LA AUTORIDAD Y LA CRISIS EN LA FAMILIA

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LA AUTORIDAD Y LA CRISIS EN LA FAMILIA Prof. Oliveros Otero Universidad de Navarra Con alguna frecuencia se oye hablar de crisis en la familia y, en particular, de crisis de autoridad en los padres de familia. Hablar de crisis de autoridad paterna es un modo, quizá periodístico, de poner de relieve el abandonismo de muchos padres o, por lo menos, de hacer notar que se encuentran hoy con grandes dificultades en el ejercicio de su autoridad. Si estas grandes dificultades o este abandonismo -no ejercicio de la autoridad- son considerados como autoridad en crisis, deberíamos preguntarnos: ¿por qué esta crisis? ¿por desconocimiento de lo que es la autoridad y su ejercicio correcto? ¿ por falta de energía? ¿ por miedo? ¿ por pereza? ¿por influencias del ambiente? ... Seguramente, por todo esto. Es decir, por diferentes limitaciones personales de los padres y por algunos condicionamientos sociales. Si hubiéramos de establecer un orden, mayor importancia tienen las limitaciones internas que las externas. Esta afirmación es válida para la propia educación y para el ejercicio de la autoridad paterna. La educación, en concreto la educación de la libertad consiste en un proceso de superación de limitaciones personales, en primer lugar, y de limitaciones del ambiente, mediante el esfuerzo personal, para alcanzar una mayor plenitud -a nivel humano y a nivel sobrenatural- A su vez, el ejercicio de la autoridad con otros implica tener una cierta autoridad consigo mismo. Y, por tanto, esforzarse en superar cuantas limitaciones personales lo impidan. En otras palabras, si los padres quieren ejercer su autoridad, no arbitrariamente, para educar a sus hijos, necesitan haber alcanzado un cierto nivel en el desarrollo de su autonomía interna, y poner los medios adecuados para que este desarrollo personal prosiga. Se trata, prioritariamente, de un problema de limitaciones personales.

AUTORIDAD-LIMITACIONES PERSONALES. Hay dos condicionamientos internos de especial importancia y especialmente relacionados: la pasividad y la ignorancia. Referidos a la autoridad de los padres significan no querer complicarse la vida mandando y no saber exactamente qué es la autoridad. Esclarecer el concepto de autoridad es, por ello, un aspecto central de la orientación familiar. La autoridad de los padres puede ser aclarada a partir de su etimología --derivada de auctor, y éste, a su vez, de augere (aumentar, hacer crecer}--: vendría a ser la fuerza que sirve para sostener y acrecentar. La autoridad de los padres es una influencia positiva que sostiene y acrecienta la autonomía y la responsabilidad de cada hijo; es un servicio a los hijos en su proceso

educativo, un servicio que implica el poder de decidir y de sancionar; es una ayuda que consiste en dirigir la participación de los hijos en la vida familiar y en orientar su creciente autonomía, responsabilizándoles; es un componente esencial del amor a los hijos que se manifiesta de modos diversos en diferentes circunstancias, en la relación padres-hijos. Saber esto, saber qué es y para qué sirve la autoridad en la educación familiar es superar una importante limitación personal. No basta a los padres de familia saber que tienen autoridad -la correspondiente a su responsabilidad de primeros educadores-. Necesitan saber también que son capaces de ejercerla y que deben hacerlo por amor a los hijos. Aun sabiendo esto, pueden encontrarse unos determinados padres de familia con que persisten las dificultades en el ejercicio de la autoridad . ¿En qué radican estas dificultades? Puede faltarles energía, constancia, resistencia a las frustraciones, serenidad. La superación de este tipo de condicionamientos internos pudiera incluirse en la educación de la fortaleza (de los padres). En todo caso, deberán practicar una serie de virtudes humanas, si desean liberarse de este tipo de obstáculos. Puede faltarles capacidad de decisión, y en el ejercicio de su autoridad se verán obligados con alguna frecuencia a tomar decisiones acertadas e influyentes. Esta limitación personal de no saber decidir bien y oportunamente, incluye otras muchas. Una persona puede ser vacilante, indecisa, incapaz de recoger información, poco acostumbrada a pensar, improvisadora, rígida, incongruente, fácilmente influible. Todas estas limitaciones le afectarán en el ejercicio de su autoridad, puesto que debe decidir. Puede faltarles seguridad, firmeza" perseverancia, criterios en que apoyarse, y esto les afectará en las decisiones y, sobre todo, en la exigencia posterior a las decisiones tomadas. Puede faltarles fe sobrenatural. Y no encontrarán a nivel humano motivos suficientes para servir a quienes aparentemente no quieren ser servidos con la autoridad paterna. Puede faltarles confianza en ser obedecidos y, en consecuencia, la influencia de su autoridad no será eficaz. A veces, esta falta de confianza se apoya en algo tan negativo como es no haber educado en la obediencia a los hijos, no haberles enseñado a obedecer, o haber considerado la obediencia como pueril y no como algo necesario en todas las edades. En consecuencia de éstas y otras posibles limitaciones personales hay padres de familia que, en el obligado ejercicio de su autoridad, actúan con miedo. Un miedo paralizador y angustioso que les impide ser oportunos, captar los problemas de sus hijos y, sobre todo, prever. Otras dificultades radican en las influencias negativas de tipo ambiental, como luego veremos. Hoy, estas presiones ambientales hacen particularmente difícil el ejercicio de la autoridad de los padres . De hecho, realimentan ese conjunto de deficiencias personales antes mencionadas. La existencia de condicionamientos externos especialmente graves, implica una mayor exigencia en la superación de los condicionamientos internos.

Aceptar una estrecha relación entre el éxito en el ejercicio de la propia autoridad y el esfuerzo personal en el propio proceso de mejora, centrado en aquellas cuestiones que más afectan a la autoridad-servicio, es un excelente punto de partida para superar una posible crisis de autoridad paterna. En esta lucha personal, constante, porque nunca logramos una total superación de nuestros defectos, radica el éxito. La relación «mejora personal»-«autoridad ejercida» se centra en el esfuerzo, no en los resultados. Esto permite contemplar con optimismo la influencia positiva -que es la autoridad ejercida- en la educación de los hijos. En un enfoque cristiano de la vida -y de la educación- esta lucha personal en el propio proceso de mejora se apoya, fundamentalmente, en Ia oración . Un padre de familia que vive vida de fe pone en su educación y en la ajena- todos los medios humanos y todos los medios sobrenaturales. Su unidad de vida le permite no olvidar ninguno de los medios de que dispone, precisamente porque sabe que el servicio de su autoridad :s una tarea difícil en cualquier edad, y particularmente difícil cuando los hijos llegan a la adolescencia. J Hay una limitación personal específicamente abundante en el género humano: la incongruencia . En cada uno de nosotros la incongruencia, en pequeñas o grandes dosis, tiene manifestaciones comportamentales diversas. La más misteriosa de las incongruencias es el pecado. Pero hay otras muchas. Adquirimos información sobre algo importante y luego no obramos en consecuencia. Es, quizá, la limitación personal que más afecta -negativamente- a la autoridad-prestigio de los padres. Después de un somero análisis de algunas limitaciones personales, en las que radican las principales dificultades de la autoridad ejercida, resulta fácil comprender las crisis de autoridad paterna o, si se prefiere, el no ejercicio de esa autoridad -abandonismo--. Algunos padres -tal vez bastantes, actualmente se desaniman y abandonan esta forma de servir su mejor servicio--, porque han pretendido influir sin base personal. Tal vez porque ignoraban que deben procurar exigirse a sí mismos en lo que exigen a sus hijos. Otras veces, el desánimo procede de un ejercicio arbitrario de la autoridad -autoritarismo--. Es una autoridad ejercida no a partir de las necesidades concretas de mejora de cada hijo, sino de los gustos, de los esquemas, de los prejuicios -y a veces de las manías- de los padres. Dada la rebeldía que genera este tipo de autoridad, suele terminar en crisis, es decir, en abandono. Las limitaciones personales que apoyan este tipo de autoridad son: la arbitrariedad –muy extendida, hoy-, el desconocimiento de los hijos -sobre todo, adolescentes-, la proyección y la reacción. Hay una modalidad de autoritarismo -el paternalismo--caracterizado por querer sustituir al hijo (en el pensamiento, en la decisión e incluso en la acción) en lugar de orientarle, comprenderle y exigirle, de acuerdo con sus posibilidades.

Las limitaciones personales que apoyan este tipo de autoridad son: un falso concepto del amor y de la libertad, miedo al fracaso del hijo, falta de confianza -en la educación y quizás en el hijo--, falta de actitud de participación. Con lo anteriormente dicho, pudiera creerse que se está enfocando la autoridad de los padres con una actitud muy pesimista, puesto que parece imposible superar tanta limitación humana. Y, sin embargo, no hay razón para ello, porque es más asequible luchar contra los propios condicionamientos que contra las presiones ambientales, y porque la eficacia, en este caso, no exige resultados, sino perseverante esfuerzo personal.

AUTORIDAD-PRESIONES AMBIENTALES. El ejercicio de la autoridad encuentra dificultades en las propias limitaciones personales de quienes mandan -en este caso, de los padres-, como hemos visto. A éstas, han de añadirse las limitaciones que provienen del exterior: las limitaciones personales de los que obedecen --en este caso, los hijos-, otras limitaciones personales, carencias y, sobre todo, presiones ambientales. Los padres de familia se encuentran , en efecto, con muchas dificultades no sólo derivadas de su falta de paciencia, de su falta de resistencia a las frustraciones, de su falta de firmeza, de serenidad, etc., sino también de las actitudes negativas -de exigencia incomprensiva- de los propios hijos, sobre todo si son adolescentes; de la forma de comportarse de otros padres; de la falta de medios de información adecuada; de las deficiencias de vivienda y de urbanización, para quienes viven en la ciudad; del aislamiento y la ausencia de interesantes actividades culturales para quienes viven en el campo; de la arbitrariedad como norma; de las ideas pequeñitas del ambiente; de la deformación de muchos programas televisivos; de la confusión doctrinal y, en general, de la inseguridad existente en cuestiones de criterios; de la escalada del erotismo; de la manipulación publicitaria ... ¿ Por qué esta enumeración -no exhaustiva, ciertamente- de dificultades? ¿Qué tiene que ver con la autoridad de los padres? Porque la autoridad no es sólo una cualidad de los padres derivada de sus ideas claras sobre la educación y de su coherencia entre lo que piensan, lo que hacen y lo que exigen. La autoridad es también una relación entre padres, hijos y ambiente. Depende, por tanto, de cómo sea cada hijo y de cómo influya el ambiente --en ellos y en sus hijos__ Ese ambiente que empieza en el resto de la familia -abuelos, tíos, primos-, continúa en la vecindad --en la ciudad o en el pueblo--, en la región, en el país y termina en el planeta, a través de los medios . que nos lo ponen informativamente a nuestro alcance. ¿Quiere decirse que el ambiente sólo influye negativamente en la educación de los hijos y en el ejercicio de la autoridad de los padres? No. Sigue ofreciendo cosas positivas : hay más medios aprovechables en la educación; hay más posibilidades de ayuda a los padres --en lo que se refiere a colaboración y a orientación--. Pero también se ha incrementado lo negativo. En una sociedad de consumo en la que se trata de vender muchos productos parecidos a otros ya existentes hay que captar la atención; hay que Impulsar a la acción de compra; hay que establecer

la imagen del producto (2 ). De hecho, hay una apelación a las tendencias del hombre. La tendencia al movimiento, por ejemplo. Se ofrecen determinados productos unidos a la expresión en texto, fotografía , sonido o película de «la imagen de la velocidad, de la acción, del juego, del movimiento rítmico, de la «libertad de acción» (3 ). Lo mismo se podría decir de la imagen de la alegría viva y exteriorizada ; de todo aquello que exprese confort corporal, facilidad para realizar algo, ausencia de esfuerzo, etc. «Las apelaciones a los impulsos eróticos invaden la publicidad actual de un modo agobiante» (4). Del mismo modo se recurre al afán de sensaciones, de aventuras inéditas y fascinantes . La novedad como cualidad fundamental del producto. Posesión de algo que los demás no tienen: «desconfíe de las imitaciones ... », «sea precavido al elegir ... » , «usted merece lo mejor ... ». Deseo de poder: «influya en los demás, vistiendo ... ». Ansia de notoriedad: «hágase usted notar ... »; «tenga usted ideas propias; las conseguirá si adquiere la colección ... ». También se apela a tendencias de niveles superiores, pero mucho menos. Reconocimiento a los demás: «haga felices a los suyos ... »; «usted puede servir a la sociedad ... »; «sienta la alegría del trabajo bien hecho ... » (5). No se venden productos nuevos, sino valores o pseudovalores o contravalores. Se compra vitalidad, belleza, admiración, poder, libertad de acción, sexo, comodidad-confort, velocidad, éxito, evasión ... Pero la educación de la libertad va por otros derroteros: se conquista por el esfuerzo personal, por el sucesivo y laborioso autodominio, por un mejor servicio a los demás. Sin prisa, con decisiones apoyadas en criterios firmes, con recursos materiales usados sobriamente, como medios. La manipulación publicitaria juega con la ventaja de los medios audiovisuales. Los carteles, la prensa, la radio, la televisión. Enlaza, además, con l" fenómeno de unos adolescentes que disponen de dinero (6). Y de ahí resulta el consumismo orientado a adolescentes y a niños. Basta observar con alguna atención los anuncios en la TV, por ejemplo. ¿Qué padres son capaces, luego, de ejercer su autoridad para mantener un régimen familiar de cierta austeridad? ¿No corren sus hijos el peligro de no poder alternar con sus amigos si no gastan bastante dinero en compras no decididas ni necesarias? Hay otras presiones del ambiente en las que intencionalmente se va contra la educación. Me refiero al erotismo como una posible fuente de abundantes ingresos, por una parte, y por otra, cómo táctica útil para determinadas actividades ideológicas de tipo materialista (7). Todo ello constituye una compleja y multiforma de presión ambiental para el ejercicio de la autoridad de los padres. La propia autoridad no está de moda a otros "niveles de la sociedad. Se teme ejercer la autoridad, se abdica, o se ejerce con miedo, violentamente, no de un modo sereno y permanente. Para la autoridad de los padres esto es una influencia negativa más.

También es una presión ambiental para la autoridad de los padres, la confusión generalizada nacida de la desorientación de quienes debieran orientar; de claudicaciones personales; de la inseguridad de quienes adoptan como único criterio que «todo lo nuevo es bueno y todo lo viejo es malo», etc. Quizá convendría reflexionar un poco más todavía en torno a algunas presiones externas sobre la familia, particularmente graves, porque afectan, como es lógico, al ejercicio de la autoridad paterna . Me refiero no sólo a la manipulación de la sexualidad, tratada en las anteriores páginas, sino también a la manipulación de los valores. En realidad, ambas modalidades de manipulación se interrelacionan, se realimentan, incidiendo con especial virulencia en el matrimonio. Estas presiones externas fomentan antivalores en la familia --especialmente, en las relaciones conyugales-. Tiene lugar una inversión de valores que genera una grave confusión en cuestiones básicas, y actitudes de irresponsabilidad, de deslealtad, de arbitrariedad. Se invierte el orden de los fines en el matrimonio. La «paternidad responsable », en un clima de irresponsabilidad y de antivalores -valores invertidos-, significa «paternidad restringida». Se presenta el acto sexual como un fin en sí mismo. Se pretende reducir el matrimonio a una institución social para ponerlo al servicio del Estado o para considerarlo como un asunto de escasa importancia. Se pretende una «promoción» de la mujer que la aleje de la maternidad. Etcétera. No me propongo, en esta ocasión, tratar más extensamente el tema, porque corresponde a otro estudio en el que se relacionan educación y manipulación. Pero es evidente su relación con el ejercicio de la autoridad. Mal pueden ejercer su autoridad de padres unos cónyuges que son víctimas de la confusión originada por la manipulación de la sexualidad y de los valores -ambas intencionalmente antieducativas- en torno a la institución matrimonial . Esos padres necesitan, ante todo, estar informados de las influencias negativas que inciden sobre ellos mismos y esclarecer el concepto de matrimonio a la luz de los correspondientes textos doctrinales (*). Por éstas y por otras presiones ambientales que pudieran citarse el ejercicio de la autoridad es difícil. De tal modo que deberíamos preguntarnos si es posible seguir ejerciéndola.

AUTORIDAD-PERSEVERANCIA. No me refiero a los procedimientos concretos, adecuados a la edad, al tipo de carácter y al sexo de los hijos , ni a la inmadurez o madurez de los padres, ni a las circunstancias de una situación determinada, sino al hecho en sí: ¿pueden los padres seguir mandando a hijos mayores de 13 ó 14 años, por ejemplo? No puede quitársele importancia a la dificultad. Siempre han encontrado alguna dificultad los padres en la educación de sus hijos adolescentes. Pero hoy las dificultades son mucho mayores, porque las presiones ambientales, indicadas en anteriores páginas , influyen negativamente en los padres y en los hijos. Además, forma parte de la intencionalidad contraeducativa de algunas presiones enfrentar a los hijos con sus padres. Para ello se utiliza una serie de slogans. Por ejemplo, ,””la libertad como ausencia de normas y de límite y «la autoridad como manipulación». A pesar de todo, la autoridad de los padres es necesaria. Y muchos lo comprenden así. También la consideran necesaria muchos adolescentes. En una encuesta a alumnos de COU, en contestación a una pregunta sobre si sus padres ejercen la autoridad, muchos contestan que sí. Interesan, sobre todo, sus comentarios. Veamos, a continuación, las respuestas de un grupo de alumnos:          

lo considero necesario para poder vivir ejercen su autoridad para dirigir mi vida a un fin concreto; pero no por ello impiden mi libre elección sin ella no podríamos llegar a ninguna parte. Es para que nosotros podamos pensar lo que tenemos que hacer han intentado hacernos entrar en razón con cariño, pero sin debilidad . Unas veces lo han conseguido y otras la cabezonería nuestra les ha derrotado deberían contar más con nosotros es su deber, ya que sin alguien que haga cumplir ciertas reglas de convivencia, ésta se vendría abajo al hacernos mayores, sin perder autoridad nos han dejado a nuestra entera libertad con una buena orientación a veces emplean la autoridad «déspota», la autoridad del «porque sí»; y otras, la autoridad. " comprensiva, la autoridad de hacernos recapacitar creo que es una autoridad demasiado absoluta. Nunca puedo hacer una cosa, aunque sea buena, que ellos no la acepten

Estos comentarios no sólo destacan la necesidad de la autoridad paterna, sino también un modo correcto de ejercerla.

Los padres necesitan seguir prestando el servicio de su autoridad. ¿Cómo? Con calma, con serenidad, con perseverancia, sin dramatizar, sin juzgar, con cierto sentido del humor, sin nerviosismo, sin alterarse mucho, dando algunas razones (pocas y con pocas palabras). Con este e fin, podrían indicarse algunas normas respecto al ejercicio correcto y perseverante de la autoridad. Por ejemplo: 1. Establecer previamente las reglas del juego. Son normas aceptadas por todos y exigibles a todos. Pocas en número, pero respetadas, y vividas por padres e hijos. 2. Exigirse a sí mismo en lo que se quiere exigir. Es una consecuencia de la anterior. Exigirse al menos, en lucha, en el intento constante de querer conseguir en sí mismo lo que se manda. 3. Ponerse de acuerdo con el otro cónyuge. No se trata ahora de discutir quién de hecho ejerce la autoridad --el padre o la madre- Se espera que ambos cónyuges se pongan de acuerdo. 4. No separar comprensión y exigencia. No es difícil observar en algunas familias con adolescentes que toda la comprensión está en los padres y ninguna exigencia está en los hijos. 5. Ser sobrio en el ejercicio de la autoridad. Existen muchos problemas que pueden resolverse mediante o a través de otros tipos de influencia o con la autoridad de los hermanos mayores. Saber delegar en los hijos algunos asuntos no es sólo fomentar su responsabilidad, sino también su autoridad. (No separar la participación de la responsabilidad) 6. Es una consecuencia de lo anterior. Hay que poner a prueba la propia imaginación para afrontar situaciones de participación para los hijos situaciones estimulantes que requieran un trabajo del que se ha de responder. 7. Saber resistir frente a dificultades y a frustraciones. No desanimarse nunca: pase lo que pase. La autoridad se puede perder y se puede recuperar. Hay que volver a empezar. Puede constituir una buena ayuda la intervención oportuna de un amigo o de un profesor de los hijos. Hay que ser perseverantes. 8. Hay que destacar siempre lo positivo, en primer lugar. 9. El comportamiento correcto de una persona depende de dos condiciones, básicamente: a) tener ideas claras; b) ser consecuente con esas ideas. La autoridad de los padres ha de ayudar eficazmente a que ambas condiciones se cumplan en sus hijos --en cada uno--. Hay que tener la paciencia de aclarar --de diversos modos; en diversas circunstancias; muchas veces- algunas ideas de base. Para ello los padres deben reflexionar con alguna frecuencia sobre esas ideas; así, irán profundizando paulatinamente en su contenido. Y podrán hablar de ellas con matices nuevos y con el entusiasmo de 10 que uno mismo sigue descubriendo. 10. El ejercicio de la autoridad se logra en un clima de confianza que no excluye actos de energía, de enfado, de exigencia serena, de hablar clara y brevemente de lo que no está bien, etc., del mismo modo que un buen clima no excluye la tormenta. ¿Cómo se logra

esta confianza? Sin rechazos, sin comentarios mientras el hijo no termina de exponer su punto de vista -aunque también conviene ir acostumbrándole a ser conciso y sintético-, sin dejar de aclararle algunas cosas después -también con brevedad y sin dramatizar-o Algunos padres buscan la confianza de sus hijos a base de campechanía y de ceder en todo y de no enfrentarse nunca. Pero este no es el camino. Los mismos hijos se dan cuenta de la falsedad y de la ineficacia de esta solución: saben que necesitan -aunque les limite- de la autoridad de los padres, no de su aprobación indiscriminada. Con la autoridad de los padres se busca la responsabilidad de los hijos. La educación es un proceso de gradual responsabilización de cada hijo, a pesar de las invitaciones constantes del ambiente a irresponsabilizarse, a ser arbitrario, a comportarse caprichosamente, a querer vivir una libertad no limitada, no condicionada, y, por tanto, no humana. La autoridad es un servicio, pero debe ser ejercida en unas determinadas condiciones para que realmente exista. Una es la autoridad de los padres como autores y otra es la autoridad real, aunque es muy deseable que ambas coincidan en ellos. Como hemos visto, desde diversos ángulos, «las condiciones previas para obtener la autoridad no son la arbitrariedad y la violencia. El otro debe notar que el que exige algo se somete él también a exigencias, que la autoridad humana obedece a una autoridad superior ( ... ). La exigencia de la verdadera autoridad es en realidad sólo «de representación» (14). Los veintidós alumnos de COU, a los que antes me he referido, al preguntarles : «¿ qué es para ti la autoridad?» coincidían en señalar su necesidad para regular el trabajo o cualquier otra forma de actividad; para evitar el caos; para ordenar la sociedad; para lograr el cumplimiento de lo que se debe hacer; para conseguir que la libertad sea llevada a su mejor fin. Pero no eran capaces de captar otro aspecto de la cuestión: la relación entre autoridad , libertad, obediencia y responsabilidad. La autoridad está relacionada con la condición de «autor», y en este sentido los padres –coautores de sus hijos- tienen razones profundas para ejercer su autoridad si no se olvidan ellos mismos de vivir una relación amorosa, filial, con una" autoridad superior: es evidente que me estoy refiriendo a la filiación divina. Pero «la condición de «autor» implica al mismo tiempo un deber y un derecho; es, a la ve?, facultad y tarea. En el fondo, la autoridad se basa en la responsabilidad ante las personas y las cosas» (15). Hay modos de mandar y hay modos de obedecer. El ejercicio de la autoridad -autoridad participativa-tiene otra función: enseñar a obedecer responsablemente, no de una manera pasiva, propia de quien abdica de sus inmensas posibilidades de colaboración. «Pero también es evidente lo otro: no hay educación de la responsabilidad sin una educación en la obediencia» (16). Es obvio que nos estamos moviendo en un campo difícil en la práctica, actualmente, cuando los hijos están sometidos y aceptan de hecho otras influencias muy diferentes. Pero la influencia de tinos padres que tienen ideas claras, que son coherentes con esa, ideas y que han alcanzado un cie/'-lo grado

de madurez en su vida es superior a todo lo otro: puede contrarrestar cuanto de negativo incida en la vida de los hijos. Bastaría volver a recordar qué cosas ' fomentan la obediencia de los hijos: la confianza, el cariño, el agradecimiento, la coherencia o congruencia, la equidad y el ejemplo vivido. y qué cosas, por el contrario, provocan la desobediencia: el desamparo -el normal y el de lujo--, los mimos, la dispersión -de padres y de hijos-, el autoritarismo, la falta de consecuencia y de firmeza. Reflexionando sobre ello, un padre o una madre de familia puede reconsiderar la relación autoridad obediencia, relación sobre la que volveremos a tratar en otro capítulo. Si un padre de familia lo prefiere desde otro enfoque puede pensar en lo que fortalece su autoridad: saber lo que quiere, relacionar tareas y fines , vivir la alegría, fomentar sentimientos de éxito, tener confianza en sí mismo, reconocer los méritos ajenos o, mejor, la obra bien hecha, evitar amenazas o promesas vanas. .. .. .. Si se cuidan estos y otros detalles las bases del éxito están aseguradas. Con todo se puede fracasar. La autoridad es una relación. No depende sólo de los padres. Es una relación de padres, hijos y ambiente. Los padres deben poner todos los medios -humanos y, si tienen fe, sobrenaturales-o Si a pesar de todo se pierde, hay que saber perder. Y cuando se cree haber fracasado, lo mismo que cuando se cree tener éxito, hay que saber buscar o aceptar ayudas. Los profesores de sus hijos pueden colaborar eficazmente a veces, si son personas capaces de educar no sólo enseñantes- o Pero hay que estar dispuestos a ganar y a perder. Los hijos son libres. A pesar de todo, se pueden alejar de sus padres. Aunque siempre pueden volver. Hay que confiar -lo cual es compatible con informarse de los resultados-o Hay que saber esperar. Y saber rezar, si se tiene fe. ¡Y si no, pedirla: Porque ejercer la autoridad hoy, con firmeza y con flexibilidad, contra corriente, a pesar de la violencia, del erotismo, de la blandura viscosa del ambiente, es un asunto tan difícil que sería -en mi opinión- ingenuo creer que se puede conseguir sin creer.

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