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Premio UPC de ciencia ficción 1994 Conferencia, noviembre 1994 Alan Dean Foster La ciencia ficción y la raíz de todos los males Tras la presencia de Marvin Minsky, Brian W. Aldiss y John Grib-bin, en 1994 el encargado de citar la conferencia invitada en la ceremonia de entrega de premios fue el norteamericano Alan Dean Foster, ganador de la mención especial del Premio UPC en la edición de 1993, y conocido autor de ciencia ficción que ha destacado también por sus novelas sobre películas famosas como La guerra de las galaxias, Aliens, La cosa, Starman, etc, A continuación incluímos el texto de la disertación de Alan Dean Foster: "Primero me gustaría decir lo bien que me siento por estar aquí, en su hermosa ciudad, que hasta ahora sólo conocía por mis lecturas de historia y por ver las juegos olímpicos en televisión. Ahora que estoy aquí, puedo decir sin dudarlo que es mucho más bonita conocida directamente. A aquellos de nosotros que escribimos ciencia ficción nos gusta decir que todo es materia posible para una historia. Nada está más allá de las fronteras, nada es tabú, todo es juego limpio. Creo que esta es una de las principales razones por las que tanta gente disfruta leyendo ciencia ficción. Pero me llevó muchos, muchos años de lecturas el darme cuenta de la cantidad de escritores de ciencia ficción que, en su deseo de tratar de los temas más sorprendentes, o arcanos, u oscuros, tendían a pasar por alto tantas cosas que son integrales a la sociedad humana. Eso vale tanto para las sociedades futuras como para la que nos ha tocado vivir. En los primeros días de la ciencia ficción esta actitud era comprensible. El género era nuevo, y era fácil construir una historia alrededor de una sola noción científica. Sin embargo, mientras escribían sobre la energía atómica, alienígenas, televisión, submarinos y otros desarrollos tecnológicos, casi todos estos primeros escritores olvidaron tratar las motivaciones y las emociones humanas. Hombres como Nicolai Tesla y Thomas Edison puede que estuvieran pensado sobre la tecnología cada minuto de sus vidas, pero la mayor parte de la humanidad, incluyendo a los que estamos en esta sala, no lo hace. Puede que estemos muy interesados en la tecnología, pero la mayor parte del día, normalmente, nos centramos en otros intereses. Gradualmente, la ciencia ficción se fue dando cuenta de esta disparidad. El sorprendente artefacto tecnológico puede todavía servir como fundación (y no pretendo hacer un juego de palabras) para un relato, e incluso para una novela. Vean si no Mundo anillo de Larry Niven, Tau Zero de Poul Anderson, o la clásica Misión de gravedad de Hal Clement. Pero incluso relatos tan tecnificados se guían ahora por las motivaciones y acciones de sus personajes, en lugar de por sus referencias a las últimas revistas científicas. ¿Que clase de motivaciones guían a los personajes en la moderna ciencia ficción? La curiosidad debería aparecer sin duda como una de las primeras. La necesidad de derrotar a alienígenas peligrosos es todavía una trama usual. Lo sé, la he empleado varias veces. El amor como fuerza motivadora aparece de forma destacada en algunas historias famosas de la moderna ciencia ficción. Por desgracia, las fuerzas más importantes, en mi opinión, casi nunca son tenidas en cuenta. Sí, se las menciona en las narraciones, pero no como un elemento fundamental. Creo además que son las dos fuerzas más importantes en la historia humana, y esa es la razón por la cual las narraciones sobre el futuro humano deberían tenerlas en cuenta en igual medida. Hablo, por supuesto, del sexo y del dinero. Se puede defender la importancia de la religión y la política, pero creo que cualquiera que investigase el asunto, digamos que para escribir un artículo académico, podría defender con éxito la postura de que éstas últimas son subsidiarias y nacen de las otras dos.
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Quizá porque son tan primarias, tan básicas para nuestra existencia y para nuestros deseos, la ciencia ficción no ha lidiado de forma eficaz o explícita con ninguna de las dos. Por alguna razón, que no puedo entender, la primera parece ser más popular que la segunda. Por supuesto, están muy relacionadas. Siempre lo han estado, lo están y lo estarán. La primera no ha cambiado. Y la segunda, solo fluctúa en su unidad monetaria. Pero el deseo de acumular substancias y riquezas ha sido una necesidad básica, y ciertamente la más básica (después de la necesidad de reproducir la especie) en la existencia humana desde la época en que usábamos carne muerta y frutas como medio de intercambio en lugar de dólares o pesetas. No creo que realmente haya habido tanto cambio. Fue la ausencia de historias contemporáneas que tratasen de esta fuerza tan básica (la necesidad de acumular riqueza de alguna forma), lo que me llevó a comenzar una serie de historias en las que pretendía hacer de la economía la base de cada cuento, de la misma forma en que los escritores de ciencia ficción de los años 30 y 40 empleaban las maravillas tecnológicas. Me preguntan a menudo, como a la mayor parte de los escritores de ciencia ficción, si investigo mucho y si así es, si hay alguna fuente principal que motive alguna historia o historias. En lo que se refiere a la cantidad de investigación, siempre depende del libro. La fantasía, que también la escribo, requiere muy poca investigación. Si alguien desea escribir una historia de ciencia ficción donde el sexo sea el factor principal, no hay escasez de material para investigar. Por ejemplo, hay muchas revistas. Muchas tratan de sexo, y no sólo las claramente pornográficas. ¿Ha leído alguien un ejemplar de Cosmopolitan últimamente? ¿Y Selecciones del Reader's Digest? Sí, sí, Selecciones del Reader's Digest. En los Estados Unidos esas revistas populares se exhiben en expositores cerca de las cajas en los supermercados, así que no pueden pasar desapercibidas. He notado con académico interés que cada mes la portada de las revistas favoritas de América (exceptuando quizás TV Guide, que está igualmente obsesionada con esos mismos temas) contienen al menos un artículo sobre cuestiones sexuales. Y ahora que me las he ingeniado para recuperar la atención de aquellos que os podíais estar aburriendo, puedo decir que las narraciones a las que me refiero, que yo llamo Historias de la Franja Montezuma, y que serán publicadas en EE UU en libro por Warner Books el próximo verano, no surgen de un interés en el sexo. Aquellos de vosotros que podáis haber leído una de los cuentos de la antología, Nuestra Señora de la Máquina (publicada en Premio UPC 1993. Ediciones B. Colección NOVA Ciencia Ficción 63), a la que el jurado de esta universidad muy amablemente decidió concederle la mención especial en su pre-mio anual de novela corta de ciencia ficción, sabrán de cual de esas dos fuerzas primarias se trata en esas narraciones. Empezó, como todos los cuentos de la serie de la Franja Montezuma, porque estoy suscrito a cierta revista. Se llama The Economist. Se publica en el Reino Unido, y creo que es la mejor revista de noticias del mundo, al menos es la mejor que de las que conozco. Sale cada semana y contiene tanta información en un número como dos números de dos revistas de noticias puestas juntas. El estilo literario también es más agradable. Hay momentos en que estoy convencido (para aquellos que conozcan la serie clásica de la televisión británica Fawlty-Towers, en la que, por cierto, uno de los personajes principales era supuestamente de Barcelona) que el hermano mayor de Basil Fawlty es miembro del consejo editorial. Y no es que cada artículo de la revista trate sobre el dinero. Simplemente ocurre, como en el mundo real, que el dinero inspira, se relaciona, o choca con cada tema que trata la revista. Si se trata del fútbol, es seguro que leeremos como el equipo brasileño ganador de la copa del mundo trató de pasar de contrabando unos cuantos millones de dólares en compras americanas a través de los vigilantes agentes de aduanas de Río de Janeiro. Si el tema es el arte, se acabará hablando inevitablemente de la pobre situación financiera de ciertas orquestas, festivales de música, u operas. Si es la tecnología, tratará de como nuevos desarrollos pueden inspirar nuevos negocios. Esos artículo se complementan con comentarios sobre banca, negocios internacionales, y demás. Lo que me lleva a La Frontera.
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Eso sí, si vives en mi esquina de los Estados Unidos, sólo hay una frontera y esa es la que compartimos con Hispanoamérica. No sólo Méjico, aunque la proximidad física bendice (o maldice) a nuestros vecinos mejicanos con la mayor parte de los reportajes. Digo que en ocasiones "maldice" porque, como dijo una vez un presidente mejicano, "¡Pobre Méjico! Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos". Hablo de toda la gente que vive al sur de esa línea, desde Tijuana a Tierra de Fuego. A algunos les gustaría trabajar en los Estados Unidos. No necesariamente vivir allí, como quieren hacernos creer los titulares de prensa, sino simple-mente trabajar. Ganarse la vida. Alimentar a una familia. Unos pocos lo consiguen. La mayoría no. Pero gracias a algunos desarrollos en economía internacional, ahora tienen una verdadera oportunidad de elegir entre quedarse en casa o emigrar ilegalmente. Ese desarrollo tecno-económico se llama la maquiladora. En los últimos veinte años, cientos de fábricas han sido construidas en el lado mejicanos de La Frontera. Estas plantas ensamblan componentes fabricados en otra parte para crear productos destinados a la exportación no sólo a los Estados Unidos sino también a Europa y Asia. Cientos de grandes y pequeñas compañías norteamericanas han descubierto que no tienen porque ensamblar sus productos en Taiwan, Indonesia, Malasia o China. No cuando hay una gran cantidad de mano de obra barata, educada o no, al otro lado de la calle. El resultado es que decenas de miles de pobres hispanoamericanos se amontonan en ciudades y provincias fronterizas, buscando un trabajo seguro y una vida mejor en las comunidades que crecen alrededor de esas fábricas. Quizás "crecen" no es una descripción lo bastante fuerte. Realmente, estas comunidades brotan en la línea divisoria. Pero está sucediendo algo más que la mera integración económica. Toda una nueva cultura está apareciendo a lo largo de la frontera, una sometida por igual a influencias norteamericanas y sudamericanas. Especialmente desde la aprobación del NAFTA (Tratado de libre comercio de Norteamérica), el comercio entre los Estados Unidos y Méjico se ha incrementado a un ritmo incluso mayor que antes. El año pasado, por ejemplo, el comercio entre mi estado, Arizona, y Méjico se incrementó en un 25%. La consecuencias son dramáticas, y no todas ellas son obvias. En Arizona y el sur de California, en particular, miles de jubilados y americanos con ingresos fijos cruzan sin pensárselo dos veces la frontera en busca de asistencia médica; desde medicamentos hasta tratamientos odontológicos. Se cruzan en su viaje al sur con hordas de sureños acomodados que van al norte, gente que prefiere comprar en los centros comerciales mejor surtidos de San Diego y Tucson que en los de Tijuana. En Texas hace tiempo que es imposible decir donde termina la ciudad de El Paso y comienza Ciudad Juarez. Sólo tienes que cruzar una calle y ya estás en otro país. Pero no necesariamente en otra cultura. Puedes comprar excelente comida mejicana en El Paso, y conseguir tu dosis de McDonald en Juárez. La gente que vive a lo largo de la frontera habla cada vez mejor en inglés, español y espanglish. Este último, un nuevo lenguaje que se está creando en estos momentos (de la misma forma que un escritor de ciencia ficción puede crear uno), trata particularmente de temas económicos. ¿Por qué? Porque las gentes que no se entienden unos a otros, de lo primero que quieren aprender a hablar es de comercio y dinero. En ocasiones el negocio del que hablan es legal, en ocasiones no, pero siempre son negocios. En mis narraciones de la Franja Montezuma he intentado imaginar lo que esta región, que se extiende desde el Pacífico hasta el Golfo de Méjico, pude ser dentro de cien años más o menos. Supongo que acabará convirtiéndose en una gigantesca unión urbana lineal, algo así como Nueva York, Los Angeles, Ciudad de Méjico, Tokio y Singapur todas unidas por la economía y la cultura, extendiéndose de mar a mar, con la ciudades formando aglomeraciones y bultamientos a lo largo de esa línea como perlas en un collar. Algunos de estos centros de población serán prósperos, otros estarán sucios, pero de algo estoy seguro: todo será, a su modo peculiar, fascinante de la misma forma que los mercados lo han sido siempre desde el comienzo de la historia. Los escritores de ciencia ficción no proclaman predecir el futuro. Por una razón, no nos sale muy bien. Pero con seguridad no lo hacemos peor que los demás. Así que me arriesgaré y haré una predicción sobre el futuro de la región Franja Montezuma. Y no importa de que
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aspecto decida uno pensar o hablar, ya sea la ciencia, el deporte, la religión, el arte, la educación, o cualquier otra cosa, incluido el sexo. Mi predicción es que en el futuro, como en el presente, si se puede sacar dinero de un nuevo desarrolló, alguien lo hará. Así que, ¿por qué no hay más escritores contemporáneos de ciencia ficción que empleen la economía como base de sus historias? Hay más de los que la gente cree. Sólo que las filosofías subyacentes están escondidas bajo la acción. La filosofía se arrastra tras el protagonista. Los rayos de la muerte llaman la atención de lector con rapidez, especialmente sobre todo si la portadora es joven, esbelta y, preferiblemente, está inadecuadamente vestida. Mientras leo ese tipo de historias a veces se me ocurre preguntarme quien diseñó, fabricó y vendió el rayo de la muerte. ¿Quién paga al operario? ¿Cuánto cuesta ese reducido vestuario? Todo esto forma parte del diseño de cualquier futuro. Pero esos detalles importantes se abandonan en la cuneta a medida que la trama corre hacia adelante. No siempre fue así. Aunque nunca fue usual, hay cierto número de conocidas historias de ciencia ficción escritas por autores de ciencia ficción que se sustentan sobre la economía. Fue así especialmente a finales de los 40 y en los años 50. Primero y como las más importante de entre ellas tenemos varias historias de Robert A. Heinlein, especialmente Las carreteras deben rodar (1940), Hágase la luz (1940), Lógica de imperio (1941) que trata de la esclavitud, El hombre que vendió la luna (1950) y la más famosa La luna es una cruel amante (1966), que incluso tiene un dicho económico, las siglas Tanstaafl, que se expande en inglés en el slogan "There ain't such thing as a free lunch" (no hay comidas gratuitas o nadie da nada por nada). Después de Heinlein, el escritor que con más frecuencia empleó la economía como un elemento crítico en sus tramas fue Poul Anderson, comenzando con una historia sobre la ayuda extranjera The Helping Hand en 1950. Sus historias que tratan del capitalista Nicholas van Rijn son bien conocidos, incluyendo Margen de beneficio (1956), Trader to the Stars (1964) y La guerra de los hombre alados (1958). El más importante por el uso de la teoría económica en la ciencia ficción fue Mack Reynolds, un escritor americano cuyos padres eran devotos socialistas. La exploración en clave de ciencia ficción de la teoría económica puede verse en cuentos y novelas como Subversive (1962), Russkies, Go Home (1975), Ultima Thule (1961) y Adaptation (1967). La sátira económica en la moderna ciencia ficción se hizo famosa con Mercaderes del espacio de Pohl y Kornbluth en 1953, un tema que fue posterior-mente explorado en La plaga de Midas (1954), El túnel debajo del mundo (1955) y El abogado gladiador (1955). Otros escritores que ha explorado las consecuencias del cambio económico a través de la ciencia ficción son Robert Scheckley, Damon Knight, George O. Smith y, más recientemente, Ben Bova en novelas como Privateers (1985) y Bruce Sterling en Días verdes en Brunei e Islas en la red (1988). El lector astuto podría señalar rápidamente las historias ciberpunk de William Gibson. Aplaudo a Bill por prestar atención a lo que es probable que motive realmente las acciones de ciertos personajes en un futuro y en un argumento frenéticos. Resulta que pienso que todos somos un Nicholas van Rijn en mayor o menor medida. ¿Por qué la gente del futuro cercano debería ser diferente? La moral puede cambiar, así como otros imperativos, pero no el deseo de acumular riqueza o disfrutar de una buena vida. Quizás esa es la razón por la que la ciencia ficción marxista nunca fue muy popular o muy creíble. ¿Quién quiere sacrificarlo todo en aras de unas "personas" misteriosas y enigmáticas cuando se tiene la oportunidad de convertirse en el Tío Gilito? Siempre me sorprende la cantidad de reflexión que mis compañeros escritores invierten en cada detalle de sus civilizaciones futuras, para acabar dejando fuera cualquier discusión o énfasis en la economía. Por ejemplo, ¿cuantas narraciones de ciencia ficción explican lo fácil que sería comprar al enemigo, o darle trabajo, en lugar de volarlo por los aires? La guerra puede que incremente los beneficios a corto plazo, pero a la larga en mala para los negocios. La guerra interestelar es probablemente imposible no por limitaciones tecnológicas, no porque la gente y/o los alienígenas puedan odiar la idea de luchar, sino simplemente porque sería cara hasta provocar la ruina.
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Esa es la razón por la que no hubo tercera guerra mundial, en caso de que no lo supieseis. Bien, volviendo a la frontera entre los Estados Unidos y Méjico. Es un lugar ajetreado en estos momentos. Y será todavía más dinámico en el futuro cercano. Muchísimo más. Allí sucederán cosas extrañas; está naciendo toda una nueva cultura ante nuestros ojos, y la mayor parte de ella se guía por el deseo de ganar dinero. He intentado reflexionar sobre esa cuestión. Al principio parece que la economía es un tema increíblemente aburrido para una historia futura, o para cualquier tipo de historia de ciencia ficción, pero normalmente es el escritor el aburrido y no el tema. Si tantas películas y libros de hoy pueden tratar de la economía, y lo incluyo todo ya sea comprar una empresa o robar un banco, entonces ¿por qué habría de ignorar la ciencia ficción un tema tan vital?.
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