EL FETICHISMO Y LO POLÍTICO Cristina Catalina Gallego1
Resumen: Este texto analiza un modo de socialidad supuesto en las sociedades en las que el modo de producción capitalista deviene hegemónico, significando particularmente su carácter fetichista. Para ello se partirá del marco conceptual empleado por K. Marx en su crítica a la economía política, especialmente, del concepto de Fetichismo como categoría analítica útil para evidenciar la particularidad de la manifestación de las relaciones capitalistas de dominación, dependencia y supra-subordinación. Este modo de ser del hombre en cuanto al ámbito económico del capitalismo se contrapondrá con el supuesto en el concepto de ciudadano como sujeto político de la democracia liberal participativa. Lo que en definitiva se plantea es la pregunta por la condición del ciudadano en las sociedades capitalitas. Palabras clave: fetichismo de la mercancía, ciudadanía, capitalismo, democracia representativa
Introducción La problemática política que pone de manifiesto este trabajo es la particular articulación entre lo económico y lo político en la conjunción de las democracias representativas con el modo de producción mercantil capitalista. Esta articulación se basa en una escisión de la economía y de la política en cuanto a ámbitos sociales y analíticos diferenciados puesto que ambas parten de la reducción de lo económico al funcionamiento del modo de producción capitalista. Su vinculación está condicionada por el modo fetichista del ser y manifestarse de las relaciones capitalistas de dominación, dependencia y supra-subordinación La condición del ciudadano estaría fundamentada en tal separación y de ahí las contradicciones que surgen entre la libertad política del hombre como sujeto político democrático y las relaciones de poder en cuanto a su imbricación en el capitalismo. El fetichismo como modo de ser y manifestación de las relaciones entre hombres y de éstos con la naturaleza permitiría comprender la condición socio-económica del ciudadano político2. 1 Cristina Catalina Gallego es licenciada en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad Complutense de Madrid y actualmente está realizando el Máster de Filosofía Práctica por la Universidad Nacional a Distancia. Dirección de contacto: Calle Hospital 1, 42330; San Esteban de Gormaz, Soria, España. Correo electrónico:
[email protected] 2 En este trabajo no pretendemos restar importancia a los mecanismos de poder de otras instituciones que no entran en la lógica de valorización directamente, ni otras cuya génesis no parte de la dominación abstracta de capital. El
El concepto de fetichismo parte del elaborado teóricamente por K. Marx y desarrollado posteriormente por una literatura marxista que se distancia del uso ortodoxo del concepto de ideología y falsa conciencia. (Heinrich, 2008) La categoría de fetichismo que utilizamos se caracteriza por su especificidad para dar cuenta de un mecanismo social muy concreto, de un momento histórico determinado y cuyo origen está en la forma social más básica del modo de producción mercantil capitalista: la forma mercancía como forma que adoptan los productos del trabajo productivo capitalista. La categoría del fetichismo surge a partir de una aproximación sociológica al capitalismo, analizándolo no sólo en cuanto modo de producción técnico-material sino como modo de producción social (Rubin, 1994). Se llega así a dilucidar los distintos modos de socialidad que se presuponen en el funcionamiento del capital al generalizarse su forma más básica y cristalizar su funcionamiento. Esta categoría hace referencia a un mecanismo social por el cuál hablamos de una particular inversión de las relaciones sujeto-objeto. Por un lado, en el capitalismo la capacidad del hombre como sujeto social, como creador de un mundo social, en cierto modo se traslada a las cosas (en cuanto que adoptan la forma mercancía). Por otro, a pesar de que éstas, en su forma material, no se caracterizarían por ser agentes, a través de la función social que desempeñan en las relaciones de producción se “comportan” como si lo fueran. Este modo de ser de las surge de la función de mediación social que adquieren las propias cosas-mercancías como portadoras de relaciones sociales (valor-trabajo abstracto). Por otro lado, una vez cristalizada la función de las cosasmercancías, por reiteración y generalización social, el comportamiento de los hombres se objetiva en tanto que queda condicionado por la función (social-material) de la cosa que poseen, por el tipo de propiedad. Otro aspecto del fetichismo sería el modo particular en que se manifiestan las relaciones sociales. Lo distintivo en el capitalismo está en que las relaciones sociales se expresan en formas sociales. Éstas cumplen una función en cuanto al proceso de producción material que difiere de la función en el proceso de producción desde el punto de vista social. Por ello, estas formas (mercancía, dinero, salario, capital, etc.) establecen relaciones sociales pero, a su vez y, por ello mismo, presuponen otras. Las categorías del sentido común nombran y explican una realidad mientras en su conciencia inmediata obvian otra a la vez que la suponen en el funcionamiento práctico. Esto ocurre debido a que las categorías económicas se constituyen a partir de la manifestación de las formas sociales en cuanto a su función en el proceso de producción material, y cuyo contenido son relaciones de valor. De esta manera, las categorías de la economía nombran las formas sociales que adoptan las objeto del trabajo son las específicamente capitalistas en cuanto a su carácter fetichista, y parten de la dominación de valor. Por ello, analizamos las otras relaciones desde su vínculo con ésta última; no por ello, pretendemos quitarles importancia o autonomía en las consecuencias subjetivas que tienen.
cosas-mercancías y a su vez, suponen explícitamente otras relaciones. La categoría de fetichismo se preocupa por el contenido social de las categorías económicas: es decir las relaciones sociales que son condición para que la forma mercancía funcione en una sociedad. Categorías como valor, mercancía, dinero, capital se construirían como portadoras de vínculos sociales que cumplen una función en cuanto portadoras de relaciones sociales articuladas con una lógica relacional interiorizada. La realidad a la que alude la categoría de fetichismo se caracteriza por diferentes niveles constitución y representación en función de la forma de manifestación de las diferentes relaciones sociales implicadas. Algunas relaciones sociales fetichizadas tienen la particularidad de manifestarse a través de formas sociales que adoptan las cosas y los hombres, así crear, tras relaciones sociales fetichistas, cuya manifestación es más visible. La categoría de fetichismo sería útil para poner de manifiesto los modos de socialidad implícitos a la reproducción social del capital y por tanto, las relaciones de poder que le son propias y que sin embargo, se presentan como naturales y tras-históricas. (Arteta, 1993) Para la comprensión del fetichismo parecería pertinente la distinción analítica entre contenido y forma. El contenido como conexión interna o real de las formas sociales en las que se manifiesta remite a la práctica social. (Godelier, 1974). La forma alude al modo de aparecer de un contenido y al modo de ser de su portador, no en cuanto a la forma físico-material, sino como forma social, cristalización de una función social. Esta diferencia estaría vinculada a las conexiones entre el proceso técnico y la producción como proceso social de valorización. Tal distinción dilucidad el poder social real de las cosas-mercancías como productos de trabajo humano. Carácter fetichista del capital en general En este apartado se trata de concretar cuál es el mecanismo fetichista del capitalismo y qué modos de socialidad le son propios. Debido a que su génesis está en la forma capitalista más simple y básica, el análisis de carácter fetichista requiere una exposición que vaya desde los presupuestos lógicos más simples hasta las implicaciones más complejas. Es decir, se trataría de reconstruir la lógica de las diferentes relaciones sociales contenidas en los desarrollos de la forma mercancía según su capacidad instituyente. Para ello trazaremos una división meramente3 analítica entre dos tipos de relaciones: las genéricamente mercantiles y las específicamente capitalistas (Arteta, 1993). Genéricamente mercantiles El modo de producción mercantil-capitalista se fundamenta en dos presupuestos lógicos e históricos del capital, la mercancía y el dinero como sus formas más elementales. La forma mercancía es adoptada por los productos de la actividad laboral de los hombres en el momento en 3
En la realidad ambos presupuestos lógicos se dan al mismo tiempo en un estadio del capitalismo desarrollado como es la actualidad. Esta distinción se hace con propósito analítico.
que se generaliza el intercambio como objetivo de la producción. La forma mercancía requiere una serie de condiciones de posibilidad formales y materiales; la circulación mercantil se basa en tres elementos. En primer lugar, productores formalmente independientes: una forma de producción privada y una garantía legal de la propiedad de los medios de producción. (Rubin,1974). Además, un vínculo directo en la circulación de los agentes privados a través de los productos del trabajo. Por último, la división social del trabajo generalizada; es decir la producción de mercancías útiles para otros y la necesidad de satisfacer necesidades y deseos a través del intercambio en la circulación. De esta forma que adoptan las relaciones de producción, cuyo fin es el intercambio en el mercado, surge un modo de socialidad mediata y mediada. Los productores de mercancías sólo se relacionan entre sí a través de los productos del trabajo por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. La socialidad es así indirectamente social ya que la actividad laboral (medida en tiempo de trabajo necesario) se compara como contenido de las cosas o servicios que se intercambian. El movimiento doblemente social de las mercancías en la circulación queda condicionado por la necesidad de que ser útiles para otros dentro de la división social del trabajo; es decir, que sean susceptibles de ser adquiridas. Por otro, de su movimiento autónomo en cuanto a su intercambiabilidad como tiempos de trabajo humano.4 Al cristalizar la división social del trabajo, este vínculo entre productores, a través del movimiento de mercancías, se configura como una socialidad obligada. Las personas necesitan acudir a la circulación para proveerse de medios de subsistencia, intercambiando sus productos por otros, las cosas son objetos de y para el intercambio. Es en la forma mercancía, en su dualidad, donde se encuentra el origen del fetichismo (Marx, 1975): forma material en cuanto que es valor de uso y forma social en cuanto que es portadora de valor. Esta antítesis condiciona la influencia de las relaciones de circulación en la producción y por ello en los desarrollos de la mercancía como dinero y capital La mercancía es portadora de valor ya que el funcionamiento de la circulación se da como comparación de una cualidad común a todos los productos del intercambio: trabajo abstracto humano, actividad laboral genérica, objetivado en la forma mercancía El carácter social del trabajo productor de mercancías se hace “visible” abstrayendo las determinaciones materiales de los trabajos concretos privados. Así, todo trabajo es trabajo social como parte del trabajo abstracto total que surge del vínculo de producción a través de la circulación. Su magnitud refleja el carácter social: el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de una mercancía determinada se refiere al
requerido según el desarrollo productivo de un
4A pesar de que la actividad laboral es característica de todas las formaciones sociales en las que el hombre se provee de medios de subsistencia a través de una relación transformadora de la naturaleza, bajo el presupuesto de una economía mercantil, el trabajo productor de mercancías adopta una forma específica, es decir una socialidad a-social.
momento concreto. El valor se objetiva en el producto a través del trabajo concreto o útil que constituye la forma material o natural de la mercancía, su valor de uso. La forma fetichista del valor que adopta el producto como expresión de un trabajo social específico se constituye a través de su manifestación en la forma material. (Arteta, 1993). Esta antítesis concreto-abstracto (forma material-social) se mantendrá en los consiguientes desarrollos de la mercancía trasladando el mecanismo fetichista a las formas dinero y capital. La relación social queda oculta en la visibilidad material de la cosas, y así la cosa aparece como si tuviera movimiento propio, por sus atributos. El movimiento de mercancías visible en la circulación (intercambio) se manifiesta para sus poseedores como intercambio entre diferentes cantidades de productos. Lo que no aparece tan visible es que este movimiento está condicionado por el vínculo social de los productores en cuanto partes del trabajo social global. Las cantidades de mercancías a intercambiar deviene la preocupación principal de la economía en relación con los aspectos técnico-materiales de la producción. El movimiento mercantil de la circulación como expresión de trabajo abstracto en la circulación tiene lugar a través de la forma del valor (valor de cambio). Las cosas-mercancías expresan por un lado, relaciones de valor (relaciones sociales) entre los productores por ser parte de la actividad laboral total. Por otro, las cosas mercancías los relacionen como intercambiadores privados formalmente independientes. Estos dos modos de ser de la socialidad que implica la relación de valor no son igualmente visibles. Debido a la materialidad de la forma mercancía, el movimiento de la circulación se manifiesta en el intercambio de cantidades diferentes ocultando el moviendo del valor como relación social; como relación entre trabajo humano. Esta es la clave del fetichismo. Esto conlleva dos fenómenos conectados e indisociables. Por un lado, el valor queda identificado con su apariencia material. Valor y valor de uso se confunden de la misma manera que trabajo concreto queda identificado con el trabajo abstracto. El valor de las mercancías se presenta a las personas en tanto agentes del intercambio, como si fuera valor natural de los objetos materiales. Sólo el análisis de las conexiones internas en cuanto a su función social permite dilucidar que la forma material de la mercancía oculta su contenido social, que el intercambio entre valores iguales vincula trabajo humano. Debido a la forma social que éstas adoptan su movimiento se impone a las personas y oculta que su posibilidad está determinada por las relaciones sociales de producción previas a la circulación. Este fenómeno es denominado cosificación u objetivación de las relaciones sociales y personificación de las cosas. La introducción del dinero en el intercambio surge como expresión de la antítesis interna de la mercancía (concreto-abstracto) en antítesis externa entre dos mercancías. Una como forma relativa se caracteriza por expresar su valor en otra mercancía a través de su valor de uso. Así, la segunda
como forma equivalente se constituye como expresión de valor de la primera. La forma equivalente, luego dineraria, se manifiesta como forma autónoma del valor: su forma material (valor de uso) es ser expresión de valor de otras mercancías. Por el mecanismo fetichista parece como si su función social, ser expresión de valor, fuera una propiedad natural de la mercancía. Al tiempo, la forma relativa se presenta como si su valor, expresado en el cuerpo del equivalente, fuera intrínseco a su forma material. Esta forma oculta la relación de valor como relación social. La mercancía dineraria (forma general del equivalente) funciona como representación del valor de todas las mercancías de manera simple y unitaria. Su forma del valor (valor de cambio) se constituye como forma de intercambiabilidad generalizada, adquiriendo así vigencia social objetiva. En consecuencia, se produce una profundización del fenómeno de la naturalización del valor como si fuera atributo del dinero, y no de su movimiento como valor. La función técnica del dinero como patrón de precios, que cuantifica las cantidades en el intercambio, se aparece como la más visible, y es la que importa a la economía. El proceso de tecnificación de la economía se articula a través de la forma dineraria en cuanto a su posibilidad de cuantificar los valores relativos de las mercancías. El fetichismo del dinero oculta su forma mercancía y presenta sus funciones como propias de la mercancía dineraria. Asimismo, como todas las cosas pueden ser intercambiadas por dinero, su función como medida de valores se aparece como si fuera una función natural (propia de la mercancía dineraria) y transhistórica para la praxis económica. En consecuencia, la preocupación económica por el movimiento del dinero despolitiza bajo su apariencia técnica las relaciones de valor. El valor se expresa en el valor de uso; el trabajo abstracto se expresa en el trabajo concreto, el trabajo social se expresa en el trabajo privado. Esta antítesis concreto-abstracto por la que lo segundo se manifiesta en y, a través, de lo primero, constituye el núcleo del quid pro quo (Marx, 1975), el “como si”, característico del fetichismo. El tiempo de trabajo socialmente necesario expresado en la forma dineraria, y a través de ésta, deviene ley regulativa tanto del intercambio como de la producción (imposición de la lógica del valor como articulador social). La unidad práctica de ambas esferas queda mistificada a través del movimiento del dinero como si se debiera a un poder natural (naturalizado) en su función de medida general de los valores. El curso del dinero (D-M-D) oculta que su génesis es el intercambio entre mercancías (M-D-M) (Marx, 1975). Podemos afirmar ahora, que en cuanto mercantil, en el capitalismo se da un tipo de socialidad indirecta a través de la interdependencia de la actividad laboral. Los vínculos de interdependencia entre productores formalmente independientes sólo se manifiestan en la circulación (este modo de aparecer de lo social es parte de la socialidad, no su forma ideológica) y sólo en ella al relacionarse los trabajos. Los productores sólo deciden qué y cómo producir limitados por las condiciones de la circulación de mercancías en cuanto a relaciones de valor conmensurables. En este movimiento
mercantil la actividad laboral queda condicionada por su forma social mediata que es la que importa a la economía, indiferentemente de su carácter material como trabajo concreto. Para la economía y la política, las relaciones de valor se presentan como relaciones transhistóricas y naturales a pesar de su historicidad y socializad. Consideramos importante tener en consideración algunos aspectos que permiten aclarar las consecuencias políticas de la naturalización de las categorías y formas del capitalismo, y la falta de perspectiva histórica: - Los productos de trabajo en su forma mercancía son propios de un momento histórico concreto. No siempre ni en todos los lugares el objetivo de lo producido en actividad laboral humana ha sido su venta para la obtención de plusvalor. A pesar de que haya existido en determinados momentos y lugares otras formas de comercio y intercambio, la forma de mercancía como la hemos analizado en este trabajo es propia del momento histórico capitalista. - La actividad laboral no siempre ha tenido la forma trabajo asalariado, este es propio del desarrollo del capitalismo e implica que el trabajo sea productivo en tanto que genere plusvalor. - La satisfacción de necesidades a través de productos de la actividad laboral toma en el capitalismo formas particulares. Los medios de subsistencia y las cosas útiles para el consumo se adquieren en el mercado, a través de la compra y venta. Y su compra implica la realización del plusvalor contenida en ellas. En otros momentos históricos y lugares, las necesidades se satisfacen a través de otras formas sociales como el autosuficiencia familiar o tribal, el trueque, las dotes o donaciones, la distribución política de excedentes, etc. - Cuando hablamos de “necesidades” como valores de uso de las mercancías no nos referimos sólo a las necesidades básicas para la subsistencia. La utilidad de los productos o servicios se constituye histórica y socialmente, y es indiferentemente de la crítica moral que se pueda hacer de ellas. El mercado no entiende de moral, a no ser que sea un factor para la valorización, y por tanto, nuestro análisis tampoco. Cabe preguntarnos ahora por las condiciones del ser político en las sociedades que combinan la ciudadanía con el capitalismo. Si atendemos al fenómeno del fetichismo en lo mercantil se podrían de manifiesto
el contenido real de los supuestos en dos de las dimensiones de la
ciudadanía, la libertad y participación políticas. Al ciudadano, que es el sujeto político privilegiado por la política institucional representativa, se le impone una socialidad deificada y una dominación abstracta como participante además en una sociedad mercantil. La naturalización del modo de producción que acompaña a la cosificación de las relaciones sociales conlleva un ser cuya socialidad es indirectamente social. Los sistemas de democracia formal (gobierno representativo) se enfrentarían a una forma económica que impone la lógica del valor al margen de las formas de
libertad negativa (garantía jurídica de libertad para) y positiva (participación política) que presupone la ciudadanía democrática (Quesada, 2008). Específicamente capitalistas Los modos de socialidad específicos en cuanto capitalistas están condicionados por que el proceso de trabajo sea proceso de valorización y, por la necesaria producción y reproducción social de las condiciones para la reiteración del proceso en escala ampliada. En consecuencia, las relaciones sociales se articulan en torno a nuevas determinaciones del valor: capital, fuerza de trabajo y plusvalor. La producción constante de las condiciones materiales y sociales para la reproducción de capital supone la cristalización de las formas sociales cuyo contenido es valor. La fetichización de las relaciones sociales se consolida con la imposición del valor como sujeto en proceso, como ordenación social abstracta y generalizada La dominación de valor se traduce en una dependencia de los individuos de las formas sociales en que se expresa su actividad laboral como trabajo social, pretérito y objetivado. La relación de valor se aparece como la menos visible aunque la más determinante pues supone la principal acotación del campo de posibilidad creativa de vida social del hombre como ser político. Esta socialidad específicamente capitalista se caracteriza por relaciones de supra-ordenación y subordinación. Relaciones coercitivas (subordinación) puesto que tratan de incorporar elementos externos a la producción de plusvalor dentro de la lógica del capital. Relaciones constitutivas de subjetivad y intregadoras de otras dinámicas sociales. Sin embargo, el campo institucional de la política no cuestiona este poder instituyente, sino que contribuye a la reproducción de su praxis a través las categorías fetichizadas propias de la economía como el crecimiento económico, el mercado, la inversión, el capital humano, etc. Es la forma de circulación de dinero (D-M-D) la que posibilita la transformación del proceso de trabajo en proceso de valorización o creación de plusvalor: en la nueva forma D-M-D'. La venta de mercancías supone la generación de un valor adicional al invertido en el proceso de producción; En las sociedades contemporáneas no se venden mercancías con el sólo fin de obtener el mismo valor al invertido inicialmente; es decir, no se produce simplemente para abastecerse otras mercancías con un valor equivalente. Por ello, el proceso de producción al ser proceso de creación de plusvalor requiere de dos factores de producción. De éstos, la fuerza de trabajo (como trabajo abstracto), a diferencia de los medios de producción, es la única mercancía capaz de crear valor. Esta reproduce su valor y crea nuevo valor (plusvalor). Ambos quedan objetivados en la mercancía. Y ambos se realizan en el mercado al ser intercambiados por dinero. La fuerza de trabajo como capacidad de llevar a cabo trabajo productivo se compra en el mercado por el valor necesario para su reproducción que adopta la forma salario. El salario en su forma mercancía está condicionado por el intercambio entre valores equivalentes y amparado
jurídicamente por un contrato de trabajo. El carácter fetichista del salario surge en cuanto a su forma dinero; éste aparece como si pagara el trabajo y no como lo que es, equivalente del valor de la fuerza de trabajo. El contrato de trabajo aparece como la forma legal y justa de retribución al productor directo de la cuantía del valor que produce, invisibilizando que el plusvalor es trabajo impago pretérito El trabajo vivo del asalariado produce un valor que como trabajo muerto pertenece al capital. Esta relación entre trabajo y capital es una relación de explotación necesaria para que el proceso de trabajo sea un proceso de valorización. Aparece aquí el mecanismo fetichista de la personalización de las cosas-mercancía, como el capital y la fuerza de trabajo, en instituciones o personas concretas: la praxis y subjetividad de los poseedores está condicionada por la función de sus posesiones en las relaciones cristalizadas de producción. La posesión privada (individual o colectiva) de una u otra mercancía conlleva la adopción de una forma social determinada por su función en el proceso de trabajo como proceso de valorización. Cuando la personificación se realiza a través de individuos concretos, cuya praxis y subjetividad está condicionada por la función de la propiedad que poseen, hablamos también de personalización de la personificación de las cosas (Godelier, 1974; Rubin, 1974). La personificación de las relaciones sociales es fundamental en la relación de explotación por la que el capital, en tanto relación social, funciona como un agente a través de instituciones o personas. La escisión necesaria entre trabajadores y propietarios para la creación de plusvalor en el proceso de trabajo configura dos formas sociales diferenciadas. Estas formas serían el dinero-capital para la adquisición de medios de producción y la fuerza de trabajo para la venta en el mercado de trabajo. Además se dan otras como la tierra o propiedad intelectual para su renta, dinero-crediticio para préstamos con interés, dineromercantil para distribución de mercancías, etc. Por este mecanismo parecería como si las relaciones sociales entre agentes privados se correspondieran simplemente con relaciones técnico materiales, y no con relaciones sociales indirectas contenidas en sus posesiones. Este movimiento técnico-material sería el que importa a la economía, tratando a los agentes del intercambio como agentes con voluntad incondicionada. Sin embargo, no se tiene en cuenta en el sentido común economicista que la reproducción de capital sólo ocurre con el plusvalor, que es trabajo social impago. Esta naturalización invisibiliza el contenido político de las relaciones de valor entre productores y las de explotación entre capital y trabajo. La continuidad del ciclo de producción necesita que tales relaciones sociales supuestas se reproduzcan, cristalizando la personificación en individuos concretos a lo largo del tiempo. La reproducción de capital implica, por tanto, la reproducción de la socialidad fetichista de la forma valor. El capital que es invertido es plusvalor capitalizado (plusvalor empleado como capital en la compra de medios de producción y fuerza de trabajo) generado en relaciones de explotación anteriores. Un tiempo de trabajo social que excede el necesario para la reproducción de
la fuerza de trabajo y que se transforma en capital para entrar en otro proceso de valorización. En cuanto a la relación de valor como comparación cuantitativa, la dinámica no encuentra límites abstractos, pero sí materiales por su contenido social. El objetivo de la economía en cuanto a su gestión técnica del proceso material de producción es la acumulación ilimitada de capital, omitiendo el contenido social y político de las condiciones de producción como relaciones de poder: dominación, dependencia y subordinación. En desarrollo lógico e histórico de las formas sociales genéricamente mercantiles éstas toman nuevas dimensiones sociales. La unidad dinámica en la articulación de las esferas de producción y circulación transforma el contenido de socialidad mercantil presupuesto en el mercado e introduce otros factores de poder. Uno de estos cambios viene dado por la particularidad de la mercancía fuerza de trabajo, en tanto su valor de uso es ser creadora de valor, y en tanto por su valor de uso es inseparable a su poseedor. La socialidad de su forma se corresponde formalmente con la vista en el apartado anterior, sujetos libres e independientes entre los que se produce un intercambio en igualdad formal. Pero las relaciones formales del mercado de trabajo ocultan además el fetichismo que actúa en la forma salario y la forma capital invisibilizando la relación de explotación entre capital y trabajo. Esta se presenta a través de la personificación del capital como propietario de los medios de producción y el productor directo (asalariado) como personificación del trabajo abstracto. En consecuencia, el plusvalor aparece en la forma ganancia como si fuera creación del capital en su personificación y no de la fuerza de trabajo personificada en productores directos. Este movimiento implica que la fuerza de trabajo aparezca para la economía como movimiento del capital personificado. La posibilidad de un mercado de trabajo como el actual viene dada por un proceso histórico, que se reproduce constantemente, de escisión entre el trabajador directo y la propiedad. La posibilidad de la generación de valor se hace realidad cuando se despliegan todo una serie de mediaciones sociales y mecanismos de constitución de una masa social en fuerza de trabajo. Como el propietario de la mercancía es indisociable de su mercancía fuerza (personalización de la personificación del capital como mercancía fuerza de trabajo), su materialidad subjetiva impone una serie de determinación a su forma social (Rubin, 1974). Para que ésta devenga fuerza de trabajo productiva, surgen mecanismos de poder, sutiles y aparentemente a-políticos para la política institucional, que denominamos subsunción. Los ciudadanos asalariados han de caracterizarse por una doble liberalidad: por una parte, estar desprovistos de otra propiedad que no sea la fuerza de trabajo; y por tanto, “liberados” de propiedades para depender de otros. Por otra, libres en cuanto que puedan vender legalmente en el mercado su capacidad para trabajar. Esta liberalidad es en la práctica una dependencia del capital en su forma abstracta, como relación de valor consigo mismo Pero los individuos no deben estar sólo disponibles formalmente, sino que su subjetividad ha
de adaptarse a una formación y disposición adecuada al proceso de trabajo. Como subsunción real se requiere la incorporación de la materia (subjetiva en este caso) como exterioridad a la lógica de la valorización La relación necesaria para el movimiento de auto-valorización tiene implicaciones en la socialidad que se desprende de la subjetividad propia de los poseedores de las diferentes mercancías. La creación de subjetividades que se adecuen al desarrollo de la fuerza de trabajo productiva es consecuencia y a su vez causa de la reproducción ampliada de capital. La economía tecnificada y la política en su gestión de la economía contribuyen al funcionamiento de estos procesos de incorporación subjetiva al capitalismo. Como mercancía fundamental dentro del proceso autónomo del valor, la fuerza de trabajo requiere de su reproducción y producción. El incremento de la productividad del trabajo como factor de incremento de la acumulación de capital implica una socialidad específica tanto dentro como fuera del proceso de trabajo para constituir “ciudadanos productivos”5. En este momento se clausuran las condiciones para la auto-valorización del valor en las formas expuestas. El valor como trabajo abstracto social contenido en el plusvalor adopta la forma de medios de producción y de fuerza de trabajo para reproducirse en una cantidad mayor. Este ciclo sin límite cuantitativo tiene límites cualitativos. El valor como sujeto en proceso se mueve como forma abstracta del trabajo, pero no puede desprenderse de la dualidad material que acompaña al trabajo (como trabajo concreto) y por lo tanto, a las mercancías (en su forma material como valor de uso). La materialidad de los hombres en cuanto parte del proceso de producción implica un tipo de subjetividad y socialidad que se contrapone con los supuestos del hombre como ciudadano. La separación entre la política y la economía despolitiza las relaciones de poder implícitas al proceso de producción y que crean un tipo de subjetividad. La separación en las democracias liberales del hombre como sujeto político ciudadano (democracia liberal) y como agente económico articulada con los mecanismos del fetichismo, excluye de la discusión político-institucional la dominación abstracta del movimiento del valor. Y como consecuencia, los modos de socialidad y relaciones de poder que presupone (socialidad indirecta, dependencia, explotación, subsunción). Los ciudadanos como sujetos políticos poseen libertades formales, libertad de creencia, de expresión, de elección electoralista, etc. Sin embargo, como consecuencia de la cristalización de la socialidad propia del modo hegemónico de producción, su existencia está condicionada por relaciones de dependencia y subordinación mediadas por los productos de su trabajo. Así mismo, la percepción inmediata de las formas sociales que adoptan como productores, como propietarios y las 5
Se utiliza el concepto “ciudadano productivo” para hacer explícito el vínculo entre el hombre como ciudadano en cuanto sujeto político democrático y el hombre como partícipe en el modo de producción capitalista. Este término hace referencia al modo social e histórico del hombre democrático capitalista como ser susceptible de devenir trabajador asalariado (trabajo productivo) con una formación adecuada en relación al desarrollo productivo del momento (preparados para desarrollar trabajos diversos como informáticos, ingenieros, obreros manuales, etc.), la forma concreta del trabajo y el tipo de cualificación es indiferente de la forma de trabajo asalariado.
que adoptan sus productos condiciona el sentido común y la praxis social invisibilizando su contenido social. Por lo tanto, la posibilidad de actuar como agentes conscientes de las relaciones de poder no es fáctica mientras se mantenga la praxis que reproduce la manifestación en niveles de invisibilidad diferente de las relaciones de valor; es decir la forma capitalista de valor cuyo contenido es el trabajo abstracto. Socialidad fetichista y política: Ciudadanía y capitalismo. Se trata ahora de establecer los vínculos entre el modo de ser de la socialidad en las sociedades mercantil-capitalistas y la condición política de los regímenes democrático-liberales de gobierno representativo en dos de las dimensiones del ciudadano. Para ello, nos interesaremos por las particularidades de las relaciones de producción (en cuanto producción técnico-material y producción social) y la ciudadanía como condición política institucional (Heater, 2007). Partimos de que éstas están condicionadas por la separación funcional entre la esfera de la economía y de la política como ámbitos que apelan a modos de ser sociales diferenciadas. La preocupación de la economía por la producción en su forma técnico-material deriva en una despolitización de las relaciones de producción en cuanto a su capacidad para condicionar la configuración socio-política. La tecnificación de la economía basada en la identificación de lo económico con las formas sociales propias del modo de producción capitalista (trabajo, valor, mercancía, etc.) obvia la realidad social de las relaciones de producción. La economía toma las formas capitalistas como naturales y transhistóricas, no en su historicidad concreta como estructuradoras de lo social. De esta manera, la socialidad supuesta en el funcionamiento del capital aparece como modo necesario del ser de lo económico. La contingencia de la lógica del valor como articulador social, debido a su modo fetichista de manifestarse, es reproducida en la praxis, pero no es cuestionada en la esfera de la política institucional. La dominación de valor en sus formas (interdependencia indirecta de la producción, explotación del trabajo productivo, movimiento de mercancías-valor, subsunción real a la lógica del capital) implica unas relaciones de poder que no se manifiestan en el concepto “ciudadano” como sujeto político. La esfera de la política en el capitalismo democrático-liberal privilegia la ciudadanía como condición político-institucional. Este modo de política establece una forma institucionalizada de ser ciudadano que excluye la forma de organización social derivada de los supuestos en el modo de producción capitalista con el que en la práctica convive. De esta forma, propone un modo de ser político del hombre en cuanto ciudadano que no tiene en cuenta el modo de ser en cuanto imbricado en unas relaciones sociales de producción. Éstas sólo se incluyen en la categoría de ciudadanía a partir de su consideración dentro del ámbito de la economía y por tanto en las formas naturalizadas en las que se manifiesta. La preocupación de la política por la economía se traduce en la
intervención de la decisión política sobre aspectos concretos del funcionamiento del capitalismo de acuerdo a las condiciones de posibilidad para la reproducción del capital. La constitución de subjetividades funcionales a la reproducción de tales condiciones, no sólo no es puesta en cuestión sino que, por el carácter fetichista del capital en general, se presenta como la manera natural de la relación entre hombres y de éstos con las cosas. A partir de nuestra exposición, podríamos afirmar que el ciudadano deviene “ciudadano productivo” en la particular combinación de capitalismo y democracia; y debido al mecanismo fetichista por el que se constituye como tal, sin saberlo. Las condiciones sociales objetivas de producción no se manifiestan en la categoría de ciudadanía como relaciones políticas. De esta articulación se derivan dos modos de ser supuestos en ambas esferas que son a la vez compatibles y contrarios. Por un lado, a través del concepto de fetichismo hemos puesto en evidencia la relación de dominación de valor (y sus derivadas) que son propias del hombre como trabajador productivo en una configuración social de producción histórica. Por otro lado, la ciudadanía, en su forma institucional, parte de una concepción del hombre como sujeto político libre y autónomo. Una vez expuesta la socialidad fetichista del capital, nos centraremos ahora en la condición de la libertad político-institucional del ciudadano. La ciudadanía se presenta como la forma política propia de los regímenes democráticos basados en el estado de derecho y el gobierno representativo. En su funcionamiento democráticoinstitucional está supuesta una forma particular de libertad política del ciudadano. Esta se manifiesta en dos de las dimensiones de la ciudadanía, el estatus legal y la participación política (Quesada, 2008). En cuanto al estatus jurídico del ciudadano la libertad política se entiende como el reconocimiento jurídico de una forma de libertad pre-política. La constitución política del estado se limita a garantizar al ciudadano su supuesta condición de hombre con capacidad de autonomía moral. Las formas jurídicas de libertad a las que alude serían la libertad de creencia, pensamiento, expresión, asociación, etc. e implican una concepción de la política como forma de gobierno necesaria para garantizar la libertad del hombre como individuo. El análisis del ciudadano como “ciudadano productivo” (hombre democrático-capitalista) pondría en evidencia las contradicciones entre esta forma de libertad negativa y las relaciones de dependencia indirecta de los trabajadores productivos y de su dependencia del movimiento de las cosas como mediadores sociales. Pero este carácter contradictorio es una compatibilidad funcional posible debido al modo fetichista en que se manifiestan las condiciones sociales de la dominación de valor. La personificación de las formas sociales (capital, dinero, fuerza de trabajo, etc.) en individuos o instituciones se manifiestan a éstos como agentes en relaciones técnico-materiales. Por la personalización de este mecanismo, el hombre aparece en la economía como agente en su praxis, sin mostrar los condicionantes de la función social de sus propiedades. El concepto de libertad
negativa se fundamenta por esta percepción distorsionada de las relaciones de producción al mostrarse sólo una de sus realidades: la legalidad de la igualdad entre los agentes que compranvenden mercancías en los diferentes mercados: mercado de trabajo, mercado de dinero, mercado de medios de producción, etc. Las relaciones contractuales de estos mercados donde individuos e instituciones actúan como agentes no pone en evidencia que los presupuestos sociales para la posibilidad de estas relaciones formales. Como hemos visto, estos presupuestos son las relaciones derivadas de la dominación de valor: relaciones de dependencia, de explotación, y de supra y subordinación. La forma jurídica de libertad negativa no tiene en cuenta este modo de ser social y de manifestarse, y por lo tanto, despolitiza los mecanismos de poder que le son propios. La autonomía moral del ciudadano democrático liberal se basa e implica la despolitización de la dominación del valor. No obstante el análisis de las relaciones sociales de producción fetichistas pone de manifiesto la condición subordinada y dominada del ciudadano autónomo y moral en cuanto a “ciudadano productivo”. Por otra parte, en cuanto a la dimensión participativa de la ciudadanía surge otra forma de libertad política basada en el concepto de autogobierno. La libertad como participación política presupone un ciudadano con capacidad para decidir en la política. La configuración institucional de las democracias representativas impone los procedimientos formales en las que ésta se realiza: la elección electoral de un gobierno representativo (Manin, 2008). La libertad política del ciudadano se traduce así en una elección electoral de representantes como forma de influir en las decisiones políticas. La participación (como elección e influencia) en las decisiones políticas que se materializan en el sistema jurídico configura la forma democrática de libertad positiva6. Si consideramos de nuevo el análisis expuesto del ciudadano como “ciudadano productivo” pondremos de manifiesto cómo el funcionamiento de la diferenciación de esferas en política y economía implica una forma de libertad política participativa en las que las condiciones de socialidad capitalista se dan como supuestas y sus fundamentos no son objeto de decisión política. Así, el ciudadano, que en cuanto elector es capaz de influir y decidir indirectamente en la configuración normativa de la comunidad política, no cuestiona la ordenación de las relaciones de producción a través de las cosas. El comportamiento fetichista particular de las mercancías “en un como si” fueran agentes pone en evidencia que el hombre no decide sobre su forma productiva como creador de valor por su trabajo abstracto. Sus decisiones políticas en la economía parten de este hecho y se limitan a la resolución de problemas sociales mediante mecanismo técnicos propios de la manifestación en categorías económicas de las formas sociales capitalistas. La libertad de 6
Estas dos formas de libertad política presupuestas en las democracias liberal-representativas surgen de las dos doctrinas políticas, liberalismo y republicanismo, que otorgan un protagonismo teórico diferente a una u otra forma de libertad política. El primero a la libertad negativa y el segundo a la positiva. Sin embargo, los regímenes democráticos evidencian la combinación fáctica de los supuestos de ambas en la configuración de la ciudadanía.
decisión económica se traduce en una preocupación por la redistribución de la renta en cuanto a la forma salario, el bienestar material como acumulación de mercancía, el crecimiento económico como acumulación ampliada de capital y el trabajo como actividad laboral necesaria para la subsistencia. La dominación de valor que configura la contingencia de estas formas cristalizadas en el capitalismo no es asunto de la política, la libertad política del ciudadano productivo es funcional a la manifestación fetichista de las condiciones para la acumulación de capital.
La perspectiva sociológica en el análisis de las relaciones de producción capitalista en las democracias representativas pondría de manifiesto relaciones de poder que desbordan a las que se manifiestan en la política institucional. Desde la sociología política se pondrían de manifiesto las dimensiones sociales que se escapan a las teorías de la ciudadanía en tanto que estas reducen lo político al ámbito de la política institucional. En esta línea, la propuesta de la categoría de fetichismo podría contribuir a pensar los debates sobre la configuración de la ciudadanía llegando a la raíz de la diferenciación entre los ámbitos de la política y la economía. La pertinencia actual de estos enfoques está en su contribución para dilucidar las dimensiones socio-económicas de la política en el contexto de crisis de legitimidad y representación de la democracia formal. No se pretende en este texto resolver tales problemas, pero sí proponer un análisis que contribuya a la desnaturalización y visibilización de relaciones de poder que constituyen un modo de ser social hegemónico y generalizado. El análisis del fetichismo como modo del ser social del hombre capitalista proporcionaría una nueva perspectiva a los problemas teóricos de la ciudadanía. De tal manera que introduce la necesaria politización de las relaciones de dominación, dependencia y subordinación que son irrenunciables en las democracias que se combinan con el modo de producción capitalista. La perspectiva sociológica de la política, aplicada en la economía, abre nuevos elementos de análisis que manifiestan límites en las teorías de la ciudadanía.
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