EL DUERO COMO FUENTE DE INSPIRACIÓN POÉTICA

EL DUERO COMO FUENTE DE INSPIRACIÓN POÉTICA Nicolás MIÑAMBRES SÁNCHEZ IES LEGIO VII –LEÓN - I. “NUESTRAS VIDAS SON LOS RÍOS”… 1.- ANTONIO MACHADO CO

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EL DUERO COMO FUENTE DE INSPIRACIÓN POÉTICA

Nicolás MIÑAMBRES SÁNCHEZ IES LEGIO VII –LEÓN -

I. “NUESTRAS VIDAS SON LOS RÍOS”… 1.- ANTONIO MACHADO COMO PREÁMBULO El segundo poema de Campos de Castilla (1907-1917) (el número XCVIII del libro) está dedicado al Duero. Lleva por título “A orillas del Duero”. Se trata de un poema de dudoso valor poético, elaborado a base de pareados, que no es la mejor estrofa poética. Con todo, quiero detenerme en uno de esos pareados del poema: El Duero cruza el corazón de roble De Iberia y de Castilla. ¡Oh tierra triste y noble, La de los altos llanos y yermos y roquedas, De campos si arados, regatos ni arboledas; Decrépitas ciudades, caminos sin mesones, Y atónitos palurdos sin danzas ni canciones Que aún van, abandonando el mortecino hogar, Como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar. Castilla miserable, ayer dominadora, Envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora. ¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada Recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada? …………………………………………………………… Castilla miserable, ayer dominadora, Envuelta en sus harapos, desprecia cuanto ignora. De ahí que resulte premonitoria la pregunta retórica de Antonio Machado cuando finaliza su poema CII con la interrogación con que iniciaba mis palabras. ¿Acaso, como tú y por siempre Duero, // irá corriendo hacia la mar Castilla? Esa visión del Duero y de Castilla queda sublimada en diversos momentos de la vida del poeta. Son momentos decisivos emocionalmente en la vida del poeta. En el poema CXIII, “Campos de Soria”, cuando Antonio Machado inicia su viaje a París, escribe, no con sentido crítico, sino emocionado: Álamos de las márgenes del Duero, // conmigo vais, mi corazón os lleva. El poema siguiente es el celebérrimo “A un olmo seco”, una estampa entre psicológica y paisajística, en la que Antonio Machado deja plasmada su vivencia: ¡El olmo centenario en la colina que lame el Duero! se convierte en el destinatario prosopopéyico al que el poeta dirige sus versos desgarrados, mientras pasea en una silla de ruedas a su esposa Leonor Cuevas, casi moribunda. No falta el elemento fluvial como elemento destructor de ese pobre árbol: antes que el río hasta la mar te empuje // por valles y barrancas. Por ello el poeta, agnóstico, pide un milagro de la naturaleza, no de Dios, sino a la primavera: Mi corazón espera // también, hacia la luz y hacia la vida, //otro milagro de la primavera. 1

Aquel “olmo del Duero” persistirá como símbolo de un amor apasionado que el poeta no puede olvidar. Muerta Leonor, Antonio Machado escribirá versos desolados, de honda tristeza, que tienen el Duero como referencia implícita, referida a aquellas tierras, Por donde traza el Duero // su curva de ballesta / en torno a Soria//, entre plomizos cerros…El recuerdo surge en Antonio Machado desde la desolación; pensaba encontrase con un cierto sosiego en sus campos de Andalucía, pero no será así: Voy caminando solo, // triste, cansado, pensativo y viejo. Tal vez el poema “A José María Palacio” sea la mejor representación poética del recuerdo de unos paisajes descritos, en apariencia, desde una perspectiva geográfica, En la estepa del alto Duero. Disponemos de poemas que reflejan la síntesis que supone el recuerdo de Antonio Machado y la imagen del Duero. Lo hace de forma magistral Ángela Figuera 1 en su poema “Antonio Machado”. El primer cuerpo del poema refleja la mística llegada de la poetisa para leer los versos del poeta, comprobando el milagro el río: Me fui con tu libro allí, // y luego no hacía falta: // todos tus versos, Ant onio, // el Duero me los cantaba. // Siempre los canta. En el segundo, la contemplación del río obra el milagro, haciendo posible la presencia de Antonio Machado: En el sereno ambiente, un son lejano // de trémulas esquilas…Quedamente // tu Sombra vino y se sentó a mi lado. Podrían rastrearse múltiples restos poéticos alusivos al “Alto Duero”, donde el río nace, pero a su recorrido le esperan espacios diversos hacia el mar, cruzando tierras y sueños. Y, sobre todo, recibiendo la fuerza de otros brazos fluviales a lo largo de su recorrido. Sirvan estas citas como pórtico de las observaciones que a continuación se ofrecen. Las presentes reflexiones deben tener en cuenta el magnífico trabajo de Antonio Garrosa y Joaquín Díaz sobre el Duero 2 . Los autores llevan a cabo un detallado rastreo geográfico y diacrónico en lo literario. Es inevitable que las interferencias poéticas aparezcan a lo largo de estas páginas, pero eso no quiere decir que siempre sea el mismo tratamiento que reciben. Como en el caso de lo s autores citados, estas líneas tendrán como objetivo el río Duero, pero no olvidarán que otros ríos, como el Órbigo o el Tormes, por ejemplo, tienen estrecha relación fluvial con él. Eso explica su presencia poética. También es necesaria la referencia a la obra de Julio Llamazares Cuaderno del Duero 3 . Aunque desborda las pretensiones de este trabajo (que habrá de ceñirse a la inspiración poética que las aguas del Duero han supuesto para los poetas) me parece oportuno recordar una reciente publicación, Ensenadas del Duero ilustrado 4 , número coordinado, como los veinte anteriores, por Manuel Arandilla, director de la Biblioteca Pública de Aranda de Duero 2.-POLISEMIA LITERARIA DEL RÍO Estaría fuera de lugar repetir la riquísima trayectoria simbólica que el río ha tenido a lo largo de la historia. Desde los griegos hasta Antonio Machado, pasando por el Arcipreste de Hita o Jorge Manrique, la simbología se ha ido enriqueciendo con curiosas connotaciones.

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Ángela FIGUERA, Soria pura (1949) Antonio GARROSA RESINA- Joaquín DIAZ GONZALEZ, “La cultura”, en Padre Duero, VVAA. Estanilao de Luis Calabuig, Coordinador. León, EDILESA, 2000. 3 Cuaderno del Duero parece una obra ajena al objetivo de estas páginas, pero conviene hacer ciertas apreciaciones. La condición poética de Julio LLAMAZARES ha quedado palpable en sus libros de poesía, pero también en un libro como El río del olvido (Barcelona, Seix Barral, 1990). En él se transforman en bellas formas literarias experiencias personales. Esa misma transformación se observa en Cuaderno del Duero (León, EDILESA, 1999). 4 Ensenadas del Duero ilustrado, Biblioteca Estudio e investigación. Fundador Manuel ARANDILLA. Ayuntamiento de Aranda, 2005. 444 pp. La obra incluye doce trabajos que, con gran rigor, estudian diversos aspectos de las tierras de Aranda de Duero en el siglo XVIII. 2

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Ricardo Senabre ha completado estas significaciones del río que es la vida en un excelente trabajo, “Paréntesis: historia abreviada de una imagen” 5 . La referencia a estas tierras de Castilla y León exige la insistencia en el recuerdo de don Miguel de Unamuno, tan filósofo místico en relación con estos paisajes, y especialmente los ríos. Se trata de un sentimientos de plenitud que Unamuno vive, incluso recuperándolos como recuerdo o vivencia a través de formas y planteamientos diversos. En muchas de ellas es evidente el sentido del panteísmo, como ocurre en el poema “Renacer durmiendo en el campo”6 . El pie literario del poema no deja dudas respecto a su localización: “En el tren, de Plasencia a Salamanca, 29 de marzo de 1910”. El sentido panteísta que siente Unamuno se atisba en el comienzo de los versos. El cielo, convertido en mar, se confunde con la tierra: Era al caer la tarde // en la ribera verde donde el río // pierde su brío juvenil y para // a reposar un poco; de cara al cielo // sumergía mi vista en el océano // en que mi loco anhelo se tortura // con vano esfuerzo, // y la verdura en torno respondía // con su silencio a la mudez celeste // que descendía del campo. El sentido del panteísmo apuntado se consuma en la estrofa final: Y allí, en la oscura comunión del cielo // con la tierra, inquietose la tortura // de mi anhelo de ser uno y el mismo, // y en el abismo de la noche quieta, // en tierra enraizado, // dormí la vida, // y en aquella dormida me bañaron // con curso lento // mágicas aguas de renacimiento. No es el único pasaje; en el poemilla 1531, fechado en Becedas, el 20 de agosto de 1930 escribe: Noche de orilla del río, // chopo ceñido de estrellas, // santo silencio que sellas // la quietud del albedrío. // Resbalar por las edades // por el recuerdo infinito // sin llegar jamás al hito // de las sumas soledades. // Paz desnudada de guerra, // agua que duermes fluyendo // cielo que velas teniendo // lecho de amor en la tierra. Todo ello sin olvidar autores de Castilla y León, como podrían ser Miguel Delibes, que ofrece variados contenidos humanos. Será unas veces el sentido de la denuncia social, presentado en Las ratas y en otras el sentido del paraíso de la infancia en el que se descubren los secretos de la vida, como ocurre en El camino. Pero el río será también el escenario geográfico en el que se consuman aficiones del escritor, como se observa en Mis amigas las truchas. La leonesa Elena Santiago utiliza el río Órbigo como escenario psicológico de los protagonistas infantiles de Ácidos días. Aguas abajo, el mismo río le servirá a Antonio Colinas, como veremos, de espacio estético y literario. No está ausente de esta preocupación fluvial Julio Llamazares, en títulos como El río del olvido, con el río Curueño como pretexto itinerante fluvial, o Cuaderno del Duero. Tampoco debe quedar ausente un río como el Tormes (tanto en lo fluvial, como brazo del Duero) como en lo literario. Si hablamos de autores contemporáneos, el nombre de Luciano González Egido alcanza relevancia especial: en La piel del tiempo7 , utiliza las aguas del Tormes como alegoría del futuro de la ciudad. Una de las últimas aportaciones literarias en torno a la visión del río Duero es la que ofrece Manuel de Lope en su segunda parte de Iberia-La imagen múltiple 8 , en la que se refleja una semblanza fluvial en las páginas 415-418 y una referencia que poética del Duero como símbolo del paisaje de Soria. No sería raro pensar cómo el malogrado poeta salmantino Aníbal Núñez sintetizó la imagen del río, tal vez el Tormes, en el bellísimo y desolado poema de amor imposible en “Oración”: Ve desde tu balcón a ese muchacho // que por la tarde baja a las islas del río // a buscar los caballos que pastan la alta hierba. // Míralo bien si quieres // saber de mi temor: 5

El estudio aparece incluido en su obra Metáfora y novela, Cátedra Miguel Delibes, Universidad de Valladolid, Junta de Castilla y León, Fundación Siglo, 2005. 6 Todas las citas corresponden a la edición hecha por Alianza Editorial ( Madrid, 1987), con prólogo de Ana SUÁREZ MIRAMÓN. 7 Luciano GONZÁLEZ EGIDO, La piel del tiempo, Tusquets Editores, Barcelona, 2002. 8 Manuel DE LOPE, IBERIA, volumen II, La imagen múltiple, Barcelona, Debate, 2005. 546 pp.

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en su quebrada // voz me he reconocido // como el muro pudiera saber de su dureza // por el chasquido de la porcelana. // Estoy cansado, tú, incansable: // quiero verme en la orilla si no es posible como // quien habla de centellas con sensible sonrisa, // contemplador del agua, las bestias y los hombres…// sin este corazón que vuelve turbio al menos // cauce que va a beber // o cae en una urna de diamante durísimo // si quiere conocer cómo la tarde es tierna. “Tríptico del Tormes” representa el sentimiento de Aníbal Núñez ante el río de su ciudad y de su vida. Parecido sentido de oración panteísta se refleja en los versos de José Luis Puerto del poema “Hablan las aguas del río ”, incluido en el libro Estelas 9 : En marcha, pues, nos vamos al ocaso, // a los mares y océanos a dar noticia tuya. // Nuestro rumor te alaba, // Señor, como las hojas de los chopos // a la orilla del cauce // cuando el aire se adentra entre sus ramas // y las hojas entonan sus vegetales cánticos, // pues llega hasta nosotras // tu majestad, en piedra cincelada, // de la que somos signo. Un análisis elemental de la polisemia del río debe centrarnos en dos campos diferentes: el río como causa de muerte y el río como fuente de vida. Su primera vinculación es universal y vivida por cualquier ser humano. El río como fuente de muerte puede que resulte más lejana y, sobre todo, menos conocida en documentos literarios. De ahí que pueda resultar interesante aportar algunos documentos históricos relacionados con el dramatismo fluvial. Aparte de los desmanes fluviales provocados por el Duero a su paso por tierras de Zamora, resultan muy curiosos los documentos históricos que hablan de las crecidas del Tormes. Las bellas y ediciones en facsímil de documentos referidos a estos desastres fluviales del pasado obligan a recordarlas. Desastres lejanos, muy lejanos de aquella lírica visión del poeta cuando escribía: ¡Ay río de Sevilla, // quien te pasara, /, sin que las zapatillas // se me mojaran. No se mojaron en ciertos momentos de la historia pasada las zapatillas, pero sí se empaparon las albarcas de los pobres labriegos salmantinos, como se observa en ciertos documentos. 3.- MOTIVOS DE INSPIRACIÓN POÉTICA EN TORNO AL DUERO 3.1. El río como elemento destructor Además de elemento vivificador, tesoro de la vida, del tiempo y de la historia, el río entraña connotaciones negativas. La fuerza destructora de la Naturaleza tiene en las aguas fluviales un símbolo dramático por lo próximo de su empuje y lo imposible de su control. Curiosamente, las crónicas históricas de las desgracias se han transformado en ocasiones, como podremos comprobar, en piezas de indiscutible categoría literaria. Abundan los documentos que recogen estos efectos devastadores del Duero a lo largo de la historia. Pero no es ajeno a ellos el Tormes, afluente del Duero y río de larga tradición literaria. Me referiré a ciertos acontecimientos de los que han quedado documentos históricos llamativos. Los admirables trabajos de Jacobo Sanz Hermida y Víctor Infantes nos permiten acercarnos a ellos 10 . En la relación de catástrofes que recoge Jacobo Sanz Hermida abundan sucesos de toda condición, sin olvidar las célebres heladas que convertían las aguas del Tormes en una superficie de hielo tan resistente que permitirá cruzar por ella a personas y animales. Era el 9

José Luis PUERTO, Estelas, Alicante, Editoria l Aguaclara, 1995. Jacobo SANZ HERMIDA, La Avenida de Santa Bárbara (1498) y otras famosas crecidas del Tormes. Historia y Literatura. Salamanca, Europa Artes Gráficas, S. A., 1997. 148 pp. Edición no venal. Jacobo SANZ HERMIDA y Víctor INFANTES son los autores de la edición facsímil de la obra de Sebastián DE GRANADILLA Coplas que tratan de los sucesos de los años de 1598 y 1599 (Salamanca, 1607). Salamanca, Europa Artes Gráficas S. A.,1998, 64 pp. 10

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momento en que se hablaba de que el “río se había candado”, lo que obligaba a recubrir de paja la superficie helada para permitir el paso incluso de los carros tirados por bueyes. Crecidas famosas fueron las denominadas de Los Santos, la de 1479 (que destruyó el convento de los Padres Carmelitas), la de l482 y, especialmente, la de San Policarpo, que tuvo lugar en 1606. Jacobo Sanz Hermida aporta datos muy interesantes de la célebre crecida de La Avenida de Santa Bárbara a través de la lectura la Égloga trobada de Juan del Enzina, representada la noche de Navidad, curiosamente en este mismo año de 1498. Son los años en que Juan del Enzina está muy vinculado a la Casa de Alba, en cuyo palacio de Alba de Tormes se llevó a cabo la representación. El segundo documento estudiado por Jacobo Sanz Hermida corresponde al poeta valenciano Antonio Jiménez, que escribe en 1500 De tormis inundatione. El estudiante valenciano, compone un poema de 843 versos que en muchos casos alcanzan bastante expresividad poética. Otra de las obras de Jacobo Sanz Hermida es la edición y estudio de un pliego suelto, en el que se incluyen las Coplas de Sebastián de Granadilla, “pintor, vezino de Salamanca”. En sus páginas se recoge el documento sobre la crecida del Tormes que aparece en una obra clásica del poeta vallisoletano Francisco Hurtado 11 . Los versos van dirigidos a Neptuno, de cuyo enojo surgen las lágrimas que inundan las tierras de Valladolid, Zamora y Salamanca: “Neptuno tan enojoso, // di por qué tanto te ensañas // que no tendrás que llover //según el agua derramas? // Procura ya de reírte // y muestra alegre la cara, // porque una vez que lloraste // llorando a todos dexavas . Conténtate con lo hecho, / /no tomes ya más vengança, // que no le cubrirá pelo // a quien le cayó la mancha 3.2.- Otros significados de la polisemia fluvial Ha quedado sugerido cómo las significaciones poéticas son tan numerosas como las corrientes que alimentan el caudal de cualquier río. Como éstas, las miradas de los poetas son siempre diferentes, sujetas al lugar en el que nacen y condicionadas por el momento psicológico que recorren. Cómo no recordar el poema de Dámaso Alonso “A un río le llamaban Carlos”. O la misteriosa significación del verso lorquiano, ¡Qué ríos puestos de pie // vislumbra su fantasía! //Pero sigue con sus flores, // mientras que de pie, en la brisa, // la luz juega el ajedrez // alto de la celosía. Unamuno se acercó al Duero con reconocida pasión. Su poema “Durium- DueroDouro” presenta en la edición de sus poesías tres versiones, lo cual da idea de la pulcritud y cuidado con que perfilaba el poema, que comienza con una enumeratio fluvial: Arlanzón, Carrión Pisuerga, // Tormes, Águeda, mi Duero. // Lígrimos, lánguidos, íntimos, // espejando claros cielos, // abrevando pardos campos, //susurrando romanceros. Estos versos sirven de comienzo a un poema que acaba transformado casi en una guía geográfica. Sin embargo, el final son unos bellos versos: Árbol de fuertes raíces // aferrado al patrio suelo, // beben tus hojas las aguas, // la eternidad del empeño 12 . No es el único momento poético de enumeración fluvial, como se observa en el poema 270 (fechado en julio de 1928): Ebro, Miño, Duero, Tajo, // Guadiana y Guadalquivir, // ríos de España, ¡qué trabajo // irse a la mar a morir! No siempre el acierto culmina la actividad poética en torno a los aspectos fluviales. No estuvo muy afortunado Jaime Delgado en “Los ríos de Segovia”. Es fácil pensar que la enumeración de más de una docena de ríos, en versos de acuñación no muy afortunada, no es el mejor tema poético. Ni siquiera la segunda parte del poema, dedicado al Eresma, levanta el 11

Relación verdadera de los daños que hizo la creciente del río Pisuerga en la ciudad de Valladolid. Con dos romances del suceso de Salamanca y Çamora (Salamanca, Pedro Lasso, c.1597) 12 Desde Valladolid hasta Oporto (pasando por Zamora, a la que atribuye apasionadas referencias históricas) el río es un pretexto literario un poco artificioso.

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vuelo lírico: Pero decir Eresma moja // como una nube de nostalgia, // y se ilumina y humedece // la honda raíz de nuestra alma. 3.3.- Biografía lírica del Duero No es demasiado popular un poema de Claudio Rodríguez, “Despertar de Antonio Machado en Soria”. Prosaico en apariencia, desemboca en unos versos misteriosos, surgidos del contraste inesperado: Antonio Machado supera el tópico que él mismo confesó, ya conocéis mi torpe aliño indumentario. Claudio Rodríguez lo presenta ahora en tareas de arreglo personal y una actividad tan mecánica como cerrar el grifo se transforma en motivo de ensoñación: Cierra // el grifo, pero suenan aún las fuentes, // suenan los ríos, le desbordan corren // por sus venas, le yerguen, le fecundan. // Y entonces sabe por qué nace el Duero // a dos pasos. Y siente el rumor fresco // de su perenne servidumbre. Miguel de Unamuno debe ser de nuevo el referente. Arrancando de otros río, ofrece una mínima biografía fluvial del Duero en el poema 467 (23 de octubre, de 1928), para acabar evocando a Portugal y la cima del Teide: Tiétar, Tormes, Tajo, Duero, // mellizos de las Castillas; // madre Gredos sus dos brazos // desparrama y acaricia // sobre hueco, // carne parda, // que sangre y sudor hostigan. // Oporto, Lisboa, llegan // las manos en barro tintas // y en los abismos se pierden // del mar tenebroso; arriba // el sol peregrino a América // le aguarda vana conquista. // Teide cano, monje ardiente, // desde sobre nubes mira, // y le ve acostarse en olas // que le brizan maravillas. Algunos poetas han presentado al río en su condición infantil, como es el caso de Ángela Figuera en “Río sin sueño”: Quieto y dormido todo, menos el río. El río // no podía dormirse: sollozaba temblando, // con los ojos abiertos que le hería luna. // ¡Si yo pudiera, río, mecerte entre mis brazos! // Niño de brisa y agua sobre mi pecho. Niño // sin peso ni dureza, ¡tan fresco! En mi regazo. Es una visión de trasfondo lírico, que se repite en otros momentos, como en “Romance del desdichado” o “Niño en la orilla”: El río llega y se va // turbio de tierra y de peces: // los ojos del niño ignoran //las luces que los encienden; // cómo se llenan de vuelos, // de nubes, de ramas verdes. Gerardo Diego crea la misma trayectoria en sus “Balada del Duero infante”, en los que el poeta presenta los orígenes del río, poco más que un arroyo tumultuoso a su paso por Salduero. De ahí su poética duda: ¿Cuántos años, meses, días? // Horas sólo cumple el Duero // cuando pasa por Salduero?. La virginidad fluvial sorprende y enternece al poeta, que se dirige al río de forma apelativa: No corras tanto, mi niño; no, mi cielo, goza ahora, // que te acechan Soria impura, // Tordesillas y Zamora. // Portugal te abre su abismo. // Ay, el mar, el mar, me muero. // Desde Urbión, cantando, a Oporto, // ¿cuántas horas dura el Duero? Salduero es también el hito geográfico para evocar el nacimiento del río, así como su recorrido, cantado por José García Nieto en el poema “Geografía es amor”13 . Otros poemas y otros ríos han surgido hablando del Duero. Lo hace Luis López Álvarez, en su soneto “Mar de tierra”, sin olvidar su poema “Tordesillas”14 . Parecida diacronía fluvial es la que refleja el onubense Francisco Garfias al evocar el río Cuerpo de Hombre, río bejarano por excelencia, de honda onomástica antropológica. No es extraño que al poeta le sugiera una visión basada en la diacronía vital una vez más. Como Gerardo Diego, Francisco Garfias se asombra ante la naturaleza del humilde río bejarano: ¿De qué color naciste? // ¿De qué parto roquero? // ¿De qué cimas mortales // desciendes, Río Cuerpo? Desde la sorpresa de estas interrogaciones, surge la evocación del río, elemento natural: Niño que llora, arriba, // en la nieve de Gredos. // Hombre que canta, abajo, pujante, entre los brezos. Ante semejante fascinación, no es extraño que el poeta se desboque líricamente por el descenso de la sorpresa y la admiración: ¿Quién te pulsó las sienes? // 13 14

José GARCÍA NIETO, Geografía es amor. Col. Palabra y Tiempo, I, Madrid, 1961 (pp.54-56) Luis LÓPEZ ÁLVAREZ, Las querencias, Índice Editorial, Madrid, 1969.

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¿Quién te rozó el aliento? // Quién te nombró con ese // nombre de carne y hueso? Nombre con sangre: hombre // de agua y limbo sediento. // ¿Qué fin, qué muerte tuya // es mi mar y mi término? No faltan destellos poéticos que reflejan momentos de misticismos arrebatado y momentáneo, como cuando Luis Rosales exclama en una de sus redondillas, no especialmente afortunada, “Va el Duero alabando a Dios”: El Duero cuenta la historia // del cielo, mientras camina // de una encina en otra encina, // como la mula en la noria. Es la misma expresión de plenitud mística que describe Dionisio Ridruejo en el poema “Riberas del Eresma”: La primavera venía // y luego se deshojaba. // ¿El hombre mortal? ¿El riesgo // eterno? El hombre y el agua // en el verde, siempre verde // misterio de su mudanza. Este sentido manifiesta Francisco Garfias, a quien le viene la inspiración en forma de seguidillas, que no parecen acordes con el contexto geográfico de esa Ávila… tierra de cantos y de santos. En “Seguidillas teresianas en el camino de Ávila a Salamanca”, surge un recorrido literario de los espacios que separan las dos ciudades, con especial atención a Alba de Tormes, tierra del descanso eterno de santa Teresa. Tiene el alma su almario, // la luz su brisa // y el Tormes lanceado // su seguidilla. // Salamanca en lo alto // del aire, espera. //Los ojos, con sol dentro, doran la piedra. Uno más de los apasionados cantores del Duero es el poeta burgalés Manuel Arandilla, autor de bellas acuñaciones poéticas con el Duero como protagonista. La segunda de las cuatro partes de su poemario Hombre baldío 15 , “El Duero es un río de palabra”, ofrece poemas de una admirable plasticidad, en los que se refleja la condición misteriosa del río convertido en alter ego espiritual del poeta: El Duero me mima en su corriente, // me habla. // Sus aguas son todo un diccionario // de palabras caídas del cielo // y de la boca de los hombres, // cuando // cerraban el trato sobre el puente (p.39). El poeta niño lo recuerda como recuerda a Dios: Dios era y hacía frío // cuando me incorporó a su aguas. // Veo un pez que se debate // con mis primeras lágrimas. (p.41) Este Dios-Duero se transforma en imágenes casi inefables: El Duero es un dialecto de // de verbos embarrados, (p.43) lo que explica que sea un trasfondo de significados para la comunicación: El Duero escribe // con palabras de todos, // y diluye mi mentira (p.51). Por eso, explica el poeta: Ningún texto// de los hombres // tu caudal modifica. Porque se trata de un río incontrolable: Mi río se desborda // para expulsar palabras // indignas de su cauce (p.59). De ahí la petición que el poeta dirige al río: Enséñame a pronunciar // el amor que te adeudo // con azules consonantes. // Enséñame a escribir // con tus vocales líquidas // un anfibio poema, Duero, // espejo de mi caligrafía. (p.53). 3.4.-Zamora, Claudio Rodríguez y J. Hilario Tundidor como fuente de sosiego En los años veinte Unamuno cantó las bellezas de esta ciudad, en diversos poemas, pero se hacen necesarios algunos matices al respecto. Se ha dicho que evoca a Zamora en su poema “Durium, Duero, Douro”, escrito en el 21 de abril de 1930, con ecos históricos. Curiosamente, en el día 17 de agosto de 1928 (fecha mal reflejada en la edición de la Poesía Completa16 . En su poema 332, Unamuno evoca la ciudad, pero repite dos versos del poema anterior y alguna otra impresión urbana. El poema, un poco más personal, termina con dos versos Zamora dormida en brazos // corrientes del padre Duero. No hay duda de que Zamora y el Duero tienen en Claudio Rodríguez uno de sus más apasionados cantores. El poeta se acerca al Duero en actitud mística, como se acerca casi siempre al paisaje zamorano. Tierra y agua del Duero acaban siendo caras del mismo poliedro 15

Manuel ARANDILLA, Hombre baldío, Editorial Dossoles, Burgos, 1998. En la Edición de Alianza Editorial, el poema 332, “Zamora”, aparece fechado el 17 de agosto de 1978 y el número 333, sin título, el 17 de agosto de 1978. Se trata evidentemente, de dos errores tipográficos. 16

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místico, patente en los versos del segundo poema del libro III de Don de la ebriedad : Agua del río, agua del mar, estrella // fija o errante, estrella en el reposo // nocturno. Qué verdad, qué limpia escena // la del amor, que nunca ve en las cosas // la triste realidad de su apariencia 17 . No son los únicos casos; sirvan de ejemplo algunos versos, referidos a un concepto tan inaprensible como la verdad: Déjame que, con vieja, // sabiduría, diga: // a pesar , a pesar // de todos los pesares // y aunque sea muy dolorosa, y aunque // sea a veces inmunda, siempre, siempre,// la más honda verdad es la alegría. // La que de un río turbio // hace aguas limpias, //la que hace que te diga // estas palabras tan indignas ahora, // la que nos llega como // llega la noche y llega la mañana, // como llega a la orilla // la ola: // irremediablemente18 . De ahí el hondo sentimiento presente en el poema “Al ruido del Duero”, paradigma poético de estas sensaciones líricas del paisaje fluvial zamorano. El íntimo alejamiento del poeta le lleva a reflexiones extremadas, dramáticas, reflejo de su marcha, que él imaginó afortunada en otro tiempo: Y como yo veía // que era tan popular entre las calles, // pasé el puente y, adiós, dejé atrás todo. Pasado el tiempo, recupera el simbolismo del río: Y eres / tú, música del río, aliento mío hondo, llaneza y voz y pulso de mis hombres. Al final del poema, el poeta sentirá el inevitable y feliz sentimiento de la plenitud pensando en el río: Oh, río, // fundador de ciudades, // sonando en todo menos en tu lecho, // haz que tu ruido sea nuestro canto, // nuestro taller en vida. Y si algún día // la soledad, el ver al hombre en venta, // el vino, el mal amor o el desaliento // asaltan lo que bien has hecho tuyo, // ponte como hoy en pie de guerra, guarda // todas mis puertas y ventanas como // tú has hecho desde siempre, // tú a quien estoy oyendo igual que entonces, // tú, río de mi tierra, tú, río Duradero. El Duero recibe por parte de Claudio Rodríguez una visión muy personalizada en el poema “Eugenio de Luelmo”. La admiración humana por el personaje recordado sólo encuentra modelo posible con el río, ya que, como se indica en la dedicatoria del poema, “Que vivió y murió junto al Duero”. De ahí lo trascendente de los versos: Él, cuyo oficio sin horario // era la compañía, ¿cómo iba // a saber que su Duero // es mal vecino? 19 . El poeta, emocionado con la muerte del amigo, parece recordarle que el misterio fluvial poco tiene que ver con la llegada de la muerte: La muerte no es un río, como el Duero, // ni tampoco es un mar. Como el amor, el mar // siempre acaba entre cuatro // paredes. Y tú, Eugenio, por mil cauces // sin crecida o sequía, // sin puentes, sin mujeres // lavando ropa, en qué aguas // te has metido?20 . La sensación de luz, inefable literariamente, resurge con el símbolo de la niñez, mundo de misteriosas vivencias, en las que reaparece el río como símbolo : Las calles, los almendros, // algunos de hojas malva, // otros de floración tardía frente // a la soledad del puente // donde se hila la luz entre los ojos // tempranos para odiar. Y pasa el agua // nunca tardía para amar del Duero, // emocionada y lenta, // quemando infancia 21 . Uno de los últimos poemas de Claudio Rodríguez resume a la perfección las variadas sensaciones vividas, reflejadas en el cuerpo III del poema “El robo”22 : Y fluye el Duero ilusionadamente…// Estás llegando a tanta claridad // que ya ni ves que está la primavera //sobria en los chopos ahí enfrente. Pero // ¿tú qué te has hecho? // ¡Si has tenido en tus manos // la verdad!. 17

De El don de la ebriedad, libro III. Ésta, como otras citas del presente trabajo, pertenecen a la obra Claudio Rodríguez, Hacia el canto. Selección de Claudio Rodríguez y L.G.J. Edición de Luis GARCÍA JAMBRINA. Salamanca: Universidad; Madrid.Patrimonio Nacional, 1993. 18 Claudio RODRÍGUEZ, op. ct.,p.162 19 Claudio RODRIGUEZ, op. cit, p. 131. 20 Claudio RODRÍGUEZ, op. cit.,p. 133. 21 Claudio RODRÍGUEZ, op. cit.,p. 183. 22 El poema pertenece a Interludio mayor. En la obra citada en notas anteriores figura en la página 257.

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José Miguel Ullán (hombre y poeta de los espacios majestuosos de los Arribes) no olvida la imagen del Duero, al que considera símbolo de la unidad, de la plenitud universal en su poema “Unidad”: Unidad, nos hemos salvado, // aunque fuera preciso creerse // en los brazos del sueño primero: // esas sombras que cruzan el Duero // para oírse gemir en la noche // de la otra orilla, al deshacer, // lo mismo: // ¿qué es esto que yo no he sido? Zamora surge en los versos de Juan José Cuadros 23 , primero en forma de copla muy bella, titulada “Canción para un río chico”: Mira qué buen nombre tiene, con ser tan chico el Clamores. // Ni el Duero, con ser el Duero, // tiene más bonito el nombre (p.28). En su largo poema “Responso desde la barbacana de Zamora”, teje una delicada visión en la que se mezcla una interpretación panteísta e idealizada del paisaje con una alusión al pasado histórico: El tiempo, con el agua // del viejo Duero, // con el viento // de ahora y la desesperanza // de cada cual // -cuando quedaba- // tejió los lienzos del olvido, padre // de la vida y compadre // de la dulzaina y del lagar. // Por eso, aquí, // sobre las piedras // podridas // de la cerca // de esta ciudad hermosa, // desmemoriada y roja // de soles, // rezo un responso, entierro, // cuentos de viejas // glorias, // asaltos y traiciones, // polvo de cronicones archivados // y otras cosas // más también, // en esta tarde en viento // por el habar en flor. No es el Duero el espacio poético evocado por Agustín García Calvo, pero Valorio tiene íntimas relaciones con sus aguas. El bello bosque zamorano, próximo al río, le sirve al escritor como peculiar seguidilla, no demasiado ortodoxa: ¡Viva por ti Valorio, // aunque no lo veas, // y se haga tan espeso // como lo era! // Y si te empeñas // en morir tú, // allí donde caigas, // lo mismo huelas. Escapa un poco a este tratamiento poético la literatura de Juan Manuel de Prada, pero no hay que olvidar que muchas páginas suyas presentan gran lirismo. El Duero se asocia a la infancia del escritor en su “ciudad levítica”, al recuerdo de su abuelo, hombre que haría adentrarse al niño Prada en los vericuetos misteriosos de la Naturaleza y la creación literaria. En La vida invisible24 , Zamora será escenario de las andanzas amorosas del protagonista, aún es adolescente. Alguna experiencia erótica le servirá para hacer una plástica recreación en los tiempos actuales del bellísimo “Romance de Gerineldo”. El Duero, que engulle los ruidos de la ciudad, será también escenario de momentos sentimentales: “Bajamos hacia el río por calles que tenían un recogimiento de eremitorios, como si se hubieran quedado rezagadas en la intemperie del pasado. La noche tenía una limpieza de puñal húmedo e incruento (…) El río bajaba caudaloso como mi sangre, con es ímpetu que tienen el amor y la muerte. (…) Contemplada desde el puente sobre el río, nuestra ciudad levítica parecía sostenida sobre el filo de la nieve. Apoyados en el pretil, abismamos la mirada en aquellas aguas que arrastraban el dolor del mundo, también su tumulto y su furia” (p. 221). El poema de Jesús Hilario Tundidor “Adiós a los río que se van“ (incluido en su libro Río oscuro, 1960) es la mejor forma de nostálgica despedida: Adiós a los ríos que se van, // las aguas que en canción de madre alzada // llevan hacia otra luz, hacia otros aires, // las vísperas antiguas de las zudas. // Adiós los ríos que se van, las sombras // perdidas en los árboles trenzado, // la soledad de las riberas pobres, // el hondo desaliento de los juncos. // Yo quisiera contar cómo se quedan // el ojo estrangulado de los puentes, // las ciudades que socorre el agua, // las lavanderas del amor y el hosco // pasar del aluvión en la crecida. // Pero el silencio lo contagia el río // y solo ya y sin calles, // triste amor y viejo de andadura, // he salido a la aceña, con el alba // en la frente a ras del sueño y abro el día // y digo // como un envite de la muerte eterna: // adiós los ríos que se van, bien vayan… 23 24

Juan José CUADROS, Memoria del camino, Col. PRvincia,25, León, 1975. Juan Manuel DE PRADA, La vida invisible. Premio Primavera de Novela 2003. Madrid, espasa Calpe, 2003.

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4.- EL DUERO, UNA FLECHA FLUVIAL HACIA EL ATLÁNTICO No hay duda de que un río es la suma de los afluentes que desembocan en él. Norte, sur, este y oeste…conforman la superficie de la que surge el cuerpo fluvial del Duero. No se trata de hacer una descripción exhaustiva de los afluentes. Sería una triste concesión a la visión topográfica o hidráulica, objetivo lejano de estas reflexiones. Se hace imprescindible una selección, en la que no estarán presentes a buen seguro, los cauces fluviales más representativos desde el punto de vista hidrológico. Quien esto escribe se siente más deudor de sentimientos y vivencias humanas y literarias que de cifras y volúmenes. De ahí lo arbitraria que puede resultar su apreciación. ¡Qué le vamos a hacer…! Riesgos y peligros del subjetivismo. Pero es indiscutible que el Duero es una flecha que camina hacia occidente, con su trayectoria marcada geográficamente con la afluencia del Órbigo y el Tormes. Hay otros ríos, bien sabe Dios de importancia capital. ¡Cómo no recordar el Pisuerga, madre fluvial de la magna obra del Canal de Castilla!...Pero el Órbigo y el Tormes marcan con especial plasticidad la forma de esta saeta fluvial que forma el Duero. 4.1.- El Órbigo como metáfora poética del Norte Del norte llegan corrientes numerosas, enriquecedoras de un caudal infatigable a las sequías y otros elementos adversos. No es fácil seleccionar nombres de ríos para la evocación literaria. Del Norte fluyen ríos importantes, pero el Órbigo viene a ser uno de los más próximos y familiares. En identificación fluvial con el Esla en tierras zamoranas (río tan querido por los escritores leoneses) entrega su caudal al Duero. El Órbigo sirve de escenario a obras de la leonesa Elena Santiago, pero es también espacio estético y y erudito para el poeta bañezano Antonio Colinas, en cuya obra Orillas del Órbigo el río se ramifica en tres afluentes literarios: la poesía, la erudición y la memoria. La riqueza de su obra hace imposible una síntesis razonable en un trabajo de esta condición. El río recibe su nombre propio en “Riberas del Órbigo”, uno de los poemas del escritor, perteneciente a Poemas de la tierra y de la sangre (1967), su primera obra. En esas riberas, el poeta nació a la vida y al arte, y como tal recuerda el escenario: Aquí en estas riberas, donde atisbé la luz // por vez primera, miro arder todas las tardes // las copas de los álamos, el perfil de los montes, // del dios río que llena de frutos nuestros pechos. // Aquí en estas riberas, donde atisbé la luz // por vez primera, dejo también el corazón. Es ese mismo río en el que el poeta, en una noche de invierno se ve sumido en honda soledad, cuya crónica lírica finaliza en versos de curiosa referencia ornitológica: Recuerdo que la noche era azulad, fría, // y en una de las ramas, al pobre ruiseñor, // le vi heladas dos lágrimas bajo sus ojos bellos. El río Órbigo será también soporte erudito-sentimental de su obra Orillas del 25 Órbigo . El cauce fluvial se convierte en un espacio psicológico en el que tiene cabida una polisémica visión, que incluye recuerdos personales, informaciones históricas, actitudes psicológicas ante el paisaje…toda una poética vital.. Especialmente simbólica es la visión que ofrece Antonio Colinas en su libro de memorias El crujido de la luz 26 . El escritor no tiene duda en afirmarlo: Lo mejor de las vivencias y contemplaciones de aquellos días remitía al río. O a los tres, pues eran tres los que discurrían por la vega feraz. Del río y sus alrededores estaba hecha la sustancia de su vida. El río, que cada día fluía por su memoria con una intensidad y con un misterio que el paso de los años no pudieron debilitar (p.72). En aquel río se sitúa el recuerdo más querido 25

Antonio COLINAS, Orillas del Órbigo. Diputación Provincial de León (“Breviarios de la Calle del Pez) 1987. Hay una primera edición de la obra. 26 Antonio COLINAS, El crujido de la luz, León, EDILESA (“Los libros de la Candamia”), 199.

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de su infancia: Sucedía que, a veces, cuando cerraba los ojos para extraer el recuerdo más hondo de su infancia, lo que brotaba de su memoria no era la nieve, sino un atardecer de otoño en una de las orillas del río (p. 74).No faltan curiosas referencias ornitológicas, entre cuyos nombres aparecen (¡milagros de la creación poética!) los colibríes: Los pequeños colibríes buscaban con rapidez las florestas o se detenían sobre el agua, con sus alas extendidas, como si estuviesen crucificados en el aire (p.78). La muerte será el final de esta visión del descubrimiento de la vida. Cuatro ríos reciben algún tratamiento literario también: El Tuerto, el Duerna, el Jamuz y el Eria son las venas fluviales que alimentan la vida y el paisaje de estas tierras de la secular Bedunia. Pero no son los únicos ríos leoneses que han servido como fuente de inspiración poética. Ni siquiera una relación superficial se hace posible en estas líneas. Sirva de testimonio el nombre del río Curueño, escenario para los sueños íntimos de Julio Llamazares en su obra El río del olvido27 y de Jesús Díez Fernández28 , autor de dos libros dedicados al río. 4. 2.- El Tormes, símbolo de la historia salmantina del sur. Pocos ríos de Castilla y León esconden una trayectoria literaria en sus aguas comparable a la del Tormes. Además de lugar de nacimiento de Lázaro de Tormes, arrastra en sus aguas leyendas y referencias literarias sin fin. Juan del Enzina, Garcilaso de la vega, El Lazarillo de Tormes, Fray Luis de León, Lope de Vega, Cervantes, Meléndez Valdés, Unamuno, y Aníbal Núñez en los tiempos modernos, han tomado el río charro como reflejo de sus inquietudes estéticas. No faltan las visiones mitológicas, que Gil González Dávila recoge en sus obras29 . En la referida a Salamanca afirma Gil González Dávila que “son las aguas de este río delgadas, limpias, sanas, y sin ningún género de cieno, ni de sabor alguno, y dellas beve toda la ciudad. La afirmación erudita se confirma en el dicho popular salmantino: “Come carnero por caro que valga y bebe del Tormes por turbio que vaya.” No hay que olvidar, sin embargo, que en la célebre obra picaresca El escudero Marcos de Obregón, su autor Vicente Espinel recuerda cómo los estudiantes recién llegados a Salamanca enfermaban por el consumo de sus aguas, como recoge Luis Cortés 30 . Recordemos los múltiples motivos de inspiración poética que el Tormes ofrece, objetivo esencial de este trabajo. Hasta las canciones populares sitúan al Tormes como elemento que impide la guerra entre Bernardo del Carpio y los sarracenos, situados (según se deduce de la coplilla popular) en las tierras de Amatos de Alba: Bernardo de Carpio, en Carpio // y el moro en el Arapil, // por estar el río en medio// no pudieron combatir. Las investigaciones modernas consideran que Bernardo del Carpio no fue sino un invento de los cristianos para compensar la fama de héroes legendarios de Francia, pero todavía subsisten las ruinas de una fortaleza medieval que se erige próxima al pueblo salmantino de Carpio Bernardo. El Tormes, a su paso por Alba de Tormes, fue cantado con belleza y fervor por Garcilaso de la Vega, el primer gran poeta español en su segunda égloga: En la ribera verde y deleitosa // del sacro Tormes, dulce y claro río, // hay una vega grande y espaciosa // verde en el medio del invierno frío, // y en el otoño verde y primavera // verde en la fuerza del 27

Julio LLAMAZARES, El río del olvido, Barcelona, Seix Barral, 1990. Jesús DÍEZ FERNÁNDEZ, Sendas y espejos, Madrid, Morando, 2004. Miradas y ecos, Madrid, Morando, 2005. 29 Gil GONZÁLEZ DÁVILA se ocupó de la historia religiosa de diversas ciudades de Castilla y León, entre las cuales Salamanca recibe su descripción erudita en Teatro Eclesiástico de la Santa Iglesia de Salamanca, vidas de Obispos y cosas memorables de su sede ciudad de Salamanca. Madrid, Diego Díaz de la Carera, 1650. 30 Salamanca como fuente de referencia literaria fue estudiada con rigor por Luis CORTÉS en su obra Salamanca en la literatura. Ilustrada con catorce dibujos de Zacarías González. Salamanca, Gráficas Cervantes, 1973. 320 pp. 28

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ardiente estío. No son los únicos documentos albenses. Cervantes y, sobre todo, Lope de Vega, tuvieron en el Tormes una fértil fuente de inspiración. Una larga docena de obras ambientó Lope de Vega en la villa ducal, regada por las frías aguas del Tormes. En El laurel de Apolo evocaría una vez más las aguas del río: Tormes, de bellos álamos ceñido // que le sirven de sombra, y él a ellos // de espejo claro y puro // sobre pizarras frágiles tendido // corriéndole cristales los cabellos, // con que de Salamanca ilustra el muro. Sirvan estos documentos poéticos de prueba a las múltiples alusiones que guarda la obra de Lope de Vega respecto al río Tormes. No debe faltar aquí el recuerdo de la obra de Fray Luis de León De los nombres de Cristo. Los diálogos que el agustino puso en boca de sus compañeros de orden tienen lugar en el locus amoenus de la Flecha, la finca que los agustinos tenían próxima al río Tormes. Todas las referencias se verán completadas en el siglo XVIII por los poetas de la Escuela Salmantina, incluido el arroyo del Zurguén, al que Meléndez Valdés dedica sus letrillas “La flor del Zurguén, de inesperada belleza en la atonía lírica del siglo XVIII. Sus primeros versos sirven de plástica visión: Parad, airecillos, // y el ala encoged; // que en plácido sueño // reposa mi bien. // Parad, y de rosas // tejedme un dosel, // do del sol se guarde // la flor del Zurguén. Aníbal Núñez, en los tiempos modernos, recreó de forma primorosa esta visión neoclásica de Batilo, con el título de “El Zurguén”: 31 Remontar el arroyo en brazos de la musa // doliente y sin palabras pero que escoge malvas…Juan José Cuadros no olvida la imagen del Tormes, convirtiéndolo en metáfora de la libertad en su poema “Diría Fray Luis”: O bajar hasta el Tormes, // agua eterna que canta, // como palabra libre en labio libre. // El aire libre que me falta. Afluentes humildes del Tormes, le sirven también a José Luis Puerto para recuperar una visión mítica de la historia conservada en los castros salmantinos: Por caminos de encinas hacia el castro, // hacia poniente: allí donde las aguas // del Yeltes desembocan en el Huebra, donde se eleva el promontorio, donde // los hombres habitaron el espacio. Un poema rematado con un bello epifonema: Y las piedras esperan que en su rostro // nuevas manos cincelen las señales // del latir de la vida. En el mismo libro, Estelas 32 , José Luis Puerto dedica otro de sus poemas a un elemento en teoría nada poético, “El pez”, que recoge inesperados simbolismos de este animal, y que comienza: El pez renuncia al aire, porque el aire // no es más que muerte para su latir. 5. PORTUGAL COMO FINAL HISPÁNICO Y COMIENZO DE OTRAS TIERRAS Los puntos geográficos finales que el Tormes toca son los parajes abruptos de Los Arribes, cantados por don Miguel de Unamuno. Pero no fue el único. El recientemente fallecido José Ledesma Criado hace en “Canción de febrero” una bella síntesis de de paisajes, poetas y ríos localizada en el muelle de Vega de Terrones, donde el Duero se universaliza camino del Atlántico 33 , al tiempo que se hace simbólica frontera entre los dos países hermanos: Líneas de nieve y almendros // junto a la orilla del Duero // hay un río por frontera, // naranjos y limoneros. El poema finaliza con una evocación del Duero como símbolo de la incipiente primavera: Almendro de nata en flor, // grito de España latiendo, // quiero entregarte en mi voz // la canción de los almendros. También José Luis Puerto ha recreado la áspera belleza de estos paisajes, como se comprueba en “Arribes”, versos dedicados a José Miguel Ullán: Montes secos // chicharras // vertical es la tierra // el abismo y el cielo // se necesitan siempre // aquí // nada es condescendencia // todo va a la caída // ¿también a la ascensión? // El vuelo // de almendros y de olivos // de raíz tan escasos // habla 31

Aníbal NÚÑEZ, Primavera soluble, en Obra Poética,I, Madrid, Hiparión, 1995) José Luis PUERTO, Estelas, Algaida, Alicante, 1995. 33 José LEDESMA CRIADO, Libro de canciones, Editorial Peñíscola, Barcelona, 1970. 32

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de negaciones de la tierra // de lo imposible que es permanecer // aquí // la sima de las aguas // el cielo de rapaces que devoran. El leonés Antonio Pereira formalizó poéticamente esta síntesis de ríos y de pueblo en su poema “Paisaje con hombres”34 : Por caminos del monte abajo, // a la orilla del verde brezo, // los portugueses van y vienen, silenciosos hasta los huesos. // Van o vienen, los portugueses, // un sombrero, otro sombrero, allá del Tajo, Tras los Montes, // por el Algarbe y en el Duero // Por una senda que no acaba, // con la rosa del milagreo, // los portugueses van y vienen // bajo el sol que los hace viejos. Para finalizar… No les preguntéis hacia dónde // van, ni si vienen de muy lejos. Los portugueses que yo digo // sólo hablan con su silencio. Unamuno, una vez más, se acerca a Portugal, concretamente a Oporto. Su poema LXV “A bordo del ´Romney´, rumbo a Oporto” (compuesto e del 20 al 23 de julio de 1910) es el reflejo de las palabras del mar, visión más prosopopéyica que nunca. Escrito en verso casi libre (ritmo poco imaginable en el Unamuno de 1910, y tan aficionado al metro clásico) el poema comienza con “Lo que dice el mar”, completado con otras exp resiones marinas. Una tercera parte, “Y luego nada”, le sirve al poeta para expresar sus sentimientos, con un final en el que coincide la paradoja de nihilismo y la plenitud: “Y luego nada, nada, nada, // es decir todo”. El cuerpo titulado El hombre de la pipa sirve de cierre al poema. Es el momento de recordar a José Ledesma Criado 35 , tan próximo en su muerte, quien canta en su “Canc ionero de febrero” la llegada del Duero al Muelle de Vega-Terrón, en La Fregeneda. El sentido de plenitud lleva al poeta salmantino a recordar a diversos poetas de los que han cantado al Duero en sus versos 36 . Y a partir de ahí…Portugal empieza a cantar. No han sido ajenos los poetas portugueses al recorrido del río. Y mucho menos los novelistas, pero su obra, desborda los objetivos propuestos en el tema asignado, de forma muy precisa, al autor de este trabajo 37 . José Bento ofrece una filosófica descripción del río en el tercer cuerpo de su poema titulado “Quinteto”38 : El río o el mirar que, de tan lento y lúcido, // nos delata lo que somos, impiadoso, // hasta acusarnos de lo que ignoramos // no es menos hostil que [aquel] el desprecio // de quien ni la merced gratuita nos concede // de unas sobras, de un gesto, un mudo insulto. Lo hace Eugenio de Andrade, cuando escribe su poema “Lugar de la luz” 39 : Después de rasgar el agua // Después. // Cuando el aroma de la estrella // de la tarde anuncia // la resurrección del trigo. (…) // Después de haber subido el silencio // a los mástiles, y el ojo de la cal // haberse ahogado. // Después. Después. Resulta curioso comprobar que José

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Antonio PEREIRA, Cancionero de Sagres, Editorial Orines, Col. Arbolé, 7, Madrid, 1969. Próximamente ( al amparo de la Fundación Salamanca, Ciudad de Cultura) aparecerá una excelente antología del poeta salmantino al cuidado de Mercedes MARCOS y Antonio SANCHEZ ZAMARREÑO. 36 José LEDESMA CRIADO, Libro de canciones, Editorial Peñíscola, Barcelona, 1970 ,1970. 37 Si hubiera sido posible analizar la narrativa, habría sido necesario recordar obras esenciales al respecto. Vayan citados algunos autores portugueses, cuyas novelas tienen como trasfondo temático el río Duero. Es el caso de la obra de EÇA DE QUEIROZ, quien en su obra La ciudad y las sierras (publicada en 1901) escoge como escenario tierras regadas por el Duero y el Tormes, lo que supone un escenario fluvial muy próximo al analizado en este trabajo, con la Villa ducal de Alba de Tormes como escenario A Eça de Queiroz, habría que añadir nombres consagrados de la narrativa portuguesa contemporánea como Miguel Torga o José Saramago, cuya obra escapa al análisis de estas líneas. O nombres como Pires Cabral, Domingo Monteiro, Antonio Cabral, Agustina Bessa Luis o Alves Redol. 38 José BENTO, Algunas sílabas, Madrid, Calambur, 2000) 39 Eugenio DE ANDRADE, Oficio de paciencia Madrid, Hiparión, 1994. 35

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Saramago se acerca al Duero de forma apasionada en su Viaje a Portugal, 40 pero no lo trata como tema lírico en su poesía 41 . Aunque no se trate de manifestaciones poéticas en el sentido estricto, hay autores que reflejan sus sentimientos en su prosa de una forma admirable. En muchos casos, de forma líricamente superior a los poetas. Es el caso de Miguel Torga, cuyas impresiones, reflejadas en forma de diario, tienen valor poético muy superior al que muestran muchos reconocidos poetas. El contenido propuesto para estas reflexiones hace lejano el análisis de ciertos fragmentos del escritor portugués, pero se hacen necesarias algunas confesiones: “En el paisaje de mi vida hay dos ríos. Este Duero de aquí y el de Montego. Uno refleja las mesetas de mi niñez y el otros los valles de mi madurez” 42 . Las divagaciones personales en torno a estos dos ríos acaban siendo una personalísima poética del autor43 . El Duero acaba siendo fuente poética de incuestionable lirismo cuando el escritor refleja sus sensaciones vividas en “Aregos, 13 de abril de 1963”: “Subo y bajo incansablemente las orillas del Duero, mi río, porque rocía mi cuna, porque en él se refleja el más bello paisaje que conozco, porque es joven, porque es una realidad y un símbolo portugués, porque es peninsular…”44 . Una de las reflexiones de Miguel Torga que pueden considerarse ápice de sus vivencias se hace presente en S. Leonardo de Galafura, 8 de abril de 1977, que comienza con la observación lacónica “El Duero sublimado”, un Duero convertido en motivo de hondas reflexiones. También en sus diarios Miguel Torga se decide por poner en verso sus impresiones sobre el Duero, como lo refleja en Régua, 16 de septiembre de 1962 45 : Sudor, río, dulzura. // (En el principio era el hombre…) // De cocción en cocción, // el mosto va corriendo // en su lecho de piedra. // Corriendo y reflejando // el bifronte paisaje marginal. // Corriendo como corre // un dorado caudal // de sufrimiento. // Corriendo, sin saber // si avanza o retrocede. // Corriendo sin correr. // La desesperación nunca desagua. De estas reflexiones, sea el Duero o sean todos los ríos del mundo, no puede quedar ausente la memoria de Fernando Pessoa, el hombre que mostró una sensibilidad polisémica e intuitiva ante cualquier evento, geográfico o humano. Sirvan de recuerdo de su pensamiento estas palabras: “Mi alma es una orquesta oculta; no sé qué instrumentos tañe o rechina, cuerdas y harpas, timbales y tambores, dentro de mí. Sólo me conozco como sinfonía”46 II. “QUE VAN A DAR A LA MAR, QUE ES EL MORIR” El final tiene siempre un cierto aire de desesperanza. Y lo tienen estas líneas, pensando en el río Duero, cuyo cauce fluvial ha servido para darles vida. Hacia el mar van las aguas del Duero, ha cia el oeste. Como escribió Antonio Machado: “¿Acaso, como tú, y por siempre Duero, irá corriendo hacia la mar, Castilla?

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Aunque existen detalles literarios referidos al Duero, sólo el capítulo “Se junta con el río que llaman Duero…” se refiere al río aquí estudiado. 41 La edición de su Poesía completa (Madrid, Alfaguara, “Biblioteca José Saramago”, traducción de Ángel CAMPOS PÁMPANO, 2005) presenta un panorama rico en vivencias, muchas de ellas referidas al mar. Pero el Duero no aparece como contenido temático, salvo en rasgos mínimos. 42 Miguel TORGA, Diario (1932-1987). Selección, traducción, índice y notas de Eloísa Ávarez. Madrid, Alfaguara, 1988. 43 Una de las mejores descripciones del río Duero hecha por Migue Torga es la que aparece en las páginas 4951 de Portugal (Madrid, Alianza Editorial, 2005). 44 Miguel TORGA, op. cit., P. 277. Las reflexiones que completan el contenido de la cita son de una gran belleza. Finalizan con una curiosa observación: “ Es el regreso inconsciente del poeta al hombre y del hombre a lo que le es elementalmente vital. Al suero, a la hemoglobina, al latido…” Apreciaciones propias de un prestigiosos galeno. 45 Miguel TORGA, Diario IX (1964). Traducción de José Luis Puerto. 46 La cita pertenece a su obra Libro del desasoiego, incluida en la secuencia 24.

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Lo escribe de forma íntima José Luis Puerto en su poema “Hacia el oeste está mi corazón”. Sé que sus versos, de honda nostalgia, no son la única enseña literaria del destino del Duero, pero sirven como lectura íntima para cualquier humano: Allí perdí por siempre // mi niñez entre ortigas, // allí sembré rosales de ternura en el alba, // y allí regresaré en caballos de niebla. // Porque…// hacia el Oeste está mi corazón. También el Tormes, afluente adulto del Duero, le sirvió a Lope de Vega como pretexto para el retorno sentimental, aunque empapado de nostalgia. Y por la tristeza amorosa que, ¡tan pocas veces!, el Monstruo de la Naturaleza que fue Lope de Vega, llegará a sentir. Ha muerto en Alba de Tormes Belisa y, pasado un año, escribe Lope de Vega, quién sabe si con sincero sentimiento…Si no lo fue para él, sí lo es para nosotros. Ya vuelvo, querido Tormes, // ya tornan las ansias mías // a ver la pizarra helada // que cubre mi muerte viva. // Castígame de esta ausencia // que de adorarte me priva, // Alba de mi sol difunto // y noche de mi alegría // (…) Alba fue mi tierna noche, // murióseme en Alba el día; // no me consuela mi tierra, // que está lejos de la mía…

----------------------------------------------------------------------------------------------BIBLIOGRAFÍA Habida cuenta de la condición de este trabajo, es evidente que, salvo excepciones, no se aprovecha apenas bibliografía científica. Eso explica que no se ofrezca una relación bibliográfica en este apartado. En las notas a pie de página se indica la obra a la que pertenece cada uno de los poemas citados y de las obras de consulta que han servido de ayuda a estas páginas..

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