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Pierre Auguste Renoir
Pierre Auguste
Introducción
Renoir
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P
ese a los intensos dolores de una artritis deformante que lo atormenta-
ba al punto del paroxismo, y que no lo dejaba desplazarse ni dormir de noche, el arte de Pierre Auguste Renoir es una exultante manifestación de placer y de goce por la vida. Casi ciego y paralizado, siguió pintando hasta el
final de su larga y próspera existencia, con los dedos envueltos en finas gasas que mitigaban en algo el sufrimiento. Es quizás uno de los más queridos pintores impresionistas, pues sus temas -niños, flores y, sobre todo, hermosas mujeresgustan al instante y comunican con gran facilidad el gusto que el artista sentía frente a ellos. “Hay suficiente fealdad en el mundo. ¿Por qué no ha de ser el arte hermoso?”, decía. Y, gran admirador de la belleza femenina, aseguraba que nunca terminaba un desnudo hasta no sentir que podía darle un pellizco.
Por su alegre temática, Pierre Auguste Renoir es uno de los más queridos maestros impresionistas.
Renoir Inquebrantable
voluntad
En su juventud, Renoir trabajó en una fábrica de textiles y otra de loza.
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l menor de cuatro hijos, Pierre Auguste Renoir nació en la localidad francesa de Limoges en 1841, en el seno de una familia modesta cuyo padre era sastre y su madre costurera. Cuando el artista aún era un niño, se trasladaron a un atestado departamento cerca del Museo del Louvre en París. Fue a aquella edad que, con la tiza que el padre utilizaba para la confección, el muchacho comenzó a dibujar. La música también formaba parte de sus muchos intereses. En la escuela tomó lecciones de piano y canto con el famoso compositor Charles Gounod, quien le sugirió dedicarse profesionalmente a las partituras. Pero aun a tan temprana edad, el joven Pierre Auguste sabía que su futuro estaba más bien en las telas.
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De la la gran gran cantidad cantidad de de artistas artistas De aquejados por por enfermedades enfermedades aquejados reumáticas, Auguste Auguste Renoir Renoir fue fue reumáticas, uno de de los los pocos pocos cuyas cuyas telas telas no no uno se vieron vieron afectadas afectadas por por el el padepadese cimiento. Nunca Nunca permitió permitió que que cimiento. su obra obra reflejara reflejara profundos profundos mamasu lestares físicos, físicos, por por lo lo cual cual lestares constituye una una esperanza esperanza yy un un constituye ejemplo de de tenacidad, tenacidad, originaoriginaejemplo da sólo sólo por por la la necesidad necesidad ininda mensa de de expresarse expresarse en en la la forformensa ma yy el el color. color. ma
Durante su adolescencia se convirtió en aprendiz de pintor en una fábrica de loza, donde trabajaba junto a sus maestros decorando vajilla con hermosas flores y aves delicadas. Con ello adquirió experiencia en la representación de la luz y en la administración de los colores que luego caracterizarían su creación, aprendiendo también la importancia de una buena factura. En 1859 cambió de trabajo, ingresando a una compañía que producía cortinas pintadas. Finalmente, tomó lecciones formales de pintura con un artista suizo llamado
Charles Gabriel Gleyre. En sus ratos libres entraba al Louvre para copiar las pinturas del período rococó -del cual tomó el gusto por los temas alegres y cotidianos-. Se familiarizó así
con las obras cumbre de la historia del arte sin saber que, algunos siglos más tarde, su propio trabajo se elevarían también a las más encumbradas cimas del quehacer artístico.
“Impresión,Sol Naciente”
“Impresión, Sol Naciente” es el cuadro de Claude Monet que dio el nombre al movimiento.
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A los veinte años, Renoir ingresó a la prestigiosa Ecole de Beaux Arts junto a Alfred Sisley, Frederic Bazile y Claude Monet. El tratamiento de la luz en las pinturas de este último influyó en sus primeras obras, junto con el color en el pintor romántico Eugène Delacroix.
Junto a sus compañeros Sisley y Monet -entre otros-, Renoir trabajaba en el distrito parisino de Barbizon. Su relación con el último era particularmente estrecha. Iban juntos con mucha frecuencia a un lugar de gran belleza llamado La Grenouillère, donde crearon telas que han permanecido como ejemplos paradigmáticos del estilo impresionista.
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El grupo de jóvenes artistas -entre los cuales figuraban, además de Renoir, Monet y Sisley, Camille Pissarro, Paul Cézanne, Edgard Dégas y Berthe Morisot- se reunía en Café Guerbois para discutir largamente sobre la luz y el color en la pintura. Su más recurrente preocupación era cómo capturar la sensación de la atmósfera que pasa; cómo plasmar la calidad efímera del tiempo fragmentado. Se resistían a aceptar la teoría oficial, según la cual los colores debían disponerse en estado puro sobre la tela, y que no debían mezclarse en la paleta.
La agrupación decidió montar una exposición de Jóvenes Pintores Independientes, alternativa al Salón Oficial de la Academia. Entre el 15 de abril y el 15 de mayo de 1874, la “sociedad anónima de artistas” -como se dieron en llamar- expuso en el local de un fotógrafo amigo sus obras que, en su mayoría, habían sido rechazadas para la muestra anual de Bellas Artes. Entre las telas había una titulada “Impresión, Sol Naciente”. De dicha obra fue que un periodista extrajo la denominación “Impresionismo” para bautizar al movimiento. El apelativo tuvo éxito y fue adoptado por lo propios pintores como símbolo de su rebelión contra el arte frío y acartonado de los pompiers -que así llamaban a los viejos y malhumorados profesores-. De hecho, el término “Impresionismo” se refiere más a un estado mental que a una técnica. Más aún, representantes de otras disciplinas -los músicos Claude Debussy y Maurice Ravel, entre otros- también han sido definidos como impresionistas.
“Mujer con sombrilla” , de Claude Monet
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Cézanne
Monet
Degas
Pissarro
Tarde de domingo
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lgunos expertos aseguran incluso que es más válida la calificación de “pintores independientes” o “pintores al aire libre” para el grupo de amigos de Renoir. Con todo, es así como trascendieron a los anales de la pintura. Luego de la muestra, Renoir se convirtió en visitante frecuente en Bougival y Argenteuil en las riberas del Sena, donde vivía Monet. Ambos perfeccionaron su técnica en conjunto, creando en la práctica los postulados pictóricos del movimiento. Las obras de aquella época son estallidos de luz y color que dan cuenta de una gran libertad y de la euforia que provocaba entre sus miembros el devenir de la nueva agrupación. En sus cuadros, Renoir intenta reproducir la sentimentalidad y la poseía de la naturaleza. La anécdota, además, constituye un aspecto central de su trabajo, en mucho mayor medida que en las obras de los demás impresio-
Los cuadros de Renoir cuentan historias y dan testimonio de una epoca. nistas. Retrata a individuos -familias, niñosque se divierten una tarde de domingo; sus rostros y actitudes relatan una historia completa que, hasta hoy, testimonia la forma de vida de una época. En una lógica y previsible evolución, sin embargo, el pintor se aleja del Impresionismo, que comenzaba a languidecer paulatinamente. Y en la segunda exhibición, en 1876, desertó Paul Cézanne; y en la tercera muestra, de 1879, se excluyeron también Sisley, Berthe Morisot y el propio Renoir, quien pre-
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En “Los Paraguas” es posible apreciar las innovaciones en el trabajo de Renoir luego de sus viajes a Italia.
Buena cocina
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u reputación como pintor se consolidó luego de una exposición individual en la prestigiosa galería del marchand Paul Durand-Ruel en 1883. Poco más tarde desarrolló una modalidad de pintura más suave y flexible. Modificó su temática, e incluso llegó a retratar escenas mitológicas. Sus modelos, además, se tornaron más atemporales y rubicundas.
firió incursionar en técnicas más formales de retrato. Fue incluso aceptado en el Salón Oficial con una tela, aunque pocas personas comprendieron su trabajo -lo que le trajo ciertas penurias económicas-. En 1881 visitó Italia, donde lo impresionaron profundamente las pinturas del renacentista Rafael Sanzio -al punto que se habla incluso de cierta influencia de éste sobre los retratos de Renoir-. Se obsesionó con los frescos rafaelistas de la Villa Farnesio y con sus pinturas pompeyanas en Nápoles. El francés llegó a adaptar su estilo, tan mullido y sensual, a una impronta más disciplinada e intelectual en el dibujo. También cambió el colorido, adquiriendo una mesura que sólo puede deberse a la influencia del pintor toscano. Es entonces cuando desarrolla un estilo más austero, experimentando en la llamada “manera agria”.
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Una de ellas -su favorita- era Aline Charigot, a quien desposó en 1890 y con la cual tuvo tres hijos -uno de ellos, el famoso director cinematográfico Jean Renoir-. Aline fue una figura clave en la vida del artista, y le profesó devoción hasta su muerte en 1915. Hasta el final, era ella quien se preocupaba de que el maestro no tuviese preocupaciones domésticas para dedicarse por entero a la pintura. Mantenía el hogar siempre abierto para la familia y los amigos, quienes llegaban a visitar a la familia Renoir, disfrutando además de la cálidad hospitalidad y de la buena cocina de su esposa. En dicho entorno vendría la reafirmación de la propia personalidad artística, que se plasmó especialmente en grandes desnudos realizados en plena enfermedad y que, curiosamente, coinciden con la aparición de ésta; es la
Estas enormes bañistas fueron pintadas en la última etapa de la vida de Renoir, cuando su destreza manual estaba gravemente afectada por la enfermedad.
Una vida dedicada
Cine Jean Renoir nació en París el 15 de septiembre de 1894. La familia estimulaba la creación artística y la curiosidad intelectual de la prole. Junto con su hermano, escogió al comienzo la cerámica como su medio expresivo -que sería su actividad principal hasta entrada la década del ‘20. Pero luego de un accidente en 1915, mientras peleaba con la Infantería Alpina, comenzó a interesarse en el cine. Su primera película, “Una Vida sin Alegría”, fue protagonizada por su esposa, Catherine Hessling, quien había trabajado como modelo para su padre. En 1975 Jean recibió un Oscar honorario por una vida dedicada al cine. Es considerado uno de los primeros “autores” cinematográficos, cuyo estilo siempre incluyó la preocupación por el hombre y la admiración por la naturaleza. En 1977 se le concedió la Legión de Honor, poco antes de su muerte, acaecida en 1979 en California.
época en que, anquilosado por la artritis, se le hace cuesta arriba seguir pintando, pese a lo cual -y frente a la incredulidad de muchostrabaja hasta su muerte. Las pinturas de aquel período desbordan de amor a la vida, en telas que reúnen magistralmente la línea, el color, el volumen y la luz. Renoir, prácticamente inválido; anciano y -en ocasiones- triste y malhumorado, pinta enormes bañistas, mujeres portentosas de carnes abundantes y de vitalidad explosiva.
Alarmantes advertencias
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Un día de lluvia, durante el otoño de 1897, Renoir sufrió una caída en bicicleta que le provocó una fractura en el brazo derecho. Pese a que debieron enyesarlo, no dejó de trabajar. Lo hizo con la mano izquierda, pues era ambidextro y siempre utilizó ambas extremidades para optimizar su talento. “Disfruto trabajando con la mano izquierda, es muy divertido y resulta aún mejor que hacerlo con la derecha”, escribía a un amigo. “Creo que mi fractura produjo buenos resultados, he hecho muchos progresos”. Luego de cuarenta días, se comprobó que la lesión había sanado adecuadamente, aunque su amigo Edgard Degas lo atormentó relatándole casos de terribles deformaciones a partir de inocuas fracturas -no obstante los alegres temas de sus cuadros, Degas era un hombre agrio e irritable, dado a hipocondrías y visiones catastróficas-. Renoir no hizo caso de las alarmantes advertencias de su colega aunque, al poco tiempo, reparó en extraños dolores que comenzaban a
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Para pintar sus telas, Renoir siempre utilizó ambas manos.
aquejarlo. Sus médicos le recetaron analgésicos que no surtieron efecto. Pocos años más tarde sufriría otro accidente en bicicleta, volviendo a fracturarse el mismo brazo, por lo cual utilizó cada vez más la mano izquierda. Camille Pissarro, el patriarca de los impresionistas, alababa las asombrosas telas que su amigo había creado luego de sus accidentes, elogiando su estilo -y, sobre todo, su entereza-.
La salvación del olivar medida que empeoraba la enfermedad, las temperaturas extremas de París le parecían cada vez más insufribles. Por ello, visitaba recuentemente
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a la familia de Edouard Manet y de Paul Cézanne en la cálida Provenza, al sur de Francia. Finalmente, adquirió una propiedad en la localidad de Cagnes-sur-Mer, cerca de Niza. Una de las razones para comprarla fue una plantación de cerca de mil olivos que quiso salvar de ser talados. En el terreno construyó una gran casa -”Les Colettes” y un estudio. Ante algunos visitantes aparecía tímido y frágil. “Quienes no están acostumbrados a verlo tan mutilado, no pueden dejar de mirar. Su reacción, que es notoria aunque intenten disimularla, es de incredulidad por las hermosas telas que, pese a todo, logra componer”, relataba su hijo. “Su salud cambia todos los días: a veces se ve muy bien, pero entonces se le hinchan los pies
o las manos”, escribe un conocido. “Esta enfermedad es muy molesta y él la enfrenta con incansable paciencia. Es muy doloroso verlo por las mañanas sin fuerzas siquiera para abrir una puerta”, agregaba otro de sus hijos. Sus médicos eran los dos doctores de la familia -el doctor Baudot en la provincia y el doctor Journeac en París-. En general, su tratamiento incluía anti-inflamatorios orales, que él, sin embargo, restringía, pues temía que pudieran afectar su creatividad. Prefería los baños termales y de sol, caminatas, masajes, purgas y aplicacición de calor. Al principio de la enfermedad confiaba más en los ejercicios para mantener el buen estado físico. No mostraba mucha fe en los beneficios de la caminata que, según decía, ponían en acción sólo algunos músculos. Creía más en los juegos de pelota y practicaba malabarismos simples durante diez minutos cada mañana antes de entrar a su estudio. También gustaba de jugar al billar, pues aseguraba que las complicadas posiciones que debía adoptar para meter las bolas dentro del saco ayudaban a su salud. Solía entablar competencias con su esposa,
quien se convirtió en una consumada jugadora y le ganaba la mayoría de las veces. Otro de los pasatiempos que practicaba a guisa de gimnasia era el Bil-bouquet, un complicado juego de origen francés en el que se utiliza una pesada bola de madera de cerca de tres kilos. El juego consistía en tirar la pelota e intentar luego detenerla con una varilla que él mandaba a hacer especialmente en París. Solía también visitar los balnearios termales de los alrededores, como Vichy, Bourbonneles-Bains y Aix-les-Bains. Se trasladaba hacia allá durante meses, junto con toda su familia, su personal, e incluso su piano y su loro. “Tengo la impresión de que he arribado al lugar correcto. Muchas personas aquí parecen estar satisfechas con los baños”, señalaba en una carta. Sin embargo, ni aun en el templado clima mediterráneo dejó de usar ropas abrigadas. “No viste delantales de pintor. Sólo se sienta en su silla cubierto de abrigados chales. Su cabeza está cubierta hasta las orejas por un bonete o un sombrero de lino”, describía un amigo. También para mantener el calor solía rodearse de los muchos gatos que poblaban el sector. En ocasiones incluso, el Instituto Pasteur en París ha encontrado pelos de dichos felinos al chequear la autenticidad de sus pinturas, y el fenómeno ha servido para corroborar la fecha de las telas.
A partir de 1912, Renoir se vio confinado a una silla de ruedas.
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vida. Inspirado por el escultor Maillol -quien realizó un busto del maestro con ocasión de su nombramiento como “Caballero de Honor”-, Renoir confeccionó también un busto -y luego un medallón- de su hijo menor, Coco, para decorar la chimenea del hogar.
Aun en la templada Provenza, se lo ve cubierto por abrigados chales y un sombrero de lino.
Movimientos entrecortados
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a artritis se tornó cada vez más agresiva; ya en 1896 algunas fotografías muestran indesmentibles alteraciones en las articulaciones de la mano, aunque todavía podía sostener su pipa; pocos años más tarde, sería incapaz de asir sus inseparables adminículos para fumar, fueran éstos pipas o cigarrillos, aunque se dio maña para liar estos últimos pese a la exacerbada deformación de sus manos.
La virulencia del padecimiento provocó la destrucción de su hombro derecho y la ruptura de diversos tendones en sus dedos y muñecas, lo que mermó notoriamente la habilidad de sus manos. Ya a la edad de 63, tenía dificultades para caminar y dabía utilizar un bastón. Luego debió ayudarse con dos muletas, para el uso de las cuales discurrió ingeniosas modalidades, adhiriéndoles trozos de goma y otros adminículos para evitar resbalones. En 1912, a la edad de 71 años, un ataque a la columna cervical paralizó tanto las piernas como los brazos. Ello lo confinó a una silla de ruedas, en la cual siguió trabajando y desplazándose trabajosamente. Sufrió también de nódulos en la espalda, que le dieron abundantes problemas por la limitada posición de su cuerpo y que, finalmente, fueron extirpados por un cirujano del Hospital Belvédère en Niza.
Sorprendentemente, incursionó también en la escultura durante los útlimos doce años de su
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Jamás se separaba de sus imprescindibles adminículos para fumar.
Aunque dejó de realizar sus frecuentes periplos por Europa, continuó viajando por Francia a bordo de un automóvil que conducía su chofer, Batistin, leal hasta la muerte. Leal también era el cocinero de la familia, quien lo transportaba en brazos alrededor de la casa, hasta que Renoir decidía qué rincón querría pintar.
Hay evidencias también de que la artritis reumatoídea afectó no sólo sus articulaciones: poco después de que apareciera la enfermedad, sufrió una pleuritis y una parálisis facial que fue tratada con electroterapia. Desde 1904 en adelante empezó a perder peso a causa de una cachexia reumatoídea. “No puedo permanecer sentado, pues estoy demasiado delgado. Un hombre de 46 kilos no es precisamente un gordo”, escribía. “Mis huesos sobresalen de la piel, a pesar de mi buen apetito”.
Vendajes en las manos Por sus obras recibió importantes condecoraciones del gobierno francés. Desarrolló flexiones fijas de las rodillas, además de lo cual los dolores le impedían calzar zapatos, por lo que sus pies permanecían envueltos en pantuflas especialmente confeccionadas. Numerosas películas familiares lo muestran frente a una tela, y las sacudidas del proyector se confunden con lo que pudieron haber sido sus propios gestos entrecortados. La enfermedad había disminuido enormemente su destreza manual; perdió la motricidad fina de los dedos, y tendía a mover el pincel con los brazos, lo cual le impedía dibujar con precisión los contornos.
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mpeoraba la deformación de las manos; el reumatismo había ya trizado sus articulaciones, y su pulgar se doblaba hacia la palma, mientras que los otros dedos se curvaban hacia las muñecas. Posteriormente hubo que vendarlas, lo que, durante décadas se ha interpretado como un mecanismo para sostener el pincel. Lo cierto es que aquellos lienzos no servían para ello, sino sólo para proteger la delicada epidermis del artista, que sufría horrores ante el más mínimo roce. Las telas servían además para absorber el sudor de las palmas de la mano, lo cual prevenía la maceración y las posibles infecciones. Tampoco podía asir la paleta, que al principio balanceaba sobre sus rodillas hasta que, finalmente, la fijó al mango de su silla. Su esposa, sus hijos o su modelo debían ponerle el pincel en la mano, que encajaba entre los metacarpos. Probablemente es ésta la razón por la cual
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Utilizaba vendajes en las manos para proteger la frágil epidermis, que sufría ante el más mínimo roce.
la pincelada se acortó, y por eso comenzó a utilizar pasta seca. La anquilosis del hombro lo limitaba a pintar superficies de un máximo de 30 centímetros cuadrados. Para alcanzar un área más extensa, intentó utilizar todo el cuerpo y diseñó finalmente una tella enrrollable que se movía según fuera necesario. Se trataba de un complicado mecanismo que involucraba, entre otras piezas, la cadena de su antigua bicicleta. Durante los últimos años de su vida, no obstante, lo embargó el desánimo y la desolación. Dos de sus hijos fueron heridos en la Primera Guerra Mundial, y en 1915 murió su adorada esposa. En 1918 se le gangrenó un pie, además de lo cual comenzó a padecer escaras. Durante una de sus últimas visitas a París, quiso visitar el Louvre en su silla de ruedas. “Cuando miro las obras de los antiguos maestros, me siento como un pequeño hombre simple. Sin embargo, creo que entre mis trabajos habrá talento sufi-
Acosado por el dolor y atormentado por la soledad, a su regreso desde París a su hogar en Provenza, fue atacado por una neumonía y murió el 3 de diciembre, después de pasar varias horas pintando una naturaleza muerta con manzanas de un canasto que su hijo menor, Coco, le había obsequiado. Y es que, para Pierre Auguste Renoir, el arte fue una necesidad casi física, y aun a veces un alivio a sus padeciminetos. Incluso cuando por la noche lo despertaban los dolores, solicitaba material para pintar, como si hubiese querido compensar con su arte aquellos placeres que, por su enfermedad, no pudo disfrutar en su real existencia.
Editora: Verónica Waissbluth
Dirección de Arte: Carlos Vidal
Diseño: Rodrigo Barrera
Documentación Gráfica: EUROPA PRESS C55/ROC
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ciente como para asegurar mi entrada en la Escuela Francesa, aquella escuela tan hermosa que tanto quiero”, había expresado alguna vez. No obstante, en aquella visita al museo contempló indiferente las obras que tanto lo habían conmovido durante tantos años. Al pasar ante una ventana, hizo detener su silla y, mirando el panorama, exclamó que era ése el mejor cuadro.
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“El columpio”, 1876
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