Ocupaciones y oficios. Los sectores populares en la ciudad de Tucumán,

Autor María Paula Parolo Artículo Ocupaciones y oficios. Los sectores populares en la ciudad de Tucumán, 1800-1870 2 Ocupaciones y oficios. Los s

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Autor

María Paula Parolo Artículo

Ocupaciones y oficios. Los sectores populares en la ciudad de Tucumán, 1800-1870

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Ocupaciones y oficios. Los sectores populares en la ciudad de Tucumán, 1800-1870. María Paula Parolo Universidad Nacional de Tucumán CONICET La noción “sectores populares” no ha sido definida de manera unívoca en la historiografía, y el concepto “popular” exige reacomodos y redefiniciones según distintas épocas y lugares. Por ello nuestro estudio se trata de un campo de límites fluctuantes, ya que lo que separa a “lo popular” de lo “no popular” no se define de una vez para siempre, sino que es el resultado de la dinámica del proceso histórico y, como tal, se desplaza y modifica. Se trata de un variado universo poblacional que se caracteriza por ser ajeno al mundo del privilegio y del ejercicio del poder. De allí que, por exclusión, podría definírselo como un amplio sector de la sociedad que no disfruta de posiciones dominantes en lo económico, lo político y lo social. En él confluirían, por lo tanto, junto a una gran variedad de oficios y ocupaciones, diversidades de tradiciones culturales, de origen étnico, de riqueza y prestigio; las que permiten distinguir diferentes estratos y condiciones. En términos generales, estamos haciendo referencia a un complejo abanico integrado por los trabajadores del campo y la ciudad, por “el pueblo menudo ocupado en servir”, por quienes se dedicaban al pequeño comercio, por los artesanos y por quienes organizaban un ciclo laboral entre la ciudad y el campo combinando temporadas de dependencia laboral con actividades de subsistencia.1 Pese a la importancia de las transformaciones económicas y políticas que se iniciaron a partir de las Reformas Borbónicas y la revolución por la independencia,

el análisis del

impacto de las mismas sobre la estructuración social de Tucumán, en general, y sobre los sectores populares, en partic ular, no despertó hasta ahora la suficiente atención de los historiadores. En efecto, en la historiografía sobre la provincia de Tucumán es notoria la carencia de investigaciones relativas a la problemática social.

Excepto el

aporte de Ana María Bascary -en cuya tesis doctoral sobre la familia y la vida cotidiana en Tucumán a fines de la colonia dedica buena parte de sus capítulos al análisis de algunos aspectos de los sectores populares urbanos (familia, condiciones de vida,

1

LIDA, Clara “¿Qué son las Clases populares? Los modelos europeos frente al caso español en el siglo XIX”, en Revista Historia Social, Nro. 27, Valencia, 1997 (I)

3

actividades económicas)-,2 el estudio de las transformaciones que experimentaron estos sectores y sus estrategias de adaptación a la nueva realidad revolucionaria del siglo XIX no han sido aún abordadas. En este marco, en el presente trabajo se analizarán dos de los segmentos que formaron parte del vasto universo de los sectores populares urbanos en el Tucumán del siglo XIX: los “servidores domésticos” y los “oficios artesanales”. El objetivo que se persigue es definirlos como categorías socio-ocupacionales y explorar su composición a lo largo de los setenta años bajo estudio. No hay de los sectores populares demasiados testimonios directos. Durante la mayor parte de su historia, esta “gente sin historia” no supo escribir, a lo sumo se escribía por ella. En todos los lugares donde se la ve actuar se constata que, en definitiva, siempre fue una actuación mediada por elementos, estructuras y pautas culturales dominantes, sus creencias y expresiones pasaron por el filtro de la iglesia, sus ideas fueron expresadas por otros. Por todo ello, al s primeras fuentes a las que recurrimos fueron los censos y padrones del período. La falta de criterios comunes en el relevamiento de los censistas, sumado a las falencias propias de un registro de datos en la etapa protoestadística, limitan la cantidad y calidad de información de dichas fuentes en la primera mitad del siglo XIX. Por ello, además de las fuentes censales recurrimos a padrones parciales de individuos y bienes, listas de contribuyentes, de sueldos, de pagos de derechos y patentes, censos de propietarios, padrones de indios, morenos y mulatos, etc; que completan la información extraída de los censos generales. Se utilizaron, también, otros fondos documentales que nos introdujeron, desde otra perspectiva, en el mundo de las relaciones sociales. Nos referimos a expedientes judiciales –criminales y civiles–, relatos de viajeros, contratos de arrendamiento, boletos de compraventa, etc., fuentes en las que quedaron registradas, aunque de modo indirecto, las “voces” de los actores sociales. Tucumán en la primera mitad del siglo XIX: el mundo urbano En 1810 la ciudad estaba comprendida dentro de las cuatro calles que se denominaban “de ronda” –es decir aquellas hasta donde llegaba la vigilancia nocturna de la policía–; constaba de 80 manzanas, de las que sólo las centrales tenían edificación densa. 3 Pero, 2

BASCARY, Ana María Familia y vida cotidina. Tucumán a fines de la Colonia. Tesis doctoral, inédita, Universidad de Sevilla, 1998. Sobre un período posterior encontramos el estudio de Daniel CAMPI “Los ingenios del Norte: un mundo de contrastes”; en DEVOTO, Fernando y MADERO, Marta (directores), Historia de la vida privada en la Argentina. La Argentina Plural: 1870-1930; Tomo 2, Taurus, Buenos Aires 1999. 3 AVILA, Julio P, La ciudad arribeña. Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán 1920.

4

cuando hablamos de la “ciudad” de San Miguel de Tucumán, nos estamos refiriendo tanto a la ciudad edificada -comprendida entre las “cuadras de ronda”-, así como a las quintas, chacras y campos que la circunscribían, constituyendo los “suburbios” o “extramuros” de la ciudad. La misma se encontraba inserta un un complejo y vasto circuito de relaciones comerciales interregionales. Su papel de intermediaria comercial la convirtió en un verdadero centro redistribuidor de procuctos desde y hacia otras regiones. A finales de la primera década del siglo XIX el imperio hispánico de América inició su rápida desintegración y el eje de las transformaciones económicas en la mayor parte de las colonias españolas de América del Sur estuvo dado por las rupturas, cambios y reacomodamientos del “espacio económico peruano” que se tradujo en la interrupción del tráfico ascendente de mercadería y la consiguiente provisión de mulas para el transporte de montaña -aunque se mantuvieron lazos comerciales con algunas ciudades altoperuanas-. Al mismo tiempo se detuvo el flujo descendente de plata, con lo cuál desapareció la principal fuente de metálico de la economía tucumana. Sin embargo, la provincia siguió inserta en el “espacio econónico peruano”, de manera que a lo largo de toda la primera mitad del siglo XIX sus intercambios mercantiles se desenvolvieron bajo el influjo de diversas fuentes de aprovisionamiento de bienes importados y no dependió de un solo mercado de consumo para la colocación de sus productos. Por otra parte, la repercusión de diversas coyunturas políticas y militares (como los bloqueos al puerto de Buenos Aires y algunos episodios de las guerras civiles) sobre el comercio tucumano, moderaron la inclinación de la provincia hacia el Atlántico –tendencia que se venía

manifestando

desde

fines

del

siglo

XVIII-,

reorientándola

parcial

y

transitoriamente hacia el Pacífico y el mundo andino conectado a sus puertos.4 De este modo, las actividades relacionadas con la nueva red de intercambios cobraron mayor peso (la construcción de carretas; el curtido y elaboración del cuero; la producción tabacalera y la de azúcares y aguardientes), mientras subsistieron otras como las artesanías textiles y productos agropecuarios para consumo interno. En las décadas siguientes se observa un marcado crecimiento de la actividad azucarera. Ya en 1876, año en que se inauguró el ferrocarril que unió a Tucumán con el litoral, el valor de la producción azucarera triplicaba al de la industria del cuero y constituía más del 45% del producto provincial, iniciándose de este modo el auge de esta actividad. Este auge azucarero coincidió con el ocaso definitivo de los vínculos mercantiles que

5

daban vida al “espacio económico peruano”, un complejo de circuitos dinamizados por la producción argentífera altoperuana del que formaba parte todo el norte argentino. 5 Los sectores populares urbanos en el siglo XIX El primer padrón levantado en el siglo XIX fue el de 1812. Se conservaron los listados de dos de los cuatro cuarteles en que se dividió al curato rectoral para su relevamiento. Estos albergaban a una población de 2.297 habitantes, de los cuáles 940 (40%) eran hombres y el 60% restante (1.345) mujeres.6 En dicho recuento, más del 50% de la població n con ocupación fue registrada como "servidumbre", el conjunto de personas que “servían” a particulares. Si bien no remitía directamente a la condición de siervo y no existía una correspondencia directa entre "servidumbre" y "esclavitud", el 41% del sector estaba sometido a esta última condición. Otras ocupaciones registradas, que implicaban una forma de sujeción personal a un patrón, eran las de los agregados, criados, peones y conchabados. 7

Los dos primeros

presentaban un alto porcentaje de mujeres y niños, pues se trataría de familias enteras que se empleaban como servidores domésticos. Peones y conchabados aparecen en las fuentes vinculados a tareas que, en general, no requerían mayor calificación como la cocina (sobre todo en el caso de las mujeres), conducción de caballos, reparaciones en el hospital militar, guardas de corrales, de muladas, pintores, y, desde 1813, en la fábrica de fusiles. El 80,8% de la población femenina y masculina bajo estas formas de trabajo "dependiente"8 eran indios; el 13,2% pardos, mulatos y negros, y el 5,8% "españoles" y no llevaban en ningún caso el apelativo "Don". Un 20 % de las ocupaciones masculinas registradas correspondían a oficios artesanales, los que no parecían ser exclusivos de ningún grupo étnico ya que tanto indios (27,6%), pardos (27,6%), negros (13,1%) y españoles (31,5%) se ocupaban en ellos.

4

CAMPI, Daniel “Aproximación a la génesis de una élite azucarera. Las exportaciones tucumanas en carretas, 1863-1867”; (inédito), Tucumán 1996, p. 5. 5 CAMPI, Daniel “Economía y sociedad en las provincias del Norte”; en LOBATO, Mirta Zaida (Compiladora) Nueva Historia Argentina. El progreso, la modernización y sus límites (1880-1916), Editorial Sudamericana, Buenos Aires 2000, P. 96. 6 Al tratarse de un padrón con un objetivo militar, debe contemplarse la posibilidad de un subregistro de varones. 7 Si bien “agregado”, “criado”, “conchabado” son términos que hacen referencia a una condición laboral, más que a la ocupación en sí, en los padrones de la época fueron consignados como profesiones. 8 Agrupamos bajo la denominación de “dependientes” a las personas registradas como peones, jornaleros, criados, gente de servicio, agregados y esclavos, ya que dentro del conjunto global de las ocupaciones compartían el hecho de vender su fuerza de trabajo.

6

Entre los individuos que hemos agrupado como “artesanos” (carpinteros, zapateros, herreros,

sastres,

lomilleros,

plateros)

constaban

diferentes

situaciones.

La

estratificación entre maestros, oficiales y aprendices, no expresaba sólo –como veremos posteriormente- diferentes grados de destreza y habilidad en el oficio, sino que implicaba condiciones de trabajo y de vida diversas. En 1818 se levantó otro padrón de los habitantes de la ciudad, del que se conservaron cuatro listados, en los que constan 532 individuos “libres”.9 Una lectura acrítica de los datos permitiría considerar que mientras en 1812 casi el 24% de los hombres “libres” se ocupaban en la servidumbre, en 1818 dicho porcentaje habría descendido abruptamente a un 3,5%. Por otra parte, comerciantes y pulperos se habrían incrementado (en 1812 comerciantes y pulperos alcanzaban a un 18% del total de las ocupaciones y en 1818 habrían superado el 30%), mientras que los oficios habrían disminuido levemente de un 23,4% en 1812 al 21,1%). Sin embargo, las falencias de las fuentes (están incompletas, son registros parciales y poseen una gran diversidad de criterios de relevamiento) y el corto tiempo transcurrido entre uno y otro recuento,

hacen dudar de que los datos

extraídos reflejen fielmente la realidad del momento. Es probable que algunas de las tendencias observadas (incremento de comerciantes y pulperos, y descenso de la “servidumbre” en contraste con el incremento de “otros dependientes” y otras ocupaciones) se hayan comenzado a manifestar en el marco de la crisis por el impacto de las guerras de la independencia y la disminución del tráfico con el Alto Perú. Pero los datos de los que disponemos hasta ahora no son suficientes para confirmar esta hipótesis. Cinco décadas más tarde, en 1869, el departamento Capital se dividía en tres secciones: el área central de la ciudad de Tucumán; los suburbios y su campaña. Las dos primeras –consideradas

“urbanas”–

albergaban

a

17.438

individuos.

Nuestro

análisis

se

centraliza en ese ámbito y fue realizado a partir de una muestra aleatoria de 3.618 registros (20% de la población total), extraídos de las cédulas censales correspondientes a las ocho secciones en que se dividió a la ciudad para el relevamiento.

9

Tratándose de un relevamiento –encomendado por el Cabildo– de “todo hombre libre existente (…) expresando el origen de cada uno, su edad, su estado político, su oficio y las propiedades qe. tenga pa. Inscribirlos en los libros cíbicos” (con el fin de realizar un empréstito para solventar los gastos de la guerra), este recuento carece, por un lado, de información sobre ocupaciones femeninas, y, por otro, deja fuera de registro a un amplio sector de la población constituido por los esclavos. (AHT; S.A; Vol. 26; Año 1817-1818; f. 248).

7

Las ocupaciones que concentraban mayor porcentaje de población masculina eran la de peón y la de jornalero que alcanzaban, según nuestra muestra, a un 18,2% del total de las registradas. En segundo término encontramos a los comerciantes representados por un 16,5%, y, muy cerca de ellos, los zapateros que constituían el 16,2%. Si analizamos los datos agrupados, podemos constatar que, en realidad, eran estos “oficios” los que aglutinaban la mayor cantidad de hombres (representaban el 31,3% de las ocupaciones), aunque, probablemente, entre los que figuraban como zapateros, carpinteros y sastres, estaban incluídos también oficiales y aprendices, quienes se desempeñaban como peones asalariados en los talleres de los maestros. Los “dependientes” (en los que se agruparon a peones, jornaleros y sirvientes) constituían el 26% de las ocupaciones registradas. Junto a los “dependientes” y a los oficios artesanales, existían una variedad de ocupaciones que compartían con aquéllas la exclusión de los espacios de poder y el escaso prestigio social. Pequeños labradores, comerciantes al menudeo y pulperos de escasa fortuna, carniceros, barberos, aguateros y músicos, entre otros, subsistían gracias a determinados recursos (pequeña pulpería, barbería, parcela de tierra) evitando la venta de su fuerza de trabajo. En 1869 aparecieron una gran variedad de profesiones “nuevas” (tonelero, blanqueador, barraquero, preceptor, abastecedor, etc.) muchas de las cuáles implicaban cierta independencia económica. Sin duda esta multiplicidad de ocupaciones que aparecieron en 1869 no responden solamente a las transformaciones económicas

y

sociales

del

período,

sino

fundamentalmente,

a

una

forma

de

relevamiento que no sólo era ya de carácter estadístico (por ende conlleva una clasificación mucho más analítica), sino que se prestó especial cuidado en especificar las ocupaciones de las mujeres, hecho que no ocurría en ningún padrón anterior. Entre las ocupaciones femeninas la que concentraba mayor porcentaje era la de sirvienta (28,2%). Sumando a ésta las lavanderas, cocineras y planchadoras, el “servicio doméstico” representaba al 46% del total de ocupaciones. Después del “servicio doméstico”, era la confección –costura y bordado– la actividad que nucleaba el mayor porcentaje de mano de obra femenina (21,2%). La textil, era la tercera actividad en cuanto a porcentaje de mujeres ocupadas (17%). El 16% restante de la mano de obra femenina se encontraba distribuido entre una multiplicidad de ocupaciones entre las cuales, la de cigarrera concentraba el mayor porcentaje. Junto a éstas, encontramos empanaderas, amasanderas, tamaleras, verduleras, veleras, y

8

mujeres dedicadas al comercio. Todas estas actividades –excepto las cigarreras-10 podrían entenderse como vías alt ernativas a la dependencia que significaba emplearse en el servicio doméstico, y tal vez, a la falta de preparación y/o “calificación” para dedicarse a la costura o a la manufactura textil. De este modo, la elaboración de este tipo de productos (empanadas, velas, tamales, etc) habrían permitido a algunas mujeres sobrevivir con cierta independencia. En suma, el universo de los sectores populares de la ciudad de Tucumán era amplio, complejo y fue modificando su composición interna en el transcurso del siglo XIX. Los oficios

artesanales

y

las

ocupaciones

ligadas

al

“servicio

doméstico”

tuvieron

continuidad y preeminencia a lo largo de todo el período, de allí que focalicemos nuestro análisis en estos dos segmentos de aquél vasto universo. Los oficios artesanales El uso del término artesano para englobar a todas aquellas actividades manuales de las que resultaba un producto final destinado a la venta, no es propia de las fuentes. En los padrones y censos consultados se volcaron las categorías profesionales precisas: herrero, carpintero, zapatero, sastre, etc; y para facilitar su análisis las hemos examinado en conjunto en tanto manifestaciones de actividades artesanales, las que compartían una serie de características que hacen legítima su agrupación. 11 En 1812 existía un 20% de hombres con ocupación conocida dedicados a actividades artesanales. Las mismas se distribuían de la siguiente manera:

10

En 1894, Rodríguez Marquina, desde su visión negativa sobre las mujeres de los sectores populares, afirmaba que la cigarrera “es por regla general, jóven, de catorce á veinte años (...) carece de educación; no vive de los cigarros que confecciona y con raras escepciones vive del vicio” (RODRIGUEZ MARQUINA, P. “Crónica General” , en Tucumán Literario, Año III, Nro 11, Tucumán, 8 de abril de 1894, p. 91). 11 No se contemplaron la totalidad de las ocupaciones artesanales, este análisis se centra fundamentalmente en las cuatro categorías anteriormente mencionadas. Si bien no desconocemos la importancia que tuvieron en el Tucumán del siglo XIX los plateros, lomilleros y talabarteros, entre otros, las fuentes no nos brindan mayor información sobre ellos.

9

Gráfico 1: Oficios Artesanales registrados en la ciudad de Tucumán en 1812 herreros 18%

otros 10%

carpinteros 22% zapateros 32% sastres 18%

Fuente: elaboración propia según datos del censo de 1812

Excepto entre los plateros (quienes eran todos españoles), el resto de los oficios artesanales contaban tanto con españoles, indios, pardos y negros. Asimismo, existía un 3% de la población esclava dedicada a estas actividades. En 1812 entre los artesanos coexistían hombres libres y esclavos; españoles, indios y negros; tucumanos, de otras provincias y extranjeros; así como individuos distinguidos con el apelativo don y sin él. En 1818 el sector pasó a constituir el 21,5% del total de las ocupaciones consignadas. Aparecieron registradas en este último recuento, nuevas actividades dentro de los “oficios mecánicos”, pues a las mencionadas en 1812 se agregaron los sombrereros, lozeros y armeros , entre otras (gráfico 2).

Gráfico 2: Oficios registrados en cuatro cuarteles de la ciudad de Tucumán en 1818 otros 32% carpinteros 10% herreros 11%

sastres 24% zapateros 23%

Fuente: elaboración propia según datos del censo de 1818

10

Las diferencias entre ambos recuentos radican fundamentalmente en la disminución del porcentaje de zapateros, carpinteros y herreros y en el incremento de los sastres y “otros” artesanos. El cruce de los datos proporcionados por ambos padrones permitió descubrir que si bien la mayoría de los individuos que figuraban como artesanos en 1812 mantuvieron en 1818 el mismo oficio, otros lo modificaron. Algunos ejemplos

de estos cambios fueron

los de León García, Tomás y León Alderete. El primero figuraba en 1812 como español, herrero de 14 años y distinguido por el apelativo don; seis años más tarde fue registrado como hazendado y mantenía su don. Sin embargo, en 1819 inicia un expediente judicial pidiendo la herencia de su padre – consistente en ganados y una estancia- por hallarse “...desesperado por emplear(se) en el excersio de buscar arvitrios para (su) natural subsistencia”. 12 El segundo caso, el de Tomás Alderete, se trataba de un sastre pardo, libre, originario de Santiago del Estero, que en 1818 se tornó pulpero. Del mismo modo, León Alderete, quién en 1812 contaba 12 años y era sastre, también figura en 1818 como pulpero. A esta posibilidad de movilidad horizontal (entre ocupaciones), se agregaba la de ascenso vertical ya que dentro de cada gremio de artesanos existían diferenciaciones internas bien marcadas. Tratándose de ocupaciones que implicaban la necesidad de un período de aprendizaje y práctica del oficio, las mismas se encontraban organizadas jerárquicamente: “peones”, “oficiales”, “maestros” y “maestros mayores”. Como es lógico suponer, los dos primeros constituían el escalón más bajo dentro de la actividad, generalmente ocupado por esclavos, pardos, mulatos libres o indios; mientras que los maestros eran, en su mayoría, españoles y llevaban el don. Sin duda, el denominativo maestro habría estado relacionado con el grado de experiencia en el oficio y con la posesión de un taller. Eran ellos quienes arreglaban con el gobierno los trabajos para el ejército o arreglos de las casas consisteriles y eran, asimismo, quienes cobraban por ellos.13 El lugar de “maestro mayor”, en cambio, excedía al requisito de poseer experiencia. A comienzos del siglo XIX, eran nombrados directamente por el Gobernador Intendente, a quién le concernía “...el arreglo de gremios en las artes liberales, lo mismo que en las mecánicas”. El procedimiento de selección se realizaba a partir de los informes y 12

AHT; Sección Judicial Civil; Caja 60; Exp. 5; Año 1819. Abundan los recibos firmados por los maestros sastres por la hechura de pantalones y chaquetas para el ejército (AHT, SA, Vol 23, año 1813); por los maestros carpinteros por la fabricación de sillas, mesa y arreglos para la Sala Capitular (AHT, SA, Vols. 17 y 18; años 1806 y 1807); o por la herradura de los caballos del ejército (AHT; SA; Vol. 49; tomo IV; año 1837). 13

11

noticias sobre el estado de cada gremio que recogía el Gobernador, y de allí elegía y nombraba por maestro mayor al individuo que cumplía con: “...las qualidades de honradez, notoria inteligencia y actividad qe. son necesarias, confiriéndole (...) las bastantes facultades económicas, y coactibas, que, aceptando y jurando, exerxerá respecto a los individuos del mismo gremio con la precisa subordinación al Govno. Intenda., y en su caso a los jueces ordinarios que son y fueren”. Seguidamente se procedía a citar al resto de los maestros del mismo rubro quienes reconocían al maestro mayor del gremio. 14 En 1823 se reglamenta el procedimiento de apertura de talleres artesanales y el de elección de los maestros mayores. El artículo 8 del Reglamento de ese año estableció: “Todo artesano Maestro de Tienda ocurrirá por esta licencia en enero de cada año, pagando seis pesos por ella. El Cabildo reunirá por medio de los Alcaldes de Barrio a todos los gremios, cada día el que elija, para que ante su responsabilidad nombren un Maestro Mayor que cele la conducta de los demás, y de todo el que sin la tal licencia pusiese o abriese trabajo de cuyo nombramiento dará cuenta a este Gobierno, siendo la obligación del Maestro Mayor formar y presentar a la Municipalidad una lista de artesanos de su gremio, para que obtengan la patente impresa de su oficio...”. 15 Al parecer, la norma se trató de imponer, pero tanto los artesanos como los compradores, evitaron su cumplimiento, razón por la cuál en octubre de 1824 un bando del Cabildo reitera que ningún artesano podía abrir tienda pública sin ser examinado. 16 A pesar del importante desarrollo que habrían comenzado a tener estos oficios en directa relación con la coyuntura bélica, no parecen haber sido ocupaciones que aseguraban estabilidad ni solvencia económica. La casi inexistencia de testamentarias de este sector abona este supuesto. 17 Por otra parte, entre las escasas transacciones comerciales registradas en las que participaron artesanos, predominaban las compras de sitios pequeños (de un cuarto o de medio solar), así como los pedidos de cobro de pesos, y, en menor medida, la compra de esclavos.18

14

AHT; SA; Vol. 18; Año 1807; f. 500. AHT; Oficios Varios; Vol. 25; Año 1823; f. 399. 16 Citado por Leoni Pinto, Ramón, Tucumán y la región noroeste. Período 1810-182, Tesis doctoral inédita, Tucumán 1998. Un ejemplo de aplicación de esta norma es el caso de José Ignacio Ganz edo, el que al ser intimado por el Cabildo a cerrar su tienda de herrería, se dirije al Gobernador Intendente argumentando que “...haviendo notado en este pueblo la suma escases de herreros establecí en mi casa: una fragua y herrería, conchavando maestros, oficiales y peones, y con ellos é servido al público posibilitando todas las ferreterías pa. Construcción de casas, y otros destinos...” , y suplica se le conceda una “...licencia para que continúe con ella hasta tanto devengue las cantidades que he adelantado a los maestros, oficiales y peones...”. AHT; SA; Vol. 18; Año 1806; f. 504. 17 Encontramos solamente un testamento correspondiente al maestro carpintero Ramón Zavaleta. 18 AHT; Protocolo (Serie A); Año 1806, 1816 y 1824. 15

12

Estos indicadores generales sobre la realidad social de los artesanos en los primeros años del siglo XIX, pueden ejemplificarse con algunos casos puntuales: el ya mencionado de León García que solicitó adelanto de herencia por no poder sostenerse; o el del maestro carpintero Ramón Zavaleta, quien pidiera al Cabildo en 1820 “un solar de los pertenecientes a la ciudad qe. se haya en sus extramuros vaco...”, debido a que se hallaba “sin sitio capas en qe. mantener(se) ni trabajar en el oficio de carpintero”. 19 Posteriormente, tras su muerte, en 1848, su viuda fue declarada “pobre de solemnidad”. Los únicos bienes que le quedaban eran la casa donde vivía y el dinero del pleito por el pago de pesos que había ganado el año anterior, pero ambos fueron embargados para pagar a la larguísima lista de acreedores que dejó, producto de deudas por “préstamos de dinero”, por “productos de tienda”, por “las visitas del médico” y por “alimentos fiados”. 20 En suma, al parecer, las actividades artesanales no constituían garantía de una existencia desahogada en términos económicos. No sólo lo atestigua el caso de Ramón Zavaleta, sino que en el petitorio -ya citado- de José Ignacio Ganzedo consta que también los artesanos, fueran peones, oficiales e, inclusive, maestros, trabajaban en relación de dependencia en tanto se conchababan. Ese mismo documento es, también, un testimonio de la práctica del adelanto de salarios. Por otra parte, del mismo modo que los comerciantes, tampoco los artesanos pudieron eludir los requerimientos del Gobierno. En 1806 contribuyeron en los donativos para el ramo de hospital. La recaudación se realizó por gremio y consistió tanto en dinero (entre uno y cuatro pesos por persona), como en materiales y servicios (tirantes, hechura de puertas, cerraduras).21 En 1807, de los once artesanos detectados -cinco de los cuales eran maestros- ocho contribuyeron con seis reales, uno con diez; otro con quince; y el zapatero Don Mariano Díaz con veinte; por lo que se encontraban entre los individuos que menos aportaron. Efectivamente, en la separación por “clases pudientes” que se realizó en ese mismo año para una nueva recaudación, de los veintiún artesanos identificados, tres figuran en la 6° clase (que pagaron 15 pesos cada uno), cuatro en la 5° clase (10 pesos cada uno), y los catorce restantes en la 8° clase (con 5 pesos cada uno).22

19

AHT; Sección Judicial Civil; Caja 61; Exp. 7; Año 1820. AHT; Sección Judicial Civil; Caja 87, Exp. 5; Año 1848. 21 AHT. SA. Vol. 17. Año 1806. Fs. 225-234. 22 AHT . SA. Vol. 18. Año 1807. Fs. 536-540v. 20

13

A la requisitoria voluntaria de 1808 respondieron sólo los sastres y los zapateros, los que aportaron en calidad de gremio treinta y cinco pesos, los primeros, y dieciséis pesos los últimos. De lo hasta aquí examinado se desprende que los artesanos constituían el sector ocupacional que presentaba un alto grado de heterogeneidad. La existencia de situaciones tan dispares como las de Pedro, Xavier, Manuel y Plácido Villafañe, carpinteros esclavos

del tropero Domingo Villafañe; frente a la de Don José Correa,

también carpintero, pero blanco, con indios agregados e, inclusive, un esclavo negro, demuestran que el oficio de carpintero no denotaba una ubicación social unívoca. Sin embargo, a pesar de que algunos artesanos lograron una posición social y económica nada despreciable -manifiesta en el trato de don, la posesión de propiedades y la condición de vecino-, la casi inexistencia de testamentos, las escasas operaciones comerciales realizadas y las bajas contribuciones en los empréstitos, hacen pensar que no fue la solvencia económica ni el prestigio social las características distintivas de este sector en las primeras cinco décadas del siglo XIX. En 1869 las actividades artesanales aglutinaban a un importante porcentaje (31,3%) de los hombres con ocupación. Este notable incremento del sector en el período podría explicarse en parte por los efectos de la guerra y la política revolucionaria, las que habrían convertido a Tucumán en teatro de la lucha, en centro logístico para las operaciones de vanguardia en el avance al norte y, finalmente, en sede del Ejército Auxiliar. Sería por ello que su suelo se inundó de soldados y sus habitantes se convirtieron en artesanos de nuevas manufacturas o en pequeños comerciantes, que encontraron mejores perspectivas en la apertura de pulperías y en su dedicación a labores antaño inexistentes.23 Posteriormente, sin duda, el papel que Tucumán desempeñó como proveedor de artículos manufacturados (suelas, monturas, riendas, botas, carretas, etc.) de una amplia región, habría contribuido al desarrollo sostenido de dichas actividades. En 1869, entre los oficios artesanales predominaban los zapateros, quienes constituían más del 50% del total del sector (Gráfico 3).

23

LEONI PINTO, Ramón, Tucumán y la región noroeste. Período 1810-1825. Tesis doctoral inédita, Tucumán 1998, p. 2.

14

Gráfico 3: Oficios registrados en la ciudad de Tucumán en 1869 herreros 6%

otros 12%

carpinteros 18% zapateros 51% sastres 13%

Fuente: elaboración propia según datos de la muestra del censo de 1869

El análisis comparativo permite inferir que los artesanos, en el período bajo estudio, experimentaron un notable aumento, el que, empero, no fue uniforme en todos los rubros. El incremento se produjo marcadamente entre los zapateros y ligeramente entre los rubros artesanales minoritarios (agrupados como “otros”), mientras que los sastres, los herreros y los carpinteros sufrieron una notable disminución porcentual. Por otra parte, el análisis de la composición por edad demuestra que los artesanos, tanto en 1812, como en 1818 y en 1869, pertenecían a un sector de la población masculina comprendida entre los 15 y 29 años. Sin embargo, la edad promedio en el primer recuento rondaba los 28 años, cincuenta y siete años más tarde nos encontramos con un segmento de población aún más joven, cuya edad promedio bajó a 25,7 años (especialmente los zapateros quienes experimentaron el mayor incremento cuantitativo y la baja más abrupta en la media de la edad: de 28,6 años en 1812 a 23,8 en 1869). De este modo creemos poder afirmar que a pesar de tratarse de oficios que no aseguraban una posición económica estable y sólida, la gran demanda de mano de obra que requerían las actividades artesanales generó un importante incremento del porcentaje de hombres jóvenes ocupados en estos oficios artesanales. Los servidores domésticos. Como ya afirmáramos anteriormente, en las primeras décadas del siglo XIX un importante sector de la población aparecía registrada como "servidumbre".24 Estaban 24

El uso de este término era diverso, podía aplicarse tanto para designar la condición (sujeción personal) de criados y esclavos, como la actividad (limpieza, lavado, planchado, cocina –las mujeres-, o trabajo en las chacras, acarreo, etc.-los hombres -) que desarrollaban en las casas de los patrones. Según Ana María Bascary, poco se sabe de las características de “esta especial forma de captación de mano de obra, pero el hecho de que quienes estaban en servidumbre pertenecieran en su mayoría al grupo indígena-mestizo probablemente esté indicando una evolución de las formas tradicionales de la mita y la encomienda” (Ana María Bascary, Op. Cit, p. 80)

15

bajo esa condición tanto indios (46,5%), pardos (32,3%), negros (18,1%) y una ínfima proporción de "españoles" (3,1%). Se trataba, mayoritariamente, de mujeres (56%), solteras (85%) y jóvenes (edad promedio de 22 años). Si bien era, sin duda, uno de los sectores más bajos de la sociedad colonial y posindependiente, no estuvo totalmente librado a su suerte y a los antojos de los patrones, como podría suponerse. En un expediente fechado en diciembre de 1794 el defensor de pobres, Manuel de Figueroa, se dirige al Síndico Procurador del Cabildo manifestándole que: “...informado por los pobres qe. sirben de criados qe. solo con su trabajo personal se mantienen y biben muy escasamte. por ser el estipendio que se les da muy corto (...) y agregando a esto el maltrato que estas pobres miserables esperimentan de sus señores sin poderse quejar justamente por contemplarse desbalidas y sin amparo alguno (...) me quejo formalmente de semejantes procedimientos y pido se probea el mejor remedio en amparo de las pobres señalando lo que deben darles de salario qe. corresponda al trabajo tan insoportable de estas pobres miserables...”. 25 El Síndico Procurador aceptó la propuesta del Defensor de Pobres “...en veneficio de unas Jentes qe. (...) sufr(en) un trato aspero, y poco conforme alos sentimientos que dicta la humanidad”, y propuso a las autoridades “mejorar” el salario que debían ganar en lo sucesivo las criadas, pero con algunas consideraciones según “...los diferentes servicios qe. hacen estas jentes, ya porsu desigualdad en la industria, y edad, como en los diversos motivos y fines quelas llevan ala dependencia”. De este modo, queda claro que la “servidumbre” no era una condición exclusiva de los esclavos -que indefectiblemente caían en ella por su condición jurídica-, sino que existían otros condicionantes, los que constituían la base de la diferenciación interna dentro esta categoría tan numerosa. El mismo síndico afirmó que según los motivos que hayan llevado a dicha condición, dependería la graduación del servicio que les correspondería, ya que : “...una muger qe. por sus excesos o vida licensiosa es conducida por un juez con Titulo de correccion ala casa de una Señora paraqe. purgue su delito porno haver carcel: ó una muchacha aquien en edad tierna le faltaron los Padres, y para atender asu educación pone el juez al arrimo de una Señora, no deven igualarse para la graduasion del salario, con otra muger que por elección propia, con el fin de ocurrir al remedio desu indigencia por medio de un trabajo onroso se dedica libremente a servir...”. 26 Una vez realizada esta distinción, propuso la designación de un salario fijo sólo a esta última clase de mujeres: 25 26

AHT; SA; Vol. 12; Año 1794; f. 157. AHT; SA; Vol. 12; Año 1794; ff. 158-160.

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“...siendo de catorce años para arriva su edad, cualquiera persona que la quiera recibir asu servicio con calidad de conchavadas debe pagarles doce reales por mes corrido en dinero ó otra especie que acomode a la sirvienta”. 27 Por su parte, establecía para las huérfanas: “...a quienes consultando su buena educación, y adelantamiento, recomienda el Juez al arrimo de alguna Señora deven servir a esta por solo el vestuario hasta qe. tengan la edad de catorce años, y cumplidos estos es justo qe. gosen de libertad de buscar su salario señalado antes en la casa qe. mejor les acomode, en fuerza del privilegio qe. pertenese asu origen libre”. 28 Y por último, para las depositadas en casas de señoras como castigo por delitos cometidos establecía que deberían cumplir el servicio “...arrasión y sin sueldo”; pero, cumplido el término de la pena debían ser declaradas absueltas y otorgarles la libertad para elegir su medio de vida. El Cabildo, a su vez, antes de aprobar y hacer ejecutar la propuesta del síndico procurador, agregó una serie de precisiones que demuestran que también dentro de la “servidumbre” se encontraban diferencias cualitativas que no sólo implicaban distintos grados de “jerarquía” dentro de este sector, sino también de remuneración. La fuente analizada habla de la “distinta avilidad” y de la cantidad de trabajo que recaía sobre cada una de las criadas como factores determinantes del salario que le correspondería a cada una. De este modo, estipuló que: “Las qe. sirbiesen en labado, planchado, costuras y cocinas ganen: dos pesos mensuales. “Las que solamente sirben en uno de estos ofs. Por no ser mas abundante su aplicación é industria ganen doce rs. mensuales. “Las qe. no puedan hacer estos servicios por ser totalmente inaviles ganen un peso mensual. “Las que se depositan en casas particulares por defecto de carcel para compurgar sus delitos o estar contenidas no podrán exsigir salario alguno y así permanecerán a racion y sin sueldo sirbiendo en cuanto se les ocupe por el alimento qe. se les da. 29 Para el resto de las criadas –aquellas que cayeron en la servidumbre por orfandad o voluntariamente- se estableció que : “ninguna podrá ajustarse en menos de un año de srvo. Á exsepcion de combenio particular y por lo mismo no le s será arbitrar o mudar señoras antes de cumplido el ajuste, á no ser padescan cebicia ó interbengan motibos suficientes para ello”. 30 El mismo reglamento de 1794 aclara que:

27

Idem. Idem. 29 Idem. 30 Idem. 28

17

“algunos entendiendo mal la obra de caridad que hacen en obsequio de Dios con la criansa de huérfanos quieren sugetarlos auna especie de servidumbre incompatible con la libertad qe estos tienen […] se aclara que teniendo dieciocho años cumplidos, pueden libremente elegir señores con quienes conchabarse”. 31 De este modo, en el caso de la población libre, la “servidumbre” era concebida como un estado de sujeción personal que debía ser retribuído económicamente y podía revertirse cumplidas ciertas condiciones. Por otra parte, según esta fuente tanto las criadas como las conchabadas se desempeñaban como sirvientas. Criados, conchabados y servidumbre, parecían ser, entonces, formas de nombrar a una misma condición que llevaba implícita una situación de dependencia y, al mismo tiempo, de relativa libertad (restringida por las leyes contra la vagancia y la papeleta de conchabo). Se trataba, obviamente, de una “ocupación” despreciada por la sociedad, a tal punto que se la utilizaba como pena para purgar actos delictivos. El bando del Cabildo que estipuló el salario para estas gentes es, a su vez, un ejemplo de que el estado de indefensión y desamparo de estos sectores sociales no eran absolutos. El mismo manifiesta la intención de las autoridades de protegerlos ante los excesos de los usos y costumbres de una sociedad basada en la desigualdad jurídica y étnica. Sin embargo, las condiciones de vida y de trabajo de estos “dependientes” no parece haberse modificado demasiado en el transcurso de los primeros años de la vida independiente, aunque no se trató de un sector totalmente pasivo y resignado a su suerte. Existen numerosos testimonios de manifestaciones de rebeldía cotidiana (denunciada por los amos), así como de iniciativas civiles y judiciales de criados en defensa de sus derechos.32 Las denuncias por maltratos y las fugas de esclavos y conchabados constituyen otras formas de resistencia de estos sectores frente a su sujeción personal. 33 En

1869,

si

bien

el

cuadro

ocupacional

de

la

ciudad

ha

sufrido

algunas

transformaciones, el “servicio doméstico” seguía absorbiendo el mayor porcentaje de mano de obra femenina (46%), mientras que entre los hombres el porcentaje de

31

Idem. Los casos del mulato Blas Giménez que insultó a un cura que lo obligaba a rezar y el de la “negra Francisca” procesada por calumnias por una “Señora del vecindario” constituyen dos claros ejemplos de la rebeldía cotidiana a la que hacemos referencia (AHT; S. Judicial del Crimen; Caja 14; Exp. 10; año 1802 y Exp. 36; año 1805). 33 Entre 1800 y 1809 las denuncias por fugas son regulares y a partir de 1810 las mismas comienzan a disminuír (AHT; Sección Judicial del Crimen; Cajas 12 a 18). Por otra parte existen expedientes en los que constan los malos tratos a criados y se solicita el pago por los servicios, el cambio de amos o la libertad de los criados (AHT; Sección Judicial Civil: Caja 48, Exp. 3, año 1800; Ca ja 49, Exp. 12, año 1812). 32

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sirvientes se redujo considerablemente (8%) y se incrementó el de peones y jornaleros (18,2%). En esta oportunidad, los censistas registraron detalladamente –según la función específica que se realizaba dentro del servicio doméstico- a quienes otrora se denominaba genéricamente con el término “servidumbre”. De este modo, hacia finales de la década del ’60 encontramos una diversificación en este sector ocupacional en base a los mismos criterios de clasificación que se manejaron en el bando de fines del siglo XVIII, ya que se contabilizaron por separado a las sirvientas –probablemente aquéllas que sólo limpiaban y servían-; las mucamas; las lavanderas, las planchadoras y las cocineras (gráfico 4). Gráfico 4: Lavanderas, planchadoras, cocineras y sirvientas registradas en la ciudad de Tucumán en 1869 cocineras 11% planchadoras 5%

lavanderas 23%

sirvientas 60%

mucamas 1%

Fuente: elaboración propia según muestra del censo de 1869

El grueso del servicio doméstico estaba compuesto por sirvientas. Se trataba de mujeres jóvenes cuya edad promedio era de 19,6 años, entre las que predominaban las solteras (60%). El resto –excepto las mucamas que también eran de corta edad- eran mujeres por lo general adultas, también predominantemente solteras, cuya edad promedio superaba los 30 años (34,2 años las lavanderas, 30,2 las cocineras y 30,9 las planchadoras). El análisis por grupo de edades confirma que las sirvientas eran las más jóvenes dentro del servicio doméstico, resultando más del 80% de ellas menores de 30 años, edad a partir de la cuál se producía una abrupta disminución hasta casi desaparecer después de los 45 años. En el resto de las servidoras domésticas, por el contrario, el mayor porcentaje se encontraba en el segmento entre los 15 y 44 años y mantenían cierta regularidad (sobre todo las lavanderas) hasta después de los 45 años (cuadro 1).

19

Cuadro 1: Sirvientas, planchadoras, cocineras y lavanderas registradas en la ciudad de Tucumán en 1869 (por grupo de edades) Edad / Hasta 15 a 29 años 30 a 44 años 45 años y Total Ocupaciones

14 años

más

Sirvientas

133 38,8%

158

46,0%

37

10,8%

15

4,4%

343

100%

Planchadoras

0

0

15

53,6%

10

35,7%

3

10,7%

28

100%

Cocineras

2

3,3%

35

58,3%

14

23,3%

9

15,0%

60

100%

Lavanderas

3

2,3%

55

43,0%

37

28,9%

33

25,8%

128

100%

263

47,0%

98

17,5%

60

10,7%

559

100%

Total

138 24,7%

Fuente: elaboración propia según muestra del censo de 1869

Es probable, entonces, que entre el servicio doméstico se haya producido una suerte de ciclo vital en el que según la edad, y las habilidades adquiridas con el tiempo, se abandonaban las tareas de limpieza (generalmente desempeñadas por las sirvientas) y se especializaba en alguna de aquellas que requerían una particular habilidad: planchado, lavado o cocina. No estamos en condiciones de afirmar que este paso entre una y otra actividad haya implicado una mejora en las condiciones de trabajo o una mejor remuneración. 34 De este modo, en el mundo del trabajo femenino, habrían existido una multiplicidad de itinerarios posibles: cocineras que pasaban a ser lavanderas;35 sirvientas que se pasaban a lavanderas o al hospital;36 planchadoras que aprendían el oficio en un taller y luego se independizaban; 37 o “mucamas” o “doncellas” que por diversos motivos dejaban de serlo y pasaban a ser “...una cigarrera más”.38

34

Treinta y cinco años después del censo, en su Informe sobre el estado de la Clase Obrera, Bialet Massé marca claramente estas diferencias entre las trabajadoras domésticas: las planchadoras –que trabajaban en talleres o “por su cuenta”- ganaban entre 40 centavos (las aprendizas) y un peso (las oficiales); las lavanderas ganaban un peso a un peso 20 centavos; mientras que las sirvientas ganaban al mes entre 5 y 15 pesos. Hace referencia también a la “chinita” (criada) que no ganaban más que el cuidado y el techo. (BIALET MASSE, Juan, Informe sobre el estado de la clase obrera, Tomo I, Buenos Aires, Hyspamérica, 1985 (Primera edición en 1904). 35 RODRIGUEZ MARQUINA, Op. Cit, Nro. 11, 8 abril de 1894, p. 91. 36 Bialet Massé considera esta alternativa como “la biografía que como cliché se puede aplicar a la mayoría” (Op. Cit; p. 219) 37 “Lo dueños de taller se quejan de que así que una muchacha aprende se va a planchar por su cuenta” (BIALET MASSE, Op. Cit, p. 218) 38 RODRIGUEZ MARQUINA, Op. Cit, p. 92

20

Consideraciones finales En el mundo urbano del Tucumán del siglo XIX coexistieron una variedad de ocupaciones entre las cuáles se destacaban –por la cantidad de personas ocupadas en ellas- los sirvientes domésticos y los oficios artesanales. Paralelamente al desarrollo del comercio y al crecimiento de las actividades mercantiles que experimentó la región en el período bajo estudio, se produjo el incremento de las tareas artesanales, probablemente para abastecer la creciente demanda del Ejército del Norte, en los primeros años de vida independiente y, posteriormente, la del mercado interno en expansión. De este modo observamos que el sector dedicado a estos oficios (especialmente carpinteros y zapateros) creció notablemente en el período. Las características comunes encontradas entre estos individuos dedicados al trabajo “mecánico y artesanal” permiten afirmar que no se trataba de un sector social caracterizado por la riqueza ni el prestigio. Si bien encontramos diferencias internas entre aprendices y maestros, ni unos ni otros pertenecían a la clase política ni económicamente predominante. Sus contemporáneos los concebían como una clase intermedia entre lo que podría denominarse los sectores pobres o bajos (sirvientes, esclavos, criados, peones, conchabados, aprendices y oficiales de artesanos), y la élite económica y política constituida por comerciantes, hacendados y terratenientes.39 No cabe duda que en el sector más bajo de la pirámide social se encontraban todos aquellos “dependientes” que compartían el hecho de encontrarse atados (ya sea por la esclavitud o por el conchabo) a un patrón, y que no contaban con otro bien más que su fuerza de trabajo. A pesar de haber estado ajenos al mundo del prestigio y el poder, sometidos a formas de trabajo en relación de dependencia y haber constituído el centro de las normativas de disciplinamiento social, moral y laboral, los peones, aprendices de artesanos, agregados, conchabados, criados y sirvientes no se mantuvieron pasivos ante las condiciones de vida y de trabajo que se les imponía desde los sectores dominantes y manifiestaron de diferentes formas su disconformidad que se tradujo, en algunas oportunidades, en resistencia. Algunos artesanos de la ciudad –especialmente los maestros-, si bien se encontraban regulados por sus respectivos gremios mantuvieron una relativa independencia laboral. 39

Un contemporáneo dejó claramente plasmado en sus notas de viaje el lugar que ocupaban los artesanos en la sociedad tucumana de 1854 cuando afirmaba que “La clase media de la ciudad es laboriosa. Los hombres, en general son artesanos, se dedican especialmente a la carpintería y zapatería; pues es extraño aquí encontrar gente descalza o casi sin muebles, a lo menos los más precisos, por pobres que sean sus dueños. Esta tendencia es la razón porque son los oficios a que mas se dedican”. 39

21

Contaban con un oficio y, en algunas oportunidades, con un taller, medios que les permitía sustentarse sin caer en formas de trabajo dependientes. Sin embargo, del mismo modo que el universo de “dependientes”, este segmento de artesanos “independientes”, habrían formado parte –junto a una multiplicidad de ocupaciones que permitían subsistir al margen de la sujeción personal- de los “sectores populares” urbanos en el Tucumán del siglo XIX, ya que compartían una situación de exclusión política, carencias económicas y escaso prestigio social. Bibliografía Avila, Julio P.; La ciudad arribeña. Tucumán 1810-1816. Reconstrucción histórica. Tucumán, U.N.T, 1920. Bascary, Ana María; Familia y Vida Cotidiana. Tucumán a fines de la colonia. Tesis doctoral (en prensa). Sevilla, 1998. Bialet Massé, Juan; Informe sobre el Estado de la clase obrera (Tomo I). Hyspamérica, Buenos Aires, 1985. Primera edición 1904. Bousquet, Alfredo; El sistema rentístico de la provincia de Tucumán, 1820-1876; Tucumán, Imprenta La Razón, 1878. Campi, Daniel; “Aproximación a la génesis de una élite azucarera. Las exportaciones tucumanas en carretas, 1863-1867”. Tucumán, 1996. (Inédito). Campi, Daniel; “Economía y sociedad en las provincias del Norte”. En Mirta Zaida Lobato (Compiladora) Nueva Historia Argentina. El progreso, la modernización y sus límites (18801916). Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2000. Campi, Daniel; Bravo, María C; “La mujer en Tucumán a fines del siglo XIX. Población, trabajo, coacción”, en Teruel, Ana (comp.) Población y Trabajo en el Noroeste Argentino. Siglos XVIII y XIX. UNIHR, Unju, Jujuy, 1995. Cordeiro y Viale; Compilación Ordenada de Leyes y Decretos, Tomos I a XIII (años 1823 a 1890). Giménez Zapiola (comp) “El interior argentino y el “desarrollo hacia afuera”: el caso de Tucumán” en El Régimen Oligárquico. Materiales para el estudio de la realidad Argentina (hasta 1930). Buenos Aires, Amorrortu editores, 1975. Halperin Donghi, Tulio; Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972. Leoni Pinto, Ramón, Tucumán y la región noroeste. Período 1810-1825. Tesis doctoral inédita. Tucumán, 1998. Leoni Pinto, Ramón; El comercio de Tucumán (1810-1825). Quinto Congreso Nacional y Regional de Historia Argentina y Regional . Tucumán, 1971. Lizondo Borda, Manuel (comp); Tucumán a través de la Historia. El Tucumán de los poetas. Tucumán, 1916. Lizondo Borda, Manuel; Historia de Tucumán (siglo XIX). Tucumán, U.N.T, 1948. López de Albornoz, Cristina; “Arrieros y carreteros tucumanos. Su rol en la articulación regional (17861810)”. En Revista Andes Nro. 6, 1993a. López de Albornoz, Cristina; “Mano de obra libre: peonaje y conchabo en San Miguel de Tucumán a fines del siglo XVIII”. En Revista Población y Sociedad Nº1. Fundación Yocavil, Tucumán, 1993b. Nicolini, esteban; “Circuitos Comerciales en Tucumán entre 1825 y 1852. Tensión entre el mercado del Pacífico y el del Atlántico”, en Revista DATA Nro. 2, La Paz, 1992. Parolo, María P; “Estructura socio-ocupacional en Tucumán. Una aproximación a partir del censo de 1812”. En Revista Población y Sociedad Nº 3. Fundación Yocavil, Tucumán, 1995. República Argentina, Primer Censo de la República Argentina, verificado los dí as 15, 16 y 17 de setiembre de 1869, Buenos Aires, Imprenta del porvenir, 1872. Rodríguez Marquina, P; “Crónica General”. En Tucumán Literario. Año III, Núm. 9, 10 y 11; Tucumán, marzo de 1894.

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