Poetas latinoam ericanas. Po e tas latin o am e rican as Antología crítica

Po et a s la t in o a m er ica n a s Po e tas latin o am e rican as An tología crítica 3 Po et a s la t in o a m er ica n a s Po e tas latin o am
Author:  Luz Salas Belmonte

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Po e tas latin o am e rican as An tología crítica

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Po et a s la t in o a m er ica n a s

Po e tas latin o am e rican as An tología crítica Carm iña Navia Velasco

Co l e c c i ó n Es c u e la d e Es tu d io s Lite ra rio s U n ive rs id a d d e l Va lle Co lo m b i a

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Ca r m iñ a N a v ia V ela s co

San tiago de Cali, n oviem bre de 20 0 9 Rector Un iversidad del Valle Iván En rique Ram os Calderón Decan o Facultad de H um an idades Darío H enao Restrepo Director Escuela de Estudios Literarios J uan J ulián J im énez Pim entel Coordin adora Maestría en Literatura Colom bian a y Latin oam er ican a María An ton ieta Góm ez Goyen eche Director Program a Licen ciatura en Literatura H éctor Fabio Martín ez Poetas latin oam erican as An tolog ía crítica © Carm iña Navia Velasco Edición : diciem bre de 20 0 9 ISBN: 9 78 -9 58 -6 70 -758 -9 est u d ioslit er ar ios@u n ivalle.ed u .co Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier m edio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita del autor. Ilustración de carátula: Orlan do López Valen cia Diseñ o y diagram ación : Unidad de Artes Gráficas Facultad de H um an idades Un iversidad del Valle Cali - Colom bia

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CON TEN ID O

IN TR OD U CCIÓN

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I PRESEN TACIÓN D E LAS POETAS 1. Su relación con la prim era vanguardia Modern ism o y van guardia, relacion es am biguas Prim eras voces poéticas fem en in as María Eugenia Vaz Ferreira y Delm ira Agustini 2. Expresiones en la m itad del siglo xx Voces en el Caribe En el m apa hacia el sur Colom bia y Cen troam érica Meira Delm ar Claribel Alegría 3. Poetas latinoam ericanas en las rupturas de los años sesenta y en la segunda m itad del siglo XX Las voces de van guardia Las voces m ás recien tes

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II. SELECCIÓN D E POEMAS María Eu ge n ia Vaz Fe rre ira Can to v erbal El ataúd flotante Elegía crepuscular Hacia la noche H eroica

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D e lm i r a Ag u s ti n i Mis am ores (Sin título:) Fiera de am or

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Plegaria El cisne

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Alfo n s in a S to rn i Tú m e quieres blanca Sá ba d o Alm a desn uda Date a volar Un sol Frente al m ar

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N o ra h La n ge A m a n ecer Calle En el cam ino En nuestros labios La em oción

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En riq u e ta Arve lo La rriva Llegas Sería la advenediza Destin o Con fesión Líneas de prim era lluvia Tú, el m inúsculo

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D u lc e Ma ría Lo yn a z Tierra cansada Lou r d es La oración de la rosa La sonrisa La horm iga

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Ca rin d a Olive r La bra A d iós Te m ando ahora que lo olvides todo La solteron a La v ecina m uerta: Al niño que vende berros Hom bres que m e servisteis de verano

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Id e a Vila riñ o Ya en desnudez total Cuándo y a noches m ías Lo que siento por ti El m ar no es m ás que un pozo Tal vez no era pensar Quiero m orir

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Olga Oro zco Aquí están tus recuerdos... Para hacer un talism án Lejos, de corazón a corazón... Los reflejos infieles Aunque se borren todos nuestros rastros... No estabas en m i um bral

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Me ira D e lm a r Alguien pasa A llá Ausencia de la rosa Brev e Can ción lejan a Carta de Rom a

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Cla rib e l Ale gría Ep ílogo Florecen los alm en dros Yo sin ti A u sen cia Pequeñ a m uerte N o preciso con ceptos Otoñ o Creí pasar m i tiem po

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B la n ca Va re la A lo m ejor eres tú m ism o A m edia v oz Aquella torturada n ube... Así sea Au v er s-su r -oise

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Ale ja n d ra P iza rn ik A la espera de la oscuridad Am a n t es An illos de cen iza Cam inos del espejo Can tora n octurn a Cen izas

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Gio c o n d a B e lli En la doliente soledad del dom ingo... Yo soy tu indóm ita gacela Áspera textura del v ien to Es larga la tarde... Te busco Te escribo, Sergio

19 6 19 6 19 7 19 8 19 9 19 9 20 0

María Me rce d e s Carran za Poem a de los Hados 18 de agosto de 198 9 Sobran las palabras La Patria Una rosa para Dy lan Thom as

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Ve r ó n i c a Vo lk o w Jardín Laberin to Rosario para Nadia El inicio Despedida

20 8 20 8 20 8 20 9 20 9 2 10

B ib lio gra fía

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I N TR OD U CCI ÓN

La a n t ología es u n a for m a colect iva in t r a t ext u a l q u e supone la reescritura o reelaboración, por parte de un lector (en este caso un a lectora) de textos ya existen tes m edian te su inserción en conjuntos nuevos. La lectura es su arranque y su destino, puesto que el autor es un lector que se arroga la facultad de dirigir las lecturas de los dem ás, interviniendo en la recepción de m últiples poetas, m odifican do el h orizon te de expectativas de sus con tem porán eos (Guillén , citado en Marchese, An gelo y J oaquín Forradillas, 198 9: 30 ).

Este es el concepto de antología que sostiene esta propuesta. Se trata de una relectura y, ante todo, de una recepción. Las p oet as lat in oam er ican as n o h an sid o leíd as r ealm en t e en Colom bia; escasam ente, las propias colom bianas. A la raíz de esta in vestigación se en cu en tr a u n a pr opu esta con cr eta de recepción para nuestros am bientes académ icos y am antes de la poesía en general. Lo que se pretende es hacer oír unas voces que no han sido reconocidas ni escuchadas suficientem ente en el país. No es sim plem ente una colección de poem as, esta se adjunta al final: es una antología crítica, en el sentido en que la relectura se sustenta, se explica y se dan pistas para que lectoras y lectores cam inen solos en este bosque inm ensam ente rico de la poesía latin oam erican a. In discutiblem en te se trata de un a m irada subjetiva y, en últim as, arbitraria, com o todo aquello que es subjetivo: lo que es válid o p ar a algu n os n o lo es p ar a t od os. No es p osible determ in ar si un a poeta es m ejor o m ás represen tativa que

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otr a, n o h ay bar óm etr o par a m edir lo. Se h a in ten tado un a com binación entre reconocim iento aceptado y silenciam ientos injustos, pero ello no inm uniza contra la posibilidad de otras injusticias. Lo que sí puedo decir es que en aras de una cierta síntesis ha sid o m u y d ifícil d ejar a algu n as p oetas p or fu er a. En esta b ú sq u ed a h e en con t r a d o ver d a d er os t esor os. Desa for t u nadam ente, la necesidad de hacer de este un trabajo m anejable para estudiantes de la Universidad m e ha im puesto esa dureza de una selección obligada. Detrás de esta an tología h ay un pan oram a in m en so que invito a visitar directam ente.

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I P RES EN TACIÓN D E LAS P OETAS

1. Su re lació n co n la p rim e ra van gu ard ia Realizar un estudio en el que crucem os el sujeto m ujer con el quehacer poético, igual que en otros tem as o ram as del saber, su p on e a r r a n ca r d esd e m u y a t r á s, p r egu n t á n d on os cóm o podem os entender las aproxim aciones y/ o definiciones teóricas tradicionales en relación a la actividad escriturística y literaria p a r t icu la r d e la s m u jer es, en su s con d icion es h ist ór ica s concretas. Se trata de m irar desde el prism a de las poetas cóm o u bicam os su s p r áct icas y en qu é m ed id a r esp on d en a los patrones definidos en el canon literario crítico o se salen de él. Qué aportan , qué desdicen , qué rupturas establecen … Exige p r egu n t ar se t am bién si r ealizan u n cam in o m ás o m en os autónom o e independiente. Carlos Bousoño, en Teoría de la expresión poética, plantea que la em oción poética realiza un conocim iento individualizado: […] la poesía no puede consistir únicam ente en conceptos, en cu an to tales h an per dido el car ácter in dividu al de con tenidos intuitivos com unicables que lo poético forzosam ente ha de exigir, ya que en poesía de lo que se trata es de conocer, n o lo gen er al, las r elacion es en t r e las cosas, m isión d e la cien cia, sin o lo p ar ticu lar , u n con ten id o p síqu ico qu e n os parece in dividualizado, m isión del arte. H abrá poesía, pues, en t a n t o q u e cr ea m os sen t ir q u e n os h a lla m os a n t e u n a sign ificación que expresa la in dividualidad (1976: 23).

Esta significación, esta individualidad, está referida a… / y con ten ida en … la e m o c ió n (Sh klovski, 1970 ). En n uestras

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academ ias y sociedades se sabe poco de la e m o c ió n e s p e c ífic a m e n te fe m e n in a y de sus posibles m an ifestacion es con cretas. Para acercarn os a las expresion es poéticas de las m ujeres debem os hacernos conscientes de que estam os ante sen tim ien tos e in d ivid u acion es p r ácticam en te in éd itas. La afectivid ad fem en in a h a sid o r egu lad a y or d en ad a p or los varon es, e igualm en te el estudio de su expresión poética ha estado a cargo de ellos. Acer car se al tejido de palabr as qu e con stitu ye la poesía fem enina en una form ación social o en una época es acercarse a silencios, invisibilizaciones, m alentendidos, deconstrucción de lugares com unes… Las poetas deben, a través del lenguaje que atrapa/ expresa su em oción, decirse desde lo inédito de sus vidas; y no sólo decirse, sino buscarse. Partir de lo general para llegar a lo particular, en este caso, es una tarea cuasi im posible y, adem ás, bastante inútil. Y esto es válido no sólo cuando nos m ovem os en el terreno de la teoría gen eral, sin o tam bién a la hora de com pren der m ovim ien tos o din ám icas con cretas en las que la crítica ha en m ar cad o los d iver sos r it m os p oét icos. Es lo qu e señ ala lúcidam en te Márgara Russotto: Al pregun tarn os por el dón de, el cuán do y el cóm o de la con stitu ción d e la voz fem en in a en la m od er n a poesía d el con t in en t e, com p r ob a m os la d ificu lt a d d e ext r a er ser ies in con tam in adas y redon das a partir de un criterio ún ico. En la com plicada red de las prácticas discursivas, la de las m ujeres es en efecto la m ás reacia a som eterse a la reducción de esquem as fijos; n o sólo por la vin culación a un con texto m ultideterm inado, sino tam bién debido a la naturaleza plural y d in ám ica d el d iscu r so liter ar io qu e d esh ace el su eñ o d e filiacion es d ir ect as, in flu en cias m an ifiest as o coh er en cias gr u p ales; coh er en cia p or cier to r ech azad a p or las m ism as e s cr it o r a s d e h o y, q u ie n e s s e n ie ga n a s e r in s e r t a d a s / en sa r t a d a s en u n h ilo con t in u o y r ed u ct or . P a r ece p oco p r u d e n t e , t o m a n d o e n cu e n t a la p r o d u cció n lit e r a r ia lat in oam er ican a en su s m ú lt ip les ver t ien t es, esp er ar u n a evolu ción lin eal d e t em as y for m as qu e vaya d e m en or a

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m a yor con cien cia d e la d ifer en cia , com o s e h a q u er id o algun as veces (1990 : 67).

El cam ino o, m ás bien, los cam inos recorridos por la poesía fem enina en el subcontinente son bastante desconocidos y hay q u e in t en t a r u n a com p r en sión cu yos p a r á m et r os d eb en defin irse a partir de las m ism as prácticas y n o al revés. Sin em bargo, las poetas n o h an estado aisladas, y n o podem os ignorar el diálogo que han m antenido tanto con sus congéneres, com o con las voces poéticas m ascu lin as m ás fu er tes d e su á m b it o. E s p r ecis a m en t e en es e d iá logo d on d e h a n id o encontrando y diciendo su palabra. En esta prim era parte del texto vam os a m irar a algun as poetas de los in icios del siglo XX, m ujeres de dos países — Uruguay y Argentina— distintos pero cercanos, que no form an en un sentido estricto un grupo, pero que tienen en com ún ser algun as de las que in auguraron la voz poética fem en in a en Latinoam érica y haber vivido situaciones sim ilares. Mirarem os fundam entalm ente qué palabra dijeron y cóm o la dijeron. Al m ism o tiem po, tejerem os un diálogo con las prácticas m ás am plias de la prim era vanguardia en Am érica Latina. Mo d e rn is m o y van gu ard ia, re lacio n e s am bigu as Cu an d o h ablam os d e p r im er a v a n g u a r d ia es n ecesar io aclarar los lím ites en los que nos vam os a m over. Iniciando el siglo XX se produce en general en el m undo Occidental, y en particular en Am érica Latin a, un a revolución m uy profun da en la cultura, y específicam en te en las prácticas sim bólicas, artísticas y poéticas. Esta revolución, a m i juicio, se inicia en el su bcon tin en te con algu n as exp r esion es d el m od er n ism o y culm ina con las form as m ás acabadas de las vanguardias de la década de 1920 . Hay aspectos en com ún entre Darío y Girondo, m ás allá de sus obvias diferencias. Com partim os la apreciación de Saúl Yurkievich:

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Con los m od er n ist a s com ien za el cu lt o a lo n u evo, el im perativo de la origin alidad. El arte se avecin a a la m oda, q u e es su n exo con el m u d a d izo p r esen t e; b u sca la p er duración a través de lo m ás perentorio. La m oda es el código cultural cuyos m ensajes em iten señales de m odernidad. Esta vecin d ad im p lica u n t r ibu t o a la act u alid ad p u n t u al, a lo h istórico en su m an ifestación m ás m om en tán ea, porque la r ea lid a d se h a vu elt o sin ón im o d e con t in gen cia y t r a n sit or ied a d . El m u n d o occid en t a l vive u n a t em p or a lid a d distin ta, es la crisis de la afirm ación y de las ideas n etas, la relativización de todos los absolutos (1976: 15).

La gran ruptura se produce en Europa durante las últim as décadas del siglo XIX, y es esa gran ruptura la que alim enta a los poetas m odernistas, la que los inquieta y renueva su relación con la s p a la b r a s. Lo q u e lla m a m os m od er n ism o en La t inoam érica es una práctica poética, un estilo, que abarca por lo m enos tres décadas y que llega a unas regiones y a unos autores m ás tarde que a otros. Si querem os situar a las m ujeres respecto a esta dinám ica (m ás que m ovim iento) y pensam os en los textos de una Agustini o u n a I b a r b ou r ou , h em os d e t en er cla r o q u e se p u ed en establecer referencias tanto a los textos iniciales de un Silva o un Darío, com o a los textos tardíos de un Lugones o un López Velar d e. Valor ar el tr abajo poético sólo por im pr esion es y conceptos com o novedad o ruptura no siem pre conduce a una adecuada aproxim ación al m ovim ien to in tern o en el que se desarrollan las intertextualidades, los diálogos, los ires y venires de las influencias y reconstrucciones. ¿Qué va en Vallejo, de Los heraldos negros a Trilce? ¿Qué rupturas y continuidades en con t r am os? Par t ir d e a p r ior is sólo n os lleva a lu gar es com un es. En este sentido, afirm a Yurkievich: La p oesía m od er n ist a es la ca ja d e r eson a n cia d e la s con tr adiccion es y con flictos de su época. Refleja esa cr isis de con cien cia q u e ge n e ra rá la vis ió n c o n te m p o rá n e a d e l m u n d o . Re p r e s e n t a s o b r e la e s ce n a t e xt u a l u n a

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concepción de la subjetividad que se asem eja ya a la nuestra (198 4: 14).

El trabajo poético desarrollado por los prim eros vanguard ist a s la t in oa m er ica n os est á a lim en t a d o d esd e d éca d a s anteriores por esas respuestas iniciales de los m odernistas a las crisis, a los avances y a los retos de la m odernidad. Algunos críticos hablan de postm odernism o para ubicar una poesía que podría ser de transición… Com parto, sin em bargo, las reticencias de Octavio Paz: Co n Lu g o n e s p e n e t r a La fo r g u e e n la p o e s í a his p á n ica , el s im b o lis m o en s u m o m en t o a n t is im b o lis t a . Nu est r a cr ít ica llam a a la n u eva t en d en cia el p ost m od e r n is m o . E l n o m b r e n o e s m u y e xa ct o . E l s u p u e s t o postm odernism o no es lo que no es, lo que está después del m odernism o – lo que está después es la vanguardia– sino que es u n a cr ít ica d el m od er n ism o, d en t r o d el m od er n ism o. Reacción in dividual de varios poetas, con ella n o com ien za otro m ovim iento: con ella acaba el m odernism o. Esos poetas son su con cien cia crítica, la con cien cia de su acabam ien to... (19 8 7: 138 ).

En ú lt im a s, la m ir a d a a d ist a n cia p u ed e d escu b r ir u n con tin uum que radicaliza en su cam in o las in tuicion es y las rupturas. I n m ed ia t a m en t e d esp u és, en est e p r oceso q u e, com o decim os, es de con tin uidad/ ruptura, aparecen los prim eros signos de la revolución que alcanzará sus expresiones m áxim as en Altazor o En la m asm édula. Pero en un largo período que podríam os situar entre 1888 y 1930 , la poesía latinoam ericana se m ueve en m uy diversas longitudes de onda… y es en m edio de ese m ovim iento, am biguo y no lineal, en el que las poetas, ya n o aisladam en te sin o com o un a presen cia de con jun to e identificable, em piezan a decir sus prim eras palabras. La m ayor parte de las veces en diálogo con estas diversas longitudes de on d a ; p er o en u n d iá logo en el q u e lo im p or t a n t e n o es

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respon der sin o m irarse, en con trarse y, sobre todo, d e c irs e diferen cialm en te. Prim e ras vo ce s p o é ticas fe m e n in as En tre 18 90 y 1930 surgen din ám icas y hechos defin itivos para la historia literaria de las m ujeres en Am érica Latina. Una buena parte de los países del subcontinente está entrando en la m odern idad, lo que im plica avan ces y rupturas econ óm icas, p r ogr esos ed u ca t ivos, d ifu sión d el p en sa m ien t o lib er a l, secularización de la cultura y reacom odos sociales, en tre los que no son los m enos im portantes las discusiones en torno al papel de la m ujer. Son estas dinám icas las que perm iten que en Latinoam érica contem os por prim era vez no con una voz aislada, sino con un conjunto de poetas m ujeres. Alfonsina Storni, en Las poetisas am ericanas (1998), artículo publicado el 18 de J ulio de 1919, se refiere explícitam ente a nueve. Son m ujeres que están dando a con ocer su producción e in teractuan do en tre ellas y con sus colegas m asculinos: las uruguayas Agustini, Vaz Ferreira, Luisa Luisi y J uana de Ibarbourou; las argentinas Delfina Bunge de Gálvez y Rosa García Costa, y las chilenas Gabriela Mistral y dos m enos conocidas, Sara Hubner y Aída Moreno Lagos. La pregunta que nos form ulam os en este trabajo no es acerca de u n a posible esen cia fem en in a de la poesía, sin o, por el contrario, acerca de cuáles son las condiciones socioculturales en las que estas m ujeres escriben, condiciones que van a señalar las rutas por las que su palabra transita. Se trata de aproxim arse a estas expresiones en la larga etapa de lo que denom inam os la prim era v anguardia, para rastrear lo señalado por Márgara Russotto en estos térm inos: Revisa r la p r esen cia d e la voz fem en in a en la p oesía la t in o a m e r ica n a [ …] im p lica s o b r e t o d o p e r s e gu ir lo s distin tos ton os de esa voz que se eleva o acalla a veces con dison an cia, aspereza o desproporción ; a veces en sordin a y en secreto, discretam en te; en la sigilosa o disim ulada tom a

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d e p osesión d e u n esp a cio p r oh ib id o o ign or a d o; en u n solitario proceso de concientización de la propia identidad y d e la com plejid ad d el pr oceso escr itu r ar io, tem atizad o sin cesar por el sujeto lírico (1990 : 65).

Ese rastreo im plica en un prim er m om ento intentar desentrañar qué perm itió a las m ujeres y qué las im pulsó a dejar oír su voz poética de una m anera m ás nítida en estos años. A lo largo de la segunda m itad del siglo XIX atraviesa Latinoam érica una corriente de concienciación fem enina a través del pensam iento y la escritura de un grupo de m ujeres que, de un país a otro, pone en el centro de sus preocupaciones la construcción de la identidad fem enina y la pregunta por el papel de la m ujer en la sociedad. Podem os m encionar algunas: J uana Manso y J uana María Gorriti en Argentina; Mercedes Cabello de Carbon era y Clorin da Matto de Turn er en Perú; Soledad Acosta en Colom bia; Gertrudis Góm ez de Avellaneda en Cuba. 1 Son fun dam en talm en te n arradoras, pero su pen sam ien to, al construirse en diálogo con el conjunto de la ciudad letrada,2 va a penetrar distintos sectores, especialm ente del ám bito literario. No es p en sa b le q u e con la cu r iosid a d in t elect u a l d e u n a Alfonsina Storni o una Gabriela Mistral, estas poetas no hayan con ocid o las in qu iet u d es y p r op u est as d e su s an t ecesor as novelistas. Con la llegad a d e la m od er n id ad , con la in flu en cia d el pensam iento liberal en el conjunto de Sur Am érica, pero sobre todo con la apar ición de la ciudad y sus for m as n uevas de estructurar las relacion es, las m ujeres van a en con trar otras posibilidades para su form ación y para el desarrollo de sus sen sibilidades. El surgim ien to de un a n ueva clase social, la burguesía em in en tem en te urban a, va a perm itir búsquedas culturales diversas. J osé Luis Rom ero sintetiza esta dinám ica:

H e m ir a d o m á s e n d e t a lle e s t e gr u p o e n : N a via Ve la s co , 2 0 0 4 . Ciu d a d le t r a d a , t é r m in o a cu ñ a d o p o r a n a lis t a s co m o J o s é Lu is R o m e r o o Án ge l R a m a p a r a r e fe r ir s e a la s é lit e s in t e le ct u a le s - u r b a n a s d e Am é r ica La t in a , q u e ja lo n a r o n e s t o s p a ís e s h a cia la m o d e r n id a d . 1

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Desd e 18 8 0 m u ch as ciu d ad es latin oam er ican as com en zaron a experim entar nuevos cam bios, esta vez no sólo en su estructura social, sin o tam bién en su fison om ía. Creció y se d ive r s ificó s u p o b la ció n , s e m u lt ip licó s u a ct ivid a d , s e m od ificó el paisaje u r ban o y se alter ar on las tr ad icion ales costum bres y las m an eras de pen sar de los distin tos grupos de las sociedades urbanas. Ellas m ism as tuvieron la sensación de la m agnitud del cam bio que prom ovían, em briagadas por el vértigo de lo que se llam aba el progreso […] Pero don de la fison om ía del progreso arraigó soberan a e im pregnó las form as predom inantes de m entalidad fue en el sen o d e las n u evas bu r gu esías. Cier tam en te er an h ijas d el progreso y se sen tían vestales de su llam a (198 4: 247-30 9).

En m ed io d e la eu for ia d el ad ven im ien to d e u n “n u evo m undo”, las m ujeres em pezaron a participar m ás activam ente d e la s ven t a ja s d e ese h or izon t e, em p eza r on a u b ica r se, em pezaron a decirse, em pezaron a rebelarse. Lo que n o resulta fácil es escoger a las poetas de las que querem os hablar: hay un largo cam ino recorrido y todo él es im por tan te. En el con ju n to es clar o qu e existe u n n ú m er o am p lio d e voces. Ten d r em os, sin em bar go, qu e h acer u n a selección, com o todas m ás o m enos arbitraria. María Eu ge n ia Vaz Fe rre ira y D e lm ira Agu s tin i Conocida la una, silenciada la otra, su obra está íntim am ente unida, igual que sus vidas: las poetas fueron am igas e hicieron parte del m ism o grupo gen eracion al en su país, in tegran do junto con otros escritores la que se conoce com o la Generación del N ovecientos: Co n e s t e m a r b e t e , n o e xe n t o d e co n t r o ve r s ia , n o s referim os a un grupo de jóvenes, autodidactas en su m ayoría, cuyas obras expresan a la perfección e s a s e n s ib ilid a d fin d e s iè cle que en Uruguay se caracteriza por estar teñida de perm anentes tensiones ideológicas. La bohem ia, el dandism o y la m en cion ada rebeldía con tra las valoracion es sexuales y p o lít ica s d e l m e d io b u r gu é s , la d is cu s ió n s o b r e parn asian ism o, sim bolism o o decaden tism o y el desarrollo

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d e los p r in cip ios d el a n a r co-sin d ica lism o y el socia lism o m arxista, caracterizan a este grupo […] I n t egr a n est a Gen er a ción d el Novecien t os el filósofo Car los Vaz Fer r eir a, n ar r ad or es com o H or acio Qu ir oga o Ca r los Reyles, p oet a s com o J u lio H er r er a Reissig, Ma r ía Eu gen ia Va z Fer r eir a o Delm ir a Agu st in i, el d r a m a t u r go Florencio Sánchez y J osé Enrique Rodó, ensayista crítico que desem peña junto a Herrera Reissig el papel de guía del grupo y m arca las pautas del pensam iento a seguir (Bruña Bragado, 20 0 5: 41-42).

Es una generación lanzada hacia el m undo desde sim ilares retos y sentim ientos y agitada por una búsqueda conjunta en la que estas dos m ujeres, María Eugenia y Delm ira, intentan realizar su aporte, entregar su m irada y su palabra. Buscan y d icen su p r op ia su bjet ivid ad , en u n a d in ám ica qu e p u ed e ilum inarnos J osé Enrique Rodó, al referirse al contraste entre el positivism o objetivista y ese fin de siglo que viven ellos: Quiso alejar [el positivism o] del am biente de las alm as, la tentación del m isterio, cerrando en derredor del espacio que concedía a sus m iradas la línea firm e y segura del horizonte p osit ivo… Qu is o o fr e ce r p o r h o lo ca u s t o , e n lo s a lt a r e s d e u n a in alter able objetivid ad , tod as las cosas ín tim as, tod as esa eternas voces interiores que han representado por lo m enos, una m itad, la m ás bella m itad del arte hum ano; y el alm a de n u eva s gen er a cion es, a git á n d ose e n l a s u p r e m a n e c e s id a d d e la co n fid e n cia , ha vuelto a hallar en can to en la con tem plación de sus in tim idades, ha vuelto a hablar de sí, ha restaurado en su im perio al YO proscrito por los que n o quisieron ver, sin o lo que está del lado de fuera de los ojos […] (1967: 150 ).

Es, pues, ese YO —propio, único, silenciado— el que estas dos m ujeres, que se apoyan en un m edio que de alguna m anera la s a sfixia , p er sigu en : u n YO fem en in o, siem p r e d ich o y visualizado por los otros, n un ca buscado en el in terior de sí m ism as.

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Delm ira dice de María Eugenia: Tod o en ella es en can t ad or , d esd e su vigor oso t alen t o p oét ico, h ast a su s d eliciosas ext r avagan cias d e n iñ a ligeram en te volun tariosa; y pen sar que tal vez hay person as lo bastan te m align as para reprochárselas; ¡ign oran tes! Quitad el fu lgor a u n ast r o y d ejar á d e ser lo (…) qu it ad a Mar ía Eugenia sus caprichos y dejará de ser María Eugenia…

María Eugen ia, a su vez, le dice a Delm ira, respecto a su prim er poem ario, El libro blanco, publicado en 190 7: Si h ubier a de expr esar un cr iter io r elativo, ten ien do en cuen ta su edad, etc., calificaría su libro sen cillam en te com o un m ilagro. Cóm o ha llegado usted, sea a saber, sea a sentir, lo que ha expuesto en ciertas páginas, es algo com pletam ente in explicable (Larre Borges, 20 0 5: 254-255).

María Eugenia Vaz Ferreira nace en Montevideo en 18 75, joven rebelde que vive duran te la prim era etapa según sus p r op ios d ictad os d e in d ep en d en cia, au ton om ía y liber tad , causando escándalos a su alrededor. Después de una infancia privilegiada debe trabajar para ganarse la vida y es profesora d e liter atu r a en la Un iver sid ad d e Mu jer es, in stitu ción d e educación superior creada en Uruguay en 1912. María Eugen ia n o se casa y tam poco parece haber ten ido un gran am or que le realizara sus sueños, aunque existe m ucho silencio alrededor de su vida am orosa. Al avanzar en edad, su per son alid ad pier d e en can to y com o tan tas otr as m u jer es, víctim as del sistem a patriarcal, term ina padeciendo una fuerte n eurosis: en sus últim os tiem pos sufre un deterioro físico y psíquico de grandes proporciones. Su falta de adaptación va en au m en to: Aquejada de in som n ios persisten tes, deam bula de n oche p or la s ca lles d e Mon t evid eo, y se p a r a a h a b la r con los m endigos y los vagabundos. Alguna vez, invitada a una fiesta, la a b a n d on a p a r a s en t a r s e en la p la za y con ver s a r con

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aqu ellas gen tes d e las qu e se sien te m ás cer ca qu e d e los señores de los salones. Era una gran bohem ia, pero era una gran señora y nos encantaba su conversación , le dijo a Susana Soca añ os después un o de esos vagabun dos que n o la había olvid ad o (Peyr ou , 20 0 5: 316).

Mientras vivió, su obra tuvo escasos ecos; pero posteriorm en te es recon ocida en su país y hom en ajeada com o poeta nacional. En general, la crítica latinoam ericana no le ha dado el lu gar qu e m er ece y es m u y p oco leíd a fu er a d el ám bito u r u gu ayo. Su escritura es un grito de angustia ante un m undo que le causa dolor y desconcierto. Se trata de un quehacer poético en el que el sim bolism o y el rom anticism o tardío se dan cita para construir un lenguaje que para el yo lírico es cam ino a la vida: Quiero juntar a la sonante boca m i nebulosa trágica del tedio, que la golpee la potente frase entre las ondas diáfanas del verso, y a la frescura de benignas lluvias, bajo el rayo inm ortal del sacro fuego, en cánticos de vida y de esperanza m i corazón florecerá de nuevo. d ic e e n “Re s u rre c c ió n ”, u n o d e lo s p o e m a s d e s u p rim e r libro , La is la d e lo s cá n t ico s . En m edio de sus gritos m etafísicos y de una tradición tardía en la que se inscribe, Vaz Ferreira busca su lugar com o m ujer, tantea sus rutas y posibilidades. Tam bién com o m ujer siente los lím ites que le son im puestos. En este sentido, es clarividente su poem a “Hacia la noche”: Oh noche, yo tendría una palm a futura, desplegada sobre el gran desierto,

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si tú m e das por una sola noche tu corazón de terciopelo negro, y yo, al com pás de su m orena sangre, canto con las ondas beatas el sacro silencio. Mi canto será vivo sólo por el deseo de serenar la cuotidiana angustia... Oh noche, yo te quiero sin el fulgor de lum inosos astros, sin m arinos clam ores y sin la voz que finge en los cráneos sonoros el rum or de los vientos. ¡Oh dulce noche m ía, oh dulce noche! Aunque el glorioso pájaro del alba. rom pa después m i lapidario ensueño, un polvo de inquietud arda en m is ojos, y m e seas de nuevo sólo una palm a antigua, replegada sobre el gran desierto. La r elación d e la m u jer con la n och e, en el im agin ar io patriarcal, ha sido siem pre am bigua. De un a parte, se le ha asignado un lado oscuro, un lado peligroso no controlado por los varones: el psicoanálisis considera la vagina un túnel que puede devorar a los hom bres; de otra, la noche, com o espacio del am or, de la bohem ia y de la vida artística, le ha sido negada a las m ujeres, h a sido el patrim on io de los h om bres. En la estética de fin de siglo, decaden te y sen sual, lo n octurn al se m itificó m ás aún que en los rom ánticos. La poeta experim enta su exilio de ese espacio, de ese deseo y expresa que ganaría una palm a en el desierto si le es dado por un a sola n och e el corazón de terciopelo n egro. Igualm en te expresa/ expone su am or casi desesperado por el final del día, que sería lo que serene su cuotidiana angustia. Sin em bargo, María Eugenia es consciente de que no le será entregado ese regalo y de que en su pelea con la vida, con el

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m ed io, p er d er á ir r em ed ia b lem en t e. P or ello, ca n t a a su esperanza en estos térm inos: Mí esperanza, y o sé que tú estás m uerta. N o tienes de los vivos m ás que la instable fluctuación perpetua; no sé si un tiem po vigorosa fuiste, ahora, estás m uerta. Te han roído quién sabe qué larvas m etafísicas que hicieron entre tu dulce carne su cosecha. “Holocausto” es quizás uno de los poem as m ás antologados y estudiados de Vaz Ferreira: Quebrantaré en tu honra m i vieja rebeldía si sabe com batirm e la ciencia de tu m ano, si tienes la grandeza de un tem plo soberano ofrendaré m i sangre para tu idolatría. N aufragará en tus brazos la prepotencia m ía si tienes la profunda fruición del océano, y si sabes el ritm o de un canto sobrehum ano silenciarán m is arpas su eterna m elodía. Me volveré palom a si tu soberbia siente la garra vencedora del águila potente; si sabes ser fecundo seré tu floración, y brotaré una selva de cósm icas entrañas, cuy as salvajes frondas rom ánticas y hurañas conquistará tu im perio si sabes ser león. El texto, que recuerda a algun as de sus con tem porán eas ( Agu s t in i, St o r n i…) e s p a r a m í fu n d a m e n t a lm e n t e am bivalen t e. De u n lad o, el yo p oét ico h ace exigen cias al hom bre: debe crecer, debe ser un tem plo soberano, el océano, un can to sobrehum an o, águila, león … Ese crecim ien to es la condición para la relación. Pero de otro, de nuevo se realizará

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la ofren da, el sacrificio, el h olocausto: ofren dará la san gre, naufragará en sus m anos la prepotencia, será su floración… El sujeto fem en in o en Vaz Ferreira es con scien te de sus lim itaciones y sus cautiverios, pero en últim as no logra salir de ellos. Se m ueve en rebeldía, se m ueve en con cien cia de sus lim itaciones, se m ueve en los deseos de una noche distinta… pero perm an ece cautiva y en algun a m edida suplican te. Tal vez esa contradicción entre el deseo y la posibilidad, m anifiesta en su poesía, es lo que conduce a la poeta a la destrucción y a la locura. Pero tam bién es cierto que la conciencia lúcida de esos cautiverios y la posibilidad intuida de salir de ellos es lo que da m ás fu er za a su palabr a poética. A la h or a d e en ten der su m u e r t e , o cu r r id a e n 19 2 4 , a lo s 4 8 a ñ o s , n o p o d e m o s desconocer que estuvo siem pre som etida, controlada y opacada por la presencia de su herm ano, el filósofo Carlos Vaz Ferreira. Con Delm ira Agustini nos encontram os ante un caso distinto, m á s co m p le jo , u n a p o e s ía m á s m a d u r a , m á s r ica , u n a personalidad m ás apasionante a pesar de su extrem a juventud. Tanto su vida como su persona han sido antologadas, estudiadas, an alizadas… Creo, sin em bargo, que ha sido juzgada m uy a m en u d o m á s d esd e lu ga r es com u n es q u e d esd e m ir a d a s profundas e inéditas. La corta existencia de Agustini estuvo dedicada a la poesía, al arte, a la palabra, por la que fue seducida desde su m ás t em p r a n a ed a d . I n t er vien e p len a m en t e en el a con t ecer intelectual y literario de su país, haciendo parte de la llam ada Gen er a ció n d el N o v ecien t o s . Se r e la cio n a co n s u s contem poráneos, sostiene correspondencia con Darío, acude a los cenáculos liderados por J osé Enrique Rodó. A pesar de ello, su condición de m ujer, sus condicionantes fem eninos, le pesan: por eso, cuando escribe m arca distancias, com o explica m uy bien María J osé Bruña Bragado en su m agnífico estudio: […] si el d iscu r so fem en in o es u n at en t ad o con t r a ese or d en d om in a n t e, con t r a esa est r u ct u r a d e p od er , en la m edida en que la poeta sea capaz de transgredir el significado

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heredado de la tradición sim bólica y hacer que los sím bolos se expresen en una dirección diferente —tarea de reescritura en que Agustin i dem uestra sin gular destreza—, será posible h a b la r d e u n a r evolu ción lit er a r ia q u e en cu a n t o t a l es tam bién política (20 0 5: 56).

Para m uch os críticos, Agustin i es la m ás sign ificativa e im portante poeta latinoam ericana del siglo XX; para otros, de su prim era m itad. Nacida en Montevideo en 1886, a los 16 años em pezó a darse a con ocer en periódicos y revistas. Publica fundam entalm ente tres textos: El libro blanco (190 7), Cantos de la m añana (1910 ) y Los cálices vacíos (1913). Posteriormente, su trabajo es recogido en Obras com p letas, in cluyen do los poemas no aparecidos en sus libros anteriores, y reeditada varias veces, tam bién traducida, especialm ente al francés y al inglés. Com o ya he dicho, m e parece problem ático leer desde los m ovim ien tos establecid os por la cr ítica can ón ica las voces fem eninas; sin em bargo, es m uy com plejo evadir totalm ente esta m irada tradicional. En este sentido com o en otros, creo que la poesía de Delm ira Agustini recorre un largo trecho. Sus prim eros poem as, recogidos posteriorm ente en La alborada, se inscriben m ayoritariam ente en una poética rom ántica. Su texto “Poesía”, publicado en 190 2 en R ojo y blan co, es un a clara m uestra de ello: Poesía inm ortal, cantarte anhelo m as m il esfuerzos he de hacer en vano. ¿Acaso puede al esplendente cielo subir altivo el infeliz gusano? […] ¿Y yo quién soy, que en m i delirio anhelo alzar m i voz para ensalzar tus galas? Un gusano que anhela ir hasta el cielo que pretende volar sin tener alas.

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Est a s son la p r im er a y la ú lt im a est r ofa . En el cu er p o encontram os otros cuartetos en los que se canta a la poesía, en una constante com paración con lo m ás bello y sublim e de la n a t u r a le za : la p o e s ía e s ve r ge l flo r id o , n a r a n jo , s ir e n a m isteriosa… Pero lo central es esa oposición entre el gu s a n o y el cie lo , como dos polos que el ámbito romántico siempre quiere unir, entrelazar… sin conseguirlo. Esa oposición entre lo m ás sublim e y lo m ás rastrero es m uy propia de los poetas rom ánticos y generalm ente apunta a representar las im posibilidades am orosas en tre dos seres h um an os. En este texto, Delm ira Agustini se sitúa m uy lejos de la sublim idad de la poesía, con lo cual señ ala que su propia vocación es un a preten sión en el universo en el que se encuentra. Creo que la poeta se m ueve en diferentes ám bitos y tem as, con m ucha conciencia de que su búsqueda es subvertidora y de que su voz tiene que definirse entre tanteos…Es muy acertado lo planteado por Bruña Bragado: En consecuencia insisto, la producción poética de Agustini no sigue un cam ino ascendente o recto en el sentido m ístico, no busca la ilum inación de lo inefable o lo sublim e al final del m ism o, s in o q u e , c o n s c ie n te d e s u p o s ic ió n s ie m p re lim in a r, s ie m p re o rilla d a e in e s ta b le —acen tuada por el hecho de su perten en cia al gén ero fem en in o— en saya, se ejer cit a , ser p en t ea , exp er im en t a , p r u eb a for m a s, p r oced im ien t os, im ágen es, est ilos d e u n a m an er a alt er n at iva y nunca sucesiva. Son las luces y las som bras de la creación lo que n os deja com o testim on io de un a luch a estoica, de un com bate feroz pero lúdico al tiem po por encontrar su propia voz; luces y som bras que se refieren a la oscilación en tre la estética m ald ita, fiesta, bau d elair ean a y la estética id ílica, m ítica, de belleza d’annunziana; luces y som bras que son sus dudas y vacilacion es, sus h allazgos, sus logros (20 0 5: 12312 4 ).

Por este m ism o ir y venir tan bien captado en la cita anterior, la obr a d e Delm ir a h a sid o catalogad a y d escatalogad a en m últiples sen tidos, y aun que se le ha dado recon ocim ien to,

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siem pre ha sido vacilan te cuan do se la saca del m arco de la poesía fem enina y se la ubica en un paradigm a m ás am plio: el de la poesía en general. Este reconocim iento ha estado, adem ás, m uy ligado a los dram as de su vida o a la precocidad de su escritura. La realidad es que no es una obra de fácil recepción. El tem a en el que a m i juicio Agustin i logra sus m ayores cim as es en el del Am or en sentido am plio, en el de su deseo, en la expresión abierta de su erotism o. En “Visión ”, un o de los p oem a s d e Los cá lices v a cíos, la voz p oét ica d ecla r a su expectativa, su búsqueda, su ansia de ese encuentro que presida su vida: ¿Acaso fue en un m arco de ilusión, en el profundo espejo de un deseo, o fue divina y sim plem ente en vida que yo te vi velar m i sueño la otra noche? En m i alcoba agrandada de soledad y m iedo, taciturno a m i lado apareciste com o un hongo gigante, m uerto y vivo, brotado en los rincones de la noche, húm edos de silencio y engrasados de som bra y soledad. […] Te inclinabas a m í com o el gran sauce de la Melancolía de las hondas lagunas del silencio. […] Y era m i m irada una culebra apuntada entre zarzas de pestañas al cisne reverente de tu cuerpo. Y era m i deseo una culebra glisando entre los riscos de la som bra a la estatua de lirios de tu cuerpo (1988: 32). Este poem a constituye una m uestra clara del ir y venir de Agustini de unas líneas poéticas a otras. Se inicia con una larga

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estrofa que es un reclam o rom ántico a la presencia del am or, del am ante en su vida, en su alcoba… presencia que m itigue la soledad. Esa presencia inicialm ente se idealiza, se relaciona con la m elancolía de los sauces y con la añoranza de algunos pasajes de la naturaleza. Posteriormente, introduce una de las rupturas de estas poetas latin oam erican as de prin cipios de siglo: m ien tras el hom bre con t in ú a sien d o e l c i s n e r e v e r e n te , ella, la voz p oét ica fem enina, su cuerpo, su deseo… se convierten en una cu le bra, an im al p or t ad or d e sign ificad os er ót icos an cest r ales, u n a culebra que serpentea con la m ism a velocidad y fugacidad con que glisan las notas en los instrum entos de viento y que em papa con su presencia los riscos al m ism o tiem po que los lirios del cuerpo del am ado. Esa n ecesidad de am or , esa n ecesidad del en cu en tr o de cuerpos, va creciendo cada vez m ás en su obra, prácticam ente la va tom ando toda. Esta tem ática se instaura en plenitud en “Mis am ores” (1988) poem a extenso, de 70 versos, en el que la voz poética fem en in a recuerda y n arra. El ám bito preferido para el am or, para su reclam o o evocación, es la noche. Así se inicia el texto: “Hoy han vuelto…/ Por todos los senderos de la n oche han v en ido...”; se trata de un a m em oria dolorosa: “… han venido a llorar a m i lecho…”. En un prim er m om ento, la poeta se sitúa en una distancia que duele, distancia de los m uertos, de lo irrecuperable: “La noche bebe el llanto com o un pañuelo negro...”. El negro del pañ uelo que refuerza la n och e y la discordan cia del llan to: “todas esas cabezas m e duelen com o llagas…/ m e duelen com o m uertos…”. La conjugación de s e m as es clara y no deja lugar a dudas: noche, llanto, pañuelo negro, m uerte… La evocación es m últiple, los am ores idos son m últiples. En un segun do m om en to, esa evocación se hace vida, se hace fuerza… se convierte en alegría y recuerdo potente:

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Sobre toda su luz, sobre todas sus llam as, s e ilu m in ó m i alm a y s e te m p ló m i cu e rp o Ellos m e dieron sed de todas esas bocas […] de todos esos vasos donde bebí la vida, de todos estos vasos donde la m uerte bebo […] El poem a convoca los ojos, las m anos, los cuerpos. Por esos ojos, por esas m anos, por esos cuerpos transitó la vida. Finalm ente, la voz poética explicita con m ayor claridad el horizonte últim o de sus palabras: ¡Ah, entre todas las m anos yo h e bu s cad o tu s m an o s ! ¡Tu b o c a e n t r e l a s b o c a s , t u c u e r p o e n t r e l o s cu e rp o s , de todas las cabezas yo quiero tu cabeza de todos esos ojos, tus ojos sólo quiero...! […] ¡Ven a m í, m ente a m ente! ¡Ven a m í: cuerpo a cuerpo!

¿Es el am or en sí el que se sueña? ¿Es la presencia de un único am ante perdido y añorado la que se persigue en todos los cuerpos? Este poem a fue publicado póstum am ente, com o parte de El rosario de Eros, y nos deja un claro testim onio de qu e d el p r in cip io al fin la p oet a t r abajó p ar a exp r esar d e m últiples m aneras su sed, su ansia de am or. Esto n o quiere decir que Agustin i n o se haya ocupado de otras tem áticas propias de la búsqueda perm anente de los/ las poetas, bú squ ed as qu e tr an sitan cam in os con ocid os o qu e indagan por cam inos inéditos. En palabras de Sara Cohen: Un o podría arriesgar que es in heren te a la experien cia estética la percepción de la pérdida, es decir no existiría tal exp erien cia si n o se hiciese p resen te en el acto m ism o del goce estético, la dim en sión de pérdida.

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La producción poética no puede ser concebida en su origen si no es en la brecha que deja el vacío de algo que pulsa por ser nom inado. Em prendim iento de búsqueda form al, siem pre in acabado y fragm en tario... (20 0 3: 21).

Bajo este prism a se pueden leer algunos de los textos de esta poeta que, a pesar de su juventud (m urió trágicam ente a los 28 años), nos dejó huellas de inquietudes m uy hondas. Una de estas huellas la encontram os en “Lo inefable” (Cantos de la m añana): Yo m uero extrañam ente… No m e m ata la vida, no m e m ata la Muerte, no m e m ata el am or; m uero de un pensam iento m udo com o una herida […] ¿Nunca llevasteis dentro una estrella dorm ida que os abrasaba enteros y no daba un fulgor...? ¡… Ah, m ás grande no fuera tener entre las m anos la cabeza de Dios! En este texto aparece la herida m etafísica, que no es ubicable en n in gu n a p a r t e p r ecisa . Esa in sa t isfa cción q u e p er m a nentem ente acecha al artista y que se expresa en su búsqueda estética, insatisfacción que no se puede situar en experiencias con cr et a s (el a m or … la m u er t e… la p ér d id a …), sin o q u e acom pañ a la m ism a con dición hum an a. Alfo n s in a Sto rn i y N o rah Lan ge El nom bre de Storni (1892– 1938) se ha ligado siem pre al de Delm ira, al de Gabriela Mistral, al de J uana de Ibarbourou… La m irada que se ha realizado sobre ella está llena a m enudo de lugares com unes; sin em bargo, Alfonsina es una poeta que s e e s ca p a m á s r a d ica lm e n t e q u e o t r a s a la s fá cile s clasificacion es: Su poesía abarca m ás de veinte años de trabajo: desde La in quietud del rosal (1916) hasta M ascarilla y trébol (1938 ),

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ro m an ticis m o , p arn as ian is m o , p o s tm o d e rn is m o , van gu ard is m o , la h allan pre o cu pad a po r la co n d ició n d e la m u je r. Saluda al hom bre diciéndole: Om nívoro n aciste para llev ar la cota / y o el sexo pesado com o carro de acero, Alfon sin a n o quiere com petir con el hom bre para llevar la cota, no es eso lo que le interesa, ella desea quedarse con el sexo y d isp u tar con el h om br e p ar a qu e n o le p ese (Mizr aje, 1999: 171).

En Alfonsina Storni nos encontram os con un trabajo poético coh er en t e y ext en so, qu e d a cu en t a d e u n a vid a d ed icad a íntegram ente a él. La poeta hace parte adem ás de los grupos y debates in telectuales de su país, Argen tin a. Escribe dram a, p oesía y en sayos cr íticos, r ecogid os r ecien tem en te bajo el n om bre N osotras y la piel. En sayos en los que m uestra un am plio conocim iento de las m ujeres que en ese m om ento están escribiendo en Am érica Latina. Su o b r a , e xt e n s a , s e e s ca p a a lo s in t e n t o s d e u n a sistem atización rápida. En esta presentación m e centraré en algunos aspectos que m e parecen destacables. En prim er lugar, es un a m ujer que, en los um brales del siglo XX, cuan do las m ujeres apenas iniciaban su lucha por el reconocim iento, tiene una clara conciencia de sí, de sus sueños, lím ites, posibilidades… de su hacer de poeta, de su ser de m ujer. Muchos de sus poem as son un a reflexión sobre sí m ism a. Storn i in ten ta aclarar las em ocion es q u e la vid a y la m u er t e le p r od u cen , a t r a vés precisam ente de la palabra, com o lo vem os en su poem a del m ism o n om bre: […] yo soy la m ujer triste a quien Caronte ya m ostró su rem o. ¿Qué fuera de m i vida, sin la dulce palabra? […] Mientras vaciaba el pom o, caliente, de m i pecho, no sentía el acecho, torvo y feroz, de la sirena negra. Me salí de m i carne, gocé el gozo m ás alto:

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oponer una frase de basalto al genio oscuro que nos desintegra (1997). Esa sir en a n egr a, esa d esin tegr ación , qu e fin alm en te le ganan la partida y que la obsesionan todos los días de su vida, son neutralizadas en el trabajo entre la em oción y la palabra… son n eutralizadas en esa luch a perm an en te de la poeta por lograr la expresión adecuada, justa. El acercam iento suyo a la palabra nace en gran parte de la sen sación de desajuste social y existen cial que vive y que se m uestra en m uchos de sus poem as, particularm ente en “Oveja descarriada”: Oveja descarriada, dijeron por ahí… Oveja descarriada. Los hom bros encogí. Es verdad descarriada. Que a los bosques salí; estrellas de los cielos en los bosques pací. Es verdad descarriada que el oro que cogí no m e duró en las m anos y a cualquiera lo di. Es verdad descarriada, que tuve para m í el oro de los cielos por cosa baladí. Es verdad descarriada, que estoy de paso aquí. Este desajuste se expresa con una fuerza poética arrolladora en “Fr en t e a l m a r ”, p u b lica d o en 19 20 com o p a r t e d e su poem ario Irrem ediablem ente. En este texto, el yo poético se queja de su m isión de rosa… de la vulgaridad de la vida que m u ch a s veces la en ven en a … y p id e a l m a r q u e le d é su grandeza, su cólera… Mar, yo soñaba ser com o tú eres allá en las tardes que la vida m ía bajo las horas cálidas se abría… Ah, yo soñaba ser com o tú eres. Míram e aquí, pequeña, m iserable, todo dolor m e vence, todo sueño,

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m ar, dam e, dam e el inefable em peño de tornarm e soberbia, inalcanzable. Dam e tu sal, tu yodo, tu fiereza. ¡Aire de m ar...! ¡Oh tem pestad! ¡Oh enojo! Desdichada de m í, soy un abrojo y m uero m ar, sucum bo en m i pobreza. Se op on en sem a s com o gr a n d eza , fier eza , t em p est a d , soberbia, inalcanzable… sentidos todos que acom pañan al m ar; frente a sem as com o pobreza, vulgaridad, m iserable, cicatriz, peso… que acom pañan la vida de la poeta. E l m a r a t r a e p o r s u in m e n s id a d y p o r s u gr a n d e za : finalm ente, esa atracción se im puso y derrotó a una vida que se sintió perm anentem ente en desventaja. Es m u y im p or t a n t e en St or n i la com u n ica ción con la naturaleza. Una com unicación profunda y perm anente que la llam a a la tierra, que en m ás de una ocasión la hace fundirse con ella, com o en su poem a “Sábado” (de El dulce daño, 1918): An duve descalza por los corredores; bajé a los jardin es y besé las plantas; / absorbí los vahos lim pios de la tierra, tirada en la gram a / m e bañé en la fuente… Más tarde m ojados de agu a p ein é m is cabellos… / Per fu m é las m an os con zu m o oloroso de diam elas. Garzas / quisquillosas, finas, de m i falda h urtaron doradas m igajas…

No sólo busca la com unión con la tierra, tam bién con los an im ales, con el m ar... con el juego de luces y de som bras cíclicas del tiem po. Esa com unión hace parte de la atracción por el abism o y por la m uerte que Alfonsina experim enta con fuerza a lo largo de toda su vida. En este sentido, encontram os en ella fuertes ecos rom ánticos. El tem a que m ás se repite en nuestra autora es el del am or, p er o n o u n a m or en a b st r a ct o o b ea t it u d … sin o el a m or a t r a ve s a d o p o r la co n fr o n t a ció n e n t r e lo s gé n e r o s , con fron tación que le preocupó toda su vida. “Tú m e quieres blanca” es quizás el texto que m ejor recoge estos sentim ientos:

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Tú m e quieres alba. […] Que sea azucen a sobre todas, casta. […] Ni un rayo de luna filtrado m e haya. Ni un a m argarita se diga m i herm ana. Tú m e quieres nívea. Tú m e quieres blanca. […] Tú que hubiste todas las copas a m ano de frutos y m ieles los labios m orados. Tú que en el banquete cubierto de pám panos dejaste las carnes festejando a Baco. […] Tú que el esqueleto conservas intacto no sé todavía por cuáles m ilagros, m e pretendes blanca (Dios te lo perdone), m e pretendes casta (Dios te lo perdone) […] Huye hacia los bosques vete a la m ontaña lím piate la boca vive en las cabañas toca con las m anos la tierra m ojada

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alim enta el cuerpo con raíz am arga. […] Habla con los pájaros y lévate al alba. Y cuando las carnes te sean tornadas y cuando hayas puesto en ellas el alm a que por las alcobas se quedó enredada, entonces buen hom bre preténdem e blanca, preténdem e nívea, preténdem e casta. La fuerza de este texto es indiscutible, lo que explica el hecho de que una y otra vez sea antologado y traducido. En él logra Storni plasm ar en im ágenes su rabia por la disparidad de juicio m oral que in staura el sistem a patriarcal an te los com portam ientos del hom bre y la m ujer. Im ágenes frescas que de nuevo n os m u est r a n su p r ofu n d a com u n ión con la n a t u r a leza : naturaleza com o fuerza que ilum ina la vida, naturaleza com o elem ento purificador que rescata a la m ujer desde la orilla en la que ha sido colocada para llevarla a un horizonte recreado de am or liberador. Ritm o ligero y atropellador que conduce la p a la b r a h a cia a d ela n t e, a n t eced ien d o a la em oción , p a r a producir así un efecto-lectura im pacto. Esa batalla de los sexos/ géneros se recoge tam bién, en una im a gen m u y a cer t a d a y p r ecis a , en s u p oem a “H om b r e pequeñito”, en el que pide libertad para sus alas. La Storni se opone a un m edio patriarcal y excluyente en el cual le cuesta caro el reconocim iento que pretende, negado por m uchos — en tre ellos Borges— en el am bien te argen tin o de la época, y que sin em bargo le llegaría indiscutiblem ente después de su m uerte, en 1938.

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Norah Lan ge, un a de las escritoras m ás sign ificativas del s u b co n t in e n t e , h a p a ga d o ca r o , co n u n s ile n cia m ie n t o absolutam ente injusto, ser la m ujer de Oliverio Girondo: quizás, com o en ot r a s oca sion es, ella m ism a se in m oló a n t e su com pañ ero. Lan ge h izo parte, jun to con Nydia Lam arque y algu n as otr as m u jer es, d el m ovim ien to van gu ar d ista en la Argentina de las décadas del veinte y el treinta del pasado siglo. I n t er vin o p len a m en t e en el n a cim ien t o y d esa r r ollo d el m ovim ien to ultraísta, fue toda su vida un a in telectual y un a escritora en m últiples gén eros: poesía, n arrativa, m em orias, crítica. En el terreno poético publica La calle de la tarde (1925), Los días y las n oches (1926) y El rum bo de la rosa (1930 ). Participa inicialm ente en las revistas Prism a y Proa y es de los in t e gr a n t e s jó ve n e s d e e s t e gr u p o q u e p e r m a n e ce posteriorm ente en la aventura de la revista Martín Fierro: La revista Martín Fierro, fundada en 1919 bajo el im perio de la n ueva sen sibilidad, adopta irón icam en te un apelativo vernáculo para calificar una publicación de actualidades […] En Feb r er o d e 19 2 4 , Eva r Mén d ez, ú n ico n exo con el equipo preceden te, retom a com o director la publicación de Ma rtín Fie rro . Con la incorporación de Oliverio Girondo el p er iód ico vir a h a cia lo lit er a r io y a r t íst ico. Ba lu a r t e d e p r om oción d e la s n u eva s est ét ica s, su t em p er a m en t o es hum orístico y polém ico. Entre sus co la bo ra d o re s a s id u o s figuran los m iem bros de grupo ultraísta —J orge Luis Borges, N o rah Lan ge y Eduardo Góm ez Lanuza— a los que se agregan otr os jóven es p r ovisor es…3

Las publicacion es líricas de Lan ge, en tre 1925 y 1930 , se inscriben en plena época vanguardista; no obstante, no podem os hablar de que su estética responda plenam ente a ello. A m i juicio, una voz poética fem enina, sobre todo en los inicios del siglo XX, no puede renunciar a hacer de su YO un objeto de la búsqueda estética. En la poesía de esta m ujer en con -

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Au t o r e s va r io s , 19 8 4 . F o lle t o . N o . 3 4 .

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tram os, hasta en sus últim os ecos, rasgos de lo que se denom inó en Argen tin a y en otros países el sen cillism o. 4 De n uevo, su búsqueda va m ás allá de adherencias a ultranza a una escuela u otra, de las definidas canónicam ente. En La calle de la tarde, su prim er libro poético, subtitulado Poem a s en p r osa , h ay u n a p r op u esta clar a d e r en ovación form al, de ruptura con rim as y versificacion es tradicion ales, utilizando una expresión cercana a la prosa que m aneja nuevas posibilidades de ritm o interno, de acercam iento a la em oción at r ap ad a en las p alabr as, con la m et áfor a com o elem en t o central, casi único. Sin em bar go, en su p oesía n o d esap ar ece su yo, qu e es recogido desde n uevas búsquedas y expresion es. Los vem os, entre otros, en el segundo texto del poem ario: La tarde se ha extendido, pidiendo, com o la m ano de un / m endigo. Contra la tarde he recostado m i alm a. Ahora vislum bro m i alm a que com o una luciérnaga se / aleja. La tarde tira de m i alm a. Cóm o m e duele el alm a a través de la tarde (Lange, 20 0 6). La naturaleza (la tarde…) es urbanizada, no sólo en el registro d el p aso d e u n tiem p o su bjetivizad o, sin o en la m an o d el m endigo, logrando así con la m etáfora construir una situación n oved osa. El n ich o se t r abaja d esd e los p ar ám et r os d e la vanguardia, en tanto que la poesía regresa al yo poético, a su dolor. Uno de los aspectos llam ativos de este trabajo de Lange es su capacidad de condensación, lo que establece en su m o4 Co n e s t e n o m b r e , s en cillis m o o a n ecd o t is m o , h a ce m o s r e fe r e n cia a u n a r e a cció n co n t r a e l m o d e r n is m o t a r d ío q u e s u r ge e n Ar ge n t in a a lr ed ed or d e F er n á n d ez Mor en o “E l s en cillis m o f u e u n a p ot en cia op er a n t e en t r e 19 15 – La s i n i c i a l e s d e l m i s a l – y 19 2 5 – Al d e a e s p a ñ o l a – ; ex is t e p u es u n a co in cid en cia d e cu a t r o a ñ o s en t r e a m b a s es cu ela s : d e 19 2 1 a 19 2 5”. R e fe r e n cia : Cé s a r F e r n á n d e z M o r e n o : E L U L T R A Í S M O E n : L OS V A N GUA R DI S M OS EN LA A M ÉR I CA LA T I N A .

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m en to u n a n ovedad, especialm en te en la poesía fem en in a. Capacidad de síntesis poética que anuncia desarrollos posteriores en la expresión latinoam ericana. En ella, la anécdota no desaparece, pero se convierte en m etáfora, en una especie de rayo lum inoso que fotográficam ente capta no sólo el instante, sino el desarrollo m ism o de un a em oción : “Él acogió m i tristeza. En sus labios el am or era el alba. Sus palabras m e besaban. Y por el cam inito suave de sus m iradas, llegué com o una canción hasta su alm a”. En estas bú squ ed as y r u ptu r as en con tr am os qu e Nor ah Lange, en su diálogo íntim o y cercano con las vanguardias, se ha alejado definitivam ente de la com unión rom ántica entre el yo y la n aturaleza, establecien do un a distan cia que perm ite reconocer los espacios de la ciudad com o escenarios de la vida y del am or. Esta distancia se recoge bellam ente en Afuera la noche sacudiendo angustias. Adentro, el corazón fresco de am or com o un a hoja n ueva. En este tip o d e p oem as en con tr am os u n a escr itor a qu e com ulga con la prim era van guardia. Su segun do poem ario, Los días y las noches, avanza en el cam ino de lo conseguido en el prim er trayecto: reubicar el am or en n uevos ám bitos, en diferentes expresiones, buscando ahora otras posibilidades de com unicación rítm ica y m etafórica. Revisita espacios buscados y cantados tanto en el rom anticism o com o en el m odernism o, cargándolos de posibilidades novedosas. Lo palpam os en uno de sus N octurnos… Se alzó tu im agen com o una torre sobre la tem prana noche. Lejos, un tren arrojó al cielo

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un puñado de silbidos que tuvo su eco en las estrellas. La luna acostada sobre el cam po serenó el quebranto de una esperanza m uerta. Nuestras voces enm udecen con la hora lejana y clara. Eres de nuevo la distancia custodiada de silencio y quizás otras m anos te sean m ás dichosas que las m ías. Y acaso tu olvido te sea m enos pena que la pena m ía que yo nunca olvido. La p oet a con t in ú a su t ar ea d e d econ st r u ir los cam in os rom ánticos, logrando que la noche sea el espacio para el desam or y no para el am or o la nostalgia, que el cielo sea golpeado por un tren, que las estrellas sean chocadas. El am ante en esa noche es distancia, no evocación o cercanía. Su obra poética conocida se cierra con El rum bo de la rosa, donde sigue m oviéndose en los parám etros definidos desde el principio. En una presentación de su trabajo leem os algunas apreciaciones, a m i juicio, m uy certeras: En gen er al su p oesía bebe d e p aisajes in ter ior es, tan to físicos com o em ocionales; un m undo de jardín y casa, íntim o y cerrado. Con un yo a la expectativa, se eviden cia el deseo de la presencia m asculina, una que transm ita el sentir de las calles, de lo exterior, por don de lo fem en in o, en esos añ os, n o su ele t r a n sit a r . El h om b r e a p a r ece fu er t e y p od er oso porque a él le pertenece la ciudad, m ientras que ella se vincula con una realidad distinta, la de los rosarios y los altares. Por lo tanto se respira en esos escritos, un am biente de soledad, espera y sufrim ien to. Ese yo que se observa a sí m ism o se opon e fron talm en te al que con struyó su coetán ea, Alfon sin a Storn i (Caballé, 20 0 4: 138 ).

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Desde tem áticas sim ilares, la dem an da que Lan ge hace a los h om bres es in discutiblem en te distin ta de la que realiza Storni. Esta últim a reclam a un cam bio en los roles de género; la prim era reclam a una presencia que envuelva en am or… A pesar de la ironía, es lo que encontram os en su poem a “Alba del desam or”: Y todo era tan difícil después de la distancia. Tu m ano ya no sabía. La m ía no recordaba. Yo preguntaba sandeces: tú respondías m entiras. Yo sim ulaba alegrías. Tú, de penas m e contabas. Tú m e hablabas de otra gente, yo m e quedaba pensando. Pasam os por viejos sitios sin siquiera em ocionarnos. ¡Oh, si el querer no m uriese, cóm o querrían m is m anos! Cóm o irían al encuentro de las tuyas aguardando. Tú sabías que callando se torna el am or m ás fuerte. Yo seguiría a tu lado. Las penas tuyas, m atando. ¡Oh, si el am or no m uriese cóm o querríam os, penando! Con este texto aparecen algunos aspectos m uy significativos de la propuesta poética de nuestra autora: desde el punto de vista form al, deconstruye la solem nidad del lenguaje sobre el am or y desam or , lleván dolo a u n a expr esión liger a qu e de alguna m anera banaliza los sentim ientos que han m antenido y m antienen cautiva a la m ujer. Así, aunque perm anece en los

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ejes tradicionales: yo fem enino/ am or… subvierte las líneas por las cu ales h a discur r ido esta poesía, sum án dose con ello a Delm ira, a Alfonsina. Sigu ien d o las p r op u estas van gu ar d istas, su s p alabr as y em ociones transitan por lo cotidiano, por lo prosaico. A pesar de su reclam o al hom bre, el am or es colocado en el terreno de las posibilidades rem otas, de un futuro condicionado, im perfecto… que según los m ism os sentim ientos expresados no es probable que llegue, que regrese. La sensación que queda es que el am or se banalizó y adem ás se hizo casi im posible. Esto de alguna m anera es lo que dicen tam bién otras voces poéticas fem en in as: Agu stin i, Stor n i, J u an a d e Ibar bou r u , Mistr al, Laura Victoria en Colom bia… Con la m irada a estas cuatro poetas term inam os el prim er tram o de nuestro recorrido. Indiscutiblem ente hay voces que quedan por fuera, las que acabo de m encionar u otras voces m en os con ocidas, pero que en un m om en to habría que exam in ar : la d e la m ejican a Lau r a Mén d ez, a caballo en tr e el rom an ticism o y el m odern ism o. La relación en tre la poesía fem enina en el subcontinente y las vanguardias poéticas no se acaba con lo que hem os planteado: en la m edida en que avanza el siglo XX, las voces líricas fem eninas se abren com o en un aban ico de m últiples colores y las propuestas van guardistas son retom adas m ás detenidam ente por algunas. 2 . Exp re s io n e s e n la m itad d e l s iglo xx Ya h e plan teado que n o es posible leer a las m ujeres en general, ni a las poetas latinoam ericanas en particular, som etiéndolas a una especia de revisión o ubicación que se ajuste a lo que la crítica literaria h a establecido com o m ovim ien tos gen erales del desarrollo poético en n uestros países. Es m ás adecuado m irar el desenvolvim iento propio, m ás o m enos autónom o, de las voces fem eninas: cóm o ellas van encontrando su voz y su posicionam iento en los paradigm as m ás am plios. De nuevo, las palabras de Márgara Russotto:

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Sólo esa coexistencia de tiem pos paralelos puede explicar el hecho de que m ien tras en los m an ifiestos y espectáculos irreverentes el arte de vanguardia difundía el ideal de la m ujer din ám ica, deportista, libre de an dar en bicicleta y fum ar en pú blico – im agen d e la su bver sión y la an ar qu ía cr ead or aotras vision es com un icaba la poesía de Alfon sin a Storn i […] Las m u jer es d iseñ aban en efecto otr os m ar cos d e r efer en cia: se m ovían con ot r o t iem p o y an d am en t o; y e s l a d é c a d a s igu ie n te la q u e a s ign a rá a la con figuración de espacios líricos in éditos a partir de tópicos literarios m en os apegados a program as preestablecidos (1990 : 74).

En Am érica Latina, es la década del cuarenta la definitiva en las con qu istas fem en in as en algu n os p aíses: en Ch ile, Argen tin a y Ven ezuela las m ujeres con siguen su derecho al voto, derecho que n o se logrará en Perú, Méjico y Colom bia hasta los cincuenta. Esto supone luchas, m ovim ientos, reconocim iento de unas m ujeres a otras. En los años treinta e inm ediatam ente anteriores, las latinoam ericanas han conquistado espacios en la narrativa: la publicación de Ifigenia, de Teresa de la Parra, m arcó un h ito. Posteriorm en te, María Luisa Bom bal irrum pe con La am ortajada y La últim a niebla; igualm en te en Argen tin a, Victoria y Silvin a Ocam po hacen rupturas. En este cam inar adquiere todo su significado la publicación en 1961 de La brecha, de Mercedes Valdivieso, considerada la prim era novela fem inista del continente. Después de la irrupción en el panoram a poético de las voces in iciales (Agu stin i, Stor n i, Mistr al, Ibar bou r ou , Lan ge), la llegada de las m ujeres a la escritura poética se hace cada vez m ás firm e y contundente. Russotto nos dice en este sentido: La aparición de la poesía escrita por m ujeres com o hecho continuo y generalizado, coincide m ás o m enos con la prim era guerra m undial, y constituye una actividad sostenida durante las var ias décadas que le siguen . No h ay un solo país latin oa m er ica n o q u e n o t en ga escr it or a s r eleva n t es en est e sentido, em peñadas en labrar, la m ayoría de ellas a la som bra, u n p r o ye ct o p o é t ico t a n r igu r o s o y s ó lid o co m o e l q u e

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desar r ollaban , a la luz, sus com pañ er os y con tem por án eos (19 9 0 : 73).

Mientras se agota la fuerza de las prim eras vanguardias, se com ienzan a escuchar propuestas diferentes en la poesía latinoam ericana. Los cuarenta y cincuenta del pasado siglo van a estar copados por voces m asculinas com o las de Borges, Neruda y Vallejo, aún … y otr as n uevas com o las de Paz, Lezam a y Sabin es. Com o r eacción a las pr opuestas van guar distas, se em pieza a hablar de poesía trascendental y en algunos casos se r egr esa a los r it m os clásicos. Sin em bar go, n o se t r at a exactam ente de escuelas o m ovim ientos en los que se m arquen pautas m uy generales; por el contrario, encontram os m ás bien búsquedas individualizadas. Vam os a pr esen tar la poesía d e Meir a Delm ar , J u lia d e Burgos, Olga Orozco, Dulce María Loynaz, Em m a de Cartosio, Enriqueta Arvelo Larriva, Fina García Marruz, Carilda Oliver, Idea Vilariñ o, Claribel Alegría, Rosario Castellan os, Blan ca Varela, en tre otras. La pregun ta es: ¿con stituyen un grupo interactuante? Creo que no se puede hablar de ello en sentido estricto; sin em bargo, verem os cóm o hay m uchas cosas que la s a cer ca n . Tien en exp er ien cia s y ca m in os com u n es; n o obstante, su trabajo se produce m ás aisladam ente y constituyen, com o tal, m e n o s g r u p o que las presentadas en el capítulo 1. Vo ce s e n e l Caribe Enriqueta Arvelo Larriva ilustra com o pocas el aislam iento en que han vivido y trabajado las poetas en nuestros países a lo largo de una gran parte del siglo XX. Nace en Barinas, estado de Venezuela, en 1886, y escribe poesía prácticam ente durante toda su vida. Publica en tre 1930 y 1960 , con stituyen do un a obra contundente que nos habla de una práctica poética contin uada y con scien te, en don de la búsqueda es perm an en te y m últiple. A pesar de ello, no se conoce apenas fuera de su país. Enriqueta hace parte de un grupo de poetas venezolanas que buscan su expresión en esos m ism os años, entre las que figura

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tam bién Ana Enriqueta Terán. Algunos críticos quisieron ubicarla en la llam ada Generación del 18 , pero, com o ella m ism a señala, su poesía no em pieza a aparecer hasta después de 1930 . Arvelo no se reconoce parte de ningún grupo o escuela. Sobre su trabajo inm enso y desconocido nos dice Carm en Mannarino: La obra poética de Enriqueta Arvelo Larriva es la síntesis de un a en trega. Buscar la propia voz en secreta labran za y perm an ecer a la espera de su m aduración hasta que con n ot a cion es y ca d en cia s r esp on d ier a n a la p r op osición d e la p alabr a d iver gen te, fu e el d er r oter o d e u n a vid a p obr e en acon teceres gratifican te, sorpren den te en la pen etración de la existencia hum ana, en la decisión de ruptura con cánones establecidos y celebr ados en su en tor n o (citada en Ar velo, 18 8 7: 19 ).

Se tr ata, pu es, de u n caso bastan te típ ico: en soledad y aislam iento, Arvelo Larriva realiza su trabajo y se m ueve con libertad por diferentes tem as, propuestas y tendencias, sin que pueda ser enm arcada claram ente en ninguna escuela o cofradía o m ovim iento. Com o otras poetas, su diálogo con la tradición, con la cultura, con la poesía m ism a es un diálogo en el silencio. Su producción de los añ os trein ta y cuaren ta se descubre clar am en te in flu id a p or las p r op u estas van gu ar d istas. Su s form as poéticas son ligeras y asum en del conjunto elem entos de la cotidian idad para resem an tizarlos. Veam os algun os de sus textos: D ibu jo p ara la ve rd ad e ra libe rtad Muralla de oxígeno. Barrera de claridad. Lím ites dem arcados por el tino. Ventanas saludables, cam inos dados al tránsito, sin nudos. Lotes equilibrados de trabajo callado o ruidoso criaturas curiosas. Cuadros de ayer en la luz de hoy.

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Y una rosa abriendo sincera en las voces. Y todos llevam os la inm ensidad sólida y sin peso. Este poem a hace parte de Tim bre de ay er (1930 – 1934).5 Est a m os en los colet a zos d e la p r im er a va n gu a r d ia en el subcontinente. Es clara la presencia de postulados de diferentes itsm os. Ausen cia de an écdota y n arración , que obsesion ó a Ar velo tod a su vid a; fr ases cor tas cen tr ad as en la im agen , elem entos que connotan m odernidad. La libertad se llam a a través de sem as m uy precisos: oxígeno, barreras claras (es decir, fácilm ente superables), cam inos, ventanas… No es un texto m uy com unicativo, m ás bien podem os considerarlo duro, escueto… producto de una econom ía len tam en te buscada, com o en casi todos los de su prim era época. Igualm ente ilustrativo en este sentido es “Exclam aciones para salm odiar el paisaje”, del m ism o poem ario que el anterior: N o hay caballos para tirarles sillas de m ontar y piernas de llaneros. Un sol sin pautas se tiende sobre huellas de inundaciones […] Los ganados, m archan indefensos hacia paraderos m inados y prueban la pena de lam ederos desabridos. Están m uertos los rieles soñados estam pados en las distancias […] Subiré a la em palizada borrosa por ver si viene lentam ente una brisa. Nos encontram os con frases relám pagos que quieren apropiarse d e l n e r vi o (H uidobro) de la realidad apreh en dida, despojándola de todo lo que no es esencial. Estam os lejos de un a lírica dulce o de los reclam os de am or de otras poetas. Arvelo Larriva, com o yo poético, se sitúa sola ante el m undo, en m edio de un paisaje difícil y desde allí lanza su voz en grito. El cam ino lírico de esta m ujer atraviesa m ás o m enos treinta añ os, en los cuales su práctica y su voz varían y desarrollan 5

To d o s lo s t e xt o s s o n t o m a d o s d e Ar ve lo La r r iva , 19 8 7.

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búsquedas diversas que pasan por lo religioso, por el subjetivism o, por la m irada hacia la patria. A lo largo del tiem po su exp r esión en a lgu n a m ed id a se d u lcifica y d eja u n cla r o testim onio de que su inclinación hacia esta dinám ica de dulcificación no es casual, sino buscada. En Poem as perseverantes incluye “El odio”, en el que dice: N o q u ie r o m ir a r h a cia e s e s it io : ahí está el odio. Tiene los ojos curtidos de m al fuego. Lo esquivo. No quiero saber siquiera cóm o hace sus incendios. No quiero ver su factoría. Lo rehuyo abiertam ente. Y yo no soy su blanco. Si nos rem ontam os a la vida de Enriqueta y de su fam ilia, queda m ás claro aún la volun tad explícita de alejarse de los ám bitos agrestes que m otivan y generan el odio. En este texto hay m ás lirism o, m ás expresión del yo, se supera el objetivism o con el que anteriorm ente se intentó recoger los paisajes y se va a su interior resem antizándolos en un intento de captarlos y expresarlos desde el sentim iento. La obra de Enriqueta Arvelo Larriva es bastante inabarcable y, en u n a m ir a d a gen er a l com o est a , r esu lt a im p en sa b le agotarla. Lo pretendido es una aproxim ación, que nos m uestra un a vez m ás la in clasificación de un a escritura que se hace desde el m argen y que configura una geografía original desde y en su aislam iento. Otras dos voces poéticas, caribeñas y fem eninas, que atraviesan prácticam ente el siglo XX, son las de las cubanas Dulce María Loynaz y Carilda Oliver Labra. Dulce María Loyn az n ace en 190 3, en la H aban a, cuan do esta ciudad es un centro político, social y cultural im portante.

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Rodeada de una fam ilia que participa de inquietudes y proyectos intelectuales, estudia Derecho y lo ejerce, aunque se dedica a la escritura prácticam ente toda su vida. En 1938 publica Versos, que r ecoge su pr oducción desde 1920 h asta 1928 ; en 1946 aparece Juegos de agua. A partir de este m om ento va a incursionar y a editar en otros géneros. Su voz poética, consciente, se inscribe plenam ente en la tradición fem enina del continente. En diversas en trevistas aparecidas en Dulce M aría Loy n az, Valoración Múltiple (Sim on, 1991) habla de sus lecturas y su fam iliaridad con Sor J uan a, Mistral, Storn i, J uan a de Ibarbourou, Agustini. Reconocida dentro y fuera de Cuba, donde en m ás de una ocasión h a sido llam ada p oeta n acion al, Loyn az se escapa igualm ente a una clasificación fácil, aunque m uchas veces ha sido situada en el denom inado postm odernism o intim ista. Con ella nos reencontram os con los tem as que preocuparon a las poetas latinoam ericanas de principios del siglo XX: el am or, la relación de género… aunque no se trata ni m ucho m enos de una tem ática única; por el contrario, aparecen preocupaciones sociales, búsquedas religiosas, identidad con el paisaje. Vea m os a lgu n os d e su s p oem a s en t or n o a l a m or y a l desam or, tem as en los que tiene logros significativos. Se respira en ellos un am bien te, un sen tim ien to de in terrogacion es, de pesim ism o… de una especie de espera no cum plida. Podem os ver cuatro textos en este sentido. El prim ero de ellos: Pre cio Toda la vida estaba en tus pálidos labios... Toda la noche estaba en m i trém ulo vaso... Y yo cerca de ti, con el vino en la m ano, ni bebí ni besé... Eso pude: eso valgo.

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El yo poético no llega a beber o a besar, se queda al m argen, la noche se le ofrece, pero no la recoge. El sentim iento que la habita entonces es de una cierta m inusvalía, de un precio que no se paga, que no se pagó. Queda un sabor extraño al term inar la lectura del últim o verso, un sabor agridulce que viene de esa tím ida identificación entre el poder y el valer, que tantas veces no se corresponden. Sabor que se am plía y se aclara en algunas connotaciones de otro de sus poem as, cuyo título nos rem ite en form a directa a ese am or que se vivió, que se olvidó, que n o llegó. En “La can ción del am or olvidado” se con fun de el desam or con la indiferencia, no se canta para el am or que hum edece los ojos todavía o que hace sonreír con em oción… Pero se canta igual para […] el am or sin llanto y sin risa; el que no tiene una rosa seca ni unas cartas atadas con una cinta… Cantar para el am or que ya no evocan las flores con su olor ni algún vals fam iliar… Para el que no se esconde entre cada crepúsculo, ni atisba ni persigue ni vuelve nunca m ás… Es un canto lacónico, tristón, envuelto en una cierta m irada de ironía. Se evoca la pobreza de un sentim iento, al tiem po que se deconstruye la im agen del gran am or, del am or eterno que dura por sobre todas las posibilidades de olvido…Se deconstruye ese am or que aprisiona y transform a las vidas de hom bres y m ujeres, especialm ente de m ujeres. Ese am or que, m ás allá o m ás acá de la realidad, canta la poesía una y otra vez. Estos poem as dialogan claram ente con otros de la m ism a época, “El am or indeciso” y “La balada del am or tardío”. En el texto del am or indeciso encontram os de nuevo esa presencia fugaz que llega y n o se recibe, que se va… que coquetea sin

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concretarse: y no pasa y se queda frente a la puerta abierta… En con t r am os igu al el m ism o sabor d e d econ st r u cción , d e desm itificación : Es un am or pequeño que perdió su cam ino… / Este am or nada dice… Este am or nada sabe: es del color del viento, de la huella que un ave deja en el viento. / Vienes de una som bra a ot r a som br a con los p a sos t r oca d os d e los ebr ios, los locos… ¡Y los resucitados! / Extrañ o am or sin rum bo que m e gana y m e pierde. / Que todo lo confunde, lo deja… ¡Y no lo deja! / Que esconde estrellas nuev as en la cabeza v ieja…

En una dinám ica de ires y venires y recontradicciones, se le reconocen al am or hechos de vida, resurrecciones, ebriedades, sabidurías… pero igualm ente se le reconoce confusión y sobre todo levedad, consistencia fugaz, desilusión en últim as. En “el am or tar dío” r espir am os u n a cier ta n ostalgia. Se reclama al amor que llegue tarde, en un texto que recuerda irrem ediablem ente el poem a “La hora”, de J uana de Ibarbourou: Tóm am e ahora que aún es tem prano y que llevo dalias nuevas en la m an o… ahora que ten go la carn e olorosa y los ojos lim pios y la piel de rosa… Loynaz dice así: […] Am or de atardecer, ¿por qué extraviado cam ino llegas a m i soledad ? Am or que m e has buscado sin buscarte, no sé qué vale m ás: la palabra que vas a decirm e o la que yo no digo ya… No m e des tus rosas frescas, soy grave para rosas. D am e e l m ar… Am or que llegas tarde, no m e viste ayer cuando cantaba en el trigal… Am or de m i silencio y m i cansancio, hoy no m e hagas llorar. Una vez m ás parece claro que el yo poético se percibe en un

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cierto m argen fren te al am or. Estos poem as n os h ablan de exclusión , m ás que de can to o exclam ación ; son un diálogo sobre el sentim iento del am or, en ella, en los y las dem ás. Es significativa esa petición de dam e el m ar, en lugar de las rosas: ¿la inm ensidad, la eternidad que llam a a través del am or? La otra cuban a que atraviesa el siglo con su voz y con su producción es Carilda Oliver Labra, n acida en Matan zas, en 1924, y que publica sus prim eros textos en la década del cuarenta: Preludio lírico, Casas y Mercado (1943); Al sur de m i garganta (1949). Su último libro, Sonetos, es de 1998. Su trabajo poético e intelectual es am plio, profesional y continuado. Ha recibido el Prem io N acional de Poesía (1950 ) y de Literatura (1997). Igu alm en te fu e gan ad or a d el Certa m en H isp a n oa m ericano, organizado por el Ateneo de Washington con m otivo del tricentenario del nacim iento de Sor J uana Inés de la Cruz. Su obra lírica se pasea por un abanico m uy abierto de sentim ientos y tem áticas: el paisaje, la historia, el am or, la m uerte, el paso del tiem po. Com o en otras ocasiones, su reconocim iento es lim itado y discutido: En los últim os años la poetisa —elogiada a su tiem po por Gabriela Mistral y con ocida en H ispan oam érica a partir de su libro Al s u r d e m i ga rga n ta — se ha con vertido en un m ito vivien te de la literatura cuban a. Sin em bargo con ella, se da un a lam en table y extrañ a paradoja: son escasos, si n o in existen tes los estudios cr íticos que n os con duzcan a un a valoración rigurosa de sus textos. A Carilda se la ha abordado m ás com o personaje que com o escritora. Y este hecho (cuyas explicacion es sociológicas son dem asiado com plejas para ser abordadas de un plum azo) ha con spirado quizás con tra el establecim ien to de su sign ificación literaria (Bobes, 1992: 5). 6

Vam os a m irar algunos de los textos que se inscriben en la época qu e n os ocu pa, en tr e las d écad as d el cu ar en ta y d el sesenta. 6

To d o s lo s p o e m a s d e Olive r La b r a s e t o m a n d e la e d ició n d e 19 9 2 .

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Carilda Oliver tiene plena conciencia de escritora, de su ser de m ujer. Desde sus palabras interactúa en varios m om entos de su trayectoria con su propia identidad y definición, con su ubicación m uy precisa: Una m ujer escribe este poem a donde puede a cualquier hora de un día que no im porta en el siglo de la avitam inosis y la cosm on áutica tristeza deseo no sabe qué esperando la bayoneta o el obús una m ujer escribe este poem a sin atributos a desvergüenza y dentellada fogosa inalterable arrepentida […] supim os de pronto de una trom bosis coronaria existes soledad sonó una bom ba vean si se han roto los lentes de contacto una m ujer escribe este poem a separa quince pesos para el alquiler… La voz poética se m ira y se dice a sí m ism a y sim ultáneam ente recrea su m undo, su tiem po. Es un autorretrato en el que se suceden sin solución de continuidad lo subjetivo: el am or, la soledad, la enferm edad de los am igos… y lo social-histórico, lo objetivo: las bom bas, la plata que no alcanza para el alquiler, el Che Guevara. Un o de los ejes tem áticos que m ás se repiten en Oliver Labra, una de sus obsesiones, es el paso del tiem po: lo retom a constantem ente. Su poem a “La casa” (1955) es quizás el m ás definitivo en este sentido:

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La casa está gris, cerrada com o una m uerta esperando que el féretro sea blando. La casa está m al usada por la tristeza y el tedio. Las tardes dan cenicientas sobre sus persianas lentas. Crece el polvo; hay un asedio de olvido por las ventanas… En el baño se detiene el talco: atónito y m udo al ver que no m e desnudo… El lecho busca m i nom bre dicho por la voz aquella… voz entre hum o y estrella… La sala está com o loca. El patio apenas existe…. No im porta la últim a carta no recogida, la puerta sorda com o una flor yerta… No im porta que no haya ropa; yo he colgado en el alam bre a m i propio corazón… Y allí m e quedo y la cuido de huracanes y dolores… ¡Qué m iedo m ás m alo el m iedo de que el Azar con su dedo m e borre toda la casa! Con una alta econom ía, Oliver refleja en su texto elem entos fundam entales en la tradición poética: el deterioro que el paso de los años im pone sobre sentim ientos y lazos, el abandono y el olvid o qu e t iñ en d e gr is com o u n a p át in a la exist en cia anterior y con ella los seres que la habitaron. El recorrido se realiza por el paisaje de lo cotidiano, recogido en la casa, que se convierte en sím bolo de la vida y de las relaciones, vivencias y

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recuerdos; en esta m edida, esa cotidianidad se redim e de su in tr ascen d en cia, d e su vacu id ad y este sem a d e la ca sa se plenifica de connotaciones. El yo poético evoca el am or perdido, lo asocia con locura, p or su p u esto con soled ad y añ or an za. Tod o este con ju n to d esem boca en el gr an t em or fin al, t em or a qu e el t iem p o definitivamente lo borre todo por medio de su trabajo incansable e ineludible: el olvido. Este poem a se com plem enta, se repite, se refleja, se refuerza y ahonda en uno de la m ism a época, “Madre m ía que estás en una carta”, en el que leem os, entre otras cosas, lo siguiente: Trato de hallar aquella luz que apenas canta en el vientre necesario donde nací a la vida, pero pareces sólo un eco que brota de la tierra cuando llueve. Registro los anones, las vidrieras, el delantal que no olvidó tu m úsica, y nada encuentro sino un m iedo a que te vuelvas de ceniza… Ma m á , no pelearem os, m e pondré los vestidos de la infancia que tú quieras. Aún respeto el lugar en donde reposaban los cubiertos, el alm anaque del sesenta y cinco que en la pared del cuarto hace una m ueca de ternura. No sé cóm o decirte que el com ején ya term inó tu cam a y que el espejo, de no verte nunca, se ha puesto ciego y no le asusta ni el relám pago… Ma m á ,

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te com praré otro piano. Si cuando llegues falta el queso, la alm endra falta, te haré algún caldo fabuloso con el am or y con sus cáscaras… El poem a nos deja ver de nuevo la evocación y la nostalgia, el deseo de revivir lo que ya no es, ni está… el paso del tiem po que, com o el com ején y la ausen cia, lo destruye todo. Pero igualm ente expresa los posibles problem as de esa relación tan traída y llevada, la relación m adre/ hija… y se invoca al am or com o su posibilidad redentora. Muchos años después, en 1969, la poeta logra m ayor econom ía, que se traduce en fuerza; pero sus sentim ientos y obsesion es se m an tien en . En “Elegía”, leem os: “Los besos se m e han vuelto telarañ as, la casa se ha ven ido abajo… Sepultada por gatos y papeles / jam ás sospecharán que vivo”. Otro de los grandes tem as de Oliver Labra, por el que quizás es m ás reconocida universalm ente, es el del am or, el am or en todas sus facetas. Mirem os “H om bres que m e servisteis de verano”, un poem a de 1979 que indiscutiblem ente evoca “Mis am ores”, de Delm ira Agustini: Ese que no dejó de ser m i am ante y al que le debo siem pre sepultura, uno a quien nunca quise lo bastante; aquel, obra de sueño, conjetura… Alguien m e jugó a nada y tuvo suerte, otro que no ha venido de la guerra, éste donde converso con m i m uerte porque m e lo disputa hasta la tierra. ¡Salid de la m em oria evocadora con vuestro am or, pues tengo frío ahora! Sabed todos que os llevo de la m ano. Vuestras som bras estallan com o un m ito

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de vez en cuando aquí. Sois lo bendito, hom bres que m e servisteis de verano. En este poem a hallam os de nuevo algunas de las sensibilidades de la autora: el paso arrollador de los años, el am or/ desam or, los trueques del azar… Encontram os tam bién su gran poder de síntesis y vem os desplegada en toda form a una ironía que se asom a constantem ente a su obra, llevando las palabras a crear una im agen incisiva que m uestra su particular y original apropiación del m undo. En e l m ap a h acia e l s u r Pen san do en los países del con o sur, se h ace m uy difícil realizar la escogen cia de un os n om bres, dejan do al m argen otros, en m edio de un panoram a abierto y rico. Pero la selección es im prescindible en un trabajo de antología com o este. Por esta lim itación, no m e voy a detener en propuestas com o las d e Sar a Ibáñ ez, Id a Vitale o Glad ys Th ein , qu e h an h ech o aportes m uy significativos. Me centraré en dos nom bres que brillan con una fuerza especial: Idea Vilariño y Olga Orozco, universos poéticos im presionantes, aunque poco conocidos en Colom bia. Idea Vilariño nace en Montevideo en 1920 , en una fam ilia culta, de tradición anarquista. Publica su prim er texto poético, La suplican te, en 1945, lo que lleva a Rodríguez Mon egal a ubicarla en la que llam ó La generación del 45; sin em bargo, su larga y variada trayectoria creo que rebasa cualquier concepto de gen eración . En Vilariñ o se con jugan adm irablem en te la labor intelectual y m ilitante con el silencio y el aislam iento de los/ las verdaderos poetas: Su m ilitancia intelectual obedeció a una segura convicción s o b r e la n e ce s a r ia t r a n s fo r m a ció n d e la cu lt u r a y a r t e p oét ico… I d e a e je r ce r á la d o ce n cia d e la lit e r a t u r a , la cr ít ica periodística, la fun dación de revistas, trabajará apoyan do el

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teatro independiente, hará traducciones para teatro, y dejará oír su voz contra la injusticia y el autoritarism o, en una labor in ca n sa b le q u e n o vu ln er ó sin em b a r go su em p ecin a d o retraim iento, su reticencia a dar entrevistas y a participar de las tareas m un dan as y sociales de la vida literaria (Peyrou, 2 0 0 4 : 10 -11).

Antes que nada, Idea es una poeta: su obra abarca m uchos tem as y se extiende a lo largo de varias décadas, pero siem pre r egr esam os a algu n os sen t im ien t os fu n d am en t ales qu e la atraviesan, dejando en ella una im pronta inconfundible. Su escritura perm ite ver huellas claras de un a con cien cia lúcida y rotunda de su ser de poeta y de una relación con la palabra com pleja y vacilante, en ocasiones desgarradora. Una palabra que nace del silencio, de un silencio que grita su realidad y atorm en ta: …Y un silencio espantoso en que cae la m úsica arm oniosa, cansada, perfecta, de la lluvia con un ruido de perlas contra el fondo de un cofre, con un ruido de alas, de dedos: con un ruido m onótono, angustioso, ancestral, m onocorde (20 0 8 : 23).7 Es interesante el contraste que se esboza en “Callarse”, en el que de un lado está la poeta tem blando… la poeta que: …no canto m ás no canto ni puedo deshacer en prim avera ni negarla y beber ni m atar sin querer ni andar a tientas… Y d e ot r o est á el c i e l o , en el qu e las p alabr as n o sólo perm anecen, sino que proclam an la vida:

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To d o s lo s p o e m a s cit a d o s s o n t o m a d o s d e e s t a e d ició n .

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Pero en cam bio en el cielo caben m uchas pero m uchas. A veces se m olestan se m uerden en los labios. Vilariño pasea por lugares y tem as que han atravesado desde siem pre la experien cia poética: em ocion es, an gustias, in tuiciones, que vuelven a obsesionar y a hacer presencia. El am or con sus luces y som bras, sus ganancias y pérdidas; el desam or con sus dolores, es un eje m ayor en sus textos. Es u n sen t im ien t o d ifícil a l q u e se llega p or sen d er os com plicados, inéditos y, por lo m ism o, extraños: rosas que se abren en el agua, no en el aire. Un am or que viene y va, al ritm o de sentires que transportan al yo poético de la luz a la oscuridad: Lo que siento por ti. Esto que rueda o se quiebra con tantos gestos tuyos o que con tus palabras despedazas y que luego incorporas en un gesto y m e invade en las horas am arillas. Un am or que, al fin , se expresa en in satisfacción , en un a profun da in com un icación : Lo que siento por ti, y que sin em bargo anda tanto que a veces no te llega. Y ad qu ier e tin tes d r am áticos en var ios d e los textos d e Poem as de am or: No sos m ío no estás en m i vida a m i lado no com és en m i m esa

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ni reís ni cantás ni vivís para m í. Som os ajenos tú y yo m ism a y m i casa. Sos un extraño un huésped que no busca no quiere m ás que un a cam a a veces. Qué puedo hacer cedértela. Pero yo vivo sola. Esta realidad dolorosa contrasta con los deseos de la poeta, deseos de infinitud, de absorción total, de tiem po que se agota en el instante y en el abrazo del am or, del am ado. Abrazo que instaura una nueva vivencia, que funda un nuevo ser; que, al nom brar, bautiza el sentim iento inédito: Qu ie ro h ace r qu e te o lvid e s d e tu n o m bre en m i cuarto, en m is brazos quiero am arte quiero rom per al fin vencer tu piel y m eterm e en tu sangre para siem pre. Quiero que hagam os uno ser tú m ism o enseñarte una últim a caricia en volverte cegarte obedecerte. Quiero hacerte gem ir quiero quebrarte

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deshacerte de ti an on adarte que no sepas no seas que te entregues que te olvides que acabes que te m ueras. Deseos de fusión, de eternidad, de anonadam iento, propios del am or. Pero es im portante anotar que, desde la doble voz, el sujeto poético fem en in o trastoca los lugares va ró n / m u je r. Es ella la que activam ente busca en el am ante la nada, ella la que procura su anulación, su desasim iento, en un abrazo que por su pu esto in volu cr a a los d os am an tes, lleván d olos por cam ino inéditos en la relación hom bre/ m ujer. Este texto se ilum in a y refuerza con otros poem as en los que explicita su ser de m ujer, autónom o y com pleto, sus deseos de independencia, de soledad, de una vida con sentido en sí m ism a. Una vida no al servicio de o en com plem ento con, sino un destino de m u je r p ara s í. Una vida que se añora, desea y vivencia com o plena. Esto queda reflejado en “Volver”: Quisiera estar en casa entre m is libros m i aire m is paredes m is ventanas m is alfom bras raídas m is cortinas caducas com er en la m esita de bronce oír m i radio dorm ir entre m is sábanas… No se nota nostalgia o añoranza de com pañía, no se acusa soledad. El poem a refleja fundam entalm ente satisfacción con la cotidian eidad y deseos de que llegue de n uevo un a y otra vez.

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Otra presencia m uy fuerte en la poesía de Vilariño es la del dolor, la de la angustia. La am enaza perm anente de la m uerte, esa som bra que acosa al ser hum ano, pero que de una m anera especial se m anifiesta en la sensibilidad de los artistas. En varios de sus poem as sobrevuela ese fantasm a, que en ocasiones se desea, se presiente com o una huida del dolor: Si m uriera esta noche si pudiera m orir si m e m uriera si este coito feroz interm inable peleado y sin clem encia abrazo sin piedad beso sin tregua alcanzara su colm o y se aflojara […] Y el aire ya no fuera un haz de espadas y el dolor de los otros y el am or y vivir y todo ya no fuera un haz de espadas y acabara con m igo para m í para siem pre y que ya no doliera y qu e ya n o d o lie ra. Es m uy significativa la relación que establece entre am or, m uerte y dolor. Se habla de un coito feroz, un abrazo sin piedad, am biguam en te con la vida o con el am an te. Cuan do la vida duele, cuando el am or duele, la salida es la m uerte, la m uerte acechadora, la m uerte tentadora. Esa relación con la m uerte, esa sen sibilidad an te ella, n o vien e solam en t e d e u n a an gu st ia m et afísica m ás o m en os com ún a otros/ as poetas. Vien e tam bién de un a con cien cia lúcida ante la m iseria y las dificultades del m undo:

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No hay n in gun a esperan za de que todo se arregle de que ceda el dolor y el m undo se organice … No habrá un final feliz ni un beso interm inable absorto y entregado que preludie otros días. Tam poco habrá una fresca m añ an a per fum ada de joven prim avera … Habrá que continuar que seguir respirando que soportar la luz y m aldecir el sueño que cocinar sin fe fornicar sin pasión m asticar con desgano para siem pre sin lágrim as. Llam a la atención en este poem a el contraste entre lo dram ático del decir y la form a ligera, m uy cercan a a la copla, em pleada para ello. Es com o si la absoluta conciencia de una no salida al otro lado llevara a la poeta a la convicción de que la m ejor conform idad es la que ironiza, la que banaliza el dram a. Se parte de una realidad: el m undo está desorganizado y eso produce dolor. Com o no se organizará, estam os ante lo ineludible: seguim os o cortam os… En este m om ento no aparece la m uerte en el horizonte inm ediato, aparece la sin salida en form a de rutina despreciada. La poeta tiene una m irada que resitúa el m undo y su yo en m edio de él… Un yo radicalm ente prescindible y pasajero, un yo que se jugó en la vida, pero que no logró la trascendencia. Es lo que deja ver en “Y seguirá sin m í”:

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Y seguirá sin m í este m undo m ago este m undo podrido. Tanto árbol que planté y versos que escribí en la m adrugada y andarán por ahí com o basura com o restos de un alm a de alguien que estuvo aquí y ya no m ás no m ás. Lo triste lo peor fue haber vivido com o si eso im portara vivido com o un pobre adolescente que tropezó y cayó y no supo y lloró y se quejó y todo lo dem ás y cre yó qu e im p o rtaba. Es im presionante la decepción y el pesim ism o que refleja este texto: Idea Vilariño, que exalta en algunos m om entos el am or, la naturaleza, los cuerpos y la vida… en otros se m uestra radicalm ente insatisfecha y con la fuerza de la desesperanza adentro. Países vecin os y h er m an ad os liter ar iam en te, Ur u gu ay y Argentina, siem pre han cam inado m uy cerca en el m undo de la poesía y de las letras. Olga Orozco, argentina nacida en Toay (La Pam pa) en 1920 , enriquece esta m irada a las poetas desde el sur del subcontinente. Estudia, prim ero, m agisterio, y posteriorm ente, en Buenos Aires, Filosofía y Letras. Hace parte desde m uy joven del grupo literario surrealista Tercera Vanguardia, en el que se relaciona estrecham ente con Oliverio Girondo y Norah Lange. Sus prim eras publicaciones aparecen en los años cuarenta, lo que provoca que algunos la inscriban en la generación designada con esta m ism a década, generación de la que ella dice que nunca existió. Uno de sus críticos, Manuel Ruano, señala:

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…el m om ento en el que Olga Orozco ya se m anifiesta en el m un do literario por la década de los cuaren ta, con vien e un par én tesis ilu str ativo: época con tr over sial —pr eciso— por que entraña una polém ica acerca de la existencia o no de una gen eración . De ahí que An derson Im bert en cuen tre algun as cur iosas m an ifestacion es en esa pr om oción que gusta, por así decirlo, de los Rom an ces de Río Seco y de algun os m artin fier r istas casu ales; per o qu e en cu en tr a d em asiad os for m ales y equilibrados a los poetas del pasado y hasta poster ior es al m ism o Lu gon es y qu e a gr an d es r asgos, d est aca en tre ellos dos vertien tes: poetas que despliegan su poesía p o r e l p a is a je y p o e t a s q u e r e p lie ga n s u p o e s ía p o r la in tim id ad . En este con texto d ebe d ecir se qu e Olga Or ozco m an t u vo u n a lín ea m ás bien r econ cen t r ad a en su m u n d o in t er ior , p er son al, d e algu n a m an er a p r eocu p ad a p or su s criaturas fabuladoras, el len guaje de las puertas y la certeza d e u n m u n d o m ás allá d el esp ect ácu lo cot id ian o, con su s pedrerías secretas y su im agin ería fan tástica (1993: 10 ).

Esto explica pues, en parte, el hecho de que Olga Orozco se sitúe en un vértice de tendencias diversas y el que una vez se la agrupe con unos y otra vez se le agrupe con otros. Ella reclam a cierta independencia frente a esas agrupaciones varias, y creo realm ente que su cam ino es bastante personal y que m ás bien se le puede descubrir com o un puen te en tre la volatilidad y cierto aire ligero de Norah Lange y el dram a y la tragedia de Alejandra Pizarnik. Orozco dedica su vida a la poesía, viaja por muchos países de occidente, recibe distintos galardones y publica una obra extensa: Desde lejos (1946); Las m uertes (1951); Los juegos peligrosos (1962); La oscuridad es otro sol (1967); Museo salvaje (1974); V ein t in u ev e p oem a s (19 75); Ca n t os a Ber en ice (19 77); Mutaciones de la realidad (1979); La noche a la deriva (1984); En el revés del cielo (1987); Con esta boca en este m undo (1994); Tam bién la luz es un abism o (1998) y Relám pagos de lo invisible (1998). Muere a los 79 años, en 1999, en Buenos Aires. Su am plio trabajo abarca un a exten sa gam a de in tereses p oét icos. Nos cen t r am os ah or a en la m ir ad a qu e la p oet a

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propone sobre sí m ism a, una m irada que recoge su vida, que observa en la distancia hacia su tiem po y tam bién a sus circunstan cias. Esta m anera de hacer se inicia tem pranam ente, en el poem ario Las m uertes, con un texto claram ente autorreferencial llam ado Olga Oro zco . La autora se sitúa en el corazón de la palabra y desde allí anuncia su m uerte, se despide. Es un recorrido por su vida, presidida por la s o le d ad . Com o en casi toda su obra, se asienta sobre un verso largo y reposado, m ás o m enos a-rim ado, cuya cadencia descansa en el m anejo y ritm o m agistral de los acentos. Se reconoce habitante de un m undo m ágico: de m i estadía quedan las m agias y los ritos. Orozco juega con un desdoblam iento que la lleva por sendas perm anentes de búsqueda: Lo dem ás aún se cum ple en el olvido, aún labra la desdicha en el rostro de aquella que se buscaba en m í igual que en un espejo de sonrientes praderas, y a la que tú verás extrañam ente ajena: m i p ro p ia ap are cid a co n d e n ad a a m i fo rm a d e e s te m u n d o (20 0 0 ).8 Ese desdoblam iento, esa indagación acerca de sus propios cam inos, se refleja en m uchos otros textos, volviendo siem pre a ello. Muy significativo es el poem a referido a su m adre: “Si m e pu edes m ir ar ”. Se tr ata de u n r eclam o desgar r ado, de u n a llam ada angustiosa de y a la presencia de la m adre: y y o no sé buscarte, acaso porque no supe aprender a perderte. En ese diálogo con la m adre ausen te, la poeta vuelve a m irarse y a decirse en y desde su laberinto, en y desde su angustia:

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To d o s lo s p o e m a s e s t á n t o m a d o s d e e s t a e d ició n .

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Búscam e entonces tú, en m edio de este bosque alucinado donde cada crujido es tu lam ento, donde cada aleteo es un reclam o de exilio que no entiendo; donde cada cristal de nieve es un fragm ento de tu eternidad… Y todo se confunde. Y tu vida y tu m uerte se m ezclan con las m ías… Este desgarram iento del yo poético term ina explicándose en la pregunta por sí m ism a, por el sentido de su destino y de su vida… ¡Oh Dios! Tú e ras cu an to s abía d e e s e o lvid ad o p aís d e d o n d e vin e , eras com o el am paro de la lejanía, com o un latido en las tinieblas. ¿Dónde buscar ahora la llave sepultada de m is días? Y se hace serenidad, m irada apacible y lejana en uno de sus últim os textos: “Punto de referencia”, en el que se realiza una especie de final de cuentas… Hay indiscutiblem ente una suerte de reconciliación: He acum ulado días y noches con am or, con paciencia – ah, con ira tam bién, un resplandor de tigres en la oscura desdicha– … Pero esa reconciliación no le ha dado las respuestas, no ha ilum inado el sentido buscado una y otra vez: Sin em bargo no encuentro m i verdadera form a ni aún a plena luz, por m ás que m e recuente, m e recorra y persiga por fuera y por debajo de la piel. Siem pre hay alguien en m í que dice que no estoy cuando m e

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asom o, alguien que se desliza paso a paso a m edida que avanzo hasta dejarm e a ciegas, asida solam ente a un nom bre, a la ign oran cia. Porque hay prolongaciones inasibles que llegan m ás allá, zonas inalcanzables donde tal vez se im prim an las pisadas de Dios, subsuelos transparentes que se internan a veces en los jardines de otro m undo… La poesía de Olga Orozco es un continuo diálogo con ella m ism a, con lo m ás hondo de su ser. Un diálogo que va de lo cotidiano a lo m etafísico, pasando por lo histórico social. Orozco es un a poeta un iversal, que n o ha ten ido el recon ocim ien to que m erece en el universo de la literatura latinoam ericana. Co lo m bia y Ce n tro am é rica Me ira D e lm ar Es n ecesar io d e n u evo ascen d er en el m apa h acia otr as latitudes. Estas décadas en las que nos m ovem os, cuarenta y cincuenta, son testigo en casi todos los países del subcontinente d el t r abajo p oét ico ser io, cr eat ivo y n oved oso d e algu n as m ujeres que recogen la herencia de sus antecesoras y pasan a otras la llam a de su quehacer artístico. Una de estas voces, de im presionante factura, es la de Meira Delm ar. En Barranquilla, en 1922, nace Olga Isabel Cham s Eljach, quien será conocida en el m undo poético com o Meira Delm ar, seudónim o elegido por ella buscando una identificación total con el m ar de sus am ores. Y lo hace en el seno de una fam ilia colom boliban esa in t egr an t e d e la socied ad t r ad icion al d e Barranquilla, lo que la lleva en sus prim eros tiem pos a ocultar su nom bre: no se siente acogida en su m edio com o poeta. En 1942 edita su prim er libro, Alba de olvido; el segundo, Sitio d e am or , en 1944. Ya con estos textos em pieza a ser reconocida. Publicará después Verdad del sueño (1946); Secreta

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isla (19 51); R een cu en t r o (198 1); La ú d m em or ioso (19 9 5); Alguien pasa (1998 ) y Viaje al ay er (20 0 3). Su carrera de recon ocim ien tos es larga y tran sita por recitales person ales organizados en Barranquilla, Bogotá, Medellín, Cali, España y var ios países de H ispan oam ér ica. Su poesía es tr aducida a diferentes idiom as, tanto en antologías com o en estudios. Se suceden las reediciones de sus obras (Delm ar, 20 0 3). Meira tren za desde m uy joven un a relación en trañ able y cercan a con las poetas del con tin en te y particularm en te con J uana de Ibarbourou, com o lo m uestra la recopilación de su epistolario, realizada por J aram illo, Osorio y Castillo (20 0 3). Su poesía se desarrolla en diálogo intertextual con ellas: Cu a n d o a n t e s d e la a d o le s ce n cia co n o cí a J u a n a d e Ibarbourou, a Gabriela Mistral y a Alfon sin a Storn i, se m e con figu r ó u n a t r ilogía d e am or y ad m ir ación qu e t od avía perdura. Estas tres m ujeres con stituyen un a hora m ilagrosa en la poesía latinoam ericana, al aparecer al m ism o tiem po y con idéntica fuerza de expresión. Las tres, J uana con su acento de júbilo pagan o, Gabr iela, con su san gr an te cor azón , y Alfon sin a con su r eb eld ía a cu sa d or a , sigu en sien d o m is pr efer idas (20 0 3).

Su vasta pr od u cción r ecor r e tem as, m etáfor as, r itm os y rim as m ostrando una profunda fam iliaridad con la m ás pura tradición poética de nuestro hem isferio. Los dos ejes sem ánticos de m ás fuerte presencia en sus textos son la naturaleza, particularm ente el m ar y los diversos m om entos del día frente a él, el m ar om nipresente… y el am or, la fuerza del am or, la som bra del adiós, del desam or, la tristeza que viene o que puede venir, la soledad. Se trata de una praxis consciente, de alguien que es conocedora del oficio, que lo piensa, lo siente, lo busca. En sus textos en prosa hallam os m uchas huellas de este cam ino poético que se labra paso a paso, desde su m ás infantil conciencia: Em pecé a creer en la poesía una vez que estando en el aula

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de la pequeñ a escuela don de apren dí las prim eras letras, vi filtr ar se u n r ayo d e sol por la ven tan a: fin as par tícu las d e polvo dan zaban en el trazo lum in oso y repetían los colores del arco iris que, en ocasion es, solía aparecer después de la lluvia. Tal vez intuí en ese m om ento que la belleza, sinónim o de poesía, puede habitar no sólo en el cielo sino tam bién en el sen cillo recin to don de la m aestra en señ aba a separar en sílabas las palabras (Delm ar, 20 0 3: 517).

Sus colum nas en El Heraldo, de Barranquilla, dan cuenta de su fam iliaridad con el quehacer poético, la poesía se percibe en ella com o u n a casa r e-visitada m u ch as veces. Apar ecen t ext os r efer id os a J u an a d e Ibar bou r u , Delm ir a Agu st in i, Gabr iela Mistr al, Alfon sin a Stor n i, Fed er ico Gar cía Lor ca, Eduardo Carran za y m uchos otros y otras a los que lee con avidez; igualm en te, sus palabras dan testim on io del acercam ien to a la pin tura, a la escultura y al arte en gen eral. Con Meira Delm ar nos encontram os, pues, con alguien que ejerció perm anentem ente el oficio de poeta. La naturaleza, la com unión profunda con el nicho am biental preside toda su poesía e im pregna los diferentes ejes sem ánticos que en ella asom an. El am or es a m enudo un sentim iento alegr e, qu e aliger a la vid a y, en cor r esp on d en cia con ello, es cantado en form a de copla m ás o m enos fácil que acom paña el despertar, en la m añana: Esto es el alba, am ado! Ese nacer de luces que se adivina ahora detrás de aquella sierra… Este ondular de trigo que era quietud dorada hace un instante apenas… … y esta viva alegría de m i voz por la senda! […]

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Esa brisa que viene, – porque durm ió en el río– tan alegre y tan fresca… Ese feliz bullicio que baja de los nidos […] Esto es el alba, am ado! Esto… y tu risa buena! (20 0 3).9 Los am antes y sus sentim ientos, su am or, entran en profunda correlación con la naturaleza, y es precisam ente esa íntim a dialéctica la que les perm ite repetir en ellos las ondulaciones del nicho en el que están, que a su vez se convierte en caja de resonancia de sus propios latidos. El am or com o clave de lectura d e la vid a q u e a n im a la n a t u r a leza q u e los r od ea , en u n m ovim ien t o d ia léct ico m u y p r op io d e la p oesía d e Meir a Delm ar. Un m ovim iento sim ilar es el que encontram os en “No Más”: La vida es una barca que cruza m ares hondos, azules unas veces, otras veces de horror… Iza sus velas blancas, tendidas en el viento, la m ano del Am or… Un día rocas altas le quiebran el cam ino que sobre las espum as había de seguir… Hay un crujido sordo de cosas que se rom pen, y en las velas, am argo, se oye el viento gem ir. Las im ágenes preferidas de Delm ar para hablar de la vida, del am or, del dolor… están tom adas del m undo natural, en una relación que se vuelve esencial, intrínseca. Una relación de ida y vuelta en la que los sentim ientos se transm utan de un cam po sem ántico a otro, resignificando la experiencia. De esta m anera, el paso del am or y la felicidad al dolor y la angustia se convierte en roca quebradora que a su vez con voca en su presen cia la 9

Lo s p o e m a s cit a d o s e s t á n t o m a d o s d e e s t a e d ició n .

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certeza de choque, de pérdida. Se establece una fusión plena con esa fuerza natural. En “El regalo de la lluvia”, la poeta nos habla de que la lluvia, se ha in filtrado en sus v en as. Con esta in filtración se realiza un a com unión perfecta entre el m undo natural (sus fenóm enos) y el yo lírico, de tal m an era que la vida de un ám bito circula plenam ente en el otro. Por eso, Delm ar dice: Llegó hace un m om ento y su voz fresca y sana, con su ruido de gotas m e llam ó a la ventana y m e dijo cantando: te re galo ale gría!... En las m anos dejóm e su ofrenda dulce y buena, y siguió su cam ino… Se alejaron m is penas y sentí que en m i boca toda m i alm a reía. Igual com unión se patentiza en el texto “Alegría”, en el cual vuelve a fluir la dialéctica sentim ientos de la poeta/ nicho am biental: la alegría es producida por… circula entre… el yo lírico y la tierra, los árboles, las nubes, los trinos, la brisa, el agua… Esta fusión de lenguaje y sentim ientos es lo que caracteriza la verdadera poesía: …el a n á lisis d e la s cr ea cion es p oét ica s q u ier e r evela r justam ente ese punto m edio en que esencia y palabra vienen a fundirse, y en que un m odo de verdad se ha vuelto realidad en el encanto de la form a… Toda poesía falsa se traicion a porque su form a verbal es sólo cobertura, en vez de ser el m odo forzoso e intransferible de aparecer un con ten ido, un a in terioridad (Pfeiffer, 20 0 5: 11-3 5).

En este sen tido, es im pactan te la un idad que logra y que

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transm ite entre sus sentim ientos y avatares y los ritm os m ás o m enos explícitos, m ás o m enos ocultos de la naturaleza. El am or en sus m últiples facetas habita, atravesándola, toda la poesía de Meira Delm ar. En 1944 publica Sitio del am or, en el que can ta de diversas m an eras a este sen tim ien to que le invade los días y las noches, el tiem po y el espacio. Sentim iento y pasión que le transform an la vida, com o lo deja plasm ado en sus poem as. H ay un a prim era aproxim ación a esta tem ática en la que relaciona de form a general dos polos im portantes de sen tid o: vid a/ am or . “Reclam o” se an u n cia com o u n can to general al am or, a los efectos en la existencia del yo poético: ¡Am or! ¡Am or! ¡Qué has hecho de m i vida! Mi vida que era com o un agua m ansa… Antes de ti, qué fácil para el alm a la espera de sus pasos, y qué fácil su ligera partida…! Pero contigo, Am or, cóm o se vuelven la espera y el partir, angustia viva… ¡Cóm o tus m anos claras, inasibles, rom pen las horas m ías! Contigo am or, la lluvia no es “la lluvia” ni m e da su regalo de sonrisas, y es tortura el silencio cuando pasa por las tardes dorm idas… Antes de ti, qué fácil el m om ento de la estrella prim era, sobre el Ángelus brillando sorprendida! […] Contigo este decir atribulado… ¡Am or! ¡Am or! ¡Qué has hecho de m i vida! La poeta reclam a al am or, reclam a su presencia, pero a la vez la acusa. La llegada de este sentim iento trastorna las vivencias, trastorn a la vida toda, desestabiliza, cam bia las coor denadas de la relación con el m undo natural. Los cronotropos

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que se han ido construyendo a través de otros textos en la obra de Delm ar y que m uestran la unidad intrínseca entre espacios y fenóm enos de la naturaleza, transcurrir del tiem po y vivencias del yo poético, pasan de la alegría a la tristeza y de la tristeza recobran la alegría, todo en relación a la cercanía o distancia del am or. En todo el recorrido escriturístico de Meira Delm ar, el am or o su ausencia tejen y destejen la vida y configuran el m undo en el que se despliega el cantar lírico. Este am or se encuentra m uchas veces referido al am ante concreto, pero en ocasiones se despega de él para perderse en la vivencia m ism a. Este m ovim iento lo encontram os de nuevo en “La m irada”: Una m irada —un día— de tus ojos, se m e quedó por siem pre en el recuerdo. Otras hube, tam bién antes de aquella, y aún después, que del fondo de tu alm a subían a m i encuentro. Más no sé, nunca supe, qué tenía esa m irada – un día– de tus ojos, que en m í sigue viviendo, in can descen te, com o fulge en la noche, cielo arriba, la estrella hace m il siglos apagada. El am or que llega un día… que llega otro, que se va… El yo p oét ico m u est r a su n o r efer en cia in m ed iat a a u n am an t e particular, por cuan to la ausen cia o lejan ía n o desgarra, tan

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sólo se constata desde un lugar concreto de la vida y del cam ino. Pero la naturaleza no sólo desborda su vida en térm inos generales, en m om entos específicos y en el desarrollo cotidiano, y el am or de pareja, sin o tam bién en la viven cia, el recuerdo, la nostalgia m aterna. “Alguien pasa” es uno de los pocos poem as en que se evoca la figura de la m adre sin caer en lo kitsch o en lugares com un es: Alguien pasa y pregunta por los jazm ines, m adre. Y yo guardo silencio. Las palabras no acuden en m i ayuda, se esconden en el fondo del pecho por no subir vestidas de luto hasta m i boca… No sé si tú recuerdas los días aún tem pranos en que ibas com o un ángel por el jardín, y dabas a los lirios y rosas su regalo de agua… tu m an era tan suave de tratar a las plantas y a los que se acercaban a tu am istad perfecta… Y se m e va llenando de nostalgia la vida, com o un vaso colm ado de un lento vino pálido, si alguien pasa y pregunta por los jazm ines, m adre. El yo poético plasm a una identificación total entre la m adre y los jazm ines, los lirios y las rosas… el jardín integral. En este

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poem a no encontram os nada parecido a una com paración m ás o m en os extern a, a un sím il descubierto de pron to… Por el con trario, hay un a tran sm utación de un os seres a otros, de una realidad a otra. Lo plantea m uy acertadam ente Pfeiffer: Así, la m etáfora poética logra fundir en unidad convincente im ágenes que en la experiencia están separadas, y hasta son incom patibles. Y esto significa que, en la com paración y por m edio de ella, hasta el últim o resto de la objetividad estáticam en te espacial, de cosa cerrada, es arrebatado en ese m ovim iento que lo liga y lo invade todo. La poesía logra algo que el im presionism o pictórico jam ás pod r ía n i siqu ier a in ten tar : logr a abar car d e u n aletazo la totalidad de lo existente, conjurar de un golpe lo m ás cercano y lo m ás lejano. Aquello que para nuestra experiencia está y perm anecerá siem pre rígidam ente separado se une y se m ezcla en virtud del hechizo poético (Pfeiffer, 20 0 5: 39-40 ).

En la voz de Meira Delm ar, la m ujer, la poeta… la naturaleza se hace carne y al m ism o tiem po se hace verbo, palabra. Y en esa en carn ación el m un do, la person a y sus sign ificados se trastornan, com o en toda gran poesía. Otro tem a definitivo es el que tiene que ver con el universo que con struye y rodea al am or. Ya hem os visto la presen cia con tin u a, cu asi in fin ita, d el am or en el m u n d o p oético d e Delm ar. El am or en sus facetas, rutas, sentires… El am or en sus alegrías y por supuesto el am or/ desam or, en sus dolores… La poeta presien te perm an en tem en te el m ás allá, el desgarram iento y la distancia que parece que necesariam ente van a sobrevenir al encuentro, en una corriente que recorre todos los m om entos vitales y distintas edades de la autora. En 1944 publica Sitio del am or, em oción a la que regresa siem pre. Ángel Rupérez, refiriéndose a la experiencia interior que da lugar a la creación poética, plan tea un a serie de ele m entos fundam entales que la constituyen: as o m bro in icial, co m p re n s ió n d e lo s e n tid o , m e m o ria (Rupérez, 20 0 7). En este con jun to de textos que con stituyen un can to/ prism a en

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diferentes direcciones, Delm ar estructura los fundam entos de su exp r esión y d e su viven cia alr ed ed or d e la exp er ien cia am orosa. Veam os su “Soneto del vivo am or”: Está m i corazón tan obstinado en quererte con todos sus latidos que el tiem po m e parece un detenido presente, sin futuro ni pasado. Y está m i pensam iento tan atado a ti, por sobre el m uro del olvido, que a veces se detiene sorprendido de hallarte de m is ojos desterrado. No supe hasta m i canto la am argura del largo desam or que m e depara la frente que veló por m i ventura. Porque lejos de cuanto nos separa crece al viento la altiva llam a pura que en su fuego sin m uerte m e abrazara. Aunque eventualm ente se pueda personalizar en un sujeto específico en relación con la autora, estos versos se convierten en un paradigm a del yo poético que trasciende el tiem po y el espacio. No hablan sólo de la vivencia concreta sino de un m ás allá, en un detenido presente. Delm ar can ta al am or, al am or sin m ás, sin n om bre, sin rostro… es la búsqueda de ese sentim iento que no puede desterrarse de sus ojos, ese sentim iento al que se encuentra atad a. Atadura que se esclarece m ejor desde la propuesta de la doble v oz levan tad a p or Alicia Gen ovese… No estam os an te u n a atadura tradicional, ni ante la visión m asculina sobre el am or y la m ujer; se hace im prescin dible desen trañ ar el horizon te últim o de lo que el yo poético vislum bra y quiere atrapar en su palabra: Se tr ata de leer la doble voz, ar ticulán dola en su m ovi-

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m ien to d e r espu esta, d e tor sión , d e d esvío, d e d e s a fi n a ció n , algo que im posibilita la reducción de los textos escritos por m ujeres a la sim ple y apacible lectura de un nuevo cont e n id o o u n a n u e va im a ge n d e m u je r co m o o p ció n a l est er eot ip o… Este discurso doble es m ás un cam po de tensiones intertextuales e intersubjetivas que una historia descon ocida que la s a u t or a s d eb a n con t a r . Es t a m b ién el in t en t o d e u n a r esem an tización que h or ada el discur so m asculin o, que va d an d o or igen a u n a fo r m a c i ó n d i s c u r s i va i n e s ta b le y que desde su inestabilidad desconcierta y proyecta un nuevo im agin ario (Gen ovese, 1998 : 18 ).

Toda expr esión alr ededor de este eje tem ático, el am or , configura en la obra de Meira Delm ar un único texto que se rem ite siem pre a sí m ism o y que dialoga en el tiem po construyendo una sem anticidad propia. Esa atadura pasa por encim a de su presen tim ien to del desam or siem pre posible, siem pre esperado. Por ello, ante la fuerza positiva y cautivante del am or eternam ente presente… no sube la am argura del largo desam or; y no sube porque la llam a es fuego que abrasa m ás allá. El “Soneto del vivo am or”, canto radical a este sentim iento, parece querer descon ocer lo que en otros poem as es cruda lucidez y certeza doliente de la fragilidad de la casa del am or. Un as págin as m ás adelan te, en su “Elegía de Mayo”, la voz poética dice rotundam ente: “En la frágil com arca del am or sin futuro / recogim os cantando deleitosa vendim ia…”. Sin em bargo, este presentim iento del no-futuro no em paña la em oción del presente: “Era Mayo en la tierra… Y a m anera de un leño crepitaba m i vida!”. La vida de la poeta, su ser/ estar en el m undo, parece estar em papada por el dolor que produce desprenderse del am ante. Su canto se recrea una y otra vez en la suerte del encuentro/ desencuentro am oroso, de m odo que podem os pensar y sentir al leer las palabras de Shelley: “Un poeta es un ruiseñor en la oscuridad que can ta para recon fortar su solitud con son idos dulces” (20 0 1: 10 4).

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El recrear poético y su fuerza habitan esa m ujer que canta, que evoca, que lam enta. Un p oem a d e est e can t o al am or / d olor qu e h abla m u y claram ente es “Canción triste”, que refleja un presente de unión, desde el que se presiente la desunión futura: Una tarde, una tarde, ya no estarem os juntos bajo el cielo de Mayo, sonoro de cam panas. De pronto y para siem pre, nos quedarem os solos, terriblem ente solos y heridos de nostalgia. […] Una tarde, una tarde, tu corazón y el m ío sentirán que se rom pe lo que ahora los ata. Com o cuando se deja la orilla azul de un puerto nos quedarán adioses tem blando en la m irada. Y un día sin quererlo, pronunciarás m i nom bre con la m elancolía del que en la noche canta… En m edio del crepúsculo cruzado de palom as, yo, repentinam ente, m e llenaré de lágrim as. Desde ese hoy, Mayo… unido en nuestra poesía a la prim avera, la vida que florece, los am antes, especialm ente la am ante, sueña o siente un m añana no lejano de soledad y de angustia, que oscurece el presente, que de alguna m anera lo anula. En esa com pañía actual se instalan la m irada que tiem bla, las lágrim as, la m elancolía, el lazo que se rom pe, el puerto que se aleja. El poem a, que hace parte de La v erdad del sueñ o, transm ite el dolor profundo de un alm a que se queda sola tras haber saboreado el acom pañam iento. Mucho después, en 1995, una poeta ya m adura recoge de nuevo este dolor en un texto m ás elaborado, m ás sintético, m ás vanguardista, m enos rom ántico, pero que nos da cuenta del m ism o sentim iento:

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Mu e rte d e l o lvid o Se m e m urió el olvido de repente. In esperadam en te, se le borraron las palabras y fue desvaneciéndose en el viento. En busca suya el corazón tocaba todas las puertas. Nadie. Nada. Y allí donde estuviera se instaló de nuevo, el doloroso am or, el im placable, in term in ablem en te. Meira Delm ar hace aquí m ás explícito su desgarre. Llam a al am or e l im p lacable , m ostrando una relación/ dependencia de cárcel, de algo inevitable, in te rm in able . Frente a esta sensación de inapelable, el corazón to ca to d as la p u e rtas … Pero no hay rem edio alguno: lo que la voz poética sospechó en la prim era juventud se hizo realidad escueta, realidad dura en la m adurez. Experiencia que se refuerza, se vuelve a decir, en “Soneto in s is te n te ”. Ya el título habla por sí solo, es el sentim iento que siem pre regresa: Cuando presiente el corazón la gloria de ser libre por gracia del olvido, m e llega entre la noche, com o el ruido del m ar en la distancia, tu m em oria. […] Cada vez que en m i m ano reverdece

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la ram a del olivo y aparece después de la torm enta la alegría, algo tuyo regresa de la nada y de nuevo destruye la dorada esperanza fugaz de un claro día. El olvido se identifica con la libertad y algo tan deseado por el corazón hum ano com o un cierto tipo de glo ria … el olvido es la paz (olivo) y la alegría… el olvido es un claro día… Pero la m em or ia d el a m or q u e vu elve d est r u ye t od a s est a s p osibilidades, haciendo naufragar in s is te n te m e n te la perspectiva de la calm a. Es la obr a poética de Delm ar —com o h em os dich o— un trabajo perm anente e ininterrum pido, que m ejora con el tiem po. Para culm inar nuestra m irada general vam os a detenernos en sus últim os libros, Laúd m em orioso (1995) y Alguien pasa (1998), su poesía de m adurez, resaltando los ejes tem áticos m ás persistentes. De n uevo n os en con tram os fren te al am or, re-visitado en varios textos y m uy bien plasm ado en “Tapiz”: Las hebras de un tapiz im aginario fueron nuestros destinos que un instante se rozaron apenas en la cruz del encuentro. De norte a sur tu paso, de Este a oeste el m ío, e n tre lazam o s e l am o r d e m o d o qu e n u n ca e l tie m p o d e s atarlo p u d o ni rom perlo el olvido. Otra vez la m ism a realidad: el am or —concreto o general— se instala en la existencia de Meira Delm ar y ya no la abandona, no abandona por tanto su escritura, que queda prisionera de un sentim iento que presidirá sus últim as horas, el instante fugaz en que la vida se pierde en un suspiro… ese últim o m inuto en

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que la m uerte nos arrebata todo. La poeta se siente presa de esa viven cia y an un cia: La s e ñ a l Pronunciaré tu nom bre en la últim a hora. Así sabrá la m uerte dónde encontrarm e cuando llegue. Es un a despedida im pregn ada de aquello que siem pre ha habitado sus palabras. El m ar n os rem ite tam bién a los in icios de su poesía. Su poem a “El m ar, la m ar” nos dice todo en este sentido. En respuesta a la presencia am iga que pregunta, la voz lírica responde: Y te cuento m i infancia que m e enseñó a m irar la tierra com o tierra, com o el cielo la m ar. El valle, la m ontaña, eran la realidad. El m ar la incertidum bre, el sueño, la ansiedad. Y yo , tú bie n lo s abe s , m e qu e d é co n e l m ar. Y la poeta con tin úa con sus palabr as, sus en sueñ os… al escuchar un caracol su corazón se le volvió fugaz, ella se hizo Sim bad y se fue, rum bo extraño a buscar otro m ar… el sabor de la sal besa sus labios… Meira se explica a sí m ism a a partir de la m ar, se fusiona con ella y desde allí rem em ora su vida y escribe su presente. Un tem a que se nota con m ás insistencia en estos dos últim os libr os es el paso d el tiem po, los d ías qu e tr an scu r r en

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lleván dose la vida… los añ os que cam bian los rostros y los ritm os, trayendo un sabor a vejez. La poeta se instala en ese transcurrir que encontram os en varios textos, entre ellos: D e p as o No es el tiem po el que pasa. Eres tú, qu e te ale jas apresuradam ente hacia la som bra, y vas dejando caer, com o el que se despoja… todo aquello que am aste, las horas que te hicieron la dicha, am igos en quienes hubo un día refugio tu tristeza, sueños inacabados. Al final, casi vacías las m anos, te preguntas en qué m om ento se te fue la vida, se te sigue yendo, com o un hilo de agua entre los dedos. La potencia y belleza del poder de síntesis hablan por sí solas. H allam os en estos versos claram en te realizadas las afirm aciones de Heidegger:

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Si lo que pasa en la obra e s u n h a ce r p re s e n te lo s e n te s , lo que son y cóm o son, entonces hay en ella, un acontecer de la verdad… En la obra de arte se ha puesto en operación la ve rd a d d e l e n te … La esencia del arte sería ésta: el ponerse en operación la verdad del en te (198 8 : 63).

Es lo que se logra con estas palabras: hacer existir el sentim iento de desolación y de pérdida que com porta en la m ayoría de las personas el paso de los años. Delm ar logra transm itir esa sensación de distancia, de lejanía que nubla los recuerdos, las presencias y sobre todo los sueños y futuros; esa sensación de vacío que acom pañ a el an un cio de un a m uerte que siem pre sabe a prem atura. Y ese vislum brar un cierto final lleva de su m ano a los orígenes, a la vuelta al principio. Es lo que nos trae inm igrantes, que atraviesa los m ares y refleja el sabor de unos días fundacionales: …y las viejas palabras / fueron trocando entonces / por las palabras nuevas / para llam ar las cosas… La escritora, que esconde detrás de su nom bre poético un origen libanés, se acerca al periplo de sus antepasados a través de los m ares para recoger la llegada a la ribera nueva. Un recorrido m ás cercano, pero igual del pasado, lo hallam os en “Alguien pasa”, poem a al que ya antes nos referim os. Reelaboración del tiem po que se fue (cam inos cotidianos, cariños, am istades…) desde el presente que se está yendo, nostalgia que habita el corazón , evocacion es que reem plazan presen cias… todo eso que n os dem an da a los seres h um an os cuan do h a pasado el tiem po de los sueños. La m ateria poética m uchas veces es el recuerdo, lo evocado. En los últim os libros de Meira Delm ar esto se hace evidente. Y estas vivencias se recogen y culm inan m aravillosam ente en el poem a dedicado a Raúl Góm ez J attin, en el que se unen vida y m uerte en un discurrir indisoluble: … por qué, si ya tu vida era una form a de m orir,

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tuviste que buscar otra m uerte m ás oscura, de pobres huesos rotos y m etales, contraria en todo a ti que sólo fuiste la som bra frágil de tu propia som bra? Todo en este poem a podem os leerlo com o una síntesis del itinerario vital de Góm ez J atjin, pero tam bién del de Meira Delm ar : la vid a, la m u er t e, en t r elazán d ose… el am or y la soledad entrecruzándose… las palabras que ilum inan el sentir y la búsqueda… el tiem po que se nos regala, que luego se nos quita… y la poesía que todo lo retiene, que todo lo eterniza… Por esto m ism o, en uno de los últim os textos la poeta afirm a con énfasis: “En un principio fue el Verbo. / Nos lo dice / el libro inaugural por excelencia. / Pe ro tam bié n fu e e l can to ”. Esta es su poesía: ¡el canto y la vida! Claribe l Ale gría Claribel Alegría nace en 1924, en Nicaragua, pero pasa toda su vida en El Salvador. Con ella n os en con tram os an te un a p oet a clar am en t e op t im ist a, com o lo m u est r a su p equ eñ a definición de sí m ism a: Ars p o é tica Yo , poeta de oficio, condenada tantas veces a ser cuervo jam ás m e cam biaría por la Venus de Milo: m ientras reina en el Louvre y se m uere de tedio y junta polvo

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yo descubro el sol todos los días y entre valles volcan es y despojos de guerra avizoro la tierra prom etida (20 0 4).10 Su praxis poética, que atraviesa m ás de m edio siglo, es un trabajo realizado día a día en el que va crecien do un a obra original que sum a a la voz de las m ujeres; una form a particular de ese tipo de discurso que alguna vez se ha llam ado poesía com prom etida. En general responde a lo que Mario Benedetti denom inó con bastante agudeza le tras d e e m e rge n cia. Su poesía está m otivada con frecuencia por la cotidianidad, centrada en la vida que desde sus interrogantes la llam a. Dos de sus m ayores constantes son la angustia con el paso del tiem po, en últim as con la m uerte, y la an gustia con las con d icion es socia les en n u est r os p a íses. En ella su r ge la presencia angustiante de la m uerte, pero no m etafísicam ente, sino traída al diario vivir y sentir. Sus poem as “Luna vieja” y “Carta al tiem po”, a pesar de perten ecer a dos épocas m uy d ist in t as, n os h ablan d e la m ism a am en aza. En “Car t a al tiem po”, desde un a edad m ás tem pran a se explicita que su regalo perm anente no gusta ni es bienvenido. Hay prim ero evocaciones sencillas: jugando al ajedrez con el abuelo. Al principio eran sueltas sus visitas; se volvieron m uy pronto cotidianas, y la voz del abuelo fue perdiendo su brillo…. Después m e cortejaba. Era yo adolescente y usted con ese rostro que no cam bia… 10

To d o s lo s p o e m a s e s t á n t o m a d o s d e e s t a a n t o lo gía .

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Luego, rechazo directo y firm e: Le p ro h íbo qu e vu e lva. Cad a ve z qu e lo ve o m e re co rre las vé rte bras e l frío . No m e persiga m ás, se lo suplico. Hace años que am o a otro y ya no m e interesan sus ofrendas. Esta m ism a em oción se retom a m ucho m ás adelante en la vida de la poeta. El tiem po ha seguido viniendo de visita y es ya un hecho irrem ediable: Lu n a vie ja Mi piel está m anchada de recuerdos de cráteres que se abren de im placables rutinas de cansancios. La oscuridad se anuncia cada vez m ás pálida m i luz no podré transform arm e com o lo hacía antes: lun a n ueva creciente espléndida m en gu an te la oscuridad em pieza a envolverm e. Alegría can ta a la lun a cuan do ya la visita del tiem po es insoslayable, cuando ya se instaló… y esa luna vieja m uestra unos sentim ientos que a pesar de ser dolorosos no están atravesados por el resentim iento. Ese tiem po vino, pasó, pero no venció porque entre tanto la vida fue plenificándose.

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Igual pasa en su poesía que podríam os denom inar social, en la que no pierde ni la ternura ni el hum or. Una expresión privilegiada es The Am erican W ay of Death. Con un ritm o ágil y com unicador, la poeta recorre distintas situaciones en las que se expresan exclusiones o resistencias, para concluir que todas p u ed en t er m in a r d e la m ism a m a n er a : com o u n ca m in o am ericano (norteam ericano) hacia la m uerte. Con una lúcida conciencia y un fino hum or, Claribel Alegría recorre las razas: los negros, los indígenas… las opciones: la guerrilla, la paz… los oficios… y, finalm ente, las condiciones: el asm a… En cualquier caso: Pero un día te llega la noticia, corre la voz, te la da tu vecino porque tú no sabes leer… De cualquier m odo te llega la noticia: lo han m atado, sí, te lo han m atado. Lo planteado es claro: a ella m ism a, al hijo o a algún otro cercano… le llega siem pre, le puede llegar siem pre, el cam ino am erican o hacia la m uerte. Con Claribel Alegría y Centroam érica term inam os esta parte de nuestro recorrido, concluyendo que la m ayoría de las poetas escogidas realizaron un cam ino e n la poesía de com unicación, en térm inos de lo planteado por Octavio Paz (1986). 11 Son poetas que trabajan su expresión y su form a al servicio de captar, recrear y transm itir sus vivencias; plum as que no sólo persiguen la estética del lenguaje y la em oción poética, sino que se sitúan en una clara intención com unicadora. 11 P a z, e n s u t e xt o Po es ía d e s o led a d y p o es ía d e co m u n ió n , a n a liza d ive r s o s gr a d o s d e co m u n ica ció n e n la p o e s ía .

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3 . Po e tas latin o am e rican as e n las ru p tu ras d e lo s añ o s s e s e n ta y e n la s e gu n d a m itad d e l s iglo XX A lo largo de los años sesenta se vive en la cultura latinoam ericana un proceso de búsquedas y convergencias com unes, que configuran el subcontinente com o una sola patria para los escritores que publican sus prim eras obras. Este fen óm en o trasciende las barreras en las que tradicionalm ente se habían desen vuelto n uestras letras y provoca, en tre otras cosas, un hecho conocido com o el boom de la literatura latinoam ericana. Se puede leer con facilidad en los distintos países la producción del conjunto, si bien es cierto que m uchas veces pasando por el cristal y las escogen cias de Españ a. Es un a realidad que el m encionado boom fue em inentem ente narrativo y m asculino y de él se excluyó a las m ujeres, tanto a las poetas com o a las narradoras. No obstante, algunos autores cuya práctica escritural fue ante todo lírica fueron incluidos en el llam ado boom o al m enos habitaron en sus bordes: podem os pensar en nom bres com o Octavio Paz, Pablo Neruda y Nicanor Parra. Las vo ce s d e van gu ard ia En esta década, algunas poetas hicieron su aparición en el un iverso literario latin oam erican o; poetas que crecieron en m edio de silen cios y hostilidades y cuya obra trascen dió las barreras im puestas culturalm ente a la voz fem enina en nuestros países. Una de estas voces fue creciendo con el paso del tiem po: la de la peruana Blanca Varela, figura clave que podem os situar en un espacio de tran sición en tre las m ujeres que publican finalizando la prim era m itad del siglo veinte, nuestro capítulo an terior, y las que lo h acen in ician do la segun da m itad del m ism o siglo. Nacid a en Lim a, en 1926, Var ela es u bicad a p or Mar io Vargas Llosa com o perteneciente a la generación del cincuenta, la que según él “revolucionaría la poesía peruana e n claván d o la e n la van gu ard ia d e la m o d e rn id ad ”. Aunque había ya publicado uno que otro poem a en revistas, su prim er libro, Ese puerto existe, aparece en 1959.

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La form ación, lecturas e influencias que m arcan su poesía son m últiples. A lo largo de los añ os cuaren ta participa en cír cu los, vela d a s y d iscu sion es en Lim a , p r in cip a lm en t e alrededor de la Universidad de San Marcos, intercam biando con poetas y pin tores de la m en cion ada gen eración . Realiza un diálogo perm anente con las propuestas surrealistas, especialm ente a través de César Moro y Em ilio Adolfo Westphalen. Recon oce dos h eren cias peruan as m uy fuertes: la de César Vallejo y m uy especialm en te la de J osé María Arguedas. En 1949 llega a París, con oce a An dré Breton , a Octavio Paz y entra en contacto con el existencialism o. Tratará asiduam ente a algunas figuras del París de la postguerra, entre ellas de una m an era cercan a a Sim on e de Beauvoir. Rem em oran do estos años, Octavio Paz dice en Destiem pos: No eran tiem pos felices aquéllos. H abíam os salido de los añ os de guerra pero n in gun a puerta se abrió an te n osotros: sólo un túnel largo (el m ism o de ahora, aunque m ás pobre y desn udo, el m ism o tún el sin salida) […] Rechazados, buscábam os otra salida, no hacía afuera, sino hacia adentro. Tam poco adentro había nadie: sólo la m irada, sólo el desierto de la m irada. Nos íbam os a las calles, a los cafés, a los bares, al gas neón – tam bién por un instinto que no hay m ás rem edio que llam ar electivo- a veces reconocíam os en un desconocido a uno de los nuestros. Se form aban así, lentam ente, pequeños grupos abiertos. Nada nos unía excepto la búsqueda, el tedio, la desesperación, el deseo. En el Hotel des États-Unis oíam os jazz, bebíam os vin o blan co y ron ... (s.f.).

Este am bien te lo vivió Blan ca Varela en su juven tud; sin em bargo, París es an te todo un reen cuen tro con sigo m ism a, con su pasado, su identidad, con su ser peruano. Allí redescubre su propia historia y su propia patria: La nuestra, la m ía era otra. Teníam os los ancestros de la cu lt u r a y el ar t e p r ecolom bin o y u n a en or m e br ech a qu e at r avesar , en t r e aqu ello qu e n os fu e ar r ebat ad o an t es d e nacer, y que intuíam os penosam ente, y ese dislocam iento de

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identidad que hasta hoy nos perturba, no sólo en lo cultural, sin o en lo social y en lo político... (20 0 7: 22).

En el inicio de su últim a antología, Aunque cueste la noche, Blan ca Varela expon e sus sen tim ien tos y sus cam in os en la escritura y hacia ella. Su encuentro definitivo con la palabra: A través de Paz y del poeta nicaragüense Carlos Martínez Rivas, com pren dí y apren dí que la poesía es un trabajo de todos los días, y que no la elegim os, sino que nos elige, que n o n os perten ece sin o que le perten ecem os, que n o es otra cosa que la realidad y a la vez, su única y legítim a puerta de escape (p. 10 6).

Varela es una m ujer que ha vivido para la palabra. La contundencia y coherencia de su aventura poética la convierte quizás en la poeta viva m ás im portantes de la Am érica Hispana. Su universo escritural es inabarcable: vam os a centrarnos en los libros publicados en las décadas del sesenta y setenta, hasta 1978. Realizarem os una m irada transversal, la única que nos perm ite una aproxim ación panorám ica com o la que estam os hacien do. La escritora se acerca a la m ateria poética con una intención perm anente de búsqueda y de experim entación. Ensaya ritm os, rim as, versificaciones… juega con distintas posibilidades m étricas y estróficas, paseándose por la tradición y por la ruptura. Atraviesa sus prim eras décadas por una vuelta insistente a la prosa poética que recoge a través de su ritm o, las posibilidades de con jugación y em pate y desem pate de un as palabras con otras. Canto villano (trabajos realizados entre 1972 y 1978) ha sid o ca t a loga d a com o su ob r a m á s v a n g u a r d ist a : a ella pertenece “Cam ino a Babel”, ejem plo cum bre de esta búsqueda perm anente, que m uestra en sus versos ecos del cam ino total. Se trata de un poem a que dice cosas, m uchas cosas… un alm a y un cuerpo que deam bulan por la vida y sus m últiples recodos, que se encuentran en ese cam inar con horizontes, juegos que acarician el núm ero siete, pájaros errantes o perdidos, sueños

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expresados en cantos populares: si y o encontrara un alm a com o la m ía… Una existencia que se abre y se cierra, sin hallar sentido: 1 detén la barca florida 2 hunde tu m ano en la corriente 3 pregúntate a ti m ism o 4 responde por los otros 5 m uestra tu pecho 6 da de tu m ar al sediento 7 olvida a m én […] la casa estaba intacta ordenada por sus fantasm as habituales. el padre en el sitio del padre la m adre en el sitio de la m adre y el caos bullendo en la blanca y rajada sopera fam iliar hasta n uevo m an dato…12 La voz poética sigue transitando lugares, tiem pos, espacios… sin un aparente norte. Es, en últim as, una m irada por el desorden de la vida, por su absurdo que se expresa en el cam bio constante de form as. Un recorrido por el paisaje hum ano con un cierto sabor altazoriano, que al final construye una geografía propia que se explica a tenor del conjunto de la poesía vareliana. Esta inquietud constante la acom paña desde sus prim eros poem as: Blanca Varela se busca a sí m ism a perm anentem ente. Es una búsqueda de identidad individual, com unitaria o colectiva, nacional y de raza; una búsqueda que cam bia de paisajes, que tiende a hacerse m etafísica en algunos de sus textos y que en su juventud se hace urgencia de regresar a Perú, después de

12 Tod os los p oem a s, sa lvo q u e se esp ecifiq u e ot r a cosa , son t om a d os d e e s t a e d ició n .

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su experiencia francesa, com o escribe al referirse a su decisión de volver: “Propósito de preservar una recién nacida identidad, que tenía que ver profundam ente con lo que estaba tratando de expresar en m is poem as”. En Puerto Supe, en su prim er libro, a través de ese desconcertante yo poético m asculino, recorre la infancia, los parajes de sus h or as tem pr an as, la casa de sus padr es, el m ar , las plazas… el tiem po, las noches, las estaciones… para concluir con su angustia, com pañera perm anente, para constatar que se asfixia, que habita un fruto seco, que llora a solas en su lecho… Aunque es corriente que en narrativa las escritoras se adentren en lo íntim o de personajes tanto m asculinos com o fem eninos, lo que ya no resulta tan frecuente es que un yo lírico se exprese con un género distinto al de quien escribe. Podríam os pensar en una indagación perm anente y urgente que la lleva por senderos inéditos, pero m ás ilum inador resulta im aginar u n a exp er ien cia p oét ica d e d isloca ción , q u e p er m it e m á s fácilm ente tocar el m om ento del éxtasis, com o lo plantea J orge Larrosa: [En la p oesía …] La vid a a p a r ece com o u n p r oceso d e transform ación. Es una m ezcla de ser y no ser, de lo m ism o y de lo otro, de unidad y diversidad. Algo a lo que la literatura da un acceso privilegiado; la identidad en el cam bio. Eso tan difícil de aprehender conceptualm ente pero que, sin em bargo, es en igm áticam en te accesible en el espacio liter ar io. Nada hay de estable en el m undo ni en la vida hum ana, s in e m ba rg o h a y u n a rte s e c re to d e la m e ta m o rfo s i s , n o u n a ló gica , s in o u n a rte (20 0 3: 222).

Esa indagación continúa en su poem a Las cosas que digo son ciertas. Nos encontram os de nuevo ante la enum eración qu e n o t ien e con t r ap ar t id a, en u m er ación d e absu r d os, d e dolores:

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Todo es perfecto. Estar en cerrado en un pequeñ o cuarto de h otel, estar h erido, tirado e im poten te, m ien tras afuera cae la lluvia, in esperada… Se que estoy enferm o de un pesado m al, lleno de un agua am arga, de una inclem ente fiebre que silba y espanta a quien la escucha… He de alm orzar solo siem pre. Es terrible.

Este sinsentido se convierte en angustia vital en “Auverssur-Oise”, don de hay claros ecos del existen cialism o predom inante en el París de la posguerra. La últim a frase es clave para la herm enéutica del texto: …tus lágrim as y esa m úsica loca que se escapa de tu oreja desgarrada… Esa oreja de Van Gogh cierra un poem a en el que Blanca Varela recoge m agistralm ente no sólo el dolor del pintor, sino el sinsentido de tantas vidas hum anas que se estrellan contra la tragedia del m undo, a la vez que rinde un hom enaje al genial artista. Cuando inicia su texto: “Nadie te va a abrir la puerta. Sigue golpeando. Insiste…” se evoca directam ente aquella otra angustia del saxofonista J ohnny Carter, protagonista del cuento de Cortázar “El Perseguidor”. Toda esa desesperación de la que hem os hablado habita poéticam ente en su canto a Van Gogh: “Tú, gusanito, gusaboca, gusaoído, dueño de la m uerte y de la vida. No puedes entrar…”. Y cuando le dice al pintor suicida: Por qu e t ú gu san o, ave, sim io, viajer o, lo ú n ico qu e n o sabes es m orir n i creer en la m uerte, n i aceptar que eres tú m ism o tu vien tre turbio y calien te, tu len gua colorada, tus lá gr im a s y e s a m ú s ica lo ca q u e s e e s ca p a d e t u o r e ja d esgar r ad a…

Sentim os que es algo que la poeta dice al género hum ano y por supuesto a sí m ism a. En una inm ensa m ayoría de los poem as de su prim era época se r esp ir a u n am bien t e d ifícil, p esim ist a, u n am bien t e d e pesadum bre y desencanto, en alguna m edida epocal, el m ism o que im pregn a m ucha de la literatura latin oam erican a de las

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décadas del cincuenta y sesenta: Vallejo, Rulfo, Sábato, Donoso, Onetti, Castellanos… Es el existencialism o sartriano en toda su expresión. Blanca Varela no encuentra una versificación adecuada para expresar la den sidad de su m alestar m etafísico, vivido y experim entado en lo cotidiano, por ello escribe m uchas veces en una prosa que porta internam ente el ritm o necesario, para dejar sentir ese m alestar. Una m uestra cualificada de ello, se da en su poem a “Las cosas que digo son ciertas”, ya citado. La expresión oscila entre lo universal y lo concreto, entre lo trascendente y lo cotidiano, porque las búsquedas desesperadas van y vien en , reen con trán dose y perdién dose. Otra vez ese desconcertante y o m asculino, m áscara y antifaz de carnaval. Puede ilum inarnos parcialm ente lo dicho por Vargas Llosa (20 0 7): Su poesía participa de esa m ism a reserva y, aunque alude a m uchos tem as, es de una parquedad glacial sobre sí m ism a. A diferen cia de otras, a veces de alta estirpe, que se lucen y pavon ean , or gullosas de sí m ism as, la de Blan ca Var ela se retrae y disim ula, m ostrándose apenas en escorzos, y dejando sólo huellas, anticipos, a fin de que, nuestro apetito desatado por esos lam pos de belleza, busquem os, indaguem os, lo que oculta en su entraña, ejercitando nuestra fantasía y volcando n uestros deseos para gozarla a cabalidad.

Varela com parte su destino con el de su generación y su voz se levanta única y lim pia, para gritar desde su fondo de m ujer otro aspecto de la soledad, del pesim ism o, de una cierta desesperación de la condición hum ana. Desde este m ism o lugar se asom a al ser m ujer, ser que m ira con atención en varios de sus textos, com o en su poem a corto: Va Eva anim al de sal si vuelves la cabeza en tu cuerpo

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te convertirás y tendrás nom bre y la palabra reptando será tu huella. Con la fina ironía que despliega en m uchas ocasiones expresa su contra versión, su subversión ante los m andatos recibidos por siglos. La vuelta de la cabeza no traerá un castigo, com o en el m ito bíblico; por el contrario, si vuelve la cabeza Eva, en lugar de estatua de sal, se encontrará a sí m ism a: será s u cu e rp o , s u n o m bre … y lo fundam ental de la propuesta: reencontrará la p alabra , lo que quiere decir la libertad, el cam ino. En “Madon n a”, la m ujer se m ira prin cipalm en te a través del cristal de la m aternidad. Las m adonnas, esas figuras generosas de m ujeres-m adres-vírgenes… que adquieren su sentido de vida en ese hijo-espejo en el cual se m iran y se entienden, se asum en y se entregan… Después de un recorrido inicial m ás o m en os con ven cion al, el texto se detien e en perspectivas que m uestran m ás claram en te su crudeza: Y luego, cruzando el tiem po, e l co rte jo d e m u je re s co n s u s d o n e s y s e c re to s a c u e s ta s . Estaban todas. La que lucía el vien tre com o un a h ogaza dura y rubia bajo la gasa m or tecin a. La m ad r e d e aqu el p ár vu lo qu e se p r otegía d e m ilagro a la som bra de la cadera fam iliar y opulenta. La dueña de la tren za todavía in fan til y del sen o obviam en te m aduro. Y en t r e ellas, ap ar t ad a, la célibe: sabia com o u n a abu ela, poderosa de brazos y ensim ism ada frente a la ventana… Al fon d o, h u yen d o d el lu gar , u n an cian o tr epaba pen osam ente las escaleras. En lo alto le esperaba una dam a, noble de porte y vestido, que lo ayudaba gentilm ente a transponer el um bral que le correspon día.

Este párrafo-estrofa nos trae, a la m anera de algunas pinceladas, de algún sueño narrado, im ágenes que se hacen cotidianas en su dolor, m ujeres que pueblan nuestras vidas o ensueños, nuestras visiones y que se rem atan con una m etáfora, perfilada

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tradicionalm ente com o fem enina: la dam a m uerte… que viene para ayudar a pasar el um bral. Se em pieza con la vida: el pecho, el n iñ o… se acaba con la m uerte, el an cian o, el um bral, un sabor m edio agrio, m edio salobre nos deja este recorrido. Aunque la poesía de Blanca Varela quiere ser creación pura, com o Huidobro, y no pretende plasm ar o cantar sentim ientos, sino explorar la palabra y buscar a través de esa exploración, el am or aparece tam bién salpicado aquí y allá. Es el caso de “Monsieur Monod no sabe cantar”, en el que evoca al biólogo francés J acques-Lucien Monod, intelectual activo políticam ente en la resistencia francesa, que com partió con este grupo de latinos el París de la posguerra. El texto term ina con la afirm ación: “porque ácido ribonucleico som os / pero ácido ribonucleico e n am o rad o s ie m p re ”. A lo largo del poem a el yo lírico recuerda y expresa, siem pre velando los sentim ientos con una fina ironía que distancia: querido m ío te recuerdo co m o la m e jo r can ció n esa apoteosis de gallos y estrellas que no eres que ya no soy que ya no serem os […] querido m ío adoro lo que no es m ío tú por ejem plo con tu piel de asno sobre el alm a y esas alas de cera que te regalé... El diálogo se devuelve a una de las preocupaciones centrales de la autora, las condiciones de su época: querido m ío a pesar de eso todo sigue igual el cosquilleo filosófico después de la ducha el café frío el cigarrillo am argo el Cieno Verde

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Las relaciones personales, eventualm ente sanadoras, vividas siem pre en m edio de dolores, de decepcion es, de an gustias m etafísicas. La am bigüedad habita cada palabra, cada poem a. Es el caso igualm ente de “Vals”, en el que la declaración de am or queda en la brum a… Se canta a: ¿el ritm o, la escritura, al am or sentim iento general, al am ante? No he buscado otra hora, ni otro día, ni otro dios que tú… Laberinto, pirám ide de hum o, altura que canta, pozo que a m en a za tierra de abism o, prim avera ciega. La soledad nos une en la unidad del guisante. […] Asciendo y caigo al fondo de m i alm a que reverdece, agónica de luz, im antada de luz. […] Recrearte: polvo, brizna, herida. Perderte: gesto, contacto, olvido… La palabra de Blanca Varela recorre universos y angustias, búsquedas y sentidos. Palabra que atrapa, que fascina, que invita a una, a m uchas lecturas, com o toda verdadera poesía. Desde su Perú natal, esta escritura lírica irradia el universo literario de la Am érica hispana. La obra de Alejandra Pizarnik es tam bién una de las m ás contundentes de autoría fem enina en el subcontinente. Un bosque inm enso en el que resulta m uy difícil cam inar m arcando unos senderos, porque su espesura nos invade, dejándonos al m argen del silencio. En ella, com o en m uchas otras y otros, su vida y su escritura se en trelazan de form a en m arañ ada. La poeta, m ás o m en os con tem porán ea de la an terior, n ace en Buen os Aires en 1936; vive en tre el 60 y el 64 en París, en donde com parte igualm ente con Paz, con Cortázar, con Rosa Chacel, entre otros, y publica sus prim eros textos en la década del cincuenta.

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Su escritura es un intento desesperado por ganarle la batalla a la m uerte, instalada en su alm a desde su niñez y adolescencia. En sus prim eros textos encontram os versos com o: “e l tie m p o e s tran gu ló m i e s tre lla, p e ro s u e s e n cia e xis tirá e n m i in te m p o ral e xte rio r…”, o: “tratan d o d e h allar algo qu e h aga flo tar m i d e s trip ad a au ro ra …”. En 1955, año de sus prim eras publicaciones, recoge en su diario el 11 de Noviem bre: Me pregunto una sola cosa: ¿tengo vocación literaria? Respuesta: Tem o que m is deseos de escribir no sean m ás que m edios para conseguir el fin anhelado de éxito, gloria, fe e n m í. […] Puede ser tam bién que, dada m i escasa facilidad de expresión oral, apele al papel para no atragantarm e, p ara e s cu p ir e l fu e go d e m is an gu s tias . El 9 de Octubre de 1971, poco antes de su suicidio, escribe: Las palabras son m ás terribles de lo que m e sospechaba. Mi n e ce s id a d d e te rn u ra e s u n a la rga ca ra va n a . En cuan to al escribir, sé que escribo bien y esto es todo. Pe ro n o m e s irve p a ra qu e m e qu ie ra n (Pizarnik, 20 0 5: 6 5-50 2 ).

Alejandra Pizarnik escribe buscando am or; pero igual m uere de desam or. Uno de sus últim os poem as es un testim onio de que su escritura no logró am ainar su angustia: Te h ablo A H. M. estoy con pavura. Ham e sobrevenido lo que m ás tem ía. No estoy en dificultad: e s to y e n n o p o d e r m ás .

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No abandoné el vacío y el desierto vivo en peligro. Tu canto no m e ayuda. Cada vez m ás tenazas, m ás m iedos m ás som bras negras (20 0 7: 439). Su poesía refleja la van guardia en todo su desarrollo, sus búsquedas desesperadas se m anifiestan en palabras y en form as que quieren ser el nervio puro de una expresión lim pia de todo adorno. Su obra poética está recogida en La tierra m ás ajena (1955); La últim a inocencia (1956); Las av enturas perdidas (1958); Árbol de Diana (1962); Los trabajos y las noches (1965); Extracción de la piedra de la locura (1968 ); El infierno m usical (1971) y Textos de som bra, publicación póstum a, en 1982. En ocasiones, la escritura de Alejandra Pizarnik salta de un espacio a otro, de una búsqueda a otra, en un intento desesperado por d e cirs e , por encontrarse; no pretende, como Varela, una universalización objetiva de la palabra. Tal com o dice Alicia Gen ovese: Con figur ar un len guaje es, par a Pizar n ik, con figur ar un yo, in d ivid u a l, n o u n iver sa l, fem en in o, n o m a scu lin o. La búsqueda y configuración del yo es llevada a cabo en la m ayor in tem perie, la de la poesía; e n la m a yo r in s e gu rid a d , la d e l p ro n o m bre fe m e n in o , en tercera persona, en prim era person a. El len guaje es para Pizarn ik un a zon a de con flicto, siem pre se está a la intem perie con las palabras, nunca es un territorio constituido, consolidado o cristalizado, sino arenas m ovedizas, espejeantes tierras pantanosas… El sujeto que se constituye en ese lenguaje nunca adquiere una figura definitiva, se m ultiplica, se diversifica, configura su inestabilidad... (1998 : 68 ).

En este decirse la poeta se aproxim a a m últiples realidades. El am or siem pre, a retazos, por m om entos, com o en “Cielo”:

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… sigo cam inando un coctail m ental em baldosa m i frente no sé si pensar en el cielo o en ti y si tirara una m oneda? (cara tú seca cielo) no! tu ser no se arriesga y yo te deseo te de-se-o! cielo trozo de cosm os cielo m urciélago infinito inm utable con los ojos de m i am or. En este poem a, igual que en “Sólo un am o”, del m ism o libro, Pizarnik juguetea con un am or que se le escapa, con un cuerpo q u e n o llega a p os eer : S u cu er p o es u n ojo. S u p iel u n m apam undi… No se entrega ella, no se entrega el objeto de ese am or, sólo existe una m últiple aproxim ación resbaladiza, com o las m etáforas que se intentan. Diez años después, en 1965, hay sin em bargo un intento de entrega, de ¿fusión/ confusión?: En tu an ive rs ario Recibe este rostro m ío, m udo, m endigo. Recibe este am or que te pido. Recibe lo que hay en m í que eres tú. La vida siem pre regresando, siem pre am enazando con irse… la vida siem pre en la m uerte, la m uerte siem pre en la vida… La d e lo s o jo s abie rto s la vida juega en la plaza con el ser que nunca fui […] va pasando va pasando m i corazón abre la ventana

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vida aquí estoy […] pero quiero saberm e viva pero no quiero hablar de la m uerte ni de sus extrañas m anos O en Silencios: “La m uerte siem pre al lado. / Escucho su decir. / Sólo m e oigo”. Las som bras de la m uerte y del silen cio total con las que luchó siem pre a brazo partido, a través de sus palabras a las que se agarra en ocasiones con verdadera desesperación. Una experiencia de la escritura com o re ve lació n se percibe tam bién en los cam inos y las m iradas de la poeta. Revelación sin nom bre que se da en la palabra cuando la existencia entera se em peña en esa búsqueda. Cesar Aira dice: El tono som brío de la poesía de A. P. deriva, tam bién, de su n egativa o im posibilidad de adoptar un ritm o n arrativo. La poesía de A. P. está hecha exclusivam ente de térm inos e le va d o s o n o ble s . En ella siem pre se trata de la noche, la in fa n cia , el a m or , la m u er t e; n u n ca el ca fé con lech e, el cigarrillo (citado en Cohen , 20 0 2: 48 ).

Este acer cam ien to a la r evelación , al m eollo, al sen tid o últim o de su vida buscado en la poesía, lo encontram os m uy claram en te en “Origen ”: La luz es dem asiado grande para m i infancia. Pero quién m e dará la respuesta jam ás usada? Alguna palabra que m e am pare del viento. Alguna verdad pequeña en qué sentarm e y desde la cual vivirm e, alguna frase solam ente m ía que yo abrace cada noche,

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en la que m e reconozca, en la que m e exista. Pero no. Mi infancia solo com prende al viento feroz que m e aventó al frío cuan do cam pan as m uertas m e an un ciaron . Sólo una m elodía vieja, algo con niños de oro, con alas de piel verde, caliente, sabio com o el m ar, que tirita desde m i sangre, que renueva m i cansancio de otras edades. Sólo la decisión de ser dios hasta el llanto.

Sentido últim o que a lo que parece su vida no le reveló, o lo hizo en el horizonte de la m uerte que le ofreció la paz y que nos regresó a su poesía para inm ortalizarla. Las vo ce s m ás re cie n te s En nuestro recorrido subim os hacia el norte. Una voz m uy distinta, posterior en el tiem po pero que, com o Pizarnik, busca prioritariam en te su decir de m ujer, es Giocon da Belli. Nos situam os ahora en el otro lado del subcon tin en te y en o tro lado del trabajo poético. Gioconda Belli no es sólo una poeta, es una intelectual en el sentido m ás pleno de la palabra: nove lista, en sayista, p oeta, com p r om etid a con su p aís y con el m undo. Belli es una optim ista natural, m uy alejada de las rutas que llevan al suicidio. Nace en Managua, Nicaragua, en donde pasa su infancia y juventud hasta que debe ir a vivir a Méjico, en 1975, a causa del exilio, durante la dictadura de los Som oza. Ha publicado m uchos poem arios, antologados fundam entalm ente en Poesía

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reunida (198 9) y El ojo de la m ujer (20 0 1). Ha recibido varios prem ios de poesía en su país y, en 1978, el Prem io Casa de las Am éricas. Ha publicado algunas novelas: La m ujer habitada; Sofía de los presagios; W aslala; El m anuscrito de la seducción y El plan infinito. Su libro El país bajo m i piel, a caballo entre las m em or ias, la au tobiogr afía y el en sayo político, es u n a m irada am plia, crítica y coherente sobre el proceso sandinista m uy influyente en Am érica Latina. Su form ación, en un am biente culto y liberal, fue m uy am plia y de ello se derivan sus influencias literarias: Des d e m u y n iñ a em p ecé a leer , u n a d e m is gr a n d es in flu en cia s fu e J u lio Ver n e, m i a b u elo cu a n d o yo est a b a chiquita —él era un gran lector— m e traía los libros de Verne. Leía todo lo que m e caía en las m an os. Leía m uch o teatr o porque m i m am á estaba en el teatro y ten ía libros de todo tipo en la casa: Lope de Vega, Shakespeare. Tam bién leí poesía, por su pu esto Ru bén Dar ío —qu e en Nicar agu a es el h ér oe n acion al— y ya m ás tar de m e in fluyó m uch o el boom latinoam ericano, especialm ente J ulio Cortázar, él fue el ser que m ás m e ha influido, pero tam bién las m ujeres sobre todo las inglesas Virginia Woolf, Em ily Dickinson, etc. En m i carrera com o escritora los n ovelistas com o Faulkn er h an sido m uy im por tan tes” (Ven ti, 1995).

Igualm ente am plia es su práctica y su universo de escritura, m uestra clara de una m ente y una m ujer que se interesan por la vida en todos sus horizontes. Gioconda Belli pertenece a una generación de poetas centroam erican as cuyo pun to de partida son un a serie de con quistas que ya n o se discuten . Form alm en te su escritura es heredera de la vanguardia y Belli no se dedica a m uchas experim entaciones, su expresión es libre y su búsqueda, diversa… Igualm ente, estas poetas reafirm an sin ninguna dificultad su ser de m ujeres. Giocon da se autoproclam a abiertam en te en uno de sus prim eros textos:

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Y D io s m e h izo m u je r Y Dios m e hizo m ujer, de pelo largo, ojos, nariz y boca de m ujer. Con curvas y pliegues y suaves hondonadas y m e cavó por dentro, m e hizo un taller de seres hum anos. Tejió delicadam ente m is nervios y balanceó con cuidado el núm ero de m is horm onas. Com puso m i sangre y m e inyectó con ella para que irrigara todo m i cuerpo; nacieron así las ideas, los sueños, el instinto. Todo lo creó suavem ente a m artillazos de soplidos y taladrazos de am or, las m il y una cosas que m e hacen m ujer todos los días por las que m e levanto orgullosa todas las m añanas y bendigo m i sexo. En con t r am os aqu í algu n as d e las car act er íst icas d e su poesía: expresión directa, de fácil com unicación; im ágenes que se en cabalgan h acia ad elan te com p letan d o u n cu ad r o qu e configura en su totalidad una pintura en la que se ensalza sin am bages el propio ser.

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Este poem a, se convierte en paradigm ático, es un territorio am plio para que el yo lírico se m ueva en anchura y en profundidad. Al decir de J osé Coronel Urtrecho: En ese inm enso territorio casi desconocido, Gioconda Belli se ha revelado m aravillosa exploradora. Ha sido ciertam ente una de las prim eras nicaragüenses en penetrar a fondo en la fem in eid a d y la p r im er a , est oy segu r o, en d escu b r ir con libertad y sencillez su propia intim idad, por lo que su poesía revela el asom bro, el gozo y la frescura de lo vivido y expresa d o p or p r im er a vez. Rep r esen t a u n a n u eva con cien cia g o z o s a de ser m u jer . Y n o sólo de ser lo, sin o tam bién de saber cóm o y en qué lo es y sobre todo y por su m ism a condición de poeta el gozo de revelarlo… (citado en Belli, 20 0 1: 15) .

La m ujer, la poeta, vive in ten sam en te un a com un icación sem piterna y a la vez nueva con la naturaleza. Lo expresa su texto “Metam orfosis”, en el que el cuerpo fem enino y el m undo natural se funden, se fusionan: La enredadera se m e está saliendo por las orejas. Mis ojos se han convertido en pistilos m ovibles y m i boca está repleta de flores m oradas… […] y m is olores han cam biado, tropiezo con los m uebles y m is piernas están rom piendo los ladrillos, buscando la tierra, en redán dom e… […] y estoy enredadera,

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m etam orfoseada, espinosa, sola, hecha n aturaleza. Esta com unión con la naturaleza es uno de los tem as que se repiten casi obsesivam ente en Gioconda Belli, un eje tam bién que atraviesa el m undo ficcional de su prim era novela, La m ujer habitada. Ese ser m ujer va a deam bular y a desarrollarse por cam inos novedosos que no adm iten regresos al pasado, ni asum ir roles ya superados. Esta clarividencia de profeta preside los poem as en los cuales re-visita este ser y se m ueve am pliam ente en las lides del am or. Lo vem os en “Reglas de juego para los hom bres que quieran am ar a m ujeres m ujeres” (1987): […] El hom bre que m e am e no querrá poseerm e com o una m ercancía, ni exhibirm e com o un trofeo de caza […] El hom bre que m e am e no dudará de m i sonrisa ni tem erá la abundancia de m i pelo, respetará la tristeza, el silencio y con caricias tocará m i vientre com o guitarra para que brote m úsica y alegría desde el fondo de m i cuerpo. […] El am or de m i hom bre no conocerá el m iedo a la entrega, ni tem erá descubrirse ante la m agia del enam oram iento […] El am or de m i hom bre no le huirá a las cocinas, ni a los pañales del hijo, será com o un viento fresco llevándose entre nubes de sueño y de pasado,

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las debilidades que, por siglos, nos m antuvieron separados com o seres de distinta estatura […] Definitivam ente se nos presenta una poeta distinta de las que hem os leído hasta ahora: hay una expresión fresca, cuya clara intención es transm itir sin adornos ni aventuras lingüísticas m uy com plejas los sentim ientos que se desbordan en el corazón del yo. Existe por tanto un cierto regreso a la anécdota, m ucha fuerza en acercarse al árbol no por las ram as sino por la nervadura m ism a… y una búsqueda de im ágenes que salpiquen el texto vehiculándolo en su significación m ás profunda. El am or y la fem inidad regresan insistentem ente en su escritura. Tam bién la m aternidad lo hace varias veces. En “Maternidad II” (1970 -74) se expresa la plenitud de la visita del hijo, sem illa d el am or : “Mi cu er po com o tier r a agr ad ecid a se va exten diendo…m i vientre va cogiendo la form a de una redonda colina palpitante…”. Ese sentim iento m aternal se distancia un poco y se hace m ás abstracto en “La m adre” (1974), atravesado com o m uchos de ellos por el com prom iso político que a Giocon da Belli se le instaló en la vida: La m adre se ha cam biado de ropa. La falda se ha convertido en pantalón, los zapatos en botas, la cartera en m ochila. No canta ya canciones de cuna canta canciones de protesta… No quiere ya sólo a sus hijos, ni se da sólo a sus hijos, lleva prendidas en los pechos m iles de bocas ham brientas… Se produce un cierto debilitam iento del trabajo m etafórico en aras de la sim plicidad, a veces obviedad, de lo que se quiere

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transm itir. A cam bio de ello, hay una reelaboración centrada en la descripción: es im portante y necesario m o s trar certeram ente los cam inos del sentim iento, la expresión entonces se com prom ete a fondo en ello. La p oesía d e Giocon d a Belli es clar am en te u n can to d e optim ism o, de gozo y de ben dición a y por la vida. Estam os m uy lejos de posiciones existencialistas que inviten a la desesperación, de angustias perm anentes que cierren puertas. Estam os m uy lejos de la m uerte. En algunos m om entos su optim ism o se hace exaltación, alegría, asom bro. Ocurre en su poem a “Soy llena de gozo”: Soy llena de gozo, llena de vida, cargada de energías com o un anim al joven y contento. Im an tada m i san gre con la n aturaleza, sintiendo el llam ado del m onte para correr com o venado desenfrenadam ente… Sus deseos de naturaleza y libertad se expresan en versos cortos y ágiles que nos ayudan a visualizar una carrera entre los bosques siem pre hacia adelante. Es un reclam o de espacio físico sin lím ites que evoca algunos versos de Alfonsina Storni, in discutiblem en te su an tecesor a poética en este y en otr os aspectos, com o el ritm o logrado con la versificación. Pero hay un aspecto que no podem os silenciar en la poética de Belli: su com prom iso político, la entrega de su voz a aquellos que no la tienen, la entrega de su canto a la causa de la liberación política de Am érica Latina. Son m uchos los textos que se pasean por este universo de la intelectual com prom etida, textos de distinto calibre, en los que se denuncia, se ensalza, se anim a y se profetiza. Uno de los m ás bellos, en el que entrelaza e im brica su pasión utópica y su optim ism o poético, es este, con el que term inam os nuestra aproxim ación a su voz:

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En todas las profecías está escrita la destrucción del m undo. Todas las profecías cuentan que el hom bre creará su propia destrucción. Pero los siglos y la vida que siem pre se renueva engendraron tam bién una generación de am adores y soñadores, hom bres y m ujeres que no soñaron con la destrucción del m undo, sino con la construcción del m undo de las m ariposas y los ruiseñores Desde pequeños venían m arcados por el am or. Detrás de su apariencia cotidiana guardaban la ternura y el sol de m edianoche. Las m adres los encontraban llorando por un pájaro m uerto y m ás tarde tam bién los encontraron a m uchos m uertos com o pájaros. Estos seres cohabitaron con m ujeres traslúcidas y las dejaron preñadas de m iel y de hijos verdecidos por un invierno de caricias. Así fue com o proliferaron en el m undo los portadores de sueños, atacados ferozm ente por los portadores de profecías ……….. Los portadores de sueños sobrevivieron a los clim as gélidos pero en los clim as cálidos casi parecían brotar por generación espontánea. Quizá las palm eras, los cielos azules, las lluvias torrenciales tuvieron algo que ver con esto. La verdad es que com o laboriosas horm iguitas estos especím enes no dejaban de soñar y de construir herm osos m un dos,

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m undos de herm anos, de hom bres y m ujeres que se llam aban com pañ eros, que se enseñaban unos a otros a leer, se consolaban en las m uertes, se curaban y cuidaban entre ellos, se querían, se ayudaban en el arte de querer y en la defensa de la felicidad. ……… Y en el m undo se ha desatado un gran tráfico de sueños que no pueden detener los traficantes de la m uerte; por doquier hay paquetes con grandes lazos que sólo esta nueva raza de hom bres puede ver la sem illa de estos sueños no se puede detectar porque va envuelta en rojos corazones en am plios vestidos de m aternidad donde piececitos soñadores alborotan los vientres que los albergan . Dicen que la tierra después de parirlos desencadenó un cielo de arco iris y sopló de fecundidad las raíces de los árboles. ……… En este exten so poem a, Belli can ta a la vid a fr en te a la m u e r t e , n o e n u n ir y ve n ir m e t a fís ico , s in o e n u n a contradicción social, y la canta con toda la potencia de su voz y la fuerza de un a palabra que se ren ueva en m edio de los avatares políticos, tantas veces tenebrosos, de Am érica Latina. Desplazándonos a otra latitud cultural m uy distinta surge una voz m uy diferente, que nos guía por otros senderos y nos ilum ina otras rutas. Cuando nos enfrentam os a la vida y obra d e Ma r ía Mer ced es Ca r r a n za , h a lla m os igu a lm en t e u n a intelectual activa, pero tam bién una gran poeta. Carranza nace en Bogotá en 1945 y su infancia transcurre en m edio del frío de la Saban a, en un a ciudad im pactada por el asesin ato de Gait án . Com o m u ch as p oet as, se en con t r ó siem p r e m ás o m enos desubicada o desajustada en el m undo; con el paso del

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tiem po ese desajuste no se superó, por el contrario, se m antuvo y profundizó en algunos niveles. Al leer su poesía, rastreando en ella la órbita existencial que dibuja, com prendem os plenam ente que el últim o acto de su vida la colocara al lado de dos grandes suicidas del continente: Alfonsina Storni y Alejandra Pizarnik. Su prim era obra, Vainas y otros poem as, recoge textos escritos entre 1968 y 1972. Publica posteriorm ente Tengo m iedo (1982), unos años m ás tarde Hola soledad (1987) y De am or y desam or (198 9). H eidegger, en su en sayo sobre H ölderlin g, n os dice en tre otras verdades lo siguiente: La p oesía es la in stau r ación d el ser con la p alabr a [...] H abitar poéticam en te sign ifica estar en la presen cia de los dioses y ser tocado por la esen cia cercan a de las cosas [...] La e xce s iva cla rid a d la n za a l p o e ta a la s tin ie bla s [...] Poetizar es dar el nom bre original a los dioses... (198 8 : 13713 9 ).

A María Mercedes le tocó vivir en tiempos particularmente difíciles: un mundo que no sale de sus fantasmas y un país que se deshace en sus horrores. Para un ser de la luz, como era esta mujer, aceptar habitar entre fantasmas y horrores se hace arduo. Ella sintió en su carne que el m undo era insalvable; así lo dice en “Poem a de los Hados”: Soy hija de Benito Mussolini y de alguna actriz de los años 40 que can taba la Giovin ezza. Hiroshim a encendió el cielo el día de m i nacim iento y a m i cuna llegaron, h ad o s im p lacable s ... Caía la lluvia triste de Vallejo se apagaba en el viento la llam a de Porfirio en el aire el furor de las balas que iban de Cúcuta a Leticia, se cruzaban

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con los cañones de Casablanca y las palabras de su canción m elancólica... Así m e fue entregado el m undo. Esas cosas de horror, m úsica y alm a han cifrado m is días y m is sueños. Com o corresponde a su ser lírico, María Mercedes Carranza tenía un algo o un m ucho de rom ántica en el sentido m ás clásico del térm ino y tuvo que vivir en un m undo desencantado, un m un do que n o logró con vertir en su hogar aun que luchó de m últiples m aneras para ello. La Casa de Poesía Silva no alcanzó a protegerla de tanta oscuridad. La Casa de Poesía Silva fue su proyecto de m adurez: María Mercedes logró convocar m uchas fuerzas intelectuales y artísticas del país para, desde allí, propon er un com prom iso de paz para Colom bia. Se realizaron debates, recitales, concursos, m em orias. La Casa y su revista ar t icu lar on u n a em p r esa cu lt u r al-p olít ica qu e alu m br ó el horizonte colom biano en m últiples sentidos; pero no consiguió redim irla de ese m undo detallado por William Ospina con la lucidez que lo caracteriza: Un un iverso así reducido es suficien te para los fin es de esta civilización, dinam izada hoy por la fuerza ciega del gran capital, y em pujada por el lucro com o ún ico gran propósito gen eral de la especie. Si esta actitud hubiera sido un án im em en te aceptada por la hum anidad, pocas esperanzas podríam os alentar frente al futuro. Un m un do así, reducido a sus m an ifestacion es m ás evid en t es y a su s m ecan ism os m ás ú t iles sólo p r om et e la m uerte del espíritu hum ano. El extravío de la hum anidad en u n or b e d e cosa s sin sen t id o, d e m a t er ia sin sign ifica d o trascendental, la confusión de todos los valores y la pérdida d e tod os los p r op ósitos. El u n iver so d esacr alizad o en qu e vivim os h oy, el que n os describe el periodism o, el que n os vende la publicidad, el que nos ofrece el turism o; ese universo e xp lo r a d o p o r la cie n cia , m a n ip u la d o p o r la t é cn ica , t r a n s fo r m a d o p o r la in d u s t r ia , s e va ca m b ia n d o gr adualm en te en un r ein o de escom br os don de sobr a toda

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r eligión , d on d e sobr a t od a filosofía, d o n d e s o b r a t o d a p o e s ía ; un m undo vertiginoso y evanescente donde todo es desech able, in cluidos los seres h um an os, don de los sign ificados posibles de toda cosa se reducen a un único significado: su utilidad (1994: 27).

Este am biente es captado con crudeza y em oción por Carranza a lo largo de su vida y de su obra y expresado hasta en el título de algunos de sus libros: Tengo m iedo; H ola soledad; Maneras de desam or... La obra poética de María Mercedes Carranza es m últiple y variada, casi todos los tem as o preocupaciones vitales pasan por ella. La vida com o una pesadilla se repite en sus poem as. Desd e el ca n t o a los h a d os q u e ya leím os, p a sa n d o p or “Maldición”, con la que la poeta afirm a que se ha de encontrar a través de los siglos, de los planetas, de los m uertos... Pero quizás es en los versos de “El oficio de vivir” en los que m ás claram ente este sentim iento se m anifiesta: He aquí que llego a la vejez y nadie ni nada m e ha podido decir para qué sirvo. Sum e usted oficios, vocaciones, m isiones y predestinaciones: la cosa no es conm igo. [...] Ensayo profesiones que van desde cocinera, m adre y poeta hasta contabilista de estrellas. De repente quisiera ser cebolla para olvidar obligaciones o árbol, para cum plir con todas ellas. [...] Sirvo para oficios desuetos: Espíritu Santo, dam a de com pañía, Estatua

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de la Libertad, Archipreste de Hita. No sirvo para nada. La escritora se define por su vocación poética... y el yo lírico, en el m undo en que habita y habitam os, no tiene una clara y pr ecisa u bicación . Por eso el sen tim ien to de in u tilidad, de desam paro, no hay profesión o m isión que la acoja, que le dé sen tido, que la h aga útil. En esa búsqueda, la subjetividad poética se com pr en de desde pr ism a diver sos y cer can os al absurdo: Espíritu Santo / Archipreste de Hita... No im porta lo lejan o a la razón dom in an te que se en cuen tre el rol que esa subjetividad sabe o puede asum ir... lo im portan te es la búsqueda, un a búsqueda sin respuesta n i n orte, que coloca a la poeta fuera de cam po, en el ám bito de lo que está desueto, de lo que ya no se com prende ni im porta. Es im portante anotar la ironía con la que asum e esta incom odidad. La voz poética se distancia de cualquier sentim iento trágico o cualquier intento de producir com pasión, en su lugar instaura un hum or corrosivo que cierra cualquier puerta posible de salida. Introduce en el discurso una am bivalencia de sentim ien tos y ver dades qu e lleva a pr egu n tar se por la sín tesis definitiva de lo que se dice, síntesis que la ironía m ism a im pide hacer... Esa pregunta perm anece abierta. Otro de los dolores explícitos y repetidos de distinta form a en la poesía de Carranza es la constante herida del am or y el desam or. Este eje, presente en todos sus libros, grita directam en te desde el título de su “Poem a del desam or”. En él, el desam or es catalogado com o un a hora , un a h or a que h ace p r esen te lo p asad o: los h u ecos, las p alabr as sin d ecir , los sen tim ien tos sin expresar. Esa hora se califica com o sucia y com o m ezquino el olvido que com porta. Pero de nuevo hay un poem a cuyo núcleo expresa con fuerza y con tun den cia estos cam in os a los que parece que el am or con du ce in exor ablem en te: “Balan ce fin al”, del libr o Ten g o m iedo:

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Sobre la cam a de sábanas destendidas un segundo del tiem po que les fue dado se encontraron m ás allá de la piel. Por u n in s tan te el m undo fue exacto y bondadoso y la vida algo m ás que una historia desolada. Luego y antes y ahora y para siem pre todo fue un juego de espejos enem igos: sólo hubo rechazos, cuerpos solitarios, m al aliento, ilusiones no com partidas, cartas banales, gestos rutinarios y un paciente velar el cadáver de aquel instante. En este texto nos enfrentam os con la distancia y el hum or destructor de cualquier m ito, nos encontram os de nuevo con la lucidez im placable que im pide la intención o la posibilidad del engaño. El recuento de los desam ores y desencuentros es contundente: desde lo no com partido y las m últiples reservas hasta el m al aliento de las m añanas... y la conclusión inapelable, que poéticam ente se nos dice en una frase: p acie n te ve lar e l cad áve r d e aqu e l in s tan te . Esta realidad de las relaciones hom bre/ m ujer nos la plantea otra m ujer con la m ism a agudeza y claridad, pero desde una visión antropológica: Lo qu e sor p r en d e es qu e con t in u em os con las m ism as expectativas, que sigam os esperan do lo m ism o del am or, a pesar de com probar en la realidad social y hum an a que n o corresponde a su naturaleza. No nos sirven las experiencias, la s viven cia s, los t est im on ios, lo q u e vem os, p a lp a m os y ver ifica m os. No! Tor p e y t er ca m en t e con t in u a m os en soñ an do y for zan do el m un do de la im agin ación par a que lo q u e sen t im os en u n m om en t o d a d o, se a ju st e a n u est r a s expectativas d el am or . Cam biam os la/ el su jeto d e n u estr o a m o r , p e r o s o s t e n e m o s e l m is m o p a t r ó n d e r e fe r e n cia (Lon d oñ o, 1997: 31).

De a m or y d esa m or y ot r os p oem a s es u n a r eflexión dram ática sobre las lides del am or, unido indisolublem ente en

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su exp er ien cia al d esam or qu e se in stau r a a con tin u ación dem asiado rápidam ente. En la evocación de una poeta, que no es lo m ism o que una clase de análisis literario, es m uy poco lo que se puede decir, porque no resulta pertinente sustituir en ningún caso su palabra. La poesía no puede ser nom brada m ás que por ella m ism a, com o nos dice Yuri Lotm an: El d iscu r so p oét ico r ep r esen t a u n a est r u ct u r a d e gr an co m p le jid a d . Ap a r e ce co m o co n s id e r a b le m e n t e m á s com plicado respecto a la len gua n atural. Y si el volum en de inform ación contenido en el discurso poético (en verso o en pr osa, en este caso n o tien e im por tan cia) y en el d iscu r so usual fuese idén tico, el discurso poético perdería el derecho a existir, y sin lugar a dudas desaparecería. Pero la cuestión s e p la n t e a d e u n m o d o m u y d ife r e n t e : la co m p lica d a estructura artística, creada con los m ateriales de la len gua, p er m it e t r a n sm it ir u n volu m en d e in for m a ción com p let a m en t e in a ccesib le p a r a su t r a n sm isión , m ed ia n t e u n a estructura elem ental propiam ente lingüística (Lotam n, 1978 : 2 1).

Carran za tien e un a capacidad asom brosa para tran sm itir los ires y venires del am or, de la revolución y estragos que causa en nuestras vidas. Por ello prefiero transcribir íntegram ente su oda al am or, ejem plo claro de esa con cen tración estética y em ocional de inform ación: Od a al am o r Una tarde que ya nunca olvidarás llega a tu casa y se sienta a la m esa. Poco a poco tendrá un lugar en cada habitación, en las paredes y los m uebles, estarán sus huellas, destenderá tu cam a y ahuecará la alm ohada. Los libros de la biblioteca, precioso tejido de años, se acom odarán a su gusto y sem ejanza, cam biarán de lugar las fotos antiguas.

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Otros ojos m irarán tus costum bres, tu ir y venir entre paredes y abrazos y serán distintos los ruidos cotidianos y los olores. Cualquier tarde que ya nunca olvidarás el que desbarató tu casa y habitó tus cosas saldrá por la puerta sin decir adiós. Deberás com enzar a hacer de nuevo la casa, reacom odar los m uebles, lim piar las paredes, cam biar las cerraduras, rom per retratos, barrerlo todo y seguir viviendo. La poesía, en últim as, lo es cuando logra conectarse quien la lee en un lugar m uy íntim o de su vida y de su corazón... y este cam ino del am or, captado por las palabras de la oda, es la experien cia repetida de hom bres y m ujeres desde siem pre y por siem pre. La soledad, som bra perenne en el cam ino de poetas, artistas y otros com bos cercanos, aparece repetidam ente com o com pañera de ruta de María Mercedes Carranza. Es un tem a que vuelve, que se repite y resuena en cada desam or, en cada locura y aislam ien to. En “Situacion es”, la voz qu e apar en tem en te describe n os dice: “Un a m ujer cam in a sin rum bo / h oras y horas por la ciudad. Sin ver, m ira caras, edificios, el suelo. Al final de la calle encuentra un teléfono. Llam a, en la habitación desierta, n ad ie co n te s ta ”. En “Sobran las palabras” erradica, condenándolas a la hoguera y a la horca, palabras com o am or, am istad , solid ar id ad , fr ater n id ad ... Y ese YO se en cu en tr a repetidam ente consigo m ism o, en una relación que no sólo no acom paña, sino que m aldice y repite hasta el final de los tiem pos el suplicio. Llegando al térm ino de nuestro recorrido, no porque no haya m ás p oet as sin o p or qu e en algú n m om en t o t en íam os qu e acabar, se hace difícil escoger entre los nom bres m ás recientes de la escritura fem enina en Latinoam érica… Aquí y allá crece la voz de las m ujeres que expresan su existencia por m edio del trabajo poético: Coral Brancho, Agustina Roca, Piedad Bonnett,

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Ir en e Gr uss, Wen dy Guer r a… ¿A quién dejar por fuer a… a quién escoger, cuando todas ellas están realizando una labor escritural bastante seria, que contribuye a form ar una tradición fuerte de m ujeres poetas? Tradición con la que se encontrarán en el futuro las voces líricas fem en in as. El tipo de an tología que realizo, sin em bargo, exige esa escogencia. Me voy a detener entonces en este últim o tram o en una voz que, en m i opinión, logra auton om ía y m adurez en este pan oram a plural: la de Verón ica Volkow, cuya exten sa obra con stituye un un iverso abierto y en proceso, sí, pero suficientem ente acabado com o para perm itir una lectura de conjunto. Verón ica Volkow n ace en Ciudad de Méjico, en 1955. Se form a en m atem áticas y desde m uy joven dedica su vida al m undo de las letras: traductora, ensayista y poeta. Sus obras son : La Sibila de Cum as, publicada a sus 19 añ os en 1974. Litoral de tinta (1979); El Inicio (198 3); Graciela Iturbide, los disfraces (198 4); Diario de Sudáfrica (198 8 ); Los cam in os (1989); Arcanos (1996); Oro del viento (20 0 3) y La noche viuda (20 0 4). Sus libros se m ueven entre la versificación y los textos en prosa, atravesados siem pre por una línea poética que define el horizonte en esta perspectiva. Volkow utiliza generalm ente un verso sencillo, ágil, ligero, cu ya m u sicalid ad h alon a n u estr a lectu r a en for m a r áp id a, rapidez que es necesario contrastar con el volver reiteradam ente a los textos para beber en ellos su profundidad. Su trabajo es una y otra vez una reflexión cíclica sobre la práctica de escribir, sobre sus posibilidades y su horizonte. Ella m ism a nos da las claves para nuestro acercam iento, com o leem os en su últim a obra: Marzo 9 Qu izá s la es cr it u r a es com o cos er h er id a s , a ju s t a r s e cicatr ices in ven tad as fr en te a los boqu etes d e som br a qu e nos com en. Queda la tenue tinta de línea en el abism o, y con ella nos guiam os, nos tejem os ansiosam ente, nos sustentam os y com p r obam os qu e sí exist im os. H ay u n a cu er d a d e lu z con tra la som bra.

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El olvid o n os can cela a n osotr os ju n to con lo olvid ad o. Nosotros som os ya tam bién lo olvidado. Las palabras con llevan, m ás que una form a de recordar, una form a de resurgir de la m uerte del olvido vivos (20 0 4: 14).

En estos dos párrafos de uno de sus Diarios, inserto en La n oche v iu d a , en con tr am os la m ás p r ofu n d a qu izás d e su s preocupaciones/ obsesiones: el tiem po, esa som bra oscura que nos acecha y que lo arrasa todo… la escritura com o posibilidad de hacernos, de construirnos… la escritura com o posibilidad de perpetuarnos y, en esta m edida, de salvarnos. Leer a Verónica Volkow es enfrentarse a un intento repetido, fragm entado, en ocasiones casi-desesperado, de entenderse y construirse a sí m ism a. Su poesía, antes que canto a algunos m otivos que siem pre regresan: el am or, el cuerpo, el paisaje, la m em oria…es la huella de una construcción yoica que se escapa, que vislum bram os y se oscurece… que es necesario retom ar. Su voz encarna la voz fem enina descrita por Cixous: […] Es tam bién lan zarse, ese desparram am ien to del que nada vuelve. Exclam ación, grito, ahogo, aullido, tos, vóm ito, m úsica […] Así escribe, com o se lanza la voz, hacia adelante, en el vacío. Se aleja, avanza, no vuelve sus pasos para exam inarlos. No se m ira. Carrera peligrosa. Al contrario del narcisism o m asculino, preocupado por afirm ar su im agen, por ser m irado, por verse, por juntar sus fragm entos, por em bolsárselos. Mirada que repone, m irada siem pre dividida invertida, econom ía del espejo, es preciso que se am e. Pero ella se lanza: busca am ar (1995: 57).

En sus textos nos encontram os con retazos de la construcción de su subjetividad en m edio de acercam ientos y búsquedas fr agm en tad as, com o cor r esp on d e al m u n d o d e la p ostm odernidad. De las poetas visitadas, Volkow es la m ás nítidam ente posm oderna. Un YO que, en m edio del fragm ento, se sueña y se desea en com unión profunda con la verdad últim a, con la sim plicidad que ha caracterizado siem pre a los grandes hom bres y m ujeres. Leam os su poem a “Petición”:

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Dam e la hum ildad del ala y de lo leve, de lo que pasa suave y suelta el ancla, la despedida ingrávida, y el abandono al vuelo, la cicatriz que avanza com o ala en su desierto. Dam e la hum ildad del alm a sin cuerpo y ya sin cosas. Ser la poesía y su luz, tan sólo la poesía… Dam e la hum ildad que suelte las cadenas, la verdad que desnuda el polvo, el hueso que m e fraguan… Déjam e andar sin equipaje, leve, abierta al horizonte (20 0 3: 11). Descubrim os una búsqueda espiritual despojada de escuelas en boga, de n arcisism os a ultran za, tan com ún en los y las poetas. Un enfrentam iento al desnudo con un cam ino deseado, procurado, que se expresa en esa Petición, que se puede entender com o proyecto de vida, com o form ulación de deseos profundos. Quizás lo que m ás define a Verónica Volkow com o m ujer y com o poeta es su relación -cuasi in tran sitiva- con el verbo e s cr ib ir . Esta relación se hace explícita a lo largo de su obra y señala m arcas por las que discurre la construcción de su yo al interior de la lírica. Con esa flexibilidad que la caracteriza, en Escultura en blanco establece isotopías entre el arte en general, la poesía, su vida… Blanca geografía en el papel, ya in m in en te. Estoy naciendo naciéndom e lenta y suave sobre la hoja,

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com o un volum en virtual, o un paisaje enterrado… Una rosa de papel, la escritura, con su hondura oscura y su fragancia, que es una voz tan m uda y m ía en las palabras de otro. Una escultura en blanco el papel que el lector devela am arrada rosa que se abre, invisible obsequio: soy en otro (20 0 7: 114). La m ujer va sien do, en la m edida en que la escultura se acaba y la página en blanco es re-visitada por la poeta. En ese hacerse, decirse, definirse, el yo se descom pone y la escr itu r a r ecoge, h ace m em or ia. H ay u n ju ego d e esp ejos: m ientras un yo lírico VIVE, el otro yo, que observa, refleja lo vivido en los trazos de papel: Mien tras yo avan zo hay otra que sigue m i pie y copia m is m ovim ientos com o una som bra, u n a qu e abre la p u e rta p o r la qu e ya h e s alid o , otra que am anece ayer, otra que nace y otra que llora. Hay un m om ento en que m e estoy enam orando siem pre y en que pierdo el am or, m om en to sucesivo: circulación de una película invariable, agua cincelada qu e ya n o s e d e rram a. Otra siem pre calza la huella de m i pie y otra a su vez hay que calza su huella (p. 40 ).

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La im agen se construye con la fuerza de quien quiere reunir en un pequeño texto todo el quehacer poético: los sentim ientos que han habitado por siem pre a aquellos/ as que se angustian ante el paso del tiem po, ante el correr de la vida im parable y luchan contra ello, desde el papel y el lápiz. Poesía que logra recoger y fijar el agua derram ada. Quien vive la poesía se entrega a ella para llenar o al m enos m itigar el deseo de trascen den cia que lo h abita. La vida se convierte entonces en un ir y venir de la vivencia a la palabra. María Zam brano lo traduce m ejor: La p oesía qu ier e liber t ad p ar a volver at r ás, p ar a r ein tegrarse al sen o de don de saliera: q u ie re la co n cie n cia y e l s a be r p a ra p re cis a r lo e n tre vis to . Por eso es m elancolía. Melan colía que borra en seguida la an gustia. El poeta no vive propiam ente en la angustia sino en la m elancolía…. Y q u e d a la p o e s ía liga d a a s u s u e ñ o p r im e r o p o r la m elan colía, m elan colía qu e h ace volver en su bu sca, p ar a precisarlo, para realizarlo. La poesía busca realizar la inocencia , t r a n sfor m a r la en vid a y con cien cia : en p a la b r a , e n e te rn id a d (20 0 1: 97). 13

El p oem a “La m em or ia 2 , q u e a ca b a m os d e leer , es la expresión m ism a de ese constante volver atrás para fijar, para lograr la eternidad. La poesía de Verónica Volkow da vueltas en su laberinto, horadando hacia el fondo en un intento —logrado unas veces, m enos conseguido en otras— de atrapar y plasm ar en la im agen y en el litoral de tinta esa eternidad latente que se fuga siem pre hacia adelante. En ese sentido, la vida es un periplo de búsqueda inacabada, búsqueda que en ocasiones encuentra, en otras no. Una voz que constantem ente ilum ina sentidos:

13 E n lu z n o h a y s o m b r a . De m á s a llá d e m í q u is ie r a a m a r t e y e s t a r e n t i e n la lib e r t a d cu a n d o t e e n cu e n t r e s e n la r a zó n q u e e s m a gia y t e d e ve la p r o fu n d o m u y p r o fu n d o .

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El círcu lo Soy com o el círculo, m e dijo, no tengo ningún sitio realm ente, no sé estar pero dibujo los cam inos. Com o hecho de tiem po, hecho sin m í, soy casi transparente y tengo que estar continuam ente m uriéndom e. […] Com o la libertad yo vivo sin futuro, com o la libertad vivo sin m iedo… […] y se puede vivir así, sin nada, realm ente, se puede nacer en cualquier sitio, se puede vivir del instante (20 0 3: 138).

El círculo, im agen elegida por la poeta, es el eterno recom en zar, el siem pre volver… Es lo que n os en trega Verón ica Volkow: una conciencia lúcida de ese laberinto que nos ofrece un centro, una clave, pero en el que nos perdem os irrem ediablem ente si no trascendem os cada oportunidad… una escritura com o posibilidad ún ica de reden ción , de etern idad. Volkow pasea por la vida su ojo poético y descubre aquí y allá fulgores lum inosos que colorean el m undo con rayos de un hogar añor ad o… Per t en ece a u n a gen er ación en la cu al los su eñ os, utopías, deseos trascendentes tienen poca cabida.

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II. S ELECCIÓN D E P OEMAS

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MARÍA EU GEN IA VAZ FERREIRA Can to ve rbal A ti, palabra m i suprem a idea, tiende sus alas la esperanza m ía águila errante del desierto hum ano sin altas cum bres donde reposar el tedio de las rutas infinitas... Tiende sus alas com o a excelsa fuente pródiga de belleza y de arm onía; quiere beber en tu copa de oro, quiere bañarse en el agua sonante, m udable en sus ritm os, diversa en sus glosas y cuyo oleaje ya sacudido por vértigos fecundos o m elodioso de serenidad... A ti, palabra que tienes la m agia de sabiam ente transm utar tu form a y ajustarla a la loca trashum ancia de la m aravillosa ánim a viva.... Oh profunda, variante y fugaz, que floreces en vetas lum inosas perfum adas de esencia espiritual... Án fora de caudalosas perlas en m urm urio, de blancas nieves y de rojas flam as. Án fora de tem pestades y constelaciones, de suaves lluvias y silbantes rachas... Án fora de sonoras cadencias, de crujiente espum a, cascabel m arino, de m ísticas hostias y de m iel pagana... No hay un tesoro que supere al tuyo en abundancia de oportunas galas

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para quim eras y revelaciones, grandes historias y leyendas m agnas no hay un tesoro que supere al tuyo, vertiginoso para la elocuencia, inagotable para la ilusión, lírico para el num en rom ancesco y m usical para el divino am or... Por tu vocero el invisible espíritu se glorifica en vividas ofrendas, su lira tañen las carnales fibras y el corazón henchido se desborda en sublim es poem as... Por ti sobre el bronce triunfal de los escudos brotaron rosas trágicas, cuyo fragante olor de sangre noble blasonó las estirpes y las razas. Por ti en las verdes pupilas de las fieras las som bras de los ím petus salvajes se trocaron en. húm edas estrellas. Por ti se abrió de m uchas rocas duras el regazo feraz en el dulce licor de sus vertientes se confortó la esperanza m ortal. Yo no sé en qué fantástica m ateria al escultor de la progenie hum ana le plugo m odelar la estatua m ía, que no ablanda la luz de las auroras ni el oscuro crepúsculo m archita; pero si alguna vez m i corazón abre a la vida su raudal interno, sí se doran m is áridas llanuras y se pueblan de esquifes m is océanos, si se viste de estelas fulgurantes la. nebulosa noche de m is piélagos

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y las alas sin sol de m is pendones en raudas ondas flotan a los vientos, si gorjean m is pájaros será cuando en la entraña de un sacro silencio sobre la losa de m i tum ba viva choque su llam a tu rayo de fuego.

El ataú d flo tan te Mí esperanza, yo sé que tú estás m uerta. No tienes de los vivos m ás que la instable fluctuación perpetua; no sé si un tiem po vigorosa fuiste, ahora, estás m uerta. Te han roído quién sabe qué larvas m etafísicas que hicieron entre tu dulce carne su cosecha. En van o el m ágico abanico de tus alas con irisadas ráfagas m e orea soltando al aire turbadoras chispas. Yo sé que tú eres de esas que vuelven redivivas en la noche a decir otra vez su últim a verba... Ya te he visto venir blanca y piadosa com o un santo espíritu sobre el vaivén de las m arinas ondas; te he visto en el fulgor de las estrellas, y hasta los bordes de m i quieta planta danzan tus llam as en festivas rondas. Pero si al interior vuelvo los ojos Veo la som bra de tu m ancha negra, m iro tu nebulosa en el vacío dar poco a poco su visión suspensa; sin el m iraje de los fueros fatuos

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veo la som bra de tu m ancha negra. No llores porque sé los ojos m íos saben vivir en lontananzas huecas; m íralos secos y tranquilos; m árchate y el flotante ataúd reposar deja hasta que junto a ti tam bién tendida nos abracem os com o herm anas buenas y otra vez enlazadas nos durm am os en el sepulcro vivo de la tierra.

Ele gía cre p u s cu lar Viento suave del crepúsculo, viento de las leves alas, azulm ente silenciosas y azulm ente solitarias, an ón im o pasajero fugaz en todas las patrias, en las m isteriosas selvas y en las grutas oceánicas, viento suave del crepúsculo, viento de las leves alas... Tu roce sobre m i frente tiene la m ism a eficacia de la luna entre las ruinas, de los óleos en las llagas y de las claves que aflojan el cordaje de las arpas... Tu fresco soplo serena la exaltación de m i alm a fosca de llam ar sin nom bre y esperar sin esperanza por haber nacido póstum a dentro de su propia lápida... Viento suave del crepúsculo

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que cruzas sin decir nada el transitorio paréntesis suspenso en la som bra vaga, cuando enm udecen las cosas o todavía no cantan, cuando de los rojos soles palidecieron las flam as y las nocturnas estrellas están todavía pálidas... Si yo supiera estar triste yo m e desharía en lágrim as para que así m e bebieran las caricias de tus ráfagas ¡Qué lindo renunciam iento! ¡Qué liberación beata! Viento suave del crepúsculo si tus brisas m e acabaran, azulm ente silenciosas y azulm ente solitarias, viento suave del crepúsculo, viento de las leves alas.

H acia la n o ch e Oh noche, yo tendría una palm a futura, desplegada sobre el gran desierto, si tú m e das por una sola noche tu corazón de terciopelo negro, y yo, al com pás de su m orena sangre, canto con las ondas beatas el sacro silencio. Mi canto será vivo sólo por el deseo de serenar la cuotidiana angustia...

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Oh noche, yo te quiero sin el fulgor de lum inosos astros, sin m arinos clam ores y sin la voz que finge en los cráneos sonoros el rum or de los vientos. Oh dulce noche m ía, oh dulce noche! Aunque el glorioso pájaro del alba. rom pa después m i lapidario ensueño, un polvo de inquietud arda en m is ojos, y m e seas de nuevo sólo una palm a antigua, replegada sobre el gran desierto.

H e ro ica Yo quiero un vencedor de toda cosa, invulnerable, universal, sapiente, inaccesible y único. En cuya grácil m an o se quebrante el acero, el oro se diluya y el bronce en que se funden las corazas, el sólido granito de los m uros, las rocas y las piedras los troncos y los m árm oles com o la arcilla m odelables sean, A cuyo pie sin valla y sin obstáculo las m urallas am en güen , se nivelen los pozos, las colum nas se trunquen y se abran de par en par los pórticos. Que posea la copa de sus labios

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el licor de la vida, el virus de la m uerte, la m iel de la esperanza, las beatas obleas del olvido, y del divino am or las hostias sacras. Que al erótico influjo de sus ojos se em pañen los cristales, la nieve se calcine, se com bustione el seno virginal de las selvas y se em penache con ardientes ascuas el corazón de la rebelde fém ina. Que al rayar de su testa ilum inada resbalen de las frentes las m ás bellas coronas, los lábaros se borren, repliegue sus insignias la faz del estandarte y vacilen los sím bolos ilustres sobre sus pedestales. Yo quiero un vencedor de toda cosa, dom ador de serpientes, encendedor de astros transponedor de abism os... Y que rom pa una cósm ica fonía com o el derrum be de una inm ensa torre con sus cien m il alm enas de cristales quebrados en la bóveda infinita, cuando el gran vencedor doble y deponga cabe m i planta sus rodillas ínclitas.

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D ELM IR A AGU S TIN I

Mis am o re s H oy han vuelto. Por todos los senderos de la noche han venido A llorar en m i lecho. ¡Fueron tantos, son tantos! Yo no sé cuáles viven, yo no sé cuál ha m uerto. Me lloraré a m i m ism a para llorarlos todos. la noche bebe el llanto com o un pañuelo negro. Hay cabezas doradas al sol, com o m aduras... Hay cabezas tocadas de som bra y de m isterio, cabezas coronadas de una espina invisible, cabezas que sonrosa la rosa del ensueño, cabezas que se doblan a cojines de abism o, cabezas qui quisieran descansa en el cielo, algunas que no alcanzan a oler a prim avera, y m uchas que trascienden a flores del invierno. Todas esas cabezas m e duelen com o llagas... Me duelen com o m uertos... ¡Ah!... y los ojos... los ojos m e duelen m ás: ¡son dobles!... Indefinidos, verdes, grises, azules, negros, abrasan si fulguran; Son caricia, dolor, constelación, infierno. Sobre toda su luz, sobre todas sus llam as, se ilum inó m i alm a y se tem pló m i cuerpo. Ellos m e dieron sed de todas esas bocas... De todas esas bocas que florecen m i lecho: vasos rojos o palitos de m iel o de am rura, con lises de arm onía o rosas de silencio de todos estos vasos donde bebí la vida, de todos estos vasos donde la m uerte bebo... El jardín de sus bocas venenosos, em briagante,

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en donde respiraba sus alm as y sus cuerpos, hum edecido en lágrim as ha cercado m i lecho... Y las m anos, las m anos colm adas de destinos secretos y alhajadas de anillos de m isterio... Hay m anos que nacieron con guantes de caricia, m anos que están colm adas de la flor del deseo, m anos en que se siente un puñal nunca visto, m anos en que se ve un intangible centro; pálidas o m orenas, voluptuosas o fuertes, en todas, todas ellas puede engarzar un sueño. Con tristeza de alm as, se doblegan los cuerpos, sin velos, santam ente vestidos de deseo. Im anes de m is brazos, panales de m i entraña, com o a invisible abism o se inclinan en m i lecho... ¡Ah, entre todas las m anos yo he buscado tus m anos! Tu boca entre la bocas, tu cuerpo entre los cuerpos, de todas las cabezas yo quiero tu cabeza, de todos esos ojos, tus ojos sólos quiero. Tú eres el m ás triste, por ser el m ás querido, tú has llegado el prim ero por venir de m ás lejos... ¡ Ah, la cabeza oscura que no he tocao nunca y las pupilas claras que m iré tanto tiem po! Las orejas que ahondam os la tarde y yo inconscientes, la palidez extraña que doblé sin saberlo, ven a m í: m ente a m ente; ven a m í: cuerpo a cuerpo. Tú m e dirás qué has hecho de m i prim er suspiro, tú m e dirás qué has hecho del sueño de aquel beso... m e dirás si lloraste cuando te dejé solo... ¡Y m e dirás si has m uerto!... Si has m uerto, m i pena enlutará la alcoba plenam ente,

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y estrecharé tus hom bros hasta apagar m i cuerpo. Y en el silencio ahondado de tiniebla, y en la tiniebla ahondado de silencio, nos velará llorando, llorando hasta m orirse, nuestro hijo: el recuerdo.

( Sin títu lo :) Yo, la estatua de m árm ol con cabeza de fuego apagando m is sienes en frío y blanco ruedo... Engarzad en un gesto de palm era o de astro vuestro cuerpo, esa hipnótica alhaja de alabastro, tallada a besos puros y bruñida en la edad; sereno, tal habiendo la luna por coraza; blanco, m ás que si fuerais la espum a de la Raza, y desde el tabernáculo de vuestra castidad elevad a m í lises hondos de vuestra alm a; m i som bra besará vuestro m anto de calm a, que creciendo, creciendo, m e envolverá con vos. Luego será m i carne en la vuestra perdida...; luego será m i alm a en la vuestra diluída...; luego será la gloria ...y serem os un dios. - Am or de blanco y frío, am or de estatuas, lirios, astros, dioses..., ¡Tú m e lo des, Dios m ío!.

Fie ra d e am o r Fiera de am or, yo sufro ham bre de corazones. De palom os, de buitres, de corzos o leones, No hay m anjar que m ás tiente, no hay m ás grato sabor, Había ya estragado m is garras y m i instinto, Cuando erguida en la casi ultratierra de un plinto,

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Me dislum bró una estatua de antiguo em perador. Y crecí de entusiasm o; por el tronco de piedra Ascendió m i deseo coo fulm ínea hiedra Hasta el pecho, nutrido en nieve al placer; Y clam é al im posible corazón... la escultura Su gloria custodiaba serenísim a y pura, Con la frente en Mañana y la planta en Ayer. Perenne m i deseo, en el tronco de piedra Ha quedado prendido com o sangrienta hiedra; Y desde entonces m uerdo soñando un corazón De estatua, presa sum a para m i garra bella; No es ni carne ni m árm ol: una pasta de estrella Sin sangre, sin calor y sin palpitación... Con la esencia de una sobrehum ana pasión!

Ple ga ria —Eros: acaso no sentiste nunca Piedad de las estatuas? Se dirían crisálidas de piedra De yo no sé qué form idable raza En una eterna espera inenarrable. Los cráteres dorm idos de sus bocas Dan la ceniza negra del Silencio, Mana de las colum nas de sus bocas La m ortaja copiosa de la Calm a, Y fluye de sus órbitas la noche; Víctim as del Futuro o del Misterio En capullos terribles y m agníficos Esperan a la Vida o a la Muerte. Eros: acaso no sentiste nunca piedad de las estatuas? Piedad para las vidas Que no doran a fuego tus bonanzas Ni riegan o desgajan tus torm entas;

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Piedad para los cuerpos revestidos Del arm inio solem ne de la Calm a Y las frentes en luz que sobrellevan Grandes lírios m arm óreos de pureza, Pesados y glaciales com o tém panos; Piedad para las m anos enguantadas De hielo, que no arrancan Los frutos deleitosos de la Carne Ni las flores fantásticas del alm a; Piedad para los ojos que aletean Espirituales párpados: Escam as de m isterio, Negros telones de visiones rosas... ¡Nunca ven nada por m irar tan lejos! Piedad para las pulcras cabelleras “Místicas aureolas” Peinadas com o lagos Que nunca airea el abanico negro, Negro y enorm e de la tem pestad; Piedad para los ínclitos espíritus Tallados en diam ante, Altos, claros, extáticos Pararrayos de cúpulas m orales; Piedad para los labios com e engarces Celestes donde fulge Invisible la perla de la Hostia; labios que nunca fueron, que no apresaron nunca un vam piro de fuego con m ás sed y m ás ham bre que un abism o. Piedad para los sexos sacrosantos Que acoraza de un a Hoja de viña astral la Castidad; Piedad para las plantas inm antadas La eternidad que arrastran Por el eterno azur

Po et a s la t in o a m er ica n a s

Las sandalias quem antes de sus llagas: Piedad, piedad, piedad Para todas las vidas que defiende De tus m aravillosas intem peries El m irador inhiesto del Orgullo: Apúntales tus soles o tus rayos! Eros: acaso no sentiste nunca piedad de las estatuas?...

El cis n e Pupila azul de m i parque Es el sensitivo espejo De un lago claro, m uy claro!... Tan claro que a veces creo Que en su cristalina página Se im prim e m i pensam iento. Flor del aire, flor del agua, Alm a del lago es un cisne Con dos pupilas hum anas, Grave y gentil com o un príncipe; Alas lirio, rem os rosa... Pico en fuego, cullo triste Y orgulloso, y la blancura Y la suavidad de un cisne... El ave cándida y grave Tiene un m aléfico encanto; -Clavel vestido de lirio, Trasciende a llam a y m ilsgro!... Sus alas blancas m e turban Com o dos cálidos brazos; Nigunos labios ardieron Com o su pico en m is m anos; Niguna testa ha caído Tan lánguida en m i regazo;

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Nin gun a carn e tan viva He padecido o gozado: Viborean en sus venas Filtros dos veces hum anos! Del rubí de la lujuria Su testa está coronada: Y va arrastrando el deseo En una cauda rosada... Agua le doy en m is m anos Y él parece beber fuego, Y yo parezco ofrecerle Todo el vaso de m i cuerpo... Y vive tanto en m is sueños, Y ahonda tanto en m i carne, Que a veces pienso si el cisne Con sus dos alas fugaces, Sus raros ojos hum anos Y el rojo pico quem ante, Es solo un cosne en m i lago O es en m i vida un am ante... Al m argen del lago claro Y o le interrogo en silencio... Y el silencio es una rosa Sobre su pico de fuego... Pero en su carne m e habla Y yo en m i carne le entiendo. -Aveces ¡toda! soy alm a; Y a veces ¡toda! soy cuerpo.Hunde el pico en m i regazo Y queda com o m uerto... Y en la cristalina página, En el sensitivo espejo Del algo que algunas veces Refleja m i pensam iento, El cisne asusta de rojo, Y yo de blanca doy m iedo!

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ALFON S IN A S TOR N I

Tú m e qu ie re s blan ca Tú m e quieres alba, Me quieres de espum as, Me quieres de nácar. Que sea azucen a Sobre todas, casta. De perfum e tenue. Corola cerrada Ni un rayo de luna Filtrado m e haya. Ni un a m argarita Se diga m i herm ana. Tú m e quieres nívea, Tú m e quieres blanca, Tú m e quieres alba. Tú que hubiste todas Las copas a m ano, De frutos y m ieles Los labios m orados. Tú que en el banquete Cubierto de pám panos Dejaste las carnes Festejando a Baco. Tú que en los jardines Negros del Engaño Vestido de rojo Corriste al Estrago. Tú que el esqueleto Con servas in tacto

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No sé todavía Por cuáles m ilagros, Me pretendes blanca (Dios te lo perdone), Me pretendes casta (Dios te lo perdone), ¡Me pretendes alba! Huye hacia los bosques, Vete a la m ontaña; Lím piate la boca; Vive en las cabañas; Toca con las m anos La tierra m ojada; Alim enta el cuerpo Con raíz am arga; Bebe de las rocas; Duerm e sobre escarcha; Renueva tejidos Con salitre y agua; Habla con los pájaros Y lévate al alba. Y cuando las carnes Te sean tornadas, Y cuando hayas puesto En ellas el alm a Que por las alcobas Se quedó enredada, Entonces, buen hom bre, Preténdem e blanca, Preténdem e nívea, Preténdem e casta.

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Sábado Me levanté tem prano y anduve descalza Por los corredores: bajé a los jardines Y besé las plantas Absorbí los vahos lim pios de la tierra, Tirada en la gram a; Me bañé en la fuente que verdes achiras Circundan. Más tarde, m ojados de agua Peiné m is cabellos. Perfum é las m anos Con zum o oloroso de diam elas. Garzas Quisquillosas, finas, De m i falda hurtaron doradas m igajas. Luego puse traje de clarín m ás leve Que la m ism a gasa. De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo Mi sillón de paja. Fijos en la verja m is ojos quedaron, Fijos en la verja. El reloj m e dijo: diez de la m añana. Adentro un sonido de loza y cristales: Com edor en som bra; m anos que aprestaban Manteles. Afuera, sol com o no he visto Sobre el m árm ol blanco de la escalinata. Fijos en la verja siguieron m is ojos, Fijos. Te esperaba.

Alm a d e s n u d a Soy un alm a desnuda en estos versos, Alm a desnuda que angustiada y sola Va dejando sus pétalos dispersos. Alm a que puede ser una am apola,

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Que puede ser un lirio, una violeta, Un peñasco, una selva y una ola. Alm a que com o el viento vaga inquieta Y ruge cuando está sobre los m ares, Y duerm e dulcem ente en una grieta. Alm a que adora sobre sus altares, Dioses que no se bajan a cegarla; Alm a que no conoce valladares. Alm a que fuera fácil dom inarla Con sólo un corazón que se partiera Para en su sangre cálida regarla. Alm a que cuando está en la prim avera Dice al inviem o que dem ora: vuelve, Caiga tu nieve sobre la pradera. Alm a que cuando nieva se disuelve En tristezas, clam ando por las rosas Con que la prim avera nos envuelve. Alm a que a ratos suelta m ariposas A cam po abierto, sin fijar distancia, Y les dice libad sobre las cosas. Alm a que ha de m orir de una fragancia, De un suspiro, de un verso en que se ruega, Sin perder, a poderlo, su elegancia. Alm a que nada sabe y todo niega Y negando lo bueno el bien propicia Porque es negando com o m ás se entrega, Alm a que suele haber com o delicia

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Palpar las alm as, despreciar la huella, Y sentir en la m ano una caricia. Alm a que siem pre disconform e de ella, Com o los vientos vaga, corre y gira; Alm a que sangra y sin cesar delira Por ser el buque en m archa de la estrella.

D ate a vo lar Anda, date a volar, hazte una abeja, En el jardín florecen am apolas, Y el néctar fino colm a las corolas; Mañana el alm a tuya estará vieja. Anda, suelta a volar, hazte palom a, Recorre el bosque y picotea granos, Com e m igajas en distintas m anos La pulpa m uerde de fragante pom a. Anda, date a volar, sé golondrina, Busca la playa de los soles de oro, Gusta la prim avera y su tesoro, La prim avera es única y divina. Mueres de sed: no he de oprim irte tanto... Anda, cam ina por el m undo, sabe; Dispuesta sobre el m ar está tu nave: Date a bogar hacia el m ejor encanto. Corre, cam ina m ás, es poco aquéllo... Aún quedan cosas que tu m ano anhela, Corre, cam ina, gira, sube y vuela: Gústalo todo porque todo es bello.

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Echa a volar... m i am or no te detiene, ¡Cóm o te entiendo, Bien, cóm o te entiendo! Llore m i vida... el corazón se apene... Date a volar, Am or, yo te com prendo. Callada el alm a... el corazón partido, Suelto tus alas... ve... pero te espero. ¿Cóm o traerás el corazón, viajero? Tendré piedad de un corazón vencido. Para que tanta sed bebiendo cures Hay num erosas sendas para tí... Pero se hace la noche; no te apures... Todas traen a m í...

Un sol Mi corazón es com o un dios sin lengua, Mudo se está a la espera del m ilagro, He am ado m ucho, todo am or fue m agro, Que todo am or lo conocí con m engua. He am ado hasta llorar, hasta m orirm e. Am é hasta odiar, am é hasta la locura, Pero yo espero algún am or natura Capaz de renovarm e y redim irm e. Am or que fructifique m i desierto Y m e haga brotar ram as sensitivas, Soy una selva de raíces vivas, Sólo el follaje suele estarse m uerto. ¿En dónde está quien m i deseo alienta? ¿Me em pobreció a sus ojos el ram aje? Vulgar estorbo, pálido follaje

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Distinto al tronco fiel que lo alim enta. ¿En dónde está el espíritu som brío De cuya opacidad brote la llam a? Ah, si m is m undos con su am or inflam a Yo seré incontenible com o un río. ¿En dónde está el que con su am or m e envuelva? Ha de traer su gran verdad sabida... Hielo y m ás hielo recogí en la vida: Yo necesito un sol que m e disuelva.

Fre n te al m ar Oh m ar, enorm e m ar, corazón fiero De ritm o desigual, corazón m alo, Yo soy m ás blanda que ese pobre palo Que se pudre en tus ondas prisionero. Oh m ar, dam e tu cólera trem enda, Yo m e pasé la vida perdonando, Porque entendía, m ar, yo m e fui dando: “Piedad, piedad para el que m ás ofenda”. Vulgaridad, vulgaridad m e acosa. Ah, m e han com prado la ciudad y el hom bre. Hazm e tener tu cólera sin nom bre: Ya m e fatiga esta m isión de rosa. ¿Ves al vulgar? Ese vulgar m e apena, Me falta el aire y donde falta quedo, Quisiera no entender, pero no puedo: Es la vulgaridad que m e envenena. Me em pobrecí porque entender abrum a,

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Me em pobrecí porque entender sofoca, ¡Bendecida la fuerza de la roca! Yo tengo el corazón com o la espum a. Mar, yo soñaba ser com o tú eres, Allá en las tardes que la vida m ía Bajo las horas cálidas se abría... Ah, yo soñaba ser com o tú eres. Míram e aquí, pequeña, m iserable, Todo dolor m e vence, todo sueño; Mar, dam e, dam e el inefable em peño De tornarm e soberbia, inalcanzable. Dam e tu sal, tu yodo, tu fiereza, ¡Aire de m ar!... ¡Oh tem pestad, oh enojo! Desdichada de m í, soy un abrojo, Y m uero, m ar, sucum bo en m i pobreza. Y el alm a m ía es com o el m ar, es eso, Ah, la ciudad la pudre y equivoca Pequeña vida que dolor provoca, ¡Que pueda libertarm e de su peso! Vuele m i em peño, m i esperanza vuele... La vida m ía debió ser horrible, Debió ser una arteria incontenible Y apenas es cicatriz que siem pre duele.

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N ORAH LAN GE

Am an e ce r En el corazón de cada árbol se ha estrem ecido la m edianoche. La noche se desm enuza en lenta procesión de niebla. Todas las tardes term inan su cansancio. Los letreros lum inosos duerm en el asom bro de sus colores y anticipan la contem plación de cada pobre. En toda esquina vigila el sueño y es tu recuerdo la única pena que hum illa la altivez de las aceras. Lejos, el prim er m endigo, traiciona el portal donde ha dorm ido. Y la ciudad se abre com o una carta para decirnos la sorpresa de sus calles.

Calle He vuelto a la calle ahondada de esperas rezando ausencias que ya no serán m ás. Calle poblada de voces hum ildes, ¡cuán cerca la hora en que él m e querrá! Sobre la tierra sum isa de ocasos, pasaste a m i lado com o un m adrigal. Toda la dicha se estuvo en m is ojos, y fue leve cansancio la em oción de tu voz. Calle: m i verso pronto irá hacia ti honrado de em ociones, com o un abrazo que anticipa olvido y soledades.

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El s o l s e h abía caíd o El sol se había caído con las alas rotas sobre un Poniente. Tus ojos se llenaron de crepúsculos pálidos. Vino el vacío eterno de tu presencia y todas m is horas se llenaron de distancias. Tus lágrim as se deslizan por la pendiente de un recuerdo. El rosario de tus besos de tus huellas aguarda tus pasos. Vuelve. Acaso en tu ventana un verso m ío se desangra.

En e l cam in o En el cam ino hay un silencio de palabra im posible La tarde reza en erm ita de fuego Sobre el despoblado hacen penitencia las som bras Las estrellas colum pian la escalera por donde bajarán los ángeles a la tierra Mi vida se desangra gota a gota. La tarde es una sola lágrim a clara Cada som bra es un latido que nos besa Cerca, m ás cerca el corazón de la noche. El silencio doblega los instantes Cada hoja es una palabra m ás que dice la prim avera este año

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Para perpetuar la em oción cerró la noche la palabra que nacía.

En n u e s tro s labio s En nuestros labios quisieron enarbolarse com o ponientes los gritos. Luego, los horizontes se rom perán com o cuerdas y m i corazón vendrá a m í de nuevo. Mi corazón ¡tantas veces ido!

La e m o ció n La em oción tira de nuestras alm as. El corazón se nos abre para am ar m ejor. Sentim os todo el cielo latiendo en nuestras m anos. Una llovizna de recuerdo hum edece m i alm a. ¡Es tan dulce sentirse m orir por dentro poco a poco!

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EN RIQU ETA ARVELO LARRIVA

Lle gas Llegas. Tus ojos vienen firm es. Gallardos, con las arm as de los internos fuegos. Yo quiero ser sencilla com o el hilo sin perlas, ágil com o en la copa es la gota del borde. Yo quiero ser sencilla, pero tú m e com plicas alzándom e a una estrella trém ula e invisible. Yo quiero ser sencilla. Y m e colm o de quiebras, y soy un laberinto y m i clave se pierde. Quiero el ritm o sereno y m i inquietud florece. Y la flor indecisa, con hojas asustadas, desplom a tu firm eza. Y descanso en la fuga de tus ojos vencidos. Y soy ligera y sim ple, com o el hilo sin perlas; ágil com o la gota del borde.

Se ría la ad ve n e d iza Señor, no m e des ya la dicha. No sabría m anejarla y con ella iría cohibida com o un a n ueva rica. Déjam e ir tranquila, sin las cosas, fútiles para otros, que fueran tem pestades en m i vida. No m e des nada...

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Pero déjam e intuirlo todo. Deja sin aherrojar m i sentir, deja que lo glose m i voz. No m e hagas nueva rica de la ventura. Sería la advenediza sin elegancia. Ya no sé aprender nada y no quiero perder m i gracia y m i aplom o de desheredada.

De s tin o Un oscuro im pulso incendió m is bosques ¿Quién m e dejó sobre las cenizas? Andaba el viento sin encuentros. Em ergían ecos m udos no sem brados. Partieron el cielo pájaros sin nidos. El últim o polvo nubló la frontera. Inquieta y sum isa, m e quedé en m i voz.

Co n fe s ió n En pleno cam po asaltóm e el m iedo. Y m e inquietó el trino claro y el em boscado ruido. El sol en acción, la tendida som bra. La quietud del tronco, el estrem ecim iento de la ram a viva.

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Y corrí sin ley. Me llevaba el m iedo. Las cintas filosas de un cañal tupido m e hirieron el rostro. Corría de m iedo. Y nadie lo supo. Y m e avergüen zo.

Lín e as d e p rim e ra llu via Yo tenía sed de esta lluvia tendida y fuerte de estreno. Irrum pió en la m adrugada propicia com o sonante invasión revolucionaria. Y m e levanté tem prano, con calofrío delicioso, por ver caer el agua nueva sobre la tierra soflam ada. El chorro de la canal de la casa m e bañó con violencia graciosa. Mi sangre y m i alegría se rizaron bajo el agua desatada que calm aba la angustia de la tierra. He charlado del llover con los chiquillos vecinos. Me he sentido infantil el gesto. Sonó niña m i voz cuando detuvo el paso de los m uñecos vivos que pugnaban por m ojarse. Y de pronto el desconsuelo m e m uerde la carne estrem ecida del ánim o. Todos los días pasarán perdidos y lentos.

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Tú , e l m in ú s cu lo Pájaro pequeñísim o, que recién nacido m e dieron, cóm o m e causó asom bro ver en tu im plum e y breve cuerpo la vida, tan perfecta, que ya alzaba tus alas en ensayo del ensayo del vuelo. Mas fue m ayor m i asom bro cuando estuviste plenam ente quieto. Confunde ver la inm ensa m uerte entrar toda en un m ínim o cuerpo. Y aún m e diste otro asom bro: tú, el m inúsculo en la vida, crecías hasta parecerm e un gran m uerto. Caído en m i m ano, con sudario de luz de tarde, crecías ante m is ojos abiertos y m udos. Crecías en la nada com o si fueses por lo eterno.

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D U LCE MARÍA LOYN AZ

Tie rra ca n s a d a (Rom an ce pequeñ o) La tierra se va cansando, la rosa no huele a rosa. La tierra se va cansando de entibiar sem illas rotas, y el cansando de la tierra sube en la flor que deshoja el viento... Y allí, en el viento se queda... La m ariposa volará toda una tarde para reunir una gota de m iel... Ya no son las frutas tan dulces com o eran otras... Las canas enjutas hacen azúcar flojo... Y la poca uva, vino que no alegra... La rosa no huele a rosa. La tierra se va cansando de la raíz a las hojas, la tierra se va cansando. (Rosa, rosita de arom as..., la de la Virgen de Mayo, la de m i blanca corona... ¿Que viento la deshojo?) ¡Me duele el alm a de sola!... (La Virgen se qued6 arriba

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toda cubierta de rosas...) ¡No m e esperes si m e esperas, Rosa m as linda que todas!... La tierra se va cansando... El corazón quiere som bra...

Lo u rd e s Esta m uchacha esta pintada en un papel de arroz que es transparente a la luz; ella vuela en su papel al aire... Vuela con las hojas secas y con los suspires perdidos. Es la m uchacha de papel y fuga; es la leve, la ingrávida m uchacha de papel ilum inado, la de colores de agua... La que nadie se atrevería a besar por el m iedo de borrarla...

La o ració n d e la ro s a Padre nuestro que estás en la tierra; en la fuerce y herm osa tierra; en la tierra buena; Santificado sea el nom bre tuyo que nadie sabe; que en ninguna form a se atrevió a pronunciar este silencio pequeño y delicado..., este silencio que en el m undo som os nosotras,

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las rosas... Venga tam bién a nos, las pequeñitas y dulces flores de la tierra, el tu Reino prom etido..., Hágase en nos tu voluntad, aunque ella sea que nuestra vida sólo dure lo que dura una tarde... El sol nuestro de cada día, dánoslo para el único día nuestro... Perdona nuestras deudas -la de la espina, la del perfum e cada vez m as débil, la de la m iel que no alcanzó para la sed de dos abejas...-, así com o nosotras perdonam os a nuestros deudores los hom bres, que nos cortan, nos venden y nos llevan a sus m entiras fúnebres, a sus torpes o insulsas fiestas... No nos dejes caer nunca en la tentación de desear la palabra vacía - ¡el cascabel de las palabras!...-, ni el m overse de pies apresurados, ni el corazón oscuro de los anim ales que se pudre... Mas líbranos de todo m al. Am en .

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La s o n ris a Viendo allí todavía la sonrisa de aquel Cristo tan pálido yo estaba: Y era apenas sonrisa la im precisa m edialuna que el labio dibujaba, la albura m elancólica y sum isa de los dientes, que un poco se dejaba ver la boca entreabierta... La cam isa de brocado violeta le tiraba de los frágiles hom bros. (Plata lisa y oro rizado en el altar...) Flotaba en el silencio el eco de una risa, de un m urm ullo que el aire no acababa de llevar, m ientras lánguida y rem isa la gente entre los bancos desfilaba. Hacía ya algún tiem po que la m isa había term inado y aun volaba leve el incienso; el soplo de la brisa deshojaba las rosas y apagaba los cirios... La gran puerta de cornisa barroca lentam ente se cerraba com o un plegar de alas... In decisa, sobre la faz del Cristo agonizaba la luz... Despacio, luego m ás aprisa,

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se puso todo obscuro... No quedaba m ás que el Cristo sonriendo en la repisa. Y cuando el Cristo se borró... yo estaba viendo allí todavía la sonrisa.

La h o rm iga La m iel guardé y se m e agrió la m iel: -Mariposa con sed junto a m is rosas...Guardé la luz y se extinguió en lo obscuro: -Noche la de tu am or... ¡Y sin auroras...! Guarde el beso... y el beso se hizo estrella, dulzura m uerta, claridad rem ota y fría... -Tú en la tierra; yo en la tierra... la tierra dura que se pega... -Ahora guardo la estrella y m e pregunto a veces qué nueva frialdad será en la hora de m añana, qué sal aun no probada, ¡qué som bra todavía entre m i som bra!...

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CARIN D A OLIVER LAB RA

Adió s Adiós, locura de m is treinta años, besado en julio bajo luna llena al tiem po de la herida y la azucena. Adiós, m i venda de taparm e daños. Adiós, m i excusa, m i desorden bello, m i alarm a tierna, m i ignorante fruta estrella transitoria que se enluta, espranza de todo por m i cuello. Adiós, m uchacho de la cita corta; adiós, pequeña ayuda de m i aorta, tristísim o juguete violentado. Adiós, verde placer, falso delito; adiós, sin una queja, sin un grito. Adiós, m i sueño nunca abandonado.

Te m an d o ah o ra qu e lo o lvid e s to d o Te m ando ahora a que lo olvides todo: aquel seno de nata y de ternura, aquel seno em pinándose de un m odo que te pudo servir de tierra dura; aquel m uslo obediente pero fiero, que venía de sierpes m ilenarias; aquel m uslo de carne y de m e m uero convocado en las tardes solitarias;

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aquel gesto al echarm e en la locura; aquel viaje al am or, de m i cintura; aquel gusto en la piel a lirio extraño, aquel nom bre pequeño bajo el nom bre, aquel pecado de volverte un hom bre en el vicio feliz de hacerm e daño.

La s o lte ro n a Con la blusa vacía y los ojos inm ensos de soportar las lágrim as que no saben caer, llegó calladam ente. Maduros y propensos, flotaron en la noche pecados sin hacer. Y yo vi sus diez dedos m architos de agonía jugando a ser am ados sobre aquel alfiler; y vi su enorm e ojera m orada que crecía com o un m ar insondable que vive de m ujer; y m e quedé sintiendo su pobre boca seca -que inundó de palom as tristes la biblioteca-, sus piernas respetadas, su sexo sin llover, y fue tan m isterioso m i corazón pequeño que tuve que ser fuerte para no usar el sueño de regalarle m i hom bre en ese anochecer.

La ve cin a m u e rta: La casa era com o ella: un pálido juguete, y estaba lim pia y triste bajo el núm ero siete. No quiero recordarla...Me hace daño la orilla de su vestido blanco con una vieja hebilla.

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Allí, inocentem ente, cuando abría la puerta, era un sueño borroso, una lám para incierta: algo que le pedía protección a la m uerte. Sus ojos...¡pobres jos com o de flor sin suerte! parecieron m irarm e hacia adentro una vez. Vivió junto a nosostros con el susto del pez. Recién casada y sola, lavaba los m anteles y lavaba su alm a. Siem pre le fueron fieles la tim idez de novia y la ventana eterna. La tarde sobre ella era una tum ba tierna. No conocí su nom bre. No lo sé todavía... Pero después de m uerta la llam aré María.

Al n iñ o qu e ve n d e be rro s No tiene padres, claro...Lo sé por tu indecisa m anera de m irar. Lo sé por tu cam isa. Eres pequeño y grande detrás de la canasta. Respetas los gorriones. Un centavo te basta. La gente va vestida por adentro de hierro. No te oyen...Has gritado dos o tres veces: ¡berro! Pasan indiferentes con bultos y som brillas, en pantalones nuevos y en blusas am arillas; cam inan presurosos hacia el Banco y el tedio o hacia el atardecer por la Calle del Medio.

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Y tú no estás vendiendo: tú juegas a vender; y aunque jam ás jugaste te sale sin querer. Pero no te m e acerques; no, niño, no m e hables. No quiero ver el sitio de tus alas probables. Te encontré esta m añana al doblar de la Audiencia, y ¡qué golpe m e ha dado tu infeliz inocencia! Mi corazón que era un poco de ilusión ya es com o berro m ustio, com o no corazón.

H o m bre s qu e m e s e rvis te is d e ve ran o Ése que no dejó de ser m i am ante y al que le debo siem pre sepultura, uno a quien nunca quise lo bastante; aquél, obra de sueño, conjetura... Alguien que jugó a nada y tuvo suerte, otro que no ha venido de la guerra, éste donde converso con m i m uerte porque m e lo disputa hata la tierra. ¡Salid de la m em oria evocadora con vuestro am or, pues tengo frío ahora! Sabed todos que os llevo de la m ano. Vuestras som bras estallan com o un m ito de vez en cuando aquí. Sois lo bendito, hom bres que m e servisteis de verano.

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Id e a Vilariñ o

Ya e n d e s n u d e z to tal Ya en desnudez total extrañ a ausen cia de procesos y fórm ulas y m étodos flor a flor, ser a ser, aún con ciencia y un caer en silencio y sin objeto. La angustia ha devenido apenas un sabor, el dolor ya no cabe, la tristeza no alcanza. Una form a durando sin sentido, un color, un estar por estar y una espera insensata. Ya en desnudez total sabiduría definitiva, única y helada. Luz a luz ser a ser, casi en am iba, form a, sed, duración, luz rechazada.

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Cu án d o ya n o ch e s m ías Cuándo ya noches m ías ignoradas e intactas, sin roces. Cuándo arom as sin m ezclas inviolados. Cuándo yo estrella fría y no flor en un ram o de colores. Y cuando ya m i vida, m i ardua vida, en soledad com o una lenta gota queriendo caer siem pre y siem pre sostenida cargándose, llenándose de sí m ism a, tem blando, apurando su brillo y su retorno al río. Ya sin tem blor ni luz cayen do oscuram en te.

Lo qu e s ie n to p o r ti Lo que siento por ti es tan difícil. No es de rosas abriéndose en el aire, es de rosas abriéndose en el agua. Lo que siento por ti. Esto que rueda o se quiebra con tantos gestos tuyos o que con tus palabras despedazas

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y que luego incorporas en un gesto y m e invade en las horas am arillas y m e deja una dulce sed doblada. Lo que siento por ti, tan doloroso com o pobre luz de las estrellas que llega dolorida y fatigada. Lo que siento por ti, y que sin em bargo anda tanto que a veces no te llega.

El m ar n o e s m ás qu e u n p o zo El m ar no es m ás que un pozo de agua oscura, los astros sólo son barro que brilla, el am or, sueño, glándulas, locura, la noche no es azul, es am arilla. Los astros sólo son barro que brilla, el m ar no es m ás que un pozo de agua am arga, la noche no es azul, es am arilla, la noche no es profunda, es fría y larga. El m ar no es m ás que un pozo de agua am arga, a pesar de los versos de los hom bres, el m ar no es m ás que un pozo de agua oscura. La noche no es profunda, es fría y larga; a pesar de los versos de los hom bres, el am or, sueño, glándulas, locura.

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Tal ve z n o e ra p e n s ar Tal vez no era pensar, la fórm ula, el secreto, sino darse y tom ar perdida, ingenuam ente, tal vez pude elegir, o necesariam ente, tenía que pedir sentido a toda cosa. Tal vez no fue vivir este estar silenciosa y despiadadam ente al borde de la angustia y este terco sentir debajo de su m úsica un silencio de m uerte, de abism o a cada cosa. Tal vez debí quedarm e en los am ores quietos que podrían llenar m i vida con un nom bre en vez de buscar al evadido del hom bre, despojado, sin alm a, ser puro, esqueleto. Tal vez no era pensar, la fórm ula, el secreto. sino am arse y am ar, perdida, ingenuam ente. Tal vez pude subir com o una flor ardiente o tener un profundo destino de sem illa en vez de esta terrible lucidez am arilla y de este estar de estatua con los ojos vacíos. Tal vez pude doblar este destino m ío en m úsica inefable. O necesariam ente...

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Qu ie ro m o rir Quiero m orir. No quiero oír ya m ás cam panas. La noche se deshace, el silencio se agrieta. Si ahora un coro som brío en un bajo im posible, si un órgano im posible descendiera hasta donde. Quiero m orir, y entonces m e grita estás m uriendo, quiero cerrar los ojos porque estoy tan cansada. Si no hay una m irada ni un don que m e sostengan, si se vuelven, si tom an, qué espero de la noche. Quiero m orir ahora que se hielan las flores, que en vano se fatigan las calladas estrellas, que el reloj detenido no atorm enta el silencio. Quiero m orir. No m uero. No m e m uero. Tal vez tantos, tantos derrum bes, tantas m uertes, tal vez, tanto olvido, rechazos, tantos dioses que huyeron con palabras queridas no m e dejan m orir definitivam ente.

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OLGA OROZCO

Aqu í e s tán tu s re cu e rd o s ... Aquí están tus recuerdos: este leve polvillo de violetas cayendo inútilm ente sobre las olvidadas fechas; tu nom bre, el persistente nom bre que abandonó tu m ano entre las piedras; el árbol fam iliar, su rum or siem pre verde contra el vidrio; m i infancia, tan cercana, en el m ism o jardín donde la hierba canta todavía y donde tantas veces tu cabeza reposaba de pronto junto a m í, entre los m atorrales de la som bra. Todo siem pre es igual. Cuando otra vez llam am os com o ahora en el lejano m uro: todo siem pre es igual. Aquí están tus dom inios, pálido adolescente: la húm eda llanura para tus pies furtivos, la aspereza del cardo, la recordada escarcha del am anecer, las antiguas leyendas, la tierra en que nacim os con idéntica niebla sobre el llanto. -¿Recuerdas la nevada? ¡Hace ya tanto tiem po! ¡Cóm o han crecido desde entonces tus cabellos! Sin em bargo, llevas aún sus efím eras flores sobre el pecho y tu frente se inclina bajo ese m ism o cielo tan deslum brante y claro. ¿Por qué habrás de volver acom pañado, com o un dios a su m un do, por algún paisaje que he querido?

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¿Recuerdas todavía la nevada? ¡Qué sola estará hoy, detrás de las inútiles paredes, tu m orada de hierros y de flores! Abandonada, su juventud que tiene la form a de tu cuerpo, extrañará ahora tus silencios dem asiado obstinados, tu piel, tan desolada com o un país al que sólo visitaran cenicientos pétalos después de haber m irado pasar, ¡tanto tiem po!, la paciencia inacabable de la horm iga entre sus solitarias ruin as. Espera, espera, corazón m ío: no es el sem blante frío de la tem ida nieve ni el del sueño reciente. Otra vez, otra vez, corazón m ío: el roce inconfundible de la arena en la verja, el grito de la abuela, la m ism a soledad, la no m entida, y este largo destino de m irarse las m anos hasta envejecer.

Para h ace r u n talis m án Se necesita sólo tu corazón hecho a la viva im agen de tu dem onio o de tu dios. Un corazón apenas, com o un crisol de brasas para la idolatría. Nada m ás que un indefenso corazón enam orado. Déjalo a la intem perie, donde la hierba aúlle sus endechas de nodriza loca y no pueda dorm ir, donde el viento y la lluvia dejen caer su látigo en un golpe de azul escalofrío sin convertirlo en m árm ol y sin partirlo en dos, donde la oscuridad abra sus m adrigueras a todas las jaurías

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y no logre olvidar. Arrójalo después desde lo alto de su am or al hervidero de la br u m a. Ponlo luego a secar en el sordo regazo de la piedra, y escarba, escarba en él con una aguja fría hasta arrancar el últim o grano de esperanza. Deja que lo sofoquen las fiebres y la ortiga, que lo sacuda el trote ritual de la alim aña, que lo envuelva la injuria hecha con los jirones de sus antiguas glorias. Y cuando un día un año lo aprisione con la garra de un siglo, antes que sea tarde, antes que se convierta en m om ia deslum brante, abre de par en par y una por una todas sus heridas: que las exhiba al sol de la piedad, lo m ism o que el m endigo, que plaña su delirio en el desierto, hasta que sólo el eco de un nom bre crezca en él con la furia del ham bre: un incesante golpe de cuchara contra el plato vacío. Si sobrevive aún, si ha llegado hasta aquí hecho a la viva im agen de tu dem onio o de tu dios; he ahí un talism án m ás inflexible que la ley, m ás fuerte que las arm as y el m al del enem igo. Guárdalo en la vigilia de tu pecho igual que a un centinela. Pero vela con él. Puede crecer en ti com o la m ordedura de la lepra; puede ser tu verdugo. ¡El inocente m onstruo, el insaciable com ensal de tu m uerte!

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Le jo s , d e co razó n a co razó n ... Lejos, de corazón en corazón, m ás allá de la copa de niebla que m e aspira desde el fondo del vértigo, siento el redoble con que m e convocan a la tierra de nadie. (¿Quién se levanta en m í? ¿Quién se alza del sitial de su agonía, de su estera de zarzas, y cam ina con la m em oria de m i pie?) Dejo m i cuerpo a solas igual que una arm adura de intem perie hacia adentro y depongo m i nom bre com o un arm a que solam ente hiere. ¿(Dónde salgo a m i encuentro con el arrobam iento de la luna contra el cristal de todos los albergues?) Abro con otras m anos la entrada del sendero que no sé adónde da y avanzo con la noche de los desconocidos. (¿Dónde llevaba el día m i señal, pálida en su aislam iento, la huella de una insignia que m i pobre victoria arrebataba al tiem po?) Miro desde otros ojos esta pared de brum as en donde cada uno ha m arcado con sangre el jeroglífico de su soledad, y suelta sus am arras y se va en un adiós de velero fantasm a hacia el naufragio. (¿No había en otra parte, lejos, en otro tiem po, una tierra extran jera, una raza de todos m enos uno, que se llam ó la raza de los otros, un lenguaje de ciegos que ascendía en zum bidos y en burbujas hasta la sorda noche?) Desde adentro de todos no hay m ás que una m orada bajo

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un friso de m áscaras; desde adentro de todos hay una sola efigie que fue inscripta en el revés del alm a; desde adentro de todos cada historia sucede en todas partes: no hay m uerte que no m ate, no hay nacim iento ajeno ni am or deshabitado. (¿No éram os el rehén de una caída, una lluvia de piedras desprendida del cielo, un reguero de insectos tratando de cruzar la hoguera del castigo?) Cualquier hom bre es la versión en som bras de un Gran Rey herido en su costado. Despierto en cada sueño con el sueño con que Alguien sueña el m undo. Es víspera de Dios. Está uniendo en nosotros sus pedazos.

Lo s re fle jo s in fie le s Me m oldeó m uchas caras esta sum isa piel, adherida en secreto a la palpitación de lo invisible lo m ism o que una gasa que de pronto revela figuras em boscadas en la vaga sustancia de los sueños. Caras com o resúm enes de nubes para expresar la intraducible travesía; m apas insuficientes y confusos donde se hunden los cielos y em ergen los abism os. Unas fueron tan leves que se desgarraron entre los dientes de una sola noche. Otras se abrieron paso a través de la escarcha, com o proas de fuego. Algunas perduraron talladas por el heroico am or en la m em oria del espejo; algunas se disolvieron entre rotos cristales con las prim eras nieves.

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Mis caras sucesivas en los escaparates veloces de una historia sin paz y sin costum bres: un m uestrario de nieblas, de terror, de intem peries. Mis caras m ás inm óviles surgiendo entre las aguas de un ágat a sin fondo que presagia la m uerte, solam ente la m uerte, apenas el reverso de una som bra estam pada en el hueco de la separación. Ningún signo especial en estas caras que tapizan la ausencia. Pero a través de todas, com o la m ancha de ácido que traspasa en el álbum los am biguos retratos, se inscribió la señal de una m ism a condena: m i vana tentativa por reflejar la cara que se sustrae y que m e excede. El obstinado error frente al m odelo.

Au n qu e s e bo rre n to d o s n u e s tro s ras tro s ... Aunque se borren todos nuestros rastros igual que las bujías en el am anecer y no puedas recordar hacia atrás, com o la Reina Blanca, déjam e en el aire la sonrisa. Tal vez seas ahora tan inm ensa com o todos m is m uertos y cubras con tu piel noche tras noche la desbordada noche del adiós: un ojo en Achernar, el otro en Sirio, las orejas pegadas al m uro ensordecedor de otros planetas, tu inabarcable cuerpo sum ergido en su hirviente ablución, en su J ordán de estrellas. Tal vez sea im posible m i cabeza, ni un vacío m i voz,

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algo m enos que harapos de un idiom a irrisorio m is palabras. Pero déjam e en el aire la sonrisa: la leve vibración que azogue un trozo de este cristal de ausen cia, la pequeña vigilia tatuada en llam a viva en un rincón, una tierna señal que horade una por una las hojas de este duro calendario de nieve. Déjam e tu sonrisa a m anera de perpetua guardiana, Berenice.

N o e s tabas e n m i u m bral No estabas en m i um bral ni yo salí a buscarte para colm ar los huecos que fragua la n ostalgia y que presagian niños o anim ales hechos con la sustancia de la frustración. Viniste paso a paso por los aires, pequeña equilibrista en el tablón flotante sobre un foso de lobos enm ascarado por los andrajos radiantes de febrero. Venías condensándote desde la encandilada transparencia, probándote otros cuerpos com o fantasm as al revés, com o anticipaciones de tu eléctrica envoltura -el erizo de niebla, el globo de lustrosos vilanos encendidos, la piedra im án que absorbe su fatal alim ento, la ráfaga em plum ada que gira y se detiene alrededor de un ascua, en torno de un tem blor-. Y ya habías aparecido en este m undo, intacta en tu negrura inm aculada desde la cara hasta la cola, m ás prodigiosa aún que el gato de Cheshire, con tu porción de vida com o una perla roja brillando entre los dientes.

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MEIRA D ELMAR

Algu ie n p as a Alguien pasa y pregunta por los jazm ines, m adre. Y yo guardo silencio. Las palabras no acuden en m i ayuda, se esconden en el fondo del pecho, por no subir vestidas de luto hasta m i boca, y derram arse luego en un río de lágrim as. No sé si tú recuerdas los días aún tem pranos en que ibas com o un ángel por el jardín, y dabas a los lirios y rosas su regalo de agua, y las hojas m architas recogías en esa tu m an era tan suave de tratar a las plantas y a los que se acercaban a tu am istad perfecta. Yo sí recuerdo, m adre, tu oficio de ser tierna y fina com o el aire. Una tarde un poeta recibió de tus m anos un jazm ín que cortaste para él. Con asom bro te m iró largam ente y se llevó a los labios, reverente, la flor.

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Se m e quedó en la frente aquel m om ento, digo la frente cuando debo decir el corazón. Y se m e va llenando de nostalgia la vida, com o un vaso colm ado de un lento vino pálido, si alguien pasa y pregunta por los jazm ines, m adre.

Allá Si acaso al otro lado de la vida otra vez, por azar, nos encontram os, ¿se reconocerán nuestras m iradas o serem os tan sólo un par de extraños? De todos m odos te am aré lo m ism o. J untos. O separados.

Au s e n cia d e la ro s a Detenida en el río translúcido del viento, por otro nom bre, am or, la llam aría el corazón. Nada queda en el sitio de su perfum e. Nadie puede creer, creería, que aquí estuvo la rosa en otro tiem po. Sólo yo sé que si la m ano

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deslizo por el aire, todavía m e hieren sus espinas.

Bre ve Llegas cuando m enos te recuerdo, cuando m ás lejano pareces de m i vida. In esperado com o esas torm entas que se inventa el viento un día inm ensam ente azul. Luego la lluvia arrastra sus despojos y m e borra tus huellas.

Can ció n le jan a Y yo tam bién com o la tarde toda m e tornaré dichosa para quererte y esperarte. Ilum inada de tus ojos vendrá la luna, vendrá la luna por el aire. Tú m e querrás inm ensam ente. Mi corazón será infinito para la angustia de tu frente. Yo te daré los sueños m íos: am or, dolor, sencillam ente. Después será la enam orada sonrisa, el beso, la m em oria llena de ti, m aravillada. Y el gozo azul de estar contigo fuera del tiem po, sin palabras.

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De golondrina en golondrina nos llegará la prim avera de la m irada pensativa. Y un m ism o cauce de dulzura tendrán las rosas y los días. Yo te daré los sueños m íos: am or, dolor, sencillam ente.

Carta d e Ro m a Te escribo, am or, desde la prim avera. Crucé la m ar para poder decirte que, bajo el cielo de la tarde, Rom a tiene otro cielo de golondrinas, y entre los dos un ángel de oro pasa dan zan do. La cascada de piedra que desciende por Trinitá dei Monti hasta la plaza, se detuvo de pronto y ahora suben azaleas rosadas por su cuerpo. Los árboles repiten siete veces la m úsica del viento en las colinas, y el húm edo llam ado de las fuentes guía m is pasos. Más bella que en el aire una rota colum na hallé en el césped, caída en el abrazo de una rosa. Cuando fluye la luz, cuando se para el tiem po, asom ada a los puentes Rom a busca su im agen sobre el Tevere, y en vez del nom bre suyo ve que tiem bla tu nom bre, am or, en el rodante espejo.

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CLAR IB EL ALEGR ÍA

Epílo go .....existen los barrotes nos rodean tam bién existe el catre y sus ángulos duros y el poem a río que nos sostiene a todos y es tan substantivo com o el catre el poem a que todos escribim os con lágrim as y uñas y carbón.

Flo re ce n lo s alm e n d ro s Florecen los alm endros en Mallorca y no estás para verlos. De m i balcón anoche los vi fosforecer. Te llam é por tu nom bre, con juré tu fan tasm a, te perfilé de pétalos caídos y una ráfaga de aire te rasgo.

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Yo s in ti Yo sin ti pero contigo llevando a cuestas tu m uerte. Mi soledad y la tuya que ya han cerrado su escape.

Au s e n cia H ola dije m irando tu retrato y se pasm ó el saludo entre m is labios. Otra vez la punzada, el saber que es inútil; el calcinado clim a de tu ausencia.

Pe qu e ñ a m u e rte Fue una pequeña m uerte tu partida. Una m uerte pequeña que m e crece cuan do im agin o a veces que estás cerca y m e obstino en dar vueltas por las calles y regreso a m i casa con la lluvia cayen do y m e asalta tu voz

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en la noche sin horas.

N o p re cis o co n ce p to s No preciso conceptos. No m ás divagaciones ni teólogos discursos que anestesien m i herida. Tus palabras preciso, la im agen de tu rostro entre las sábanas, tu últim o estertor en m is oídos.

Oto ñ o Has entrado al otoño m e dijiste y m e sentí tem blar hoja encendida que se aferra a su tallo que se obstina que es párpado am arillo y luz de vela danza de vida y m uerte claridad suspendida en el eterno instante del presente.

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Cre í p as ar m i tie m p o Creí pasar m i tiem po am an d o y siendo am ada com ienzo a darm e cuenta que lo pasé despedazando m ientras era a m i vez des pe da za da.

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B LAN CA VARELA

A lo m e jo r e re s tú m is m o A lo m ejor eres tú m ism o el tren que pita y se m ete bajo tierra rum bo al infierno o la estrella de chatarra que te lleva frente a otro m uro lleno de espejos y de gestos, endiablados gestos sin dueño y tú tras ellos, solo, feliz propietario de una boca escarlata que m uge. Pega el oído a la tierra que insiste en levantarse y respirar. Acaríciala com o si fuera carne, piel hum ana capaz de con m overte, capaz de rechazarte. Acepta la espera que no siem pre hay lugar en el caos. Acepta la puerta cerrada, el m uro cada vez m ás alto, el saltito, la im agen que te saca la lengua. No te trepes sobre los hom bros de los fantasm as que es ridículo caerse de trasero with m usic in your soul.

A m e d ia vo z la lentitud es belleza copio estas líneas ajenas respiro acepto la luz bajo el aire ralo de noviem bre bajo la hierba sin color bajo el cielo cascado y gris acepto el duelo y la fiesta no he llegado no llegaré jam ás en el centro de todo esta el poem a intacto

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sol ineludible noche sin volver la cabeza m erodeo su luz su som bra anim al de palabras husm eo su esplendor su huella sus restos todo para decir que algun a vez estuve aten ta desarm ada sola casi en la m uerte casi en el fuego A ROSE IS A ROSE inm óvil devora luz se abre obscenam ente roja es la detestable perfección de lo efím ero infesta la poesía con su arcaico perfum e

Aqu e lla to rtu rad a n u be ... V Aquella torturada nube parecía tan firm e, am bulan do, desgarrando, chocando con m asas de ángeles. Cón cava, valva de nieve y soledad,

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de trajín y m úsica constante, de arena, de resplandor y fuga, desierto etiope en un tutti de gem idos y sorpresa. Tan exacta sobre el laberinto de la pupila, color perdido de vieja m isiva, terrible silencio de quien ha sacudido el aire y conoce el vado de los sollozos. Con tin uaba, m igradora, llave del torbellino com o una gota pura preñada de su propia existencia.

As í s e a El día queda atrás, apenas consum ido y ya inútil. Com ien za la gran luz, todas las puertas ceden ante un hom bre dorm ido, el tiem po es un árbol que no cesa de crecer. El tiem po, la gran puerta entreabierta, el astro que ciega. No es con los ojos que se ve nacer esa gota de luz que será,

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que fue un día. Canta abeja, sin prisa, recorre el laberinto ilum inado, de fiesta. Respira y canta. Donde todo se term ina abre las alas. Eres el sol, el aguijón del alba, el m ar que besa las m ontañas, la claridad total, el sueño.

Au ve rs -s u r-o is e Nadie te va a abrir la puerta. Sigue golpeando. Insiste. Al otro lado se oye m úsica. No. Es la cam panilla del teléfon o. Te equivocas. Es un ruido de m áquinas, un jadeo eléctrico, chirridos, latigazos. No. Es m úsica. No. Alguien llora m uy despacio. No. Es un alarido agudo, una enorm e, altísim a lengua que lam e el cielo pálido y vacío. No. Es un incendio. Todas las riquezas, todas las m iserias, todos los hom bres, todas las cosas desaparecen en esa m elodía ardiente. T ú estás solo, al otro lado. No te quieren dejar entrar. Busca, rebusca, trepa, chilla. Es inútil. Sé el gusanito transparente, enroscado, insignificante.

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Con tus ojillos m ortales dale la vuelta a la m anzana, m ide con tu vientre turbio y caliente su inexpugnable redon dez. Tú, gusanito, gusaboca, gusaoído, dueño de la m uerte y de la vida. No puedes entrar. Dicen.

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ALEJ AN D RA P IZARN IK

A la e s p e ra d e la o s cu rid ad Ese instante que no se olvida Tan vacío devuelto por las som bras Tan vacío rechazado por los relojes Ese pobre instante adoptado por m i ternura Desnudo desnudo de sangre de alas Sin ojos para recordar angustias de antaño Sin labios para recoger el zum o de las violencias perdidas en el canto de los helados cam panarios. Am páralo niña ciega de alm a Ponle tus cabellos escarchados por el fuego Abrázalo pequeña estatua de terror. Señálale el m undo convulsionado a tus pies A tus pies donde m ueren las golondrinas Tiritantes de pavor frente al futuro Dile que los suspiros del m ar Hum edecen las únicas palabras Por las que vale vivir. Pero ese instante sudoroso de nada Acurrucado en la cueva del destino Sin m anos para decir nunca Sin m anos para regalar m ariposas A los niños m uertos

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Am an te s una flor no lejos de la noche m i cuerpo m udo se abre a la delicada urgencia del rocío

An illo s d e ce n iza A Cristina Cam po

Son m is voces cantando para que no canten ellos, los am ordazados grism ente en el alba, los vestidos de pájaro desolado en la lluvia. Hay, en la espera, un rum or a lila rom piéndose. Y hay, cuando viene el día, una partición de sol en pequeños soles negros. Y cuando es de noche, siem pre, una tribu de palabras m utiladas busca asilo en m i garganta para que no canten ellos, los funestos, los dueños del silencio.

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Cam in o s d e l e s p e jo I Y sobre todo m irar con inocencia. Com o si no pasara nada, lo cual es cierto. II Pero a ti quiero m irarte hasta que tu rostro se aleje de m i m iedo com o un pájaro del borde filoso de la noche. III Com o una niña de tiza rosada en un m uro m uy viejo súbitam ente borrada por la lluvia. IV Com o cuando se abre una flor y revela el corazón que no tiene. V Todos los gestos de m i cuerpo y de m i voz para hacer de m í la ofrenda, el ram o que abandona el viento en el um bral. VI Cubre la m em oria de tu cara con la m áscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste. VI I La noche de los dos se dispersó con la niebla. Es la estación de los alim entos fríos. VI I I Y la sed, m i m em oria es de la sed, yo abajo, en el fondo, en el pozo, yo bebía, recuerdo. IX Caer com o un anim al herido en el lugar que iba a ser de revelacion es. X Com o quien no quiere la cosa. Ninguna cosa. Boca cosida. Párpados cosidos. Me olvidé. Adentro el viento. Todo cerrado y el viento adentro. XI Al negro sol del silencio las palabras se doraban. XI I

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Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiem bla. XI I I Aun si digo sol y luna y estrella m e refiero a cosas que m e suceden. ¿Y qué deseaba yo? Deseaba un silencio perfecto. Por eso hablo. XI V La noche tiene la form a de un grito de lobo. XV Delicia de perderse en la im agen presentida. Yo m e levanté de m i cadáver, yo fui en busca de quien soy. Peregrina de m í, he ido hacia la que duerm e en un país al viento. XVI Mi caída sin fin a m i caída sin fin en donde nadie m e aguardó pues al m irar quién m e aguardaba no vi otra cosa que a m í m ism a. XVI I Algo caía en el silencio. Mi últim a palabra fue yo pero m e refería al alba lum inosa. XVI I I Flores am arillas constelan un círculo de tierra azul. El agua tiem bla llena de viento. XI X Deslum bram iento del día, pájaros am arillos en la m añana. Una m ano desata tinieblas, una m ano arrastra la cabellera de una ahogada que no cesa de pasar por el espejo. Volver a la m em oria del cuerpo, he de volver a m is huesos en duelo, he de com prender lo que dice m i voz.

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Ca n to ra n o ctu rn a J oe, m acht die Musik von dam als nacht... La que m urió de su vestido azul está cantando. Canta im buida de m uerte al sol de su ebriedad. Adentro de su canción hay un vestido azul, hay un caballo blanco, hay un corazón verde tatuado con los ecos de los latidos de su corazón m uerto. Expuesta a todas las perdiciones, ella canta junto a una niña extraviada que es ella: su am uleto de la buena suerte. Y a pesar de la niebla verde en los labios y del frío gris en los ojos, su voz corroe la distancia que se abre entre la sed y la m ano que busca el vaso. Ella canta.

Ce n izas La noche se astilló de estrellas m irán dom e alucin ada el aire arroja odio em bellecido su rostro con m úsica. Pronto nos irem os Arcano sueño antepasado de m i sonrisa el m undo está dem acrado y hay candado pero no llaves

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y hay pavor pero no lágrim as. ¿Qué haré con m igo? Porque a Ti te debo lo que soy Pero no tengo m añana Porque a Ti te... La noche sufre.

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GIOCON D A B ELLI

En la d o lie n te s o le d ad d e l d o m in go ... Aquí estoy, desnuda, sobre las sábanas solitarias de esta cam a donde te deseo. Veo m i cuerpo, liso y rosado en el espejo, m i cuerpo que fue ávido territorio de tus besos; este cuerpo lleno de recuerdos de tu desbordada pasión sobre el que peleaste sudorosas batallas en largas noches de quejidos y risas y ruidos de m is cuevas interiores. Veo m is pechos que acom odabas sonriendo en la palm a de tu m ano, que apretabas com o pájaros pequeños en tus jaulas de cinco barrotes, m ientras una flor se m e encendía y paraba su dura corola contra tu carne dulce. Veo m is piernas, largas y lentas conocedoras de tus caricias, que giraban rápidas y nerviosas sobre sus goznes para abrirte el sendero de la perdición hacia m i m ism o centro, y la suave vegetación del m onte donde urdiste sordos com bates

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coronados de gozo, anunciados por descargas de fusilerías y truenos prim itivos. Me veo y no m e estoy viendo, es un espejo de vos el que se extiende doliente sobre esta soledad de dom ingo, un espejo rosado, un m olde hueco buscando su otro hem isferio. Llueve copiosam ente sobre m i cara y sólo pienso en tu lejano am or m ientras cobijo con todas m is fuerzas, la esperanza.

Yo s o y tu in d ó m ita gace la Yo soy tu indóm ita gacela, el trueno que rom pe la luz sobre tu pecho Yo soy el viento desatado en la m ontaña y el fulgor concentrado del fuego del ocote. Yo caliento tus noches, encendiendo volcanes en m is m anos, m ojándote los ojos con el hum o de m is cráteres. Yo he llegado hasta vos vestida de lluvia y de recuerdo, riendo la risa inm utable de los años. Yo soy el inexplorado cam ino, la claridad que rom pe la tiniebla. Yo pongo estrellas entre tu piel y la m ía y te recorro entero, sendero tras sendero, descalzando m i am or,

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desnudando m i m iedo. Yo soy un nom bre que canta y te enam ora desde el otro lado de la luna, soy la prolongación de tu sonrisa y tu cuerpo. Yo soy algo que crece, algo que ríe y llora. Yo , la que te quiere.

Ás p e ra te xtu ra d e l vie n to Nacida de la selva m e tom aste arisca yegua para estribos y albardas. Duran te m uchas n oches nada se oyó sino el chasquido del látigo el rum or del forcejeo las m aldiciones y el roce de los cuerpos m idiéndose la fuerza en el espacio. Cabalgam os por días sin parar desbocados corceles del am or dando y quitando, riendo y llorando -el tiem po de la dom a el celo de los tigresNo pudim os con la áspera textura de los vientos. Nos rendim os ante el cansancio a pocos m etros de la pradera donde hubiéram os realizado todos nuestros encendidos sueños.

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Es larga la tard e ... Es larga la tarde com o el cam ino curvo hasta tu casa por donde regreso arrastrando los pies hasta m i cam a sola a dorm ir con tu olor engarzado en m i piel, a dorm ir con tu som bra. Es larga la tarde y el am or redondo com o el gatillo de una pistola m e rodea de frente, de lado, de perfil. El sueño pesa sobre m is hom bros y m e acerca de nuevo a vos, al huequito de tu brazo, a tu respiración, a una continuación infinita de la batalla de sábanas y alm ohadas que em pezam os y que pone risa y energía a nuestro cansancio.

Te bu s co Sola yo, am or, y vos quién sabe dónde; tu recuerdo m e m ece com o al m aíz el viento y te traigo en el tiem po, recorro los cam inos, m e río a carcajadas y som os los dos juntos otra vez, jun to al agua. Y som os los dos juntos otra vez,

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bajo el cielo estrellado en el m onte, de noche. Yo, am or, he aprendido a coser con tu nom bre, voy juntando m is días, m is m inutos, m is horas con tu hilo de letras. Me he vuelto alfarera y he creado vasijas para guardar m om entos. Me he soltado en torm enta y trueno y lloro de rabia por no tenerte cerca, en viento m e he cam biado, en brisa, en agua fresca y azoto, m ojo, salto buscándote en el tiem po de un futuro que tiene la fuerza de tu fuerza.

Te e s cribo , Se rgio Te escribo, Sergio desde la soledad del m ediodía asoleado y desnudo m ientras azota el viento y estoy, gatun am en te, enrollada en la cam a donde anoche te quise y m e quisiste entre tiem pos, sonrisas y m isterios. Va quedando lejano el m undo que existía antes de conocerte y va naciendo un nido de palabras y besos, un nido tem bloroso de m iedo y esperanza donde a veces m e siento retozando entre trinos, y otras veces m e asusto, abro los ojos y m e quedo quieta,

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pensando en este panal de m iel que estam os explorando, com o un herm oso, hipnotizante laberinto, donde no hay piedritas blancas, ni m ágicos hilos que nos enseñen el cam ino de regreso.

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MARÍA MERCED ES CARRAN ZA

Po e m a d e lo s H ad o s Soy hija de Benito Mussolini y de alguna actriz de los años 40 que cantaba la “Giovinezza”. Hiroshim a encendió el cielo el día de m i nacim iento y a m i cuna llegaron, Hados im placables, un hom bre con m uchas páginas acariciadas donde yacían versos de am or y de m uerte; la voz furiosa de Pablo Neruda; bajo su corona de ceniza, Wilde bello y m aldito, habló del esplendor de la Vida y de la seducción fatal de la Derrota; alguien grito “m uera la inteligencia”, pero en ese m ism o instante Albert Cam us decía palabras que eran de acero y de luz; la Pasión ardía en la frente de Mishim a; una desconocida som bra o m áscara, puso en m i corazón el Paraíso Perdido y un verso; “par delicatesse j’ai perdu m a vie”. Caía la lluvia triste de Vallejo se apagaba en el viento la llam a de Porfirio; en el aire el furor de las balas que iban de Cúcuta a Leticia, se cruzaban con los cañones de “Casablanca” y las palabras de su canción m elancólica: “El tiem po pasa, un beso no es m ás que un beso...”

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Así m e fue entregado el m undo. Esas cosas de horror, m úsica y alm a han cifrado m is días y m is sueños.

18 d e ago s to d e 19 8 9 “Vi estallar en los cielos el relám pago, el nom bre que divide la tarde, las rescas airadas, el alba com o un pueblo de palom as borradas y acaso vi en todo esto lo que cree ver el hom bre”. (Arth ur Rim baud)

Este hom bre va a m orir hoy es el últim o día de sus años. Am anece tras los cerros un sol frío: el am anecer nunca m ás alum brará su carne. Com o siem pre, entre sus cuatro paredes desayuna, conversa, viste su traje; no piensa en el pasado, aún liviano y todo víspera, en los gestos, hechos y palabras de su vida que m añana serán distintos en el bronce y en los him nos, porque este hom bre no sabe que hoy va a m orir. En su corazón de piedra el asesino afila los cuchillos. Este hom bre va a m orir, hoy es la últim a m añana de sus horas. Por sus ojos de fría carne azul solo pasan idiom as y horizontes para ciertas cosas que los otros sueñan: la urgencia del pan y de la sal, la flor abierta del abrazo, la sangre invisible y contenida en su caracol de venas. Ahora conversa por teléfono, escribe un discurso. En el libro de apuntes lo atropellan con letra afanada y resbalosa los nom bres y las citas de ese día,

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porque este hom bre no sabe que hoy va a m orir. El asesino esconde la cara siem pre para que el sol no le escupa sus gargajos de fuego. Este hom bre va a m orir, hoy es el últim o m ediodía de sus años. Con la frente en el abism o sin saberlo estrecha m anos, alm uerza, pregunta la hora. Sus pasos que ha dirigido otras veces al am or y a asuntos m ás rutinarios com o el olvido o la toalla azul después del baño, que lo han llevado a conocer la gloria en la algarabía elem ental de las m ultitudes, sus pasos pueden ser contados ya porque este hom bre cam ina hacia la m uerte. El asesino: hum ores de m om ia, hiel de alacrán, heces de ahorcado, sangre de Satán. Este hom bre va a m orir, hoy es la últim a tarde de sus días. Se prepara sin saberlo para el ritual: con la voz fingida en la m em oria, que casi oye ya entre las caras com o olas, repasa las palabras de la arenga: pan verde, lagos de luz, verde y labios. Frente al espejo rehace el nudo de la corbata, cepilla otra vez sus dientes y con los dedos recorre las alas am arillas del bigote. Entonces las banderas y las m anos y las voces, la lluvia roja de papel picado, la hora y el m inuto y el segundo. El asesino danza la Danza de la Muerte: un paso adelante, una bala al corazón, un paso atrás, una bala en el estóm ago. Cae el cuerpo, cae la sangre, caen los sueños. Acaso este hom bre entrevé com o en duerm evela que se ha desviado el curso de sus días, los azares, las batallas, las páginas que no fueron,

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acaso en un horizonte im posible recuerda una cara o voz o m úsica. Todas las lenguas de la tierra m aldicen al asesino.

So bran las p alabras Por traidora decidí hoy, m artes 24 de junio, asesinar algunas palabras. Am istad queda condenada a la hoguera, por hereje; la horca conviene a Am or por ilegible; no estaría m al el garrote vil, por apóstata, para Solidaridad; la guillotina com o el rayo, debe fulm inar a Fraternidad; Libertad m orirá lentam ente y con dolor; la tortura es su destino; Igualdad m erece la horca por ser prostituta del peor burdel; Esperan za ha m uerto ya; Fe padecerá la cám ara de gas; el suplicio de Tántalo, por inhum ana, se lo dejo a la palabra Dios. Fusilaré sin piedad a Civilización por su barbarie; cicuta beberá Felicidad. Queda la palabra Yo. Para esa, por triste, por su atroz soledad, decreto la peor de las penas: vivirá con m igo hasta el final.

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La P a tria Esta casa de espesas paredes coloniales y un patio de azaleas m uy decim onónico hace varios siglos que se viene abajo. Com o si nada las personas van y vienen por las habitaciones en ruina, hacen el am or, bailan, escriben cartas. A m enudo silban balas o es tal vez el viento que silba a través del techo desfondado. En esta casa los vivos duerm en con los m uertos, im itan sus costum bres, repiten sus gestos y cuando cantan, cantan sus fracasos. Todo es ruina en esta casa, están en ruina el abrazo y la m úsica, el destino, cada m añana, la risa, son ruina las lágrim as, el silencio, los sueños. Las ventanas m uestran paisajes destruidos, carne y ceniza se confunden en las caras, en las bocas las palabras se revuelven con m iedo. En esta casa todos estam os enterrados vivos.

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U n a ro s a p ara D ylan Th o m as M urió tan extraña y trágicam ente com o había v iv ido, preso de un caos de palabras y pasiones sin freno... no consiguió ser grande, pero fracasó gen ialm en te... D.T.

Se dice: “no quiero salvarm e” y sus palabras tienen la insolencia del que decide que todo está perdido. Com o guiado por una certeza deslum brante cam ina sin eludir su abism o; de nada le sirven ya los engaños para sobrevivir una o dos m añana m ás: conocer otro cuerpo entre las sábanas destendidas y derretirse pálido sobre él o reencontrarse con las palabras y hacerlas decir para m entirse o ser el otro por el tiem po que dura la lucidez del alcohol en la sangre. En la oscuridad apretada de su corazón allí donde todo llega ya sin piel, voz, ni fecha decide jugar a ser su propio héroe: nada tocará sus pasiones y sus sueños; no envejecerá entre cuatro paredes dócil a las prohibiciones y a los ritos. Ni el poder ni el dinero ni la gloria m erecen un instante de la inocencia que lo consum e; no cortará la cuerda que lleva atada al cuello. Le bastó la dosis exacta de alcohol para m orir com o m ueren los grandes: por un sueño que sólo ellos se atreven a soñar.

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VERÓN ICA VOLKOW

J a rd ín Hay en m i jardín rosas que deshojan un corazón abierto al descam pado. Así es la flor, su desnudez es m agia. Le pido a la rosa m e guarde, en la fragilidad, secretos dones y a la espina m e otorgue la hum ildad y sus m anos precisas. Pido un techo que no tape, que recuerde al cielo y una ciudad que es nueva siem pre porque no agota sus cam inos, y le pido al río su fluir, su m uerte en el instante que tam bién es vuelo.

La b e rin to Con m i vida escribo la huella de una estrella, un laberinto que encendida ando. Sum ergida en la som bra m irada plena, Hay un vuelo que abre la luz en lo interno un cam inar sensible, y cuidado del corazón despierto.

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Ro s ario p ara N ad ia Desde un interno hablar a paraíso supo el poeta, a la rosa sin espinas dar sonido al color y una m em oria encendida y honda a su fragancia, Y fue nueva al jardín; aunque ya inúm era, rosa súbitam ente allí nim bada con su pureza de luz y una añoranza de estrella en su m úsico ovillar. Busco un hilo de luz para esa rosa que en laberinto vegetal o escrito desentraña al oído el ser m ás puro. Rosa la huella digital recuerda en su urdido centro, vastas órbitas, del hoy sonoro prístino concierto.

El in icio Estás desnudo y tu suavidad es inm ensa tiem blas en m is dedos tu respiración vuela adentro de tu cuerpo eres com o un pájaro en m is m anos vuln erable com o sólo el deseo podría hacerte vulnerable ese dolor tan suave con el que nos tocam os esa entrega en la que conocem os el abandono de las víctim as el placer com o una fauce

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nos lam e nos devora y nuestros ojos se apagan se pierden.

D e s pe d id a Que sea m i am or tan m udo com o Dios, que te sea invisible y casi insospechado y aunque envuelto en la som bra o náufrago en borrasca, que tras la noche brille si lo entiendes. Basta m irar para que exista, acatar lo profundo y som os una estrella. La luz es siem pre poderosa pero se olvida fácilm ente. El corazón tan solo es un testigo, en luz no hay som bra. De m ás allá de m í quisiera am arte y estar en ti en la libertad cuando te encuentres en la razón que es m agia y te devela profundo m uy profundo.

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B I B LI OGR AF Í A

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Este libr o se ter m in ò d e im pr im ir en el m es de octubre de 20 0 9 en la Un id ad d e Ar tes gr àficas d e la Facu lt ad d e H u m an id ad es, Un iver sid a d d el Va lle. Cali, Colom bia

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