estos viajes fueron los treinta volúmenes titulados Voyage aux régions équinoxiales du nouveau continent du 1799 au 1804, publicados en París entre 1805 y 1834. La primera parte trata de la historia y el conocimiento geográfico del Nuevo Mundo, y contiene un atlas con treinta y nueve mapas. La segunda es una zoología y una anatomía comparada, para lo cual Humboldt colaboró con Cuvier, con De Latreille (acerca de insectos) y con Valenciennes (peces y moluscos). La tercera parte es la historia y geografíapolítica de las posesiones hispánicas en América. La cuarta contiene observaciones astronómicas, trigonométricas y barométricas hechas durante el viaje. La quinta se ocupa de la geología de la región, y de la distribución geográfica de las plantas. Finalmente, la sexta parte, escrita con la colaboración de Bompland, trata de la botánica. Otro viaje importante de Humboldt es el que realizó a Siberia, acompañado por Ehremberg, que fue uno de los más grandes observadores de microorganismos de todos los tiempos, y por el mineralogista Rose. Se puede considerar a Humboldt el fundador de la geografía botánica y de la geomorfología. En su vejez publicó «Kosmos», una gran obra de síntesis que representa la transición entre las ideas del siglo XVIII y las del siglo XIX. También se ocupó de la historia de la ciencia. La geografía botánica se inicia con Teofrasto, y prácticamente se deja de cultivar hasta llegar a Humboldt. Éste se ocupó de ella en muchas obras, especialmente en Ideen zu einer Geographie der Planzen (1805) y «Aussichten der Natur» (1808). Establece regiones botánicas, así como la influencia de la altitud. Observa la regularidad de la vegetación en el Teide y en los Andes, preguntándose si es posible que a partir de unas pocas especies iniciales se haya producido una gran diversidad según como sea su hábitat. Tiene en cuenta las fisonomías vegetales determinadas por las plantas que dominan el paisaje, como ocurre con las palmas, las mimosas y las orquídeas. Tiene noción de los centros geográficos de dispersión, y de la influencia del factor humano. Podemos considerar que en este campo su continuador sería Alphonse de Candolle (18061893). Humboldt fue agente diplomático y consejero de estado. Contribuyó de manera especial a la creación de la nueva Universidad de Berlín (1850), que se convertiría en el prototipo de la Universidad contemporánea hasta la primera guerra mundial. Coetáneos de Humboldt fueron FitzRoy, de quien ya te he hablado, y Joseph

Banks (1743-1820), que llegaría a presidente de la Royal Society, y a quien Volta enviaría en el año 1800 la comunicación del descubrimiento de la pila. Banks viajó en el Endeavour con el capitán James Cook (1728-1779), dando la vuelta al globo. Banks estudió la flora australiana. En este campo también destacó Robert Brown (1773-1858), que por cierto descubrió el llamado «movimiento browniano». En esta época se hicieron grandes avances en el conocimiento de la vida marina, especialmente con las exploraciones del Erebus y del Terror a las órdenes del capitán James Ross (1800-1862) en las expediciones de los años 1839 y 1843, respectivamente. En ellas participó como naturalista Joseph Dalton Hooker, que más tarde sería un gran evolucionista y director del jardín botánico de Kew. Este tipo de exploraciones culminó con la del Challenger (1872-1876) y las llevadas a cabo por el príncipe de Mónaco. Con ellas se ponen los cimientos de la oceanografía. También conviene que sepas que los estudios que he citado permitieron establecer una serie de regiones zoogeográficas y fitogeográficas en nuestro planeta. A ello contribuyó muy especialmente Alfred Russell Wallace (1823-1913), que en 1875 publicó su «Distribución geográfica de los animales», que aún es una de las obras más importantes sobre el tema. Wallace distinguió seis regiones: la paleártica (Europa, Asia y el Norte de África), la neártica (América del Norte), la etiópica (resto de África y Arabia meridional), la oriental (India, Sudeste asiático, islas de Sonda y Japón meridional), la australiana (Australia y todas las islas de Oceanía), y la neotropical (Centro y Sur de América). Son muy parecidas a las que admitimos hoy en día. La delimitación de estas regiones es un hecho destacado. Piensa, por ejemplo, que entre las islas de Bali y Lombok, cerca de Java, hay un estrecho de no más de quince millas. No obstante, como apuntó Wallace, «por lo que se refiere a sus aves y cuadrúpedos difieren más que Inglaterra y el Japón». Dicho estrecho se conoce con el nombre de «línea de Wallace», y se considera el límite entre la región oriental y la australiana. Hablaremos nuevamente de Wallace al referirnos al origen de las especies por selección natural, ya que llegó simultáneamente y de forma independiente a la misma teoría que Darwin. Quiero terminar esta carta hablándote de Félix de Azara (1742-1821), un ingeniero militar aragonés que se encuadra muy bien en el contexto que acabo de describirte. En 1781 recibió el encargo por parte de la corte española de ocuparse de la demarcación de las fronteras entre Brasil, Paraguay, Argentina y Uruguay. Empezó a trabajar en colaboración con colegas españoles y portugueses, pero pronto surgieron trabas de todo tipo a causa de agitaciones políticas. De este modo su labor no podía avanzar. Ello haría que su estancia se prolongara casi

veinte años, a lo largo de los cuales tuvo ocasión de viajar por toda América del Sur y dedicarse a sus aficiones. Además de su labor cartográfica, estudió sobre todo la fauna, y en particular las aves y los mamíferos. De vuelta a España, en 1802 publicó una obra sobre los mamíferos y otra sobre las aves del Paraguay y Río de la Plata, cuyas versiones francesas aparecieron casi simultáneamente. En 1809 también se publicó en francés su libro «Viajes por la América Meridional», que viene a ser un resumen de sus trabajos en aquella zona. Azara encontró tan diferente la fauna de América Central y Meridional, comparada con la de Europa, que no pudo menos que considerar que eran el resultado de creaciones independientes y sucesivas. Si los cuadrúpedos provinieran del Viejo Mundo deberían haber pasado por el Norte, pero resulta difícil creer que pudieran recorrer distancias tan grandes, sobre todo teniendo en cuenta que algunos tienen hábitos sedentarios y otros están muy adaptados a su hábitat. La hipótesis de las creaciones sucesivas se pondría más tarde en boga gracias a la influencia de Cuvier. No debes verla como unaalternativa a la teoría de la evolución, sino como un paso intermedio en el desarrollo del pensamiento humano, entre el creacionismo y el evolucionismo. Félix de Azara también fue un precursor de la teoría de las mutaciones de Hugo de Vries. Rechazó la idea de Buffon de que la influencia del clima fuera suficiente para explicar el origen de las variaciones. Preconizó que éstas pueden producirse por causas de origen interno y perpetuarse, como ocurre con el «toro mocho». «La Naturaleza –dice Azara– produce alguna vez por accidente individuos singulares que se perpetúan como los otros.» En este sentido estudió casos de albinismo, así como variedades lampiñas y de pelo crespo. Azara también tiene en cuenta la influencia humana, especialmente en el caso de las plantas nitrófilas que desplazan a la vegetación primitiva. Los trabajos zoológicos de Azara sobresalen por su precisión, y fueron ampliamente utilizados por Darwin, y también por Cuvier. Pese a ello, su fama y su influencia serían en gran medida eclipsadas por la aparición simultánea de la gran obra de Humboldt, que era de mayor envergadura y gozaba del apoyo y la colaboración de los científicos más importantes de la época. Afectuosamente,

44. PHILOSOPHIE ZOOLOGIQUE

Begues, 10 de noviembre de 1984

Querida Nuria: En las postrimerías del siglo XVIII, Francia tiene tres figuras muy destacadas en la historia de la biología: Geoffroy de Saint-Hilaire, Lamarck y Cuvier. Ya te he hablado de ellos, pero debo insistir. ¡Vale la pena, te lo aseguro! Hoy lo haré sobre Lamarck. Jean Baptiste de Monet nació en la región de Picardía, al norte de Francia, en 1744. En su juventud heredó el título de Caballero de Lamarck, nombre que utilizaría para firmar todos sus escritos, y con el que pasaría a la posteridad. En su infancia fue a los jesuítas, y se orientó hacia los estudios eclesiásticos. Ingresó en el ejército a los diecisiete años, al morir su padre. En la Guerra de los Siete Años alcanzó el grado de oficial, pero por razones de salud dejó el ejército, y en 1770 se estableció en París con la intención de estudiar medicina. Durante un tiempo llevó una vida errante, durante la cual aumentó su afición a la botánica, que ya había sido su entretenimiento predilecto mientras estaba en la milicia. En 1778 publicó una obra sobre la flora francesa que llamó la atención de Buffon. De ahí que Buffon propusiera a Lamarck primero como miembro de la Académie des Sciences y más adelante para una plaza en el Jardin du Roi. En los años que siguieron, Lamarck hizo algunos viajes de estudio por Europa como acompañante del hijo de Buffon. De todos modos, Lamarck no tuvo un puesto de trabajo fijo hasta la Revolución. La Convención Nacional, que pretendía reorganizarlo todo, creó una serie de nuevas cátedras, entre las que había dos de zoología. No encontrando candidatos más apropiados, ofreció una a Lamarck, que era botánico, y otra a Saint-Hilaire, que era mineralogista. El primero se quedó con los invertebrados, y el segundo con los vertebrados. Así son las cosas. Debido a estas circunstancias, Lamarck empezó a dedicarse a la zoología cuando ya había cumplido cincuenta años. Sin embargo, ello no impidió que llegara a alcanzar fama universal en ese campo. Sin embargo, nunca dejó de estar en una posición muy modesta, tanto económica como por lo que se refiere a su prestigio personal, y eso que trabajó intensamente durante el resto de su vida. Murió en 1829, y dos años antes se había quedado prácticamente ciego. Se casó cuatro veces y tuvo siete hijos. Dos de sus hijas le ayudaron a continuar su labor hasta el final. Lamarck fue valorado por sus contemporáneos exclusivamente como zoólogo sistemático. Pese a sus otros méritos, hay que tener en cuenta que su obra sobre invertebrados no tiene parangón desde los tiempos del viejo Aristóteles. Publicó muchos libros de carácter especulativo, sin ningún tipo de éxito. En parte, ello

puede atribuirse a su imaginación desbocada y a su mal estilo, oscuro y árido. Por otra parte, siempre mostró una gran ignorancia y pobreza de visión en todo lo que se refiere a química y física. Las ideas de Lamarck sobre la evolución de los seres vivos tendrían gran influencia en el futuro, pero eso sería después de su muerte y, como ya te he indicado, gracias a Lyell, y más tarde a Haeckel. Un cierto modo de pensar lamarckiano, casi en toda su pureza, ha sobrevivido hasta la primera mitad de nuestro siglo, principalmente en paleontología pero también en otros campos del pensamiento biológico. Lamarck dio a conocer por primera vez su concepción acerca de la transformación de las especies en 1800, en una conferencia de inauguración de curso. Dichas ideas fueron tratadas con mayor amplitud en la Philosophie zoologique, publicada en 1809 y que acabaría siendo su obra más célebre. Pese a ello, pienso que la obra más importante de Lamarck probablemente sean los siete volúmenes de su Histoire naturelle des animaux sans vertébres, que publicó entre 1815 y 1822. Lamarck llevó a cabo una profunda reforma del reino animal. Distinguió los Infusorios de los Pólipos y los Cirrípedos de los Moluscos, estableciendo diezclases de invertebrados: Infusorios, Pólipos, Radiados, Vermes, Insectos, Arácnidos, Crustáceos, Anélidos, Cirrípedos y Moluscos. Dentro de estas clases, subdividió los Radiados en Celentéreos y Equinodermos, y agrupó los Cirrípedos con los Cangrejos y los Pólipos con los Celentéreos. Todo ello constituye la base de la clasificación actual de los invertebrados. Comparado con Linneo, constituye un avance realmente extraordinario, por mucho que Lamarck no dejara de considerar a Linneo como uno de los sabios más grandes de todos los tiempos. Lamarck también recomendaba la adopción de una nomenclatura internacional, que no se haría realidad hasta tiempos mucho más recientes. Curiosamente, en su etapa como botánico, Lamarck era tan fijista como el propio Linneo. Por contra, el estudio de los animales, tanto invertebrados como vertebrados, le llevó a la idea de una evolución lineal y siempre renovada. Su pensamiento quizá se pueda resumir en los siguientes puntos: (a) La Naturaleza ha producido todos los seres vivos a lo largo de grandes periodos de tiempo; (b) la Naturaleza empezó –y sigue empezando «cada día»– por la generación espontánea de los organismos más sencillos; (c) una vez originados los primeros vegetales y animales en lugares y circunstancias favorables, a lo largo del tiempo se van transformando poco a poco en el resto de los organismos, gracias a una fuerza inherente a la propia vida, y como consecuencia de nuevas condiciones ambientales; (d) las especies actuales tienen ese origen, habiendo aparecido

gradual y sucesivamente, de modo que su constancia es sólo relativa. Lamarck consideraba a la Naturaleza como un poder u orden de cosas sometido a la voluntad de Dios. Conocía la Scala naturae aristotélica y, al establecer el orden que va desde los organismos más sencillos al hombre, en cierto modo la seguía, aunque asignándole contundentemente un significado histórico. En el evolucionismo lamarckiano tenemos la generación espontánea como punto de partida, pero recomenzando en todos y cada uno de los momentos de la historia de la vida en la Tierra. Lamarck considera que hay dos líneas evolutivas fundamentales e independientes: la vegetal y la animal.

Después, la correspondiente a los gusanos seguiría así:

Es el primer esquema filogenético de la historia, y contiene ideas fundamentales, como que las aves y los mamíferos son dos ramas procedentes de los reptiles. Lamarck se dio cuenta de que el paso de los moluscos a los peces era arriesgado, y supuso que se aclararía mediante el estudio de organismos todavía desconocidos. Por supuesto, el esquema tiene éste y otros defectos, pero constituye una perspectiva realmente genial. En su «Histoire naturelle des animaux sans vertébres», Lamarck comenta detenidamente este árbol genealógico, mencionando diversas dificultades y admitiendo que a nivel de

géneros y especies el árbol es mucho más ramificado. Para los vegetales, Lamarck supuso la existencia de un proceso parecido, aunque mucho más difícil de establecer, incluso en líneas generales, debido a la falta de conocimientos. En el lamarckismo no debes ver tanto la idea de la transformación gradual de las especies y el establecimiento de determinadas líneas filéticas como las causas de una y otra cosa. En primer lugar tenemos la idea de la generación espontánea como inicio de la evolución que, como ya he señalado, sería un proceso permanente. Luego tenemos una tendencia de la naturaleza a pasar de las formas más sencillas a organismos cada vez más complejos. Finalmente, el medio aceleraría este proceso, y lo diversificaría. La influencia del medio, que ya había sido sugerida por Buffon, cobra ahora mayor entidad por medio de los llamados principios del lamarckismo. Por un lado tenemos la herencia de los caracteres adquiridos: el medio ambienteda lugar a modificaciones que pasan a la descendencia. En las plantas, esas modificaciones se originarían directamente, pero en los animales los cambios del medio pondrían en marcha otro mecanismo de variación: el uso y el desuso. Éste es el segundo principio lamarckiano, que se puede sintetizar en aquello de que la función crea el órgano. Así se explicaría la atrofia de los ojos de los topos y de muchos animales cavernícolas, la pérdida de las extremidades en las serpientes, la aparición de insectos ápteros, la longitud del cuello de la jirafa, las peculiares extremidades inferiores de las zancudas y la forma de los pies de las palmípedas. Lo que no se utiliza se atrofia, y lo que se usa intensamente se desarrolla y diversifica. De esta propiedad surgirían las diferentes adaptaciones, como cambios hereditarios que mejoran la supervivencia de los individuos de la población, y que son resultado de un efecto directo del medio. Por lo que respecta al hombre, Lamarck admite que puede proceder de los cuadrumanos superiores, por desarrollo de la posición bípeda y de otras facultades. No obstante, trata este tema con mucha prudencia, lo que invita a pensar que tenía un cierto temor a la censura. Por otra parte hay que señalar que conocía bien las diferencias entre el hombre y los simios superiores, como habían puesto de manifiesto los estudios de Camper. En general, Lamarck no parece predispuesto a admitir la inteligencia de los simios, ni siquiera la de los hombres primitivos y de los salvajes actuales. Ello le enfrenta a las ideas defendidas por otros autores de la época, como el célebre La Mettrie. Tal vez como consecuencia de los grandes trastornos sociales que le había tocado vivir, Lamarck es bastante pesimista. Opina que la inteligencia verdaderamente desarrollada es un atributo de muy pocas personas, gracias a las cuales han sido posibles los progresos de la

civilización. Al estudiar la obra de Lamarck, uno se da cuenta de que está muy influido por Buffon, como ocurre con casi todos los biólogos de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. El propio concepto lamarckiano de especie biológica procede de Buffon, igual que la negativa a admitir unos límites precisos entre especies, y la opinión de que las categorías taxonómicas son puras creaciones de la mente. Si comparamos los dos personajes, encontramos que Buffon es mucho más culto, y más capacitado para distinguir entre hecho e hipótesis. Por contra, Lamarck le superó ampliamente como sistemático. Nuestro autor también aprendió mucho de Charles Bonnet, y lo reconoce expresamente en sus escritos. Es probable que fuera Bonnet quien le inspirara la clasificación lineal de los animales. Lamarck también recuerda a Vicq d'Azyr (17481792) cuando habla de degeneración o evolución regresiva de ciertos animales por pérdida o atrofia de órganos. De Vicq d'Azyr no hemos hablado, pero fue un médico destacado, tanto en la clínica como por sus contribuciones a la anatomía comparada y a la fisiología. Poco antes de la Revolución fue nombrado médico del rey. Como puedes suponer, ello le habría de traer muchos problemas sin haber tenido tiempo de gozar de ninguna ventaja. Pese a encontrarse mal de salud, fue obligado a asistir a la famosa fiesta de la «Diosa Razón», donde le dio un patatús que a los pocos días lo llevó al otro barrio. Finalmente, por extraño que resulte, quiero señalar que Lamarck se dejó influir mucho por Cuvier, pese a que éste era mucho más joven y además sostenía una posición intelectual casi opuesta. Cuvier influyó en las ideas sistemáticas de Lamarck, e incluso sobre la propia historia de la evolución, que cada uno interpretaba de manera bien diferente. Cuvier siempre menospreció a Lamarck. A la muerte de éste, a Cuvier le correspondió pronunciar el discurso funerario, que aprovechó para desacreditarlo aún más. En vida, la reputación de Lamarck siempre fue escasa. Napoleón, que estaba al corriente de casi todas las obras de los sabios franceses, a los que acostumbraba a invitar con objeto de comentarlas personalmente, nunca manifestó el menor interés por Lamarck. La verdad es que esta desconsideración tenía su fundamento. Ya he hecho algún comentario al respecto hablando de sus libros. Puedo, además, añadir que se da la sarcástica circunstancia de que el hombre que quizá tenía las ideas más avanzadas acerca de la evolución era en términos generales uno de los profesores más caducos. Ni siquiera al presentar su propia teoría de la evolución dio una justificación sistemática muy sólida, y olvidó todo lo referente a la distribución geográfica y al testimonio fósil conocido. Estas cosas no

eran adecuadas para las mentalidades cultivadas de la época. El propio materialismo de Lamarck correspondía a una corriente superada, y bien diferente de la manera de pensar de la mayoría de sus contemporáneos. Como ya he señalado antes, la resurrección de Lamarck se debió a Lyell, pese a las críticas más bien severas que éste le hizo. Pero sobre todo sería rehabilitado por Haeckel y por la corriente alemana materialista de finales de siglo. El lamarckismo también se iría enraizando progresivamente en el pensamiento biológico francés, lejos de lo que se podía esperar teniendo en cuenta el poco éxito que Lamarck había logrado en vida. Luego el larmarckismo se convertiría en un signo regresivo y decadente, patrimonio de los que quedarían al margen del brillante desarrollo de la genética de la primera parte del siglo XX. Afectuosamente,45. DISCOURS SUR LES RÉVOLUTIONS DU GLOBE

Begues, 17 de noviembre de 1984 Querida Nuria: Hoy debo hablarte de Georges-Léopold-Chrétien-Fréderic Dagobert, barón de Cuvier, coetáneo de Napoleón, Humboldt, Saint-Hilaire y Lamarck, nacido en 1769 en Montbéliard, que en aquella época pertenecía al ducado de Würtemberg. La familia de Cuvier era hugonote, y tiempo atrás había ido a parar a Würtemberg en busca de refugio. Como estudiante, Cuvier fue brillante desde su infancia y conoció muy pronto la obra de Buffon, que le dejó una huella imborrable. Junto con Lavoisier, puedes considerar a Cuvier como una de las cumbres de la ciencia francesa en el periodo que comprende el final del siglo XVIII y el comienzo del XIX. Cuvier estudió en la célebre Escuela Carolina (Karlsschule) de Stuttgart, que inicialmente era una escuela militar, posteriormente ampliada con estudios civiles. La disciplina del lugar era tan estricta que no era raro que algún alumno, encontrándola insorportable, se fugara: así ocurrió, sin ir más lejos, con el gran poeta alemán Schiller. En cambio, parece que Cuvier se encontraba allí como pez en el agua, lo cual es un dato interesante sobre la idiosincrasia del personaje. Además, sacó provecho de tener como profesor de biología a Karl Friedrich Kielmayer (1765-1844), un maestro extraordinario que le dio una sólida formación en ese campo del saber. Generalmente, los que salían de la Karlsschule ocupaban directamente buenos puestos en la administración, militar o civil, pero Cuvier tuvo mala suerte y no pudo acceder directamente a un puesto de funcionario. En espera de una oportunidad favorable se fue entretanto a Caen, junto al Canal de la Mancha, como preceptor de una familia aristocrática protestante. Conocía muy bien el «Systema Naturae» de Linneo, que en aquella época se usaba como libro de texto, y se dio cuenta del gran vacío existente en dicha obra con respecto a la

zoología, y sobre todo en relación con los invertebrados. Cuvier se dedicó con gran interés al estudio de animales inferiores que la bajamar dejaba al descubierto, e hizo extraordinarios dibujos de ellos. Cuvier había asimilado muy bien a Aristóteles, con quien compartía el interés por la fauna marina. Para Cuvier, Aristóteles era el más grande naturalista de la Antigüedad. No es, pues, extraño que Aristóteles tuviera una gran influencia sobre su pensamiento. Algunos de los trabajos de Cuvier llegaron a manos de Geoffroy de SaintHilaire cuando éste era profesor en París. Ello fue decisivo para la carrera de Cuvier: Saint-Hilaire se quedó maravillado, y trato de persuadir a Cuvier para que se fuera a París. «Venid –le dijo en una carta– y sed entre nosotros un segundo Linneo, un legislador de la Historia Natural.» Cuvier le hizo caso, y con el tiempo acabaría teniendo justamente ese papel. Inicialmente fue auxiliar de Daubenton y de Lacépéde que, como ya sabes, eran discípulos de Buffon y continuadores de su obra. Al cabo de poco, Cuvier fue nombrado profesor en el Collége de France y más tarde en el Museo, siempre gracias a la recomendación de Saint-Hilaire. Una gran capacidad de organización, una brillantez intelectual poco frecuente y una habilidad que llegaría a ser legendaria para reconstruir animales extinguidos a partir de unos pocos fragmentos fueron las cualidades que le permitieron alcanzar una gran fama, que se extendió rápidamente por todo el mundo culto. Su autoridad fue indiscutible durante más de treinta años, y tuvo una gran influencia sobre la organización de la Universidad francesa y el desarrollo de la instrucción pública en su país. Pese al riesgo que conllevaba su posición destacada en el seno de la colectividad protestante, fue lo suficientemente prudente como para superar, sin detrimento de su elevada posición, tres regímenes políticos bien diferentes, como los presididos sucesivamente por Napoleón, Luis XVIII y Louis Philippe. Cuvier murió en París en 1832, victima de una epidemia de cólera, a los sesenta y tres años de edad. Cuvier era un hombre fuertemente impresionado por la vieja idea aristotélica de la «forma». Remarcó que la materia en sí está cambiando continuamente en los seres vivos, y que se renueva totalmente en un margen de tiempo relativamente corto. Por otra parte, probablemente no hay dos organismos de la misma especie que tengan sus componentes en igual proporción. Lo que es constante y se mantiene en ellos es una misma «forma», que involucra íntegramente la función de los diferentes órganos. La primera de las grandes obras de Cuvier está constituida por los cinco volúmenes de sus Leçons d'Anatomie comparée (1800-1805). En ellas encontramos un gran cambio de estilo literario en relación con todos los autores

anteriores. Es la forma de escribir del siglo XIX, ya mucho más cercana a la actual: objetiva y crítica, y sin permitirse teorizaciones huecas. Sin ningún tipo de duda, en esta obra notamos --más que en ninguna otra posterior– la huella de Daubenton, Camper, Blumenbach (1758-1840) y Vicq d' Azyr, pero sin el antropocentrismo que caracteriza a todos estos autores (tal vez debido a que eran médicos). El sistema circulatorio de una sanguijuela se describe ahora con la misma atención e identidad propia que el del hombre: es la verdadera anatomía comparada. En su concepción general de los animales, Cuvier establece la universalidad de las diferentes funciones. Por ejemplo, contempla a la vez la respiración pulmonar de los mamíferos, los diferentes sistemas de branquias, la respiración traqueal de los insectos y la cutánea de los animales más simples. Todo ser organizado constituye un sistema cerrado en el que cada parte está relacionada con el resto, cooperando unas con otras de un modo definido dentro del conjunto del cuerpo. Ninguna parte puede cambiar sin que se modifiquen las demás; como consecuencia, una parte analizada por separado puede servir para indicar cómo es el resto. Esto constituye el principio llamado de correlación de las partes, que desde Aristóteles ya había sido usado implícitamente por muchos naturalistas. Pero nadie lo había formulado tan claramente como Cuvier, ni lo había llevado a sus últimas consecuencias. Del mismo modo que un matemático que conozca la ecuación de una curva puede reconstruirla a partir de algunos de sus puntos, también el biólogo que dominara las leyes de la anatomía podría reconstruir un animal entero tomando como único dato un omóplato, un fémur, una uña u otros fragmentos sueltos del animal. En esta idea es evidente la influencia de los grandes éxitos de la mecánica newtoniana, así como la confianza ilimitada en el determinismo de las leyes naturales que caracteriza el pensamiento del siglo XIX. Recordarás que, tras Lagrange y Laplace, bastan algunas observaciones astronómicas para describir la trayectoria de un astro, o que las desviaciones de una órbita calculada conducen directamente al descubrimiento de un nuevo planeta. Cuando Cuvier inició el estudio de los restos fósiles de grandes mamíferos, ya se conocían los trabajos de Gmelin (1709-1755), Pallas y otros sobre este tipo de animales. Se trataba de los hallazgos siberianos de elefantes, rinocerontes e hipopótamos. No obstante, ninguna de esas investigaciones habría conducido a la principal tesis de la paleontología que, como sabes, dice que hay una cantidad extraordinaria de especies que, habiendo estado profusamente representadas en el pasado, hoy no se encuentran sobre la Tierra. Aunque algún autor anterior había entrevisto algo al respecto, fue Cuvier quien enunció la tesis mencionada, apoyándola con pruebas incontrovertibles.

Las excavaciones en las canteras de Montmartre, que Cuvier realizó con la valiosa ayuda de un gran amigo suyo, el geólogo Brogniart (1770-1847), son célebres por haber proporcionado abundantes restos fósiles de grandes

cuadrúpedos. Dado que el número de especies conocidas de ese tipo de animales es más bien reducido, y pareciendo improbable encontrar nuevas especies vivas, dichos restos ofrecían una oportunidad inmejorable para demostrar la existencia de especies extinguidas en todo el reino animal. «Me encontraba en la situación de un hombre que hubiera recibido un montón de fragmentos mutilados e incompletos procedentes de algunos centenares de esqueletos, restos de una veintena de tipos de animales diferentes. Era preciso que cada hueso encontrara su vecino, al que había estado unido en el cuerpo del animal vivo. De este modo, tenía que hacer una especie de resurrección, pese a no disponer de la todopoderosa trompeta de la Providencia. Podía, sin embargo, sustituirla por las inmutables leyes prescritas a los organismos vivos. Siguiendo el orden establecido por la anatomía comparada, cada hueso e incluso cada fragmento de hueso iba a ocupar su lugar. No encuentro palabras adecuadas para describir mi júbilo al comprobar cómo las características previstas desde un fragmento surgían sucesivamente: los pies concordaban con lo que habían anunciado los dientes, y los dientes concordaban con lo anunciado por los pies. Los huesos de las piernas, del muslo, todo lo que había de formar las extremidades, encajaba perfectamente con la estructura que había imaginado anticipadamente. En pocas palabras: cada una de las especies renace, por decirlo de algún modo, sobre la base de uno solo de sus elementos». Del modo que acabo de expresar, usando sus propias palabras, Cuvier logró

evocar el aspecto de muchas especies extinguidas. Reconstruyó esqueletos completos de Palaeotherium magnum como un paquidermo del tamaño de un caballo, y de Xiphodon gracile, que se hallaría entre los paquidermos y los rumiantes. Descubrió el Megatherium, un perezoso del tamaño de un rinoceronte (cuyo primer ejemplar, sin embargo, ya había sido desenterrado y reconstruido en Argentina por Manuel Torres en el año 1787). La gran obra de Cuvier sobre palentología, en la que se encuentra todo lo que te estoy contando, lleva por título «Recherches sur les ossements fossiles», y fue publicada en 1812. Contiene el estudio de ciento sesenta y ocho especies de vertebrados fósiles, cuarenta y nueve de los cuales se describían por primera vez. Cuvier corrigió una gran cantidad de errores anteriores en la interpretación de restos fósiles. Por ejemplo, el Pterodactylus había sido considerado un ave marina, el Proteosaurus, un cocodrilo, y las vértebras de Ictiosaurus, vértebras humanas. También hay que citar la famosa salamandra de Oeningen que había sido descrita como los restos del pecador testigo del diluvio (Horno diluvii testis). El ejemplo del Horno diluvii testis nos hace pensar en la antigua creencia, todavía popular hoy en día, de que todos los fósiles son de la misma época, anteriores al diluvio bíblico. «Este caracol de piedra es de un animal antediluviano», dice todavía la gente, pese a que ya sabemos que los fósiles pueden pertenecer a edades muy diversas. Su antigüedad relativa fue establecida por Smith y Lyell, aunque podríamos encontrar precursores que se aproximaron a ello. Cuvier adopta con rigor el criterio de los geólogos ingleses en sus trabajos con Brogniart, que ya he citado antes: el Essai sur la géographie minéralogique (1811) y la Description géologique des environs de Paris (1821). Este último es un documento básico para el conocimiento del Terciario, igual que los trabajos de Smith lo son para el Secundario. Uno se pregunta por qué Cuvier no se dio cuenta de que cuanto más antiguos eran los fósiles menos se parecían a las formas actuales, lo cual sería incongruente con su fijismo. En cambio, Cuvier remarcó muy bien el hecho de no hallar formas intermedias entre las del pasado y las actuales, y tampoco entre dos épocas diferentes del pasado geológico. Esto sigue siendo un problema en la actualidad, y Cuvier lo utilizó para sostener que las especies fósiles eran tan inmutables como las actuales. Efectivamente, Cuvier se mostró siempre tan fijista como Linneo, en oposición a sus colegas transformistas Lamarck y SaintHilaire. Por otros motivos, estos últimos se encuentran más vinculados que Cuvier al pensamiento del siglo XVIII. Sin embargo, debido a su fijismo y a todo lo que se refiere a las creaciones sucesivas, hemos de situar a Cuvier en una posición todavía intermedia entre los siglos XVIII y XIX.

En el Discours sur les révolutions du globe, que es el más famoso de sus escritos, Cuvier argumenta que la extinción de especies fósiles se explica por sucesivas catástrofes planetarias. «Los que estaban en tierra firme fueron víctimas de diluvios; otros, que poblaban el interior de los mares, quedaron sobre la tierra seca cuando los fondos marinos fueron repentinamente levantados.» Cuvier admite que, como mínimo, ha habido tres grandes cataclismos, el último de los cuales sería el diluvio bíblico. Es importante darse cuenta de que Cuvier suponía que en todos los casos se salvaría una región más o menos considerable del planeta, y que serían las especies que vivían allí las que luego repoblarían el mundo. Por tanto, la fauna actual sería el resto de una fauna primitiva mucho más variada, en la que las especies actuales tal vez ocupaban un lugar muy pequeño: por eso no siempre tendrían representantes fósiles. El hombre sería un caso especial, ya que Cuvier supone que es el resultado de una creación diferente tras la última catástrofe. Algunos discípulos de Cuvier se mostraron partidarios de un mayor número de creaciones sucesivas. Uno de ellos, D'Orbigny (1802-1857) multiplicó además el número de catástrofes. Recordarás que del catastrofismo ya habíamos hablado en las primeras cartas, y especialmente al tratar del fin de la cultura clásica.22 Cuvier creía que la clasificación es la expresión más concisa de nuestros conocimientos sobre la naturaleza. El mismo año 1812 en que publicó sus célebres «Recherches» también dio a la luz Sur un nouveau rapprochement á établir entre les classes qui composent le régne animal, y en esta obra dio a conocer sus principios para la clasificación de los animales. No obstante, su labor sistemática se encuentra recogida principalmente en Le régne animal distribué aprés son organisation pour servir de base á l'histoire naturelle des animaux et d'introduction á la anatomie comparée, publicada en 1817. Podemos considerar a esta obra como la culminación de todos los esfuerzos de sistematización realizados a lo largo del siglo XVIII. Cuvier amalgamó la morfología tanto con la paleontología como con la zoología sistemática, entendiendo la morfología como la anatomía y la fisiología comparadas. Descubrió la debilidad de la taxonomía linneana aplicada a los animales, y estableció nuevas categorías. Puso de manifiesto que, si bien la existencia de vértebras permite definir una clase, su ausencia no permite establecer otra clase equivalente. Sostuvo que en los invertebrados hay muchas categorías diferentes, todas de rango equivalente a la de Vertebrados, y –no hace falta decirlo– rechazó la clase Vermes. En su sistemática, Cuvier dio mayor importancia a los órganos y las funciones que existen en una gran diversidad de

especies, en detrimento de los que sólo aparecen en un número reducido de especies. Es el principio llamado de la subordinación de las partes. Por ejemplo, la médula espinal permanece invariable por muchos cambios que ocurran en la dentadura (incluida su ausencia, como en las ballenas). En cambio, pequeñas modificaciones en la médula espinal determinan grandes modificaciones en la dentadura, como ocurre entre los diferentes tipos de vertebrados. Por este motivo, las correlaciones orgánicas con la médula dorsal tienen un rango superior a las correlaciones asociadas a la dentadura. Conviene recordar que, en botánica, este criterio de subordinación de las partes ya había sido usado por Jussieu. Cuvier estableció cuatro ramificaciones, que más tarde situaríamos en la categoría de tipos:

Nuria, la destinataria de estas cartas, ha hecho recientemente una traducción al catalán del «Discours sur les révolutions du globe et sur les changements qu'elles on produit dans le régne animal». Fue publicada en el año 2002 por el Institut d'Estudis Catalans y las editoriales Eumo y Pórtic. Constituye el volumen 5 de la colección «Classics de la Ciéncia». Incluye una introducción sobre la vida y la obra de Cuvier con una extensa bibliografía, así como un breve análisis de su mundo y de la relación entre la obra de Cuvier y la teoría actual de las extinciones masivas producidas por cataclismos. La fuente principal de dicha introducción es esta carta 45, aunque mucho más desarrollada. I.Vertebrados, II.Moluscos,

con esqueleto axial y cavidad medular.

con un sistema nervioso compactado en masas separadas.

III.Articulados, con un sistema nervioso constituido por dos cuerdas ventrales y transición a la respiración traqueal. IV. Radiados, sin sistema nervioso ni circulatorio diferenciados. Cuvier subdividió estos tipos o «phyla» en clases, órdenes, géneros y especies. Si unimos sus trabajos a los de Lamarck, tenemos el progreso más importante en el conocimiento de los animales desde la época de Aristóteles. Evidentemente, es fácil percatarse de las deficiencias en los tipos III y IV establecidos por Cuvier. Justamente para intentar subsanar esas deficiencias se iniciaron muchas investigaciones taxonómicas en el siglo XIX. Al contrario que Buffon y Lamarck, Cuvier sostuvo que las categorías taxonómicas tienen una realidad igual o superior a la de los individuos que las componen. Ya te he señalado la importancia de la «forma» aristotélica en el pensamiento de Cuvier. Para él, cada categoría es una «forma», la única cosa

constante y permanente. Además, está el otro concepto importante: que los cuatro tipos de organización correspondientes a las cuatro ramas del reino animal son independientes, sin transición posible entre ellos. Saint-Hilaire defendía la unidad del plan en la organización animal, frente a la diversidad de modelos sin transición posible que porpugnaba Cuvier. Éste fue el origen formal de una de las más célebres discusiones académicas de principios del siglo XIX. Quizá también contribuyeron a ella otras causas puramente personales, probablemente variadas y difíciles de averiguar. Como casi siempre, en lo que mueve a los hombres suele haber algo más que las razones formales que se dan para justificarlo. Sabemos que inicialmente Saint-Hilaire fue un protector de Cuvier. Luego se hicieron amigos y trabajaron juntos mucho tiempo, pero finalmente se fueron distanciando y el pensamiento de cada uno empezó a diverger. Cuvier era altivo, pero poco amigo de disputas. Objetivo en sus argumentos y en sus maneras, respetuoso y cortés. Está claro que a este juicio moral se le puede poner la objeción de aquel desafortunado discurso funerario sobre Lamarck que ya te conté en la carta anterior, y que no se publicó hasta después de la muerte de Cuvier. Es cierto que en ese caso se manifestó como un hombre despiadado, lanzando un ataque terrible al pobre Lamarck con un desprecio casi absoluto por la totalidad de su obra. Saint-Hilaire había presentado comparaciones entre los segmentos de los articulados y las vértebras, la concha de las tortugas y la de los moluscos, y otras parecidas. Cuvier siempre consideró todo eso como inadmisible y absurdo, y en 1830 se produjo el choque inevitable. La chispa que lo desencadenó fue un trabajo que Saint-Hilaire presentó a la Académie des Sciences en el que consideraba a los pulpos como vertebrados. Por si fuera poco, aunque no consta en el texto de la publicación, parece que aprovechó la exposición oral para atacar directamente a Cuvier. Éste no pudo contenerse, y contestó de forma educada pero áspera, poniendo de manifiesto contundentemente que la tesis de SaintHilaire era una bobada. Ello propició una crítica de Saint-Hilaire a toda la obra de Cuvier. Poco a poco se fueron enzarzando, y pasando de una polémica a otra. De hecho, todo el mundo se sumó a la pugna, y aquello acabó siendo el espectáculo del siglo. Desde lejos, el propio Goethe se sumaría a la diatriba para defender a Saint-Hilaire. Sin embargo, la mayor parte de los asaltos los ganó Cuvier con holgura. Sin que nadie se lo hubiera propuesto, en esta polémica se decidiría definitivamente la suerte de una corriente de pensamiento característica del

cambio de siglo. Me refiero a la Naturphilosophie, de la que ya he hablado repetidamente. La controversia entre Cuvier y Saint-Hilaire acabaría siendo el acta de defunción de la Naturphilosophie. No obstante, más adelante se reconocería que Cuvier había pecado de estrechez de visión, no llegando siguiera a entrever la unidad última de todos los seres vivos a través de un único proceso evolutivo sobre la Tierra. Conviene recordar aquí que Cuvier escribió algunas obras sobre Historia de las Ciencias, una de ellas por encargo directo de Napoleón. Tras su muerte, se publicó la Histoire des Sciences Naturelles (1841-1856), que tal vez es la más importante. Entre los numerosos discípulos de Cuvier destacan Valenciennes (1794-1865) y Ducrotay de Blainville (1777-1850). Este último fue el sucesor de Cuvier en el Museo. Afectuosamente,46. TEORÍA DE LOS TEJIDOS Y TEORÍA DE LOS CRISTALES

Barcelona, 1 de diciembre de 1984 Querida Nuria: En las últimas cartas te he descrito cómo el periodo comprendido entre 1760 y 1830 representa la culminación del siglo XVIII. Como ya he señalado, la primera mitad del XVIII es una continuación del XVII, casi un periodo de transición, en el contexto de la revolución científica. Por otra parte, el tramo final del siglo XVIII fue importante por los grandes cambios producidos en la historia de Occidente: la caída del Ancien Régime y el triunfo irreversible del capitalismo dentro de la evolución del sistema económico. Es el comienzo de lo que se llama la Edad Contemporánea. Al principio del siglo XVIII había dos corrientes de pensamiento, a las que ya me he referido anteriormente: la mecanicista y la vitalista. Los fenómenos de la vida ¿eran puramente mecánicos? ¿o los organismos vivos existían por y para el alma? La doctrina vitalista estaba liderada por Stahl, y a lo largo del siglo se desarrolló de modo especial en la Facultad de Medicina de Montpellier. Las ideas básicas eran la complejidad química del cuerpo, la estructura propia de cada una de sus partes y la tendencia espontánea a la descomposición y la muerte. Sería la fuerza vital la que se opondría a esa tendencia, y mantendría la actividad ordenada de las partes en un todo unitario. Un mecanicismo puro era insostenible a finales del siglo XVIII: el mundo se consideraba claramente dividido entre los seres vivos y la materia inanimada. El movimiento autónomo, la fotosíntesis y el proceso respiratorio eran características exclusivas de los primeros. Los propios

fenómenos eléctricos puestos de manifiesto por Galvani (1737-1798), que fueron estudiados de nuevo por Humboldt y otros, así como los trabajos de Mesmer sobre el magnetismo animal, contribuyeron a ahondar dicha separación. En la corriente neovitalista hemos de recordar a Bordeu (1772-1776), que se formó en Montpellier aunque posteriormente se estableció en París. Para Bordeu, los órganos son las partes últimas dotadas de vida independiente, y el organismo vivo es el resultado de su cooperación mutua, controlada por el encéfalo a través de los nervios. Éstos estimularían a los órganos, que tomarían su alimento de la sangre. Tomarían de manera selectiva las sustancias apropiadas, y formarían otras nuevas que excretarían como consecuencia de su actividad. Este mecanismo glandular es fundamental, y puede aplicarse a todas las partes del cuerpo. Algunos órganos como el estómago –y en cierto modo los órganos de los sentidos– tomarían materiales del exterior, siempre de manera selectiva y rechazando todo lo que sea nocivo, como ocurre violentamente en el caso del vómito. Barthez (1734-1806) también es representativo de esta escuela. Fue profesor en Montpellier y llegó a rector, aunque durante la Revolución fue postergado temporalmente. Publicó una obra titulada «Science de l'homme», en la que admite un principio vital independiente de la vida psíquica, que determinaría la irritabilidad y la sensibilidad de cada órgano. En cierto modo, se trata de un retorno a las ideas de los médicos del Renacimiento. Los dos autores citados no coinciden en todo, pero representan a la misma corriente neovitalista, que por otra parte ya se encuentra muy alejada de Stahl. En cambio, dicha corriente tiene una conexión directa con François Xavier Bichat, fundador de la histología moderna. Nació en un pueblo del Jura francés el año 1771, estudió en Lyon y más tarde se trasladó a París. Murió en 1802, a los 31 años, probablemente víctima de una fiebre séptica contraída en el propio hospital de la Facultad de Medicina. Bichat fue un hombre extraordinario por su gran laboriosidad y por su pensamiento creador. De temperamento modesto y altruísta, vivió para su trabajo e indiferente a todo lo demás, pese a los grandes trastornos políticos y sociales de su época. Fue ante todo médico, y centró exclusivamente su atención sobre los fenómenos morbosos. Aunque sea el fundador de la histología, nunca utilizó el microscopio. Hoy ello resulta sorprendente, pero Bichat consideraba que el microscopio no servía más que para engañarse con falsas ilusiones. Tampoco quería saber nada de dibujos y representaciones gráficas, que según él sólo servían para deformar la realidad. Negó tanto la teoría del alma de Stahl como el

materialismo de Boerhaave, pero se le puede considerar un neovitalista cuando escribe que la vida es la suma de las funciones que resisten a la muerte. Por lo que se refiere a la esencia última del fenómeno vital, es agnóstico y afirma que no se puede hacer nada más que describirlo por medio del conjunto de hechos con los que se exterioriza. Reconoce la importancia de la complejidad química, cosa que Stahl ya había hecho anteriormente, pero añade un nuevo concepto trascendental: la base de cada una de las funciones orgánicas es una estructura específica, viva por sí misma. Se trata de una idea nueva, crucial para la comprensión de lo que hoy llamamos organismos superiores: la estructura anatómica diferenciada en tejidos. Sobre esta base, más tarde Haeckel podría establecer el nuevo reino de los Protistas con los seres vivos que realizan todas sus funciones sin tener un cuerpo diferenciado en tejidos. El cuerpo humano está formado por diferentes tejidos o materiales de estructura homogénea. Ello es extensivo a los animales y las plantas superiores. Cada órgano está formado por diversos tejidos, y su estudio es el objeto de la anatomía descriptiva. Los tejidos son los verdaderos conservadores de la vida del cuerpo, y las propias funciones de los órganos y los aparatos (conjuntos de órganos con una función común) son el resultado de la peculiar configuración de su actividad en cada caso. La función elemental se encuentra en el tejido. Bichat distinguió veintiuna clases de tejidos: celular (actualmente, conjuntivo), nervioso animal (correspondiente al sistema nervioso central), nervioso orgánico (correspondiente al sistema nervioso vegetativo), arterial, venoso, tejido de exhalación (que constituye los alvéolos pulmonares), absorbente (epitelial), óseo, de la médula ósea, cartilaginoso, fibroso, fibro-cartilaginoso, muscular animal (de fibra estriada), muscular orgánico (de fibra lisa), mucoso, seroso, sensorial, glandular, dermoide, epidermoide y capilar. Cada tejido tendría vida propia, independiente de la del órgano, en contra de la idea de Bordeu que la situaba en estos últimos. La enfermedad se localiza en los tejidos, en contra de lo que se suponía en su época, es decir, que se originaba en los fluidos, siguiendo la vieja idea hipocrática. Los tejidos muertos pueden mantener sustancialmente su estructura, pero han perdido sus propiedades: por ejemplo, los nervios dejan de ser irritables y los músculos ya no se pueden contraer. La vida consiste en estas propiedades y en su interacción, que registra grandes variaciones entre el estado de salud y el de enfermedad. Las propiedades de los tejidos pueden manifestarse como resultado de diversas interacciones. Por ejemplo, el músculo se contrae por impulsos del encéfalo transmitidos a través de los nervios, pero también por influjos físicos y químicos,

como ocurre con los fluidos orgánicos que le dan el tono que desaparece con la muerte, o con el efecto del seccionamiento, que persiste después de la muerte y sólo se pierde por putrefacción. Bichat también distingue la sensibilidad orgánica o vegetativa de la animal o central. La obra de Bichat contiene histología en sentido estricto, sobre todo por lo que se refiere a la topografía de los tejidos. En cambio, no nos habla de su estructura íntima, a la que se había aproximado mucho más el viejo Malpighi. No obstante, el verdadero significado del trabajo de Bichat no adquiriría relieve hasta llegar a la teoría celular de Schleiden (1804-1881) y Schwann (1810-1882), así como a la patología celular de Wirchow (1821-1902). La importancia de la estructura no atañe sólo a los seres vivos sino también a la materia inanimada en estado sólido. Ello empezó a tomarse en consideración justamente en la misma época, y el nombre clave al que hemos de asociar esta idea es el de René-Just Haüy (1743-1822). Hasta entonces, las formas cristalinas habían sido muy poco estudiadas. Hay algunas referencias a ellas en la «Micrographia» de Hooke y en «De solido intra solidos» de Steno. Bertholin dedicó cierta atención al espato de Islandia. Pero eso es más o menos todo. De ahí que la clasificación del reino mineral de Linneo sea lamentable. El primero que empezó a darse cuenta del problema fue Jean-Baptiste Louis Romé de l'Isle (1736-1790), que en 1772 publicó una Cristallographie ou description des formes propres á tous les corps du régne minéral. Aunque no pasara de ser un clasificador, Romé de l'Isle tuvo la idea magistral de medir los ángulos diedros de los cristales, y llegó a la importante conclusión de que para todos los cristales de la misma especie dichos ángulos eran iguales. El paso siguiente era la conexión de la geometría con la física y la química. En ello, sobre todo con respecto a la física, fue pionero Haüy. Era un hombre de origen humilde, que estudió en París y se ordenó sacerdote. Durante la Revolución trabajó en la Comisión de Pesos y Medidas, y fue nombrado conservador del Gabinete de Minas. Más tarde llegó a la cátedra de Mineralogía de la Facultad de Ciencias. En realidad, Haüy se ocupó de botánica, física, mineralogía y cristalografía. En su «Traité élémentaire de Physique», publicado en 1803, describe por vez primera los fenómenos de la piroelectricidad y la piezoelectricidad. Sus obras Essai sur la structure des cristaux (1783), Exposition abrégée sur la structure des cristaux (1793), Traité de Minéralogie (1801) y Traité de Cristallographie»(1822) representan un avance sin precedentes en los campos de la mineralogía y la cristalografía. La forma cristalina es una propiedad característica de los minerales, que

depende de la ordenación sistemática de sus «moléculas integrantes». Así nace el llamado «haz de Haüy», que es el conjunto de caras posibles de un cristal, dibujadas de modo que pasen por un punto común. Haüy también describió los elementos de simetría que más tarde darían origen a los sistemas cristalinos, y a su clasificación. Finalmente, se debe a Haüy la introducción del concepto de anisotropía, consecuencia de su teoría de los cristales. En el siglo XIX, todo ello daría lugar a grandes progresos en el campo de la óptica y de la propia cristalografía. También sería entonces cuando la cristalografía se relacionaría con la química. Afectuosamente, 47. LA CIENCIA DEL SIGLO XIX

Begues, 26 de diciembre de 1984 Querida Nuria: Recordarás que el verano pasado aprovechamos una estancia tuya en Begues para esbozar una visión de conjunto del siglo XVIII. De un modo parecido, ahora intentaré dibujar un esquema de la ciencia del siglo XIX en su contexto histórico, aprovechando estas vacaciones de Navidad que también pasamos juntos. Una conclusión en la que estamos de acuerdo es que, en el siglo XVII, la Revolución científica resolvió muchos de los problemas planteados por los antiguos griegos, a base de emplear nuevos métodos matemáticos y experimentales. También hemos visto que, en la segunda mitad del siglo XVIII, esos mismos métodos plantearon y empezaron a resolver problemas enteramente nuevos. Además, se estableció un nexo definitivo entre el avance científico y los mecanismos de producción de los bienes de uso y consumo. Piensa que inicialmente la revolución científica estaba situada en un plano casi exclusivamente ideológico, y que en el terreno práctico sólo repercutió en el arte de navegar. En la época de la máquina de vapor todo eso cambió, y a comienzos del siglo XIX ya encontramos la opinión generalizada de que la ciencia era lo que había soñado Bacon, una fuente prácticamente ilimitada de poder práctico. El final del siglo XVIII es una época de revoluciones, dirigidas fundamentalmente contra el poder de la iglesia y de las monarquías absolutas. Ello determinó la caída del Ancien Régime, un hecho histórico suficientemente relevante en la historia de Occidente como para marcar el fin de la Edad Moderna y el comienzo de la llamada Edad Contemporánea. En diferentes países de

Occidente, el proceso se prolongará prácticamente a todo lo largo del siglo XIX. Simultáneamente, y sin solución de continuidad, irá surgiendo una corriente antiliberal que buscará, y en cierto modo sigue buscando, cambiar la estructura socioeconómica establecida por el capitalismo burgués. No sé hasta qué punto esa corriente política, así como el papel atribuido a la ciencia, están implícitos en aquella frase de Karl Marx que dice: «Hasta ahora los filósofos han tratado de comprender el mundo; de ahora en adelante, lo que deben hacer es tratar de cambiarlo.» Como ya he señalado numerosas veces, la física newtoniana y la filosofía liberal tomaban como base el conocimiento de las leyes naturales, que dominarían tanto el sistema solar como la vida y la sociedad humanas. Dichas leyes serían inmutables e intemporales. Lo que hay que hacer es intentar conocerlas, y organizarse de acuerdo con ellas. Con el cambio de siglo se introduce el concepto de evolución, que trastornará profundamente todo ese esquema, tanto en lo que respecta a la historia del Universo como a la propia historia humana. Es importante tener presente la perspectiva social existente a mitad del siglo XIX. En las zonas industriales tiene lugar la formación de las grandes ciudades, con extraordinarios aumentos demográficos debidos a fenómenos migratorios. Los nuevos sistemas de producción iniciados en el siglo XVIII son complementados y potenciados por los nuevos sistemas de comunicaciones. Los símbolos característicos del siglo XIX serán el tren, la navegación a vapor y el telégrafo. Al margen de la época de las conquistas, la riqueza nunca se había podido acumular con tanta facilidad, y el propio poder político cada vez estará más relacionado con los progresos materiales generados por la nueva situación. La economía política nace con Adam Smith (1723-1790) y Jeremy Bentham (1748-1832) a finales del siglo XVIII. De ahí surgió la corriente utilitarista de Ricardo (1772-1823) y John Stuart Mill (1806-1873), cuyo objetivo último era la máxima felicidad para el mayor número posible de personas. Es posiblemente en esa época cuando se inicia la carrera, que continúa en nuestros días, para mejorar la calidad de vida y el bienestar. Entretanto, un gran contingente de población iría pasando a la condición de empleados a sueldo, y empezaría in crescendo una lucha continua para lograr reivindicaciones frente al patrón, lucha que también ha llegado hasta nosotros. Gran Bretaña representa el prototipo de la sociedad resultante de la revolución industrial. La primera industria importante fue la textil, cuya producción fue aumentando con el maquinismo y gracias a un mercado creciente, que se hizo realidad a base de ir aumentando los medios de comunicación y transporte. Muy

pronto se incorporaron a la competencia industrial otros países, como Francia y Alemania. Para nuestra perspectiva también hay que tener en cuenta la configuración de una nueva clase de profesionales, constituida por los modernos ingenieros. Ellos promoverán un desarrollo técnico cada vez más directamente vinculado a los avances científicos. Esta conexión se va poniendo de manifiesto a medida que avanza el siglo: como ya te he señalado, hasta el siglo XVIII inclusive, la técnica había evolucionado básicamente con independencia de la ciencia. Entre los nombres ilustres de ingenieros del periodo que estamos tratando tenemos a Stephenson (1781-1848), Brunel (1806-1859) y Trevithick (1771-1833). El tren fue un producto de la minería del carbón. Primero se extendió por Gran Bretaña, y luego por el resto del mundo. Conviene señalar que, igual que había ocurrido con la construcción de canales, el tendido de vías férreas promovióenormemente el desarrollo de la geología. Junto con la navegación a vapor, constituiría un elemento decisivo en la mejora del transporte de todo tipo de mercancías. En 1822, el físico danés Hans Christian Oersted (1771-1851) descubrió los efectos de la corriente eléctrica sobre la aguja magnética. Ello serviría de base para la invención del telégrafo electromagnético, coincidiendo con el desarrollo del ferrocarril. Con frecuencia ambas líneas se tenderían a la vez, como hemos podido ver en tantos westerns. De hecho, lo que estimuló a los inventores del telégrafo –Morse, Wheatstone y otros físicos– no fue el deseo de satisfacer una mayor necesidad de comunicación entre personas de todo el mundo, sino la conveniencia de conocer rápidamente los cambios en los valores monetarios de las mercancías, los valores bursátiles y toda clase de acontecimientos que pudieran afectar a unos y otros. Uno de los mayores acontecimientos en el siglo de la comunicación fue el tendido del cable trasatlántico, en el que intervinieron científicos de la talla de lord Kelvin. Hacia la mitad del siglo se inició el desarrollo industrial de la química, que fundamentalmente fue promovido por la necesidad de sosa y ácido sulfúrico para la industria textil en expansión. Muy pronto se produciría un gran cambio debido al descubrimiento de los colorantes de anilina, que serviría de base para el desarrollo de la gran industria química alemana, y en general para el desarrollo de la química orgánica. El tercer escalón en el ascenso de la indutria química fue la producción de abonos artificiales, con los que se produciría un cambio espectacular en la producción agrícola. Es en esa época, al iniciarse la segunda mitad del siglo XIX, cuando encontraremos a Pasteur intentando evitar la acidificación de los vinos, de

la cerveza y del alcohol de remolacha, cosa que lograría mediante el tratamiento que hoy llamamos pasteurización. Con ello se puso de manifiesto que los microbios tenían un gran papel en la economía humana. En este sentido también es representativo el estudio que el mismo autor llevó a cabo sobre una enfermedad de los gusanos de seda, de extraordinaria importancia práctica. Pasteur pudo demostrar que los gusanos en realidad padecían dos enfermedades: la pebrina, que era hereditaria, y la llamada «flacherie», parecida al cólera. No quedaba otro remedio que destruir todos los gusanos y los alimentos contaminados, y reiniciar el proceso industrial con gusanos sanos. De este modo, el trabajo de Pasteur salvó a la industria sedera francesa. A mediados del siglo XIX hay grandes epidemias por todas partes. Ello fue consecuencia de los grandes movimientos de población, a los que ya me he referido, y a la rapidez de los viajes. Naturalmente, también contribuyeron las grandes concentraciones humanas en las ciudades y las malas condiciones de los suburbios. De ahí que surgiera un aran interés nor la medicina social y la asistencia hospitalaria. En este contexto hemos de situar el desarrollo de la microbiología de Pasteur y Koch por lo que respecta a los agentes causantes de enfermedades infecciosas, así como la vacunación y la mejora racional de las medidas sanitarias. A comienzos del siglo XIX, las antiguas Academias habían decaído, y la mayor parte de las Universidades continuaban al margen de la revolución científica. En esas circunstancias aparecieron nuevas sociedades científicas, que son también una característica de todo el siglo XIX. El prototipo puede estar constituido por la Versammlung Deutscher Naturforscher, fundada por Oken en 1822, y otra que aún llegaría a tener más importancia, la British Association for the Advancement of Science, fundada por Babbage en 1831. Las sociedades científicas que irían apareciendo con posterioridad serían cada vez más especializadas, es decir, químicas, geológicas, astronómicas, etc. Los cambios experimentados por la enseñanza universitaria a lo largo del siglo XIX configuraron el tipo de universidad en la que han estudiado todas las personas de nuestro siglo hasta los años sesenta. Los puntos de partida fueron la reforma napoleónica en Francia y la del Kaiser en Alemania, en este caso tomando como patrón las universidades de Göttingen y Giessen. Dos figuras determinantes para dichos cambios fueron Cuvier y Humboldt, cada uno en su país, como ya te he comentado en una carta anterior. Desde mediados de siglo la Universidad alemana

adquiere una hegemonía indiscutible, llegando incluso a establecer el perfil humano de lo que hoy se entiende por profesor y por científico. Ello contribuyó en gran medida al hecho de que la lengua alemana tuviera un gran predicamento en la literatura científica hasta las dos guerras mundiales de nuestro siglo. En los primeros dos tercios del siglo XIX, los progresos más característicos se producen en la química, la energía y la evolución. En química encontramos el extraordinario desarrollo de la teoría atómico-molecular. El crecimiento de la industria química que antes te he comentado también hizo que, a partir de la primera mitad del siglo, la mayor parte de los científicos cualificados fueran químicos. En el terreno de la física, la gran aportación del siglo XIX es la termodinámica. El principio de conservación de la energía permitirá entender una amplia gama de fenómenos, la interconvertibilidad y la unificación del calor, la luz, la electricidad y la energía mecánica. El segundo principio de la termodinámica determinará la disponibilidad energética y la eficacia de las máquinas, factor decisivo para el progreso tecnológico. Además, la termodinámica habría de tener un gran papel en nuestras ideas sobre la evolución del Universo. Finalmente, en el tercer aspecto, la evolución biológica y el darwinismo constituirán el signodominante de la biología del siglo XIX, con extraordinarias implicaciones filosóficas y socioeconómicas. La etapa final del siglo XIX se caracteriza por la química orgánica y la microbiología. En el campo de la biología también hemos de señalar el gran desarrollo de la teoría celular, que continuará durante el siglo XX, y el trabajo de Mendel sobre cruzamientos de plantas, que será trascendental para la genética moderna. En física, la teoría electromagnética de la luz unificará la electricidad, el magnetismo y la óptica, constituyendo uno de los más grandes monumentos de la física matemática. Es la culminación de la física clásica. También encontramos el germen de la física atómica en la tabla periódica de Mendeleiev (1834-1907) y los descubrimientos de la radiactividad y los rayos X. El pensamiento filosófico de la última parte del siglo está caracterizado por cuatro corrientes: el utilitarismo inglés, el positivismo francés, el pragmatismo americano y el materialismo alemán. Este último, que adquirirá formas diferentes después de Hegel, tiene como representantes a Haeckel (1834-1919) en el campo de la biología, y a Engels (1820-1895) y Marx (1818-1883) en el terreno socioeconómico. La competencia entre las industrias será el origen de las grandes sociedades anónimas, precursoras de las multinacionales de nuestro tiempo. La industria textil irá siendo desplazada, primero por la industria metalúrgica y posteriormente por

las nuevas industrias química y eléctrica. Estas últimas tendrán ya una conexión muy directa con la ciencia, y establecerán el modelo de desarrollo tecnológico que prevalecerá de forma general en el siglo XX. Aparece el fenómeno de los inventores que se hacen millonarios, y de los científicos que se convierten en hombres de negocios. Edison (1847-1931), Siemens (1816-1892) y Zeiss (18161888) pueden ser buenos ejemplos. A finales del siglo XIX hay un gran pressing de la industria del acero, debido a su producción a gran escala y al abaratamiento de los costes. Ello debe atribuirse a las aportaciones de Bessemer (1813-1898) y Thomas (1850-1885). El acero tendrá un gran papel en el comercio exterior de los países productores, desencadenando una lucha implacable por los mercados exteriores. El papel de la electricidad tiene como punto de partida la revolución de las comunicaciones. No obstante, pronto adquirirá importancia como forma de transportar energía a gran distancia, superior al transporte de carbón. Se desarrollará el motor eléctrico, y se construirán las grandes redes de distribución, convergentes con las de agua, gas, telégrafo y teléfono. El desarrollo de la energía eléctrica irá acompañado de grandes obras hidráulicas. Tanto la industria eléctrica como los telégrafos y teléfonos serán objeto de grandes monopolios, y establecerán los primeros laboratorios industriales de investigación. Quizá haya que llegar a la segunda mitad del siglo XIX para poder levantar aquella acusación de meditatio mortis que se había hecho a la medicina hipocrática, y que en cierta medida podía extenderse a la medicina posterior. La propia cirugía no podía hacer grandes progresos sin la anestesia y la asepsia, dos grandes aportaciones del siglo XIX. Los medicamentos realmente eficaces se reducían a la quinina y la vacuna antivariólica. La vacunoterapia y la seroterapia constituyeron avances decisivos, capaces de erradicar graves enfermedades históricas. Por otra parte, tomando como base los progresos de la química, con el salvarsán se inició una nueva terapia, que culminaría con las sulfamidas y muchas otras drogas de síntesis, ya en nuestro siglo. El propio desarrollo de la microbiología del siglo pasado sería la base para que más tarde se llegara al antibiótico como un nuevo tipo de medicamento revolucionario. Ahora quisiera señalar algunos aspectos adicionales del contexto histórico del siglo XIX. Por una parte, el nacionalismo exacerbado dio lugar a una serie de guerras en Europa, con la creación de nuevos grandes estados. Entre estos últimos, tras el éxito de Prusia, se inició una hegemonía alemana que de algún

modo ha estado ligada a los acontecimientos bélicos más importantes hasta nuestros días. También se produce la independencia de los países americanos que habían formado parte de los imperios español y portugués. Por contra, también tenemos el fenómeno colonial como rasgo distintivo del siglo XIX. Por una parte, la mecanización agrícola disminuye la necesidad de mano de obra para la producción. El desarrollo de las zonas industriales crea una demanda creciente de transporte de alimentos desde las zonas productoras a las zonas consumidoras. El trigo y otros cereales constituyen ejemplos característicos en este aspecto. Los excedentes económicos de los países industrializados tienen entonces su inversión más rentable en la explotación de otros países, no industrializados, que producen alimentos y materias primas. Ello traería consigo la competencia entre los grandes estados por las colonias. También es característico de la segunda mitad del siglo XIX el gran desarrollo de Norteamérica, que acabaría convirtiéndose en la primera potencia mundial. El fin de siglo es la época de los grandes multimillonarios americanos. Tras la guerra ruso-japonesa también se produce el singular progreso del país del Sol Naciente, que igualmente pasaría a ser una gran potencia.

La fin du siécle tiene en general un tono pesimista con respecto al futuro de la humanidad, grandes tensiones sociales e inestabilidad política. Se originó unacorriente anticultural y anticientífica, al menos frente a aquello que el hombre del siglo XIX había creído ver en la ciencia. Dicha corriente se acrecentaría tras los dos grandes conflictos bélicos de nuestro siglo. Para nosotros, resulta sorprendente el gran prestigio que llegaron a tener la ciencia y el científico en el siglo XIX. Me refiero al interés social y de cara al profano. Los círculos llamados de intelectuales, que hoy encuentran gracioso haber olvidado la tabla de multiplicar, en el siglo pasado mantenían discusiones sobre temas científicos como un asunto de interés preferente. Ello tiene precedentes en la época de Buffon y Voltaire, pero a lo largo del siglo XIX el interés por la ciencia llegaría a un círculo mucho más amplio, y sin el matiz filosófico que tenía en el siglo XVIII. Fijémonos en que Napoleón ya organizó, en el año 1807, una sesión pública para informar sobre el progreso de las ciencias. El propio Napoleón dio un premio a Humphry Davy (1778-1829), que éste fue a recoger personalmente pese a la guerra que sostenían Francia e Inglaterra. Las clases que daban Davy, Faraday (1791-1867) y Tyndall (1820-1893) eran sesiones populares, y verdaderos acontecimientos. Piensa que las clases de Tyndall en Estados Unidos, en los años 1872 y 1873, le permitieron ganar más de 13.000 dólares, que equivalían a una verdadera fortuna. Otro tanto podríamos decir de

Humboldt, Liebig (1802-1873) y Helmholtz (1821-1894). La primera edición del libro «On the Origin of Species» de Darwin (1809-1882) se vendió totalmente el día de su publicación. La segunda edición, de tres mil ejemplares, también se agotó en pocos días, pese a aparecer sólo seis semanas más tarde que la primera. Otras obras de Darwin tuvieron el mismo éxito popular, comparable al de las novelas más leídas de la época. Claude Bernard (1813-1878) despertó el interés por la fisiología en un público totalmente profano mediante la Revue des Deux Mondes, y cuando en 1865 publicó su Introduction á l'étude de la médecine experimentale, la obra corrió de mano en mano entre un público amplísimo. En otra carta ya te hablé del éxito extraordinario de las obras de Flammarion. Los debates públicos entre científicos despertaron un interés enorme. En otra carta ya hemos hablado del que se produjo entre Cuvier y Saint-Hilaire. Ahora podemos añadir las discusiones entre Huxley (1825-1895) y el obispo Wilberforce, que congregó a más de mil personas en Oxford, y que The Times siguió en su primera página. Otro tanto se puede decir de las célebres discusiones entre Pasteur (1822-1895) y Pouchet sobre la generación espontánea. Poco después, la granja de Pouilly-le-Fort se convirtió en un centro de interés internacional, cuando periodistas, hombres de ciencia, granjeros e intelectuales se reunieron para testimoniar que las ovejas podían ser inmunizadas contra el carbunco. En 1807, durante la enfermedad de Humphry Davy, se publicaron boletines sobre su estado de salud, y ningún médico se atrevió a cobrar por atenderle. Darwin fue enterrado en Westminster con grandes ceremonias religiosas, y Pasteur en una capilla del instituto que lleva su nombre. Era el año 1895, y las exequias nacionales del gran hombre de ciencia se celebraron con una pompa sólo comparable al sepelio de Victor Hugo. En 1899, Wallace –de quien ya te he hablado, y a quien volveremos a referirnos al tratar de Darwin– publicó un libro titulado «The Wonderful Century». En él hace un panegírico del siglo XIX y señala que, tomando los veinticuatro avances más importantes realizados durante el siglo, en el resto de la historia sólo se encontrarían quince de importancia comparable. En este punto no puedo dejar de contar por escrito que, cuando en mi adolescencia se me despertó la afición científica, era aún bajo la influencia de la brillantez de la ciencia del siglo XIX, de esa época en la que el sabio era más admirable que el militar y que el político, más serio que el literato y el pintor, y más actual que el sacerdote. Creo que mis viejos maestros, de los que te he hablado tantas veces, era eso lo que veían y hacia donde me empujaban. Quizá se trataba de un verdadero eco del siglo XIX. Sea como fuere, el espíritu del siglo XIX

sobrepasó los límites del calendario. Me parece que aún está presente en las conferencias de Einstein subvencionadas por Guillermo II, y en las grandes discusiones que originaron. Por lo que respecta a nuestro país, no puedo dejar de recordar al entonces joven Esteve Terrades, a Comas y Solá y a don Julio Palacios, los dos últimos en una posición conservadora y el primero en una defensa clarividente de las nuevas teorías. Las floristas de las Ramblas llevando ramos de flores a Fleming, el propio viaje de Fleming por España, igual que más tarde el de Waksman, todo ello era continuación del espíritu del siglo XIX. Es más, si me permites que insista, el propio Trueta, a quien tuve la suerte de tratar, representa más o menos lo mismo. Quizá el siglo XIX no moriría hasta Hiroshima. Afectuosamente,48. THE ORIGIN OF SPECIES

Begues, 30 de diciembre de 1984 Querida Nuria: Tal vez no sepas que Odón de Buén (1863-1945) fue el primer catedrático de Historia natural de la Universidad de Barcelona, en 1899. Su darwinismo, unido a su juventud, encendieron una gran polémica que a los pocos años determinó su traslado a Madrid. Nuestro ambiente intelectual era entonces un verdadero bastión antidarwinista. Odón de Buén no podía imaginar que, casi un siglo después, la conmemoración del centenario de la muerte de Darwin tendría el éxito y la repercusión social que ha tenido. En Cataluña, es posible que en 1982 se hablara y se escribiera más sobre Darwin que en todo un siglo. Yo también dí algunas conferencias y participé en muchos actos. El 19 de abril, día exacto del centenario de la muerte de Darwin, el paraninfo de la Universidad se llenó a rebosar, y pude dirigirme a una audiencia como jamás había tenido. Era un público heterogéneo de jóvenes y mayores, pero todos escucharon encantados. Lástima que te lo perdieras. Hoy volveré a tratar de Darwin, pero para tí sola. Charles Robert Darwin nació en 1809 en Shrewsbury, una ciudad del oeste de Inglaterra. Su padre, Robert Waring Darwin, era médico de profesión y nieto de Erasmus Darwin, de quien ya hemos hablado como miembro de la Lunar Society y representante de la Naturphilosophie en Inglaterra. La madre de Darwin, Susannah Wedgwood, procedía de una familia burguesa ilustrada y enriquecida en el negocio de la porcelana. Tras una educación típica de la época en la escuela de su ciudad natal, Darwin se trasladó a Edimburgo para estudiar medicina, siguiendo la tradición familiar. Al cabo de dos años abandonó la carrera y se fue a Cambridge para seguir estudios eclesiásticos. A la hora de la verdad dedicó mayor atención a los deportes y a la

caza, siguiendo la moda en boga entre los estudiantes ingleses de la época pertenecientes a familias acomodadas. También se aficionó a la entomología, y parece que recibió una sólida preparación elemental en geología por parte de Adam Sedwick (17851873), un eminente profesor a quien acompañó en breves expediciones. A los veintidós años de edad (1831) y con la ayuda de un amigo de la familia, consiguió una plaza de naturalista, a título honorífico, en el viaje que emprendió la fragata Beagle, comandada por el capitán FitzRoy. El Beagle iba a dar la vuelta al mundo con propósitos fundamentalmente cartográficos. Este viaje fue decisivo en la vida de Darwin, y en él recibió su verdadera formación como naturalista. Duró cinco años, y proporcionó a Darwin la ocasión para visitar las costas de América del Sur y muchas islas del Atlántico y el Pacífico. Darwin envió multitud de colecciones a su país. Entre ellas, sus contemporáneos valoraron especialmente las de carácter geológico. Parece que en Brasil Darwin contrajo la enfermedad de Chagas, que debilitó su salud durante el resto de su vida. De vuelta a Inglaterra, Darwin publicó el «Diario de viaje de un naturalista alrededor del mundo» (!837). En esa época leyó el «Ensayo sobre la población» de Malthus, que le impresionó profundamente. En 1830 se casó con su prima Anne Wedgwood, y tres años más tarde se trasladó de Londres a Down, donde viviría el resto de sus días en una magnífica casa rodeada de jardines y en una atmósfera confortable, característica de la burguesía acomodada de la época victoriana. Tuvo recursos suficientes para dedicarse en privado a sus estudios sin otros quebraderos de cabeza. En 1839, Darwin publicó la «Estructura y distribución de los atolones de coral». Desde un año antes ya trabajaba en «El origen de las especies», que habría de ser su obra más importante, y que inicialmente tenía forma de un ensayo de doscientas treinta y una páginas. Entre sus amigos, y por lo que influyeron tanto en su vida como en su pensamiento, hay que destacar al botánico Hooker y al geólogo Lyell. En 1856, Darwin recibió un manuscrito de Wallace en el que se proponía la misma teoría de la selección natural en la que él llevaba trabajando, de manera totalmente independiente, desde hacía años. Un extracto de todo lo que había hecho al respecto, junto con el trabajo de Wallace, fueron presentados a la Linnean Society de Londres, y publicados el año 1858 en su journal como una sola comunicación. Un año más tarde, el 24 de noviembre de 1859, se puso en venta la primera edición de «The Origin of Species», que se agotó en menos de veinticuatro horas. Las sucesivas ediciones fueron ampliadas hasta la sexta, que

se considera el prototipo. Otras obras relevantes de Darwin son «La variación de los animales y las plantas en estado doméstico» (1868), «La descendencia del hombre» (1871), «La expresión de las emociones» (1872), «La fecundación de las orquídeas» (1862), «Las plantas insectívoras» (1875) y una autobiografía. De su numerosa correspondencia también se ha publicado una recopilación que ha tenido amplia difusión. Leyendo a Darwin, uno puede concluir que su formación científica descansa fundamentalmente en la geología y en la sistemática, tanto animal como vegetal. Las principales aportaciones de Darwin a la biología están relacionadas con la biogeografía y la paleontología. Sorprende un poco su relativa falta deconocimientos sobre anatomía comparada, sobre todo porque sus seguidores utilizarían dicha rama del conocimiento como base del darwinismo. Darwin fue un hombre meticuloso y siempre hizo su trabajo a conciencia, pero tenía una gran propensión a considerar todos y cada uno de los posibilismos más diversos a la hora de interpretar sus observaciones. Fue un hombre totalmente representativo de su época y de su sociedad, en la que disfrutó del mayor crédito y consideración personal, tanto entre los científicos como entre el público en general. Murió el 19 de abril de 1882, a la edad de 73 años, y fue enterrado con gran solemnidad en la abadía de Westminster, a pocos pasos de la tumba de Newton. La obra de Darwin ha ejercido una extraordinaria influencia sobre la biología contemporánea y sobre toda la configuración del pensamiento actual. Por doquier ha suscitado controversias apasionadas, y puede considerársele responsable de que la propia idea de la evolución biológica haya sido universalmente aceptada: continuidad de la vida desde su origen y diversidad de formas orgánicas en cada momento como resultado histórico. Eso sí, determinados aspectos acerca de la importancia de la selección natural en la evolución, así como acerca de la herencia, han cambiado significativamente desde entonces hasta nuestros días. El darwinismo se propagó rápidamente por toda Europa y América, con sus defensores y detractores. Con los avances de la citología y el desarrollo de la genética, el darwinismo entró en crisis a finales del siglo XIX y principios del XX. Más tarde, la escuela llamada sintética establecería un neodarwinismo que ha dominado el pensamiento biológico hasta hoy. Dada la gran importancia de la obra de Darwin sobre el pensamiento contemporáneo, debemos profundizar un poco más en ella. Podemos intentarlo

desde tres perspectivas diferentes: la teoría de la evolución, la selección natural y la crisis del darwinismo. a) Evolución La evolución biológica se basa en comparar los animales y plantas del pasado con los actuales. Establece que son diferentes, que cuanto más antiguos son más sencillos, y que proceden unos de otros sin solución de continuidad. Los diversos organismos vivos pueden agruparse en diferentes especies. A su vez, las especies pueden ordenarse desde tipos sencillos a otros cada vez más complejos, constituyendo lo que desde hace mucho tiempo se ha llamado «scala naturae». La teoría de la evolución establece que dicha «scala naturae» es el resultado histórico de la transformación de las especies. La teoría de la evolución se ha convertido en un tema común del pensamiento científico posterior a Darwin, pero ello no quiere decir que se deba a él. De hecho, es una de las aportaciones fundamentales del progreso científico del siglo XVIII. La Antigüedad clásica no es evolucionista. Hay ideas evolutivas sobre cada especie en particular, pero no sobre la transformación de unas especies en otras. Por ejemplo, Anaximandro de Mileto, en el siglo VI a.C., ya sugirió que la especie humana actual debía proceder de una forma primitiva sin una infancia tan larga y tan dependiente del cuidado paterno. De otro modo el hombre se habría extinguido por efecto de las adversidades y de sus enemigos. Empédocles de Agrigento, en el siglo V a.C., dice que las especies se formaron por selección de los individuos más aptos para la lucha por la existencia, desapareciendo muchas formas poco adecuadas. Aristóteles establece el concepto de «scala naturae», pero en ningún caso admite la transformación de las especies. Durante el siglo XVII, la revolución científica es todavía fijista. Será en el siglo XVIII donde ya encontraremos totalmente formada la idea de la evolución. En la «Histoire Naturelle», Buffon nos propone un esquema de evolución de la Tierra, con una etapa en la que aparece la vida. Señala que en los macizos calcáreos los fósiles de las partes superiores están constituidos por formas parecidas a los organismos actuales, mientras que en las partes profundas hay formas totalmente diferentes de organismos marinos. Es el propio Buffon quien introduce el principio del actualismo: «Pour juger de ce qui est arrive, et méme de ce qui arrivera, nous n'avons qu'á examinen ce qui arrive.» En el mismo siglo XVIII, Herschel descubre las nebulosas difusas, y considera que se resolverán poco a poco en nebulosas constituidas por multitud de estrellas. Sobre esta base, Laplace sugiere que todo el sistema solar se ha formado a partir

de una nebulosa. La evolución cosmológica ha ejercido una gran influencia sobre la necesidad racional de una evolución biológica. La geología registra un desarrollo gigantesco a lo largo del siglo XVIII y a comienzos del XIX. Con William Smith se establece la relación entre fósiles y épocas geológicas, y se compruba la lenta desaparición de las especies, así como la aparición de nuevas. Lamarck considera que las formas vivientes tienen una tendencia natural a variar hacia formas más complejas. Establece las primeras líneas filogenéticas o genealogía de las categorías taxonómicas. Tiene la brillante intuición de que las aves y los mamíferos proceden de los reptiles. Además, propone el mecanismo de la evolución. Supone, influido por Buffon, que el medio ambiente tiene un efectodecisivo, produciendo cambios adaptativos hereditarios. En los animales, ello sería completado por la ley del uso y el desuso. Cuvier hace progresar extraordinariamente la paleontología. Curiosamente es uno de los fijistas más radicales. Por eso ha de recurrir a catástrofes sucesivas que destruyeron muchas especies que hoy sólo encontramos como fósiles. La inexistencia de formas intermedias avala el catastrofismo. Sin embargo, Cuvier parece no darse cuenta de que las formas fósiles, cuanto más antiguas, son más diferentes de las actuales, y más sencillas. Los discípulos de Cuvier añadieron, además, la hipótesis de las creaciones sucesivas tras las catástrofes para explicar la aparición de nuevas especies. Darwin tiene una formación geológica relativamente buena, y está influido por el gran geólogo Charles Lyell, que admite la evolución de las formas fósiles y la explica de un modo fundamentalmente lamarckiano. El viaje emprendido por Darwin a bordo de la fragata Beagle entre 1831 y 1836 tuvo una importancia extraordinaria para el desarrollo posterior de su pensamiento. El memorable «Diario de viaje» todavía constituye una lectura muy estimulante para el naturalista, y es imprescindible para hacerse una idea acerca del mundo intelectual en el que nació la corriente darwinista. Hay que resaltar, entre otras, la parte correspondiente a las islas Galápagos, a las que el Beagle llegó en septiembre de 1835. Lo primero que llamó la atención de Darwin fue la gran abundancia de especies indígenas, que no había visto en ningún otro sitio. Sin embargo, se da cuenta de que tienen un cierto aire de familia con especies de América del Sur. Por otra parte, Darwin llega a la conclusión de que las Galápagos habían estado cubiertas por el océano hasta una época relativamente reciente. Es entonces cuando se pregunta, tras un examen detenido de las diversas plantas y

animales, cómo se poblaron las Galápagos, y cómo se produjeron las diferencias con las poblaciones continentales (o incluso entre las plantas y animales de diferentes islas del archipiélago). El citado capítulo del «Diario» es importante en muchos aspectos, pero sobre todo porque ayudó al propio autor a convencerse de que la tendencia a la variación es una propiedad natural de los seres vivos, y de que las formas nuevas pueden mantenerse adaptadas a una determinada economía dentro de su medio. El caso particular de las Galápagos también pone de manifiesto la importancia del aislamiento geográfico y de unas dimensiones de población reducidas para poner de manifiesto, con facilidad excepcional, la capacidad de diversificación. Por otra parte, esto constituiría un darwinismo atenuado por el propio Darwin, por el hecho de admitir el establecimiento de modificaciones neutras ante la selección. Este fenómeno sólo sería interpretado de forma coherente en una fase muy posterior, dentro del neodarwinismo. b) La selección natural Tras una larga maduración, Darwin expuso la teoría de la selección natural en un escrito a la Sociedad Linneana de Londres en 1858. Fue presentada simultáneamente con un escrito que Alfred Russell Wallace había enviado al propio Darwin para que lo publicara. En ese escrito, Wallace proponía la misma idea de evolución por selección natural. Todo el mundo sabe que Darwin se llevó una sorpresa con el trabajo de Wallace, que iba a quitarle la prioridad de una idea que él llevaba años elaborando. La simultaneidad en la presentación fue idea de Lyell y del botánico Hooker, hallándose Wallace lejos de Inglaterra e ignorando la situación. Según la autobiografía de Darwin, la idea de la selección natural se le había ocurrido veinte años antes de la publicación de esos escritos, que a su vez se adelantaron un año a la publicación de la obra capital «El origen de las especies». En «El origen de las especies», Darwin establece una importante generalización: la tendencia de todos los organismos a multiplicarse en progresión geométrica con independencia de su sistema de reproducción. Los descendientes siempre son más abundantes que sus progenitores, al menos en los primeros momentos de su existencia. La generalización en cuestión no era original, y parece probable que a Darwin le pasara por la cabeza como consecuencia de la lectura del «Ensayo sobre el principio de la población» publicado por Malthus en 1798. Dicha obra se refería sobre todo a la especie humana, y estaba directamente relacionada con la filosofía

liberal, característica de la Inglaterra del siglo XIX. Malthus advertía de la necesidad de limitar la natalidad, de modo que el aumento demográfico no constituyera un obstáculo infranqueable para lograr la paz universal y evitar la miseria. Es muy probable que Darwin leyera el «Ensayo» en 1838, de vuelta de su viaje en el Beagle, y que el principio le pareciera aplicable a todos los seres vivos. La generalización malthusiana fue incorporada al pensamiento darwiniano junto con otra: pese a la tendencia al aumento geométrico, en la naturaleza el número de individuos de cada especie permanece relativamente constante. Es más, si en un momento determinado se puede observar un aumento de la población de una especie concreta, el incremento de individuos es siempre inferior al aumento potencial. La combinación de las dos generalizaciones que acabamos de mencionar llevaron a Darwin a la idea de la lucha por la existencia. Si se producen más descendientes de los que pueden sobrevivir, entre ellos se establecerá una rivalidad para sobrevivir. Cada estirpe particular tendrá una probabilidad definida desupervivencia, potencialmente diferente de la de otras estirpes de la misma especie que convivan en la misma área. La probabilidad diferencial de supervivencia es una deducción complementaria, derivada de la primera generalización establecida por Darwin acerca de la variación en la descendencia. Como ya hemos señalado, Darwin admitió la existencia de variaciones neutras, pero llegó al convencimiento de que en la mayoría de los casos las variaciones en la descendencia determinan una mayor o menor probabilidad relativa de supervivencia. Esta última deducción constituye el principio de la selección natural. La diversificación es consecuencia de la eliminación preponderante de los individuos menos dotados para luchar por la existencia en unas condiciones determinadas. Los descendientes que no llegan a la madurez —y que por tanto no pueden reproducirse— no mueren por azar, sino por poseer características desventajosas para la lucha por la existencia. En «El origen de las especies», Darwin trata de poner de manifiesto que la evolución biológica puede ser el resultado histórico de la diversificación por medio de la selección natural. Como apoyo a su teoría se fija en la diversidad producida por el hombre en los animales domésticos y las plantas cultivadas. Pone de manifiesto cómo la selección artificial ha sido capaz de producir un número impresionante de formas diferentes y relativamente estables, que el naturalista clasificaría como especies diferentes si no conociera su origen. Darwin señala que la selección es la causa principal de la evolución pero no la única, y entre otros factores da importancia al uso y desuso de las partes del

cuerpo, a las condiciones externas e incluso a ciertas variaciones que a veces aparecen espontáneamente. Cree posible que las plantas y los animales actuales puedan proceder de formas inferiores o intermedias y que, en último término, todos los seres orgánicos que han vivido sobre la Tierra puedan estar emparentados con alguna forma primordial. Darwin también dio una gran importancia a la selección sexual, sobre todo en su libro «La descendencia del hombre». Es curioso que Wallace nunca estuviera de acuerdo con respecto a la selección sexual. Adicionalmente, Darwin introdujo una serie de teorías auxiliares a la selección natural, como el efecto de la variación en una parte del organismo sobre el resto del mismo o la existencia de tendencias a evolucionar en una determinada dirección con independencia de la selección natural. c) La crisis del darwinismo Las generalizaciones establecidas por Darwin siguen considerándose ciertas, así como el principio de la lucha por la existencia. Por contra, el rasgo más característico del pensamiento darwiniano —o al menos el que se consideró distintitivo del darwinismo inicial, es decir, la evolución por selección natural— fue pronto objeto de una controversia de lo más vivo. Desde el punto de vista de la evolución del pensamiento biológico, se puede considerar que el principio de la selección natural entró en crisis a finales del siglo XIX, hasta el punto de que algunos historiadores han llegado a afirmar que en ese momento se produjo la muerte del darwinismo. Las principales dificultades con que tropezó el principio de la selección natural tienen su origen en la endeblez de las ideas de Darwin acerca de la herencia. Para empezar, suponía que las variaciones que se producían en los seres vivos eran generalmente hereditarias. Por otra parte, señaló que las variaciones no hereditarias no tendrían ninguna importancia para la evolución. Sin embargo, insistió en que el número de variaciones hereditarias, tanto de mucha como de poca importancia selectiva, eran siempre infinitas. En la época de Darwin no se conocían los principios de la genética. Mendel no publicó su célebre trabajo «Experimentos sobre plantas híbridas» hasta 1865. Además, dicho trabajo pasó desapercibido, tanto para Darwin como para la práctica totalidad de los científicos de su tiempo. Habría que esperar hasta el redescubrimiento del trabajo de Mendel, en 1900, realizado simultánea e independientemente por De Vries, Correns y Tschermack. La selección actúa sobre las variaciones hereditarias y no hereditarias, pero su significado evolutivo sólo puede deberse a su efecto sobre las primeras. Como ya he señalado, Darwin siempre concedió una cierta importancia a

los principios lamarckianos. De ahí que considerara que tanto los efectos del uso y el desuso como las influencias del medio son hereditarios. Más tarde este aspecto fue clarificado por Weismann, que separó el germen del soma. La parte del cuerpo que no está relacionada con la reproducción puede modificarse por los factores antes señalados, sin que ello tenga la menor influencia sobre la descendencia, igual que ocurre con la amputación de un miembro. Solamente son hereditarias las variaciones que afectan al plasma germinal, y éste no está influido por el uso y el desuso, y rara vez por el medio ambiente. Es más, cuando se altera el plasma germinal nunca es de forma lamarckiana, porque las variaciones transmisibles a la descendencia no tienen sentido adaptativo. Para Darwin, y en general para los biólogos de su tiempo, la herencia biológica se entendía como una transmisión mezclada de los caracteres de los padres a los hijos. Ello constituía una dificultad para la teoría de la selección, ya que resultaba muy difícil entender cómo un carácter de nueva aparición podía conservarse íntegro en la descendencia. En la época de Darwin, el clásico cruzamiento entre un ratón blanco y un ratón negro que da una primera generación totalmente gris, y una segundacompuesta de animales grises, negros y blancos en proporción 2:1:1 no podía ser interpretado correctamente. Tampoco podía entenderse el cruzamiento entre gallinas con cresta de roseta y cresta de guisante, que en la primera generación origina animales con cresta de nuez, y en la siguiente generación, además de animales con cresta de roseta, de guisante y de nuez, aparecen algunas crestas sencillas. Para el biólogo de la época darwiniana, los ratones grises serían una reversión al tipo silvestre, y otro tanto ocurriría con las gallinas de cresta sencilla. Los ratones negros y blancos de la segunda generación serían un caso de «atavismo» o «salto atrás», y las crestas en forma de nuez, una «variación espontánea». Hoy sabemos que, en ambos cruzamientos, lo que se producen son nuevas combinaciones de genes preexistentes. Darwin no sólo no sabía distinguir las variaciones somáticas de las germinales, sino que no podía distinguir cuándo un carácter nuevo era simplemente una nueva combinación de características hereditarias ya existentes o un carácter de nueva aparición. La selección natural darwiniana se basa en la herencia mezclada o intermedia. Cuando hoy hablamos de la selección natural, suponemos que actúa sobre una herencia particulada totalmente diferente. En el primer caso, la selección natural tendría un papel creador como causa de un proceso evolutivo continuo. La evolución neodarwinista es un proceso discontinuo y la selección tiene un papel

fundamentalmente destructivo, ya que disminuye la frecuencia de lo que no sirve y favorece la propagación de lo que es favorable. Históricamente, la crisis del darwinismo la hemos de achacar a varias causas. Una fue el descrédito causado por muchos zoólogos especulativos, que multiplicaron el número de árboles genalógicos y de adaptaciones. Otra fue la demostración de la variación discontinua por Bateson. Finalmente, el ya mencionado descubrimiento de las leyes de Mendel y la teoría de las mutaciones de Hugo de Vries. En los primeros veinticinco años del siglo XX se produjo el fenómeno del neodarwinismo, liderado por Fischer, Haldane, Morgan y otros biólogos. Constituye la primera y crucial etapa de un proceso unificador de la biología, que ha continuado incesantemente hasta nuestros días. Afectuosamente, 49. VERSUCHE ÜBER PFLANZENHYBRIDEN

Begues, 12 de enero de 1985 Querida Nuria: Las ideas sobre la herencia anteriores a Mendel se basan en la observación y la especulación. Mendel fue el primero en aportar pruebas experimentales, y en proponer un mecanismo sencillo para explicarlas. De este modo se pueden obtener resultados totalmente pronosticables. El trabajo de Mendel no es sólo el inicio de la genética moderna, sino un cambio sustancial, que alejará definitivamente a la Biología contemporánea de las viejas especulaciones de los filósofos de la naturaleza. La herencia era un punto clave para la teoría de la evolución, dado que ésta sólo puede deberse a cambios o variaciones que sean transmisibles a la descendencia. Sobre el origen de las variaciones hereditarias había cuatro grandes teorías: a)Medio b)Uso

ambiente (Buffon, Saint-Hilaire)

y desuso (Lamarck)

c)Fuerza

interior, ortogénesis (Nágeli, Bateson)

d)Selección

natural (Darwin, Wallace)

Ya sabemos que la teoría de Darwin sobre la descendencia se apoya en la herencia de los caracteres adquiridos. La «pangénesis» supone la existencia de

pequeños elementos, llamados «gémulas», producidos por todas las partes del organismo, y repartidos por su interior mediante la sangre. Los productos sexuales tendrían gémulas de todo el cuerpo, y al unirse en el huevo permitirían una transmisión mezclada de los caracteres de los padres. El estudio de los híbridos sería fundamental para comprender la herencia. En este campo, entre los autores antiguos que merecen ser citados hay varios del siglo XVIII. Por ejemplo, Kólreuter (1733-1806) y su continuador Gártner (17721850), cuyos trabajos fueron utilizados por Darwin. También hay que recordar a Vilmorin (1816-1860), sobre todo por sus estudios sobre la remolacha azucarera, destinados a la obtención de variedades que contuvieran más azúcar. Francis Galton (1822-1911), que era primo de Darwin, introdujo el método estadístico en los estudios sobre la herencia. Intentaba demostrar la teoría de las gémulas inyectando sangre de ratones exóticos en ratones grises, y viendo qué ocurría en la descendencia. Nunca obtuvo ningún resultado positivo. Ello le indujo a pensar que las unidades portadoras de las características hereditarias sólo seencontraban en las células sexuales, y por tanto no estaban influidas por el medio ambiente. Se trataba de una conclusión muy parecida a la de Weismann acerca del plasma germinal. Usando métodos estadísticos, Galton estudió la herencia de la altura en la especie humana. Halló que se ajustaba a una distribución normal, y haciendo un seguimiento de la descendencia en las clases extremas pudo observar una tendencia hacia los valores medios. Los hijos de los padres más altos eran más bajos que ellos, y los hijos de los padres bajos, un poco más altos. La selección no permite realizar progresos en una dirección como suponía Darwin, y en una población general y mezclada no cambia la curva de variabilidad de la descendencia. Hugo de Vries nació en 1843 en Haarlem (Holanda), y estudió con Sachs en Würzburg. Más tarde fue profesor en Amsterdam. Primero se dedicó a la fisiología vegetal, y más tarde a la evolución y la herencia. En 1900 redescubrió el trabajo de Mendel, simultánea e independientemente con Tschermack y Correns. A De Vries se debe la teoría de los pangenes, entidades hipotéticas pero con naturaleza material, portadoras de las características hereditarias, y capaces de modificarse con independencia unas de otras. De Vries estaba preocupado por el hecho de que las especies fueran un conjunto cerrado de caracteres, con variaciones que no estaban asociadas a ningún tipo de transición. Ello no era compatible con la teoría darwiniana, pero por otra parte no había de ser obstáculo para que a escala de tiempo geológico unas especies se hubieran transformado en otras. Recogiendo una idea de Kölliker, optó por la necesidad de cambios bruscos, algo que ya

habían considerado Féix de Azara y el propio Darwin. Faltaba obtener una prueba real, y De Vries creyó que la había encontrado en la descendencia de Oenothera lamarckiana, una planta de origen americano. En ella se encontraban una serie de formas nuevas que se mantenían en la descendencia. Daba, pues, la impresión de que esta planta explotaba produciendo nuevas especies a partir de descendientes normales. Ello era una mutación, y su establecimiento podía ser consolidado por la selección, sin una nueva creación ni un larguísimo periodo de tiempo como proclamaba el viejo darwinismo. En realidad, investigaciones posteriores mostraron que Oenothera era lo que se llama un heterocigoto complejo, y que no producía otra cosa que nuevas recombinaciones de caracteres preexistentes. En cualquier caso, las mutaciones se producen, y pronto se obtendrían pruebas indudables de ello. Por otra parte, la hipótesis del pangen no estaba mal del todo. El botánico danés Johannsen (1857-1927) estudió la descendencia de muchas semillas de judías. Consiguió líneas puras, todas las cuales presentaban una curva de variabilidad constante. Dentro de cada una de ellas, carece de importancia que cojamos una judía pequeña o una grande: siempre darán la misma descendencia. Johanssen llamó homocigotos a los organismos de cada línea, mientras que los procedentes de líneas diferentes serán heterocigotos. Las variaciones en la descendencia de los homocigotos son debidas al medio, de modo que difieren fenotípicamente pero no genotípicamente. A la vista de este panorama podemos apreciar mejor el trabajo de Mendel. Éste se llamaba Gregor Johann, y había nacido en 1822 en Heinzendorf, un pueblo de Silesia que entonces formaba parte del imperio austrohúngaro. Mendel tenía ascendencia alemana y checa. En 1843 ingresó en la orden de los agustinos en Brünn, pequeña ciudad de Moravia. Mendel ejerció de profesor de griego y de matemáticas elementales, y estudió en la Universidad de Viena hasta 1853. Sin que se sepa bien por qué, fracasó dos veces en las pruebas de grado. Pese a ello, continuó como profesor en el colegio de Brünn, e incluso llegó a director. Durante toda su vida tuvo interés por los animales y las plantas, tal vez porque al fin y al cabo descendía de granjeros y agricultores. Mendel se interesó por el problema de la evolución de las especies. Había comprado todos los libros de Darwin escritos entre 1860 y 1870, que se encuentran en la biblioteca del convento de Brünn con muchas anotaciones a mano del propio Mendel. Parece que no consideraba satisfactoria la teoría de la selección natural, y además opinaba que los caracteres adquiridos no eran importantes para la evolución. En el propio trabajo «Experimentos sobre híbridos de plantas», Mendel señaló que el conocimiento de la descendencia de las formas

híbridas podía tener gran importancia para entender la evolución de las formas orgánicas. Darwin no conoció a Mendel, ni tuvo noticia de sus trabajos. Siete años después de la publicación de éstos, en la edición de 1872 del «Origen de las especies», Darwin escribe: «Las leyes que gobiernan la herencia son prácticamente desconocidas. Nadie puede explicar porqué una misma peculiaridad a veces se hereda y a veces no, en individuos de una misma especie o de especies diferentes; porqué motivo el hijo retrocede a veces hasta el abuelo, la abuela o incluso un antecesor más lejano...». Esto es justamente lo que Mendel ya había resuelto. Por tanto, uno piensa que si Darwin hubiera conocido el trabajo de Mendel se habría dado cuenta de su valor. De haber sido así, es posible que la biología del último tercio del siglo XIX hubiera sido diferente. En 1856, poco después de su segundo fracaso en los exámenes, Mendel empezó los cruzamientos de guisantes en el pequeño huerto del convento. En 1865, tras ocho años de trabajo, dio a conocer los resultados de susinvestigaciones en una comunicación a la Sociedad para el Estudio de las Ciencias Naturales de Brünn, que se publicaría un año más tarde en el boletín de la Sociedad. En los treinta y cuatro años siguientes su obra no tuvo ningún eco, y los pocos que tuvieron noticia de ella apenas le hicieron caso. Mendel escogió los guisantes por tres motivos: presentan muchas variedades puras, tienen flores protegidas del polen foráneo, y producen híbridos fértiles. En primer lugar comprobó durante dos años la pureza de treinta y cuatro variedades compradas a los vendedores de semillas. De ellas, veintidós producían una descendencia homogénea, y ésas fueron las escogidas para hacer cruzamientos. La técnica empleada por Mendel consistió en abrir las flores antes de que maduraran completamente, para extraerles los estambres con unas pinzas. Luego echaba sobre el pistilo el polen obtenido de flores de otra variedad. Las semillas obtenidas serían híbridas, y sembrándolas obtendría la primera generación. Procediendo del mismo modo, cruzaría los híbridos entre ellos o con las plantas paternas. El éxito de los experimentos de Mendel se debe a la elección acertada de las características del organismo, a la distribución de los individuos de la descendencia en clases y a la determinación de la frecuencia de cada clase. Por otra parte, analizó muestras lo suficientemente grandes como para poder despreciar las desviaciones debidas al azar. Probablemente recuerdes que los caracteres fenotípicos elegidos por Mendel fueron: (1) la superficie de las semillas, lisa o

rugosa; (2) el color de los cotiledones, verde o amarillo; (3) el color de la piel, gris o blanco; (4) la forma de las vainas maduras, con o sin constricciones; (5) el color de las vainas maduras, verdes o amarillas; (6) la posición de las flores, axiales o terminales en racimos; y (7) la longitud del tallo, alto o bajo. Mendel descubrió primero la ley de la uniformidad de la primera generación. Por ejemplo, el cruzamiento de variantes rugosas y lisas dio lugar a plantas cuyas semillas eran todas lisas. Estas semillas híbridas dieron lugar a plantas que le proporcionaron 5.474 semillas lisas y 1.850 rugosas, o sea una proporción de 2,96/1 que se podía redondear a 3/1. El carácter rugoso debía haberse mantenido críptico en el híbrido: por eso Mendel le llamó «recesivo», frente al carácter liso, que era «dominante». La segregación de caracteres en la F2 constituye la segunda ley. Para explicar estos resultados, Mendel supuso que para cada carácter existían dos determinantes, y que éstos se separaban en el polen maduro y en la oosfera. En la fecundación, se unían al azar para formar el cigoto. De este modo, el resultado del cruzamiento Ll x Ll sería

que explica una proporción de 3/1 entre semillas lisas y semillas rugosas. Mendel comprobó esta hipótesis estudiando sucesivas generaciones de estas semillas, hallando que unas (LL) daban variedades lisas indefinidamente. Otras (L1) daban variedades lisas y rugosas, siempre en proporción 3/1. Finalmente, las rugosas (11) sólo daban rugosas. Con otros caracteres obtuvo resultados idénticos. Los cruzamientos L/ x // o ll x Ll, llamados retrógrados, confirmaron la hipótesis de que los determinantes eran autónomos y no se influían unos a otros: es lo que más tarde se conoció como el principio de la pureza del gen. Mendel también descubrió que en algunos caracteres no había dominancia, como en la longitud del tallo o en la época de la floración. Es la herencia de tipo intermedio, que en la F2 produce la clásica proporción 1:2:1 en vez de la 3:1 de la herencia dominante. También recordarás que Mendel hizo cruzamientos en los que estudiaba simultáneamente dos características (el llamado dihibridismo). El

cruzamiento LL AA x ll aa da una Fi uniforme, Ll Aa, y una F2 que se puede obtener fácilmente usando el método de los cuadros que he empleado antes. Es la ley de la herencia independiente de los caracteres. Mendel tuvo la fortuna de estudiar caracteres que se encontraban en cromosomas diferentes; de otro modo, no habría podido llegar a esta tercera ley. A comienzos del siglo XX, W. S. Sutton explicó las leyes de Mendel en términos del comportamiento de los cromosomas en la mitosis y la meiosis. Mendel no sabía nada al respecto, ya que en su época esos conocimientos no estaban nada claros. Es posible que fuera Weismann el primero en sospechar que los cromosomas constituían la base material de la herencia. Sea como fuere, ya sabes que los determinantespostulados por Mendel son los genes, y que están colocados en fila india en los cromosomas. Los genes de un mismo cromosoma se heredan juntos, y por tanto incumplen la tercera ley de Mendel. Ahora bien, como consecuencia el crossing over durante la profase meiótica, incluso los genes de un mismo cromosoma pueden segregar Es interesante detenernos brevemente a discutir porqué el trabajo de Mende no tuvo la repercusión que cabía esperar, tanto por su importancia intrínseca como por haber sido realizado en un siglo, el XIX, lleno de confianza en el progreso científico. Ante todo hemos de creer que Mendel se adelantó a su tiempo. Ello había ocurrido otras veces, pero en el siglo XIX no deja de ser sorprendente. E posible que la mentalidad colectiva de la comunidad científica estuviera absorta en el darwinismo y sus consecuencias, y por tanto fuera refractaria a todo lo que supusiera un cambio de enfoque. El caballo de batalla era la variabilidad de las especies, y no su constancia, que era el tema de Mendel. Aún quedaba lejos entender que la evolución biológica sólo es posible si la variabilidad de las especies se contrapesa con su constancia como rasgo básico y primordial. Sin dicha constancia la variabilidad no llevaría a la evolución sino al caos. En la época de Mendel, la unión de matemáticas y botánica resultaba sospechosa, propia de quimeras de un racionalismo radical descreditado en biología y como mínimo fuera de contexto. Si alguien hubiera usado el método de los cuadros en vez de la formulación algebraica, tal vez se habría entendido más fácilmente. Por otra parte, el cálculo de probabilidades y la estadística aún no estaban de moda, y la gente no les hacía mucho caso. También hemos de tener en cuenta otro prejuicio de la época: Mendel era fraile, y además de un talante muy conservador: po tanto, no ofrecía demasiadas garantías. Además, aunque su trabajo fue recibido en ciento veinte instituciones diferentes, se había publicado en una revista sin ningún relieve y plagada de artículos mediocres, que muy pocos

tenían interés siquiera en hojear. Añadamos finalmente el atraso de la citología, tanto por lo que respecta a conocimiento de la mitosis y la meiosis como acerca de la propia fecundación. El caso de Nágeli (1817-1891) merece un comentario aparte. Era profesor de botánica en Munich y tenía un gran prestigio. Había estudiado la herencia de los híbridos y era un experto en evolución. Mendel le tenía un gran respeto, y en 186( le envió una copia de su trabajo sobre los guisantes. De la contestación de Nágeli y de las notas que dejó acerca de la publicación de Mendel, se deduce que consideró imposible que los híbridos pudieran dar una descendencia parcialmente formad: por líneas puras. Creía que las formas constantes obtenidas por Mendel producirías variaciones tarde o temprano. Mendel había tenido la misma duda, y había comprobado la pureza hasta la sexta generación. Entonces Nágeli le pidió analiza

él mismo la descendencia, pero nunca llegó a hacerlo de forma exhaustiva. Además, en ninguno de sus escritos encontramos referencia alguna a Mendel. Vista la actitud de Nágeli, no es extraño que otros no entendieran nada, o que no tuvieran el menor interés por los estudios del padre de la genética. Hasta 1900, sólo hay dos referencias conocidas acerca del trabajo de Mendel: un libro de botánica de Hoffmann (1869), que recoge investigaciones sobre problemas de especies y variedades en relación con la teoría de Darwin, y el libro de Focke titulado «Die Pflanzenmischlinge» (1881). Parece que ninguno de estos autores atisbó el alcance de la obra de Mendel. Tiene interés fuera de lo común el hecho —que los anglosajones calificarían de dramático— de que en 1900 tres autores redescubrieran, independientemente y de forma casi simultánea, las leyes que Mendel había hallado cuarenta años atrás. Entretanto, la citología había hecho progresos enormes, y Weissman había sugerido que los cromosomas podían ser el soporte material de la herencia, y que debían registrar una división reductora. El holandés Hugo de Vries fue el primer botánico que comunicó sus resultados. Era el mes de marzo de 1900, y De Vries dio a conocer dos trabajos, uno en alemán y otro en inglés. Ambos son una especie de resumen de sus investigaciones. Sin usar guisantes, halló las proporciones de Mendel, y dio el mismo sentido a los términos dominante y recesivo. En la publicación alemana atribuye el descubrimiento a Mendel, y cita a Focke como la fuente que le había permitido darse cuenta de ello. Hay que recordar que Mendel, en su trabajo, dice

que había ensayado otras plantas —por ejemplo, habas— obteniendo los mismos resultados. De Vries no aportó nada que ya no estuviera más o menos explícito en el trabajo de Mendel. El segundo botánico que redescubrió a Mendel fue Carl Correns, de Tübingen (Alemania). Su trabajo apareció en la misma revista alemana que había publicado el de De Vries, pero en el número siguiente. Explicó que, en sus experimentos con el maíz y el guisante, había llegado a las mismas conclusiones que De Vries, y que creía haber descubierto algo nuevo, antes de darse cuenta de que Mendel se le había adelantado muchos años. Correns no está de acuerdo con De Vries por lo que respecta a la dominancia como norma general, afirmando que hay muchos casos de herencia intermedia. Ahora bien, esto ya lo había dicho Mendel. Además, Correns sólo lo aplica a los híbridos raciales, mientras que Mendel lo extiende a los híbridos interespecíficos. Erich Tschermack, de Viena, fue el tercero, justamente en un número posterior de la misma revista. Sólo hace referencia a los guisantes, y no llega a la ley de lasegregación independiente de los caracteres. Dice que fueron los trabajos de Darwin sobre autofecundación y fecundación cruzada los que inspiraron sus experimentos. Las conclusiones de Tschermack sobre la dominancia y la segregación sólo pueden considerarse como un trabajo preliminar. En un postscriptum, Tschermack alude a Mendel, afirmando que le había ocurrido lo mismo que a De Vries y a Correns. No puedo dejar de recordar, querida hija, que en 1951 hice un comentario del Versuche über Pflanzenhybriden para terminar el curso de Historia de las Ciencias Naturales. Lamentablemente no conservo nada escrito, ni recuerdo cómo me las arreglé, pero te confieso que al escribir esta carta he sentido ciertas reverberaciones misteriosas. Afectuosamente,

50. CE SONT LES MICROBES QUI DIRONT LE DERNIER MOT

Begues, 19 de enero de 1985 Querida Nuria: Has de tener en cuenta que, formalmente, la Microbiología actual es el resultado del desarrollo del cultivo puro. Consiste en estudiar poblaciones, cada

una formada por muchos individuos idénticos y originada a partir de uno solo, con un tiempo de generación muy corto y un medio ambiente igual para todos (y, si es preciso, constante). Todo el mundo está de acuerdo en que el cultivo puro ha sido extraordinariamente fructífero, tanto para conocer mejor la materia viva en general como para el estudio de la diversidad microbiana, y también para un gran progreso tecnológico que continúa en la actualidad. Es cierto que muchos microorganismos aún no han podido ser estudiados en cultivo puro, y que este método no permite analizar directamente los microbios en la naturaleza (algo que sólo se puede hacer por vías indirectas, y por medio de las llamadas aproximaciones ecológicas). En cualquier caso, antes de convertirse en la ciencia de los cultivos puros la microbiología no era casi nada. El salto se produjo a mitad del siglo XIX, es decir, en la misma época que hemos estado tratando en las últimas cartas. Lo que entonces se logró ha sido calificado por algunos como la época heroica de la microbiología. Lo cierto es que desde entonces se han hecho progresos extraordinarios, pero ello pertenece a la microbiología de nuestros días y éste no es el sitio para abordarlo. Lo que ahora quisiera describir, con objeto de completar una de las perspectivas generales dibujadas anteriormente, es cómo el mundo de los organismos más pequeños ha terminado integrándose en un conjunto unitario con el resto de los seres vivos. Hoy creemos que los microorganismos forman parte de la historia evolutiva de la vida en la Tierra, y que, al margen del relevante papel que tienen en la economía terrestre, parecen constituir los tipos más simples de organización desde el punto de vista histórico. Sin ellos, la vida en nuestro planeta no sería posible. Por otra parte, sin pasar por los microbios no se habría llegado nunca a las formas superiores, ni se habría generado un ambiente apropiado para su desarrollo. A estas conclusiones trascendentales se ha llegado sobre todo en mi época, pero hay que reconocer que Haeckel (1834-1919) defendía algo parecido en la época de mis bisabuelos. Este autor, que ya hemos citado antes, tiene trabajos muy interesantes sobre animales inferiores y protozoos. Desgraciadamente, llevado por una vena especulativa, retornó a una especie de filosofía de la naturaleza, carente de interés para nosotros y alejada del pensamiento científico de su propio tiempo. Sin embargo, tuvo ideas verdaderamente geniales, como la del principio biogenético y la del reino de los protistas. Su influencia en épocas posteriores es innegable, y hemos de considerarle un precursor de las ideas actuales acerca del lugar que ocupan las formas microscópicas dentro de la evolución. Creo que se puede afirmar con todo fundamento que Pasteur es el fundador de la microbiología moderna. No obstante, la técnica más apropiada para obtener

cultivos puros es la de Koch (1843-1910). Su nombre completo era Heinrich Helmann Robert Koch, y era hijo de un minero de las montañas del Harz. Estudió medicina en Göttingen y en Berlín, y tuvo maestros de categoría como Wöhler, el de la urea, y Henle, uno de los pioneros de la teoría microbiana de la enfermedad. En 1876, a los treinta años y siendo un oscuro médico de provincias, Robert Koch presentó a Ferdinand Cohn (1828-1898) una descripción completa de la biología del bacilo del carbunco. Cohn era profesor del Instituto Botánico de Breslau, y una de las figuras más importantes de la época en el campo de los microbios. En 1878, Koch publicó la «Etiología de las enfermedades infecciosas traumáticas», y en 1882 alcanzó fama internacional al aislar el bacilo turberculoso. Un año más tarde haría otro tanto con el vibrión colérico. Sus éxitos se debieron a la introducción de la técnica de aislamiento y cultivo puro, así como a la tinción con colorantes de anilina. Con sus discípulos, Koch puso a punto los métodos que, con muy pocas diferencias, seguimos usando hoy. Tras Koch, la escuela alemana de microbiología produjo un elenco deslumbrante de grandes figuras, que se concentraron principalmente en la identificación y el estudio de los agentes causales de diversas enfermedades infecciosas. Sus trabajos constituyen los fundamentos de la actual microbiología médica. En 1901, Emil von Behring (1854-1917), uno de los discípulos de Koch, recibió el primer premio Nobel de Medicina por el 320

RAMON PARÉS

suero antidiftérico. De hecho, se puede considerar a von Behring el padre de la seroterapia. En 1905, cuando ya era una autoridad indiscutible, Koch también obtuvo el premio Nobel. Lamentablemente, en los últimos años de su vida Koch se comportó como un déspota, y fue poco receptivo a nuevos descrubrimientos y a la aparición de nuevas figuras. Ya sabes que Alfred Nobel (1833-1896) fue un químico e ingeniero sueco que dedicó su vida al estudio de los explosivos, montando fábricas por todo el mundo y vendiendo los derechos de sus patentes. Era un solterón un poco excéntrico, y al morir donó su fortuna de modo que los intereses bancarios generados permitieran conceder los cinco premios anuales –de química, de medicina, de fisiología, de literatura y de la paz– que tanta fama han llegado a tener. Ya te he indicado que se concedieron por vez primera en 1901. Aunque todo lo referente a los Nobel es sociología del siglo XX, entre los primeros galardonados todavía hay típicos representantes del siglo XIX, como el propio Koch. Otro tanto se puede decir de nuestro Ramón y Cajal, que recibió el premio Nobel en 1906, junto con Golgi, por sus estudios sobre la neurona y los métodos de impregnación argéntica. Está claro

que los premios Nobel mantienen un prestigio indiscutible en todo el mundo, por supuesto muy superior a la recompensa material, que no llega a los diez millones de pesetas. Eso sí, libres de impuestos. Me apetece escribir detalladamente acerca de Pasteur, y creo que el tema entra de lleno en nuestra historia. Sin embargo, tengo ciertas reservas. Todo el mundo conoce la vida y milagros de Pasteur. Se ha escrito muchísimo al respecto, todos hemos visto películas y hemos oído historias. No dudes de que lo tengo en cuenta. Pasteur dedicó los diez primeros años de su vida científica, entre 1847 y 1857, al estudio de la propiedad de ciertas sustancias orgánicas de desviar el plano de polarización de la luz. El punto de partida fue la existencia de cristales de cuarzo dextrógiros y levógiros, así como el descubrimiento de Biot de que algunas sustancias orgánicas naturales desvían el plano de polarización cuando están disueltas. Pasteur supuso que esto último estaría relacionado con la forma cristalina. Entretanto, tuvo conocimiento de que Mitscherlich había observado que el ácido tartárico y el paratartárico tienen propiedades idénticas excepto la actividad óptica en solución: el primero es dextrógiro, y el segundo inactivo. Pasteur descubrió que el ácido tartárico cristaliza en una mezcla de dos tipos de cristales. Separados manualmente y disueltos aparte, unos desvían el plano de polarización hacia la derecha, y los otros hacia la izquierda. Si se mezclan las dos soluciones, la actividad óptica desaparece. El paratartrato resultaba ser una mezcla de dos tipos de cristales: unos asimétricos hacia la derecha, y otros asimétricos hacia la izquierda. Luego vino el descubrimiento de la síntesis de los ácidos paratartárico y mesotartárico, la resolución del racémico o paratartárico, y finalmente la conclusión de que la actividad óptica es una propiedad molecular que no se refleja necesariamente en la forma cristalina. Casualmente, más tarde Pasteur descubre que el crecimiento de un hongo en una solución del ácido paratartárico hace desaparecer el componente dextrógiro, pero no el levógiro. Ello fue decisivo para concebir la idea de que la actividad fisiológica es asimétrica. Digo que fue decisivo ya que se trata de la conexión con el siguiente tema de Pasteur: la fermentación. Pasteur sabía que durante la fermentación alcohólica se produce una pequeña cantidad de alcohol amílico ópticamente activo, y concluyó que era el resultado de una actividad biológica. La síntesis química produce el racémico; la biológica, el compuesto asimétrico. El trabajo de Pasteur sobre asimetría molecular es extraordinario, y él estaba preparado para continuarlo mucho más de lo que realmente hizo. Sin embargo, y aunque siempre siguiera teniendo cierta fascinación por ese tema, se dedicó a

otro problema. Poco después, Couer y Kekulé establecerían la tetravalencia del átomo de carbono, y van't Hoff la disposición espacial de las valencias según la teoría del tetraedro regular. Si Pasteur hubiera continuado como profesor de química en la Universidad de Estrasburgo en vez de trasladarse a la nueva Facultad de Ciencias de Lille, es probable que su nombre se hallara aún más vinculado a la nueva Química Orgánica. De todos modos, lo que hizo en Estrasburgo no está nada mal. Además, allí se enamoró de Marie Laurent, hija del rector de la Universidad, con la que se casó. Por otra parte, el éxito de su trabajo sobre la actividad óptica de los compuestos orgánicos y el entusiasta recibimiento de sus trabajos por parte de científicos prestigiosos le dieron una confianza en sí mismo que ya no perdería nunca. En Lille, Pasteur inició sus estudios sobre fermentaciones, que fueron promovidos por consultas procedentes de la industria alcohólera de la región. En adelante, Pasteur siempre condicionará su trabajo a objetivos prácticos, y hará investigación fundamental en ese contexto. Sin embargo, afirmará repetidamente que sólo hay una Ciencia, eso sí, con sus aplicaciones. Esta idea es totalmente actual. Su obra constituirá un ejemplo extraordinario de los grandes progresos científicos que se pueden realizar a partir de estudios orientados a solucionar problemas prácticos. Quizá sea bueno pensar de vez en cuando que lo que es útil siempre funciona, y que lo que está prohibido en ciencia es lo que no funciona. Hacia 1850 se creía que las fermentaciones y las putrefacciones eran reacciones espontáneas que tenían lugar en las sustancias orgánicas en solución. Se suponía que se debían a «fermentos», entidades complejas y misteriosas que actuaban por su mera presencia, sin tomar parte en la reacción. Es el concepto de procesocatalítico introducido por Berzelius. Por otra parte, algunos cambios químicos de ese tipo —por ejemplo, las fermentaciones alcohólica y acética— estaban bien definidos. Es decir, se conocía lo que hoy llamamos sustratos y productos finales, así como las proporciones entre unos y otros. No obstante, Cagniard de la Tour y Schwann habían sugerido que el desarrollo de microorganismos era necesario para la fermentación. Además, en una memoria publicada en 1837, Kützing había escrito que «es obvio que los químicos han de quitar la levadura de la lista de los compuestos químicos, puesto que es un cuerpo organizado, un ser vivo». Primero Berzelius, y más tarde Wóhler y Liebig, negaron todo valor a las observaciones de esos autores «vitalistas» que, según ellos, no hacían otra cosa que dar un paso atrás, cuando la ciencia positiva ya había expulsado todas las fuerzas vitales del campo de la fisiología. El primer trabajo de Pasteur sobre la teoría microbiana de la fermentación es la

Mémoire sur la fermentation appelée lactique (1837), pese a que ya llevaba tiempo estudiando la fermentación alcohólica. Fue una buena estrategia, porque se trataba de un proceso más simple y menos estudiado que la fermentación alcohólica. Además, la fermentación láctica no se debía a la levadura, sino a otro microorganismo que podía cultivarse de una forma prácticamente pura. Al añadirlo a una solución de glucosa, producía rápidamente ácido láctico. El fermento era el microorganismo. Cada fermentación es producida por un microorganismo específico. La pureza del fermento y las condiciones apropiadas para un buen crecimiento son los factores que permiten una buena fermentación. En la Mémoire sur la fermentation alcoolique, publicada de forma preliminar en 1857 y con carácter definitivo en 1860, Pasteur mostró una serie de evidencias experimentales que dejaban bien clara la participación de seres vivos en la fermentación. Más adelante Pasteur estudió la producción de ácido tartárico por Aspergillus niger, la fermentación butírica por clostridios móviles y la producción de vinagre por Mycoderma aceti. En estos trabajos aprendió a manejar cultivos puros, aunque con una técnica inferior a la de Koch, y desarrolló las bases de la nutrición microbiana. En años venideros, la continuación de sus trabajos llevaría al descubrimiento de nuevos microbios y nuevas fermentaciones. Poco a poco se haría realidad su predicción: «Estoy convencido de que llegará un día en que los microbios serán utilizados para ciertas operaciones industriales debido a su capacidad para atacar la materia orgánica.» El estudio de los clostridios móviles del ácido butírico proporcionó a Pasteur dos resultados interesantísimos: la toxicidad del aire para este microbio y su capacidad para sustituir a los lácticos si contaminan un cultivo. De la primera observación deriva uno de los descubrimientos más importantes en el campo de la fisiología: las fermentaciones son un tipo de vida sin oxígeno. En el segundo descubrimiento se encuentra el germen de diversos conceptos microbiológicos: la sucesión ecológica, la competencia y la antibiosis. Pasteur llegaría a entender perfectamente el significado metabólico de la fermentación: la obtención de energía para el crecimiento, es decir, un proceso equivalente a la respiración. También se dio cuenta de la existencia de anaerobios obligados y facultativos y, en estos últimos, de las diferencias en el consumo de sustrato cuando hay oxígeno y cuando no lo hay. Con Pasteur, la fermentación y la putrefacción se incorporan al ciclo de la materia orgánica en la naturaleza, completando el esquema anterior constituido por respiración y fotosíntesis. El balance de CO2 en la biosfera ya se puede cuadrar razonablemente. En una carta

dirigida al ministro de Educación Pública, Pasteur explica todo esto, y concluye: «La investigación rigurosa pondrá de manifiesto que los microbios tienen un papel fisiológico inmenso dentro de la economía general de la naturaleza». La teoría microbiana de la fermentación entró en crisis en 1897, cuando los hermanos Buchner lograron la fermentación alcohólica con extracto de levadura libre de células vivas. Ello sólo representaría una vuelta a las ideas de Liebig en el aspecto formal: las enzimas sólo son producidas por seres vivos. No invalidó nada de lo dicho por Pasteur, e inauguró la bioquímica, un nuevo y fabuloso campo para los científicos del siglo XX que permitiría descifrar los mecanismos fisiológicos a nivel molecular. He dejado aparte todas las consecuencias prácticas de los estudios de Pasteur sobre la fermentación, que, como ya he señalado, fueron el verdadero motivo de sus investigaciones. En rigor, la pasteurización y la comprensión de las enfermedades del vino y de la cerveza, así como las mejoras en la producción de vinagre, fueron progresos técnicos importantes pero meras consecuencias de todo lo que te he contado. En cambio, debo mencionar en este punto la relación entre los estudios sobre fermentación y la teoría microbiana de la enfermedad. En 1859, Pasteur escribía: «Todo hace pensar que las enfermedades infecciosas deben su existencia a causas parecidas.» Pero antes de adentramos en este punto debemos tratar otros dos temas de la obra de Pasteur: la generación espontánea y la enfermedad del gusano de seda. Ya sabemos que el origen del mundo microscópico no estaba definitivamente aclarado en la primera mitad del siglo XIX. Tanto es así que en 1858 Félix Archiméde Pouchet leyó en la Academia de Ciencias de París un trabajo en el que proclamaba haber conseguido la generación espontánea a voluntad, insuflandoaire en el interior de materia putrescible previamente esterilizada por el calor. Pasteur pronto tomó cartas en el asunto, ya que la aparición fortuita de microbios era incompatible con la especificidad de los microorganismos de la fermentación. Biot y Dumas intentaron que Pasteur desistiera, porque consideraban el tema más polémico que otra cosa, y casi al margen de la investigación científica seria. Pero fue en vano. Pasteur era tozudo e hizo incontables experimentos tomando como punto de partida los que habían hecho anteriormente Schwann, Schróder y von Dusch. En dichos experimentos, el aire calentado, pasado por sosa o sulfúrico o filtrado con algodón no permitía que el agua de carne sufriera putrefacción. Pasteur obtuvo el mismo resultado con recipientes abiertos, simplemente aislados del aire con tubos en forma de cuello de cisne. Ello le indicó que los gérmenes se transmitían por el aire, y que éste estaba más sucio en unos sitios que en otros.

Las discusiones públicas con Pouchet se hicieron célebres, pero hacia 1854 el triunfo de Pasteur era total. Tras la publicación del estudio Sur les corpuscles organisés qui existent dans l'atmosphére. Examen de la doctrine des générations spontanées, Tyndall escribiría: «Rara vez se ha dado tanta claridad, fuerza y cautela, junto con una gran habilidad experimental, como en los ensayos que se describen en ese libro.» En 1872 aún aparecería en Inglaterra un trabajo famoso sobre la generación espontánea. Se trata del extenso libro de Henry Charlton Bastian titulado The Beginning of Life; Being Some Account of the Nature, Modes of Origin and Transformation of Lower Organisms. La controversia llevaría a un mejor conocimiento de las esporas bacterianas, de su resistencia al calor, y de las condiciones de germinación. Las esporas también habían sido estudiadas por Cohn y por Tyndall. Este último puso a punto el proceso hoy llamado tindalización, que a base de calentamientos sucesivos va destruyendo las formas vegetativas producidas por la germinación de las esporas. Por su parte, Pasteur introdujo el uso de un horno a 160° para la esterilización en seco. Mediante difracción de la luz, Tyndall visualizó las partículas suspendidas, y construyó cámaras en las que el aire se mantenía limpio. El resultado práctico de todo ello fue un gran progreso en las técnicas bacteriológicas. Sin embargo, la quimera de la generación espontánea aún hizo una última aparición, y justamente por obra de dos ilustres colegas de Pasteur: Claude Bernard y Berthelot. Este último defendió un artículo póstumo de Bernard a favor de la generación espontánea. «Al leer estas líneas de Bernard — dice Pasteur— experimenté tanta sorpresa como tristeza. Sorpresa porque la mente estricta que tanto me gustaba admirar no estaba ahí en absoluto. Tristeza porque nuestro ilustre colega parece haber olvidado todas las demostraciones experimentales que he hecho hasta ahora. También estoy dolido al darme cuenta de que todo esto ha surgido bajo los auspicios de nuestro ilustre colega M. Berthelot.» Sin embargo, Pasteur recoge el guante, se pone de nuevo a trabajar y demuestra una y otra vez que ni las levaduras ni ningún otro microorganismo se genera espontáneamente. En realidad, Pasteur nunca pretendió demostrar que la generación espontánea fuera imposible. Simplemente dejó bien claro que nadie había sido capaz de demostrar su existencia: «No se conoce ninguna circunstancia en la que se pueda afirmar que los seres microscópicos lleguen a este mundo sin germen, sin antecesores parecidos a ellos mismos.» A veces, reflexionando sobre la implacable antipatía que se tenían August Pi y Suñer y Jaume Ferran, he pensado si no se trataría todavía de un eco de la puñetera pugna entre fisiólogos y microbiólogos, entre Claude Bernard y Louis Pasteur. Dentro de la evolución del pensamiento científico, la creencia en la generación

espontánea no fue eliminada fácilmente. Ya lo has podido ver en esta carta, y en otras anteriores. Aunque disfrazada, la idea de la generación espontánea aún subsiste en la hipótesis de que los microorganismos pueden transformarse unos en otros. He conocido gente de buena fe que nunca pudieron librarse de ese engaño. El monomorfismo radical es sin duda estrecho de miras, pero no hay que hacerse ilusiones. Detrás de un pleomorfista siempre hay una mente que no ha digerido que la diversidad microbiana sea tan antigua como la del resto de los seres vivos, y que por tanto está necesariamente jerarquizada. A petición de Dumas, que era senador, Pasteur se encargó de estudiar una terrible enfermedad que afectaba a los gusanos de seda, pese a su manifiesto desconocimiento del problema. Dicha enfermedad se caracterizaba por la aparición, tanto en la piel del gusano como en su interior, de puntitos que recordaban a los granos de pimienta. De ahí el nombre de la enfermedad: pebrina. Causaba una gran mortandad, y los gusanos que llegaban a desarrollarse totalmente producían poca seda. El problema era complejo, porque en realidad padecían dos enfermedades solapadas: la pebrina y la llamada flacherie o debilidad. Pasteur no llegó a determinar con precisión la etiología de ninguna de las dos, pero las diferenció claramente. La pebrina es causada por un protozoo que tiene un ciclo complicado, mientras que la flacherie todavía no se ha definido con seguridad. Sin embargo, Pasteur logró hacer el diagnóstico precoz, y encontró un método para distinguir los huevos sanos. También determinó cuáles eran las mejores condiciones para evitar el desarrollo de ambas enfermedades, y llegó a ser un experto criador de gusanos de seda. La mayor parte de las investigaciones se hicieron cerca de Alais, uno de los centros más importantes de la industria de criadores de gusanos de seda, y la campaña duró cinco años. El laboratorio de Pont Gisquet era una auténtica planta experimental para la cría de gusanos de seda, y la familia Pasteur al completoestuvo comprometida en la empresa. Pasteur desarrolló un nuevo sistema de cría de gusanos de seda, que él mismo puso en práctica, y sobre el que adiestró a todos aquellos que solicitaron su ayuda. Topó con muchos incrédulos y oponentes, que combatió incansablemente y con pasión. «Usted no sabe nada de mis trabajos, de sus resultados, de los principios que han permitido establecer, ni de sus consecuencias prácticas. No ha leído casi nada al respecto, y lo que ha leído no lo ha entendido.» En 1869, la Comisión de la Seda de Lyon le pidió una muestra de huevos garantizados. Pasteur les envió un lote de huevos sanos, un lote que moriría de pebrina, uno que moriría de flacherie, y otro que sufriría una u otra enfermedad. Añadió una nota que decía: «Me parece que la comparación entre los resultados de estos lotes ilustrará a la Comisión acerca

de ciertos principios que he establecido, con más fuerza que el simple envío de una muestra sana.» Pocos meses más tarde la Comisión reconocería el acierto de todas las predicciones de Pasteur. Para Pasteur, el estudio de las enfermedades del gusano de seda constituyó una magnífica iniciación al estudio de las enfermedades infecciosas. Fue plenamente consciente de ello, y en adelante recomendaba a sus colaboradores nuevos: «Leed los estudios sobre gusanos de seda; creo que serán una buena preparación para los trabajos de investigación que vamos a emprender.» Los grandes éxitos posteriores de Pasteur están relacionados con el origen microbiano de las enfermedades infecciosas y con la vacunación. Estudió especialmente el carbunco, el cólera de las aves, la erisipela del cerdo, la fiebre puerperal, la fiebre séptica y la rabia. Con este último tema adquiriría su máxima fama, y popularidad mundial. Por otra parte, los trabajos de Pasteur sirvieron de base a otros descubrimientos y progresos, que otros científicos llevarían a cabo en muy poco tiempo. Por ejemplo, aun siendo pionero en el campo de la vacunación, Pasteur prácticamente no salió del uso de vacunas vivas atenuadas. La inmunidad a las toxinas de la difteria y el tétanos se descubrió durante su vida, y en cierto modo puede considerarse una consecuencia lógica de su descubrimiento de la toxina del cólera de las gallinas. Podía haber intentado inmunizar con bacterias muertas, pero eso lo harían Salmon y Smith en 1889. También son de Pasteur las primeras observaciones sobre antagonismo entre saprófitos y patógenos, así como la idea de aprovecharlo para combatir a los agentes infecciosos. La idea del origen microbiano de las enfermedades fue costosa de introducir entre los médicos de la época, y no fue aceptada fácilmente. Fue un fenómeno parecido al que he descrito antes sobre el origen microbiano de la fermentación y la putrefacción. Por un lado resulta sorprendente, puesto que ya se conocían enfermedades parasitarias, como la sarna (producida por un ácaro) y la tiña (debida a la invasión de la piel por hongos), Además, en muchos casos se había descrito la presencia de microbios en los tejidos enfermos. Sin embargo, se consideraba una consecuencia, más que una causa. Desde Wirchow, la enfermedad era vista como una alteración de las células de los tejidos corporales como consecuencia de una transformación fisiológica. Hubo ciertamente excepciones: por ejemplo, Davaine (1812-1882) fue el primero en demostrar la presencia de bacterias en la sangre de animales muertos de carbunco, y suposo que eran la causa de la enfermedad. Sin embargo, ni siquiera los magistrales trabajos de Koch y de Pasteur evitaron que la

discusión continuara durante muchos años. Una de las polémicas más interesantes que puedo contarte es tal vez la que sostuvieron Max von Pettenkofer y Robert Koch a propósito del cólera. El primero creía que lo que tenía importancia era el «terreno»; el germen era imprescindible para causar la enfermedad, pero en un segundo lugar. Estaba tan convencido que decidió hacer un ensayo consigo mismo. El 27 de octubre de 1892, von Pettenkofer ingirió una gran cantidad de vibrión colérico, cultivado a partir de un aislado procedente de un caso mortal de la epidemia que asolaba Hamburgo. Se lo tomó en las condiciones que Koch consideraba óptimas para el contagio: en ayunas y con el jugo gástrico neutralizado con bicarbonato. Sólo padeció una ligera diarrea, pese a que en las heces se pudo demostrar una gran proliferación del microorganismo. Poco más tarde, Emmerich y Metchnikoff, dos futuros grandes microbiólogos, repitieron el experimento con idéntico resultado. Con ello se demostró que la enfermedad infecciosa y la epidemia eran cosas más complicadas de lo que se suponía. De lo que no queda duda es del coraje de von Pettenkofer. Hay que señalar que en aquella época ese tipo de actos se pusieron de moda, y más de uno pagó con su vida el intento de demostrar que el agente sospechoso era efectivamente la única causa de la enfermedad. Desde luego, es conmovedor. Pero ya sabes que hoy también hay quien se inmola a lo bonzo, a veces sin ton ni son. Es difícil encontrar un límite a lo que el hombre puede llegar a hacer llevado por la obcecación. A veces incluso parece que la causa en sí no es lo más importante. Los estudios de Pasteur sobre la generación espontánea contribuyeron a la invención de la cirugía aséptica. Joseph Lister (1827-1912) fue un gran cirujano – tal vez el más grande después de Hunter– y empezó a desarrollar dicha técnica en 1864. En 1879, desde Edimburgo, escribía a Pasteur: «Permitidme rogaros que aceptéis un escrito que os envío en el mismo correo acerca de unos experimentos acerca del problema que tanto habéis contribuido a esclarecer: la teoría microbiana de los cambios fermentativos. Me halaga pensar quepodáis llegar a contemplar con algún interés lo que he escrito sobre organismos que fuisteis el primero en describir en vuestra Mémoire sur la fermentation appelée lactique' . Ignoro si los anales de la cirugía británica han llegado a vuestras manos, pero de ser así habréis podido ver periódicamente los progresos del tratamiento antiséptico que he ido perfeccionando a lo largo de nueve años. Permitidme aprovechar esta oportunidad para expresaros mi agradecimiento

por haberme demostrado, gracias a vuestras admirables investigaciones, la veracidad de la teoría microbiana de la putrefacción, y haberme facilitado el principio sobre el que descansa únicamente el sistema antiséptico que he desarrollado. Si alguna vez visitáis Edimburgo, creo que os complacerá ver en nuestro hospital de qué modo tan extendido se ha beneficiado la humanidad de vuestros trabajos.» Pasteur fue un hombre ejemplar. Representa el paradigma de las virtudes preconizadas por la burguesía: el trabajo, la familia y la patria. ... Je vous le recommande encore: travaillez. Une fois que l'on est fait au travail, on ne peut plus vivre sans lui. D'ailleurs, c'est de lá que dépend tout dans ce monde... Louis Pasteur fue un hijo admirable, y las numerosas cartas que podemos leer entre él y su padre son de una nobleza y sencillez conmovedoras. El padre de Pasteur, antiguo suboficial de Napoleón, era un modesto curtidor. A su muerte, acaecida en 1865, su hijo, ya famoso, pudo decir de él: Ce qu'il y eut de touchant dans son affection pour moi c 'est qu'elle ne fut jamais mélée d'ambition. 11 m'aurait vu avec plaisir régent du collége d'Arbois, pueblo en el que vivía, y en el que Pasteur creció. Hacia su madre y sus hermanas, y más tade hacia su mujer y sus hijos, encontramos el mismo testimonio permanente de una cálida atmósfera sin reservas. Lo mismo podría decirte de la consideración que siempre tuvo hacia sus maestros: Dumas, Biot, Balard. Su relación con sus discípulos es más difícil de analizar en pocas palabras. Evidentemente era exigente y un poco distante, pero el hecho es que todos lo adoraban. Pasteur era un patriota apasionado. En 1869 fue nombrado Doctor en Medicina por la Universidad de Bonn. El 18 de Enero de 1871, tras la guerra francoprusiana, devolvería el diploma con un escrito que decía:

La vue de ce parchemin m'est odieuse, et je me sens offensé de voir mon nom, avec la qualification de Virum Clarissimum dont vous le décorez, se trouver placé sous les auspices d'un nom voué désormais á l'éxecration de ma patrie, celui de Rex Guilhelmus. Pasteur estaba en contra del cientifismo de finales de siglo, convencido de la existencia de algo más allá de lo que es asequible al método científico, pero tenía muy claro que el progreso científico es inconcebible en el marco de un sistema cualquiera. Hay que estar siempre preparado para admitir que las cosas son diferentes de lo que habíamos supuesto, o de como uno cree que deberían ser.

Para Pasteur, el buen método científico reside en último término en someterse al objeto: los hechos físicos deben ser aceptados como tales, los hechos morales como tales, y los hechos religiosos como tales. Louis Pasteur nació el 27 de diciembre de 1822 en Dole, y murió en Villeneuve l'Étang el 28 de septiembre de 1895. Sus restos reposan en la cripta del Institut

Pasteur en París. Su epitafio reza: Heureux celui qui porte en soi un dieu, un idéal de beauté et qui lui obéit: idéal de l'art, idéal de la science, idéal de la patrie, idéal des vertus de l'Évangile. Afectuosamente,

51. LA CRISIS DE LA FÍSICA TEÓRICA

Begues, 2 de febrero de 1985 Querida Nuria: La Física del siglo XIX llegó a entender prácticamente todos los fenómenos perceptibles en nuestro entorno. De ahí que la atención de los científicos se fuera centrando cada vez más en fenómenos que están más allá de nuestra experiencia corriente, y que sólo se ponían de manifiesto mediante experimentos cada vez más delicados. Se perfeccionaron y multiplicaron los instrumentos de medida, y la técnica experimental se hizo cada vez más imaginativa y más precisa. Se empezaron a estudiar fenómenos de cuya existencia el hombre de la calle ni siquiera tenía noticia. El progreso del conocimiento tuvo y sigue teniendo lugar por medio de dos vías simultáneas que han de encajar a la perfección. Por un lado, el experimentador ha de llegar a unas leyes empíricas exactas; por otro, el teórico ha de obtener el mismo resultado a partir de conceptos abstractos. Éstos últimos acabarán originando un mundo que ya no está al alcance de nuestros sentidos, pero que responde satisfactoriamente al análisis de los hechos de observación. En nuestro siglo, el mundo de la Física teórica ha reavivado el interés por viejos problemas filosóficosque ya parecían negligibles para el hombre de ciencia, y que hemos discutido en cartas anteriores al tratar los antecedentes de la revolución científica. Tras la publicación del libro de John Dalton (1766-1844) titulado A New, System of Chemical Philosophy, la existencia de átomos y moléculas quedó

sólidamente establecida. El estudio cuantitativo de las reacciones químicas llevaría a medir el pese atómico relativo. Más tarde, mediante experimentos directos, sería posible determina] el peso absoluto y las dimensiones de los átomos individuales, así como el número de átomos que hay en un centímetro cúbico de materia. La teoría cinética de los gases se desarrolló en la segunda mitad del siglo XIX Según ella, un gas está constituido por un número muy alto de moléculas er rápido movimiento. La presión ejercida por el gas sobre las paredes del recipiente que lo contiene se debe a la colisión de sus partículas con las paredes, y la temperatura del gas mide su agitación media, que aumenta con la temperatura. Las propiedades de los estados líquido y sólido de la materia se deben a una mayor proximidac entre las moléculas. La teoría molecular de la materia dio una explicación adecuada del calor. Er contra de lo que se había propuesto, no se trataba de un fluido sino simplemente del grado de agitación molecular. Si ponemos en contacto dos cuerpos a diferente temperatura, las moléculas con movimiento más rápido del cuerpo más caliente chocarán, en el límite entre ambos, con las más lentas del cuerpo más frío, y una parte de la energía cinética del primero se transmitirá al segundo. Ello proseguir hasta llegar a un estado de equilibrio en el que las moléculas de los dos cuerpos tendrán la misma energía cinética media. Los dos estarán a la misma temperatura y habrá terminado el «flujo de calor» del más caliente al más frío. Viendo de este modo la naturaleza del calor, forzosamente se deduce la existencia de una temperatura que será la más baja posible, un cero absoluto en el que todas la: moléculas permanecerán inmóviles. Ello fue establecido por William Thompson más tarde lord Kelvin (1824-1907), que tendría el acierto de relacionarlo con la cantidad de trabajo que puede realizar una máquina térmica, que no sólo depende de la diferencia de temperatura entre la parte fría y la parte caliente, sino también del valor absoluto de cada una de ellas. El átomo se consideró portador de todas las características de cada elemento No obstante, al intentar averiguar porqué dichas características variaban entre unos átomos y otros, surgió la duda de si el átomo era realmente tan indivisible como su nombre indicaba. En ello también influyó el progreso en los conocimiento acerca de los fenómenos eléctricos, especialmente la corriente voltaica y 1 electrólisis. Sobre todo tras los estudios de Michael Faraday (1791-1867), se vio que había una especie de atomicidad de la carga eléctrica parangonable a la de la materia. Por ejemplo, el fluido eléctrico negativo podría estar constituido por una corriente de partículas con electricidad negativa, llamadas electrones. De hecho,

se logró extraer electrones de la materia, y medir tanto su carga absoluta (R. A. Millikan, 1911) como su carga específnca (W. Thompson, 1897), lo que permitió determinar igualmente su masa. Ésta resultó ser pequeñísima, unas dos mil veces menor que la del átomo de hidrógeno. A comienzos de siglo, los físicos llegaron a la conclusión de que la electricidad positiva se encontraba igualmente en corpúsculos, que ahora llamamos protones. Fue entonces cuando resultó tentador plantear que los átomos podían estar constituidos por diferentes agrupaciones de electrones y protones. La idea cobraría fuerza con los geniales trabajos experimentales de lord Rutherford (1911) y los de tipo teórico de Niels Bohr (1922), pero eso es otra historia, y queda fuera del propósito de estas cartas. De todos modos, no puedo dejar de hacer constar un aspecto de esta cuestión que me parece apropiado para completar esta visión general del final del siglo XIX por lo que respecta al conocimiento de la materia. Para desarrollar satisfactoriamente su teoría del átomo, Bohr tuvo que introducir una idea extraña, inspirada en la entonces reciente teoría de los cuantos de Max Planck (1900). Dicha teoría había puesto de manifiesto que tanto la emisión como la absorción de luz sólo podían tener lugar en múltiplos de unidades discretas de energía o «quanta». Si bien el electrón, cuando viaja libremente, se comporta de acuerdo con las previsiones de la Mecánica clásica para una partícula con una determinada masa y carga eléctrica, cuando se mueve en torno a un núcleo atómico sólo puede realizar determinados movimientos, que se designaron como «cuantificados». Ello ha resultado ser la base de todas las propiedades de los átomos, pero es incomprensible dentro del mundo de la Física clásica. La luz, que puede viajar a gran velocidad a través de espacios inmensos y vacíos, es una realidad independiente de la materia. Tras los trabajos de Thomas Young (1773-1829) y sobre todo de Auguste Jean Fresnel (1782-1827), la teoría corpuscular de la luz sería definitivamente abandonada a favor de la teoría ondulatoria que, como ya sabemos, había sido propugnada por Huygens en el siglo XVII. Valiéndose de esta última, se dio una explicación rigurosa a todos los fenómenos luminosos conocidos, incluidas las interferencias, la difracción y la polarización, que eran totalmente incompatibles con la hipótesis corpuscular de Newton. Como la luz se propaga en el vacío, Fresnel imaginó la existencia de unaespecie de medio sutil, el éter, que impregnaría todos los cuerpos materiales llenaría los espacios vacíos y serviría de soporte a las ondas luminosas.

La luz blanca, como la que emiten los cuerpos incandescentes, está formad por la superposición de una sucesión continua de luces simples de colores, qu varían progresivamente, y con transiciones indetectables, desde el rojo al violeta Ello constituye el llamado «espectro». La teoría ondulatoria de la luz ha permitid caracterizar cada tipo de luz por medio de una longitud de onda. Dichas longitudes d onda se pudieron determinar perfectamente por medio de fenómenos de interferencia De este modo sabemos que el espectro visible va de 400 a 800 nanometros. La teoría de las ondas, pese a sus grandes éxitos en el plano experimenta topó con enormes dificultades en el campo teórico. Los grandes físicos teóricos d la segunda mitad del XIX –Poisson, Green, MacCullagh, F. Neumann y más tard lord Rutherford, C. Neumann, lord Rayleigh y Kirchhoff– intentaron sin éxil elaborar una teoría mecánica que explicara las vibraciones del éter. Sin embargo hacia 1870 la concepción ondulatoria se desarrolla de un modo completameni nuevo, a costa de renunciar totalmente a su representación intuitiva. En esa época. James Clerk Maxwell (1831-1879), ahondando en una idea de Faraday, crea 1 teoría electromagnética. La teoría de Maxwell se basa en el concepto de campo electromagnético, irreductible a un estado de éter. De hecho, Maxwell mostró que la luz puede ser incluida en una categoría de fenómenos más generales: h perturbaciones electromagnéticas. Gracias a la genial visión de Maxwell, la óptica fue fagocitada por el electromagnetismo. A finales de siglo, la interacción entre luz y materia se convirtió en r espectáculo lleno de patetismo. H. A. Lorentz (1853-1928) desarrolló su teor matemática del electrón, y la ley de interacción de los electrones con el campo electromagnético, pero ni la teoría electromagnética de Maxwell ni la electrón( de Lorentz servían para explicar la distribución de energía en el espectro. Pa resolver el problema, Planck introdujo la idea, radicalmente nueva, de que materia sólo puede emitir energía radiante en cuantos iguales a hv, siendo frecuencia emitida, y h una nueva constante universal. El mismo autor trató de explicar que, aunque la emisión de luz fuera discontinua, no ocurriría lo mismo con su absorción por la materia (Zweite Fassung der Quantentheorie). Fue fracaso. Poco después, Albert Einstein, al explicar el efecto fotoeléctrico, most que había que volver a la hipótesis inicial de Planck (Erste Fassung). Había qi llegar a una especie de compromiso: los intercambios de energía entre materia

radiación se pueden explicar desde el aspecto corpuscular, pero para entender la propagación libre de la luz hay que recurrir a la teoría ondulatoria. La física teórica de nuestro tiempo, tras el espectacular éxito de la física clásica, parte de la crisis originada por la estructura atómica y por la doble naturaleza de las radiaciones, que he intentado esbozar en los párrafos precedentes. Hay que reconocer que en lo que llevamos de siglo los avances han sido fascinantes, pero quedan al margen de nuestro objetivo. El desacuerdo entre determinados datos experimentales de gran sutileza y la teoría física también dio lugar a la Relatividad. En este caso, el problema fue la imposibilidad de medir el movimiento absoluto de la Tierra con respecto al éter. La mecánica clásica enseña que mediante la observación no se puede saber si un observador está en reposo o en movimiento uniforme y rectilíneo con respecto al conjunto de estrellas fijas. Pero en los fenómenos ópticos la cosa es diferente. Según la teoría electromagnética, los campos eléctricos y magnéticos que se propagan en el espacio han de tener el éter como soporte, pero no hubo manera de determinar la naturaleza del éter. Sin embargo parecía que, si el éter exisitiera realmente, los fenómenos electromagnéticos y ópticos no podrían producirse del mismo modo para un observador que estuviera inmóvil con respecto al éter y para uno que estuviera en movimiento. Ahora bien, cuando Michelson y Morley intentaron medir el movimiento de la Tierra con respecto al éter, hallaron que el viejo planeta estaba inmóvil, lo cual es obviamente absurdo. Inicialmente se propusieron explicaciones poco satisfactorias, como la llamada contracción de Fitz-Gerald, pero fue Einstein quien resolvió el problema en 1905. Para observadores dotados de un movimiento de traslación uniforme unos con respecto a otros, todos los fenómenos de la naturaleza, tanto ópticos y electromagnéticos como mecánicos, obedecen a las mismas leyes, de modo que ninguno de los observadores puede detectar su propio movimiento de traslación haciendo observaciones desde dentro del sistema. Todos tienen el mismo derecho a considerar que están en reposo absoluto. De este «principio de la relatividad» Einstein dedujo, gracias a un penetrante análisis, que las coordenadas de espacio y tiempo empleadas por cada observador están relacionadas entre sí por fórmulas de transformación

conocidas como

«transformación de Lorentz». Más tarde, dichas relaciones fueron consideradas por Minkowski como un continuo de cuatro dimensiones: el universo o el espacio-tiempo. En todas las fórmulas relativistas, el espacio y el tiempo tienen

un papel totalmente simétrico. Entenderlo queda al margen de nuestra intuición, ya que para ella las variables de espacio pueden tener dimensiones diversas, pero el tiempofluye siempre en la misma dirección. ¿Y con el éter qué ocurre? ¡No se habla más de él, y es una lástima! ¡Es tan bonito todo lo que es intuitivo y a la vez misterioso! El éter fue sustituido por algo mucho más fastidioso, quizá mucho más claro perc completamente abstracto. Una consecuencia importante de la teoría de la relatividad es el concepto de inercia de la energía, según el cual a toda cantidad de energía W está asociada una masa W/c2, siendo c la velocidad de la luz. Por tanto, si dicha cantidad de energía tiene una velocidad y, también tendrá una cantidad de movimiento W/c2 x v. El principio de la relatividad también implica modificaciones en la mecánica clásica del punto material, y de modo general nos dice que la mecánica clásica no es válida para cuerpos dotados de grandes velocidades. Las fórmulas de la mecánica

relativista

han

sido

repetidamente

verificadas

en

el

terreno

experimental, pon ejemplo en los experimentos de Guye y Lavanchy. En su forma inicial, la teoría de la relatividad no comparaba las coordenada: de espacio y de tiempo más que para observadores en movimiento rectilíneo uniforme. Más tarde Einstein elaboraría la relatividad generalizada, que ha: proporcionado una explicación de la gravitación. Está claro que para entender la Relatividad hay que profundizar en el tema. S sólo la contemplas superficialmente, quizá llegues a la chocante conclusión que, después de la Relatividad, ya no sabemos dónde estamos, ni dónde vamos, n qué hora es. Ello sería lamentable. Lo que he escrito hoy me recuerda mucho las trifulcas intelectuales de rni juventud. Incluso di algunas conferencias sobre estos temas, en los ya lejanísimo años cuarenta, en el apogeo de la dictadura franquista. Luego me interesaron má los microbios, y de hecho son el único campo en el que he podido profundizar u poco. De forma totalmente subjetiva, para mí el final de la Historia de la Cienci se sitúa en aquella época, aunque lo que yo pudiera atisbar entonces correspondier en realidad a la ciencia de veinte o treinta años antes. Afectuosamente, 52. CONCLUSIÓN

Begues, 10 de febrero de 1985

Querida Nuria: He llegado al final de mi historia. Me alegra haber podido cumplir lo que te prometí hace casi dos años. Por otra parte, una media de una carta cada dos semanas no está nada mal. En cambio, tengo mis dudas de si he sabido darte una visión coherente de la Historia de la Ciencia, y de si estas cartas han logrado mantener tu atención suficientemente despierta como para enriquecer tu vida intelectual. Está claro que estas cartas no constituyen una Historia de la Ciencia propiamente dicha. Son más bien una recopilación ordenada de reflexiones sobre los orígenes de la ciencia moderna, hechas desde su contexto actual. Cada cuarenta o cincuenta años podrían escribirse de nuevo. Por desgracia, es poco probable que yo pueda volver a hacerlo, pero tú quizá sí que podrías, añadiendo tus propios puntos de vista. La Ciencia es una de las grandes adquisiciones del pensamiento. En su totalidad y profundamente, nadie puede dominarla. Nos hemos de contentar con una visión general, que siempre es muy superficial, y que se aprende igual que cualquier otra cosa que se pueda meter en un libro. Un científico sólo llega a serlo con la práctica intensa de la investigación en un área concreta y en contacto con otros científicos. La pura erudición, además de estéril, siempre es propensa a enmarañarse, y a acabar sin entender nada. El trabajo científico sólo puede ser comprendido enteramente por otros científicos, aunque no sean exactamente de la misma especialidad. Quizá algún día las cosas cambien, pero por ahora es así. Por otra parte, conviene tener en cuenta que dentro de la comunidad científica hay niveles muy diferentes, y por supuesto personas de lo más negado, igual que en cualquier otra colectividad. Me resulta estimulante pensar que, durante el tiempo en que te he escrito estas cartas, puedas haber aprendido una serie de cosas, al margen de lo que hayas ido profundizado en tu trabajo de investigación. Nadie está, por supuesto, en la mente de otra persona, pero me agrada saber que tú y yo nos movemos en el mismo mundo, y que potencialmente podemos llegar a entender las mismas cosas. Por supuesto, también nos interesan y nos seguirán interesando cosas que no son científicas, pero esas son más difíciles de compartir. En las personas hay muchos niveles, incluido lo irracional e impercetible, pero en ciencia todo ha de ser objetivo, verificable y reproducible. Por eso se puede comunicar, y compartir. La Historia de la Ciencia no ha hecho más que empezar. Si hubieran pasado dos siglos, el contenido de las cartas que vendrían a continuación no es en absoluto

previsible. Como sabes, estoy lejos de los que creen que la última consecuencia de la revolución científica pueda ser el holocausto de la humanidad en una guerra nuclear, la destrucción de la Tierra y la guerra de las galaxias, la extinción de la especie humana y su sustitución por robots, o simplemente el «mundo feliz». Todo eso son tonterías, y tienen la misma verosimilitud que las imágenes absurdas y monstruosas de los extraterrestres de la ciencia-ficción. Todo es consecuencia del miedo, de la desconfianza del hombre hacia el hombre y de la ignorancia, o alternativamente de la explotación deliberada de esas amenazas. Son cosas mucho más antiguas que la ciencia, y siempre han funcionado del mismo modo. Creo que es tan aventurado predecir el futuro de la Ciencia como su repercusión sobre la vida humana. Dedicarse de lleno a la actividad científica es apasionante, mucho más de lo que imagina la mayoría de la gente. Mira, por ejemplo, cómo Pasteur describió los inicios de su trato con Biot, cuarenta años mayor que él: «Me llamó para que repitiera ante su vista los diferentes experimentos, y me dio una muestra de ácido racémico que había examinado previamente, y que había comprobado que era completamente inactivo bajo la luz polarizada. Lo preparé delante de él, y también la sal doble de sodio y amonio, para lo cual me dio la sosa y el amoníaco. El líquido para la evaporación se dejó en una de las habitaciones de su laboratorio y, cuando ya se habían separado entre treinta y cuarenta gramos de cristales, me citó de nuevo en el Colegio de Francia para que pudiera recoger los cristales dextrógiros y levógiros delante de él y los separara por sus características cristalográficas, pidiéndome que verificara la afnrmación de que los cristales que colocaba a su derecha desviarían la luz a la derecha, y los otros a su izquierda. Hecho esto, me dijo que él se encargaría del resto. Preparó las soluciones haciendo las pesadas con cuidado y, cuando iba a ponerlas en el polarímetro, me llamó otra vez. Puso en primer lugar la solución más interesante, la que yo suponía que desviaría el plano de polarización hacia la izquierda. Antes de hacer la lectura, a primera vista y sólo por el color que daban las dos placas en el campo del polarímetro de Soleil, se dio cuenta inmediatamente de que había una intensa levorrotación. Entonces el ilustre anciano, que estaba visiblemente emocionado, cogió mi mano diciendo: 'Mon cher enfant, j'ai tant aimé les Sciences dans ma vie que cela me fait battre le coeur'.» A mi historia sólo le falta una moraleja, como en los cuentos de la época en que tus hermanos y tú érais niños. Se me ocurre aquello que Gil Blas dedicó al lector de la historia de su vida. Los dos estudiantes que se detuvieron junto a una fuente, y por casualidad se dieron cuenta de que a ras de suelo había una losa

con unas cuantas palabras grabadas. Después de limpiarla pudieron leer: «Aquí está enterrada el alma del licenciado Pedro García». Ya sabes que uno se lo tomó a broma y continuó su camino. El otro, en cambio, se quedó allí para levantar la losa. Encontró una bolsa de cuero que contenía cien ducados y un escrito en latín con estas palabras: «Sé mi heredero, tú que has tenido suficiente ingenio como para descifrar el secreto de la inscripción, y usa mi dinero mejor de lo que lo hecho yo.» El estudiante, muy satisfecho con aquel hallazgo, retomó el camino de Salamanca con el alma del licenciado, etc., etc. Afectuosamente,

Las cartas que siguen, escritas más tarde y de forma ocasional, corresponde a otra época de la vida, tanto por lo que se refiere a la destinataria como al propio autor. Éste, hacia el final de su carrera, aquélla, hacia la mitad de la suya. Ur viene inexorablemente detrás de la otra. De algún modo, estas cartas sc continuación de la historia que hemos seguido hasta aquí. 53. DETERMINISMO, PROBABILIDAD E INCERTIDUMBRE

Begues, 15 de enero de 1987 Querida Nuria: En una carta fechada el 10 de febrero de 1985 daba por terminada la Historia d la Ciencia que te había prometido. De todos modos, estaba seguro de que ese tipo de comunicación entre tú y yo tendría algún tipo de continuidad. Ocasiones no habían c faltar, pero la verdad es que han pasado casi dos años. Finalmente, aquí tienes un nueva carta. Espero que también te sirva para rememorar un poco la ristra de cartas que te envié, desde los antiguos griegos a la Relatividad y los quanta. También recordarás que a finales de 1985, durante las fiestas de Navida( hablamos largamente de un coloquio que se había celebrado en el Teatro-Muse Dalí de Figueres, que había tenido un gran eco y al que lamentablemente no habn podido asistir. Los ponentes eran P. T. Landsberg, G. Ludwig, R. Thom, 1 Schatzman, R. Margalef e I. Prigogine. Un matemático, un físico, otro matemático una astrofísico, un ecólogo conocido nuestro, y un químico premio Nobel e 1977. Todos ellos figuras de peso indiscutible. El tema era el determinismo y indeterminismo en la ciencia moderna. Más o menos al cabo de un año se ha publicado todas las ponencias y discusiones y, en la Navidad que acabamos d pasar Margalef me ha regalado el librito correspondiente. Después de leerlo, ni ha

parecido que, en nuestra historia, de este tema habíamos hablado muy poco superficialmente, casi a hurtadillas. Me gustaría hacerlo ahora, para hacer mas explícito lo que en su día comentamos acerca del coloquio, y sobre todo pan bosquejar mi opinión personal acerca del alcance del método científico Naturalmente, en el coloquio se trataron y discutieron muchas cosas que renunci a comentarte, en parte porque quedan lejos de donde llegan mis luces. Ya sabes que Galileo fundamentó la física en experimentos ingeniosos y e matemáticas. Al hacerlo, en seguida se dio cuenta de que tenía necesidad c introducir una nueva forma de medir el tiempo (diferente, huelga decirlo, c nuestra forma de estimación subjetiva). Ello exigía disponer de procesos repetitivo es decir, diferentes de fenómenos irregulares como el tiempo atmosférico o el batir del oleaje. Habían de ser repetitivos y periódicos. En la naturaleza existen procesos de este tipo que son muy fiables, como la rotación de la Tierra, pero no son apropiados para medir tiempos cortos. El pulso resultó útil a Galileo, pese a sus irregularidades, pero de todos modos se generalizó el interés por encontrar o fabricar nuevos procesos reproducibles que superaran ampliamente a las clepsidras, los relojes de arena, los de Sol o los de balancín. De ahí la gran importancia que tuvo el descubrimiento del péndulo, con el que se inicia la relojería moderna. Hoy se ha llegado mucho más lejos, y se han construido máquinas que reproducen periodos iguales con una precisión tan grande que el margen de error no llega a sobrepasar 1/1014 de segundo. El interés de los procesos reproducibles, sin embargo, no queda reducido a la construcción de relojes, dado que también repercute directamente sobre la capacidad de hacer máquinas fiables y precisas con diversas finalidades prácticas. A nadie le gustaría utilizar, por ejemplo, un automóvil sin estar bien seguro de que su comportamiento es altamente reproducible. Corno ya te he indicado anteriormente, el desarrollo de la mecánica, que primero hizo Newton y luego Lagrange y Laplace, puso en nuestras manos una bellísima teoría que puede describir a la perfección diversos procesos predecibles, tanto naturales como artificiales. Un ejemplo de los primeros es el sistema planetario. En cambio, la mecánica clásica no resultó tan adecuada para la descripción de otros fenómenos, como el tiempo atmosférico o el simple movimiento del agua en un surtidor. En cualquier caso, los éxitos de la mecánica fueron tan impresionantes que generaron la convicción de que toda la evolución temporal estaba determinada por el principio de causalidad. De hecho, este principio estaba considerado, sobre todo después de la filosofía de Kant, como una idea innata del hombre, igual que las de espacio y tiempo. Conviene darse cuenta

de que se trataba de una estructura filosófica superpuesta. En realidad, lo que teníamos a nuestra disposición era una mera teoría útil para describir muchos procesos predecibles, por más que la generalización filosófica concomitante favoreciera la extensión de dicha teoría a otros campos de la física, como el de los fenómenos electromagnéticos. Es decir, como quien no quiere la cosa, pasamos de la mecánica newtoniana a la física newtoniana. Fue un gran éxito, y hoy, en nuestra vida cotidiana, usamos un número enorme de procesos mecánicos y electromagnéticos, de los que nos resultaría muy difícil prescindir. Hecha esta pequeña sinopsis de la ciencia llamada determinista, conviene que te des cuenta de que su capacidad de predicción es extraordinaria, pero de ningún modo ilimitada. Permite hacer cálculos enormemente precisos de los eclipses solarescon cientos de años de antelación, predecir las mareas con fiabilidad absoluta, y hasta poner hombres en la Luna y luego devolverlos a la Tierra. Pero, como te he dicho, también podemos encontrar resquicios de incertidumbre, incluso en fenómenos muy sencillos. Un caso muy conocido es el del péndulo colocado hacia arriba, sobre la vertical del punto de suspensión. Si se desplaza mínimanente a la derecha o a la izquierda, cae y vuelve a su posición de equilibrio estable. Si tomamos todas las precauciones posibles para dejarlo exactamente sobre la vertical en el punto más alto, cae hacia un lado o hacia el otro, y la alternativa tiene un 50% de probabilidad. Es decir, haciendo muchos ensayos para dar con el punto de equilibrio inestable, encontraremos un número más o menos igual de caídas hacia la derecha y hacia la izquierda. En la física clásica hay muchas situaciones como ésta, en las que no se puede establecer una predicción fiable, dada la existencia de un punto crítico en el que el error más leve produce efectos diferentes. En estos casos se ha introducido el concepto de probabilidad para poder hacer una predicción. La predicción concreta se sustituye por la frecuencia reproducible. Naturalmente, ello exige repetir muchas veces el mismo experimento. La física clásica ha aplicado ampliamente la probabilidad, como ocurre en la mecánica estadística. En los sistemas constituidos por muchas partículas en movimiento, como los gases, podemos conocer la probabilidad de encontrar una partícula dentro de un intervalo dado de velocidades, pero no podemos saber cuál es la velocidad de una partícula individual en un momento determinado. Algo parecido pasa con la predicción del tiempo. Para un lugar en el que pueda llover o no, el meteorólogo no puede ir más allá de una probabilidad, es decir, de una cuantificación de su propia expectativa. De hecho, el método científico resulta aplicable tanto a la predicción puramente determinista como a la probabilista.

El problema de las probabilidades en el conocimiento científico reside en la duda de si la indeterminación es consecuencia de una limitación práctica o se debe a la ignorancia de determinadas leyes. Tanto en un sentido como en otro se podrán hacer progresos. Ahora bien, en algunos casos el problema es intrínseco, es decir, nos hallamos ante un indeterminismo radical. Así ocurre en la mecánica cuántica, y en algunas interpretaciones —no todas— de la teoría de la relatividad. Es posible que esta situación sea transitoria. De no ser así, el propio indeterminismo que presupone no pasaría de ser una simple convicción filosófica, como lo es el propio determinismo. El conocimiento científico busca constantemente aumentar nuestra capacidad de predicción, y las limitaciones actuales tal vez sean superadas en el futuro. Lo que está claro es que todo aquello que sea absolutamente aleatorio caerá fuera del campo de la ciencia. Hoy por hoy, la ciencia trata de hechos predecibles y de hechos probables. Conviene darse cuenta de que los propios hechos pueden ser a la vez de uno u otro tipo. Por ejemplo, puede haber un 30% de probabilidad de que mañana llueva en un determinado sitio, pero en ese mismo lugar está absolutamente claro si ayer llovió o no. El «ahora» es un punto clave para el conocimiento científico, que con frecuencia separa dos conjuntos asimétricos: el pasado, constituido por hechos determinados, conocidos o no, y el futuro, formado por hechos que pueden ser predecibles o probables. Naturalmente, también puede haber hechos totalmente nuevos. En algunos casos, como en la paleontología, aun tratándose del pasado, la mayor parte de los conocimientos son probables y otros, aunque sean más que eso, no podremos comprobarlos nunca. No quiero ocultarte que éste es mi punto de vista sobre la ciencia determinista, y leyendo las actas del coloquio he podido comprobar que es una postura adoptada por científicos de gran valía, aunque no sé si por todos. Hay que tener en cuenta que, cuando se trabaja a escala atómica, aparece el principio de incertidumbre establecido por Heisenberg en 1927, que es fundamental para la mecánica cuántica. No podemos medir con precisión dos variables asociadas a una partícula como la posición y la cantidad de movimiento. Por este motivo, parece que a los físicos cuánticos les preocupan cuestiones profundas acerca del limite del conocimiento científico. Sin embargo, estas cuestiones carecen de importancia para una gran parte de la física, que puede seguir avanzando sin tenerlas en cuenta. Es parecido al problema creado por el principio de indecidibilidad, formulado por Gódel en 1931: hay afirmaciones matemáticas que son verdaderas pero que nunca se podrán demostrar. Sin embargo, hay otras que podrán

demostrarse. Naturalmente, el principio de Gódel tampoco invalida nada de lo que se había demostrado en el pasado. Además, parece que las afirmaciones indecidibles de Gódel sólo se pueden encontrar en ciertas regiones extremas de la matemática. Sea como fuere, hay que admitir que uno y otro tipo de incertidumbre nos hacen pensar en la existencia de límites del método experimental, y de la propia racionalidad. Después de lo que acabo de explicarte, no puedo resistir la tentación de añadir un detalle pintoresco. En el librito sobre el coloquio de Figueres hay una pequeña introducción del propio Dalí —el marqués de Dalí y Púbol— en el que, entre otras cosas, dice: «Después de Heisenberg y su principio de indeterminación, sabemos que hay átomos encantados, habida cuenta de que el encanto es una propiedad de determinados átomos». No sabemos si, entendiendo o no acerca del tema, Dalí quería tomarnos el pelo. Sin embargo, hay que reconocer que la idea del átomo encantado no está nada mal, por aquello de que nunca podemos cogerlo. Cuando lo intentamos, siempre resulta que ya no está donde creíamos. Siempre se nos escabulle. Con el mismo afecto de siempre,54. LA ESCUELA DE QUÍMICA DE BARCELONA DE COMIENZOS DEL SIGLO XIX

Begues, 18 de Junio de 1998 Querida Nuria: El último viaje a Montpellier ha sido breve pero lleno de cosas interesantes. En principio, sólo íbamos para asistir a la sesión pública de tu Habilitation á Diriger des Recherches, pero el acontecimiento tenía el encanto añadido de producirse en la antigua sede de la Facultad de Medicina. Recuerdo muy bien cuándo estuve ahí por primera vez, el año 1957, con motivo de las IVes Journées Biochimiques, en las que presenté dos comunicaciones sobre el transporte de glucosa a través de la membrana celular de la levadura. Me quedé muy impresionado, desde la entrada de la Facultad, presidida por las solemnes esculturas de Barthez y Lapayronie, hasta la clausura del congreso en el antiguo Paraninfo. La visita de ahora ha sido como un eco de la primera. Si aquélla fue un hito al comienzo de mi carrera, la de ahora quizá señale el ocaso, cuarenta años después. Como sabes perfectamente, estoy terminando el último curso de mi vida académica. Tal vez por ello, las circunstancias que te he contado me hicieron sentir cierta nostalgia... ¡Adiós, Mr. Chips!

No hace falta que te repita que estuviste muy bien, tanto en la exposición como en el debate. El jurado me pareció muy competente, aunque he de reconocer que en esa área de conocimiento cada día que pasa entiendo menos cosas. No hace falta decir que en otras áreas me ocurre lo mismo: es la miseria del hombre. En cambio, me quedé un poco decepcionado del trato personal que mostraron los miembros del jurado, tanto conmigo como entre ellos. Tanto es así que poco después, en la Universidad Henri Poincaré de Nancy, no pude dejar de comentarlo con mi buen amigo Louis Schwartzbrod en presencia de otros profesores que conozco desde hace tiempo. Me dijeron que hoy en día era muy corriente, y que no había que darle ninguna importancia. Que no todo el mundo es igual, obviamente, pero que entre los profesores de la generación del 68 es normal. No le dimos más vueltas, pero me vino a la cabeza lo que dijo Guillemin, premio Nobel de Medicina, cuando fue nombrado honoris causa por nuestra Universidad: lo peor y más sorprendente es que ese tipo de talante no impida la tranquila aceptación de un lamentable inmovilismo por lo que se refiere a otros rasgos de la Universidad francesa. En otras cartas, de hace mucho tiempo, te hablé de la Escolástica y de las Universidades en el siglo XIII. Naturalmente, ahí aparecía la Universidad de Montpellier, así como las dos grandes figuras de la Cataluña de aquel tiempo que estuvieron relacionadas con ella: Ramon Llull y Arnau de Vilanova. Este último estudió en la Facultad de Medicina de Montpellier, y más tarde fue profesor en ella durante mucho tiempo, influyendo de forma extraordinaria sobre la medicina académica, en Francia y en todo el Occidente cristiano. Llull y Vilanova no sólo forman parte de nuestra historia, sino que son universalmente estudiados. Por lo que respecta a Arnau de Vilanova, entre los historiadores recientes son muy conocidos los estudios de García Ballester y de su discípulo M. R. McVaugh de la Universidad de Carolina del Norte. Este último tiene un magnífico capítulo, dedicado exclusivamente a Arnau, en «La Ciéncia en la História deis Països Catalans». En dicho capítulo se atestigua el gran protagonismo de Arnau en el desarrollo de la medicina académica en toda Europa durante la baja Edad Media. Conviene que no olvides que sus fuentes eran las versiones en árabe de Hipócrates y Galeno, y los propios grandes maestros árabes, Avicena y Razés. Arnau también es importante en el tema de la alquimia medieval, y ahí su fuente es Gerber. Llull y Arnau de Vilanova son dos grandes figuras del Renacimiento cristiano del siglo XIII. También quiero decirte que no puedo olvidar sus nombres escritos en las grandes placas de mármol del vestíbulo de la Facultad de Medicina, ni en catalán, ni en latín, ni en francés. ¡Verdaderamente lamentable!

Otras veces también te he hablado de profesores ilustres de Montpellier como Rondelet y Belon y, entre otros más recientes, de Barthez. De todos modos, y dada la circunstancia de tu habilitación, hoy me gustaría hablarte de Francesc Carbonell, y de la Escuela de Química de Barcelona de comienzos del siglo XIX. Vale la pena, y nunca te he contado nada al respecto. Naturalmente, ello se debe a que yo mismo sabía bien poco del tema antes de ingresar en la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona. Es ahí donde he podido conocer mejor nuestros siglos XVIII y XIX, especialmente obligado desde que soy presidente, y desde que estoy implicado en el monumental proyecto «La Ciéncia en la História deis Paisos Catalans». Esto último, por haber caído ingenuamente en la trampa que me pusieron Joan Vernet y el Presidente del Institut d'Estudis Catalans. Pero, como dice el proverbio castellano: «a lo dicho, hecho, y a lo hecho, pecho». Francesc Carbonell i Bravo nació en Barcelona en 1768 y murió en la misma ciudad en el verano de 1838. Por tanto, nos hallamos ante un hombre del final de la Ilustración, y de la época de la llamada «Guerra grande» o «Guerra del francés». Al hablar de la Ilustración, ya te he señalado que durante el reinado de Carlos III se hicieron notables esfuerzos para impulsar la enseñanza de la química moderna en España. Los ejemplos principales son la contratación de Louis Proust, en 1778, para dirigir la Cátedra de Química del Seminario Patriótico de Vergara, la creaciónde la Cátedra de Química de la Escuela de Artillería de Segovia (1792), dirigida por el propio Proust, y donde su discípulo Juan Manuel Munárriz tradujo el Traité de Lavoisier (1798), ya con Carlos IV como rey de España. Podemos añadir la cátedra en Madrid de Domingo García Fernández (1787), discípulo de Chaptal en Montpellier, y la de Pedro Gutiérrez Bueno (1788) y Chaveneau. En 1767, la Real Academia de Ciencias Naturales y Artes de Barcelona ya había tomado algunas iniciativas en relación con la enseñanza de la química, impartiendo determinados cursos. En 1788, el conde de Floridablanca, que era miembro de la Academia, solicitó un informe a la Junta de Comercio de Barcelona para instaurar una escuela de física y otra de química. Enterada la Academia, se apresuró a notificar que ambas disciplinas ya se impartían en la propia institución, lo que originó una cierta competencia entre la Junta y la Academia para tutelar ese tipo de enseñanzas. Por dificultades financieras, el proyecto se postpuso, y en 1793 se volvió a tomar en consideración, teniendo en cuenta la importancia de la química aplicada en el contexto de las manufacturas, la industria y el comercio de Cataluña. La Junta de Comercio se inclinaba por contratar un profesor extranjero, como se había hecho en la Corte con Proust y

Chaveneau. Por contra, Domingo García Fernández, una de las figuras clave de la Junta General de Comercio y Moneda, abogaba por promocionar expertos del propio país. En este contexto, se planteó la candidatura de Francesc Carbonell como director de la nueva institución docente. Conviene que sepas que Carbonell ya tenía una merecida reputación, especialmente como médico y hombre ilustrado, pero también como químico. Era un genuino representante de la figura del médico-químico propugnada por Chaptal. Durante la estancia de Carbonell en Montpellier de los años 1798 y 1799, su interés por la química aplicada se hizo aún mayor gracias a Chaptal. También contribuyó a ello el par de años que Carbonell trabajó en Madrid con Proust y Hergen. Carbonell era doctor en Medicina por la Universidad de Huesca (1795), pero se doctoró de nuevo en Montpellier en 1798. Defendió su tesis en latín, pero la memoria fue rápidamente traducida al francés y al castellano a causa de su gran interés. La estancia de Carbonell en Montpellier contribuyó a hacerlo famoso en

toda Europa. Su célebre «Elementos de farmacia fundados en la química moderna», editado en 1801, es la traducción de la obra escrita en latín y publicada igualmente en Montpellier en 1796. Francesc Carbonell consiguió el nombramiento oficial como director de la Escuela de Química de Barcelona, y a partir de ese momento se preocupó de montar su laboratorio en la Academia de Ciencias, a imagen del que Proust tenía en Madrid. El 30 de abril de 1805 apareció en el Diario de Barcelona un anuncio de la inminente apertura de la Escuela de Química en los locales de la Academia de Ciencias Naturales y Artes de Barcelona, en un intento de captar alumnos. Todas las mañanas había clases teóricas, y los sábados se hacían prácticas. La mañana del 16 de mayo, Carbonell hizo el discurso inaugural ante las autoridades militares

y civiles en la Llotja. Además de las entonces obligadas florituras retóricas, en su discurso Carbonell dejó bien sentadas las bases de su proyecto: las artes químicas que se podían cultivar en Cataluña o en cualquier otra región, comparadas con las que se podían cultivar en Cataluña con algún tipo de ventaja y con más esperanzas de éxito que en otro sitio. En esta segunda parte usaba criterios basados en la tradición artesana, la posibilidad de obtener materias primas, las conexiones comerciales, la demanda, la naturaleza del suelo, la relación con otras industrias, etc. Un siglo más tarde, Puig y Cadafalch propugnaría más o menos lo mismo. Los primeros resultados de las lecciones impartidas por Carbonell se mostraron en los singulares «Ejercicios públicos de química», celebrados por primera vez en 1807. Los alumnos distinguidos, entre los que encontramos apellidos que llegarían a ser célebres —como el de Agustín Yáñez, que habría de ser el primer Rector de la Universidad de Barcelona tras su restauración definitiva— mostraban al público algunos experimentos de laboratorio, a la vez que comentaban el fundamento teórico de cada práctica. Se trataba de pruebas públicas, en las que todo el mundo podía preguntar lo que le pareciera oportuno a los que se examinaban. Las respuestas eran evaluadas por un jurado calificador. Todos los exámenes fueron preparados por Carbonell, y se imprimieron para su divulgación posterior. Gracias a ello se puede constatar que las preguntas teóricas hacían referencia a las grandes aportaciones de Chaptal, Bertholet, Guyton de Mordeau, y sobre todo a las grandes contribuciones analíticas y la clasificación de sustancias de Fourcroy. En los ejemplos prácticos escogidos, muy concretos, siempre se procuraba hacer hincapié en su proyección aplicada. El 8 de junio de 1805, en los locales de la Academia y siendo día de prácticas, se produjo una explosión de hidrógeno en un experimento de síntesis de agua. La descripción hecha por Yáñez, que estaba presente y resultó herido, es realmentepatética: «Carbonell quedó desfigurado, perdió un ojo y su vida corrió gran riesgo.» Un ayudante también perdió un ojo y, malherido, murió unos días más tarde. Como es natural, la noticia causó un gran alboroto en la ciudad, originando reacciones diversas, algunas muy airadas y casi todas negativas. No obstante, una vez recuperado, Carbonell continuaría hasta 1808 con el mismo empuje. Ese año las clases se suspendieron a causa de la «Guerra grande». Se volverían a impartir de 1815 a 1820. Durante la guerra, Carbonell estuvo en Mallorca, donde hizo una importante labor docente, y de ayuda desde la retaguardia. Los cursos en la Escuela de Química de Barcelona constituyen el núcleo

fundamental de la obra de Carbonell. Desde el punto de vista de la docencia, de los cursos surgió un elenco de discípulos memorables. Las aportaciones en investigación se recogen en las «Memorias de Agricultura y Artes», que publicó la Junta de Comercio y tuvieron gran difusión en toda España. Sin quitar a la Junta de Comercio el mérito que le corresponde en el desarrollo de la Escuela de Química, es de justicia constatar su simbiosis con la Real Academia de Ciencias Naturales y Artes de Barcelona. La Academia actuó como precursora y luego participó materialmente en los cursos; además, fue tanto la cantera como la consagración de los profesores más destacados. El alma de todo ello fue Carbonell, académico numerario desde 1798. Como académico, tuvo una colaboración activa y continuada, que se prolongó hasta octubre de 1837, pocos días antes de su muerte. Treinta y nueve años después de su nombramiento, aún presidió la sesión pública de apertura de las nuevas cátedras de la Academia, rodeado de muchos colegas de la Sección de Ciencias que habían sido discípulos suyos, como Yáñez, Roura, Arbós, Agell y su propio hijo, Francesc Carbonell i Font. Recuerda que, en el plano internacional, el discípulo más famoso de Carbonell fue Orfila. La « Guerra grande» le pilló en Francia, de donde ya no se movería, totalmente integrado en la ciencia francesa. El advenimiento del régimen liberal en 1920, pese a las optimistas expectativas que despertó de entrada, fue el inicio de la decadencia de la carrera de Carbonell. Para empezar, la Junta cerró la Escuela de Química, en espera de la reforma del nuevo gobierno, y Carbonell se trasladó a Madrid para tratar de influir en los proyectos científicos de la Corte. En ese periodo, el director de la Escuela pidió ser sustituido por su hijo y por el ayudante Joaquim Piñol, pero las confusiones políticas y la fiebre amarilla mantuvieron cerrada la Escuela de Química en 1820 y 1821. Durante la efímera restauración de la Universidad de Barcelona, Carbonell fue nombrado formalmente catedrático de química de la «Segunda y Tercera Enseñanza de la Universidad Restaurada» e intentó infructuosamente reabrir la Escuela de Química. Poco después sufrió una hemiplejía, de la que se recuperó aunque quedó menguado en el habla. Pese a todo, en enero de 1822 aún haría un último intento de reiniciar el curso de la Escuela de Química, sólo con 14 alumnos. Finalmente Carbonell perdería su cátedra y sería sustituido interinamente por Josep Roura i Estrada. Éste se consolidó pronto en el cargo, dando paso a una nueva y brillantísima época que culminó con la apertura de la Escuela Industrial de Barcelona. Hay que decir que la Junta de Comercio asignó a Carbonell una pensión digna.

Hay que situar a Francesc Carbonell i Bravo en el gran resurgimiento de nuestro país durante la Ilustración y a comienzos del siglo XIX. Como ha escrito el gran historiador de la ciencia J. M. López Piñero, ello fue «antes de que se produjera la catástrofe para la ciencia española que sucedió a los ilustrados y a sus discípulos inmediatos». Pese a dicho colapso, hay que reconocer que los hombres formados en la Escuela de Química de Barcelona fueron realmente importantes en el proceso de industrialización y en la renovación de la enseñanza técnica durante la segunda mitad del siglo XIX. El colapso es tremendo, si nos fijamos en la Europa posterior a Cavendish y Lavoisier, la de Berzelius, Dalton, Gay Lussac y Dumas, que también es la de Gauss, Lagrange, Laplace, Cuvier, Humboldt, etc. Sin embargo, la Academia de Ciencias y Artes y la Junta de Comercio propiciaron una enseñanza de la química permeable a las innovaciones de la nueva química francesa, de acuerdo con la corriente renovadora y progresista de aquella época y contrapesando el estancamiento y la debilidad universitaria coetánea en nuestro país. Disculpa la extensión de esta carta, quizá excesiva. Es a causa del respeto y la admiración que me merecen figuras como Carbonell y el propio Yáñez, a quien he tenido el honor de suceder, dos siglos más tarde. Afectuosamente.55. LAS DOS CULTURAS

Begues, lo de agosto de 1998 Querida Nuria: La medalla del III Congreso Internacional de Bioquímica celebrado en Bruselas en 1955, al que tuve la fortuna de asistir, llevaba acuñado el busto de Vesalio. Quizá por eso en 1964, aniversario número cuatrocientos de su muerte, encontrándome en Ginebra por causas relacionadas con los microbios, compré un ejemplar de la extraordinaria edición facsímil de las láminas de «De Humani Corporis Fabrica», que la Typographie Génévoise había hecho para la ocasión. Me

enteré de su existencia por la prensa, leyendo el Journal de Genéve mientras desayunaba. Poco después sucedí al Profesor Santiago Alcobé en el curso de Historia de las Ciencias Naturales, que Odón de Buén había empezado a impartir en 1899, y que luego estuvo a cargo de Telesforo Aranzadi, y más tarde de Alcobé, hasta llegar a cumplir conmigo el centenario. Ello me llevó a intensificar mis contactos con los hombres de letras, sobre todo con mi amigo Joan Vernet i con el malogrado Josep Alsina, que me ayudaron a madurar mis criterios en una temática en la que me había iniciado fuera de las matrices disciplinarias tradicionales. Desde entonces, la historia y la filosofía de la ciencia me han interesado profundamente, más que antes, aunque nunca he dejado de considerarme más que un simple aficionado. Fue en aquella época cuando me di cuenta de que, pese a la influencia que la geología y el darwinismo habían tenido en el desarrollo del pensamiento occidental, hasta la primera mitad del siglo XX –o tal vez más tarde– la filosofía de la ciencia era básicamente filosofía de la física, incluso cuando se aplicaba a temas relacionados con la materia viva. Sin embargo, posteriormente surgió con fuerza una auténtica filosofía de la biología y de las ciencias naturales. Las conjeturas de estas últimas no siempre coincidían con las que venían del campo de la física, pero en muchos puntos convergían o eran complementarias. Creo que en mi discurso inaugural del curso académico 1997-98 en la Universidad de Barcelona podrás encontrar, más desarrollado, lo que te estoy diciendo. Las nuevas corrientes de pensamiento han influido en nuestro mundo intelectual, y han causado impacto general en la sociedad. Con frecuencia subyacen en el modo de pensar del hombre de la calle, pese a que no representan ni mucho menos una lectura inequívoca del avance científico. La llamada epistemología evolutiva es uno de los aspectos de dicha filosofía de la biología que ha despertado más interés, y ha sido objeto de muchas reflexiones entre los biólogos de mi generación.

Lo que acabo de indicarte me lleva a tratar un tema importante en relación con

el lugar de la ciencia en el contexto cultural durante el último siglo. Como muchos otros, a finales de los años sesenta leí el libro de Snow sobre las dos culturas. Snow escribía: «En todos los países occidentales, personas de una misma raza y con una historia común se pueden dividir en dos grupos intelectualmente diferentes, pese a ser comparables entre ellos en cuanto a inteligencia, clase social y estructura familiar. Tan pronto como empiezan a hablar, se pone de manifiesto su incapacidad para lograr un grado de comunicación satisfactorio, como ocurriría si un miembro cualquiera de uno de los dos grupos se pusiera a comentar sus impresiones personales con un tibetano.» En aquel tiempo, yo ya llevaba unos años como profesor de ciencias en la Universidad, y estaba familiarizado con la distinción entre gente de ciencias y gente de letras. Por otra parte, no hacía ni siquiera un siglo desde que nuestras Facultades de Ciencias se habían separado de las de Filosofía y Letras. En especial, me preocupaba el hecho de que la gente de letras no estuviera suficientemente capacitada ni motivada para hacerse una idea de muchos progresos del conocimiento científico, ni de la importancia creciente de sus aplicaciones, que podían producir a corto plazo una transformación radical de nuestro mundo. ¡Es justo lo que ha ocurrido! Hay que decir, sin embargo, que la lectura de Russell, Eddington, Gamow, Jeans y otros que teníamos muy a mano, así como la influencia de algunos miembros del propio claustro particularmente consistentes, tanto de letras como de ciencias, me habían llevado al convencimiento de que no había más que una sola cultura, propia de nuestro tiempo, de la que la ciencia formaba parte. Más que dos culturas, me parecía que había que pensar en dos tipos de incultura, la del hombre de ciencias y la del hombre de letras. Aunque esto me sigue pareciendo evidente, en los últimos tiempos me he dado cuenta de que hay algo más. Tras la publicación del libro de Snow, las cosas se complicaron un poco. En todo Occidente surgió un movimiento social contracultural que incluía una visión corrosiva del conocimiento científico y del progreso de la Ciencia. Tal vez atenuado, aún colea. Dicho movimiento se puede asociar a Mayo del 68 y al periodo llamado de la guerra fría entre los dos bloques. Como consecuencia, determinados grupos de filósofos y sociólogos de la ciencia han manifestado un escepticismo radical acerca de la racionalidad misma de la ciencia. El llamado programe fort, salido de la Universidad de Edimburgo a finales de la década de los setenta, nos quiso convencer de que el éxito o el fracaso de las teorías científicas se debe a los intereses de cada momento, y a los poderes políticos y sociales. Se

dice que esta visión corrosivadel pensamiento científico ha marcado el llamado pensamiento moderno y que aún subsiste en mucha gente postmoderna, sobre todo en el ámbito de la cultura literaria y de las bellas artes, así como de muchas corrientes de opinión puestas en boga por los medios de comunicación de masas. En nuestro país, la contracultura ha estado más o menos presente durante la última parte del siglo XX. Siguiendo al gran astrofísico contemporáneo Steven Weinberg, hoy se puede distinguir entre una ciencia «dura» y una ciencia «blanda». No pienses que se trate de la mayor o menor dificultad para asimilar su contenido. La ciencia «dura» es la que realmente no cambia, y tiene carácter acumulativo: lo antiguo se recoloca en los nuevos progresos, y sigue funcionando. Por ejemplo, ahora no creemos en el éter de Maxwell, pero sus ecuaciones siguen siendo buenas; lo que ha cambiado es nuestra idea acerca de las condiciones en las que pueden seguir aplicándose con éxito, y constituir una buena aproximación. La ciencia «dura» es la base principal del progreso tecnológico. En este tipo de saber, es como si la naturaleza actuara sobre nosotros como una máquina para aprender progresivamente. La parte «blanda» de la ciencia está constituida por la visión que nos hacemos de la realidad para explicamos a nosotros mismos porqué las cosas funcionan de un modo determinado. Va desde las pseudociencias más arbitrarias hasta las teorías provisionales y las conjeturas más o menos probables. Sirve poco para la técnica, pero suele ser la ciencia que fascina a la mayoría de las personas, la que se difunde más fácilmente y da paso a conclusiones tan radicales como pueriles, naturalmente mudables, hoy unas y mañana otras. A veces la ciencia «dura» puede ser aplaudida con entusiasmo sin entender nada. Comas i Solá escribía en La Vanguardia el año 1923: «Nada tan curioso como observar la avidez con que no poca cantidad de público se ha precipitado para oir y ver a Einstein, sin entender nada, ni estar mínimamente preparado ni previamente motivado por unas teorías matemáticas muy complicadas, como si se tratara de una romanza que un nuevo tenor va cantando en una mundial tournée.» Hay que decir que Comas i Solá no aceptaba la teoría de la relatividad o no h entendía bien. Pero lo que dice es cierto: ha ocurrido muchas veces a lo largo de siglo XX, y sigue ocurriendo. El científico —quiero decir el científico de verdad, y de peso— cree que se aproxima progresivamente a una realidad exterior, porque la ciencia «dura» es

inamovible y su alcance es cada vez mayor, constriñendo continuamente otras posibles formulaciones de cómo ha de ser el mundo exterior para que funciones como funciona. El conocimiento científico está en una posición intermedia entre el conocimiento aprendido por pura experiencia y el teorema matemático. Desgraciadamente, hoy por hoy la solidez de una no es comparable a la del otro, y probablemente no lo será nunca. En relación con el tema de las dos culturas, quisiera terminar diciéndote que estoy convencido de que el sentido mismo de la verdad y la realidad no es igual para la ciencia que para las humanidades. Las difíciles discusiones de los filósofos sobre estos dos términos, verdad y realidad, pueden ser muy estimulantes, pero no tienen una formulación clara para la ciencia, y es posible que se refieran a algo que ésta difícilmente podrá resolver. Nos guste o no, hasta ahora los conocimientos científicos y humanísticos han ido siempre emparejados con actitudes y tradiciones intelectuales diferentes, acuñadas en dos matrices disciplinarias independientes. Ello no quita que hayan podido interaccionar en cada uno de nosotros, tanto científicos como humanistas, y probablemente seguirán haciéndolo durante mucho tiempo. Quizá la propia carta que acabo de escribirte es un buen ejemplo de ello. Afectuosamente.

56. LA TEORÍA DEL PARADIGMA

Begues, 18 de agosto de 1998 Querida Nuria: Tienes toda la razón al preguntarme si en el tema de las dos culturas que traté en la carta anterior no hay que considerar la teoría del paradigma de T. S. Kuhn, de la que tanto se ha hablado, y que se sigue citando con frecuencia. De hecho, cuando ahora encontramos la palabra «paradigma» tenemos que preguntarnos si se utiliza con la acepción tradicional de ejemplo modelo o en el sentido que introdujo Kuhn. Hablemos de ello. Para empezar, hay que tener claro que una teoría científica nunca puede ser demostrada al mismo nivel que un teorema matemático. Una teoría científica es simplemente una conjetura altamente probable, basada en las pruebas que se han

podido obtener al respecto. Incluso las teorías más ampliamente aceptadas tienensiempre un pequeño componente de duda. A veces la duda disminuye, pero nunca desaparece del todo. Otras veces se pone de manifiesto que la teoría era incorrecta. Esta debilidad de la demostración científica ha originado las llamadas revoluciones científicas, en las que una teoría hasta entonces considerada correcta es sustituida por otra, que puede consistir en un mero perfeccionamiento de la anterior o ser totalmente opuesta a ella. En «La estructura de las revoluciones científicas», Thomas Kuhn describe las historia de la ciencia como un proceso cíclico. Dentro de dicho proceso hay periodos de ciencia normal, caracterizados por un amplio consenso sobre cuáles son los fenómenos importantes y cómo se explican, sobre qué clase de problemas vale la pena abordar y sobre qué tipo de solución es asequible y aceptable. Es el concepto de paradigma introducido por el autor. Los periodos de ciencia normal terminan con una crisis, ya sea debida a nuevos experimentos, contradictorios con el paradigma establecido, o a contradicciones internas generadas a partir de las propias teorías admitidas. Tras un periodo de sobresalto, forcejeo y confusión, empiezan a surgir ideas extrañas que uno tiende a rechazar espontáneamente, pero que finalmente se imponen desencadenando una revolución: los científicos adoptan otra forma de ver las cosas. Se establece un nuevo paradigma y viene un nuevo periodo de ciencia normal. La teoría de Kuhn es sugestiva, pero desde su formulación en 1960 ha sido objeto de una intensa polémica. Es posible que resulte admisible si se usa para comparar, como hace el propio Kuhn, la física aristotélica con la física newtoniana. Ahora bien, en vez de ver la física aristotélica como una mala física, uno también puede verla como una buena filosofía griega. De hecho, desde el punto de vista de la ciencia, se la puede considerar más bien un fenómeno intelectual protocientífico. En la física aristotélica se lleva hasta el extremo la construcción lógica de una teoría o epistema a partir de unos postulados. En esas condiciones, uno puede ser víctima de un postulado erróneo. Incluso en biología, a la que hace una aportación extraordinaria para la ciencia posterior, muchas veces Aristóteles es víctima de sus propios postulados. Si acepta la infinitud del tiempo, tanto en el pasado como en el futuro, cómo quieres que pueda dar un sentido histórico a la Scala naturae, que va desde los seres más sencillos a los más complejos? Si el tiempo es infinito, el concepto de evolución es absurdo. Me parece que el geocentrismo y el heliocentrismo son un ejemplo más ajustado a la teoría de Kuhn que la física aristotélica y la física newtoniana. Tal vez también el galenismo de la medicina escolástica y humanística frente a la medicina

moderna. En uno y otro caso, desde la perspectiva de un científico moderno sería muy difícil aceptar una visión de las cosas basada en la teoría pasada de moda. Si nos fijamos en cambios como el paso de la física newtoniana de los siglos XVIII y XIX a la relatividad de Einstein del XX, o el paso de la electrodinámica maxwelliana a la física cuántica, las cosas son bastante diferentes. Ambos representan una evolución, más que una revolución en el sentido de Kuhn. En la carta anterior ya he citado la distinción de Steven Weinberg entre la parte «dura» y la parte «blanda» de la ciencia. La primera no cambia y siempre es acumulativa. Las ecuaciones de Maxwell siguen siendo buenas en determinadas condiciones. Lo mismo puede decirse de la mecánica newtoniana tal como la dejaron formulada Laplace y Lagrange. La parte «blanda» sería la visión que nos formamos de la realidad para explicarnos a nosotros mismos porqué funcionan unas determinadas ecuaciones, que de hecho funcionan. En este sentido, quizá deberíamos incluir el geocentrismo y el heliocentrismo, e incluso los métodos y las recetas de la medicina galénica (o al menos algunos de ellos). El núcleo duro del conocimiento científico es tan sólido y estable que resulta difícil evitar la impresión de que se trata de una respuesta inevitable a los continuos experimentos que la naturaleza hace con nuestra inteligencia. No sabemos cuáles serán las nuevas preguntas, pero sí que para resolverlas habremos de tener muy clara y muy presente la totalidad de ciencia dura que hemos llegado a acumular. Eso sí, manteniéndonos lo suficientemente ágiles como para evitar los prejuicios propios de la época, de modo que podamos cambiar nuestra visión de las cosas y de este modo incrementar la ciencia dura y estable. Lamentablemente, la ciencia blanda es la que fascina a la mayoría de los humanos, y la que se difunde más fácilmente. Este tipo de ciencia puede hacer llegar a pensar, como han creído algunos seguidores de Kuhn, que las teorías científicas son construcciones sociales, no demasiado diferentes de la democracia, los derechos humanos o el fútbol. Por otra parte, los propios innovadores están inmersos en una visión de las cosas más propia de la etapa anterior que de la que vendrá tras ellos. Newton es más inteligible para un hombre de su época que para un hombre actual. Los propios Principia tienen muchos aspectos, como el estilo de su geometría, que son claramente prenewtonianos. Fueron sus sucesores los que elaboraron la mecánica newtoniana tal como la entendemos nosotros, igual que Heaviside dio a la teoría de Maxwell su forma moderna. La naturaleza impone la nueva teoría científica, pero lo hace a través de personas imbuidas de la visión

precedente del mundo, y forzosamente condicionados por la cultura política y social de su tiempo. En cualquier caso, pasar de un paradigma a otro nunca es como cambiar de religión. La idea de Kuhn invita a pensar en el cambio generacional. Las personas de diferente generación, los viejos y los jóvenes, los maestros y los discípulos habitualmente tienen dificultad para conciliar sus respectivos enfoques sobre mucha; cosas de la vida. Ello también ocurre entre los científicos. Recuerdo el espectáculo de Warburg, uno de los máximos expertos en fotosíntesis de su época, negándose a creer en los trabajos de Calvin. O la incredulidad de muchos físicos de reputación que no aceptaron la teoría de la relatividad. O, más recientemente, los astrofísicos que aún hoy rechazan la teoría del big bang. La dificultad también se produce a h inversa. Por ejemplo, un gran astrofísico contemporáneo como Chandrasekhan necesitó algunos años para transcribir los Principia de Newton a una forma que fuera finalmente asequible a los físicos actuales. Efectivamente, en el curso del conocimiento científico hay periodos que podemos llamar de ciencia normal y periodos revolucionarios, pero sin los primeros no serían posibles los segundos. Unos y otros son interdependientes, y determinan una evolución progresiva e irreversible. El paradigma de Kuhn es un fenómeno cultural: no es más difícil para un físico de hoy entender la teoría de Maxwell que para un historiador las guerras carlistas. Estoy de acuerdo con Steven Weinberg cuando considera que la teoría de Kuhn sólo es aplicable si se compara la visión de las cosas de una etapa precientífica con la de la ciencia moderna. En la primera puede haber elementos útiles para hacer ciencia dura, pero sin posibilidad de continuidad conceptual: de ahí que la revolución sea imprescindible. ¡Ya está bien de paradigma! Ya sabes que tu hermano Ramón siempre me dice que no use tanto esta palabra. Afectuosamente,

57. LA EPISTEMOLOGÍA EVOLUTIVA Begues, 12 de septiembre de 1998 Querida Nuria: Recuerdo que en una carta anterior, hablando de las dos culturas, señalé que la epistemología evolutiva era una característica del pensamiento biológico en la

segunda parte del siglo XX. De ahí que me haya decidido a reflexionar un poco al respecto. Supongo que no has leído nada de K. R. Popper, ni de E. O. Wilson, ni de D. L. Wilson (que por cierto no son hermanos ni primos), ni de E J. Ayala. Hablando en serio, estos señores son figuras representativas de la corriente de pensamiento mencionada, de la que trataré de hacer una breve sinopsis. En otras ocasiones he escrito sobre epistemología evolutiva, pero no soy ningún experto en el tema. En realidad, he de decirte que mi fuente principal de información sobre el tema no es internet, sino nuestro amigo Antoni Prevosti, que ha leído a los autores citados y además tiene relación personal con Ayala desde hace tiempo. Sin duda ha discutido con él, y más de una vez, acerca del tema. Tras cien años de darwinismo, ya sabes que los seres vivos se nos muestran como sistemas formados por agrupaciones de moléculas complejas, entre las que podemos destacar un componente: el genoma. Éste contiene información codificada sobre la configuración propia de cada sistema vivo, y sobre el mundo en que cada uno de ellos se encuentra inmerso. La emergencia del genoma es un acontecimiento capital en la evolución del cosmos, un salto hacia la complejidad más allá de las posibilidades de la evolución físico-química que determinó el paso de la materia no viva a la viva. El ADN de los genomas se perpetúa por la reproducción, pero las mutaciones aleatorias que se producen en el ADN de cada individuo pueden –ciertamente, con baja probabilidad– aumentar sus posibilidades de reproducirse, y por tanto de consolidarse en la población. Ello determina una dinámica de acumulación progresiva de nueva información. A medida que el proceso se desarrolla se hace intrínsecamente irreversible. Visto así, el proceso que acabo de relatarte es una especie de aprendizaje o adquisición de conocimiento. Es como resolver un problema por tanteo, usando un proceso de eliminación que permite llegar a una solución cada vez mejor. En el conocimiento humano hay consciencia e intención, y además, representaciones mentales de lo que suponemos que es la llamada realidad. En el contexto de la epistemología evolutiva se plantea el problema de si dichas representaciones son simples representaciones imaginarias adaptativas o algo más. Es verosímil que puedan ser modelos simplificados originados por un procesamiento adaptativo de la percepción sensible, que recoja los elementos necesarios para que la percepción sea eficaz. Es evidente que el hombre, además, puede elaborar, por desarrollo lógico, patrones más complejos que tengan poco valor adaptativo para el individuo, pero que puede contrastar con el mundo exterior.

En el sentido amplio que le da la epistemología evolutiva, en los seres vivos se pueden distinguir tres tipos de conocimiento, que determinan respectivamente el comportamiento instintivo, el aprendizaje por asociación y la inteligencia. El primero está controlado por los genes, al menos en gran parte. Por tanto, tiene muy poca eficacia frente a situaciones que la especie no ha experimentadopreviamente. Con la aparición del sistema nervioso no sólo se desarrolla el comportamiento instintivo de los animales, sino también el aprendizaje por asociación, cuya capacidad va aumentando hasta llegar a los mamíferos y al hombre. Dado que no está controlado por los genes, no pasa a la descendencia, y está determinado principalmente por el ambiente. Sirve para aumentar la eficacia del individuo a la hora de solucionar problemas inéditos en su historia evolutiva. La evolución del sistema nervioso conduce al cerebro humano, que determina un cambio cualitativo extraordinario porque permite un nuevo sistema de acumulación y transmisión de información que es el lenguaje, formado por símbolos fonéticos y gráficos. La capacidad de transmitir el conocimiento adquirido por una via no genética sólo la presenta plenamente la especie humana. Mediante el lenguaje pasa los conocimientos adquiridos a los otros individuos de la especie, no sólo de su generación sino también de las posteriores. Con el cerebro humano se abre un nuevo nivel de la evolución: la evolución cultural. Por ejemplo, el paso del hacha de piedra al kalashnikov. En la ciencia actual se pone de manifiesto una gran capacidad de formalización del conocimiento, que extrema la diferencia entre el nivel puramente biológico y el nivel cultural. En cierto modo, dicha formalización tuvo lugar de un modo comparable a la acumulación de información en el genoma. En ambos casos, el juego inventa libre y continuamente cosas que se ven como posibles, para poderlas confrontar con el mundo exterior. Sin embargo, cada uno tiene una base totalmente diferente. Además, es innegable que el desarrollo racional ha permitido llegar a formulaciones abstractas muy complejas, de alcance superior a lo que es directamente útil. Hay que tener en cuenta que este tipo de conocimiento se obtiene por un proceso lógico y no histórico. Por tanto, en la adquisición del conocimiento, la selección natural que implica la epistemología evolutiva ha dejado de tener sentido. También hay que tener en cuenta que para la epistemología evolutiva no existen los teoremas matemáticos ni el nivel sobrenatural de nuestro pensamiento. Esas cosas no cambian porque son eternas. Uno llega a creer que una misma pregunta puede provocar una respuesta sabida, y por tanto inofensiva. Pero siempre hay una pequeña probabilidad de una

nueva respuesta devastadora. Más aún, también hay una pequeña probabilidad de una nueva pregunta. Entonces, con un poco de suerte, aumenta extraordinariamente la posibilidad de una respuesta devastadora. ¿Hay alguien que juega con nosotros para ver qué hacemos? ¿Hasta cuándo seguirá jugando? Afectuosamente, 58. EL TEOREMA DE FERMAT

Begues, 23 de marzo de 1999 Querida Nuria: nadie había logrado demostrar. Fermat dejó escrito que tenía una maravillosa demostración al respecto, y que no la especificaba porque no cabía en el margen de la hoja de la Aritmética de Diofanto, en la que escribía sus notas. Cabe pensar que quería indicar que la verdad matemática no necesita abogados. Es irrefutable y antes o después se hará evidente, una y mil veces. Daos prisa, si queréis. Te escribo esta carta movido exclusivamente por las ganas que tenía de hablarte del llamado último teorema de Fermat. Creo que se trata de un hito importante en la historia de las matemáticas. Mira de nuevo, te lo ruego, la ecuación pitagórica z2 = x2 + y2. El teorema de Pitágoras es fácil de demostrar, como sabes, y la demostración se puede hacer de varias maneras. El teorema es irrefutable, y durante los últimos 2500 años ha guiado a los matemáticos para llegar a muchos otros teoremas, igualmente irrefutables. Sin embargo, has de tener en cuenta que para números enteros el teorema de Pitágoras, sólo se cumple con las llamadas temas pitagóricas –como 3, 4 y 5– que son infinitas. En el siglo XVII, el matemático Pierre de Fermat hizo la sorprendente afirmación de que la ecuación pitagórica no tiene solución para exponentes enteros superiores a 2, o más concretamente que, con números enteros, la ecuación zn = x" + yn para valores de n superiores a 2 no tiene ninguna solución. Como a otros muchos matemáticos de los siglos XVII y XVIII, a Fermat le gustaba guardarse para él las demostraciones de nuevos teoremas. Por otra parte, en sus comunicaciones con otros matemáticos, parece que sentía un extraño placer en hacerles enfadar. Descartes decía que era un fanfarrón, y John Wallis se refería a él como «ese maldito francés». Parece que a Fermat nunca le interesó lo más mínimo el éxito y el reconocimiento público. En cualquier caso, desde su época hasta hoy, todo el mundo está de acuerdo en que fue un gran matemático. Fermat fue juez en Toulouse en la época de Richelieu, pero eso ya no interesa a nadie. Teniendo en cuenta la dureza de la justicia en la Francia de aquel tiempo,

en vida de Fermat sí que debió interesar a más de uno. Si no hubiera sido por su hijo mayor, Clément-Samuel, los descubrimientos de Fermat se habrían perdido, y no habrían quitado el sueño a tantos matemáticos durante los 358 años transcurridos desde su muerte. Como es sabido, en 1670 su hijo publicó en Toulouse la «Aritmética de Diofanto conteniendo observaciones de P. de Fermat». Además del texto original de Bachet, en latín y en griego, había 48 observaciones, la segunda de las cuales era la antes indicada, que se conoce con el nombre de último teorema de Fermat. Todas las demás tenían su demostración, muchas veces obtenida por matemáticos posteriores, pero quedaba el último teorema, que Muchos matemáticos posteriores a Fermat se interesaron por la demostración del último teorema, pero ninguno lo lograba. El propio Fermat había dejado una demostración que podía ser una pista. Mediante una forma particular de reducción al absurdo conocida como el método del descenso infinito, puso de manifiesto que z4 = + y4 no tiene soluciones enteras. Sin embargo, este método no sirvió para demostrar otro tanto para cualquier otro valor de n superior a 2. En 1753, Euler logró demostrar que para n = 3 la ecuación pitagórica no tenía ninguna solución entera. En dicha demostración, Euler hubo de incorporar el entonces todavía extraño número imaginario i = (-1)1/2, que se había descubierto poco antes. Por otra parte, los matemáticos se habían dado cuenta de que para demostrar el teorema de Fermat para todos los valores de n sólo era necesario demostrarlo para todos los valores de n correspondientes a números primos. En todos los casos restantes se trata de simples múltiplos de los valores correspondientes a números primos, añadiéndoles el 4 que es el primer mútiplo de 2, y por tanto quedarían implícitamente demostrados. Cada vez que se anunciaba una demostración acababa resultando incorrecta. Por otra parte, y sin ponerse como meta el último teorema de Fermat, en los siglos XVIII, XIX y XX las matemáticas hicieron progresos que habrían de ser decisivos para llegar finalmente a la demostración correcta. El autor de la gesta, como sabes, ha sido Andrew Wiles, un inglés que había emigrado a Estados Unidos en los años 80 y había obtenido un puesto de profesor de matemáticas en Princeton. En 1963, cuando sólo tenía diez años, a Wiles ya le gustaban las matemáticas, y descubrió el teorema de Fermat en una biblioteca local. Él mismo ha dicho que: «Parecía tan simple y, sin embargo, ninguno de los grandes matemáticos de la

historia había conseguido resolverlo. Tenía ante mí un problema que yo, un niño de diez años, podía entender. Desde ese momento supe que nunca lo abandonaría. Tenía que resolverlo.» Y así fue. Wiles había pasado toda su vida obsesionado por el teorema de Fermat, pero en los años anteriores a la demostración no pensaba en otra cosa desde que se levantaba hasta que se acostaba. No hablaba del tema con nadie: era un asunto totalmente personal. Finalmente llegó la memorable sesión del Newton Institut de Cambridge del 23 de junio de 1883. Era una ocasión extraordinaria porque allí podría presentar su demostración con todo detalle, y discutirla con los matemáticos más importantes del mundo. Para colmo, era en Cambridge, su ciudad natal, en la que había crecido y donde se había enfrascado en el problema que había ocupado toda su vida. Terminada la exposición, 200 matemáticos aplaudieron largamente, y muchos de ellos se pusieron a gritar con entusiasmo. El título de la conferencia de Wiles en Cambridge era «Formas modulares, curvas elípticas y representaciones de Galois». Parece que el objetivo principal era demostrar una conjetura llamada de Taniyama-Shimura. No es necesario que te diga que soy absolutamente incapaz de exponer mínimamente este tema. Supongo que no me ocurre sólo a mí sino a muchos, más aún cuando nadie sabía que todo ello, además de relacionar ramas muy diferentes de las matemáticas, podría permitir demostrar el último teorema de Fermat. En veinticuatro horas, Wiles se convirtió en el matemático más famoso del mundo, y la revista People lo incluyó en la lista de los 25 personajes del año, junto con la princesa Diana de Gales entre otros. Se puso en marcha la verificación meticulosa de la demostración del último teorema de Fermat propuesta por Wiles. Era larga y compleja, y se hacía necesario que un equipo de especialistas la analizara con todo rigor. La Gesellschaft der Wissenschaften de Göttingen tenía establecido desde hacía años un premio para el que lograra demostrar el teorema, pero tenía que publicarse, y habían de transcurrir dos años para que los matemáticos de todo el mundo dieran la demostración por válida. Sin embargo, la Gesellschaft der Wissenschaften tuvo noticia inmediata de la conferencia de Cambridge. Un gran número de revisores se ponían en contacto, una y otra vez, con Wiles, pidiendo aclaraciones que él daba con presteza, casi siempre por e-mail, tanto con respecto al manuscrito global de 200 páginas como a los capítulos de su especialidad que tenían encargados. Fue así como llegó el momento en que el experto Nick Katz pidió, entre otras, una aclaración que Wiles no pudo contestar satisfactoriamente. Wiles se dio cuenta de

que en su demostración había un error importante. Se trataba de algo tan sutil que, según afirmó el propio Wiles, requería uno o dos meses de estudio detallado para explicarlo a un matemático. La objeción no descalificaba todo el trabajo de Wiles ni mucho menos, pero era devastadora de cara al resultado final. Pese a la preceptiva confidencialidad de los revisores, comenzaron a circular rumores de que en la demostración del teorema de Fermat propuesta por Wiles había un error. Todos los grandes matemáticos coincidieron en que el trabajo de Wiles era extraordinario. Ahora bien, mientras no se resolviera la dificultad hallada en eltercer capítulo de la memoria, no había demostración del teorema de Fermat. Wiles trabajó durante meses al límite de sus fuerzas. Finalmente, llegó a la feliz intuición que le permitiría arreglar la demostración. Estábamos ya a finales de 1994 cuando Wiles pudo enviar dos manuscritos, el segundo en colaboración con Richard Taylor, que serían defnnitivos. Sumaban 130 páginas, y probablemente sean los manuscritos más concienzudamente examinados de toda la historia de las matemáticas. Se publicaron en los Annals of Mathematics en mayo de 1995. La matemática aún tiene grandes problemas sin resolver, pero el trabajo de Wiles es un paso de gigante, y no sólo por haber terminado con el desafío de Fermat. Además, ha supuesto un gran progreso para unificar áreas de la matemática que no parecía que fuera posible relacionar. La demostración de Wiles del último teorema de Fermat se basa en una conjetura surgida en los años 50. La argumentación aprovecha una serie de técnicas desarrolladas en las décadas de los 80 y los 90, algunas por el propio Wiles. Ello hace pensar que su demostración no es aquella «maravillosa demostración» que Fermat afirmó tener en el siglo XVII. Hay quien cree que no tenía ninguna, o que la que tenía no era buena. También hay quien piensa que Fermat tenía una demostración mucho más sencilla que aún no se ha hallado. En cualquier caso, el 27 de Junio de 1997 Wiles recogía el premio Wolfskehl de 50.000 dólares, dado que se cumplían todas las condiciones. Francamente, creo que se lo merecía de sobra. A veces pienso que Fermat y Wiles marcarán el comienzo y el final del periodo que se ha llamado segunda edad de oro de las matemáticas. Afectuosamente,

59. ORDENADORES

Begues, 15 de abril de 1999 Querida Nuria: El abuelo Ramón, como sabes bien, murió en 1969, a los 96 años de edad. Unos días antes estaba bastante bien, y el verano anterior aún había querido quedarse hasta altas horas de la madrugada para ver por televisión, en directo, cómo Neil Armstrong pisaba por primera vez la superficie de la Luna. Era mi abuelo materno, y había nacido cuando su padre, que también se llamaba Ramón, tenía 65 años. Fue el menor de diecisiete hermanos, trece de los cuales vivieron más de ochenta años. Fueron protagonistas de la revolución lanera en la zona pirenaica. Mi abuelo opinaba que había habido más cambios sociales a lo largo de su vida que en los mil años anteriores. Visto desde su perspectiva, quizá tenía razón. En 1969 yo tenía aproximadamente la edad que tú tienes ahora. Era profesor de Microbiología en la Universidad de Barcelona, y ya hacía años que batallaba con los microbios. La rápida evolución de la sociedad que antes mencionaba seguía acelerándose cada vez más. Tú misma puedes darte cuenta si comparas tu mundo con el que yo viví en aquella época (y con el que había conocido antes, durante mi periodo de formación). Los científicos, con la tabla de logaritmos; los ingenieros y arquitectos, con la regla de cálculo. Yo era de los primeros, pero también tenía una magnífica Faber de 250 mm. que todavía conservo. Las máquinas de calcular que yo conocía eran mecánicas, propias de los comercios con mucho movimiento y de los tranviarios. Lichtenstein era famoso por la industria de ese tipo de artefactos, posiblemente la única que tenía ese pequeño país. Mi máquina de escribir era la célebre Underwood. Con ella, en los años cincuenta, escribí mi tesis doctoral, con cinco copias en papel cebolla hechas con papel carbón. Las figuras, dibujadas directamente a mano sobre papel vegetal, para hacerles copias con ferrocianuro. Aún había manejado apuntes escritos a mano por los profesores, y copiados por ciclostil. Las imprentas, que usaban el sistema de la linotipia con sus célebres cajistas, eran muy caras. Aquí en Begues, el teléfono era de manecilla, y en el pueblo había una centralita manual. Sin duda habrás oído hablar de Pepeta, la telefonista. Es posible que ya no hubiera automóviles de recuperación, pero aún quedaban «haigas» americanos, y estábamos en el apogeo de los utilitarios y de los scooters. El campo de mi investigación era fundamentalmente experimental. Hasta entonces, toda la gran química orgánica se había hecho sólo con dos instrumentos: la balanza y el termómetro. Bueno, si quieres, añádele el

polarímetro. El resto era arte e imaginación. En mi entorno fui de los primeros en usar un Beckman DU. Dicho sea con todo respeto, por lo mucho que le debe la bioquímica. Desde hacía poco, podíamos usar balanzas de compensación, que permitían llegar hasta 0,1 mg, en vez de los célebres granatarios. Era muy frecuente fabricarse uno mismo los aparatos necesarios para la investigación, habitualmente con la ayuda de algún artesano mañoso y romántico. Tardé años en tener una buena centrífuga refrigerada, quizá cinco o diez años más de lo que tardaron en tenerla muchos laboratorios franceses, como pude comprobar en Montpellier, con el profesor Hédon, en 1963. No puedo olvidar que yo era una especie de crack porque tenía para mí solo un extraordinario microrespirómetro Warburg, que fue decisivo para mi tesis. Con él, además, podía hacer el arbitraje de los barcos de melaza de remolacha francesadestinadas a la fabricación de glutamato para fabricar los célebres «cubitos de caldo». Utilizaba el método de la glutamato deshidrogenasa. También recuerdo como una pequeña gesta, haber logrado modificar, un poco más tarde y con la ayuda de algunos colaboradores, un espectrotofómetro convencional que llegaba al ultravioleta cercano, para poder determinar el punto de fusión del ADN bacteriano, y de este modo calcular la proporción de G+C. Este espectrofotómetro sucedió al Beckman al que antes me refería. Me gustaría saber si, antes de los años 70, alguien había usado esa técnica en nuestro país. ¡Toma!, como se dice ahora. Estábamos muy lejos del e-mail y la internet. El ordenador mismo era totalmente inexistente en mi área de trabajo. Sólo lo veíamos en las películas, aunque se hablaba mucho de ordenadores en otros tipos de actividad. Por supuesto, los que entonces se empezaban a utilizar hoy nos parecerían unos armatostes. Sin embargo, estaba muy claro que sin ordenadores el abuelo Ramón no habría podido contemplar cómo Armstrong pisaba la luna. Como contrapartida, he de decirte que Wiles sí que habría llegado a la misma demostración del teorema de Fermat que obtuvo en los años 90. Es justamente eso lo que ha motivado el escrito que tienes ahora en tus manos, tras la última carta en la que te hablaba del teorema. Sin ordenadores, hoy el mundo entero se paralizaría, pero es un campo que progresa tan rápido y tan extraordinariamente que tal vez pronto no tengamos suficiente alimento para los ordenadores ni suficiente tiempo para dedicarles. ¡Tendremos que inventar algo! Porque más memoria y más velocidad ha de servir para algo más que para hacer juegos cada vez mejores para distraerse compulsivamente, como para esperar la muerte misma sin damos cuenta. ¡Disculpa, hija! Es que en casa, entre nuevos y antiguos, ya veo más ordenadores

que pares de zapatos, contando los puestos y los guardados en el armario. ¡Empieza a ser alarmante! Tras la Segunda Guerra Mundial, algunos equipos de informáticos y matemáticos demostraron, gracias al ordenador, que el teorema de Fermat se cumplía para todos los valores de n hasta 500, más tarde hasta 1000 y luego hasta 10.000. En los años ochenta se llegó a 25.000, y finalmente a 4.000.000. Sin embargo, procediendo de este modo no se puede considerar que se haya demostradc el teorema. El infinito no se puede obtener con la simple fuerza bruta del tratamientc computado de los números. Una evidencia para millones y millones de casos no se puede extrapolar a todos los casos. Esto último sólo se obtiene por medio de la demostración absoluta. Como ya sabes por la carta anterior, para poder demostrar el último teorema de Fermat, Wiles había de demostrar la conjetura de Taniyama-Shimura: toda ecuación elípitica simple se corresponde con una forma modular. Esta conjetura se puede aplicar a un número infinito de ecuaciones, y aunque un ordenador puede verificar cualquier caso particular en pocos segundos, nunca podrá verificar todos los casos. Wiles sí que lo hizo, siguiendo la más pura tradición de Pitágoras y Euclides, aunque utilizando los avances más modernos de la teoría de números. Hay otro problema clásico, del siglo XIX, llamado de los cuatro colores. ¿Son suficientes cuatro colores para colorear cualquier mapa imaginable sin que haya ningún trozo de fontera común entre dos estados con el mismo color? La demostración no es fácil. Con métodos convencionales, se llegó a demostrar sucesivamente que cuatro colores bastaban para cualquier mapa de 25 regiones, luego de 27 y finalmente de 39. Sin embargo, no se podía demostrar si cuatro colores serían suficientes para un mapa con un número infinito de regiones. Estando así las cosas, un matemático llamado Heesch llegó a la conclusión de que se podía obtener un número infinito de mapas a partir de un número finito de mapas finitos. Dicho número sería 1482. Con todas las configuraciones posibles de este número finito de mapas se pueden obtener los infinitos mapas posibles. Entonces dos matemáticos de la Universidad de Illinois, Haken y Appel, se propusieron demostrar que estos mapas elementales podrían construirse sólo con cuatro colores. Abordaron el problema con ordenador, buscando la estrategia oportuna. Tardaron unos años en encontrar un programa eficaz, pero también descubrieron, sin esperarlo, que dicho programa, además de facilitar el trabajo mecánico, les proporcionaba estrategias complejas que ellos no habrían podido imaginar de antemano. En 1976, pudieron anunciar que los 1486 mapas elementales habían sido completamente analizados, en 1200 horas de ordenador,

de modo que ninguno de ellos necesitara más de cuatro colores. Ello implicaba que todos los mapas imaginables también eran factibles con cuatro colores. Esto provocó una gran inquietud en el colectivo de matemáticos. El proceso de arbitraje era difícil, y no se podía garantizar que no hubiera ningún error. Pese a ello, recientemente algunos matemáticos han llegado a otorgar aún más poder a los ordenadores, usando los llamados algoritmos genéticos. No soy entendido en el tema, pero parece que se trata de diseñar programas que puedan hacer mutaciones aleatorias que uno puede seleccionar, y repetir el proceso las veces que se quiera, para escoger finalmente el programa que resuelva mejor un determinado problema. Se espera que, sin ningún otro tipo de intervención, el programa evolucione progresivamente por sí mismo. Incluso se ha llegado a convocar un premio para el primer programa informático que permita plantear un nuevo teorema que tenga efectos profundos sobre las matemáticas. Ciertamente, hay quien no cree en absoluto en todo esto. Otros piensan que, sea como fuere, no se trataría de matemáticas nuevas, sino de otro modo de hacer matemáticas. Sería una especie de simbiosis suficientementeinteligente para que, como hace años dijo Asimov, el ordenador no mate al hombre ni éste acabe aplastando el ordenador. Con independencia de los ordenadores, también vale la pena considerar preocupante que la demostración de Wiles fuera aceptada tranquilamente, pese a que sólo la entendieron completamente un 10% de los expertos en teoría de números que la estudiaron, todos los cuales la aceptaron como verdadera. Aún es más alarmante la llamada clasificación de los grupos finitos, una demostración que comprende 15.000 folios, y que sólo ha sido verificada en su totalidad por una sola persona, el matemático Gorenstein, fallecido en 1992. Todas las secciones de la demostración han sido verificadas docenas de veces por otros matemáticos, pero aparte de Gorenstein nadie más la ha verificado en su totalidad. En el caso de una demostración por ordenador, está claro que el problema sería mucho más grave, porque su verificación no la podría hacer nadie, como ocurre con el problema de los cuatro colores. No puedo dejar de pensar que, desde Euclides a Wiles, lograr una demostración absoluta, irrefutable y eterna es otra cosa. Afectuosamente,

60. EL CAMBIO DE SIGLO Y DE MILENIO Begues, 15

de diciembre de 1999 Querida Nuria: Te escribo para hablarte brevemente del final del siglo XX, y también del segundo milenio, que se acerca pero está más lejos de lo que algunos suponen. Es sorprendente lo que muchas personas, y más aún los medios de comunicación, dicen al gran público, y cómo se manipula la opinión a causa de intereses comerciales. De hecho, se aprovecha que la gente es muy receptiva a esta polémica. El final del siglo XX y el comienzo del tercer milenio de la Era Cristiana es una inferencia derivada del conocimiento del cómputo del tiempo y del calendario actual. La confusión, persistente y extendida, acerca de si el último año del siglo XX es el 1999 o el 2000 no parece justificada. La Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, que acumula experiencia de cerca de 250 años en materias de Astronomía y medición del tiempo, ha sido consultada con frecuencia acerca de problemas de este tipo, y siempre ha procurado informar al público de la mejor forma posible. Gracias a ello, he podido comprobar que lo que ahora ocurre con respecto al final del siglo XX es lo mismo que ocurrió al final del siglo XIX, aunque ahora haya que añadirle el cambio de milenio. Naturalmente, uno puede recurrir a otras fuentes de información fiables, sobre todo hoy que hay tantas y tan asequibles. Bien pensado, quizá no haría falta, dado que el tema es propio del nivel primario de enseñanza. Por sabido que sea, y como si se tratara de explicarlo a niños, conviene recordar que mil es diez veces cien, y cien, diez veces diez. De ningún modo es nueve veces cien más noventa y nueve en el primer caso, ni nueve veces diez más nueve en el segundo. Un siglo tiene dos acepciones principales: periodo de cien años o centuria, de 1 a 100 ambos incluidos, y también cada una de las divisiones de cien años a partir de la fecha convencionalmente establecida del nacimiento de Jesucristo, contando hacia adelante o hacia atrás. Por ejemplo, el siglo XIX es el periodo de cien años que va desde 1801 a 1900, ambos incluidos, después del nacimiento de Cristo. Del mismo modo, un milenio es un periodo de mil años, del 1 al 1000, ambos incluidos. Dos milenios son un periodo de dos mil años, del 1 al 2000, ambos incluidos. Los siglos se denominan mediante las cifras del número de centenas del último año de cada uno de ellos: el último año del siglo I fue el 100, o sea un centenar: final del primer siglo, y en ningún caso comienzo del segundo. El último año del siglo XIX es 1900 y, del mismo modo, 2000 será el último año

del siglo XX, y el último año del segundo milenio después del nacimiento de Cristo. Colocar el año 2000 en el siglo XXI, aunque fuera por un acuerdo explícito, sería quitar un año del segundo milenio de la Era Cristiana, es decir, hacer un milenio de 999 años. Como sabes, suelo seguir los deportes del motor. Tal vez por este motivo, ese asunto de considerar 1999 como el fin del siglo XX y del segundo milenio me recordó la célebre carrera de motos de 1997, en Jerez, cuando en la penúltima vuelta nuestro Crivillé iba primero y la gente, llevada por el entusiasmo, se lanzó a la pista. Es cierto que el corredor podía levantar el brazo, y la carrera habría terminado, proclamándose vencedor. Pero no lo hizo, y lo que ocurrió fue que, aprovechando la confusión, el que iba segundo lo adelantó. Luego, con afán de recuperar la primera posición, Crivillé se cayó, y ni siquiera pudo puntuar. Todo el mundo lo aceptó. Sin embargo, lo más justo habría sido dar por terminada la carrera en la penúltima vuelta, porque está previsto así en el reglamento, aunque llegar a la última vuelta nunca sea lo mismo que haberla corrido. La historia del Calendario, del cómputo del tiempo y de las divisiones cronológicas son temas extraordinariamente interesantes. Al margen de otras cosas,constituyen un paso capital de lo que se llama civilización, en toda cultura que no se haya quedado estancada en un estadio primitivo de desarrollo. Como sabes, nuestro calendario se basa en las reformas juliana (46 a. C.) y gregoriana (1582 de nuestra era). Muerto Julio César al año siguiente de la primera reforma y debido a un error en el decreto original, se añadió un día cada tres años en lugar de cada cuatro, durante los 36 años siguientes al año 45 desde su instauración. Ello fue corregido por el emperador Augusto, suprimiendo los años bisiestos que se habían puesto de más y estableciendo que en adelante habría que añadir un año cada cuatro. Ello coincide con el inicio de la Era Cristiana. Por tanto, los años 1, 2 y 3 tuvieron 365 días, y el 4, 366. Este sistema acumulaba un exceso de un día cada 128 años. La reforma gregoriana corrigió este error, estableciendo que se quitaran tres años bisiestos cada 400 años. La regla fue que los años que terminan cada siglo sólo serían bisiestos cuando sus centenas fueran divisibles por cuatro. Como 16, 17 y 18 no son divisibles por 4, los años 1700, 1800 y 1900 — últimos de los siglos XVII, XVIII y XIX— no fueron bisiestos como les correspondía según la reforma juliana. En cambio, el 2000, último del siglo XX, será bisiesto ya que 20 es divisible por 4. Pese a todo, aún se comete un pequeño error, debido a que la regla gregoriana acumula un día cada 3600 años, pero de momento se considera suficientemente buena para salir del paso. Obviamente, hoy no habría ninguna dificultad para usar un método que ajustara mucho más el calendario a la

inmovilidad de las estaciones, pero se considera superfluo. En nuestro calendario, el siglo XX comprende desde el 1 de enero de 1901 a las O horas (tiempo universal) hasta el 31 de diciembre de 2000 a las 24 horas (igualmente, tiempo universal). El tiempo universal es el del meridiano de Greenwich. Para otros husos horarios hay que tener en cuenta la diferencia horaria y de fecha, tanto para el inicio como para el final. Otra cosa sería analizar la historia de la adaptación del calendario romano al actual, los intentos fracasados de cambiarlo, así como otros calendarios usados a lo largo de la historia. Eso sería muy largo, y creo que no viene al caso. Supongo que en Montpellier también te habrás encontrado con confusiones acerca de cuándo terminan el siglo XX y el segundo milenio. Las noticias que tengo indican que se trata de un hecho social generalizado en Occidente. Pero no lo dudes: si hemos de organizar alguna celebración al respecto, será más sensato dejar que aún transcurra todo el año 2000. Afectuosamente, 61. LA CIENCIA Y LA TÉCNICA EN NUESTRA SOCIEDAD

Begues, 18 de agosto de 2001 Querida Nuria: Sigo embotellado, como el genio de Aladino, en la obra «La Ciencia en la história deis Petisos Catalans». Después de tres años, el contenido puede considerarse prácticamente listo. Ahora queda por hacer la corrección del Institut d'Estudis Catalans, que suele ser larga, y la edición, aún por resolver. Mi compromiso era desarrollar el texto orgánico con los especialistas, de acuerdo con un proyecto que había diseñado yo mismo, y con la ayuda de una comisión asesora de seis investigadores. Los autores son alrededor de sesenta, jóvenes y viejos, principalmente catalanes, valencianos y mallorquines. También hay un alemán, un italiano y dos norteamericanos. Todo ello podía haberse convertido en una pesadilla, pero hasta ahora ha ido bastante bien y si he hecho la apuesta, hay que seguir adelante, aunque se trate de un trabajo que no es el mío (ni puede llegar a serlo), y aunque a veces me sienta a merced de otros e incapaz de mantener el control de todo. Pese a ello estoy contento del resultado logrado, sobre todo por lo mucho que he podido aprender. Sé que la etapa que falta puede ser pesada y menos estimulante, propicia para perder ilusión y desfallecer de cansancio. Espero que no sea así, y que pueda llegar a sentirme orgulloso de tener en mis manos estos dos volúmenes, de más de mil páginas cada uno, listos y publicados.

La Ciencia y la Técnica son un vacío en nuestra historiografía social, sol todo si comparamos el espacio que ocupan una y otra con el de la política, religión, el arte o incluso la filosofía. Ello no parece proporcionado al peso q tienen la ciencia y la técnica en prácticamente todas las sociedades actuales, y q en ningún caso ha aparecido repentinamente. La ciencia y la técnica acaban siendo la referencia indiscutible para casi todas las cuestiones prácticas, y configuran parte más objetiva de nuestro saber. No hemos de olvidar que la ciencia y técnica no son fenómenos lógicos, ni derivados de ideología alguna. Son fruto un proceso histórico de carácter acumulativo, en el que todo lo que funcion mejor va sustituyendo a lo anterior, y en el que la teoría científica concomitan sufre sucesivas crisis seguidas de progresos espectaculares en la tecnología. Por sí solas, las trayectorias globales del conocimiento científico y de la técnica pertenecen al campo de la abstracción. En realidad, son la integración de aquel que ha ocurrido en cada sociedad, y en cada cultura particular. De este modo se fiel a un dibujo mucho más genuino de cada país, y en cualquier caso mucho más cercar a la realidad que los que se basan en reliquias eruditas y documentales relacionad con el poder político, sin que ello quiera decir que éste no tenga su papel. I Ciencia y la Técnica a lo largo de la historia de cada país ponen de manifiesto personalidad propia de su evolución social. Éste es también el caso de los País( Catalanes desde la Marca Hispánica del siglo XX hasta nuestros días. El punto de partida de nuestra historiografía de la ciencia es el Assaig d'históri de les idees fisiques i matematiques a la Catalunya medieval de Josep M. Millás Vallicrosa, aparecido hace setenta años. Dicha obra debía tener tres volúmene pero sólo se publicó el primero. Millas nunca llegó a escribir el resto

Sorprendentemente, en el primer volumen del «Assaig» no hay apenas matemática y nada de física, pero constituye un estudio genial de la primera introducción en Europa medieval de la nueva astronomía árabe, a través de una serie de texto sobre la construcción y uso del astrolabio estereográfico —la calculadora de bolsillo que empleaban los astrónomos medievales—, del cuadrante con cursor y de 1 esfera celeste. Con dicha obra, Millás daba fundamento sólido a la tesis de que Cataluña, y no Lorena, fue la puerta de entrada en Europa de esta nueva astronomía: Con ello también iniciaba un proceso de desmitificación en relación con 1 importancia de la llamada «Escuela de traductores de Toledo» y a la vez empezab a valorar la de los traductores del valle del Ebro. Afortunadamente, la obra d Millas ha sido continuada por las tres generaciones siguientes de historiadores, u fenómeno infrecuente que conviene destacar. Ahora, desde la perspectiva de 200] en el siglo X tenemos una Cataluña emergente a la vanguardia de la ciencia e todo el Occidente cristiano. Es el corredor a través del cual la ciencia grecc arábica se infiltró primero hacia Europa, a través de textos latinos y hebreos, instrumentos científicos y la viva voz de los viajeros. Cataluña seguiría en la vanguardia durante toda la Edad Media, y su acme tal vez lo podemos situar en el siglo XIV. De ahí que nuestra historia medieval sea estudiada en todo el mundo como parte de la historia de la humanidad. En cambio, desde el nacimiento de la ciencia moderna a la época actual, nuestra historia nos afecta más directamente a nosotros. Por decirlo de algún modo, es una historia de la Ciencia más doméstica. En los últimos quince años se han recuperado cinco astrolabios catalanes, entre los que destaca el llamado astrolabio carolingio (el astrolabio latino de Barcelona, que es del siglo X y es el más antiguo que se conoce en Europa). Para valorar la importancia de este hecho es necesario darse cuenta de que, en el resto del mundo latino, de toda la Edad Media sólo sobrevive otro astrolabio relativamente tardío. Por este motivo, cuando supe que todos nuestros astrolabios se encontraban fuera de Cataluña, me empeñé en obtener una buena copia facsímil del más antiguo. No ha sido nada fácil, pero lo hemos conseguido, entre otras cosas gracias a tu ayuda, aunque el crédito principal se lo deban llevar los profesores Samsó y King. Del astrolabio carolingio ahora tenemos tres copias que podemos ver y tocar cuando queramos: una en la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, otra en el «Museu de la Ciencia i de la Técnica de Catalunya» y una tercera en el Museo Nacional de la Ciencia y la Tecnología de Madrid. Por tanto, el testimonio más emblemático del pequeño Renacimiento de la Cataluña Condal ahora está a disposición de todos los estudiosos, y obviamente de todos los catalanes. Se me ha dicho con sincera intención elogiosoa que era «un

verdadero eslabón científico que muestra que seguimos teniendo mucho que aprender acerca de nuestro pasado». ¡Por supuesto que sí! En nuestra historia social, desde la Edad Media hasta nuestros días el desarrollo de la ciencia y la corriente tecnológica han tenido más continuidad de lo que muchas veces se ha creído. Sin embargo, hay que admitir la decadencia de los siglos XV, XVI y XVII, sobre todo si establecemos una comparación con lo que pasaba en otros países del mundo occidental. El contraste es evidente, y es posible que en nuestros días aún no se haya superado del todo. De todos modos, empieza a ser hora de tirar hacia adelante sin sentirnos acomplejados. De hecho, la revitalización empezó en el siglo XVIII con la Ilustración, justamente después del momento más propicio a la pérdida completa de la conciencia colectiva de identidad. El siguiente empujón vino con la Industrialización, a la que el movimiento catalanista dio un aire nuevo. Otro impulso llegó con el Noucentisme. Finalmente, con la normalización de la última parte del siglo XX se ascendió otro escalón, ciertamente importante. Fue precisamente durante el siglo XVIII, cuando en nuestro país sólo estábam empezando a darnos cuenta de las grandes novedades introducidas por la Cien en los últimos cien años, en tanto que Europa ya sufría los tumultuosos efectos aquellas novedades, en forma de profundas subversiones que habrían de continu durante todo el siglo XIX y la primera mitad del XX. En su monumental insuficientemente valorada História de les institucions catalanes i del movime cultural a Catalunya, Alexandre Galí señala la importancia del padre Tomás Cero en la introducción de la nueva matemática y la mecánica newtoniana en el Col.le de Cordelles de Barcelona. Como consecuencia, se produjo un movimiento ciudadano que finalmente llevó a la creación de la Academina de Ciencias 1764. El discurso fundacional de Francesc Subirás, su primer director, sigue sien( una obra memorable. La Ilustración no podía empezar con mejor pie en nuest casa. Como afirma Galí, la visión de la ciencia de Subirás y las consecuencias práctic que de ella se derivan son tan límpidas que uno no puede dejar de encontrar más bien pobre lo que, cien años más tarde, Valentí Almirall escribiría al respecto en su lib innovador Lo Catalanisme. Otro tanto puede afirmarse, dicho sea —parafraseando Galí— con todo respeto al creador del Institut d'Estudis Catalans, de la noción de ciencia esgrimida por Puig i Cadafalch para iniciar sus campañas, que adolece ingenuidad. En cualquier caso, lo que sí hay que reconocer es que tanto uno con otro, desde posiciones políticas bastante diferentes, afirman con rotundidad la m auténtica vocación científica del movimiento catalanista que propugnaban. De hech es esa vocación la que conduciría a la nueva Escuela Industrial, a la Junta de

Historia Natural, a la Junta de Museos, al Laboratorio Municipal, a la primera Universidad: Autónoma, y a tantas otras instituciones nuevas o profundamente reformadas, siemp como resultado de un desarrollo nronio y autónomo Afectuosamente,

62. 50 ANIVERSARIO DE LA FACULTAD DE BIOLOGÍA

Beques, 30 de noviembre de 2002 Querida Nuria: Como puedes suponer, hemos mirado con gran atención las fotografías que nos has enviado de tu estancia en Miami, motivada por el simposio sobre últimos avances en la farmacología de las insuficiencias venosas crónicas. Supongo que tu foto con un caimán en brazos debe ser una cosa obligada. Supongo también que te invitaron para que mostraras gracias a tu espectacular videomicroscope la formación de nuevos vasos en el coroide de rata. La inhibición in vitro del crecimiento por efecto del dobesilato de calcio es sorprendente. Supongo que tu trabajo está en línea con los nuevos y esperanzadores avances para tratar la rinopatía del diabético. Llama mucho la atención la selectividad de este efector artificial sobre el sistema capilar del ojo. Este año se celebra el 50 aniversario de la carrera de Biología en la Universidad española, la de tu ordenación académica. Yo todavía soy de Ciencias Naturales. Con este motivo, en la Facultad de Biología de Barcelona se ha presentado una exposición conmemorativa, que tiene carácter itinerante entre todas las Facultades de Biología del Estado. Durante su paso por Barcelona también se han celebrado una serie de actos académicos. En uno de ellos se hizo una especie de sinopsis «de dónde venimos, quiénes somos y dónde vamos», en un intento de abrir un debate entre estudiantes y profesores. Como era de esperar, me tocó hacer de ponente para exponer el «de dónde venimos». Digo que era de esperar, pero no

por mi supuesta fama de historiador amateur, sino por la encantadora situación de llevar en la espalda más años de profesor que los que tiene la propia Facultad de Biología. Hace treinta años, en el VI Coloquio de la Sociedad Catalana de Biología me habían encargado una ponencia acerca de «Hacia dónde va la biología moderna». Ahora es obvio que adónde vamos deben saberlo mejor otros. Qué quieres que te diga, quizá sea cierto. Los científicos de mi generación, en líneas generales, son los que han vivido en la segunda mitad del siglo XX. Por lo que se refiere a los biólogos, los genuinos éramos licenciados en Ciencias Naturales, en una u otra de las correspondientessecciones de las Facultades de Ciencias de Madrid o de Barcelona. En el Estado español no había ninguna otra. Por otra parte, hay que tener en cuenta que también había biólogos que procedían de otras carreras: medicina, farmacia, agrónomos, veterinarios y aficionados de otros orígenes, como algunos eclesiásticos con una sólida formación recibida en el extranjero. Por lo que se refiere al contexto catalán, la perspectiva de los biólogos de hace cincuenta años está marcada por el dique que les separaba de sus colegas anteriores a la Guerra Civil. Para ellos, como para mí mismo, lo que se llama la Renaixença y el Modernisme ya eran muy lejanos y casi legendarios, pero el Noucentisme y la Segunda República pesaban mucho más y siempre habían estado más o menos presentes en nuestra consciencia, frecuentemente como ideales colectivos, quizá fracasados o malogrados, pero misteriosamente atractivos. Incluso los maestros más respetados por nosotros —los que tuvimos realmente— lo eran en gran medida por el grado de conexión directa que tenían con los protagonistas de aquella especie de intento o preludio de lo que podía haber sido una edad de oro. Yo mismo sucedí al Dr. Trueta, figura destacada a nivel internacional de la que tantas veces te he hablado, como presidente de la Sociedad Catalana de Biología aún en la clandestinidad. Y un discípulo mío, hoy catedrático en nuestra Facultad, pudo hacer la tesis en el Departamento de Patología del Albert Einstein College de Nueva York, del que entonces era directora la viuda de Duran Reynals. Éste es otra figura señera de la época que precedió a la que estoy tratando. Cuando entramos en escena, teníamos clara conciencia de que había habido una diáspora de biólogos catalanes, así como un exilio interior de muchos otros que podíamos ver por la calle. Me refiero al llamado periodo de autarquía de los años cuarenta y cincuenta, al que seguiría el «desarrollismo» y luego la etapa más larga de modernización o, si quieres, de normalización. Las Facultades de Biología surgieron en España durante el desarrollismo.

En el periodo de autarquía encontramos una Universidad realmente enclenque. Ello no era obstáculo para que nos introdujéramos en ella con ilusión de futuro, por cansados que estuviéramos de oir que las carreras científicas y literarias no

servían más que para dar clases, clases de bachillerato, naturalmente. En aquel tiempo, plantearse las posibilidades que existen hoy hubiera sido completamente utópico. Un poco más tarde, para los que teníamos apego a la investigación científica, la aparición del CSIC representó una esperanza atractiva. Como sabes, yo mismo pertenezco a la generación de los primeros colaboradores científicos del CSIC, tras reñidas oposiciones estatales en el año 1958. Con el desarrollismo llegaría la reforma educativa, y una verdadera explosión del sistema universitario español que, a través de muchas vicisitudes, incluyendo la LRU y el cambio político, tres décadas más tarde culminaría en lo que tenemos hoy. Lo que tenemos ya no es muy diferente de lo que conocíamos en otros países, que cincuenta años atrás nos llevaban años luz de ventaja —o al menos eso nos parecía— sobre todo en recursos materiales y humanos. Por otra parte — hay que puntualizarlo—, con la escasez que se quiera, aquí siempre había habido

profesionales competentes y figuras destacadas prácticamente en todos los campos, y la Biología no es una excepción. El progreso ha sido evidente, indiscutible, pero no se trata de haber pasado de un desierto a los jardines del Edén. Ver en el pasado tan poca cosa como a veces se dice es un error. No hace falta precisar que el camio al que me refiero no ha sido exclusivo de Cataluña, sino de todo el Estado, aunque no haya ido siempre acompasado. Desde el punto de vista social, es posible que constituya un progreso sin precedentes en la historia moderna de España. Toda mi vida activa como catedrático de Microbiología en la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona se ha desarrollado a lo largo de esos cincuenta años. Nuestra Facultad tuvo una gran fuerza innovadora en sus inicios,e influyó en todo el Estado. Su propia creación, independizándose de la Facultad de Geología, fue una iniciativa que partió de aquí, y fue un paso decisivo para la dotación de las nuevas cátedras de Genética, Microbiología y Ecología, que dieron un giro fundamental a toda la enseñanza. La innovación anterior de la Edafología, que nos llegó de fuera, pronto perdió relevancia. Luego vinieron la Bioestadística, después de un intento fallido de mejorar la formación matemática de los biólogos, y la Bioquímica, separada de las Fisiologías, en un proceso complicado a causa de la intersección con la Facultad de Química, sobre todo después de la creación de las áreas departamentales. En nuestra Universidad, las Divisiones establecieron una frontera artificial con las disciplinas equivalentes de Farmacia y Medicina, no solamente en la Bioquímica, sino también en otras áreas como la Microbiología. Durante sus primeros veinte años de vida, la Biología de Barcelona tuvo un peso relativo muy grande, que poco a poco —hay que admitirlo— se iría diluyendoen el contexto del desarrollo general de las Facultades de Biología de la Universida española. Hubo una época en la que venían estudiantes de otros distritos, atraídc por el prestigio de la Facultad y por sus programas innovadores, que luego s generalizaron, siendo especialmente adoptados por las Facultades de nueva creación La primera parte del periodo al que me estoy refnriendo incluye también 1 época dorada del CSIC, muy por debajo de la que tuvo en Madrid, pero tambié importante aquí ya que, además de los numerosos centros adscritos, se crearo otros centros propios como el Instituto de Investigaciones Pequeras, hoy Ciencia del Mar, y el Centro de Investigación y Desarrollo. Es también la época de creació de la nueva Universidad Autónoma de Barcelona, y de una decidida volunta política de recuperación de las figuras supervivientes del exilio exterior, así com de las nuevas promesas formadas en el extranjero. Varias cátedras de la entonces

Sección de Biología de la Facultad de Ciencias recibieron ayuda económic discrecional para financiar estancias de profesores extranjeros. Visto desde 1 perspectiva de hoy, uno no puede dejar de pensar que tal vez no supimos aprovecha del todo las posibilidades de aquella época. En la década de los años cincuenta ya se había configurado mi vinculacid definitiva a la Microbiología. Mucho antes, quizá cuando aún no había empezad la carrera universitaria, ya había descubierto por casualidad los corpúsculi birrefringentes de los ciliados. Fue en el antiguo Gabinete de Física de la Mento] Alsina, utilizando casualmente un microscopio polarográfico. Años más tare hablaría del tema con algunos de mis profesores, que no los habían visto nunca pese a conocer bastante bien los protozoos. Con algunos de ellos hicimos un trabaj sistemático de exploración directa y meticulosa revisión bibliográfica. Cuand estábamos ultimando la publicación del trabajo, el entonces joven Margalef, famoso pero aún no graduado, nos vino con una publicación muy reciente de u protozoólogo francés, que hablaba del tema como un descubrimiento sorprenden, de un fenómeno hasta entonces desapercibido, pese al gran número de estudie detallados que se habían hecho sobre los protozoos desde el siglo XIX. Publicamo nuestro trabajo, porque era más vasto que el del profesor francés, pero nunca n preocupé de seguir esta linea de investigación. Algunos especialistas se interesar( más tarde por el mismo tema, pero el hecho es que no llegaron mucho más lejos Lamentablemente, después de medio siglo, ahora me doy cuenta de que no 1 podido aprender nada más de esos corpúsculos birrefringentes de los ciliado Quedaría como un testimonio de la fascinación que ejercían los seres vivos m pequeños en nuestra generación y en la anterior, debido al convencimiento de qi eran esenciales para progresar en la comprensión de la materia viva y de desarrollo sobre la Tierra. De hecho, el microbio influyó extraordinariamente sobre toda la biología en aquella época. En los años cincuenta se podía notar aquí, como en toda España, un nivel relativamente alto de la citología y la histología clásicas, subyacente al fenómeno Cajal. En nuestro entorno también estaba de moda la Citogenética, sobre todo por lo que se refiere a Drosophila y las plantas cultivadas. El uso habitual del contraste de fase era una novedad, acompañada de una cierta espera angustiosa de la microscopía electrónica. Según parece, el primer microscopio electrónico que llegó a Barcelona —para el Dr. Xalabarder en los Dispensaris Blancs— había sido pasado de contrabando, aprovechando la vuelta de un viaje al extranjero de la Orquesta Municipal de Barcelona, con la complicidad del maestro Toldrá. Al menos, ésta era la historia que circulaba entonces.

De la Facultad de aquellos tiempos hay que señalar la solidez de la botánica catalana, que venía de lejos, vinculada a nombres tan ilustres como Cadavall, Font i Quer y Bolós. También hay que recordar al entomólogo Español. Estaba en alza la biología marina, bajo la promoción de García del Cid. Por lo que respecta a la Antropología, la escuela de Alcobé habría de hacerse célebre. Era la época de Caballero hijo, discípulo de Bustinza en Madrid. Éste había sido discípulo de Fleming, y logró fama a causa de su amistad con él, que duró toda la vida. También recuerdo que se hizo famoso Crusafont como expresión relevante del theilardismo. En el mundo del que te estoy hablando, la Bacteriología se veía más que nada como una técnica y una cocina particulares, eso sí, con aplicaciones extraordinariamente útiles para el hombre tras la gran obra de Pasteur y Koch, base de una transformación radical de la sanidad. La expresión catalana de este fenómeno fue el Laboratorio Municipal de Barcelona, con Jaume Ferran, Ramon Turró y Pere González, y todo el brillante elenco de discípulos de los dos primeros. Es verdaderamente memorable como base del desarrollo de la sanidad en Cataluña, que en algunos momentos llegó a alcanzar un nivel muy avanzado y reconocido por doquier. El papel del Laboratorio Municipal como sede de la Microbiología en nuestro país sobreviviría a la guerra civil. Sin embargo, profundamente trastocado por diversas calamidades, el Laboratorio Municipal llegaría a nuestros días casi como un recuerdo del pasado, asociado sobre todo a un noucentisme mítico. Resulta un poco irónico que haya sido la Universitat Pompeu Fabra, creada a finales del siglo XX como universidad pública catalana y de élite, la que decidiera derruir su antiguo edificio, único testimonio arquitectónico en nuestro país de la época de Pasteur. No sirvió de nada que algunos, como yo mismo, pusiéramos el grito en el cielo para evitarlo. Con la desaparición del Laboratorio Municipal, laremodelación del Hospital del Mar y la práctica extinción del Laboratorio Experimental de Terapéutica Inmunológica, en Barcelona ya no queda ni la más pequeña reliquia de los centros en los que se desarrolló la microbiología médica en Cataluña, y desde donde se introdujo en España y en América Latina. Requiescant in pace. Lo que acabo de contarte me trae a la memoria las visitas a España primero de Fleming y luego de Waksman, un poco esperpénticas y tal vez como unas fiestas rezagadas de fnnales del siglo XIX. Naturalmente, también me recuerda el desarrollo industrial de las sulfamidas, así como la primera obtención de penicilina a pequeña escala. Todo ello fue el inicio de una gran actividad sanitaria e industrial, que precedieron al «desarrollismo». Sin una cosa y otra no habríamos

llegado a la modernización efectiva del país, ni a lo que se llama estado del bienestar. Después de la etapa pasteuriana y la de los antibióticos y quimioterápicos de síntesis, la obra de Kluyvert y van Niel en la Politécnica de Delft, continuando la iniciada a principios del siglo XX por Beijerinck, y el hito concreto del Congreso de Bruselas del año 1955, significaron un gran cambio de época en el conocimiento de los microbios. Dicho cambio aún era reciente en el momento de formar mi propia visión global de la Microbiología, sobre la que se asentaría y se desarrollaría mi actividad docente y de investigación en esta Facultad de Biología de Barcelona, hasta llegar a la apoteosis de la escala molecular coincidiendo con mi jubilación. No hace falta que te recuerde que la actividad a la que me refería siempre estuvo complementada por la enseñanza y el estudio de la Historia de la Ciencia, continuando la tradición iniciada en 1899 por Odón de Buén, el primer catedrático de Historia Natural de la Universidad de Barcelona. Como ya te he contado en una carta anterior, Odón de Buén fue el gran mensajero del darwinismo en nuestro país. La Historia viene a ser en la evolución cultural el equivalente del genoma en la evolución biológica, es decir, una preformación del mundo intelectual que encontraremos en nuestra existencia, y a partir del cual surgirán todas las innovaciones, imposibles partiendo de cero. Más tarde, muchas serán desestimadas y otras no, continuando un proceso progresivo e irreversible. Afectuosamente, ACABOSE DE IMPRIMIR ESTE LIBRO UNA FLEMÁTICA TARDE QUE PRELUDIABA EL FINAL DEL MES DE LOS CONTRAPONIENTES DE MELOCOTÓN Y AZUCAR. UN 26 DE AGOSTO DEL AÑO 2004. FESTIVIDAD DE LA SANTA CATALANA QUE FUE HOMÓNIMA DE LA MÍSTICA. SANTA TERESA DE JESÚS Jornet e Ibars.

LAUS DEO NOTA DEL AUTOR

Las fuentes bibliográficas de esta colección de «Cartas a Nuria: Historia de la Ciencia» son diversas y numerosas. Dado el género literario y el propio nivel de la exposición, se ha optado por incluir en el propio texto sólo las de mayor interés omitir las restantes. Por otra parte, resulta evidente la influencia que han tenido sol todo el conjunto epistolar los cursos de Historia de la Ciencia impartidos c anterioridad por el autor en la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona También han dejado su huella las ideas surgidas en muchas de sus conversaciones c amigos y colegas interesados en esta temática. Sin duda, en este caso ocupan un lugar; destacado los profesores Josep Alsina y Joan Vernet, prestigiosos especialistas ciencia griega y árabe respectivamente. Justamente, cabe señalar que el último ellos puede considerarse como principal responsable de haber despertado, hace muchos años, el interés del autor por los estudios históricos. La presente edición de las Cartas es además fruto de una total reconsideración epistolario original. En ella, la participación del Prof. Josep Casadesús ha ido mucho más allá de lo que podríamos llamar con justicia una buena traducción, fiel y respetuc A través de un largo diálogo, a veces hasta apasionado, con sus siempre atinadas preguntas, sugerencias, dudas y aun objeciones, se ha llegado, más que a una traducci a cierta transfiguración del original catalán, a la cual el autor reconoce que difícilme hubiera accedido por sí mismo. En general, se ha mantenido el nombre en latín de los autores anteriores al siglo XV porque es como fueron conocidos exclusivamente en su tiempo. Después se transcriben er lengua materna. La traslación de nombres griegos y árabes, de acuerdo con el gén literario y siguiendo el consejo de los entendidos, se hace de la forma más habitual, que se ajuste necesariamente a la normativa adoptada para los trabajos especializadc Se han intercalado párrafos en distintas lenguas, igual que se ha hecho con algunas títulos de las cartas, con la intención de evocar los cambios más significativos er contexto lingüístico a lo largo del curso global del pensamiento científico. En e caso, el uso del francés podría considerarse abusivo, pero se justifica por la intenc de resaltar el hecho de que todas las cartas se dirigen a una hija que trabaja er. Universidad de Montpellier, donde vive y se comunica inmersa en un ambie exclusivamente francés. Finalmente, el autor quiere señalar que hay ilustraciones que corresponden efectivamente al texto epistolar original, pero otras se han añadido por considera] enriquecedoras en un libro dirigido a un público amplio.

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