Libro de alumno III.1 1

EL COLOR Cuando en un museo llegamos a las salas de los impresionistas, tenemos la sensación de que todo tiene más color. Para conseguir esto, los pin

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EL COLOR Cuando en un museo llegamos a las salas de los impresionistas, tenemos la sensación de que todo tiene más color. Para conseguir esto, los pintores utilizaron lienzos con una preparación de color muy claro, que hacía más luminosa la pintura que se ponía encima. Las imprimaciones solían ser blancas, o de colores claros como ocre, crema, gris rosado y gris azulado. Los pintores aprovechaban estos tonos de base para hacer las partes claras de sus cuadros. Así podían pintar rápidamente, sin tener que tapar del todo el lienzo. Esto era muy útil si estaban pintando al aire libre, porque según la hora del día la luz va cambiando, y con ella también cambian los colores de las cosas, que no son algo fijo. Los pintores intentaron reflejar la luminosidad del color mezclando sus tonos con mucho blanco y sin hacer sombras muy oscuras. Poco a poco, cada vez utilizaban menos cantidad de negro. Les interesó mucho la diferencia entre los colores fríos (azules y violetas) y los cálidos (rojos y amarillos). Se dieron cuenta de que los colores cálidos eran muy buenos para pintar las partes luminosas de los cuadros, y los fríos, para las sombras. Así no hacía falta usar negros, era suficiente con dejar las sombras en tonos azulados, y todo el cuadro resultaba menos oscuro, más luminoso. Notaron también que los colores cálidos tendían a verse más cerca del espectador que los fríos. Al pintar, intentaron aprovechar al máximo estas diferencias entre colores.

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FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES El tío Paquete, c. 1820 Óleo sobre lienzo, 39 x 31 cm.

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Este óleo representa el retrato de un hombre de rostro deforme, con los ojos huecos y la sonrisa desdentada. Se trata del tío Paquete, al que se ha podido identificar por la inscripción «el célebre ciego fijo», encontrada en el reverso de la tela original. Este ciego se colocaba en las escaleras de la iglesia de San Felipe el Real (actualmente la Puerta del Sol) para mendigar tocando la guitarra. Goya seguramente lo conoció y lo pintó porque sentía fascinación por todo lo grotesco y terrorífico de la España que le rodeaba. Francisco Goya y Lucientes fue un artista muy longevo. Nace en 1746 en Fuendetodos (Zaragoza), el sexto hijo de un dorador de retablos y una campesina rica, y muere exiliado en Francia en 1828, a la edad de ochenta y dos años. Vivió los reinados de Carlos III y Carlos IV, la invasión napoleónica, la guerra de la Independencia y el despotismo de Fernando VII. A lo largo de su vida trabajó la pintura al fresco (Zaragoza, San Antonio de la Florida), el óleo sobre muro (Pinturas Negras), la pintura de caballete sobre diversos soportes, el grabado y el dibujo. Durante sus últimos años en Burdeos experimentó también con la litografía y hasta pintó miniaturas sobre marfil. Su estilo en la última época es absolutamente personal e inclasificable, no es ni rococó, ni neoclásico, ni romántico, a pesar de las obras que anteriormente pintó catalogadas en esos movimientos. Cuando pintó El Tío Paquete, Goya estaba ya viejo y sordo. La hizo en la Quinta del Sordo, la casa que el artista acababa de comprar a orillas del Manzanares con la intención de retirarse de la corte. Es un lienzo realizado por impulso, sin que mediase ningún encargo, igual que sus célebres Pinturas Negras, contemporáneas a esta obra. Pinta con libertad y descuido, sin preocuparse por seguir los pasos adecuados. En estos cuadros «para su uso particular», –nos cuenta su hijo Xavier-, usaba mucho el cuchillo de la paleta, los dedos (en especial el pulgar), brochas, esponjas, y trapos.

La cabeza de este personaje está construida por unas densas pinceladas de color oscuro, pardo en el fondo, negro en el vestido. La forma de la cabeza ha sido modificada y reducida con un amplio brochazo negro, más intenso y oscuro que el fondo. El rostro, muy abocetado, destaca por su colorido intenso de bermellón y blanco con toques de negro. Las zonas más luminosas de la cara -la frente, por ejemplo- presentan muchos empastes. En los colores claros se aprecia más nítidamente una línea zigzagueante que aporta movimiento y vitalidad a la figura. Diana Angoso Las técnicas artísticas / Libro de alumno III.1

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EUGÈNE BOUDIN La plaza de la iglesia de Saint Vulfran en Abbeville, 1884 Óleo sobre tabla, 44,5 x 37 cm.

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Es una pequeña tabla con una composición asimétrica: el lado derecho está ocupado por la gran mole gris de la iglesia de San Vulfran. El peso oscuro del edificio se compensa por la intensidad luminosa de los blancos en las nubes del cielo. Los pequeños personajes que caminan por la plaza, lejos del primer término del cuadro y apenas abocetados, nos dan la proporción del templo gótico y de las casas que lo rodean. Eugène Boudin (1824-1898), hijo de un marino francés, nació en el puerto de Honfleur, en Normandía, y estuvo muy ligado toda su vida a la costa de esta región. Después de estudiar pintura tres años en París gracias a una beca, volvió a pintar a Normandía. Allí conoció a dos artistas un poco mayores que él, Jongking y Courbet, que se convirtieron en sus principales influencias. Durante el resto de su vida pasaría los inviernos en París y el resto del año trabajando en las costas francesas. Se hizo un especialista en marinas y escenas playeras. Con setenta años, Boudin pasó una temporada en la ciudad de Abbeville, al norte de Normandía, y pintó ocho vistas urbanas dominadas por la iglesia de San Vulfran. Utilizó tablas pequeñas, más manejables para pintar al aire libre. En el paisaje que vemos, la tabla está preparada con un tono de base color crema, que aún se puede ver en varios lugares del cuadro, como en los bordes verticales que limitan entre sí las casas apiñadas bajo la iglesia, a la derecha. Desde mediados del siglo XIX los pintores empezaron a usar cada vez más bases claras para pintar, porque daban más luminosidad a sus colores y no se oscurecían con el paso del tiempo. En este cuadro, la zona más oscura de la plaza de Abbeville es la gran iglesia gótica. Sin embargo, ese color ha sido muy aligerado gracias a la técnica del restregado. El pintor traza pinceladas verticales anchas y grises sobre el tono crema de la base del cuadro. Pero no tapa del todo ese tono claro de abajo, que se oscurece un poco gracias a la nueva capa. Completa el efecto con unas líneas finas y raspadas, hechas con la parte posterior del pincel. Esas líneas dibujan las ventanas de las torres de la iglesia. El efecto conseguido es una sensación de mucho movimiento; no importa tanto la exactitud del dibujo arquitectónico, como una apariencia general. Los detalles de la arquitectura gótica de la fachada han quedado resumidos en esas líneas raspadas, delgadas y rápidas. No es necesario más detalle, porque tampoco existe en el resto del

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cuadro, ni en las fachadas de las casas, ni en las pequeñas figuras de los vecinos, hechas con pequeñas manchas de color. El cielo y el suelo son las zonas más luminosas del cuadro, que contribuyen a hacer más ligera la composición. En ambas están las pinceladas más empastadas. Son más fáciles de ver en las nubes, donde se utilizan para dar sensación de movimiento, y también de suavidad y volumen. Beatriz Fernández

ACTIVIDADES Dibuja y colorea una rueda con doce colores a partir de los tres primarios. Rojo, azul y amarillo son los tres colores primarios. Se llaman así porque no se pueden conseguir a partir de la mezcla de otros colores. Al mezclar entre sí los colores primarios, conseguimos los secundarios, que son: naranja, verde y violeta (o púrpura). Te proponemos dibujar con gouache o témpera una rueda con los doce colores que se pueden conseguir a partir de los tres colores primarios. Empieza dibujando la rueda y situando el rojo, el amarillo y en azul, tal como se muestra en la fotografía. Después, mezclando esos colores entre sí, conseguirás naranja, verde y violeta, los colores secundarios. Por último, mezclando los colores secundarios con los primarios adyacentes, conseguirás los seis colores terciarios. Fíjate que en esta rueda cada color tiene enfrente su complementario; por ejemplo, el verde queda frente al rojo, y el amarillo frente al violeta. Si mezclamos dos colores complementarios, obtenemos un tono gris, que es el que se puede colocar en el centro.

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