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UCLM. FACULTAD DE HUMANIDADES. Albacete. Asignatura: HISTORIA DEL ARTE. Profesor: Manuel Mujeriego.
EL ARTE PRERROMÁNICO. 1. INTRODUCCIÓN. Tradicionalmente se ha venido a considerar como arte prerrománico a todas aquellas manifestaciones artísticas que tienen su origen en los pueblos que sucedieron al Imperio Romano Occidental y desembocan en el final del primer milenio. No obstante, parece evidente que sólo las más próximas a este último estadio cronológico (carolingias, otónidas, asturianas...) tuvieron una incidencia directa sobre el desarrollo del primer estilo artístico europeo y, a pesar de su indudable importancia, hemos de significar al arte de los pueblos bárbaros en consonancia con el fin del arte antiguo y no tanto como inspirador de las formas medievales.
En este sentido, el desarrollo del presente tema atiende a una secuencia evolutiva que marca la transición entre lo romano y lo románico; el arte de las invasiones, en relación con los principales pueblos germánicos que sustituyeron al poder imperial en occidente, y el arte prerrománico propiamente dicho, como evolución del anterior y precedente de las manifestaciones estéticas posmilenaristas, en un contexto, el carolingio, que supuso la renovación y reinterpretación de los modelos imperiales romanos en el marco de la primera gran estructura política medieval.
2. EL ARTE DE LAS INVASIONES. Podemos situarlo cronológicamente entre la deposición del ultimo emperador romano Rómulo Augústulo por Odoacro, rey de los hérulos, en 476, y la coronación de Carlomagno, en 800, como novus imperator en clara sintonía con unos deseos continuistas que arrancaban en el mismo Constantino. Ambos hechos, simbolizan la disección política del periodo, que se tradujo en el empobrecimiento de una
cultura material aprehendida con frecuencia del mundo romano e interpretada de modo particular en cada una de las regiones europeas por los distintos pueblos que en ellas se asentaron: ostrogodos y longobardos en la península Itálica, francos en la Galia, anglos y sajones en Gran Bretaña, o visigodos en la península Ibérica.
2.1. El ar te de ostr ogodos y longobar dos. Poco después de la expulsión del ultimo emperador de occidente en 476, Zenón, su homónimo en Constantinopla, recurrió al concurso de los ostrogodos para combatir contra las tropas de Odoacro. En poco tiempo, el líder de éstos, Teodorico, se había asentado en buena parte del norte de Italia, con la aquiescencia de los papas de Roma y del mismo emperador bizantino. La conquista de Rávena, última capital del Imperio, hacia 488, habría culminado dicho proceso y evidenciaba los deseos de Teodorico por establecer un reino de evidentes reminiscencias romanas.
En lo arquitectónico esta circunstancia – unida a su falta de tradición constructiva se tradujo en la supervivencia de los modelos locales en un deseo por legitimar la idea de continuidad del esplendoroso pasado. Así, su palacio y su mausoleo muestran influencias imperiales. El primero apenas lo conocemos por la representación en mosaico de San Apolinar Nuevo y algunos restos decorativos en edificios posteriores. El segundo, de planta central, es una síntesis entre el heroon característico de los emperadores romanos y los martyria de época constantiniana.
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Desde el punto de vista religioso, la iglesia palatina de San Apolinar Nuevo, de culto arriano, responde a la tradición basilical de tres naves separadas por dos intercolumnios y podría estar inspirada en modelos ravenienses como el de la iglesia de San Juan Evangelista. De tradición bizantinizante son ya las iglesias de San Apolinar in Classe y San Vital, cuyos proyectos –quizá financiados por el banquero local Juliano Argentario en tiempos del obispo Eclesio fueron consagrados en época justinianea por Maximiano. El baptisterio de los Arrianos, asociado a la antigua catedral, es de característica planta octogonal y al igual que su antecesor de los Ortodoxos (Neoniano) destaca por la decoración musiva de su cúpula interior con el tema del Bautismo de Cristo. Precisamente el arte del mosaico es una de las manifestaciones más características de lo raveniense, no pudiendo distinguirse con claridad una tradición arriana y otra bizantina. En todo caso, su realización se debió siempre a artistas locales que introdujeron entre sus repertorios algunos aspectos iconográficos vinculados al poder reinante. En San Apolinar Nuevo
encontramos una apología del arrianismo y del cesaropapismo de Teodorico, mientras en San Vital la decoración queda reducida al presbiterio con un programa eucarístico en el que destaca la presencia de la familia imperial. Hacia 568, los longobardos invadieron la península Itálica acabando definitivamente con la Italia romana reconstruida por Justiniano. Apenas se conservan restos de su tradición arquitectónica, que debió caracterizarse por un cierto alejamiento de los presupuestos clásicos, debido a su menor calidad técnica. La escultura es, sin duda, más representativa, siguiendo también modelos anticlásicos aunque existentes en el arte romano desde el siglo II. Destacan sobre todo los relieves, con técnica a bisel y una rica variedad de motivos decorativos que incluyen formas geométricas, vegetales y animales fantásticos. Sobresalen por último el arte de la orfebrería que evoca formas romanas y bizantinas, y de la miniatura, coincidiendo con el pontificado de Gregorio I, gracias al desarrollo de un scriptorium donde se reproducían libros sagrados.
2.2. El ar te de los mer ovingios. Desde finales del siglo III, francos y alamanes penetraron en la Galia instalándose en el noroeste del país. En la transición al siglo VI, los primeros fueron unificados por el merovingio Clodoveo, quien acabó por asumir a la población romana, tras su conversión al catolicismo, y extendió su reino hasta los Pirineos después de expulsar a los visigodos hacia la península Ibérica (507), someter a los burgundios (534) y derrotar a los alamanes (536). Resultado de la unión entre francos y galorromanos surgió una compleja entidad política, el regnum francorum, basado en la fidelidad de los diferentes pueblos bárbaros a la estirpe dinástica surgida con Meroveo y cuyo mayor esplendor coincide con el reinado de Clotario II (613629). Originalmente la arquitectura merovingia debió conservar muchos modelos de la tradición galorromana, siendo igualmente expresión del prestigio personal de reyes y
obispos. Los edificios principales serán esencialmente religiosos, funerarios o monásticos. A través de la literatura de la época conocemos la construcción de una basílica en París dedicada a los Santos Apóstoles, erigida en tiempos de Clodoveo a la manera paleocristiana –tal vez con cabecera tripartita y nartex y con decoración musiva. Este tipo de construcciones “en piedras de talla a la antigua” debieron ser habituales, tal y como apuntan las referencias a iglesias como San Martín de Tours o San Pedro de Vienne, ésta última con algunas zonas originales. Con el tiempo, los obispos aumentarían su protagonismo en la política territorial de sus diócesis, convirtiéndose en promotores de grandes conjuntos episcopales en los que junto a la catedral cobran importancia los baptisterios y sus propias residencias. Entre los primeros, sobresale el dedicado a San Juan Bautista en Poitiers, cuyo cuerpo
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original es un rectángulo que sirve de albergue a la piscina bautismal octogonal. Al exterior su decoración es de un clasicismo venido a menos, con un friso ornamental formado por pilastras que sostienen arcos en mitra y semicirculares, y frontones de coronación. También proliferaron los monumentos funerarios al hilo de la búsqueda constante de reliquias y de la creación de espacios para albergarlas. Las criptas, muy numerosas, eran simples pasillos abovedados entre las que destaca la de la abadía de Jouarre o el hipogeo de Mellebaude, conocido como de las Dunas, en Poitiers. Finalmente, la implantación del monaquismo, irlandés primero, siguiendo las fundaciones de San Columbano, e italiano más tarde, tras la llegada de los restos de San Benito hacia el 672, supuso la construcción de grandes conjuntos arquitectónicos para comunidades cada vez más numerosas, constituyendo el germen del monasterio benedictino compuesto por una serie de estancias comunes: iglesia, claustro, dormitorio, refectorio y cilla. En lo escultórico asistimos a una profunda recesión, en parte por la falta de tradición germánica, en otra por la escasez de modelos romanos y paleocristianos en
Francia. Por ello, se recurre a la técnica de la incisión o del bisel para obtener rápidas y modestas imágenes caracterizadas por su ingenuidad y una cierta tendencia a la abstracción, como en el caso de la estela de Gondof o los sarcófagos de Charentondu Cher . Algo más clásicas son las esculturas asociadas a Jouarre (sarcófago de Angilberto y cenotafio de Teodequilda ), en las que se observa un cierto interés por reproducir los viejos modelos romanos. Como el resto de pueblos germánicos, la orfebrería fue profusamente trabajada por los francos, quienes cultivaron las técnicas habituales del repujado, la filigrana, el esmaltado o el cabujón. La época de mayor esplendor coincidiría con la del taller de San Eloy –artesano de la corte de Clotario II y Dagoberto en el siglo VII, confirmada por la existencia de otros importantes centros de producción en París, Limoges, Arrás o Lyon. La ilustración miniada estuvo presente también entre los merovingios, quienes, sin embargo, no alcanzaron la calidad de las miniaturas británicas o italianas. Las decoraciones son aquí muy reducidas y torpes, predominando los motivos geométricos y pequeños animales muy esencializados.
2.3. El ar te de las Islas Br itánicas. Anglos, sajones, jutos y frisones colonizaron Gran Bretaña a finales del siglo V; al tiempo, San Patricio y sus discípulos llevaban a cabo la evangelización de Irlanda, cuyo monacato se extendería más tarde por Escocia. Desde el pontificado de Roma se emprendería en el siglo VI la cristianización de Inglaterra; San Agustín fundó en Canterbury el primer monasterio benedictino fuera de Italia, imponiéndose una importante cultura material de raíz mediterránea y cuya principal aportación serán las creaciones miniadas, la escultura y la orfebrería. Las ilustraciones insulares –potenciadas por el auge de la vida monástica resultan muy originales, combinando los modelos figurativos tardorromanos, con las decoraciones geométricovegetales germanas y celtas. Son frecuentes las copias
de la Biblia y, en especial, de los evangelios desde mediados del siglo VII prolongándose durante toda la Alta Edad Media. A este primer periodo pertenecen los Evangeliarios de Durham y de Durrow, de dibujos simplificados e inspirados todavía en las piezas de orfebrería. Del siglo VIII o poco posteriores son el Libro de Kells o los Evangeliarios de Lichfield y Lindisfarne, de estilo más suntuoso y colorista relacionable con manuscritos iluminados mediterráneos y bizantinos. Desde el punto de vista escultórico, la gran creación del arte isleño son las cruces estacionales, cuyos orígenes se remontarían a fines del siglo VII y que se reparten por todas las regiones británicas hasta bien entrado el X. Para explicar su presencia en un territorio donde no existe dominio de la talla en piedra (las construcciones religiosas
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y monásticas se hacen aquí de madera) se recurre a la llegada de artistas mediterráneos o a los viajes de monjes irlandeses al continente. Al igual que la miniatura su iconografía recurre a un doble lenguaje: de entrelazados y complejos
follajes, por una parte, y de representaciones historiadas, por otra. En este último caso, proliferan las escenas cristológicas vinculadas con un mensaje de redención.
3. EL ARTE IMPERIAL. A mediados del siglo VIII la dinastía franca de los merovingios fue sustituida por la de sus mayordomos de palacio, los carolingios, que debe su nombre a Carlomagno, el segundo de los nuevos monarcas tras su padre Pipino el Breve. Carlomagno dominó la mayor parte de Europa occidental consiguiendo además la dependencia de estados periféricos como el reino asturiano y las Islas Británicas. En estas circunstancias, favorecido por la crisis iconoclasta en Bizancio y aconsejado por una cohorte de sabios (Alcuino de York, Teodulfo, Eginardo, Paulo Diácono, etc...) fue desarrollándose la idea de un cierto continuismo imperial en occidente que tenía por objetivo una nueva ordenación del mundo fundamentada en el poder de Dios y en la cual el nuevo emperador, imperator romanorum, se convertiría en su vicario en la Tierra. Carlomagno fue coronado por el papa León III en el año 800, evidenciando así la definitiva separación entre oriente y occidente, y adquiriendo el papel de un Constantino redivivo cuya política iría encaminada a la reconstrucción del modelo imperial del siglo IV (renovatio imperii): “Roma volverá a la tierra en una nueva Edad de Oro (Modoin d´Autun)” . Este proyecto implicaba además un renacimiento cultural basado en la recuperación de los modelos grecolatinos, adaptados ahora a una concepción cristiana del pensamiento y sistematizados desde la Escuela Palatina creada en Aquisgrán, la nueva capital del Imperio: “ Si un gran número sigue vuestro
celo y diligencia, una nueva Atenas podrá surgir en Francia, en Aquisgrán, y sirviendo a nuestro señor Jesucristo, superará toda la sabiduría de la Academia” (Alcuino de York). Siendo muy importante en sus dimensiones política y cultural, la “romanización” carolingia resultó efímera. En buena
medida, porque estuvo dirigida por y para unas elites intelectuales muy alejadas de la realidad social del momento; en parte, porque estuvo vinculada a la propia persona del emperador. Fallecido en 814, sus sucesores fueron incapaces de manejar tan compleja estructura. El Tratado de Verdún de 843 consagró definitivamente el fin del imperio y la disgregación del mismo entre los nietos de Carlos. Lotario, el mayor, y heredero del título imperial de su padre – Ludovico Pio dejo de ser emperador de los romanos para serlo sólo, y simbólicamente, de los cristianos. Se inicia entonces un periodo de decadencia favorecido por la atomización del poder que conduce inevitablemente al feudalismo y por una segunda oleada de invasores procedentes del norte y este de Europa. En él, la Iglesia irá modelando su papel unificador entre los pueblos de Europa por encima de cualquier entidad política. Incluso, cuando el Papa Juan XII corone al rey de Germania Otón I como emperador en 962, lo hará bajo el título de un supuesto Sacro Imperio RomanoGermánico de inspiración carolingia y con una base territorial mucho menor. La denominada “restauración otónida” culminaría en la figura de Otón III y de su más decidido colaborador, Gerberto de Aurillac, elevado al solio pontificio bajo el nombre de Silvestre II. El emperador traslado su sede a Roma recibiendo el sobrenombre de “romano, sajón e italiano, servidor de los apóstoles y emperador augusto del mundo”. Pero el inicio del nuevo milenio supuso la desaparición de ambas personalidades y el inicio del enrarecimiento de las relaciones PapadoImperio. Este, ya no alcanzaría una dimensión verdaderamente europea hasta el principado de Carlos V en pleno renacimiento. Áquel, pero sobre todo en su dimensión eclesial, vertebrarían la Europa
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posmilenarista con la aparición del
románico.
3.1 El ar te car olingio. El renacimiento cultural carolingio se tradujo en un desarrollo espectacular de la arquitectura como expresión de la recién creada autoridad, reflejado por el cronista Eginardo en su Vita Caroli. Dichas construcciones, además, debían emular las de los antiguos, pues el mismo autor aconseja a su hijo el estudio del tratado de Vitrubio para comprender el lenguaje espacial de los romanos. No obstante, el carácter germánico de los gobernantes y las nuevas necesidades del imperio se fundirán junto al cristianismo romanizado para crear una arquitectura ecléctica que participará de alguna de las soluciones más brillantes de los edificios medievales posteriores. Durante los primeros años de su reinado, las continuas guerras obligaron a Carlomagno al mantenimiento de una corte ambulante. Proliferaron entonces pequeños palacios, como el de Ingelheim, sede más tarde de los emperadores sajones, en los que el monarca solía retirarse junto a su administración, jurisdicción, escuela de corte y huéspedes. Todos ellos se inspiran en las granjas reales de visigodos y francos, y más tempranamente en las villas romanas, con estructuras que alternan la piedra y la madera, y en las que tiene una consideración especial el Aula Regia, de mayores dimensiones y con remate absidal a la romana. Sería hacia el año 787, coincidiendo con una visita a Rávena y la maduración del proyecto imperial, cuando Carlomagno decidiría establecer una capital que centralizase la vida política y dotase de una cierta estabilidad a su corte. La ciudad elegida fue Aquisgrán, una pequeña estación termal de origen romano, donde Pipino el Breve había fundado una villa real, y desde la cual podía atender con presteza los conflictos surgidos en cualquiera de sus fronteras. La nueva ciudad palacio se construyó al modo clásico, conforme a una organización geométrica modular basada en este caso en el pie carolingio (0,333metros) y utilizando como unidad de base los 12 pies (4m), en relación con la Jerusalén Celeste. El recinto
era un cuadrado de 10X10 unidades, articulado por un cardo y un decúmano en cuya confluencia se situaba una puerta monumental. En los extremos de aquél se disponían las principales edificaciones: el aula regia y la capilla palatina. La primera estaba formada por una gran nave rectangular, con un ábside en su extremo occidental y sendos absidiolos en las fachadas laterales, siguiendo un esquema habitual en el mundo tardorromano. Además, el espacio interior estaba iluminado por un doble claristorio superpuesto a imitación de la basílica constantiniana de Tréveris. La capilla debió comenzarse hacia el año 790 y fue consagrada por León III el 6 de enero de 805 bajo la advocación de Santa María. Además de ser oratorio privado de Carlomagno, estaba concebida como iglesia relicario al conservarse entre sus muros un fragmento de la capa de San Martín. Se trata de una construcción de planta central; su espacio interno es octogonal y cubierto por bóveda esquifada, y está rodeado por un deambulatorio con tramos cuadrados y triangulares alternantes que definen un hexadecágono al exterior. Sobre el mismo se abre una tribuna que sirve al tiempo para la ubicación del trono imperial y como contrarresto de la pesada bóveda central, y mira al espacio interior a través de arcos compartimentados en sendos pisos columnados. El esquema remite inevitablemente a San Vital de Rávena y más lejanamente a la iglesia de los Santos Sergio y Baco en Constantinopla, ambas iglesias palaciegas también. Pero en Aquisgrán la sensación es más pesada como corresponde a un edificio de piedra, mucho más macizado. La decoración, no obstante, sigue evocando el mundo mediterráneo, pues se importaron columnas, mármoles y musóvares italianos bajo la supervisión del arquitecto real Otón (Eudes) de Metz. Por otro lado, teniendo en cuenta que la Capilla es un oratorio privado habría que relacionarla también con otros existentes en el Imperio, como Santa Sofía de Benevento, construido por el duque lombardo Arechis,
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o Saint GerminydesPres, levantado por el obispo hispanovisigodo Teodulfo, cuya articulación de volúmenes remite al origen de su promotor. Dentro de esta misma tipología incluiríamos a la iglesia de San Donato de Zadar , en Dalmacia, construida al mismo tiempo que el templo real. Este tipo de estructura se convirtió desde entonces en modelo a seguir de las iglesias de palacio posteriores en incluso gozó de imitaciones miméticas posteriormente. Pero más repercusión para la arquitectura occidental tuvo el modelo de basílica carolingio heredero de las que, construidas en madera y con altas torres, proliferaban en Normandía. Así era la iglesia de la abadía de SaintRiquier en Centula , erigida por Angilberto entre 790799, y conocida con cierta precisión gracias a grabados renacentistas. A la tradicional planta cruciforme se añadía un cuerpo occidental a los pies de la iglesia, el westwerke, que no sólo equilibraba el volumen exterior, sino que participaba de pleno contenido simbólico como recreación nuevamente de la Jerusalén Celeste. Además, la planta baja hacía las veces de baptisterio mientras que el piso alto, abierto a la nave central, serviría según los autores como tribuna real, capilla consagrada a San Miguel o al Salvador, o como zona para laicos. Un ejemplo del westwerke carolingio se conserva en la actualidad en la iglesia abacial de Corvey (Alemania), construida entre 873 y 885. La importancia dada al ámbito occidental del templo se observa también en la aparición de iglesias contraabsidadas, cuyas referencias primeras serían las primitivísimas basílicas constantinianas donde en culto se realizaba desde dicho lado de manera que el celebrante, oficiando de cara a los fieles, era el único que miraba hacia oriente. Siendo numerosas: abadía de Fulda, monasterio de Saint Gallen, etc., la elección de esta tipología o la anterior respondió en época carolingia a opciones personales o simplemente imitativas que, sin embargo, fueron calando hasta convertirse en elementos consustanciales a las iglesias del periodo otoniano y, más tarde, del románico centroeuropeo. Aun siendo importantes, los cambios en las basílicas carolingias no se limitaron exclusivamente al cuerpo occidental,
también en el testero van a concretarse a través de dos elementos de gran trascendencia en las fábricas medievales: el transepto y la cripta. El primero, desaparecido desde la época constantiniana, se recupera durante este periodo; la segunda, adquiere ahora un notable desarrollo en atención al culto a las reliquias propuesto por San Gregorio Magno, pero también al hecho de que aquellas contribuyesen a rememorar la religiosidad imperial. La última de las innovaciones de la arquitectura carolingia nos remite al monasterio y está en relación con la reforma de la regla benedictina llevada a cabo por San Benito de Aniano y que podemos conocer a través del plano del monasterio de SaintGallen que, probablemente utópico, es reflejo una nueva organización espacial, perfectamente estructurada y con un sentido autárquico. El conjunto se divide en cuatro zonas diferenciadas con sus propias dependencias: el área claustral, la hospedería, el noviciado y los servicios generales. Al margen de los templos, el único testimonio conservado de estos monasterios es la puerta monumental (Torhalle) de la abadía de Lorsh, fiel reflejo del sincretismo entre lo romano y lo germánico del arte imperial. Los edificios carolingios estaban decorados interiormente con pinturas murales o, en menor medida, con mosaicos. Entre estos últimos sobresalen los que decoran el ábside de Saint Germiny desPres en la tradición de los elaborados en Roma en la misma época. Las técnicas pictóricas evidencian sin embargo tradiciones pasadas, aplicadas ahora a un riquísimo programa iconográfico de inspiración constantiniana. Mayor importancia si cabe cobró la ilustración miníada como consecuencia del fomento cultural promovido por Carlomagno y Alcuino de York. Proliferaron los scriptorium, adscritos a los principales monasterios, sedes episcopales o a la misma corte, donde se copiaron obras religiosas pero también científicas o filosóficas del pasado clásico. La iluminación carolingia comprende aspectos complementarios que van desde las sencillas composiciones vegetales entrelazadas, de tradición insular, a las más
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complejas escenas figurativas que se vinculan a lo paleocristiano y lo bizantino. El ejemplo más antiguo de la escuela de corte es el Evangeliario de Godescalco, de 783, donde la figura humana alcanza una calidad plástica desconocida hasta ahora. A los talleres episcopales pertenecen entre otros los escritorios de Reims y Metz. El primero, impulsado por el obispo Ebbon, se caracteriza por obras de gran dinamismo y expresiva vitalidad como las ilustradas en el Salterio de Utrech. Entre los escritorios monásticos sobresale el de Tours, cuya época de mayor esplendor corresponde al mandato del abad Viviano a mediados del siglo IX durante el cual se ilustrarán las Biblias de Carlos el Calvo y de Lotario que destacan por la representación de los monarcas cuales emperadores romanos, componiendo alguna de las primeras representaciones de un acontecimiento contemporáneo en el arte medieval.
Carecemos por completo de escultura monumental de bulto de la época carolingia. Una pequeña escultura de bronce, supuesta representación ecuestre de Carlomagno, conservada en el Louvre, no pasa de ser una mera curiosidad. Más importantes son los relieves, principalmente repujados, de orfebrería o las tallas eborarias. El platero real fue el propio biógrafo del monarca, Eginardo, abad de Fulda y consejero de obras públicas de Carlomagno, de quien no se conservan obras identificadas. Los relieves del Altar de San Ambrosio de Milán, firmado por su discípulo Volvinus, recuerdan vagamente a las ilustraciones de libros, con figuras refinadas de proporciones elegantes y un cierto gusto clásico. De parecidas características son las más numerosas obras de marfil, en su mayoría placas para decorar encuadernaciones lujosas en las que se representan temas bíblicos o paganos.
3.2. El arte otoniano. La familia imperial de los otones, coronada en 962, restituyó en la frontera del milenarismo la institución imperial a lo largo de un territorio que ocupaba toda la región del Rin e Italia. Independiente de los carolingios, mantuvo sin embargo una ideología fundamentada en la renovatio y el mito de continuidad entre el imperio de Carlomagno y la nueva institución germánica. Dicha continuidad se ve reflejada a través de la arquitectura, que conserva el gusto por las grandes basílicas bipolares: con doble transepto y doble ábside, que traducen al exterior una rica combinación de volúmenes. No obstante, presentan importantes novedades –sobre todo en el interior que anticipan el estilo románico: naves de dos pisos con arquería y tribuna, combinación de pilares y columnas en los soportes, desarrollo de las ornamentaciones pictóricas... San Miguel de Hildesheim es el edificio más emblemático del momento, a pesar de las transformaciones sufridas, y evidencia dicha síntesis entre pasado y presente. La nostalgia por lo carolingio se trasladó también hacia la Capilla Palatina de
Aquisgrán, que fue imitada o reinterpretada en templos como la Trinidad de Essen y la iglesia abacial de Ottmarsheim en Alsacia. A pesar de lo comentado, la verdadera renovatio tuvo como escenario artístico la miniatura, que representa además una de las principales manifestaciones del arte otoniano. Desaparecida la Escuela de Palacio, serán los monasterios (Reichenau, Fulda, Hildesheim, Ratisbona, etc.) los encargados de su elaboración abundando en unos rasgos solemnes que mezclan la influencia carolingia con el eco del lujo oriental. Los libros iluminados pertenecen todos a la categoría de lo religioso, abandonando las copias de autores profanos de la antigüedad, y algunos de ellos como el Registrum Gregorii de Tréveris anticipan soluciones estéticas de la pintura románica. Finalmente, debemos destacar la importancia que para los otones tuvieron otras artes menores como la orfebrería y la eboraria, fruto del carácter aristocrático del imperio. En ambos casos, y a pesar de una cierta pervivencia de lo anterior, se evoluciona hacia soluciones más complejas como reflejan el altar de Basilea , las
puertas de la iglesia de San Miguel de
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Hidesheim o la columna de Benward en la
triunfal romana.
que se cristianiza el modelo de columna
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