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LA HUMILDAD Nabucodonosor fue un hombre de éxito, un rey poderoso y hábil, soberano del reino más grande y fuerte del mundo, arquitecto de la ciudad más bella de la antigüedad. Pero no había aprendido que Dios es la fuente del poder, la sabiduría, la autoridad y la belleza. “Paseando en el palacio real de Babilonia, habló el rey y dijo: ¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” Conocemos la historia triste de este rey. Le fue quitado su reino, dejó de disfrutar de sus logros; su aspecto se volvió grotezco y salvaje y comió hierba como un animal. Nabucodonosor fue humillado. Pero, gracias a Dios, su historia no terminó allí. Alzó sus ojos al cielo y su razón le fue devuelta. Glorificó a Dios y publicó para todos los habitantes de su imperio lo que había aprendido: “Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano y le diga: ¿Qué haces?....todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia” (Daniel 4:29-37). Pero la soberbia no comenzó con Nabucodonosor. Andrew Murray nos lleva a las raíces del problema: Cuando la Serpiente Antigua, él que fue echado del cielo por su orgullo, cuya naturaleza entera como el diablo fue el orgullo, habló las palabras tentadoras en el oído de Eva, estas palabras llevaron consigo el verdadero veneno del infierno. Y cuando ella escuchó, y rindió su deseo y su voluntad a la esperanza de ser como Dios, conociendo el bien y el mal, el veneno entró en su alma y sangre y vida, destruyendo para siempre esa humildad bendita y la dependencia de Dios que hubiera sido nuestra felicidad eterna. Y, en su lugar, su vida y la vida de la raza que brotó de ella llegó a ser corrompida hasta su verdadera raíz con ese pecado y sus maldiciones más terribles, el veneno del orgullo de Satanás mismo. De cuya vileza el mundo ha sido el escenario, todas sus guerras y matanza entre las naciones, todo su egoísmo y sufrimiento, todas sus ambiciones y celos, todos sus corazones quebrantados y sus vidas amargadas, con su infelicidad diaria, tienen su origen en lo que este orgullo maldecido e infernal—o el nuestro, o el de otros—nos ha traído. ¡Es el orgullo que hizo necesaria la redencion; es de nuestro orgullo que necesitamos sobre todo ser redimidos! Y nuestro entendimiento de la necesidad de la redención dependerá en gran parte de nuestro conocimiento de la naturaleza terrible del poder que ha entrado en nuestro ser. (Murray, páginas 17-18) Había épocas cuando la modestia estaba de moda, pero esto no caracteriza nuestros días. No sólo los políticos quieren impresionar al mundo con sus habilidades, su sabiduría y sus logros. Cuando el deportista mete el gol, sigue la “danza de victoria”. Es común escuchar a los ministros contar lo que han logrado en su “servicio a Dios”. Un pastor escocés observa,

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La mayoría de nosotros tenemos pequeños imperios—un dominio profesional, académico, comercial o eclesiástico en el cual nos creemos más significativos de lo que somos. Es fácil hablar de lo que hemos logrado, en vez de lo que Dios en Su bondad se ha dignado bendecir. Usamos lo que sucede en nuestro alrededor para alentar nuestro ego en vez de aprender la humildad. Tenemos que hacer guerra despiadadamente contra este monstruo. (Begg, página 157)

Dios exhortó por medio del profeta Jeremías, No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el necio se alabe en sus riquezas. Mas alábese en eso el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová. (Jeremías 9:23-24) Se dice que alguien preguntó a Tomás á Kempis por qué fue usado tanto por Dios. El contestó, “Sólo puedo asumir que Dios miró desde el cielo para hallar la criatura más pequeña y más insignificante y, viéndome a mí, Él me recogió y me usó”. Charles Colson, consejero de un ex-presidente de los Estados Unidos, observa: No hay nada que distingue más los reinos humanos del reino de Dios que sus conceptos del ejercicio del poder, que son totalmente opuestos. Uno busca controlar a la gente, el otro busca servir a la gente; uno se promueve a sí mismo, el otro se postra a sí mismo; uno busca prestigio y posición, el otro levanta al humilde y el despreciado.... El poder es como agua salada; con más que se tome, más sed se tiene. La seducción del poder puede separar al cristiano más fiel de la verdadera naturaleza del liderazgo cristiano, que es servir a otros. Es difícil pararse sobre un pedestal y, a la vez, lavar los pies de los que están abajo. No debemos pensar que el orgullo es la tentación de sólo los grandes y exitosos. El orgullo es la raíz de los resentimientos cuando no nos tratan como creemos que merecemos o cuando sentimos que han violado un derecho. La ira brota cuando otro ha frustrado algún plan o propósito personal. Murray menciona como frutos del orgullo; la falta de amor, la indiferencia a las necesidades, los sentimientos y las debilidades de otros, la tendencia de crítica, juzgar y atacar, la mayoría de las manifestaciones de molestia y enojo, la hipersensibilidad y los sentimientos de amargura y alienación, el hambre de la gloria y el reconocimiento de otros. Todo esto brota del corazón que cree que su propia comodidad, dignidad, voluntad y opinión es un valor mayor. Veamos el valor que Dios le da al espíritu de humildad y de servicio: Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y

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humillado no despreciarás tú, oh Dios. Salmo 51:17 Cuando viene la soberbia, viene también la deshonra; mas con los humildes está la sabiduría. Proverbios 11:2 Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies....Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra. Isaías 66:1-2 Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. Mateo 18:4-5 Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. Marcos 10:45 Entonces, entraron en discusión sobre quien de ellos sería el mayor....Y les dijo: Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a mi me recibe; y cualquiera que me recibe a mi, recibe al que me envió; porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande. Lucas 9:46, 48 Mas cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba....Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido. Lucas 14:10-11 Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor. Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas...mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, el que dirige, como el que sirve. Porque ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve. Lucas 22: 24-26 Pues si yo, el señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. Juan 13:14-15 [Al contrastar al fariseo con el publicano, Jesús dijo:] Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido. Lucas 18:14. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra prefiriéndoos los unos a los otros. Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión. Romanos 12: 10, 16

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El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; 1 Corintios 13:4 A mí que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo. Efesios 3:8 Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.... Efesios 4:2-3 Someteos los unos a los otros en el temor de Dios. Efesios 5:21 Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús...y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Filipenses 2:3-5, 8 Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros.... Colosenses 3:12-13 Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta.... Hebreos 13:17 Por causa del Señor someteos a toda institución humana.... Criados, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos.... Pues para esto fuistéis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas...quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente.... Asimismo, vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos.... 1 Pedro. 2:13, 18, 21, 23; 3:1 Igualmente jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo.... 1 Pedro 5:5-6 (Véase también Isaías 57:15; Mateo 23:11; Mateo 11:29; Gálatas 6:3; 1 Timoteo 1:15.)

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¿QUÉ NO ES LA HUMILDAD? Cómo los griegos antiguos, algunos sienten que la humildad es una característica negativa y que no es saludable para la persona. ¿No es importante la autoestima.? ¿No es necesario defender los derechos y buscar la superación? ¿No hay que realizarse en la vida? ¿No deben los demás reconocer nuestra posición y darnos el debido respeto? ¿Hemos de ser sirvientes de los demás? ¿No dice la Biblia que es correcto amarse a uno mismo? ¿No es cierto que si uno no se ama a sí mismo, no puede amar a otros? ¿No fue creado el hombre a la imagen de Dios? ¿No es un cristiano el “hijo del Rey de Reyes”? ¿No son estos conceptos el opuesto de la humildad? ¿Cómo podemos desenredar estos pensamientos y llegar a un concepto de la humildad que es bíblico y saludable para la persona? Comenzamos diciendo que lo que Dios exige de nosotros nunca es malo para nosotros ni obstaculiza los buenos propósitos que él tiene para sus hijos. Cuando el mismo Jesús afirma que “soy manso y humilde de corazón” sabemos que no expresaba una postura pecaminosa o incorrecta. Tampoco olvidaba que había descendido de la gloria del cielo y que pronto regresaría allá para seguir siendo el Señor de la historia. Cuando la verdadera humildad se ve, es Cristo mismo manifestándose a través de nosotros. Entonces, ¿cuál es el concepto equilibrado, correcto y saludable de la humildad? ¿Cómo podemos llegar a entender la humildad como una puerta por la cual Dios entra en las experiencias, por medio de su maravillosa gracia, para llenarlas con libertad, fortaleza, utilidad y regocijo? Existen varias formas de la “humildad” que son falsas. No es la humildad la obsesión de ser el “mártir” y así ganar por lo menos la simpatía, si no la admiración de otros. Es decir, esa tendencia, a veces motivado por un sentido de culpa, de aceptar demasiados compromisos, estar en muchos comités, vivir por la adrenalina del activismo, tratar de llenar cada necesidad y aprovechar cada oportunidad de servicio o liderazgo. La humildad no es sentirse la cansada, perseguida y patética victima de las circunstancias. No es ser el pesimista con un negativismo que flota constantemente sobre la cabeza como una nube negra. Tampoco es la humildad el criticarse a sí mismo y hablar de los errores y fracasos hasta que alguien nos contradiga y nos halague y así alimente el orgullo que habita los rincones del corazón. La humildad no es el silencio que pretende comunicar que lo que pensamos no tiene valor. A veces el silencio es una manera de escondernos y mantenernos lejos de los demás. A veces el silencio cubre el orgullo que desde lejos critica a otros, los menosprecia y no se digna a entrar en comunicación con ellos como iguales. Tampoco es humildad cuando un líder o miembro de una junta, tal vez por miedo de las consecuencias o por presiones de otros, evita la responsabilidad de mantener las normas de la Palabra de Dios. A veces es su responsabilidad hacer normas, tomar decisiones o corregir un error y esto requiere convicción, firmeza y valor. Estas cualidades no contradicen lo que es la verdadera humildad. En estas ocasiones la humildad se manifestará en la manera paciente, amorosa y cuidadosa de obedecer la convicción, como Pablo manda en Gálatas 6:1: “restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo....”. Compare también 2 Timoteo 2:24-25: “Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen....”.

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El orgullo, la soberbia, el egocentrismo, la autonomía, la independencia y la autosuficiencia son el opuesto a la verdadera humildad. Cuando una persona tiene estas características, su autoestima viene del éxito externo—de la preparación que se ha logrado, de la posición que se ocupa, el aparente éxito de sus esfuerzos y del reconocimiento o admiración de otros. La falta de humildad es ser absorbido en uno mismo. La trayectoria de la vida consiste de momentos de sentir éxito y satisfacción y otros momentos de sentir vergüenza o fracaso. Se hace hasta lo imposible para que haya más éxitos visibles y obvios y hayan menos motivos de vergüenza. El miedo al fracaso y la humillación puede ser el obstáculo que nos guarda de obedecer a Dios, de hacer el bien o de servir a otros como debemos hacerlo. Las “falsas” humildades manifiestan la absorsión de una persona con uno mismo: “No me aman; no me valoran; no me tratan bien; no me dan mi lugar”. Alguien dice, “No puedo hacer nada bien”, significando que no se acepta a sí mismo con las capacidades y limitaciones que tiene”. Dice, “Soy un fracaso” significando que Dios no sabe lo que hace en estas circunstancias, no me hizo sabiamente o no puede usar mis fracasos para mi bien y el bien de otros. La falta de humildad es justificarse a sí mismo para que no sienta culpa por un error. Es convencerse, y, a veces aclarar para otros que cualquier problema es la responsabilidad de otros. Cuando uno reconoce en su corazón que tiene culpa, el orgullo no permite que uno lo admita delante de otros. Cuando otros posiblemente no han reconocido lo especial que somos o de lo que sabemos o de lo que hemos hecho, es ayudarles a saberlo. Es pensar que uno merece cierto trato o privilegio o que no merece el trato o prueba que está sufriendo. La falta de humildad es no sentir necesidad de consejo. Es no ser enseñable, especialmente si el que podría enseñarnos por sus palabras o su ejemplo es una persona menos preparada o menos exitosa. Es no sentir que tenemos necesidad de otros, así negando el valor del Cuerpo de Cristo y la variedad y diversidad de los dones espirituales. Es no querer trabajar en equipo porque pensamos que nuestras ideas son las mejores o porque tendríamos que reconocer que algunas ideas de otros son mejores. La falta de humildad es un sentir de superioridad y autoridad personal por estar en cierta posición. Es sentir resentimientos y enojo cuando otros no muestran el respeto que se cree que se merece. El hombre humilde reconoce que la autoridad es siempre otorgada. Todo individuo está bajo autoridad. La autoridad siempre trae grandes responsabilidades de ejercerse con sabiduría, comprensión, amor para el bien de las personas y de la empresa, no para ensalzarse uno mismo.

¿QUÉ ES LA HUMILDAD? La palabra griega que se traduce como “humildad” habla del pensamiento o la opinión que uno tenga de uno mismo. Literalmente señala una opinión baja de sí mismo. El peligro del orgullo se nota en Romanos 12:3 cuando Pablo exhorta no tener “más alto concepto de sí que el que debe tener”. Los griegos antiguos entendieron la humildad como un atributo negativo que llevaba la idea de ser débil, sin dignidad, servil o menospreciado. Sin embargo, los judíos como los autores bíblicos

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llenaron el término con significado positivo, hasta que el Hijo de Dios pudo decir, “Soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29).

Ser sumiso a Dios y a otros. Pedro enfoca la humildad en su relación con Dios y también con los hombres como el antónimo de la soberbia. Es la virtud que produce la sumisión. Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos, y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad, porque Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; 1 Pedro 5:5-6 Gary Thomas dice: Desde una perspectiva espiritual, la humildad es entrar en la vida de Cristo a través de una dependencia radical de Dios....El cristiano humilde es el que toma literalmente las palabras de Cristo: “Separados de mí nada podéis hacer. Andrew Murray ‘clava’ exactamente el significado de la humildad cuando la llama ‘el suprimir el ego con entronar a Dios’”. (Thomas, página 49) La humildad rechaza la tendencia a la autonomía y la independencia de Dios y de otras personas. Morir para nosotros. La humildad es tener una perspectiva correcta sobre nosotros mismos como criaturas de Dios, dependientes de él para todas las cosas. A la misma vez, reconocemos que fuimos creados a la imagen de Dios pero que somos débiles y somos pecadores; que somos de valor eterno pero que nuestro futuro depende totalmente de la gracia y la obra de Dios en Cristo; que nuestra gloria es ser objetos de su amor pero incurablemente dados a buscar la gloria personal y de servirnos a nosotros mismos. Entonces, aunque tenemos gran valor para Dios, no podemos permitir que “pensar correctamente” de nosotros significa pensar como nuestra naturaleza nos guía a pensar. La naturaleza humana es orgullosa, soberbia, autónoma y rebelde. Sólo por la obra del Espíritu Santo que mora en el creyente podemos ser verdaderamente humildes. La única manera de tener la humildad es morir para nosotros mismos para que Cristo pueda vivir su vida a través de nosotros. (Gál. 2:20). Tenemos que humildemente quitarnos del camino para que Cristo pueda cumplir su voluntad a través de nosotros. Maravillarse de la gracia.

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El creyente ha de estar maravillado del infinito favor no merecido que Dios le ha manifestado. La salud espiritual no es lo que el mundo entiende como autoestima, sino existir en la atmósfera de la estima amorosa que Dios tiene para el creyente. Jesucristo me escogió, se sacrificó y me buscó, no porque fui bueno, sino porque él es bueno y me ama. Él trabaja todos los días para cambiarme, precisamente porque no soy todavía la persona que él desea que sea. El disfruta hacer su obra pastoral a mi favor. ¡La estima de Dios es infinitamente más alta que la autoestima! Ser el recipiente agradecido. La humildad es el opuesto a la autosuficiencia. Cualquier bien que tengo viene de él. Cualquier habilidad es de él para ser usada para la gloria de Dios, no para mi gloria. “No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios” (2 Corintios 3:5). Me bendice con dones espirituales con los cuales puedo ser útil para él. La humildad da gratitud a Dios por la manera que me hizo, por su gracia al redimirme y por la manera que me señorea, por el milagro de estar transformándome, por las circunstancias y personas que él ha puesto en mi alrededor. Murray lo expresa en esta manera: La raíz de toda virtud y gracia, de toda fe y adoración aceptable, es que sabemos que no tenemos nada aparte de lo que recibimos, y nos sometemos en la humildad más profunda para esperar totalmente en Dios. (página 29) Dar prioridad a otros. Sí, Dios nos creó con una naturaleza que nos enseña a valorarnos, cuidarnos y protegernos a nosotros mismos. También he de amar a otros con el mismo amor. En realidad, he de tratar a otros aún mejor que a mí mismo, pensando en sus necesidades encima de mis propias necesidades: “estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Filipenses 2:3-4). La humildad dice, “Puedo tratar bien a los demás porque soy tan bendecido por Dios. Los puedo tratar con gracia, paciencia y misericordia porque él así me trató. La humildad no permite el egocentrismo. La humildad significa levantar a otros. Es rehusar colocarme en un renglón superior. Es tomar el segundo lugar, o el tercero o el décimo, según la voluntad de Dios, y estar contento. Pablo dice que ser humilde es velar por el bien de otros y servirles a ellos más que buscar los intereses personales. Abrir la puerta para que Dios obre en nuestra vida. La humildad es el medio y la puerta a la libertad, la gracia y la santidad porque sin ella no nos sometemos a Dios y no dependemos de Dios. La humildad es darse cuenta que en nuestro poder somos incapaces de hacer que cualquier cosa suceda. Sólo Dios controla los resultados, consecuencias y frutos de nuestros actos. Somos totalmente dependientes de él. Es la actitud del corazón que reconoce su profunda necesidad de Dios y de otros hombres, tanto para la dirección de

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su vida como también para la provisión de todo lo que le hace falta: la sabiduría, la gracia y la capacidad. Por eso, nos sometemos a Dios y a otros y cultivamos la dependencia de él y de otros. Esta actitud lleva al espíritu del siervo. Reconozcamos el gozo y la paz que produce la humildad. Hay descanso porque los resultados son la obra de él. Nos regocijamos porque él se digna a usarnos para el bien de otros y la gloria de él. Es maravilloso: ¡Su sabiduría, Su fuerza, Su voluntad, Su obra milagrosa a través de nosotros para la bendición de otros! Ser como Jesucristo. Cristo nos enseñó la humildad. Pablo nos exhortó, “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Cristo enseña esta virtud porque aceptó la voluntad de su Padre y aceptó el maltrato de los hombres. “Encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23). El se sometió a su Padre y confiaba totalmente en él: No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre (Juan 5:30). Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió (Juan 6:38). Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió (Juan 7:16). ...y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo” (Juan 8:28). Pero yo no busco mi gloria; hay quien la busca y juzga (Juan 8:50). ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras (Juan 14:10). (Veáse también, Juan 5:19 y 7:18) No vino para ser servido, sino para servir. Fue siervo del Padre y de los humanos al entregar su vida para glorificar a Dios y para levantar a los hombres de la condenación del pecado. No busques, ni pidas ser exaltado; esa es la obra de Dios. Ten cuidado de humillarte y de no tomar ningún lugar delante de Dios ni de los hombres sino el del siervo. Esta es la obra que te toca a tí; que sea tu único propósito y petición. (Murray, página 36)

¿ES LA HUMILDAD UNA VIRTUD CRUCIAL? ¡La respuesta rotunda es que sí! La humildad es crucial porque es la raíz de muchos valores de gran significado en la vida del cristiano, su relación con Dios y su relación con otras personas, sean cristianos o no cristianos. Juan Calvino la llamó “la raíz de toda virtud”. Escuchemos la opinión de varios hombres y mujeres de Dios: Fénelon: “Todos los santos están convencidos que la humildad sincera es el fundamento de las virtudes. Es porque la humildad es la hija del amor puro, y la humildad es nada más que la verdad”.

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Thomás á Kempis: “Los santos más grandes ante Dios son los que son menos según su propia opinión”. Teresa de Avila: “Y, si las almas no han determinado ser esclavos de Él, que sean convencidos que no están progresando mucho, porque todo este edificio [de espiritualidad] tiene la humildad como su fundamento. Así...para que edifiques sobre buenos cimientos, esfuerzate para ser el menor y el esclavo de todos, mirando cómo puedes agradarles y servirles”. Andrew Murray: “La humildad, el lugar de la dependencia total de Dios, es, por su naturaleza, el primer deber y la virtud superior de la criatura. En realidad es la raíz de toda virtud” (pág. 12). Para la salvación. La humildad es necesaria para que una persona llegue a conocer a Cristo porque necesita darse cuenta de su pecaminosidad y su necesidad del perdón. Hay que acercarse a Dios como un niño, reconociendo su impotencia en sí mismo, dependiente de otro y necesitado. Lo reconoce para sí mismo, delante de Dios y delante de otras personas. Jesús reconoció la fe del centurión que decía, “No soy digno” y de la mujer de Sidonia que aceptó el nombre de perro y pidió las migas que caen de la mesa. Andrew Murray señala que la salvación requería la humillación de Cristo en la encarnación y la muerte. También requiere la humillación del pecador que no confíe en los méritos humanos sino solamente en el favor no merecido de Jesucristo.

Para la sumisión a Dios. Acabamos de ver que la humildad es necesaria para que el cristiano se someta a Dios y a su voluntad (1 Pedro 5:5-6). La sumisión es necesaria para que el creyente siga la dirección de Dios cuando tome decisiones y escoja el camino de la santidad cuando entra en tentación. También, es necesario para que acepte con paciencia y gozo las circunstancias, experiencias y desafíos difíciles en la vida. Para confiar en Dios. Sin la humildad somos autosuficientes y no dependemos de Dios. El orgullo hace imposible la fe. La humildad es sencillamente la disposición que prepara el alma para vivir por la fe. Y todo respiro del orgullo—aún el más secreto—en buscar lo suyo, insistir en su propio camino, la autosuficiencia, la exaltación de uno mismo....

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La fe es el órgano o sentido para percibir y aprender del mundo celestial y sus bendiciones. La fe busca la gloria que viene de Dios, que sólo viene dónde Dios es todo. Mientras tomamos la gloria unos de otros, mientras buscamos, amamos y protegemos celosamente la gloria de esta vida—el honor y la reputación que viene de los hombres—no buscamos y no podemos recibir, la gloria que viene de Dios....¿Es sorpresa que nuestra fe es tan débil cuando el orgullo reina tanto, y apenas hemos aprendido aún a añorar u orar por la humildad como la parte más necesaria y bendecida de la salvación? (Murray, página 73) Para amar a Dios y a otros. Sin la humildad ni amamos a Dios ni al prójimo, las responsabilidades principales del humano (Marcos 12:30-31). No amamos a Dios porque nos amamos a nosotros mismos y nuestra voluntad y nuestra capacidad antes que a él. No amaremos al prójimo porque nos amamos a nosotros mismos antes que a los demás. Para las relaciones con otros. Las buenas relaciones sociales con todas las otras personas dependen de la humildad. Cuando el orgullo y el egocentrismo reinan en nuestras relaciones, no manifestamos el amor a otros. Pensemos en las relaciones en el matrimonio, entre la esposa o el esposo: “Someteos los unos a los otros en el temor de Dios” (Efesios 5:21). Pensemos en las relaciones entre padres e hijos: “Hijos, obedeced a vuestros padres....Padres, no exasperéis a vuestros hijos” (Colosenses 3:20-21). Pensemos en las relaciones en el trabajo o la profesión: “Siervos, obedeced a vuestros amos....Amos, haced con ellos lo mismo, dejando las amenazas, sabiendo que el Señor de ellos y vuestro está en los cielos y que para él no hay acepción de personas” (Efesios 6:5, 7). Para la unidad de la iglesia. Reconozcamos que la unidad de la iglesia depende de la humildad y el amor en las relaciones personales. Pablo comienza sus exhortaciones para la unidad de la iglesia con estas cualidades: “Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.... (Efesios 4:1-4; cp. 1 Pedro 5:1-5). [En la iglesia] no se puede hacer impacto sin que haya comunidad. No se puede tener comunidad sin la unidad. No se puede tener la unidad sin la humildad. No se puede tener la humildad sin experimentar la santidad de Dios. (Joe Aldrich, Kindred Spirit, 1994) Para manifestar a Dios al mundo no creyente. En vez del “orgullo” o la “arrogancia” que algunos no creyentes comentan de los creyentes, ellos han de sentir el amor, la misericordia y la paciencia que Dios mismo manifiesta hacia el mundo. El creyente no es superior a los demás. Es una persona perdonada por la gracia de Dios. Jesús dijo que la persona quien ha sido perdonada mucho es la que ama mucho. Este creyente ha de, humildemente, guiar al no creyente a la misma fuente de agua que le ha saciado su sed. Ha de

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reflejar en su carácter y conducta al Cristo que se humilló, que vino para servir y que se sacrificó a sí mismo para perdonar los pecados de todos. Para su propio crecimiento y transformación. Debe ser evidente que, si estamos contentos con lo que somos, no procuraremos progresar en la vida cristiana, agradar a Dios, ni hacer los cambios que Dios quiere hacer en nosotros para que crezcamos hacia la imagen de Cristo. Experimentar los cambios requiere que seamos enseñables, que seamos motivados por Dios, que tengamos el deseo, la intención y, sobre todo, la dependencia de Dios quien es el único que es poderoso para lograr la transformación del hombre. “La humildad es la verdadera esencia de la santidad....es el suprimir el ego por medio de entronar a Dios. Dónde Dios es todo, el ego no es nada” (Murray, página 63) De nuevo hacemos la pregunta, ¿Por qué es tan necesaria la humildad para progresar en todo aspecto de la vida cristiana? Escuchemos algunas palabras más de Andrew Murray sobre la relación de la humildad con el pecado: ¡Y, entonces, el orgullo o la pérdida de la humildad, es la raíz de todo pecado y maldad! Fue cuando los ángeles, ahora caídos, comenzaron a mirarse a sí mismos con complacencia que fueron llevados a la desobediencia, y fueron echados de la luz celestial a las tinieblas. Así fue que, cuando la Serpiente respiró el veneno de su orgullo—el deseo de ser como Dios—en los corazones de nuestros primeros padres, ellos también cayeron de su estado alto a la vileza al cual el humano se ha hundido. En el cielo y en la tierra, el orgullo—la exaltación del ego—es la puerta y el nacimiento, y la maldición del infierno. ¡Entonces, lógicamente, nada puede lograr nuestra redención aparte de la restauración de la humildad perdida, la original y la única relación verdadera de la criatura con su Dios! Así que, Jesús vino para traer de nuevo la humildad a la tierra, para hacernos partícipes de ella, y a través de ella a salvarnos. En el cielo se humilló para hacerse hombre. La humildad que vemos en Él le poseyó en el cielo; le trajo, Él lo trajo, desde allá. Aquí en la tierra “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte”; Su humildad dio a su muerte su valor, y así llegó a ser nuestra redención. Y ahora la salvación que Él imparta es nada más y nada menos que una comunicación de Su propia vida y muerte, Su propia disposición y espíritu—Su propia humildad—como el fundamento y la raíz de Su relación con Dios y Su obra redentora. Jesucristo tomó el lugar y cumplió el destino del hombre, como una criatura, por medio de su vida de perfecta humildad. Su humildad es nuestra salvación. Su salvación es nuestra humildad. Y así la vida de los salvos, de los santos, necesita llevar la estampa de la liberación del pecado y la restauración completa a su estado original—su relación entera a Dios y hombre, marcada con una humildad que lo ha llenado todo. Sin ésto, el creyente no puede permanecer en comunión con Dios, o experimentar su favor y el poder de Su Espíritu; sin ésto, no experimentará una fe que persevera, ni el amor, ni el gozo, ni la fuerza. La humildad es el

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único suelo en el cual las virtudes echan raíz; la falta de humildad es la explicación suficiente de todo defecto y fracaso. La humildad no es tanto una gracia o virtud junta con las demás como es la raíz de todas, porque sólo ella toma la actitud correcta delante de Dios y permite que Él como Dios haga todo. (Murray, páginas 12-14).

¿CUÁLES SON ALGUNAS CARACTERISTICAS DEL CRISTIANO HUMILDE? El humilde goza del privilegio de tener una relación personal con Dios y de poder caminar diariamente en comunión con el Dios eterno. Ama y adora a Dios por su gran amor y gracia hacia él. Reconoce que es responsable a Dios y que ha de rendirle cuentas. Realmente cree que sin Cristo nada puede hacer. Reconoce que cualquier virtud de corazón o conducta que agrada a Dios es una obra del Espíritu. Siente su gran dependencia de Dios para todo. El humilde tiene un deseo genuino de ayudar a y servir a otros. Es consciente de sus necesidades y dispuesto a sacrificarse por ellos. Anima y estimula las virtudes de otros. Encubre las debilidades de otros. Es disponible, abierto y acepta la amistad de otros. Respeta a cada persona porque reconoce su valor como criatura de Dios a la imagen de Dios. Es paciente con otros y está dispuesto a perdonarlos y a pedir su perdón cuando los ha ofendido. Genuinamente siente misericordia y amor por una persona aunque le ha herido profundamente. Escucha sus opiniones y no se pone a la defensiva cuando lo critican. No se molesta cuando otros no le extienden las cortesías, la bondad o los derechos que han de esperarse. En realidad, se sorprende cuando es objeto de tales cortesías y bondades. Está dispuesto a rendir cuentas a otros y a someterse a la autoridad. No siente la necesidad de controlarlos. Está dispuesto a ser el seguidor. Sin embargo, si es la voluntad de Dios, él también está dispuesto a ser líder, ejercer autoridad y tener la prominencia, pero sin perder la humildad--sin caer en la soberbia, la prepotencia y la autosuficiencia. No busca la prominencia o la publicidad. Sabe que no merece la gloria por lo que es ni por lo que hace de bien.

¿CÓMO APRENDEMOS LA HUMILDAD? “El peligro del orgullo es más grande y está más cerca de lo que pensamos, y especialmente en nuestras experiencias más altas y sublimes”—en el éxito de algún proyecto o empresa, al ver el fruto en el ministerio, al sentir el amor de los que le admiran. Pablo fue tentado al orgullo cuando recibió revelaciones de Dios. Pero también, “la gracia de la humildad es más grande y está más cerca, también, de lo que pensamos.” Cuando Pablo fue humillado como prisionero pero agradecido por la abundancia de una ofrenda de Filipos, exultó, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”, incluyendo el vivir contento con lo que tenía y también aceptar las ofrendas. ¿Qué podemos hacer para colaborar con Dios en el desarrollo de la humildad en la vida?

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Enfocarnos en la grandeza y la gracia de Dios. La humildad nace en el alma que está sinceramente maravillada del conocimiento y las experiencias de Dios, su grandeza, su amor, su salvación, su provisión y su poder. Hemos de meditar en el ejemplo de Jesucristo en su venida como hombre, su vida como siervo y su sacrificio por nosotros. Hemos de meditar en la gracia de Dios que envió a Cristo y proveyó la salvación cuando éramos impíos, rebeldes y enemigos de Dios. La humildad comienza cuando dejamos de pensar que el mundo gira por nosotros y estamos profundamente conscientes de nuestra relación como criaturas y como pecadores a nuestro Dios infinitamente majestuoso, santo y poderoso. “El camino más seguro a la humildad es recordar constantemente a Dios. En la Biblia el orgullo está relacionado con olvidar a Dios [Oseas 13:6]...” Pablo habla en Romanos 12:2 de renovar nuestra mente. Comprender cómo es nuestro Creador Salvador requiere empapar la mente, alimentar el corazón y orientar la voluntad por medio de la meditación constante en la Palabra de Dios. Aprender de memoria y meditar en los textos que nos hacen pensar en su belleza, su gracia y su grandeza o cantar un himno de adoración son hábitos que hacen enfocarnos intencionalmente en Dios.

Dejar que Dios nos entrene a través de las debilidades. Thomas escribe que las dos columnas de la humildad son el conocimiento de la grandeza de Dios y de nuestra bajeza. Muchas veces no aprendemos la humildad a menos que Dios nos enseñe la debilidad y la incapacidad a través de los errores, los defectos, la enfermedad, el fracaso y aún el pecado. Confesemos nuestra falta de humildad y de dependencia y reconozcamos que no somos capaces por nosotros mismos. Las debilidades y las limitaciones deben enseñarnos la humildad y la dependencia. Dios permitió el “aguijón” en su carne y, a través de esta experiencia, enseñó a Pablo que su “poder se perfecciona en la debilidad”. Entonces, él pudo exclamar que “por amor a Cristo me gozo en las debilidades...porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:10). Las experiencias deben producir el crecimiento en la humildad, si reflexionamos en ellas bíblicamente. “Al crecer más en años y al ver más, tendrá menos razón de sentir el orgullo. La ignorancia y la falta de experiencia son el pedestal del orgullo; dejemos que el pedestal se quite y el orgullo pronto caerá” (James Ryle en Thomas, página 61). Adoptar una postura de recibir. En otras palabras, tomemos la postura de la dependencia, la de una persona que reconoce que no tiene en sí mismo, ni por su preparación académica, ni por su experiencia, la sabiduría, el conocimiento, la competencia y la fuerza necesarias para cumplir la voluntad de Dios. No somos capaces de llevar fruto. No somos capaces de hacer que suceda algún resultado deseado. No somos sabios. Tenemos una naturaleza que resiste la comunión con Dios y con los demás. Tenemos una naturaleza que se opone a la voluntad de Dios. La humildad en sí es una virtud que sólo el Espíritu Santo puede obrar en nosotros. Hay que recibir todo bien de Dios y de otros. “Porque ¿quién te

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distingue? ¿o qué tiene que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” Dependamos de Dios en todo. Humillarnos a nosotros mismos. Esta exhortación de Dios es un verbo de acción que nos manda a cumplir actos de humildad y a someternos a la voluntad de Dios y de otros. Los actos producen una disposición; estas actitudes forman la voluntad y la voluntad formada por Dios produce el carácter cristiano. El Espíritu que mora en el creyente usa este proceso para moldearnos. Tomemos la decisión de ceder el lugar a otro, de cumplir un acto específico de servicio o ayuda. Tengamos el cuidado de no aceptar el crédito por los ministerios que Dios está cumpliendo a través de nosotros. Reconozcamos los valores y virtudes de otros. Agradezcamos o elogiemos sinceramente los buenos actos y actitudes de otros. Escuchemos con atención sus opiniones. “Para saber...cómo se comporta el hombre humilde, hay que seguirlo en el transcurso normal de la vida diaria” (Andrew Murray citado por Thomas, página 62). La humildad se aprende a través de multitudes de decisiones pequeñas cuando dejamos el primer lugar a Dios y a otros, cuando honramos y servimos a otros. Meditemos regularmente en la Palabra de Dios. Escuchemos a Dios diariamente en su Palabra, reflexionemos sobre lo que leemos, examinemos la vida, seamos confrontados por Él y oremos por los cambios que son necesarios en la vida. Esto contribuye maravillosa y, a veces sorprendentemente a nuestra transformación. Por varias semanas meditemos pasajes sobre el orgullo y la humildad: Salmo 51:17, Proverbios 11:2, Isaías 66:1-2, Jeremías 9:23-24, Daniel 4:29-37, Marcos 10:45, Lucas 22:24-26, Juan 13:1-15, Romanos 12:10 y 16, Efesios 4:2-3, 5:21, Filipenses 2:3-5 y 8, Colosenses 3:12-13, 1 Pedro 5:1-6. Permitamos que la Palabra de Dios nos confronte. Pidamos a Dios que él nos enseñe cómo nuestro orgullo está influenciando nuestras actitudes, ambiciones, reacciones, resentimientos, críticas, relaciones y decisiones. ¿Podría ser que un problema fundamental es el orgullo, la soberbia, la preocupación por conservar la dignidad, la autoridad, los derechos o alguna actitud semejante?

Para concluir mencionamos algunas preguntas que podemos hacernos periódicamente para que veamos si nuestra humildad es genuina; tanto delante de Dios, como delante de los hombres. 1) ¿Me quejo con frecuencia de las circunstancias, las personas, los contratiempos y las pruebas? 2) ¿Temo la intervención de Dios (contratiempos, obstáculos, cambios) en mi vida y planes? 3) ¿Continúo, sin preocuparme, en una actitud, conducta o característica pecaminosa que reconozco como tal?

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4) ¿Me siento capaz y preparado para cumplir el ministerio que tengo ahora? 5) ¿Me molesto cuando parece que otros me privan de un derecho o no reconocen mi puesto o importancia? 6) ¿Me molesto o me defiendo cuando otro me señala un error o debilidad? 7) ¿Pienso mucho en lo que otros opinan de mí o la imagen que ven? 8) ¿Trato con respeto, cariño, y atención a los que están cerca de mí? ¿Soy sincero o lo hago con interés personal? 9) ¿Sienten otros creyentes que yo los amo y estoy disponible para ayudarles? 10) ¿Puedo recordar en esta semana actos de ayuda o servicio que presté espontáneamente, sin interés personal y sin el deseo de impresionar a otros? 11) ¿Reconozco que alguna conducta que he llamado “humildad” cubre la inseguridad, el miedo o el orgullo? 12) ¿Dependo mucho de la posición, el respeto de otros y el éxito para sentirme seguro, felíz y realizado? 13) ¿Aprendo de los errores y fracasos? o ¿Sólo me siento derrotado y sin valor? 14) ¿Acepto y admito inmediatamente la culpa por una ofensa, un error o un pecado? 15) ¿Busco con frecuencia las ideas o el consejo de otros y estoy agradecido cuando reconozco su valor? Stanford Orth, 2001

Bibliografía Alister Begg, Made for His Pleasure, Moody Press, 1996 Jerry Bridges, The Practice of Godliness, NavPress 1983 Andrew Murray, Humility, Christian Literature Crusade, 1997 Gary L. Thomas, Seeking the Face of God, Harvest House Publishers, 1999 The Glorious Pursuit, NavPress 1998

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