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ÍNDICE
Prólogo, Laura Ramos
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Introducción. El Consenso de Washington una década después, David Llistar 11 I. Neoliberalismo y política. Las transformaciones recientes de la sociedad argentina, Federico Lorenc Valcarce 21 II. El proceso de saqueo de las riquezas nacionales paso a paso, Irma Antognazzi 37 III. Modelo neoliberal y grandes agentes económicos. Un análisis de las principales transformaciones ocurridas en la cúpula empresarial argentina durante la década de los noventa, Ana Gabriela Castellani 51 IV. Liberalización financiera y regresión estructural en Argentina, Ricardo Ortiz 67 V. A la vuelta de la globalización neoliberal. La crisis social en Argentina, Estela Grassi y María Rosa Neufeld 83 VI. Ecología y devastación económica, Antonio Elio Brailovsky 97
Palabras finales, Observatorio de la Deuda en la Globalización 111 Anexo nº 1 El Consenso de Washington punto por punto
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Anexo nº 2 Cronología orientadora de la historia argentina durante los últimos cincuenta años 115 Sobre los autores
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PRÓLOGO Laura Ramos
La década de los noventa ha sido, para los países y pueblos del Sur, la década de la derecha neoliberal radicalizada, la década del Consenso de Washington (CW). La explosiva e inédita respuesta social de la población argentina, a fines de 2001, ante las dramáticas consecuencias de su aplicación irrestricta, y su repercusión acrítica en los medios de comunicación del mundo, motivaron esta compilación. En ella se reúnen las reflexiones de siete autores sobre la naturaleza y aplicación de la disciplina neoliberal en el país, y su impacto en distintos sectores sociales. Es el resultado de un trabajo colectivo, diseñado y desarrollado en el marco del Observatorio de la Deuda en la Globalización (ODG), con la colaboración de autores argentinos. El esfuerzo consistió en armonizar la confluencia de dos intereses. Por un lado, la perspectiva de análisis sobre el resultado de la aplicación del CW en Argentina, frente a la claridad ejemplar del caso y el relevante papel que desempeñaron los intereses españoles durante la década completa. Por otro, la urgente necesidad de los autores argentinos de procesar analíticamente, y al calor de convicciones populares en plena efervescencia, la íntima experiencia del estallido social de diciembre de 2001. El libro comienza con un capítulo preliminar escrito por David Llistar, miembro del ODG, donde se hace una precisa descripción del CW y se detalla en qué líneas teóricas y políticas mundiales se enmarca su planteo, quiénes lo formulan, ejecutan o apoyan y por qué, y cuáles son sus consecuencias a nivel global, además de las disidencias internas que se perfilan.
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Con esos elementos, a continuación el lector se encuentra con distintas reflexiones teóricas sobre las transformaciones resultantes de la aplicación de las políticas de Washington en Argentina. Las miradas son internas y expresan, a través de una perspectiva social determinada, el ingreso y el impacto de la línea dura de Washington en los pilares estructurales de la sociedad argentina, de cara a un país devastado. En el capítulo 1, Federico Lorenc Valcarce explica las sucesivas coaliciones sociopolíticas que sostuvieron el desarrollo de la doctrina neoliberal en Argentina, sus razones y consecuencias. Seguidamente, Irma Antognazzi plantea —paso a paso— el plan de saqueo de las riquezas nacionales durante ese período, y señala en cada caso a los mentores y ejecutores y sus alianzas. En adelante las empresas transnacionales de origen español encuentran un lugar destacado en el relato, ya que todos los autores se refieren a la penetración española en el país y su modo de operar. El capítulo 3, escrito por Ana Castellani, alude a la cúpula empresaria argentina, un sector social clave durante el proceso neoliberal en dos sentidos: como impulsor principal del «dogma de Washington» y como responsable directo del devenir económico del país. Se detallan su composición y dinámica, la naturaleza de sus ganancias y las consecuencias sociales de su comportamiento. La idea se completa en el capítulo siguiente con el análisis, desarrollado por Ricardo Ortiz, del liderazgo del sector financiero en la dinámica económica nacional a lo largo del período. Se puntualizan las operaciones financieras que se llevaron a cabo, en especial la relación funcional entre deuda externa y fuga de capitales, y los resultados estructurales de la formación de un fuerte mercado de capitales controlado por los inversores. En estos dos capítulos, se pone en evidencia la colaboración orgánica de los gobernantes —anunciada ya por Federico Lorenc Valcarce e Irma Antognazzi— como resultado de la integración de cuadros políticos y sociales a la derecha neoliberal y, más tarde, de la necesidad de éstos de perpetuarse en el poder. El capítulo 5, a cargo de Estela Grassi y María Rosa Neufeld, describe y analiza con impecable rigurosidad la situación social del país, y los procesos resultantes de las políticas de ajuste y de alivio a la pobreza recomendadas por Washington. Sus vías de reflexión son la flexibilización de las condiciones de inversión, el poder disciplinador
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del «trabajo», la destrucción de la autonomía alimentaria y la precarización de la educación, en el marco de la pérdida de la soberanía nacional frente a las imposiciones de los organismos internacionales. Finalmente, Antonio Brailovsky hace un recorrido plagado de imágenes sobre el impacto ambiental de la doctrina neoliberal y su relación con la transferencia a manos privadas de las empresas hasta entonces controladas por el Estado. REPSOL, Aguas Argentinas y Monsanto se muestran como ejemplos de agentes transnacionales devastadores de los recursos básicos y estratégicos de la población argentina, que no se detienen ante la perpetración de genocidios o ecocidios. Dos anexos completan el libro. El primero, «El Consenso de Washington punto por punto», resume los lineamientos sobresalientes del decálogo. El segundo provee al lector de una cronología orientativa sobre la historia institucional, política y económica argentina durante los últimos cincuenta años. Sin duda, el abordaje de la problemática argentina por los diferentes autores requerirá del lector una atención especial, ya que se desgranan múltiples aspectos de un proceso que aún sigue en pie y cuya repercusión final todavía no se hace evidente. Sin embargo, una vez acabado el texto la complejidad se diluye ante una certeza insoslayable: la transformación estructural de una sociedad, consecuencia de la expropiación de sus recursos elementales y de la violación sistemática de sus derechos básicos.
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INTRODUCCIÓN EL CONSENSO DE WASHINGTON UNA DÉCADA DESPUÉS David Llistar*
En 1990 John Williamson, un economista norteamericano radicado en Washington DC, trató de concentrar en un pequeño texto aquellas «verdades» sobre política económica que eran compartidas por el establishment mundial. En él, el autor reunió las premisas y sugerencias comunes a la ideología neoliberal más genuina, que entonces gobernaba todas las instituciones representativas de ese poder global, en especial las afincadas en el corazón mismo de la ciudad capital de los Estados Unidos: el Gobierno, el Congreso y el Senado norteamericanos, los «mellizos de Bretton Woods» (el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial), las sedes o delegaciones de múltiples bancos de desarrollo regionales, y las oficinas de los principales grupos de presión empresariales del mundo y de las escuelas de pensamiento más influyentes. A las fórmulas recogidas en un decálogo, especie de guía universal de instrucciones para países que no hubieran profundizado lo suficiente en el capitalismo, las denominó el Washington Consensus.1 Su contenido se limitó a lo relacionado con la búsqueda de condiciones de estabilidad, ajuste e internacionalización y dejó fuera cuestiones «difíciles de consensuar», como la equidad o el medio ambiente. Y si bien las diez prescripciones fueron redactadas pensando en América Latina, más tarde su dogma y aplicabilidad resultaron «recomendables» para cualquier región del mundo. De hecho, aquel país que * ODG, Terrassa, noviembre de 2002. 1. Véase una versión simplificada en el Anexo nº 1.
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quisiera «sanarse» de la enfermedad del subdesarrollo tendría que aplicar el CW y el que no..., se vería obligado a hacerlo. El CW salió a la luz por primera vez en el artículo «Lo que Washington quiere decir cuando se refiere a las reformas de las políticas económicas», publicado en 1990 por el propio Williamson, y fue matizado por él mismo en artículos subsiguientes. Los principales «dogmas de fe» sobre los que reposa el decálogo son los siguientes: –
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Sobre el papel del Estado: dado que el sector privado gestiona más eficientemente los recursos que el sector público, los gobiernos deben reducir el Estado a su mínima expresión y dejar en manos del sector privado la mayor parte de su gestión aun cuando se trate de «servicios universales» (como el acceso al agua potable o a la electricidad). El Estado debe ser un mero facilitador de los negocios del sector privado (estabilidad), un regulador ocasional de los excesos del mercado (programas de alivio de la pobreza y protección del medio ambiente) y un garante de la paz social (gobernanza). Se utilizan como ejemplos de ese buen desempeño a Chile y Costa Rica. Sobre las ventajas de la globalización: las economías de los países deben internacionalizarse a toda costa. Hay que abrir fronteras al capital, atraer el máximo de inversión extranjera, tratar de que la producción doméstica salga al exterior y las empresas extranjeras se instalen en territorio nacional. En una palabra, hay que transnacionalizarse. La extranjerización y extraversión de las economías, lejos de ser un problema para los países empobrecidos, los capitalizará al tiempo que les suministrará la tecnología de la que carecen. Sobre la distribución: la presencia de polos de desarrollo y de élites prósperas desencadenará un proceso de «cascada de riqueza» desde estos polos hasta las clases menos favorecidas por el modelo. Es la llamada «Teoría del derrame».
En la medida en que el contenido del CW pudo filtrarse de los círculos intelectuales y de la alta política para ser reconocido en ambientes más populares, devino foco central de crítica por parte de los movimientos sociales presentes en todo el planeta (ecologistas, de solidaridad internacional, feministas, antimilitaristas, sindicales, etc.)
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y el término pasó de hacer alusión a la lista propositiva y tecnocrática descrita por Williamson, a referirse a las políticas neoliberales de corte anglosajón y línea dura que se desprendían de la fortísima presión que las grandes corporaciones transnacionales ejercían sobre los estados y las instituciones supranacionales. En la actualidad, el CW es sinónimo de fundamentalismo de mercado y tiene diversas proyecciones: el Tratado de Maastrich en la UE (Unión Europea), el TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte), el proyecto del ALCA (Acuerdo de Libre Comercio para las Américas) en América Latina, y los programas de ajuste estructural y de alivio de deuda impuestos por el FMI a los países emergentes y a los países empobrecidos altamente endeudados, respectivamente. Jamás en la historia el mundo se había orientado tan homogéneamente en lo ideológico y lo político. He aquí el denominado «pensamiento único», si bien todavía puedan verse algunos regímenes exóticos o disidentes (muy vinculados con el «Mal», según los republicanos norteamericanos). El plan de Washington, consistente en un mundo con economías de mercado abiertas y sucedáneas de democracias liberales, se ha impuesto con éxito. Aunque Williamson mismo decía que en el continente americano «el CW está siendo ejecutado en todas las capitales del hemisferio excepto en Washington... y La Habana», y es cierto. Lo mismo sería extrapolable al mundo entero, excepto Washington, Bruselas y el denominado «Eje del Mal» (Irán, Irak y Corea del Norte). Y surgen entonces las siguientes preguntas: ¿A quiénes ha beneficiado y a quiénes ha perjudicado toda esta apisonadora ideológicoeconómica? ¿Quiénes la han promovido? ¿Cómo lo han logrado? Y por otro lado, a la luz de las últimas crisis sistémicas, en especial la argentina: ¿puede decirse que el CW haya fracasado?
El CW: ganadores y perdedores El CW ha definido un proceso de globalización muy concreto, homogéneo y ciertamente desalentador, a pesar de las imágenes idílicas construidas por los think tanks y las agencias de relaciones públicas de los sectores interesados en este modelo. Si bien es cierto que otras «mundializaciones» pudieran haber sido posibles, la de hoy es una y concreta, la mundialización del capitalismo, probablemente en su
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última fase (Vidal Villa, 1996). De este modo, el sistema financiero internacional y el modelo de asignación de recursos se han definido sobre la base de la lógica de un mercado a escala mundial, donde se impone el objetivo de lograr máximos beneficios en el menor tiempo posible. Y con una realidad paradigmática: la libertad de movimientos es sólo para el capital, mientras que la mayoría de personas del mundo se mantienen enclaustradas, cuanto menos, en sus fronteras estatales por las inexpugnables barreras a la inmigración. En estas circunstancias, no es posible creer que el CW haya sido impulsado desde comunidades rurales del África o desde los suburbios de las ciudades latinoamericanas. Al efectuar un análisis de la evolución del ingreso y su distribución en el planeta durante los años noventa, se observa que África y Europa del Este, en su conjunto, han retrocedido en ambos indicadores, mientras que América Latina ha crecido muy ligeramente y lo ha hecho con la mayor desigualdad del mundo.2 Mientras tanto, Europa y Japón, y especialmente los Estados Unidos, engordaban sus ya hinchadas economías. Si la polarización de las regiones y países fue feroz durante la aplicación del CW, no ha sido menor dentro de los propios países, con enormes masas de la población obligadas a sumergirse en economías informales y miserables, una clase media destruida y herniada por el peso del coste del Estado y unos pocos «ganadores». En general, y muy simplificadamente, estos últimos fueron tres sectores: aquellos que consiguieron llegar al gobierno, la oligarquía vinculada con ese gobierno y aquellos que más se «globalizaron», es decir, los representantes o intermediarios locales del capital transnacional extranjero, o los que operaron como funcionarios de organismos multilaterales. En el Norte, los grandes ganadores fueron las empresas transnacionales, que pudieron expandirse al Sur y recolonizarlo en un formato adaptado a los tiempos. Las transnacionales presionaron a los gobiernos del Norte y el Sur, del Este y el Oeste, para que diluyeran regulaciones de protección nacional. Detrás de las transnacionales, los pequeños y grandes inversores. Los primeros, ciudadanos corrientes de los países industrializados sin ninguna idea de los efectos políticos que pudiera tener la renta-
2 Véase el Informe sobre Desarrollo Humano 2002 del PNUD.
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bilización de su capital en los pueblos del Tercer Mundo (acciones, planes de jubilación personales, etc.). Y, en segundo lugar, los grandes inversores, bancos o empresas afines, que son, además, los que dirigieron y dirigen las empresas y tienen acceso a información privilegiada.
Quiénes han promovido el CW y cómo lo han logrado El CW coincide con el período de máxima hegemonía del neoliberalismo —la década de los noventa—, pero, a pesar de ello, esa hegemonía es la estación final de todo un proceso estratégico de expansión ideológica y cultural de un capitalismo al estilo anglosajón de corte liberal en lo económico, aunque conservador en lo moral. Tres son las estrategias que Washington utiliza para implementar el neoliberalismo en América Latina, su «patio trasero»: el uso coercitivo de la fuerza, la persuasión ideológica y las «recomendaciones» de obligado cumplimiento. En la primera estrategia —clave durante los años ochenta—, se incluyen tanto las intervenciones de los Estados Unidos en la generación de guerras de baja intensidad (los campos de entrenamiento militar en la Escuela de las Américas, la Contrarrevolución en Nicaragua, la paramilitarización en Guatemala o Colombia, los Escuadrones de la Muerte en El Salvador, etc.) como el apoyo encubierto a golpes de Estado con imposición posterior de regímenes dictatoriales que asumirían —con gusto— las tesis de Washington (es el caso de los regímenes autoritarios de Pinochet, Videla, Rius Mont y un largo etcétera). Según el Documento Santa Fe II. Una estrategia para América Latina en la década de 1990: Estados Unidos debe fortalecer su capacidad para cultivar valores de un régimen democrático con las fuerzas armadas de la región. Con esta comprensión, no se reduciría el programa de Entrenamiento y Educación de Militares Internacionales (IMET ). En la segunda estrategia situaríamos la atracción que los Estados Unidos supieron ejercer, sobre la clase dirigente y la intelectualidad latinoamericana, hacia sus universidades, para sumergirlas en las
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doctrinas de Washington, y el modo en que estas élites, convencidas de que aquello era lo mejor, aplicaron de manera dogmática las doctrinas mencionadas a pesar de que el contexto latinoamericano requería otro tipo de políticas. El bombardeo mediático de la American way of life a través de la televisión no sólo transculturizó a la población televidente sino también invitó a creer que, reproduciendo el modus operandi de Hollywood, se llegaría al «desarrollo humano» de Beverly Hills. La tercera estrategia consistió en que las «recomendaciones» fueran de obligado cumplimiento, aun cuando en América Latina ya se habían instaurado las llamadas democracias liberales. En este caso, se trataba de una estrategia mucho más difusa porque se realizaba multilateralmente. Y dicha multilateralidad —la del FMI, el BM, el BID y los demás bancos regionales de desarrollo, etc.—, si bien implicó la moderación o atenuación de lo que querían originalmente «los halcones de Washington», como el Grupo de Santa Fe, sin embargo escondía y otorgaba legitimidad a los actores que realmente impulsaban las políticas neoliberales, como el poder transnacional, las élites latinoamericanas, los Estados Unidos o el Grupo de los Siete (G7), entre otros. Si se hace un repaso de los principales periódicos latinoamericanos de los años noventa, puede observarse que el frente de batalla estaba en los rendez vous entre gobiernos nacionales y el FMI, principalmente. No aparecían ni las transnacionales, ni los gobiernos europeos, ni las embajadas de los Estados Unidos ni Canadá. ¿Y cuáles fueron las armas para obligar a aplicar el CW? Como señala Bretton Woods Project: «Sus armas fueron créditos; sus condiciones, la aplicación de los términos del CW».
Evidencias del fracaso del CW ¿Puede decirse que el CW haya fracasado? Si asumimos quiénes lo impulsaron y analizamos quiénes prosperaron, debemos concluir que ha resultado ser un rotundo éxito para Washington, Bruselas, Londres, París, Madrid y muchos otros centros de poder corporativo. En cambio, ha sido un engaño para países como Argentina, Rusia o Mozambique. El resultado objetivo de ello puede encontrarse en cualquier base estadística seria o en las calles de sus ciudades. Joseph Stiglitz señala tres evidencias claras de ese fracaso: la trayectoria de
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los países poscomunistas, la generación de economías duales y el «milagro del Este Asiático», cuyo éxito económico coincide en el tiempo y el espacio con la no aplicación del CW en parte de esta región (Malasia es el ejemplo clave). Sin embargo, no es por todo eso que están preocupados los políticos, funcionarios e inversores de Washington. Sus temores en estos días apuntan a la inestabilidad recurrente del sistema financiero. Y, junto a ella, a la posibilidad de que ciertos países no paguen la deuda. Dicha inestabilidad, a la que todo el mundo llama «crisis financiera» y que el FMI atribuye, una y otra vez, a la corrupción y a la insuficiente profundidad de las reformas, destruyó México en 1994, el Sudeste Asiático en 1997, Rusia en 1998, Brasil en 1999, Ecuador y Turquía en 2000 y Argentina en 2001-2002. Inestabilidad capaz de dejar sin capital a países enteros, llevar a la quiebra a todo tipo de negocios, provocar devaluaciones arbitrarias y condenar a la pobreza a enormes sectores de la sociedad.
¿Hacia un «Posconsenso de Washington»? A la luz de las continuas crisis financieras, las instituciones que se reúnen en Washington han estado percibiendo que sus indicaciones políticas y económicas no consiguen en absoluto el marco de estabilidad deseado para los mercados. Asociado a ello han empezado a surgir algunas desavenencias dentro de Washington mismo, que en un primer comienzo han sido individuales pero que hoy empiezan a crear tendencias. A continuación, algunas de las oscilaciones y disidencias más significativas. El 30 de octubre de 1998, tras la convulsión que significó la crisis en el Sudeste Asiático, el G7 declaró insuficientes las estrategias económicas contempladas por el CW y les añadió tres medidas nuevas: la primera, una mayor transparencia tanto en las instituciones públicas como en las empresas y bancos; la segunda, un refuerzo de la supervisión del Estado al sector financiero, en especial a los hedge funds (Fondos de Inversión Especulativos) y los «paraísos fiscales»; y tercero, una estrategia de liberalización del sector financiero más suave, gradual y cautelosa. Sin embargo, fue en el seno del Banco Mundial donde se generaron algunas discrepancias de orden más profundo sobre cómo debe-
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rían ser las políticas de desarrollo. En particular, Joseph Stiglitz, que poco más tarde fuera obligado a dimitir como economista jefe del Banco Mundial, asestó un duro golpe en 1998 al presentar oficialmente sus tesis en las que proponía abandonar el CW y entrar en el llamado Post-Washington Consensus. Stiglitz planteaba que el Estado debía regular el mercado con mayor fortaleza que la estipulada por Washington (en especial, el FMI). A la vez, estimaba que era imprescindible implementar políticas de redistribución en lugar de reducir el tratamiento del problema de la pobreza a programas puntuales de «alivio», tal como planteaban las tesis del neoliberalismo. Uno de los elementos clave de este cambio es que el conocimiento sea un bien público dentro de lo que Stiglitz denomina la nueva «economía del conocimiento», basada en la educación, la ciencia y la tecnología (2000). Otros exponentes académico-institucionales afines a estas ideas han sido Rabi Kanbur, Jagdish Bhagwati, Jeffrey Sachs, o el premio Nobel Amartya Sen. Aunque todavía marginal, es posible que la evidencia de los hechos alimente durante los próximos años esta línea de disidencia inscrita en lo que podríamos llamar, de momento, «reformismo valiente» dentro del imperio washingtoniano.
Conclusión El Washington Consensus, y sus distintas versiones regionales y sectoriales, constituyen un solo proyecto político implacable, que ha reordenado y continúa reordenando el mundo según los intereses del gran capital transnacional de origen central. Como se tratará de ilustrar en el resto del libro, las limitaciones a este proyecto posiblemente sean tres: la exigüidad de los recursos naturales del planeta, la incapacidad del modelo neoliberal para evitar la inestabilidad de origen especulativo que afecta también a los grandes propietarios del capital y, finalmente, la creciente oposición frontal de todo el movimiento social a continuar sosteniendo y sufriendo un esquema de dominación radical basado en valores contrarios al bienestar de la población mundial. Si aceptamos estas limitaciones como evidentes, estaremos obligados a buscar urgentemente alternativas mejores.
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