PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS DE GÉNERO DE LA POESÍA LÍRICA

PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS DE GÉNERO DE LA POESÍA LÍRICA Dos son los rasgos distintivos de la lírica como género literario: la expresión subjetiva de
Author:  Ernesto Prado Toro

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PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS DE GÉNERO DE LA POESÍA LÍRICA Dos son los rasgos distintivos de la lírica como género literario: la expresión subjetiva de emociones o sentimientos y la cualidad rítmica que adquiere el lenguaje. La lírica persigue crear en la mente del lector un mundo tan esencial como connotativo, sugerente y polisémico, de manera que el resultado es, en comparación con otros géneros, un tipo de texto breve muy elaborado (el poema), lleno de artificiosidad y densidad expresiva (con abundancia de recursos retóricos). La lírica puede escribirse en verso (casi siempre) o en prosa poética. Cuando la narrativa, el ensayo o el teatro presentan esta gama de rasgos decimos que se “poetizan”, que tienden a hacerse líricos. Según sea la relación que en el poema se establece entre el yo poético (yo que no tiene que coincidir obligatoriamente con el del autor) y la realidad, surgen diversas actitudes o tonalidades líricas: a veces el yo responde emotivamente a las sugestiones del mundo que lo rodea: la sociedad, la naturaleza, ciertos hechos privados, etc. Otras veces, ese mismo yo interpreta y asume como propios ideales o sentimientos colectivos. En muchas ocasiones, la voz poética se dirige a un tú, real o inventado, con el que dialoga imaginariamente; y en otras muchas, el yo penetra introspectivamente en sí mismo para buscar la verdad profunda de los sentimientos y las ideas particulares para explicarlos, describirlos o reflexionar sobre ellos. Técnicamente, el poema se formaliza mediante una serie de recursos literarios muy precisos: de un lado, aquellos que sirven para generar una especial sugestión rítmica-musical en la lectura y, de otro, aquellos que sirven para dotarlo de significaciones connotativas. La cohesión textual del poema depende estrechamente de ambos factores. Todos los procedimientos rítmicos del lenguaje pasan por la repetición (a periodos regulares) de fenómenos fónicos y morfosintácticos. Los procedimientos fónicos característicos del verso son la rima, el cómputo silábico, la posición del acento versal y las estructuras estróficas. La rima consonante y los versos de arte mayor se asocian tradicionalmente a la poesía culta mientras que la rima asonante y los versos de arte menos son propios de la popular. El romance (poema no estrófico de origen popular medieval) y el soneto (poema estrófico de origen renacentista) son dos de las fórmulas métricas con más vigencia de la poesía española. Otros fenómenos relevantes de repetición son la aliteración (fonemas que se repiten intencionalmente), la anáfora (repetición de palabras a comienzo de verso) y el paralelismo morfosintáctico (reiteración de estructuras generalmente combinadas con la anáfora). En cuanto a los procedimientos retóricos, son los de carácter semántico (los llamados tropos: metáfora, personificación, símil, ironía, metonimia, etc) los que se consideran inherentemente líricos porque comportan una desviación o traslación intuitiva desde términos literales o habituales a términos imaginarios creados al efecto por el poeta. En concreto, la lírica contemporánea desde finales del XIX ha potenciado muy especialmente el hallazgo de metáforas (imágenes) sorprendentes y expresivas, y el de símbolos sugerentes. Se puede decir que existe una lírica antes y después del Romanticismo (s. XIX). Antes, la lírica es fundamentalmente un género que respeta las normas fijadas por la tradición literaria (o sea, por los poetas clásicos grecolatinos bajo el principio de “imitación” de la naturaleza y de la propia poesía. Desde el Romanticismo hasta la actualidad, la lírica rompe decididamente con la normativa clásica y la autoridad de la tradición, y se escribe bajo el principio de “originalidad” (el poema tiene que encarnar la verdad radical e irrepetible de quien la escribe).

La normativa clásica organizaba el género lírico en subgéneros perfectamente diferenciados según el nivel de lenguaje empleado y los temas escogidos. Ejemplos destacados de subgéneros mayores (donde dominaban el lenguaje culto y los temas elevados) son: la égloga: composición protagonizada por pastores que dialogan acerca de sus desdichas amorosas en un ambiente bucólico muy idealizado; la elegía: composición donde se expresan sentimientos de dolor por la pérdida de un ser querido o una circunstancia desagradable; y la oda: composición destinada a la exaltación de un ser, una cosa o una idea de carácter trascendental (ej. Dios, la fe, la libertad, la amistad, una victoria militar, etc). Otros subgéneros son el himno, la sátira, la canción amorosa (que nace en el Renacimiento), etc. Ejemplos destacados de subgéneros menores (donde domina la sencillez de lenguaje y temas) son el villancico y la letrilla (composiciones de origen medieval que comparten temáticas amorosas, religiosas o satíricas); y el madrigal (poema breve de alabanza a una dama). La libertad del romanticismo trajo consigo múltiples alternativas al rigor métrico, temático y de registro lingüístico de la lírica tradicional: se abandonan las fórmulas fijas de los subgéneros clásicos, se emplea el verso libre (sin rima ni medida), el versículo (verso de más de 15 sílabas), se experimentan nuevas estrofas y soluciones rítmicas y, ante todo, el lenguaje del poema, aun manteniendo con frecuencia un alto nivel de formalización, se abre a temas cotidianos (indignos de un poema para la lírica clásica) y al nivel coloquial y conversacional, esto es, al registro oral del idioma.

PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS DE GÉNERO DE LA NOVELA Narrar es contar unos hechos que les suceden a unos personajes en un lugar y un tiempo determinados. La narrativa se escribe habitualmente en prosa pero hasta el siglo XVIII no eran infrecuentes poemas narrativos en verso. Los elementos estructurales de una narración son: El narrador es la voz (diferente de la del autor real de la obra) que cuenta la historia, es decir, la voz que convierte la historia en relato o “discurso” y, por tanto, la que conduce la acción. Tipos habituales de narrador son: el narrador interno (en 1ª p.), bien sea protagonista de la historia o bien testigo (personaje secundario) de esta. El narrador externo (3ª p), bien sea omnisciente, que conoce todos los detalles de la historia y los personajes, y que “impone” su visión del mundo al lector o narrador “objetivo” (que se limita a contar lo conductual perceptible, sin penetrar jamás en la conciencia de los personajes). Otras modalidades son el narrador en segunda persona (desdoblamiento de la voz narrativa) y el narrador en primera persona del plural. Los acontecimientos en su conjunto configuran la acción narrativa o argumento. La organización más simple de un argumento es la que desarrolla lógica y cronológicamente los sucesos y presenta los diferentes personajes conforme van apareciendo en la historia (esquema lineal). Este esquema ordena la acción en planteamiento, nudo o conflicto y desenlace. Si se altera este esquema, la composición se hace más libre: in medias res es el relato que arranca abruptamente en un punto del nudo sin previa aclaración de la historia para captar la atención del lector. En el flash-back (retrospección o analepsis) la acción “salta” a un punto del pasado y en flash-forward (anticipación o prolepsis) se anticipan o adelantan acciones, se adelanta en el tiempo. En el contrapunto, varias historias se entrecruzan (se yuxtaponen) a lo largo de la narración, y en el relato circular, la historia se inicia y se acaba del mismo modo. Los personajes son el elemento fundamental de la narración, el hilo conductor de los hechos. Puede ser presentado o caracterizado directamente (si el narrador realiza su “retrato” o lo individualiza) o indirectamente (si es el lector quien deduce cómo es a partir de lo que dice o hace, o a partir de lo que otros personajes dicen de él o de cómo se relacionan con él). Aparte del rango de protagonistas, secundarios o simples comparsas, cabe clasificar a los personajes según su dimensión psicológica. Así tenemos personajes planos o estáticos, cuya personalidad y conducta no varía sustancialmente a lo largo de la historia (por ejemplo, los arquetipos: el malvado, el héroe, la mujer fatal, etc) y los redondos o dinámicos que hacen todo lo contrario, por ejemplo, los protagonistas quienes, comúnmente, son perfilados mediante innumerables detalles que los individualizan frente al resto. En un relato las voces de los personajes se dejan oír a través de los llamados estilos de cita que emplea el narrador para reproducirlas: sin presencia del narrador (estilo directo), con presencia mediada del narrador (indirecto), con adaptación del narrador al punto de vista del personaje (indirecto libre). Además, el monólogo (1ª o 2º p) es el discurso en el que un personaje habla consigo mismo dejando entrever emociones y sentimientos. En el monólogo interior o flujo de conciencia –característico de la novela contemporánea– las palabras del personaje discurren libre y a veces desordenadamente, y exigen del lector un esfuerzo para ordenar lógicamente el sentido del discurso. En cuanto al tiempo narrativo, hay que diferenciar el tiempo externo (época en que se desarrolla la acción) y el tiempo interno (duración y orden de los acontecimientos del relato). El tiempo externo sirve para ubicar o desubicar el relato dentro de las coordenadas del mundo real del lector. El tiempo interno sirve para dotar de ritmo a la narración. Procedimientos que aceleran

el relato son el resumen (en unas líneas se condensan años de la historia) o la elipsis (supresión deliberada de un hecho) mientras que lo ralentizan las pausas para introducir descripciones o reflexiones. Los diálogos y la narración pura igualan el relato a la duración objetiva de los acontecimientos. El espacio es el marco físico y los ambientes geográficos y sociales donde se mueven los personajes. Hay que distinguir entre espacios exteriores o abiertos e interiores o cerrados; y entre reales (incorporados a lo ficticio), inventados pero verosímiles y completamente fantásticos. Con frecuencia, el espacio no es un simple decorado sino que llega a determinar el comportamiento de los personajes, a reflejar el estado anímico de éstos e incluso a constituirse en un personaje intangible del relato. Hasta el siglo XVIII fue habitual una narrativa de carácter épico (sobre héroes guerreros) en verso, como se manifiesta en los poemas épicos grecolatinos (La Odisea de Homero) y, durante la Edad Media, en los cantares de gesta (Cantar de Mío Cid) o en muchos romances. Sin embargo, los dos subgéneros narrativos por excelencia son el cuento y la novela. El cuento, formato narrativo antiquísimo, tiene como rasgo principal la brevedad, la intensidad y la simplicidad en el tratamiento de sus elementos: personajes, acción, espacio, etc. Los ejemplos medievales y los cuentos tradicionales (“Caperucita roja”) y literarios (los de Christian Andersen o Perrault por ej) son variantes del cuento. La novela es una narración más extensa y compleja que el cuento donde todos los elementos estructurales de la narración se complejizan y establecen múltiples relaciones recíprocas. Con el Lazarillo de Tormes (s. XVI) y el Quijote de Cervantes (s. XVII) arranca la novela moderna en nuestra lengua. El otro momento culminante del género hay que buscarlo en la segunda mitad del s. XIX con el realismo, que prefigura toda la narrativa contemporánea. Según su temática, se habla de novelas de aventuras, históricas, de ciencia-ficción, policíacas, de amor, de terror, fantásticas...

PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS DE GÉNERO DEL TEATRO Llamamos teatro o drama a aquellas obras literarias creadas para ser representadas por actores en un escenario. El teatro se escribe en prosa, en verso o combinando ambas formas, y puede llevar acompañamiento musical o no. El producto literario característico es la obra dramática, en la que hay que distinguir el texto literario (obra de un dramaturgo) y el espectáculo (que corre a cargo de un director teatral). El texto literario teatral se compone de un texto principal, el diálogo, y uno secundario, las acotaciones. El texto dialogado, o conjunto de intervenciones y réplicas de los personajesactores, prescinde del “discurso” del narrador imprescindible en el género narrativo. Las acotaciones ofrecen todo tipo de información relevante (a criterio del dramaturgo) acerca de cómo debe representarse la obra (gestos, movimientos, luces, etc). No obstante, las acotaciones en el teatro vanguardista se expanden hasta convertirse en apoyos narrativos o secuencias líricas que enriquecen el diálogo. Los personajes teatrales pueden caracterizarse -igual que los narrativos- en protagonistas o principales; en secundarios (dentro de los que destaca el antagonista) y en simples comparsas. Igualmente se puede hablar, según su dimensión psicológica, de personajes planos (carácter y conducta invariables a lo largo de la historia) o dinámicos (con alto grado de individualización y cambios psicológicos significativos). Dentro de los planos el teatro ha recurrido con frecuencia a los arquetipos sociales (la mujer fatal, el soldado bravucón, el avaro, etc) y a los alegóricos (encarnaciones de ideas abstractas: la justicia, el pecado, la eucaristía, el demonio, etc). La voz de los personajes-actores se formaliza no solo mediante la conversación (el diálogo típico) sino también mediante el monólogo o soliloquio (que es el diálogo de un personaje consigo mismo); el aparte (que son las palabras que dice cualquiera de los personajes, como hablando para sí o con el público y suponiendo que no lo oyen los demás); y a través del coro (imprescindible en el teatro clásico grecolatino), que actúa como un personaje colectivo el cual encarna la conciencia o los recuerdos del personaje que habla; o actúa como un oráculo que adivina acontecimientos futuros; o representa los valores morales de una comunidad. La acción dramática suele sustentarse en un eje narrativo-escénico que se despliega en un lugar y en un tiempo más o menos determinados. El teatro clásico (hasta el romanticismo) fijó la regla de las tres unidades como principio básico de la verosimilitud escénica (es decir, una sola acción, en 24 horas y en un solo decorado-lugar). Toda referencia que se saliera de estas tres coordenadas podía presentarse en el diálogo pero no representarse en escena. El teatro moderno solo ha mantenido la unidad de acción. Frente al detalle y el detenimiento de la acción narrativa, la teatral debe descartar casi todas las tramas secundarias y condensar la acción en una serie de momentos significativos que eleven la intensidad del conflicto hasta desembocar en un clímax que puede hallarse en el nudo o en el desenlace. Teniendo en cuenta la acción, las partes tradicionales de una obra dramática son el acto (división mayor que coincide con la subida/bajada del telón), y dentro del acto, el cuadro (unidad espacial del mismo decorado) y la escena (unidad temporal de los mismos personajes). El teatro moderno (desde el s. XIX) normalizó la división en tres actos que se corresponden con el planteamiento, el conflicto y el desenlace de la historia, aunque el teatro vanguardista contemporáneo no suele respetar este esquema tripartito.

En cuanto a la representación o espectáculo teatral es el fin último de un texto dramático. Esta tarea es llevada a cabo por los actores, que encarnan a los personajes y que son conducidos por un director, quien ofrece una interpretación personal del sentido del texto escrito por el dramaturgo y en virtud de esta dirigirá a los actores y eligirá una determinada escenografía. Se entiende por escenografía el conjunto de decorados, vestuario; iluminación y sonido (música pero también ruidos) para crear ambientes y reacciones anímicas en el público. Los efectos especiales son técnicas escénicas específicas para generar efectos de ilusión en el público (ej, la polea invisible que sirve para que un ángel suba al cielo). Para la normativa clásica, vigente hasta el s. XVIII, los subgéneros teatrales mayores eran la tragedia (que trata conflictos de enorme gravedad, usa un lenguaje elevado y retórico, y los personajes sucumben hasta la destrucción en una lucha desigual contra un destino fatal); la comedia (que trata asuntos menores repletos de situaciones humorísticas que desembocan en un final feliz, y protagonizados esencialmente por tipos populares que emplean un lenguaje coloquial y abiertamente desenfadado). El drama (que trata asuntos graves pero casi siempre de carácter familiar, privado. Los personajes son gente corriente y el desenlace –lejos del exceso trágico– suele ser más ambiguo que el de la tragedia o la comedia). En el s. XVII español se denominó tragicomedia a aquellas tragedias o dramas cuyos protagonistas podían ser gente humilde (incluso con aparición del “gracioso”) y el lenguaje empleado mezclaba registros cultos y coloquiales. Entre los subgéneros dramáticos menores, destacan, durante el s. XVII, el auto sacramental (obra en verso de un solo acto con temática alegórico-religiosa) y el entremés (de carácter cómico representado entre dos actos de una obra extensa). Desde el s. XVIII, podemos destacar el sainete (de rasgos muy similares al entremés pero con temática costumbrista), la farsa (de contenido satírico-cómico) y la ópera (de temática trágica y compuesta íntegramente con música).

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