RELACIONES INFERNALES: BORGES FUTURÓLOGO

RELACIONES INFERNALES: BORGES FUTURÓLOGO PABLO BRESCIA University of South Florida A Tim, porque le gustaban las dos: la realidad y la imaginación. Yo
Author:  Yolanda Moya Rojas

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RELACIONES INFERNALES: BORGES FUTURÓLOGO PABLO BRESCIA University of South Florida A Tim, porque le gustaban las dos: la realidad y la imaginación. Yo creo que en el impensable destino nuestro, en que rigen infamias como el dolor carnal, toda estrafalaria cosa es posible, hasta la perpetuidad de un Infierno, pero también que es una irreligiosidad creer en él. Jorge Luis Borges, “La duración del infierno”.

Fantasear la realidad y hacer realidad la fantasía es una de las tareas de quienes se dedican a la escritura (uso la palabra “imaginación” en vez de “fantasía” en las páginas que siguen). Si bien hay muchos modelos de escritor, creo que existen fundamentalmente dos. Está, por un lado, el escritor que cree que la literatura proviene de la energía de la vida, y que hay que darle forma literaria a los cuerpos, a los impulsos, a los secretos y a las aventuras que surgen de nuestra existencia, sin que esto signifique producir manuales de autoayuda o textos autobiográficos mal o bien disfrazados. Y existe aquel escritor que, por el otro lado, piensa que la literatura viene del reposo de la letra, y que su tarea es infundirle vitalidad a la infinita red formada por historias, poemas, ideas, imágenes, voces y estilos, sin perder de

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vista que la lectura engendra lectura y, a veces, escritura, y que la literatura es un mundo que se finge autónomo. En la combinación feliz de ambos modelos )aunque siempre haya uno dominante) hallamos a los escritores más trascendentales. Borges, otra vez. ¿Qué más decir? Es claro que se han hecho lecturas de su obra a partir del cruce entre realidad e imaginación. En este caso, quisiera compartir con los lectores un hallazgo )esas aventuras a las que nos lanza el escritor argentino) y una mínima especulación. En el contexto de los modelos de escritores, me parece que Borges se inscribe en el segundo bando aunque es susceptible de ser leído desde el primero. O sea, para él la literatura provino de la literatura y, a pesar de que en “Profesión de fe literaria” declare que “toda literatura es autobiográfica finalmente”1, no es preciso aclarar que su autobiografía está hecha de letras. No era que le hubiera faltado vida, como alguna vez se quejó en el prólogo a Discusión de 1932. Sucede que todo, o casi todo, se trasmutaba en literatura, lugar de refugio y línea de fuga. Esto hizo que sus lectores nos acostumbráramos a una imagen primordialmente bibliófila de su persona: el joven vanguardista, el maduro escritor y, sobre todo, el célebre anciano que hablaba continuamente )en sus textos, en entrevistas, con sus amigos) de lecturas y escrituras. “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; / a mí me enorgullecen las que he leído”, dice en el conocido “Un lector”, parte de Elogio de la sombra, de

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El tamaño de mi esperanza, Seix Barral, Buenos Aires, 1993, p.

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19692. También reflexiona: “Soy los contados libros, los contados / Grabados por el tiempo fatigados; / Soy el que envidia a los que ya se han muerto. / Más raro es ser el hombre que entrelaza / Palabras en un cuarto de una casa”, en el menos conocido “Yo”, incluido en La rosa profunda, de 1975 (OC, 3, p. 79). En la escritura, pero sobre todo en la lectura, Borges encontraba y le daba un sentido a su existencia. Su realidad, una realidad que era hostil a veces y placentera otras, estaba hecha de una imaginación que casi siempre tenía un referente literario. No es casualidad que en sus obras completas hallemos un volumen entero, el cuarto, con una gran cantidad de prólogos que nos dan la pauta de sus deudas, sus agradecimientos y sus felicidades al visitar tal o cual página de una obra o autor determinado. En esos volúmenes, en sus entrevistas y hasta en el enorme aparato crítico que rodea su literatura siempre se destaca su carácter de lector hedónico, es decir, aquel que pone énfasis en una lectura por placer que no sigue pautas de recinto académico, índice de ventas o deslindes generacionales, geográficos o históricos. Y es aquí donde llegamos a la puerta del infierno y al encuentro entre imaginación y realidad. En la posdata de 1956 al prólogo de Artificios Borges decía que “El Sur” era )“acaso”) su mejor cuento (OC, 1, p. 483). En 1962, comentaba: “Yo creo que ‘Funes el memorioso’ y ‘El Sur’ son los [cuentos] menos imperfectos”3. En 1974, en ocasión de la

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Véanse Obras completas, Emecé, Buenos Aires, 1989-1996, t. 2, p. 394. En adelante cito como OC en el texto. 3 J AM ES E. I RBY , N APO LEÓ N M URAT y C AR LO S P ERALTA , Encuentro con Borges, Galerna, Buenos Aires, 1968, p. 32.

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publicación de la antología Mi mejor cuento por Editorial Orión, elige “Juan Muraña”4. En una entrevista con Reina Roffé publicada en 1985, dijo: “Ahora mi cuento preferido es ‘Ulrica’”5. Estas declaraciones no prueban que Borges se releyera o se reevaluara frecuentemente; lo más factible es que fuera amable con sus entrevistadores y dijera lo primero que se le viniera a la cabeza ante la pregunta, o tal vez meditara antes de contestar. Eso no viene tanto al caso. Lo que sí podemos observar es que la opinión cambia, como cambian el ser humano y sus gustos. El catálogo que Borges tiene a disposición para elegir su mejor cuento es amplio. Pero más amplia es su memoria de lector. Es allí donde Borges seguramente hallaba el regocijo mayor, en la escritura y discusión de autores y textos leídos, como lo prueban sus biografías y reseñas sintéticas hechas para El Hogar en los treinta y los prólogos preparados para su Biblioteca personal en los ochenta, por quedarnos con sólo dos momentos de su trayectoria literaria. Si el cuento fue el género más querido por Borges, aquél en el que se sentía más cómodo, era lógico que fuera lo que más leyera y antologara: así, la Antología de la literatura fantástica6, que incluyó fragmentos “transformados” en cuentos, la serie de Los

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Cf. Textos recobrados (1956-1986), Emecé, Buenos Aires, 2003, p. 174. 5 Espejo de escritores, Eds. del Norte, New Hampshire, 1985, p. 3. 6 J ORGE L U IS B ORGES , S ILVIN A O CAM PO y A D O LF O B IOY C ASARES , Antología de la literatura fantástica [1ª ed., 1940], 3ª ed. aum. Sudamericana, Buenos Aires, 1967.

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mejores cuentos policiales7, y los Cuentos breves y extraordinarios8, entre muchas colecciones. En julio de 1935, la revista El Hogar, donde colaboraba Borges, hace una especie de encuesta-antología que denomina, “El cuento, joya de la literatura, antología de El Hogar, hecha por escritores argentinos”, pidiéndole a varios escritores que hablen del cuento más memorable que hayan leído. Borges elige a sus sospechosos de siempre: Edgar Allan Poe, Rudyard Kipling, Guy de Maupassant, G. K. Chesterton, O. Henry, Las mil y una noches. Incluye otros nombres o textos menos conocidos tal vez, pero canónicos para el género: Bret Harte, “La pata de mono”, de W.W. Jacobs. Incluso le hace lugar a la tradición española y recuerda a Don Juan Manuel. Hasta aquí estamos ante uno de sus catálogos usuales. Pero entonces, señala: “Elijo, sin embargo )en gracia de su poca notoriedad y de su valor indudable), el relato alucinatorio ‘Donde su fuego nunca se apaga’, de May Sinclair. Recuérdese la pobreza de los Infiernos que han elaborado los teólogos y que los poetas han repetido; léase después este cuento”9. ¿Quién fue May Sinclair? El propio Borges contesta la pregunta tres años después, cuando escribe para El Hogar la biografía sintética de la escritora. Allí nos enteramos que era inglesa, que su ascendencia calvinista explica “su 7

Emecé, Buenos Aires, 1943; y Los m ejores cuentos policiales. Segunda serie, Emecé, Buenos Aires, 1952. 8 1ª. ed. 1955, Losada, Buenos Aires, 1993. 9 Textos recobrados 1931-1955, Emecé, Buenos Aires, 2001, p. 165. De esta respuesta de Borges salió un libro que reúne los relatos que menciona, Cuentos m emorables, según Jorge Luis Borges, Alfaguara, Buenos Aires, 2002. La “m arca” Borges sigue alimentando la industria editorial, como vemos.

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preocupación con los conceptos del castigo y del mal”, que escribió novelas psicológicas, que leyó y se interesó por Freud y que escribió ensayos sobre las hermanas Brontë y sobre filosofía. Cuando Borges habla de su libro Uncanny Stories (1923)10 )traduciendo “uncanny” como “sobrenatural y maligno”) lo califica como “desigual” pero vuelve al “intolerable cuento fantástico ‘Donde su fuego nunca se apaga’”, esgrimiendo un típico juicio borgeano: “su ejecución es deficiente, pero su invención es muy superior a la de cuanto escritores conozco: sin excluir, acaso, a los amanuenses del Espíritu Santo”11. El nombre y el cuento de la escritora inglesa, seguramente traducido por el escritor argentino, volverán a aparecer, al ser incluidos en las dos ediciones de la Antología de la literatura fantástica12. Hagamos un breve resumen del cuento de Sinclair. Harriot Leigh, la protagonista, ama al teniente de marina George Waring. George parte hacia alta mar; su barco naufraga y él muere. Luego de cinco años, una nueva relación se disuelve; Stephen Philpotts elige otra mujer (esta situación está elidida en la traducción que asumimos es de Borges). Finalmente, entra en escena Óscar Wade, el hombre con quien Harriet sostendrá una relación amorosa, a pesar de que está casado. Cuando comparten dos semanas en París, Harriet se da cuenta de que “estaban enamorados, y se aburrían mutuamente. En la intimidad, no podían soportarse” (p. 393). Sobreviene la ruptura y Óscar muere tres años después. Pasan los años y Harriet se convierte en

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Uncanny Stories, introd. Paul March-Russell, W ordsworth, Hertfordshire, Great Britain, 2006. 11 Textos recobrados 1931-1955, pp. 129-130. 12 Mis citas del cuento provienen de este volumen.

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abnegada secretaria del párroco que oficia en el Hogar para Jóvenes Caídas. Cuando llega el momento de su muerte, pide la confesión, pero decide no revelar su relación con Óscar. A partir de allí el relato, que usando un adjetivo borgeano podríamos calificar de “psicológico”, adquiere su cariz de uncanny. Harriet muere, el cuarto se rompe en pedazos y ella parece comenzar a viajar en el tiempo por varios espacios: la iglesia, el cuarto de París, la casa donde vivía con su padre. Se encuentra con personas que al principio le parecen familiares y que terminan siendo Óscar Wade. Ella cree que si logra “huir” más atrás en el tiempo podrá salvarse del fantasma de su amante. Pero Óscar le dice que no hay escape posible. Harriet retrocede en el tiempo hasta su encuentro con George Waring, pero el hombre que la espera es Wade. Allí, éste le dice: “Crees que el pasado afecta al porvenir; ¿no pensaste nunca que el porvenir afecta el pasado?”. Y luego, cuando Harriet dice que la situación se acabará cuando estén muertos, Wade responde: “¿No sabes dónde estamos? Esta es la muerte. Estamos muertos, estamos en el Infierno” (p. 400), representado por el cuarto del hotel de París. Harriet entonces retrocede hacia su infancia, su recuerdo más lejano. Recorre el lugar y se extraña de que en vez del portón de hierro haya un puerta gris. Cuando la abre, se encuentra otra vez en el corredor del hotel. La opinión de Borges sobre cuál fue el cuento más memorable para él habrá cambiado con el correr de los años, o quizá no. Es importante detenerse en el momento de la elección. Para cuando responde a la encuesta, estamos en julio de 1935. Borges es autor de algunos libros de poemas y ensayos y a fin de ese año reunirá el material que se

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convertirá en Historia universal de la infamia, su primer libro narrativo. Ha leído mucho, ha escrito también, pero todavía no es Borges. A primera vista, la selección del cuento de Sinclair es algo curiosa, sobre todo cuando comparamos a la escritora inglesa con los otros nombres que da Borges en su respuesta, pero luego de una segunda mirada entendemos las razones. Por estos años, está en plena edificación de su poética literaria y en este proceso hay dos maniobras fundamentales. Por una parte, el intento de cruzar autores y géneros establecidos en la serie literaria con otros que pugnan por ingresar a ese espacio; así, encontramos en su corpus crítico a William Faulkner, Paul Valéry y Franz Kafka junto a Anthony Berkeley, Dorothy L. Sayers y Michael Innes; a la poesía y a la filosofía junto al relato policial, por ejemplo. Por otra parte, el deslizamiento hacia la literatura como artefacto (“ficciones”) que se nutre del gusto borgeano por la literatura denominada fantástica13. El cuento de Sinclair cumple con esta idea de incorporar autores “menores” al horizonte literario y con algunos parámetros que hacen a la literatura fantástica, como el ambiente gótico (pero sin exageración), el viaje por el tiempo y la problematización filosófica de un concepto, en este caso el infierno. Esto nos lleva a la segunda razón de la elección de Borges, además del interés por el procedimiento: el infierno como tema. Es algo que preocupa y ocupa a Borges. Es sabido que le dedicó varios poemas y textos a la Divina Comedia de Dante Alighieri, sobre todo al Inferno. Pero lo que hay que desta-

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Recordemos que es en 1932 cuando Borges publica “El arte narrativo y la magia” en la revista Sur.

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car aquí es su artículo “La duración del infierno”, publicado en Síntesis en 1929 e incluido en Discusión en 1932, donde dice: “Sea el Infierno un dato de la religión natural o solamente de la religión revelada, lo cierto es que ningún otro asunto de la teología es para mí de igual fascinación y poder” (OC, 1, p. 236). En su análisis, pleno de ejemplos religiosos y literarios, Borges se ocupa sobre todo del asunto de la eternidad del infierno. Desestima dos argumentos a favor de esta idea y se queda con el tercero: Hay eternidad de cielo y de infierno porque la dignidad del libre albedrío así lo precisa; o tenemos la facultad de obrar para siempre o es una delusión este yo. La virtud de ese razonamiento no es lógica, es mucho más: es enteramente dramática. Nos impone un juego terrible, nos concede el atroz derecho de perdernos, de insistir en el mal, de rechazar las operaciones de la gracia, de ser alimento del fuego que no se acaba, de hacer fracasar a Dios en nuestro destino, del cuerpo sin claridad en lo eterno y del detestabile cum cacodaemonibus consortium (OC, 1, pp. 237-238).

Borges sabe que toda temática es intertextual y así vemos la relación entre la frase “ser alimento del fuego que no se acaba” y el título del cuento de Sinclair, que proviene del Evangelio según San Marcos (“donde su gusano no muere y el fuego no se apaga”, Biblia de Jerusalén, 9: 4849, 1446)14, que a su vez nos deriva a Isaías: “Y en saliendo, verán los cadáveres de aquellos que se rebelaron contra mí; su gusano no morirá su fuego no se apagará, y serán el asco de todo el mundo” (66: 24-29, 1130). Años después de este artículo, Borges publicaría su Historia de la eternidad.

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Sigo la Biblia de Jerusalén, Desclee de Brouwer, Bilbao, 1975.

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Finalmente, y tal vez éste sea el mayor hallazgo, podemos arriesgar que la frase de Óscar Wade, “¿no pensaste nunca que el porvenir afecta el pasado?” es fuente para otro de los pilares de su poética, el ensayo “Kafka y sus precursores”, aparecido en 1951 e incluido en Otras inquisiciones: “El hecho es que cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro” (OC, 2, pp. 89-90). Hasta aquí el hallazgo del vínculo Borges-Sinclair, una relación “infernal”, pero literariamente amistosa. Llega la hora de la especulación y, para eso, debemos alejarnos del modelo de escritor que encarna Borges y leerlo de otro modo. Hace poco me encontré con una nota de Fabián Casas, “El día que la literatura de Borges cambió”15. Como todo buen escritor, Casas se inventa un origen, en este caso de la literatura de Borges. Basándose en la biografía de Edwin Williamson, Borges: A Life16, Casas dice que, hasta 1926, Borges fue feliz: “Escribió manifiestos, pegó una revista mural por las calles de Buenos Aires, dio pelea en estética y en política, se emborrachó y bailó tango hasta el amanecer y caminó sin rumbo fijo por los arrabales de la ciudad…” (p. 41). Borges está enamorado de Norah Lange, una pelirroja poeta y novelista de ascendencia noruega que cautiva a varios escritores del grupo de Proa y de Martín Fierro, según Williamson. Borges y Norah compartían tertulias, diálogos, paseos, fiestas. Borges le prologa La calle de la tarde (1924), donde dice: “Leve y altiva y fervorosa como 15

Ñ, Revista de Cultura, suplemento del diario Clarín, Año 6, núm. 299, 2009, pp. 40-41. 16 Viking, New York, 2004.

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bandera que se cumple en el viento, era también su alma” (OC, 4, p. 100). Pero, relata Casas, hay una fiesta en honor de Ricardo Güiraldes el 6 de noviembre de 1926 en los lagos de Palermo. Norah y Borges llegan juntos, pero allí también está el recientemente regresado de Europa Oliverio Girondo, poeta vanguardista. Un incidente )ella tira una botella de vino sin querer y Girondo aprovecha: “parece que va a correr sangre entre nosotros”17) cataliza la trama amorosa. Si esto fuera un tango diríamos: “le ganó la mina” (mujer). Girondo y Lange terminan yéndose juntos de la fiesta (y casándose mucho tiempo después). A esta derrota vital Casas atribuye el triunfo literario del autor de Ficciones: “Borges sufría pero estaba escribiendo como los dioses. Convertía su dolor en aventura”18. El relato que arma Casas es, sin dudas, seductor. Williamson, por su parte, le dedica del capítulo 7 al 13 a la presencia de Norah Lange en la vida de Borges. Es interesante que “La duración del Infierno” se haya publicado pocos meses después de la negativa final de Norah hacia Borges (p. 209). Williamson ve a Lange en todo lados, con frases como ésta: “Su futuro [el de Borges] como escritor dependía de recobrar el favor de Norah” (p. 192). It’s a bit much; algo de esa mirada miope fue señalada por David Foster Wallace quien, como Tim, nos dejó demasiado

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W ILLIAM SO N , op. cit., p. 149. P. 41. No se puede evitar citar el prólogo de Borges a otro libro de Lange, Voz de la Vida (1927), en el cual, según Borges “[hay] dos varones que quieren, pero el único destino es el suyo propio, el constante de la poetisa”, Textos recobrados 1919-1929, Emecé, Buenos Aires, 1997, p. 335. 18

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pronto19. Repárese en dos hechos, por ejemplo. Cuando Borges le reseña a Norah su novela 45 días y treinta marineros, en 1933, las palabras ya no son tan amables: a pesar de que la reseña es favorable, “los primeros capítulos se resienten de ciertas vanidades o afectaciones que más bien son torpezas”, dice20. Por otra parte, Borges frecuentará a su hermana Haydée y hasta le propondrá matrimonio. ¿Despecho, celos, venganza? Tal vez. Para la reputación de la relación de Borges con las mujeres, sorprende reparar en la cantidad con las que se relacionó y por ello es arriesgado detenerse en una sola relación: Elsa Astete y María Kodama (esposas); Concepción Guerrero, Cecilia Ingenieros, Estela Canto (novias); Haydée Lange (cuasinovia), Elvira de Alvear (musa); Emma Risso Platero, Susana Bombal, Ulrike von Külmann, María Esther Vázquez, Margarita Guerrero, y otras (enamoramientos)21. ¿Qué lee Borges en el cuento de Sinclair, entonces? Más allá del trabajo de investigación y los excesos de interpretación de Williamson, que ponen a Lange en el centro de la literatura de Borges, más allá de la ficción sobre el documento histórico que arma Casas, Borges, en “Donde su fuego nunca se apaga”, tal vez lee su vida posible; imagina su vida, fantasea la realidad. Y allí, por un momento, habita el otro molde de escritor, el que cree que la literatura pro19

Véase “Borges on the Couch”, The New York Times Sunday Book Review, November 7, 2004. http:// www.nytimes.com/ 2004/ 11/ 07/ books/ review /07W ALLACE.html?_r=1. 20 Textos recobrados 1931-1955, p. 78. 21 Tomo estos datos del artículo un tanto desordenado de M ARIO P AOLETTI , “Las novias de Borges”, Revista de Occidente, 2006, núm. 301, pp. 5-22, quien no le da, por ejemplo, a Norah Lange el lugar que sí le otorga W illiamson en la vida de Borges.

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viene de la vitalidad de la existencia. Borges, futurólogo, siente que ese cuento puede llegar a anticipar su vida, si es que se entrega a amar con todo su ser. Su destino entonces sería un infierno no dantesco, no habitado por demonios y fuegos inacabables, pero sí rutinario y pobre: es la condena de repetir algo ad infinitum, en el caso de Sinclair una relación amorosa prohibida. Reducir lo que Borges entiende por el sentimiento sublime del amor a una secuencia inacabable con los mismos cuerpos y los mismos hábitos quizá lo aterre. Paul March-Russell, en la introducción a Uncanny Stories, dice que la razón por la cual Harriet y Óscar están condenados a la eternidad no es solamente porque ella lo ha negado, sino porque ha reprimido lo que él representa: el deseo sexual y no el amor romántico (p. 17). Borges, que detestaba a Freud, no podría negar esta conclusión y esto lo acercaría a otro personaje con el cual no tenía muchos puntos en común, Jean Paul Sartre y su frase, “el infierno son los otros”. Y, quizá, con la lectura de ese cuento entiende que Norah (u otras mujeres antes o después) representa un deseo que él siente fuera de lugar, o sobre el cual no puede actuar, o que hace de la felicidad amorosa algo que puede ser aburrido y común. Y concibe ese futuro posible como un infierno del que él prefiere escapar para realizar una fantasía, la literatura, un mundo donde el fuego de la vida sí se apaga para qué surja otro tipo de llama. Y qué bueno que así sea, habrá pensado.

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