LA FORMACION PERMANENTE

encuentra junto a sí. Pero, sobre todo, deberá aprender a dejarse formar por la vida de cada día, por su propia comunidad y por sus hermanos y hermana

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encuentra junto a sí. Pero, sobre todo, deberá aprender a dejarse formar por la vida de cada día, por su propia comunidad y por sus hermanos y hermanas, por las cosas de siempre, ordinarias y extraordinarias, por la oración y por el cansancio apostólico, en la alegría y en el sufrimiento, hasta el momento de la muerte. Serán decisivas, por tanto, la apertura hacia el otro y la alteridad, y, en particular, la relación con el tiempo. Las personas en formación continua se apropian del tiempo, no lo padecen, lo acogen como don y entran con sabiduría en los varios ritmos (diario, semanal, mensual, anual) de la vida misma, buscando la sintonía entre ellos y el ritmo fijado por Dios inmutable y eterno, que señala los días, los siglos y el tiempo. De modo particular, la persona consagrada aprende a dejarse modelar por el año litúrgico, en cuya escuela revive gradualmente en sí los misterios de la vida del Hijo de Dios con sus mismos sentimientos, para caminar desde Cristo y desde su Pascua de muerte y resurrección todos los días de su vida.

LA FORMACION PERMANENTE REFERENCIAS DEL MAGISTERIO ÚLTIMO Documentos que señalan muy bien el conjunto de lo que es y el modo de proceder en la formación permanente. 1) Potissimum institutioni (PI) o Orientaciones sobre la formación en los Institutos religiosos nn. 66-71. El PI llama la atención sobre los elementos sustanciales 2) Pastores dabo vobis (PDV) nn. 70-81 (extracto). La PDV hace una reflexión teológica a partir del sacramento del ORDEN 3) Vita consecrata (VC), nn. 69-71. La VC señala aspectos pedagógicos para las etapas y las dimensiones a subrayar 4) Caminar desde Cristo (CdeC) nn. 14 y 15. CdeC, insiste en la necesidad de una seria Formación permanente. BIBLIOGRAFIA: AA. VV. La formación permanente de los religiosos, Vida Religiosa, 40 (1976) 243-201. AA. VV. La formación continua de los religiosos, Vida religiosa, 58 (1985) 403-465. AA. VV. Crecer juntos en Cristo. La formación permanente del religioso. PCl, Madrid, 1990. Angel SANZ ARRIBAS, comentario a los nn. del “Potissimum instituttioni”, en Camino de formación, PCl, Madrid, 1991. Ver la bibliografía hasta esa fecha en la p. 284. Josu M. ALDAY, La formazione continua a essere protagonista. Una bibliografía aggiornata (1992-1997): Vita Consacrata, 4 (1998) 543548. M. MIDALI, Percorsi di speranza per consacrati e consacrate, ed. Elle di Ci, Leumann (Torino, 1997, ver las pp. 282-308. Benito GOYA, Formación integral a la vida consagrada, San Pablo, Madrid, 1998. Gabriel FERRARI, Religiosos y Formación permanente. El crecimiento humano y espiritual en la edad adulta. PCl, Madrid, 2000. Amadeo CENCINI, La formación permanente, San Pablo, Madrid, 2002, ID, El árbol de la vida. Hacia un modelo de formación inicial y permanente, San Pablo, Madrid, 2005. Conferencia Episcopal Española. Comisión del Clero, La formación sacerdotal permanente, Edice, Madrid, 2004. Esta obra merece la pena tenerla en cuenta a la hora de hablar de la formación per-

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manente de los sacerdotes. Igualmente es conveniente tener en cuenta los documentos de la Congregación para el Clero: El Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (1994) y El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial (2002). AA. VV. La formación permanente, Vida Religiosa, 100 (2006), 5-79. Documentos propios: Const. Constituciones 269-270 PF Plan de formación Studium Sapiencia, 390-436. Ord. Cap. Gen. Ordenaciones del LIII Capítulo General, 11. Dir. Directorio de la provincia, 49-66. Ord. Cap. Prov. Ordenaciones del CXXIII Capítulo provincial, Mensaje 5, Ordenaciones 1-10

TEXTOS DE REFERENCIA I. DEL DOCUMENTO ORIENTACIONES SOBRE LA FORMACIÓN EN LOS INSTITUTOS RELIGIOSOS:

“POTISSIMUM INSTITUTIONI”

La formación continúa de los profesos perpetuos 66. «Los religiosos continuarán diligentemente su formación espiritual, doctrinal y práctica durante toda la vida: los superiores han de proporcionarles medios y tiempo necesario para ello»1. «Cada instituto religioso tiene pues la tarea de proyectar y de realizar un programa de formación permanente adecuado para todos sus miembros. Un programa que tiende no solamente a la formación de la inteligencia, sino también de toda la persona, principalmente en su dimensión espiritual, para que todo religioso pueda vivir en toda su plenitud su propia consagración a Dios, en la misión específica que la Iglesia le ha confiado»2.

un recto ejercicio concreto de la espiritualidad de comunión que promueve y asegura la activa participación de todos13. En todo esto ayudará una seria formación permanente, en el interior de una radical reconsideración del problema de la formación en los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, para un camino auténtico de renovación: éste, en efecto, «depende principalmente de la formación de sus miembros»14. La formación permanente 15. El tiempo en que vivimos impone una reflexión general acerca de la formación de las personas consagradas, ya no limitada a un periodo de la vida. No sólo para que sean siempre más capaces de insertarse en una realidad que cambia con un ritmo muchas veces frenético, sino también porque es la misma vida consagrada la que exige por su naturaleza una disponibilidad constante en quienes son llamados a ella. Si, en efecto, la vida consagrada es en sí misma «una progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo»15, parece evidente que tal camino no podrá sino durar toda la vida, para comprometer toda la persona, corazón, mente y fuerzas (cf. Mt 22, 37), y hacerla semejante al Hijo que se dona al Padre por la humanidad. Concebida así la formación, no es sólo tiempo pedagógico de preparación a los votos, sino que representa un modo teológico de pensar la misma vida consagrada, que es en sí formación nunca terminada, «participación en la acción del Padre que, mediante el Espíritu, infunde en el corazón ... los sentimientos del Hijo»16. Por tanto, es muy importante que toda persona consagrada sea formada en la libertad de aprender durante toda la vida, en toda edad y en todo momento, en todo ambiente y contexto humano, de toda persona y de toda cultura, para dejarse instruir por cualquier parte de verdad y belleza que 13

Cf. Novo millennio ineunte, 45. Cf. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Orientaciones sobre la formación en los Institutos Religiosos, «Potissimun Institutioni», Roma, 2 de febrero de 1990, 1. 15 Vita consecrata, 65. 16 Vita consecrata, 66. 14

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C. 661. Juan Pablo II a los religiosos del Brasil, 11 de julio de 1986, n. 6; cf. nota 5 introducción. 2

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DE LA INSTRUCCIÓN CAMINAR DESDE CRISTO. La función de superiores y superioras 14. Descubrir el sentido y la calidad de la vida consagrada es tarea fundamental de los superiores y de las superioras, a los que se ha confiado el servicio de la autoridad, un deber exigente y a veces contestado. Eso requiere una presencia constante, capaz de animar y de proponer, de recordar la razón de ser de la vida consagrada, de ayudar a las personas que se les han confiado a una fidelidad siempre renovada a la llamada del Espíritu. Ningún superior puede renunciar a su misión de animación, de ayuda fraterna, de propuesta, de escucha, de diálogo. Sólo así toda la comunidad podrá encontrarse unida en la plena fraternidad y en el servicio apostólico y ministerial. Siguen siendo de gran actualidad las indicaciones ofrecidas por el documento de nuestra Congregación La vida fraterna en comunidad cuando, al hablar de los aspectos de la autoridad que hoy es necesario valorar, reclama la función de autoridad espiritual, de autoridad creadora de unidad, de autoridad que sabe tomar la decisión final y garantizar su ejecución11. A cada uno de sus miembros se le pide una participación convencida y personal en la vida y en la misión de la propia comunidad. Aun cuando en última instancia, y según el derecho propio, corresponde a la autoridad tomar las decisiones y hacer las opciones, el diario camino de la vida fraterna en comunidad pide una participación que permite el ejercicio del diálogo y del discernimiento. Cada uno y toda la comunidad pueden, así, comparar la propia vida con el proyecto de Dios, haciendo juntos su voluntad 12. La corresponsabilidad y la participación se ejercen también en los diversos tipos de consejos a varios niveles, lugares en los que debe reinar de tal modo la plena comunión que se perciba la presencia del Señor que ilumina y guía. El Santo Padre no ha dudado en recordar la antigua sabiduría de la tradición monástica para

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Cf. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, La vida fraterna en comunidad, «Congregavit nos in unum Christi amor», Roma, 2de febrero de 1994, 50. 12 Cf. Vita consecrata, 92.

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¿Por qué la formación continuada? 67. La formación continuada está motivada primero por la iniciativa de Dios que llama a cada uno de los suyos en todos los momentos y en circunstancias nuevas. El carisma de la vida religiosa en un instituto determinado es una gracia viva que pide ser recibida y vivida en condiciones de existencia a menudo inéditas. «El carisma mismo de los fundadores (ET 11) se revela como una experiencia del espíritu transmitida a sus discípulos, para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne (...). El carácter carismático propio de todo instituto requiere, tanto por parte del fundador cuanto por parte de los discípulos, el verificar continuamente la propia fidelidad al Señor, la docilidad a su Espíritu, la atención inteligente a las circunstancias y a los signos de los tiempos, la voluntad de inserción en la Iglesia, la predisposición a la subordinación a la jerarquía , la audacia en las iniciativas, la constancia en la entrega, la humildad en sobrellevar los contratiempos (...). Nuestro tiempo exige de los religiosos de manera especial esta autenticidad carismática, viva e ingeniosa en sus invenciones que destaca claramente en los fundadores...»3. La formación permanente exige prestar una atención particular a los signos del Espíritu en nuestro tiempo y dejarse sensibilizar por ellos para poder darles una respuesta apropiada. Además, la formación continua es un dato sociológico que, en nuestros días, afecta a todos los campos de actividad profesional. Muy a menudo condiciona la permanencia en una profesión o el paso obligado de una profesión a otra. Mientras la formación inicial estaba ordenada a la adquisición por la persona de una suficiente autonomía para vivir en la fidelidad a sus compromisos religiosos, la formación continua ayuda al religioso a integrar la creatividad en la fidelidad. Pues la vocación cristiana y religiosa reclama un crecimiento dinámico y una fidelidad en las circunstancias concretas de la existencia, lo cual exige una formación espiritual interiormente unificante, pero flexible y atenta a los acontecimientos cotidianos de la vida personal y de la vida del mundo. 3

MR 11b.12b.23f; cf. nota 8 introducción.

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«Seguir a Cristo» significa ponerse siempre en marcha, evitar la esclerotización y el anquilosamiento, para ser capaz de dar un testimonio vivo y verdadero del Reino de Dios en este mundo. En otras palabras, se podrían establecer tres razones fundamentales que motivan la formación permanente: - la primera se deduce de la misma función de la vida religiosa en el seno de la Iglesia. Juega en ella un papel carismático y escatológico muy significativo que supone en las religiosas y religiosos una atención especial a la vida del Espíritu, tanto en la historia personal de cada una y de cada uno como en la esperanza y la angustia de los pueblos; - la segunda proviene de los desafíos que representa el futuro de la fe cristiana en un mundo que cambia a una velocidad acelerada 4; - la tercera toca la vida misma de los institutos religiosos y sobre todo su futuro, que depende en parte de la formación permanente de sus miembros. Su contenido 68. La formación continua es un proceso global de renovación que abarca todos los aspectos de la persona del religioso y el conjunto del instituto mismo. Se debe realizar teniendo en cuenta el hecho de que sus diversos aspectos son inseparables y se influencian mutuamente en la vida de cada religioso y de cada comunidad. Son dignos de considerar los siguientes aspectos: - la vida según el Espíritu o espiritualidad: ésta debe tener la primacía porque incluye la profundización en la fe y en el sentido de la profesión religiosa. Se deben privilegiar los ejercicios espirituales anuales y los tiempos de reanimación espiritual bajo diversas formas; - la participación en la vida de la Iglesia según el carisma del instituto y especialmente la actualización de los métodos y de los contenidos de las actividades pastorales, en colaboración con los otros agentes de la pastoral local; - el «reciclaje» doctrinal y profesional que incluye la profundización bíblica y teológica, el estudio de los documentos 4

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Cf. PC 2d.

acción del Espíritu se defienden con denuedo los tiempos de oración, de silencio, de soledad, y se implora de lo Alto el don de la sabiduría en las fatigas diarias (cf. Sb 9, 10). La dimensión humana y fraterna exige el conocimiento de sí mismo y de los propios límites, para obtener el estímulo necesario y el apoyo en el camino hacia la plena liberación. En el contexto actual revisten una particular importancia la libertad interior de la persona consagrada, su integración afectiva, la capacidad de comunicarse con todos, especialmente en la propia comunidad, la serenidad de espíritu y la sensibilidad hacia aquellos que sufren, el amor por la verdad y la coherencia efectiva entre el decir y el hacer. La dimensión apostólica abre la mente y el corazón de la persona consagrada, disponiéndola para el esfuerzo continuo de la acción, como signo del amor de Cristo que la apremia (cf. 2 Co 5, 14). Esto significa, en la práctica, la actualización de los métodos y de los objetivos de las actividades apostólicas, en fidelidad al espíritu y al fin pretendido por el fundador o fundadora, y a las tradiciones maduradas sucesivamente, teniendo en cuenta las condiciones cambiantes de la historia y la cultura, general o local, y del ambiente en que se actúa. La dimensión cultural y profesional, fundada en una sólida formación teológica que capacite al discernimiento, implica una actualización continua y una particular atención a los diversos campos a los que se orienta cada uno de los carismas. Es necesario por tanto mantener una mentalidad lo más flexible y abierta posible, para que el servicio sea comprendido y desempeñado según las exigencias del propio tiempo, sirviéndose de los instrumentos ofrecidos por el progreso cultural. En la dimensión del carisma convergen, finalmente, todos los demás aspectos, como en una síntesis que requiere una reflexión continua sobre la propia consagración en sus diversas vertientes, tanto la apostólica, como la ascética y mística. Esto exige de cada miembro el estudio asiduo del espíritu del Instituto al que pertenece, de su historia y su misión, con el fin de mejorar así la asimilación personal y comunitaria 10. 10

Cf. Ibid., 68: l. c., 512.

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Es necesario añadir que, independientemente de las varias etapas de la vida, cada edad puede pasar por situaciones críticas bien a causa de diversos factores externos – cambio de lugar o de oficio, dificultad en el trabajo o fracaso apostólico, incomprensión, marginación, etc.–, bien por motivos más estrictamente personales, como la enfermedad física o psíquica, la aridez espiritual, lutos, problemas de relaciones interpersonales, fuertes tentaciones, crisis de fe o de identidad, sensación de insignificancia, u otros semejantes. Cuando la fidelidad resulta más difícil, es preciso ofrecer a la persona el auxilio de una mayor confianza y un amor más grande, tanto a nivel personal como comunitario. Se hace necesaria, sobre todo en estos momentos, la cercanía afectuosa del Superior; mucho consuelo y aliento viene también de la ayuda cualificada de un hermano o hermana, cuya disponibilidad y premura facilitarán un redescubrimiento del sentido de la alianza que Dios ha sido el primero en establecer y que no dejará de cumplir. La persona que se encuentra en un momento de prueba logrará de este modo acoger la purificación y el anonadamiento como aspectos esenciales del seguimiento de Cristo crucificado. La prueba misma se revelara como un instrumento providencial de formación en las manos del Padre, como lucha no sólo psicológica, entablada por el yo en relación consigo mismo y sus debilidades, sino también religiosa, marcada cada día por la presencia de Dios y por la fuerza poderosa de la Cruz. Dimensiones de la formación permanente 71. Puesto que el sujeto de la formación es la persona en cada fase de la vida, el término de la formación es la totalidad del ser humano, llamado a buscar y amar a Dios «con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas» (Dt 6, 5) y al prójimo como a sí mismo (cf. Lv 19, 18; Mt 22, 37-39). El amor a Dios y a los hermanos es un dinamismo vigoroso que puede inspirar constantemente el camino de crecimiento y de fidelidad. La vida en el Espíritu tiene obviamente la primacía: en ella la persona consagrada encuentra su identidad y experiencia una serenidad profunda, crece en la atención a las insinuaciones cotidianas de la Palabra de Dios, y se deja guiar por la inspiración originaria del propio Instituto. Bajo la

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del magisterio universal y particular, un mejor conocimiento de las culturas de los lugares dónde se vive y trabaja, la actualización profesional y técnica, si hace falta; - la fidelidad al carisma propio, por un conocimiento siempre mejor del fundador, de la historia del instituto, de su espíritu, de su misión, y un esfuerzo correlativo por vivirlo personal y comunitariamente. 69. Acontece que una buena parte de la formación permanente de los religiosos se desarrolla en un contexto de servicios de formación intercongregacional. En estos casos, debe recordarse que un instituto no puede delegar a organismos externos toda la tarea de la formación continua de sus miembros, demasiado vinculada, en muchos aspectos, a los valores propios de su carisma. Cada uno de ellos, según las necesidades y posibilidades, debe pues suscitar y organizar diversas iniciativas y estructuras. Tiempos fuertes de la formación continua 70. Estas etapas se deben entender de modo muy flexible. Conviene combinarlas concretamente con aquellas que puede suscitar la iniciativa imprevisible del Espíritu Santo. Señalamos en particular como etapas significativas: - el paso de la formación inicial a la primera experiencia de vida más autónoma, en la que el religioso debe descubrir una nueva manera de ser fiel a Dios; - hacia los diez años de profesión perpetua, cuando se presenta el riesgo de una vida «rutinaria» y de la pérdida de todo entusiasmo. Parece que se impone en este momento un período prolongado en que se tome distancia con relación a la vida ordinaria, para «releerla» a la luz del Evangelio y del pensamiento del fundador. Es este tiempo de profundización el que algunos institutos ofrecen a sus miembros en el «tercer año», llamado también a veces «segundo noviciado» o «segunda probación», etc. Es de desear que ese tiempo se pase en una comunidad del instituto; - la plena madurez conlleva muchas veces el peligro de un desarrollo del individualismo, sobre todo en los temperamentos vigorosos y eficaces;

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- el momento de fuertes crisis, que pueden sobrevenir a cualquier edad bajo la influencia de factores externos (cambios de puesto o de trabajo, fracaso, incomprensión, sentimiento de marginación, etc.), o de factores más directamente personales (enfermedad física o psíquica, arideces espirituales, fuertes tentaciones, crisis de fe o afectivas, o las dos a la vez, etc.). En estas circunstancias, se debe ayudar al religioso a superar positivamente la crisis, en la fe; - el momento del retiro progresivo de la acción; las religiosas y los religiosos sienten más profundamente en su ser la experiencia que Pablo describe en un contexto de marcha hacia la resurrección: «No perdemos el ánimo, no desfallecemos, aún cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día»5. El mismo Pedro, después de haber recibido la tarea inmensa de apacentar el rebaño del Señor, oyó decir: «Cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras»6. El religioso puede vivir estos momentos como una oportunidad única de dejarse penetrar por la experiencia pascual del Señor Jesús hasta desear morir para «estar con Cristo», en coherencia con su opción inicial: «conocer a Cristo, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos, hacerme semejante a El en su muerte tratando de llegar a la resurrección entre los muertos»7. No es otro el camino que sigue la vida religiosa. 71. Los superiores designarán una persona responsable de la formación permanente en el instituto. Pero se velará también para que las religiosas y los religiosos, a lo largo de su vida, puedan disponer de acompañantes o consejeros espirituales, según las pedagogías ya puestas en práctica durante la formación inicial y según las modalidades adaptadas a la madurez adquirida y a las circunstancias que atraviesan.

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2 Cor 4, 16; cf. también 5, 1-10. 7uuu 21, 15-19. 7 Fil 3, 10; cf. 1, 20-26; cf. también LG 48. 6

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sultado. Esto permitirá dar nuevo empuje y nuevas motivaciones a la decisión tomada en su día. Es la época de la búsqueda de lo esencial. En la fase de la edad madura, junto con el crecimiento personal, puede presentarse el peligro de un cierto individualismo, acompañado a veces del temor de no estar adecuados a los tiempos, o de fenómenos de rigidez, de cerrazón, o de relajación. La formación permanente tiene en este caso la función de ayudar no sólo a recuperar un tono más alto de vida espiritual y apostólica, sino también a descubrir la peculiaridad de esta fase existencial. En efecto, en ella, una vez purificados algunos aspectos de la personalidad, el ofrecimiento de sí se eleva a Dios con mayor pureza y generosidad, y revierte en los hermanos y hermanas de manera más sosegada y discreta, a la vez que más transparente y rica de gracia. Es el don y la experiencia de la paternidad y maternidad espiritual. La edad avanzada presenta problemas nuevos, que se han de afrontar previamente con un esmerado programa de apoyo espiritual. El progresivo alejamiento de la actividad, la enfermedad en algunos casos o la inactividad forzosa, son una experiencia que puede ser altamente formativa. Aunque sea un momento frecuentemente doloroso, ofrece sin embargo a la persona consagrada anciana la oportunidad de dejarse plasmar por la experiencia pascual9, conformándose a Cristo crucificado que cumple en todo la voluntad del Padre y se abandona en sus manos hasta encomendarle el espíritu. Éste es un nuevo modo de vivir la consagración, que no está vinculado a la eficiencia propia de una tarea de gobierno o de un trabajo apostólico. Cuando al fin llega el momento de unirse a la hora suprema de la pasión del Señor, la persona consagrada sabe que el Padre está llevando a cumplimiento en ella el misterioso proceso de formación iniciado tiempo atrás. La muerte será entonces esperada y preparada como acto de amor supremo y de entrega total de si mismo.

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Cf. CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y LAS SOCIEVIDA APOSTÓLICA, Instr. Potissimum institutioni (2 febrero de 1990), 70: AAS (1990), 513-514. DADES DE

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la disponibilidad para dejarse formar cada uno de los días de su vida (170). Es muy importante, por tanto, que cada instituto incluya, como parte de la ratio institutionis, la definición de un proyecto de formación permanente lo más preciso y sistemático posible, cuyo objetivo primario sea el de acompañar a cada persona consagrada con un programa que abarque toda su existencia. Ninguno puede estar exento de aplicarse al propio crecimiento humano y religioso; como nadie puede tampoco presumir de sí mismo y llevar su vida con autosuficiencia. Ninguna fase de la vida puede ser considerada tan segura y fervorosa como para excluir toda oportunidad de ser asistida y poder de este modo tener mayores garantías de perseverancia en la fidelidad, ni existe edad alguna en la que se pueda dar por concluida la completa madurez de la persona. En un dinamismo de fidelidad 70. Hay una juventud de espíritu que permanece en el tiempo y que tiene que ver con el hecho de que el individuo busca y encuentra en cada ciclo vital un cometido diverso que realizar, un modo específico de ser, de servir y de amar.8 En la vida consagrada, los primeros años de plena inserción en la actividad apostólica representan una fase por sí misma crítica, marcada por el paso de una vida guiada y tutelada a una situación de plena responsabilidad operativa. Es importante que las personas consagradas jóvenes sean alentadas y acompañadas por un hermano o una hermana que les ayuden a vivir con plenitud la juventud de su amor y de su entusiasmo por Cristo. La fase sucesiva puede presentar el riesgo de la rutina y la consiguiente tentación de la desilusión por la escasez de los resultados. Es necesario, pues, ayudar a las personas consagradas de media edad a revisar, a luz del Evangelio y de la inspiración carismática, su opción originaria, y a no confundir la totalidad de la entrega con la totalidad del re8 Cf. CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y SOCIEDADES VIDA APOSTÓLICA, Instr. La vida fraterna en comunidad, «Congregavit nos in unum Christi amor», (2 febrero 1994), 43-45: Ciudad del Vaticano 1994, 39-42.

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DE LA EXHORTACIÓN POSTSINODAL “PASTORES DABO VOBIS” (EXTRACTO RESUMEN DEL CAPÍTULO VI)

«Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti» (2 Tim 1, 6). Formación permanente de los sacerdotes 70. Razones teológicas de la formación permanente, «Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti» (2 Tim 1, 6). Las palabras del Apóstol a Timoteo se pueden aplicar legítimamente a la formación permanente de los sacerdotes. También este otro texto de san Pablo en la otra carta a Timoteo: «No descuides el carisma que hay en ti » (1 Tim 4, 14). El Apóstol pide a Timoteo que «reavive», el don divino y que lo viva en su inmarcesible frescor y belleza originaria. Este «reavivar» es el efecto de un dinamismo de la gracia, intrínseco al don de Dios: es Dios mismo, pues, el que reaviva su propio don. Con la efusión sacramental del Espíritu Santo que consagra y envía, el presbítero queda configurado con Jesucristo. El sacramento del Orden confiere al sacerdote la gracia sacramental, que lo hace partícipe no sólo del «poder» y del «ministerio» salvífico de Jesús, sino también de su «amor»; al mismo tiempo. La formación permanente encuentra su propio fundamento y su razón de ser original en el dinamismo del sacramento del Orden. No faltan razones humanas que han de impulsar al sacerdote a la formación permanente. Es una exigencia de la realización personal progresiva y es también una exigencia del ministerio sacerdotal; porque no hay profesión, cargo o trabajo que no exija una continua actualización, si se quiere estar al día y ser eficaz. Pero estas y otras razones quedan asumidas y especificadas por las razones teológicas. El sacramento del Orden es Palabra de Dios que llama y envía. El «ven y sígueme» de Jesús exige una respuesta que, como opción fundamental, deberá renovarse y reafirmarse continuamente. En este sentido, se puede hablar de una vocación «en» el sacerdocio. La formación permanente; es necesaria para discernir y seguir esta continua llamada de Dios. 7

Así sucedió con Pedro: 'Apacienta mis ovejas'. 'En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras'. Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: 'Sígueme'» (Jn 21, 17-19). Por tanto, hay un «sígueme» que acompaña toda la vida y misión del apóstol. Los Padres sinodales han considerado la formación permanente como «fidelidad» al ministerio sacerdotal y como «proceso de continua conversión». Es amor a Jesucristo, coherencia consigo mismo y un acto de amor al Pueblo de Dios. Más aún, es un acto de justicia verdadera y propia: él es deudor para con el Pueblo de Dios. La formación permanente es necesaria para que el sacerdote pueda responder debidamente a este derecho del Pueblo de Dios. Alma y forma de la formación permanente del sacerdote es la caridad pastoral. La misma caridad pastoral empuja al sacerdote a conocer cada vez más las esperanzas, necesidades, problemas, sensibilidad de los destinatarios de su ministerio, los cuales han de ser contemplados en sus situaciones personales concretas, familiares y sociales. Los diversos aspectos de la formación permanente. 71. Se debe descubrir relación que hay entre la formación que precede a la Ordenación y la que le sigue. La formación permanente no es una repetición de la recibida en el Seminario y que ahora es sometida a revisión o ampliada con nuevas sugerencias prácticas, sino que se desarrolla con contenidos y de métodos relativamente nuevos, como un hecho vital unitario que, en su progreso requiere adaptaciones, actualizaciones y modificaciones, pero sin rupturas ni solución de continuidad. Su finalidad no puede ser una mera actitud, que podría decirse, «profesional», conseguida mediante el aprendizaje de algunas técnicas pastorales nuevas. Debe ser más bien el mantener vivo un proceso general e integral de continua maduración. 72. Dimensiones: Dimensión humana:

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ción permanente, destinada a hacer que todos sus presbíteros sean generosamente fieles al don y al ministerio recibido, como el Pueblo de Dios los quiere y tiene el «derecho» de tenerlos. Momentos, formas y medios de la formación permanente 80. Son momentos «privilegiados», aunque sean comunes y establecidos previamente. Encuentros del Obispo con su presbiterio, tanto litúrgicos (en particular la concelebración de la Misa Crismal el Jueves Santo), como pastorales y culturales. Encuentros de espiritualidad. Ejercicios espirituales, días de retiro o de espiritualidad. Encuentros de estudio y de reflexión común, que impiden el empobrecimiento cultural y el aferrarse a posiciones cómodas; aseguran una síntesis más madura entre los diversos elementos de la vida espiritual, cultural y apostólica. Vida común. Además de favorecer la vida y la acción apostólica, esta vida común ofrece a todos, presbíteros y laicos, un ejemplo luminoso de caridad y de unidad. Dirección espiritual. Contribuye no poco a favorecer la formación permanente de los sacerdotes. Se trata de un medio clásico, que no ha perdido nada de su valor, no sólo para asegurar la formación espiritual, sino también para promover y mantener una continua fidelidad y generosidad en el ejercicio del ministerio sacerdotal. III. DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA “VITA CONSECRATA” La formación permanente 69.La formación permanente, tanto para los institutos de vida apostólica como para los de vida contemplativa, es una exigencia intrínseca de la consagración religiosa. El proceso formativo, como se ha dicho, no se reduce a la fase inicial, puesto que, por la limitación humana, la persona consagrada no podrá jamás suponer que ha completado la gestación de aquel hombre nuevo que experimenta dentro de sí, ni de poseer en cada circunstancia de la vida los mismos sentimientos de Cristo. La formación inicial, por tanto, debe engarzarse con la formación permanente, creando en el sujeto 13

propia actividad, una búsqueda constante de motivaciones y medios para la propia misión. Presbíteros ancianos: Se les deberá mostrar gratitud por el fiel servicio que han prestado a Cristo y a la Iglesia, y una solidaridad particular dada su situación. Para estos presbíteros la formación permanente significará la confirmación serena y alentadora de la misión que todavía están llamados a llevar a cabo en el presbiterio, por ser valiosos maestros y formadores de otros sacerdotes. Sacerdotes con debilidad física o de cansancio moral: Pueden ser ayudados con una formación permanente que los estimule a continuar, de manera serena y decidida, su servicio a la Iglesia, a no aislarse de la comunidad. Los responsables de la formación permanente 78. Es toda la Iglesia particular la que, bajo la guía del Obispo, tiene la responsabilidad de estimular y cuidar de diversos modos la formación permanente de los sacerdotes. La participación de vida entre el presbítero y la comunidad, si se ordena y lleva a cabo con sabiduría, supone una aportación fundamental a la formación permanente. En efecto, la experiencia cristiana de las personas sencillas y humildes, los impulsos espirituales de las personas enamoradas de Dios, la valiente aplicación de la fe a la vida por parte de los cristianos comprometidos en las diversas responsabilidades sociales y civiles, son acogidas por el presbítero y, a la vez que las ilumina con su servicio sacerdotal, encuentra en ellas un precioso alimento espiritual. Los fieles deben dejar a los sacerdotes espacios de tiempo para el estudio y la oración; pedirles aquello para lo que han sido enviados por Cristo y no otras cosas. 79. Cada sacerdote es responsable de su formación permanente, pues sobre cada uno recae el deber “derivado del sacramento del Orden” de ser fiel al don de Dios y al dinamismo de conversión diaria que nace del mismo don. Sólo el que conserva siempre vivo el deseo de aprender y crecer posee la «juventud». Fundamental es la responsabilidad del Obispo y, con él, la del presbiterio. El Obispo es el responsable de la forma12

El sacerdote debe acrecentar y profundizar aquella sensibilidad humana que le permite comprender las necesidades y acoger los ruegos, intuir las preguntas no expresadas, compartir las esperanzas y expectativas, las alegrías y los trabajos de la vida ordinaria; ser capaz de encontrar a todos y dialogar con todos. Sobre todo conociendo y compartiendo, es decir, haciendo propia, la experiencia humana del dolor en sus múltiples manifestaciones, desde la indigencia a la enfermedad, desde la marginación a la ignorancia, a la soledad, a las pobrezas materiales y morales, el sacerdote enriquece su propia humanidad y la hace más auténtica y transparente, en un creciente y apasionado amor al hombre. Al hacer madurar su propia formación humana, el sacerdote recibe una ayuda particular de la gracia de Jesucristo, quien viviendo como hombre entre los hombres y con los hombres ofrece la más absoluta, expresión de humanidad. Del sacerdote ha de poder decir el Pueblo de Dios: «No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado» (Heb 4, 15). La formación del presbítero en su dimensión espiritual: El Espíritu, consagrando al sacerdote y configurándolo con Jesucristo, Cabeza y Pastor, crea una relación que, en el ser mismo del sacerdote, requiere ser asimilada y vivida. En esta relación entre el Señor Jesús y el sacerdote “relación ontológica y psicológica, sacramental y moral” está el fundamento y a la vez la fuerza para aquella «vida según el Espíritu». En concreto, la vida de oración debe ser «renovada» constantemente en el sacerdote. Cada día es preciso guardar la fidelidad a los momentos de oración, sobre todo los destinados a la celebración de la Liturgia de las Horas y los dejados a la libertad personal, buscando el encuentro personal con Jesús, de un coloquio confiado con el Padre, de una profunda experiencia del Espíritu. Dimensión intelectual: El estudio y la actualización cultural seria y comprometida es imprescindible. El sacerdote está llamado a revelar a los hombres el rostro de Dios en Jesucristo y, por ello, el verdadero rostro del hombre. Pero esto exige que el mismo sacerdote busque este rostro y lo contemple con veneración y amor (cf. Sal 26, 8; 41, 2). La perseverancia en el estudio 9

teológico resulta también necesaria. El sacerdote, al aplicarse con conciencia y constancia al estudio teológico, es capaz de asimilar, de forma segura y personal, la genuina riqueza eclesial. Aspecto pastoral: Palabras del apóstol Pedro: «Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios» (1 Pe 4, 10). Como toda la actividad del Señor ha sido fruto y signo de la caridad pastoral, de la misma manera debe ser también para la actividad ministerial del sacerdote. La caridad pastoral animará y sostendrá los esfuerzos humanos del sacerdote para que su actividad pastoral sea actual, creíble y eficaz. Mas esto exige una formación pastoral permanente. El camino hacia la madurez exige también, y sobre todo, que sepa integrar estos mismos aspectos entre sí, alcanzando progresivamente la unidad interior. De hecho, ésta no sólo coordina y unifica los diversos aspectos, sino que los concreta como en cuanto transparencia, imagen viva y ministro de Jesús, buen Pastor. Significado profundo de la formación permanente 73. Los diversos aspectos ayudan al sacerdote a ser y a desempeñar su función en el espíritu y según el estilo de Jesús buen Pastor. ¡La verdad hay que vivirla! El apóstol Santiago nos exhorta de esta manera: «Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos» (Sant 1, 22). La invitación de Pablo a Timoteo: «Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros» (2 Tim 1, 14). «Mysterium, communio et missio». 74. En la Iglesia «misterio» el sacerdote está llamado, mediante la formación permanente, a conservar y desarrollar en la fe la conciencia de la verdad entera y sorprendente de su propio ser, pues él es «ministro de Cristo y administrador de los misterios de Dios» (cf. 1 Cor 4, 1). La formación permanente tiende, desde luego, a hacer que el sacerdote sea una persona profundamente creyente y lo sea cada vez más. En la Iglesia «comunión», madura la conciencia de que está ordenado a congregar a la familia de Dios. Debe 10

madurar la conciencia de ser miembro de la Iglesia particular en la que está incardinado. Esta conciencia supone y desarrolla el amor especial a la propia Iglesia. El sacerdote debe madurar en la conciencia de la comunión que existe entre las diversas Iglesias particulares. El sacerdote está llamado a crecer en y con el propio presbiterio unido al Obispo. El presbiterio es una verdadera familia. También forman parte del único presbiterio los religiosos que trabajan en una Iglesia particular. Su presencia supone un enriquecimiento para todos los sacerdotes, pues contribuye a enriquecer la espiritualidad sacerdotal. 75. La formación permanente está destinada a hacer crecer en el sacerdote la conciencia de su participación en la misión salvífica de la Iglesia. “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 6, 16). Sólo una adecuada formación permanente logra mantener al sacerdote en lo que es esencial y decisivo para su ministerio. «Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles» (1 Cor 4, 2). 76. En cualquier edad y situación La formación permanente, precisamente porque es «permanente», debe acompañar a los sacerdotes siempre, esto es, en cualquier período y situación de su vida. Sacerdotes jóvenes: Ha de rechazarse como absolutamente falsa y peligrosa la idea de que la formación presbiteral concluya con su estancia en el Seminario. Los jóvenes sacerdotes podrán ofrecerse una ayuda mutua, mediante el intercambio de experiencias y reflexiones. Para acompañar a los sacerdotes jóvenes es oportuno “e incluso necesario hoy” crear una adecuada estructura de apoyo, con guías y maestros apropiados. 77. Presbíteros de media edad: En realidad, son muchos los riesgos, por ejemplo un activismo exagerado y una cierta rutina en el ejercicio del ministerio. Frecuentemente el sacerdote sufre una especie de cansancio interior peligroso, fruto de dificultades y fracasos. La respuesta a esta situación la ofrece la formación permanente, una continua y equilibrada revisión de sí mismo y de la

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