El discurso sobre el África negra es, muchas veces, monolítico y pesimista

ANÁLISIS JEAN-BOSCO B. BOTSHO * Las sociedades africanas: diversidad y dinamismo. El caso del Zaire durante la guerra fría (1965-1990) l discurso sob

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ANÁLISIS JEAN-BOSCO B. BOTSHO *

Las sociedades africanas: diversidad y dinamismo. El caso del Zaire durante la guerra fría (1965-1990) l discurso sobre el África negra es, muchas veces, monolítico y pesimista. En efecto, muchos análisis relativos a esta parte del mundo se parecen a las encuestas sobre «el estado del mal» en algunos países africanos, mal que se extiende enseguida, por generalización automática, al conjunto del continente. Es a través de este enfoque negativo y global, cuyo maniqueísmo es evidente, que son aprehendidas las elites políticas y las masas del continente negro. En lo que se refiere al análisis social, las africanas y los africanos son, muy a menudo, presentados como personas carentes de historia propia, dedicados a las «prácticas de supervivencia» y sorprendentemente resignados ante la opresión inflingida por sus dictadores.

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En las líneas siguientes, nos gustaría mostrar que existe un «África plural» (David, 1992: 58) en el seno de la cual se pueden detectar elementos de diversidad y signos incontestables de esperanza. Para hacerlo, tomaremos como único testimonio la sociedad de la República del Zaire de la guerra fría, concretamente entre 1965, el año del golpe de estado del general, después mariscal, Mobutu, y 1990, cuando éste, tras 25 años de dictadura, decidió «otorgar» (Mpundo, 1992: 7-8) la democracia a su pueblo. Por «sociedad zaireña» entendemos de manera restrictiva aquello que Kankwenda Mbaya llama «clase media» (profesiones liberales, cuadros de las pequeñas y medianas empresas, cuadros del sector público y privado) y «clase dominada» (funcionarios, empleados, obreros, trabajadores independientes del sector informal, parados, las masas rurales y campesinas). Excluimos así lo que el mismo autor califica de «clase dominante» (burguesía política, burguesía de negocios) (Mbaya, 1996: 110-112). Las expresiones africanas indicadas en el presente artículo están en lingala, una de las lenguas nacionales del Zaire y lengua franca de su capital, Kinshasa. * Jean-Bosco B. Botsho, Universitat Autònoma de Barcelona.

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Después de haber indicado el vínculo que une la lógica de la guerra fría, la implacabilidad de la dictadura del general Mobutu y el gran declive socioeconómico de los zaireños en el periodo 1965-1990, veremos cómo, durante esos años, los habitantes del Zaire han reaccionado a la opresión y la indigencia de la que eran víctimas. Nuestro análisis se terminará con la indicación de algunos progresos que se observan en el seno de la sociedad estudiada en la época que nos interesa.

■ Guerra fría, dictadura y miseria: una lógica unitaria La actual República Democrática del Congo, llamada Zaire entre 1971 y 1997, independiente desde 1960, conoció un golpe de Estado en 1965, gracias al cual el general Mobutu se instaló en el poder. A causa del clima de enfrentamiento propio de la guerra fría, durante muchos años los occidentales apoyaron eficazmente a Mobutu antes de comenzar a abandonarlo, a partir de 1990 (Pourtier, 1997: 6). En 1997, una rebelión orquestada por los Estados Unidos (Kabunda, 1997: 61) forzó al mariscal Mobutu a abandonar el poder. Aparte de su función original, compartida con el resto de países del África negra, de reserva de materias primas a buen precio, la guerra fría le valió al Zaire un segundo papel de naturaleza más trascendental. En efecto, a causa de sus riquezas y de su posición geográfica, el Congo se convirtió en pieza central del conflicto militar e ideológico Este-Oeste. El antiguo territorio del rey Leopoldo II se convirtió así, tanto para los estrategas y los políticos del bloque soviético como para los del campo occidental, en «uno de los escenarios más importantes de la guerra fría» (Braeckman, 1994: 259), una plaza fuerte, un tablero predilecto que, a cualquier precio, hacía falta conquistar, guardar y estabilizar con la ayuda de un poder fuerte, fuera extranjero o autóctono. El Congo independiente fue atrapado por Occidente, que desde 1960 encontró en Mobutu al hombre providencial para velar por sus intereses en el África austral (Monnier, 1988) y controlar el Congo, arquetipo del patio trasero occidental en África. Hasta el fin de la guerra fría, este papel del Zaire como santuario africano de Occidente confiado a la guardia de Mobutu constituyó para éste un capital muy apreciado para los fines de su proyecto dictatorial (Ndikumana, Boyce, 1998: 211). En efecto, el espantapájaros del comunismo y el alarmismo de la dicotomía «yo o el caos» (Numengi, 1995; Kabunda, 1997: 57) fueron los argumentos que el jefe de Estado del Zaire presentaba a la opinión pública nacional y sobre todo occidental para justificar la violencia de la represión que ejercía contra cualquier oposición a su régimen y el enrolamiento de toda la sociedad zaireña, según las propias palabras de Mobutu y de su camarilla, «olinga, olinga te», es decir, «por su propia voluntad o a la fuerza», en el Movimiento Popular de la Revolución (MPR), partido Estado.

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El lugar especial atribuido por el bloque capitalista al Zaire y a Mobutu se manifiesta de forma todavía más incuestionable cuando se tiene en cuenta el hecho de que, gracias a las numerosas intervenciones financieras de las instituciones de Bretton Woods (Mbaya, 1996: 108; Fairhead, 1992: 18; Ndikumana, Boyce, 1998: 212), los occidentales apoyaron el régimen de Mobutu sabiendo que el dinero abundante prestado al Zaire no servía al desarrollo del país ni, todavía menos, a la reducción de la pobreza de sus poblaciones. Al contrario, alimentaba una gigantesca corrupción (Dungia, 1992) y una evasión monetaria de una amplitud inaudita (Ndikumana, Boyce, 1998: 196) que culminarán en la transformación del Estado del Zaire en una «cleptocracia» inédita (Ndikumana, Boyce, 1998: 208) en la cima de la cual reinaba en persona el jefe del Estado: Mobutu. Este pillaje de fondos públicos permitido por el sistema Mobutu con la complicidad de Occidente acarreó para la sociedad zaireña una «clochardisation», cuya gravedad es destacada especialmente por los hechos siguientes: según el Banco Mundial, entre 1965 y 1990, la renta por habitante del Zaire ha disminuido una media del 2,2% anual; según las estimaciones de las Naciones Unidas, durante los años 1980, el 70% de la población zaireña vivía en la pobreza absoluta (Ndikumana, Boyce, 1998: 195). En otros términos, bajo el régimen de Mobutu, el Zaire encarnó en África el paradigma de la paradoja de una población muy miserable que habitaba un país calificado de «escándalo geológico» (Numengi, 1995; Limagne, 1984: 7)

■ La sociedad zaireña frente a la dictadura ¿Cómo reaccionó la sociedad zaireña frente a la dictadura mobutista durante los años 1965-90? La respuesta a esta cuestión sería incompleta si no se mencionaran también las reacciones de las iglesias oficiales –católica, protestante y kimbanguista– frente al sistema Mobutu. Conviene distinguir entre la actitud de estas iglesias y la de las masas frente al autoritarismo del general Mobutu. De manera esquemática, se podría decir que la relación que existía, durante la época estudiada, entre las masas zaireñas y el poder político estaba caracterizada por dos actitudes contradictorias: la derrota y la resistencia. La derrota tomó dos formas esenciales. Se trataba, en primer lugar, de una sumisión fatalista a la arbitrariedad del poder dual, en muchos casos, y del consuelo que ofrecía la esperanza en la venida de un mesías liberador «en el otro mundo». Esta actitud de obediencia pasiva y de dilución de uno mismo en el misticismo espiritual, muy a menudo creado y/o alimentado por las iglesias oficiales y sobre todo las sectas (Kabunda, 1995: 28), tuvo numerosos adeptos en la sociedad zaireña.

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En el seno de las masas, la derrota frente a la represión ejercida por el Estado tomó igualmente la forma de una adhesión, total o parcial, oportunista o sincera, definitiva o provisional, a la ideología mobutista. Esta adhesión particular se manifestaba en muchos mediante la participación en los numerosos «grupos de animación» encargados de cantar y danzar en honor del «Guía», Mobutu. Pero estas dos actitudes de sumisión fatalista o activa, que no pueden ser reducidas a posiciones anquilosadas, no son las únicas relaciones que mantenían las masas zaireñas con el régimen de Mobutu. En efecto, al mismo tiempo, una parte considerable de la sociedad zaireña se unió a un movimiento de contestación y resistencia pacífico frente al sistema dictatorial en vigor en el Zaire desde 1965. La democracia en el Zaire ha contraído una gran deuda con respecto a los jóvenes zaireños, en particular los estudiantes. Desde el golpe de Estado de 1965, los estudiantes han destacado por su oposición al régimen de Mobutu. La infiltración sistemática y poderosa de los agentes de los servicios de seguridad en el medio universitario y el recurso a los asesinatos de estudiantes, como fue el caso, por ejemplo, en el campus universitario de Lubumbashi en 1990 (Matala, 1992: 44; Dungia, 1992, 50), constituyen entre muchos otros hechos, circunstancias que subrayan la extrema audacia de la oposición estudiantil frente a la dictadura mobutista. Sobre la resistencia no armada, debe ser reconocida una mención especial a Étienne Tshisekedi, antaño uno de los principales colaboradores de Mobutu, y a las masas populares reunidas en la Unión por la Democracia y el Progreso Social (UDPS), partido que Tshisekedi creó después de 1980, a pesar de que en el Zaire estaba prohibida la existencia de otro partido que no fuera el MPR. Tras tomar distancias respecto a Mobutu, Tshisekedi le dirigió en 1981, con otros doce parlamentarios, una carta llena de coraje (Mpundu, 1992: 5). Desde 1980, Tshisekedi fue el verdadero líder de la oposición no armada en el territorio nacional, a pesar de las numerosas exacciones a las fueron sometidas los miembros o simpatizantes de su partido y él mismo (Kabunda, 1997: 67; Dungia, 1992: 207211). Se pueden distinguir dos periodos históricos en las relaciones entre las iglesias oficiales –católica, protestante y kimbanguista– y el Estado zaireño. La primera va del año 1965 al fin de los años 60. Durante estos primeros años de régimen de Mobutu había una perfecta identidad en la actitud de las iglesias respecto al Estado: aprobaron el golpe de Estado militar de 1965. En cuanto a la iglesia católica, Leo Goovaerts subraya: «Desde el comienzo de la llegada al poder del general Mobutu (24 de noviembre de 1965) y en los primeros años del nuevo régimen, hubo un apoyo explícito de la iglesia católica al régimen» (Goovaerts, 1975: 251). El «anticomunismo primario» (Kabunda, 1997: 53) defendido por Mobutu y su prome-

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sa de permanecer en el poder «solamente durante cinco años» (Mpundu, 1992: 3) podrían ser algunas de las razones que cabe evocar para explicar esta tolerancia generalizada de las iglesias hacia Mobutu. El periodo que se abrió a partir del comienzo de los años 1970 fue testigo en el Zaire de una diferenciación muy clara entre las iglesias oficiales en cuanto a sus actitudes frente al Estado. Esta fractura separó, de un lado, a la iglesia católica, y, del otro, a las iglesias protestante y kimbanguista. En efecto, durante este segundo periodo, estas dos últimas, quizás a causa de una mayor debilidad frente al poder político (Kabongo-Mbaya, 1992), continuaron insistiendo, siguiendo las palabras pronunciadas en 1975 por un obispo protestante, en «la exigencia de una colaboración permanente y de una comparación admirable entre el Evangelio de Jesucristo y la ideología política del Estado zaireño» (Goovaerts, 1975: 272). Por contra, la iglesia católica, encuadrada en la Conferencia Episcopal del Zaire, entró en este segundo periodo en abierta rebelión contra el régimen. Los primeros signos de este divorcio entre la iglesia católica y el Estado zaireño quedaron al descubierto en 1971, cuando fue decidida la nacionalización de la Universidad Católica de Lovaina, situada en Kinshasa (Goovaerts, 1975: 251). Si durante los años 1970-1990, la iglesia católica no cesó, en sus numerosas declaraciones de la Conferencia Episcopal, de llamar la atención de las autoridades políticas sobre la necesidad de que se garantizara el respeto de los derechos de los ciudadanos (Limagne, 1984: 9), se debe destacar que la querella entre la iglesia católica y el poder alcanzó su paroxismo en 1972-74, esencialmente en torno a la política de «autenticidad» y del estrambótico proyecto, concebido por la camarilla del jefe del Estado, con la bendición de este último, de la creación en el Zaire de una religión nacional que tuviera como mesías a Mobutu, por iglesia, el partido estado, y por dogmas, los principios del mobutismo (Goovaerts, 1975). La resistencia de la iglesia católica en esta época fue encarnada por numerosos obispos, entre los que conviene mencionar la figura carismática de monseñor Malula, arzobispo cardenal de Kinshasa, quien, en el punto culminante de la crisis, en 1972, fue obligado a dejar el país. Se exilió en Roma durante algún tiempo (Limagne, 1984: 10). ¿Cómo ha reaccionado la sociedad zaireña frente a la degradación de sus condiciones durante la época aquí estudiada? La pauperización generalizada que ha caracterizado el Zaire durante los años 1965-1990 engendró diversas reacciones. Nos quedaremos con cuatro: la marcha, la expansión del sector informal, el misticismo y la inversión de los valores. La marcha tuvo en el Zaire dos formas distintas durante los años 1965-1990. De un lado, el éxodo rural, es decir, la deserción del campo de algunos de sus habitantes para ir a vivir a la ciudad concebida desde la colonización (Balegamire, 1990:

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Las diferencias entre aquellos que, en dichos años, abandonaron el campo por la ciudad se manifiestan de muchas maneras, en especial en sus motivaciones y su destino final. Las motivaciones inmediatas de aquellos que partieron no fueron idénticas. Por ejemplo, una encuesta efectuada en los años 1980 a las personas que habitaban la ciudad de Kisangani, capital de la región de Alto Zaire, distingue tres tipos de motivaciones para explicar el viaje a la ciudad. Para los hombres, se trataba de encontrar empleo. Para las mujeres, reunirse con los miembros de la familia constituía la razón de su viaje. Para los jóvenes que habían terminado la escuela primaria, la partida se justificaba por la necesidad de proseguir los estudios ya que las escuelas secundarias estaban concentradas en la ciudad (Balegamire, 1990: 79). En cuanto al destino final, se constata que algunos ex habitantes del campo se integraron perfectamente en la ciudad, al precio de muchos esfuerzos, entre los menos incontestables el aprendizaje de la lengua hablada en la ciudad, la adopción de nuevas formas de vivir, etc. Otros ex «rurales» conocieron un fracaso patente en la ciudad. Se trataba, por ejemplo, de los estudiantes que fueron apartados de los circuitos escolares a causa del sistema de «selección drástica» (Balegamire, 1990: 79) que la enseñanza zaireña había heredado del colonizador belga. Muchos fueron obligados a implicarse en estrategias diversas, tales como la delincuencia o la práctica, en calidad de policía paralela, de la extorsión de los apacibles ciudadanos, mediante las brigadas de la Juventud del Movimiento Popular de la Revolución (JMPR) (Kalambay, 1987: 161). Pero el marasmo económico del Zaire desde mediados de los años 70, una consecuencia de una gestión insensata (zairización, radicalización, retrocesión, etc.) (Matala, 1992: 44; Marysse et alii, 1995: 81), provocó una gran desbandada. Esta se apoderó también de las ciudades, incluso de la capital, Kinshasa, antaño «Kin, la bella», nombrada enseguida «Kin, la basura». Desde entonces, para muchos zaireños, el fin de la estancia en el prototipo del «infierno africano» (Lututala, 1997: 340), Zaire, sólo podía hacerse realidad por una vía: la emigración hacia los países del Norte. Al igual que el éxodo rural no fue una aventura intentada por toda la población rural del Zaire, la emigración será, a causa del endurecimiento progresivo de las condiciones, sobre todo de entrada y de residencia en los países del Norte, la estrategia adoptada por los jóvenes y aquellos que disponían de bastantes recursos financieros para poderse pagar al menos el billete de avión. Entre aquellos que han podido ir durante los años 1965-1990 «na nboka ya mindele» («al país de los blancos»), la heterogeneidad de los comportamientos, de las motivaciones y de la cultura es evidente. Podría, solamente como ilustración, distinguir dos grupos principales de emigrantes: los estudiantes y los no estudiantes. Los estudiantes son los que llegaron a Occidente primero, antes de los años de

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Mobutu. En su caso, se trataba de una emigración de estudios que, al término de éstos, desembocaba en un regreso al país. Es solamente bajo el efecto del agravamiento de la crisis política y económica en el Zaire que los estudiantes fueron forzados a una emigración en la que se establecían en el país, lo que lograban mediante la eternización de los estudios y la obligación, como los no estudiantes, de «kobeta libanga» («picar las piedras»), es decir, hacer «trabajillos» sin ninguna relación con su nivel de formación intelectual. (Lututala, 1997: 342). Los años del agravamiento de la crisis en el Zaire, especialmente en el fin de los años 70, vieron la llegada masiva en los países del Norte de una nueva categoría de zaireños: los no estudiantes. Al contrario que los primeros emigrantes, los estudiantes, los nuevos venidos practicaban, desde su llegada, un nuevo tipo de emigración: la emigración para establecerse. Deseaban instalarse en Occidente. Para este segundo grupo de emigrantes, «kobwaka nzoto» («tirar el cuerpo»), es decir, solicitar el estatuto de refugiado político era la vía principal para la obtención del establecimiento soñado. (Lututala, 1997: 341; Gondola, 1999: 16). Los dos grupos de emigrantes «veían» los países del Norte, sobre todo Europa, a través de prismas bien diferentes. Para los estudiantes, Europa representaba esencialmente un lugar privilegiado para adquirir una sólida formación intelectual. Para los otros, cuyos modelos eran «bana mai» («los niños del agua»), «bana ngenge» («los niños de la animación»), «kokende na Miguel» («ir a Miguel», sobrenombre de Europa en el vocabulario de los jóvenes de Kinshasa), «kokende na mpoto» («ir a Europa») significaba meter el pie en el Eldorado capitalista, en el Edén terrestre en el que el dinero corre en abundancia para todos. Estas diferentes estrategias e «imaginarios» sólo podían originar salidas diferentes. Los éxitos académicos han podido abrir la puerta a un empleo adecuado, sobre todo en la enseñanza, a unos cuantos universitarios zaireños en Occidente. Aquellos universitarios que no han tenido suerte han debido regresar al país o continuar de «kobeta libanga» en Occidente. Muchos zaireños cayeron, igualmente, en la delincuencia (estafa, tráfico de documentos, uso de papeles falsos, robo, etc.) (Lututala, 1997: 343). Como en otros lugares de África (Boyabé, 199: 172; Lachaud, 1995: 280; Hugon, 1996: 14-15), la generalización de la pobreza y los límites del sector público han representado para muchos zaireños sin recursos sendas razones para ejercer actividades en el sector informal, especialmente para aumentar sus ingresos. Para la presentación del recurso al sector informal en el Zaire como estrategia de lucha contra la miseria, clasificaremos esquemáticamente las actividades de este sector en dos subsectores: económico y no económico.

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La importancia de las actividades económicas informales en el Zaire en los años que analizamos podría ser estimada gracias a la comparación del empleo en los sectores formal e informal. Un censo del Instituto Nacional de Estadística del Zaire (INS) revela que, en 1984, el sector informal económico aseguraba en Kinshasa el 53,6% del empleo en lo concerniente a las actividades económicas. Para todo el país, esta cifra alcanzaba el 60%. Es necesario remarcar el hecho de que para la manufactura, la construcción, el comercio y el transporte/comunicación, el censo del INS revelaba que el empleo asegurado por el sector informal en relación con la totalidad del empleo del sector económico en estas ramas estaba estimado, respectivamente, en el 70,3%, el 74,2%, el 92,5% y el 62,3% (Marysse et alii, 1995: 8283). Siempre en el sector informal, conviene subrayar el papel desempeñado especialmente en el interior del país, como por ejemplo en Shaba (actual Katanga) (Grundfest, 985: 36), por las cooperativas agrícolas campesinas, que en su mayoría estaban financiadas y sostenidas por las iglesias oficiales. En el subsector no económico, es necesario destacar el recurso a lo informal, en especial en el campo de la educación. Así, en la época aquí estudiada, como ocurre todavía hoy, fueron a menudo los familiares y las iglesias quienes, al margen de toda intervención de la autoridad política, tomaron la iniciativa de crear escuelas, asegurar su gestión y pagar a los maestros en Kinshasa y en las ciudades y localidades de otras regiones del país (Balegmare, 1990: 79; Limagne, 1984: 9). Pero el sector informal no debe ser visto solo como una estrategia con efectos positivos (Kabunda, 1995: 30-31). Es necesario destacar el hecho de que el sector informal ha sido igualmente utilizado en el Zaire por diversas personas, más las ricas que las pobres, para el reciclaje, en especial, de los frutos de la corrupción y el contrabando de materias preciosas (Marysse et alii, 1995 «Análisis empírico» 61-70). El crecimiento del sector informal ha provocado, igualmente, el naufragio del servicio público a causa de la necesidad que tenían los funcionarios de combinar su empleo oficial con uno o más empleos oficiosos, con la finalidad de sobrevivir o enriquecerse. Una práctica que ha acabado por engendrar el absentismo de los funcionarios. Este fenómeno era conocido en Kinshasa como «abimismo», palabra formada a partir del verbo lingala «kobima» («salir») y del sufijo francés «ismo». El «abimismo» era el funcionario de quien se decía siempre: «Abimi» («ha salido»). Todos, incluso el superior jerárquico, sabían que esta «salida» estaba motivada por la necesidad urgente de dedicarse a ocupaciones más lucrativas que el salario oficial...

■ El misticismo Según mi criterio, en el transcurso de los años que hemos pasado revista, el misticismo, como reacción a la miseria, tomó en el Zaire de Mobutu dos expresio-

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nes diferentes. Hubo, en primer lugar, un misticismo de modalidad espiritual. En efecto, se produjo durante los años de Mobutu una verdadera explosión de la evasión en el mirífico religioso. La oferta de este nirvana fue, en un primer momento, únicamente asegurada por dos grupos de actores: las iglesias cristianas oficiales –católica, protestante y kimbanguista– y las sectas cristianas de carácter negroafricano. En un segundo tiempo, sobre todo a partir del fin de los años 1970, es decir, en el momento del agravamiento de la crisis socioeconómica, a los dos grupos de actores ya indicados, se unió un tercero: las iglesias o sectas del cristianismo fundamentalista, en particular las iglesias evangélicas. Es este último grupo de actores quien llevó a su paroxismo el misticismo espiritual en el cual se baña todavía en nuestros día la República Democrática del Congo. Pero en descargo de estas sectas es necesario notar que, como para el resto del continente africano (Mbokolo, 1993: 9), han constituido, y continúan constituyendo, uno de los fenómenos importantes de la sociedad zaireña. En efecto, estas sectas han representado lugares de práctica de una vida de solidaridad y fraternidad de proximidad muchas veces inexistente en el seno de las iglesias oficiales y más que nunca necesaria en periodo de crisis económica. Pero el misticismo en el Zaire como manera de afrontar la miseria no se quedó en lo espiritual. Conoció, tanto entre los ricos como entre los pobres, una vertiente materialista que consistía en el fetichismo de la exhibición de los regalos «made in Occident». Entre los zaireños pobres, los fieles más fervientes de esta religión en el horizonte puramente terrestre fueron, sin lugar a dudas, los jóvenes conocidos bajo el nombre de «sapeurs», miembros de la «Sape». Para estos jóvenes, presentes en Congo-Brazzaville y en el Zaire, la elegancia fue el terreno sobre el que convenía ofrecer la consolación de una competición mítica, onírica con los ricos y el hombre blanco (Gondola, 1999). Es este mismo culto del exhibicionismo materialista que abogaban, y todavía abogan, «Bana Lunda» («los niños de Lunda»), jóvenes zaireños que se libraron a la búsqueda y al tráfico de diamantes en la frontera de Angola y del Zaire en el país Lunda. Estos jóvenes adoran mostrar que tienen mucho dinero, puesto que según la confesión de uno de ellos: «necesitas dinero para ser tomado en cuenta a los ojos de Dios, porque Dios sólo reconoce a los ricos». (De Boeck, 1998: 793). Para enfrentarse a la pobreza, en los años estudiados aquí, muchos zaireños sucumbieron a una nueva ética situada en las antípodas de la moral heredada de la tradición africana o del cristianismo. Sobrevivir, ser un poco menos pobre o enriquecerse muy rápido fueron motivos tan absolutos que en la conciencia de muchos fue impensable que una persona dotada de sentido común pudiera poner escrúpulos o una barrera moral a la necesidad de escapar de la miseria. Entre las clases pobres, es la aparición de esta ética de la supervivencia o el enriquecimiento

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inmediato en lugar de la moral tradicional lo que elevó la corrupción de los pequeños funcionarios al rango de estructura fundamental en su relación con los administrados. Pero esta inversión de valores, expresada por la corrupción en el seno de la sociedad de los pobres, debería situarse en el contexto general de los «años de Mobutu». En primer lugar, hemos notado que una gigantesca corrupción reinaba en el Zaire en las altas esferas del poder. Las masas sólo imitaron el ejemplo de los pudientes. Por otro lado, en lo que concierne a los pequeños funcionarios, la degradación de sus condiciones de vida, debida al carácter irrisorio de sus salarios, constituyó uno de los factores que explicaban su recurso a la corrupción. Para ilustrar la pérdida de poder de compra de los funcionarios, se podrían señalar los datos relativos a la remuneración de los maestros. En 1987, un maestro en posesión de un diploma de graduado (tres años de estudios universitarios), ganaba un salario de 2.723 zaires. Un estudio afirmaba que en 1987, teniendo en cuenta la inflación y la devaluación monetaria, un maestro graduado debería recibir 20.950 zaires en lugar de los 2.723 zaires (Balegamire, 1990: 81).

■ Nuevas dinámicas Durante los años que hemos pasado revista, la dictadura y la miseria habían invadido la sociedad zaireña que respondía mediante la historicidad limpia, variada, muy contradictoria, de la que hemos trazado la trama. Estas reacciones de la sociedad zaireña y su propia creatividad han dado luz a nuevas dinámicas, Analizaremos aquí solamente dos: la expansión de la cultura intelectual y la eclosión de la sociedad civil zaireña. La expansión de la cultura intelectural en el Zaire tuvo dos bases principales: el aumento en cifras absolutas, a causa del crecimiento demográfico, de los efectivos de los escolarizados y el incremento del nivel de formación escolar de un número importante de zaireños formados en el exterior y en el país (Mbaya, 1996: 103). Para tener solamente una idea de este último fenómeno, se podría, por ejemplo, destacar que en 1965, entre la población de entre 5 y 19 años, los niños escolarizados (primer y segundo grado) representaban el 40% de dicha población (Unesco, 1970: 71). En 1980, en la población de entre 6 y 17 años, los niños escolarizados (primer y segundo grado) representaban el 67% de dicha población (Unesco, 1990: 3-34). A causa de fenómenos tales como la devaluación del diploma como instrumento de promoción social, la reducción del presupuesto del Estado para la enseñanza –que, por ejemplo, de 1975 a 1988 pasó del 27% al 6,4% de los gastos ordinarios

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del Gobierno (Unesco, 1990: 4-9)– y la pobreza de las familias, se ha manifestado en el periodo estudiado, sobre todo en los años 80, una regresión de la frecuentación escolar. No obstante, no se pueden minimizar los esfuerzos para la instrucción escolar hechos por las masas zaireñas tratándose de un país que en el momento de la independencia sólo tenía 13 universitarios (Balegamire, 1990: 78). Como en otros países africanos, se debe prestar atención a los progresos, todavía frágiles pero reales, realizados en materia de escolarización de las niñas. (Hesseling, Locoh, 1999: 82). Sería difícil negar que una sociedad civil moderna ha nacido en el Zaire durante los años estudiados. Esta se manifiesta, sobre todo, por dos registros principales. En primer lugar, en razón de la miseria y la represión, el universo zaireño se ha llenado de asociaciones, de «círculos culturales», de «asociaciones de amistad», de ONG, de «grupos de plegaria», de grupos de «likelemba» (tontina). Estas creaciones denotaban la existencia de una solidaridad colectiva que trasciende las religiones, las etnias, las edades e incluso las clases. A continuación, la crisis y una mayor instrucción de la niñas han contribuido, sobre todo en las ciudades, a una cierta tendencia a una revisión de las relaciones tradicionales entre la mujer y el hombre y a la búsqueda de la igualdad entre los dos sexos. Esto se ha manifestado especialmente en una mayor inserción del hombre en el sector informal, su obligación de colaborar un poco más en las tareas domésticas y la aparición de otras fórmulas además de la institución del matrimonio.

■ Conclusión El Zaire de Mobutu ha sido presentado aquí como una referencia empírica de la multiplicidad de los rostros y el dinamismo de las sociedades africanas. En efecto, numerosos trazos atribuidos a la sociedad zaireña podían ser detectados durante los años analizados –como pueden ser percibidos hoy– en el seno de la sociedad de otros países del continente en un grado de intensidad que podía ser igual, menor o mayor. Durante los años en cuestión, frente a la dictadura mobutista y la miseria, la sociedad del antiguo Congo belga tuvo reacciones de las que hemos subrayado la diversidad. Más aún, estas reacciones y la creatividad propia de la sociedad han engendrado, en algunos sectores precisos, dinámicas positivas incontestables. Queda por ver si en el futuro la sociedad de la República Democrática del Congo sabrá madurar los frutos engendrados durante los combates llevados a cabo en el periodo 1965-1990. Traducción del francés: Antoni Castel

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