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DULCINEA, TIERRA DE LECHE Y MIEL Alicia Paro di Universidad de Buenos Aires A Simón Lajmanovich, amigo querido de mi padre, quien ofició de padrino

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DULCINEA, TIERRA DE LECHE Y MIEL

Alicia Paro di Universidad de Buenos Aires

A Simón Lajmanovich, amigo querido de mi padre, quien ofició de padrino cuando fui bautizada en la Iglesia de San Vicente Ferrer, en Nueva York.

El deseo de don Quijote está puesto en Dulcinea. De eso 110 podemos tener la menor duda. De ella depende absolutamente todo, hasta su mismo ser, cifrado en la expansión del nombre que lo constituye. Por su infinita aquiescencia emprenderá la aventura de convertirse en otro, alguien merecedor del nombre pronunciado por sus labios. Abandonará las morigeradas costumbres, el servicio callado, casi anónimo, de mujeres que no se atreven a alterar ni jornadas de lecturas ni discusiones pueblerinas. En una versión cualitativamente superior al desaparecido mozo de campo y plaza, morirá a si mismo y resucitará en él la antigua ley de la andante caballería Haciendo pie en el camino del héroe andante por los campos de Montiel en busca del precioso don de la amada, creo que no hay duda que nuestra empresa de lectura comienza por diferenciar salidas (dos,

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en este Quijote de 16(5), con sus idas y vueltas, para empezar, y una segunda fi-agmentación, entre interiores y exteriores, Mi intención es nlostrar cónlO esta articulación, reconocible a simple vista, está sostenida sobre pasajes del Antiguo Testamento, Es más, que la lectura de éste en el Nuevo preside no sólo la estética de una obra que se quiere «traducción», sino la composición del texto en todos los niveles de sus dos partes, aunque por ahora sólo nos ocuparemos de la Primera,

El hilván elegido, la idea de camino, nos pone por delante inmediatamente la de tierra, Ésta se vuelve obsesiva justamente cuando el camino del héroe -mirado por su escudero, Sancho- gira hacia la aldea, al final del capítulo 25, Más exactamente cuaudo aparece Dorotea, en el 28 1 , Dorotea, hija de un labrador rico, cuya producción agraria adnlinistra como mayordoma, es, como dice su nOlnbre -regalo de Dios- alegoría de la Naturaleza, si no creadora, al menos «mayordoma» del Creador en el Siglo de Oro, Dorotea, cuyos ayes de dolor atraen a la comitiva de rescate del cura y el barbero, y también de Sancho, llora el exilio del amor desgraciado que solo encontrará reposo entre esos riscos y malezas, sepultura de la pesada carga de su cuerpo. Al servicio del libreto del cura y el barbero, encarnará, como sabemos, una fábula muy parecida a la de su propia desgracia, la de la princesa Micomicona, cuyas tierras han sido invadidas por el gigante Pandafilando de la Fosca Vista, Don Quijote no duda ni un momento en ayudar a tan menesterosa princesa, de modo que ahora el camino de vuelta a la aldea y el camino a las tierras etiópicas coincidirán por un buen trecho, aún en el interior de la venta de Juan Palom.eque el Zurdo, Tan estrecho nudo hay entre los dos que tanto Dorotea como don Fernando, ya unidos, deciden ir hasta la aldea y no tomar el camino a Sevilla, señorío de don Fernando (l, 37 y 46), para retener la voluntad de su supuesto defensor, Sin e11lbargo, súbitamente y sin explicación alguna, el narrador cambia de estratagema,Ya no es necesaria la Princesa Micomicona para volver a la aldea, porque ahora hay un carro encantado y la promesa -nunca antes visitada por el imaginario de don Quijote- de casar-

1 A p.\rtír de aquí citaré el Quiíote por la edición anotada por CeJina Sabor de Cortazar e lsaías Lcrncr, 2005.

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se con Dulcinea. La inverosimilitud salta a la vista del lector, que debe producir su propio rodeo de lectura para explicarse de alguna manera la articulación del camino del héroe. Si nos detenemos en Dorotea, ese helper del autor, diremos en principio que es una característica Magdalena: llanto, arroyo, lavado de pies, cabellos, peines, yerbas, bolsito a cuestas, y muy precisamente el retórico ruego ante su desdeñoso amante (1, 36) son motivos magdalénicos 2 • Recordemos que esta santa, entrañable para el cristianismo, aparece tres veces en el Evangelio: es la pecadora que perfumó los pies de Cristo en casa del fariseo y se los enjugó con sus cabellos, ante la crítica hasta de los apóstoles (Lucas, 7), es -dice la tradición- la hermana de María y Lázaro, que ungió sus pies con carÍsimos pertumes guardado en un botecillo de alabastro mientras escuchaba sus palabras en su casa de Betania (JlIall, 12) y. por fin, la persona a quien eligió Cristo para mostrarse como resucitado. Magdalena lo reconoció bajo su ropaje de hortelano y lo llamó «iRabboni!», al tiempo que el se apartaba de ella y pronunciaba las famosas palabras: «No me toques, porque todavía no he regresado al Padre» (JuaH, 20, 14-18; Marcos, 16, 20)3. La iconografia renacentista aprovechó el dramatismo de la gestualidad de este episodio y lo reprodujo mil veces 4 . Por otra parte, las leyendas, himnos y predicaciones fueron extendiendo esta imagen de pecadora arrepentida, cuya sensualidad, santificada, permitía a los artistas reproducirla desnuda cubierta sólo por sus cabellos. Inspiró a la lírica aurisecular espaíl01a5, y hasta la famosa hagiografia de Malón de Chaide, aunque en verdad, Magdalena fue particularmente venerada en Francia (país tan curiosalnente tratado en la obra cervantina), que le agregó un exilio místico en Marsella, y un viaje en bote sin timón y sin vela junto con sus hermanos y san Maximind'. El capítulo 29 del Quijote de 1615, como vemos, le está en deuda 7 .

Pinto Mathieu, 1997. A partir de aquí todas las referencias bíblicas serón tomadas de El libro del pueblo de Dios. La Biblia (1980) Madrid-I3uenos Aires, Ediciones Paulinas. Se trata de la traducción argentina, del hebreo, de los Pbros. A. J. Levoratti yA. I3. Trllsso. 4 Réau, 1998. S Anselem, 1994. 6 Pinto-Mathieu, 1997; de la Vorágine, 1995;Villegas, 1591. 7 Magdalena reviste además una función discursiva. Para la cristiandad, y seguramente detrás de la exégesis de Pablo (G,íllllas, -1, 2-1) sobre Sara y Agar como «alego2

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En cuanto al reino de Micomicón, cuyo derrotero por un momento coincide con el camino de vuelta a la aldea, veremos que éste nos conduce discursivamente a los significantes que coinciden en la idea de «antigüedad». Por un lado, Etiopía es la tierra de la reina de Saba, prefiguración veterotestamentaría de Magdalena H• Por otro, las cartas de los cruzados crearon la leyenda de un reinado fabuloso, regido por el Preste Juan de las Indias, a veces confimdida por los mapas antiguos con Etiopía. Ese reinado legendario, inmensamente rico y prolífico, descendía de los Reyes Magos, a su vez descendientes de las diez tribus desaparecidas de Israel, que habían quedado más allá del río Sambatyon, cerca de Calcuta. Tan real como el reinado de Micomicón para don Quijote, así lo fue el del Preste Juan de las Indias para europeos de los siglos del descubrimiento de América: en 1521 los portugueses enviaron una comitiva con riquísimos para el rey etíope y... sólo encontraron algunas chozas y pobres, humildísimos vasallos'!. Al amparo, entonces, de la fábula, don Quijote emprende el viaje de regreso a textos y leyendas atrás una severa penitencia en la rocosa Sierra Morena cuya causa es Dulcinea, «causa», en verdad, de todo lo creado (l. p. 214). Hasta Sierra Morena, y pasado el marco de apertura [victoria sobre el enemigo emblemático, el gigante (1, 8); corte y recomienzo del manuscrito, con descenso de Cide Hamete a las arenas de la historia (1, 9), novela intercalada pastoral (1, 11-14)], la segunda salida discurre en aventuras desastrosas para el cuerpo, y sólo una vez desaliento para el alma. Sancho, desaguado por «entrambas canales» por obra del bálsamo de Fierabrás (1, 17), va tomando posesión del dominio nominal detentado por su amo, y después de la lapidación recibida de los ejércitos enfrentados (1, 18), osa bautizarlo (1, 19), y luego someterlo al papel de escucha en un cuento de nunca acabar, en una aventura de mejor no recordar (1, 20). Porque, si pensamos en toda esa secuencia dolorosa. diríamos que el momento de mayor hostilidad de Sanchol cuerpo, y mayor humilla-

rías», las hermanas de easa de Betania, Mana y María, íiJemn signo de la existenCIa de un sentido ulterior: así, en Petrarea, en el II, 9 de su De I!ira salir,,,j,, (Constable, 1998, pp. 1-41), H Pinto Mathieu, 1997. p. 29, 9 Pirenne, 1992. p. 23.

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ción de don Quijote en su aspiración de eterno nombre y fama, es el episodio de los batanes, momento de verdadera crisis. Después, don Quijote asumirá por si mismo la penitencia de Sierra Morena y el nombre verosímil inventado por Sancho ingresará como firma en la idealizante carta a Dulcinea (1, 25). Pues bien, en el capítulo 20, la tierra se convierte en lodo, en caca y en orillas resbaladizas. Es de noche, estruendos amenazantes atemorizan al siempre cobarde escudero, hay que esperar el alba. Sancho entretiene a su amo con el cuento de la Torralba. El imperio del nombre vuelve a aparecer, porque éste, terra albalO, además de anticipar la «argamasilla» de los epitafios que cierran 1605, delata inmediatamente la más completa Magdalena de la obra y su íntima relación con la tierra. Además, Magdalena, dice Covarrubias, quiere decir «señora de la torre», de migdol, (urrís, y también «castillo». Como la santa, Torralba lleva sus botecillos de mudas, espejos y peine para sus antológicos cabellos, olvida su época mundana de celillos y ahora persigue a su novio, que parece internarse por Extrema/dura hacia la espiritualizan te Portugal, como ocurrió con la santa en el exilio místico en Marsella, cuando abandonó su vida de pecado. Después, el relato de Sancho nos muestra huyendo al novio que trata de cruzar el Guadiana, oveja por oveja, ayudado por el pescador: otra representación del Noli me tangere. En los márgenes del relato, el estrépito de las obras naturales de Sancho, vertiginosamente olorosas, prolongan las resbaladizas orillas del Guadiana, y ambas representan el descenso al sheol, imaginado como barro, cloaca del cuerpo, en anticipación de los Sueños de Quevedo. Tal es el correlato alegórico de toda esta etapa purgativa que acarrea el ingreso del cuerpo/escudero en el mundo de los fiati voci del amo. A la etapa purgativa, sigue la iluminativa. El soneto de Cardenio sella por escrito, en una suerte de pregunta (

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