Dr. S. Arulsamy Dinero y misión desde la perspectiva del evangelizador y del evangelizado

Dr. S. Arulsamy Dinero y misión desde la perspectiva del evangelizador y del evangelizado _________________________ (Febrero 2010) INTRODUCCIÓN La cu

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Dr. S. Arulsamy Dinero y misión desde la perspectiva del evangelizador y del evangelizado _________________________ (Febrero 2010)

INTRODUCCIÓN La cuestión de la relación entre dinero y misión es una de las más complicadas que podamos imaginar. En este artículo quisiera en primer lugar explicar el significado de «dinero» y qué papel juega hoy, el significado de «misión» y si el dinero es contrario a la misión o está conexo con ella. A continuación explicaré cómo debe usar el dinero el evangelizador y qué actitud debe adoptar al respecto y ante todo lo que significa el dinero. En la tercera parte intentaré ver si el dinero implica necesariamente fuerza y atracción. Concluiré con un apunte positivo acerca de la relación entre dinero y misión. 1. ACLARACIÓN DE TÉRMINOS 1.1. ¿Qué se entiende por dinero? Dinero es una categoría económica. Sirve como medio de cambio que es aceptado generalmente como pago por bienes y servicios recibidos y como liquidación de deudas. En nuestra economía moderna, altamente especializada, con su acentuada división del trabajo, el dinero es tan necesario para el intercambio de bienes y servicios como lo es el lenguaje para el intercambio de ideas. El dinero sirve también como Standard de valor para medir el valor relativo de los distintos bienes y servicios.1 Juega un papel importante en la economía de mercado, que sustituyó al sistema de intercambio directo de bienes. ¿Es esto lo que entendemos por dinero cuando hablamos de él en relación a la misión? Yo no entiendo el «dinero» solamente como realidad económica. Veo en él un significado más amplio y completo. El «dinero» es como un símbolo de posesiones, que pueden ser materiales o financieras. El dinero o mammona es la personificación del poder. «Las posesiones materiales hay que verlas como subyacentes a ese continuum del ser y tener, que es un aspecto esencial de la existencia humana corpórea. Vemos los instrumentos como extensión de nuestro cuerpo. Decimos que el traje hace al hombre, que el estilo son las personas, que somos lo que comemos. Percibimos que nuestras posesiones, las cosas que tenemos y usamos, son como una prolongación de nuestro cuerpo y de nosotros mismos en el mundo y en la vida de otras personas. Lo que vestimos, comemos, conversamos, hacemos y usamos, todo ello expresa quiénes somos y lo que somos. Las posesiones son expresiones simbólicas de nosotros mismos porque existimos y tenemos un cuerpo».2 Ningún ser humano puede sentirse libre de posesiones. Son necesarias para el vivir y compartir diarios. Pero su sentido y trascendencia reales dependen de la disposición del que las posee. El que es muy rico dice: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea. Pero Dios le dijo: ¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?» (Le 12,19-20). La verdadera dificultad con respecto a las posesiones está en lo que significan para nosotros. «La manera de usar, poseer, adquirir y gastar las cosas materiales simboliza y expresa nuestras actitudes y respuestas a nosotros mismos, al mundo que nos rodea, a los demás y, sobre todo, a Dios. El verdadero pecado con respecto a las posesiones tiene mucho que ver con la premeditada confusión entre el ser y el tener. Es necesario aclarar aquí que no se trata simplemente de la cuestión de si tenemos muchas o pocas posesiones. Las consideraciones cuantitativas son secundarias, no primordiales. Por supuesto que para seguir viviendo es necesaria la comida, el vestido y un cobijo apropiado contra los elementos. Pero incluso a nivel de la simple subsistencia, la cuestión de significado es crítica. Hemos oído a los supervivientes de los campos de concentración cómo, incluso en medio de un hambre general y de los efectos niveladores de una esclavitud completa, una simple rebanada de pan enmohecido o un vaso de sopa callosa podía tener y de hecho tenía una función simbólica. Para ese individuo, robar una rebanada de pan significaba un cierto poder; tomando algo de la ración de los otros podría sobrevivir un día más. Para otro, privarse de su ración de pan significaba una cierta muerte, pero simbolizaba su voluntad de morir para que otro pudiera vivir. La privación física, o la indigencia, no ennoblece ni degrada por sí misma a los seres humanos, pero es sumamente eficaz para manifestar las cuestiones fundamentales».3 Así, pues, el significado de las 1

posesiones está en lo que significan para quien reivindica el derecho a poseerlas y en el modo en que simbolizan la respuesta humana a la realidad. Es a esta función expresiva y simbólica a la que la palabra de Dios habla más directamente. El dinero o las posesiones en sí mismos no son contrarios a la misión. Todo depende de cómo se adquieren y poseen, y cómo y para qué se usan. 1.2. ¿Qué es la Misión? La misión tiene distintos significados en el ámbito estrictamente religioso y católico. Se refiere, en primer lugar, a la acción de enviar. Cristo envió a sus apóstoles a la misión: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20,21). Siguiendo las huellas de su Señor, la Iglesia envía hoy a hombres y mujeres a la misión. Efectivamente, la Iglesia, como declara el Decreto conciliar Ad Gentes, «es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre. Pero este designio - continúa el Documento - dimana del «amor fontal» o de la caridad de Dios Padre, que, siendo Principio sin principio, engendra al Hijo, y a través del Hijo procede el Espíritu Santo, por su excesiva y misericordiosa benignidad, creándonos libremente y llamándonos además sin interés alguno a participar con Él en la vida y en la gloria.... Pero plugo a Dios llamar a los hombres a la participación de su vida no sólo en particular, excluido cualquier género de conexión mutua, sino constituirlos en pueblo, en el que sus hijos que estaban dispersos se congreguen en unidad» (AG 2). Con el fin de establecer «la paz o comunión con Él y armonizar la sociedad fraterna entre los hombres», Dios ha decidido entrar en la historia de la humanidad de un modo nuevo y definitivo enviando a su Hijo para arrancar por su medio a los hombres del poder de las tinieblas (cf. 3). Asumiendo, pues, la naturaleza humana por medio de la Encarnación, y uniéndose en cierto modo con todo hombre (cf. Gaudium et Spes 22), Jesucristo, por medio de un despojo de sí mismo (kénosis), realizado en una obediencia completa al Padre, «ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina», que el primer pecado había deformado. «Mas lo que el Señor ha predicado una vez o lo que en Él se ha obrado para la salvación del género humano hay que proclamarlo y difundirlo hasta los confines de la tierra» (AG 3). Este es, en pocas palabras, el significado fundamental de la misión. La misión se refiere también al ministerio que se confía al enviado y al cumplimiento de este ministerio bajo diversos aspectos. Jesús fue enviado para que «tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Esta plenitud de vida abarca todos los aspectos de la vida humana: individual, social, económico, político y religioso (espiritual). Con la misma finalidad envía hoy la Iglesia a los misioneros (evangelizadores). 2. EL DINERO Y EL EVANGELIZADOR En esta sección intentaremos profundizar en las relaciones entre el evangelizador y el dinero o las posesiones materiales, tomando como base las enseñanzas del Nuevo Testamento, que contiene, a este respecto, algunos datos que son muy significativos. 2.1. La llamada de los discípulos Cuando el Señor Jesús llamó a sus primeros discípulos, éstos «dejándolo todo le siguieron» (Lc 5,11). Leví, recaudador de impuestos, cuando le llamó Jesús «dejándolo todo se levantó y le siguió» (Lc 5,28). El recaudador de impuestos dejó una prebenda lucrativa. De igual modo, cuando Pedro y los hijos de Zebedeo fueron llamados, dejaron tras ellos su fuente de sustento. Más tarde, Pedro tuvo ocasión de recordárselo a Jesús: «Nosotros hemos dejado nuestras cosas y te hemos seguido» (Lc 18,28). Para ser un verdadero discípulo, no basta con dejarlo todo; no se deberían adquirir después nuevas posesiones, que podrían ser obstáculo para un ministerio eficaz. Por eso, cuando el Señor ordenó a los Doce predicar la Buena Nueva y curar a los enfermos, les dijo: «No toméis nada para el camino, ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero, ni tengáis dos túnicas» (Lc 9,3). Tienen que depender de la hospitalidad de los que quieran recibirlos a ellos y al Evangelio (Lc 9,4-5). Cuando los Setenta y dos fueron enviados delante de Jesús en su viaje a Jerusalén para prepararle el camino (Lc 10,3ss.), les dijo algo semejante: «No llevéis bolsa, ni alforja ni sandalias» y les recordó, una vez más, que debían depender de la hospitalidad de los demás, «porque el obrero tiene derecho a su salario» (Lc 10,7). Jesús quiere que sus misioneros viajen así, incluso hoy. Desde la llamada, está claro que el discípulo debe desprenderse del dinero y de las posesiones. 2.2. Condiciones para ser un verdadero discípulo En la parábola del gran banquete (Lc 14,16-24), tenemos una pista sobre la enseñanza de Jesús con respecto a las condiciones para ser un verdadero discípulo. El maestro en esta parábola no estaba enojado porque los que habían rechazado su invitación 2

tenían posesiones, sino porque se enredaron en ellas de tal modo que les impidieron responder a su invitación especial. Los dos primeros invitados rechazaron la invitación por las exigencias de sus posesiones (campos y bueyes); el tercero rechazó la invitación porque se había casado. En las enseñanzas posteriores a esta parábola, Jesús comienza diciendo que todo aquel que esté de tal manera implicado en obligaciones familiares de las que él o ella no pueden desentenderse, no puede ser su discípulo. Y concluye diciendo que «cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío» (Lc 14,33). Debemos señalar aquí que la cuestión de la posesión no se limita solamente a Cosas materiales, como barcas y redes, provisiones y vínculos. No sólo el dinero en los bancos, sino otras cosas pueden ser también un obstáculo para el trabajo misionero. «El número de amistades y el número de las cuentas en el banco, el estruendo de los aplausos y el ruido del motor en nuestros coches, el título de nobleza de nuestra esposa y el derecho a nuestra casa pueden convertirse en la medida de nuestro status y poder".4 Incluso los que corren detrás de Jesús por el camino queriendo ser sus discípulos, pero que querían, al mismo tiempo, atender primero a las obligaciones familiares fueron censurados por él (Lc 9,57-62). De aquí se sigue que la renuncia a las posesiones está en función de la respuesta a la llamada de Jesús. La inhabilidad para responder a la llamada se revela dramáticamente en el apego a las posesiones. «Pero él al oír estas palabras se entristeció, y se marchó apenado porque tenía muchos bienes» (Mc 10,22; Lc 18,23; Mt 19,22). 2.3. Las doctrinas contrarias Se nota en el mismo evangelio que se espera que los seguidores de Jesús usen sus posesiones de manera creativa (Le 19,11-25), lo cual implica que tienen y pueden tener posesiones. Tienen que dar limosna a los pobres, y esto les asegurará un lugar en el cielo. Notamos aquí una semejanza con lo que se dice al joven rico en Lc 18,22: «Vende todo cuanto tienes y repártelo entre los pobres y tendrás un tesoro en los cielos». En Lc 12,33 leemos: «Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro que no os fallará en los cielos donde no llega el ladrón ni roe la polilla». De aquí se sigue que los que son ya discípulos de Jesús y lo dejaron todo para seguirle, se supone ahora que son capaces de dar limosna. Aquí no se pide evidentemente que vendan todo lo que tienen. La confianza de Jesús es tan fuerte que en el relato de la Ultima Cena pregunta a los Doce: «Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias ¿os faltó algo? Ellos dijeron: Nada. Les dijo: Pues ahora el que tenga bolsa que la tome, y lo mismo alforja, y el que no tenga que venda su manto y compre una espada, porque os digo que es necesario que se cumpla en mí lo que está escrito» (Lc 22,35). Este texto implica que no hay peligro en tener posesiones. Es también raro que les pida comprar una espada si no tenían ya una. ¿Para qué? ¡Autodefensa! Los Hechos de los Apóstoles son muy claros en lo tocante a las posesiones. Vimos ya cómo Pedro no tenía oro ni plata para dar al pobre (Hch 3,6). Aún así, como uno de los Doce, responsable de la comunidad y de sus posesiones, ayudaba con bienes a todo el que estaba necesitado (Hch 4,35). Pero aquí encontramos un cambio. En Hechos 6,1 ss. los apóstoles dicen que las cargas administrativas entorpecían su oración y predicación, por lo que debían delegarlas en otro grupo, los siete. Los siete, pues, salen y predican y enseñan igual que habían hecho los Doce, y no oímos nada más acerca de su administración de los bienes de la comunidad. Administrar bienes temporales no es malo en sí mismo. No obstante, una preocupación indebida por ellos podría también resultar un obstáculo para la predicación. Los siete diáconos son modelos para quienes están actualmente implicados en la administración de bienes temporales. 2.4. Pablo, el gran evangelizador En cuanto a San Pablo, el evangelizador por excelencia, no cambian las coordenadas del cuadro fundamental. Pero su doctrina acerca del dinero y de las posesiones invitan a una reflexión. En los Hechos, los predicadores que mejor encajan con la imagen de Lucas 9, lss. son Pablo y Bernabé. No se los menciona como viajando sin provisiones, durante sus jornadas misioneras. De hecho, Pablo trabajó para vivir (Hch 18,3). En Hechos 21,24, cuando Pablo va a Jerusalén, tiene dinero suficiente para pagar la oferta del Templo por sí mismo y por otros cuatro. Pero hay una nota intrigante en Hechos 24,26, especialmente cuando sabemos que Lucas no dice absolutamente nada acerca de una colecta paulina. Mientras que Pablo estaba en prisión en Cesárea su vigilante, Félix, esperaba que Pablo intentase sobornarle, porque sabía que tenía consigo una gran suma de dinero. Cuando Pablo estuvo en arresto domiciliario en Roma, vivió en una casa que había alquilado (Hch 28,30). Y finalmente, cuando se dirige a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso en Mileto, se propone a sí mismo como ejemplo con respecto al uso de las posesiones. Lejos de ser un mendicante errante, dependiente de sus comunidades, Pablo no pide nada a nadie. En efecto, trabajó con sus propias manos. No sólo proveyó á sus propias necesidades con su propio trabajo, sino que ganó suficiente para ayudar a quienes estaban necesitados. Dice a los presbíteros que deben comportarse de ese modo y de acuerdo con el dicho del Señor: «Mayor felicidad hay en dar que en recibir» (Hch 20,18-35).

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2.5. El modelo del Nuevo Testamento La doctrina del Nuevo Testamento con respecto a la actitud del evangelizador de cara al dinero y a las posesiones ofrece multiplicidad de modelos. ¿Cuál debemos considerar como normativo? ¿Deben los evangelizadores ser mendicantes itinerantes, confiando en la generosidad de los demás? ¿Deben llevar sus propias provisiones y además una espada? ¿Deben administrar los recursos comunes de la comunidad? ¿Deben trabajar en un oficio para su propio sustento y, por tanto, ser capaces de ayudar también a los demás? Estas son las cuestiones que hay que afrontar al hablar de dinero y de posesiones desde la perspectiva del evangelizador. Es evidente que no se puede dar una respuesta generalizada y prefabricada a esas cuestiones. Todas las situaciones son distintas y, por tanto, deben tratarse de manera distinta. Sólo se pueden dar algunas orientaciones generales, pero para que sean aplicadas e interpretadas de manera creativa según las diversas situaciones. San Pablo pide a la rica comunidad de Corinto que dé de su abundancia a los cristianos necesitados de Judea «para que reine la igualdad» (2Co 8,10-15). Algunos sectores de la Iglesia son hoy ricos. Edificios espléndidos, elevado tren de vida y miras mundanas en la administración de los bienes de la Iglesia: todo ello es síntoma de riqueza. [...] Siguiendo el mismo espíritu recomendado por San Pablo, debemos buscar modos de administrar los recursos materiales de la Iglesia con un mínimum de gastos. (...) Se invita a todos los líderes de la Iglesia local a examinarse sobre cuánto gastan en sus desplazamientos y con qué objetivo. Jesús es el modelo del evangelizador. Aún siendo rico se hizo pobre para que nosotros nos enriqueciéramos con su pobreza (2Co 8,9). Fue un sacrificio costoso y consciente. Jesús pidió a sus discípulos: «Mirad y guardaos de toda codicia» y «aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes» (Lc 12,15). Hemos oído sus advertencias acerca del peligro de las riquezas. La riqueza trae consigo preocupaciones, vanidad y falsa seguridad, opresión del débil e indiferencia ante los sufrimientos del necesitado. Jesús invita aun hoy a seguirle con un estilo de vida de pobreza total y voluntaria. Invita a todos sus seguidores a una libertad interior con respecto a la seducción de las riquezas porque es imposible servir a Dios y al dinero. Invita también a sus discípulos a la generosidad en el sacrificio (1Tm 6,18). Es significativo lo que decía el Papa Juan Pablo II en su Testamento: «No dejo ninguna propiedad de la que sea preciso disponer. En cuanto a las cosas necesarias de uso diario, pido que sean distribuidas como parezca oportuno» (Zenit). La comunidad cristiana primitiva es el siguiente modelo para el evangelizador hoy. Esos creyentes, llenos de espíritu, se amaban mutuamente hasta el punto de compartir sus posesiones. Pero aunque sus ventas y donaciones eran voluntarias, y retenían alguna propiedad privada (Hch 5,4) todo estaba subordinado a las necesidades de la comunidad. «Nadie llamaba suyos a sus bienes» (Hch 4,32). «Es decir, se veían libres de afirmaciones egoístas de derechos de propiedad. Como consecuencia de su manera de entender y poner en práctica sus relaciones económicas, no había entre ellos ningún necesitado» (Hch 4,34). Nuestra obediencia cristiana pide un estilo de vida simple, independientemente de las necesidades de los demás. Pero el hecho que haya millones de indigentes y que mueran diariamente miles de personas de hambre, hace que sea inadmisible cualquier otro estilo de vida. Lo que dice el Congreso de las Iglesias Evangélicas celebrado en Londres los días 17-21 de marzo de 1980 sobre el «estilo sencillo de vida», es muy oportuno para nuestro propósito: «No proponemos reglas o reglamentos ni para nosotros mismos ni para los demás. Pero decidimos renunciar a los despilfarros y oponemos a los lujos en nuestra vida personal, en cuanto a la ropa, casa, viajes y edificios de la iglesia. Aceptamos también la distinción entre necesidad y lujo, aficiones creativas y actitudes vacías, símbolos, modestia y vanidad, celebraciones ocasionales y rutina normal y entre el servicio de Dios y la esclavitud de la moda. Dónde se debería trazar la línea de división nos pide una reflexión concienzuda y tomar decisiones, junto con miembros de nuestra familia».5 Y en la misma Declaración se lee a continuación: «Porque la credibilidad de nuestro mensaje se ve seriamente limitada si lo contradecimos con nuestra vida. Es imposible proclamar íntegramente la salvación de Cristo si no nos ha salvado de la codicia o de su dominio, si no somos buenos administradores de nuestras posesiones... Así pues, con nuestro compromiso de llevar un estilo de vida sencillo, nos dedicamos de nuevo llenos de entusiasmo a la evangelización del inundo».6 3. EL DINERO Y EL EVANGELIZADO El Señor resucitado mandó a sus discípulos predicar el evangelio a toda la creación (Mc 16,15) y hacer discípulos a todas las gentes (Mt 28,19). Esta misión es la misma que la de Cristo: «Como el Padre me envió también yo os envío» (Jn 20,21). Por tanto nosotros, como seguidores de Cristo, creemos que el evangelio es la buena nueva de Dios para todo el mundo, y por ende es nuestra obligación obedecer al mandato de proclamarla a todos y de invitarlos a ser discípulos de Cristo. Proclamar a Jesús como «Salvador del mundo» (Jn 4,42) significa proclamar el amor de Dios al mundo de los pecadores e invitar a todos a 4

responderle como Salvador y Señor con un compromiso personal-incondicional de arrepentimiento y de fe. Esta misión es consecuencia de ser discípulos de Cristo y del hecho de haber sido enviados. Pero aun así, no puede minimizarse la dimensión social de la misión. La Iglesia es una comunidad interior y exterior de caridad en el Espíritu Santo, querida para ofrecer la salvación a todo el mundo. La caridad asume también una forma material. La estructura socio-religiosa predominante afecta también a la actividad misionera. Las dimensiones sociales e incluso corporales de la misión están implicadas en las palabras de Jesús: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (Lc 7,22; cf. 4,18). Podemos decir que tenemos dos mandatos: la llamada a anunciar la Buena Nueva de la salvación mediante Jesucristo y la llamada a participar responsablemente en la sociedad humana, incluido aquí el trabajo en pro del bienestar humano y la justicia. La relación entre estos dos aspectos, es decir, entre evangelización y responsabilidad social, depende de dos mandatos diferentes: espiritual y social. Estos dos tipos de funciones están dirigidas al evangelio espiritual y al evangelio social. 3.1. Dimensiones sociales de la evangelización La misión de Jesús consistía en predicar el evangelio. Los diferentes aspectos de la predicación del evangelio están claramente anunciados en el «manifiesto» de Jesús: «El Espíritu del Señor sobre mi, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos. Y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4,18). Está claro que la predicación del Evangelio implica varias actividades. Predicar y atender a las necesidades sociales son ambas obligaciones cristianas. [ ...] La evangelización mira a aspectos sociales como la semilla mira al fruto. La evangelización sigue siendo lo primario, pero tiene implicaciones sociales, como mejorar las condiciones sociales entre aquellos que son evangelizados. «Los evangélicos en los siglos XVIII y XIX se implicaron en asuntos sociales y proclamaron la importancia de ser también ministros de las necesidades físicas y sociales; pero recalcaron que esto debería conseguirse sin minimizar la prioridad de la predicación del evangelio de la salvación individual».7 No obstante, la prioridad de la evangelización sobre aspectos sociales no habría que entenderla cronológicamente. La relación entre ambos es semejante a la que existe entre la palabra y la acción en la Revelación. Hay una mutua prioridad y una mutua causalidad entre ambas (cf. DV 2). La implicación social es consecuencia de la evangelización. Es decir, la evangelización es el medio por el que Dios lleva al pueblo a un nuevo nacimiento, y su nueva vida se manifiesta en el servicio a los demás. Pablo escribió: «La fe actúa por la caridad» (Ga 5,6). Santiago dice: «Yo te probaré por las obras mi fe» (St 2,18). Juan dijo que el amor de Dios en nosotros debe redundar en el servicio a nuestros hermanos y hermanas necesitados; el amor no es cuestión de palabras sino de obras (1Jn 3,16-18). La responsabilidad social es más que una mera consecuencia de la evangelización. Porque Cristo se entregó por nosotros no sólo «para rescatamos de toda iniquidad» sino también «para purificar para sí un pueblo que fuese suyo, fervoroso en buenas obras» (Tt 2,14). De modo semejante, por el evangelio somos «creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (Ef 2,10). La actividad social puede significar un puente hacia la evangelización. Puede acabar con prejuicios y sospechas, abrir las puertas cerradas y ganar audiencia para el evangelio. Jesús mismo realizó obras de misericordia antes de proclamar la Buena Nueva del Reino. Queriendo servir al pueblo, es posible pasar de sus «necesidades sentidas» a su necesidad más profunda de Dios. Si volvemos la vista de los sufrimientos, de la opresión social, de la alienación y soledad de los hombres, éstos pueden hacer oídos sordos a nuestro mensaje de salvación eterna. La Conferencia sobre la Relación entre el Evangelismo y la Responsabilidad social en Grand Rapids (1982) dice sobre el particular: «Somos conscientes del peligro de hacer "cristianos de arroz", es decir, de conseguir conversiones sólo por los beneficios materiales que ofrecemos. Pero tenemos que asumir este riesgo, mientras conservemos nuestra propia integridad y sirvamos a la gente con un amor genuino y no por un motivo ulterior. Entonces nuestras acciones non serán "sobornos sino puentes", puentes de amor al mundo».8 La actividad social no sólo se sigue de la evangelización como su consecuencia e intención y la precede como su puente sino que la acompaña también como compañera. Esto se constata claramente en el 5

ministerio público de Jesús, que no 'sólo predicó el evangelio sino que también dio de comer a los hambrientos y curó a. los enfermos. En su ministerio, kérygma (proclamación) y diakonía (servicio) iban de la mano. Sus palabras explicaban sus obras, y sus obras escenificaban sus palabras. Ambas eran expresiones de su compasión por la gente, y ambas deberíamos hacerlas nuestras. Ambas proceden del señorío de Jesucristo, porque nos envía al mundo para predicar y para servir. Si proclamamos la Buena Nueva del amor de Dios, manifestamos este amor cuidando de los necesitados. En realidad, es tan íntimo el vínculo entre proclamación y servicio que se superponen actualmente. Esto no quiere decir que deberían identificarse, porque la evangelización no es responsabilidad social ni la responsabilidad social es evangelización. Pero, aun así, la una implica la otra. Dar de comer al hambriento tiene implicaciones evangelizadoras, porque las buenas obras de amor, si se hacen en nombre de Cristo, son una demostración y un elogio del Evangelio.9 El documento sobre Misión y Evangelismo de 1982 afirma: «No hay evangelismo sin solidaridad; no hay solidaridad cristiana si no implica un compartir el conocimiento del Reino, que es la promesa de Dios a los pobres de la tierra. Tenemos aquí un test para una doble credibilidad: una proclamación que no hable extensamente de la promesa de justicia del Reino a los pobres de la tierra sería una caricatura del evangelio; pero una participación cristiana en la lucha por la justicia que no apunte a las promesas del Reino sería también una caricatura de la comprensión cristiana de la justicia».10 Evangelii Nuntiandi subraya esa convergencia. El Papa Pablo VI rehusa limitar el ministerio de la Iglesia a las dimensiones de la vida económica, política o cultural, pero no permite que se vuelva a las posiciones preconciliares; mantiene, por ello, claramente que la salvación comienza sin duda alguna en esta vida para encontrar su perfección en la eternidad (cf. EN 32-34). La alternativa «entre evangelización y humanización, entre conversión interior y mejoramiento de las condiciones de vida, o entre la dimensión vertical de la fe y la dimensión horizontal del amor» es inaceptable.11 La Buena Nueva de Jesús tiene un poder liberador y curativo. De aquí que deberíamos convencernos de que sólo propagando el evangelio podría solucionarse la necesidad más básica de los seres humanos: tener amistad con Dios. La evangelización será íntegra si respondemos de manera totalmente cristiana a las necesidades humanas (Mt 28,18-20). La misión de la Iglesia, por tanto, incluye ambas cosas: la proclamación del evangelio y su demostración. Jesucristo se identificó con los pobres, a quienes vio como «vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor" (Mt 9,36). Mediante sus obras de misericordia, su enseñanza y su estilo de vida, destapó las injusticias de la sociedad y condenó la auto-justicia de sus líderes (Mt 23,25; Lc 6,37-42).12 La Declaración de los Obispos católicos de Estados Unidos titulada «Hasta los confines de la tierra», cuando habla de la misión a la persona en todos sus aspectos coincide con lo que acabamos de decir: «Por la misma razón, la persona se salva no sólo como individuo sino también como miembro de grupos socio-culturales. Las personas tienen que experimentar la redención no sólo de su alma sino también de toda su existencia corporal, no sólo en un mundo futuro sino comenzando ya aquí en la tierra» (n. 31). Y de nuevo, hablando de la «Respuesta al sufrimiento» dice: «La solidaridad con los demás y la fidelidad al evangelio nos pide que respondamos a las necesidades genuinas y al hambre de la gente, incluso de las que quizá no son conscientes. Como hemos señalado más arriba, el hambre humana tiene dos formas: mientras que el hambre espiritual refleja nuestras más altas aspiraciones, el hambre física puede ser tan grande como para adormecerlas o incluso bloquearlas. La misma hambre social puede indicar la presencia de una opresión que impide a la gente desarrollarse en una atmósfera de paz y justicia» (n. 45).13 De una aproximación global a la misión podemos deducir que las hambres de la humanidad están tan relacionadas entre sí que el espíritu no puede sentirse satisfecho sin atender al cuerpo.14 3.2. ¿Fuerza y atracción? Hay que precisar ahora si ayudar al pobre y necesitado, dar de comer al hambriento, vestir al desnudo debe entenderse como algo atractivo y de fuerza. Si la dimensión social de la evangelización forma parte de la misión de la Iglesia, si ayudar al pobre y al explotado con obras de misericordia es un elemento constitutivo de la caridad cristiana, entonces no pueden verse esas obras como acciones atractivas o de fuerza. Hay que entender correctamente la cuestión atracción-fuerza. La atracción es inevitable en la sociedad humana. En una sociedad y cultura abiertas, la difusión del conocimiento es derecho de todos sus miembros. Los productos industriales de todas las naciones son anunciados, asequibles y aceptados. Los autores propagan sus ideas y valores con libros. Se publican los libros de todos los países y culturas, y se difunden lo más ampliamente posible. Se expresan y propagan sin reservas ideologías de todos los colores. Hay que aceptar que este proceso se aplica también en el ámbito de la religión. Los que están convencidos del mérito y ventajas de la ecología y del ambiente limpio fomentan la idea de repoblación forestal y de aumentar seguidores y defensores. ¿Violan con ello alguna ley o costumbre? La propaganda, que atrae, es una nueva cultura, una nueva profesión también, y un modo reconocido de propagar información acerca de los propios productos. Un embajador enviado a la capital de otro país está virtualmente implicado en influenciar las mentes y corazones del público acerca de su país. Los partidos políticos se ocupan, en tiempo 6

de elecciones, en divulgar su ideología y hacer propaganda para convencer al público de que les vote. Todo esto significa una atracción, un aliciente y se considera y acepta como una praxis normal. En Cuanto a los cristianos, predicar el evangelio, que implica una dimensión social y, por ende, un aliciente, se ve como una actividad análoga. No se entiende por qué sólo esto último debería considerarse como ilícito e incorrecto. La fuerza puede ser física y moral. Es evidente que no se trata de una fuerza física cuando se da de comer a los hambrientos, cuando se viste a los desnudos, cuando se visita a un enfermo, etc. Pero en estas actividades podría traslucirse una fuerza moral en el sentido de atracción. Son incentivos en el sentido que acabamos de decir, y se les acepta como modos legítimos de interacción. Si, Cómo consecuencia de tales actividades, alguien obtiene conversiones al cristianismo, no hay que verlo como fuerza u obligación en sentido peyorativo sino como ejercicio del propio derecho en ámbitos religiosos. Según la tradición cristiana, la Resurrección de Jesús es el fundamento de la fe cristiana. Y dado que este acontecimiento concierne a los problemas fundamentales de la humanidad sufriente -es decir, el pecado, el sufrimiento y la muerte- compartir con otros esta experiencia de la destrucción de la muerte y de la vuelta a una vida transformada y glorificada lo consideramos como un deber hacia la verdad, así como un servicio a la humanidad. Porque pertenece a las cuestiones decisivas de la humanidad. Jesús ordenó a sus discípulos predicarlo. Este es el cometido principal de los cristianos en todo el mundo: la evangelización. Los hay que aceptan estos hechos y por ello pasan a formar parte de la comunidad cristiana. Otros no, pero esto no nos desalienta. La libertad de la persona es un bien supremo. Convicción, dedicación y libertad actúan al unísono. Es una acción verdaderamente humana... La experiencia cristiana dice que el amor de Dios a los hombres es el factor que motivó la Encarnación. Los cristianos creen que la amistad y el compartir son expresiones de amor. Este compartir debería llevar consigo compartir puntos de vista, espiritualidades, personal, tiempo y cuidado, paciencia y servicio, e incluso asistencia económica.15 Los cristianos tienen la convicción cada vez más arraigada de que a causa del pecado se deterioró la relación entre los humanos. Los que ellos ven como marginados, desvalidos, oprimidos y explotados necesitan una atención especial por parte de los demás miembros de la sociedad. Los cristianos estiman que hay que dar prioridad absoluta a tales acciones. La creciente exigencia de justicia y rectitud impele a cada vez más individuos e incluso instituciones a comprometerse en eliminar ese desequilibrio en la sociedad y en restaurar la balanza. Que ciertas críticas equivocadas digan que esos servicios son interesados es injusto para nuestra percepción cristiana y nuestra dedicación a la verdad, y viola la justicia y la rectitud. CONCLUSIÓN Del título Dinero y Misión podría esperarse discernir si es legítimo manejar dinero en los trabajos misionales y si se puede seguir recibiendo dinero extranjero con esta finalidad, etc. Esta expectativa se basa en la acusación constante de los fundamentalistas hindúes de que los cristianos reciben dinero del exterior para convertir a los social y económicamente oprimidos, ofreciéndoles dinero como incentivo y aliciente. No es así como entienden el dinero los cristianos ni la ayuda del exterior. El espíritu cristiano de familia impele a compartir libremente con los que están necesitados todo lo que tiene la comunidad. Una comunidad que ayuda a otra forma parte de esta manera de entender el amor. La Iglesia primitiva es un testimonio elocuente de ello: «Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hch 2,44-45). Y seguimos leyendo: «No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta y lo ponían a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno según sus necesidades» (Hch 4,3435). Por tanto, nos guardaríamos mucho de llamar a este comportamiento económico fondos extranjeros. Recordemos la silenciosa acción de la naturaleza. Por ejemplo, la lluvia que inunda el subcontinente tiene su origen mucho más allá de las aguas territoriales señaladas como del Océano Arábigo. ¿Se llama, por ello, «extranjera» a la lluvia? Es la comunidad cristiana internacional la que comparte globalmente personal y recursos con otras comunidades. Atribuir motivos o abusar de tales recursos se considera igualmente reprochable, como actitud indigna de una conducta civilizada.16 Sin embargo, hay que ser conscientes de la otra cara de la medalla. Demasiadas posesiones materiales y demasiado dinero podrían ser un obstáculo para la misión. La dependencia de tal ayuda podría resultar contraproducente a la larga. «La mayor parte de los misioneros saben por propia experiencia que una dependencia demasiado acentuada de la ayuda externa hace casi imposible conseguir un compromiso local. Una dependencia de este tipo es el único gran obstáculo para un desarrollo humano genuino así como para una evangelización eficaz. Por esta razón la progresiva construcción de una comunidad cristiana segura de sí misma y la formación gradual de líderes locales para llegar a participar plenamente en la toma de decisiones de la Iglesia puede ser una contribución más auténtica, tanto para la evangelización como para el 7

desarrollo, que un 'proyecto de desarrollo" de alto perfil o grandiosas iglesias, que dependerán siempre de la ayuda externa».17 Para terminar, el dinero y las posesiones son útiles y a veces pueden ser necesarias desde la perspectiva del evangelizador y del evangelizado. Pero un apego indebido a ellos puede resultar un obstáculo para el trabajo misionero. De aquí que sea obligado su uso equilibrado. De modo semejante, aunque recibir ayuda de otros países pueda no ser desacertado desde la perspectiva cristiana del compartir con los que no tienen, demasiada dependencia de tal ayuda puede no llevar a una auténtica evangelización. Como enseña el sermón de la montaña, se debería adoptar una actitud correcta de cara al poder y a las posesiones materiales (Mt 6,22-34). ______________________ Profesor emérito de Teología Sistemática y Estudios Religiosos en el Pontificio Instituto de Teología St. Peter, Bangalore y de Filosofía India en el "Arulanandar" College, Madurai (India). Artículo tomado de OMNIS TERRA, n° 357, febrero, 2006. Traducción de Mission Today, VII, 2005. 1

Encyclopedia Americana, vol 19 (New York: American Corporation, International Headquarters,575 Lexington Avenue), pp. 344 ss.; Encyclopedia Britannica, vol. 18 (Chicago/London Toronto/Geneva/SydneyATokyo/Manila/Seoul/Johannesburg: Wilbam Benton Publisher, 1943-1973), pp. 14 ss.; New Catholic Encyclopedia, vol. 9 (Washington D.C.: Catholic University of America, 1967) pp. 1052 ss. 2 JOHNSON L. T., Sharing Possessions: Mándate and Symbol of Faith (Philadelphia: Fortress Press, 198 1), pp. 39-40. 3 Ibid., pp. 40-41. 4 Ibid., p. 69. 5 Cf. SCHERER J. A. y BEVANS S. B„ (Eds). New Directions in Mission and Evangelization I.Basic Statements 19741991 (New York. Maryknoll, Orbis Books, 1992, Third Print 1980, p. 270). 6 Ibid. op. cit., p. 272. 7 BOSCH D. J., Transforming Mission. Paradigm Shifts in Theology of Mission (Maryknoll, New York: Orbis Books, 1991. 14th Print 1999), p. 404. 8 En SCHERER J. A. y BEVANS S. B. (eds.) op. cit., p. 279. 9 Cf. Ibid. 10 Citado en BOSCH D. J., op. cit., p. 408. 11 MOLTMANN J., The Experiment Hope (London, SCM Press, 1975). p. 4. 12 Cf. «Consultation on the Church Response to Human Need» (Wheaton, 1983), en SCHERER J. A. y BEVANS S. B. (eds.), op. cit., pp. 281-287. 13 Cf. U.S. CATHOLIC BISHOPS, A Pastoral Statement on World Mission: To the Ends of the Earth, nn. 31 & 45 (Washington D.C., November 1986), en SCHERER J. A. y BEVANS S. B. (eds.). op. cit., pp. 122,140. 14 Cf. EN, 33; To the Ends of the Herat, 46; Instruction on Certain Aspects of Theology of Liberation, Introduction, n. 13; Instruction on Freedom and Liberation, n. 61. 15 ARULSAMY S., JOHN T. K., y POROTHUR A., This We Believe, This We Are, and This We Stand for (New Delhi, CCBI Secretariat, 1999), nn. 17 & 19. 16 Cf. Ibid., n. 19. 17 DORR D., Mission in Today's World (Maryknoll, New York: Orbis Books, 2000) p. 248. Ref.: Misiones extranjeras, n. 222, enero-febrero 2008, pp.37-51.

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