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índice Introducción ................................................................ 7 Itinerario ................................................................... 22 Salas .......................................................................... 33

La escalera ............................................................... 35 Sala I. El vestíbulo ...................................................... 39 Sala II. La antecámara .................................................. 45 Sala III. El antesalón .................................................... 51 Sala IV. El salón de baile................................................ 60 Sala V. El antesalón ...................................................... 68 Sala VI. La sala de los costumbristas andaluces ..................... 74 Sala VII. La sala de los costumbristas andaluces .................... 78 Sala VIII. La saleta de los costumbristas madrileños ............... 82 Sala IX. La salita ......................................................... 86 Sala X. El pasillo ........................................................ 91 Sala XI. El comedor ...................................................... 95 Sala XII. El anteoratorio ............................................... 100 Sala XIII. El oratorio ................................................... 106 Sala XIV. La sala de juegos de niños .................................. 112 Sala XV. El boudoir ..................................................... 118 Sala XVI. La alcoba femenina ......................................... 124 Sala XVII. El gabinete de Larra ....................................... 130 Sala XVIII. La sala de la Literatura y el Teatro .......................138 Sala XIX. El fumador ................................................... 147 Sala XX. El gabinete .................................................... 153 Sala XXI. El dormitorio masculino .................................. 161 Sala XXII. El despacho ................................................. 169 Sala XXIII.La sala de billar ............................................ 179 Sala XXIV. La estufa o serre ............................................ 188 Sala XXV y XXVI. La sala de interactivos y el teatrino ........... 190

Bibliografía ................................................................ 193



El Museo del Romanticismo ····· El Museo del Romanticismo –movimiento cultural y político que logró su apogeo en toda Europa durante las primeras décadas del siglo xix y que significó una nueva concepción del mundo– está situado en un palacio de estilo neoclásico, realizado bajo la dirección del arquitecto Manuel Rodríguez en 1776, por encargo del marqués de Matallana. Es una construcción amplia, de línea horizontal, con un gran balcón central y otros cuatro menores que lo acompañan a cada lado. La fachada principal está adornada con el escudo que corresponde a quien fue propietario del palacio en 1850, el conde de la Puebla de Maestre, y en su interior dos patios y un precioso jardín organizan el espacio y dan luz y ventilación. A partir de junio de 1921, fue sede de la Comisaría Regia de Turismo, organismo creado por el rey Alfonso XIII, bajo la dirección del marqués de la Vega-Inclán. Desde su fundación, en 1924, el Museo ocupó este inmueble, ubicado en la calle de San Mateo. Finalmente, el Estado lo adquirió en 1927. Al entrar en el vestíbulo, una puerta con cristales, reproducción de la primitiva, da paso al zaguán, en el que se exhibe –frente a la taquilla– el busto en bronce del fundador del Museo, Benigno Vega-Inclán (Valladolid 1858-Madrid 1942), cincelado en 1931 por Mariano Benlliure.



INTRODUCCIÓN



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El fundador del Museo ·····

ega-Inclán fue uno de los protagonistas de la vida cultural española y llevó a cabo infinidad de proyectos de la más variada índole. Fue desde arquitecto restaurador (el Barrio de Santa Cruz y el Alcázar en Sevilla o la Sinagoga del Tránsito en Toledo), hasta creador de instituciones culturales y museos (la Casa del Greco en Toledo y la Casa de Cervantes en Valladolid). Sus inquietudes, centradas en la revalorización, conocimiento y difusión del Patrimonio Cultural Español, quedaron materializadas en el año 1911 cuando Alfonso XIII creó la Comisaría Regia de Turismo –que, desde junio de 1921, se instaló en el edificio que hoy ocupa el Museo–. Al frente de la misma, se dedicó al estudio y promoción de los medios para el fomento del turismo –que entendió, de forma precursora, como “turismo cultural”–. Aplicó una metodología turística sin precedente, actuando en la red viaria (itinerarios marítimos, ferrocarriles y carreteras), creando una cadena de alojamientos de variada escala (hoteles como el Palace fueron replanteados por él, ideó los Paradores Nacionales y construyó los dos primeros –Gredos y Mérida– y realizó alojamientos para el turismo rural en albergues, balnearios y casas rurales) y divulgando la cultura artística y las tradiciones (monumentos, museos, parques naturales, paisajes, tipos humanos y folclore). Dedicó muchos esfuerzos a rescatar del olvido valiosos edificios y restos históricos y fue innovador respecto a los criterios a aplicar en la restauración arquitectónica, evitando la reinvención y las reconstrucciones falsificadoras tan características del momento. Entre sus principales intervenciones pueden señalarse las de los conjuntos monumentales de la Alhambra y el Generalife de Granada, el Alcázar sevillano, la Casa del Greco y la Sinagoga del Tránsito en Toledo o la Casa Cervantes en Valladolid. También en Sevilla rehabilitó el Barrio de Santa Cruz y sus Hospederías, que fue uno de los primeros planes urbanísticos llevados a cabo en España dentro de un casco histórico. Fue el impulsor del Museo del Greco en Toledo, un museo monográfico dedicado a la figura del pintor cretense, por quien sentía especial predilección. Por otro lado, su interés por el siglo xvii le llevó



a recuperar la casa que habitó Cervantes en Valladolid, convertida en biblioteca y museo. El proyecto de creación del Museo Romántico fue una de sus obras más deseadas y también en la que encontró mayores dificultades. Valoró en su justa medida el siglo xix español, sobre el que recaía, en esos momentos, un espeso silencio y una total falta de interés. En 1924 vio la luz el Museo Romántico, que se inició con la colección personal que había reunido el marqués a lo largo de su vida y que contenía no sólo pintura, sino también otros objetos de mobiliario y artes decorativas. Entre las piezas más destacables que donó, figura el maravilloso cuadro “San Gregorio Magno” de Francisco de Goya, pintor que consideró, de forma anticipadora, como precursor del Romanticismo. A través de su actividad personal y de su fuerza para implicar a la Administración Pública y a las instituciones en diferentes proyectos, el marqués de la Vega-Inclán dedicó toda su vida a recuperar y difundir el Patrimonio, no solamente histórico y artístico, sino también cultural en el más amplio sentido de la palabra.



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El nuevo plan museológico ·····

l edificio ha pasado por diversas fases de rehabilitación y restauración. En 1944 se acometió una restauración que afectó a la fachada, crujía de la calle Beneficencia, la escalera y la decoración de las salas, así como al arreglo de los pasillos y del pequeño jardín. Desde ese año, la exposición permanente no había sufrido apenas cambios hasta la actualidad. Posteriormente, en el año 1996, se terminó otra fase de restauración, que afectó sobre todo a los espacios bajo cubierta y a la planta baja. En esta última fase de rehabilitación se ha intervenido en algunas zonas de la planta baja, como los patios y el vestíbulo, se han ganado espacios bajo el patio, para almacenes y vestuarios y se ha llevado a cabo el proyecto museográfico de las salas de exposición permanente. Se sitúa en un edificio o palacio construido a finales del siglo xviii, que fue habitado durante el periodo romántico por la familia del conde de la Puebla del Maestre. Cuando el marqués de la Vega-Inclán lo alquiló, en 1920, para instalar la Comisaría Regia de Turismo, fundada por él, ya no vivían en el palacio sus propietarios y éste alojaba las oficinas y depósitos de la editorial Calpe, periodo en el que sufrió reformas en su planta baja y un incendio, que destruyó la decoración de sus salones. Por ello, el Museo fue concebido como una recreación de ambientes, ya que no contenía ningún testigo “auténtico” de lo que había sido durante la época romántica. Sin embargo, esta situación está lejos de suponer un inconveniente: las casas museo pertenecientes a una determinada familia o propietario pueden ser consideradas como un testimonio escrito o una página inamovible de la historia, lo que las obliga a permanecer siempre iguales a sí mismas. El Museo del Romanticismo, por el contrario, tiene una mayor libertad y flexibilidad a la hora de interpretar el pasado –más en consonancia con la museología actual–. Para llevar a cabo este recorrido “didáctico” y creativo por el siglo xix ha sido necesario, como primera condición, ser muy meticulosos con las reconstrucciones, evitando puntos de vista subjetivos y documentándose muy exhaustivamente. Recrear la forma de vida, las habitaciones y las estancias de un periodo histórico concreto es una difícil labor, que requiere una considerable investigación, planeamiento y recursos.

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Por ello, aunque ya la idea primigenia del Museo consistía en la reproducción de ambientes, en el nuevo plan museológico se ha remarcado especialmente esta cuestión, mejorando la circulación, ampliando los itinerarios y la temática de éstos, solucionando muchas carencias del anterior montaje y, sobre todo, subrayando su condición de casa museo. Todo ello ha supuesto un importante trabajo previo, que abarca desde estudios arquitectónicos sobre el edificio –estudio patológico y una investigación histórica-arquitectónica-documental– hasta cuestiones meramente decorativas u ornamentales. Se ha tenido en cuenta cómo estaba estructurado el inmueble, cómo eran las habitaciones, los espacios privados y públicos, las zonas nobles y de servicio, etc. Se han investigando antiguas trazas de ventanas y puertas, la disposición de las habitaciones, los colores originales de las paredes, la decoración de los suelos para buscar, en definitiva, cómo era y cómo se vivía en este palacio y las modificaciones que ha ido sufriendo en su estructura original. Al no tener la necesidad de representar a una determinada familia o personaje, ha sido posible abstraer las características generales de la forma de vida de una familia anónima, que deberán coincidir, lo más objetivamente posible, con la manera en que se desarrollaba la vida cotidiana de una clase social definida –la nobleza de viejo cuño y la nueva burguesía–, con un modo de vida “particular” y con unas costumbres, formas, rituales, gustos y sentimientos determinados. El montaje del Museo responde a una reconstrucción de interiores, basada no tanto en la funcionalidad de los espacios, como en la forma en que la habitación pueda expresar el carácter de su posible propietario, la manera en que refleja su alma. No se trata de hacer una réplica de una casa estéril e impersonal, de habitaciones inmaculadas en las que se ha eliminado toda huella de que están habitadas por seres humanos. Tampoco se trata de recrear un ambiente muy ordenado, con obras de arte y decoración artística laboriosamente situadas. La idea es recrear un ambiente que logre dar la sensación, aunque difícil en un museo, de estar habitado y vivido, evitando que la elegancia de los elementos o la formalidad del entorno creen un aire de artificiosidad.

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Una casa museo ·····

omo se ha dicho, el Museo del Romanticismo –nueva denominación, más lógica, que ostenta en la actualidad– responde a una tipología museística específica: la de casa museo. Custodia un patrimonio que no solamente es material y visible –la propia casa, los muebles, los objetos decorativos, las artes gráficas, la pintura, los textiles, etc.–, sino también inmaterial y alusivo, que hace referencia a los usos de la habitación, los roles familiares, los hábitos sociales, las modas, los gustos, la forma de vida, etc. A través de una documentación y un estudio exhaustivos, se recrean diversas salas y ambientes, tal y como se supone que deberían encontrarse en un domicilio burgués del periodo, con el fin de explicar el desarrollo de la vida cotidiana de una determinada clase social. En su calidad de casa museo, es capaz de informar al visitante sobre diversos aspectos de una sociedad, de una época y de un periodo artístico como el Romanticismo –cuyos límites cronológicos en España se sitúan durante el reinado de Isabel II (1833-1868)–. Además, su discurso ofrece la posibilidad de llegar a conocer cómo se desarrollaba la vida cotidiana de una determinada clase social: sus ideas, preferencias, gustos, tendencias artísticas y decorativas, creencias, jerarquías sociales y sexuales, educación, ocio, nivel de tecnología, etc. El resultado es una combinación en la que la microhistoria y la macrohistoria encuentran una síntesis narrativa eficaz. Precisamente por tratarse de una casa museo es una suma de elecciones impuestas por los ambientes, por la disposición de cada una de las estancias, en relación con los espacios, con sus secuencias, con las variaciones de la luz, con los lazos que queremos que se lleguen a crear entre los objetos y la intrincada trama de interrelaciones que se establecen entre éstos y los acontecimientos históricos, artísticos y sociales de la época. Sentida como una creación desde dentro, parece que los posibles habitantes de la casa dejaron su impronta en ella a través de los años. Es evidente que los interiores pueden ser considerados como elementos parlantes, donde las habitaciones y los objetos, están investidos de valores afectivos y de sentimientos; forman parte integrante de

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las relaciones de las personas que habitan el espacio y crean con ellas una correspondencia psicológica. La idea de “atmósfera vivida”, que preside el montaje del Museo, consolida lo que podemos denominar como “el poder de los objetos”. El impacto que siente el visitante al ver (los cuadros, los dibujos y estampas, los muebles, las arañas, las porcelanas y floreros de flores artificiales, palidecidas por el tiempo bajo fanales de cristal, los autómatas, los mudos juguetes, las pistolas de duelo, los libros y las cartas), oir (el crujido de la madera, los relojes que continúan dando las horas, los móviles o cajas de música) u oler (la cera, el cuero, etc.), en fin, el pasear por esta vieja casa, es imposible que se aprecie en una fotografía o en una película. Es una experiencia única e irrepetible, cada vez más difícil de encontrar en la actualidad.

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Un Museo moderno y abierto ·····

in embargo, se debe tener en cuenta que nuestra prioridad no es únicamente la reproducción fidedigna de un determinado ambiente: se trata de convertir espacios que fueron concebidos para ser habitados, en lugares de utilidad pública, con unos objetivos didácticos, que son el fin y la filosofía fundamental de todo museo. Es por ello que queremos aunar dos mundos teóricamente irreconciliables: una casa, un lugar íntimo en el que, todavía hoy, se pueda respirar la forma de habitar de una determinada época y, por otro lado, un espacio de dinamismo y de progreso, con una importante política de actividades, es decir un lugar de exhibición pública, en el que se deben garantizar unas condiciones de exposición adecuadas y que tiene como fin último la enseñanza y el deleite del visitante. El Museo del Romanticismo no renuncia al dinamismo, la apertura y la modernidad que ofrece la museología contemporánea y apuesta por una amplia política de actividades, que ofrezca al visitante la posibilidad de encontrarse con un museo vivo, abierto, un lugar donde se aprenda a interpretar el pasado de una manera creativa y en armonía con los tiempos actuales. No podemos olvidar que el movimiento romántico, tras la máscara de lo que parecía una nostalgia por el pasado, escondía una profunda modernidad, una manera de sentir y aprehender la existencia, sin la cual sería imposible entender el mundo contemporáneo. La casa era un lugar de lucimiento social, pero también era un mundo aislado, en el que sólo estaba permitida la entrada a unos pocos. Sin embargo, los tiempos han cambiado y desde dentro invitamos a todos a embarcarse en este apasionante y único viaje hacia el siglo xix, lo que consideramos es el fin último de la visita al Museo del Romanticismo.

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¿Qué es el Romanticismo? ·····

l Romanticismo es un movimiento artístico y literario que se impuso en Europa en los primeros años del siglo xix. Sus características y cronología varían mucho de unos países a otros. Es muy difícil ofrecer una definición concisa de lo que es el Romanticismo, ya que abarca un conjunto de fenómenos muy diversos, en los que el aspecto subjetivo es fundamental. No es tanto un estilo como una manera de sentir y de entender la vida, una concepción nueva del mundo. Si hay algo que define a este movimiento es, precisamente, la idea de contradicción, la inestabilidad y variabilidad del significado, del uso de las palabras, los estilos, los actos, etc. Aunque el movimiento romántico europeo no fue idéntico en los diferentes países y tuvo en cada uno de ellos diferentes modos y cronologías, podemos hablar, de manera simplificada, de una serie de rasgos y temas recurrentes: – Primacía de los sentimientos y las emociones frente al racionalismo ilustrado. El hombre romántico da rienda suelta a sus emociones personales, que basculan desde los momentos más plenos de entusiasmo, hasta una melancolía casi enfermiza. – Eclosión de un acentuado individualismo. El culto al yo, centro y objeto máximo de la vida espiritual, es, en oposición a la rígida disciplina neoclásica, uno de los rasgos centrales de este movimiento. – Se produce una preponderancia de la inspiración y la imaginación como fuentes artísticas y de conocimiento. El Romanticismo, que en realidad es una “manera de sentir”, confiere a la obra de arte la capacidad de su-

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gerir una realidad más profunda e insondable, por detrás de aquello que percibimos habitualmente. – El ansia de libertad, producto de ese acendrado individualismo romántico, incidirá en todos los órdenes de la vida y el arte. Opuesto a ésta, aparece el tema del destino, como muestra del sentimiento de frustración que domina al romántico. – Hay en el romántico una fuerte tendencia al escapismo, fruto del rechazo del presente y de la realidad externa, que no le satisface, por lo que suele buscar un ideal inalcanzable. El mundo cotidiano le parece gris, mediocre, pobre, incapaz de satisfacer sus ideales y, de ese sentimiento de decepción y de desengaño, surge la inadaptación que le llevará a rebelarse o a huir. – La exaltación de los valores nacionales y de lo popular provoca en el romántico un fuerte interés por la historia. Éste bucea en el pasado en busca de los rasgos peculiares de la personalidad nacional, bien para lamentar su desaparición, bien para descubrir unos valores que se deben preservar y defender como los pilares en los que asentar el futuro.

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El Romanticismo en España ·····

l Romanticismo es uno de los momentos más conflictivos de la historia de España. En este periodo de tiempo, que comprende aproximadamente el reinado de Isabel II (1833-1868), ocurren muchos acontecimientos: alternancias de partidos, cuarteladas, revoluciones, guerras, inestabilidades sociales y económicas, desamortizaciones, avances tecnológicos, epidemias y una pluralidad de formas de vida, sentimientos, ideologías, costumbres, etc. El movimiento romántico penetró muy tardíamente en nuestro país, debido a la Guerra de la Independencia y a sus consecuencias y, especialmente, a la vuelta al Absolutismo más radical. Se debe tener en cuenta que a la muerte de Fernando VII, en 1833, el Romanticismo todavía luchaba por imponerse. Hasta los años cuarenta no se asienta definitivamente y, cuando lo hace, se trata de un movimiento de signo moderado, sin el suficiente nervio y fuerza para impulsar un arte verdaderamente original y nuevo. Mientras que en otras naciones europeas –como Inglaterra, Francia o Alemania– la revolución burguesa había conseguido –en los primeros años de la centuria– un gran crecimiento basado en la industrialización, España, a finales del siglo xix, todavía era un país muy poco industrializado, dependiente de las inversiones extranjeras y con enormes contrastes: los avances en la siderurgia y el ferrocarril convivían con el estancamiento del campo, donde malvivían millones de campesinos sin tierras. Pero también es verdad que los treinta y cinco años que se sucedieron desde 1833 hasta 1868, conocieron la realización de un agitado proceso revolucionario global en España, que sustituyó el régimen señorial en crisis por un nuevo sistema –el capitalismo–, que supuso una transformación profunda de las bases económicas y sociales y afectó a la forma de propiedad, a los sistemas de trabajo y producción y a la situación de las clases sociales. En estos momentos emerge una burguesía comercial, financiera e industrial, una clase media deseosa de crear su propio destino y de afirmarse, implantando su ideal de vida y sus valores. Poco numerosa en los albores del siglo, esta clase media, que oscila entre dos jerarquías sociales –pueblo y aristocracia– irá tomando progresivamente conciencia de sí misma a lo largo de la centuria.

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El hombre medio se proyecta también a través de la vía estética y se impone como tema, tanto a los escritores, como a los artistas plásticos decimonónicos. El interés por captar las clases medias, sus valores, sus ambiciones y su comportamiento social, se convertirá en el tema por antonomasia. La revolución liberal burguesa influyó decisivamente en el arte, no sólo por los cambios socioeconómicos que introdujo, sino también por la aparición de un nuevo estilo de vida, que tendrá su reflejo artístico en el cambio de gusto que provocó.

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Las colecciones del Museo ·····

as colecciones del Museo se caracterizan por su riqueza y heterogeneidad. Este aspecto, contribuye a enfatizar su condición de casa museo y respalda la propuesta expositiva, basada en una recreación de ambientes. Además, el Museo cuenta con un interesante archivo histórico y una biblioteca monográfica especializada. En la colección de pintura del Museo pueden encontrarse obras de importantes artistas, considerados como precedentes del mundo romántico (Francisco de Goya, José Aparicio Inglada y Vicente López Portaña, entre otros). A partir del segundo tercio del siglo xix, algunos géneros pictóricos, en los que se reflejan los valores e ideas del Romanticismo, adquieren entidad propia. Es el caso del paisaje, desarrollado por artistas como Jenaro Pérez Villaamil o José Elbo o el fascinante mundo del orientalismo, que incluyó también, influenciado por la visión de algunos viajeros extranjeros, el supuesto exotismo de nuestro país. En cuanto a la pintura costumbrista, existe una amplia representación de las escuelas madrileña y andaluza. Otro género es la pintura de historia, testigo de algunos acontecimientos de la época o de episodios del glorioso pasado español. En el campo del retrato destacan también los artistas más relevantes del momento, como Federico de Madrazo, Carlos Luis de Ribera o Antonio María Esquivel. En lo relativo a la miniatura, la colección está integrada por unas doscientas setenta y cinco piezas, en su mayoría retratos. Es un conjunto muy heterogéneo, en el que predominan los autores españoles y franceses. Durante el siglo xix se produce el cambio en la consideración del dibujo como género artístico alcanzando identidad propia. La colección del Museo comprende piezas de gran calidad y diversas técnicas, con asuntos como vistas de Madrid, escenas costumbristas y, sobre todo, retratos. La colección de estampas, una interesante fuente documental para el estudio del siglo xix, es una de las más importantes del Museo, tanto por cantidad –casi tres mil piezas– como por calidad y variedad. Entre las técnicas más empleadas destaca la litografía, como procedimiento más habitual, que posibilitó la publicación de una gran cantidad de libros y revistas ilustradas. Formada por más de cuatro mil fondos, la colección de fotografía del Museo destaca tanto por la variedad de

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técnicas, como por su riqueza temática. En lo que respecta a las primeras, abarca la mayoría de los procedimientos fotográficos –desde los daguerrotipos y ambrotipos, hasta los procesos de producción en la era industrial y las técnicas fotomecánicas– lo que permite recorrer la historia de la fotografía desde su nacimiento, en pleno movimiento romántico. También son destacables los ingenios visuales, como las fotografías estereoscópicas y la excepcional colección de diaphanoramas. La colección de mobiliario se compone de alrededor de seiscientas piezas, con una cronología que abarca desde el reinado de Fernando VII hasta el de Isabel II. El mobiliario se asocia con la decoración de cada una de las estancias del Museo, y refleja las tendencias de la moda del momento. El estilo Imperio francés, caracterizado por la solidez de sus formas y la profusión de motivos decorativos, se impone durante el periodo fernandino y pervive bajo la regencia de María Cristina, con algunas novedades. Pero la mayor parte de los muebles conservados en el Museo pertenece al periodo isabelino. Estos se caracterizan por la búsqueda de comodidad y confort, además de por su tipología formal y decorativa, que se hace eco de la moda historicista, caracterizada por la riqueza de materiales, el gusto por lo exótico y la profusión de tapicerías. Las artes decorativas están igualmente bien representadas. La cerámica y la porcelana se

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encuentran presentes en sus múltiples formas y diversas procedencias: desde cerámica estampada española, como la realizada en las fábricas de Sargadelos, La Cartuja, Cartagena, Valdemorillo, etc., o bien de procedencia inglesa, porcelanas de París, Sèvres o Meissen, hasta las lozas más populares de Talavera o Puente del Arzobispo. Cabe destacar además, el excepcional conjunto de barros andaluces y murcianos de temática costumbrista. También tiene entidad propia como conjunto la colección de abanicos, que abarca todos los estilos decimonónicos, desde los pequeños ejemplos de estilo Imperio, hasta los enormes pericones de finales del siglo xix. Otros complementos son también dignos de subrayar, como la joyería, que presenta una gran diversidad de materiales –oro, plata, acero, ebonita, lava o cabello natural– o las labores manuales femeninas, que se pusieron de moda en la época, a través de objetos realizados en los más singulares componentes, como cabello, conchas, animales y plantas disecados. Otras colecciones presentes en el Museo son la de escultura, la indumentaria –complementos y otras prendas–, los juguetes –muñecos, juegos de mesa, autómatas, elementos de recreo, etc.–, los objetos del ajuar doméstico y personal –juegos de tocador, juegos de escribanía, juegos de fumador, etc.–, los elementos de higiene, las armas, la numismática, los objetos de devoción y religiosos, etc., que contribuyen a recrear los usos y costumbres de la época.

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ITINERARIO

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A

La planta baja ·····

l fondo del zaguán, flanqueando la cancela de hierro y cristal que abre al primer patio, encontramos dos importantes retratos de la reina romántica y su consorte, pintados en Madrid, en 1852, por el gaditano Ángel María Cortellini (1819-post. 1887), pintor honorario de cámara. El rey consorte, Francisco de Asís, es retratado siguiendo la forma convencional de representación de la realeza: ataviado con uniforme militar de gala, sobre el que luce diversas condecoraciones –entre las que destaca la Orden del Toisón de Oro y la Gran Cruz de la Orden de Carlos III– con el bastón de mando en la mano y la corona real sobre cojín. La inexpresividad del retratado y su inmovilidad acercan este cuadro a la primera etapa de la fotografía documental. El retrato de Isabel II, que forma pareja con el anterior, incluye igualmente los símbolos de la realeza –la corona y el cetro– y capta a la reina en un interior palaciego, mirando al espectador, con traje azul de gala, de amplio escote de barco con encaje rematado con perlas, y tiara en la cabeza, sobre el velo. Este cuadro es prácticamente igual al realizado, en 1850, por Federico de Madrazo –con la reina de cuerpo entero– para la embajada de España ante la Santa Sede, del que existen varias copias de diversos pintores. Atravesando esta cancela y los dos bonitos patios a continuación, se da paso a una zona semipública del Museo, sin colecciones ni exposición, dedicada especialmente a actividades e investigación: la biblioteca –monográfica sobre el Romanticismo–, el auditorio y el área de educación, estas dos últimas dependencias con posible entrada independiente por la calle Beneficencia. Volviendo al zaguán, nos encontramos, a la derecha, justo al lado de la entrada y sin atravesar la cancela de cristal, la bella y recoleta sala de exposiciones temporales. Entrando ya en el Museo, pero esta vez en el lado izquierdo, se sitúa la tienda y, a continuación, las salas del jardín, denominadas así porque dan paso a un sorprendente jardín romántico, pequeña naturaleza encerrada en la que un magnolio ha crecido prodigiosamente buscando la luz, entre las enredaderas y la hiedra, y donde se escucha el tranquilizador sonido del agua que proviene del surtidor de la fuente. En el zaguán se sitúa la escalera de acceso a la planta noble del edificio, donde se inicia la exposición permanente del Museo.

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