El Caballo y el perro de Ruperto

El Caballo y el perro de Ruperto Ruperto era chacarero que desde muy niño se crío al lado de su padre, quien le fue enseñando paso a paso todos los s

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El Caballo y el perro de Ruperto

Ruperto era chacarero que desde muy niño se crío al lado de su padre, quien le fue enseñando paso a paso todos los secretos de cómo arar la tierra, como tratar a los animales, como llevar el buey sin que se saliera del surco, cuando debía picanear y cuando no. Le enseñaba a su hijo como tratarlos, sin martirizarlos. ¡No picanee sin necesidad, mientras siga en la huella! A pesar de que era solo un niño cuando empezaba ayudar a su padre, después que venia de la escuela era feliz al lado de él que había quedado solo, después de la muerte de su madre. Sentir cantar los pájaros del monte y aquellos que se venían a comer algunas lombrices, las que iban apareciendo en la tierra, mientras él araba. El aire puro, las libres y perdices que se cruzaba a su paso, la belleza del arroyo que corría suavemente sin detenerse mansamente casi en apuro, rodeado de sauces llorones, el silencio y la paz en medio del campo, el olor a tierra arada, todo eso le encantaba, más aquella belleza de la naturaleza que él disfrutaba junto a su padre, iban a pescar a sus orillas, se sentía muy feliz. Ya mozo conoció a Rosalía, la que hoy es su compañera. Hizo su rancho pegado al de su padre, no quiso alejarse mucho de lo que tanto quería. Tenía un perro ovejero llamado Sultán, quien era el encargado de avisar, cuando algún personaje llegaba al rancho, se encargaba de arriar las ovejas que tenían con su padre, su caballo era el compañero inseparable, lo usaba para todo servicio, lo cuidaba con mucho cariño, bien alimentado con la mejor ración. Su padre se lo había regalado cuando cumplía dieciocho años.

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El Caballo y el perro de Ruperto Fue el regalo más hermoso que tuvo, después que murió su madre. Lo usaba tanto para montar como lo prendía a su carro, para traer o llevar carga del pueblo, le quedaban algunas leguas de donde vivían. Allá cuando habían pasado nueve lunas, su señora se sintió mal en pleno temporal de Santa Rosa, el río crecido y embravecido, era difícil cruzarlo, él confió en su caballo, su padre le decía. - No te largues con esta creciente, quédate, de alguna manera vas a tener a tu hijo, acá en casa, se van ahogar todos, después solo yo en el rancho que hago. Pero viendo la cara de su mujer desesperada, la envolvió en su poncho y se largo a cruzar el río, porque por el arroyo le quedaba más lejos, el poblado cercano. Su perro el Sultán nadaba su lado, cuando la corriente arrastraba al caballo hacia el torbellino de agua, el perro ladraba y el caballo volvía hacer otro gran esfuerzo para seguir adelante, su mujer se había desmayado en medio del río. El pobre animal ya no le quedaba fuerza para poder llegar a la orilla, el Sultán lo agarro de las riendas y con gran entereza, lo arrimo a la orilla. Su padre desde su rancho prendió una antorcha, haciendo señales para la otra orilla por ver si alguien veía aquellas señales, costumbre de la gente de campo cuando hay algún problema, desde la otra orilla contestaba que habían visto la señal el viejo se quedo más tranquilo. El vecino del otro lado pensó, algún animal que arrastra la corriente, apronto un caballo bien ensillado y otro con solo un bozal y un largo lazo, como para alcanzar al animal que traía la corriente. Sorpresa grande se llevo cuando vio aquel cuadro que se le presento a su vista, el mocito con su mujer desmayada en sus brazos sin poder llegar a la orilla, el caballo había quedado desparramado allí sin poder avanzar mas, el esfuerzo fue mucho, su

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El Caballo y el perro de Ruperto perro el Sultan por más que ladraba no lo pudo hacer avanzar, Julián desesperado con su mujer desmayada en sus brazos, no sabía que hacer. Monte rápido en mi caballo y corra amigo, este animal esta fresco y subirá bien el repecho, cuando llegue a mi casa dejare sus animales con comida, yo le llevare ropa seca para ustedes dos, algún café caliente y algo para que coman. Julián partió como un rayo en aquel caballo, mientras este buen vecino llevo como pudo a los animales, el caballo de Julián le dio más trabajo porque no podía dar un paso más, si lo dejaba allí, se lo llevaría la corriente. Le puso un lazo en el pescuezo y con los ladridos del perro, fueron saliendo del peligro, hasta estar a salvo de aquel río embravecido, por allí lo dejo para descansaran y se fue a su casa. Allí contó a su mujer y sus hijos lo que pasaba, esta le preparo ropa seca café y pan casero, diciéndole a su marido llévale ropa para que se cambien, capaz de agarrar una pulmonía, de los animales no te preocupes, mandaré a nuestros hijos que le lleven algo de comer, nos encargaremos de cuidarlos. Cuando este buen hombre llega a lo de la partera, encontró aquel muchacho agotado pero muy feliz, le hizo cambiar de ropa y le pregunto, ni tabaco tendrás, estará todo mojado, - toma ármate un pucho. Julián no sabía como agradecer aquel buen vecino. Quédate tranquilo, ya hablaremos de eso ahora preocúpate de tu mujer. Su mujer había entrado desmayada, la ayudanta de la partera lo llama le dice pase nomás, su mujer había despertado estaba apunto de tener familia, le partera le pregunta si se animaba a estar con ella, - si como no dijo.

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El Caballo y el perro de Ruperto Estuvo en el parto de su primer hijo al lado de su mujer, era un varón, de tres quilos y medio rosado de cara, él que pronto se le prendió a la teta de su madre, como desesperado por comer. La felicidad de aquella pareja no tenía límite, estaban felices y contentos por la venida al mundo de aquel niño, mientras su señora se quedaba con la partera, él se fue a ver como estaban sus animales. Ruperto acariciaba a su caballo como a su perro, no sabía como agradecerle a aquellos animales, todo el esfuerzo que hicieron. Al verlos ya bastante repuesto, se quedó muy feliz y volvió con su señora quien ya se reponía. Ruperto le decía a su mujer, debemos de quererlos muchos a nuestros animales, ya vez el esfuerzo que tuvieron que hacer para cruzar el río venciendo la correntada. Lo cuidaremos como cuidaremos a nuestro hijo, además tengo la suerte de tener un marido tan valiente como voz, querido. Yo una mujer corajuda como vos mi amor, le respondía Ruperto Al bajar la correntada llegaba el abuelo en un surque, al ver a su nieto se emociono mucho, agradeció al vecino y apretó en un abrazo fuerte a su hijo y un beso a su nuera, - dijo sabe vecino no tengo palabras como agradecerle, pero eso si lo invito a usted y su familia a comer un cordero en mi casa, no se ira a negar, tengo buen vino, los espero, si usted lo permite dejaremos el caballo un poco, más hasta que se reponga. Si como no responde el vecino déjelo el tiempo que sea preciso, cuando este fuerte nosotros mismos se lo arrimamos, pero el Sultan no se separaba de su amigo el caballo, bueno dijo el vecino donde come uno puede comer dos. Pero que bandido me salio este perro. Si dijo su hijo ellos siempre andan juntos, - difícil separarlos.

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El Caballo y el perro de Ruperto Tenemos que darles gracias a Dios por tenerlos, porque gracias a ellos tenemos a nuestro hijo sano y salvo, comentaba él. Tanto mi caballo como nuestro perro le han ganado esta carrera a la vida, decía orgulloso Ruperto. El abuelo daba gracias al cielo, por ayudar a su hijo y poder volver sanos y salvo con aquel hermoso niño, no dejando de alabar al caballo de Ruperto y a su perro el Sultán. El Gaucho Errante

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