Planetas de ciencia ficción

Planetas de ciencia ficción Miquel Barceló García Dpto. de Lenguajes y Sistemas Informáticos Universidad Politécnica de Cataluña [email protected] Cie

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Planetas de ciencia ficción

Miquel Barceló García Dpto. de Lenguajes y Sistemas Informáticos Universidad Politécnica de Cataluña [email protected]

Ciencias Planetarias

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En la vida humana sólo unos pocos sueños se cumplen; La gran mayoría de los sueños se roncan Jardiel Poncela

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Introducción El ser humano tiende a recurrir a su potente imaginación cuando carece de conocimiento más seguro y fiable sobre ciertas cosas. Por ejemplo, durante muchos siglos, el rayo era la manifestación del enfado de Zeus hasta que se descubrió su explicación científica: una diferencia de potencial eléctrico entre el cielo y la tierra... Afortunadamente, la ciencia, con sus explicaciones seguras y fiables, nos permite un mayor control del mundo que nos rodea. Siguiendo la vieja idea de Francis Bacon en su N OVUM O RGANUM (1620), nuestro conocimiento de la naturaleza ha de servir para dominar el mundo. Así, saber cómo funciona el rayo permite inventar el pararrayos y limitar los efectos de una tormenta. Y lo logra con mucha mayor eficacia que ofreciendo a un dudoso Zeus sacrificios de todo tipo para reclamar su benevolencia y evitar que, enfadado, nos lance sus demoledores rayos. También los planetas (como ocurre con tantos otros fenómenos que han sido objeto del estudio científico: robots, clones, viajes espaciales, etc.), han sido objeto del imaginario popular antes de la llegada del conocimiento científico en sí. Las manifestaciones más características han sido las de la ciencia ficción. La ciencia ficción es una narrativa específica, nacida en el siglo XIX y desarrollada básicamente, en literatura y cine, a lo largo del siglo XX. En adecuada definición de Isaac Asimov, la ciencia ficción sería esa narrativa especializada en "estudiar la respuesta humana a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología". Lo que proporciona tanto el aspecto humano que da interés a las narraciones de ciencia ficción, como la reflexión sobre el alcance y el efecto de los conocimientos tecnocientíficos. Respecto de la imaginación popular en torno a los planetas, el ejemplo más significativo lo ofrecen, como no podía ser de otra manera, los planetas más cercanos a la Tierra en el Sistema Solar: Marte y Venus. Aunque no son los únicos: Júpiter, Mercurio y el cinturón de asteroides también han ocupado la imaginación de los escritores de ciencia ficción aunque, de momento, en este resumen, nos limitaremos a Marte y Venus. Marte Tim Burton lo vio claro y así nos lo mostró en su reciente MARS ATTACKS!: la imagen tópica del extraterrestre ha sido siempre la de esos supuestos "marcianos" que, desde los mal interpretados "canali" de que hablara Schiaparelli en 1877, han poblado la imaginación de muchos: los "marcianos" son bajitos, verdes, cabezudos y, todo hay que decirlo, según Burton resultan más bien perversos y malvados. Hoy sabemos que Marte es muy distinto de lo imaginado por Per cival Lowell en su libro MARTE (1896). Para Lovell, Marte era un mundo frío, árido y lleno de rojos desiertos, pero con unas escasas áreas de tierra cultivable perfectamente capaces de sustentar la vida. Por eso Herbert G. Wells, en L A GUERRA DE LOS MUNDOS (1898), hacía llegar de Marte una amenaza que, años más tarde, Orson Welles convertiría en pánico generalizado en toda Norteamérica cuando, en 1938, realizó la famosísima versión radiofónica de esa novela.

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Setenta años después de Lowell, los datos del Mariner VI (llegada a las cercanías de Marte en julio de 1965) nos aportaron la evidencia de lo que muchos ya sospechaban: un planeta extremadamente frío, casi sin atmósfera y sin vida. No hay marcianos. Después hemos ido aprendiendo más y más datos sobre el vecino planeta. Pero, mientras tanto, la ciencia ficción ha usado y abusado de Marte como posiblemente no haya hecho con ningún otro lugar del universo. Ese Marte imaginado contempló las extravagantes aventuras de John Carter, escritas por Edgar Rice Burroughs (el creador de Tarzán) a la busca de otros ambientes exóticos para las aventuras de sus protagonistas cuando África empezaba a parecer agotada en este sentido. La serie se inicia con UNA PRINCESA DE MARTE (1912), una heroína tal vez guapa pero, por cierto, de piel rojiza y reproducción ovípara... Marte fue también el planeta donde Stanley Weinbaum imaginó uno de los seres más curiosos de la ciencia ficción de todos los tiempos: Tweel, el pseudo-avestruz de UNA ODISEA MARCIANA (1934). Y fue también el referente poético de ese Marte imposible pero entrañable de las CRÓNICAS MARCIANAS (1950) de Ray Bradbury que tanto gustaron a Jorge Luis Borges. Y ello sin olvidar las irónicas y divertidas peripecias de esos marcianos incordiantes y chismosos de MARCIANO, VETE A CASA (1955) de Fredric Brown, o ese iluminado mesías marciano que lo revolucionaba prácticamente todo en FORASTERO EN TIERRA EXTRAÑA (1961) de Robert A. Heinlein. Imaginación desbordada que se refería a Marte sin atender a su posible realidad, aunque hubiera curiosas excepciones como L AS ARENAS DE MARTE (1951) de Arthur C. Clarke que, desgraciadamente, no marcaron la pauta. Pero los Mariner y el Viking lo cambiaron todo. En los años setenta, la ciencia ficción comprendió que, a falta de marcianos, si ha de haber vida en Marte habrá que modificar o bien al ser humano o, mucho más agresivamente, alterar toda la ecología planetaria marciana para que pueda albergar con como didad la vida nacida en la Tierra. En el primer caso, Frederik Pohl, en HOMO PLUS (1976), postula el uso de la cirugía y nuevos órganos artificiales para completar aquello que nos ha proporcionado la evolución. Para explorar y vivir en Marte, el Homo sapiens deberá convertirse en un nuevo ser (ese Homo plus del título), un cosmonauta cyborg, mitad humano y mi tad robot con mayores pul mones para respirar una atmósfera enrarecida, ojos multifacetados adaptados para ver en la gama de los infrarrojos, una piel casi acorazada, alas añadidas para incorporar baterías solares que alimenten su mitad cibernética, y un largo etcétera de modificaciones. Ese sería el precio de querer habitar el planeta rojo. Más recientemente, la imprescindible adaptación del ser humano para poder vivir en Marte se resuelve con la ayuda de la nanotecnología en obras de gran brillantez temática y estilística como MARTE SE MUEVE (1993) de Greg Bear. La otra posibilidad es la "terraformación planetaria", uno de los más descomunales proyectos de ingeniería biológica que el ser humano ha imaginado: modificar la entera ecología de un planeta para que, en el menor tiempo posible, desarrolle unas condiciones adecuadas para que los seres humanos podamos vivir en él. Fue el fallecido Carl Sagan quien

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abordó el tema de la terraformación en su interesante libro de divulgación científica LA CONEXIÓN CÓSMICA (1973). Y una reciente trilogía de Kim Stanley Robinson: MARTE ROJO (1991), MARTE VERDE (1992) y MARTE AZUL (1996), es, hasta la fecha, la me jor muestra de esa necesaria y escalonada transformación del planeta rojo hasta convertirse en otro maravilloso planeta azul, hijo esta vez de la tecnología del Homo faber terrestre. Venus El caso de los presuntos "canales" de Marte que nunca existieron, es un ejemplo claro de un error que, por diversas razones, se difunde y pervive durante muchos años. Pero, al menos, en el caso de Marte, existen las viejas observaciones de Schiaparelli y esa referencia a unos posibles "canali" de los que él mismo hablara en 1877. No es demasiado extraño que, buscando precisamente esos canales, Percival Lowell imaginara haberlos encontrado y la imagen de un Marte surcado por canales y posiblemente habitado haya pervivido mucho años. Mucho peor ha sido lo que ha pasado con Venus. A los ojos de los primeros astrónomos que lo estudiaron, el planeta que los clásicos asociaron al amor ofrece una imagen brillante y sin relieves. A finales del siglo XIX y principios del XX, Venus era un misterio para los observadores. Muy pronto se concluyó que estaba cubierto de una capa permanente de nubes. Si se veían nubes, tenía que haber agua y, seguramente por eso, el Venus de la imaginación popular se convirtió en un planeta oceánico dominado por las aguas y, como complemento, la posibilidad de inmensas junglas de lujuriosa vegetación. La sonda Mariner II, lanzada el 27 de agosto de 1962, llegó a unos 30.000 kilómetros de Venus el 14 de diciembre del mismo año. Nos enseñó que no había líquido alguno en la superficie de Venus, y que las nubes observadas, formadas en su mayoría por dióxido de carbono, creaban un enorme efecto invernadero que mantenía en la superficie temperaturas de varios centenares de grados centígrados. Posteriormente, en 1964, con estudios realizados con ondas de radar se averiguó que Venus completaba una rotación cada 243 días (en realidad, 18 días más que la duración de su año) y, lo más curioso, esa rotación era en dirección contraria a la del resto de los planetas. Con toda seguridad, al menos para los intereses de la imaginación, tal vez era preferible el poético planeta oceánico con mucha vegetación. Resultaba fácil imaginar en él la continuación de las aventuras de descubrimiento que en la Tierra ofrecieron durante el siglo pasado las por entonces ignotas tierras de África. Así lo hizo, por ejemplo, C.S. Lewis en PERELANDRA (1943) donde un Venus oceánico, con grandes islas de vegetación flotante, era el ambiente ideal para rediseñar y actualizar el mito de Adán y Eva. La idea de las islas flotantes de Venus parece proceder de otro autor británico: Olaf Stapledon, quien en su obra ÚLTIMOS Y PRIMEROS HOMBRES (1930) ya habla de islas flotantes en Venus. Y lo hace como consecuencia de lo sugerido en "El último juicio", un artículo de 1927 del biólogo J.B.S. Haldane (también británico) quien sugería que Venus podría ser un hogar adecuado para la humanidad cuando la Tierra dejara de ser habitable.

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Con el devenir de la imaginación volcada al espacio que representa la primera época de la ciencia ficción, Venus fue escenario de todo tipo de aventuras como las de L OS MERCADERES DEL ESPACIO (1953) de Frederik Pohl y Cyril M. Kornbluth con un Venus inevitablemente húmedo y con minas en las que el protagonista debe reconstruir su futuro personal amenazado en una civilización excesivamente dependiente de la publicidad y el consumo. Incluso Isaac Asimov recurrió al Venus oceánico como escenario de una de las aventuras de Lucky Starr, el Ranger del Espacio que protagonizó una serie de novelas para adolescentes publicadas en los años cincuenta y que, al principio, iban firmadas con el seudónimo Paul French. La fama de Asimov ha hecho que se reediten a menudo esas novelas pese a los errores astronómicos que ahora sabemos que contienen. Desde 1970, Asimov obliga a que se publique una breve introducción de dos páginas aclarando el carácter irreal del Venus que nos presenta, por ejemplo en L OS OCÉANOS DE VENUS (1954), al igual que exigió cuando se reeditó la novela de esa misma serie ambientada en Marte: L UCKY STARR: E L RANGER DEL ESPACIO (1952). Conocida ya la realidad, otros autores de ciencia ficción han abordado la dura tarea de imaginar un Venus habitable por los humanos y, por consiguiente, la difícil terraformación de un planeta hoy muy alejado de poder permitir la vida humana en su superficie. El más interesante de esos esfuerzos puede ser el que realizó Pamela Sargent con VENUS OF DREAMS (1986) y VENUS OF SHADOWS (1988), y cuyo éxito en Estados Unidos ha hecho que, años después, apareciera el volumen que cierra la trilogía: CHILD OF VENUS (2001). Pero muchos, terrible paradoja, siguen prefiriendo ese Venus oceánico y aventurero que conocieron en su infancia, cuando el Mariner II todavía no había destruido los viejos sueños de aventura con la ayuda de la más cruda realidad... Planetas inventados: la imaginación controlada Pero no basta con la imaginación desbordada en torno a planetas realmente existentes. La ciencia ficción cubre más facetas. Uno de los más serios problemas a los que se enfrentan algunos autores de ciencia ficción, es el imaginar de forma coherente nuevos entornos planetarios. El problema incluye diversos aspectos que han de ser analizados con rigor en función de los conocimientos astronómicos y cosmológicos de que disponemos. Es un problema que incluye diversos y variados aspectos: desde la dinámica de sistemas solares con más de una estrella, a la forma en que las estrellas afectan la formación de los planetas, pasando por los efectos de la masa, la gravedad y el campo magnético del planeta en cuestión, etc. Y todo ello sin olvidar el complemento que pueda representar la bioquímica de una posible vida planetaria y la forma en que las condiciones físicas del planeta y de su sistema solar influencian la evolución de la vida.

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No son problemas banales ni sencillos y, aunque muchos autores (literatos en suma) evitan detenerse en ellos, hay también brillantes especialistas en imaginar mundos diversos e intentar hacerlo de forma respetuosa con lo que la ciencia actual conoce. Uno de los autores que más destaca en este campo es Hal Clement, quien, en MISIÓN DE GRAVEDAD (1953), describe la vida en las duras condiciones del planeta Mesklin, un planeta con un gran gradiente de gravedad y con unos curiosos habitantes. El planeta Mesklin, casi en forma de disco y con gran velocidad de rotación, es grande y muy denso. La gravedad en su superficie varía enormemente desde 3g en el ecuador hasta los 700g de los polos. Los océanos son de metano líquido y la nieve es amoníaco congelado. En esas condiciones de pesadilla viven los "mesklinitas" quienes, debido a la práctica bidimensionalidad de sus vi das (mirar hacia arriba es algo incluso físicamente difíci l a causa de la gravedad), han tenido que desarrollar una curiosa cultura y una sociedad perfectamente acor des con las condiciones de su entorno. La novela es un perfecto ejemplo de la construcción coherente de un mundo en el que las condiciones físicas representan una dificultad adicional para la vida. La problemática de una gravitación exagerada ha sido recogida y actualizada por el Dr. Robert L. Forward en HUEVO DEL DRAGÓN (1980). En un evidente homenaje a la obra de Clement, el Dr. Forward especula con la posible vida de unos seres francamente distintos que habitan nada más y nada menos que en la superficie de una estrella de neutrones. Las condiciones en la estrella de neutrones son, evidentemente, infernales. Sesenta y siete mil millones de veces la gravedad terrestre han comprimido la estrella a una esfera de sólo veinte kilómetros de diámetro que experimenta una revolución (un "día") en sólo 200 milisegundos. Y, por si ello fuera poco, además la fuerza del campo magnético (un billón de gauss), altera los núcleos de la cor teza y, también, las reacciones químicas habituales en nuestro mundo son reemplazadas por nuevas reacciones de neutrones. En ese mundo imposible, el Dr. Forward imagina que existe vida, la de los "cheela", los seres ameboides de la corteza de la estrella, que experimentan en una hora el equivalente de más de cien años de vida terrestre. Los detalles técnicos de su anatomía y biología son también verosímiles por su correcta adaptación al difícil mundo en que viven. Como era de esperar, (e incluso agradecer) la novela dispone de un interesante "Apéndice técnico" donde el autor, investigador en el campo de la astronomía gravitatoria, expone el posible fundamento de ésas que, a primera vista, parecen especulaciones un tanto exageradas. Se trata, en ambos casos, de algunos de los mejores exponentes de la mejor ciencia ficción hard, de esa ciencia ficción no siempre tan abundante como sería de desear, que intenta especular coherentemente al amparo de los conocimientos científicos disponibles. Una forma amena de sugerir especulaciones en torno a la ciencia por medio de una trama de aventuras que las hagan aún más amenas. El verdadero núcleo de la ciencia ficción.

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Planetas inventados: la imaginación desbordada A veces los autores de ciencia ficción imaginan cosas francamente sorprendentes. A mediados de la década de los cincuenta, un astrónomo famoso, Fred Hoyle, especuló novelísticamente con la idea de lo que pudiera ocurrir si una masa de materia interestelar pudiera llegar a estar dotada de inteligencia. La idea que Hoyle planteara en LA NUBE NEGRA (1957), fue retomada recientemente por otro autor de ciencia ficción, el veterano Frederik Pohl, en EL MUNDO AL FINAL DEL TIEMPO (1990). Otra idea un tanto paradójica y no menos sorprendente es la de imaginar una mente única a nivel planetario. Uno de los mejores ejemplos de ello es el descrito en SOLARIS (1961), la magistral novela de Stanislaw Lem que, diez años después, dio lugar a una dilatada y reflexiva vers ión cinematográfica dirigida por Andrei Tarkovski y. mucho después, otra, estadounidense esta vez, protagonizada por George Clooney. Y conviene destacar que la novela de Lem se escribió incluso antes de la hipótesis Gaia de James Lovelock, quien ve también a nuestro propio planeta como un descomunal organismo vivo, un todo viviente, coherente, autorregulador y autocambiante, sometido a las reglas de la homoestasis. Solaris es un curioso planeta que orbita entre dos soles, uno rojo y otro azul. Es evidente que tal supuesto es arriesgado. Sabemos que, en esas condiciones, la órbita no puede ser estable y que, tarde o temprano, el planeta será engullido por uno de los dos soles. Pero, nos cuenta Lem, eso no ocurre con Solaris. Milagrosamente la órbita permanece estable y lo lógico es suponer que algo o alguien colabora a ese hecho insólito según la mecánica celeste. Solaris es un planeta cuyo diámetro sobrepasa en un quinto el diámetro de la Tierra, pero que dispone de una masa varias veces inferior a la de nuestro planeta. La superficie de Solaris está cubierta por un océano tachonado de innumerables islas, a modo de al tiplanicies. Pero todas esas islas suman una superficie que es incluso inferior a la de Europa. Se trata, evidentemente, de un mundo acuático. En la hipótesis de Lem, ese océano es una formación orgánica, una entidad compleja que viene a representar toda la vida existente en Solaris: un único habitante pero gigantesco. Una vida que parece haber evolucionado no sólo para adaptarse al medio, sino para dominarlo. Efectivamente: la razón última de la imposible estabilidad del planeta parece residir en ese océano al que los físicos, sin por ello asignarle la categoría de ser vivo, han denominado "máquina plasmática" por haber encontrado cierta relación entre los procesos que tienen lugar en ese océano y el potencial de gravitación medido localmente. La estabilidad de la órbita se explica en cierta forma a expensas de generar un misterio mucho mayor. Tanto la novela como las versiones cinematográficas, parecen orientadas a sugerir los inevitables límites del ser humano y de su capacidad de comprender lo intrínsecamente distinto. En realidad, SOLARIS viene a ser un caso extremo de "contacto con inteligencias extraterrestres" (otro tema especulativo muy propio de la ciencia ficción) y, en el fondo,

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una reflexión que bordea la metafísica en torno a si existe o no una verdad absoluta. Inevitablemente seres tan distintos como ese océano y el humano protagonista parecen condenados a no comprenderse. Lem imagina, consecuentemente, una nueva ciencia, la "solarística" construida en torno a las raras experiencias que surgen en un mundo como Solaris donde incluso las mediciones de los aparatos electrónicos muestran una actividad fantástica agr avada por el hecho de que esas mediciones nunca resultan ser repetibles. Posiblemente la interacción de ese misterioso océano altera los datos y amenaza incluso a un hecho capital en la ciencia observacional moderna: la postulada capacidad de poder repetir los experimentos. Un postulado que, simplemente, no se da en Solaris, lo que, implícitamente, deja en mal lugar a la ciencia como herramienta última de conocimiento. La "solarística" empieza a alzarse como una nueva fe disfrazada de aspectos científicos, como una posible nueva religión de la era cósmica. De una arriesgada hipótesis planetaria, Lem extrae como consecuencia un interesado análisis de los límites propios del ser humano. Límites individuales cuando las mentes de los protagonistas rehusan aceptar sus creaciones mentales que parecen haberse convertido en reales en Solaris; y límites como especie incapaz de superar las ba rreras del propio antropocentrismo. La comprensión de la inteligencia alienígena resulta imposible al margen de nuestro propio marco de referencia cultural y filosófico, evidentemente limitado. Planetas inventados: la imaginación disciplinada Pero no basta con la imaginación controlada o desbordada propia de la ciencia ficción. Incluso en ámbitos más cercanos al desarrollo de la tecnociencia, cuecen las habas de la imaginación más fecunda y, al menos por esta vez, en cierta forma disciplinada. Y Epona es uno de los mejores ejemplos. EPONA es un planeta nuevo. Una posibilidad maravillosa para explorar y poner a prueba el alcance de nuestros conocimientos científicos. Un verdadero reto. Epona es el tercer mundo originalmente 82 Eridani. Taranis es tiene, aproximadamente, unos cinco indica, la estrella se encuentra en la nuestro Sol.

de un sistema planetario centrado en la estrella Taranis, una enana amarilla (G5 V en la secuencia principal) que mil millones de años. Tal y como su nombre original constelación de Eridani, y se halla a unos 21 años luz de

En ese sistema solar, los cuatro planetas más interiores son de naturaleza rocosa, con tamaños que van desde, aproximadamente, 0.1 a 2.0 veces la masa de la Tierra, y densidades en el rango de 3.8 a 6.4 g/cm3. En concreto, Epona, el único de esos planetas que está dotado de vida, tiene una masa 0.55 veces de la Ti erra, una atmósfera oxigenada de unos 0.577 bars de presión media, y sus continentes parecen ser de roca silícea. Epona dispone de un clima templado y hay mares y océanos de agua. Tras esos cuatro planetas rocosos, el sistema de Taranis incluye otros cuatro planetas gaseosos con masas que van desde 5.9 a 206 veces la de la Tierra y con

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densidades en el rango de 0.7 a 2.4 g/cm3. El grupo está dominado por el gigante Borvo (con un 65% de la masa de Júpiter al que, en cierta forma, se parece). Sirona, el último planeta del sistema es parecido a Tritón y está formado por hielos. Además de muchas informaciones sobre el sistema planetario y las características generales de cada uno de los planetas, se conoce bastante de la geología de Epona, el planeta más estudiado del sistema. También, como en la Tierra, en Epona la evolución ha generado diversas especies vivas que interaccionan en una ecología compleja no siempre evidente. La mayor diferencia del sistema de Taranis con el de nuestro Sol o, si se quiere, de Epona con nuestro planeta Tierra es el grado de realidad. Epona y el sistema planetario de Taranis son criaturas de la imaginación. No existen en la realidad. Sólo son posibles en el universo de los estudiosos y especialistas dedicados a la creación y estudio de mundos (world builders), a menudo al servicio de los escritores de ciencia ficción. Con toda seguridad, de entre los muchos experimentos mentales posibles, el de Epona es uno de los más completos y realistas. Todo empezó cuando los miembros de Contact celebraron su congreso de 1993. Contact es una organización educativa con raíces en la ciencia ficción. En una de sus actividades, COTI (Cultures Of The Imagination), un grupo de especialistas preparó con gran detalle las características de un mundo alienígena inventado, mientras que un segundo grupo trabajó aisladamente en la futura historia humana hasta hacernos alcanzar el viaje interestelar. Después, en el congreso anual de Contact, se simuló un primer contacto entre ambas culturas. Es una activi dad francamente divertida y, además, de gran interés científico. En 1993, Martyn J. Fogg utilizó un sofisticado programa informático de creación propia para generar un complejo sistema planetario en torno a esa hipotética estrella llamada Taranis. La riqueza de esa simulación fue tal que las 72 horas del congreso resultaron insuficientes. Pronto se decidió crear un boletín (COTI Mundi Newsletter ) que se envió a un amplio grupo de interesados en la "construcción de mundos". Lo demás ya es historia: más de una treintena de especialistas de todo tipo (biólogos, químicos, astrónomos, antropólogos, escritores de ciencia ficción, artistas, etc.) desarrollaron hasta el extremo más inesperado las posibilidades, de todo tipo pero esencialmente astronómicas, geológicas y ecológicas, del sistema planetario de Taranis. Hoy en día, Epona ya no queda restringida a Contact. Desde 1995 los participantes en la creación y desarrollo de Epona han formado un grupo llamado precisamente WorldBuilders que prosigue el estudio y el desarrollo de Epona. Una actividad que sólo cabe etiquetar como "divina" o, al menos, de ese tipo de poderes parece reclamarse... Y ése es solo un primer boceto de un posible mundo, de un nuevo planeta creado y habitado por la potentísima imaginación humana. Por ahora uno de los casos más característicos de los innumerables planetas de ficción.

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