El «Canto de Erión» inserto en la Fttida de Montalvo

El «Canto de Erión» inserto en la Fttida de Montalvo Julián Arribas Rebollo Jesús Peñalva Gil El poeta portugués Jorge de Montemayor introdujo en su

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El «Canto de Erión» inserto en la Fttida de Montalvo

Julián Arribas Rebollo Jesús Peñalva Gil El poeta portugués Jorge de Montemayor introdujo en su conocida primera novela pastoril española, titulada Los siete libros de la Diana (Valencia, h. 1558), un poema que consta de cuarenta y tres octavas llamado «Canto de Orfeo». El poema inició uno de los componentes característicos del género pastoril que lo marcarían a lo largo del siglo: el canto panegírico. Poco más de 20 años después, el poeta alcarreño Luis Gálvez de Montalvo insertó otro poema en alabanza de noventa y nueve damas en su obra El pastor de Füida, publicada en Madrid en 1582, llamado «Canto de Erión». Como se sabe, además, Gaspar Gil Polo y Miguel de Cervantes también introdujeron sus famosos «Canto del Turia» y «Canto de Calíope» en elogio de algunos poetas coetáneos en sus respectivas novelas pastoriles: Diana enamorada (Valencia, 1564) y La Galatea (Alcalá de Henares, 1585)1. El «Canto de Erión» está inserto en el libro sexto de El pastor de Fttida y consta de cincuenta y ocho octavas dispuestas en tres partes de la siguiente manera: Exordio (2), elogio a las damas de la familia real (3), transición (1), elogio a las damas escogidas para servir en la Corte de Felipe II (8), transición (1), elogio a las principales damas de la nobleza castellana y aragonesa aliada de Felipe II (43). Las damas de la familia real que componen el primer grupo del poema son siete: las cuatro esposas fallecidas de Felipe II y su hermana Juana de Austria, también desaparecida, además de sus dos hijas, Isabel Clara Eugenia y El Canto de Orfeo es un poema panegírico en alabanza de las damas admitidas en el templo de la diosa Diana por su castidad. Conforme con ésta, menciona a mujeres solteras, casadas y viudas (las especies que admite la castidad). Las octavas de este canto están dispuestas de la siguiente forma: Exordio (3), elogio a las damas castellanas (15), transición (1), elogio a las damas valencianas (24). En su edición de La Diana Juan Montero recoge en nota una valoración de los aspectos más destacados de estos cantos panegíricos (véase Montemayor, Jorge de, La Diana, Barcelona, Crítica, 1996, pp. 187-189 y 401-405). Conviene apuntar, sin embargo, que ni Alonso Pérez ni Bartolomé Ponce insertan cantos panegíricos en sus respectivas obras pastoriles: Segunda parte de la Diana (Salamanca y Valencia, 1563) y Clara Diana a lo divino (Épila, 1580).

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Catalina Micaela, adolescentes entonces, de unos 15 y 14 años. Las damas de la corte escogidas por Felipe II, que componen el segundo grupo de elogiadas, son dieciocho: entre ellas encontramos mujeres pertenecientes a poderosas familias castellanas, aragonesas, portuguesas y austríacas, que representan fundamentalmente los ámbitos del poder político, diplomático y militar de la Monarquía Católica hacia finales del año 1580. Entre las castellanas encontramos, por ejemplo, a los Manrique de Lara, de las ramas de los marqueses de Aguilar de Campoo, de los duques de Medina de Rioseco y de los condes de Paredes de Nava2, y a la poderosa y ascendente familia de los Fernández de Cabrera y Bobadilla, condes de Chinchón3. Entre las familias aragonesas encontramos a los Bolea: Beatriz Bolea era hija del vicecanciller de la Doña Ana Manrique de Lara, condesa de Salinas por matrimonio, era hija de Juan Manrique de Lara, del Consejo de Estado, virrey de Cataluña, que murió en 1570 (véase Dadson, Trevor J., Libros, lectores y lecturas. Estudios sobre bibliotecas particulares españolas del Siglo de Oro, Madrid, Arco Libros, 1998, pp. 242-255). Doña Juana Manrique fue hija del conde de Paredes. Estaba casada con el hermano del duque de Medina de Rioseco (véase García Carraffa, Alberto y Arturo, Enciclopedia heráldica y genealógica hispano-americana, Madrid, Impr. de A. Marzo, 1919-1963, XXXI, p. 54). Doña Francisca de Rojas, hija de los marqueses de Denia, había sido esposa de don Antonio Manrique de Lara, conde de Paredes de Nava. Ella, la condesa de Barajas, y su esposo, el conde don Francisco Zapata de Cisneros, fueron los encargados de cuidar y acompañar al príncipe y a las infantas desde Badajoz de vuelta a Madrid tras la muerte de su madre, la reina Ana, el 26 de octubre de 1580 (véanse Cabrera de Córdoba, Luis, Historia de Felipe II, rey de España, ed. de José Martínez Millán y Carlos Javier de Carlos Morales, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1998, II, pp. 950-951, y Bouza Álvarez, Fernando, Cartas de Felipe II a sus hijas, Madrid, Akal, 1998, p. 49). La camarera mayor de la reina era la persona encargada de procurar, representar y regir el servicio doméstico palaciego de la reina. Ella era la única persona que podía acercarse a la soberana cuando ésta necesitaba algún tipo de asistencia personal, como por ejemplo ajustarse el vestido o retocarse la falda, y la única que tenía autoridad para mandar y censurar a las damas en presencia de la reina. También tenía un lugar preferente junto a ella en todo acto palatino al que asistiese (véase Válgoma y Díaz Várela, Dalmiro de la, Norma y ceremonia de las reinas de la Casa de Austria, Madrid, 1958, pp. 33 y ss.). José Martínez Millán («La corte de Felipe II: la casa de la reina Ana», en Ribot García, Luis A, ed., La monarquía de Felipe II a debate, Madrid, Sociedad Estatal, 2000, pp. 175 y ss.) recoge en su artículo una nómina de la casa real de Ana de Austria que representa un momento algo anterior al que se refleja en nuestro poema, pues la condesa de Paredes aún no es la camarera mayor de la reina. Doña Mencía de la Cerda y Bobadilla era hija de don Pedro Fernández de Cabrera y Bobadilla, que fue II conde de Chinchón, del Consejo de Estado y mayordomo mayor de Felipe II, y de su esposa doña Mencía de Mendoza y de la Cerda, hija de los condes de Mélito, don Diego Hurtado de Mendoza y doña Ana de la Cerda. Doña Mencía también era hermana de don Diego Fernández de Cabrera y Bobadilla, III conde de Chinchón desde 1576, personaje de gran transcendencia política en las décadas de 1580 y 1590. Doña Mencía fue dama de la reina doña Ana, y se casó con don Fernando Cortés, III Marqués del Valle de Guaxaca, nieto del famoso conquis-

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Corona de Aragón y presidente del Consejo de Aragón4. Entre las portuguesas tenemos a los Manuel: doña María Manuel era dama de la reina Ana5. Y, finalmente, entre las familias austríacas encontramos a Ana e Hipólita Dietrichstein, dama y menina de la reina Ana, respectivamente, dos de las hijas del embajador de la rama alemana de la Casa de Austria en España, Adam Dietrichstein, fiel servidor de esta Casa6. Por último pasamos al tercer y más interesante grupo de damas elogiadas, que suman un total de setenta y cuatro: La lista de damas de familias de Castilla y Aragón aliadas a Felipe II está encabezada por la V Duquesa del Infantado, doña Luisa Enríquez de Cabrera, y seguida por su hija, sus cuñadas y otras damas de la misma familia Mendoza y de las familias que entroncaron con esta poderosa estirpe. Completa el cuadro de damas una selección de familias de la aristocracia española que representan la cúpula de poder de la corte de Felipe de España. El hecho de que la duquesa del Infantado esté a la cabeza de esta lista se explica por la circunstancia de que el autor del poema, Luis Gálvez de Montalvo, era criado gentilhombre al servicio de esta casa7.

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tador Hernán Cortés (véanse García Carraffa, op. cit., XVII, p. 171 y Fernández Conti, Santiago, «La nobleza cortesana: Don Diego de Cabrera y Bobadilla, III Conde de Chinchón», en Martínez Millán, José, ed., La corte de Felipe II, Madrid, Alianza Editorial, 1994, pp. 229-270). Doña Beatriz de Bolea era hija de don Bernardo de Bolea, presidente del Consejo de Aragón entre 1562 y 1581 al ser nombrado vicecanciller de la Corona de Aragón por Felipe II. Doña Beatriz de Bolea contrajo matrimonio en 1583 con don Pedro de Velasco Osorio, Señor de Coscorita, Silanes, Saldaña y Saldañuela, que era hijo de don Pedro de Velasco y su esposa doña María de Rojas (véase Riba y García, Carlos, El Consejo Supremo de Aragón en el reinado de Felipe II. Estudio y transcripción de los documentos originales e inéditos de este consejo, existentes en el Museo británico, Valencia, Tip. Moderna, 1914, p. XXXIV). Véase Bouza Álvarez, Fernando, op. cit., p. 90. Ana e Hipólita Diatristán, castellanización del apellido alemán, eran hermanas e hijas del barón Adam de Dietrichstein y de su esposa doña Margarita de Cardona, hija de don Antonio Cardona, virrey de Cerdeña, y de su mujer María de Requesens, de la alta nobleza aragonesa. Adam y Margarita tuvieron cuatro hijas: Ana, María, Hipólita y Beatriz. Ana se casó en Viena en 1572 con el conde de Villanueva (Antonio de Fonseca). María fue dama de la reina Ana de Austria y se casó con el conde de Galve, Baltasar de la Cerda, pero éste murió en 1578 —con lo cual estaba viuda en 1580—. Volvió a casarse en 1585 con don Juan de Borja, marqués de Navarras, comendador mayor de Montesa y futuro mayordomo mayor de la emperatriz María. Hipólita contrajo matrimonio con don Alvaro Fernández de Córdoba y Aragón, y Beatriz con el marqués de Mondéjar. Ana e Hipólita eran damas de honor de las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. Adam de Dietrichstein murió en el castillo de Mikulov el 5 de enero de 1590 en presencia de su esposa, su hijo Maximiliano, su segunda hija, y dos sacerdotes jesuítas (véase Edelmayer, Fiedrich, «Honor y dinero. Adam Dietrichstein al servicio de la Casa de Austria», Studia Histórica, XI (1993), pp. 89-116). El poeta nos presenta una nobleza hispánica coronada por la Casa del Infantado, cabeza del linaje Mendoza. Sin embargo, como se sabe, ni el IV ni el V duque partí-

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En el contexto de la obra pastoril en que se inserta este canto, la acción discurre de la siguiente forma: el mago y nigromántico Erión, un sabio personaje conocedor de los secretos de la filosofía oculta, muestra a tres de los pastores las grandezas de su inverosímil morada: Entró con los tres por los secretos de su cueva, que para no la agraviar era de realísima fábrica, pero toda debajo de tierra con anchas lumbres que en vivas peñas se abrían a una parte del risco donde jamás humano pie llegaba. Entre esos tres pastores se encuentra Mendino, bajo cuyo rústico disfraz se esconde don Enrique de Mendoza y Aragón, hermano del V Duque del Infantado y protector de nuestro autor8. Al salir de esta cueva llegan a un precioso jardín flanqueado por una lonja, en cuya cabecera se levanta un altar presidido por la diosa Fama, y al lado de este altar se ven «muchos retratos de damas de excesiva gracia y hermosura». Entonces Erión sienta a los pastores frente a estos retratos y comienza a describirlos en su canto. Desde el punto de vista de la historia de la literatura, el poema tiene interés principalmente para precisar el momento en que el poeta terminó de componer su novela pastoril, pero también como evidencia del tiempo que pasó componiéndola —al menos algunas de sus partes—, y quizás incluso de alguna de las motivaciones que tuvo nuestro autor al querer dar a esta obra un claro tono biográfico. Desde el punto de vista histórico el poema interesa por el elocuente retrato que hace de los poderes políticos y socioeconómicos establecidos por la clase aristocrática en la corte de Felipe II de España. Ambos factores, el histórico y el literario, están íntimamente relacionados. En el breve espacio que tenemos vamos a resaltar sucintamente las ideas fundamentales que apuntamos.

ciparon en las, pugnas por el poder político entre los nobles. Nada sacó en beneficio personal don Migo por acompañar al rey a Inglaterra en su boda con María Tudor, ni por celebrar los desposorios de Felipe con Isabel de Valois en Guadalajara. «Ni él ni su nieto pasaron nunca de la segunda escena política, mientras que otros miembros de su parentela, como los marqueses de Mondéjar y condes de Mélito, sí intervinieron con asiduidad en las luchas por el poder y desempeñaron cargos de relieve, dentro y fuera de la península Ibérica» (véase Carrasco Martínez, Adolfo, «Los hombres del rey: letrados, nobles y eclesiásticos al servicio de Felipe II», en Felipe II: un monarca y su época. Las tierras y los hombres del rey, Valladolid, Sociedad Estatal, 1998, p. 68). El sistema de mecenazgo de las artes y las letras, que convierte a los artistas en servidores de sus patronos, parece ser la razón por la que los pintores, poetas y humanistas presentan a sus señores en núcleos de grandeza. Véase Mayans, Antonio, «Introducción» en su edición de Luis Gálvez de Montalvo, El pastor de Fílida, Valencia, 1792.

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La función de este panegírico está probablemente muy relacionada con los sucesos cortesanos en los que participaba la nobleza, y presumiblemente también nuestro poeta. Fiestas, juegos y torneos, bautizos, bodas, etc. eran los puntos de encuentro social de las clases privilegiadas9. El acontecimiento fundamental que está en el fondo histórico de nuestro poema es la incorporación del reino de Portugal a la corona española. Pero también otros acontecimientos, tales como la muerte de Escobedo y la de don Juan de Austria en 1578, el destierro del duque de Alba en 1579 y las prisiones del secretario de estado Antonio Pérez y de la princesa de Éboli el 28 de julio de 1579, están sigilosamente reflejados en nuestro poema. Como se sabe, el rey Sebastián de Portugal, sobrino de Felipe II, había muerto el 4 de agosto de 1578 en la batalla de Alcazarquivir, al norte de África. El cardenal-infante don Enrique, tío abuelo de don Sebastián, subió al trono portugués el 27 de agosto de ese mismo año, cuando tenía 66 años. Su avanzada edad planteó enseguida el problema de la sucesión. Felipe II, como hijo de la emperatriz Isabel, hija mayor del rey de Portugal don Manuel I, reclamó este reino en herencia. Sus principales competidores fueron doña Catalina, duquesa de Braganza por matrimonio e hija del Infante don Duarte, también hijo de don Manuel I, y el prior de Crato, don Antonio, hijo del Infante don Luis, quien a su vez era hijo de don Manuel I. El cardenal don Enrique, que se inclinaba en su sucesión por los duques de Braganza, murió el 31 de enero de 1580, y entonces Felipe II trasladó la corte a Badajoz mientras resolvía la cuestión de Portugal. El duque de Osuna, don Pedro Girón de La Cueva, embajador de España en Portugal, y el portugués don Cristóbal de Moura fueron los representantes de la diplomacia filipina. El anciano duque de Alba, don Fernando, fue llamado de su destierro en Uceda para dirigir las operaciones militares por tierra. El

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En la década de los setenta se cuentan como acontecimientos cortesanos relevantes, en primer lugar, la boda de Felipe II con su sobrina, Ana de Austria, celebrada en Segovia en 1570. En diciembre de 1571 nace el infante don Fernando, primer hijo del matrimonio y heredero hasta su temprana muerte en 1577. Para conmemorar su nacimiento se realizaron las habituales fiestas cortesanas. Los padrinos fueron la princesa doña Juana y el príncipe Wenceslao; el protocolo tuvo el rigor acostumbrado: los títulos más importantes portaron al príncipe (el duque de Béjar) y a otros grandes las insignias del bautismo: la fuente con una toalla (el duque de Osuna), el jarro con otra (el duque de Sessa), el salero (el duque de Nájera), la fuente con la vela (el conde de Benavente) y el capillo en una fuente y el mazapán en otra (el duque del Infantado). Con este motivo se celebraron justas, un torneo en el patio del palacio y juegos de cañas. El protocolo y el boato cortesano volvieron a aparecer en 1573 cuando el infante don Fernando fue jurado Príncipe por los reinos de Castilla en la iglesia de San Jerónimo de Madrid (véase Checa Cremades, Fernando, Felipe II: mecenas de las artes, Madrid, Nerea, 1997, pp. 191-193).

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Marqués de Santa Cruz lo haría por mar10 (Fernández Álvarez, 1998). Y para completar el apoyo, en su Historia de Felipe II Luis Cabrera de Córdoba11 menciona los siguientes nombres: En este tiempo ya había días que tenían rodeado el reino muchos señores de Castilla, Galicia, Extremadura y Andalucía con gente de guerra de sus estados para impedir la entrada y salida a cualquiera portugués o extranjero, comenzando por Galicia don Pedro de Castro, conde de Lemos, y don Gaspar de Fonseca, conde de Monterrey. Contra la comarca que llaman de Allá de los Montes, don Juan Pimentel, conde de Benavente, y don Diego Enríquez de Toledo, conde de Alba de Aliste, desde Zamora contra Miranda de Duero. En Extremadura, por Alburquerque, villa frontera, don Beltrán de la Cueva, duque, su señor, y don Hernando Enríquez, marqués de Villanueva del Río. Contra la Vera de Portugal, don Juan Pacheco, marqués de Cerralbo; en el Algarbe don Francisco de Zúñiga, duque de Béjar, por su marquesado de Gibraleón, y don Alonso de Guzmán, duque de Medinasidonia. Las esposas y/o las hijas de estas familias son alabadas en el «Canto de Erión». La novela pastoril El pastor de Fttida comienza haciendo alusión a un momento histórico de hegemonía de la nobleza castellana, al que se alude con la mención de la llegada de Mendino, oriundo de Henares, a la ribera del Tajo12. Creemos que este momento histórico no puede ser anterior a la vuelta del duque de Alba a España en diciembre de 1573 tras el fracaso de su política en Flandes y el papel secundario que tuvo en la corte desde entonces hasta su participación en la anexión de Portugal13.

10 Fernández Álvarez, Manuel, Felipe II y su tiempo, Madrid, Espasa Calpe, 1998. 11 Véase Cabrera de Córdoba, Luis, Historia de Felipe II, Madrid, 1619, II, p. 937. 12 La obra comienza con estas palabras: «Cuando de más apuestos y lucidos pastores florecía el Tajo, morada antigua de las sagradas musas, vino a su celebrada ribera el caudaloso Mendino, nieto del gran rabadán Mendiano, con cuya llegada el claro río ensoberbeció sus corrientes, los altos montes de luz y gloria se vistieron, el fértil campo renovó su casi perdida hermosura; pues los pastores de él, incitados de aquella sobrenatural virtud, de manera siguieron sus pisadas que, invidioso Ebro, confuso Tormes, Pisuerga y Guadalquivir admirados, inclinaron sus cabezas, y las hinchadas urnas manaron con un silencio admirable. Sólo el felice Tajo resonaba, y lo mejor de su son era Mendino, cuya ausencia sintió de suerte Henares, su nativo río, que con sus ojos acrecentó tributo a las arenas de oro». 13 Véanse Maltby, William S., Alba. A Biography of Fernando Álvarez de Toledo, Tird Duke ofAlba (1507-1582), Berkeley, University of California Press, 1983 y Kamen, Henry, Felipe de España, Madrid, Siglo XXI, 1997.

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La mención aquí a estos ríos unidos a sus epítetos —feliz Tajo, envidioso Ebro, confuso Tormes, y admirados Pisuerga y Guadalquivir parece que hace clara alusión a algunas familias de la alta nobleza española. El «feliz» Tajo se erige triunfante sobre todos los demás ríos. En su cuenca se encuentran los ducados del Infantado y de Pastrana (el príncipe de Éboli fue su primer duque), además de la emblemática ciudad de Toledo, que, aunque había perdido la capitalidad en 1561, aún era sede de residencia de muchos nobles, y la segunda ciudad más poblada del reino14. Entre esos nobles se cuenta el señor de nuestro poema, don Enrique. Don Enrique de Mendoza y Mendoza de Aragón, cuya personalidad se oculta bajo el nombre de Mendino en la obra, fue hijo de don Diego Hurtado de Mendoza, Conde de Saldaña, Marqués del Cañete, primogénito de don íñigo López de Mendoza y doña Isabel de Aragón, Cuartos Duques del Infantado. Don Diego murió en Toledo en 1560 como consecuencia de una caída de caballo en unas fiestas que allí se celebraron tras el matrimonio de Felipe II e Isabel de Valois, acontecido en Guadalajara en la casa ducal del Infantado. Sucedió en la Casa, como V Duque del Infantado, el primogénito de don Diego, llamado como su abuelo: don íñigo López de Mendoza. Don Enrique se crió en Guadalajara en la casa de sus abuelos tras la muerte de su padre, razón por la que el texto dice que el Henares es su río nativo; después tuvo su residencia en Toledo por algún tiempo15. El río Ebro, emblemático del reino de Aragón, aparece en segundo lugar. Ignoramos las razones del epíteto «envidioso», aunque pudiera referirse al antiguo pleito del condado de Ribagorza16. Aparece en tercer lugar el río Tormes, que escon14 Véase Martz, Linda y Porres Martín-Cleto, Julio, Toledo y los toledanos en 1561, Toledo, Diputación Provincial, 1974. 15 Véase Layna Serrano, Francisco, Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos xv y xvi, Madrid, CSIC, 1942. 16 La envidia del Ebro puede que sea un eco del contencioso que el duque de Villahermosa sostenía con la Corona por el condado de Ribagorza. Don Martín de Gurrea y Aragón, padre de don Fernando de Guinea y Aragón, duque de Villahermosa, ya había recibido sentencia contraria a sus pretensiones en 1554 en tiempos de Carlos V: la justicia dictaminó que el feudo había fenecido y que el territorio del condado pertenecía a la Corona. Sin embargo, don Martín no desistió y ganó en última instancia el pleito ante los tribunales de justicia; pero a su muerte, en 1581, su hijo don Feriando no contó con suficiente apoyo para tomar posesión de estos territorios. La enemistad familiar del conde de Chinchón con Villahermosa agravaría la tensión entre el rey y Aragón. Don Juan de Guinea y Aragón, conde de Ribagorza y hermano mayor de don Fernando, había sido ahorcado en la plaza pública de Torrejón de Velasco (señorío de los Puñoenrostro), acusado del pecado de sodomía con sus criados. Este don Juan había matado a su mujer, doña Luisa Pacheco, hija de los marqueses de Villena, al descubrir sus relaciones íntimas (adulterio) con el caballero to-

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de sin duda la Casa de Alba. El epíteto «confuso» debe referirse a algún momento posterior a la pérdida de poder del duque de Alba y de sus partidarios en favor del partido «ebolista», que, como dijimos, no podría ser anterior a 1573. Finalmente encontramos al Pisuerga, que parece aludir entre otras a las rancias familias de los Manrique de Lara y de los Enríquez Girón, y al Guadalquivir, que puede aludir entre otros a los Fernández de Córdoba y Medina-Sidonia, «admirados» de la grandeza y el creciente poder de la nobleza del centro peninsular (quizá sutil admiración del triunfo ebolista). Encontramos mención de las damas de todas estas familias en el «Canto de Erión». La acción del argumento de la novela transcurre aproximadamente en un tiempo de seis años; la última de las «piezas» de esta novela que compuso el autor, Luis Gálvez de Montalvo, es sin duda nuestro poema. Podríamos precisar la fecha en que Montalvo finalizó la composición de la obra y la entregó al Consejo Real para su aprobación y censura entre los últimos días del mes de octubre de 1580 y los primeros del mes de junio del año siguiente, por las razones que expondremos a continuación. En enero de 1580, como dijimos, Felipe II trasladó la corte a Badajoz por la cuestión de Portugal. Unas fiebres atacaron primero al rey (quien, temeroso de morir, dictaría testamento), y después a la reina17. La reina Ana de Austria, cuarta esposa de Felipe II, que aparece mencionada como difunta en el poema, murió en Badajoz el 26 de octubre de 1580. La ceremonia de juramento de fidelidad de los nobles ledano don Pedro de Silva. Tras el crimen huyó a Italia, donde fue apresado por los agentes del rey y, posteriormente, conducido a Castilla para su juicio y ejecución. La hermana de doña Luisa, doña Inés Pacheco —alabada en este canto— era hermana de doña Luisa y mujer del Conde de Chinchón, personaje de influencia decisiva con Felipe II; ésta llevaría a cabo su venganza, aireando las acusaciones de homosexualidad que disculparían los amores de su hermana y clamando justicia por el crimen. Don Francisco de Gurrea y Aragón, conde de Luna y hermano de los anteriores, defendió generosamente a su hermano, reconociendo sus defectos, que venían de la poca entereza de su carácter; con este fin preparó los Comentarios, que al fin no publicó (véase Marañón, Gregorio, Antonio Pérez (el hombre, el drama, la época), Madrid, Espasa-Calpe, 1998, pp. 158-162). Las damas de estas familias de la nobleza aragonesa no están mencionadas en el canto. 17 Erasmo Buceta lo refiere de esta manera: «En 1580 hubo una especie de epidemia de gripe y Felipe, que estaba en Badajoz, enfermó gravemente e hizo testamento ante Mateo Vázquez 'y no dexó a la Reina por Gobernadora'. Ella protestó al enterarse. 'Hacía el Rey cargo gravísimo al secretario Vázquez de la revelación de tan gran secreto, y su inocencia, apretada y favorecida de la fuerza de la verdad, supo inquirir y pudo averiguar... había sido el delator don Antonio de Padilla, presidente de Ordenes, que llevó su Majestad por gran letrado y sabio ministro para aquella expedición. Convirtió contra él la justa indignación, y la reprehensión y amenaza le pusieron brevemente en el sepulcro' (véase Cabrera de Córdoba, Luis, op. cit. (nota 11) II, p. 948). Luego se provisto el elevado cargo en don Francisco Zapata de Cisneros,

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portugueses tendría lugar en la ciudad portuguesa de Thomar el 16 de abril de 1581. Por otra parte, la censura que aparece en la edición de Madrid de 1590 y luego en las siguientes, que debió de ocupar el folio A2 del primer cuadernillo de la edición príncipe de Madrid de 1582, hoy perdido junto con la portada, está firmada por el poeta Pedro Laínez y fechada en Madrid a dos de junio de 1581. Éstas son las fechas a quo del momento en que Gálvez de Montalvo termina la composición del «Canto de Erión», y también, podemos añadir, lo son de su novela pastoril18. Pero, además, también podemos hacer una especulación poco común: que antes de septiembre de 1580 Montalvo ya habría iniciado el poema. En 1567 el Príncipe de Éboli había llegado a un acuerdo de matrimonio

I Conde de Barajas, mayordomo mayor que había sido de la reina Ana» (véase Buceta, Erasmo, Relación de la junta convocado por Felipe II el 24 de febrero de 1579 para tratar de su pretensión a la corona de Portugal, Madrid, Tipografía de Archivos, 1931, p. 7, n. 3). Las hijas de don Francisco están alabadas en este canto. 18 La hermana de Felipe II, la emperatriz María de Austria, que se había casado con el emperador Maximiliano II de Austria, fallecido en 1576, llegó al convento de las Descalzas Reales de Santa Clara, en Madrid, en marzo de 1582, después de haber pasado por Guadalajara el día 20 de febrero del mismo año (véase Cefial Llórente, Rafael, «Viaje de la emperatriz María de Austria a España con estancia prolongada en las Descalzas Reales», Reales Sitios, 75 (1983), pp. 49-56). Algunos historiadores, no obstante, señalan que la emperatriz llegó a España en marzo de 1581. La historia de la imprecisión de este dato es un ejemplo típico de las dificultades que hemos encontrado en una investigación de esta naturaleza. Luis Cabrera de Córdoba relata en su Historia que al conocer la muerte de su hija Ana, la emperatriz «escribió al rey, su hermano, pidiéndole que dispusiese el viaje y cumplimiento de su buen deseo [de venir a reunirse con sus nietos y sobrinos]» (véase op. cit. (nota 11), p. 955), pero no precisa la fecha. Los historiadores contemporáneos no ofrecen una fecha definitiva: Fernández Álvarez (véase op. cit. (nota 10), p. 868) dice que llegó a Madrid en marzo de 1582, pero Fernando Bouza dice que fue en 1581 (véase op. cit., p. 59, n. 96), y así mismo en el catálogo se dice: «planificó su regreso a España, hecho que tuvo lugar en 1581» ("véase op. cit. (nota 2), p. 203). La confusión está tan arraigada que hasta hemos encontrado bibliografía en que se mencionan distintas fechas en el mismo trabajo. Annemarie Jordán cita en su articulo a un autor que, en 1941, dice: «su regreso [de María] a España, que se produjo en 1582» (véase Jordán, Annemarie, «Las dos águilas del emperador Carlos V. Las colecciones y el mecenazgo de Juana y María de Austria en la corte de Felipe II», en Ribot García, Luis A., ed., La monarquía de Felipe II a debate, cit., p. 444); pero más adelante la autora dice: «En 1580 María regresó a España. Vivió primero con Felipe II, y con su hijo predilecto, el Archiduque Alberto, durante aproximadamente dos años; después de anexionarse la corona portuguesa, vivió en Lisboa en el palacio real, la antigua residencia de Catalina de Austria» (véase art. cit., p. 463). La precisión de esta fecha es importante para nuestro propósito, pues hubiera podido reducir unos meses esta brecha de tiempo en que el autor terminó de componer el poema, ya que Gálvez de Montalvo hubiera añadido a María de Austria a la lista de damas de la familia real de haber sabido de la presencia en la corte de la emperatriz viuda.

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para casar a su hijo Rodrigo, que había nacido en 1562 y sería el futuro II Duque de Pastrana, con Luisa de Cárdenas, la hija mayor de don Bernardino de Cárdenas, señor de Colmenar de Oreja y Ocaña, estados que colindaban con los terrenos de Éboli en la Alcarria. El matrimonio convenía a las dos Casas, pues ambos estados eran ricos y Éboli ya había ganado solidez nobiliaria gracias al matrimonio de su hija Ana con el duque de Medina-Sidonia. Pero cuando don Bernardino murió en la batalla de Lepante en 1571, su viuda Inés de Zúñiga cambió de opinión y quiso casarla con el cuarto de los hijos de Éboli, de nombre Ruy Gómez, nacido en 1566. Los Éboli aceptaron, pero la muerte del Príncipe de Éboli en julio de 1573 volvió a cambiar la situación. Como no se habían celebrado las palabras de presente por ser los novios muy jóvenes, la Princesa de Éboli sustituyó a Ruy Gómez por su hermano Diego, nacido en 1564. Las capitulaciones de matrimonio entre su hijo Diego, duque de Francavila por herencia de su abuelo, y Luisa de Cárdenas se hicieron el 17 de junio de 1577. El matrimonio duró 3 años y 3 meses, antes de que la pareja se separara y la dama pidiera la anulación19, con lo que llegamos a la fecha de septiembre de 1580. En el poema doña Luisa está citada como duquesa de Francavila, y no como condesa de Aguilar —título que adquirió tras sus segundas nupcias en 1590—, lo cual parece evidenciar que Gálvez de Montalvo ya había iniciado el poema antes de septiembre de 1580, fecha de la separación, y había previsto encajarlo en su libro. Luisa de Cárdenas y su madre, Inés de Zúñiga, así como la hija de los príncipes de Éboli, Ana de Silva y Mendoza, duquesa de Medina-Sidonia, están elogiadas en el canto. Las ausencias pueden ser tan elocuentes como las presencias. Entre las ausencias más significativas que hemos notado destacan la de la duquesa de Alba y la de la princesa de Éboli. Doña María Enríquez de Guzmán, esposa de don Fernando Álvarez de Toledo, III Duque de Alba, se casó en 1529 y murió en 1583, pero no está mencionada en el canto. Sus nueras, María y Brianda, sin embargo, sí lo están. Aunque no podemos asegurarlo, pues nos ha sido imposible conocer la edad de cada una de las damas mencionadas en este canto, creemos que la razón de su exclusión podría ser la edad de la misma20. Así parece declararlo el propio

19 Véase Dadson, Trevor J., op. cit. (nota 2), p. 149. 20 Cf. Maltby, William S., op. cit. (nota 13). La investigación genealógica de la España del siglo xvi aún presenta enormes dificultades. Las monografías de las grandes familias son todavía escasas, y la información presentada en las colecciones enciclopédicas y en la bibliografía secundaria en general es imprecisa e incompleta. Los datos que encontramos en ellas son con demasiada frecuencia contradictorios, tanto en cuanto a los nombres dinásticos como a las fechas de nacimiento, matrimonio y defunción: con fre-

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autor al introducir su poema diciendo que en él se presentan «retratos de damas de excesiva gracia y hermosura». En la tercera parte del poema —dedicada a las familias aliadas de la monarquía—, no se citan damas monjas, solteras ni viudas, sino aquéllas que simbolizan la cabeza femenina de un estado. Pero, además, hasta donde podemos afirmarlo, tampoco se citan damas de avanzada edad. El poeta ha elegido a las hijas y nueras, y no a las esposas, para elogiar a una familia. De esta manera, también faltan, por ejemplo, las condesas de Barajas, Portalegre y Benavente, las marquesas de Berlanga, Almazán y Aguilar de Campoo, y las duquesas de Medinaceli y Alcalá. Es de destacar la ausencia de damas relacionadas con personajes de la alta nobleza que desempeñaron cargos entre octubre de 1580 y junio de 1581 en Flandes, Italia, las colonias americanas o la corte de Portugal. Este último dato nos hace sospechar que Gálvez de Montalvo pudo tener concluido el poema antes de que Felipe II fuera jurado rey de Portugal el 16 de abril de 1581. La Princesa de Éboli, en cambio, doña Ana de Mendoza y de la Cerda, está ausente de este canto por otra razón: por caer en desgracia con el rey a consecuencia del asunto del secretario Antonio Pérez. Doña Ana fue encarcelada primero en el castillo de Pinto, en julio de 1579, y luego, desde febrero de 1580, en el castillo de Santorcaz hasta su destierro final en Pastrana en 1581. En esos años los hijos de la princesa encarcelada, Rodrigo, II duque de Pastrana, que tenía 18 años, y su hermano Diego sufrieron las consecuencias del disfavor real. El duque de Medina-Sidonia, casado con la hija mayor de la princesa (que sí está incluida en el canto) y por tanto cuñado de Rodrigo y Diego y yerno de doña Ana, intercedió por ella ante el rey hasta conseguir que saliera de la prisión de Santorcaz para recluirse en su palacio de Pastrana21. En conclusión, por el estudio de este poema sabemos, primero, que el «Canto de Erión» es la última parte que compuso Gálvez Montalvo de su novela pastoril El pastor de Fílida, así como las fechas precisas del intervalo a quo de finalización de la misma. En segundo lugar, parece haber una cierta correlación entre las familias elogiadas en el poema, las personas reales ocultas bajo el disfraz pastoril y los protagonistas de la vida socio-política y cortesana del lustro anterior a la publicación de la obra. Los Mendoza aparecen a la cabeza de la noble-

cuencia distintas fuentes ofrecen diferentes nombres y fechas al referirse a las mismas personas y sucesos. A todo ello añadiremos la confusión que nos produce en ocasiones la falta de acuerdo entre nuestro poeta y los genealogistas consultados acerca de algunos nombres y títulos que no coinciden. 21 Véase Boyden, James M., The Courtier and the King: Ruy Gómez de Silva, Philip II, and the court ofSpain, Berkeley, University of California Press, 1995.

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za, posiblemente por razones de mecenazgo, pero seguramente ello también refleja cierto protagonismo de este linaje en la vida de la corte. Las familias que asistían a las celebraciones de la casa real, así como las que participaron en los eventos históricos más destacados del momento en favor de Felipe II también están elogiadas en el canto. Finalmente, por las ausencias podemos inducir la caída socio-política de algunas familias e incluso la probable ideología partidista del mismo poeta.

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