El Espíritu, la Palabra y la catequesis

El Espíritu, la Palabra y la catequesis “El catequista, si actúa movido por el dinamismo del Espíritu, estará permanentemente orientado a la Palabra.

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El Espíritu, la Palabra y la catequesis “El catequista, si actúa movido por el dinamismo del Espíritu, estará permanentemente orientado a la Palabra. Evitará predicarse a sí mismo o encerrarse en un determinado esquema mental o en unas pocas ideas que le atraen. No sólo respetará y amará la Palabra de Dios, sino que se postrará ante ella con una disposición de gozoso sometimiento, como humilde servidor”. (Víctor Manuel Fernández, Catequesis con Espíritu, p. 26)

Mientras pensábamos y rezábamos sobre el tema del SENAC II, sobre la Palabra como centro de la catequesis, mientras intercambiábamos sentires y opiniones, y repasábamos lecturas, dimos con esta cita del padre Fernández, y nos sentimos llamadas a mirar a quien late detrás de nuestro amor y gusto por la Palabra: ni más ni menos que el Espíritu del Señor. Y fuimos hilvanando algunas ideas que compartimos en este trabajo.

La Palabra, Fuente Viva de la catequesis Así lo dice Catechesi Tradendae1, documento fundante para la tarea catequística. También lo recuerda el Directorio Catequístico General2, lo dicen los obispos latinoamericanos en Aparecida de la evangelización en general3, evangelización de la que la catequesis es “un momento o un aspecto” 4, y de la que “con frecuencia es en realidad sinónimo”5. Se trata de una Fuente Viva que impregna a toda la persona con “la inteligencia - la comprensión, la interiorización – del misterio de Cristo”6, misterio que es el centro del contenido de la catequesis7. Una Fuente Viva de la cual dimana el alimento que “nutre saludablemente y vigoriza santamente” a la catequesis8. Es un alimento que en la catequesis hemos de “degustar”, cuyo contenido hemos de percibir con deleite, “oír una y mil veces y aceptar con el corazón”9, hasta que toda ella esté “totalmente impregnada por el pensamiento, el espíritu y actitudes bíblicas y evangélicas”10, lo cual nos hará dar frutos de vida nueva y será canal, “mediación de encuentro con el Señor”11. ¡Y esto 1

Cf. C.T., nr. 27. Cf. D.C.G., nr. 94. 3 Cf. D.A., nr. 248. 4 C.T., nr. 26. 5 Cf. E.N., nr. 22. 6 C.T., nr. 20. 7 Cf. C.T., nr. 6. 8 D.V., nr. 24. 9 C.T., nr. 26. 10 C.T., nr. 27. 11 Cf. D.A., nr. 248. 2

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es a lo que aspira la catequesis! A transmitir, “por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo”12. Los catequistas somos muy conscientes de todo esto. Queda claro de la lectura de las 50 proposiciones del III Congreso Catequístico Nacional, donde insistentemente reclamamos “que la Palabra, escuchada, rumiada, gustada, proclamada y celebrada, se haga Vida en la vida de cada catequista y cada comunidad” (Comisión 17, nr. 48), donde proponemos “una catequesis encarnada, vivencial, donde la Palabra sea el eje (Comisión 16, nr. 19), “un proyecto de Itinerario Catequístico Permanente en el que la Palabra de Dios sea centro y propicie el encuentro personal con Jesús transformando la vida” (Comisión 11, nr. 34), “una profunda espiritualidad bíblica del Pueblo de Dios a través de un proceso de catequesis permanente” (Comisión 11, nr. 36)... Cierto, nos falta articular nuevos caminos, modos prácticos, pero hacia ello vamos caminando con paso decidido… Porque junto con la Iglesia toda, decimos: “¡no tenemos otro tesoro que éste!”13.

El catequista, “iniciado” en la Palabra Para que la Palabra de Dios tenga la debida centralidad en la catequesis, lo primero que parece necesario es que los catequistas seamos enamorados de esa Palabra, tengamos con ella una familiaridad que nos viene del contacto asiduo y gustado. Requiere que seamos, en definitiva, “iniciados” en ella, conscientes de que hemos emprendido y seguimos transitando un proceso de aprendizaje, de asimilación, de interiorización progresiva, de reflexión, oración, contemplación de la Palabra que no se acaba, y que nos lleva a una renovación profunda de nuestro ser. Nos lo recuerda también el Magisterio: “Es necesario [que los] catequistas [que] se dedican legítimamente al ministerio de la palabra, se sumerjan en las Escrituras con asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios que no la escucha en su interior"14. Sólo desde este lugar seremos catequistas “hambrientos de escuchar la Palabra del Señor”15 y de anunciarla, conscientes que “el que enseña es Cristo”16 y nosotros no somos más que instrumentos, de que “no nos anunciamos a nosotros mismos”17, sino al Señor y su mensaje redentor. “¡Qué contacto asiduo con la Palabra de Dios transmitida por el Magisterio de la Iglesia, qué familiaridad profunda con Cristo y con el Padre, qué espíritu de oración, qué despego de sí mismo ha de tener el catequista para poder decir: ‘Mi doctrina no es mía’!” 18 Por eso el compromiso y el vínculo del catequista con la Palabra son tan especiales, tan sublimes; por eso 12

D.A., nr. 14. Ibid. 14 D.V., nr. 25. 15 Cf. Am. 8, 11. 16 C.T., nr. 6. 17 Cf. II Cor. 4, 5. 18 C.T., nr. 6. 13

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nuestro empeño sólo estará dirigido a comunicar y transmitir con fidelidad, a través de nuestro testimonio de vida y nuestro anuncio, las enseñanzas de Jesús; por eso no nos preocupa tanto que nuestros catequizandos nos recuerden como geniales catequistas, o recuerden lo original de nuestras dinámicas y metodologías, sino que lo que queremos es suscitar en ellos ese encuentro con la Palabra-Dios hecho hombre que cambie sus vidas y las atraiga al Amor. El catequista que ha sido tocado por la Palabra y la ha hecho carne, será capaz de comunicarla con fuerza, con pasión y con convicción a los demás. Así el encuentro comunitario con sus catequizandos será fruto de esa contemplación, y la Palabra cobrará más fuerza para provocar verdadera adhesión y cambio de vida.

El amor a la Palabra, fruto del Espíritu Y esta pasión y convicción por la escucha y el anuncio, le vienen al catequista “iniciado”, ministro-servidor de la Palabra, del “dinamismo del Espíritu Santo”, que nos capacita para entenderla, porque “toda nuestra capacidad viene de Dios” (II Cor. 3, 5-6), que nos “hace comprender el verdadero sentido de [su Palabra], conduciendo finalmente al encuentro desvelado con el mismo Verbo… y haciendo que la Palabra de Dios realice efectivamente en los corazones lo que suena en los oídos”19. Cierto, esto es válido para todo cristiano, en la medida que es para toda la Iglesia la promesa de Jesús de que “cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad… porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes”20. Pero para el catequista, este “Maestro interior”21 es quien “anima” (da alma) especialmente, quien es la fuente de nuestro amor a la Palabra, del gozo de meditarla, rumiarla, contemplarla, querer hacerla carne en nosotros, estudiarla, anunciarla… En efecto, “el Espíritu Santo fecunda constantemente la Iglesia en esta vivencia del Evangelio, la hace crecer continuamente en la inteligencia del mismo, y la impulsa y sostiene en la tarea de anunciarlo por todos los confines del mundo”22, es quien nos hace “encontrar las palabras adecuadas para anunciar resueltamente el misterio del Evangelio”23. Y esta abundancia de la acción del Espíritu en nuestra comprensión de la Palabra es tan clara y contundente en la misma Palabra y en el Magisterio como lo es el hecho de que no comprenderla es consecuencia de no abrirse a esa acción del Espíritu. Es bien claro San Pablo: “Si nuestro Evangelio todavía resulta impenetrable, lo es sólo […] para los incrédulos, a quienes el dios de este mundo les ha enceguecido el entendimiento, a fin de que no vean resplandecer el Evangelio de 19

Sínodo sobre la Palabra de Dios, nr, 20. Cf. Jn. 16, 13.15b 21 C.T., nr. 72. 22 D.C.G., nr. 43. 23 Ef. 6, 18-19. 20

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la gloria de Cristo…” Porque, sencillamente, “al que se convierte al Señor (que es el Espíritu), se la cae el velo” de la no-comprensión24. Ya lo había dicho también Jesús: “¡Presten atención a lo que oyen [=a la Palabra]! La medida con que midan se usará para ustedes, y les darán más todavía”. La “medida con que medimos” lo que oímos es la disposición de nuestro corazón: a mayor disposición, mayor comprensión… Y también Jesús es bien claro aquí: “Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene”25. Quien recibe la Palabra con un corazón bien dispuesto, irá comprendiendo y gustando más y más cada vez, pero quien no quiera, quien se cierre a la Palabra, inversamente comprenderá cada vez menos, e incluso lo que cree comprender se le volverá confusión en el corazón y en la mente. Y lo que aquí entra en juego es uno de los misterios más profundos de la dignidad del hombre: su libertad. Porque “convertirse al Señor, que es el Espíritu” es primero una decisión nuestra – claro, iluminada por el mismo Espíritu, que “pone en nosotros el querer y el hacer”26, pero nuestra al fin. Porque “el dios de este mundo” no se impone a nosotros si no le abrimos la puerta. Es decir, comprende quien quiere comprender guiado por el Espíritu, y no comprende quien se obstina en seguir sus propios razonamientos humanos sin dejarse iluminar por Él…

El Espíritu, Fuente de Vida para el catequista anunciador de la Palabra Por tanto, la especialísima relación del catequista con la Palabra requiere una igual de especial apertura a la acción del Espíritu del Señor que libera, santifica y capacita para realizar “obras crísticas”, acciones solidarias, apostólicas, inspiradas, carismáticas, es decir, para actuar como Cristo, en la medida que nos abrimos a su acción transformadora27. Con esta disposición podrá el catequista amar la Palabra, comprenderla, anunciarla, podrá enseñar y argüir, corregir y educar con ella, como exhortaba Pablo a su discípulo Timoteo28. Entonces será especialmente necesario que el catequista aprenda a discernir las “fuentes de donde bebe”. Una espiritualidad sana bebe siempre de “la fuente del Espíritu Santo”, fuente que es inagotable por ser divina 29. Pero, al decir de Grün, hay también “fuentes turbias”, y a veces los catequistas también bebemos de ellas, cuando “damos catequesis” (que no siempre es lo mismo que “ser catequistas”) porque no hay nadie más que lo haga, porque nos da cierto estatus en la comunidad, porque no pudimos decirle que no al Párroco que nos convocó… Y entonces, no sólo que el fruto de esta tarea no será el ciento por uno, sino que la propia persona se encontrará insatisfecha y exigida como consecuencia de su tarea 24

Cf. II Cor. 3, 14-4, 6. Mc. 4, 24-25. 26 Fil. 2, 13. 27 Cf.Carlos Aldunate: El camino de Transformación Espiritual y Psicológica, pp. 116 y 100. 28 II Tim. 3, 16. 29 Cf. Anselm Grün: Espiritualidad, p. 17. 25

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catequística. “Tristes y desalentados son los catequistas que no confían en la acción misteriosa del Espíritu. Impacientes o ansiosos son los que confían demasiado en su propia capacidad. Se adoran a sí mismos, y por eso tienen necesidad de éxitos rápidos y visibles”30. Es decir, se nos hace necesario a veces cuestionarnos nuestras motivaciones y purificarlas. Para ello hay que volverse a beber de la verdadera fuente que vivifica: el Espíritu. ¿Cómo haremos? Lo invocaremos con convicción y confianza antes, durante y después de cada encuentro personal con la Palabra y dejaremos que nos hable a través de ella; nos pondremos en su presencia mientras preparamos el encuentro de catequesis, mientras estamos transmitiendo el mensaje salvador de Jesucristo, mientras ponemos a los pies del Señor el fruto del encuentro vivido; le hablaremos a Él de cada uno de nuestros catequizandos. Seremos, en definitiva, conscientes de que actuamos “como instrumento vivo y dócil del Espíritu Santo. Invocar constantemente este Espíritu, estar en comunión con Él, esforzarse en conocer sus auténticas inspiraciones debe ser la actitud de la Iglesia docente y de todo catequista”31.

La catequesis, constructora de encuentro y vida nueva La catequesis animada por el dinamismo del Espíritu que nos hace centrar en la Palabra, entonces, podrá suscitar aquel don del encuentro con Jesucristo y dar frutos de vida nueva para los catequizandos. No se limitará a un proyecto o programa determinado, sino que tendrá como eje compartir esa experiencia del encuentro, testimoniarlo y anunciarlo. Porque no hemos de olvidar “que la adhesión de fe de los catequizandos es fruto de la gracia y de la libertad, y por eso [procuraremos que nuestra] actividad catequética esté siempre sostenida por la fe en el Espíritu Santo y por la oración”32. Por nuestra parte, bajo el impulso del mismo Espíritu, los catequistas daremos fe de lo aprendido y recibido, de lo rumiado en la Palabra, tendremos un fuerte espíritu de oración y adhesión a la Eucaristía, que nos hará capaces de ser creativos, abiertos, cercanos, atentos. Así nuestro testimonio no será más que la manifestación de lo que el Señor obra en nosotros. Sólo así seremos fieles al verdadero espíritu de la catequesis, y estaremos genuinamente preocupados y ocupados por las necesidades de esa pequeña comunidad que nos toca acompañar. Renovada por el Espíritu, la catequesis será también presencia, solidaridad y alegría. Presencia plena del catequista, con todos nuestros sentidos y nuestro espíritu, en medio de nuestro “pequeño rebaño”, con su realidad, su situación 30

Fernández, Víctor Manuel: Catequesis con Espíritu, p. 35. C.T., nr. 72. 32 D.C.G., nr. 156 31

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particular, porque “los gozos y las esperanzas, tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”33. Solidaridad que construye comunidad, como rasgo distintivo de la identidad del catequista y de la auténtica catequesis. Alegría como testimonio de que hemos recibido la Buena Noticia y no podemos menos que comunicarla. Tenemos que ser capaces de irradiar el gozo del Evangelio. Porque, en definitiva, lo que transmitimos, la razón de ser de nuestra tarea, es el anuncio gozoso de que Jesucristo es el Señor, sanador y salvador de nuestras vidas, y “nadie puede decir: ‘Jesús es el Señor’, si no está impulsado por el Espíritu Santo”34.

Espíritu del Señor, ayudanos a crecer en la contemplación, la rumia, el amor a la Palabra, y manifestate en nuestras vidas, en nuestra catequesis, con tus dones “para el bien común”. Amén.

Mónica Lorenzo de Magoia Teresa Varela de Ramilo San Carlos de Bariloche, junio 2013.

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G.S., nr. 1. I Cor. 12, 3.

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Abreviaturas C.T.

Catechesi Tradendae

D.A.

Documento de Aparecida.

D.C.G.

Directorio Catequístico General

D.V.

Dei Verbum

E.N.

Evangelii Nuntiandi

G.S.

Gaudium et Spes

Bibliografía consultada Aldunate, Carlos, S.J.: El camino de Transformación Espiritual y Psicológica, Sagrada Familia Ediciones, Santiago de Chile, 2003. Constitución Dogmática Dei Verbum, Concilio Vaticano II. Constitución Pastoral Gaudium et Spes, Concilio Vaticano II. De Vos, Frans: Pensar la Catequesis, Claretiana, 2006. Directorio Catequístico General, Congregación para el Clero de la Conferencia Episcopal Argentina, 1997. Documento Conclusivo de la V Conferencia Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 2007.

General

del

Episcopado

Exhortación Apostólica Catechesi Tradendae, de Su Santidad Juan Pablo II. Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, de Su Santidad Pablo VI. Fernández, Víctor Manuel: Catequesis con Espíritu, San Benito, Buenos Aires, 2003. Grün, Anselm: Espiritualidad, Agape-Bonum-Guadalupe-Lumen-San Pablo, Buenos Aires, 2008. La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia (Lineamenta), Sínodo de los obispos, XII Asamblea General Ordinaria, 2007.

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Anexo La Región Patagonia-Comahue tuvo su Encuentro Nacional de Catequesis (ENAC) en 2006 en la ciudad de Cipoletti. En esa ocasión, el padre Alejandro Puíggari, entonces Director de la Junta Nacional de Catequesis, nos iluminó sobre la identidad y la persona del catequista. A modo de “grageas” de nuestra parte…, compartimos unos extractos de esa charla que se relacionan con el tema que hemos desarrollado en este trabajo: “Por eso es lindo siempre recordar que en el ministerio del catequista hay una vocación, alguien que te llamó, alguien que está involucrado en eso. Y miren qué lindo cómo el Apóstol Juan nos cuenta: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida es lo que les anunciamos” [I Jn. 1, 1]. Juan dice “oído, visto, contemplado, tocado...” Ese es el catequista: es aquel tiene memoria y experiencia de un encuentro, una experiencia de Cristo. Si no, no es un catequista; es un charlatán; si no, no realiza un acto catequístico, desarrolla lo que dice un libro. El catequista debe haber visto y oído, el catequista es el hombre que ha visto a Jesús y que entonces lo puede contar, por eso es testigo: porque es discípulo. ¡Si no es un versero! Y miren que los Argentinos hemos inventado una palabra que en cualquier momento entra en el diccionario de la lengua española: lo trucho: ha habido diputado trucho, cura trucho, ¡y hay catequista trucho! Y es aquel que no ha visto nada, que no ha contemplado nada, aquel que se apropia de la palabra de Dios y la manipula, aquel que en el fondo, ¿qué produce?: ¡nuevos ateos! Porque ese Dios no es el Dios de nuestros padres”. ============================= “Sin embargo hay cosas que al catequista Dios le pide que viva de un modo especial. Toda persona tiene que leer la Palabra de Dios. Pero el catequista se compromete públicamente a ser ministro de la Palabra. Si Doña Rosa, que atiende el almacén, no puede leer el Evangelio, tendrá otros modos de rezar; pero si Josefa, que es catequista, no tiene lugar para el Evangelio en su vida, le va a costar ser buena catequista. El catequista es alguien que se compromete de un modo especial a leer y meditar la Palabra de Dios. Todos tenemos que ser justos, pero si el juez del pueblo no es justo, él está fallando especialmente. El catequista debe entonces ser el hombre de la palabra que la medita que la rumia para darla a comunicar”. ============================= “Ahora quiero invitarlos a ponerse de pie, invitarlos a, como el profeta, decir: “¡Aquí estoy, Señor! Quiero ser tu catequista; no quiero dar catequesis, quiero SER catequista. Quiero vivir este ministerio con alegría y pasión. Porque, Señor, hay mucha gente que no te conoce, hay mucha gente que no te descubre, hay mucha gente que piensa que estás muerto, que no tenés nada para comunicar. Quiero ser catequista, pero con la fuerza de tu Espíritu, porque si no nada puedo. Y así como el día de la Confirmación tuve un hermano, un padrino, una madrina, que puso su mano en mi hombro para decir ‘No estás solo’, los catequistas de todo el país hemos querido este año poner la mano en el hombro del otro – y los invito a poner la mano en el hombro del hermano que tienen al lado -, para decirle: ‘No estás solo’. Somos muchos; pobres, pero muchos catequistas que, silenciosamente, que a veces sacrificadamente, que con la experiencia de la vasija de barro muchas veces con muchas heridas queremos anunciar tu nombre. Por eso, Señor, te pedimos unos por otros, ayúdanos, danos tu Espíritu, somos catequistas de este país, una nación herida y agobiada, pero queremos anunciar tu Buena Noticia. Somos catequistas en esta cultura tan fragmentada, pero queremos anunciar tu Evangelio, tu sabiduría. Señor, ayúdanos; contamos con tu gracia. Señor, ayúdanos a experimentarnos comunidad. Señor, ayúdanos; queremos anunciar tu Nombre, queremos que seas conocido. Queremos unirnos a tantos catequistas que, en la montaña y en la ciudad, en la llanura y

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en la estepa, gritan, proclaman, viven: ¡Jesús es el Señor!” (Todos responden:) ¡Con alegría lo anunciamos!

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