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Egipto Estado de África septentrional; 942.247 km2; 60.896.000 habitantes. Capital El Cairo. Limita al este con Israel y el mar Rojo, al oeste con Libia, al sur con Sudán y al norte con el mar Mediterráneo. GEOGRAFÍA Geografía física El relieve de Egipto está configurado, por un lado, por un sector del Sahara (el mayor desierto del mundo) y por el valle del Nilo, el río más largo de la Tierra (6.700 km), un importante tramo del cual (1.500 km) discurre por el país. La presencia del desierto es casi absoluta en el territorio egipcio: así, el 97,5% de la superficie queda englobada bajo su dominio. Al oeste del Nilo, se abre la mayor extensión desértica del país, el llamado desierto líbico, cuya depresión más destacada (Qattara) se sitúa al norte; al este del Nilo, entre éste y el mar Rojo, se extiende el desierto arábigo, con algún relieve de cierta entidad (montes Itbay), que no llega a alcanzar, sin embargo, los 2.637 m de altitud del yébel Katerina, Egipto Estado de África septentrional; 942.247 km2; 60.896.000 habitantes. Capital El Cairo. Limita al este con Israel y el mar Rojo, al oeste con Libia, al sur con Sudán y al norte con el mar Mediterráneo. GEOGRAFÍA Geografía física El relieve de Egipto está configurado, por un lado, por un sector del Sahara (el mayor desierto del mundo) y por el valle del Nilo, el río
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más largo de la Tierra (6.700 km), un importante tramo del cual (1.500 km) discurre por el país. La presencia del desierto es casi absoluta en el territorio egipcio: así, el 97,5% de la superficie queda englobada bajo su dominio. Al oeste del Nilo, se abre la mayor extensión desértica del país, el llamado desierto líbico, cuya depresión más destacada (Qattara) se sitúa al norte; al este del Nilo, entre éste y el mar Rojo, se extiende el desierto arábigo, con algún relieve de cierta entidad (montes Itbay), que no llega a alcanzar, sin embargo, los 2.637 m de altitud del yébel Katerina, situado al sur de la península del Sinaí. El Nilo atraviesa el país hasta desembocar en el Mediterráneo, constituyendo una gran arteria fluvial; sus limos y la realización de notables obras hidráulicas (presas de Asuán, Asiut, Zifta) han hecho de su valle una fértil región agrícola, enmarcada por el desierto. Excepto una estrecha franja litoral al norte de clima mediterráneo, en el resto del país predomina un clima desértico, si bien varía en función de la distancia al mar y al Nilo: en el litoral, las medias van de los 15C en invierno a los 26C en verano; más al sur, se acentúan los contrastes térmicos y en el desierto las temperaturas oscilan entre 10C por la noche y 50C durante el día. Geografía humana El crecimiento de la población que ha experimentado Egipto en las últimas décadas (2,5% de media anual entre 1989−1994), uno de los más espectaculares del mundo, ha hecho que su rica agricultura no pueda ya cubrir sus necesidades. Debido a las características del relieve, la población se halla muy concentrada en el sector noreste del país,
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en torno a la desembocadura y al curso bajo del Nilo (Alejandría, Port Said, Al−Mansura, El Cairo, Gizeh, Suez), donde las densidades superan frecuentemente los 1.000 habitantes/km2. La capital, El Cairo, reúne en su aglomeración urbana más de 13,5 millones de habitantes, por lo que es la principal metrópoli del continente africano. La notable concentración demográfica del noreste del país contrasta con la mitad occidental, que se halla prácticamente deshabitada y donde no existe ciudad relevante alguna (tan sólo aparecen núcleos de población en torno a los oasis: Farafira, Siwa, Dajla, Al−Jarya). Egipto posee una tasa de población urbana (44%), tan sólo superada en África por los estados del Mogreb. Geografía económica El desarrollo moderno de Egipto se halla vinculado al proceso de industrialización iniciado durante el siglo XIX, bajo la influencia de las potencias coloniales occidentales. Entre las ramas manufactureras tradicionales destacan las industrias textil, alimentaria, siderúrgica, del cemento y química (abonos). De más reciente expansión es el sector extractivo, basado en una notable riqueza minera: oro en la cadena arábiga; manganeso y uranio en el Sinaí; fosfatos en la costa del mar Rojo; hierro cerca de Asuán. Además, cabe destacar la producción de petróleo y la industria del aluminio (complejo de Nay Hammadi). El Nilo es el eje de sus actividades agropecuarias, las cuales continúan ocupando a un porcentaje de población activa mayor que el sector industrial (35% frente a 19,6%). La sobreexplotación de los
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suelos y la proliferación de los canales de regadío, necesarios para satisfacer la creciente demanda interna, están causando perjuicios en el medio natural (pérdida de limo, aumento de la salinidad de los suelos, proliferación de parásitos). Junto a los cultivos tradicionales de cereales (trigo, mijo, maíz), se da la caña de azúcar, arroz, algodón, cítricos, etc. Un turismo en alza y el tráfico comercial del canal de Suez suministran importantes ingresos al estado, que, sin embargo, tiene una balanza comercial deficitaria (9.592 millones de dólares por importaciones frente a 3.474 millones de dólares por exportaciones en 1994). HISTORIA Prehistoria En Egipto se han encontrado numerosos testimonios de sus poblaciones prehistóricas. En el desierto de Tebas se han recogido cantos rodados que se remontan a unos 500.000 años. El siguiente paso de la evolución de la industria lítica lo constituyen las hachas bifaciales del tipo achelense, y más tarde, hace unos 200.000 años, apareció un utillaje más ligero obtenido por la talla levalloisiense. La desertificación impulsó a los grupos humanos a trasladarse, durante el paleolítico superior (hace unos 40.000 años), a las proximidades del Nilo. Aparecen entonces instrumentos de punta pedunculada de tipo ateriense, que denotan influencias culturales de los territorios africanos noroccidentales. También surgen industrias de microlitos. En algunos lugares, como Wadi Qubbaniyya, Toshka e Isna, se ha descubierto la existencia, hace unos 12.000−17.000 años,
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de campamentos escalonados. Los restos más importantes del neolítico se encuentran en el sur (hacia Jartum) y en el norte (culturas del Fayum). Existía en aquella época una intensa actividad agrícola y ganadera, así como poblados de cabañas, tumbas con abundantes ajuares funerarios, objetos de adorno y amuletos. También se remontan al neolítico las expresiones más antiguas del arte rupestre egipcio, abundantes sobre todo en la zona de Luxor. Ya en la edad del cobre, período predinástico, aparecerían las culturas badariense, amratiense y geerziense (4000 a.J.C.). El Egipto de los faraones El inicio de la época histórica suele situarse hacia 3200 a.J.C., cuando se produjo la unificación de los dos reinos existentes en Egipto desde 3400 a.J.C., realizada por Narmer: el reino del sur o alto Egipto, con capital en Hieracónpolis, conquistó el reino del norte o del bajo Egipto, con capital en Buto. Narmer se convirtió así en el primer rey de las 30 dinastías que gobernarían Egipto durante 3.000 años, hasta la llegada de Alejandro Magno (333 a.J.C.). La capital del reino unificado se estableció en Tinis (cerca de Abydos), por lo que las dos primeras dinastías reciben el nombre de tinitas. En este período se conformó un estado centralizado, sometido a la autoridad de un rey−dios, que se apoyaba en una eficiente jerarquía de funcionarios. Se realizaron obras públicas como canales y diques, que permitieron el desarrollo de la agricultura y la transformación de la economía. El Imperio antiguo (2778−2420 a.J.C.) comienza con la III dinastía, cuyo primer rey, Zoser, trasladó la capital a Menfis, en un momento
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muy pujante de la cultura egipcia. Se desarrolló la arquitectura en piedra, construyéndose grandes monumentos funerarios en Saqqara, Gizeh (pirámides de Keops, Kefrén y Mikerinos), Meidum y Abusir. Se reforzó el poder del faraón, sobre todo en la IV y la V dinastías, y se creó el cargo de visir, un funcionario de confianza del rey, que dirigía la policía y el ejército, además de administrar justicia. Por esta época Egipto desarrolló también relaciones e intercambios comerciales con Creta, Chipre, Fenicia, Biblos y Mesopotamia; se exploró el alto Nilo y se realizaron expediciones hacia la actual Somalia. Con la VI dinastía, el Imperio antiguo entró en crisis. El ascenso de la oligarquía de cortesanos, favoritos y altos funcionarios provinciales debilitó el poder de los faraones. A ello se añadió el descontento popular, que al final de la VI dinastía culminó con una revolución social, aprovechada por los nobles provinciales para lograr una autonomía en sus territorios. Egipto entró así en una época feudal. En este primer período intermedio de más de dos siglos (2420−2160 a.J.C.), dominado por la VII y VIII dinastías menfitas, y por la IX y X dinastías cuya capital fue Heracleópolis, el país se sumió en la anarquía y en la recesión económica. Finalmente, los príncipes de Tebas, fundadores de la XI dinastía (los Antef y los Mentuhotep), con capital en la propia Tebas, restablecieron la unidad de Egipto, iniciándose así el Imperio Medio (2160−1778 a.J.C.). Con ellos, la primacía religiosa pasó al dios tebano Amón. Durante la XII dinastía (los Amenemes y los Senusref), con capital en List, se reforzó de nuevo la monarquía centralizada,
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se promovió la clase media, se estableció una política de defensa de las fronteras y se impulsó la penetración en África. A partir de 1900 a.J.C. las invasiones de pueblos indoeuropeos y la creación de poderosos estados asiáticos empujó hacia Egipto a poblaciones nómadas asiáticas, los hicsos. Éstos, aprovechando la debilidad de la XIII y XIV dinastías, se fueron infiltrando en el noreste del delta al principio pacíficamente y después de forma cada vez más violenta, conquistando el reino hasta Menfis y más tarde hasta el sur de Tebas. Los hicsos asumieron los usos y las costumbres de los egipcios y llegaron a constituir las dinastías XV y XVI. Los príncipes tebanos, que habían fundado la XVII dinastía, finalmente emprendieron una guerra de liberación. El fundador de la XVIII dinastía, Ahmosis, fue quien expulsó de Egipto a los hicsos, persiguiéndolos hasta el sur de Palestina. Se iniciaba así el Imperio nuevo (1580−1085 a.J.C.), uno de los períodos más florecientes del antiguo Egipto. Reinaron en esta época los Amenofis, Tutmés, Seti, Minepta y Ramsés. Para defenderse de las posibles amenazas del este, los egipcios emprendieron una política expansionista y empezaron a someter a las poblaciones sirio−palestinas en sus propios territorios, creando un gran imperio. Así, Tutmés III realizó hasta 17 campañas militares para desbaratar la coalición de Mitanni, y Ramsés II derrotó a los hititas. Egipto también se anexionó Nubia y extendió su poder por el sur hasta más allá de la cuarta catarata del Nilo. Las campañas bélicas se complementaron con una política internacional de alianzas. Las conquistas provocaron un aflujo de riquezas hacia Egipto, y con
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ello el inicio de una época de esplendor y lujo, caracterizada también por una intensa actividad artística. En el área de Karnak se erigieron entonces grandes construcciones dedicadas a Amón−Ra. Las donaciones reales, con parte del botín de las campañas militares, reforzaron peligrosamente el poder del clero de Amón. Ante su injerencia en los asuntos de estado, Amenofis IV reaccionó instaurando durante algún tiempo el culto al dios Atón, el disco solar, suprimiendo los cleros y proclamando al soberano como único intermediario entre el dios y los hombres. Sin embargo, en los últimos tiempos de la XX dinastía el poder central volvió a debilitarse, mientras se reforzaba el poder del clero de Amón, y crecía la corrupción y la influencia de la burocracia administrativa. Al mismo tiempo, Egipto se veía amenazado en el exterior, tanto en el este como en Libia, por ejércitos dotados de armas más poderosas. Por otra parte, el país se veía además debilitado por el tradicional antagonismo entre el delta y Tebas. En 1085 a.J.C. se estableció en el delta la XXI dinastía, mientras Herihor, gran sacerdote de Amón, fundaba otra dinastía paralela en Tebas. Con esta escisión comenzaba la Baja época (1085−333 a.J.C.), un período de clara decadencia, en el que reinaron varias dinastías extranjeras (XXII dinastía de origen libio) y el país se encontró a merced de las invasiones. En las dinastías XXIII y XXIV las divisiones internas volvieron a degenerar hacia una sociedad de tipo feudal. Conquistadores nubios, posiblemente descendientes de sacerdotes egipcios exiliados en Napata y encabezados por Pianjy, penetraron en el país en el 750 a.J.C., extendiendo su poder por el
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alto Egipto. Su hijo Sabaka estableció en el sur la XXV dinastía, pero no pudo controlar el bajo Egipto. En el 671 a.J.C., los asirios, primero con Asaradón y después con Assurbanipal, invadieron Egipto. Sin embargo, en el 663 a.J.C., el príncipe de Sais, Samético I, logró expulsar a los asirios del bajo Egipto y a los nubios del alto Egipto, y restablecer la unidad interna del país, instaurando la XXVI dinastía y abriendo el último período floreciente de Egipto con un gran impulso de renovación nacional. En esta época, la penetración de mercenarios y mercaderes griegos amplió los horizontes de la cultura egipcia. Sin embargo, hacia el 525 a.J.C. el rey persa Cambises invadió Egipto, y el país se convirtió durante la XXVII dinastía en una satrapía del imperio persa. La reacción de Amirteo, rey de Sais, apoyado por los griegos, consiguió la expulsión de los persas, constituyéndose la XXVIII dinastía. Tanto los reyes de ésta como los de las dos últimas dinastías, la XXIX y la XXX, intentaron llevar a cabo una política nacional, pero en 341 a.J.C., durante el reinado de Nectanibis II, se produjo una nueva invasión de los persas. Éstos fueron a su vez derrotados por Alejandro Magno, que entró en Egipto en el 332 a.J.C. como un libertador. La religión del antiguo Egipto La religiosidad egipcia se inscribe en el contexto de las grandes religiones panteísticas de la antigüedad. Como los restantes pueblos de su tiempo, los egipcios divinizaron las fuerzas de la naturaleza y los diversos elementos del mundo. Los dioses más importantes eran Ra, asimilado al cielo o al Sol, Osiris, dios del Nilo, y Ptah, el dios
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Tierra. Otros dioses importantes eran Anubis (el chacal), Hator (la vaca), Horus (el halcón), Sebek (el cocodrilo), etc. Estos dioses tenían un origen geográfico determinado, ya que cada aldea o ciudad rendía culto a su dios. También se veneraba al dios de la provincia o nomo. La política impulsó los sincretismos que desembocaron en los dioses estatales. Éste es el caso de Ra, que originariamente tenía su centro en Heliópolis. Amón, de Tebas, también se impuso como dios estatal en los Imperios medio y nuevo. Ambos se fusionarían en la divinidad Amón−Ra. Las conquistas de las tierras de Asia provocaron, asimismo, movimientos sincretistas, con la asimilación de Amón−Ra y del dios solar babilónico Shamash, y de Osiris, Baal y Adonai. En torno a los dioses surgieron grandes sistemas teológicos creados por los sacerdotes, donde la correspondiente divinidad aparecía como creadora del mundo: la Enéada de Heliópolis, con Atón como dios primordial, la Ogdóada de Hermópolis, conducida por el dios−ibis Thot, identificado por los griegos con Hermes, y el sistema teológico de Menfis, que tenía como protagonista a Ptah. La monarquía, artífice de la unificación política del país, tendría también su lugar en las grandes cosmogonías, afirmando la concepción divina de cada uno de los reyes. Se llegó a considerar que el faraón era hijo de Amón−Ra. Otra característica de la religión egipcia era la creencia en la vida de ultratumba, que no aparece en ninguna de las antiguas culturas mesopotámicas y mediterráneas. Esta idea está ligada al reconocimiento de que existe una parte indestructible en el hombre: las dos almas, el ka o fuerza vital, y el ba, o elemento alado del
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ser que se libera del cuerpo para buscar en la tierra los soplos vivificantes que revigorizarían al difunto. El derecho a una vida de ultratumba se adquiría mediante una vida adecuada al orden constituido. Los que morían se presentaban ante el juicio del dios Osiris. Si eran considerados justos, se salvaban; si eran juzgados injustos, morían definitivamente. La religión egipcia desarrolló un importante clero para el servicio de los dioses y de los muertos. El rey, teóricamente el único oficiante, delegaba sus funciones en los templos divinos en unos sacerdotes. El ejercicio de administrar los bienes del dios proporcionó en muchos casos a estos sacerdotes grandes riquezas y poder, como sucedió con el clero tebano de Amón−Ra, que se constituyó en una amenaza para el propio faraón. Por su parte, los sacerdotes funerarios tenían como función mantener la vida del difunto en los templos funerarios reales y en las tumbas privadas. En este contexto se situaba la técnica de la momificación. Además, los sacerdotes se encargaban de llevar ofrendas alimentarias para mantener el ka del muerto. Ordenamiento jurídico e institucional El faraón era la autoridad suprema de Egipto. Las funciones administrativas del faraón eran ejercidas por un visir que, entre otras prerrogativas, podía dictar leyes, conferir cargos, y dirigir el ejército y la policía. Con el tiempo se fueron confiando algunas competencias a determinados altos funcionarios: tesorero, canciller, ecónomo, archivero, etcétera. Durante el Imperio nuevo aumentó la importancia de la burocracia, sobre todo la de los escribas.
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El territorio estaba dividido en 42 nomos, al frente de los cuales estaba un nomarca. Las relaciones entre éstos y el faraón se volvieron a veces difíciles, por las tendencias separatistas de los nomos. Aunque no está confirmada la existencia de esclavos durante el Imperio antiguo y medio, es probable que los prisioneros de guerra fueran utilizados como tales. En el Imperio nuevo aparece ya confirmada la existencia de esclavos privados, que no obstante podían participar en algunos actos jurídicos. Por lo que se refiere a la tierra, era propiedad, teóricamente, del faraón, que podía concederla en usufructo a los templos o a los sujetos privados. Junto al predominio de la propiedad del faraón existió también, en la práctica, una propiedad privada. De hecho, desde el Imperio antiguo son numerosos los documentos que dan noticia de la capacidad de sujetos privados para disponer libremente de sus tierras. Por otra parte, la tierra tendió a concentrarse en unas pocas manos durante los períodos feudales. El Egipto grecorromano y bizantino Con Alejandro Magno y sus sucesores, los soberanos tolomeos, Egipto entró a formar parte del mundo griego. A la muerte de Alejandro, le sucedió en Egipto el noble macedonio Tolomeo Lago, que se proclamó rey en 305 a.J.C., fundando la dinastía de los lágidas. Se inauguró así un largo período de paz y bienestar de tres siglos, hasta el 31 a.J.C., en que la flota de Cleopatra y Marco Antonio fue derrotada por el romano Octavio en Actium. Los nuevos soberanos se proclamaron herederos de los faraones, asumiendo también el culto a muchos de los dioses antiguos y
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conservando numerosos elementos de la organización y de la legislación faraónicas. Pero esto no ocultaba la realidad de una dominación de tipo colonial, ya que los indígenas no podían acceder a los puestos importantes, mientras la explotación del país correspondía a los extranjeros helenos. Se desarrollaron así dos comunidades separadas, cada una con su propia lengua, cultura y régimen jurídico distinto, unidas sólo por la misma monarquía: la helénica, con su capital en Alejandría, y la egipcia, que sobrevivía encerrada en sí misma. Se produjeron algunas rebeliones de los egipcios, especialmente en la Tebaida, una región lejana respecto al poder central que conservaba sus tradiciones. Pero Tebas fue destruida por Tolomeo IX en 84 a.J.C. La última reina de Egipto, Cleopatra VII, la única que llegó a hablar la lengua egipcia, intentó un nacionalismo de base más amplia, pero la derrota ante los romanos frustró sus aspiraciones. Octavio, el vencedor de Cleopatra y de Marco Antonio, convirtió Egipto en una provincia romana con un estatuto especial. Los emperadores, que como los Tolomeos se consideraban sucesores de los faraones, gobernaron Egipto por medio de un prefecto de orden ecuestre y se prohibió la entrada de los senadores en el país. El modelo de gobierno, administración y explotación creado por los lágidas, fue imitado por los romanos. Durante los siglos I y II d.J.C., Egipto fue considerado un granero de Roma, ya que con el trigo egipcio se alimentaban los romanos durante cuatro meses al año. Los dirigentes eran por entonces romanos, pero se siguió privilegiando el elemento griego (el idioma oficial continuó siendo el griego) sobre el
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indígena. Incluso se excluyó a los egipcios de la ciudadanía romana, cuando en el 212 d.J.C., Caracalla la concedió a todos los ciudadanos del imperio. También desempeñó un importante papel la comunidad judía de Alejandría, que se vio enfrentada a los griegos por la aparición de brotes de antisemitismo, que provocarían sangrientas revueltas en los años 66 y 117 d.J.C. A través de la comunidad judía de Alejandría, penetró el cristianismo en Egipto, difundiéndose rápidamente entre una población marginada por la colonización, de manera que en el siglo III los cristianos eran una mayoría entre los egipcios. Mientras el ambiente alejandrino, con su orientación hacia las refinadas especulaciones, impulsó importantes disputas teológicas que derivaron a veces en herejías como la de Arrio, el mundo indígena, más elemental, aportó al cristianismo fenómenos religiosos originales como el eremitismo y el monaquismo. Al mismo tiempo que se difundía el cristianismo, se desarrollaba una nueva lengua, el copto, heredera del antiguo egipcio, pero escrita con caracteres griegos. En esta época el elemento helenizado iba perdiendo ya fuerza en favor del elemento indígena. La reforma de Diocleciano dividió Egipto en tres provincias que formaban parte de la diócesis de oriente, que dependía del comes de Antioquía. Posteriormente Egipto pasó a formar parte del Imperio de oriente, abasteciendo a Constantinopla como había hecho antes con Roma. En este Egipto ya cristiano, desempeñaba un papel clave el obispo de Alejandría, reconocido como patriarca, que poseía grandes prerrogativas y mantenía con el patriarca de Constantinopla una rivalidad en la que no faltaban resonancias del
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viejo enfrentamiento entre egipcios y griegos. Así se llegó a la rebelión del patriarca alejandrino Dióscoro, que había aceptado la herejía monofisita, contra la decisión de destituirle tomada por el concilio de Calcedonia en 451. Frente a los egipcios, que abrazaron la herejía monofisita, el poder bizantino intentó imponer por la fuerza la unidad religiosa, aunque no conseguiría impedir la separación definitiva de la iglesia copta. En 616 los persas ocuparon Egipto hasta 628, en que fue recuperado por el emperador bizantino Heraclio. Se produjo entonces un último intento de restablecer la unidad de creencias, que no provocó más que violentas reacciones y odio a los griegos y al poder imperial. El Egipto musulmán En 640 los musulmanes invadieron Egipto, sin apenas oposición. Los árabes, agrupados en guarniciones, fueron inicialmente poco numerosos. Sin embargo, las medidas para favorecer la colonización propiciadas por los nuevos ocupantes atrajeron al país a numerosos árabes. Por lo demás, los ocupantes conservaron las instituciones administrativas bizantinas, utilizando a los coptos como funcionarios subalternos. A los cristianos les fue permitido conservar sus iglesias y su organización local, pero tuvieron que pagar unos impuestos especiales, lo que favorecería una rápida conversión al islam. Hacia 750 sólo una cuarta parte de la población era ya cristiana. Desde 658, Egipto estuvo bajo los omeyas y fue arabizándose lentamente. Mientras sus sucesores, los abasíes, debían hacer frente en oriente a las primeras pérdidas territoriales, Ahmad ibn Tulun
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fundaba en Egipto una dinastía (868−905), que significaba el comienzo de una historia propiamente egipcia dentro del mundo del islam. Con los tuluníes, Egipto se liberó de los abasíes y consiguió mayor prosperidad, al revertir en el país el producto de los impuestos. Pero en 905 los abasíes volverían a reconquistar el país. Posteriormente se instaló en el poder la dinastía de los ijsidíes (935−969), hasta que fueron derrotados por los fatimíes, que ocuparon Egipto y Siria (969) y fundaron la ciudad de Al−Qahira (El Cairo). Después de trasladarse el califa Al−Muizz a Egipto (973), los fatimíes convirtieron el país en el más importante del islam, a lo largo de una época de gran prosperidad económica, e intentaron reducir a los autóctonos a su fe chiíta, sobre todo durante el califato de Al−Hakim. El poder de los fatimíes se fue debilitando. La dinastía perdió el Magreb, en 1045, y sufrió el ataque de los selyúcidas en Siria (1045) y de los cruzados en Palestina, donde perdió Jerusalén (1099). Finalmente, los lugartenientes del atabeg turco de Mosul, Sirkuh, y de su sobrino Saladino ocuparon Egipto (1164). Saladino fundó en 1171 la dinastía de los ayyubíes, que restauró el sunismo en Egipto y extendió sus dominios hasta Yemen, Siria, Palestina, Nubia, Cirenaica y Mesopotamia. La creciente influencia del elemento militar turco, constituido predominantemente por antiguos esclavos, los mamelucos (mamluk), fue una de las causas que contribuyeron a la decadencia de los ayyubíes. A partir de 1250 y hasta 1517, Egipto fue gobernado por diversas dinastías mamelucas (bahríes, buryíes), que recuperaron para
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Alejandría el monopolio del transporte de especias hacia la Europa cristiana, trajeron la prosperidad al país y levantaron magníficos monumentos en El Cairo. Durante la última dinastía mameluca (1382) se produjeron múltiples golpes de estado, y la situación económica empeoró. Además, a partir de 1503, los portugueses instalados en la India, empezaron a atacar los convoyes de especias con destino a Egipto. Finalmente, los turcos otomanos derrotaron al último soberano mameluco, incorporando Egipto a su gran imperio (1517). A partir de entonces, la autoridad otomana fue ejercida por un bajá enviado desde Constantinopla. Sin embargo, el poder de los bajás, contrapesado por el poder de la aristocracia feudal militar, fue declinando e incluso Alí Bey (1757−1773) llegó a independizarse del sultán, a quien le fue muy difícil restablecer nuevamente una autoridad nominal. Las potencias occidentales comenzaron a poner sus ojos en Egipto: en 1775 los británicos lograron la apertura del mar Rojo y más tarde una concesión para hacer escala en territorio egipcio en el trayecto hacia la India. En 1798 las tropas francesas al mando de Napoleón Bonaparte tomaron Alejandría y derrotaron a los mamelucos. La ocupación francesa, aunque sólo duró hasta 1801, provocó una crisis en las estructuras político−sociales del país y dio a conocer a los egipcios la naciente cultura técnica europea. El Egipto moderno Después de la expulsión de los franceses por tropas turcas, albanesas y británicas (1801), el país parecía sumirse en la anarquía, hasta que Mehmet Alí, el jefe de las tropas albanesas, se hizo con el control de la situación, obligó a Constantinopla a reconocerle como
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bajá (1805) y acabó con los mamelucos (1811). El nuevo hombre fuerte del país y sus sucesores emprendieron la renovación social de Egipto. Su hijo Said (1854−1863) abrió más el país a los occidentales y consiguió que Egipto recuperara su papel de intermediario entre Europa y Extremo oriente, otorgando en 1856 a Ferdinand de Lesseps la concesión del futuro canal de Suez, que se inauguraría en 1869. Además, bajo su mandato se modificó el régimen de propiedad, surgiendo grandes latifundios junto a las pequeñas parcelas de los campesinos. El intenso ritmo de obras públicas, entre ellas el canal de Suez, arruinó las finanzas del país, lo que proporcionó a las potencias europeas una buena ocasión para intervenir. En 1876 el sucesor de Said, Ismail, que gobernaba ya con el título de jedive (1863−1879), suspendió el pago de la deuda. La intervención de Francia y Gran Bretaña en la administración egipcia, sustituyendo a Ismail por su hijo Tawfiq (1879−1892), provocó la revuelta nacionalista de los coroneles (1881) dirigida por Arabi, que tuvo como respuesta la ocupación británica de Egipto; ésta fue mantenida hasta 1914 sin un título jurídico definido, a pesar de las protestas de Turquía. Gran Bretaña controló la administración y las finanzas del país y nombró un alto comisario que asistía al jedive. Esta presencia británica y el dominio extranjero de la economía del país fueron el caldo de cultivo del crecimiento, desde principios del siglo XX, de la oposición nacionalista, que tenía como objetivos el panarabismo y el retorno a las fuentes del islam. Durante la primera guerra mundial, Turquía declaró la guerra a Gran Bretaña y ésta sustituyó al
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jedive Abbas Hilmi (1892−1914) por su tío Husayn Kamal (1914−1917), que fue nombrado sultán, al mismo tiempo que se suprimía formalmente la soberanía otomana y se proclamaba el protectorado británico sobre Egipto. Después de la primera guerra mundial, la presión de los nacionalistas, encabezada por el partido Wafd, obligó a Gran Bretaña a proclamar el fin del protectorado y a reconocer la soberanía de Egipto (1922). El sultán se convirtió en el rey Fuad I y se promulgó una constitución parlamentaria. Pero esto no supuso el fin de la presencia británica, ya que hasta la firma del tratado de 1936, Gran Bretaña se reservó la defensa, las comunicaciones, la protección de los intereses extranjeros y la administración de Sudán. Además, tanto el alto comisario como el rey trataron de frenar el empuje del partido Wafd con el apoyo a gobiernos dictatoriales. Aunque el tratado de 1936 reconocía ya a Egipto la independencia total, los británicos siguieron ocupando la zona del canal y conservaron cierto control sobre la política exterior del país, mientras Sudán era sometido a una administración de condominio. Durante la segunda guerra mundial, el nuevo rey, Faruq (1937−1952), aceptó apoyar a Gran Bretaña, pero en 1945 reclamó la evacuación del canal de Suez y la restitución de Sudán. La creciente superpoblación, el surgimiento de un proletariado urbano y finalmente la derrota en la guerra de los países árabes contra Israel (1948−1949) agudizaron la crisis política de Egipto. Aunque el rey Faruq llamó a gobernar en 1952 al partido Wafd, que denunció el tratado de 1936, la agitación nacionalista siguió creciendo, impulsada esta vez sobre todo por los
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Hermanos musulmanes. En 1952 el golpe de estado del general Naguib, apoyado por un grupo de oficiales, obligaba al rey Faruq a abdicar y proclamaba la república. En 1954, el propio Naguib era destituido al frente de la presidencia de la nueva república, alzándose como nuevo hombre fuerte el teniente coronel Gamal Abdel Nasser, que firmó ese mismo año el tratado de evacuación de la zona del canal por Gran Bretaña al mismo tiempo que Sudán lograba su independencia. A la nacionalización del canal de Suez decretada por Nasser, en 1956, sucedería el ataque de Israel y el envío de tropas franco−británicas a Egipto. La ONU impuso la retirada de las tropas invasoras y Nasser vio fortalecida así su posición. Egipto estrechó sus relaciones político−económicas con la desaparecida Unión Soviética, sin renunciar a la neutralidad, y comenzó a liderar iniciativas para unir el mundo árabe, primero constituyendo la República Árabe Unida con Siria y Yemen en 1958, y después impulsando la formación de una confederación árabe de los países del norte de África hasta Oriente medio. Estos intentos se vieron obstaculizados tanto por los fuertes intereses de las compañías petroleras y la presencia del estado de Israel, como por la contraposición de intereses de los propios estados árabes. En el interior del país se llevó a cabo un proceso de socialización de la economía, con nacionalizaciones, reforma agraria, industrialización y mejora de las condiciones de vida del proletariado industrial. En 1962 se había creado un partido único, la Unión socialista árabe, y se desarrolló la institucionalización del régimen, con el poder repartido entre el presidente del país y la
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Asamblea nacional. Sin embargo, el apoyo popular al régimen disminuía por causa de la crisis económica, agravada por el crecimiento demográfico. Para galvanizar de nuevo a la opinión pública, Nasser adoptó en 1967 una política abiertamente antiisraelí, que desembocó en la guerra de los Seis días, concluida con la victoria de Israel. Nasser consiguió, no obstante, el suficiente respaldo popular para continuar en el poder. Intentó consolidar el régimen con un programa de reformas aprobado en referéndum, e impulsar la economía liberalizando su funcionamiento y abriendo más campo a las empresas privadas. En el plano internacional, Egipto intensificó sus relaciones con la desaparecida URSS, mientras se deterioraban con Estados Unidos por su apoyo a Israel. Con un ejército gravemente debilitado y un margen de maniobra más estrecho, Nasser gastó sus últimas energías en reforzar sus relaciones con los países árabes, mientras la tensión con Israel seguía latente. En 1970, después del repentino fallecimiento de Nasser, Anwar al−Sadat se convirtió en presidente de la república. Se reformaron las estructuras políticas del país, se renovaron los dirigentes, se puso en libertad a presos políticos y se aprobó una nueva constitución (1972). Además el ejército fue reforzado, con el apoyo de la URSS, aunque las relaciones con esta última se irían deteriorando. Egipto siguió desarrollando una política internacional activa. Por una parte intentó un arreglo del conflicto con Israel, pero la mediación de Estados Unidos fracasó, al negarse Israel a abandonar los territorios ocupados tal como exigía la resolución aprobada por la ONU en 1970. Por otro lado, Egipto buscó reforzar sus alianzas con los países
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árabes (con una nueva tentativa de federación con Siria y Libia). El 6 de octubre de 1973, Egipto y Siria atacaban por sorpresa a Israel, desencadenándose una nueva guerra. El 11 de noviembre, tras una fase de éxitos bélicos iniciales y una contraofensiva israelí, Egipto aceptó firmar el alto el fuego negociado por la ONU. Estados Unidos se vio obligado a desempeñar un papel más activo en la crisis, lo que favoreció un acercamiento entre egipcios y estadounidenses. El 5 de junio de 1975 era abierto de nuevo al tráfico el canal de Suez, después de los acuerdos logrados con Israel gracias a la mediación del secretario de estado estadounidense Henry Kissinger, por los que se restituía una parte del Sinaí a Egipto. Ello coincidió con el cada vez mayor distanciamiento con la URSS (en 1976 fue oficialmente denunciado el tratado con este país) y los enfrentamientos diplomáticos con Libia, acusada por Sadat de fomentar desórdenes internos en Egipto; mientras tanto, se estrechaban las relaciones con Sudán y Arabia Saudí. En el ámbito interior, aunque en 1974 había sido aprobada por referéndum la política de apertura económica, el país se deslizaba hacia una profunda depresión económica. El malestar social empezó a traducirse en violentas manifestaciones en 1977. La reaparición del pluripartidismo sería finalmente reglamentada también ese mismo año, lo que no impediría una evolución autoritaria del régimen. Para obtener la paz que tanto necesitaba, en noviembre de 1977 Sadat anunció, ante la sorpresa del mundo, que estaba dispuesto a negociar directamente con Israel. La iniciativa fue contestada en todos los países árabes, algunos de los cuales constituyeron un Frente de rechazo (Argel, 1978), e incluso en
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el interior de Egipto. En 1978 se inciaría en Camp David la conferencia tripartita entre Egipto, Israel y Estados Unidos, cuya consecuencia sería el tratado de paz firmado en Washington, en 1979, que preveía la retirada del Sinaí por parte de Israel y el intercambio de embajadores entre los dos países. Para reforzar su posición en el interior, Sadat promovió cambios en la constitución con el objeto de instaurar un sistema democrático pluralista y creó un nuevo partido (Partido nacional democrático), que obtuvo una amplia victoria en las elecciones legislativas celebradas en 1981, mientras la oposición legal era prácticamente eliminada del parlamento. Sin embargo, las medidas represivas aprobadas contra los musulmanes integristas provocarían el asesinato de Sadat aquel mismo año. Le sustituyó su vicepresidente, Hosni Mubarak, cuyo nombramiento fue confirmado por un referéndum. Éste continuó la política de su antecesor, con una línea todavía más pragmática. Fue rompiendo, poco a poco, el aislamiento de Egipto dentro del mundo árabe, de forma que en 1984 el país se integró ya en la Conferencia islámica. Ese mismo año el Partido nacional democrático volvió a ganar ampliamente las elecciones legislativas. Pero esto no fue óbice para que se produjeran diversos movimientos antiisraelíes y fundamentalistas islámicos. Esto se reflejaría en las elecciones legislativas de 1987, ganadas de nuevo por el PND, pero que registraron un importante ascenso de los Hermanos musulmanes. Aun cuando Mubarak resultó reelegido en las elecciones presidenciales de ese mismo año y el PND volvería a revalidar su mayoría en las elecciones legislativas de 1990, la amenaza de desestabilización que
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suponía el fundamentalismo islámico siguió presente en la vida del país. Las periódicas detenciones masivas de activistas y el reforzamiento de las medidas de seguridad y de la represión, no impidieron la creciente influencia del movimiento entre los sectores populares y la universidad, así como la repetición de actos de violencia. En el plano internacional, Egipto intentó mantener el equilibrio entre su integración en el mundo árabe, el mantenimiento de sus relaciones con Estados Unidos y la paz con Israel. En este contexto se sitúan el reingreso de Egipto en la Liga árabe (1989) y la normalización de sus relaciones con Libia, Siria y la Organización para la liberación de Palestina, por un lado, y por el otro el apoyo a iniciativas estadounidenses como la guerra del Golfo contra Iraq en 1990 para liberar Kuwait. El gobierno de Mubarak desempeñó un papel importante en el acercamiento y consiguientes acuerdos de paz entre la OLP e Israel (firma en El Cairo del acuerdo para la autonomía de Gaza y Jericó en 1994). Sin embargo, las relaciones con Sudán se deterioraron gravemente sobre todo a raíz del intento de asesinato en 1995 de Mubarak en Addis Abeba y del posterior elogio de los terroristas por parte del líder del Frente nacional islámico de Sudán. Todo ello provocó ataques a diplomáticos de ambos países en El Cairo y en Jartum y desembocó en severos controles fronterizos entre los dos países. Por otra parte, el terrorismo integrista islámico, a través de múltiples atentados contra la población civil y el turismo, ocasionó a mediados de los noventa una situación de inseguridad permanente.
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Esta amenza para los intereses del área llevó a la convocatoria de una reunión en El Cairo con los máximos representantes políticos de la zona (Israel, Palestina, Jordania y Egipto). A su vez, el presidente de la república Hosni Mubarak, reelegido nuevamente en 1993, nombró, tras las elecciones legislativas de 1996, a Kamal al− Ganzouri como primer ministro. ARTE El arte egipcio no se comprende si no se considera su estrecha vinculación con la evolución del país del Nilo. En la protohistoria de Egipto tuvo lugar un amplio proceso de unificación de grupos tribales, que formaron núcleos cada vez más amplios. Los objetos artísticos de este período (barcas de cerámica y paletas) ilustran estas uniones mediante la representación de los estandartes que identificaban a los distintos grupos regionales. Por entonces, las sepulturas empezaron a demostrar el paso de una sociedad homogénea, sin grandes diferencias sociales, a una sociedad cada vez más diferenciada. Así lo manifiesta el tamaño de las tumbas y, sobre todo, la calidad y la cantidad de las ofrendas. Comenzaba a despuntar de este modo una de las tendencias más características del arte egipcio: la construcción de sepulturas y su mayor o menor monumentalidad en función del rango del personaje al que estaban destinadas. El resultado más conocido de esta evolución son las majestuosas pirámides del Imperio antiguo. Además de la progresiva estratificación de la sociedad, la evolución de las tumbas evidencia otro de los rasgos de la cultura egipcia: la creencia en una vida después de la
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muerte. Sólo desde la importancia que los egipcios daban a la muerte y, sobre todo, a la vida del más allá, puede entenderse la importancia que concedían a las sepulturas y el hecho de que éstas fueran el eje en torno al cual gira todo el arte egipcio. Solamente así puede explicarse la extraordinaria riqueza decorativa de muchas de las tumbas del Egipto histórico. La famosa sepultura protohistórica de Hieracómpolis es un ejemplo elocuente del inicio de la tendencia evolutiva de los monumentos funerarios. Aquí aparecen, por primera vez, las escenas de la muerte del enemigo y del rito del sacrificio, que después formarán parte del repertorio fijo del arte egipcio. En lo escultórico, las paletas con relieves son las obras más características del período de unificación del país. Se han hallado, principalmente, en las excavaciones del primitivo templo de Hieracómpolis. La influencia que ejerció el Próximo oriente asiático, ante todo en el alto Egipto y a través principalmente de los intercambios comerciales, favoreció la aparición de la escritura. Este hecho y la unificación del país bajo el mando de una monarquía centralizada señalan el comienzo de la época arcaica o tinita, que comprende las dinastías I y II (3100−2900 a.J.C.). A esta época pertenecen las sepulturas de tipo mastaba de las necrópolis de Abydos y de Saqqara, realizadas en ladrillo y con el interior revestido de maderas importadas y de chapa de oro. En la escultura, que empleaba los más diversos materiales (piedras duras, madera, metales), predomina el aspecto de bloque y la
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verticalidad. Se representaron con acierto figuras animales y figuras humanas de carácter arquetípico. Ya en la II dinastía, las dos estatuas del rey Jasejemui preludian las grandes realizaciones de la escultura exenta del Imperio antiguo. Procedente de la necrópolis de Abydos, la estela del rey Ouadji, llamado el rey Serpiente, es un magnífico ejemplo del relieve de este período. En el dibujo, empezó a aparecer la línea base, que en lo sucesivo pasaría a ser indispensable. A diferencia de las restantes manifestaciones artísticas, la artesanía alcanzó durante este período, y en particular durante la I dinastía, un esplendor que no se volvería a repetir. Se fabricaron adornos, joyas, peonzas, piezas de juego y recipientes con una enorme variedad de materiales y con un elevadísimo nivel técnico y un alto grado de refinamiento. El Imperio antiguo, que abarca las dinastías III a VI (2900−2200 a.J.C.), puede definirse como la etapa de asentamiento de las bases estéticas del arte egipcio oficial. A lo largo de la III dinastía, la mastaba se consagró de forma definitiva como la sepultura de los grandes dignatarios, mientras que los faraones fueron enterrados en un elevado túmulo, constituido por la superposición de varias mastabas. Este tipo de sepultura señala la transición hacia la pirámide, que no adquirió su forma definitiva hasta la IV dinastía. La obra arquitectónica emblemática de la III dinastía es la pirámide escalonada de Zoser en Saqqara, primera construcción monumental en piedra del mundo (se trata, en realidad, de una pirámide falsa, compuesta por la superposición de cinco grandes mastabas). Los
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faraones de la IV dinastía mostraron un gran dinamismo constructor, como atestiguan la pirámide de Snefru en Maydum, la «pirámide roja» de Dahshur, primera pirámide auténtica, edificada también por iniciativa de Snefru, y las construidas en Gizeh por los faraones Keops, Kefrén y Mikerinos, que formaban parte de una vasta necrópolis y estaban unidas a un templo situado junto al río por medio de un camino enlosado, que recorría el cortejo fúnebre en el sepelio del faraón. Durante la V dinastía, el triunfo del culto al dios Sol y al faraón como hijo del Sol dio origen a la construcción, junto a las pirámides, de los santuarios solares, con obeliscos al aire libre; el primero de ellos fue el de Heliópolis y el mayor de todos, el que construyó el faraón Niuserre en Abusir. Al final de la V dinastía, se estableció el culto a Osiris, dios del más allá, que adquirió una importancia considerable. La decadencia que comenzó con la VI dinastía se hace palpable en la aparición de los llamados textos de las pirámides: colecciones de inscripciones con fórmulas de protección e invocaciones que invaden el interior de las pirámides. La escultura del Imperio antiguo desarrolló una tipología que perduró en lo esencial en todas las épocas posteriores. Los tipos fundamentales eran tres: la figura erguida y la figura sentada, que se presentaban solas, en parejas o formando grupos, y el escriba, principal innovación escultórica del Imperio antiguo. Ejemplos significativos de estos tipos son el grupo de Mikerinos, con Hathor y Micra, esculpido en esquisto verde, la estatua sedente de Kefrén, en diorita, procedente de Gizeh (ambas en el museo egipcio de El Cairo)
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y el escriba sentado (Louvre), en calcita pintada, una de las más clásicas esculturas de funcionarios. Sin embargo, la obra más famosa y colosal de esta época es la esfinge de Gizeh, tallada en la roca viva, cuyas facciones reproducen las del faraón Kefrén. El relieve y la pintura estaban al servicio de las pirámides y, en particular, de las mastabas, cuyo número de cámaras empezó a multiplicarse en esta época. Por entonces, además de la escena del banquete funerario, comenzaron a representarse a gran escala escenas de la vida cotidiana, como pesca y caza de aves, construcción de barcos, faenas agrícolas, oficios, actividades lúdicas, etc. Los pintores se sometieron a unas fórmulas compositivas consistentes en representar las figuras de perfil, con el ojo y los hombros de frente y la pelvis en tres cuartos, y las escenas en registros superpuestos. Esta constante representación en las sepulturas de escenas de la vida diaria no hay que atribuirla al interés del artista por el realismo o por el verismo histórico, sino a la convicción de que tales representaciones garantizaban al difunto una vida feliz en el más allá. Esto explica la ausencia de algunas escenas cotidianas tan corrientes como la construcción de pirámides, actividad que no se consideraba necesaria para la feliz supervivencia del difunto. En esta línea, a partir de la VI dinastía, empezaron a aparecer en las cámaras sepulcrales estatuillas de portadores de ofrendas y maquetas en madera que representan talleres en plena actividad. Las tumbas particulares de este período que exhiben una mayor riqueza ornamental son las de Maydum, la del príncipe Rahotep y las de las princesas Nofret, Itet y Nefermaat. En esta última se encontraba el famoso mural
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de las Ocas de Maydum (en la actualidad en el museo egipcio de El Cairo), que formaba parte de una escena de caza de aves con redes; resulta sorprendente el colorido casi natural de los animales y de las plantas, aplicado sobre una capa de estuco. La invasión de pueblos extranjeros y la descomposición de la unidad territorial son los dos factores que derrocaron el Imperio antiguo y dieron paso al primer período intermedio, que comprende las dinastías VII a X (2200−2050 a.J.C.). Al desaparecer el poder central, Egipto se descompuso en nomos casi independientes, regidos por nomarcas que se esforzaron por afirmar al máximo su poder en sus tierras. Este aislamiento de los nomos condujo al olvido del canon artístico vigente hasta entonces y, como consecuencia, a la aparición de un estilo tosco, con figuras a menudo mal delineadas, a veces incluso caricaturescas, por causa del abandono de las reglas que fijaban las dimensiones. En esta época aparecen las primeras tumbas excavadas en la roca, llamadas hipogeos, en las que eran sepultados tanto los gobernadores de las distintas regiones como sus altos dignatarios. El primer período intermedio llegó a su fin cuando Mentuhotep, al unificar de nuevo todo el territorio egipcio bajo su égida, inauguró el imperio Medio, que incluye las dinastías XI y XII (2050−1800 a.J.C.). La primera gran realización arquitectónica de este período es el templo funerario que el propio Mentuhotep se hizo construir en el valle de Dayr al−Bahari. A partir de entonces, tuvo lugar un renacimiento del arte, que volvió de nuevo los ojos a los cánones clásicos establecidos por la corte de Menfis durante el Imperio antiguo. En arquitectura, esto significó la recuperación de la
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pirámide y de la mastaba y se una importante innovación: la aparición del pilono, que todavía no alcanzaba las dimensiones y la riqueza que tendrá en el Imperio nuevo. También data de esta época el comienzo del culto a Amón de Tebas, en Karnak, con la construcción de un primer templo, utilizado en buena medida como material de relleno durante el Imperio nuevo. En las provincias, mientras tanto, prosiguió la tradición de las tumbas rupestres, acompañadas de amplias cámaras de culto de aspecto señorial. Sin embargo, el principal legado artístico del Imperio medio lo constituye la escultura exenta, que, después de unas primeras realizaciones de tendencia arcaica (estatua sedente de Mentuhotep), seguidas de otras de orientación clásica (esculturas de Amenemhet II, de Sesostris II y de su esposa Nofret), desembocó en un realismo desconocido hasta entonces. Prueba de ello son los retratos de Amenemhet III y de Sesostris III (estatua de granito procedente de Dayr al−Bahari y cabeza de Sesostris III con la doble corona), que, lejos de la idealización del Imperio antiguo, muestran claramente el lado humano de los personajes representados, al igual que las esfinges de este período. A los tres tipos tradicionales de estatua, el Imperio medio añadió la estatua llamada «cúbica», que representa a un individuo acurrucado de tal manera que casi forma un cubo. Los pintores del Imperio medio hicieron gala de un magistral empleo del color, aplicado con gran habilidad y acierto, por ejemplo, en la sepultura de Beni Hasan o en el ataúd de madera de Djehutihotep. El segundo período intermedio, que abarca las dinastías XIII a XVII (1800−1550 a.J.C.), fue el de la dominación de Egipto por parte de
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los hicsos, cuyos soberanos se conformaron, en el terreno artístico, con la usurpación de estatuas y con encargar trabajos a los artesanos, lo que revitalizó este sector con nuevas técnicas y nuevos temas. El Imperio nuevo, que comprende las dinastías XVIII a XX (1550−1080 a.J.C.), se inició con una serie de grandes victorias militares, que dieron a Egipto poder y riquezas, hecho que permitió construir grandes templos en honor de los dioses, de manera que el templo pasó a ser el eje de la arquitectura egipcia, en sustitución de las sepulturas, aunque no por ello dejaron de construirse tumbas monumentales, como las del valle de los Reyes o las del valle de las Reinas. Por regla general, el templo estaba precedido por una gran explanada, donde se encontraban el lago sagrado, las viviendas de los sacerdotes, el establo del animal sagrado, graneros y otros locales. Al templo propiamente dicho se accedía a través de una puerta monumental, flanqueada por dos grandes pilonos. El primer recinto era un patio, por lo general porticado, que conducía a un segundo pilono, más pequeño, y de ahí a la sala hipóstila, formada por columnas y con techo en terraza; en esta sala, la mayor elevación de las dos hileras centrales de columnas permitía la apertura de ventanas en la parte superior, por las que entraba una luz tamizada. Otras dependencias menores conducían al santuario, reservado a los sacerdotes, donde estaban la sala de la Barca (para llevar en procesión al rey) y el naos, monolito de piedra con la imagen del dios. Los elementos más interesantes de los templos egipcios son los pilares y las columnas.
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Los pilares, prismáticos, unas veces estaban coronados por la cabeza de la diosa Hator y otras representaban en sus distintas caras los atributos de Osiris (pilares osiríacos). Las columnas solían estar inspiradas en especies vegetales, como, por ejemplo, la columna papiriforme, la columna lotiforme (con capitel abierto o cerrado) y la columna palmiforme o dactiliforme. Amón−Ra, el rey de los dioses, se convirtió en el principal destinatario del culto oficial, por lo que su templo, en Karnak, fue ampliado sin cesar a lo largo de los siglos; en él erigieron obeliscos los distintos faraones y la reina Hatshepsut, quien, además, se hizo construir un grandioso templo funerario en Dayr al−Bahari, constituido por tres terrazas escalonadas que ascienden hasta la pared rocosa. Del reinado de Amenofis III datan el templo funerario de Tebas−oeste, con los colosos de Memnón, y el templo de Luxor. Amenofis IV Akenatón edificó un gran templo al dios Sol en el lado oriental de Karnak antes de trasladar la capital a Tell el−Amarna, donde hizo levantar un grandioso conjunto de edificios civiles y religiosos. Sus sucesores, los ramésidas, construyeron también magníficos templos, como el Rameseum de Tebas−oeste y el templo rupestre de Abu Simbel, con sus colosales estatuas sedentes, debidos a Ramsés II, o el santuario de Medinet Abu, obra de Ramsés III. La escultura del Imperio nuevo aportó un nuevo tipo de estatua, la figura arrodillada, de la que es un ejemplo la estatua de Tutmés III haciendo una ofrenda de vino. En esta época, las estatuas cúbicas se llenan de inscripciones con detallados datos biográficos y los artistas dotan a sus obras de gran expresividad y realismo, sobre
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todo en los rostros, que reflejan con espontaneidad las emociones. En la pintura y en el relieve, las dos grandes novedades son el empleo del color, que se usa ahora siguiendo de forma fiel las pautas de la naturaleza, y el cambio en la temática de los relieves, que dejan de recoger escenas intemporales y pasan a describir, con todo detalle, los acontecimientos concretos ocurridos durante el reinado de cada monarca o los momentos más destacados de la vida de los altos dignatarios. Las pinturas más notables de este período se encuentran en las tumbas del valle de los Reyes y del valle de las Reinas. En Tell el−Amarna, se realizaron espléndidos relieves con escenas de la vida familiar del faraón y algunas de las mejores esculturas (busto de Ajnatón, Louvre; bustos de Nefertiti, museos de Berlín y de El Cairo). Durante la época de la dominación extranjera, primero con los Ptolomeos y después bajo los griegos y los romanos, la arquitectura experimentó un último apogeo, como puede verse en el templo dedicado a Hathor en Dendera y en el santuario de Isis en la isla de Filé. La escultura, el relieve y la pintura siguieron las pautas de las épocas anteriores e incorporaron, poco a poco, los cánones de la estética griega, patentes ya en los numerosos retratos que se colocaban sobre las momias que se han conservado en Al−Fayum. La gran novedad de este período en escultura es la aparición de las llamadas cabezas verdes, obras maestras de la retratística realizadas en esquisto verde. situado al sur de la península del Sinaí. El Nilo atraviesa el país hasta desembocar en el Mediterráneo, constituyendo una gran arteria fluvial; sus limos y la realización de
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notables obras hidráulicas (presas de Asuán, Asiut, Zifta) han hecho de su valle una fértil región agrícola, enmarcada por el desierto. Excepto una estrecha franja litoral al norte de clima mediterráneo, en el resto del país predomina un clima desértico, si bien varía en función de la distancia al mar y al Nilo: en el litoral, las medias van de los 15C en invierno a los 26C en verano; más al sur, se acentúan los contrastes térmicos y en el desierto las temperaturas oscilan entre 10C por la noche y 50C durante el día. Geografía humana El crecimiento de la población que ha experimentado Egipto en las últimas décadas (2,5% de media anual entre 1989−1994), uno de los más espectaculares del mundo, ha hecho que su rica agricultura no pueda ya cubrir sus necesidades. Debido a las características del relieve, la población se halla muy concentrada en el sector noreste del país, en torno a la desembocadura y al curso bajo del Nilo (Alejandría, Port Said, Al−Mansura, El Cairo, Gizeh, Suez), donde las densidades superan frecuentemente los 1.000 habitantes/km2. La capital, El Cairo, reúne en su aglomeración urbana más de 13,5 millones de habitantes, por lo que es la principal metrópoli del continente africano. La notable concentración demográfica del noreste del país contrasta con la mitad occidental, que se halla prácticamente deshabitada y donde no existe ciudad relevante alguna (tan sólo aparecen núcleos de población en torno a los oasis: Farafira, Siwa, Dajla, Al−Jarya). Egipto posee una tasa de población urbana (44%), tan sólo superada en África por los estados del Mogreb.
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Geografía económica El desarrollo moderno de Egipto se halla vinculado al proceso de industrialización iniciado durante el siglo XIX, bajo la influencia de las potencias coloniales occidentales. Entre las ramas manufactureras tradicionales destacan las industrias textil, alimentaria, siderúrgica, del cemento y química (abonos). De más reciente expansión es el sector extractivo, basado en una notable riqueza minera: oro en la cadena arábiga; manganeso y uranio en el Sinaí; fosfatos en la costa del mar Rojo; hierro cerca de Asuán. Además, cabe destacar la producción de petróleo y la industria del aluminio (complejo de Nay Hammadi). El Nilo es el eje de sus actividades agropecuarias, las cuales continúan ocupando a un porcentaje de población activa mayor que el sector industrial (35% frente a 19,6%). La sobreexplotación de los suelos y la proliferación de los canales de regadío, necesarios para satisfacer la creciente demanda interna, están causando perjuicios en el medio natural (pérdida de limo, aumento de la salinidad de los suelos, proliferación de parásitos). Junto a los cultivos tradicionales de cereales (trigo, mijo, maíz), se da la caña de azúcar, arroz, algodón, cítricos, etc. Un turismo en alza y el tráfico comercial del canal de Suez suministran importantes ingresos al estado, que, sin embargo, tiene una balanza comercial deficitaria (9.592 millones de dólares por importaciones frente a 3.474 millones de dólares por exportaciones en 1994).
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