PUEBLO, PRESIDIO Y MISIÓN EN LA ESTRUCTURACIÓN DEL TERRITORIO DE LA ALTA CALIFORNIA EN EL SIGLO XVIII

PUEBLO, PRESIDIO Y MISIÓN EN LA ESTRUCTURACIÓN DEL TERRITORIO DE LA ALTA CALIFORNIA EN EL SIGLO XVIII Catherine R. Ettinger Universidad Michoacana de

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PUEBLO, PRESIDIO Y MISIÓN EN LA ESTRUCTURACIÓN DEL TERRITORIO DE LA ALTA CALIFORNIA EN EL SIGLO XVIII Catherine R. Ettinger Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

Este trabajo examina la estructuración del territorio de la Alta California en el norte de la Nueva España durante el periodo de su colonización durante el siglo XVIII. En este proceso incidieron frailes franciscanos con la fundación de 21 conjuntos misionales, acompañados de fuerzas militares, ubicados en 4 presidios, y una pequeña población civil que habitaba 3 pueblos civiles. La colonización y la estructuración del espacio se dieron a través de estas tres instituciones; existía una clara distinción entre la misión, con una población indígena en proceso de cristianización, el pueblo civil de población blanca y el presidio. A diferencia de lo ocurrido en el centro de la Nueva España, no se concibe a la misión como la base para la construcción de un asentamiento, sino como una entidad distinta. Las diferencias entre estas tres instituciones se reflejan claramente en la distribución espacial de cada uno de ellos. Es revelador la distribución de los edificios en los conjuntos misionales pues, a pesar de contar con grandes áreas habitacionales, no existen indicios de una planeación hacia la conformación de una ciudad. En contraste, los pueblos se trazaron de manera ortogonal con una plaza central y en forma independiente a la misión; los presidios eran enclaves cerrados al exterior, también espacialmente independientes de la misión. La estructuración del territorio a partir de estas tres entidades se puede explicar a partir de algunas ideas utópicas; los frailes franciscanos buscaban la creación de una nueva sociedad, que contrastaría con la sociedad corrupta europea (representado por los militares y la población civil de los pueblos). Esta nueva sociedad se acompañaría por una nueva especialidad. Por otra parte, las ideas ilustradas y la implementación de una serie de reformas por parte de España condujeron a esta nueva propuesta de estructuración del territorio.

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PUEBLO, PRESIDIO Y MISIÓN EN LA ESTRUCTURACIÓN DEL TERRITORIO DE LA ALTA CALIFORNIA EN EL SIGLO XVIII Catherine R. Ettinger Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

INTRODUCCIÓN Contemporánea con la implementación de las Reformas Borbónicas en la Nueva España, se inició en la Alta California la última gran campaña de evangelización y colonización del periodo virreinal. En esta periferia de la Nueva España entre 1769 y 1834 se dio el proceso de la fundación de 21 conjuntos misionales con la participación de los franciscanos. En el proceso también participaron fuerzas militares ubicadas en cuatro presidios y una minúscula población civil que habitaba 3 pueblos civiles. La colonización y la estructuración del espacio se dieron a través de estas tres instituciones; existía una clara distinción entre la misión, con un población indígena en proceso de catequización, el pueblo civil de población blanca y, por último el presidio, donde radicaba el poder militar. En este último territorio conquistado, la concepción espacial de la misión es distinta a sus antecesores en otras regiones y su disposición no parece responder a la planeación de un pueblo, sino que refleja el sentido de comunidad. Partimos de una comprensión del proceso de evangelización como uno de transferencia cultural que tendría como propósito, además de lograr la cristianización de la población indígena, una transformación profunda en las culturas autóctonas. La conversión del indígena “bárbaro” en un buen súbdito del rey requería de su europeización en muchos aspectos. El espacio, como escenario de la vida en el más amplio sentido de la palabra, tendría que ser modificado. Desde el siglo XVI y en distintas escalas los frailes y la corona trabajaron sobre las estructuras espaciales, desde la imposición de un nuevo orden en el territorio o la reestructuración de los asentamientos humanos mediante diferentes recursos (la superposición de nuevas estructuras sobre las prehispánicas o la creación de nuevas jerarquías) hasta la implementación bien documentada de elementos arquitectónicos como el atrio o la capilla abierta en la arquitectura religiosa. El reconocimiento de la importancia del espacio en el ejercicio del poder y en la implementación de cambio cultural por parte de los evangelizadores fue constante durante el periodo virreinal, sin embargo, se manifestó de diferentes maneras en el vasto territorio y a lo largo de los tres siglos que duró el virreinato. Frailes y soldados fueron los grandes protagonistas representando los intereses de la corona en el proceso de pacificación y de colonización de nuevos territorios desde los primeros intentos de expansión de la evangelización hacia la chichimeca en el siglo XVI. El fraile requería de la presencia militar para asegurar su labor. Otra fuerza que marcó el proceso de configuración del territorio fueron colonos, españoles o criollos con intereses agrícolas o ganaderas en las regiones recién penetradas. Por otra parte, la apropiación del territorio por parte de los grupos nativos fue un factor que, sin bien difícil de vislumbrar, influyó en la ubicación y disposición de asentamientos. Las circunstancias que se enfrentaron en la Nueva España eran extremadamente variadas. Aún en el centro y sur de este territorio, la preexistencia de una cultura urbana que coexistía con un patrón disperso de asentamiento y la diversidad étnica y geográfica le dio al proceso variedad de matices. En el norte, donde por lo general se trataba de paisajes agrestes y etnias seminómadas, el proceso tuvo un carácter distinto. A pesar de las diferencias, en todos los ámbitos se trataba de un proyecto de reestructuración del espacio. La caracterización del diseño urbano del siglo XVI en la Nueva España rebasa las posibilidades de este trabajo; bastará decir que este proceso debe de comprenderse como una reestructuración de asentamientos existentes y de patrones de ocupación del territorio, más no como el establecimiento de nuevos poblados europeos.

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A pesar de la referencia en documentos a la fundación de nuevos pueblos en la Nueva España durante el siglo XVI, fueron realmente pocas las ciudades creadas donde antes no habían existido. Pareciera que el término se utilizaba para describir el establecimiento de un convento o templo en o cerca de un asentamiento prehispánico para atender a la población local y servir de núcleo para un asentamiento compacto. Así, en la creación de pueblos, fue la iglesia y no el estado quien tomó las riendas.1 Apartar del trabajo de Kubler queda claro que no existe distinción en el siglo XVI entre el establecimiento de misiones y el de pueblos. En el proceso descrito la iglesia jugó un papel fundamental. Decisiones tales como donde ubicar conventos y capillas de visita o la sede de los obispados tendrían un efecto profundo en la estructura del territorio, reforzando en algunos casos jerarquías preexistentes, en otros creando nuevas. A nivel interno de los asentamientos, la superposición de templos sobre plataformas prehispánicas es evidencia de la reestructuración de espacios urbanos existentes, más que la fundación de nuevos pueblos. Las características regionales observables en la actualidad en ciudades mexicanas son testigos elocuentes de las contribuciones de las culturas indígenas en la génesis de la ciudad novohispana. En la península de Yucatán , por ejemplo, aún hoy en día las plazas públicas son de una escala mesoamericana, presentes desde el asentamiento prehispánico. La reutilización de las estructuras urbanas prehispánicas comunicó nuevas jerarquías; la iglesia ocupaba usualmente las manzanas centrales con edificios monumentales que enfatizaban una nueva orden. Conforme el proceso de cristianización y concomitantes reducción de la población indígena penetró los remotos territorios del norte, la función de la misión se amplió y por lo tanto el programa arquitectónico se tornó más complejo. En lugar de fungir como agente central en la reestructuración de asentamientos existentes, la misión se volvió el asentamiento. El convento y templo se complementaron con otros elementos arquitectónicos, incluyendo edificios relacionados con la producción agrícola y la manufactura y áreas habitacionales para soldados y neófitos. En la mayoría de las provincias del norte podemos hablar de fundaciones, aunque mayores investigaciones podrían dar luz sobre las maneras en que los patrones existentes de apropiación y aprovechamiento del territorio y de sus recursos naturales marcaron el proceso.2 A partir del término de la guerra chichimeca a finales del siglo XVI y a lo largo del siglo diecisiete la evangelización de la Nueva España se expandió, impulsada sin duda por el renovado interés por esta actividad que resultó en el establecimiento de los Colegios de Propaganda FIDE en 1633. En la Nueva España los territorios controlados por los chichimecas3 fueron evangelizados por agustinos y franciscanos quienes establecieron misiones en la Sierra Gorda de Querétaro y en la Custodia de Río Verde en la Huasteca Potosina; los franciscanos también emprendieron la evangelización de Nuevo México y La Florida mientras los jesuitas comenzaron la evangelización en Baja California y en la Pimería. El siglo XVIII vio avances en el territorio de Texas y la consolidación de las misiones de la Sierra Gorda. El avance sobre estas diferentes fronteras no produjo un solo patrón en lo que a arquitectura misional atañe, aunque usualmente la misión parece haber sido concebido como el primer paso en la formación de un pueblo. El templo ocupaba una manzana central con atrio al frente articulando la estructuración de la una red vial. A la par con los establecimientos misionales, surgían en el norte de la Nueva España, de manera espontánea, asentamientos civiles con la llegada de colonos con intereses específicos, usualmente relacionados con minería o ganadería. Estos asentamientos crecían, incorporando a la población indígena local.4 En algunas áreas el presidio sirvió de base para la formación de nuevos asentamientos con la llegada de colonos españoles quienes se aglomeraban en sus alrededores formando un pueblo. En algunos casos, como en Monclova, la villa y el presidio eran prácticamente un mismo asentamiento, con un pueblo de indios cercano atendido por misioneros. Eventualmente crecieron juntándose en un solo asentamiento.5 La llegada del Antonio Maria Bucareli como Virrey de la Nueva España en 1771 marcó el comienzo de un nuevo periodo de renovado interés por los territorios del septentrión. Durante los ocho años que gobernó el territorio, mostró inquietud por el establecimiento de presidios y la

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pacificación y reducción de la población nativa. Estas preocupaciones se reflejaron en un edicto fechado en 1772 en el cual señaló la necesidad de contar con un nuevo método de gobierno espiritual y temporal, haciendo hincapié en la necesidad de civilizar a los nativos. Respondiendo a los intereses de Bucareli, José Escandón, Conde de Sierra Gorda, presentó su plan de “buen gobierno” de las misiones, basado en su experiencia personal en la Sierra Gorda y en Nuevo Santander. Con el apoyo del gobierno, Escandón había sido figura clave en la colonización del Nuevo Santander promoviendo el pueblo como unidad básica fronteriza, en el cual debería de cohabitar colonos españoles e indios.6 Sus propuestas fueron antagónicas a misión y a presidio al buscar la integración de las tres instituciones. En los pueblos fundados por él en Nuevo Santander esta integración no se logró, pero, la misión tendía a localizarse en proximidad a los pueblos integrándose ambos posteriormente en un solo asentamiento. Durante el siglo XVIII en Texas, el presidio y la misión formaban un solo conjunto fortificado con habitaciones para los neófitos al interior en la integración total de las tres instituciones. La propuesta de Escandón de 1772 buscaba la militarización de las misiones, específicamente la presencia de 5 soldados en cada misión quienes sería supervisores También sugirió que los indios, una vez cristianizados, no tuvieran licencia para dejar la misión, idea que se implementó en las misiones franciscanas de la Alta California.7 Como resultado de esta política, la disposición de la misión propiciaría la posibilidad de vigilancia y control. En la Alta California las casas de las guardias se ubicarían de tal forma que se permitía la observación de quien llegara o se saliera del complejo. Asimismo, la distribución de habitaciones en torno a un gran patio central permitía el control de la población neófita, sobre todo de las mujeres. Dentro del patio central en muchas misiones se localizaba el granero, a sabiendas que el control de los alimentos era clave para mantener a la población de indígenas en la misión. Durante la segunda mitad del siglo XVIII en la Alta California, a diferencia de la integración dada en Nuevo Santander y Texas, las tres instituciones fronterizas se volvieron menos permeables y adquirieron cualidades espaciales específicas que las diferenciaban. LOS PRESIDIOS EN LA ALTA CALIFORNIA El presidio en el norte de la Nueva España tenía dos encargos fundamentales: la defensa de los territorios de la Corona contra potencias extranjeras y la pacificación de los nativos. Con el presidio se daba la penetración y la ocupación, acompañando el desarrollo de la labor evangelizadora y la concomitante europeización de los grupos nativos. Los presidios funcionaron en simbiosis con las misiones, ofreciendo protección a los frailes a cambio del sustento material que proveía la producción agrícola de las misiones. De estos establecimientos salían escoltas para acompañar a los frailes en sus recorridos por el territorio y sus visitas a rancherías indígenas y una vez establecidas las misiones, los soldados presidiales fueron una presencia constante, habiendo en residencia en cada misión de 6 a 8 soldados. Las primeras fundaciones de presidios en la Alta California, la de San Diego (1769) y la de Monterrey (1770), establecieron los límites territoriales por proteger y evangelizar en un primer momento, San Diego al sur y Monterrey al norte, ambos en bahías de importancia. El tercer presidio se fundó en 1776 extendiendo los límites del territorio hacia el norte de Monterrey hasta la Bahía de San Francisco; se eligió un emplazamiento al norte de la península de donde se podía vigilar la “Boca de San Francisco” es decir, la angosta entrada a la bahía, asegurando el dominio además sobre la costa hacia el norte. El último de los presidios californianos estableció en Santa Bárbara en 1882. A diferencia de los primeros tres presidios, cuya función primordial era vigilar la costa, el establecimiento del presidio de Santa Bárbara respondió al deseo de los frailes de comenzar con la evangelización de una zona densamente poblada por indígenas chumash; y permitió la fundación de cuatro misiones: San Buenaventura, Santa Bárbara, La Purísima Concepción y, 22 años después, Santa Inés. Es importante señalar que la fundación del presidio de Santa Bárbara se realizó a los pocos meses de la masacre de 46 hombres incluyendo

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misioneros, soldados y colonos en las misiones de La Purísima Concepción y San Pedro y San Pablo de Bicuñer en el Río Colorado por parte de la población nativa y en un ambiente de nerviosismo y preocupación por parte de las autoridades por la seguridad de los misioneros de la Alta California.8 En las instrucciones de 1782 giradas por el Gobernador Felipe Neve, refiriéndose específicamente a las fundaciones en el canal de Santa Bárbara, resalta el énfasis en la prioridad de construir fortificaciones.9 Desde la instrucción girada en 1779, Neve reconocía el riesgo de establecer presidio y misión entre: “de ocho a dies mil gentiles los que Pueblan veinte y una Rancherias numerosas, que a cortas distancia esta situadas en las alturas y puntos contiguas a la plaza, a cuia ymediacion vien sea por ello, o por la Altura, dirige el camino Real lo que evidencia el riesgo a que pasan expuestos las pequeñas partidas que le giran, y que si algun incidente pone de mala fe, o declara enemiga aquella Gentilidad, quedaria cortada la comunicación de los Antiguos y nuevos establecimientos...” 10 Las recomendaciones de Neve señalaban que como primera prioridad, se deberían erigir obras defensivas; las casas para las familias y los almacenes serían estructuras temporales y no se debía proceder a edificar hasta tener delimitado un cuadro con palizadas y zanjas para protección. Al presidio no se les permitiría la entrada a los nativos. Las recomendaciones también especificaban que debería de haber un mínimo de interacción entre los soldados y los nativos, respeto por los caciques nativos y que, en general, el soldado debería de dar ejemplo de disciplina y justicia.11 En cuanto a la arquitectura presidial, al igual que ocurrió con la misión, en un primer momento se trataba de estructuras efímeras de palisado, es decir, morillos colocados en sentido vertical recubiertos por lodo con cubiertas de tule. Las estructuras se ubicaban dentro de un gran cuadrado rodeado por zanjas y fortificaciones de tierra. Se conservan planos que si bien no se construyeron al pie de la letra, reflejan la concepción de diseño del presidio. Entre los componentes básicos estaban las barracas, las casas de los soldados casados, casas de guardia, la comandancia, la capilla, almacenes y al centro la Plaza de Armas. Existen registros de construcción, de gasto de material y de personajes que participaron en la erección de las estructuras presidiales que son una fuente importante de información para el estudio de la construcción en el periodo misional, aunque en el presente trabajo no se analizan.12

LAS MISIONES FERNANDINAS EN LA ALTA CALIFORNIA Con referencia a la Nueva España, la palabra “misión” se utiliza para referir tanto la institución encargada con la responsabilidad de llevar a cabo la evangelización de la población indígena como para la arquitectura que apoyó esta empresa. Empezó a utilizarse en el siglo XVII para designar los establecimientos localizados en áreas remotas o aisladas, aunque es importante reconocer que los conventos novohispanos desde el siglo XVI pueden considerarse también arquitectura misional por su función principal que era apoyar la labor evangelizadora de los primeros frailes. Arquitectónicamente hay rasgos que identificarán a la misión con los conventos mencionados, y con la adaptación de un modelo cuyos orígenes radican en la arquitectura monástica europea. Como hemos mencionado, una de las funciones primarias de la misión, y gran parte de la labor de los frailes mendicantes era la reducción de la población nativa. A partir del siglo XVI, en toda América, los frailes tenían la responsabilidad de “civilizar” a los indígenas por medio de su introducción a las costumbres europeas, incluyendo la vida urbana, o, por lo menos, en un asentamiento compacto. Así surge la ocasión para que los españoles pudieran gestar nuevos asentamientos que reflejarían ideales renacentistas y un nuevo orden social en América a la vez que incorporaban costumbres espaciales de las tradiciones locales. Numerosos son los trabajos que se han realizado con referencia al diseño urbano en la Nueva España y específicamente a la

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influencia del pensamiento utópico en esta empresa.13 Desde el siglo XVI aparecen referencias al Nuevo Mundo como apto para la implantación de proyectos utópicos y, es importante recordar que el proyecto utópico es en primera instancia un proyecto social pero que tiene una manifestación espacial; desde la perspectiva de los misioneros la conversión de la población indígena permitiría la creación de una nueva comunidad cristiana inocente del mal y de los vicios de la sociedad europea. Esta visión trascendió por mucho el siglo XVI, al igual que el proceso de la evangelización, prologándose a la totalidad del periodo virreinal. En la Alta California la empresa evangelizadora comenzó con la fundación de una misión y un presidio, ambos en San Diego llevado a cabo el 16 de julio de 1769; al poco tiempo y con las noticias de la ocupación exitosa de la Alta California el virrey mandó víveres y dio permiso para el establecimiento de otras cuatro misiones, enviando para tal fin diez religiosos del Colegio de San Fernando quienes auxiliarían a los seis misioneros que ya estaba trabajando en la Alta California.14 El primer presidente de las misiones y gran impulsor de la labor en California fue fray Junípero Serra, originario de Mallorca y con experiencia anterior en Oaxaca y en la Sierra Gorda en la Nueva España. Con el apoyo del virrey se siguió con el proceso fundacional estableciendo las misiones de San Carlos Borromeo, San Antonio Padua, San Gabriel y San Luis Obispo entre 1770 y 1772. A cinco años de la primera fundación se habían bautizado a poco menos de 500 indígenas, trabajaban 19 frailes en las cinco misiones y la fuerza militar era de 60 hombres entre los dos presidios y puestos en las misiones. Pasaron tres años antes de que el fraile Fermín Lasuén realizara la siguiente fundación el día 30 de octubre de 1775 en San Juan Capistrano. Sin embargo, ésta consistió solamente en levantar una cruz y oficiar la misa, porque a los ocho días llegó la noticia de un ataque a la cercana misión de San Diego y se tomó la decisión de posponer la ocupación del sitio. La noche del 4 de noviembre de 1775 algunos indígenas habían rodeado la misión de San Diego y le habían prendido fuego, resultando en la muerte del fraile Luis Jayme y otros dos españoles, restándole ímpetu al proceso de fundación de misiones. El año siguiente la misión de San Luis Obispo sufrió daños cuando los nativos de la región dispararon flechas con lumbre con que prendieron fuego a las cubiertas de zacate. A pesar de estos incidentes violentos entre junio de 1776 y enero de 1777 se fundaron otras dos misiones: San Francisco de Asís en las cercanías del presidio de San Francisco y Santa Clara de Asís. Además se reestableció la Misión de San Juan Capistrano, al norte de San Diego. Así se terminó una primera fase de fundaciones logrando los franciscanos contar con ocho misiones. Los primeros años de la evangelización en la Alta California fueron años de grandes dificultades. El aislamiento en que se encontraban los frailes, la falta de alimentos, la enfermedad y la hostilidad de los nativos contribuyeron a un escenario gris para los primeros misioneros.15 La preocupación por el estado mental de los religiosos, plasmada en documentos de la época es muestra de las grandes dificultades que enfrentaban.16 La mayoría de los frailes que participaron en la evangelización de la Alta California eran europeos, sin experiencia alguna en el Nuevo Mundo y varios de ellos tuvieron problemas que ameritaron su regreso al Colegio de San Fernando en la Ciudad de México.17 A pesar de las dificultades, hubo avances en el proyecto. Haciendo recuento de los primeros diez años de la evangelización de la Alta California, Bancroft señala que se trataba de un periodo de preparaciones más que de logros.18 Se habían establecido tres presidios, un pueblo y ocho misiones en las que laboraban dieciséis misioneros atendiendo una población de aproximadamente 3,000 neófitos.19 Se habían establecido mecanismos para afrontar las dificultades descritas, aunque las misiones aún representaban una carga económica para la corona. La última misión que fundaría personalmente fray Junípero Serra fue la anhelada San Buenaventura. El sitio había sido identificado desde el primer viaje en búsqueda de la Bahía de Monterrey en 1769. En su diario Portolá describe un pueblo grande con casas cónicas cubiertas

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de paja, señalando que este pueblo, que llamó Asunción, era el primero de una larga hilera de poblados similares que seguían la costa del canal. Menciona además que los nativos usaban canoas de veinticuatro pies de largo hechas de tablas de pino amarradas con cuerdas y recubiertas de brea, capaces cada una de llevar diez pescadores. La fundación de San Buenaventura fue seguida por el establecimiento de otras dos misiones en la misma región: Santa Bárbara en 1786 y La Purísima Concepción en 1787, ambas por fray Fermín Lasuén para atender a la población chumash. Lasuén estableció la misión de Santa Cruz en agosto de 1791 y Nuestra Señora de la Soledad, tierra adentro, en octubre del mismo año completando así el establecimiento de trece misiones. Después de una interrupción de seis años, Lasuén fundó cuatro misiones entre junio y septiembre de 1797: San José, San Juan Bautista, San Miguel Arcángel y San Fernando Rey. San Luis Rey se estableció el año siguiente entre las misiones de San Diego y San Juan Capistrano con la finalidad de atender la evangelización de algunos grupos étnicos shoshonean del desierto. La ceremonia de fundación de la misión de Santa Inés se realizó el 17 de septiembre de 1804 con el bautizo de veintisiete niños chumash y la inscripción de un gran número de indígenas locales incluyendo a tres “capitanes”.20 Las últimas dos fundaciones se ubican al norte de la Bahía de San Francisco: San Rafael Arcángel y San Francisco Solano. El caso de San Rafael es único; se fundó como hospital para atender al gran número de enfermos de la misión de San Francisco de Asís y de las misiones cercanas. Debido al clima frío y húmedo de la región de la bahía de San Francisco, la incidencia de enfermedades de las vías respiratorias era muy alta. En un inicio se trasladaron al hospital / asistencia de San Rafael Arcángel aproximadamente 230 neófitos y para finales de 1820 contaba con 590. En 1823, fray José Altimira estableció la misión de San Francisco Solano con la intención de trasladar la misión de San Francisco de Asís a un lugar más propicio para el desarrollo de la agricultura y la evangelización, preocupado además por la salud de los neófitos de la misión. Esta idea se había planteado desde 1822 y fray Mariano Payeras y el gobernador Argüello consideraban la posibilidad de suprimir las misiones de Santa Cruz y de San Francisco, además de la asistencia de San Rafael para concentrar la población de los tres conjuntos en un solo lugar. Por diferencias de opinión y tensiones entre los misioneros no se llevó a cabo la eliminación de ninguna de las misiones y Altimira se quedó únicamente con el control de la nueva y última misión de San Francisco Solano. A diferencia de los establecimientos realizados en los primeros años, esta fundación tardía creció con gran rapidez, construyéndose edificios de adobe y consolidando el desarrollo agrícola en pocos años.21 Sin embargo, su vida fue corta debido al inicio del proceso de secularización en 1834. La misión en estos territorios era en todo sentido un asentamiento. Como tal, cumplía con funciones muy diversas y por ende generó un programa arquitectónico sumamente complejo. Las necesidades propias de la penetración de un nuevo territorio que contaba con una baja densidad de población y que, además, era distante del centro administrativo de la Nueva España, generó la necesidad de crear enclaves, hasta cierto punto, autosuficientes. Una misión de la Alta California típicamente incluía espacios para la fabricación de jabón, tejidos y cerámica, talleres para llevar a cabo la curtiduría, prensas para olivos, talleres de carpintería y herrería, al igual que extensas y complejas redes hidráulicas con presas, acueductos y molinos. También los misioneros proveían habitaciones para los neófitos y para los soldados y sus familias. Invariablemente el núcleo del conjunto misional de la Alta California lo constituía el templo y las habitaciones de los padres, organizado en torno al “cuadro grande” un enorme patio central que articulaba espacios diversos; una crujía podía dedicarse a los dormitorios de las mujeres o de los niños, otra a una capilla o al templo, otra a la habitaciones de los frailes y la cuarta a los talleres de manufactura, sin embargo, no hay una norma.

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En cuanto a las soluciones de diseño y la distribución de elementos en el espacio, se presenta cierta diversidad, pero el templo de una sola nave teniendo anexo un edificio de planta cuadrada o rectangular dispuesto en torno a un gran patio central sirvió en la mayoría de los casos de núcleo central. Si bien la disposición es parecida a la del convento novohispano de los siglos XVI y XVII, la escala en mucho mayor. De igual manera es importante señalar importantes diferencias en los usos del espacio. El “cuadro grande” ubicado en donde en el convento estaría el claustro, es un espacio multifuncional, mucho más allá de ser espacio habitacional o para la administración de la misión. Por otra parte la gran explanada al frente de los conjuntos se aleja del modelo atrio – cementerio del centro de la Nueva España; es un espacio sin una clara delimitación ni definición geométrica que alberga las más diversas actividades desde bailes indígenas y corridas de toros hasta procesiones religiosas. Igualmente podía hospedar corrales, curtiduría o áreas de procesamiento del trigo. Las áreas de vivienda de los neófitos y de los soldados quedaban en las cercanías del conjunto central; los elementos propios para la producción de manufacturas (como la curtiduría, los talleres de cerámica y los molinos) y de la red hidráulica variaban en su ubicación según las características propias del lugar de emplazamiento. Notamos en varios de los conjuntos la tendencia a ubicar la vivienda de los neófitos de tal manera que permite la vigilancia y el control. Con el crecimiento de la industria agrícola asociada a las misiones a finales del siglo XVIII se establecieron ranchos alejados pero dependientes de la misión, la mayoría de ellos ganaderos. Como cada misión tenía a su disposición grandes extensiones de tierras, se requirió de unidades que podían administrar la producción agrícola y ganadera bajo el control de un mayordomo y con una población indígena variable según las estaciones del año y los requerimientos propios del tipo de producción. El número de ranchos en los que se reportó construcción durante el periodo misional fue un total de 21.22 Cada rancho tendría algunas construcciones permanentes: la casa del mayordomo, graneros y otras habitaciones. En algunos casos se trató básicamente de población flotante, mientras en otros se fueron consolidando con el paso de los años asentamientos permanentes. En algunos de ellos, como es el caso de San Bernardino, se construyeron capillas para que se pudiera oficiar misa. LOS PUEBLOS El atraer población civil del centro de la Nueva España hacia la Alta California fue difícil por lo que durante el periodo misional este territorio estuvo poblado sobre todo por indígenas, soldados y frailes. El primer asentamiento civil de la Alta California, San José de Guadalupe, se fundó el 29 de noviembre de 1777 con una población inicial de 14 familias, algunas de ellas emparentadas con soldados asignados a los presidios; otras, provenientes de Sonora, habían sido reclutadas por Juan Bautista de Anza para establecer el nuevo asentamiento.23 Felipe de Neve, gobernador de California entre 1777 y 1782, seleccionó el sitio y ordenó la disposición del asentamiento en torno a una plaza central con solares rodeados por calles de 10 varas de ancho. A cada familia se le asignó un solar en el pueblo y una suerte de tierras agrícolas de 200 x 200 varas, además de una dotación de dinero, semilla, ganado y herramienta para poder emprender el cultivo de sus tierras.24 A trece años de su fundación, en 1790, San José había crecido poco contando con una población de 18 familias. El segundo pueblo, Nuestra Señora de los Ángeles de la Porciúncula se fundó en el año de 1781, cerca del río nombrado así por los españoles desde 1769; fue descrito por Palóu en su narración sobre la vida de Junípero Serra: “Juntó todos los vecinos pobladores que habían venido para colonos, les señaló sitio y tierras en las orillas del río, distantes de la misión de San Gabriel cuatro leguas rumbo al Noroeste, y allí escoltados de un cabo y tres soldados, fundaron su pueblo a últimos del año de 81 con el título de Nuestra Señora de los Ángeles de Porciúncula, en el que se mantienen de sus siembras...aunque con el trabajo de haber de andar cuatro leguas para oír misa.”25

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Para esta fundación, el teniente Fernando Rivera y Moncada había recibido órdenes del Comandante General de Las Provincias Internas, Teodore de Croix, sobrino del anterior virrey, para reclutar veinticuatro familias de Sinaloa.26 Debían de ser veinticuatro hombres casados, todos de buena salud y moralmente respetables y en el grupo era importante que hubiera un albañil, un carpintero y un herrero, todos obligados a diez años de servicio.27 La orden como tal no se pudo cumplir, y llegaron a California únicamente la mitad de los nuevos pobladores, algunos por mar y otros por tierra, en agosto de 1781. El documento Instrucción para la Fundación de Los Angeles, emitido el 26 agosto por el gobernador Felipe Neve desde la misión de San Gabriel, especificó que debía de trazarse una plaza de 200 x 300 pies con las esquinas hacia los puntos cardinales y tres calles perpendiculares a cada lado de la plaza. Los solares serían de 20 x 40 varas y su número sería igual al número de suertes de tierra agrícola disponibles. El lado oriente de la plaza se reservaría para edificios públicos. El documento además contenía detalles sobre la medición y repartición de las tierras.28 Como se puede apreciar en la imagen que reproduce Bancroft, la disposición general respeta la instrucción dada. Los Ángeles fue el más exitoso de las fundaciones civiles y para 1795 la población había crecido a 186 habitantes.29 Pero aún así, seguía siendo mínima la población civil en la Alta California. En un informe realizado de 1794, el ingeniero militar Miguel Costanzó reconoció la necesidad de poblar el territorio de la Alta California advirtiendo que estaba bien que los presidios sirvieran de apoyo a la empresa misional por un tiempo, pero que esta relación debía de terminarse. Escribió al respecto que: “Así que lo primero en que debe pensarse, a mi juicio, es poblar el País. En efecto ¿De qué nos sirve la posesión de inmensas tierras si no las poblamos? De nada más que un insufrible gravamen, sin la esperanza de recibir utilidad alguna”.30 Se pretendía resolver esta problemática mediante la fundación del tercer y último pueblo fundado en la Alta California, Branciforte. Este asentamiento se estableció por instrucciones del virrey plasmadas en un documento fechado el 17 noviembre de 1795. En las recomendaciones enviadas al Marqués de Branciforte, entonces Virrey de la Nueva España, por el padre José Señán de mayo del 1796 destacan las preocupaciones de los misioneros y los problemas ya existentes en los dos pueblos fundados con anterioridad: “Que las gentes que hayan de establecerse, y verificar las Poblaciones, sean de una conducta cristiana, hombres de bien; Y si fuesen laboriosos, podía el zelo de Vuestra Excelencia Prometerse grandes progresos. Este es un principio fundamental, que parece podía darse por supuesto, pues nadie ignora no puede contribuir a hacer feliz la sociedad que está acostumbrado a pasar la vida en los vicios e indolencia. Con todo, no escuso ponerlo en la alta comprensión de Vuestra Excelencia por las particulares circunstancia del País. Éste se halla todavía mui poblado de Gentilidad, que necesita de un particular buen exemplo, y la facilidad que proporcionan los viages necesarios, y los furtivos han dado lugar para cometerse, entre los Gentiles, excesos bien notables. Igualmente se haze forzoso, que vean gente adicta al trabajo, Pues de otra suerte, se puede temer les quepa la funesta suerte de los Pueblos del Señor San José de Guadalupe y Nuestra Señor de los Ángeles de Porciúncula. Estos dos Pueblos Excelentísimo Señor, se fundaron en tiempo que era Gobernador de la Península el Señor Don Felipe de Neve, el qual, en el Reglamento que formó para aquella Provincia, pone tambien cierto puntos para la estabilidad de los Pueblos, y felicidad de sus Pobladores a quienes se les repartieron tierra e labrío, ganados para crías, y se les concedieron por algunos años ciertas franquicias que espresa el mismo Reglamento, el qual merecio la aprobación del difunto Monarca el Señor Carlos tercero...se miran todavia en el dia unos Pueblos, que no merecen casi el nombre de tales, y solo puede llamarse unos Pueblos informes, o en embrión.”31

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Según el Informe del Real Tribunal sobre fundación de un pueblo que se llamará Branciforte, el sitio se seleccionaría y las tierras se dividirían según Las Leyes de las Indias y los reglamentos existentes sobre pueblos. “A cada oficial y soldado se le asignará un solar y entre los solares de los oficiales se asignarán solares a los capitanes de las rancherías quienes serán inducidos a vivir entre los españoles, asegurando así la lealtad de sus sujetos”.32 Esta es la primera referencia que se tiene sobre la creación de un asentamiento en el cual radicarían indígenas con españoles; por lo demás, la fundación de pueblos de civiles buscaba el poblamiento del territorio con “gente de razón”. Según Bancroft, la ausencia de capitanes indígenas en la zona no hizo operable la recomendación; sin embargo, hay amplias referencias a los capitanes indígenas de los alrededores de la misión de San José involucrados en levantamientos y en la huida de neófitos.33 Se seleccionó un sitio cercano a la misión de Santa Cruz por la proximidad al mar y la abundancia de piedra, cal y arcillas para la construcción, pero esta selección ocasionó protestas por parte de los frailes encargados de la misión resultando en una carta enviada desde El Colegio de San Fernando el 30 de agosto de 1797 al virrey. El documento en cuestión señala que el pueblo se trazaba sobre los pastizales de los nativos y que esto podría resultar en problemas, además señalaba que según la ley, la misión tenía una legua de tierra en cada dirección.34 Desde el año anterior el fraile José Señan había manifestado lo siguiente: “Lo que se me parece podré decir a Vuestra Excelencia con bastante fundamento, que no conviene que los Pueblos se pongan mui inmediatos a las Misiones. Estas son tambien unos crecidos Pueblos de Indios, contándose en unas mas de ocho cientos, en otras mas de mil, y en una de ellas, mas de mil quatro cientos Indio, los quales viven en la Misión bajo de campana y congregados en forma de Pueblos. A estas gentes, quienes Dios, y la Naturaleza les dieron aquellas tierras para vivir, y mantenerse, se les perjudica mui notablemente con las inmediaciones de Pueblos de gente de razon. Se siguen varios disgustos, y desazones con las mezclas de los ganados, con arrear e introducir a estos en pasos que perjudican a la Mision, con las entradas de los mismos en las cementeras por el poco cuidado, y otras cosas a este tenor.”35 Aquí cabe señalar que en la California prehispánica, a pesar de no existir el concepto de propiedad, había una clara concepción de derecho en la explotación de tierras. La introducción de la ganadería y el cambio en la vegetación representaban una amenaza al sustento de los grupos nativos que parece haberse percibido por parte de los evangelizadores, quienes defendía las tierras de sus neófitos. La conveniencia de esta defensa radicaba en mantener cierto equilibrio, pues el levantamiento suscitado en San Diego, podía haber resultado en parte por las molestias causadas entre los indígenas no cristianizados al ver sus pastizales invadidos por ganado. A pesar de las insistencias de los frailes el pueblo se fundó en las cercanías de la misión y los pobladores iniciales de Branciforte fueron nueve hombres quienes habían desembarcado en mayo del mismo año, la mayoría enfermos, algunos con sífilis. Un segundo grupo de 19 criminales procedentes de Guanajuato llegó dos meses después.36 Viendo la composición poblacional se puede entender por qué la Instrucción de dirigir la fundación de la Nueva Villa de Branciforte de Borica señala la prohibición del juego, la prostitución, el emborracharse y el contacto entre los neófitos de la cercana misión y los pobladores de Branciforte. Este asentamiento, establecido en 1797, no perduró debido en gran medida a las características de la población reclutada para poblarla.37 En resumen, el proyecto de establecer pueblos civiles durante el periodo misional en la Alta California no fue muy exitoso. En 1800 la población de los tres pueblos era de aproximadamente 550 habitantes dedicados a la agricultura y a la ganadería, mientras las misiones presumían en su punto más alto una población estimada de 21,000 neófitos. Cada pueblo tenía su guardia, alcalde y regidores y cada poblador contribuía con granos de su cosecha al sustento del pueblo. Sin embargo, la fundación de pueblos no había resuelto el problema del poblamiento del territorio con “gente de razón” y se habían generado problemas entre los pueblos y las misiones cercanas a ellos.

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Para comprender la distribución de los asentamientos, además de las fuentes documentales referidas, se cuenta con una planimetría publicada por Bancroft en 1906 y un estudio detallado de planimetría sobre el pueblo de San José.38 La planimetría otorga el mismo grado de importancia a la distribución de suertes agrícolas que al establecimiento del pueblo en sí. Los planos mencionados muestran la distribución de las casas en torno a una plaza central con la presencia de la autoridad civil. El diseño de una red vial, aunque se menciona en los documentos, no figura en la planimetría, pues en un principio el número de pobladores no lo ameritaba. Los planos mencionados muestran la distribución de las casas en torno a una plaza central con la presencia de la autoridad civil. El diseño de una red vial, aunque se menciona en los documentos, no figura en la planimetría, pues en un principio el número de pobladores no lo ameritaba. LA ARTICULACIÓN DE LAS TRES INSTITUCIONES Retornando al planteamiento inicial de la misión como empresa utópica, encargada de la construcción de una nueva sociedad cristiana, nos permite mejor comprender las fricciones entre las diferentes instituciones y el acomodo que se dio a través del periodo misional en la Alta California. Utopia, el nombre otorgado a la ciudad imaginaria de Tomás Moro significa literalmente “ningún lugar” reflejando el reconocimiento de Moro de la imposibilidad de la realización plena de su sueño de una sociedad perfecta. La revisión de la tradición renacentista en textos utópicos resalta el papel de la arquitectura en la creación de una nueva sociedad y la manera en que la propuesta de una sociedad distinta se vincula con un proyecto de un nuevo medio ambiente edificado. Uno de los rasgos distintivos de los proyectos utópicos es su implícita crítica de la sociedad contemporánea. La utopía, como sociedad modelo, provee una alternativa a la sociedad existente.39 El nuevo enclave, tanto en el sentido de comunidad como de arquitectura, se propone en contraste a la sociedad existente que se observa corrupta, llena de envidia y maldad. Así, en el proceso de la evangelización, como proyecto utópico, se crea una nueva sociedad cristiana planteada en yuxtaposición a la sociedad pagana y a la sociedad europea, soldados y colonos. Este contraste se plasma en el espacio construido, donde la estructuración espacial de la misión dista de la de las otras dos instituciones; en el caso del presidio el contraste espacial sería de esperarse por el carácter militar de este primero, sin embargo, como se ha observado, en otras partes de la Nueva España, la misión formaba la base para la creación de pueblos. La relación entre la misión y el presidio nunca fue fácil y no únicamente en California. En Sinaloa y Sonora, los jesuitas “se esforzaron por mantener alejados a los españoles de las misiones y poblaciones de indios, argumentando que aquéllos eran ‘codiciosos’ , ‘corruptores’ y que no tenían cuidado de la educación espiritual de los indios.”40 Señala Bannon que: Todos los misioneros habían aprendido desde hacía mucho que aunque tuvieran necesidad de soldados presidiales para su protección, con frecuencia tenían que lamentar su obligada cercanía. Los soldados no eran siempre ejemplos de virtud y moralidad cristianas; podían, y efectivamente en muchas ocasiones lo hicieron, causar problemas y escandalizar a los nuevos cristianos. Los soldados presidiales eran muchas veces, castas, de sangre mixta, un grupo social y moralmente inestable que trastornaba a una sociedad joven.41 Las tensiones entre los presidios y las misiones se hicieron sentir desde la fundación de la segunda misión, San Carlos Borromeo, en las cercanías del Presidio de Monterrey. Al año de la fundación, Junípero Serra decidió trasladar a la misión a un nuevo sitio en el valle de Carmel; las posibles razones son la de estar más cerca de la población nativa y entre tierras fértiles o bien, el deseo de alejarse del presidio para evitar relaciones entre los soldados y la población nativa de la misión.

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Las fricciones entre presidio y la misión en la Alta California giraron en torno a tres aspectos: la violencia de los soldados con los indígenas (neófitos y gentiles), el mal ejemplo de los soldados para los recién cristianizados y, hacia finales del periodo misional, la competencia por los indígenas como mano de obra. Es notorio que varios de los alzamientos indígenas en la Alta California se pueden relacionar con la provocación por parte de los soldados. En el alzamiento mencionado de la Misión de San Diego en 1775 incidió la violencia sexual. El padre Luis Jayme reportó la repetida violación de mujeres indígenas en las rancherías cercanas por parte de soldados presidiales. En por lo menos uno de los casos, la víctima fue asesinada también. Según Hurtado esta violencia, aunada a la presión ejercida sobre la comunidad por la usurpación de sus tierras, jugó un papel fundamental en los brotes de violencia en San Diego.42 En San Gabriel, la violación de una mujer indígena por parte de la escolta militar en los primeros días después de la fundación produjo una reacción por parte de los indígenas; relata Palou los frailes tuvieron que retirarse del sitio por un tiempo antes de regresar a establecer la misión.43 La rebelión más importante del periodo misional ocurrió en la región de la canal de Santa Bárbara a finales del periodo misional. El 21 de febrero de 1824 se levantaron los neófitos de la misión de Santa Inés, prendiendo fuego y causando gran destrucción al conjunto. Al día siguiente, con la llegada de refuerzos militares, los indígenas hostiles huyeron, pero ese mismo día se levantaron los neófitos de la cercana misión de La Purísima Concepción, donde tomaron posesión de la misión. El grupo de rebeldes erigió fortificaciones de varas e hicieron orificios en los muros de adobe del templo y otros edificios para colocar en ellos un cañón que dispararon para llamar a los grupos indígenas cercanos a sumarse a la rebelión. Al llegar la noticia a la misión de Santa Bárbara, los indios tomaron posesión de los edificios, prometiendo a los padres Ripoll y Jaime, no lastimarlos si mantenían lejos a los soldados. A pesar de una orden de Ripoll, los soldados no se retiraron y con la violencia subsecuente murieron dos indios y sufrieron lesiones tres o cuatro soldados. Los indios se retiraron al campo, y, según Bancroft, intentaron convencer a los padres de acompañarlos, dando la impresión de que la rebelión tenía más que ver con los soldados que con el sistema misional.44 Aunque no estaba prohibido, el contacto entre neófitos y soldados no era bien visto. Con referencia a la Misión de San Buenaventura, en las cercanías del Presidio de Santa Bárbara, los padres Señan y de la María argumentaron a favor de contacto limitado entre neófitos y gente de razón, diciendo que “Va al neófito al Presidio y medio impuesto en el Castellano, oye, ve y aprende cosas que no le conviene.”45 Los soldados les enseñaban a jugar y a maldecir.46 Los padres de Santa Bárbara documentaron cargas de trabajo excesivas y maltrato de gentiles en el presidio, contrastando éstos con el trato paternal recibido en la misión.47 Los frailes retrataron a la misión como una comunidad, en la cual, todos trabajaban gustosos recibiendo los cuidados paternales de los frailes. Por último un importante motivo de conflicto era el control sobre los indígenas quienes representaban la única fuerza laboral en el territorio. La renuencia mencionada de los frailes a contacto entre los neófitos y los presidios, según algunos autores, tuvo más que ver con el control de los indígenas como mano de obra gratuita que con principios cristianos.48 Para la última década del siglo XVIII las misiones se habían consolidado como grandes empresas agrícolas, verdaderas haciendas en las cuales no podía faltar la población indígena. Con la disminución de la población nativa debido a la destrucción de su forma de vida y la introducción de nuevas enfermedades, los misioneros tuvieron problemas para mantener la población de las misiones. Tratándose de trabajadores calificados en el ramo de la construcción, como son los carpinteros, albañiles, canteros y herreros, la demanda era enorme. Para finales del siglo XVIII, la competencia entre el presidio, el pueblo y la misión por la mano de obra indígena se convirtió en un factor de tensión entre estas tres instituciones fronterizas.

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Las fricciones entre misión y pueblo, también se hicieron sentir a lo largo del periodo misional y, según hace constar la documentación revisada, radicaban en los rasgos de colonos de los pueblos; los frailes cuidaban a sus neófitos de la mala influencia de los habitantes de los pueblos. En 1796 Señán y Salazar describieron a los colonos como “... un atajo de araganes que más piensa en jugar, y tocar la guitarra que en educar a sus hijos y atender a su trabajo…” en contraste con los gentiles, quienes trabajaban los campos, cuidaban el ganado, y “en una palabra, lo hacen todo”. 49 En 1796 José Señán le escribió al Virrey, quejándose de los vicios en los dos pueblos, expresando su convicción de que no era conveniente ubicar pueblos en las cercanías de las misiones.50 Cuando en 1797 se planeaba la fundación del pueblo de Branciforte cerca de la misión de Santa Cruz los frailes protestaron en una carta del Colegio de San Fernando (fechada 30 agosto de 1797) dirigida al virrey.51 Una de las quejas dadas con respecto a los pueblos era que los colonos daban mal ejemplo, al alejarse de los pueblos y retirarse al cerro. Señán se preguntaba en 1797, “¿Qué pensarán los gentiles de estos retiros de la gente de razón? Es una no pequeña parte del esmero de los Padres con sus neófitos mantenerlos congregados en la Misión y en sociedad, y se les afea frecuentemente su genio vozal, con el qual semejantes a las fieras hallan gusto en vivir en los paramos y montes…”52 Era especialmente grave esta falta en virtud de la importancia de la tarea de la reducción de la población en la labor de evangelización. Un ejemplo ilustrativo de la tensa relación entre la misión y el pueblo fue el saqueo de la misión de Santa Cruz en 1818. Los misioneros de este lugar, habiendo visto al pirata Bouchard, huyeron con los neófitos para refugiarse temporalmente en la misión de Santa Clara. Cuando regresaron a Santa Cruz, encontraron que la misión había sido saqueada, pero no por los piratas, sino por los mismos pobladores de Branciforte. REFLEXIONES FINALES Al revisar la estructuración del territorio de la Alta California a través de estas instituciones y de realizar comparaciones con otras áreas evangelizadas con antelación resalta La separación de la población española e indígena, derivada de la legislación del siglo XVI referente a la República de Indios y la República de Españoles no es sorprendente en si. En teoría, y, en menor grado en la práctica, la separación existió en toda la Nueva España. Sin embargo, en el centro de la Nueva España las villas españolas tenían a su alrededor barrio de indios, donde radicaba la población nativa que servía de mano de obra para la construcción de la ciudad. Estos barrios paulatinamente se integraban al núcleo central, formando un asentamiento mestizo. En el caso de los pueblos de indios el asentamiento se desarrolló en torno a un conjunto religioso. En los siglos XVI y XVII, aunque la misión formaba la base para la creación o reorganización de un pueblo, esto no significaba que se trataría únicamente de población indígena. Existen numerosos ejemplos de pueblos que desde sus inicios incorporaron población nativa y no nativa. Para ejemplificar lo anterior señalamos los casos de las misiones en la Custodia de Río Verde, así como en la Sierra Gorda de Querétaro, que compartían su disposición básica y su escala con los conventos del siglo XVI que los precedió. La disposición del templo y convento, con el atrio al frente y el uso vigente de cruces atriales y capillas posas en ambas regiones marcan su continuidad con la tradición establecida a principios del siglo XVI. También es de notarse, su ubicación como centro, ocupando una manzana central en un sistema de calles, de acuerdo con las provisiones dadas por Felipe II en 1573.53 A pesar de las dificultades que enfrentaron misioneros y encomenderos españoles la traza de la ciudad era abierta. No había muros, ni unidades de vivienda, ni se obligaba a los neófitos a quedarse en la misión. La comunidad misional era la base para la formación de un asentamiento compacto con el convento o templo como elemento central que dictaba la ubicación de la plaza y los edificios civiles al igual que la disposición general de red vial. En la Pimería, así como en las misiones de Coahuila, la misión también formó la base para un pueblo de indios. En Baja California se dieron instrucciones específicas después de la expulsión de los jesuitas; en ellas el visitador José de Gálvez hizo un llamado para la reorganización de los pueblos de misión. Estas instrucciones especifican las

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características de los pueblos, la ubicación de una gran plaza central y la disposición ortogonal del sistema de calles.54 Claramente, se visualizaba a la misión como un pueblo. La ausencia de referencias a misiones como generadoras de pueblos en la Alta California es sorprendente. Es difícil imaginar como visualizaban los frailes el futuro de las misiones después de la secularización. La manera en que están dispuestos los edificios en el conjunto es completamente diferente a la estructura de un pueblo o ciudad en otras partes de la Nueva España o de las recomendaciones codificadas por Felipe II en las Ordenanzas de 1573.55 Aunque hay una plaza al frente de la misión, en la mayoría de los casos, no tienen límites ni forma claramente definidos. La geometría es resultado de decisiones sobre la ubicación de las casas de la guardia, de las habitaciones de los neófitos, de los corrales y tenerías, dando como resultado formas irregulares en contraste con la geometría estricta aplicada en el sur. La disposición gneeral no anticipa un sistema vial, sino que refleja la idea de comunidad, encerrándose. Los grabados de Henry Miller de San Antonio Padua y San Miguel Arcángel, realizados después de la secularización, ilustran esta idea especial: las largas hileras de viviendas para los neófitos dan un sentido de encierro a la misión. Aún en Santa Bárbara o Santa Inés, donde había calles en las rancherías, éstas articulan hileras de cuartos de adobe, no manzanas urbanas. En un informe realizado de 1794, el ingeniero militar Miguel Costanzó reconoció la necesidad de poblar el territorio de la Alta California advirtiendo que estaba bien que los presidios sirvieran de apoyo a la empresa misional por un tiempo, pero que esta relación debía de terminarse. Sugirió como solución la introducción de “gente de razón” a la Alta California, quienes se asentarían en los alrededores de las misiones para que con el paso del tiempo, éstas pudieran convertirse en pueblos.56 Aquí resalta el hecho de que observa que la misión, tal como está estructurada, no genera un pueblo y los pueblos, con población civil de gente de razón se concibieron como absolutamente distintos a las misiones. Los tres pueblos: San José, Los Ángeles y Branciforte eran asentamientos abiertos distribuidos de manera ortogonal y poblados por blancos. Espacialmente existió un fuerte contraste con la misión y con el presidio. La estructuración que se dio en la Alta California de tres instituciones claramente diferenciadas fue la culminación de la amplia experiencia en la evangelización y colonización adquirida durante los siglos XVI y XVII: la misión, el pueblo y el presidio. El carácter mismo de cada una de estas instituciones y la articulación entre ellas es resultado tanto del pensamiento Ilustrado que relaciona la moral y la laboriosidad con un medio ambiente construido ordenado como de las ideas utópicas que requerían de establecer contraste entre los espacios de la comunidad cristiana y los espacios paganos.

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George Kubler, Arquitectura Mexicana del Siglo XVI, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 73. En ese sentido Nuevo México representa una excepción, pues entre los indios pueblo, los franciscanos establecieron templos y conventos en la periferia de asentamientos existentes. 3 Nombre dado a varios grupos indígenas nómadas o semi-nómadas al norte de mesoamérica y en aridoamérica. 4 Edward Spicer, Cycles of Conquest, Tucson, University of Arizona Press, 1962, pp. 298-299. 5 Arnal Simón, Arquitectura y Urbanismo del Septentrión Novohispano; fundaciones del noreste en el siglo XVI, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1999, pp. 57-70 6 Francis Guest, “Mission Colonization and Political Control in Spanish California” The Journal of San Diego History 24:1 (Invierno 1978) 7 Jorge Traslosheros, “Entre Religiosos, Indios, Militares e Ilustrados; la reforma del Colegio de Propaganda Fide de Pachuca y los planes de buen gobierno de misiones, 1771-1791” ponencia presentada en el Congreso Internacional de Colegios de Propaganda FIDE, Zacatecas, Zacatecas, enero 2004. 8 Los establecimientos en la zona de confluencia de los Ríos Gila y Colorado se realizaron por la iniciativa de los frailes Garcés y Eixarch a partir de 1775. En 1778 el Virrey Croix giró instrucciones para el establecimiento de dos misiones-pueblo en que vivirían juntos colonos e indígenas sin que hubiera un presidio. El fracaso de este esfuerzo con la masacre de 1781 llevó a mayor preocupación en el momento de la fundación de Santa Bárbara por la amenaza de ataques por parte de los nativos. 9 AGN, Provincias Internas, Vol. 122, ff. 375-397 Cfr. Hubert H. Bancroft, History of California, 7 Vol., Santa Bárbara, 1966, Edición facsimilar de San Francisco, The History Company Publishers, 1886, Vol. I., Vol. I, p. 373 10 Archivo General de la Nación, Ciudad de México (AGN), Provincias Internas, Vol. 122, f. 378 11 Hubert H. Bancroft, Op cit., Vol. I, p. 374 12 AGN, Provincias Internas, Vol. 216, ff. 216-245 (referente al presidio de San Francisco) y 291-337. 13 Sobresale el caso de los pueblo-hospital fundados por Vasco de Quiroga en el siglo XVI con base en las ideas de Tomás Moro. Ver: Benedict Warren, Vasco de Quiroga y sus Pueblos Hospitales de Santa Fe, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1997. Varios autores tratan el tema del pensamiento utópico y el diseño urbano en la Nueva España incluyendo Fernando de Terán, (ed.) El Sueño de un Orden, Madrid, CEHOPU, 1997; Carlos Chanfón Olmos, Arquitectura del Siglo XVI, temas selectos, 2

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México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1995; Guillermo Tovar y Teresa, Miguel León Portilla and Silvia Zavala, La Utopía Mexicana del Siglo XVI; lo bello, lo verdadero y lo bueno, México, Grupo Azabache, 1993 14 AGN, Californias, Vol. 66, ff. 24-25, y ff. 159-162. 15 Con respecto a la falta de alimentos véase AGN, Californias, Vol. 71, Exp. 16, ff. 426-431, 1781. 16 AGN, Californias, Vol. 2, 2ª parte, exp. 10, ff. 107-171, 1784-1789. 17 Malcolm Margolin (introducción y comentarios), Monterey in 1786, Life in a California Missions; the journals of Jean François de la Pérouse, Berkeley, Heyday Books, 1989, p. 38 18 Hubert H. Bancroft, Op cit., Vol. I, p. 317 19 Ibidem 20 Hubert H. Bancroft, Op cit., Vol. I, p. 29. 21 Ibidem, Vol. I, p. 505 22 Robert H. Jackson y Edward Castillo, Indians, Franciscans and Spanish Colonization; the impact of the mission system on California Indians, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1995, p. 143. 23 Mardith K. Schuetz-Miller, Buildings and Builders in Hispanic California, 1769-1850, Tucson y Santa Barbara, Southwest Mission Research Center y Santa Barbara Trust for Historic Preservation, 1994, p. 21. 24 Russell K. Skowronek, Identifying the First Pueblo de San José de Guadalupe: some archaeological, historical, and geographical considerations, s.l., California Mission Studies Association, Occasional Paper 2, 1999, pp. 4-5. 25 Francisco Palou, Vida de Fray Junípero Serra y Misiones de la California Septentrional, México, Editorial Porrúa, 1990, p. 165. 26 Ibidem, p. 164. 27 Mardith Schuetz-Miller, Op cit., p. 23. 28 Hubert H. Bancroft, Op cit., Vol. I, p. 345. 29 AGN, Provincias Internas, Carta Borica al virrey, 1 marzo, 1796. 30 María del Carmen Velásquez, Establecimiento y Pérdida del Septentrión De Nueva España, México, Colegio de México, 1974, p.194. 31 AGN, Californias, Vol. 49, ff. 204-204v. 32 Hubert H. Bancroft, Op cit., Vol. I, p. 565. 33 Ibidem, p. 567. 34 El documento citado Branciforte, El Discretorio de San Fernando al Virrey sobre el sitio de la Nueva Villa, 1797, no se pudo localizar por lo que esta descripción se basa en los datos de Hubert H. Bancroft, Op cit., p. 572. 35 AGN, Californias, Exp. 4, f. 208. 36 Mardith K. Schuetz-Miller, Op cit., p. 25. 37 AGN, Provincias Internas, Vol. 017, ff. 500-501, 515-516, Cfr. John Francis Bannon, The Spanish Borderland Frontier, 1513-1821, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1974, p. 224 38 Russell K. Skowrenek, Op cit. 39 Francoise Choay, The Rule and the Model: on the Theory of Architecture and Urbanism, Cambridge, MIT Press, 1997, p. 34 40 Enrique Florescano, “Colonización, Ocupación del Suelo, y ‘Frontera’ en el Norte de Nueva España, 1521-1750” en Enrique Florescano, et. al., Tierras Nuevas; expansión territorial y ocupación del suelo en América (siglos XVI – XIX), México, El Colegio de México, 1973, p. 65. 41 John Francis Bannon, Op cit., p. 158, Traducción de la autora: “All the missionaries had learned long ago that much as they needed the presidials for protection they very often had to regret the necessary proximity of the military. The soldiers were not always paragons of Christian virtue and morality; they could and did cause trouble and give scandal to the new Christians. The frontier presidials were often castas, mixed-bloods, a socially unstable and morally restless breed of men who could and did upset a young society.” 42 Albert L. Hurtado, Intimate Frontiers; sex, gender and culture in old California, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1999, p. 13. 43 Francisco Palou, Vida de fray Junípero Serra y Misiones de California Septentrional, México, Editorial Porrúa, 1990, p. 95. 44 Hubert H. Bancroft, Op cit., Vol. II, p. 528-33. 45 AGN, Provincias Internas, Volumen 216, f. 97v. 46 AGN, Provincias Internas, Volumen 216, f. 83v. y AGN, Californias, Volumen 49, Exp. 4, f. 199 47 AGN, Provincias Internas, Volumen 216, f. 83 48 Véase Robert C. Jackson y Edward Castillo, Op cit. y David Hornbeck, “Economic Growth and Change at the Missions of Alta California, 1769-1846” en David Hurst Thomas, Columbian, Washington, D.C., The Smithsonian Institution Press, 1989, pp. 423-431. 49 AGN, Californias, Volumen 49, Exp. 4, f. 197v, 50 AGN, Californias, Volume 49, Exp 4, f. 208. 51 Hubert H. Bancroft, Op cit, p. 572 52 AGN, Californias, Volume 49, Exp. 4, ff. 207-207v. 53 “Nuevas Ordenanzas de Descubrimiento, Población y Pacificación de las Indias, Bosque de Balsaín… Op cit. pp. 211-212. 54 Ignacio del Río Chávez, “Utopia in Baja California” The Journal of San Diego History 28:4 (Fall 1972) 55 “Nuevas Ordenanzas de Descubrimiento, Población y Pacificación de las Indias, Bosque de Balsaín, 13 de julio de 1573” in Francisco de Solano (ed.) Normas y Leyes de la Ciudad Hispanoamericana, 1492-1600, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Centro de Estudios Históricos, 1996, pp. 211-212. 56 Hubert H. Bancroft, Op cit., Vol. I, p. 603

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