LA HISTORIA HABLA DEL EL DORADO

Ciudades perdidas Capítulo 1 LA HISTORIA HABLA DEL EL DORADO Con el descubrimiento del Nuevo Mundo, los europeos tuvieron que admitir que, en Améric

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Ciudades perdidas

Capítulo 1

LA HISTORIA HABLA DEL EL DORADO Con el descubrimiento del Nuevo Mundo, los europeos tuvieron que admitir que, en América, lo fantástico y las leyendas se mezclan con la realidad. Los mitos de la fuente de la eterna juventud y el paraíso terrenal cobran nueva vida. Pero de todos ellos ninguno fue tan real como “El Dorado”. Miles de hombres llegaban a estas remotas tierras ávidos de fortuna. Algo que muchos encontraron, pero pocos regresaron hacendados a la península Ibérica. Aquellos eran tiempos de hombres, guerreros que menospreciaban cualquier riesgo en pos de riquezas. Muchas veces con locura y osadía que dejaba atónitos a los indígenas. Hombres que batallaban en inferioridad numérica ante un enemigo muchas veces abrumador, baste como detalle aquellas enormes batallas de cien caballeros contra millones (si, no es un error, millones) de indígenas. Los españoles contaban con los aliados nativos que iban consiguiendo mediante engaños y estrategias. Las historias sobre enormes tesoros llegaban hasta el istmo de Panamá y la isla de Cuba donde tocaban los primeros convoyes con la gente que venía de la vieja iberia. Los soldados pedían préstamos a los hacendados para poder explorar el continente. Todos los lugareños que se les acercaban tenían un mapa o conocían un indígena que les había dado noticias de una tierra de oro camino del sur. Las noticias no eran equivocadas, y en el sur no solo esperaban riquezas, también la miseria, las guerras fratricidas y la muerte en muchos casos estaban a la espera de aquellos nuevos discípulos de Alejandro el conquistador. 13

Juan José Revenga Uno de los hombres que escucho estos comentarios fue Francisco Pizarro, que en aquel año 1528 era un alto mando militar en Panamá a las órdenes del glorioso y sanguinario gobernador llamado comúnmente Pedrarias. Una de las últimas hazañas de Pizarro en Panamá fue la de detener y ejecutar por orden del gobernador a Núñez de Balboa, uno de los pocos conquistadores queridos por el pueblo y por tanto enemigo del gobernador del istmo panameño. Balboa fue detenido dos veces anteriormente pero nadie se atrevió a ejecutarle por el peso y la fama que tenía en el país, hasta que llego Pizarro. Con préstamos Pizarro consiguió fletar las naves necesarias para iniciar la conquista de un nuevo mundo. Problemas y más problemas sucedieron en aquel viaje, rebeliones ante en el país que en lugar de tesoros, cada vez que tocaban tierra tenían que salir huyendo de los indígenas hostiles a espadazos guarnecidos bajo el fuego de los arcabuceros que les protegían desde las naos. Hasta que tropezaron con una pequeña balsa en mitad del océano, con unos nativos que tenían rasgos físicos diferentes a los hasta ahora contactados. Esta fue la primera pista, aquellos hombres a través de un intérprete que al efecto llevaba Pizarro en el barco y resultó ser mucho más útil de lo que esperaba. Este interprete era aquel viejo soldado preso durante años en los límites del mundo conocido y era capaz de comprender el lenguaje de aquellos mal llamados salvajes. Esos hombres hablaban de una tierra donde el oro florecía en todos los lugares, incluso los jardines tenían figuras de animales hechos del preciado metal, pero un tesoro resaltaba sobre los demás, El Corikancha, el templo de adoración al sol en la capital del imperio incaico el Tahuantinsuyo, esta ciudad se llamaba Cuzco, el ombligo del mundo traducido del quechua. Aquellas declaraciones levantaron el ánimo de unos hombres que ya se encontraban en las últimas, pero las buenas nuevas devolvieron las ganas de vivir y de conquistar, por supuesto. Al poco tiempo Pizarro tocaba tierra en la ciudad de Tumbez, en el norte del actual Perú. Aquí el recibimiento no fue agresivo, como en otras ocasiones, incluso los habitantes de aquellas tierras fueron amables con ellos, les tomaban por Viracocha, el dios barbudo que volvería a sus posesiones terrenales para gobernarles y darles la libertad. Los visitantes desde luego no perdieron el tiempo y aprovecharon esta oportunidad.

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Ciudades perdidas En aquel momento el imperio inca que iba desde el actual Ecuador hasta Argentina se encontraba al borde de la guerra civil. Los hermanos Huascar y Atahualpa vivían separados y cada uno de ellos gobernaba una parte del imperio. Con triquiñuelas, engaños y falsas promesas poco a poco los nuevos visitantes se fueron haciendo con aliados que deseaban escapar del yugo del inca, bajo la promesa de una falsa libertad que les daban los nuevos dioses venidos del mar. Aunque parezca increíble las leyendas indígenas hablaban de Viracocha el dios barbudo y de piel blanca que estuvo aquí hace miles de años y fue quien les enseñó todos sus conocimientos, algo misterioso, ¿quien estuvo aquí en el principio de los tiempos?, ¿quién les enseñó una cultura superior a todo lo conocido en el continente americano? Sobre todo, lo que más importaba a los conquistadores, como podían manejar el oro con tal facilidad y maestría. Desde luego éste es uno de los mayores enigmas que sigue manteniendo América y no hemos podido descubrir o dar una razón lógica. La única verdad es que aquel “Viracocha”, dios venido del mar o del cielo existió, a partir de aquí podemos sacar cada uno nuestras propias conclusiones. Los indígenas iban cubiertos del preciado metal a la guerra, con protectores en el pecho y en la cabeza, según sus creencias el oro les protegería de cualquier arma enemiga, cosa que surtía el efecto contrario, a los primeros que se disparaba era a los que llevaban abalorios metálicos dorados para poder arrebatárselos. En aquel tiempo los indígenas empezaron a creer que los conquistadores tenían tanta ansia de oro por que se lo comían. Pues cuando veían cualquier objeto pendiente de orejas o pecho de los nativos se lo arrancaban y lo llevaban a la boca para morder y comprobar si era de buena calidad, eso es lo que llevo al equívoco a los nativos. Aquellas tierras de la costa peruana, debido al fenómeno atmosférico del niño eran desérticas, pues a pesar del calor que hace al estar en una zona tropical, apenas llueve al cabo del año, las corrientes que bordean sus costas son extremadamente frías e impiden la evaporación para que posteriormente se convierta en lluvia. Pero los habitantes costeros sorprendieron a los españoles. Tenían una cultura muy avanzada, eran capaces de sacar tres cosechas al año de aquellas tierras yermas, utilizando canalizaciones de regadío extremadamente complejas y modernas. Tenían una religión en la que adoraban al sol y a la luna entre otros dioses dueños de la vida y de la muerte. Eran capaces de manejar la orfebrería hasta convertir al oro en esclavo de sus manos. Construían enor15

Juan José Revenga mes pirámides mágicas religiosas que han llegado hasta nuestros días con una técnica y conocimientos arquitectónicos incomprensibles en aquella época. Ciudades como Chan Chan, la ciudad de barro más antigua del mundo y de la que salieron toneladas de oro camino de España, que esperaba ansiosa para poder financiar sus guerras. Mientras el pueblo y la soldadesca se dejaban la vida defendiendo a su rey viviendo en la miseria. Peor aún era que en muchas ocasiones estos tesoros iban directamente a las manos de los piratas que esperaban en el Caribe, amparados bajo el título de “Sir” arropados y protegidos por sus ejércitos que intentaban instalarse en esta zona.

LOS OTROS HEROES Al tiempo que Pizarro llegaba al misterioso y mágico Perú que no pararía de asombrarnos hasta nuestros días, había otros hombres que con mayor o menor fortuna partían del norte de Sudamérica en busca de tesoros. Estos hombres cruzaron selvas y desiertos batallando con indígenas enemigos dejando muchas veces la vida persiguiendo un sueño, el sueño de la fama y la fortuna. En aquellos tiempos las minas en América no existían y los ríos llevaban muy poco oro, ¿como podía encontrarse tal cantidad del preciado metal en manos de aquellos salvajes? Para esto hubo explicaciones de todo tipo. Desde las más lógicas en las que se decía que la ingente cantidad de valiosos metales y orfebrerías era normal, los indígenas llevaban miles de años acumulándolas, generación tras generación. Explicación que muy pocos creyeron, principalmente a nadie le interesaba admitir que aquello no era la puerta de un mundo de riquezas infinitas y una explicación tan sencilla y radical daría al traste con la conquista del nuevo mundo. Razonamiento que los mismos indígenas se preocupan de desmentir. Ellos siempre hablaban de una ciudad oculta en lo más profundo de la selva, donde los tejados de las cabañas eran de oro y de allí provenían todos los tesoros que ellos disfrutaban y utilizaban para adorar a sus dioses. A esta mítica ciudad se le dieron muchos nombres, Paititi en las selvas del Perú, Manatoa en la Guayana francesa o el nombre más famosos y perseguido por miles de hombres hasta nuestros días “El dorado”, en las junglas de la actual Colombia.

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Ciudades perdidas Pero este fue solo el principio de la leyenda mas grande jamás contada, pero no olvidemos que las leyendas siempre están basadas en hechos reales. Solo así comprenderemos lo que ocurrió a partir de ese momento y los lugares ocultos que se fueron encontrando en las búsqueda de estas misteriosas ciudades. Búsquedas de un tesoro que quizás y cada día estoy más convencido, después de montones de expediciones e investigaciones por las junglas, ríos y desiertos de este planeta, no es de valor económico, el tesoro que nos ocultan las ciudades perdidas, sin duda es el del conocimiento.

AMÉRICA HACE QUINIENTOS AÑOS Cuando observamos un antiguo mapa datado en 1532 de la actual Colombia, bien puede parecernos una toma vía satélite, dada la exactitud de sus costas y marcación de los accidentes geográficos. Llamándonos la atención una franja que atraviesa transversalmente las actuales Colombia y Venezuela y que con letras mayúsculas dice “CASTILLA DE ORO”. ¿Qué significaba esta denominación?, hasta entonces y después de haber conquistado territorios con riquezas incalculables, nunca se había nombrado a un territorio con este titulo. La respuesta fue fácil, en aquellos tiempos, donde las comunicaciones apenas existían, y los rumores sobre enormes yacimientos de oro eran el son nuestro de cada día, sobre todo testimonios dados por soldados de fortuna, que con estos esperaban que el rey les autorizase a nuevas incursiones para acrecentar sus riquezas. El Rey Fernando II de España se dejo engatusar por este tipo de noticias que le llegaban desde el otro lado del mar, y en 1514 renombró esta zona del norte de Sudamérica que bordea el mar Caribe, cambiándole el antiguo y triste nombre de Tierra Firme por el de “Castilla de Oro”. La leyenda ya estaba servida y plasmada por escrito en la cartografía, no tardando en expandirse por todo el Nuevo Mundo. Corría el año 1535 cuando el oficial Español Luis Dazar interrogaba en Quito a un indio venido de tierra adentro y que hablaba de las maravillas de un cacique cubierto de polvo dorado en el centro de un lago. Aquí comenzó el primer rumor que daría origen a las expediciones en busca de El Dorado. El lago del que hablaba aquel indígena era la laguna de Guatavita, a dos horas de Bogotá, situada a 3.000 mil metros de altitud y con un kilómetro aproximadamente de diámetro. Según las leyendas indias un enorme meteorito cayó del cielo y creo este lugar sagrado para su tribu, la etnia de los Muiscas. 17

Juan José Revenga Cuando estas gentes proclamaban un nuevo cacique realizaban una ceremonia espectacular. El nuevo mandatario al tomar posesión de su cargo, era untado con resina de árbol por dos sacerdotes, mientras otros dos con pequeños canutos soplaban polvo de oro sobre su cuerpo, creándole una segunda piel dorada. A continuación subía en una balsa de juncos trenzados cargada con joyas, oro y esmeraldas. Con la ayuda de 4 remeros llegaba al centro del lago, momento en que los asistentes desde la orilla comenzaban a tocar las flautas e instrumentos de percusión. Entonces el cacique arrojaba las riquezas al agua en el centro del lago, para calmar las iras del dragón que habitaba en las profundidades, según sus creencias milenarias. Finalmente dirigían la nave a la orilla y el nuevo mandatario se sumergía en el agua para desprenderse del oro adherido a su cuerpo. Debía de ser un espectáculo impresionante, que corrió de boca en boca por la mágica América, hasta que llego la noticia a Europa. Las primeras expediciones que buscaron El dorado amparadas en esta historia, casualmente partieron desde distintos lugares del norte sudamericano en las mismas fechas. Gonzalo Jiménez de Quesada partía del Norte Colombiano en Santa Marta hacia el sur, en busca del país de la canela, como hizo creer a sus superiores. Nicolás Federman, Alemán encomendado por los bancos de su país, partía de la zona Caribeña de Venezuela, mientras que Sebastián de Benalcazar partía de Quito en Ecuador con el mismo fin y dirección. Tantas fueron las casualidades que el 29 de Abril de 1539 las tres expediciones coincidieron en la zona central colombiana, en la provincia india de Bacatá. Los expedicionarios, cansados de las mil vicisitudes y penas sufridas durante el viaje, lejos de luchar entre ellos, crearon la ciudad de Santa Fe del Nuevo Reino de Granada, que tiempo mas tarde pasaría al más parecido nombre indio de Bogotá. Los tres viajaron a Europa, donde el rey de España ratifica a Quesada y Benalcazar sus derechos en el nuevo mundo, mientras a Federmann se le anularon todos los permisos de explorar territorios españoles. El alemán dedicó el resto de su vida a buscar El Dorado bajo el amparo de la ilegalidad. Siendo encontrada su espada junto a una miniatura en oro de la balsa india de los muiscas, enterrados en el lodo ambos objetos, en la orilla de Guatavita. Parece irrisorio, toda la vida buscando algo que estaba junto a su espada perdida, ya que él murió en la miseria en una cárcel vallisoletana.

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Ciudades perdidas Los primeros intentos de extraer aquellas valiosas joyas de la laguna vinieron en 1545 de parte de Hernán Pérez de Quesada, hermano de unos de los fundadores de Bogota. Hernán formo una cadena con tres mil indios, desde el borde del lago hasta la parte superior de la montaña. Armados con calabazas vacías intentaron desecar el estanque para recolectar sus riquezas. Al cabo de tres meses habían conseguido bajar tres metros el nivel del agua, poco, pero suficiente para recoger los objetos que había en la orilla. Estos posiblemente fueron arrojados por los indígenas mientras su jefe lanzaba la parte principal del tesoro en el centro del lago durante la ceremonia. A pesar de todo, las crónicas cuentan que se recogieron cientos de objetos del valioso metal ocultos en el barro. Apenas 40 años mas tarde se emprendió otro intento aún más loco. El comerciante Antonio de Sepúlveda, con la ayuda de más de ocho mil indios se dispuso a cortar una de las vertientes del lago, como si fuese una tarta, con la intención de vaciar la laguna. Tras meses de agotadores trabajos y cuando comenzó el funcionamiento de aquel invento, el enorme caudal que desaguaba no lo pudieron soportar las débiles paredes y cedieron, matando a centenares de obreros nativos que se encontraban trabajando en el vaciado. Pese a esto el nivel del agua descendió unos 20 metros y Sepúlveda pudo recoger unos 50 kilos de oro de sus orillas, una fortuna, que no fue suficiente para vivir, ya que cumpliendo la maldición Muisca, murió pobre y en soledad. En 1965 el gobierno Colombiano harto de intentonas por sacar las riquezas de las profundidades, lo declaró lugar protegido y nadie puede acercarse allí con fines de expolio. Esto debió ser el fin de la leyenda del Dorado, pero solo fue el principio. Hasta la ciudad de Quito llegaban cada vez mas rumores de que la ciudad del oro llamada Manatoa, se encontraba en la Guayana, atravesando las inmensas selvas tropicales. A principios de 1549 comenzaba la mayor expedición montada para encontrar El Dorado. Gonzalo de Pizarro, hermano del conquistador del Perú y gobernador de la ciudad de Quito, partía de la ciudad con 200 hombres a caballo, ciento cincuenta soldados de a pie y más de cuatro mil indios. Para el sustento de tan inmensa tropa llevaban una manada con más de tres mil animales, piaras de cerdos, llamas y más de mil perros entrenados para cazar hombres, especialmente indios hostiles. Una gran expedición, que nuevamente con la excusa de encontrar el país de la canela, se dirigía a la búsqueda de la famosa Manatoa, la ciudad del oro, al sureste del mundo conocido. 19

Juan José Revenga La expedición les llevo de desgracia en desgracia, los primeros hombres murieron en las montañas, al pasar el volcán Cotopaxi a 6.500 m. de altura. Cuando bajaron a las junglas les sorprendieron terribles terremotos que engullían poblados enteros. Si a esto sumamos los ataques de los indios que les obligaban a caminar todo el día con los cascos y las corazas colocadas, bajo el asfixiante calor de la jungla. Una selva espesa como nunca antes habían visto los españoles –la más tupida del mundo, donde decían los indígenas se encontraba la mágica ciudad– y que no dejaba pasar ni un rayo de sol. La marcha era tan dura que en un recorrido de 250 kilómetros murieron más de 500 hombres. Finalmente hallaron un bosque de canelos, que ante su decepción, no podían ni talar, de lo juntos que crecían, tan apartados de la civilización aquellos enormes árboles carecían de ningún valor. Pero como las cosas siempre pueden ir peor y quizás sea cierta la maldición que mantienen ocultas las ciudades perdidas. Gonzalo encontró unos indígenas que le prometían mucho oro y esmeraldas a unos diez días de camino. Ese camino fue el más terrible, acosados por indios ocultos que les inundaban de flechas y dardos envenenados, con falta de comida y fuerzas, consiguieron llegar al rió Napo. Pizarro decide construir un barco para enviar soldados en busca de alimento, mientras el aguardaría con el grueso de la tropa. Tras dos meses de duros trabajos, el bergantín San Pedro estuvo construido y a su mando el capitán Francisco de Orellana, que con unos cincuenta hombres debería ir en busca de la salvación. Al cabo de varios días y viajando a favor de la corriente Orellana encontró indios amigos, que a cambio de baratijas les dieron la comida que tanto necesitaban, pero le fue imposible convencer a la tripulación de volver remando rió arriba en busca de Pizarro. Al no tener más opción, decidió continuar río abajo. Cada vez por cauces mas anchos, atacado por indios e incluso como se atrevió a decir, por las indómitas Amazonas. Esto le convencía aun más que El Dorado estaba en aquella zona, guardado por feroces mujeres guerreras. De aquí el nació el nombre del rio más grande y misterioso del mundo, pero nació de un error. Las Amazonas que creía le atacaban a Orellana no eran otros que los indígenas Yaguas, que vestidos con sus ropajes tradicionales, largas faldas de fibras naturales, los conquistadores les confundieron con mujeres soldados, las míticas amazonas. El 11 de Septiembre de 1542 Orellana llegaba al océano Atlántico, era el primer hombre en recorrer el majestuoso río Amazonas. Continúo ruta a Santo domingo y volvió a España, contando todas sus vicisitudes y el encuen20

Ciudades perdidas tro con las guerreras que guardaban El Dorado. Tomando posesión y derechos por los lugares que navegó por primera vez, Orellana volvió al Nuevo Mundo en la búsqueda definitiva de El Dorado. Remontando el rió Amazonas encontró la muerte, la maldición se tomaba una nueva víctima. Casi al mismo tiempo que Orellana llegaba al atlántico Gonzalo Pizarro, que al no recibir ayuda de su enviado en busca de socorro, decidió regresar y al cabo de varios meses entraba en Quito acompañado de un puñado de harapientos supervivientes al viaje. Apenas 80 Españoles de los 350 que comenzaron la expedición y de los cuatro mil indios solo regresaron la mitad. Seis años más tarde, Gonzalo Pizarro fue condenado a la decapitación, la fiebre del oro le había poseído y reclamaba para él los territorios conquistados, cada vez mas sangrientamente, obviando a los reyes de España en sus campañas. Esta es sólo una pequeña parte de la leyenda más maravillosa y enigmática que llega hasta nuestros días, la búsqueda de El Dorado. Una leyenda que nos habla de una ciudad perdida en mitad de las junglas más impenetrables del planeta y de la que sale todo el oro que circula por el nuevo mundo. Como decían los expedicionarios para no perder la fe, “El Dorado siempre está un poco más allá de donde nosotros llegamos”.

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