Story Transcript
www.ssosperiodista.ccom.ar/El-Mun ndo/Chene-Goomez,-el-hombrre-que-cura-ell-alma-de-los-n ninos-con-la-piintura
El Mundo M
Ch hené Góme G ez, el homb h re que curaa el alm ma dee los niños n c la con a pintu ura “H Hay parttes del ser s hum mano qu ue la meedicina no cura a. Parra eso está e el arte”, a affirma esste artissta plásstico maalagueñoo, que fundó f laa ONG Creart para lllevar la pin ntura a los niñoos pobrres del tercer mundo. m a Se trata de darles un u lápizz de collor a chiquilinees que p pasan pad decimieentos terrribles en luga ares de esta e tierrra com mo Sen negal, Palestina P a, Thaillandia y la Ind dia. No ees la soliidaridaad de loss paísess del mu undo deesarrollado de usaar el din nero com mo lavaador de concien ncias, loo de Ch hené es una u forma máss comprrometid da que ttrascien nde la coyuntu c ura. Rep pasemoos enton nces la historia h de estee hom mbre qu ue se raapa com mo skin,, se vistee como adoolescentte, que conocióó los hed dores de d los caadáveres dell tsunam mi y quee actúa como un u “Ind diana Joones dell
arte”, según la definición de nuestro periodista ciudadano que nos escribe desde España. Jorge Herrera Marín (Barcelona).
Chené Gómez, artista plástico malagueño, estableció su sede de trabajo en Barcelona, pero ésta no es la única ciudad donde ha desarrollado proyectos artísticos y solidarios. Ha residido también en Florencia y en Nueva York, donde abrevó en las cunas del Renacimiento y del Modernismo respectivamente hasta internalizar el arte como un modo de vida. Un gen aventurero, que no sabe de dónde le viene, lo impele a recorrer el mundo: el sudeste asiático, África y otros tantos países de Europa han impresionado igualmente sus pupilas. Por eso habla varias lenguas, aunque confiesa que para asimilarlas ha tenido que sufrir ansiedades indecibles como: aguantar los embates de las pulgas en hoteles de mala muerte y en escuelas en medio de la selva, sacarse callos en todos los dedos de los pies, y dejarse calar hasta los huesos por el hedor de los cadáveres del tsunami. Este muchacho rayano en los cuarenta, que mide uno sesenta y cinco, se viste como un adolescente, se rapa como un skin e ilustra cuentos infantiles, enamora por igual a hombres y mujeres y es el fundador de Creart, Organización No Gubernamental para el Desarrollo (ONGD) que mediante talleres artísticos para niños impulsa proyectos en lugares económicamente depauperados del Tercer Mundo. Como él mismo lo explica: “El arte me permite acercarme a las personas, jugar con ellas y compartir, por lo tanto, es el vehículo idóneo para educar”. Chiquilines de Senegal, Palestina, Thailandia y la India, entre otros, se han beneficiado de sus proyectos que pretenden “sanar a través del arte la rabia y los padecimientos que llevan los niños en los lugares más remotos” y para dármelo a entender me cuenta que la mayoría de esas criaturas no ha visto nunca un lápiz de color.
Convicciones e ilusión; en eso se funda todo proyecto y cuándo indago a través de nuestro diálogo en sus motivaciones me explica, sin más, que está convencido de que “el arte cura psíquicamente y constituye una herramienta para solucionar problemas
sociales”. Chené va pregonando con vehemencia por el mundo la necesidad de “hacer creativo al niño” alegando que la creatividad es como un músculo que no hay que dejar atrofiar. “Ese músculo es el que impulsa a la humanidad y la lleva a superarse”, me dice. Me ha citado en su casa en el barrio de la Barceloneta, que era barrio de pescadores antiguamente y me invita a muchas cosas. Me niego a todas, menos a un vaso de agua. A pesar de que Europa vive las postrimerías del verano todavía hace calor y me sudan hasta las manos. Barcelona es muy húmeda. La casa todavía huele a comida sabrosa y se lo digo. “Es que mi padre tenía en Málaga un restaurante” me aclara. ¿Ah sí?, murmuro. “Sí, de lujo”, afirma, y me cuenta que de joven le tocaba oficiar de camarero. “Sin embargo, pronto quedó claro que lo mío no era arte culinario”, me dice riéndose. Cómo hiciste, entonces, para decirle a tus padres que abandonabas el negocio, le pregunto. “¡Qué buena forma de empezar!”, me apunta, y comienza a explicarme cómo se llega de camarero a filántropo. Yo me voy contigo La constitución de Creart ha sido el corolario de su historia personal. Para entenderlo hay que remitirse a Torremolinos, cuando de adolescente, Chené trabajaba junto a sus dos hermanos en el restaurante de la familia. Él era el único de los tres hermanos Gómez que además de trabajar estudiaba. Con vocación innata por las acuarelas y los pasteles, dividía la jornada entre las obligaciones y el arte. Por aquel entonces, hace de esto más de veinte años, el Ayuntamiento de Torremolinos, en Andalucía, buscaba un profesor de pintura y allí se presentó. Lo eligieron, pero a la familia no le sentó nada bien; su nuevo trabajo no era compatible con el restaurante. Sin embargo, como la decisión estaba tomada de antemano, les ofreció a sus padres lo que ganara para que estos se pagaran un nuevo camarero. Así anduvo el asunto durante seis meses, hasta que se largó a Granada a estudiar Bellas Artes y ganó una beca Erasmus para ir Florencia; y en este punto sí, es donde empieza verdaderamente la historia de su emprendimiento. “Tuve la suerte –cuenta- de conocer allí a un profesor que era la cabeza artística de Bambinni in Emergenza, una ONG que trabajaba en Rumania con niños huérfanos enfermos de Sida, que nos pidió a los de Bellas Artes que le presentáramos proyectos para pintar las habitaciones de los niños. Yo esperé a que terminara la clase, me acerqué y le dije: o me voy contigo”. Esa vez no pudo ser, pero a posteriori Chené fue tres veces a Rumania a organizar talleres de pintura en el hospital. “Esta experiencia me marcó”, me indica. Por su emoción al describirme éstas cosas, adivino que se ha convertido en un explorador, ya no de la naturaleza, sino de las almas de los niños y se lo digo. “¡Es eso! –consiente. Reflejan su problemática, les sirve para sacar las cosas malas propias de su sufrimiento. El arte educa, el arte sana”, asegura.
Nunca paró. Su periplo lo llevó cuatro meses como voluntario a la India. Los dos primeros trabajos con la gente del Servicio Civil Internacional y los otros con la Fundación Vicente Ferrer, una ONGD española que desarrolla su actividad en una de las zonas más pobres de la India, Anantapur. Allí hizo talleres de pintura y de manualidades con el barro que se usaba para hacer ladrillos, trabajando exclusivamente con niños discapacitados (ciegos, sordos y retrasados). Los trabajos se expusieron y asombraron a los mismos directores de la Fundación. Cuenta Chené que a partir de esa experiencia los niños discapacitados participan todos los años de la muestra. Posteriormente, emprendió por cuenta propia, un viaje de seis meses al sudeste asiático. Se negaba en redondo a que fuera solamente un viaje de placer, así que le propuso a Ramón Malvar, arquitecto que ha colaborado con él en varios proyectos y compañero de viaje, organizar sus talleres con los niños de la calle, allí donde las circunstancias se lo permitieran. Y como cuando uno va buscando las cosas se presentan, en la montaña realizó sus talleres reclutando a los niños de las familias que huían perseguidas por guerras o por motivos políticos desde el Tibet, China, Miamar y Laos. El fruto de un desengaño Creart es el fruto de la experiencia y del esfuerzo pero también halla su génesis en un profundo desengaño. Cuando Chené vivía en Nueva York anhelaba poder dedicarse al trabajo con niños de manera exclusiva, pero al mismo tiempo necesitaba poder encontrar como sufragar los gastos casi prohibitivos que implicaba cada proyecto. Entonces, le llegó desde España una invitación para incorporarse al equipo de trabajo de una ONG española que recibe donaciones de artistas de todo el mundo y con el resultado de sus ventas desarrolla sus propósitos. La propuesta era pobre, pero al menos era algo. Chené se embarcó rumbo a Barcelona y se incorporó de inmediato al trabajo. Desinteligencias sobre cómo se administraba esta ONG y la desilusión de comprobar que su organización distaba mucho de los objetivos que él siempre había perseguido, lo llevaron a alejarse en no muy buenos términos y a tomar la decisión de jugarse por un emprendimiento propio. Recrear el concepto organizacional que pretendía lo llevó a reflexionar sobre la cooperación: “Veo la cooperación como un paso que necesitan dar los países desarrollados por su responsabilidad que les compete y por su carga histórica. Para ello han utilizados principalmente el dinero, muchas veces dado como donativo para limpiar conciencias; pero existen otras formas más comprometidas personal y
socialmente. Hay otras herramientas” me dice, agregando que “así tenemos hoy a Payasos sin Fronteras, que cura a través de la risa o a Hip Hop Fundation que utiliza la música, otra expresión del arte. Es lógico que donde hay una guerra o una catástrofe llegue primero Médicos sin Frontera, pero lo suyo es trabajar en la coyuntura. Nosotros queremos llegar para quedarnos a través de nuestros proyectos. Tomamos al arte como una parte más de la educación y pretendemos integrar al proyecto a los agentes locales que pueden enseñar sus disciplinas y abrir caminos vocacionales a los niños”. Hace una pausa. “¿Entiendes lo que digo?”, me azuza. “O acaso ¿cuántos artistas negros del tercer mundo conocés?”, me desafía, con los ojos bien abiertos para continuar alegando taxativamente que “hay partes del ser humano que la medicina no cura”. “Nosotros estamos para aliviar la herida que no ha sanado el médico; estamos para atender el alma”.
Creart en acción Palestina fue la prueba piloto previa a la constitución formal de Creart y también la experiencia determinante. Allí Chené organizó talleres con niños de la Franja de Gaza y Cisjordania ya que la Media Luna Roja (equivalente en los países islámicos de la Cruz Roja) sostiene que las discapacidades de los niños están potenciadas por el conflicto bélico crónico entre Palestina e Israel. Durante un taller una niña de unos catorce años se indignó cuando le pidieron que hiciera algún dibujo alusivo a la paz. Entonces se paró, se dirigió a Chené y firmemente le explicó que ella no sabía lo que era la paz, que lo único que se le ocurría expresar era la venganza... Punto de partida para empezar a remover cosas. “El arte es una terapia perfecta para sacar todo el odio que se tiene adentro”, me dice. El puntapié inicial de Creart lo dio Chené Gómez en Senegal. El proyecto: la reconstrucción de la Escuela Coránica que está literalmente en ruinas y que es donde van a clase los niños más pobres de la población de M’Boro Sur Mer, además de poner en funcionamiento talleres de dibujo gestionados por y para la comunidad. La escuela, no deja de llamarse así, pero es apenas un cascarón de barro derruido que amenaza con
caerse: está lleno de pulgas, no tiene pupitres y cuenta por toda iluminación con una sola ventana desvencijada. Pues ahí es donde fue a trabajar Chené, acompañado en esa oportunidad de Raquel Boquet, una joven psicóloga. Para Creart queda todo por delante. Es todo demasiado incipiente. La vuelta a Palestina se presenta como inminente y hay en estudio varios proyectos más para los cuáles tendrá que ponerse a trabajar en breve buscando financiación, pero la ilusión que transmite este Indiana Jones del arte hace ver que no hay imposibles.
Deberíamos saber que los niños son personitas especiales. Personitas que se están buscando y que en ese proceso se nutren de lo que les damos. Deberíamos darnos cuenta que así crecen hasta perder la inocencia y se convierten en algo como tú y como yo. Pero hay algunos adultos que se quedan niños, que conservan la capacidad de soñar, de compartir, de crear. Cuando termino la entrevista lo sé, Chené Gómez no se rapa el pelo como un skin, es que apenas le está creciendo. (fotos Ramón Malvar -las tres primeras y la principal- y Carme Esteve -la última-) 11/09/06