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EL EVANGELIO SEGUN SAN MARCOS
EL EVANGELIO SEGUN SAN MARCOS Me 1, 1-8, 26 1 JOACHIM GNILKA CUARTA EDICiÓN EDICIONES SÍGUEME SALAMANCA 1999 Tradujo Víctor A. Martínez de Lapera

LAS MUJERES EN EL EVANGELIO DE MARCOS
LAS MUJERES EN EL EVANGELIO DE MARCOS X. Pikaza Aula de Teología, Santander 8 del XI de 2005 Comentarios – Gnilka, J., El evangelio según san Marcos

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Miércoles 1 de junio EVANGELIO Marcos 12, 18-27 18

Se le acercaron unos saduceos, esos que dicen que no hay resurrección, y le propusieron este caso: 19 -Maestro, Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano». 20Había siete hermanos: el primero se casó y murió sin dejar hijos; 21el segundo se casó con la viuda y murió también sin tener hijos; lo mismo el- tercero, 22y ninguno de los siete dejó hijos. Por último, murió también la mujer. 23En la resurrección, ¿de cuál de ellos va a ser mujer, si ha sido mujer de los siete? 24 Les contestó Jesús: -Precisamente por eso estáis equivocados, por no conocer la Escritura ni la fuerza de Dios. 25Porque, cuando resucitan de la muerte, ni los hombres ni las mujeres se casan, son como ángeles del cielo. 26y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios?: «Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob». 27No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados.

COMENTARIOS I v. 18 Se le acercaron unos saduceos, esos que dicen que no hay resurrección, y le propusieron este caso: Al partido saduceo pertenecían dos grupos del Sanedrín o Consejo: los senadores (seglares) y los sumos sacerdotes. Desde el punto de vista político eran partidarios del orden establecido, en el que tenían un papel hegemónico, y colaboracionistas con los romanos, con los que mantenían un difícil equilibrio de poder. Rechazaban la llamada tradición oral, a la que los fariseos atribuían autoridad divina (7,5.8.13). Eran abiertos respecto a la cultura helenística. No veían en la Escritura la noción de una vida después de la muerte; su horizonte era esta vida, y en ella procuraban mantener su posición de poder y de privilegio. Su pecado era el materialismo, pues sus objetivos en la vida eran el dinero y el poder, anejos a la posición social que ocupaban (cf. 10,1-12, el pecado fariseo). vv. 19-23 «Maestro, Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano». Había siete hermanos: el primero se casó y murió sin dejar hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin tener hijos; lo mismo el tercero, y ninguno de los siete dejó hijos. Por último, murió también la mujer. En la resurrección, ¿de cual de ellos va a ser mujer, si ha sido mujer de los siete?» Se acercan a Jesús y lo llaman Maestro, pues van a pedirle que resuelva un caso teórico que, sin duda, refleja una larga controversia con los fariseos. Ellos, los saduceos, sostienen que todo acaba con la muerte, y el caso que proponen demostraría lo absurdo de la creencia en la resurrección, sostenida por los fariseos, quienes concebían la vida futura como una continuación de la vida mortal. Mencionan la ley del levirato, instituida por Moisés y, a continuación, proponen el caso, que haría ridícula la doctrina farisea.

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v. 24 Les contestó Jesús: «Precisamente por eso estáis equivocados, por no conocer la Escritura ni la fuerza de Dios». La respuesta de Jesús es dura: los dirigentes del templo y de la nación están en el error, por dos razones: porque ignoran la Escritura (lo que Dios ha dicho) y porque no conocen la fuerza de Dios (lo que Dios hace), el dador de vida (fuerza, cf. 5,30), no tienen experiencia de la acción de Dios. La denuncia es tremenda: las autoridades religiosas supremas, los que se llaman representantes de Dios, administran el templo y ejercen el culto, no conocen a Dios ni en su palabra ni en su acción. v. 25 «Porque, cuando resucitan de la muerte, ni los hombres ni las mujeres se casan, son como ángeles del cielo». Corrige Jesús la doctrina farisea en dos aspectos: precisa ante todo que el estado futuro del hombre no es una prolongación de su estado presente; no hay matrimonio ni procreación, porque la vida inmortal no se transmite por generación humana, se recibe directamente de Dios (ángeles = «hijos de Dios», cf. Job 1,6; 2,1; 32,7; Dn 3,21/91); ser como ángeles indica el estado propio de los que están en la esfera divina (el cielo). Al mismo tiempo precisa Jesús el cuándo de la resurrección: mientras los saduceos, ateniéndose a la doctrina farisea, hablaban de ella en futuro (en la resurrección, ¿de cual de ellos va a ser mujer?), Jesús habla en presente (cuando resucitan, son como ángeles). La resurrección no es un acontecimiento lejano, es simplemente la vida que continúa después de la muerte, y se está verificando ya desde ahora. Ahí está la fuerza de Dios que ellos no conocen. vv. 26-27 «Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios?:"Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados». Va a mostrarles ahora que tampoco conocen la Escritura y, para probar la vida después de la muerte, les cita una declaración de Dios mismo: Yo soy el Dios de Abrahán, etc. (Ex 3,6.15s): cuando Dios habló a Moisés, los patriarcas seguían vivos o, en otras palabras, estaban ya resucitados; el Dios fiel no deja que perezcan los que él ha amado. El Dios de Jesús es el Dios de la vida, porque su fuerza es fuerza de vida; el dios del sistema es el dios de la muerte.

II Del Evangelio de hoy, centrado en una polémica con los Saduceos, podemos deducir un rasgo de la persona de Jesús que salta a la vista al leer las numerosas controversias en que Jesús se vio envuelto en su vida pública. A saber: Que él va siempre al fondo de los problemas. Así a propósito de temas tan controvertibles como el del sábado, el tributo al Cesar, el matrimonio, la observancia de la ley, el mandamiento principal, etc. Jesús no recurre a argumentos aprendidos de las escuelas rabínicas contemporáneas. Ante cualquier pregunta, El intenta llevar a los que le interrogan a una visión nueva del problema. No se deja encerrar dentro de los términos estrechos desde los que se plantea la cuestión. Se muestra convencido de que hay algo más al fondo, que es preciso recuperar; algo que renueva las cosas desde sus fundamentos. Para entender el Evangelio de hoy y aplicarlo a nuestra vida, debemos caer en cuenta del grupo o escuela que aborda a Jesús. Los Saduceos. Estos como otros muchos grupos y sectores de la sociedad, entiende las cosas desde su pequeño mundo. El encuentro con Jesús les llevará a un nuevo planteamiento de la cuestión. En primer lugar les hace ver que no han sabido entender la Escritura, ni el poder de Dios. Es decir sus argumentos y casuística no tienen base alguna en la realidad de Dios; son producto de sus tradiciones e imaginación. En segundo lugar, les hace ver que la resurrección establece una total novedad que rompe con toda lógica. De ahí que la historia de la mujer con los siete maridos resulta

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ridícula y fuera de contexto. Todavía hoy existen grupos que piensan como los Saduceos. Aquí habría que aplicar aquel adagio que dice: "Hay que distinguir, porque el que no distingue... confunde".

Jueves 2 de junio EVANGELIO Marcos 12, 28-34 28

Se le acercó un letrado que había oído la discusión y notado lo bien que respondía, y le preguntó: -¿Qué mandamiento es el primero de todos? 29 Respondió Jesús: -El primero es: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor; 30amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas». 31 El segundo, éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No hay ningún mandamiento mayor que éstos. 32 El letrado le dijo: -Muy bien, Maestro, es verdad lo que has dicho, que es uno solo y que no hay otro fuera de él; 33y que amarlo con todo el corazón y con todo el entendimiento y con todas las fuerzas y amar al prójimo como a uno mismo supera todos los holocaustos y sacrificios. 34 Viendo Jesús que había respondido inteligentemente, le dijo: -No estás lejos del reino de Dios. Y ya nadie se atrevía a hacerle más preguntas.

COMENTARIOS I v. 28: Se le acercó un letrado que había oído la discusión y notado lo bien que respondía, y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?» Hasta ahora se han presentado grupos, ahora lo hace un individuo, un letrado, que, según el esquema de Mc, es fariseo. En dos ocasiones (3,22; 7,1) han sido letrados de Jerusalén los que han vigilado la actividad de Jesús y se han opuesto a ella. Este hombre es una excepción. Aunque pertenece al círculo de los adversarios de Jesús (11,27b), su conciencia personal domina sobre su pertenencia al grupo dirigente. No pretende comprometer a Jesús, sino que, al ver la maestría con que interpreta la Escritura, busca solución a una cuestión muy debatida. El fondo de su pregunta es éste: qué es lo más importante para Dios según la tradición de Israel, cuál es la expresión suprema de su voluntad y lo primario en el comportamiento del hombre. vv. 29-31: Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas". El segundo, éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". No hay ningún mandamiento mayor que éstos». Jesús comienza su respuesta haciendo suyo el llamamiento a Israel de Dt 6,4-5 (Escucha, Israel). No solamente va a enunciar el mandamiento, sino que va a proclamarlo, tomando la exhortación de Moisés al pueblo; pero no nombra a Moisés ni cita explícitamente la Escritura, hace un llamamiento personal suyo, que es una invitación implícita a la enmienda (cf. 1,15).

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Recuerda a todo Israel que su único Señor es Dios, no los dirigentes que explotan al pueblo (11,17), ni el César que lo somete (12,16) ni el dios de muertos (12,27). Rectifica la pregunta del letrado: en la antigua alianza no había un solo mandamiento principal, sino dos, pues el amor-fidelidad a Dios era inseparable del amor-lealtad al prójimo. Para ser verdadero, el amor a Dios tenía que traducirse en amor al hombre. Dios era el valor absoluto (con todo tu corazón, etc.), el hombre, relativo (como a ti mismo), pero el mandamiento tendía a crear una sociedad de iguales. Su práctica habría sido la preparación para la plena realidad del Mesías. Con la afirmación que sigue (no hay ningún mandamiento mayor que éstos) relativiza Jesús todos los demás, que aparecen como secundarios, accesorios, dispensables. Son estos dos los que deben regular la vida del israelita; ninguna otra práctica es esencial. Del amor a Dios no se deriva el culto religioso, sino el amor al hombre, su imagen. Jesús echa así abajo la pretensión de muchas piedades religiosas, entre ellas la farisea, que pretenden honrar a Dios olvidándose del hombre. El ideal de amor propio del Reino será propuesto en la institución de la eucaristía (14,22-25; cf. 10,45; 13,37). vv. 32-33: El letrado le dijo: «Muy bien, Maestro, es verdad lo que has dicho, que es uno solo y que no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón y con todo el entendimiento y con todas las fuerzas y amar al prójimo como a uno mismo supera todos los holocaustos y sacrificios». El letrado manifiesta su pleno acuerdo con Jesús (Muy bien) y ahora, ante la respuesta de éste, lo llama Maestro. Funde en un solo bloque la relación con Dios y con el prójimo y explicita la relativización hecha antes genéricamente por Jesús: el culto religioso según la Ley pierde su importancia. Invierte la escala de valores existente, según la cual el objetivo primordial de la vida del hombre era dar culto a Dios; se alinea con los profetas contra los sacerdotes (cf. Os 6,6: «misericordia quiero, no sacrificios; conocimiento de Dios [= justicia], no holocaustos»). En el templo, donde están Jesús y el letrado, se pretende dar culto a Dios oprimiendo y explotando al pueblo: han eliminado el amor al prójimo. v. 34: Viendo Jesús que había respondido inteligentemente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y ya nadie se atrevía a hacerle más preguntas. Jesús aprecia la respuesta del letrado (inteligentemente), viendo que es un hombre a quien interesa la verdad. Quien está por el bien del hombre no está lejos del Reino. Jesús abre al letrado el horizonte del reinado de Dios, que deja atrás toda la antigua época (1,15). Hay en sus palabras una invitación implícita: ya que ha aprobado su primera respuesta, después de la frase elogiosa (no estas lejos) debería buscar mayor cercanía. La dificultad está en que el letrado quiere ser fiel a Dios, pero dentro de su tradición, sin deseo de novedad. Ha reconocido en Jesús un maestro, pero, como aparece en la perícopa siguiente, no puede darle su adhesión como Mesías. Al ver el acierto y el rigor de las respuestas de Jesús, que ha puesto en su sitio a los saduceos y corregido al letrado, nadie se atreve a hacerle mas preguntas.

II ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? La respuesta a esta pregunta la hemos escuchado muchas veces. Por eso muchas veces el Evangelio no nos impacta con la frescura y la actualidad que lo hizo en las primeras comunidades cristianas. El hecho es que en tiempos de Jesús, esto del mandamiento principal no estaba claro. De los diez mandamientos, ya existían cerca de seiscientos treinta mandamientos. Un montón de códigos y toda una casuística inútil y

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desencarnada. Hoy podríamos caer en el mismo peligro, el legalismo farisaico que nos justifica. Jesús viene a poner las cosas en su justa perspectiva. Se centra en lo fundamental. No se entretiene en cuestiones secundarias. Y lo principal como "mandamiento" (= principio que rige la vida) es el amor en su doble vertiente: al prójimo como primer peldaño para llegar a Dios, la cima del amor. Jesús nos hace descubrir el centro, el fundamento de la vida cristiana. Amar a Dios significa tenerle como centro ordenador de la vida. Se trata de un amor exclusivo y excluyente, como el amor matrimonial. Es un amor consagrado, en el que la persona es ofrecida y entregada toda entera. Por eso los ídolos no tienen lugar en el corazón del creyente. Ni el dinero, ni la fama, ni el puesto, ni los placeres, ni las seguridades, ni la familia, ni la propia persona, ni la propia vida. Absolutamente todo se desvanece y pierde su brillo ante ese misterio infinito de la vida que es Dios. Amar al prójimo significa que lo antes mencionado (el amor a Dios) está mediatizado por el nivel y la calidad de relación con el hermano. Tanto amas a Dios cuanto amas al prójimo. En cristiano la fe, la religión, el culto... se mide por los niveles de cercanía y entrega a los demás.

Viernes 3 de junio EVANGELIO Mateo 11, 25-30 25

En aquella ocasión exclamó Jesús: -Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque, has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla; 26sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien. 27 Mi Padre me lo ha entregado todo; al Hijo lo conoce sólo el Padre y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. 28 Acercaos a mí todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os daré respiro. 29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde: encontrareis vuestro respiro, 30 pues mi yugo es llevadero y mi carga ligera.

COMENTARIOS I v.25: En aquella ocasión exclamó Jesús: -Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque, has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla; 26 sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien. La expresión introductoria «por aquel entonces» enlaza de algún modo esta perícopa con la anterior. Después de la recriminación a las ciudades que no responden aparece la respuesta favorable de la gente sencilla. Por contraste con la invectiva anterior, en esta perícopa Jesús alaba al Padre por lo que está sucediendo. Aparece el Padre como el Señor del universo. Jesús bendice al Padre por una decisión: los intelectuales no van a entender esas cosas; los sencillos, sí. «Esas cosas» puede referirse a «las obras» del Mesías (11,2.19). La revelación de que habla Jesús respecto a los sencillos tiene un paralelo en la que recibe Simón Pedro para reconocer en Jesús al Mesías, después de los episodios de los panes (16,17). Se trata, pues, de comprender el sentido de las obras de Jesús, de ver en ellas la actividad del Mesías. La revelación del Mesías podía haberse hecho de manera deslumbradora y autoritaria. Sin embargo, el Padre ha querido hacerla depender de la disposición del hombre. Es la limpieza de corazón, la ausencia de todo interés torcido, la que permite discernir en las obras que realiza Jesús la mano de Dios.

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Precisamente, la denominación «los sabios y entendidos» alude a Is 29,14. En el texto profético, Dios recrimina al pueblo su hipocresía en la relación con él: lo honra con los labios, pero su corazón está lejos (cf. Mt 15,8s). A eso se debe que fracase la sabiduría de los sabios y se eclipse el entender de los entendidos. En el trasfondo del dicho de Jesús se encuentra, por tanto, esta realidad: los sabios y entendidos no captan el sentido de las obras de Jesús porque su insinceridad inutiliza su ciencia, impidiéndoles aceptar las conclusiones a las que su saber debería llevarlos. Los «sencillos» no tienen ese obstáculo y pueden entender lo que Dios les revela. El hecho de que Dios «oculta» ese saber no se debe a su designio, sino al obstáculo humano; se atribuye a Dios lo que es culpa del hombre. De hecho, la realidad de Jesús está patente a todos, viene para ser conocido de todos. El pasaje está en relación con el aserto de Jesús en 9,13: «No he venido a llamar justos, sino pecadores.» El «justo» es el que se cierra a la llamada por estar conforme con la situación en que vive. No es culpa de Jesús, sino del hombre. El que se tiene por «justo», sin reconocer su necesidad de salvación, se cierra a la llamada de Jesús. Lo mismo el «sabio y entendido», cuyo corazón está lejos de Dios, está cerrado a la revelación del Padre (25s). v. 27: Mi Padre me lo ha entregado todo; al Hijo lo conoce sólo el Padre y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. La frase de Jesús «mi Padre me lo ha entregado todo» está en relación con la designación «Dios entre nosotros»: Jesús es la presencia de Dios en la tierra. También con la escena del bautismo, donde el Espíritu baja sobre Jesús y el Padre lo declara Hijo suyo. La posesión de la autoridad divina fue afirmada por Jesús en el episodio del paralítico (9,6). La relación íntima entre Jesús y el Padre la establece la comunidad de Espíritu. Por eso nadie puede conocer al Padre, sino aquel a quien el Hijo comunique el Espíritu, que establecerá una relación con el Padre semejante a la suya. Es decir, el conocimiento de Dios de que se glorían los sabios y entendidos, que se adquiriría a través del estudio de la Ley, no es verdadero conocimiento. Este consiste en conocerlo como Padre, experimentando su amor, y sólo se consigue esta experiencia por la comunicación que hace Jesús del Espíritu que recibió. De ahí que invite a todos los que están cansados y agobiados por la enseñanza de esos sabios y entendidos. El se presenta como maestro, pero no como los letrados, dominando al discípulo; él no es violento, sino humilde, en contraposición al orgullo de los maestros de Israel. Su enseñanza es el descanso, después de la fatiga del pasado (11,28s). v.25: En aquella ocasión exclamó Jesús: -Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque, has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla; 26 sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien. La expresión introductoria «por aquel entonces» enlaza de algún modo esta perícopa con la anterior. Después de la recriminación a las ciudades que no responden aparece la respuesta favorable de la gente sencilla. Por contraste con la invectiva anterior, en esta perícopa Jesús alaba al Padre por lo que está sucediendo. Aparece el Padre como el Señor del universo. Jesús bendice al Padre por una decisión: los intelectuales no van a entender esas cosas; los sencillos, sí. «Esas cosas» puede referirse a «las obras» del Mesías (11,2.19). La revelación de que habla Jesús respecto a los sencillos tiene un paralelo en la que recibe Simón Pedro para reconocer en Jesús al Mesías, después de los episodios de los panes (16,17). Se trata, pues, de comprender el sentido de las obras de Jesús, de ver en ellas la actividad del Mesías. La revelación del Mesías podía haberse hecho de manera deslumbradora y autoritaria. Sin embargo, el Padre ha querido hacerla depender de la disposición del hombre. Es la limpieza de corazón, la ausencia de todo interés torcido, la que permite discernir en las obras que realiza Jesús la mano de Dios. Precisamente, la denominación «los sabios y entendidos» alude a Is 29,14. En el texto profético, Dios recrimina al pueblo su hipocresía en la relación con él: lo honra con los labios, pero su corazón está lejos (cf. Mt 15,8s). A eso se debe que fracase la sabiduría de los sabios y se eclipse el entender de los entendidos. En el trasfondo del dicho de Jesús se encuentra, por tanto, esta reali-

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dad: los sabios y entendidos no captan el sentido de las obras de Jesús porque su insinceridad inutiliza su ciencia, impidiéndoles aceptar las conclusiones a las que su saber debería llevarlos. Los «sencillos» no tienen ese obstáculo y pueden entender lo que Dios les revela. El hecho de que Dios «oculta» ese saber no se debe a su designio, sino al obstáculo humano; se atribuye a Dios lo que es culpa del hombre. De hecho, la realidad de Jesús está patente a todos, viene para ser conocido de todos. El pasaje está en relación con el aserto de Jesús en 9,13: «No he venido a llamar justos, sino pecadores.» El «justo» es el que se cierra a la llamada por estar conforme con la situación en que vive. No es culpa de Jesús, sino del hombre. El que se tiene por «justo», sin reconocer su necesidad de salvación, se cierra a la llamada de Jesús. Lo mismo el «sabio y entendido», cuyo corazón está lejos de Dios, está cerrado a la revelación del Padre (25s). v. 27: Mi Padre me lo ha entregado todo; al Hijo lo conoce sólo el Padre y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. La frase de Jesús «mi Padre me lo ha entregado todo» está en relación con la designación «Dios entre nosotros»: Jesús es la presencia de Dios en la tierra. También con la escena del bautismo, donde el Espíritu baja sobre Jesús y el Padre lo declara Hijo suyo. La posesión de la autoridad divina fue afirmada por Jesús en el episodio del paralítico (9,6). La relación íntima entre Jesús y el Padre la establece la comunidad de Espíritu. Por eso nadie puede conocer al Padre, sino aquel a quien el Hijo comunique el Espíritu, que establecerá una relación con el Padre semejante a la suya. Es decir, el conocimiento de Dios de que se glorían los sabios y entendidos, que se adquiriría a través del estudio de la Ley, no es verdadero conocimiento. Este consiste en conocerlo como Padre, experimentando su amor, y sólo se consigue esta experiencia por la comunicación que hace Jesús del Espíritu que recibió. De ahí que invite a todos los que están cansados y agobiados por la enseñanza de esos sabios y entendidos. El se presenta como maestro, pero no como los letrados, dominando al discípulo; él no es violento, sino humilde, en contraposición al orgullo de los maestros de Israel. Su enseñanza es el descanso, después de la fatiga del pasado (11,28s).

II A Jesús lo define su corazón, su profunda sensibilidad humana y espiritual. Los teólogos lo definen como el hombre enteramente para Dios y para los demás. Ser cristiano es una cuestión de trato. Trato personal con Jesús, hasta dejarnos invadir por su Espíritu y entusiasmar por su causa. Los amigos se parecen, algo se les pega uno del otro. La cercanía y la comunión de corazón hace semejante a los que están envueltos en una amistad. El Deuteronomio ofrece un retrato del pueblo de la Alianza. Yahveh por puro amor lo eligió. Lo eligió por él mismo, no por sus cualidades, su grandeza o número, o por su fidelidad. Esta gratuidad del amor divino marca hasta el fondo. Nadie puede engreírse, ni sacar partido. Dios es el único que ama en estado puro. Te amo porque te amo, sin sacar provecho, aunque me seas infiel, te amo por ti mismo. San Juan entendió este misterio: "en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él, nos amó primero" (1 Jn 4, 10). Por eso la cumbre de toda la obra de Juan es: "Dios es amor" (1 Jn 4,8). Y si Dios nos amó de tal manera es para que nos amemos. El pueblo de la Alianza debe esforzarse en poner por obra los mandamientos. Ellos son el retrato de este Pueblo, su espejo, su carta magna, su sabiduría y justicia, su programa de vida, su identidad. Regirse por los mandamientos es orientarse y vivir al modo de Yahveh, según su Corazón, hasta parecerse a él que le ha creado a su imagen y semejanza. Los mandamientos en definitiva son amor, amor que nace de la libertad y de la Alianza.

Sábado 4 de junio

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EVANGELIO Lucas 2, 41-51 41

Sus padres iban en peregrinación cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús había cumplido doce años subieron ellos a la fiesta según la costumbre, 43y cuando los días terminaron, mientras ellos se volvían, el joven Jesús se quedó en Jerusalén sin que se enteraran sus padres. 44 Creyendo que iba en la caravana, después de una jornada de camino se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; 45al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca. 46 A los tres días lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. 47Todos los que lo oían estaban desconcertados de sus inteligentes respuestas. 48Al verlo, quedaron impresionados, y le dijo su madre: -Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo! 49 El les contestó: -¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre? 50 Pero ellos no comprendieron lo que les había dicho. 51 Jesús bajó con ellos, llegó a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo aquello en la memoria. 52Y Jesús iba adelantando en saber, en madurez y en favor ante Dios y los hombres. 42

COMENTARIOS I JESUS SE EMANCIPA DE ISRAEL

Hemos llegado al último relato del mal llamado «Evangelio de la infancia». Los pocos que se han atrevido a negar el carácter histórico de este relato le han atribuido valor legendario, han buscado paralelos en otras culturas, han puesto de relieve trazos sobrehumanos propios de un niño prodigio... Después las aguas han vuelto a su cauce, se ha mantenido su valor histórico y se han extraído toda suerte de lecciones. Acostumbrados ya a leer los relatos anteriores como una catequesis de adultos impartida a la comunidad «para que compruebe la solidez de las enseñanzas con que había sido instruida» durante el catecumenado, carece de sentido que Lucas se haya explayado aquí contándonos un incidente que tuvo lugar cuando Jesús (según el cómputo judío) alcanzó el umbral de su vida adulta. Al igual que en los relatos anteriores, Lucas se ha preocupado del sentido teológico de la escena, ya que en ningún momento se ha propuesto escribir unas memorias -ni siquiera fragmentarias- de la vida privada de Jesús, sino, por el contrario, desglosar su creciente personalidad y su progresiva emancipación de las categorías socio-religiosas de su entorno judío. La escena no tiene correlativo en la presentación paralela que ha hecho de la persona y futura actividad del precursor. Por eso Lucas la ha enmarcado entre dos colofones que se complementan mutuamente, como veremos en su momento. La escena tiene valor teológico. Sirve para anticipar la nueva relación que se ha establecido entre Dios y el Hombre, relación que produjo desconcierto entre sus connacionales, pero que dejó trazas en la memoria del pueblo fiel. JESUS SE DESMARCA DE SU ENTORNO FAMILIAR

Lucas crea un marco apropiado para esbozar el que será el tema central de la nueva enseñanza impartida por Jesús: el éxodo definitivo del hombre libre fuera de la institución judía. Para ello nada mejor que las fiestas de Pascua, en que se rememoraba el éxodo de Egipto: «Sus

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padres iban en peregrinación cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús había cumplido doce años, subieron ellos según la costumbre, y cuando los días terminaron, mientras ellos regresaban, el joven Jesús se quedó en Jerusalén sin que se enteraran sus padres» (2,41-43). María y José, exactos cumplidores de la Ley, observaron escrupulosamente el período prescrito (dos días como mínimo), y una vez cumplidos los ritos pascuales regresaron a su pueblo. Lucas subraya que «subieron ellos según la costumbre», dejando entrever que Jesús no fue allí con la misma intención, y que «mientras ellos regresaban» él se quedó. «Creyendo que iba en la caravana, después de una jornada de camino se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca» (2,44-45). La triple mención de «Jerusalén» (en sentido sacral) nos indica que lo que Lucas quiere enseñarnos tiene que ver con la institución religiosa del judaísmo. Trece años era la edad requerida para que un judío tomase parte activa en la comunidad israelita. A partir de esa edad, Jesús, como buen judío, quedaría obligado a las observaciones de su religión. Pero de momento ya se ha desmarcado de sus padres, parientes y conocidos, es decir, de su entorno familiar. LAS ENSEÑANZAS RABINICAS SOBRE EL EXODO, EN ENTREDICHO

«A los tres días lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían estaban desconcertados de sus inteligentes respuestas» (2,46-47). Los «tres días» de búsqueda incesante indican que lo buscaron por todas partes, menos en la dirección que Jesús había tomado. Encuentran a Jesús en una escuela del templo, «sentado en medio de los maestros», es decir, no como un discípulo (no se dice que estuviese sentado a los pies de los maestros judíos) ni siquiera como un maestro más (impartían la enseñanza «sentados»), sino como el centro de una discusión entablada entre colegas a base de preguntas y respuestas, cuya temática no podía ser otra que el sentido de la Pascua. Jesús, en lugar de asistir a las ceremonias, había ido al templo para poner en entredicho la enseñanza tradicional de los rabinos, mostrándose buen conocedor de las tradiciones de Israel y evidenciando su sentido crítico frente a ellas. Los maestros judíos, a su vez (única ocasión en que Lucas los llama «maestros»; en adelante los llamará «maestros-de-la-Ley» 5,17], «letrados» [5,21] o «juristas» [7,30]), le harán preguntas, pero él sembrará el desconcierto entre sus filas (lit. los dejará «fuera de sí») con sus «inteligentes respuestas». Lucas anticipa así la postrera enseñanza de Jesús en el templo (cf. 19,47-21,38), cuando el Mesías declarará caduca la enseñanza judía. LAS TRADICIONES PATRIAS, DEJADAS A UN LADO

«Al verlo, quedaron impresionados, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo!" El les contestó: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre?" Pero ellos no comprendieron lo que les había dicho» (2,48-50). El reproche de la madre es el del Israel fiel que ha intentado por todos los medios integrar a Jesús en su pasado nacional y religioso. «Tu padre» recalca el vínculo legal y le recuerda a Jesús el papel de José en su educación y comportamiento ante la Ley. No conciben que el Mesías pueda separarse de la tradición representada por ellos. Jesús habla por primera vez en el Evangelio y corrige el dicho de María: se extraña de que lo 'buscaran', puesto que tenían suficientes elementos de juicio para llegar a comprender que, según designio divino («tengo que estar»), no era en el templo como lugar de sacrificios donde debían buscarlo (cf. 19,46: «cueva de bandidos»), sino como lugar de la presencia divina («en lo que es de mi Padre»), presencia que Jesús ve reflejada solamente en la Escritura antigua: por eso discute con los maestros de Israel que se arrogaban el derecho de interpretarla en exclusiva. Al llamar a Dios «mi Padre», Jesús se independiza de los suyos y rompe con la integración en la cultura religiosa de Israel que éstos han querido efectuar. Con la incomprensión de «sus

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padres», Lucas anticipa ya la incomprensión de que será objeto por parte de todos: dirigentes de Israel, pueblo y discípulos. LA LARGA ESPERA EN EL ANONIMATO DEL PUEBLO

«Bajó con ellos, llegó a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo aquello en la memoria» (2,51). Lucas no podía ser más lacónico. Los plumíferos, buscadores de noticias de primera plana, deberán estrujar su cerebro para conseguir un guión que satisfaga la curiosidad de un público infantilizado. Pero Jesús sigue allí, entre los suyos, como uno más. Ni siquiera se ha retirado al desierto. No cuestiona la autoridad de sus padres, aunque ésta haya quedado muy relativizada en la escena paradigmática del templo. Todavía no ha llegado el momento de que manifieste su libertad. Jesús acumula imágenes y experiencias, escucha el clamor de su pueblo humillado y oprimido, conoce de cerca su entorno, los problemas de su gente, las represalias provocadas por los fanáticos, la connivencia de las autoridades políticas y religiosas con los invasores. Asiste a la sinagoga, escruta con diligencia las Escrituras, discute con los rabinos. Sus padres no comparten en absoluto el comportamiento tan singular de este joven, pero María sigue almacenando en su memoria experiencias y recuerdos (cf. 2,19) cuyo significado no llega a comprender: la mención de «su madre» al principio, en el momento del encuentro, cuando le formula el reproche (2,48b), y al final, una vez Jesús se ha sometido de nuevo a la patria potestad (2,5 1d), enlaza la pregunta/reproche con la grabación en la memoria de la respuesta de Jesús; María, aun cuando no lo comprenda, no se cierra en banda, antes bien, lo guarda en su interior a la espera del momento en que el resto de Israel, a quien ella representa como «madre» del Mesías, acepte y dé su adhesión a un Mesías que no está sujeto a las tradiciones patrias, pues tiene a Dios como a único Padre. SEGUNDO COLOFON: CRECIMIENTO DE JESUS EN TODOS LOS SENTIDOS

«Jesús iba progresando en saber, en madurez y en favor ante Dios y los hombres» (2,52). El primer colofón, tras la primera vuelta a Nazaret, habla del crecimiento del niño. En este segundo colofón ya no se habla propiamente de «crecimiento», sino de «progreso», como compete a un joven: «Jesús», precisa ahora (no ya «el niño», cf. 1,80a; 2,40a), sigue adelantando en «saber» (cf. 2,40b; tanto él como Juan Bautista serán reconocidos más tarde como «maestros»), en «madurez» personal asociada al crecimiento en edad, más que en estatura física (el término griego es ambivalente), y en «favor/gracia» no sólo «ante Dios», sino ahora también «ante los hombres». De hecho, los dos colofones que conciernen a Jesús se corresponden con el único colofón relativo a Juan. Este tenía dos partes, la que hacía referencia a su «crecimiento» personal (1,80a) y la que anticipaba cuál sería su concepción de la sociedad, «residía en lugares desiertos», y el alcance de su misión, su «presentación ante Israel» (1 ,80b). El primer colofón resume el «crecimiento» personal de Jesús en términos muy parecidos al de Juan, pero sin adelantar nada respecto a su futuro; el segundo, después de la ruptura de Jesús con las tradiciones ancestrales, apunta el alcance universal de la futura misión de Jesús, «ante Dios y los hombres», en contraste con la del Bautista, «ante Israel».

II "El corazón es símbolo de amor e interioridad". Lucas ante el cuadro del quinto misterio de gozo concluye con una nota sobre el corazón de María: "conservaba en su interior todo aquello". María es la mujer toda corazón. Esto significa que aunque en su mente no entendía muchas cosas, ama, espera y cree. Jesús le cambia los planes desde su concepción hasta su muerte. De niño le hizo retornar a Jerusalén, y ni siquiera entendía sus palabras. Pero al final calla y confía. María siempre

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aparece en el evangelio revelando su "fiat", su "hágase", su total confianza y obediencia a los planes divinos. Otro aspecto mariano de este evangelio es la prontitud de María, en busca de Jesús. A donde quiera que tenga que ir Jesús allí va María, a Egipto, a Jerusalén, al Calvario. María sigue con prontitud a Jesús, se sacrifica y lo sigue hasta el final, hasta las últimas consecuencias, siempre y a lo largo de toda la vida. También María es la mujer que se deja sorprender por Jesús. Se sorprende ante sus hechos y palabras. Esto demuestra su fina sensibilidad. María invita a recuperar esa capacidad de sorpresa y de admiración. El Dios de María es un Dios sorprendente, admirable, desconcertante. Finalmente María revela esa dimensión profética de la pregunta: ¿Por qué? No permanece callada ante el misterio, ante los acontecimientos difíciles. Le preguntó al Ángel y le pregunta a su Hijo, y con su hijo se identificó cuando en la cruz Jesús también preguntó: ¿Por qué? No se trata de mantener un silencio estéril, se trata de la inteligencia que limitada ante el misterio de la vida solicita una respuesta. De la pregunta humilde hecha oración viene la respuesta elocuente de un Dios que habla y se revela hasta en sus silencios.

Domingo 5 de junio DOMINGO DECIMO DE TIEMPO ORDINARIO Primera lectura: Oseas 6, 3b-6 Salmo responsorial: 49, 1-8. 12-15 Segunda lectura: Romanos 4, 18-25 EVANGELIO Mateo 9, 9-13 9

Cuando se marchó Jesús de allí, vio al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: -Sígueme. Se levantó y lo siguió. 10 Sucedió que estando él reclinado a la mesa en la casa acudió un buen grupo de recaudadores y descreídos y se reclinaron con él y sus discípulos. 11Al ver aquello preguntaron los fariseos a los discípulos: -¿Por qué razón come vuestro maestro con los recaudadores y descreídos? 12 Jesús lo oyó y dijo: -No sienten necesidad de médico los que son fuertes, sino los que se encuentran mal. 13Id mejor a aprender lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios» (Os 6,6): porque no he venido a invitar justos, sino pecadores.

COMENTARIOS I LAS MALAS COMPAÑIAS Desde pequeños nos inculcaron la idea de que había que tener mucho cuidado con las malas compañías: una sola manzana podrida corrompe todo un cesto de manzanas sanas. Jesús no piensa así. Y la prueba es que siempre estuvo rodeado de «malas compañías». SIEMPRE HUBO CLASES

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Siempre. A pesar de que en público o ante gente de otra clase no se reconozca. Nada más cierto: siempre hubo clases; y todavía las hay. Las de arriba siempre se han preocupado por que la situación no cambie; ellos han sido los que, desde siempre, han practicado la lucha de clases. Los de abajo, también desde siempre, han sufrido a los de arriba y la guerra que hacían contra ellos. Sólo cuando, después de aguantar durante siglos, los de abajo se han dado cuenta de que son más y de que tienen más derecho y han empezado a defenderse de la lucha de clases de los de arriba, sólo entonces se han alzado algunas autorizadas voces condenando la lucha de clases y haciendo solemnes proclamas de paz social. Siempre con una finalidad: que todo siga igual, que siga siendo verdad eso de que siempre habrá clases. Por otro lado, algunos de los que desde abajo han intentado luchar contra una situación tan injusta han cometido un grave error, pues al presentar sus objetivos han dado la impresión de que éstos consistían en que la estructura de la sociedad siguiera siendo la misma, sólo que con los de arriba abajo y los de abajo arriba. SANOS Y ENFERMOS

Esta situación se ha dado no sólo en el plano económico, sino también en el religioso o en el moral: los buenos y los malos, la gente respetable y la gentuza, los piadosos y los descreídos... han sido categorías en las que se ha clasificado a las personas, dando a unos -los buenos, respetables, piadosos-ciertos privilegios -honores, estimación, fama-, mientras que a los otros -los malos, la gentuza, los descreídos- les acarreaba determinadas incomodidades -marginación, desprecio, descrédito. En tiempos de Jesús la situación era extrema, tanto desde el punto de vista económico como desde el moral o religioso: una gran masa de pobres, marginados y enfermos enfermos físicos, como los leprosos, por ejemplo- sufría la injusticia y el menosprecio de unos pocos ricos y -quizá algunos más- piadosos y observantes de la Ley. Los primeros se consideraban sanos, fuertes, y consideraban enfermos al resto. Y, para no contaminarse, establecían una barrera infranqueable entre unos y otros que nadie quería o podía, en una dirección o en otra, atravesar. A LA MESA CON LOS DE ABAJO

Jesús ya había mostrado su predilección por los pobres. En el evangelio de hoy la muestra por los que, desde un punto de vista moral y religioso, habían sido colocados abajo o al margen de la vida social. Yendo de camino, «vio al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado en el mostrador de los impuestos, y le dijo: Sígueme. Se levantó y lo siguió». Los recaudadores formaban parte de «los malos», y generalmente no sin motivos: colaboraban con la opresión extranjera cobrando el impuesto para los romanos, y además, siempre que podían, exigían más de lo que legalmente estaba establecido. La gente los odiaba por eso y los fariseos los despreciaban como a toda la gente que no observaba su Ley. Por eso, cuando se dan cuenta de que «estando él [Jesús] reclinado a la mesa en la casa, acudió un buen grupo de recaudadores y descreídos y se reclinaron con él y sus discípulos», sin que Jesús hiciera nada por evitarlo, los fariseos preguntan, escandalizados, a los discípulos: «¿Por qué razón come vuestro maestro con los recaudadores y descreídos?» No podían entender que Jesús derrumbara aquella barrera y llamara a unirse a él a gente de tan mala catadura como los recaudadores, compartiendo la mesa con éstos y con otra gente sin religión. MISERICORDIA QUIERO

La misión de Jesús tiene un objetivo muy concreto: que los hombres, aceptando a Dios como Padre, vivamos como hermanos, y practicando el amor fraterno, vayamos conquistando la felicidad para siempre.

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Para que eso sea posible todos tenemos que cambiar de manera de pensar y de manera de vivir; todos tenemos que dejar que él nos cure lo mucho o poco -¿quién será juez?- de enfermizo que hay en nuestra manera de entender las relaciones con los demás. Jesús invita a un ladrón a que se una a él; y éste, al aceptar, abandona el mostrador de impuestos, que era donde robaba. Su invitación está también abierta a los fariseos; sólo que ellos también deben cambiar, y no están dispuestos. Y no lo están por dos razones: la primera porque creen que no necesitan cambiar. Ellos no están enfermos para que nadie tenga que venir a curarlos: se sienten fuertes. Esta es la razón de que Jesús les conteste: «No sienten necesidad de médico los que son fuertes, sino los que se encuentran mal». Y, en segundo lugar, porque piensan que todo se soluciona rezando, celebrando ceremonias religiosas, holocaustos, sacrificios de animales en el templo. Y Dios -ya lo habían dicho los profetas mucho tiempo antes, como muestra la primera lectura de este domingo, que Jesús recuerda a los fariseos- no quiere ceremonias, sino amor: «Id mejor a aprender lo que significa misericordia quiero y no sacrificios': porque no he venido a invitar justos, sino pecadores». La solución no está en rezar juntos, sino en quererse mucho, dice Jesús. La solución no está en que unos nos consideremos justos y despreciemos a los otros tildándoles de pecadores, sino en reconocer todos nuestras propias enfermedades y dejar que Jesús, su persona y su palabra, nos curen de ellas. Sólo así será posible un mundo en el que Dios sea Padre y los hombres hermanos; sólo así será posible un mundo en el que Dios sea el Rey y se empiece a cumplir su promesa: «seréis dichosos» (Mt 5,1-12).

II v. 9: Cuando se marchó Jesús de allí, vio al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: -Sígueme. Se levantó y lo siguió. El episodio simbólico del paralítico, en el que se ofrece la salvación a todo hombre sin distinción, se concreta en la llamada de Mateo, el recaudador. Su profesión, por su reconocida codicia y el abuso que hacían de la gente, lo asimilaba a «los pecadores» o «descreídos» y lo excluía de la comunidad de Israel. Mateo está «sentado», instalado en su oficio (el mostrador de los impuestos). Jesús lo invita con una palabra: «Sígueme». Mateo «se levanta», y sigue a Jesús. El seguimiento es la expresión práctica de la fe/adhesión. Según lo dicho por Jesús al paralítico (9,2), su pasado pecador queda borrado. De hecho, Mateo abandona su profesión (se levantó); como el paralítico, comienza una vida nueva. v. 10: Sucedió que estando él reclinado a la mesa en la casa acudió un buen grupo de recaudadores y descreídos y se reclinaron con él y sus discípulos. La solemnidad de la fórmula inicial (lit. «Y sucedió que estando él reclinado a la mesa en la casa») aconseja referir la frase a Jesús mejor que a Mateo. Por otra parte, esta casa (gr. oikía) designa varias veces la de Jesús y sus discípulos (9,28; 13,1.36; 17,25). Puede ser, como en Mc, símbolo de la comunidad de Jesús. En la casa se encuentran reclinados a la mesa -postura propia de los hombres libres- Jesús y sus discípulos, pero llegan muchos recaudadores y pecadores y se reclinan con ellos. La comida-banquete es figura del reino de Dios (cf. 8,11). La escena significa, por tanto, que también los excluidos de Israel van a participar de él. La llamada de Mateo ha abierto a «los pecadores» o impíos la puerta del reino de Dios, actualizado en el banquete mesiánico. La «llegada» de los «recaudadores y pecadores» para estar a la mesa con Jesús y los discípulos en el acto de perfecta amistad y comunión, indica que también ellos han dado su adhesión a Jesús y

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constituyen un nuevo grupo de discípulos. Su fe/adhesión ha cancelado su pasado, son hombres que van a comenzar una nueva vida. No es condición para el reino la buena conducta en el pasado ni la observancia de la Ley judía. Basta la adhesión a Jesús. Nótese que el término «pecadores/descreídos» no designaba sólo a los judíos irreligiosos, que hacían caso omiso de las prescripciones de la Ley, sino también a los paganos. La escena abre, pues, el futuro horizonte misionero de la comunidad. vv. 11-13: Al ver aquello preguntaron los fariseos a los discípulos: -¿Por qué razón come vuestro maestro con los recaudadores y descreídos? 12Jesús lo oyó y dijo: -No sienten necesidad de médico los que son fuertes, sino los que se encuentran mal. 13Id mejor a aprender lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios» (Os 6,6): porque no he venido a invitar justos, sino pecadores. Oposición de los fariseos, los que profesaban la observancia estricta de la Ley se guardaban escrupulosamente del trato y del contacto con las personas impuras (pecadores). Se dirigen a los discípulos y les piden explicaciones sobre la conducta de su maestro. Responde Jesús mismo con una frase proverbial sobre los que necesitan de médico. Denuncia la falta de conocimiento de la Escritura que muestran los fariseos, que no comprenden el texto de Os 6,6 (cf. Mt 12,7). Dios requiere el amor al hombre antes que su propio culto (cf. 5,23-24). Esto invierte las categorías de los fariseos, que cifraban su fidelidad a Dios en el cumplimiento exacto de todas las prescripciones de la Ley, pero condenaban severamente a los que no las cumplían (cf. 7, Is.). La frase final de Jesús tiene un sentido irónico. «Los justos», que no van a ser llamados por él, son los que creen que no necesitan salvación. El verbo «llamar/invitar» ha sido usado por Mt para designar el llamamiento de Santiago y Juan, que no pertenecían a la categoría de «los pecadores/descreídos». «Pecadores», por tanto, tiene un sentido amplio. Son aquellos que no están conformes con la situación en que viven, que desean una salvación. «Los justos», por oposición, son los que están satisfechos de sí mismos y no quieren salir del estado en que viven.

III Jesús no hace acepción de personas. En el evangelio de hoy nos sorprende eligiendo a Mateo, recaudador de impuestos y, por tanto, colaboracionista con el poder romano ocupante, considerado por la gente de bien de la época “pecador o descreído”, y excluido de la comunidad de Israel. Si llama la atención la elección de Mateo por parte de Jesús, sorprende no menos la reacción de Mateo que, al oír a Jesús que lo invitaba a seguirlo, “se levantó y lo siguió”. De sentado, esto es, de instalado en su oficio de recaudador, Mateo se coloca de pie y se dispone a seguir a Jesús, comenzando una vida nueva que le depararía, por cierto, grandes sorpresas. La primera es la que tiene lugar, a continuación, cuando Jesús se reclina a comer con gente de “mala” vida. Escandaloso comportamiento para “las personas de bien” de entonces. Los “piadosos” fariseos, al ver a Jesús, se dirigen a los discípulos para echarle en cara que su maestro come con gente de mala fama. Pero no son los discípulos, sino Jesús mismo quien les planta cara, respondiéndoles con una sentencia llena de ironía: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos”. El problema está en saber quiénes son los sanos y quiénes, los enfermos. Jesús parece considerar más sanos a los pecadores que han decidido reclinarse a la mesa con él, entre los que se encuentra Mateo, compartiendo comida y programa de vida, que a los fariseos que no han aprendido todavía el antiguo dicho de Dios, por medio de Oseas, “misericordia quiero y no sacrificios”. El Dios del Antiguo Testamento, pero también el Dios de Jesús, está más del lado de la misericordia que de los sacrificios ofrecidos a Dios, que no estén acompañados de esta actitud humanitaria. Está claro que los que se llaman y creen justos –los fariseos- quedan excluidos del reino de Dios por considerarse sanos, mientras que

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los pecadores –dispuestos como Mateo a cambiar de vida- se encuentran ya reclinados a la mesa (postura propia de los hombres libres). Sorprendente maestro que hace ver a los entendidos en Sagradas Escrituras, los fariseos, quién es quién, no por su ortodoxia o forma recta de pensar, sino por su ortopraxis o buen modo de actuar. Gente cuya lealtad, según el profeta Oseas, es “nube mañanera” que pronto se diluye y no fecunda la tierra, o “rocío” que se evapora al alba. La verdadera lealtad a Dios pasa por poner en práctica la justicia y la misericordia, y no por refugiarse en el templo para ofrecerle holocaustos de animales, olvidándose del prójimo. Estos fariseos, en realidad, son teólogos que no saben gran cosa de Dios y, tal vez, demasiado de culto. Poco conocían a ese Jesús que, según Pablo en la carta a los Romanos, dice que Dios no es sólo de los judíos, sino también de los paganos y que ha venido a rehabilitar tanto a circuncisos como incircuncisos, a condición de que se adhieran por la fe a su programa de vida, esto es, a condición de que crean en él. Como Abrahán, que llegó a ser padre de todos los pueblos, por fiarse de Dios que le prometió descendencia y por creer en la promesa divina contra toda esperanza, “a pesar de tener su cuerpo materialmente muerto (tenía casi cien años) y el seno de Sara ya sin vida”. Y si Dios rehabilitó a Abrahán, también está en condiciones, como dice Pablo, de rehabilitar a todo el que dé su adhesión a “Jesús Señor nuestro, entregado por nuestros delitos y resucitado para nuestra rehabilitación”. Pero la fe o adhesión que Jesús solicita no consiste tanto en afirmar una serie de verdades teóricas, cuanto en adoptar el estilo de vida propuesto por Jesús en las bienaventuranzas. Es una pena que la fe se haya reducido a acatar con la mente una serie de verdades –por lo general, oscuras- y no se haya entendido como la adopción del estilo de vida de Jesús. Por eso me pregunto cuántos cristianos hay en realidad, a pesar de haber tantísimos bautizados.

Para la revisión de vida El evangelio de hoy es una llamada a examinar nuestra religiosidad, y mi religiosidad. ¿«Misericordia o sacrificios»? La dimensión religiosa de mi vida, ¿en qué se centra más, en los «sacrificios» (culto, ritos, oficios religiosos, todo lo que actos con una dimensión religiosa explícita) o «misericordia» (compasión para con los otros, amor, justicia, construcción del Reino en este mundo…)? Para los profetas y para Jesús, está claro: «Misericordia quiero, no sacrificios». ¿Y yo? Para la reunión de grupo La sentencia lapidaria de Oseas «Misericordia quiero y no sacrificios» (con una cita numérica muy fácil de recordar y de aprender: 6,6) es retomada por Jesús, que la cita literalmente y de memoria a Oseas en público. Estamos ante un texto capital del evangelio, que incorpora a la predicación de Jesús un elemento central y característico de los profetas. a) encontrar otros pasajes bíblicos, proféticos principalmente, que expresan el mismo mensaje; b) encontrar en el evangelio hechos y palabras de Jesús con el mismo mensaje; c) cotejar diversas traducciones de la frase; ¿todas traducen esa contraposición entre los dos elementos de misericordia y sacrificios? ¿Con qué conjunción lo hacen? (“si no”, “más bien”, “y no”…). ¿Será que lo mejor sería una postura “adicional” y no “dialéctica”, como “quiero misericordia y sacrificios”? ¿Qué decir de lo que se suele llamar la “postura anticulto” de los profetas? ¿Y la de Jesús? Para la oración de los fieles

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Para que la Iglesia haga de sus sacramentos signos que siempre nos lleven al compromiso con la misericordia y con la vida, con la coherencia y la sinceridad, roguemos al Señor… Para que los cristianos tengamos siempre clara la jerarquía de valores, que ponga por encima siempre la «misericordia», es decir, el amor, la compasión, la benevolencia, la opción por la justicia y por los pobres, sobre cualquier práctica religiosa cultual o ritual, roguemos al Señor. Por todos los que practican la justicia y la misericordia y no encuentran sentido al culto, a la fe, a la religiosidad… para que un día escuchen la palabra de Jesús que les dice: «no estás lejos del Reino de Dios», roguemos al Señor. Para que en este mundo moderno en el que el cristianismo es percibido como la religión de los responsables del estado actual del mundo, como la religión que justifica la actual opresión de los pobres y la marginación de las culturas y religiones no occidentales, para que nos desmarquemos de esa posición y mostremos que el Evangelio no es la justificación de Occidente, roguemos al Señor. Porque sean muchos los cristianos y cristianas que como Mateo sientan el llamado de Jesús y cambien de vida, roguemos al Señor. Oración comunitaria Oh Dios que en todas las religiones has manifestado a los humanos lo que también en Jesús nos revelaste a nosotros: que el amor y la misericordia son el culto en la vida que esperas de nosotros; te pedimos que todas las religiones de la tierra, todos los pueblos que has ido guiando hacia a ti, demos el paso al diálogo religioso y a comulgar en esa primacía del amor y de la misericordia, por encima de todas las diferencias de doctrinas, dogmas, teologías y leyes eclesiásticas. Te lo pedimos por el amor que has manifestado a todos los pueblos a lo largo de la historia, por los siglos de los siglos. Amén. Lectura recomendada: Jon SOBRINO, La Iglesia samaritana y el Principio-Misericordia, en http://servicioskoinonia.org/relat/192.htm

Lunes 6 de junio EVANGELIO Mateo 5, 1-12 5 1Al ver Jesús las multitudes subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. 2É1 tomó la palabra y se puso a enseñarles así: 3 Dichosos los que eligen ser pobres, porque ésos tienen a Dios por rey. 4 Dichosos los que sufren, porque ésos van a recibir el consuelo. 5 Dichosos los sometidos, porque ésos van a heredar la tierra. 6 Dichosos los que tienen hambre y sed de esa justicia, porque ésos van a ser saciados. 7 Dichosos los que prestan ayuda, porque ésos van a recibir ayuda. 8 Dichosos los limpios de corazón, porque ésos van a ver a Dios. 9 Dichosos los que trabajan por la paz, porque a ésos los va a llamar Dios hijos suyos. 10 Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad, porque ésos tienen a Dios por rey.

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Dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por causa mía. 12Estad alegres y contentos, que grande es la recompensa que Dios os da; porque lo mismo persiguieron a los profetas que os han precedido.

COMENTARIOS I vv. 1-2: Al ver Jesús las multitudes subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. É1 tomó la palabra y se puso a enseñarles así: Cada una de las bienaventuranzas está constituida por dos miembros: el primero enuncia una opción, estado o actividad; el segundo, una promesa. Cada una va precedida de la promesa de felicidad («dichosos»). El código de la nueva alianza no impone preceptos imperativos; se enuncia como promesa e invitación. De las ocho bienaventuranzas hay que destacar la primera y la última, que tienen idéntico el segundo miembro y la promesa en presente: «porque ésos tienen a Dios por rey». Cada una de las otras seis tiene un segundo miembro diferente y la promesa vale para el futuro próximo («van a recibir, van a heredar, etc.»). De estas seis, las tres primeras (vv. 4.5.6) mencionan en el primer miembro un estado doloroso para el hombre, del que se promete la liberación. La cuarta, quinta y sexta (vv. 7.8.9), en cambio, enuncian una actividad, estado o disposición del hombre favorable y beneficiosa para su prójimo, que lleva también su correspondiente promesa del futuro. v. 3: Dichosos los que eligen ser pobres, porque ésos tienen a Dios por rey. «Los que eligen ser pobres » El texto griego se presta a dos interpretaciones: 1) pobres en cuanto al espíritu y 2) pobres por el espíritu. La primera, a su vez puede tener un sentido peyorativo («los de pocas cualidades») o bien el de «los interiormente despegados del dinero», aunque lo posean en abundancia Este último sentido está excluido por el significado del termino «pobres» ('anawim/'aniyim), por la explicación dada por Jesús mismo en la sección 6,19-24 y por la condición puesta al joven rico para seguir a Jesús y así entrar en el reino de Dios (19, 21-24). En la tradición judía, los términos 'anawim/'aniyim designaban a los pobres sociológicos, que ponían su esperanza en Dios por no encontrar apoyo ni justicia en la sociedad. Jesús recoge este sentido e invita a elegir la condición de pobre (opción contra el dinero y el rango social), poniéndose en manos de Dios El término «espíritu», en la concepción semítica, connota siempre fuerza y actividad vital. En este texto donde va articulado y sin referencia a una mención anterior, denota el «espíritu del hombre» (artículo posesivo). En la antropología del AT, el hombre posee «espíritu» y «corazón» Ambos términos designan su interioridad; el primero, en cuanto dinámica, su actividad en acto; el segundo, en cuanto estática, los estados interiores o disposiciones habituales que orientan su actividad (cf. 5,8). La interioridad del hombre pasa a la actividad en cuanto inteligencia, decisión o sentimiento. Dado que lo que Jesús propone es una opción por la pobreza, el acto que la realiza es la decisión de la voluntad. El sentido de la bienaventuranza es, por tanto, «los pobres por decisión», oponiéndose a «los pobres por necesidad». Es la interpretación que Jesús mismo propone en 6,24, la opción entre dos señores, Dios y el dinero. Transponiendo el nombre verbal «decisión» a forma conjugada, se tiene «los que deciden» o «eligen ser pobres». Como se ve, además del sentido bíblico del término «pobres» y de los textos paralelos de Mt citados más arriba (6,19-24; 19,21-24), el significado de «espíritu» (acto) en la antropología semítica, contrapuesto al de «corazón» (disposición/estado), basta para excluir la interpretación «pobres en cuanto al espíritu».

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«Tienen a Dios por rey». El griego basileia no significa aquí «reino», sino «reinado» (cf. 3,2). «Suyo es el reinado de Dios» quiere decir que este reinado se ejerce sobre ellos, que sólo sobre ellos (ésos) actúa Dios como rey. La traducción requiere una fórmula que exprese el sentido activo de basileia. Los efectos negativos de la opción por la pobreza (necesidad, dependencia) quedan neutralizados por la declaración de Jesús: «Dichosos». Cuando Dios reina sobre los hombres, se produce la felicidad. Esto significa que esos pobres no van a carecer de lo necesario ni van a tener que someterse a otros para obtener el sustento. La pobreza a la que Jesús invita significa una renuncia a acumular y retener bienes, a considerar algo como exclusivamente propio; estos pobres estarán siempre dispuestos a compartir lo que tengan. Así lo explica Jesús en los episodios de los panes (14, 13-23; 15,32-39). Esta es la buena noticia a los pobres, el fin de su miseria, anunciado por Is 61,1 (cf. Mt 11,5). La opción inicial que propone Jesús realiza lo prescrito por el primer mandamiento de Moisés. «No tendrás otros dioses frente a mí» (Dt 5,7). La idolatría que amenazaba a Israel en sus primeros tiempos se concreta en la posesión de la riqueza (cf. Mt 6,24). Por eso, el enunciado de esta bienaventuranza, como el de las que siguen, es exclusivo: porque «ésos», y no otros, «tienen a Dios por rey». Solamente los que han roto con el ídolo del dinero entran en el reino de Dios. La opción por la pobreza es la puerta de entrada en el reino y la que incorpora a la nueva alianza. En relación con la proclamación de Jesús: «Enmendaos, que está cerca el reinado de Dios», la opción propuesta por la primera bienaventuranza lleva a su perfección la metanoia o enmienda, pues quien elige ser pobre renunciando a acaparar riquezas, y con ello al rango y al dominio, excluye de su vida toda posibilidad de injusticia. v. 4: Dichosos los que sufren, porque ésos van a recibir el consuelo. Comienzan las tres bienaventuranzas que mencionan una situación negativa del hombre y la correspondiente promesa de liberación. «Los que sufren»: el verbo griego denota un dolor profundo que no puede menos de manifestarse al exterior. No se trata de un dolor cualquiera; el texto está inspirado en Is 61,1, donde los que sufren forman parte de la enumeración que incluye a los cautivos y prisioneros. En el texto profético se trata de la opresión de Israel, y el Señor promete su consuelo para sacar a su pueblo de la aflicción, del luto y del abatimiento. «Los que sufren» son, por tanto, víctimas de una opresión tan dura que no pueden contener su dolor. Como en Is 61,1, el consuelo significa el fin de la opresión. v. 5: Dichosos los sometidos, porque ésos van a heredar la tierra. El texto de esta bienaventuranza reproduce casi literalmente Sal 37,11. En el salmo, los praeis son los 'anawim o pobres que por la codicia de los malvados han perdido su independencia económica (tierra, terreno) y su libertad y tienen que vivir sometidos a los poderosos que los han despojado. Su situación es tal que no pueden siquiera expresar su protesta. A éstos Jesús promete no ya la posesión de un terreno como patrimonio familiar, sino la de «la tierra» a todos en común (cf. Dt 4). La universalidad de esa «tierra» indica la restitución de la libertad y la independencia con una plenitud no conocida antes. v. 6: Dichosos los que tienen hambre y sed de esa justicia, porque ésos van a ser saciados. Las dos bienaventuranzas anteriores se condensan en ésta. «Los que tienen hambre y sed de la justicia (= de esa justicia).» El hambre y la sed indican el anhelo vehemente de algo indispensable para la vida. La justicia es al hombre tan necesaria como la comida y la bebida; sin ella se encuentra en un estado de muerte. La justicia a que se refiere la bienaventuranza es la

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expresada antes: verse libres de la opresión, gozar de independencia y libertad. Jesús promete que ese anhelo va a ser saciado, es decir, que en la sociedad humana según el proyecto divino, «el reino de Dios», no quedará rastro de injusticia. v. 7: Dichosos los que prestan ayuda, porque ésos van a recibir ayuda. Comienzan las bienaventuranzas que mencionan una actividad o estado positivos. «Los que prestan ayuda»: no se trata de misericordia como sentimiento sino como obra ( = obras de misericordia); es decir, de prestar ayuda al que lo necesita en cualquier terreno, en primer lugar en lo corporal (cf 25, 35s) Dios derramará su ayuda sobre los que se portan así v. 8: Dichosos los limpios de corazón, porque ésos van a ver a Dios. La expresión «los limpios de corazón» está tomada de Sal 24,4, donde «el limpio de corazón» se encuentra en paralelo con «el de manos inocentes». «Limpio de corazón» es el que no abriga malas intenciones contra su prójimo; «las manos inocentes» indican la conducta irreprochable. En el salmo se explican ambas frases por «el que no se apega a un ídolo ni jura en falso a su prójimo» (LXX). En la primera bienaventuranza, Jesús ha identificado al ídolo con la riqueza (5,3; cf. 6,24); es el hombre codicioso el que tiene una conducta malvada. Lo que sale del corazón y mancha al hombre se describe en Mt 16,19: los malos designios, que desembocan en las malas acciones. La limpieza de corazón, disposición permanente, se traduce en transparencia y sinceridad de conducta y crea una sociedad donde reina la confianza mutua. A «los limpios de corazón» les promete Jesús que «verán a Dios», es decir, que tendrán una profunda y constante experiencia de Dios en su vida. Esta bienaventuranza contrasta con el concepto de pureza según la Ley; la pureza o limpieza ante Dios no se consigue con ritos ni observancias, sino con la buena disposición hacia los demás y la sinceridad de conducta. La conciencia de la propia impureza retraía de la presencia divina (cf. Is 6,5) y el corazón puro era una aspiración del hombre (Sal 51,12). Para Jesús, el corazón puro no es sólo una posibilidad, sino la realidad que corresponde a los suyos. En el AT, el lugar de la presencia de Dios era el templo (Sal 24,3; 42,3.5; 43,3); su función ha cesado de existir: Dios se manifiesta directa y personalmente al hombre. v. 9: Dichosos los que trabajan por la paz, porque a ésos los va a llamar Dios hijos suyos. «La paz» tiene el sentido semítico de la prosperidad, tranquilidad, derecho y justicia; significa, en suma, la felicidad del hombre individual y socialmente considerado. Esta bienaventuranza condensa las dos anteriores: en una sociedad donde todos están dispuestos a prestar ayuda y donde nadie abriga malas intenciones contra los demás, se realiza plenamente la justicia y se alcanza la felicidad del hombre. A los que trabajan por esta felicidad promete Jesús que «Dios los llamará hijos suyos»; es decir, esta actividad hace al hombre semejante a Dios por ser la misma que él ejerce con los hombres. Como cima de las promesas se enuncia la relación filial de los individuos con Dios, que incluye recibir la ayuda que él presta y tener la experiencia de Dios en la propia vida. El reinado de Dios es el de un Padre que comunica vida y ama al hijo. Cesa, pues, la relación con Dios como Soberano propia de la antigua alianza, sustituida por la relación de confianza, intimidad y colaboración del Padre con los hijos. v. 10: Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad, porque ésos tienen a Dios por rey. La última bienaventuranza, que completa la primera, expone la situación en que viven los que han hecho la opción contra el dinero. La sociedad basada en la ambición de poder, gloria y ri-

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queza (4,9) no puede tolerar la existencia y actividad de grupos cuyo modo de vivir niega las bases de su sistema. Consecuencia inevitable de la opción por el reinado de Dios es la persecución. Esta, sin embargo, no representa un fracaso, sino un éxito («Dichosos») y, aunque en medio de la dificultad, es fuente de alegría, pues el reinado de Dios se ejerce eficazmente sobre esos hombres. El hecho de que en la primera y última bienaventuranzas la promesa se encuentre en presente: «porque ésos tienen a Dios por rey», y las demás en futuro: «van a ser consolados», etc., indica que las promesas de futuro son efecto de la opción por la pobreza y de la fidelidad a ella. Se distinguen, pues, dos planos: el del grupo que se adhiere a Jesús y da el paso cumpliendo la opción propuesta por él, y el efecto de esto en la humanidad. En otras palabras, la existencia del grupo que opta radicalmente contra los valores de la sociedad provoca una liberación progresiva de los oprimidos (vv. 4-6) y va creando una sociedad nueva (vv. 7-9). La obra liberadora de Dios y de Jesús con la humanidad está vinculada a la existencia del grupo humano que renuncia a la idolatría del dinero y crea el ámbito para el reinado de Dios. Aunque Jesús dirige su enseñanza a sus discípulos (5,2), las bienaventuranzas se encuentran en tercera persona, son invitaciones abiertas a todo hombre. La multitud que ha quedado al pie del monte, pero que escucha sus palabras (7, 28) puede considerarse invitada a aceptar el programa de Jesús. La nueva alianza no está destinada solamente a Israel, sino a la humanidad entera. Según la concepción de Mt, el Israel mesiánico comprende a todos los pueblos, que pasan a ser hijos de Abrahán (3, 9) Por eso la genealogía del Mesías no comenzaba con Adán, sino con Abrahán (1,2), pues con él se inició la formación de la humanidad según el proyecto de Dios: la integración de la humanidad en el pueblo del Mesías (1,21), el descendiente de Abrahán, será el cumplimiento de la promesa. En las bienaventuranzas promulga Jesús el estatuto del Israel mesiánico y constituye el nuevo pueblo representado en este pasaje por los discípulos que suben al monte con él. De ahí que Mt, al contrario de Mc (3,13-19), no narre la constitución de los Doce, sino solamente su misión (10,1ss). El número Doce es el del Israel mesiánico, fundado con las bienaventuranzas o código de la alianza. «Los doce discípulos» (10,2) representan a todos los seguidores de Jesús, sea cual fuera su número. vv. 11-12: Dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por causa mía. Estad alegres y contentos, que grande es la recompensa que Dios os da; porque lo mismo persiguieron a los profetas que os han precedido. Desarrolla Jesús para sus discípulos la última bienaventuranza, la más paradójica de todas la persecución mencionada en 5,10 se explicita en insulto, persecución y calumnia por causa de Jesús. La sociedad ejerce sobre la comunidad una presión que tiene diversas manifestaciones más o menos cruentas. Busca desacreditar al grupo cristiano, presentar de él una imagen adversa, y puede llegar a la persecución abierta. El motivo de esa hostilidad no puede ser otro que la fidelidad a Jesús y a su programa. La reacción de los discípulos ante la persecución ha de ser de alegría. Tendrán una gran recompensa. La locución del original («en los cielos») designa a Dios como agente (« desde los cielos»); él actúa como rey de los que viven perseguidos; ésa es su recompensa. Los discípulos toman en la historia el puesto de los profetas de antaño, pero, según este pasaje, la acción profética es la vida misma según el programa propuesto por Jesús. La persecución no es, por tanto, motivo de depresión o desánimo; todo lo contrario, ella demuestra que la vida de los discípulos causa impacto en la sociedad ambiente, y éste es su éxito. Relacionando estas palabras de Jesús con el conjunto de las bienaventuranzas, puede afirmarse que la vida de la comunidad va produciendo la liberación prometida en los sectores oprimidos de la sociedad y a eso se debe la persecución de que es objeto.

II

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Resulta difícil entender por qué Jesús llama dichosos a los pobres. La palabra dichoso o bienaventurado se usa en la Biblia en relación con todo lo que hace feliz al ser humano: riquezas, numerosa descendencia, honores, larga vida, etc. Para el evangelio pobre es un individuo injustamente reducido a la miseria, cuya existencia depende de la generosidad de otro y que, precisamente por eso, pone toda su confianza en Dios. La expresión "pobres de espíritu" ha sido con frecuencia mal interpretada. La palabra espíritu, aplicada a Dios, denota su actividad creadora y, aplicada al ser humano, un impulso interior que lo empuja a la acción. La expresión “pobre de espíritu” podría decirse, por tanto, de aquellas personas que son pobres por un impulso interior, esto es, por propia decisión, o lo que es igual, pobres porque han elegido libremente serlo. De ahí que una buena traducción sería: dichosos los que eligen ser pobres… Esta bienaventuranza no va dirigida a los “espíritu apocado”, ni a los que atesoran riquezas pero creen que no están apegadas a ellas, sino a aquellos que han optado por la pobreza evangélica, pues sólo éstos tienen a Dios por rey, esto es, sólo estos demuestran en su vida, con su renuncia a los bienes, que Dios reina sobre ellos. ¡Qué difícil es poner en práctica esta opción por la pobreza voluntaria, que representa la mejor plataforma desde la que luchar eficazmente para que no haya pobres en la tierra! Proclamando a los pobres "dichosos", Jesús no pretende idealizar o sublimar su condición, sino que pide a sus discípulos una elección valiente que haga posible eliminar las causas que provocan la pobreza. Jesús invita a todos los creyentes a hacerse voluntariamente pobres para que ninguno lo sea.

Martes 8 de junio EVANGELIO Mateo 5, 13-16 13

Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se pone sosa, ¿con qué se salará? Ya no sirve más que para tirarla a la calle y que la pisotee la gente. 14 Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en lo alto de un monte; 15ni se enciende una lámpara para meterla debajo del perol, sino para ponerla en el candelero y que brille para todos los de la casa 16Empiece así a brillar vuestra luz ante los hombres; que vean el bien que hacéis y glorifiquen a vuestro Padre del cielo.

COMENTARIOS I v. 13: Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se pone sosa, ¿con qué se salará? Ya no sirve más que para tirarla a la calle y que la pisotee la gente. . La sal, que asegura la incorruptibilidad, se usaba en los pactos como símbolo de su firmeza y permanencia. En particular, todo sacrificio debía ser salado, como señal de la permanencia de la alianza (Lv 2,13; cf. Nm 18,19: «una alianza de sal es perenne»; 2 Cr 13,5: «El Señor... con pacto de sal concedió a David y a sus descendientes el trono de Israel para siempre»). «La tierra» significa la humanidad que la habita. Según este dicho de Jesús, los discípulos son la sal que asegura la alianza de Dios con la humanidad; es decir: de su fidelidad al programa de

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Jesús depende que exista la alianza, y que se lleve a cabo la obra liberadora prometida. Si la sal pierde su sabor, con nada puede recuperarlo; si los que se llaman discípulos de Jesús, y tienen delante su ejemplo, no le son fieles, no hay donde buscar remedio. Esos discípulos son cosa inútil, han de ser desechados, arrojados fuera, y merecen el desprecio de los hombres, a cuya liberación debían haber cooperado. v.v. 14-16: Vosotros sois la luz e mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en lo alto de un monte; 15ni se enciende una lámpara para meterla debajo del perol, sino para ponerla en el candelero y que brille para todos los de a casa 16Empiece así a brillar vuestra luz ante los hombres; que vean el bien que hacéis y glorifiquen a vuestro Padre del cielo. . «La luz» es la gloria o esplendor de Dios mismo, que, según Is 60,1-3, había de refulgir y brillar sobre Jerusalén. La interpretación de Is 60,3 aplicaba la frase a Israel; también a la Ley y al templo (cf. Is 2,2) y a la ciudad de Jerusalén (cf. Is 60,19), siempre como reflejo de la presencia de Dios en ellos. Esta presencia radiante y perceptible se ha de verificar en adelante en los discípulos; ellos son el Israel desde donde refulge Dios, la nueva Jerusalén donde él habita. Esa luz ha de ser percibida: la comunidad cristiana no puede esconderse ni vivir encerrada en sí misma. La gloria de Dios ya no se manifiesta en el texto de la Ley ni en el local de un templo, sino en el modo de obrar de los que siguen a Jesús. «Vuestra luz» son las obras en favor de los hombres, descritas en 5,7.8.9, en las que resplandece Dios: la ayuda, la sinceridad y el trabajo por la paz, es decir, la constitución de una sociedad nueva. Al nombrar a Dios como Padre de los discípulos, Mt alude a la calidad de hijos de que éstos gozan por su actividad, que continúa la del Padre (5,9). Así, «los hombres» glorificarán al Padre, es decir, conocerán al único verdadero Dios. Estos dos dichos de Jesús confirman la creación del Israel mesiánico: los discípulos son los garantes de la alianza y en la comunidad resplandece la gloria de Dios. Es la comunidad de los que han elegido ser pobres (5,1), se mantienen fieles a este compromiso (5,10), ejercen las obras propias de los hijos de Dios (5,7-9) y dan así ocasión a la liberación de la humanidad (5,4-6). Es la presencia del reinado de Dios en la tierra (5,3.10).

II ¡Qué bien si se pudiera afirmar de los seguidores de Jesús que somos sal de la tierra y luz del mundo! La sal es garantía de incorruptibilidad, pues sirve para evitar que las carnes se corrompan; además, da sabor a los alimentos. En el libro del Levítico (2, 13) se dice que todo sacrificio ofrecido a Dios debe estar bien sazonado. Los pactos –y también la alianza entre Dios y la humanidad (Nm 18,19)- se rubricaban con sal, como símbolo de algo que nunca va a fallar, algo permanente y firmemente establecido. Según este dicho de Jesús, los discípulos son como la sal, que garantiza esta alianza de Dios con la humanidad. De su fidelidad al programa de Jesús depende que se lleve a cabo la liberación de la humanidad. Si la sal se pone sosa, esto es, si los cristianos no son fieles al plan de Dios, no sirven para nada, han perdido su razón de ser en este mundo, se vuelven inútiles, mereciendo el desprecio de los hombres -ya no sirve más que para tirarla a la calle y que la pisotee la gente- haciendo imposible su liberación. La luz representa en la Biblia la gloria o esplendor de Dios que, según Isaías 60,1-3, había de brillar sobre la ciudad santa de Jerusalén, sobre Israel, sobre la Ley y el templo. Ahora son los cristianos los que tienen que hacer presente ese esplendor de Dios en el mundo. La gloria de Dios no se manifiesta ya en Jerusalén, ni en la ley, ni en el templo, lugares o instituciones exclusivos del pueblo de Israel, sino en toda la tierra; se manifiesta en el modo de obrar de los que siguen a Jesús, esto es, en sus obras a favor de los pueblos y de su liberación.

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Miércoles 8 de junio EVANGELIO Mateo 5, 17-19 17

¡No penséis que he venido a echar abajo la Ley ni los Profetas! No he venido a echar abajo, sino a dar cumplimiento: 18porque os aseguro que antes que desaparezcan el cielo y la tierra, ni una letra ni una coma desaparecerá de la Ley antes que todo se realice. 19 Por tanto, el que se exima de uno solo de esos mandamientos mínimos y lo enseñe así a los hombres, será llamado mínimo en el reino de Dios; en cambio, el que los cumpla y enseñe, ése será llamado grande en el reino de Dios: 20porque os digo que, si vuestra fidelidad no se sitúa muy por encima de la de los letrados y fariseos, no entráis en el reino de Dios.

COMENTARIOS I v. 17. Jesús quiere deshacer un malentendido y una decepción. Quienes conocen la grandeza de las promesas del AT, que se han traducido en la expectativa mesiánica, pueden sentirse defraudados ante el horizonte que presenta Jesús. Una comunidad de pobres y perseguidos no parece responder a la expectativa de felicidad y prosperidad anunciadas. Jesús afirma que su misión («he venido») no consiste en echar abajo el AT (la Ley ni los Profetas) como promesa del reinado de Dios, sino todo lo contrario: dar cumplimiento a esas promesas. «Echar abajo»: el verbo gr. kataluó significa «echar abajo, demoler, derribar» un edificio, no abolir una ley; en Mt se usa siempre del templo (24,2; 26,61; 27,40). «La Ley y los Profetas» es un modo de designar el conjunto del AT. El doble complemento excluye también el sentido de «derogar», como si se tratara sólo de preceptos legales. «Dar cumplimiento»: el verbo gr. plerôsai es utilizado continuamente por Mt para indicar el cumplimiento de profecías (1,22; 2,15.17.23; 4,14; 8,17; 12,17, etc.). Su relación con «los Profetas» es clara; pero también tiene relación con «la Ley», es decir, con los escritos de Moisés, pues se pensaba que el Mesías había de realizar el éxodo definitivo, del que el realizado por Moisés era sólo tipo. De hecho, Mt considera la Ley y los Profetas como profecía del reinado de Dios (cf. 11,13). La misión de Jesús es positiva, no negativa; viene precisamente a dar cumplimiento a las promesas del reinado de Dios contenidas en el AT. v. 18. Jesús confirma solemnemente lo dicho («os aseguro»). Todo lo contenido en la Escritura (lit. «la Ley», otro modo de designar el AT, que pone el énfasis en la obra de Moisés) se realizará (gr. genêtai), hasta en sus mínimos detalles, antes que desaparezca el mundo visible. No se trata, pues, en el texto de observar una ley, sino de realizar una promesa (cf. 6,10: «realícese en la tierra tu designio del cielo», que equivale a la llegada del reino mencionada inmediatamente antes). El término «la Ley» se refiere en particular al nuevo éxodo y a la entrada en la nueva tierra prometida. El éxodo liberador comienza con la muerte de Jesús y queda abierto para toda la humanidad. No hay lugar, por tanto, a decepción alguna por lo que Jesús ha dicho. El programa propuesto por él es el único eficaz para llevar a cabo el designio de Dios anunciado en el AT. El malentendido que disipa Jesús revelaba una mentalidad particular: la de aquellos que esperaban un reinado de Dios implantado desde arriba, sin colaboración humana. Jesús ha expuesto en su programa (las bienaventuranzas) que esta colaboración es indispensable para crear la sociedad humana justa que es el reinado de Dios y la tierra prometida a la que conduce su éxodo.

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v. 19. De ahí la necesidad para los discípulos de practicar cada una de las bienaventuranzas antes propuestas. «Esos mandamientos mínimos»: «esos» (toutôn) no puede referirse a los de la Ley, no mencionados antes, sino a los expuestos por Jesús, es decir, a las bienaventuranzas, código de la comunidad del reino. Para referirse a los de la Ley -ni la letra ni el acento son mandamientos-, el texto debería decir «sus mandamientos». El nombre «mandamientos» indica precisamente que las bienaventuranzas toman el lugar de los de la antigua Ley. El calificativo «mínimos» corresponde a lo expresado por Jesús en 11,30: «Mi yugo es llevadero y mi carga ligera.» Las frases «será llamado mínimo/grande en el reino de Dios» no indican jerarquía en el reino; son expresiones judías que designan la exclusión del reino o la pertenencia a él. La exigencia de Jesús es, por tanto, total; no se puede pertenecer al reino si no se practican todas y cada una de las bienaventuranzas que tocan al discípulo. Se refiere principalmente a la primera y a la última, que invitan a la opción y a la fidelidad a ella; de éstas nacen la disposición y la actividad en favor de los otros (5,6-9). Estos «mínimos» o excluidos del reino de Dios reaparecen bajo diversas imágenes en otros pasajes del evangelio: son los falsos profetas (7,15), los árboles dañados que dan fruto dañado (7,17s), los que invocan a Jesús y actúan en su nombre, pero cometen la iniquidad (7,21-23; cf. 13,41), la cizaña en el campo (13,38), los peces que se excluyen (13,48s), el invitado sin traje de fiesta (22,12s). La imagen del árbol (7,17s) los pone en relación con el dicho de Juan Bautista (3,10): son los que no han hecho una verdadera enmienda, los que no han roto con la injusticia del pasado (3,8).

II

Con frecuencia se mal interpreta el significado de estas frases de Jesús. Se usaban para afirmar, de manera incomprensible, que todo el Antiguo Testamento seguía teniendo vigencia, pues Jesús había venido a cumplirlo hasta en sus más mínimos detalles. Entendido así este texto, no se comprende cómo Jesús deroga en el Sermón de la montaña muchos de los preceptos de la antigua ley, cuando dice repetidas veces: “Antiguamente se les dijo… pero yo les digo…”, sustituyendo unos preceptos por otros o anulando unos e implantando en su lugar otros nuevos (Mt 21, 21-46). Lo que dice Jesús realmente, según Mateo, es que ha venido a dar cumplimiento a la Ley y a los profetas que anunciaban el reinado de Dios, o sea, la liberación de la humanidad llevada a cabo por una comunidad de pobres, que han elegido la pobreza como medio para hacer que Dios –y no el dinero, que somete creando siervos- reine de verdad en este mundo. Para liberar a la humanidad, los cristianos tendrán que poner en práctica cada una de las bienaventuranzas. Éstas son garantía de felicidad y dicha para quienes las practican. Quienes han optado por tener a Dios por rey, de acuerdo con la primera bienaventuranza, se empeñarán, sin duda, con todas sus fuerzas en la transformación del sistema mundano, regido por el dinero, el poder y el prestigio, trinidad de valores sobre la que se basa nuestra sociedad injusta. Y luchando contra ese sistema harán posible un nuevo mundo de hermanos, donde el amor sustituya al dinero, el servicio al poder, y la estima del otro al prestigio propio. Nacerá de este modo la sociedad alternativa que los evangelios denominan “reino de Dios”.

Jueves 9 de junio

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EVANGELIO Mateo 5, 20-26 20

porque os digo que, si vuestra fidelidad no se sitúa muy por encima de la de los letrados y fariseos, no entráis en el reino de Dios. 21 Os han enseñado que se mandó a los antiguos: «No matarás (Ex 20,13), y si uno mata será condenado por el tribunal». 22Pues yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será condenado por el tribunal; el que lo insulte será condenado por el Consejo; el que lo llame renegado será condenado al fuego del quemadero. 23 En consecuencia, si yendo a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra ti, 24deja tu ofrenda allí, ante el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda. 25 Busca un arreglo con el que te pone pleito, cuanto antes, mientras vais todavía de camino; no sea que te entregue al juez, y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. 26Te aseguro que no saldrás de allí hasta que no pagues el último cuarto.

COMENTARIOS I

v. 20: porque os digo que, si vuestra fidelidad no se sitúa muy por encima de la de los letrados y fariseos, no entráis en el reino de Dios. Da Jesús la razón de lo que acaba de decir: la fidelidad de los suyos ha de situarse muy por encima de la de los letrados y fariseos. La fidelidad se entiende de modo intensivo y extensivo, en calidad y totalidad. Es insuficiente el legalismo, que se contenta con guardar preceptos; pero el discípulo no puede ser negligente en la práctica de su compromiso. La puerta para «entrar en el reino de Dios» es precisamente la primera bienaventuranza. A ella se refiere, por tanto, esta fidelidad. v.v. 21-22: Os han enseña do que se mandó a los antiguos: «No matarás (Ex 20,13), y si uno mata será condenado por el tribunal». 22Pues yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será condenado por el tribunal; el que lo insulte será condenado por el Consejo; el que lo llame renegado será condenado al fuego del quemadero. . Comienza una sección (5,21-48) en que Jesús ataca la concepción de la Ley mantenida por los letrados, primera de las dos categorías mencionadas en el versículo anterior. Esta sección se compone de seis antítesis entre la doctrina que éstos enseñan y las correcciones o aboliciones que hace Jesús. Éste no pretende radicalizar la ley de Moisés, sino, frente a ella, sacar las consecuencias que derivan para la conducta de un principio mucho más exigente: el bien del hombre y la creación de una sociedad nueva donde rigen las relaciones humanas propias del amor mutuo. En lugar de casuística, Jesús requiere la limpieza de corazón, la actitud interior de amor a los demás y el trabajo por la paz, manifestación de esa actitud. La primera antítesis trata del mandamiento «No matarás» (Ex 20,13), «no cometer homicidio», y de la pena que se le asignaba, la condena pronunciada por un tribunal de 23 miembros. Jesús plantea la exigencia desde otro punto de vista. No basta abstenerse de la acción externa; la actitud interna, estar airado con el hermano, merece ya el juicio. Para el reino se requiere la disposición benévola y favorable a los demás (5,8: «limpios de corazón»). La mala actitud interior se manifiesta en el insulto; en el reino de Dios, el desprecio manifestado es reato que requiere un tribunal más elevado que el mismo homicidio, el Consejo supremo. Cuando el

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insulto llega a excluir al otro del propio trato («renegado», cf. Dt 32,6, donde se aplica al pueblo de hijos degenerados), merece la pena definitiva. «El quemadero», la gehenna, tomó su nombre del valle Gehinnon, y era el gran quemadero de basuras de Jerusalén; había pasado a ser símbolo del castigo definitivo, concebido como la destrucción por el fuego. v.v. 23-24: En consecuencia, si yendo a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra ti, 24deja tu ofrenda allí, ante el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda. Jesús pasa ahora a exponer el lado positivo de la actitud de los que trabajan por la paz. Hay que recomponer la unidad rota por alguna ofensa, y eso tiene prioridad sobre todo acto de culto (cf. 12,7). Inútil acercarse a Dios si existe división. v. 25: Busca un arreglo con el que te pone pleito, cuanto antes, mientras vais todavía de camino; no sea que te entregue al juez, y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. 26Te aseguro que no saldrás de allí hasta que no pagues el último cuarto. Advierte Jesús sobre las consecuencias para el que está en falta de no reconocer ni procurar la reconciliación. Cuando no se ataja la discordia, su efecto recaerá sobre el que no ha querido dar el paso para lograr la paz.

II ¡Qué bien si se pudiera afirmar de los seguidores de Jesús que somos sal de la tierra y luz del mundo! La sal es garantía de incorruptibilidad, pues sirve para evitar que las carnes se corrompan; además, da sabor a los alimentos. En el libro del Levítico (2, 13) se dice que todo sacrificio ofrecido a Dios debe estar bien sazonado. Los pactos –y también la alianza entre Dios y la humanidad (Nm 18,19)se rubricaban con sal, como símbolo de algo que nunca va a fallar, algo permanente y firmemente establecido. Según este dicho de Jesús, los discípulos son como la sal, que garantiza esta alianza de Dios con la humanidad. De su fidelidad al programa de Jesús depende que se lleve a cabo la liberación de la humanidad. Si la sal se pone sosa, esto es, si los cristianos no son fieles al plan de Dios, no sirven para nada, han perdido su razón de ser en este mundo, se vuelven inútiles, mereciendo el desprecio de los hombres -ya no sirve más que para tirarla a la calle y que la pisotee la gente- haciendo imposible su liberación. La luz representa en la Biblia la gloria o esplendor de Dios que, según Isaías 60,1-3, había de brillar sobre la ciudad santa de Jerusalén, sobre Israel, sobre la Ley y el templo. Ahora son los cristianos los que tienen que hacer presente ese esplendor de Dios en el mundo. La gloria de Dios no se manifiesta ya en Jerusalén, ni en la ley, ni en el templo, lugares o instituciones exclusivos del pueblo de Israel, sino en toda la tierra; se manifiesta en el modo de obrar de los que siguen a Jesús, esto es, en sus obras a favor de los pueblos y de su liberación.

Viernes 10 de junio EVANGELIO Mateo 5, 27-32

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Os han enseñado que se mandó: «No cometerás adulterio» (Éx 24,14). 28Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer casada excitando su deseo por ella, ya ha cometido adulterio con ella en su interior. 29 Y si tu ojo derecho te pone en peligro, sácatelo y tíralo; más te conviene perder un miembro que ser echado entero en el fuego. 30Y si tu mano derecha te pone en peligro, córtatela y tírala; más te conviene perder un miembro que ir a parar entero al fuego. 31 Se mandó también: «El que repudia a su mujer, que le dé acta de divorcio» (Dt 24,1). 32 Pues yo os digo: todo el que repudia a su mujer, fuera del caso de unión ilegal, la empuja al adulterio, y el que se case con la repudiada comete adulterio.

COMENTARIOS I v.v. 27-30: Os han enseñado que se mandó: «No cometerás adulterio» (Éx 24,14). 28Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer casada excitando su deseo por ella, ya ha cometido adulterio con ella en su interior. 29Y si tu ojo derecho te pone en peligro, sácatelo y tíralo; más te conviene perder un miembro que ser echado entero en el fuego. 30Y si tu mano derecha te pone en peligro, córtatela y tírala; más te conviene perder un miembro que ir a parar entero al fuego. Con el sexto mandamiento, la Ley prohibía la acción externa, el adulterio. Jesús vuelve a insistir en la limpieza de corazón (en su interior, en su corazón). «Mujer» significa «mujer casada». El adulterio es una injusticia y lo mismo el deseo de cometerlo. «El ojo» simboliza el deseo; «la mano», la acción. Ceder al impulso de uno u otra lleva al hombre a la muerte. Hay que eliminar el mal deseo con la pureza del corazón (5,8); la mala acción con la ayuda al prójimo (5,7). v.v. 31-32: Se mandó también: «El que repudia a su mujer, que le dé acta de divorcio» (Dt 32 24,1). Pues yo os digo: todo el que repudia a su mujer, fuera del caso de unión ilegal, la empuja al adulterio, y el que se case con la repudiada comete adulterio. El repudio es una injusticia contra la mujer. No basta el documento legal para justificar la acción. La mujer sigue ligada al marido que abusivamente la despidió. «Fuera del caso de unión ilegal»: el griego porneia puede significar la inmoralidad en general, la prostitución, la frecuentación de prostitutas (1 Cor 6,18) y la unión entre parientes prohibida por la Ley (Lv 18,68; 1 Cor 5,1). En este pasaje hay que optar entre una traducción que atribuya culpa a la mujer (inmoralidad, prostitución) y la de «matrimonio ilegal». La primera (mujer culpable) haría el texto contradictorio. Hay que optar, por tanto, por la segunda. También el repudio procede del corazón no limpio (cf. 15,19).

II A veces los textos del evangelio se han malinterpretado por no situarlos en el contexto social y cultural en que fueron escritos. Y este es el caso del texto de hoy. Jesús dice que no sólo comete adulterio quien le quita la mujer a otro, sino aquel que desea quitársela. En el Antiguo Testamento la mujer era considerada propiedad del marido, de modo que quitársela equivalía no tanto a un acto de deshonestidad, un pecado contra la pureza, que se decía antes, sino a un verdadero robo, una injusticia flagrante. En esto consiste el verdadero adulterio, que no es otra cosa, sino el deseo de arrebatar al prójimo su mujer. Así el décimo mandamiento de la ley de Dios dice: “No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él”. Queda claro que la mujer era considerada propiedad del

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varón, tal vez la propiedad más preciada, por encima de los esclavos, los animales u otras pertenencias. La moral cristiana, escrita por sacerdotes y frailes -todos varones- ha visto en este mandamiento del Antiguo Testamento un doblete del sexto mandamiento, cuando en realidad lo es del séptimo: “no robarás”. Desear la mujer del prójimo no es simplemente sentir agrado por ella, sino comenzar a dar los pasos necesarios para quitársela. Un robo con todas las letras. En el segundo texto, Jesús no habla del divorcio como lo entendemos hoy, sino del repudio, o sea, de aquella institución judía, establecida a partir de Moisés, no por voluntad divina, sino por testarudez humana, según la cual el varón –y no la mujer- podía despedir a su esposa en determinadas circunstancias. Lo que Jesús no acepta, según este texto, no es el divorcio –concepto ajeno a aquella cultura-, sino el repudio, como herramienta de sumisión de la mujer por parte del hombre, pues quiere a hombre y mujer iguales en el matrimonio.

Sábado 11 de junio EVANGELIO Mateo 10, 7-13 7

Por el camino proclamad que está cerca el reinado de Dios, 8curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. De balde lo recibisteis, dadlo de balde. 9 No os procuréis oro, plata ni calderilla para llevarlo en la faja; 10ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón, que el bracero merece su sustento. 11 Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí que se lo merezca y quedaos en su casa hasta que os vayáis. 12 A1 entrar en una casa, saludad. 13Si la casa se lo merece, que la paz que le deseáis se pose sobre ella; si no se lo merece, vuestra paz vuelva a vosotros.

COMENTARIOS I vv. 7-8: Por el camino proclamad que está cerca el reinado de Dios, 8curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. De balde lo recibisteis, dadlo de balde. Jesús añade ahora un aviso: la idea de lucro ha de estar ausente de esta actividad. Se hace, por tanto, con «limpieza de corazón» (5,8), sin segundas intenciones. vv. 9-10: No os procuréis oro, plata ni calderilla para llevarlo en la faja; 10ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón, que el bracero merece su sustento. La opción por la pobreza que ha hecho el discípulo (5,3) ha de ser bien visible. No deben llevar dinero alguno, tampoco provisiones (alforja), ni dos túnicas o sandalias, como la gente acomodada. La prohibición de llevar bastón simboliza la renuncia a toda violencia, incluso en defensa propia (cf. 5,39). El desprendimiento absoluto del discípulo se funda en su confianza de que no faltará el sustento. Jesús los exhorta a la confianza que había de tener el discípulo en el Padre del cielo (6,25-34). La misión es un trabajo por el que se busca que reine la justicia del Padre (6,33); éste se ocupará de lo demás. vv.11: Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí que se lo merezca y quedaos en su casa hasta que os vayáis. 12A1 entrar en una casa, saludad. 13Si la casa se lo merece, que la paz que le deseáis se pose sobre ella; si no se lo merece, vuestra paz vuelva a vosotros.

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«Se merece» recibir al enviado quien está abierto al mensaje del reino, es decir, los que no se conforman con la situación existente. Los Doce enviados son mensajeros de paz (cf. 5,9) y trabajar por ella es su labor. Esto se refleja en su saludo. Hay, sin embargo, quienes rechazan este mensaje. En tal caso los enviados deben desentenderse de ellos con un gesto simbólico, usado al abandonar tierra pagana. Jesús anuncia un juicio que será más severo para los que no acogen el anuncio del reino, que para las ciudades paganas proverbialmente malditas.

II Jesús acaba de elegir a doce discípulos (el número doce simboliza la unidad y totalidad del pueblo judío: doce patriarcas, doce tribus que conformaban el antiguo pueblo de Dios. El grupo de los doce representa al nuevo Israel. Como el antiguo es también muy variopinto. Forman parte de él Simón, llamado “Piedra/Pedro” por su especial dificultad para comprender el mensaje de Jesús; Santiago y Juan, denominados “hijos del trueno” por su ánimo violento y poco tolerante; Mateo, recaudador de impuestos, profesión especialmente odiada por los judíos y despreciada por su colaboracionismo con los romanos; un grupo de discípulos (seis en total) de los que nada se dice en el evangelio, ni antes ni después, y que representan al pueblo anónimo que da su adhesión a Jesús; el penúltimo de la lista, Simón, es calificado de fanático o zelote por pertenecer al círculo de los nacionalistas exaltados, marcados por su rechazo total de la dominación romana, y el último, tristemente célebre, es Judas Iscariote, el traidor. La tarea de Jesús como pedagogo será conseguir que los valores del reino vayan prendiendo no sólo en la cabeza de los doce, sino –y principalmente- en su corazón. Por esto los envía al mundo dándoles unas recomendaciones previas: que se limiten, por el momento, a las ovejas de Israel, esto es, a remediar los males del pueblo que atraviesa una situación grave de abandono y descuido por parte de los pastores o maestros. Que ha llegado el reino de Dios debe notarse porque la gente comienza a liberarse, gracias a ellos, de la enfermedad (dolor físico), de la muerte (que acaba con toda vida), de la lepra (que separa de Dios y de los seres humanos) y de los demonios (símbolo de la ideología opresora que esclaviza al ser humano por dentro). Es lo que ha hecho Jesús con anterioridad en el evangelio. Todo lo contrario de lo que hacen los grandes en nuestra sociedad: dar muerte en lugar de procurar vida. Un ejemplo: entre 1980 y 1993 las quinientas corporaciones más grandes del mundo suprimieron 4,4 millones de empleos, mientras multiplicaban sus ventas por 1,4, sus activos por 2,3 y los sueldos de altos ejecutivos por 6,1. [Y ahora comienza lo más importante: lo que han recibido gratis, deben darlo gratis. El diosdinero no tiene ningún papel que representar en la comunidad de los seguidores de Jesús. Y, por eso, Jesús les prohíbe procurarse oro, plata o monedas, esto es, dinero como base de seguridad. Ni llevar dos túnicas (imagen de riqueza), ni bastón (símbolo de violencia). Y que no anden cambiando de casa para mejorar su situación. Pobres, por elección y convicción, deben confiar en que no les faltará el sustento necesario. Será la solidaridad de los otros la que remedie su carencia. Es curioso, por lo demás, que Jesús no envíe a sus discípulos a hablar de Dios a los seres humanos, sino más bien a liberar a las personas del mal. Tal vez en esto consista la verdadera religión: en cumplir el designio de Dios sobre el mundo: que los seres humanos sean hermanos y felices. No es poca cosa, para comenzar...]

Domingo 12 de junio DECIMO PRIMER DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO Primera lectura: Éxodo 19, 2-6a

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Salmo responsorial: 99, 2-3.5 Segunda lectura: Romanos 5, 6-11 EVANGELIO Mateo 9,36-10,8 36

Viendo a las multitudes, se conmovió, porque andaban maltrechas y derrengadas como ovejas sin pastor. 37 Entonces dijo a sus discípulos: -La mies es abundante y los braceros pocos; por eso, 38rogad al dueño que mande braceros a su mies. 10 1Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y curar todo achaque y enfermedad. 2 Los nombres de los doce apóstoles son éstos: en primer lugar, Simón, el llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago Zebedeo y su hermano Juan; 3Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el recaudador, Santiago Alfeo y Tadeo, 4Simón el fanático y Judas Iscariote el mismo que lo entregó. 5 A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: -No toméis el camino de los paganos ni entréis en ciudad de samaritanos; 6mejor es que vayáis a las ovejas descarriadas de Israel. 7Por el camino proclamad que está cerca el reinado de Dios. 7 Por el camino proclamad que está cerca el reinado de Dios, 8curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. De balde lo recibisteis, dadlo de balde.

COMENTARIOS I UNA NUEVA HUMANIDAD

Los profetas de Israel anunciaron tiempos de armonía y paz entre los hombres. Su anuncio se realiza plenamente con la misión de Jesús: él forma un nuevo pueblo, invitando a los hombres a unirse por encima de razas, ideologías o de cualquier otra barrera que los separe. Y a los que aceptan su invitación les encarga la tarea de continuar invitando a otros hombres a formar parte de esta nueva humanidad. COMO OVEJAS SIN PASTOR

«Que no quede la comunidad del Señor como rebaño sin pastor» (Nm 27,17). Esta fue la petición que hizo Moisés a Dios cuando supo que su muerte estaba cerca. El había sido un guía político y religioso para el pueblo, él lo había conducido de la esclavitud a la libertad; ahora llegaba el momento de su muerte, y le pedía al Dios liberador, con cuya fuerza y en nombre del cual había dirigido a los israelitas, que éstos no quedaran desasistidos, que alguien ocupara su lugar para ser el instrumento mediante el cual Dios siguiera consolidando la liberación obtenida y garantizara que no se volvería a la esclavitud de la que acababan de salir. Israel tenía que ser una primera muestra del modelo de convivencia que Dios quería para toda la humanidad, modelo basado en «abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne» (Is 58,6-7). Este modelo tendría como resultado un mundo en el que «el lobo y el cordero irán juntos y la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león engordarán juntos; un chiquillo los pastorea; la vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas...» (Is 11,6-7).

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Pero a lo largo de la historia, los que habían asumido el papel de pastores dejaron de lado, una y otra vez, su responsabilidad respecto al pueblo y se dedicaron a apacentarse a sí mismos: « ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos...! No fortalecen a las débiles, ni curan a las enfermas, ni vendan a las heridas, ni recogen las descarriadas, ni buscan las perdidas y maltratan brutalmente a las fuertes... » Por eso Dios había anunciado que las cosas iban a cambiar y que un enviado suyo «reinará como rey prudente y administrará la justicia y el derecho en el país...» (Jr 23,5). Jesús, que se definirá como «el modelo de pastor» según el evangelio de Juan (Jn 10,11.14), realiza plenamente ese anuncio; desde el principio de su actividad, su preocupación se centra en eliminar las esclavitudes y los sufrimientos del pueblo: «Recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, proclamando la buena noticia del Reino y curando todo achaque y enfermedad»; y en el desarrollo de esa actividad puede constatar que la situación descrita por Ezequiel no ha cambiado demasiado: «Viendo a las multitudes, se conmovió, porque andaban maltrechas y derrengadas como ovejas sin pastor». MUCHOS PASTORES

Cambiando la imagen del rebaño por la de la tierra de labor, Jesús se dirige a sus discípulos para invitarlos a unirse a la tarea de defender la libertad, la dignidad y la vida de los hombres: «La mies es abundante y los braceros pocos; por eso, rogad al dueño que mande braceros a su mies. Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y curar todo achaque y enfermedad». El número «doce» era el número de Israel, del pueblo de Dios; estos doce discípulos simbolizan al nuevo pueblo que empieza a formarse como consecuencia de la proclamación de la buena noticia. Por un lado, ellos son la semilla de una humanidad nueva en la que quedan superadas todas las barreras con las que los hombres se separan y se marginan unos a otros: ideologías, manifestaciones religiosas, razas... Entre ellos está Mateo, que había sido recaudador (Mt 9,9-12), por lo que no se le consideraba miembro del pueblo de Israel; y estaban Simón Pedro y Simón el fanático, que es posible que hubieran pertenecido al partido de los nacionalistas fanáticos; de cuatro sabemos que eran pescadores (Simón Pedro, Andrés, Santiago Zebedeo y Juan: Mt 4,1822); uno de ellos fue el que entregó a Jesús a la muerte. De los demás no sabemos prácticamente nada: en ese grupo de desconocidos podemos incluirnos nosotros. DADLO GRATIS

Por otro lado, a ellos encomienda Jesús la tarea de proponer a todos los hombres que se integren en este proyecto de una nueva humanidad en la que el anuncio de los antiguos profetas se debe ver realizado y superado con creces. Y ése es el encargo que nos hace también a todos los que hemos decidido seguirlo: «Proclamad que está cerca el reinado de Dios, curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios». Al principio, esta tarea de liberación interior («echad demonios») y exterior («curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos...») se reduce al pueblo de Israel; después de su muerte, la misión se ampliará a «todas las naciones» (Mt 28,19-20). La comunidad de seguidores de Jesús se convierte así, como tal grupo, en pastor de la humanidad. Naturalmente que esta tarea no debe significar ningún privilegio, ni ningún poder sobre los hombres; es, en el sentido más estricto de la palabra, un servicio de defensa de la vida, la libertad y la felicidad de las gentes, una propuesta apasionada, pero siempre respetuosa, dirigida a todo el que sienta la necesidad de buscar un modo de vivir alternativo al que nos ofrece el mundo este.

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Esta es una tarea que compete a todos los seguidores de Jesús. Y el hecho de que haya en la Iglesia personas que se entregan a esta tarea con una especial dedicación no puede ser una excusa para los demás. Lo que no parece que pretenda formar Jesús es una casta de profesionales de lo religioso. A los doce, y a todos los que habrán de seguir después, les dice que acepten la solidaridad de quienes los reciban («Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí que se lo merezca y quedaos en su casa hasta que os vayáis»), pero que no acepten una paga por el anuncio del mensaje de libertad y vida que deben proclamar; la buena noticia ha de ser siempre un regalo, un don, una muestra de solidaridad y amor: «De balde lo recibisteis, dadlo de balde».

II v. 36:Viendo a las multitudes, se conmovió, porque andaban maltrechas y derrengadas como ovejas sin pastor. «Las multitudes están como ovejas sin pastor». La frase alude a Nm 27,17, donde Moisés nombra a Josué precisamente para que el pueblo no se disperse. Nadie se ocupa de este pueblo que se encuentra en situación desesperada. v: 37: Entonces dijo a sus discípulos: -La mies es abundante y los braceros pocos... Ante este espectáculo, Jesús expone la situación a sus discípulos. Usa un término (gr. therismos) que significa «mies» y «siega». Se usa en 13,30.39, aplicado a la separación final entre buenos y malvados, y «la siega» se atribuye a los ángeles. «Los braceros» u obreros de que habla Jesús ejercen, pues, en la historia la misma actividad que «los ángeles» harán en el momento final. Se ve ahora el sentido de «los ángeles» que servían a Jesús, es decir, colaboraban con él, en la escena del desierto: eran figura de los que colaboran en su misión. La alusión indica que comienza el tiempo escatológico, la etapa final de la historia, inaugurada con la presencia de Jesús y la cercanía del reinado de Dios. v. 38: por eso, rogad al dueño que mande braceros a su mies. La petición se dirige al dueño de la mies, el Padre. Jesús no pide al Padre que envíe segadores, pero recomienda a los discípulos que lo hagan. Es una manera de prepararlos a la misión que sigue. La petición les hará tomar conciencia de la necesidad y los dispondrá a responder a la llamada de Jesús. v. 10, 1: Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y curar todo achaque y enfermedad. Mateo no describe la institución de los Doce. Su puesto lo ocupan las bienaventuranzas, donde establece el estatuto de la nueva alianza y, por tanto, funda el nuevo Israel. «Sus doce discípulos», nombrados por primera vez, son, por tanto, la figura representativa del Israel mesiánico. El número doce alude a la plenitud escatológica de Israel. En su estadio final, el pueblo elegido comprende tanto a israelitas como a «pecadores» e incluirá también a los paganos. Para la misión, los hace participar de su autoridad sobre «los espíritus inmundos». Es la primera vez que aparece en Mt esta expresión, aunque se ha mencionado a los «espíritus» que Jesús expulsaba en 8,16. Se repetirá en 12,43.45. El texto de 8,16 prueba que estos espíritus equivalen a «los demonios». Jesús capacita a los discípulos para vencer la resistencia al mensaje opuesta por las ideologías que dominan al hombre. Según la construcción del texto, parece que los espíritus inmundos están también en relación con las enfermedades. Esto mostraría que estas enfermedades son efecto de la adhesión a ideologías contrarias al plan de Dios.

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v. 2: Los nombres de los doce apóstoles son éstos: en primer lugar, Simón, el llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago Zebedeo y su hermano Juan; 3Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el recaudador, Santiago Alfeo y Tadeo, 4Simón el fanático y Judas Iscariote el mismo que lo entregó. Los doce discípulos son llamados ahora los doce apóstoles o enviados (sólo aquí en Mt). Esto significa que la misión es propia de todo discípulo de Jesús, y que todo el Israel mesiánico está llamado a la misión de «pescadores de hombres», anunciada a Simón y Andrés en 4,19. El Israel mesiánico se concreta en doce nombres, entre los cuales, como primero, destaca Simón, al que llamaban Piedra / Pedro. De nuevo aparece esta cláusula (cf. 4,18) que menciona el sobrenombre de Simón, sin que se explique su origen. Pedro y los tres siguientes se mencionan en el mismo orden de 4,18-22, explicitando también el parentesco que los une. Sigue un grupo de siete, de los cuales el único conocido es Mateo el recaudador (9,9). La inclusión de este «pecador» en la lista de los doce anuncia la integración de los paganos en el Israel mesiánico; para Mt, la comunidad cristiana universal es la plenitud de Israel. Los demás de este grupo de siete no han sido nombrados antes ni lo serán después en el relato evangélico. Representan el pueblo anónimo que da su adhesión a Jesús. El último de los siete se llama, como Pedro, Simón, y está caracterizado por el calificativo «el fanático» o «zelota», por pertenecer, como Simón Pedro (8,14s), a círculos nacionalistas exaltados. El último de la lista es Judas Iscariote, el traidor. Su figura volverá a aparecer en el relato de la pasión (26,14.25.47; 27,3). vv. 5-8: A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: -No toméis el camino de los paganos ni entréis en ciudad de samaritanos; 6mejor es que vayáis a las ovejas descarriadas de Israel. 7Por el camino proclamad que está cerca el reinado de Dios, 8curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. De balde lo recibisteis, dadlo de balde. Jesús envía a los «Doce», es decir, al Israel mesiánico que representa a todos sus discípulos, dándoles instrucciones para la misión. Por el momento, limita ésta a Israel, que se encuentra en situación lastimosa (cf. 9,36; 15,24; Ez 34). No ha llegado aún la hora de la misión universal (26,13; 28,19). La proclamación de los Doce tiene el mismo contenido que la de Jesús (4,17), pero sin la exhortación a la enmienda. Dan escuetamente la buena noticia. Su proclamación va acompañada de toda clase de señales. El significado de éstas es el mismo que el de las realizadas por Jesús. El ha resucitado a la hija del jefe (9,18-26), ha limpiado a un leproso (8,2-4), ha curado enfermos (8,16; 9,35), ha expulsado demonios (9,32s). El significado es liberar a los habitantes de Galilea de las doctrinas que los tienen postrados y privados de vida. Estas obras se realizan con «las ovejas descarriadas de Israel»; son, por tanto, una expresión de la ayuda que el discípulo debe prestar (5,7). Jesús añade ahora un aviso: la idea de lucro ha de estar ausente de esta actividad. Se hace, por tanto, con «limpieza de corazón» (5,8), sin segundas intenciones.

III Jesús elige a doce discípulos a los que el evangelista llama “apóstoles”, esto es, enviados. Este grupo encarna al nuevo Israel. El grupo de los doce es bastante heterogéneo. De entre ellos hay siete -Andrés, Felipe, Bartolomé, Tomás, Santiago Alfeo, Tadeo, y Simón el fanático- de los que apenas sabemos nada. Lo que sabemos del resto deja mucho que desear, aunque el evangelista Mateo ha quitado asperezas a la imagen del grupo que da el evangelista Marcos. El primero del grupo es Simón, que aparece citado por un nombre que significa en hebreo “el que escucha [a Dios]”, y un sobrenombre, Pedro (=piedra), aludiendo con éste a su obstinación por mantener un ideal mesiánico contrario al de Jesús a lo largo del evangelio, hasta el punto de llegar a negarlo. En tercer y cuarto lugar aparecen Santiago Zebedeo y su hermano Juan,

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denominados en el evangelio de Marcos “Boanerges” (hijos del trueno, o truenos). En el Antiguo Testamento “el trueno” representa con frecuencia la voz de Dios que habla con ira y espanta a los no israelitas; este sobrenombre alude al autoritarismo de estos dos hermanos y a su celo extremado. En el evangelio de Lucas, éstos desean que caiga un rayo y aniquile a los habitantes de una aldea de Samaria, que no quisieron recibir a Jesús por ir de paso para Jerusalén (Lc 9,51-55). Los tres juntos, Pedro, Santiago y Juan tuvieron el privilegio de ser testigos de tres grandes momentos de la vida de Jesús relacionados con la muerte y la resurrección: la reanimación del cadáver de la hija de Jairo, la transfiguración y la oración en el huerto. En ninguno de estos tres momentos, estuvieron estos discípulos a la altura de las circunstancias, hasta el punto de que en la primera ocasión, al resucitar Jesús a la hija de Jairo, aquél les prohíbe comentar lo sucedido, temiendo que no supieran interpretarlo; en la transfiguración, Pedro hubiese preferido quedarse en el monte, haciendo tres tiendas, a seguir hacia Jerusalén, donde esperaba a Jesús la pasión, y en el huerto, finalmente, se duermen por tres veces, mostrando su escaso interés por dar la vida como y con Jesús. Al final, uno de ellos, Pedro llega hasta el colmo de negar a su maestro, también por tres veces; el resto lo abandona... Del noveno de la lista, Leví, sabemos que era recaudador de impuestos y, por tanto, colaboracionista con el poder romano; social y religiosamente considerado al mismo nivel que los ladrones, los pecadores y las prostitutas. El último de la lista, Judas, fue tristemente célebre, porque traicionó a Jesús. Mucho tendría que trabajar Jesús hasta hacerles comprender y poner en práctica su mensaje de amor, de renuncia a los privilegios y al poder, su doctrina de servicio hasta la muerte. Nosotros, tal vez, hubiéramos elegido otros colaboradores mejor preparados, ya mentalizados para llevar adelante la tarea de expulsar espíritus inmundos, esto es, de liberar a la gente de las ideologías opresoras y de curar todos los males del cuerpo y del alma. Como Moisés con el pueblo en el desierto, Jesús tuvo también muchas dificultades en su relación con los doce. El pueblo de Israel se olvidó una y otra vez del camino al que se había comprometido delante de Dios, añorando con frecuencia las cebollas de Egipto y protestando contra su guía por haberlos llevado a un desierto que ellos consideraban lugar de muerte y no de paso hacia la tierra prometida. Mientras Jesús estaba con ellos, los discípulos de Jesús se volverían una y otra vez al deseo de poder y de privilegios, hasta el colmo de dejar a su maestro solo en la cruz. Pero Dios recompondría aquella comunidad de discípulos decepcionados para hacerlos testigos fervientes de su mensaje de amor y servicio hasta los confines del mundo. Fue un largo camino no exento de dificultades, pero valió la pena. Al final podrían decir como Pablo en la carta a los romanos: “gracias a Jesús el Mesías, Señor nuestro, que nos ha obtenido la reconciliación, estamos también orgullosos de Dios”, de un Dios débil, paciente, amoroso, todo servicio y entrega que se manifiesta en su hijo Jesús, dando la vida para que todos vivan. Jesús se convierte de este modo en la demostración más evidente del amor que Dios nos tiene. Para la revisión de vida Jesús envía a sus apóstoles con unas instrucciones muy claras: “Proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, arrojen demonios. Gratis han recibido, denlo gratis”. Yo, ¿a qué creo que me ha enviado Jesús en medio del mundo? Para la reunión de grupo Se compadeció Jesús, porque «los vio que estaban cansados y decaídos, como ovejas sin pastor»… ¿Qué sentiría Jesús si mirara hoy este planeta con esa muchedumbre de 6.000 millones de personas? ¿«Ovejas sin pastor»? Jesús siente que hay pocos obreros para «cosechar»… Algún teólogo ha señalado que la metáfora o el símbolo de la evangelización como “siembra” no figura en el evangelio, que Jesús

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siempre que se refiere a la misión habla más bien de “cosechar”… ¿Qué sugerencias nos provoca esta constatación? ¿Será que Jesús es más optimista que nosotros? «No vayan a tierras extranjeras ni entren en ciudades de los samaritanos…». Está claro que Jesús no fue “misionero ad gentes”, no estuvo por ir a convertir a nadie fuera de Israel… Y hay consenso entre los exegetas en que el final del evangelio de Marcos, por ejemplo, es un añadido que no formaba parte del evangelio original…). ¿Jesús quiere que los cristianos vayamos a otros pueblos de otras religiones? ¿Por qué? ¿A hacer qué? Para la oración de los fieles Para que la Iglesia respete y defienda siempre la dignidad de todas las personas, como hijos e hijas de Dios que todos somos. Oremos. Para que nuestra sociedad favorezca las relaciones de igualdad, justicia, tolerancia y respeto. Oremos. Para que todos los que nos confesamos cristianos seamos conscientes de la misión que Dios nos encomienda y demos los frutos de derecho y justicia que espera de nosotros. Oremos. Para que todos nosotros vivamos nuestra condición de elegidos no como excusa para buscar privilegios, sino como motivo y aliciente para estar en primera línea en la lucha por la paz, la justicia y la fraternidad. Oremos. Para que los gobernantes busquen siempre y en todo el bien de los pueblos cuyos destinos tienen que regir. Oremos. Para que nuestra comunidad descubra día a día el amor liberador y transformador que recibimos de Dios. Oremos. Oración comunitaria Señor, te pedimos que vayas transformando nuestra vida, de manera que desaparezca de nuestro corazón toda duda, todo temor y toda vacilación, y que así podamos ser instrumentos de tu amor, de modo que las personas y las sociedades vivan llenas de esperanza, de justicia y de paz. Por Jesucristo Nuestro Señor.

Lunes 13 de junio EVANGELIO Mateo 5, 38-42 38

Os han enseñado que se mandó: «Ojo por ojo diente por diente» (Ex 21,4). 39Pues os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra 40al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también la capa, 41a quien te fuerza a caminar una milla, acompáñalo dos, 42al que te pide, dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda.

COMENTARIOS I v.v. 38-42: Os han enseñado que se mandó: «Ojo por ojo diente por diente» (Ex 21,4). Pues os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra 40al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale

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también la capa, 41a quien te fuerza a caminar una milla, acompáñalo dos, 42al que te pide, dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda. La ley del talión tiene por fundamento el rencor y el deseo de venganza, excluidos también por la limpieza de corazón (5,7). En lugar de continuar la violencia, el hombre debe interrumpir su curso por todos los medios, trabajando por la paz (5,9). Cediendo del propio derecho para interrumpir el curso de la violencia se ponen los fundamentos para una nueva relación humana. Hay que prestar ayuda siempre, como corresponde al que vive en el reino (5,7).

II El sermón de la montaña está lleno de formulaciones extremas que, a veces, entendidas al pie de la letra, no han llevado a una justa comprensión del mismo. Y éste es el caso del evangelio de hoy que comienza con una ley que en su tiempo tuvo una importancia tremenda para poner límite a la violencia sin límite, la ley del talión: “Ojo por ojo y diente por diente” (Ex 21,3). Con esta sentencia se pretendía frenar la violencia respondiendo siempre en la misma medida al agravio, ofensa o daño sufrido. Jesús quiere poner fin a esta ola de violencia y propone algo que puede resultarnos conformista: “No hagan frente al que les agravie…”. Si el cristiano lleva a la práctica al pie de la letra esta frase de Jesús puede confundirse con un conformista. Pero éste no es el sentido de las palabras de Jesús. El cristiano, con tal de poner fin a la violencia, debe estar dispuesto incluso a llegar a esa situación extrema de no hacer frente al que le agravia, de poner la mejilla izquierda al que le ha abofeteado la derecha, de dejar la capa al que le ha puesto pleito para quitarle la túnica, de acompañar dos millas al que le fuerza a caminar una, etc… El cristiano debe estar dispuesto a sorprender al otro hasta hacerlo salir del camino de la violencia y de la venganza e introducirlo por el camino del amor que rechaza toda violencia. Esto es lo que quiere decir Jesús y no que seamos resignados o conformistas… Cada uno deberá ingeniárselas para saber cuál es la actitud que debe seguir para romper esa cadena de odio, de violencia y de venganza sin límite que siempre conduce a la muerte y nunca a la vida.

Martes 14 de junio EVANGELIO Mateo 5, 43-48 43

0s han enseñado que se mandó: «Amarás a tu prójimo...» (Lv 19,18) y odiarás a tu enemigo. 44Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, 45para ser hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos. 46 Si queréis sólo a los que os quieren, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacen eso mismo también los recaudadores? 47Y si mostráis afecto sólo a vuestra gente, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen eso mismo también los paganos? 48Por consiguiente, sed buenos del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo.

COMENTARIOS

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I v. 43: 0s han enseñado que se mandó: «Amarás a tu prójimo...» (Lv 19,18) y odiarás a tu enemigo. Ultimo y supremo ejemplo de la limpieza de corazón: el amor a los enemigos. En la frase citada por Jesús al principio, el primer miembro: «amarás a tu prójimo» es cita de Lv 19,18; el segundo: «odiarás a tu enemigo» pertenece a los principios esenios (cf. Sal 139,19-22). vv. 44-47: Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, 45 para ser hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos. 46Si queréis sólo a los que os quieren, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacen eso mismo también los recaudadores? 47Y si mostráis afecto sólo a vuestra gente, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen eso mismo también los paganos? Para los discípulos no hay lugar a distinciones. Ellos, que sufren la persecución (5,10-12), no pueden dejarse llevar del odio. Jesús propone unas nuevas relaciones humanas, que excluyen en absoluto la violencia. En lugar del odio, el deseo del bien (amor, oración). «Ser hijo de Dios» significa parecerse a él en el modo de obrar (cf. 5,9). Los discípulos tienen por distintivo el amor universal, no pueden conformarse al uso de la sociedad (recaudadores, paganos), que discrimina entre amigos y enemigos. v. 48: Por consiguiente, sed buenos del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo. Con esta frase Jesús descalifica la «perfección» propuesta por los letrados, que consistía en la observancia de la Ley Lo que hace al hombre perfecto (bueno del todo) y semejante al Padre es el amor que no conoce excepciones.

II Si la violencia debe tener un límite y el cristiano tiene que acabar con ella, hay algo que no debe tener límites: el amor. Si en el libro del Levítico (19,18) estaba mandado amar al prójimo, y los judíos pertenecientes a la secta de los esenios mantenían que había que odiar al enemigo (cf Sal 139,19-22), Jesús acaba con esta distinción, proponiendo amar, llegado el caso, hasta lo inimaginable, hasta al enemigo. Jesús llega a incluir dentro del concepto de “prójimo” no sólo “al que está cerca de mí”, sino también “a aquél a quien yo me acerco”, como queda manifiesto en la parábola del samaritano, donde este hombre se acerca al malherido para curar sus heridas y no tiene dudas en prometer al posadero que pagará todos los cuidados que tenga con el malherido hasta que esté restablecido del todo. El discípulo debe adoptar esta actitud de amor sin fronteras, siguiendo el modelo de Dios que manda luz, calor, agua y vida a todos por igual, a malos y buenos, a justos e injustos. Los cristianos tienen que practicar este amor universal, aunque con frecuencia no sean correspondidos. A la hora de amar, deben estar dispuestos a no hacer distinciones entre amigos y enemigos. Solamente de este modo llegarán a ser hijos de Dios, esto es, de su misma naturaleza, o lo que es igual, todo amor que se ofrece al otro para darle vida.

Miércoles 15 de junio EVANGELIO Mateo 6, 1-6. 16-18

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6 1Cuidado con hacer vuestras obras de piedad delante de la gente para llamar la atención: si no, os quedáis sin recompensa de vuestro Padre del cielo. 2 Por tanto, cuando des limosna no lo anuncies a toque de trompeta como hacen los hipócritas en las sinagogas y en la calle para que la gente los alabe. Ya han recibido su recompensa, os lo aseguro. 3Tú, en cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, 4para que tu limosna quede escondida; y tu Padre, que ve lo escondido, te recompensará. 5 Cuando recéis, no hagáis como las hipócritas, que son amigos de rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas para exhibirse ante a ente. Ya han recibido su recompensa, os lo aseguro. 6Tú, en cambio, cuando quieras rezar, métete en tu cuarto, echa la llave a tu puerta y rézale a tu Padre que está en lo escondido; y tu Padre, que ve lo escondido, te recompensará. 16

Cuando ayunéis, no os pongáis cariacontecidos, como los hipócritas, que se afean la cara para ostentar ante la gente que ayunan. Ya han recibido su recompensa, os lo aseguro. 17Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, 18para no ostentar tu ayuno ante la gente, sino ante tu Padre que está en lo escondido; y tu Padre, que ve lo escondido, te recompensará.

COMENTARIOS I v. 1. Enuncia Jesús el principio general: las obras de piedad no deben practicarse para ganar prestigio ante los hombres y, con ello, adquirir una posición de poder o privilegio. Quienes así obran se privan de la comunicación divina, cesa la relación de hijo-Padre con Dios. Como en 5,12, «la recompensa» consiste en el ejercicio del reinado de Dios sobre los hombres. «Obras de piedad»: dikaiosynê denota en el contexto la fidelidad del hombre a Dios (cf. 3,15; 5,20), expresada según la norma farisea, en las prácticas de piedad: limosna, oración, ayuno. vv. 2-4. Primera obra de piedad, la limosna. «Hipócrita» es el que finge ejecutando una acción que no corresponde a su actitud interior. La limosna practicada para obtener buena fama entre los hombres obtiene un premio humano, la fama misma. La limosna no debe tener publicidad alguna, sino quedar «en lo escondido», en la esfera del Padre. Su recompensa es la comunicación personal del Padre. Excluye Jesús todo interés torcido en la ayuda al prójimo (5,7.8), según corresponde a «los limpios de corazón». Su premio será la experiencia de Dios en la propia vida (5,8). vv. 5-6. Segunda obra de piedad, la oración. La oración de los «hipócritas» pretendía también exhibir ante los hombres su piedad personal, con la misma finalidad que la limosna pública. Tal oración es inútil, pues no obtiene la comunicación divina («ya han recibido su recompensa»). Esa oración se realiza en lo más profundo del hombre, donde no llega la mirada de los demás. «Tu cuarto», el más retirado de la casa, y «tu puerta» («echa la llave a tu puerta») son metáforas para designar lo profundo de la interioridad. «El Padre que está en lo escondido» está en paralelo con «vuestro Padre que está en los cielos» (6,1). «El cielo» designa, pues, la esfera divina indicando su trascendencia e invisibilidad; «lo escondido» subraya solamente su invisibilidad. La oración que se hace en lo profundo obtiene el contacto con el Padre. La palabrería en la oración indica falta de fe. El hecho de que el Padre sepa lo que necesita el que ora, muestra que la oración dispone al hombre para recibir los dones que Dios quiere concederle.

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vv. 16-18. Tercera obra de piedad farisea: el ayuno. Como en los dos apartados anteriores (6 24 5-6) opone aquí Jesús el ayuno sincero a la conducta de dan a entender que por los hombres. El ayuno ha de hacerse en secreto, sirve para expresar ante el Padre un a actitud íntima Por ser privación de alimento, fuente de vida es símbolo de solidaridad con el dolor de la muerte y expresa su tristeza. Esta tiene que ser interior, no afectada como la de «los hipócritas».

II En el evangelio de hoy Jesús, como buen pedagogo y observador de la vida, desenmascara el modo de obrar que tienen los fariseos y recomienda a sus discípulos cómo tienen que hacer las obras de piedad: la limosna, la oración y el ayuno. Ninguna de éstas debe hacerse para llamar la atención de la gente, para ser vistos, ganar prestigio y adquirir una posición de poder y privilegio ante los demás. Jesús recomienda hacer limosna sin aspavientos, hasta el punto de que “que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha”, pues la limosna que se hace con ostentación ofende al pobre y busca el reconocimiento y el prestigio social. Quien así actúa es un hipócrita, un farsante que, más que hacer el bien, pretende alimentar su vanagloria y conseguir el reconocimiento de los demás para consolidar su posición de privilegio ante ellos. Igualmente, Jesús recomienda evitar la oración ostentosa de los fariseos (de pie en la sinagoga o en las esquinas, para exhibirse en público), pues la oración no es un acto de exhibición, sino un encuentro personal con Dios que debe hacerse desde lo profundo de uno mismo. De no ser así, la oración no consigue su objetivo. El tercer ejemplo explica cómo el ayuno que agrada a Dios no es aquel que se hace con ostentación, sino el que se practica como símbolo de solidaridad con el dolor y el sufrimiento humano, que no tiene necesidad de alharacas y que renuncia, por tanto, a cualquier tipo de vanagloria. Quien actúa así, Dios, nuestro padre, que ve en lo escondido, se lo recompensará, pues si algo queda claro por este evangelio es que “el bien no hace ruido y el ruido no hace bien”. ¿Estamos convencidos de esto?

Jueves 16 de junio EVANGELIO Mateo 6, 7-15 7

Pero, cuando recéis, no seáis palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán más caso. 8No seáis como ellos, que vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis. 9Vosotros rezad así: Padre nuestro del cielo, proclámese ese nombre tuyo, 10 llegue tu reinado, realícese en la tierra tu designio del cielo; 11 nuestro pan del mañana dánoslo hoy 12 y perdónanos nuestras deudas, que también nosotros perdonamos a nuestros deudores;

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y no nos dejes ceder a la tentación, sino líbranos del Malo.

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Pues si perdonáis sus culpas a los demás, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. 15Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.

COMENTARIOS I v. 9. Propone Jesús el modelo de petición: «Padre nuestro»: nueva relación de los discípulos con Dios, que no es solamente individual, sino comunitaria. Son los hijos, o los ciudadanos del reino, los que se dirigen al Padre, que es su rey. La mención de este Padre eclipsa la de todo padre humano, él es el único que merece ese nombre. La conducta de este Padre es la que guía la de los discípulos (5,48). «Padre» es el nombre de Dios en la comunidad cristiana, el único que aparece en esta oración. Pronunciarlo supone el compromiso de portarse como hijos, reconocerlo por modelo, como fuente de vida y de amor. El término «Padre» se aplicaba a Dios en el AT (Jr 3,19; cf. Ex 4,22; Dt 14,1; Os 11,1), pero su sentido era muy diferente, pues el «padre» en la cultura judía era ante todo una figura autoritaria. La expresión «que estás en los cielos» («del cielo») no separa al Padre de los discípulos; indica solamente la trascendencia y la invisibilidad de Dios. El Padre nuestro se divide en dos partes (6,9-10.11-13). La primera tiene como centro al Padre (tu nombre, tu reinado, tu designio); la segunda, a la comunidad (nuestro, dánoslo, etc.). En la primera parte la comunidad pide por la extensión del reino a la humanidad entera. En la segunda lo hace por sí misma. v. 9b. «Proclámese ese nombre tuyo». «El nombre» es un semitismo que designa a la persona en cuanto es designable, es decir, según un aspecto que la caracteriza; supone, por tanto, la manifestación, que, en el caso de Dios, se realiza por su actividad en la historia. Así, en este contexto designa a Dios que obra como Padre, según su calidad expresada en la invocación. «Santificar» es un semitismo; en 1 Pe 3,15 se usa este verbo en el sentido de «reconocer» («en vuestro corazón, reconoced al Mesías como Señor ) y el mismo tiene en este pasaje «Reconocer» corresponde a la manifestación indicada por «el nombre» El uso de agiazô añade, sin embargo al reconocimiento el sentido de la trascendencia implicado en la raíz "santo" Es el reconocimiento de una realidad excelente y distinta Para expresar de algún modo este matiz puede utilizarse el verbo «proclamar» que incluye la idea de exaltación De hecho, esta frase es paralela de 5,16 «glorifiquen» [los hombres] a vuestro Padre del cielo)" a través de las obras de los discípulos que realizan la acción del Padre en la historia La comunidad pide, por tanto, que la humanidad reconozca a Dios como Padre; por el paralelo con 5,16, sin embargo, es ella la que tiene que obtener, con su actividad, ese reconocimiento. La petición supone, por tanto, el compromiso de la comunidad a realizar las «buenas obras» (5,16; cf. 5,7-9) y pide la eficacia de su actividad en el mundo. No se encierra en sí misma. La experiencia de Dios como Padre de que ella goza, quiere que se extienda a todos los hombres. Antes que pensar en sí misma, la comunidad se preocupa por la humanidad que la rodea. v. 10a. «Llegue tu reinado». El contenido de esta petición formula lo mismo de manera diversa. El reinado de Dios, del que ya tiene experiencia (5,3.10), debe extenderse a todo hombre.

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Dado que la puerta del reino es la primera bienaventuranza, la comunidad pide la aceptación del mensaje de Jesús, que funda el reinado de Dios. Al mismo tiempo, ella es la que, con su modo de vida, hace presente en el mundo ese mensaje (5,12: profetas). Implícitamente pide su fidelidad al mensaje de las bienaventuranzas y a la práctica de la actividad que requiere, por la que se va creando la nueva sociedad y va dando ocasión a la liberación de los hombres. v. 10b. «Realícese en la tierra tu designio del cielo». El gr. thelêma manifiesta una voluntad concreta que puede referirse al individuo o a la historia. La frase formula nuevamente la anterior («llegue tu reinado»; por eso se omite en Lc 11,2); significa, por tanto, el cumplimiento del designio histórico de Dios sobre la humanidad, anunciado en 5,18. El término «designio» incluye dos momentos, la decisión y la ejecución, a los que corresponden las especificaciones «en el cielo, en la tierra». La decisión está tomada en el cielo (Dios), pero tiene que ejecutarse en la tierra. La frase significa, pues, «realícese en la tierra el designio que tú has decidido en el cielo». La preposición «como» del original indica el deseo de que ese designio se realice exactamente como está decidido. La comunidad vuelve a pedir por el mundo; su primera preocupación es la misión que Jesús le confía. Las tres primeras peticiones tienen igual contenido. La experiencia de vida impulsa a desear que esa vida se extienda. Sólo después pasa el grupo cristiano a preocuparse de sí mismo. v. 11. «Pan del mañana» o «venidero»: griego epiousion, que, según Orígenes, no se encontraba en la literatura ni en la lengua hablada; lo consideraba acuciado por los evangelistas para traducir un texto arameo. San Jerónimo, por su parte, dudaba de su significado y lo tradujo en latín de manera diferente en Mt 6,11 (supersubstantialem) y en Lc 11,3 (quotidianum), sin apoyo alguno en la realidad lingüística del tiempo. El mismo afirma, sin embargo, haber encontrado en el evangelio de los Hebreos (en arameo), como traducción de epiousion, manar = «del mañana», «futuro». De hecho, la forma femenina (té epiousé) se usaba en griego para indicar el día siguiente, «mañana». Por otra parte, Jesús recomienda a sus discípulos abandonar toda preocupación por el alimento necesario (6,25.31-32) y les pide que no se preocupen tampoco por el mañana (6,34). Epiousion ha de denotar, por tanto, un futuro diferente del simple «mañana». En la traducción egipcia bohairica y en el uso litúrgico de la Iglesia copta, lo mismo en copto que en árabe, se conserva hasta hoy la traducción «nuestro pan del mañana». La interpretación puede considerarse, por tanto, como segura. «Pan», semitismo por «alimento» (cf. Gn 18,5-8). «El pan del mañana» o «venidero» alude al banquete mesiánico en la etapa final del reino (8,11), cuya etapa histórica se realiza en el grupo de discípulos («nuestro pan»). Se pide, por tanto, que la unión y alegría propias de la comunidad final sean un hecho en la comunidad presente. Jesús mismo describió su presencia con los discípulos como un banquete de bodas, oponiéndose a la tristeza del ayuno practicado por los discípulos de Juan y los fariseos (9,14-15). La unión simbolizada por el banquete es la amistad (cf. 9,15: «los amigos del novio»). Este es el vínculo que une a los miembros de la comunidad, y que se expresará en la eucaristía. v. 12. Única petición que incluye una exigencia para la comunidad. La partícula griega hôs indica motivo («que/ya que») más que comparación («como») El perdón del Padre está condicionado al perdón mutuo, expresión del amor. Quien se cierra al amor de los otros se cierra al amor de Dios que se manifiesta en el perdón. En este pasaje y en 5,14s Mt no emplea el término «pecados», sino «deudas» o «fallos», porque en el evangelio, «los pecados» representan el pasado que queda borrado con la adhesión a Jesús (cf. 9,6). La división en la comunidad impide la presencia en ella del amor del Padre. Se pide, pues, la manifestación continua de ese amor,

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aduciendo por motivo la práctica del amor que se traduce en el perdón mutuo «Los deudores» incluyen a los enemigos y perseguidores (5,43ss). La comunidad pretende vivir la perfección a que Jesús la exhortaba (5,48). v. 13. «No nos dejes ceder a la tentación», lit. «no nos hagas entrar/no nos introduzcas»... El arameo no distingue entre las formas «hacer» y «dejar hacer». El sentido permisivo está exigido por el paralelo con la frase siguiente (omitida por Lc 11,4). El sentido es: «haz que no entremos (cedamos/caigamos) en tentación» o, de modo más castellano, «no nos dejes ceder a la tentación» (cf. 26,41). «Tentación» no lleva artículo en el original. No se trata, por tanto, de una tentación única y determinada. El término remite a las tentaciones de Jesús en el desierto, único lugar donde en Mt ha aparecido antes este tema. Allí, «el diablo» o «Satanás» era llamado «el tentador»; aquí, «el Malo» (cf. 5,37); la tentación es su obra. La relación con la escena del desierto aclara el sentido de «tentación» en este pasaje' se refiere a las mismas que experimentó Jesús. Aquéllas pretendían desviar su mesianismo e impedir la liberación del hombre; Jesús, sin embargo, respondió a cada una de ellas con un texto sin carácter mesiánico, aplicable a todo hombre. El Mesías es «el Hombre», como quedó expresado en la escena del bautismo (3,16). La comunidad puede experimentar en su misión, que continúa la de Jesús, las mismas tentaciones que éste: la del ateísmo práctico, usando de sus dones para propio beneficio, sin atender al plan de Dios (4,3); la del providencialismo que hace caer en la irresponsabilidad (4,6) y, sobre todo, la de la gloria y el poder (4,8s). Ceder a esta última equivaldría a prestar homenaje a Satanás (4,9) renunciando a la misión liberadora. La tentación del 'brillo y del poder se opone frontalmente a la primera y última bienaventuranzas. Es la opción por la pobreza y, con ella, la renuncia al brillo y al poder, la que hace inmunes a la tentación. El Malo es la personificación del poder mundano, que excita la ambición. Que el Padre no permita que la comunidad ceda a sus halagos es la petición final del Padrenuestro. Lo contrario seria la ruina de la comunidad de Jesús. vv. 14-15. Insiste Jesús en la necesidad del perdón. La unión en la comunidad es condición esencial de su existencia, pues sólo ella asegura la experiencia del amor del Padre. No es que Dios se niegue a perdonar; es el hombre que no perdona quien se hace incapaz de recibir el amor.

II Pero, cuando recen, no sean palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán más caso. 8No sean como ellos, que el Padre de ustedes sabe lo que les hace falta antes de que se lo pidan. 9Ustedes recen así: Padre nuestro del cielo, proclámese ese nombre tuyo, 10llegue tu reinado, realícese en la tierra tu designio del cielo; 11nuestro pan del mañana dánoslo hoy 12y perdónanos nuestras deudas, que también nosotros perdonamos a nuestros deudores; 13y no nos dejes ceder a la tentación, sino líbranos del Malo. 14Pues si perdonan sus culpas a los demás, también su Padre del cielo les perdonará a ustedes. 15Pero si no perdonan a los demás, tampoco su Padre perdonará las culpas de ustedes. Pocos textos del evangelio han sido tan mal traducidos como el del Padrenuestro que rezamos a diario. Pero el sentido de esta oración es muy distinto, si nos atenemos a la traducción

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propuesta más arriba, pues le pedimos al Padre del cielo que se entere toda la gente del nuevo nombre de Dios, a quien Jesús nos invita a llamar como “Padre”. En lugar de desear que venga su reino, le pedimos que reine sobre nosotros; no queremos que se cumpla su voluntad con relación a cada acto de nuestra vida, sino que su designio de salvación sobre el mundo se haga realidad; no solicitamos que nos dé el pan de cada día, sino que adelante el pan del mañana –el banquete anunciado para los último tiempos- al día de hoy; continuamos pidiéndole que cancele lo mucho que le debemos, cuando vea que nosotros cancelamos las deudas que tienen los demás hacia nosotros. Por último, le rogamos que no nos deje caer en la (triple) tentación -del poder, del prestigio y del dinero-, librándonos del malo, imagen de Satanás que no quiere un mundo de hermanos en el que todos puedan llamar al Dios del cielo “Padre nuestro”. ¡Qué pena que haya sido tan mal traducida la oración cristiana por excelencia!

Viernes 17 de junio EVANGELIO Mateo 6, 19-23 19

Dejaos de amontonar riquezas en la tierra, donde la polilla y la carcoma las echan a perder, donde los ladrones abren boquetes y roban. 20En cambio, amontonaos riquezas en el cielo, donde ni polilla ni carcoma las echan a perder, donde los ladrones no abren boquetes ni roban. 21 Porque donde tengas tu riqueza tendrás el corazón. 22 La esplendidez da el valor a la persona. Si eres desprendido, toda tu persona vale; 23en cambio, si eres tacaño, toda tu persona es miserable. Y si por valer tienes sólo miseria. ¡qué miseria tan grande!

COMENTARIOS I vv. 19-21: Dejaos de amontonar riquezas en la tierra, donde la polilla y la carcoma las echan a perder, donde los ladrones abren boquetes y roban. 20En cambio, amontonaos riquezas en el cielo, donde ni polilla ni carcoma las echan a perder, donde los ladrones no abren boquetes ni roban. 21Porque donde tengas tu riqueza tendrás el corazón. Comienza la explicación del contenido de la primera bienaventuranza, que se extiende hasta el final del capítulo (6,34). En esta primera perícopa precisa Jesús que la pobreza propia del reino consiste en la renuncia efectiva a la riqueza. La riqueza «en el cielo» es Dios mismo (cf. 19,21). Acumulación de dinero y reino de Dios son incompatibles, pues el que acumula dinero está necesariamente apegado a él. El hombre se define por los valores que estima y las seguridades que busca; ellos orientan su vida y marcan su personalidad. v.v. 22-23: La esplendidez da el valor a la persona. Si eres desprendido, toda tu persona vale; 23en cambio, si eres tacaño, toda tu persona es miserable. Y si por valer tienes sólo miseria. ¡qué miseria tan grande! Para traducir esta perícopa hay que interpretar los modismos semíticos que contiene. El primero y más evidente es «el ojo perverso», que en hebreo significa la envidia (cf. 20,15), o la tacañería (Dt 15,9; Eclo 14,10). Se le opone «el ojo simple» o «generoso» (Prov. 11,25 LXX; 2 Cor 8,2), es decir, «la generosidad, el desprendimiento». La oposición entre «tacaño» y «desprendido»

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muestra que la perícopa se refiere al dinero, según el tema general de la sección (6,19-34). «Lámpara», reasumido más adelante por «luminoso», indica el valor positivo que la generosidad comunica al hombre (cuerpo persona). El castellano, como el hebreo, asimilan la generosidad a la luminosidad: «espléndido», «esplendidez». La esplendidez (= el ojo en su función positiva) da valor (= luz, lámpara) a la persona (cuerpo). En contexto de tacañería, el antivalor (= tinieblas) se expresa por «miseria». Lo opuesto a acumular riquezas (vv. 19-21) es compartir lo que se tiene, obra de la generosidad o esplendidez. El apego al dinero hace del hombre un miserable; es precisamente el despego que se traduce en el don, el que da valor a la persona. Jesús pone el valor de la persona en el desprendimiento, que manifiesta el amor, su falta de valor en la tacañería, que se cierra al amor. La generosidad es condición para la ayuda a los demás y para el cumplimiento de la pobreza a la que Jesús llama.

II Este texto viene a explicar la primera bienaventuranza, que hemos traducido como “dichosos los que eligen ser pobres”. Esta bienaventuranza es una invitación a no amontonar riquezas en la tierra, pues la acumulación de riquezas hace que, mientras unos tienen para comer y hartarse, otros no tengan nada que llevarse a la boca. Y esto contradice el designio de Dios sobre la humanidad. Porque donde Dios reina, no puede reinar el dinero, el otro dios de la inmensa mayoría de la gente, que no adora al Dios de Jesús, Padre, que hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos, aunque nosotros no lo entendamos. Por eso el evangelio invita a ser espléndido, imagen que en nuestra cultura es símbolo de la generosidad, único camino para acabar con tanta injusticia como existe en nuestro mundo. El desprendimiento efectivo de los bienes es el camino que nos llevará a la comunión de bienes, al compartir lo que somos y tenemos con aquellos que tienen menos o no tienen acceso ni siquiera a lo necesario para sobrevivir. En un mundo en el que lo legal puede ser injusto, hay que vencer con generosidad la injusticia del mundo. Y este camino es el que debe transitar el cristiano: “hacerse pobre para que no haya pobres”. No es extraño que Jesús diese esta inusitada recomendación a los ricos que encontró en su camino: “Ve, vende lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme”… Pero tampoco extraña que quienes adoran más al dinero que a Dios, no estén dispuestos a seguir este camino de pobreza voluntaria para luchar contra la pobreza colectiva. Y nosotros ¿por qué camino transitamos?

Sábado 18 de junio EVANGELIO Mateo 6, 24-34 24

Nadie puede estar al servicio de dos señores, porque aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero. 25 Por eso os digo: No andéis preocupados por la vida pensando qué vais a comer o a beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? 26Fijaos en los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan; y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellos? 27y ¿quién de vosotros, a fuerza de preocuparse, podrá añadir una hora sola al tiempo de su vida?

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Y ¿por qué andáis preocupados por el vestido? Daos cuenta de cómo crecen los lirios del campo, y no trabajan ni hilan. 29y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como cualquiera de ellos. 30Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, la viste Dios así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? 31 Conque no andéis preocupados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. 32Son los paganos quienes ponen su afán en esas cosas. Ya sabe vuestro padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. 33Buscad primero que reine su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. 34 Total, que no andéis preocupados por el mañana, porque el mañana se preocupará de si mismo. A cada día le basta su dificultad.

COMENTARIOS I v. 24. Jesús penetra hasta el fondo de las antítesis expuestas antes (acumular/no acumular riqueza; generosidad/tacañería). Está en juego la fidelidad a Dios o la idolatría. Aunque el hombre pretenda concordar su fidelidad a Dios con el apego al dinero, esto no es más que apariencia. Su verdadero dueño es el dinero (mammona = la riqueza, el lucro). La opción por Dios y contra el dinero está expresada en la primera bienaventuranza. vv. 25-34. Las tres perícopas anteriores explicaban el sentido de la pobreza evangélica (19-21.24) o la condición para poder practicarla (22s). En ésta se explica la segunda parte de la primera bienaventuranza, cómo se manifiesta el reinado de Dios sobre los que hacen esa opción. La opción por la pobreza no conduce a la miseria; produce, en cambio, la felicidad («dichosos») porque el reinado de Dios se ejerce sobre ellos. La figura de Dios-rey se explicita en la de DiosPadre. Comienza la perícopa enunciando el principio general: el discípulo que ha renunciado a todo no está obsesionado por lo material. De los dones que ha recibido de Dios, la vida, a cuyo servicio está el alimento, vale más que éste, y el cuerpo más que el vestido que lo protege. El Padre, que ha dado lo más, dará también lo menos. A los que han renunciado a la riqueza para ser fieles al único Dios, Jesús los exhorta a tener confianza en la eficacia del amor del Padre. Pone ante los ojos de los discípulos dos testimonios de la generosidad del Padre con sus criaturas y construye un argumento a fortiori: Si el Padre se ocupa tan eficazmente de seres que valen mucho menos que el hombre, cuánto más se ocupará de los que han renunciado a toda otra seguridad. «Una hora sola al tiempo de su vida» (27), lit. «un codo solo a su edad». El hebreo expresaba frecuentemente la duración temporal en términos de longitud (cf. Sal 36,9). La interpretación de hélikia como «estatura» es incongruente, pues añadir un codo a la propia estatura sería algo extraordinario, mientras el contexto y Lc 12,26 interpretan la añadidura como algo insignificante. Después de las dos comparaciones vuelve Jesús al tema inicial. Hacer de lo material la máxima preocupación de la vida es propio de los paganos que no conocen al verdadero Dios (3133). Si el Padre sabe lo que necesitan los suyos, su amor se lo procurará. La primera preocupación de los discípulos debe ser que sea realidad la justicia del reino. «Que reine su justicia», lit. «el reinado y su justicia (la del Padre)». En la traducción se pueden conectar los términos «reinado» y «justicia» considerándolos como hendíadis. Dikaiosyne puede significar aquí la relación entre los hombres según la voluntad de Dios expresada por Jesús, las

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justas relaciones humanas, o bien la relación de los discípulos con el Padre según el programa expuesto por Jesús (las bienaventuranzas), es decir, la fidelidad a Dios. En uno y otro caso el reinado se hace realidad, porque una y otra son inseparables: la fidelidad a Dios se muestra en la fidelidad al hombre, en la labor de la comunidad en el mundo. Jesús, que ha quitado a los discípulos la preocupación por el objetivo inmediato, la subsistencia (6,25-32), les recuerda el objetivo primario de la existencia del grupo, el trabajo por la paz (5,9), la extensión del reinado de Dios (primera parte del Padrenuestro), que se verifica en la nueva relación humana. Cuando la comunidad trabaja así (5,9), no tiene que preocuparse por su vida material; de ésta se ocupa el Padre. Termina la perícopa con un dicho-resumen con el que Jesús expresa la liberación del agobio. Hay que vivir en el presente, sin agobios por el mañana (cf. v. 27). El mañana se preocupará de sí mismo, no faltará en él la solicitud del Padre. Basta al discípulo enfrentarse con la dificultad día por día, y experimentar en ella la eficacia de su amor.

II Jesús no está en contra del dinero, necesario para vivir, sino contra la acumulación de dinero en la medida en que la acumulación indebida impide el desarrollo humano de otros. Esto es lo malo. Y, por eso, Jesús invita a observar el comportamiento de los pájaros del cielo y de los lirios del campo. De los primeros dice que “ni siembran, ni siegan, ni almacenan”, esto es, están preocupados por el día a día, pero no se agobian acumulando para el mañana –que es lo que hace la mayor parte de la gente de nuestro mundo, buscando la seguridad para el futuro en la acumulación de bienes terrenales; los segundos no trabajan ni hilan, esto es, no se preocupan por tener más vestidos, contentándose con el que ya tienen. Sin embargo, ni los pájaros del cielo, ni los lirios del campo están inactivos, pues los unos son animales inquietos, que se mueven constantemente de un lado para otro en busca de comida, y los otros están bien enraizados en la tierra para extraerle su jugo. Ambos están preocupados por el hoy, pero no agobiados con el mañana, que aún no ha llegado. Jesús no invita a que nos descuidemos de buscar el sustento, sino a que no nos agobiemos acumulando para un mañana que no depende de nosotros. Y, sobre todo, nos llama a centrar nuestra atención en la búsqueda del reino de Dios y su justicia, o lo que es igual, de la justicia del reino. Dicho de otro modo, el cristiano debe preocuparse principalmente por hacer que Dios reine en el mundo, haciendo renacer una sociedad, basada en la creación de vínculos de amor, justicia y solidaridad entre los hombres y no en el amor al dinero; esto es lo principal. Y nosotros ¿de qué nos ocupamos?

Domingo 19 de junio DECIMOSEGUNDO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO Primera lectura: Jeremías 20, 10-13 Salmo responsorial: 68, 8-10. 14-17. 33-35 Segunda lectura: Romanos 5, 12-15 EVANGELIO Mateo 10, 26-33

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Conque no les cojáis miedo, porque nada hay cubierto que no deba descubrirse ni nada escondido que no deba saberse; 27lo que os digo de noche, decidlo en pleno día, y lo que escucháis al oído, pregonadlo desde la azotea. 28 Tampoco tengáis miedo de los que matan el cuerpo pero no pueden matar la vida; temed si acaso al que puede acabar con vida y cuerpo en el fuego. 29 ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo caerá al suelo sin que lo sepa vuestro Padre. 30Pues, de vosotros, hasta los pelos de la cabeza están contados. 31Conque no tengáis miedo, que vosotros valéis más que todos los gorriones juntos. 32En conclusión: Por todo el que se pronuncie por mí ante los hombres, me pronunciaré también yo ante mi Padre del cielo, 33pero al que me niegue ante los hombres, lo negaré yo a mi vez ante mi Padre del cielo.

COMENTARIOS I UN EVANGELIO «MODERADITO» El mundo en el que vivimos es el menos moderado que existir pudiera. ¿Se puede decir que es moderado un mundo que se gasta la mayor parte de sus recursos en preparar su destrucción? ¿O son moderadas las sociedades que consumen más de lo que necesitan y tiran lo mucho que les sobra mientras otros grupos humanos rabian de hambre? Y los títeres del imperialismo, a quienes no les importa eliminar o hacer desaparecer a las personas o a los pueblos demasiado radicales, ¿serán ellos los moderados? Pero estas cosas no se pueden decir. Son cosas que suenan a radicales; y entre gente civilizada el radicalismo es, por lo menos, de mal gusto. En eso sí hay que ser moderados. ¿Hasta para anunciar el evangelio? LA ÚLTIMA BIENAVENTURANZA «Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad, porque ésos tienen a Dios por Rey» (Mt 5,10).

Jesús promete la felicidad a sus discípulos, a todos aquellos que se decidan a poner en práctica su mensaje. Pero Jesús no oculta nunca que felicidad no significa ausencia de problemas. En medio de una sociedad claramente egoísta, organizada en beneficio de los menos y a costa de los más, el simple intento de realizar las propuestas del mensaje de Jesús, la sola pretensión de vivir como hermanos, provocará la oposición de los que disfrutan de privilegios y acarreará todo tipo de acusaciones, de amenazas, de conflictos, de persecuciones a quienes tengan esa osadía, ese atrevimiento. «Mirad que yo os mando como ovejas entre lobos...» (Mt 10,6).

Jesús no esconde la incomodidad de estos conflictos. Acaba de decir a sus discípulos que los envía «como ovejas en medio de lobos» y que recibirán ataques de todos los lados: de los tribunales civiles y religiosos, de reyes y gobernadores: «Os llevarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os conducirán ante gobernadores y reyes por mi causa» (10, 17-18). Son las instituciones que manejan el poder de este mundo las que se van a oponer a que este mundo cambie, a que este mundo se arregle. Incluso la familia, cuando en ella se instale la ideología del poder: «Un hermano entregará a su hermano a la muerte y un padre a su hijo; los hijos denunciarán a sus padres y los harán morir. Todos os odiarán por causa mía...» (10,21-22). No. No faltarán los conflictos, como no le faltaron al mismo Jesús. PERDER EL MIEDO...

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Pero en medio de esas persecuciones Jesús no va a dejar solos a los suyos. Ni tampoco el Padre, que estará ejerciendo su función de buen rey para con ellos y, en medio de esos conflictos, mantendrá su promesa de felicidad para los que hayan tomado la decisión de seguir a Jesús. Porque si para Dios son importantes todas las criaturas del mundo, hasta los pájaros más pequeños (Mt 6,26), ¡cuánto más lo serán los que intentan vivir como hijos suyos, explicando a los demás cómo es el Padre y cómo los que quieran ser sus hijos pueden vivir como hermanos! Y estando defendidos por el Padre, por el autor y dueño de la vida, ¿qué miedo van a dar los señores de la muerte? Además, aquel que dé la cara por Jesús y se juegue la vida por difundir su mensaje puede estar seguro de que Jesús dará la cara por él cuando lo necesite. Hay que perder el miedo. No porque seamos más valientes que nadie, sino porque sabemos con qué aliados contamos. ... Y NO LA VOZ «Conque no les cojáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no deba descubrirse ni nada escondido que no deja saberse; lo que os digo en la noche, decidlo en pleno día, y lo que escucháis al oído, pregonadlo desde la azotea».

Es verdad que nunca dice Jesús que la actitud de los suyos deba ser el buscar el choque: «Sed cautos como serpientes y sencillos como palomas» (Mt 10,16b). El conflicto no es bueno, no hace feliz a nadie y siempre que se pueda habrá que evitarlo. Pero sin abandonar la tarea que tenemos encomendada. Porque el peligro en el que podríamos caer, quizá con la intención de evitar los conflictos, es el de perder la voz: callarnos todo lo que tenemos que decir para no molestar o, lo que sería mucho peor, limar las asperezas del mensaje de Jesús para tener contentos a todos. Eso sería ocultar y mantener en secreto lo que debe ser proclamado desde las azoteas, a la luz del día. NI MIEDO NI INCONSCIENCIA

Resumiendo: el compromiso cristiano supone determinados riesgos. Decir a los ricos que Dios no está de su parte, a los poderosos que su poder ni viene de Dios ni les pertenece a ellos, a los jerarcas religiosos que «sólo a Dios el honor y la gloria», y que su función sólo tiene sentido si es de hecho un servicio a los pobres, los preferidos de Dios, y no les da derecho a ningún tipo de privilegios..; decir que todos los hombres somos iguales y que Dios quiere que eso sea una realidad de hecho...; decir que la única riqueza justa es aquella que se reparte y se comparte...; decir que Dios no está con los que hacen, preparan o negocian con la guerra, sino con los que trabajan por la paz...; decir todo eso puede traernos conflictos, incomodidades, persecuciones. Vendrán. No hay que buscarlos, no hay que ser inconscientes. Pero tampoco callarse por miedo.

II vv. 26-28: Conque no les cojáis miedo, porque nada hay cubierto que no deba descubrirse ni nada escondido que no deba saberse; 27lo que os digo de noche, decidlo en pleno día, y lo que escucháis al oído, pregonadlo desde la azotea.28Tampoco tengáis miedo de los que matan el cuerpo pero no pueden matar la vida; temed si acaso al que puede acabar con vida y cuerpo en el fuego. Instrucción sobre el temor, que desarrolla la última bienaventuranza (5,10). Ante la amenaza que supone la sociedad, no hay que amedrentarse. El mensaje no puede ocultarse, y proclamarlo es la labor de los discípulos. No les recomienda Jesús que se enfrenten con los perseguidores, pero si que no cesen por ningún motivo de propagar el mensaje. Lo que un tiempo ha estado escondido, tiene que llegar a saberse en todas partes. No hay motivo para vivir en el miedo, pues los hombres pueden suprimir la vida física (el cuerpo), pero no la persona (psykhê = el yo vivo, consciente y libre). Jesús vuelve a insistir en que la muerte no es una derrota (28; cf. 10,22).

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En caso de que hubiese que temer a alguien, ese temor estaría justificado sólo respecto a Dios Creador, el único que podría destruir al hombre. vv. 29-31: ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo caerá al suelo sin que lo sepa vuestro Padre. 30Pues, de vosotros, hasta los pelos de la cabeza están contados. 31Conque no tengáis miedo, que vosotros valéis más que todos los gorriones juntos. Pero para los discípulos Dios es Padre (5,9) y Jesús exhorta a la confianza en él; nada de lo que sucede se le esconde, ni siquiera las cosas más mínimas, como la muerte de los pajarillos. Su amor abraza la creación entera. De la vida de los que trabajan con Jesús, la solicitud de su amor («vuestro Padre») hace que no se les escape nada (cabellos); por eso, la confianza en él ha de ser total. Explica Jesús qué significa «tener a Dios por Rey» en medio de la persecución (5,10). v.v. 32-33: En conclusión: Por todo el que se pronuncie por mí ante los hombres, me pronunciaré también yo ante mi Padre del cielo, 33pero al que me niegue ante los hombres, lo negaré yo a mi vez ante mi Padre del cielo. Concluye la exhortación. De la postura que tome el discípulo ante los hombres depende su suerte final. El que, sin miedo, se pronuncia por Jesús es quien resiste hasta el fin y corona su vida con éxito (se salva). Quien se acobarda y niega a Jesús, está abocado a la ruina, acaba en el fracaso. Mt presenta la doble suerte del discípulo en términos de una declaración de Jesús ante el Padre. La fidelidad del discípulo a Jesús en la persecución (5,10.11) es la que lo salva a través de la muerte.

III El evangelio nos ha conservado algunos dichos o refranes con los que Jesús exhortaba a la comunidad de discípulos a no dejarse intimidar por las adversidades. Los discípulos, con frecuencia, veían la amenaza evidente que representaban los grupos armados, pero eran incapaces de descubrir el peligro encubierto en muchas personas e instituciones que alienaban y sometían ideológicamente a las personas. Las comunidades cristianas primitivas tuvieron que afrontar la amenaza que provenía de los ‘actores armados’ en conflicto. De una parte, las autoridades romanas con un despliegue enorme de fuerza militar y policial. De la otra parte, los fanáticos rebeldes dispuestos a eliminar al que no estuviera de acuerdo con ellos. En medio de ‘fuego cruzado’ estaba la comunidad cristiana con una propuesta alternativa de paz y justicia que no coincidía con ninguno de los dos bandos. Para los romanos, la justicia era, en gran medida, la aplicación universal de los principios que sostenían la legislación romana. El sometimiento a las duras condiciones de la ‘paz romana’ obligaba a las poblaciones de las colonias a pagar fuertes tributos, a incorporar en la propia religión el culto a los dioses imperiales y a destinar grandes masas de la población a la esclavitud y al servicio militar obligatorio. La comunidad cristiana luchaba por lugar un espacio para su propuesta en la sociedad: ellos querían una comunidad humana en la que fuera posible la solidaridad, el respeto por el otro, la distribución equitativa de los recursos. Sin embargo, en esta lucha estaban prácticamente solos. Los grupos rebeldes que se presentaban como la gran alternativa contra el imperio estaban regidos por la lógica de la violencia incontrolable, el sometimiento de los disidentes y por la imposición de la ideología del grupo. Estos grupos fanáticos veían a los cristianos como una amenaza para la identidad del grupo, por eso, con frecuencia los convertían en blanco de persecuciones y en ‘chivo expiatorio’ sobre el cual descargar toda su frustración, prepotencia e intolerancia. Pero, Jesús ponía en guardia a toda la comunidad contra la creencia de que la única amenaza estaba representada por las armas de metal, piedra y madera. La amenaza mas grave provenía, con frecuencia, de las ideologías que estos grupos representaban. Tanto la ideología de legitimación del imperio romano como los ideales de venganza de los fanáticos rebeldes escondían todo su veneno. Cada grupo se presentaba como un defensor de la justicia, la paz y la libertad, pero evidentemente

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los hechos contradecían sus grandilocuentes discursos. Cada grupo perseguía sus intereses particulares ignorando los más mínimos principios éticos. El dilema para los cristianos era el de alinearse en uno u otro bando, creyendo que así se alcanzarían los ideales de justicia, paz y libertad que Jesús de Nazaret había propuesto con su ideal del reinado de Dios. Este mismo problema lo afronta Pablo desde el punto de vista de la justificación por la ley. Las comunidades cristianas estaban deslumbradas por la creencia de que el cumplimiento estricto de los preceptos religiosos conducía inevitablemente a la salvación del individuo. Pero, Pablo denuncia esta falsa creencia al denunciar que el mero cumplimiento de la letra de la ley no conduce a la justicia. La ejecución de los deberes del culto, como las ofrendas, los baños rituales, los sacrificios, las peregrinaciones... no garantizan una auténtica experiencia de Dios. La reunión de grandes masas en los templos o en las sinagogas no son sin más expresión de un auténtico encuentro con el hermano. Los favores intercambiados entre parientes, colegas, coterráneos o correligionarios no constituyen genuina solidaridad. Pablo denuncia precisamente la incapacidad de los mecanismos habituales de la religión para brindar a la comunidad humana una auténtica experiencia de fraternidad, esperanza y comunión. Pablo invita a la comunidad a no dejarse engañar por las artimañas del legalismo, el ritualismo y la religión de masas. La justicia que nos une al Dios de la vida es un don para toda la comunidad. La auténtica religión es aquella que nos conduce del hermano hacia Dios, mediante la compasión, la misericordia y la solidaridad. El cristiano que se ha comprometido con la causa del reino puede, entonces, hacer suyas las palabras del profeta Jeremías y clamar: “a ti, Señor, he encomendado mi causa”. Pero no como expresión superflua de triunfalismo religioso ni como pura exaltación individualista de los bienes recibidos, sino como expresión de la única justicia posible: la vida plena del pobre. Porque, la vida plena es manifestación patente de que la lógica de la muerte no ha prevalecido. Si el pobre vive, vive por gracia de Dios y por la opción radical de las comunidades humanas que no se dejan sumir en la lógica legalizada de la barbarie. Por eso el profeta nos invita a alabar al Señor, porque Él ha salvado la vida del pobre. Tanto la violencia, el afán de venganza, el imperialismo como el ritualismo, el legalismo y la alienación son armas ideológicas ocultas que conducen imperceptiblemente a la pequeña comunidad hacia la muerte. Estos son los enemigos que pueden matar no solo el cuerpo, sino también el alma y llevar a la gente a las implacables llamas del fanatismo. Si una comunidad no va a fondo en su conocimiento de la palabra de Jesús, si no descubre los peligros ocultos al interior de ella misma, si no es radical en su opción por la vida, es muy probable que termine creyendo que la paz es la ausencia de guerra y que la justicia es un asunto individual, negando así la gracia y la justicia como bien mayor. Para la revisión de vida ¿Tengo miedo a la cruz? ¿Sufro en mi vida alguna forma de persecución? ¿Temo a la persecución, aunque sea en su forma mínima de “temor al qué dirán”? ¿O, como Jeremías, sigo adelante convencido y sin temor a la cruz? Para la reunión de grupo La cruz, la persecución por el evangelio… forman parte de la existencia cristiana. ¿Qué cruz, qué persecución por el evangelio? ¿Cuándo se puede decir que estamos ante una persecución por el evangelio? ¿Cuáles son sus causas? ¿Qué cruz y qué persecución no tienen que ver con el evangelio? Jeremías es el caso típico de un profeta que tiene que aguantar la persecución de sus contemporáneos, a los que resulta incómoda su predicación profética. Y Jeremías clama a Dios preguntándose por qué se ha metido en ese conflicto que no desea, pero acaba manteniéndose fiel a su misión a pesar de las dificultades. ¿Tiene un paralelismo con Jesús?

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Un famoso slogan decía: «Busca la Verdad; la Cruz ya te la pondrán». Comentar. Para la oración de los fieles Por la Iglesia, para que avance sin temor en medio de las dificultades del mundo y mantenga siempre viva su confianza en el amor del Padre. Oremos. Por todos los cristianos perseguidos a causa de su fe y de su defensa de los pobres, para que no tengan miedo a quienes sólo pueden matar el cuerpo, pero no el alma. Oremos. Por todos los que trabajan por el bien de los demás y la promoción de la paz y la justicia, para que las dificultades e incomprensiones no les hagan perder el ánimo y la constancia en su trabajo. Oremos. Por todos los que tienen miedo a declarar públicamente su fe, para que el Señor les dé su fuerza y su valor. Oremos. Por todos los gobernantes, para que pongan todos su empeño en conseguir la paz, la libertad, la justicia y el bien común. Oremos. Por todos nosotros, para que nuestro compromiso con el prójimo sea cada día más auténtico y decidido. Oremos. Oración comunitaria Señor, te pedimos que camines siempre a nuestro lado para que nunca cedamos ante las dificultades y reveses de la vida, sintamos siempre tu fuerza animándonos y sigamos trabajando con ilusión y alegría, cada día, para construir tu Reino. Por Jesucristo. Oh Dios, misterio del Ser, que has permitido que viniéramos a la existencia tal como somos: cruzadamente corporales y espirituales, limitados en el tiempo y en nuestra capacidad, visitados frecuentemente por el dolor y acosados por el mal en todas sus formas. Queremos asumir adultamente y con coraje esta nuestra forma de ser, sin pensar que tú nos envías el bien y el mal, ni que nos vas a librar de uno u otro a base de que multipliquemos nuestras súplicas… Tú sabes lo que necesitamos, y nosotros sabemos que nuestras oraciones no aumentan un ápice tu amor generoso y total hacia tus hijos e hijas… Te expresamos nuestra decisión de asumir adultamente nuestras responsabilidades ante las limitaciones y los propios problemas que nos rodean. Como Jesús, nuestro modelo

Lunes 20 de junio EVANGELIO Mateo 7, 1-5 7 1No juzguéis y no os juzgarán; 2porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis la usarán con vosotros. 3 ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? 4O ¿cómo vas a decirle a tu hermano: «Deja que te saque la mota del ojo», con esa viga en el tuyo? 5Hipócrita, sácate primero la viga de tu ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano.

COMENTARIOS I

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En esta sección del discurso se trata de criterios que han de tener vigencia en la comunidad y a los que deben ajustarse los que pretendan pertenecer a ella. Comienza con un severo aviso contra los que rompen toda relación con otra persona, basándose en defectos que en ella encuentran. Dios interrumpe su relación con aquel que la interrumpe con su prójimo (cf. 6,14s). Quien practica la crítica implacable pierde toda lucidez. La viga en el propio ojo es la falta de amor con que se juzga a los demás, que impide toda visión objetiva. Sólo con amor se puede ayudar eficazmente. Jesús previene contra la imitación («hipócritas») del espíritu fariseo, que dictaminaba sobre la bondad o maldad de los hombres (cf. 6,2.5.16) según sus criterios legalistas. Nadie puede ayudar al «malo» asumiendo la condición de «bueno».

II Las palabras del evangelio de hoy las podemos entender mejor si pensamos en un hipocondríaca, o sea una persona que se considera enferma sin estarlo. Si esta persona lee un libro de medicina, comienza a sentir todos los síntomas de la enfermedad que le describen; en cambio, si se lee un libro de psicología o psiquiatría comienza a colocarle enfermedades mentales a todos los que le rodean. Lo mismo pasa con nuestra crítica a los demás. Si se trata de descalificar a nuestros colegas, hermanos o hermanas, a nuestros líderes, nuestra lengua corta más que espada de dos filos; pero si se trata de enumerar méritos, nos cubrimos a nosotros mismos de los más altos elogios. El evangelio nos invita a poner fin a esta perversidad y a madurar humanamente en la fe. No podemos, por pura honestidad cristiana, predicar a los demás criterios de vida que nosotros mismos no estamos dispuestos a cumplir. No podemos mirar objetivamente las fallas de los demás, si antes no nos preguntamos si con ello estamos lesionando el principio fundamental del cristianismo, el amor incondicional al prójimo. ¡Que la viga que hay en tu ojo no te impida ver la vida que brota en tu prójimo!

Martes 21 de junio EVANGELIO Mateo 7, 6. 12-14 6

No deis lo sagrado a los perros ni les echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen, y además se vuelvan y os destrocen. 12 En resumen: Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, porque eso significan la Ley y los Profetas. 13 Entrad por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y amplia la calle que llevan a la perdición, y muchos entran por ellas. 14¡Qué angosta es la puerta y qué estrecho el callejón que llevan a la vida! Y pocos dan con ellos.

COMENTARIOS I v. 6: No deis lo sagrado a los perros ni les echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen, y además se vuelvan y os destrocen.

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Prudencia. No hay que comunicarlo todo a los hombres de mala voluntad. Aunque el discípulo no excluya a nadie de su amor (5,38.43-48), no por eso ha de ser ciego a la actitud de los demás. El perro y el cerdo eran animales impuros; podrían representar a los que no son «limpios (puros) de corazón», es decir, a los que por buscar su propio interés cometen la injusticia contra el prójimo. «Lo santo» es lo que pertenece a Dios; «vuestras perlas» designa la misma realidad como patrimonio de los discípulos y destacando su inmenso valor. El mensaje, propuesto a los que por su modo de proceder son enemigos declarados de él, puede provocar reacciones violentas. v. 12: En resumen: Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, porque eso significan la Ley y los Profetas. La Ley y los Profetas (= el AT), considerados antes como profecía del reinado de Dios (5,17), son presentados ahora como código de moralidad. Jesús resume toda la enseñanza moral de esos escritos en el amor que busca el interés del prójimo como el propio. El amor al prójimo requiere iniciativa más allá de la casuística. El principio no puede considerarse exclusivo de la cultura judía; representa una norma de moralidad universal. Jesús no viene a fundar una nueva doctrina moral, sino a infundir el Espíritu (3,11); éste hará que el hombre llegue a una entrega tan total como la suya. La Ley y los Profetas eran profecía del reinado de Dios que va a ser realidad por la obra de Jesús y los suyos (5,17s; cf. 11,13). De ellos se deduce también la norma de moralidad que ha de regir en la nueva sociedad humana (el reinado de Dios) y cuya práctica hará posible Jesús comunicando su Espíritu. vv. 13-14: Entrad por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y amplia la calle que llevan a la perdición, y muchos entran por ellas. 14¡Qué angosta es la puerta y qué estrecho el callejón que llevan a la vida! Y pocos dan con ellos. . Expone Jesús la necesidad de la decisión personal para entrar en el reino (= la vida). No hay que dejarse arrastrar por lo que todos hacen; hay que salirse de la corriente para atinar con la vida. No es difícil entrar por la puerta angosta; sólo que la mayoría de los hombres, deslumbrados por lo más aparente, ni se da cuenta de que existe.

II Cuando aparece en el Nuevo Testamento la expresión “así dice la Ley y los Profetas” debemos entender que se refieren a todo el Antiguo Testamento. La Ley y los Profetas eran, en la época de Jesús, la máxima expresión de la voluntad de Dios. La ley revelada por la tradición mosaica consagraba los preceptos fundamentales de las relaciones interhumanas y regulaba los ritos del culto. Los profetas actualizaban esa voluntad divina y la interpretaban para la situación histórica en la que actuaban. La ley fundamental y la actualización constante interpelaban continuamente la vida de la comunidad creyente y la desafiaban a descubrir la voluntad de Dios en los acontecimientos cotidianos. Una de las máximas fundamentales de esa legislación era la reciprocidad de nuestras conductas. Nosotros no podemos imponer ni esperar algo que nosotros mismos no demos con generosidad. Por eso la máxima “todo lo que ustedes quieran que les hagan, háganlo ustedes con el resto de la humanidad” manifiesta los principios de reciprocidad y equidad necesarios para toda convivencia humana. Y, en esto, el cristianismo no puede quedarse atrás. Porque en lo fundamental de la ética humana se afianza lo esencial de la ética cristiana. Todo principio de equidad, justicia y respeto que nosotros exijamos, debemos estar dispuestos a darlo en primer lugar. Esta máxima no se reduce en el evangelio a un ‘te doy para que me des’, sino a un doy porque la voluntad de Dios me hace feliz. Y en el dar y exigir justicia se manifiesta siempre el amor de Dios y el amor por el prójimo.

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Miércoles 22 de junio EVANGELIO Mateo 7, 15-20 15

Cuidado con los profetas falsos, esos que se os acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. 16Por sus frutos los conoceréis; a ver, ¿se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? 17 Así, los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. 18Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos, 19y todo árbol que no da fruto bueno se corta y se echa al fuego. 20Total, que por sus frutos los conoceréis.

COMENTARIOS I vv. 15-16: Cuidado con los profetas falsos, esos que se os acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. 16Por sus frutos los conoceréis; a ver, ¿se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Previene Jesús contra el engaño de las palabras. Hay quienes llegan a la comunidad pretendiendo falsamente hablar en nombre de Dios (falsos profetas). De los profetas falsos, se contrasta la suavidad de su lenguaje (ovejas) con su realidad interior (lobos rapaces), que los caracteriza como individuos que buscan sin escrúpulos su propio interés. El criterio para distinguirlos es su modo de obrar. vv. 17-19: Así, los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos, 19y todo árbol que no da fruto bueno se corta y se echa al fuego. Para Jesús, las obras brotan espontáneamente de la realidad interior. No moldean ellas la índole del hombre (doctrina farisea), sino que son el reflejo infalible de sus actitudes profundas. El obrar no determina la actitud, sino que nace de ella. Vuelve el tema de la limpieza de corazón (5,8; cf. 15,19). No hay vida interior independiente de la exterior: las obras delatan lo interior del hombre. No valen, por tanto, las protestas de ortodoxia ni la dulzura de las palabras, sino la realidad de la conducta. La insistencia sobre las plantas sin fruto y sobre el fruto bueno y malo ponen la advertencia de Jesús en el terreno de lo que sirve o no sirve para la vida. Los falsos profetas tienen un influjo dañino sobre la comunidad, y quien produce muerte está destinado a la muerte (19). v. 20: Total, que por sus frutos los conoceréis. Este colofón repite el criterio expuesto antes (v. 16), mostrando su importancia. Lo que no contribuye a la vida no es de Dios. Pueden identificarse estos falsos profetas con los que se eximen de «uno de estos mandamientos mínimos y lo enseñe así a los hombres» La comparación con el fruto y el árbol, y la suerte del árbol malo, ya presentes en la predicación del Bautista (3,8.10), hacen ver que la metáfora del árbol que da frutos malos se refiere a los que no han hecho una enmienda sincera, es decir, a los que no han hecho más que exteriormente la opción propuesta por Jesús en las bienaventuranzas (cf. 7,26s). Estos procedieron con la comunidad cristiana como pretendían hacer los fariseos y saduceos respecto al bautismo de Juan (3,7): aparentar la enmienda (bautismo) sin romper realmente con la injusticia del pasado. 18

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Mateo denuncia, pues, la infiltración en la comunidad cristiana de la hipocresía farisea (decir, pero no hacer, cf. 23,3), como lo hará de nuevo en la perícopa siguiente y en otros pasajes (cf., p. ej., 13,36-43; 22,11-14).

II La historia del pueblo de Dios está llena de falsos profetas ovacionados y de verdaderos profetas ignorados y exterminados. El evangelio de hoy nos propone un criterio muy certero para distinguir los verdaderos profetas de los falsos. Durante mucho tiempo los creyentes del Señor han tratado de discernir los criterios que permiten distinguir lo autentico de lo adulterado, lo verdadero de lo falso; pero, en cuestión de profecía, esto resulta difícil por no decir que imposible cuando se acude a meros principios externos o a consideraciones piadosas e intrascendentes. Solamente podemos echar mano de lo que se llaman en la actualidad “principios éticos”. Los principios éticos son aquellas orientaciones fundamentales que hacen posible la vida plena. Las costumbres pueden cambiar con el tiempo, lo que antes se usaba hoy puede estar pasado de moda y lo que hoy se impone mañana puede ser insignificante. En cambio, los principios éticos no están sujetos a este vaivén sino que se han ido afirmando en la consciencia humana en un camino de miles de años. El criterio que nos propone hoy el evangelio para distinguir entre los verdaderos y falsos profetas es, en realidad, un principio ético. La expresión “buenos frutos” se identifica en el evangelio con “las buenas obras”. Los buenos frutos no pueden ser otra cosa que la expresión máxima del amor de Dios, o sea, la justicia, la fraternidad, la sensatez. El profeta verdadero es el que antepone el proyecto de Dios, su reinado como diría Jesús, a las ocurrencias ocasionales y transitorias de las sociedades humanas. El profeta auténtico coloca siempre el valor infinito de la persona humana como criterio definitivo. Ni las costumbres, ni las leyes pueden pasar por encima de este principio ético que la comunidad humana ha ganado en más de treinta mil años de historia.

Jueves 23 de junio EVANGELIO Mateo 7, 21-29 21

No basta decirme: «¡Señor, Señor!», para entrar en el reino de Dios; no, hay que poner por obra el designio de mi Padre del cielo. 22 Aquel día muchos me dirán: «Señor, Señor, ¡si hemos profetizado en tu nombre y echado demonios en tu nombre y hecho muchos prodigios en tu nombre!» 23Y entonces yo les declararé: «Nunca os he conocido. ¡Lejos de mí los que practicáis la iniquidad!» 24 En resumen: Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra se parece al hombre sensato que edificó su casa sobre roca. 25Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos y arremetieron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada en la roca. 26 Y todo aquel que escucha estas palabras mías pero no las pone por obra se parece al necio que edificó su casa sobre arena. 27Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos, embistieron contra la casa y se hundió. ¡Y qué hundimiento tan grande! 28 Al terminar Jesús este discurso, las multitudes estaban impresionadas de su enseñanza, 29 porque les enseñaba con autoridad, no como sus letrados.

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I vv. 21-23. De nuevo, en otro sentido, el primado de las obras sobre las palabras. No basta el devoto reconocimiento de Jesús, hay que vivir cumpliendo el designio del Padre del cielo (cf. 12,50). La adición «del cielo» y el término «designio» ponen este aviso en relación con la primera parte del Padrenuestro (6,9s), que, a su vez, remite a la práctica de las bienaventuranzas. Jesús no quiere discípulos que cultiven sólo la relación con él, sino seguidores que, unidos a él, trabajen por cambiar la situación de la humanidad. Después de enunciar el principio afirma Jesús que serán muchos los que «aquel día», el que nadie conoce (25,13), lo llamarán «Señor, Señor», aduciendo sus obras para encontrar acogida. Las obras que se citan: «haber profetizado», «haber expulsado demonios» y «haber realizado milagros», fueron hechas «por/con su nombre», es decir, invocando la autoridad de Jesús. Este, sin embargo, no las acepta; considera esas obras, no solamente sin valor, sino como propias de malhechores. El término anomia, iniquidad, es el que Jesús aplica a los letrados y fariseos hipócritas (23,28), y la frase de rechazo se encuentra en Sal 6,9, donde los malhechores son los que oprimen al justo y le procuran la muerte. Esta perícopa, en cuanto a su sentido, no está lejos de la anterior (15-20). Estos que cumplen acciones extraordinarias y que llevan en sus labios el nombre del Señor, tienen una actividad que, aunque aparentemente laudable, es en realidad inicua, porque no nace del amor ni tiende a construir la humanidad nueva según el designio del Padre (21). El semitismo «Nunca os he conocido» es una fórmula de rechazo total; equivale a decir que esas personas no significan nada para el que habla (cf. 25,12). vv 24-29. El discurso termina con una parábola compuesta de dos miembros contrapuestos. Jesús habla de dos clases de hombres que han oído el discurso precedente. La diferencia entre ellos se centra en llevar o no llevar a la práctica la doctrina escuchada. «La casa» que pertenece al hombre («su casa») representa al hombre mismo. El éxito de su vida y la capacidad para mantenerse firme a través de los desastres, que pueden identificarse con las persecuciones, depende de que su vida tenga por cimiento una praxis acorde con el mensaje de Jesús, cuyo punto culminante han sido las bienaventuranzas. Se descubre una alusión a los individuos retratados en la perícopa anterior (21-23). Jesús ha hablado como maestro; su doctrina expresa el designio del Padre sobre los hombres (7,21). Toca al hombre no sólo entenderla, sino llevarla a la práctica. De ello depende el éxito o la ruina de su propia vida. Las multitudes que lo habían seguido antes de comenzar el discurso han escuchado la exposición de Jesús y su reacción es de asombro. Acostumbrados a la enseñanza de los letrados, que repetían la doctrina tradicional apoyándose en la autoridad de los antiguos doctores, notan en Jesús una autoridad diferente. No se apoya en la tradición; expone su doctrina interpretando, corrigiendo o anulando las antiguas prescripciones. La alusión a los letrados, mencionados en el discurso, es polémica. Ante la enseñanza de Jesús, la de los letrados ha perdido su autoridad. Lo que ellos proponían como tradición divina deja de aparecer tal a los ojos de las multitudes que han escuchado a Jesús. La doctrina oficial cae en el descrédito. Se cierra el contexto del discurso mencionando que grandes multitudes siguen a Jesús después de su enseñanza, en paralelo con las que lo siguieron hasta el lugar del discurso (4,25; 5,1). La enseñanza tan nueva y radical de Jesús no ha hecho disminuir su popularidad.

II El común de los cristianos se inclina a pensar, con frecuencia, que la religión se reduce a las expresiones de devoción. Y la consideran más interesante una celebración cuanto más pomposa,

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llamativa y espectacular. Pero, una lectura atenta del evangelio nos pone en guardia contra estos prejuicios. La autentica religiosidad no es una cosa de estar gritando cada día ‘Señor, Señor’, ni de andar buscando milagros, sanaciones y exorcismos. La mayor parte de las veces estas expresiones se reducen a la pura manifestación de la emotividad pero no comprometen al cristiano con los valores auténticos del evangelio. Todas las exteriorizaciones religiosas cristianas son sanas en la medida en que concurren a la realización del gran ideal de Jesús de Nazaret el reino. La comunidad cristiana está invitada a construir su casa sobre la roca, o sea, sobre la práctica de Jesús. Las múltiples manifestaciones piadosas, devocionales y emotivas deben ayudar al cristiano a identificarse con la propuesta de Jesús y motivarlo para seguirlo. La comunidad cristiana nos dejó en el Sermón de la Montaña una enseñanza imperecedera que culmina con esta comparación entre las dos casas. Los cristianos de cada época histórica tienen la obligación de cimentar sus opciones en el amor fraterno, la solidaridad y el perdón. La multitud que sigue a Jesús reconoce en él la insólita capacidad de conectar el rigor de las exigencias éticas del reino con las urgencias cotidianas, la teoría con la práctica y la profundidad del mensaje con la sencillez de la exposición.

Viernes 24 de junio EVANGELIO Lucas 1, 57-66 57

A Isabel se le cumplió el tiempo de dar a luz y tuvo un hijo. 58Sus vecinos y parientes se enteraron de lo bueno que había sido el Señor con ella y compartían su alegría. 59 A los ocho días fueron a circuncidar al niño y empezaron a llamarlo Zacarías, por el nombre de su padre. 60Pero la madre intervino diciendo: -¡No!, se va a llamar Juan. 61 Le replicaron: -Ninguno de tus parientes se llama así. 62 Y por señas le preguntaban al padre cómo quería que se llamase. 63El pidió una tablilla y escribió: «Su nombre es Juan», y todos quedaron sorprendidos. 64En el acto se le soltó la lengua y empezó a hablar bendiciendo a Dios. 65 Toda la vecindad quedó sobrecogida; corrió la noticia de estos hechos por toda la sierra de Judea 66y todos los que los oían los conservaban en la memoria, preguntándose: -¿Qué irá a ser este niño? Porque la fuerza del Señor lo acompañaba.

COMENTARIOS I ALBRICIAS POR EL NACIMIENTO DE UN NIÑO NO ESPERADO «A Isabel se le cumplió el tiempo de dar a luz y tuvo un hijo. Sus vecinos y parientes se enteraron de lo generoso que había sido el Señor con ella y compartían su alegría» (1,57-58). A pesar de lo lacónico de la noticia, ésta se esparció todo alrededor por el círculo familiar y el vecindario. Hasta ese momento no se habían enterado de que Dios ya había librado a Isabel de su

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«vergüenza», de la esterilidad de la religión judía, «ante los hombres». María, en cambio, se había enterado por los canales del Espíritu. El nacimiento del fruto de su vientre llenará a «muchos» de alegría (cf. 1,14), como en el caso del nacimiento de Isaac (Gn 25,5-7). Ambos hijos fueron concebidos en la «vejez». FRACASA EL INTENTO DE ENCUADRAR A JUAN EN LA TRADICION PATRIA «A los ocho días fueron a circuncidar al niño y empezaron a llamarlo Zacarías, por el nombre de su padre» (1,59). Con el rito de la circuncisión, el hijo varón llevará en su cuerpo la señal indeleble de la alianza establecida por Dios con su pueblo (Gn 17,10-13). Según la tradición patria, el primogénito debía llevar el nombre de su padre, como heredero de la tradición de que éste es portador. Por eso se dice que «empezaron a llamarlo Zacarías». Pero los planes de Dios no coinciden con los de su pueblo. «Pero la madre intervino diciendo: "¡No!, se va a llamar Juan." Le replicaron: "Ninguno de tu parentela se llama así." Y por señas le preguntaban al padre cómo quería que se llamase. El pidió una tablilla y escribió: "Su nombre es Juan", y todos quedaron sorprendidos. En el acto se le soltó la lengua y empezó a hablar bendiciendo a Dios» (1,60-64). Se ha consumado la ruptura que había profetizado el ángel (1,13). La «sordomudez» (le preguntaban «por señas», escribió «en una tablilla») de Zacarías cesa en el preciso instante en que se cumple la promesa. Dar nombre equivale a reconocer de hecho que el proyecto de Dios sobre Juan se ha hecho realidad. El «castigo» de Zacarías no era un castigo físico. Fue consecuencia de su incredulidad y oposición al proyecto de Dios. Ahora ya puede hablar, pues está en sintonía con el plan de Dios. La bendición aquí enunciada se explicitará en el cántico que veremos a continuación. «Toda la vecindad quedó sobrecogida de temor; corrió la noticia de estos hechos por la entera sierra de Judea, y todos los que lo oían los conservaban en la memoria, preguntándose: "¿Qué irá a ser este niño?" Porque la fuerza del Señor lo acompañaba» (1,65-66). A pesar de su vecindad, nadie comprende lo que está ocurriendo. Pero tampoco se cierran a cal y canto a lo que será de él, como fue el caso de Zacarías. Simplemente, como no lo entienden, pero no lo rechazan de plano, guardan en su memoria (lit. «ponían en su corazón») la pregunta sobre cuál va a ser la misión que llevará a cabo en Israel, misión realmente extraordinaria, pues tienen conciencia de que «la mano/fuerza del Señor está con él», igual que se ha predicado de María (1,28). Tenemos una capacidad inmensa para almacenar en la memoria las experiencias que nos sacan de quicio, pero que borramos al instante queriendo encontrar soluciones sin movernos de nuestros parámetros religiosos. Guardándolas en la memoria, y por acumulación de experiencias sin respuesta, podremos un día darnos cuenta de que nuestras preguntas son fruto muchas veces de planteamientos equivocados, que nunca hemos cuestionado por miedo a perder nuestras propias seguridades.

II La Iglesia celebra hoy el nacimiento de Juan Bautista. El evangelio de Lucas nos lo presenta como una especie de ‘precursor’ de Jesús y nosotros tendemos a recordarlo como el que bautizó a Jesús. Sin embargo, no le haríamos justicia a su importancia si no atendemos todas las informaciones que nos proporcionan los evangelios El mismo evangelio de Lucas nos muestra, mediante un interesante paralelo, las semejanzas entre la misión de Juan y la de Jesús. El talante profético de la misión de Juan fue un imán que cautivó el sur del país. Juan Bautista convocó a todo el pueblo a orillas del río Jordán con la consigna de arrepentirse de los pecados, de cambiar de vida. La inmersión bautismal simbolizaba esa transformación radical. Los que recibían este baño purificador se comprometían a dejar los

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viejos caminos de la religión ritualista y sin compromiso para encaminarse por la aventura del desierto personal, donde la única guía era el espíritu impetuoso de la novedad divina. El movimiento transformador de Jesús no partió de cero, sino que encontró en el grupo de Juan Bautista un cauce profético desde por el cual canalizar toda la novedad del evangelio. Por estas razones, la acción de Juan no es la de un simple tamborilero que marcha al frente de la procesión sino la de un ‘auténtico enviado de Dios’ que estaba allí como enviado del Señor y no por casualidad. Celebremos hoy el nacimiento de aquel personaje que, desde su nacimiento, comenzó a cautivar los corazones de sus contemporáneos y que habría de llevar su misión a plenitud al entregarle a Jesús la inextinguible llama del anuncio profético de la Buena Noticia.

Sábado 25 de junio EVANGELIO Mateo 8, 5-17 5

Al entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión 6rogándole: -Señor, mi criado está echado en casa con parálisis, sufriendo terriblemente. 7 Jesús le contestó: -Voy yo a curarlo. 8 El centurión le replicó: -Señor, yo no soy quién para que entres bajo mi techo, pero basta una palabra tuya para que mi criado se cure. 9Porque yo, que estoy bajo la autoridad de otros, tengo soldados a mis órdenes, y si le digo a uno que se vaya, se va; o a otro que venga viene; y si le digo a mi siervo que haga algo, lo hace 10 Al oír esto, Jesús dijo admirado a los que lo seguían -Os aseguro que en ningún israelita he encontrado tanta fe. 11Os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente a sentarse a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de Dios; 12en cambio a los destinados al reino los echarán afuera, a las tinieblas Allí será el llanto y el rechinar de dientes. 13 Y al centurión le dijo -Vete; lo que has creído que se te cumpla. Y en aquel momento se puso bueno el criado. 14 Al llegar Jesús a casa de Pedro encontró a la suegra echada con fiebre, 15le tocó la mano y se le pasó la fiebre; ella se levantó y se puso a servirle. 16 Al anochecer le llevaron muchos endemoniados; con su palabra expulsó a los espíritus y curó a todos los enfermos, 17para que se cumpliese lo que dijo el profeta Isaías: El cogió nuestras dolencias y quitó nuestras enfermedades (Is 53,4).

COMENTARIOS I vv. 5-13. Jesús vuelve a Cafarnaún, ciudad donde se había instalado (4,13). La escena que sigue tiene relación con la anterior. El centurión pagano es también religiosamente impuro, por no pertenecer al pueblo de Israel. No se debía entablar conversación con paganos ni mucho menos ir a

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su casa (cf. Hch 10,28). El pagano ruega a Jesús por un criado que tiene en casa paralítico con grandes dolores. Después del episodio del leproso, que muestra que Jesús no respeta las prohibiciones de la Ley sobre lo impuro, hay que interpretar la reacción de Jesús como positiva: está dispuesto a ir a casa del pagano y curar al enfermo. La salvación que Jesús trae es universal y no reconoce fronteras entre hombres o pueblos. El centurión, en su respuesta, se declara indigno de recibir en su casa a Jesús. Es consciente de su inferioridad como pagano, pero eso le da ocasión para mostrar la calidad de su fe. Acostumbrado a ser obedecido, ve en Jesús una autoridad absoluta capaz de sacar al hombre de la parálisis. No hay acción de Jesús con el enfermo, el centurión le pide solamente una palabra. Alude Mt a la misión entre los paganos, que, sin haber tenido contacto directo con Jesús, experimentan la salvación que de él procede. El hecho de no ir a la casa adquiere entonces todo su relieve. La presencia física de Jesús no es necesaria. La salvación de los paganos se realizará a través del mensaje. La fe del pagano suscita la admiración de Jesús y da pie al contraste con la poca adhesión que encuentra en Israel- Jesús ve que su mensaje va a suscitar mejor respuesta entre los no judíos que entre los israelitas. El banquete es símbolo del reino de Dios. La curación del criado del centurión va a mostrar que la salvación se extiende a los no judíos. Aparecen éstos en el reino en unión con los tres patriarcas, que presiden el banquete. Los paganos se incorporan al pueblo de Israel. Los israelitas, que tenían derecho prioritario para entrar en el reino, por su falta de fe, es decir, por no reconocer en Jesús al «Dios entre nosotros» (1,23), serán excluidos del reino. «El llanto y el rechinar de dientes» es una figura usada por Mt para indicar la frustración definitiva (cf. 13,42). La fe en Jesús es condición necesaria y suficiente para ser ciudadanos del reino; se derriba la barrera entre Israel y los otros pueblos. Jesús responde al centurión y su palabra tiene eficacia inmediata (13). En el contexto de la misión entre los paganos, Mt muestra la eficacia de la palabra/mensaje de Jesús para sacar al hombre de su estado sin esperanza. vv. 14-15. Pedro es llamado por su sobrenombre, ya mencionado en 4,18. «Servir a Jesús» (= colaborar con Jesús) se ha afirmado de «los ángeles» en el desierto (4,11). Este es el efecto de la curación. La situación de la suegra antes de ser curada es equivalente a la de un paralítico (cf. 9,2), es decir, está imposibilitada para toda actividad. «La fiebre» impide la actividad, su ausencia permite colaborar con Jesús. Esta oposición muestra el sentido teológico de la perícopa. «La fiebre», mencionada dos veces (en gr. con verbo y sustantivo de la misma raíz), se asimila por su etimología al «fuego» (gr. pur; fiebre: puressousa, puretos). Esta fiebre/fuego que impide colaborar con Jesús en la obra a que llama (4,19: «pescadores de hombres), ha de ponerse en relación con «el fuego» mencionado tres veces por Juan Bautista (fuego del castigo, 3,10.11.12; cf. Eclo 48,1.3.9). «La suegra» representa, pues, al grupo humano al que Pedro se ha vinculado libremente y que profesa la concepción mesiánica propia del Bautista, la de un Mesías reformista violento, que ejercería inmediatamente un juicio sobre los malvados o pecadores (cf. el «fuego/celo de Elías», Eclo 48,12.4; 1 Re 19,10.14). La curación de «la suegra» representa el intento de Jesús de liberar a Pedro de esa concepción que le impediría el verdadero seguimiento. Basta su contacto «en la mano/brazo», símbolo de la actividad, para liberarla. La perícopa cuadra bien en este contexto, donde Jesús acaba de derribar la barrera que separaba a puros de impuros (2-4), a israelitas de paganos (5-13). Para la misión pagana que va a comenzar, es necesario liberar al discípulo de su mentalidad nacionalista. vv. 16-17. Efecto de la palabra de Jesús, ya expuesto antes (vv. 8.13) a propósito de la curación del pagano y que se verificará después (8,32) con unos endemoniados también paganos. La fuerza de Jesús está presente en su palabra. «Los espíritus» son agentes que despersonalizan al hombre y que Mt aún no define. Jesús cura a todos los enfermos. Mt ve en esto el cumplimiento de

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Is 53,4, que trata del Siervo de Yahvé. No se atiene, sin embargo, ni al texto hebreo ni a los LXX; modifica significativamente el texto del profeta (hebreo: «soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores»; griego: «él lleva nuestros pecados y sufre por nosotros»); habla simplemente de «tomar/quitar» (para el sentido de bastazá en aoristo, cf. 3,11). El contexto del cántico del Siervo, que trata de sus sufrimientos y muerte (Is 52,13-53,12), muestra que Mt alude a la pasión y muerte de Jesús; será entonces cuando él quite las dolencias y enfermedades de la humanidad. Aparece el sentido que Mt quiere dar a las curaciones: son expresión de la salvación integral que efectuará Jesús.

II Cuando el cristianismo nació, como movimiento social y religioso, era un grupo mínimo dentro del pueblo judío y dentro de la inmensa variedad de religiones orientales, griegas y romanas. Sus reducidas dimensiones les permitía tener un diálogo abierto y creativo con todas las expresiones religiosas del momento. Y ellos eran así debido al talante mismo de Jesús que no hacía acepción de personas y reconocía la auténtica fe religiosa donde ella se manifestaba, sin importar si eran judíos o no. La manifestación de fe del centurión sobrepasa las expectativas de todos, incluso del mismo Jesús que queda sorprendido con la respuesta clara y serena del oficial romano. El centurión no pedía un favor para él, sino para uno de su ‘casa’, para una persona que, aunque vivía bajo el régimen de la servidumbre, estaba bajo su directa responsabilidad. El centurión incluso reconocía, con gran humildad, que él, como soldado, también estaba sujeto a un ordenamiento superior. Y lo más sorprendente de la escena es que el oficial romano prácticamente se coloca ‘a las órdenes’ de Jesús, contraviniendo todas las reglas sociales del momento. El diálogo entre extranjeros y judíos estaba prácticamente prohibido por la ley, porque era causa de impureza. Incluso, los fanáticos rebeldes veían este tipo de aproximaciones como una abierta traición contra la causa nacionalista. De parte de los romanos, no se veía con buenos ojos que los jefes militares se ‘sometieran’ a los líderes. Sin embargo, Jesús viendo la poderosa fe del centurión se salta todas estas barreras y, por medio del mismo oficial, comunica una palabra de vida, fe y esperanza a toda la ‘casa’ del oficial romano.

Domingo 26 de junio DECIMOTERCER DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO Primera lectura: 2 Reyes 4, 8-11. 14-16 a Salmo responsorial: 88, 2-3. 16-19 Segunda lectura: Romanos 6, 3-4. 8-11 EVANGELIO Mateo 10, 37-42 37

E1 que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; 38y el que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí. 39 E1 que ponga al seguro su vida, la perderá, y el que pierda su vida por causa mía, la pondrá al seguro. 40 E1 que os recibe a vosotros, me recibe a mi, y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado. 41E1 que recibe a un profeta en calidad de profeta tendrá recompensa de profeta: el que

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recibe a un justo en calidad de justo, tendrá recompensa de justo; 42y cualquiera que le dé a beber aunque sea un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por su calidad de discípulo, no se quedará sin recompensa, os lo aseguro.

COMENTARIOS I ¿PAZ? PERO ¿QUE PAZ? Mantener la paz entre los hermanos es algo de mucho valor; sólo que a veces, cuando sale un hermano dominante que pretende, sin que nadie se lo pida, hacer las ¡unciones del padre y ser él jefe de la familia, o cuando sale un hermano ambicioso que decide por su cuenta y riesgo ser él el administrador de los bienes del resto de los hermanos (cobrándose su trabajo, naturalmente), ¿qué paz es la que se quiere conservar? LA RESIGNACION CRISTIANA

Durante mucho tiempo le hemos estado echando a Dios la culpa de todos los males del mundo. Se decía que la pobreza y la riqueza eran situaciones en las que los hombres se encontraban porque ése era el designio de Dios, designio que decíamos que era inescrutable, esto es, incomprensible para la mente humana. Y se decía que silos pobres eran buenos y no se rebelaban contra este inescrutable designio, Dios los premiaría en la otra vida. Eso sí, como Dios es infinitamente misericordioso, pues también los ricos serían perdonados de sus pecadillos, y así, ya en la otra vida, pues ¡todos contentos! Lo que, según decían, Dios no estaba dispuesto a tolerar -debemos insistir de nuevo- es que nadie, en un acto de satánica soberbia, se rebelara contra el orden que él, en su infinita sabiduría, había establecido. El párrafo anterior puede resultar exagerado, pero así se ha presentado el evangelio en una etapa no demasiado lejana de nuestra historia. O, por lo menos, así lo han entendido los pobres porque así se ha permitido que los pobres lo entendieran. Y presentar o permitir que se entienda así a Dios es ofenderle; porque es hacerlo responsable de todas las injusticias, pasadas y presentes, cometidas por los poderosos de este mundo. NO PAZ, SINO ESPADAS

Presentar así a Dios es un tremendo error que, además, es difícilmente justificable. Porque si hay algo que no se puede decir de Jesús es que fue un conformista; y si algo está claro que no predicó es lo que después se ha llamado «resignación cristiana». Valga como prueba el párrafo con el que empieza el evangelio que comentamos: «No penséis que he venido a sembrar paz en la tierra; no he venido a sembrar paz, sino espadas» (Mt 10,34). Son muchos los que encuentran de difícil digestión estas palabras que el evangelista pone en boca de Jesús. Tan difíciles resultan de entender, que en el libro oficial de lecturas de la misa de los domingos se ha suprimido ese párrafo del evangelio; y el resto de la lectura ha perdido su pleno y auténtico sentido. Cierto que, desde la doctrina de la resignación de la que hablábamos antes, eso de que Jesús ha venido a sembrar espadas en lugar de paz, es imposible de entender, de explicar... y de aceptar. Pero ahí están esas palabras de Jesús, que hay que aceptar y explicar dentro del contexto del evangelio y, por tanto, de acuerdo con la bienaventuranza «dichosos los que trabajan por la paz» (5,9). LA PAZ DE CRISTO

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Jesús quiere la paz, ¡claro que si! Y la quiere más que todos los que a lo largo de la historia se han llenado la boca de paz mientras hacían o fomentaban la guerra y negociaban, llenándose los bolsillos, con ella. Jesús quiere la paz, ¡por supuesto!, pero quiere que la paz sea para todos y que, empezando porque todos tengan en paz el estómago, permita a todos desarrollarse como personas libres y relacionarse como hermanos. Jesús quiere la paz -¿se atrevería alguien a negarlo? (la verdad: también se han atrevido a negarlo, pues, cuando ha interesado, han cristianizado la guerra, llamándola «cruzada», pero una paz verdadera: la que nace de la justicia y no la que se intenta simular debajo de la opresión de los poderosos y del silencio que su prepotencia impone. Jesús quiere la paz: ya, en este mundo, sin tener que esperar a la paz de los cementerios. Pero la simple pretensión de construir esa paz, el más pequeño intento de hacerla realidad, levanta la más violenta oposición de parte de aquellos que llenan sus platos gracias al hambre de los pobres y asientan sus palacios sobre la resignación de los humillados de la tierra. Por eso, para construir la paz será necesario luchar por ella. LA CRUZ DE LOS QUE TRABAJAN POR LA PAZ

Y en esa lucha, llevada a cabo con las armas del amor, pero también las del rigor, la firmeza y la radicalidad (ir a la raíz de los problemas y dejarse de paños calientes), en esa lucha habrá quienes se verán enfrentados a los de su misma familia («porque he venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con la suegra; así que los enemigos de uno serán los de su casa»: Mt 10,35; véase Miq 7,6), y quienes serán considerados herejes o criminales subversivos, dignos de la muerte en una cruz, o en la hoguera, o en la horca, o en el garrote vil, o en la silla eléctrica... Y hay que estar dispuestos a cargar con esa cruz: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí». Sí. Porque la cruz que Jesús nos invita a soportar sin odio (ésa es la única resignación verdaderamente cristiana) es aquella que es consecuencia de nuestra lucha por la paz, aquella que es consecuencia de haber colocado nuestra lealtad a su proyecto -convertir este mundo en un mundo de buenos hermanos- por encima de todas las lealtades y de todos nuestros intereses: de nuestra familia, de nuestra buena fama, de nuestra propia vida. Y, además -ya lo decíamos el domingo pasado, sin miedo a la muerte, pues «el que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará». Y sin miedo a perder la mejor recompensa: el colmo de la paz, la cercanía del Padre que a todos nos hace hermanos: «El que os recibe a vosotros, me recibe a mi, y el que me recibe a mi, recibe al que me ha enviado».

II vv. 37-39: E1 que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; 38y el que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí. 39 E1 que ponga al seguro su vida, la perderá, y el que pierda su vida por causa mía, la pondrá al seguro. En este ambiente de división, la primera lealtad ha de ser para Jesús; no puede uno renunciar a ella por fidelidad a vínculos familiares. Lo mismo pasa respecto a la sociedad: quien desafía sus principios será considerado como un criminal digno de muerte. Hay que aceptar también esa eventualidad. Enuncia Jesús el principio general con una paradoja basada en la oposición encontrar-perder. Hallar, encontrar = apropiarse, hacer suya. «Encontrar» significa reservarse, tener para sí. El

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discípulo no debe tener un apego a su persona que lo lleve a reservarse su vida, debe saber darla. El que se desentiende de la necesidad del mundo y busca su comodidad o seguridad, ése se pierde. El que se arriesga, ése se encuentra. Son nuevas formulaciones de la salvación (22.32) y del peligro de perderse por el miedo (26.28.33). vv. 40-42: E1 que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado. 41E1 que recibe a un profeta en calidad de profeta tendrá recompensa de profeta: el que recibe a un justo en calidad de justo, tendrá recompensa de justo; 42y cualquiera que le dé a beber aunque sea un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por su calidad de discípulo, no se quedará sin recompensa, os lo aseguro. La fidelidad de los discípulos los hace ser portadores, para el que los acoge, de la presencia de Jesús y del Padre (40). La bendición que obtiene el que los acoge está en proporción con la clase de acogida que les haga. Acoger significa compartir lo que se tiene con la persona a quien se acoge; es la generosidad la que da valor a la persona (6,22s). Jesús se remite al AT; el dicho «quien recibe a un profeta en calidad de profeta tendrá recompensa de profeta» se refiere a los ejemplos de Elías y Eliseo narrados en 1 Re 17,9-24 y 2 Re 4,8-37. «La recompensa de profeta» consiste en el beneficio que se puede recibir de un profeta; paralelamente, «la recompensa de justo». En cambio, la que se recibe por acoger a un discípulo no es una «recompensa de discípulo», sino la expresada al principio, la presencia de Jesús y del Padre con la persona que acoge. La última afirmación de Jesús presenta una aparente incongruencia por el paso de la tercera persona a la segunda, que debería estar incluida en ella: «Quien da de beber a uno de estos pequeños... en calidad de discípulo... os lo aseguro.» Lo normal sería que dijese «a uno de vosotros, que sois pequeños», pues ellos son los doce discípulos de Jesús (10,1; 11,1). Con esto indica Mt que los discípulos no son realmente doce ni se limitan a los que vivían de hecho con Jesús, sino que esa categoría es más numerosa y que Jesús habla de toda época. Los doce mencionados por sus nombres representan a la entera comunidad de Jesús, pero no la agotan. Lo característico del discípulo es ser «un pequeño», uno que no pretende la grandeza mundana según el contenido de la primera bienaventuranza (5,3). Dar un vaso de agua fresca, en el clima caliente y seco de Palestina, era una muestra de verdadera hospitalidad.

III Las exigencias de la cruz cambian para cada generación de creyentes. En la época de Jesús existía la amenaza inminente de la muerte ignominiosa, bien fuera por la cruz, la espada o la lapidación. Los cristianos eran vistos como una amenaza para el imperio y, con frecuencia, se les acusaba falsamente de sedición. Con el tiempo, la pena capital fue cambiando de modalidad y sus cuerpos fueron quemados en locales públicos, o arrojados a leones, osos, tigres, toros y toda clase de fieras. Todos estos intentos de bloquear, anular o eliminar la novedad del evangelio fueron vanos porque la fuerza del cristianismo radica en la cruz de Cristo. Los cristianos de los primeros siglos no anunciaban religiones de salvación, ni sanaciones individuales ni ritos de purificación. Aunque ellos anunciaran la universalización de la obra salvadora, curaran enfermos y tuvieran el símbolo del bautismo como rito de iniciación, lo que los hacía diferentes era su radical denuncia de la injusticia. Anunciar a un Mesías crucificado era, y es, ir en contra de todos los parámetros sociales, de las buenas costumbres e, incluso, de los preceptos de la religión. Ellos anunciaban como redentor a uno que el sistema lo había proscrito, condenado y sentenciado al escarnio público. El anuncio de un Mesías Crucificado era, en realidad, una denuncia vehemente de un sistema de creencias, valores e instituciones que habían hecho de la violencia, la mentira y la opresión los valores indiscutibles de la organización social. ¿Cómo iban a ver con

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buenos ojos las autoridades de Jerusalén, los gendarmes del imperio y el pueblo alienado que un individuo apoyado por un pequeño grupo de hombres y mujeres cuestionara directamente sus valores y anunciara que otra sociedad era posible?. Imposible para la gente, pero no para Dios. Las comunidades cristianas desde el inicio tuvieron clara conciencia de la magnitud de la tarea a la que se enfrentaban. La experiencia del resucitado les llevó rápidamente a descubrir que debían superar los límites de las comunidades palestinas y lanzarse a la misión universal; debían darle prioridad a la construcción de las comunidades y dejar a un lado la tentación de construirse edificios; debían enfocarse sobre los grupos excluidos y marginados y dejar de lado los centros de poder; debían, en últimas, retomar las opciones fundamentales de Jesús y hacerlas vida en todos los rincones del imperio. Por eso, las exigencias para seguir a Jesús se fueron formulando con una claridad y precisión asombrosas en cada comunidad. Los contenidos fundamentales se fueron adecuando a cada contexto histórico y cultural pero sin atenuar las características esenciales del mensaje. Por tanto, no debe sorprendernos que Mateo nos diga con tanta ‘dureza’ las exigencias del seguimiento de Jesús. El evangelista retoma las tradiciones del evangelio y las actualiza de acuerdo con el lenguaje y necesidades de su comunidad. Sus palabras hieren, como el antiséptico sobre la eterna llaga, pero tienen una virtud medicinal: nos liberan de nuestros propios prejuicios y apegos. Cuando Mateo nos dice que quien ama más a sus parientes que a Jesús no es digno de él, nos revela un problema de su comunidad. La gente, principalmente de origen judeocristiano, tiene una estima desmesurada por los de su propia sangre. Un afecto que fácilmente se convierte en un apego obtuso y paralizante. El texto usa en griego la palabra filia para denominar este enorme y desordenado afecto. Pero el proyecto de Jesús pide más, pide un amor enfocado hacia el prójimo, un amor que supere los lazos de sangre, el parentesco y la raza. Un amor como el que Dios nos tiene y que en griego se llama ‘ágape’. El cristiano que no sea capaz de trascender los estrechos límites de la familia, de la raza o de la nación no está habilitado para experimentar y dar el amor solidario que nos propone el evangelio. Y por esta misma razón, el amor a Jesús no se reduce a la pura dimensión íntima, individual y privada. Amar a Jesús es amar lo que él amó, su proyecto, su ideal del reinado de Dios. Amar a Jesús es amar a las personas que él amo: pobres, marginados, excluidos, enfermos, abatidos, endemoniados, extranjeros. El amor de Jesús era tan grande que llego a amar incluso a aquellos que se declararon sus enemigos. Un amor que hoy nos puede parecer desorbitado, desnaturalizado, extremo, pero que para nuestra dicha y quebranto es el amor con el que Dios nos ama. Un amor sin el cual no podemos llamarnos discípulos de Jesús. Pablo simboliza muy bien la radicalidad del amor cristiano mediante la comparación entre la muerte y la inmersión bautismal. Ser cristiano es morir a todos los apegos irracionales hacia la propia familia, raza o nación, incluso es morir hacia un apego desordenado hacia sí mismo. La novedad cristiana se manifiesta en esa transformación sustancial de las relaciones humanas, en la resurrección a una vida nueva llena de afectos, proyectos y estilos de vida completamente volcados hacia la humanidad sufriente y marginada. Con Cristo morimos a una humanidad caduca y sin esperanza para resucitar en una nueva humanidad libre y generosa en la que el límite es el cielo, donde no hay límite. Como cristianos debemos someter los férreos lazos de nuestros afectos al crisol del evangelio para liberarnos de aquellos que nos atan al viejo mundo y fortalecer aquellos que nos llevan hacia el Reino. Para la revisión de vida Triunfar en la vida es el deseo de todo ser humano; alcanzar poder, fama, comodidad, riqueza... es la meta de la mayoría de las personas. Pero Jesús nos avisa: "El que crea ganar su vida la perderá; y el que la pierda por mí, la encontrara". ¿Cómo quiero yo triunfar en la vida, al estilo de Jesús o al estilo del mundo? ¿Me doy cuenta de que son dos estilos irreconciliables?

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Para la reunión de grupo “El que se guarde su vida la perderá, y el que la pierda, la ganará”. Esta es una de las “paradojas” más célebres del Evangelio. Paradoja se llama a una “contradicción aparente”: la expresión parece encerrar una flagrante contradicción, y sin embargo no es realmente una contradicción, sino, al contrario, una verdad profunda. Glosar entre todos los miembros del grupo esta paradoja expresada en este evangelio. ¿A qué llama Jesús “perder” la vida? ¿Y a qué llama “ganarla”? ¿Ese «perder» y ese «ganar»… lo son ante los mismos ojos? En Jesús, “tomar la cruz” no se refiere a algo místico, o a los sufrimientos y penalidades que la vida trae para todos, o a mortificaciones que uno pueda infligirse a sí mismo… La cruz que hay que esta dispuesto a tomar, según dice Jesús, para ser su discípulo es otra: la que conlleva el simple hecho de ser cristiano, o sea, lo que cuesta “vivir y luchar por la Causa de Jesús”, la persecución que eso pueda acarrear de parte de los interesados en que no triunfe la Causa de Jesús (que no es otra que el amor, la justicia, la libertad, la fraternidad…). Compartir entre todos los conceptos adecuados e inadecuados que hemos solido tener respecto al “tomar la cruz”… ¿Qué es y qué no es “tomar la cruz”? ¿Qué es y qué no es la “cruz” a la que se refiere Jesús?… Para la oración de los fieles Por la iglesia, para que se libere de todo lo que la esclaviza y le impide servir fielmente a la causa de Jesús. Roguemos al Señor. Por los que encuentran obstáculos para seguir a Jesús por causa de su familia, de sus miedos e indecisiones, de su apego a las riquezas, para que logren vencer las dificultades. Roguemos... Por los pequeños, los pobres, los necesitados, para que encuentren en nosotros a personas dispuestas a servirles y sacarles de su necesidad. Roguemos... Por todos los bautizados, para que seamos conscientes de nuestra unión con Cristo muerto y resucitado y así también nos unamos a su trabajo por hacer crecer en el reino. Roguemos... Por todos los pueblos del mundo, para que vivan una paz estable, basada en la justicia y en el respeto a los demás. Roguemos... Por todos los emigrantes, para que sean acogidos con cariño y hospitalidad, y puedan reunirse pronto con sus familias. Roguemos... Oración comunitaria Te damos gracias, Padre, por todas las cosas buenas que nos das en la vida, y te pedimos que fortalezcas nuestros corazones para que pongamos nuestro amor a Ti por encima de todo lo demás, de modo que sepamos aceptar la Cruz por servir a los hermanos. Por Jesucristo. Oh Dios, misterio profundo que habita en lo hondo del ser humano, y en el corazón de todos los Pueblos. Tú has revelado a todos los humanos que el amor es valioso frente al egoísmo, y que, más allá de las ventajas banales de éste, hay otros valores por los que vale la pena arriesgar, dar y hasta “perder”, porque en esa pérdida hay una ganancia más honda… Queremos expresarte nuestra decisión de aclarar nuestra mirada y serenar nuestro corazón, para que nuestra vida esté construida sobre la opción por los valores que perduran. Tú que vives y haces vivir, por siglos de siglos y milenios de milenios... Amén.

Lunes 27 de junio EVANGELIO Mateo 8, 18-22

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Al ver Jesús que una multitud lo rodeaba dio orden de salir para la otra orilla. 19Se le acercó un letrado y le dijo: -Maestro, te seguiré adondequiera que vayas. 20 Jesús le respondió: -Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza. 21 Otro, ya discípulo, le dijo: -Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre. 22 Jesús le replicó: -Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.

COMENTARIOS I v. 18: Al ver Jesús que una multitud lo rodeaba dio orden de salir para la otra orilla. Jesús quiere evitar la popularidad de masa. "La otra orilla" correspondía a regiones paganas de Galilea. La expulsión de los demonios con su palabra (v. 16) preparaba lo que va a suceder en territorio pagano. Jesús se dispone a salir de los límites de Israel. v. 19: Se le acercó un letrado y le dijo: -Maestro, te seguiré adondequiera que vayas. «Un letrado», cuya doctrina ha desacreditado Jesús con su discurso en el monte (cf. 7,29). El letrado reconoce en Jesús un maestro superior a sí mismo y se ofrece a seguirlo sin condiciones. v. 20: Jesús le respondió: -Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza. Aparece por primera vez en Mateo la expresión «el Hijo del hombre». No articulada («hijo de hombre») significa «hombre», individuo de la especie humana; el doble artículo «el Hijo del hombre» indica unicidad y excelencia: es «el Hombre» acabado, el modelo de hombre, por poseer en plenitud el Espíritu de Dios (3,16). El Hombre (= el Mesías) tiene una misión que cumplir, cuya urgencia no le permite descanso. El letrado supone que el camino de Jesús tiene un término. Jesús lo niega: toda su vida, hasta el momento de su muerte, va a ser una pura entrega, sin instalación ni descanso. Tal es el camino «del Hombre». El discípulo ha de participar en esta misión del maestro. v. 21: Otro, ya discípulo, le dijo: -Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre. 22 Jesús le replicó: -Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos. Se le acerca después un discípulo que quiere cumplir con los deberes de piedad para con el padre difunto, poniéndolos por encima de la urgencia de la tarea. Jesús lo disuade. La urgencia de la misión es tan grande, que no deja tiempo ni para los deberes más elementales. Sin embargo, tomado literalmente, el dicho de Jesús es tan brutal, que hay que pensar en un sentido teológico. «El padre» representa la tradición, el modelo al que hay que ajustarse. De hecho, «abandonar al padre» (4,22) significa independizarse de la tradición transmitida por él. Jesús no tiene padre humano y el discípulo ha de renunciar al propio. «Enterrar al padre» índica la veneración, el respeto y estima por el pasado que representa. La orden de Jesús puede significar que el discípulo, que ya lo sigue, tiene que desentenderse de ese pasado, romper su dependencia de tradiciones humanas (cf. 23,9). «Los muertos» mencionados en primer lugar son los que profesan esas tradiciones; «sus muertos» son figura de las tradiciones mismas. El mundo de la tradición es un mundo de muerte. La tradición muerta engendra muertos. El discípulo mostraba, por tanto, no haber roto definitivamente con su pasado, considerarlo aún como un valor positivo. La mención del padre pone este episodio en relación con la llamada de Eliseo, que pidió permiso a Elías para despedirse de su padre (1 Re 19,20). La diferencia está en que en el AT la tradición (el padre) estaba viva, mientras que para Jesús está muerta. La escena remite, pues, a la

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llamada de Simón y Andrés (4,19); la invitación que hace Jesús a seguirlo ofrece al mismo tiempo la comunicación del Espíritu.

II Por lo general interpretamos la respuesta de Jesús al escriba y a otro de los discípulos como una negativa a lo que ellos proponen, pero claramente no es así. El escriba que aborda a Jesús justo antes de atravesar el lago, le pide autorización para seguirlo a cualquier lugar a donde Jesús se dirigiese. Todos sabían que el grupo iba a atravesar el lago de Galilea, sin embargo la respuesta de Jesús va más allá de lo que pueda ocurrir en la otra orilla. Por esta razón, la exigencia que Jesús anuncia con la comparación con la zorra pone en guardia al escriba, para que aprenda a discernir el alcance del seguimiento de Jesús. No se trata de ir solamente junto a los extranjeros que habitan de la otra parte del lago, sino de estar dispuesto a seguir a Jesús donde él este presente y en las condiciones de vida que la misión exija. El que quiera seguir a Jesús debe estar dispuesto a estar completamente libre de cualquier atadura o seguridad. La libertad exige tal desprendimiento y precariedad que ni siquiera debemos apegarnos a los refugios ocasionales, como hace la zorra con su madriguera. Una situación similar le ocurre al que pide ‘sepultar a sus padres’. El discípulo no le estaba pidiendo a Jesús que lo dejara ir a un funeral, sino que le permitiera quedarse en casa por el tiempo que vivieran sus padres. Jesús exhorta al discípulo a no buscar excusas tontas para no seguirlo. El que quiera seguir a Jesús debe dejar que la naturaleza y la historia sigan su curso y no tomar como excusa deberes sociales remotos o inexistentes. Si quiere seguir a Jesús debe hacerlo de inmediato, porque una vez recibido el llamado, el camino no tiene espera.

Martes 28 de junio EVANGELIO Mt 8, 23-27 23

Subió Jesús a la barca y sus discípulos lo siguieron. De pronto se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; él dormía. 25Se acercaron los discípulos y lo despertaron gritándole: -¡Sálvanos, Señor, que perecemos! 26E1 les dijo: -¿Por qué sois cobardes? ¡Qué poca fe! Entonces se puso en pie, increpó a los vientos y al mar y sobrevino una gran calma. 27 Aquellos hombres se preguntaban admirados: -¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen? 24

COMENTARIOS I vv. 23-24: Subió Jesús a la barca y sus discípulos lo siguieron. 24De pronto se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; él dormía. Los discípulos siguen a Jesús, aceptando el itinerario hacia los paganos. Mt utiliza un término extraño para designar el temporal: «seísmo», que se aplica a los terremotos (cf. 24,7; 27,54; 28,2). Insinúa así el sentido particular de la tempestad. La presencia de la barca que lleva a Jesús y a

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los discípulos produce el «terremoto»; es como si en el mar temblara la tierra. La barca y sus ocupantes están en peligro. El termino «seísmo/terremoto», que no se aplica al mar, señala la oposición al viaje de Jesús y los discípulos; simboliza la resistencia del paganismo a la misión. v.25: Se acercaron los discípulos y lo despertaron gritándole: -¡Sálvanos, Señor, que perecemos! Mateo no ha señalado que Jesús se echara a dormir. Sin embargo, los discípulos lo encuentran dormido. El sueño de Jesús, que simboliza su ausencia, indica solamente que los discípulos no son conscientes de su presencia hasta el momento del peligro. vv. 26-27: E1 les dijo: -¿Por qué sois cobardes? ¡Qué poca fe! Entonces se puso en pie, increpó a los vientos y al mar y sobrevino una gran calma. 27Aquellos hombres se preguntaban admirados: -¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen? El miedo de los discípulos ante la resistencia del paganismo muestra su falta de fe. Jesús se dirige a ellos antes que a la tempestad, cuya causa eran «los vientos» y el mar. Se admiran «los hombres», término contrapuesto a «el Hijo del hombre / el Hombre» (v. 20); son los que aún no poseen el Espíritu y, en la estrechez de su experiencia, no pueden comprender al Hombre-Dios. Su pregunta es una puerta para la fe. La perícopa presenta numerosos paralelos con la siguiente, donde Jesús libera a los endemoniados gadarenos. Estos salen a su encuentro como si esperasen su llegada, quieren impedir su acción y le suplican que no los atormente. Todo esto supone que la tierra de los gadarenos sabía ya quién llegaba y para qué. Nótese, además, el paralelo entre «los vientos» (v. 26) y los «demonios» que expulsará Jesús (v. 31). Estos datos confirman que la tempestad que se opone a la ida de Jesús a Gadara representa la resistencia y oposición del paganismo a recibir el mensaje de Jesús. Son «los demonios» del país pagano los que provocan la tempestad para impedirlo. En este enfoque se explica también el pánico de los discípulos, que han seguido a Jesús en la misión (v. 23). Esta les parece superior a sus fuerzas. Ante la hostilidad del paganismo, la comunidad de Jesús (la barca) parece que va a ser destruida. La presencia de Jesús, sin embargo, aunque aparentemente inactivo («dormir» puede significar el tiempo después de su muerte (cf. 9,24), basta para asegurar la persistencia de la comunidad. La acción de calmar los vientos y el mar está, por tanto, en paralelo, con la expulsión de los demonios en el episodio que sigue. Los discípulos no comprenden aún la calidad del Hombre-Dios.

II Los discípulos que momentos antes manifestaban total adhesión a Jesús se sienten apabullados ante la magnitud de las olas. Todo el ímpetu de sus propuestas y ambiciones cede ante la adversidad de la situación. Esta imagen representa a la pequeña comunidad cristiana después de la muerte de Jesús. Antes, cuando estaban en la orilla segura junto al Maestro se sentían capaces de vencer el mundo, ahora, en medio de las adversidades de la historia, mientras el maestro yace dormido en el fondo de la barca, todos se aterrorizan y claman a grandes voces. Jesús calma el temor y les exige la respuesta de la fe. Grande es el mar, símbolo del imperio del mal, pero más grande es el poder de Dios que se sobrepone a los elementos negativos. Esta imagen de la barca abatida por las olas la podemos aplicar a las comunidades cristianas. En ciertos momentos de la historia se sienten imponentes, capaces de doblegar el destino; se sienten como los pasajeros del Titanic, en grado de desafiar los elementos adversos del océano porque viajan en ‘el barco más seguro del mundo’. Sin embargo, ante la vastedad y complejidad de la historia, la comunidad eclesial es apenas un trozo de madera que sobrevive más por la gracia de Dios que por la pericia de pilotos y tripulantes. La única tabla de salvación a la que puede recurrir la comunidad en medio de las adversidades de la historia es la experiencia del resucitado que le exige

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la respuesta de la fe y la fidelidad. La tripulación debe sobreponerse y navegar hasta la otra orilla, hasta la meta del momento y no ceder a la tentación del pánico o de querer retroceder.

Miércoles 29 de junio EVANGELIO Mateo 16, 13-19 13

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hombre? 14 Contestaron ellos: -Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. 15 El les pregunto: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? 16 Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. 17 Jesús le respondió: -¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! Porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo. 18Ahora te digo yo: Tú eres Piedra, y sobre esa roca voy a edificar mi comunidad y el poder de la muerte no la derrotará. 19Te daré las llaves del reino de Dios; así, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

COMENTARIOS I v. 13: Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? El paso a la parte pagana del lago (16,5) tenía por objeto salir del territorio judío. Cesarea de Filipo era la capital del territorio gobernado por este tetrarca, hermano de Herodes Antipas (cf. Lc 3,1). Para proponer a sus discípulos la cuestión de su identidad, Jesús los saca del territorio donde reina la concepción del Mesías davídico. Primera pregunta: cuál es la opinión de la gente (los hombres) sobre Jesús («el Hijo del hombre»). El Hijo del hombre es el portador del Espíritu de Dios (cf. 3,16s); por contraste, «los hombres» en general son los que no están animados por ese Espíritu, los que no descubren la acción divina en la realidad de Jesús. «El Hijo del hombre/este Hombre» es una expresión que se refiere claramente a Jesús, en paralelo con la primera persona («yo») de la pregunta siguiente (15). Este pasaje muestra con toda evidencia que Mt no interpreta «el Hijo del hombre» como un título mesiánico. Resultaría ridículo que Jesús, cuando va a proponer a los discípulos la pregunta decisiva, les dé la solución por adelantado; incomprensible sería, además, la declaración de que Pedro había recibido tal conocimiento por revelación del Padre (17), si Jesús mismo se lo había dicho antes. v. 14: Contestaron ellos: -Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. La gente asimila a Jesús a personajes conocidos del AT: una reencarnación de Juan Bautista (cf. 14,2) o Elías, cuyo retorno estaba anunciado por Mal 3,23; Eclo 48,10. En todo caso, ven en

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Jesús una continuidad con el pasado, un enviado de Dios como los del AT. No captan su condición única ni su originalidad. No descubren la novedad del Mesías ni comprenden, por tanto, su figura. v. 15: El les pregunto: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pregunta a los discípulos, que han acompañado a Jesús en su actividad y han recibido su enseñanza. Simón Pedro (nombre más sobrenombre por el que era conocido, cf. 4,18; 10,2) toma la iniciativa y se hace espontáneamente el portavoz del grupo. Las palabras de Pedro son una perfecta profesión de fe cristiana. Mt no se contenta con la expresión de Mc 8,29: «Tú eres el Mesías», que Jesús rechaza por reflejar la concepción popular del mesianismo (cf. Lc 9,20: «el Mesías de Dios» «el Ungido por Dios»). La expresión de Mt la completa, oponiendo el Mesías Hijo de Dios (cf. 3,17; 17,5) al Mesías hijo de David de la expectación general. «Hijo» se es no sólo por haber nacido de Dios, sino por actuar como Dios mismo. «El hijo de Dios» equivale a la fórmula «Dios entre nosotros» (1,23). «Vivo» (cf. 2 Re 19A.16 [LXX], Is 37, 4.17; Os 2,1; Dn 6,21) opone el Dios verdadero a los ídolos muertos; significa el que posee la vida y la comunica: vivo y vivificante, Dios activo y salvador (Dt 5,26; Sal 84,3; Jr 5,2). También el Hijo es, por tanto, dador de vida y vencedor de la muerte. vv. 16-17: Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: -¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! Porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo. A la profesión de fe de Simón Pedro responde Jesús con una bienaventuranza. Llama a Pedro por su nombre: «Simón». «Bar-Jona» puede ser su patronímico: hijo de Jonás; se ha interpretado también como «revolucionario», en paralelo con Simón el Fanático o zelota (10,4). Jesús declara dichoso a Simón por el don recibido. Es el Padre de Jesús (correspondencia con «el Hijo de Dios vivo») quien revela a los hombres la verdadera identidad de éste. Es el Padre quien revela el Hijo a la gente sencilla y el Hijo quien revela al Padre. Pedro pertenece a la categoría de los sencillos, no a la de los sabios y entendidos, y ha recibido esa revelación. Es decir, los discípulos han aceptado el aviso de Jesús de no dejarse influenciar por la doctrina de los fariseos y saduceos (16,12) y están en disposición de recibir la revelación del Padre, es decir, de comprender el sentido profundo de las obras de Jesús, en particular de lo expresado en los episodios de los panes (cf. 16,9s). Han comprendido que su mesianismo no necesita más señales para ser reconocido. La revelación del Padre no es, por tanto, un privilegio de Pedro; está ofrecida a todos, pero sólo los «sencillos» están en disposición de recibirla. Se refiere al sentido de la obra mesiánica de Jesús. «Mi Padre del cielo» está en paralelo con «Padre nuestro del cielo» (6,9). Los que reciben del Padre la revelación sobre Jesús son los que ven en Jesús la imagen del Padre (el Hijo), y los que reciben de Jesús la experiencia de Dios como Padre (bautismo con Espíritu Santo) pueden invocarlo como tal. v. 18: Ahora te digo yo: Tú eres Piedra, y sobre esa roca voy a edificar mi comunidad y el poder de la muerte no la derrotará. Jesús responde a la profesión de fe de Pedro (16: «Tú eres»; 18: «Ahora te digo yo: Tú eres»). Lo mismo que, en la declaración de Pedro, «Mesías» no es un nombre, sino indica una función, así «Piedra» en la declaración de Jesús. Hay en ella dos términos, «piedra» y «roca», que no son equivalentes. En griego, petros es nombre común, no propio, y significa una piedra que puede moverse e incluso lanzarse (2 Mac 1,16; 4,41: piedras que se arrojan). La «roca», en cambio, gr. petra, es símbolo de la firmeza inconmovible. En este sentido usa Mt el término en 7,24.25, donde constituye el cimiento de «la casa», figura del hombre mismo. De hecho, los pasajes de 7,24s y 16,16-18 están en paralelo. En el primero se trata de la vida individual del seguidor de Jesús; en el segundo, de la vida de su comunidad. La primera se concibe

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como una casa; la segunda, como una ciudad (iglesia) (cf. 27,53), es decir, como una sociedad humana. En este pasaje expone Mt su tratado sobre la fe en Jesús. Esta es la que permite la construcción de una sociedad humana nueva, la «iglesia de Jesús» o Israel mesiánico (cf. ekklesía, la asamblea del Señor del antiguo Israel, Dt 23,2-4; Jue 20,2), que equivale al reinado de Dios en la tierra, al reino del Hombre (13,41). Su base inamovible es la fe en Jesús como Mesías hijo de Dios vivo. Todo el que dé tal adhesión a Jesús será «piedra» utilizable para la construcción de la ciudad. «El poder de la muerte», lit. «las puertas del Abismo», o reino de la muerte. Se representa el reino de la muerte como una ciudad rival, como una plaza fuerte con puertas que representan su poder y que combate la obra de Jesús (cf. Is 38,10; Job 38,17; Sal 9,14; 107,18; Sab 16,13). «No la derrotará» indica la victoria sobre la muerte, la indefectibilidad de la ciudad de Jesús, la permanencia del reino de Dios; pero no solamente en su etapa terrestre, sino incluso a través de la muerte misma, Jesús es el dador de vida («el Hijo de Dios vivo») y su obra no puede estar sujeta a la muerte. Se refleja aquí el contenido de la última bienaventuranza, que anunciaba la persecución para los que son fieles a la opción propuesta por Jesús (5,10s). También otros pasajes, por ej., el ya citado de 7,24s y el de 10,28, sobre no temer a los que pueden matar el cuerpo. v. 19: Te daré las llaves del reino de Dios; así, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo. . Con dos imágenes paralelas se describen ciertas funciones de los creyentes. En la primera, el reino de Dios se identifica con la iglesia o comunidad mesiánica. Continúa la imagen de la ciudad con puertas. Los creyentes, representados por Pedro, tienen las llaves, es decir, son los que abren o cierran, admiten o rechazan (cf. Is 22,22). Se opone esta figura a la que Jesús utilizará en su denuncia de los fariseos (23,13), quienes cierran a los hombres el reino de Dios. La misión de los discípulos es la opuesta: abrirlo a los hombres. Sin embargo, no todos pueden ser admitidos, o no todos pueden permanecer en él, y esto se explicita en la frase siguiente. «Atar, desatar» se refiere a tomar decisiones en relación con la entrada o no en el reino de Dios. La expresión es rabínica. Procede de la función judicial, que puede mandar a prisión y dejar libre. Los rabinos la aplicaron a la explicación de la Ley con el sentido de declarar algo permitido o no permitido. Pero, en este pasaje, el paralelo con las llaves muestra que se trata de acción, no de enseñanza. El pasaje no está aislado en Mt. Su antecedente se encuentra en la curación del paralítico, donde los espectadores alababan a Dios «por haber dado tal autoridad a los hombres» (9,8). La «autoridad» de que habla el pasaje está tipificada en Jesús, el que tiene autoridad para cancelar pecados en la tierra (9,6). Esa misma es la que transmite a los miembros de su comunidad («desatar»). Se trata de borrar el pasado de injusticia permitiendo al hombre comenzar una vida nueva en la comunidad de Jesús. Otro pasaje que explica el alcance de la autoridad que Jesús concede se encuentra en 18,15-18. Se trata allí de excluir a un miembro de la comunidad («atar») declarando su pecado. Resumiendo lo dicho: Simón Pedro, el primero que profesa la fe en Jesús con una fórmula que describe perfectamente su ser y su misión, se hace prototipo de todos los creyentes. Con éstos, Jesús construye la nueva sociedad humana, que tiene por fundamento inamovible esa fe. Apoyada en ese cimiento, la comunidad de Jesús podrá resistir todos los embates de las fuerzas enemigas, representadas por los perseguidores. Los miembros de la comunidad pueden admitir en ella (llaves) y así dar a los hombres que buscan salvación la oportunidad de encontrarla; pueden también excluir a aquellos que la rechazan. Sus decisiones están refrendadas por Dios mismo.

II

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Pedro y Pablo representan dos caminos diferentes y complementarios de edificación de la iglesia. Pedro, un humilde pescador de Galilea, compañero de andanzas de Jesús, hombre sincero y temerario, representa a ese pueblo sencillo que acoge con alegría y ardoroso corazón la invitación de Jesús al seguimiento. Pablo, en cambio, hijo de una familia notable, ciudadano romano, hombre ilustrado y profundo conocedor de las escrituras representa a esa parte del pueblo de Dios que se siente deslumbrada por el llamado de Cristo y, dejando las preocupaciones, la seguridad y los compromisos de su condición social, se vuelca completamente al servicio de todos los hermanos. Los dos emprenden, por caminos diferentes, la vía que los conducirá a Roma y al martirio. Pablo junta en torno a la cruz a innumerables pueblos que estaban excluidos de las promesas de Yahvé. A pesar de ser un hombre de escasa fuerza física, agradece al Señor toda la fuerza que le da “para anunciar íntegro” el mensaje de salvación y se prepara para el martirio. Pedro sigue a Jesús desde Galilea a Jerusalén. Se abraza a su maestro con un fervor y una radicalidad sobrehumanos. Pedro y Pablo median en los muchos conflictos y dificultades de la comunidad naciente y, aunque tienen titubeos, orientan sabiamente al pueblo que Jesús le ha encomendado y lleva su testimonio de fidelidad hasta el martirio. Hoy debemos preguntarnos si, como cristianos, somos capaces de fundir la tenaz fidelidad de Pedro y la capacidad de Pablo para servir al pueblo cristiano y conducirlo sabiamente por los caminos del Señor.

Jueves 30 de junio EVANGELIO Mateo 9, 1-8 9 1Subió a una barca, cruzó a la otra orilla y llegó a su propia ciudad. 2 En esto, intentaban acercarle un paralítico echado en un catre. Viendo la fe que tenían, Jesús dijo al paralítico: -¡Animo, hijo! Se te perdonan tus pecados. 3 Entonces algunos letrados se dijeron: -Éste blasfema. 4 Jesús, consciente de lo que pensaban les dijo: 5 -¿Por que pensáis mal? A ver, ¿que es más fácil decir: «se te perdonan tus pecados» o decir «levántate y echa a andar»? 6Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados... -le dijo entonces al paralítico: -Levántate, carga con tu catre y vete a tu casa 7 El hombre se levanto y se marcho a su casa. 8 Al ver esto, las multitudes quedaron sobrecogidas y alababan a Dios, que ha dado a los hombres tal autoridad.

COMENTARIOS I v. 1: Subió a una barca, cruzó a la otra orilla y llegó a su propia ciudad. Dos veces han aparecido ya paralíticos en este evangelio (4,24; 8,6). Ahora va a explicar Mateo la causa de la parálisis y el poder de Jesús para curarla. El «paralítico», el hombre incapaz de toda actividad, es el muerto en vida. Curar a un paralítico es dar al hombre la posibilidad de caminar, de elegir su vida, de ejercer su actividad.

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v. 2: En esto, intentaban acercarle un paralítico echado en un catre. Viendo la fe que tenían, Jesús dijo al paralítico: -¡Animo, hijo! Se te perdonan tus pecados. Son varios los que presentan el paralítico a Jesús, y Jesús «ve» su fe. Sin embargo, se dirige sólo al paralítico para anunciarle que sus pecados están cancelados. «Los pecados» en Mateo significan el pasado pecador del hombre, antes de su encuentro con Jesús. La fe en Jesús, que es la adhesión a él y a su mensaje, cancela el pasado pecador del hombre, le da una nueva oportunidad de vida; significa un nuevo comienzo. Existe en el texto una aparente incoherencia: mientras Jesús «ve la fe de ellos», dirige sus palabras únicamente al paralítico. Dado que la fe es la que obtiene la liberación del pasado, esto significa que la figura del paralítico incluye las de sus portadores; representa así a los hombres en su condición de muerte y en su deseo de salvación. Los portadores expresan el anhelo por encontrar salvación en Jesús; el paralítico, la situación concreta de los hombres. Jesús lo exhorta a confiar («Animo») y lo llama «hijo», término que se aplica a los israelitas (15,26). Jesús considera a este hombre como miembro de Israel. vv. 3-5: Entonces algunos letrados se dijeron: -Éste blasfema.4Jesús, consciente de lo que pensaban les dijo: 5-¿Por que pensáis mal? A ver, ¿que es más fácil decir: «se te perdonan tus pecados» o decir «levántate y echa a andar»? 6Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados... Aparecen los letrados hostiles a Jesús, cuya enseñanza se apoya en la tradición. Sin expresarlo en voz alta, juzgan que Jesús blasfema, es decir, que insulta a Dios atribuyéndose una función divina. Jesús intuye lo que piensan y los desafía proponiendo la curación del paralítico como prueba de su autoridad para perdonar pecados. El sujeto que posee la autoridad es «el Hombre» (cf. 8,20), el Hijo de Dios (3,16s), que es el «Dios entre nosotros» (1,23). La doctrina sobre la trascendencia de Dios había excavado tal abismo entre él y los hombres, que resultaba imposible para los letrados admitir que el Hombre pudiese tener condición divina. La autoridad de Jesús es universal, se ejerce «en la tierra», lugar de habitación de la humanidad. vv. 5b-8: le dijo entonces al paralítico: -Levántate, carga con tu catre y vete a tu casa. 7El hombre se levanto y se marcho a su casa. 8Al ver esto, las multitudes quedaron sobrecogidas y alababan a Dios, que ha dado a los hombres tal autoridad. Con sola su palabra cura al paralítico. La curación significa el paso de la muerte a la vida («levántate», verbo aplicado a la resurrección en 27,63.64; 28,6.7). El hombre, muerto por sus pecados, no solamente es liberado de ellos, sino que empieza a vivir. La fuerza del argumento propuesto por Jesús («para que veáis») está en esto: la vida y libertad que él comunica al hombre (hecho constatable) prueban que éste ya no depende de su pasado (cancelar los pecados), sino que es dueño de lo que antes lo tenía atado (carga con tu camilla). Los circunstantes son «multitudes» determinadas, alusión a las que lo siguieron después del discurso en la montaña (8,1). Su reacción es de temor y, al mismo tiempo, de alegría. Alaban a Dios por haber concedido tal autoridad «a los hombres». Esta última expresión, en paralelo con «el Hijo del hombre», muestra que «el Hijo del hombre» es una condición que puede extenderse a otros. De hecho, como aparecerá más tarde, el destino del «Hijo del hombre» será el de sus discípulos (16,24s); su autoridad será comunicada a los suyos (18,18).

II Nuestra cultura occidental, con frecuencia, ignora la realidad de pecado que la amenaza o la subestima considerándola como un prejuicio moral del pasado. Sin embargo, el pecado es una realidad a la que no se le puede dar la espalda. El pecado se apodera de nuestras instituciones, de nuestras comunidades e, incluso, de nosotros mismos. Pero no el pecado entendido únicamente

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como trasgresión de las costumbres o de ciertos preceptos morales, sino como esa tendencia a considerar la violencia, la opresión, la indiferencia y la indolencia como algo ‘natural’ o normal. En la época de Jesús, como en la nuestra, existen grupos de personas calificadas que, como los maestros de la Ley, son incapaces de enfrentar el pecado para recuperar al ser humano oprimido por esta realidad negativa. Estos grupos de personas están pendientes de los mínimos movimientos de los que se encuentran en medio de la actividad apostólica, pero no para ayudarlos u orientarlos, sino para acusar de blasfemia al que se atreva a liberar a estos seres humanos oprimidos por la enfermedad, la opresión y la exclusión. Los que acusan a Jesús de ‘blasfemia’ incurren, en realidad, en la blasfemia mayor que consiste en atribuir al demonio lo que es obra de Dios. El pecado, aunque ellos no lo perciban, es la incapacidad de ver la acción poderosa y liberadora de la gracia de Dios en medio de las más desgarradoras situaciones de marginación y de miseria. El pecado es esa fuerza paralizante que nubla nuestras mentes y nos hace incapaces de aceptar la salvación que Dios nos ofrece en esta historia de sufrimiento y de dolor. Desafortunadamente, los grupos que andan detrás de los enviados del Señor gritando ‘blasfemia, blasfemia’ padecen de esa irremediable parálisis que produce el no reconocer los propios pecados.

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