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SAN AGUSTÍN DE HIPONA ESQUEMA FE Y RAZÓN Hay una única Verdad La fe y la razón sirven a su esclarecimiento la razón ayuda al hombre a alcanzar la fe verdadera (nos dice en qué creer) luego la fe Ilumina y orienta a la razón para que llegue a la sabiduría finalmente la razón contribuye al esclarecimiento de los contenidos de la fe la búsqueda de la Verdad afecta a todo el hombre, no sólo a su entendimiento la Verdad satisface y da reposo a todas las exigencias del hombre la Verdad es Dios ANTROPOLOGÍA – DOCTRINA DEL HOMBRE el hombre es la unión de alma y cuerpo, pero el alma es individual (contra Platón) el alma es simple (no se puede descomponer) e inmortal (no eterna) el cuerpo es mortal y terrestre (compuesto) el cuerpo es instrumento del alma – ORIGEN DEL ALMA Dios no pudo crear cada alma con el pecado original (inclinación al mal), pues Dios es bueno Dios no pudo crear cada alma sin el pecado original, pues entonces no tendría sentido el dogma de la redención (perdón del pecado original) Por lo tanto el alma se transmite de padres a hijos (desde Adán y Eva) con el pecado original – FACULTADES DEL ALMA memoria: preserva la identidad, el “yo” de cada uno inteligencia: sirve para conocer razón inferior: conocimiento científico (de las realidades mutables y sensibles) razón superior: sabiduría (conocimiento de las Ideas de Dios) voluntad: sirve para querer, amar EPISTEMOLOGÍA tenemos un impulso, como humanos, a conocer, buscar la plenitud interiorización o autorreflexión: buscar las ideas en nuestra alma, no en lo mutable autotrascendimiento: superar la propia limitación humana para alcanzar las Ideas las Ideas se encuentran en la mente de Dios son modelos o arquetipos inmutables y necesarios de las realidades mutables y contingentes son cognoscibles gracias a la Iluminación divina de nuestra alma (razón superior) ÉTICA el mismo impulso para conocer a Dios lo tenemos para amarle, es decir, ser felices sólo podemos llegar a Dios en la otra vida en la vida terrena debemos guiarnos por la virtud nuestra voluntad es libre (aunque tiende a la felicidad) Dios nos ha dado el libre albedrío, puesto que es algo bueno, ya que nos permite elegir entre hacer el bien (que es para lo que Dios nos lo ha dado) por el pecado original somos capaces de hacer el mal por la Gracia de Dios somos capaces de hacer el bien origen y naturaleza del mal el mal no es, es un no-ser, por lo que no ha sido creado por Dios. No es atribuible a Dios. Tipos de mal: mal metafísico u ontológico: es la ausencia de bien (no-ser bien) mal moral: pecado, producto del libre albedrío
mal físico (enfermedades, dolor, sufrimiento físico): consecuencia del mal moral. Es aparente POLÍTICA la política es reflejo de la moral los que se aman a sí mismos hasta el desprecio de Dios: ciudad terrenal los que aman a Dios hasta el desprecio de sí mismos: ciudad de Dios en la tierra los hombres tienen que seguir las leyes del Estado si no se oponen a la fe en el fin de la Historia triunfa la ciudad de Dios y tiene lugar el Juicio Final todo esto se puede interpretar como fundamentación teórica de la primacía de la Iglesia sobre el Estado el Estado es minimizado a mero organizador de la convivencia, la paz y el bienestar temporales
PENSAMIENTO DE S. AGUSTÍN DE HIPONA VIDA (354-430) Agustín de Hipona nació en Tagaste (Argelia). Su madre fue Santa Mónica. Agustín de Hipona al principio se adhirió al maniqueísmo. Hacia el 384 llegó a Milán como Catedrático de Retórica y a través del neoplatonismo se hizo cristiano. Fue consagrado obispo de Hipona (ahora Annaba, Argelia) en el 395. Vivió un periodo de gran agitación tanto a nivel político, los bárbaros amenazaban el Imperio llegando a saquear Roma en el 410, como en lo referente a la formación del dogma católico con múltiples discusiones y teorías enfrentadas. OBRAS MÁS IMPORTANTES: Las confesiones, La Ciudad de Dios. EL PROBLEMA DE DIOS Y LA REALIDAD: METAFÍSICA Y TEOLOGÍA San Agustín defiende el creacionismo: el mundo y el tiempo han sido creados por Dios desde la nada. Esta creación se explica a partir de la Teoría del ejemplarismo: Dios ha realizado en la materia los seres concretos a partir de aquellas ideas eternas que están en su mente divina (los arquetipos). Además, Dios depositó en la materia los gérmenes de todos los seres futuros para que fueran apareciendo progresivamente en el tiempo. Todo ser creado se constituye pues de materia (que puede ser corpórea o espiritual) y forma (la esencia que le hace ser lo que es). Esta creación no es abandonada por Dios una vez creada, sino que Dios la cuida y gobierna y para ello ha concebido un plan para el mundo y éste plan se expresa en la ley eterna. Por ello, le surge a S. Agustín el problema del mal (texto PAU), pues si el mal existiera sería algo creado por Dios siendo así él mismo malo. La solución, para San Agustín, es considerar que todo lo creado por Dios es bueno, siendo el mal o la imperfección no algo real, sino carencia de ser o perfección. Además, el mal sólo lo es en tanto individual y concreto pero no para la totalidad de la creación en donde siempre resulta de él un bien mayor. Explicará así igualmente el mal moral humano que es fruto de un bien mayor: la libertad. Si bien para S. Agustín la existencia de Dios está clara, intentará hacer una demostración de la misma. Admitirá varios argumentos como la propia grandeza de la creación (la realidad es demasiado compleja para no haber sido creada por una inteligencia) o el argumento del consenso (la mayoría de los hombres creen en Dios). Pero el argumento preferido por San Agustín es el derivado del carácter eterno e inmutable de ciertas ideas que tenemos en nuestra alma, que contrasta con la naturaleza humana, mutable y finita, y por lo tanto tienen que tener como causa un ser eterno e inmutable: Dios (ver luego Descartes). A éste se le conoce imperfectamente a través de las huellas que ha dejado en las criaturas.
EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO: EPISTEMOLOGÍA Para San Agustín la Verdad existe pues la afirmación escéptica de que no existe la verdad se contradice al afirmar la verdad de dicho juicio. Distinguirá varios tipos de conocimiento. El conocimiento sensible, de los sentidos, que genera doxa (opinión), conocimiento cambiante. El conocimiento racional inferior, ciencia, donde con el razonamiento se conoce lo universal y necesario relativo a las cosas temporales. Por último, el conocimiento racional superior, filosofía o sabiduría, que posibilita el conocimiento de verdades eternas, inmutables, universales y necesarias que fundamentan nuestros juicios. Según la Teoría de la Iluminación estas verdades eternas no pueden ser desarrolladas a través de los sentidos sino que se deben buscar en la intimidad de la conciencia, en el alma, donde Dios las ha puesto y por tanto el hombre debe descubrirlas en su interior. La verdad, por tanto, no está en la realidad sino en el alma y se conoce a través de una iluminación divina. Además, para San Agustín no hay una rivalidad entre Razón y Fe, sino que ambas deben ayudarse mutuamente. La fe no es algo irracional sino que fe y razón van juntas (aunque siempre debe predominar la fe) y se complementan. Por ello, es necesaria la razón para la fe y, a su vez, la fe para la comprensión de la realidad (texto PAU al final). EL PROBLEMA DEL SER HUMANO Y DE LA MORAL: ANTROPOLOGÍA Y ÉTICA El ser humano, según S. Agustín, está hecho a imagen y semejanza de Dios. Esto quiere decir que posee, a diferencia de los animales, vida espiritual. Por ello, defenderá el dualismo afirmando que el hombre se compone de dos sustancias, el cuerpo (materia) y el alma (forma) cuya unión es accidental. Así, el hombre es fundamentalmente un alma inmortal frente a un cuerpo mortal y corruptible. Este alma humana tiene, siguiendo el esquema trinitario de Dios, tres facultades que le hacen ser una única persona: memoria, inteligencia y voluntad. La memoria permite unir el presente y el pasado creando la identidad personal. La inteligencia permite conocer la verdad. La voluntad, por último, le lleva a buscar el amor y la felicidad que solo se pueden encontrar plenamente en Dios. Por todo ello, y siendo ese amor lo fundamental, el alma debe regir el cuerpo para volver a Dios de quien procede. S. Agustín defiende la libertad del ser humano y por lo tanto el libre albedrío (texto PAU). La voluntad libre nos hace pecar o vivir bien y conforme a la ley de Dios. Sin embargo, la voluntad no es suficiente para ser bueno por culpa del pecado original y el ser humano necesita la gracia, dada por Dios, para obrar correctamente. Una acción humana debe juzgarse en relación con la intención que la guía: si es conforme a la ley de Dios será buena; si no, será pecado. El mal moral es el abuso que el hombre comete de su libre albedrío, y por ello, es responsable personalmente del pecado cometido.. La voluntad humana tiende a la felicidad, fin supremo que sólo se consigue en la otra vida, con la contemplación y amor de Dios cumpliéndose así la auténtica libertad.
EL PROBLEMA DE LA SOCIEDAD: POLÍTICA San Agustín es el primer pensador que analiza el sentido de la historia humana y la concibe como el escenario donde Dios se manifiesta al hombre y donde se produce la salvación. Así, la historia es lineal teniendo un principio, la creación, y un fin, el Juicio Final, y adquiriendo un significado global en ese final de los tiempos. En este desarrollo histórico, san Agustín señalará que existen dos grandes grupos humanos según sea el objeto de su amor: los que se aman a sí mismos por encima de todo (la Ciudad terrenal) y los que aman a Dios por encima de todo (la Ciudad de Dios). Estas dos ciudades están mezcladas en cualquier sociedad a lo largo de la
historia, manteniendo una lucha ética entre sus componentes. La historia humana avanza hacia el triunfo y salvación de los integrantes de la Ciudad de Dios que se dará al final de los tiempos. (Otros contenidos para comparar: ver página siguiente)
FILOSOFÍA Y RELIGIÓN – AGUSTÍN DE HIPONA EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO La fe da lugar a la religión y la razón a la filosofía, y, en tanto que la fe y la razón tienen su origen en Dios, no puede haber oposición entre ambas. La fe es una gracia de Dios y, junto con la Sagrada Escritura, forma la palabra divina, infalible e invariable; la fe no es algo irracional, guía la investigación y protege frente al error. Por su parte, la razón y la filosofía (la palabra humana), aunque limitadas y frágiles, son buenas porque pueden favorecer a la religión: permiten la comprensión intelectual, aunque imperfecta, de verdades religiosas, ayudan a refutar las herejías y a convencer a los que dudan. Fe y razón se complementan: “creo para entender y entiendo para creer”, dice San Agustín. Puesto que en el hombre encontramos una sustancia material y otra espiritual, habrá también dos tipos de conocimiento, el sensitivo y el intelectual. San Agustín no rechaza completamente el valor de los sentidos (conocimiento sensitivo) pues nos informan de las cosas sensibles, incluido nuestro propio cuerpo, y son necesarios para la vida práctica. La sensación es común a los animales y al hombre, pero nosotros disponemos además de la razón, con la que podemos alcanzar un conocimiento más elevado de la realidad (conocimiento inteligible). Mediante la razón inferior conocemos el mundo sensible, temporal y cambiante, y resolvemos las necesidades prácticas de la vida; y gracias a la razón superior podemos alcanzar las esencias, lo inmutable, necesario y eterno como los objetos matemáticos (el mundo inteligible), e incluso a Dios, dando lugar a verdades eternas, inmutables y comunes a todos. San Agustín combatió el escepticismo y creyó posible la certeza de verdades como el principio de contradicción, o de la existencia de las propias sensaciones de las cosas; más aún, de un modo muy parecido a lo que hará luego Descartes en el s. XVII, mostró también la existencia de verdades indubitables a partir de los hechos de conciencia: podemos dudar de lo exterior, de las cosas, pero no de que vivimos y de que nos acordamos, entendemos y queremos, hechos de nuestra alma que encontramos cuando miramos en nuestro interior. En cuanto al conocimiento objetivo, referido al mundo inteligible, sus verdades no dependen del mundo sensible ni tampoco de la mente humana; nuestra mente tiene que aceptarlas y reconocer que poseen una validez absolutas, independiente del sujeto que las considera. La verdad es una y la misma para todas las personas, y es inmutable y eterna; pero dado que nuestra razón es limitada, temporal y finita, pensó San Agustín, es necesario el auxilio de algo que también sea eterno e inmutable: Dios. Las ideas ejemplares y las verdades eternas están en Dios. Para captar las verdades eternas, universales y necesarias nuestra inteligencia, nuestra alma, tiene que ser iluminada por Dios (teoría de la iluminación). EL PROBLEMA DE DIOS El argumento principal de San Agustín para probar la existencia de Dios parte de las “verdades eternas”: en el interior de nuestra alma encontramos verdades universales, inmutables y necesarias, como los primeros principios de la razón, a las que nos tenemos que someter y presentes en todos los hombres. Su fundamento no pueden
ser las cosas físicas, realidades contingentes, cambiantes y mortales, pero tampoco nuestra alma, que también cambia; estas verdades nos trascienden, luego debe existir algún ser que posea sus características y sea su fundamento: Dios. Dado que es tan superior y distinto de las cosas finitas, no podemos conocerlo con total fidelidad, pero sí cabe una cierta comprensión de su ser. (Ver luego la demostración de Dios de Descartes a partir de las ideas innatas del entendimiento) Defiende San Agustín, la Trinidad de Dios: Dios es Padre, Hijo (Verbo) y Espíritu (Amor), tres personas en una misma y sola naturaleza divina. Dios es el principio y fuente de todos los seres, la realidad plena, inmutable, infinita, única, simple, eterna y perfecta; es el Bien, la Verdad, la Belleza y el Ser (= las Ideas de Platón). Las cosas temporales cambian, no posen completamente el ser, por lo que no se han creado a sí mismas, y necesitan de un ser radicalmente distinto para existir, Dios; estas entidades forman el mundo finito, en el que encontramos substancias espirituales y substancias materiales, y todas ellas, incluidos los ángeles, han sido creadas por Dios libremente y desde la nada. Dios crea el mundo desde la eternidad y en ese acto crea también el espacio y el tiempo. Dios creó la materia informe y caótica en la que depositó todos los gérmenes de las cosas, o razones seminales, de los que a lo largo del tiempo irán formándose todos los seres. Utilizó unos modelos o arquetipos para crear las substancias finitas (doctrina del ejemplarismo), las ideas, que existen en Su mente o inteligencia, y que son como las esencias de todas las cosas, eternas, inmutables y fundamento de todo conocimiento perfecto. Dios gobierna y administra todas las cosas del mundo, y las dirige a los fines que les convienen para su perfección. EL PROBLEMA DEL HOMBRE De todas las sustancias finitas, las más perfectas son los ángeles; después viene el hombre, compuesto de alma y cuerpo. Su concepción del hombre se incluye en la tradición platónica al defender un claro dualismo antropológico: el hombre consta de dos substancias distintas, cada una de ellas completa e independiente, el alma y el cuerpo, siendo la primera superior en dignidad y ser al segundo. Pero, a diferencia de Platón, que admite las reencarnaciones y la existencia anterior y posterior del alma con respecto al cuerpo, no entiende San Agustín que el alma esté unida al cuerpo como consecuencia de un castigo ni que el cuerpo sea su prisión. El alma humana, como la de los animales, anima al cuerpo, está unida a él por una inclinación natural y está presente en cada parte del cuerpo. El alma vivifica el cuerpo, y produce la vida vegetativa, la sensitiva y la intelectiva. El alma humana es una substancia espiritual, inmaterial, simple, lo que asegura su inmortalidad, de la que San Agustín ofrece varios argumentos; por su perfección, el destino más propio del alma es Dios. El alma humana no es una parte de Dios, pero sí su imagen, y con sus tres facultades principales, memoria, inteligencia y voluntad, también de la Trinidad. Dios se refleja de alguna manera en todos los seres, pero de forma especial su imagen está en nuestra alma, en lo más profundo de nuestro ser, por lo que el hombre puede elevarse al conocimiento y cercanía de Dios descubriendo y contemplando dicha huella divina. Para San Agustín está muy claro que el alma ha sido creada por Dios, pero no el tiempo y modo de dicha creación. Rechaza la tesis platónica de la preexistencia del alma, pero duda entre el traducianismo (transmisión del alma de padres a hijos a partir de Adán, y que mejor explica el dogma del pecado original) y el creacionismo (el alma creada en cada caso desde la nada). EL PROBLEMA DE LA MORAL Para San Agustín el fin último de toda la conducta humana y Bien Supremo es la felicidad, que no se puede alcanzar con los bienes exteriores finitos, ni perfeccionando nuestra mente, y sí en la vida beatífica, en la presencia de nuestra alma ante Dios. Para satisfacer esta vocación sobrenatural se necesita del esfuerzo humano y de la gracia de Dios. La vida buena consistirá precisamente en buscar a Dios, y hacerlo con todas las capacidades de nuestro ser, el corazón, el alma y la mente.
Naturalmente, dirá San Agustín, este amor a Dios se extenderá también al prójimo. El bien y el ser coinciden, y, dado que Dios es la plenitud del ser, es también la plenitud del bien o bien absoluto. En sentido estricto el mal no existe, es una ausencia de un determinado bien, una privación; incluso la destrucción y muerte de los seres finitos (mal natural) es en cierto modo un bien pues permite la aparición de nuevas cosas. Por su parte, el mal moral corresponde a los actos humanos, actos que dependen de nuestra razón y voluntad, y en esa medida de nuestra libertad. Mediante nuestra voluntad podemos acercarnos a Dios y alcanzar la bienaventuranza, pero también podemos elegir el mal. Además, hay en nosotros una tendencia o facilidad para el mal, consecuencia del pecado original: por este pecado el cuerpo, y los deseos sensibles e ignorancia que provoca en nuestra alma, nos impide atender al auténtico bien (Dios), y nos lleva a elegir bienes inferiores como los materiales o a nosotros mismos. Dios nos ha dado la facultad de captar las leyes eternas de la moralidad, que están impresas en el corazón de todo hombre. Dichas leyes no son arbitrarias pues son expresión de la eternidad de Dios; esta capacidad es necesaria para acercarnos a Dios, como también nuestro esfuerzo y elección libre del Bien, pero no es suficiente, principalmente por la fuerza del pecado original; necesitamos también del perfeccionamiento de nuestras facultades mediante la gracia de Dios, que disfrutamos mediante los sacramentos, y de la orientación de la Iglesia. La voluntad busca necesariamente la felicidad, pero es libre de elegir los medios para este propósito, pudiendo acercarse a Dios o elegir los bienes imperfectos del mundo sensible. Mediante la gracia, el albedrío o voluntad puede dirigirse hacia el Bien Supremo y es realmente libre. La posesión plena de Dios en la vida futura constituye, según San Agustín, la suprema felicidad y el destino final del hombre; en la vida presente, nuestra felicidad consistirá en la unión con Dios por medio de su conocimiento, de la virtud y de la práctica cristiana. Podemos dividir a los seres humanos, nos dice San Agustín, en dos grupos: los que aman a Dios, se someten a su Palabra y buscan la paz eterna, y los que quieren los bienes materiales y temporales y se prefieren a sí mismos antes que a Él. Aunque estos grupos están mezclados desde el principio de la historia, en cierto modo pertenecen a dos pueblos o ciudades distintas: los primeros al territorio místico de la Ciudad de Dios (Jerusalén), y los segundos a la Ciudad temporal o terrena (Babilonia). San Agustín cree que desde el principio del mundo están enfrentadas, pero con el juicio final se separarán definitivamente. Esta división corresponde a la división entre el Estado pagano (“Ciudad de Babilonia”) y la Iglesia (“Ciudad de Jerusalén”), y expresa la primacía que debería tener ésta sobre el Estado.