EL COMIENZO DE TODAS LAS LITERATURAS CULTAS ES FOLCLORE TRADUCIDO

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ES COMIENZO FINAL
TUTORES LABORALES FCT CURSO 2010-2011 ESPECIALIDAD Adm. De Sist. Informaticos Adm. De Sist. Informaticos Adm. De Sist. Informaticos Adm. De Sist. Inf

Story Transcript

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“EL COMIENZO DE TODAS LAS LITERATURAS CULTAS ES FOLCLORE TRADUCIDO”

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É

rase una vez, cuando los pájaros aún no volaban, unas

personas mayores que explicaban cuentos a los pequeños. Y, escuchando con los ojos abiertos y las orejas tiesas, aprendían qué es la vida. Vino la televisión, vino la técnica y las horas extras... Y los niños empezaron a molestar en su casa. Y los padres compraban televisores para tenerlos callados y ocupados. Y se empezó a interrumpir un diálogo generacional muy enriquecedor. Hoy en día ya nadie explica cuentos. Sólo algún nostálgico y cuatro educadores tozudos con lo del folclore y la cultura popular. Y los cuentos empiezan a ser ya una pieza de anticuario. Y aquí termina esta historia. Pero empieza otra: la de posibilidades que tienen los cuentos. Empecemos.

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¡QUÉ ME CUENTAS!

Déjame que te cuente algo que seguramente tú ya sabes, pero que resulta importante para entender mejor los cuentos. Como te habrán explicado en las clases de Literatura, el cuento es un subgénero de la narrativa literaria y se caracteriza por su brevedad, por la rapidez en el planteamiento y desarrollo de la acción y por el escaso número de personajes. En sus orígenes estos relatos, además de entretener, pretendían enseñar determinadas conductas. Solían agruparse en recopilaciones: conjuntos de cuentos enlazados por los asuntos, los personajes... Las mil y una noches es la más famosa colección de cuentos en árabe. En los cuentos de Scherezade, esta joven, bella y prudente, narra diversas historias: Hechos sobrenaturales, con genios, gigantes y duendes: Aladino y la lámpara maravillosa. Aventuras de caballeros y truhanes: Alí Babá y los cuarenta ladrones. Viajes maravillosos, como los de Simbad el marino. 2

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ÉRASE UNA VEZ... El cuento es una palabra que viene de muy lejos, afirma un sabio oriental. El escuchar y el contar son necesidades primarias del ser humano. La necesidad de contar también resulta del deseo de hacerlo, del deseo de divertirse a sí mismo y divertir a los demás a través de la invención, la fantasía, el terror y las historias fascinantes. La palabra cuento procede del término latino computare, que significa contar, calcular. Luego, por extensión, pasó a referir o contar el mayor número de circunstancias, es decir lo que ha sucedido o lo que pudo haber sucedido. Las culturas de todos los tiempos tuvieron deseos de contar sus vidas y experiencias, así como los adultos tuvieron la necesidad de transmitir su sabiduría a los más jóvenes para conservar sus tradiciones y su idioma, y para enseñarles a respetar las normas establecidas por su cultura ancestral. El origen del cuento se remonta a tiempos tan lejanos que resulta difícil indicar con precisión una fecha aproximada de cuándo alguien creó el primer cuento. Se sabe, sin embargo, que los más antiguos e importantes creadores de cuentos que hoy se conocen han sido los pueblos orientales. Desde allí se extendieron a todo el mundo, narrados de país en país y de boca en boca.

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...Y COMIERON PERDICES: PERSONAJES MÁS COMUNES DE LA LITERATURA INFANTIL Cada personaje se identifica con rasgos o valores que el narrador quiere destacar como representantes del bien o del mal, como ejemplo a imitar o a repudiar. He aquí algunos de esos personajes más comunes, y su posible interpretación: EL HADA: representa la magia “blanca”, los espíritus sobrenaturales femeninos, la madre protectora (hada madrina). El Hada protege al héroe (príncipe), a la niña inocente (“La Bella durmiente”), contra el poder destructor de la bruja o el mago. LA BRUJA: representa el poder del mal que ha de ser combatido y destruido, representa la parte mala de todo ser humano. EL OGRO: representa la maldad, la violencia . EL LOBO: simboliza el miedo a la noche, a la oscuridad. Es el animal salvaje que más veces aparece como villano en los cuentos (“Caperucita”, “Los tres cerditos”) LA MADRASTRA: representa la destrucción de la vida familiar, la pérdida de la seguridad que ampara al niño. Su intervención en el cuento siempre da lugar a la aparición de la heroicidad en el niño o la niña desamparado. LA PRINCESA: simboliza generalmente a la niña mimada, inútil y caprichosa que ha de ser protegida por el héroe.

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CÓMO EMPEZAR UN CUENTO Cada relato popular presenta unas estructuras fijas de entrada y salida que enmarcan el momento mágico de la narración. Así, los narradores incorporan algunas fórmulas de inicio como una manera de cambiar el mundo real por el fantástico que van a narrar. Las fórmulas más usuales, no las únicas, para empezar a contar son:

“Érase una vez” “Había una vez” “Esta era una vez” “En los tiempos de Mari Castaña” “En los tiempos en que las culebras andaban paradas” “Hace mucho tiempo” “Érase que era” “Cuando mi abuelo era joven”

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CÓMO ACABAR UN CUENTO Para terminar un cuento, seguro que habrás oído alguna de estas fórmulas de cierre: “Colorín, colorado, este cuento se ha acabado” “Y fueron felices para siempre” “Y fueron felices y comieron perdices” “Y si quieres asombrar a todos, no dejes de hablar por los codos” “El gallo cantó y mi cuento se acabó” “Pasó por un zapatito roto, para que mañana te cuente otro”

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LAS PALABRAS QUE NOS TRAJO EL VIENTO Como ya te dijimos antes, el cuento es una palabra que viene de muy lejos. Hemos querido hacer realidad esta máxima y os hemos traído, por escrito, cuentos que vienen de muy lejos. Lejos en el tiempo y lejos en el espacio. Y es que si queremos conocer algo, nos lo tienen que contar y, de todas las maneras posibles de explicar una cosa, la más bella es la que utiliza el lenguaje simbólico de la mitología popular.

Lo que viene a continuación es una pequeña recopilación de narraciones para pequeños y mayores. Historias de comunidades lejanas e incluso desconocidas para ser explicadas aquí y contadas o leídas. Con esta finalidad las hemos escogido. En la selección hemos intentado dar prioridad a la astucia por delante de la violencia, a los personajes humildes por delante de los poderosos, a la tenacidad por delante del prodigio. Confiamos plenamente en que vosotros sabréis qué hacer con ellas y cómo hacerlo. Sobre todo si, como nosotros, tenéis muchas ganas de integrar en nuestro patrimonio oral aquellas palabras que nos llegan de tan lejos, porque la palabra es una herramienta sencilla, que actúa como puente entre el tú y el yo, entre los otros y nosotros.

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EL GUSANO Y LOS ANIMALES SALVAJES Cuento masai Este cuento provoca muchas risas entre el pueblo masai. Debéis saber que los masai tienen la reputación de ser la tribu más valiente de África central. Altos y valientes recorren la sabana a buen paso, siempre directamente hacia sus objetivos, con su lanza y su escudo en la mano. Los habréis visto en alguna película, como por ejemplo Memorias de África. Tras sus largas caminatas, seguramente les apetece ridiculizar sus propias proezas con historias tan repletas de ironía como las de este gusano fanfarrón. Porque reír es una de las mejores virtudes humanas y, por tanto, una de las más entrañables cualidades del pueblo masai, que sabe usar una máscara animal para parodiar actitudes muy humanas.

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El gusano y los animales salvajes Cuento masai Érase una vez una liebre que salió de casa para ir de paseo. Aprovechando su ausencia, un gusano se coló en casa de la liebre. Cuando la liebre regresó y vio unas huellas en el suelo, desconfió y gritó: -¡Eh! ¿Quién se ha metido en mi casa? El gusano proclamó a gritos con la voz más potente que pudo: -¡Soy el gran guerrero, hijo del gigante que perdió los grilletes de los tobillos en la batalla de Kurtiale! ¡Yo tiro por los suelos al rinoceronte y hago del elefante caca de vaca! ¡Soy invencible! La liebre huyó a toda prisa, pensando: -¿Cómo voy a enfrentarme yo, que soy tan pequeñita, a un animalote que usa al rinoceronte de alfombra para limpiarse los pies de la caca de vaca en que ha convertido al elefante? Por el camino encontró al chacal y le pidió que fuera con ella a parlamentar con aquel tipejo que se había instalado en su casa. El chacal accedió y cuando llegaron a casa de la liebre, ladró con fuerza y preguntó: -¿Quién se ha metido en casa de mi amiga la liebre? El gusano respondió con un gran vozarrón: -¡Soy el gran guerrero, hijo del gigante que perdió los grilletes de los tobillos en la batalla de Kurtiale! ¡Yo tiro por los suelos al rinoceronte y convierto al elefante en caca de vaca! ¡ Soy invencible! Al oír estas palabras, el chacal dijo con las orejas gachas: -No tengo nada que hacer con un tipo así... -y se largó con el rabo entre las piernas. Entonces la liebre fue a buscar al leopardo, y le pidió que fuera a parlamentar con el gigante que tenía metido en casa. Al llegar a casa de la liebre, el leopardo rugió: -¿Quién se ha metido en casa de mi amiga la liebre? El gusano volvió a responder a gritos: -¡Soy el gran guerrero, hijo del gigante que perdió los grilletes de los tobillos en la batalla de Kurtiale! ¡Yo tiro por los suelos al rinoceronte y convierto al elefante en caca de vaca! ¡Soy invencible! El leopardo se asustó: -¡Si hace picadillo al rinoceronte y al elefante, imagínate qué hará conmigo! -y huyó muerto de miedo. Había que empezar de nuevo. Esta vez la liebre fue a pedir ayuda al rinoceronte. Cuando el rinoceronte llegó ante la

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casa de la liebre y preguntó quién estaba ahí adentro, oyó un vozarrón que decía: -¡Soy el gran guerrero, hijo del gigante que perdió los grilletes de los tobillos en la batalla de Kurtiale! ¡Yo tiro por los suelos al rinoceronte y convierto al elefante en caca de vaca! ¡Soy invencible! ¡Uy, lo que pensó el rinoceronte de verdad cuando oyó estas palabras! -¿Quéééé? ¿Dices que me puedes tirar por los suelos de un soplido? Ay, no, yo prefiero seguir vivito y coleando. Y puso pies en polvorosa. Y así fue como a la liebre no le quedó más remedio que ir a buscar al elefante y pedirle ayuda. El elefante la acompañó, preguntó quién estaba dentro de la casa, escuchó la respuesta y finalmente dijo que no tenía ni pizca de ganas de que le convirtieran en caca de vaca. ¡Pobre liebre! ¿Qué podía hacer? Ni siquiera los animales más fuertes y grandes de la selva se atrevían a echar a aquel huésped indeseable que se le había metido en casa...Lloraba y suspiraba por su desgracia, cuando pasó por allí una rana. La rana le preguntó por qué lloraba, y la liebre se lo contó todo. Entonces la rana se acercó al portal de la casa de la liebre y preguntó quién estaba dentro. Obtuvo la misma respuesta que los demás animales: -¡Soy el gran guerrero, hijo del gigante que perdió los grilletes de los tobillos en la batalla de Kurtiale! ¡Yo tiro por los suelos al rinoceronte y hago del elefante caca de vaca! ¡Soy invencible! Pero la rana, en vez de huir, se acercó más a la puerta y gritó: -¡Pues prepárate porque ahora vengo yo! ¡Puedo saltar como una catapulta y además tengo un aspecto monstruoso! Cuando el gusano lo oyó, se puso a temblar como una hoja. ¡A saber quién estaba en la entrada! ¡Y a saber si de un brinco saltaría sobre el tejado y lo dejaría hecho polvo! Prefirió asomar la nariz y confesar: -No soy más que un gusano... Todos los animales del lugar, que se habían acercado a la cabaña de la liebre para ver qué tipo de gigante gigantón gigantazo se había colado allí, y para saber cómo acababa todo, no pudieron evitarlo y soltaron la gran carcajada. Y mientras la liebre y la rana saltaban y bailaban de alegría, el chacal, el leopardo, el rinoceronte y el elefante querían morirse de vergüenza. ¡Mira que tener miedo de un gusanillo ridículo!

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EL GATO Y LOS RATONES Cuento tibetano Esta fábula de animales procede del Tíbet, que es una nación situada en lo más alto del mundo. La lengua tibetana proviene del sánscrito, y su patrimonio de narraciones tradicionales tiene fuertes influencias de la India. Los cuentos tibetanos tienen un carácter burlón e irónico, tanto los que narran peripecias humanas como las simples historias de animales.

A pesar de todo, en el cuento que os presentamos no hay nada que no pudiera haber ocurrido en la esquina de vuestra casa. No busquéis en él ningún rasgo exótico, porque no lo tiene. Solamente el profundo respeto por los ancianos, y la necesidad de proteger al pueblo de los ratones de cualquier calamidad provocada por el más fuerte, dejan entrever el origen tibetano de esta narración, porque los tibetanos siempre han recelado de la invasión de los más fuertes, como China, que actualmente, como el gato del cuento, ha tomado la decisión de devorarlos.

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El gato y los ratones .

Cuento tibetano Había una vez un caserón situado en la cima de la montaña más alta del mundo. En él vivía un gato que siempre tenía la panza llena, porque la casa estaba llena de rincones y recovecos que eran la madriguera de cientos de ratones. O sea que Don Gato cazaba y comía cada día a pedir de boca. Sin embargo, llegó un día en que el gato se hizo viejo. Le pesaba la barriga y no tenía las patas tan ágiles como antaño. ¡Pero seguía teniendo un hambre tremebunda! - ¿ Qué voy a hacer? -se preguntaba el gato, y discurría buscando la manera de comer ratones sin tener que cazarlos. ¡Y la encontró! En cuanto cazó un ratón, se lo puso ante los ojos y le dijo con voz zalamera: -No tengas miedo, no voy a comerte. Ya soy viejo, he reflexionado sobre mi vida y me he dado cuenta de que he hecho mucho daño al pueblo de los ratones. ¿Podrías avisarlos a todos y pedirles que se reúnan en la sala grande para que les pida perdón? El ratoncito, con tal de salvar la vida, se lo prometió y huyó, patas para qué os quiero, a avisar a todos sus amigos y compañeros del deseo de Don Gato. Cuando la tropa de ratones que vivía en el caserón oyó el mensaje, la mitad no podía creerlo: -¿Y si es mentira? -¿Y si es verdad? -replicaba la otra mitad. E intentaban convencer a los demás que valía más una posibilidad de paz entre ellos y el gato que ninguna. Con mucha prudencia se fueron reuniendo en la sala, muy cerca de las grietas y de los agujeros de salida, por si tenían que huir a toda prisa. Y llegó Don Gato, con el andar pausado de los ancianos, un aire arrepentido y la cabeza gacha, como corresponde a alguien que pide clemencia. Se sentó en su gran almohadón en el centro de la sala y dijo, haciendo mucho cuento: -Amigos ratones, me he hecho viejo, he revisado mi vida y de todas mis fecharías la que más me duele es haberos hecho tanto daño, persiguiéndoos y devorándoos sin

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contemplaciones. Os pido humildemente perdón. A partir de ahora no volveré a comerme ningún ratón... -¡Ooooh! -exclamaron los ratones entre grandes aplausos. -Pero... -prosiguió el gato-, me gustaría mucho que, para sellar este compromiso, cada día, al mediodía y por la noche, todos vosotros desfilaseis ante mí por esta sala para hacerme una reverencia. -¿Y por qué tendríamos que hacerla? -preguntó un ratón muy avispado que se llamaba Ambé. -Porque los libros antiguos dicen que una de las costumbres más hermosas de nuestro pueblo es la de ser agradecidos. Y si yo, contradiciendo a mi naturaleza, dejo de cazar ratones, vosotros bien podéis agradecérmelo con una reverencia. Esas reverencias irán al cielo y así, por cada reverencia, allá arriba se borrará una de mis fechorías. -¡Ah, es cierto! ¡Así lo dicen los libros antiguos! -exclamó otro ratón que se llamaba Rambé y que era muy sabio y muy amigo de Ambé. Y, puesto que los libros lo decían, acordaron hacerlo así. Aquella misma noche, los ratones se pusieron en fila y desfilaron delante de Don Gato que observaba complacido sus reverencias relamiéndose. Cuando el último ratón de la cola pasó por delante del gato... alargó la zarpa y, izas! se lo zampó de un bocado. Como era el último, nadie se dio cuenta. Y el gato se quedó muy satisfecho de su astucia por haber logrado comer sin preocuparse de cazar. Lo mismo se repitió desfile tras desfile, cada mediodía y cada noche, y Don Gato siempre tenía ratón para almorzar y para cenar. Los ratones parecían satisfechos de haber hecho las paces con su enemigo el gato. Todos menos el astuto Ambé y el sabio Rambé, que no lo veían muy claro. Decidieron mantenerse al acecho porque... ¿dónde se había visto un gato que no comiera ratones? No existe ningún libro en el mundo que no cuente que, desde el amanecer de los tiempos, los gatos se comen a las ratas, ¿verdad? Vigilando, vigilando, Rambé y Ambé se dieron cuenta de que cada día había menos ratones como ellos y desconfiaron. Desconfiaron de Don Gato. -¿Sabes qué vamos a hacer, Ambé? -¿Qué vamos a hacer, Rambé? -Esta noche te pondrás en el primer lugar de la fila y yo en el último. Yo no pararé de llamarte y tú, sobre todo, no dejes de responderme. ¿ Lo has entendido bien, Ambé? -Perfectamente, Rambé. ¡Soy muy listo!

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Y así fue como aquella noche Ambé se las apañó para ser el primero de la fila que iba a desfilar delante del gato haciendo reverencias mientras que Rambé se hizo el remolón para colocarse el último. Desde allí no paraba de gritar: -Ambé, ¿me oyes? -¡Sí, Rambé! ¿Cómo estás? -Muy bien. ¿Y tú, Ambé? -¡Yo también, Rambé! Y así no paraban de llamarse de un extremo a otro de la fila. El gato también oía aquella conversación que no paraba ni se cortaba y pensó que si devoraba a Rambé, el último ratón, el primero de la fila, Ambé, se daría cuenta, con lo que se descubriría su enredo y perdería para siempre la posibilidad de almorzar y cenar sin cazar. De modo que prefirió no echarle el guante a Rambé y se acostó sin cenar. «Mañana será otro día», pensó. Pero al día siguiente, a la hora de almorzar, Rambé y Ambé repitieron su estratagema. Y a la hora de cenar, también. -Ambé, ¿me oyes? -¡Sí, Rambé! ¿Cómo estás? -Yo muy bien. ¿Y tú, Ambé? -¡Yo también, Rambé! El gato traidor no sabía qué hacer. Se le removían las tripas y los ojos le centelleaban de rabia. Rambé pudo verlo al desfilar ante él para hacerle la gran reverencia. -¡Ay, Ambé! Ese gato está que muerde. No resistirá muchos desfiles más oyendo nuestros gritos. ¡Al final nos hará picadillo! -¡Ay, Rambé! ¿Qué podemos hacer? -Avisemos a los demás. Tenemos que salvar al pueblo de los ratones. ¡Tenemos que mantenemos unidos y estar al acecho! Aquella noche, Ambé y Rambé reunieron al pueblo ratonil y se lo contaron todo: su desconfianza, la estratagema que habían tramado y cómo había funcionado, pero también les avisaron de que aquello no iba a durar demasiado. Los ratones agradecieron mucho las palabras de Ambé y Rambé y se comprometieron a mantener los ojos bien abiertos en el próximo desfile, listos para echar a correr y escapar en cuanto Don Gato moviera uno solo de los pelos de su bigote. Al mediodía del día siguiente hubo un nuevo desfile con Ambé al principio y Rambé al final de la fila, llamándose uno a otro de aquella manera que ponía tan nervioso a Don Gato. Cuando el gato se dio cuenta de que aquel día tampoco podría comer ratón,

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se impacientó y decidió que si no podía zamparse al último ratón, se comería al del medio de la fila. ¡Ya le habían tomado bastante el pelo! ¡Menos mal que los ratones estaban avisados! Al pasar el del medio de la fila, el gato levantó la pata y... ¡fiu! una desbandada de ratones se escondió por todos los agujeros de la sala y se coló en sus madrigueras. ¡Se habían acabado las reverencias! ¿Qué clase de agradecimiento merecía aquel gato traidor y mentiroso? Don Gato tuvo que resignarse a hacer dieta. Y, en sus madrigueras, en aquel caserón de la cima de la montaña más alta del mundo, los ratones celebraron que el sabio Rambé y el astuto Ambé los habían salvado de morir bajo las zarpas de Don Gato. Y los ratones tibetanos todavía conservan la memoria de aquellos dos antiguos ratones que salvaron a su pueblo.

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SARSAUR Cuento marroquí Este cuento proviene de Marrakech, ciudad de Marruecos y centro comercial de los pueblos nómadas del Sahara. En sus zocos siempre hay narradores de cuentos, magos y adivinos, personajes tan importantes en este relato. Y la gente se detiene ante ellos, formando un corro, y escucha complacida sus historias, a veces llenas de una poesía mágica que hace soñar, a veces tan pícaras como para echarse a reír. Sarsaur sintetiza bien los

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dos aspectos de las narraciones tradicionales árabes: aparecen en él princesas y palacios de las Mil y una noches y pícaros acuciados por el hambre. Una vez leída, explicadla en clase con los chicos y chicas sentados formando un corro, como si os hallarais en el zoco o en la plaza de Djemaa el Fna ante una perla llegada del sur de Marruecos para incluirla en la corona de nuestro patrimonio oral.

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Sarsaur Cuento marroquí Érase una vez, en las montañas del Atlas, un pobre jornalero a quien todos llamaban Sarsaur. En la lengua de los habitantes del Atlas, sarsaur significa «saltamontes», y como aquel pobre hombre era pequeño y esmirriado, todo piel y huesos, y con sólo una pizca de cerebro, sus vecinos creyeron que el apodo de Saltamontes le iba que ni pintado. Sarsaur se pasaba el día lamentándose de su mala suerte en voz alta: -¡ Estoy tan cansado! ¡Trabajo, trabajo y trabajo pero no logro hacerme rico! Ni siquiera puedo comer tres veces al día, como la gente de bien. Un mendrugo y basta... Trabajo, trabajo y trabajo pero ni siquiera puedo acostarme en un colchón de lana, como los ricos. Mi cama es una estera y mis huesos crujen cuando me tumbo en ella... Trabajo, trabajo y trabajo... y al llegar a casa, ¿qué veo? Una choza con la cama junto a los fogones. ¡Ya estoy harto! ¡Si yo pudiera comer tres veces al día...! ¡Si yo pudiera dormir en una cama blandita...! ¡Si yo pudiera vivir en un palacio...! Sarsaur se pasaba el día quejándose. Un día fue al mercado de Marraquech para ver si alguien lo contrataba para trabajar corno jornalero y pasó un buen rato contemplando todas las cosas que había para vender y comprar en aquel rico mercado. No faltaba la comida, ni las ropas, ni las joyas, ni los cachivaches de todas clases, ni, por supuesto, narradores de cuentos, encantadores de serpientes o adivinos que revelaban los secretos del pasado o del futuro. Viendo cómo la gente llenaba los bolsillos de aquellos magos que trabajaban sentados, Sarsaur no pudo evitar refunfuñar: -¡Mira si hay gente lista, en este mundo! Ni aran, ni siembran, ni siegan. Pasan el día dándole a la lengua y todos les dan dinero. Yo también sabría hacerlo. ¿Y, por qué no lo hago? Dicho y hecho.

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Sin pensarlo dos veces, Sarsaur, que tenía la cabeza hueca como un saltamontes decidió cambiar el oficio de jornalero por el de adivino.

Anda que andarás, con su hatillo al hombro, Sarsaur rondaba por los caminos polvorientos de su tierra sin encontrar más que pobres gentes, jornaleros o campesinos, que mal podrían pagarle sus supuestas dotes de adivino, porque eran tan miserables como él mismo. Anda que te andarás, Sarsaur llegó junto a una verja altísima que rodeaba el jardín de un gran palacio. Nunca había visto nada igual. Agotado por la caminata, Sarsaur se sentó a descansar a la sombra del muro. De repente, escuchó sollozos y gemidos y alboroto. Y, sobre todo, un llanto de mujer. Extrañado, Sarsaur, que si bien es cierto que tenía poca cabeza no lo es menos que tenía buen corazón, corrió a la puerta del palacio para averiguar qué desgracia era aquella que hacía llorar tanto a una mujer. En la puerta encontró a un criado y le preguntó cuál era la causa de aquellos lamentos. -¡Ay! ¡Es que mi señora, la princesa, ha perdido su anillo más preciado! Un anillo con un rubí precioso que le había regalado su padre antes de morir. Ella adoraba a su padre y cada vez que miraba el anillo se acordaba de él. Y ahora está muy triste porque lo ha perdido. Y muy asustada... - ¿Y por qué está asustada? -preguntó Sarsaur, que no lo comprendía porque en su cabeza solamente cabían las cosas de una en una-. ¿Acaso no tiene bastante con estar triste como para que además tiene que asustarse?

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-Está asustada porque cuando regrese su marido, el príncipe, se enfadará mucho y le reprochará que haya perdido el anillo. Entonces Sarsaur tuvo una idea y exclamó: -Amigo mío, precisamente soy adivino. Déjame entrar para que hable con la princesa y encuentre su anillo. A pesar de que el criado no podía creer que aquel pobretón harapiento fuera un adivino, lo dejó pasar y lo condujo ante la princesa, a través de un frondoso jardín en el que docenas de fuentes manaban agua fresca y por el que revoloteaban cientos de pájaros de mil colores.Sarsaur pensó que en todo Marruecos no podía haber otro lugar más maravilloso. Encontró a la princesa llorando desesperadamente en el centro del jardín. Cuando supo que Sarsaur, a pesar de ir tan mal vestido, era un adivino que se ofrecía para encontrar el anillo perdido, le hizo un gran recibimiento. -¿Qué debo hacer, oh bienvenido adivino, para encontrar mi anillo? Ya podéis suponer que Sarsaur no tenía la más mínima idea de lo que había que hacer para encontrado, pero en cambio sí que sabía lo que él quería hacer. -Bella princesa, estoy agotado del viaje que me ha traído hasta tus pies. Si ordenas que me sirvan tres buenas comidas, enseguida podré encontrar tu anillo -le dijo. A la princesa le faltó tiempo para entrar en palacio, instalar a Sarsaur en el comedor, cómodamente sentado sobre los almohadones de pluma, y mandar que le sirvieran tres comidas suculentas, mientras le lavaban y le perfumaban los pies, las manos y los cabellos, y le servían bebidas refrescantes. Sarsaur se sintió tratado a cuerpo de rey, y hubiera querido que aquella buena vida durase para siempre. Entonces se dio cuenta de que después de la comilona tenía que buscar un anillo que no sabía ni cómo era ni dónde estaba, y aún menos cómo podía encontrarlo. Y, si no lo recuperaba, seguramente el príncipe ordenaría que lo colgaran. Pero eso

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pasaría después de los tres festines que Sarsaur tenía entre ceja y ceja, y pensó que, puestos a morir, al menos moriría con la panza llena. Y como esto era lo único que pretendía en este mundo, la boca se le hacía agua pensando en los banquetes que iban a preceder su muerte. Justo en aquel instante un criado le presentaba la bandeja repleta de exquisiteces que la princesa había ordenado preparar como primer festín. -¡Aquí llega el primero! -exclamó Sarsaur, que no podía evitar hablar en voz alta. Se zampó los pichones asados con canela y especias, los huevos de codorniz, los pastelillos de almendra...Y entró el segundo criado con una bandeja aún más repleta de manjares deliciosos que la primera. -¡Y aquí está el segundo! -volvió a decir Sarsaur en voz alta. Y devoró la espalda de cabrito asada, las berenjenas rellenas y los dátiles dorados, todo regado con el más delicioso té de menta que se puede probar... Y se abrió la puerta y entró otro criado con la tercera bandeja de comida. -¡Y por fin llega el tercero! -contó Sarsaur en voz alta como siempre, antes de abalanzarse sobre el plato de cuscús humeante, los higos bañados en almíbar, y las pastas de pistachos crujientes. Y se hartó tanto que cayó dormido sobre los almohadones. Sarsaur hubiera dormido como un tronco hasta el día siguiente si alguien no le hubiera dado unos golpecitos en el hombro. Se despabiló y se encontró con los tres criados arrodillados ante él pidiendo clemencia. -¿Qué sucede? ¿Por qué me pedís perdón? -les preguntó sin entender nada de nada. -jOh, gran adivino! Es verdad que nosotros tres somos los que hemos robado el anillo de la princesa y no podemos ni imaginar cómo has logrado adivinarlo, diciendo «aquí llega el primero, aquí está el segundo y por fin llega el tercero» cuando hemos entrado a servirte la comida. Te rogamos que tengas piedad de nosotros. Estamos casados y somos padres de familia. No nos acuses ante el príncipe, porque estamos seguros de que nos matará si se entera. Sarsaur, despierto solamente a medias, no acababa de comprender de qué hablaban aquellos granujas. Pero, como ya hemos dicho que tenía más corazón que cerebro, se compadeció de ellos e ideó un plan para que nadie tuviera que morir por aquella falta. -Está bien, está bien. Dejad de llorar.

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Dadme el anillo e id a buscar un pavo real del jardín. Los tres criados se apresuraron a buscar un pavo y llevárselo a Sarsaur junto con el anillo robado. Sarsaur agarró al pavo por el pescuezo y, como pudo, le hizo tragar el anillo. -Ahora, devolved el pavo al jardín y atiborradlo bien. Mientras tanto yo iré a ver a la princesa. La pobre muchacha estaba impaciente por saber qué le diría Sarsaur. -¡Mi gran señora y princesa! Haz que desfilen ante ti todas las aves del jardín y te prometo que pronto volverás a lucir el anillo en tu dedo. La princesa, muy extrañada, ordenó que hicieran lo que había dicho Sarsaur, y las aves desfilaron ante ella como una tropa ante un general. A cada ave que pasaba, Sarsaur decía que no, que no con la cabeza, hasta que llegó el pavo real luciendo su esplendorosa cola. Entonces Sarsaur lo señaló con el dedo y dijo: -Éste es el ladrón. Dadle una purga y el anillo saldrá. Y así lo hicieron. Con ayuda de la purga, el anillo salió a la luz del día ante la sorpresa de los espectadores de aquel desfile, que aplaudieron a rabiar la sagacidad de aquel adivino que veía rubíes donde ellos no veían más que plumas de colores. La princesa mandó limpiar el anillo y se lo puso de nuevo, prometiendo que jamás volvería a quitárselo. Y rogó a Sarsaur que se quedara para siempre en aquel palacio como adivino de la corte. Era justo lo que Sarsaur quería oír. -¡Por fin podré dormir en una cama con tres colchones, comeré tres veces al día y tendré tres techos sobre mi cabeza! ¡Seré muy feliz! Y lo fue hasta que llegó el príncipe, a quien la princesa contó todo lo que Sarsaur había hecho por ella. El príncipe no acababa de creer que aquel hombrecillo canijo y esmirriado pudiera ser un adivino de verdad. Lo miraba fijamente y movía la cabeza con escepticismo. -No puedo creerlo, querida. Cuanto más le miro más me parece que tiene más cara de bobo que de sabio. -Pues, bobo o no, supo encontrar el anillo. Pregúntale lo que quieras y él te lo dirá -le decía ella. -De acuerdo, haremos una prueba -aceptó el príncipe.

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El príncipe salió al jardín y agarró el primer bichejo que vio y se lo escondió en el sombrero. Entonces mandó llamar a Sarsaur. Sarsaur temblaba de pies a cabeza con sólo pensar en que tenía que superar una prueba delante de aquel príncipe que lo miraba de reojo. El príncipe le dijo: -Adivino, deseo conocer tus poderes. A ver si sabes qué bicho tengo debajo de mi sombrero... Sarsaur sintió que un sudor frío lo empapaba. ¿Cómo iba a saber qué había ahí debajo? ¿Por qué había dicho que era adivino? Había sido muy tonto por no haberse marchado de allí cuando aún estaba a tiempo... Y, una vez más, pensó en voz alta, como hacía siempre que se lamentaba. -¡Ay, pobre Saltamontes!. Ahora sí que te han pillado. El príncipe levantó el sombrero y comprobó con gran sorpresa que, efectivamente, aquel bichejo era un saltamontes. ¿Os acordáis que hemos dicho que en las tierras del Atlas, Sarsaur significa «saltamontes»? Pues así fue cómo un apodo salvó la vida de un dueño bocazas. El príncipe se quedó pálido por la sorpresa y reconoció que Sarsaur era un gran adivino. El saltamontes dio tres saltos y se perdió entre el verdor de aquel jardín maravilloso. Y Sarsaur aceptó todas las recompensas que los príncipes quisieron darle por sus servicios. Se construyó una casita con un solo tejado, una cama con un solo colchón y, eso sí, comió tres veces al día durante todos los días de su larga vida.

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EL VIEJO ALLANAMONTAÑAS Cuento chino Ante algo que pide mucha paciencia, en más de una ocasión hemos oído cómo la gente exclama: “Es un trabajo de chinos”, o bien “Se necesita una paciencia de chinos”. ¿De dónde les viene a los chinos esa fama de pacientes? Pues de esta leyenda mitológica que os ofrecemos ahora y que esconde un bello mensaje esperanzador: no hay nada imposible si ponemos manos a la obra, por larga que sea la tarea y por utópico que sea el objetivo, si nos ponemos a ello entre todos.

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El viejo allanamontañas Cuento chino Hace muchos años, vivía en la China un hombre de noventa años tan sabio que todos lo llamaban el Viejo Sabio. Andaba de acá para allá, recogiendo y dejando constancia por escrito de las mil y una formas de sabiduría que existían entonces en la antigua China. Se admiraba ante todo y de todo sabía sacar una lección para sus discípulos. Un buen día, anda que te andarás, llegó a un pueblo encaramado entre dos montañas altísimas. El Viejo Sabio tenía sed y pidió agua a una muchacha que pasaba por allí. Ella, amablemente, le dio agua y le preguntó cuántos años tenía: -Noventa -le dijo el Viejo Sabio. -jUy, como mi abuelo! También tiene noventa años... -¿Y cómo se llama tu abuelo? -Kuifu, pero todos le llaman el Viejo Bobo. -Entonces no nos parecemos tanto... -concluyó el Viejo Sabio. Sin embargo, el Viejo Sabio quiso averiguar por qué llamaban a aquel hombre tan anciano el Viejo Bobo. Siguiendo a la muchacha, fue a conocerlo. El Viejo Bobo no estaba en casa sino en el campo, arando y arando sin parar. -Buenos días -dijo el Viejo Bobo cuando vio al forastero. -Buenos días -respondió el Viejo Sabio, observando atentamente a aquel anciano que trabajaba con sudor y esfuerzo pero era capaz de arar en surcos muy rectos, de conducir al buey eficazmente y de ser amable con los recién llegados. Cuando terminó la jornada, el Viejo Bobo invitó al Viejo Sabio a dormir en su casa. Era una casa ordenada y pulcra, llena de hijos y nietos. Y todos trabajaban con gran afán. Viendo que todos trabajaban diligentemente, cada uno de acuerdo con su edad y con su condición, el Viejo Sabio se extrañó aún más del apodo del dueño de la casa. Detuvo un momento a su mujer y le preguntó: -Hace rato que observo a vuestro marido y no sé adivinar por qué le llaman Viejo Bobo. ¿Acaso es un hombre muy chapucero?

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-¡Ni hablar! Mi marido es un buen hombre, de lo más habilidoso, tanto para cazar como para labrar, cavar, segar o trabajar la piedra y la madera. ¿Qué os creíais? -Entonces, ¿tendrá pocas luces, será estúpido o irreflexivo? -¡Ni hablar! Mi marido es inteligente y juicioso, optimista y listo, amable y leal. ¿Qué os creíais? -¿Quizás es un haragán? -¡Ni hablar! Eso sí que no. ¿Qué os creíais? Trabaja cada día de sol a sol, y es muy capaz de desafiar al viento y la lluvia para llevar a cabo su labor. -¿Y cuál es esa labor? -Ay, Viejo Sabio, preguntádselo a él... -respondió la buena mujer, harta de tantas preguntas. De modo que el Viejo Sabio al final fue a preguntarle directamente al Viejo Bobo por qué le llamaban así. -Me llaman Viejo Bobo porque no paro de trabajar. -¿Y no os parece que a vuestra edad ya habéis trabajado bastante? Tenéis hijos y nietos que pueden trabajar los campos y poneros un plato en la mesa -le propuso el Viejo Sabio. Entonces el Viejo Bobo tomó por el brazo al Viejo Sabio y lo llevó a la puerta de su casa, desde donde se veían las cimas de aquellas montañas tan altas. Las señaló y le explicó al Viejo Sabio lo siguiente: -Soy un hombre afortunado. Tengo hijos y nietos. Todos tienen boca para comer. Y yo soy el responsable de todos ellos. Cuanto mayor es la prole que viene detrás de mí, más bocas debo alimentar. Y los campos que cultivamos no son tan grandes como eso. Por este motivo, cada día, muy de mañana, salimos todos hacia las cimas de esas dos montañas y cada uno de nosotros se lleva un capazo de tierra y roca. Cuando logremos allanarlas, nuestros campos serán más grandes y habrá suficiente comida para todos: para mí, para mis descendientes, para la gente de mi pueblo, y para todos los forasteros que, como vos mismo, vienen a casa a cenar. -¡Hombre de Dios! ¿Qué decís? Ya tenéis noventa años. ¡Nunca conseguiréis allanar esas montañas! ¡Ahora entiendo por qué os llaman bobo! -¿Y a vos os llaman Sabio? ¡Claro que soy viejo! ¡Tanto como vos! Pero tengo hijos y nietos y biznietos, y ellos también tendrán hijos y nietos y biznietos, y aunque yo me muera, si ellos siguen mis enseñanzas, capazo a capazo conseguirán allanar la montaña y habrá comida para todos. Empecé esta labor cuando era

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joven y aún no estaba casado. El primer día solamente saqué un capazo de tierra. Ahora, gracias a mis descendientes, cada día sacamos veinte capazos. ¡Y vendrá el día en que sacarán un centenar de capazos! Porque yo tengo la ventaja de que mis descendientes se multiplican día tras día, mientras que la montaña no puede crecer por más años que pasen. Si trabajamos todos juntos, un día este terreno será llano y podremos cultivarlo y comer a pedir de boca. Éstas fueron las palabras del Viejo Bobo. Y el otro viejo, el que lo sabía todo, no supo qué replicar de tanta razón que tenía el Viejo Bobo. Cuenta la leyenda que una noche, los dioses de las montañas, enternecidos por la tenacidad y las generosas intenciones del Viejo Bobo, salieron de su morada, tomaron las dos montañas en brazos y las tiraron al mar. Y así fue como el Viejo Bobo, antes de cumplir cien años, vio cómo su sueño se hacía realidad y tenía la posibilidad de plantar arroz para que todas las personas del mundo pudieran comer. Ojalá que esta leyenda fuera verdad (¡sin provocar ningún desastre ecológico, claro!).

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EL CUENTO DEL OSO GIGANTE Y LA OSA MAYOR Cuento iroqués Los iroqueses son un pueblo que forma parte de una de las principales naciones de los indios americanos. A mediados del siglo XV abandonaron sus territorios del Misisipí y se establecieron en el lugar donde hoy se encuentra la ciudad de Nueva York y entre los estados de Ohio, Pennsylvania y el sudoeste canadiense. Su forma de vivir y de regirse inspiró la Constitución americana de 1776. A pesar de ello, el pueblo iroqués no tiene derecho a la ciudadanía americana. Las tribus iroquesas conforman cinco grandes naciones o pueblos, de los cuales uno de los más importantes es el de los mohawk, que han sabido conservar las tradiciones y leyendas de su pueblo sin utilizar la escritura, sino los pictogramas. Con pictogramas como los que reproducimos aquí se identificaban los árboles y las grandes casas largas (wigwams) hechas con corteza de abedul, que podían superar los cien metros de largo y en las que vivían unas veinte familias. En estas casas se reunía el consejo de los ancianos y, además de tomar decisiones importantes para la tribu, se explicaban leyendas como ésta, que narra el origen de la constelación de la Osa Mayor.

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El cuento del Oso Gigante y la Osa Mayor Cuento iroqués Esta es una historia que los iroqueses contaban a los niños durante las lunas invernales y comienza así: Hace muchísimos inviernos, siguiendo el curso del río Oswego, existía un poblado mohawk de casas largas fabricadas de corteza de árbol. Un buen día, los cazadores mohawk descubrieron las huellas de un oso realmente gigantesco. Y las vieron muchas otras veces; en ocasiones, las huellas circundaban por completo el poblado mohawk. Los animales desaparecieron del bosque y los mohawks comprendieron al momento que el gigantesco oso era el culpable. Sin duda los estaba exterminando o poniéndolos en fuga. La escasez de alimento trajo el hambre a los mohawk. Las despensas estaban vacías, y el pueblo, hambriento. La inanición se reflejaba en cada rostro. Uno de los jefes dijo: «Debemos matar al oso gigante, causa de todos nuestros males.» Inmediatamente una partida de guerreros abandonó el poblado en busca del oso. Pronto encontraron sus huellas sobre la nieve y siguieron aquel rastro durante varios días. Finalmente encontraron a la horrible bestia, y al momento todos los guerreros dispararon sus flechas. Pero cuál no sería su sorpresa y su consternación cuando vieron que las flechas se partían contra la gruesa y fuerte piel. Muchísimas flechas se rompieron y ninguna llegó a herir al oso. El oso, enfurecido, se volvió y cargó contra los cazadores, que intentaron huir. En aquella huida precipitada la fiera mató a muchos guerreros. Sólo dos cazadores consiguieron escapar y volver al poblado a contar el triste relato. Aquellos dos guerreros explicaron lo sucedido durante la celebración del Consejo del Gran Oso. Contaron el destino de aquella partida de caza. El triste final de los guerreros en el bosque.

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Decidieron atacar de nuevo, y de grupo en grupo, los guerreros abandonaron el poblado con el mismo objetivo siempre: destruir al Gran Oso. Pero siempre fallaron. Se sucedieron las batallas y muchos guerreros no volvieron jamás de ellas. El tiempo fue pasando. Los venados huyeron de los bosques y las despensas se vaciaron por completo. El pueblo enflaquecía y se debilitaba terriblemente por la carencia de alimentos. Muchos cayeron enfermos. El pueblo, amedrentado, calentaba sus cuerpos hambrientos alrededor del fuego nocturno. Asustados por aquel oso enorme de garras gigantescas que cada noche merodeaba amenazador por los confines del poblado. Siempre con miedo a abandonar la aldea, pues de la espesura tenebrosa del bosque surgían los horribles rugidos del Gran Oso. Una noche, tres hermanos tuvieron cada uno un sueño extraño. Durante tres noches consecutivas tuvieron la misma visión. Soñaron que seguían la pista del Gran Oso y lo mataban. Así pues, cogieron sus armas y provisiones y salieron tras el oso. Al poco tiempo dieron con las huellas de la fiera. Aumentaron el ritmo de la marcha siguiendo aquel rastro con los arcos siempre preparados. Durante muchas lunas, siguieron las huellas del oso a través de la Tierra. Las huellas les condujeron al Fin del Mundo, al tiempo que veían cómo la bestia saltaba de la tierra firme a los cielos. Sin dudarlo un instante, los tres cazadores dieron también el Gran Salto más allá de las nubes. Sin vacilación, los tres siguieron al oso por el blando tapiz del Cielo. Y allí, en el Cielo, pudo vérseles persiguiendo al oso durante aquellas largas noches de invierno. Moría ya el año cuando el oso se preparó para dormir el invierno. Los tres cazadores se acercaron entonces lo suficiente como para disparar sus flechas con seguridad de atravesar la gruesa piel. La lluvia de sangre provocada por tanta herida de flecha tornó rojas y amarillas las hojas del otoño. Pero el oso siempre encontraba la manera de escapar al asedio de los cazadores. Se hacía a veces invisible, aun después de herido; desaparecía para aparecer más tarde, lejos, fuera del alcance de sus perseguidores. Por eso cuando los iroqueses ven la Osa Mayor brillando en el Cielo, dicen: «Mirad, los tres cazadores aún persiguen al Gran Oso. La caza continúa.»

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EL ORIGEN DEL VIOLÍN Cuento roma Los miembros del único pueblo nómada que aún queda en Europa, los roma (a quienes algunos llaman “gitanos” o “cíngaros”) se explicaban esta bonita leyenda al amor de la lumbre. Es fácil atribuirla a las comunidades cíngaras del centro de Europa, que cuentan, como todo el mundo sabe, con virtuosísimos violinistas. Tanto es así que algunos músicos han compuesto sus partituras basándose en la gran habilidad de los roma para sacar del violín las notas más juguetonas y las más líricas.

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El origen del violín Cuento roma Érase una vez un matrimonio que no tenía hijos. Estaban muy apenados por ello y cada noche lloraban y suspiraban por tener al menos uno. Una noche en que habían acampado en el centro de un bosque espeso, la mujer fue a buscar agua al riachuelo que corría a pocos pasos de allí, donde encontró a una anciana que le dijo: -Lloras y suspiras por un hijo, ¿verdad? Pues vuelve a tu casa, parte una calabaza por la mitad, echa leche dentro y después bébetela. ¡Tendrás un hijo que será rico y feliz! Dicho esto, la anciana se esfumó dejando tras ella un intenso perfume de nardos. La mujer, como es lógico, regresó a su carro a toda prisa. Le explicó a su marido el extraño consejo que había recibido junto al riachuelo y entre los dos corrieron a buscar una calabaza para hacer lo que había dicho la anciana perfumada. Al cabo de nueve meses tuvieron un hijo tan moreno y primoroso que daba gusto verlo. Y aquella familia fue muy feliz hasta que la madre y el padre murieron. Entonces el muchacho, Yosa, que había crecido en edad y en valentía, se dijo: -¿Qué voy a hacer aquí solo? ¡Me iré a ver mundo! Fue de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, hasta que un día llegó a la ciudad más grande del país, donde vivía un rey que tenía una hija bellísima y un tesoro que ofrecía, junto a la mano de la princesa, a aquel de sus súbditos que supiera hacer algo que nunca se hubiera hecho antes, y que fuera, además, algo tan insólito como bueno para todo el reino. Cuando Yosa lo oyó, fue sin dudarlo a ver al rey y le dijo: -Quiero casarme con vuestra hija. ¿Qué debo hacer? -¡Menuda pregunta! ¿Y tú quieres casarte con mi hija? ¿Cómo vas a ser capaz de hacer algo nuevo, y bueno si no eres más que un pobre vagabundo harapiento que, por no tener, no tiene ni casa? Yo te daré un hogar muy adecuado para alguien tan atrevido y pedigüeño como tú. ¡Llevadlo a la cárcel! Y los guardias encerraron al pobre muchacho en una mazmorra oscura como la boca del lobo. Allí estaba, triste y abatido, cuando, de repente, sintió un intensísimo perfume de nardos que era como un bálsamo para su tristeza. Apenas habían

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pasado cinco minutos desde este prodigio cuando, en la misma celda, se le apareció una dama bellísima que desprendía un intenso resplandor. No era otra que Matuya, el hada de los pájaros. En la mano llevaba una varita, como era de esperar, y una calabaza seca y alargada. El hada de larga cabellera blanca le dio la calabaza y la varita al muchacho, diciendo: -No te preocupes. Todavía puedes lograr la mano de la princesa. Aquí tienes una calabaza y una varita. Arranca algunos cabellos de mi melena de cisne y ponlos, bien tensados, de un extremo al otro de la calabaza hueca y de la varita. El joven no veía muy claro eso de arrancar cabellos de hada, pero puesto que ya no importaba un prodigio más, pensó que lo mejor era hacer lo que le mandaban, como su madre había hecho años atrás con el consejo que le había dado otra mujer que también olía a nardos y que quién sabe si no era la misma... Con mucho cuidado, arrancó un mechón de cabello del hada y tensó los cuatro más blancos a lo largo de la calabaza y el resto a lo largo de la varita. Una vez hecho esto, que parecía tan extraño, se volvió hacia Matuya, interrogándola con la mirada. -Con esta calabaza haremos un violín. Con él podrás conseguir que la gente se ponga triste o contenta, si tú quieres. Si están tristes, se alegrarán, y si están contentos, llorarán. Lo que tú decidas. . Entonces, el hada hizo un agujero en forma de efe a ambos lados de la calabaza. Se colocó uno de los agujeros delante de la boca y empezó a reír y reír para meter muchas risas en su interior. Después, se puso el otro agujero ante los ojos y empezó a llorar y llorar para meter muchas lágrimas en su interior. Y entonces le dijo a Yosa, que la miraba muy extrañado: -Ahora, friega y refriega la varita por encima de la calabaza que ahora es un violín, frotando mis cabellos entre sí. Y dicho esto, Matuya desapareció tan misteriosamente como había llegado, pero el dulce aroma de nardos permaneció allí. Yosa intentó hacer lo que Matuya le había propuesto. Y del violín nacieron unas notas que jamás se habían

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escuchado en ningún lugar del mundo. Unas canciones tan hermosas que emocionaban a los corazones alegres o alegraban a los corazones tristes. Los carceleros bajaron sus armas y aguzaron el oído para escuchar aquella música tan extraña, tan dulce y tan estremecedora que salía de la mazmorra. y pidieron a Yosa que tocara más y más. Pero él les dijo: -Si queréis que os toque otra canción con mi violín, tenéis que llevarme ante el rey. Y se dirigieron todos a la sala del trono. Ya en presencia del rey, Yosa exclamó: -Ahora, rey, escuchadme. Sé hacer algo nuevo y bueno, distinto de todo lo que hay en el mundo. Y empezó a tocar el violín con mucha habilidad. El rey lloraba y reía a la vez de lo emocionado que estaba. La princesa reía y lloraba, porque nunca había oído algo tan bello. Y toda la corte estaba embelesada y tenía ganas de bailar o de cantar siguiendo la música de aquel instrumento que nadie había oído ni visto hasta entonces. Naturalmente, el rey quiso que el músico se casase con la princesa, y que cada día del mundo en palacio se escuchasen las notas melancólicas o alegres de aquel violín que tanto placer y tanta paz llevaba a los corazones de la gente. Y así fue como el violín vino al mundo.

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LA ESPADA DE BANZO Cuento japonés Muchos de los chicos y chicas que escucharán esta historia ven los dibujos animados de la televisión y se apasionan por las aventuras “manga”, tan de guerreros y de espadas. No obstante, no les vendrá mal saber qué hay que hacer para llegar a ser un gran guerreo samurai, según la tradición. Las victorias fulminantes que tienen lugar en la pequeña pantalla son -como los mismos dibujos animados intentan demostrar a veces- fruto de un largo y paciente aprendizaje que, según la cultura del zen japonés, tiene más que ver con la paciencia y la humildad que con el arte de la esgrima o del pim pam pum violentos a los que nos va acostumbrando el cine occidental.

Ojalá que este relato sirva para comprender mejor aquella cultura oriental que se ha mostrado, desde siempre, más atenta a la esencia que a la acción.

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La espada de Banzo Cuento japonés Matajuro Yagyu era hijo de un famosísimo espadachín samurai, y habría hecho cualquier cosa por ser tan famoso y diestro como su padre. Pero su padre estaba convencido de que ésta no era la mejor actitud para manejar la espada, y viendo que su hijo iba por el mundo galleando, cortando melones y sandías como si fueran las cabezas de los enemigos, alegando que él era hijo de quien era y que por el hecho de llevar en las venas la sangre que llevaba no necesitaba justificarse, llegó un momento en que lo desheredó y renegó de él, harto de tener que asumir los destrozos y las fechorías de su hijo. Entonces, Matajuro se marchó muy decidido al monte Futara en busca de Banzo, el mayor maestro de espadachines samurais que existía en Japón. -¿Quieres aprender a manejar la espada bajo mi guía? -le preguntó el maestro. -¡Por supuesto que sí! ¡Y cuanto antes mejor! respondió Matajuro. Ante esta respuesta, Banzo coincidió con la opinión de su padre. -No pareces apto... -Pero si trabajo de veras, ¿cuántos años necesitaré para convertirme en maestro de esgrima? -insistió el joven. -Todo el resto de tu vida. -¡No puedo esperar tanto! -replicó Matajuro-. Si aceptas ser mi maestro estoy dispuesto a soportar todas las fatigas. Si soy tu devotísimo sirviente, ¿cuánto tiempo me hará falta? -¡Oh, unos diez años, quizá! -dijo Banzo, sonriente. -Es que, ¿sabes qué ocurre?, mi padre se hace viejo y pronto tendré que cuidar de él -fingió Matajuro-. Si trabajo y practico más a fondo, ¿cuánto tardaré? -En ese caso quizá treinta años -fue la respuesta de Banzo. -¿Cómo se entiende eso? Primero me has dicho diez años y ahora treinta. Aceptaré cualquier servidumbre o privación con tal de aprender a manejar la espada cuanto antes. -Está bien -respondió Banzo-. Entonces, debes quedarte conmigo durante setenta años. Un hombre que tiene un anhelo tan grande de obtener buenos resultados, rara vez aprende deprisa.

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-¡De acuerdo! -masculló el chico, que finalmente había comprendido que cuanta mayor desazón demostrase, más largas le daría el maestro, que le reprochaba su impaciencia-. ¡Acepto! Así pues, Matajuro se convirtió en el discípulo y sirviente de Banzo, de quien recibió la orden de no hablar nunca de esgrima y de no tocar ni una sola espada para nada. Cocinaba para su maestro, lavaba los platos, le hacía la cama, barría la casa, cuidaba el jardín, y a cambio recibió el daimio convenido, pero sin tocar una espada ni hablar de esgrima. Pasaron tres años y Matajuro seguía trabajando para su maestro y pensando que su futuro sería muy triste si no podía dedicarse a un arte que admiraba por encima de cualquier otra cosa. Pero no se lamentaba por ello. Un día, cuando estaba cavando en el jardín, Banzo se plantó detrás de él y le dio un estacazo terrible con una espada de madera. -¡Banzai! Después, el maestro se marchó tan silenciosamente como había llegado y ninguno de ellos comentó aquel hecho durante el día. Al día siguiente, mientras Matajuro cocinaba el arroz, Banzo volvió a abalanzarse sobre él como un gato, y le pegó otro golpe de espada. -¡Banzai! Y ninguno de ellos comentó nada sobre lo sucedido aquella tarde. Por la noche, mientras Matajuro dormía, recibió otra vez un golpe de la espada de su maestro. -¡Banzai! Pero se mantuvo en silencio. Día tras día, noche tras noche, semana tras semana, mes tras mes, Matajuro se fue acostumbrando a los ataques imprevistos de Banzo. No había ni un solo día ni un solo instante en que no tuviera que recelar de la espada de madera, que podía surgir del lugar más insólito en el momento más inesperado. Matajuro llegó a anticipar a la legua el sabor y el olor de aquellos golpes. Aprendió tan deprisa que la cara de su maestro resplandecía de alegría mientras gritaba «¡Banzai!», golpeándolo con la espada de madera. Ahora Matajuro ya sabía esquivar tan bien los golpes que enseñarle el arte de la espada fue cosa de un santiamén. Y así fue como Matajuro Yagyu se convirtió en el más grande de los samurais de su tiempo.

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“CADA VIEJO QUE MUERE ES UNA BIBLIOTECA QUE ARDE”

INSTITUTO DE EDUCACIÓN SECUNDARIA RUSADIR BIBLIOTECA ABRIL 2008

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