Tema 9: El proceso de morir

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Intervención Evolutiva en Procesos del Envejecimiento

Tema 9: El proceso de morir.

Tema 9: El proceso de morir.

1.- EL PROCESO AGONIZANTE. 2.- SUPERACIÓN DEL DUELO Y DUELO PATOLÓGICO. 3.- TALLER EXPERIENCIAL DE PREPARACIÓN PARA LA MUERTE.

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La muerte de los seres humanos supone el final del ciclo vital y ese final suele acontecer normativamente en la ancianidad, aunque puede sobrevenir en cualquier otro periodo de la vida. Así, los seres humanos tenemos la gran ventaja pero también el gran inconveniente de ser conscientes de nuestra finitud y ello en algunos casos puede provocarnos miedo. Miedo a un cambio del que las pocas experiencias que hemos vivido siempre sean presentado como dolorosas, un cambio para el que no tenemos estrategias personales de ningún tipo y del que no sabemos donde nos llevara o incluso si nos llevara a alguna parte. Saber que dejaremos de existir como materia viva, como seres pensantes y relacionales, provoca miedo no sólo a lo desconocido sino también a la posibilidad de caer en el olvido de un mundo en el que nuestra existencia, independientemente de cómo sea, es siempre significativa. Según Kübler-Ross (1972), cuando volvemos la mira atrás y estudiamos las culturas de los pueblos antiguos, constatamos que la muerte siempre ha sido desagradable para el hombre y probablemente siempre lo será. Esto, desde su punto de vista es muy comprensible y quizá puede explicarse mejor por el conocimiento básico de que, en nuestro inconsciente, la muerte nunca es posible con respecto a nosotros mismos. Para nuestro inconsciente, es inconcebible imaginar un verdadero final de nuestra vida, y si esta vida nuestra tiene que acabar, el final siempre se atribuye a una intervención del mal que viene de fuera. Por lo tanto, la muerte de por sí va asocia a un acto de maldad, es un acontecimiento aterrador, algo que exige pena y castigo. Pero por otra parte, saber que vamos a morir, hace que se pueda trabajar sobre este último proceso de cambio. Presentar a los pacientes y familiares recursos que les ayuden a afrontar de una manera más o menos madura y serena, este último gran salto de nuestro desarrollo evolutivo puede ayudar a conseguir que este último paso se convierta en algo distinto. Recordando los planteamientos de Erikson (1970), el hecho de que la persona consiga la integridad, hace que la muerte pierda ese carácter atormentador que tiene en nuestra sociedad, por el contrario, si no se consigue esta integración se teme a la muerte y se cae en la desesperación.

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1.- EL PROCESO AGONIZANTE. Abengózar (1994), delimita el proceso agonizante desde el momento en que el sujeto tiene conocimiento de su enfermedad crónica o terminal hasta su muerte. Según esta autora, parece ser que durante este proceso existen cambios progresivos de naturaleza cognitiva y de personalidad, muy sutiles a veces: bajas puntuaciones en pruebas de inteligencia; decremento en las puntuaciones de pruebas de aprendizaje y memoria; así como en las de complejidad emocional e introspección; aumento de las puntuaciones en docilidad y dependencia. Por otra parte, parece ser que por lo que respecta al recogimiento personal o actividad espiritual, se pone de manifiesto una actividad contemplativa abundante en los sujetos cuando se acercan a la etapa final de su vida. 1.1.- Teoría de los estadios de Kübler-Ross. Kübler-Ross (1972), define cinco fases por las que pasan los enfermos terminales en su desarrollo emocional. Estas fases no se deben tomar como una secuencia invariante y universal que todas las personas deben recorrer necesariamente, sino que, por el contrario, existen diferencias individuales. La primera de las fases definidas por esta autora, es la que se denomina negación. Se suele producir en el momento en que los pacientes reciben la noticia. Así, sufren un choque inicial, recibiendo la información con incredulidad y siendo incapaz de integrar la noticia, y mediante la negación se protegen de tanto dolor inicial. Según Kübler-Ross (1972), la negación, por lo menos parcial, es habitual en casi todos los pacientes, no sólo durante las primeras fases de la enfermedad, o al enterarse del diagnóstico, sino también más adelante. Así, la negación, funciona como un amortiguador después de una noticia inesperada, permite recobrarse al paciente y, con el tiempo, movilizar otras defensas menos radicales. Generalmente la negación suele ser sustituida por una aceptación parcial, pudiendo incluso hablar brevemente de la realidad de su situación, pero esta necesidad de negar, suele ir y venir En segundo lugar aparece una fase caracterizada por la ira, en la que el paciente considera las posibilidades que tiene de morir. Así, una vez no puede mantener la negación, ésta, es sustituida por una nueva reacción de ira, rabia, envidia y resentimiento; se vuelve agresivo, exigente, se enfada consigo mismo 3

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y se rebela contra todo. ¿Por qué yo? Es la frase que podría resumir esta fase. Además, los pacientes, llegados a este punto, suelen descarga su agresividad o cólera normalmente con el personal médico y familiares que están a su alrededor, por el hecho de que la noticia de su muerte cercana constituye la última frustración de su vida, dado que sus proyectos quedarán inacabados y sus ilusiones truncadas. Esta etapa debe afrontarse hablando con el paciente, mostrándole comprensión por padecer la crueldad de la muerte, aunque ello suponga profundizar en su bajo estado de ánimo. Si son ancianos se enfurecerán por la juventud y salud que ya no disfrutan, además de no poder recuperar el tiempo perdido en actividades que no hayan satisfecho. Esta actitud irracional conviene que sea perfectamente entendida por los profesionales de su alrededor, para que no se interprete como recriminaciones personales o falta de competencia profesional. En lugar de comenzar una pugna o un silencio que conducen al aislamiento del enfermo así como a un desgaste psicológico del profesional, se recomienda leer estos mensajes en términos de impotencia y frustración, que necesitan un destinatario sobre que descargase. Al mismo tiempo, podemos tranquilizarnos pensando que se trata de una etapa evolutiva del proceso agonizante, porque podremos prestar nuestro apoyo en la facilitación del paso de una etapa a otra. La tercera fase, suele ser corta, y se denomina fase de pacto o negociación, el enfermo acepta la idea de morir. Así, si no hemos sido capaces de afrontar la triste realidad en el primer periodo y nos hemos enojado con todo aquello que nos rodea, tal vez ahora podamos llegar a algún tipo de acuerdo que posponga el inevitable. Así pues esta fase, consiste en negociar tanto con el personal médico, familiares, e incluso seres sobrenaturales la recuperación a cambio de beneficios diversos. Sin embargo, cuando descubren que todos los esfuerzos son inútiles de que la enfermedad sigue avanzando, uno desemboca en la cuarta fase, denominada de depresión. Aquí se aúnan el dolor, la pérdida y el vacío así como los sentimientos de vergüenza y culpabilidad. Al principio de esta, fase, suelen preocuparse de finalizar algunos asuntos pendientes y se preocupan por el futuro de su familia. Posteriormente, el sujeto se aísla. Este periodo está influenciado por el agravamiento del estado físico y la percepción que el paciente tiene de sí mismo y su estado terminal. En medida en que facilitemos a la persona la expresión de sus sentimientos, se facilitara una más rápida recuperación y probablemente le conducirá a la siguiente fase.

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La última fase, la de aceptación, no implica resignación, sino la obtención de una paz mental que comunican al exterior a través de la serenidad y la apacibilidad. Así, si se le ha ayudado a pasar por las fases antes descritas, llegará a esta fase en la que su destino no le deprimirá ni le enojará. Habrá podido expresar sus sentimientos anteriores, su envidia los que gozan de salud, habrá llorado la inminente pérdida de personas, lugares y cosas significativas. No hay que confundirse y creer que esta fase es felicidad, sino que es un momento en el que estamos casi desprovistos de sentimientos, es como si el dolor hubiese desaparecido, la lucha hubiera terminado y llegase el momento del descanso final. En estos momentos, generalmente es la familia la que necesita más ayuda, comprensión y apoyo. Cuando el paciente ha encontrado cierta paz y aceptación, su capacidad de interés disminuye, desea que le dejen solo o por lo menos que no lo agiten con noticias y problemas del exterior. Según Muñoz (2002), al contrario que los jóvenes, las personas mayores, suelen llegar más rápidamente a la etapa de aceptación, debido a que el anciano, a lo largo de su ciclo vital, ha superado numerosas pérdidas y su universo presenta menos ataduras. Su apego a la vida es más débil, y en ocasiones, ha prevenido a la familia de su desaparición inminente (proceso de señalización). Este modelo, propuesto por Kübler-Ross, está ampliamente admitido y resulta de gran interés para familiares y profesionales, sin embargo, según Abengózar (1994), tiene algunas insuficiencias desde el punto de vista metodológico como la no descripción de la muestra y la no definición de los términos empleados. Etapa Comportamiento Cognición 1ª Negación

No admite el diagnóstico y busca otros.

Esto no puede ser. No estoy tan enfermo. Yo no tengo ninguna enfermedad. 2ª Ira Agresividad contra todo y todos los que le Esto es injusto. rodean. Por qué a mí. 3ª Pacto Trata de pactar con su entorno y fuerzas Si salgo de esta, haré... superiores. Si no muero, seré... 4ª Depresión Se resigna, entristece y autodesprecia, No necesito nada. pierde el interés. No valgo para nada 5ª Aceptación Acepta la situación. He vivido bien. Lo he hecho todo bien. Esperanza Expresa deseos realista. Quiero morir dignamente. Se acordarán de mí. Etapas descritas por Kübler-Ross. (Muñoz, 2002)

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1.2.- El intervalo Vida-Muerte de Pattison. Pattison (1997), define el intervalo vida-muerte como aquel periodo de tiempo que transcurre desde la notificación de la enfermedad mortal hasta el momento de morir. Diferenciando tres fases en este proceso: fase aguda, fase crónica vida-muerte y fase terminal. La primera de las fases, la aguda, suele coincidir con los tres primeros estadios descritos por Kübler-Ross. Básicamente este periodo comienza con el conocimiento de la enfermedad terminal, por ello, al percibir la proximidad de su muerte en un espacio de tiempo relativamente inminente, suele presentar altos niveles de ansiedad. Pasada esta fase, comienza la denominada fase crónica vida-muerte, donde la persona teme a lo desconocido, a perder el control, así como a familiares y conocidos y tiene miedo también a estar solo y a sufrir. Es característico de esta fase, la cólera. En este momento, el sujeto, se da cuenta de su enfermedad irreversible reduciendo sus niveles de ansiedad. Esta comprensión de su situación no se realiza sólo desde un punto de vista cognitivo, sino también emocional, avanzando progresivamente en la aceptación de su propia muerte con serenidad y esperanza. Durante este momento de espera serna (fase terminal), el paciente experimenta una aceptación real de su muerte, puesto que observan las señales corporales que sus organismos les ofrecen, retirándose de los demás para centrarse en sí mismos con el fin de conservar la mayor cantidad de energía posible. El tipo de ayuda que se puede ofrecer a las personas en la fase aguda consiste en apoyarles emocionalmente y facilitarles el enfrentamiento con la realidad; en la fase crónica vida-muerte, si los individuos ejercen un control sobre sus vidas dentro de las posibilidades de cada uno y se les ayuda a expresar la lamentación por sus pérdidas, superarán más fácilmente la crisis; por último se les ayudará a entrar suavemente en la fase terminal, con el objetivo de que puedan afrontar la transición con los recursos personales suficientes que les conduzcan a un crecimiento personal.

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1.3.- Fases en el proceso agonizante según Vallejo-Nagera. Vallejo-Nagera, distingue un total de cuatro fases en los procesos agonizantes. En la primera fase los enfermos se siguen interesando por la familia, los amigos; todavía disfrutan del ocio, es decir, existe todavía un interés por el mundo exterior. Sin embargo, poco a poco la motivación se va reduciendo y en la segunda fase se limitan a un interés por la familia. Una restricción más profunda, es la que comienza en la tercera fase, donde el interés se ciñe a la habitación del hospital donde se encuentra, a los aparatos médicos que le aplican o a los medicamentos que pueda recibir, así pues, la atención se centra en todos aquellos recursos médicos susceptibles de variar el cursos fatal de su enfermedad. Por último, la cuarta fase supone la reducción máxima: preocupación únicamente de lo que ocurre dentro de su propio cuerpo.

2.- SUPERACIÓN DEL DUELO Y DUELO PATOLÓGICO. El duelo es la reacción emocional que se produce con la pérdida de un ser querido. La persona afligida experimenta un abanico de sentimientos y conductas inevitables (tristeza, confusión, enfado, culpa, sanciones físicas, trastornos de conducta, etc). Este proceso es necesario y su reelaboración ayuda anímicamente a soportar la pérdida del ser querido y a proseguir en la vida así su presencia. Su represión puede provocar posibles desajustes emocionales al impedir que el doliente acepte la pérdida y se incorpore a una forma de vida normalizada. El duelo sigue una secuencia aproximada, aunque su orden puede variar de una persona a otra y algunas de las fases es posible que no se presenten por igual en todos los sujetos. Con el objetivo de exponer dicho secuencia, nos basaremos en el teórico que el apego, Bowlby (1983), así como en la estudiosa de los enfermos terminales, Kübler-Ross, de quienes Abengozar (1994), obtiene una evolución híbrida del proceso doliente. La primera fase se denomina de embotamiento de la sensibilidad, que se caracteriza porqué al recibir la noticia del fallecimiento de un ser querido, el doliente parece no manifestar ninguna reacción emocional. En cambio, actúa con estallidos de cólera e intensa aflicción, ataques de pánico o euforia. Es un

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momento en que no se acepta (negación) la pérdida, intentando vivir como si el ser querido estuviese presente. Esta fase puede durar desde las pocas horas hasta una semana. La siguiente fase es la de anhelo y búsqueda de la figura pérdida: cólera. El doliente puede comenzar a reconocer la pérdida con la congoja que ello conlleva, al mismo tiempo que se producen estallidos de cólera. Esto es debido, a la frustración que siente un individuo que busca y infructuosamente a su ser querido. Asimismo, la ira puede ser dirigida también a terceros al responsabilizarlos por la pérdida. Si esta cólera persiste más de una semana existe el riesgo de desarrollar una patología. Al igual que en las fases del proceso agonizante también en el duelo uno negocia para recuperar el ser requerido que ha marchado, en una actitud irracional. Después de las energías empleadas en la fase anterior, y llegado a un estado de frustración, se entra en la fase de desorganización y desesperanza donde individuo doliente ya reconoce que la pérdida es definitiva y examina su situación presente para descubrir los roles que ya no puede seguir desempeñando. Resulta doloroso este reconocimiento de su situación actual, por lo que los lloros son frecuentes y la aflicción intensa. Conviene en este momento disponer de una persona ofrezca apoyo emocional suficiente para salir cuanto antes de este estado. La quinta y última etapa es la de aceptación y reorganización, a pesar de haber perdido una serie de roles por convivir con una determinada persona, el doliente tiene que aprender otros nuevos, o modificar los presentes con la consiguiente adquisición de habilidades desconocidas. A mayor destreza y prontitud en dicha adquisición, mayor ajuste a la nueva situación, con la consiguiente contribución positiva a la salud mental. La aceptación implica una verdadera concienciación de la muerte con serenidad y relajación. En personas mayores, la muerte de uno de los miembros de la pareja produce importantes desajustes de adaptación en el sujeto que se queda solo, no solamente por los efectos de la pérdida en sí, sino también por las circunstancias concomitantes que acarrea. La persona mayor viuda tiene que aprender a desempeñar un nuevo papel, definir su reciente identidad y adoptar un estilo de vida diferente. 8

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Thompson (1984), pone de manifiesto que después de dos meses de viudez, las personas mayores desarrollan nuevas enfermedades físicas, perciben un agravamiento de su salud y consumen más medicamentos. Cuando la persona no supera las fases anteriores, puede caer en lo que se denomina un

DUELO PATOLÓGICO.

En estos casos los sentimientos de

culpabilidad obsesiva y exagerada pueden dar paso a trastornos cognitivos, de personalidad y de conducta. Para Abengózar (1994), cuando hablamos de duelo patológico podemos distinguir distintos tipos y formas: inhibido, aplazado, crónico, idealización, identificación con el fallecido y euforia. En el duelo inhibido o “ausencia prolongada de aflicción consciente”, una persona no expresa sus sentimientos y emociones pues muestra un inusual autocontrol. Se trata de personas que, después del fallecimiento, tienen mucho cuidado en las situaciones emocionales por el riesgo que para ellos implican. No ocurre lo mismo con el duelo aplazado en el que a pesar de no exteriorizar del dolor, pasado un tiempo, el individuo doliente afronta su pena y dejar fluir sus sentimientos. El mecanismo que aplican las personas que no manifiestan al principio el dolor consiste en no elaborar sentimientos o pensamientos relativos al fallecido. El peligro radica en que cuanto más tiempo se demore, mayor será el desbordamiento y el peligro de convertir en patológico el duelo tiene mayor probabilidad. Por lo que se refiere al duelo crónico, en este se produce un estancamiento en las fases tanto de anhelo y búsqueda y como en la de desorganización y desesperanza. Este de duelo suele caracterizar a las personas que tiene una reacción excesivamente intensa, manteniéndose además durante un período de tiempo superior a lo que se consideraría normal. Un ejemplo severo de este tipo de duelo son los reproches, tanto a uno mismo, como a los demás, acompañados o no de cólera, y que pueden estar motivados por una constante frustración de no conseguir que el difunto vuelva a la vida. El problema que contiene este tipo de duelo es el no poder pensar en la reorganización de la propia vida o en la elaboración de planes para el futuro sin la persona amada. Algunos síntomas de este tipo de duelo son lo que se denomina momificación y memorialización. La momificación consiste en el mantener el 9

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mismo orden en el hogar: objetos, habitación, mobiliario, en seguir haciendo las mismas actividades diarias, los rituales familiares y el mismo estilo de vida y que pertenecen al pasado, sin tener en cuenta los cambios ni plantearse una reorganización del futuro. En cuanto a la memorialización, ésta se refleja por las alusiones constantes al fallecido; acudir todos los días al cementerio; detenerse ante su retrato; etc. Por su parte, la idealización de la persona muerta, el recuerdo únicamente de aspectos positivos, puede resultar dañina para los que viven alrededor, sobre todo si se les compara constantemente con el fallecido. La identificación con el fallecido, consiste en que el familiar que sobrevive actúa “como si fuese" el fallecido. En definitiva, este, es un mecanismo para mantener vivo al que se ha ido, negándose, por tanto, la aceptación de dicha pérdida. Existe un último tipo de duelo patológico, que es el menos frecuente de todos: la euforia. Ésta, se puede presentar de dos maneras diferentes. En la primera de ellas la euforia va acompañada de un no reconocimiento de que la pérdida ha ocurrido de hecho, así como de sentimientos persistentes en cuanto a la presencia continua del difunto. En la segunda, se produce el proceso contrario, ya que se acepta el hecho de la muerte como gratificante para el que ha vivido la pérdida.

3.- TALLER EXPERIENCIAL DE PREPARACIÓN PARA LA MUERTE. A partir del trabajo de Abengózar (1994), proponemos una serie de ejercicios que nos pueden servir como un mecanismo para obtener un mayor disfrute y valoración de la vida y de sus pequeños detalles; como una forma aumentar nuestra madurez psicológica y superación personal; y, por último, que ayuden a no temer a la muerte en el sentido de desaparecer la ansiedad que ésta produce, manteniendo la seguridad que da valorar la propia vida. Estos ejercicios se pueden realizar tanto de forma individual como dirigidos por un terapeuta a un grupo. Recordemos que la muerte se considera un suceso evolutivo en tanto que ocurre a la mayoría de la población con una secuencia más o menos fija. Todos esperamos que un anciano este preparado para este hecho, haya

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resuelto satisfactoriamente su vida y los posibles conflictos que en ella encontró y que analice con serenidad su vida. Ahora dispone de tiempo suficiente para reflexionar, es el momento para desarrollar la sabiduría, dado que la madurez se halla en su máxima representación. Sin embargo, podemos preguntamos si ¿todos los ancianos alcanzan la madurez?, si ¿la madurez exclusiva de la última etapa de la vida?, o si ¿la aceptación de la propia muerte se produce la vejez?. En efecto la madurez no es exclusiva de la vejez sino que se desarrolla a lo largo de todo el ciclo vital. Pero debemos tener en cuenta que la madurez implica ser capaz de aceptar nuestro pasado con serenidad, tanto lo positivo como lo negativo, agradeciendo las oportunidades para aprender. Esta aceptación del pasado ayuda a vivir un presente enriquecedor, el cual está guiado por una perspectiva limitada del futuro, dado que la muerte está más cercana y es más certera. Así, con el objeto de trabajar este crecimiento personal, se proponen una serie de ejercicios, que no son exclusivamente aplicables a personas ancianas, sino generalizables a cualquier segmento de la población. 3.1.- Desarrollo del taller. 1.- En primer lugar, conviene una adecuación del contexto para propiciar el trabajo: procurar que no hayan muchos ruidos; que estemos seguros que a esa hora no va a entrar nadie y que no nos van a molestar; con luz tenue y entorno cálido. Retirar objetos que puedan distraer nuestra atención. Si se reúne un grupo de personas, se aconseja que no sea muy numeroso. Se recuerda que los testimonios que se trabajen en esa sala no podrán salir de dicho recinto. Cualquier aspecto de nosotros mismos que queramos compartir con otros fuera del grupo, tenemos perfecto derecho a hacerlo. En cambio, las experiencias de los demás deben ser guardadas en secreto. De este modo, se consigue un espacio de seguridad y un tiempo exclusivo para trabajar el tema de la muerte. 2.- Una vez estructurado el contexto se forma un círculo con todo el grupo en pie, cogidos de las manos y, de derecha a izquierda, uno a uno, van diciendo una palabra que se asocia a la palabra muerte. Este procedimiento constituye una herramienta para “tomar el pulso del grupo”. Es decir, obtenemos una primera aproximación de cómo siente el grupo respecto al tema de la muerte, cuáles son sus actitudes. 11

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3.- A continuación, las personas se sitúan por parejas, una frente a la otra. Para este ejercicio conviene que no se conozcan entre sí. Si esto no es posible, al menos que no tengan mucha relación entre ellos. Uno adopta el papel “A” y el otro el papel “B”. El director del grupo indicará quién comienza a hablar, por ejemplo “B”, mientras el otro, “A”, permanece en silencio realizando una escucha activa. Esto significa que se fijará en lo que comunica su compañero tanto a nivel verbal como no verbal: cambios en la voz, en el color de la piel, su mirada, su proximidad física, sus mensajes, etc. A continuación, el director pide que el que comience a hablar cuente cuáles han sido sus experiencias acerca de la muerte. Quién y cómo se le ha transmitido el conocimiento acerca de lo que significa la muerte. Cuál ha sido su educación a este respecto (iglesia, padres, profesores, etc.). El que escucha no debe interrumpir. El director advierte que se dispone de un tiempo máximo. Luego se cambian los papeles. Una vez realizado el ejercicio por completo, se pasa a una puesta en común donde todos tienen la oportunidad de compartir con el grupo su experiencia. 4.- El siguiente ejercicio a realizar, se asemeja al anterior en cuanto a la disposición de las personas (una frente a otra, con tiempos similares, papeles similares). Se aconseja que se cambie de pareja. A continuación, un miembro de la pareja comienza expresando sus miedos y esperanzas sobre su propia muerte, su proceso de morir y sobre si existe algo más después de la muerte. La persona que guarda silencio sigue ejerciendo una escucha activa. Luego se cambian los papeles. Puede ocurrir que en estos dos últimos ejercicios al poco tiempo de estar hablando, comuniquen que no tienen nada más que añadir, que ya está todo dicho, y cambien su conversación hacia otros temas. Conviene que en la puesta en común se trabaje este punto con el objetivo de que se den cuenta sobre cómo un ejercicio tan simple aparentemente puede sacar las defensas de las personas. Cuando manifiestan esta disposición suelen acompañar su argumento con sonrisas, aludiendo a que ellos no tienen ningún miedo sobre el tema de la muerte, que no tienen nada que decir porque están muy tranquilos. 5.- En el próximo ejercicio se pueden cambiar de pareja para trabajar la personificación de la muerte. Uno de ellos representará el rol de “muerte” y, con los ojos cerrados, dejará fluir por su boca los pensamientos que le vengan a la

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mente según lo que ellos esperan que puedan encontrarse después de la muerte. Luego se intercambiarán los roles. Una vez finalizado se realizará una puesta en común. 6.- Vamos a trabajar cómo nos imaginamos que puede ser el momento de nuestra muerte. “Imagínate ese día del futuro que necesariamente tiene que venir, en donde te hallarás afrontando tu proceso de muerte inminente: un accidente, un paro cardíaco repentino, un cáncer, muerte súbita durante un sueño. Imagínate todos los elementos que hay a tu alrededor. ¿Qué edad tienes?, ¿Qué clase de enfermedad padeces?, ¿En qué lugar te hallas?, Posteriormente en puesta común abriremos un dialogo con las siguientes preguntas ¿Se ha vivido con ansiedad, con miedo?, ¿Te has serenado después de contemplar de manera objetiva tu propia muerte? 7.- Pasamos ahora a trabajar los pensamientos, sentimientos, sensaciones que aparecen dentro de nosotros cuando pensamos que nos queda una hora de vida. Se trata de que tratemos de experimentar nuestras propias vivencias al pensar que, realmente, sólo nos queda una hora de vida por vivir. Unos quizá elijan tumbarse al imaginarse que se hallan enfermos en su lecho de muerte. Otros pueden elegir esta posición por sentirse más cómodos. Relajémonos. Pensemos a quiénes nos gustaría dirigirnos para comunicarles algo. Si el receptor de nuestro mensaje no se halla en la sala, anotemos en nuestro cuaderno lo que fluya por nuestra mente. Tratemos de asimilar esta experiencia no sólo a través de nuestra consciencia, sino también con nuestro corazón. ¿Qué nos gustaría hacer en estos momentos? ¿El lugar donde estamos nos permite llevar a cabo lo que queremos? ¿Qué sentimientos se asocian a nuestros deseos? ¿Ira? ¿Temor? ¿Venganza? ¿Amor? ¿Compasión? ¿Gratitud?. Una vez concluido el ejercicio, anotarán en un cuaderno cual ha sido la experiencia y pasaremos a realizar la puesta en común por parte del grupo. 8.- En el siguiente ejercicio se le pide al grupo que se tumbe con la cabeza dirigida hacia el interior del círculo que se forme entre todos. Se trata de un ejercicio de visualización, donde en un estado de relajación tratamos de sentirnos más cerca de nuestra propia muerte, con el objetivo de contactar de lleno con el sentido de nuestra vida. El director del grupo, con voz cálida,

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suave, con ritmo pausado dirigirá el ejercicio, en el que se planteará que sólo nos queda un año de vida, indicará que miren hacia adelante, hacia el periodo de vida que les queda por recorrer y se fijen en cómo se sienten y cómo ven el tiempo que les queda. ¿Cuáles son sus prioridades?, ¿Qué asuntos importantes tienen que hacer?, ¿Cuál es la reacción de sus familiares y amigos?. Después les acercaremos al momento en que ya se ha producido su muerte y le indicaremos que dejen que su conciencia vaya donde quiera, que se sientan relajados, que revisen su vida, ¿Qué han hecho para sentirse felices?, ¿Qué les hubiera gustado hacer de modo diferent?. Poco a poco iremos sacándoles del estado de relajación y finalmente anotarán las ideas más importantes. A través del ejercicio de visualización, sea cual sea el sistema de creencias de cada uno, toda persona tiene la oportunidad de trabajar su miedo a lo que sucederá después de la muerte. Además, respecto a los asuntos por completar o realizar, valoran de diferente manera aspectos de su vida que antes habían pasado desapercibidos, comenzando a valorar más la relación con familiares y amigos.

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