El gaucho federal (1842) Raimond Quinsac Monvoisin

El gaucho federal (1842) Raimond Quinsac Monvoisin " 1 1. Fundamentación 2. Objetivos Objetivos Los objetivos que se pretenden conseguir con esta

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El gaucho federal (1842) Raimond Quinsac Monvoisin

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1. Fundamentación 2. Objetivos Objetivos Los objetivos que se pretenden conseguir con esta asignatura son los siguientes: 1. De tipo informativo: Que los alumnos adquieran conocimientos de la historia de la gastronomía argentina, en el marco del conocimiento global de nuestro país. 2. De tipo formativo: Que los alumnos... Adquieran estrategias de lectura, comprensión y producción de textos. Integren los nuevos conceptos a su red previa de significados. Reflexionen acerca de cómo se puede abordar el estudio de temas propios de la materia Reconozcan y valoren la información y la investigación como instrumentos adecuados para el abordaje de la realidad en tanto ésta está representada y mediatizada. Apliquen los conocimientos teóricos adquiridos. Analicen críticamente en el proceso social de interacción comunicativa, detectando o aplicando los recursos significativos propios de cada código utilizado. Analicen críticamente cómo las ideologías se manifiestan discursivamente en los medios. Reflexionen sobre los dos sistemas de significación (el lenguaje y la imagen) que se disputan en la actualidad la manera de tejer las redes de los mensajes sociales. 3. Contenidos: 4. a) Conceptuales Unidad Nº 1: de los orígenes a la Organización Nacional: la cocina colonial. Época de la Confederación Argentina. Unidad Nº 2: la cocina criolla Unidad Nº 3 del siglo XIX al siglo xx: la masiva llegada de los inmigrantes y sus aportes a la gastronomía

De hoteles, restaurantes, helados y recetas

Unidad Nº 4: el triángulo cráneo en la argentina: milanesas, asado y puchero

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Unidad Nº 5: la alimentación argentina: cocinas regionales. Sus aportes para la conformación de la identidad gastronómica Unidad Nº 6: el peronismo al poder. El recetario de Evita Unidad Nº 7: alimentación en las décadas del 70,80 y 90- cambios y continuidades b) Procedimentales: Jerarquizar la información. Elaborar resúmenes a partir de la jerarquización planteada. Controlar su propia producción textual, planificando (toma de apuntes, elaboración de esquemas de contenido), reformulando (producción de otra versión de un mismo texto) Analizar documentos referidos a un campo problemático y escribir un texto que articule las diversas perspectivas. Desarrollar una actividad interpretativa y crítica en la lectura y en el análisis de los textos. Exponer oralmente sobre un tema previamente investigado. Vincular problemas y proyectos comunicativos. Utilizar la lengua oral como instrumento de planificación de la lengua escrita. Desarrollar un razonamiento estratégico autónomo en la comprensión y producción textual. c) Actitudinales Necesidad de aumentar el conocimiento Potenciar en los alumnos un nivel teórico de conocimientos acordes al nivel en que se desempeñarán. Actitud responsable y reflexiva El alumno será capaz de valorar lo estudiado como medio eficaz para alcanzar un conocimiento adecuado del tema en cuestión. Valorará la lectura crítica. 5) Propuesta Metodológica Tiempo: 1 cuatrimestre- 1 hora reloj semanal- 18 horas cuatrimestrales Espacio: Instituto Superior de Gastronomía Modalidad de trabajo: En las clases prácticas los alumnos trabajarán individualmente o en grupos reducidos. Básicamente, realizarán tres tipos de actividades concretas: a) Realización y puesta en común de mapas conceptuales, guías de lectura, resúmenes, a partir de la bibliografía provista; 3

b) Análisis de textos, que irá integrando los elementos de cada instancia teórica nueva con los contenidos anteriores; c) Aclaración de las dudas que puedan surgir a partir del teórico y/o de la lectura de la bibliografía. Las clases consistirán en exposiciones teóricas completadas con aplicaciones en textos y discursos. Además, los alumnos realizarán lecturas para discutir criterios propuestos en los esquemas teóricos, elaborando juicios y nuevos desarrollos. Los trabajos prácticos, en la medida de las posibilidades temporales, se realizarán en clase. 6) Evaluación y acreditación a) Evaluación del docente La evaluación del docente será permanente, registrando el seguimiento de lo proyectado al término de cada unidad. b) Evaluación del alumno Control de lectura de la bibliografía asignada. Preguntas de comprensión que tratan de poner en juego la elaboración personal del alumno Se valorará positivamente la participación activa en clase Asimilación de los contenidos teóricos del programa Realización de las lecturas sobre los diferentes temas del programa. Realización de los ejercicios de aplicación. Aplicación de los conceptos teóricos a una propuesta práctica. Evaluaciones parciales escritas. Trabajos prácticos: presentación en tiempo y forma. c) Criterios de evaluación Cumplimentación de objetivos. Presentación de trabajos en tiempo y forma. Actitud y compromiso d) Instrumentos de evaluación. Preguntas de comprensión que tratan de poner en juego la elaboración personal del alumno a través de las necesarias relaciones que pueden existir entre los textos. Aplicación de los conceptos teóricos a una propuesta práctica. Este tipo de trabajo se habrá realizado en clase Parciales escritos 4

Producción oral e) Tipos de evaluación Ø evaluación diagnóstica inicial Ø evaluación del proceso y de resultados Ø evaluación parcial f) Acreditación: Los criterios para aprobar Historia de la Gastronomía Argentina están basados en el Reglamento de Normas Académicas y Administrativas del Instituto Superior de Gastronomía. Se realizarán dos parciales durante la cursada, uno a mitad del cuatrimestre y otro antes de su finalización; la calificación obtenida se sumará a la nota de concepto y a la de los trabajos prácticos efectuados. La promoción de la materia sin examen final se otorgará cuando el alumno: Obtenga una calificación igual o superior a 7 (siete) Apruebe el 80% de los trabajos prácticos Acredite el 80% de asistencia a clase La cursada del espacio curricular se otorgará cuando el alumno: Obtenga una calificación igual o superior a 4 (cuatro) e inferior o igual a 6(seis) Apruebe el 80% de los trabajos prácticos Acredite el 80% de asistencia a clase Modalidad Libre: de no cumplimentar los requisitos mencionado en los apartados anteriores, el alumno se presentará ante un tribunal examinador rindiendo un examen escrito referido a los contenidos del programa, aprobada esta instancia continuará con un examen oral con una nota mínima de 4 (cuatro) para su aprobación. 6) Bibliografía: Juana Manuela Gorriti (1890): La cocina ecléctica, Félix Lajouane Editor. Petrona Carrizo de Gandulfo (1953): El libro de Doña Petrona, Cía. Gral. Fabril S.A. Víctor Ego Ducrot (1998): Los sabores de la Patria, Grupo Editorial Norma. Giardinelli, Mempo Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984. Luna, Féliz (1994). «La etapa colonial», Breve historia de los argentinos. Planeta / Espejo de la Argentina.

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Gerchunoff, Pablo; Llach, Lucas (1998). El ciclo de la ilusión y el desencanto: un siglo de políticas económicas argentinas. Buenos Aires: Ariel. (2008-2009) Guía Turística Argentina. Buenos Aires: Automóvil Club Argentino. Abad de Santillán, Diego (1965). Historia Argentina. Buenos Aires: TEA (Tipográfica Editora Argentina). María Alonso, Roberto Elisalde, Enrique Vázquez (1994). Historia Argentina y el Mundo Contemporáneo. Buenos Aires: Editorial Aique. Luna, Félix (1994). Breve historia de los argentinos. Buenos Aires: Planeta / Espejo de la Argentina Sitios de consulta: Sitio oficial de los Alimentos Argentinos Comidas típicas

INTRODUCCION:

Caminos y Sabores de Argentina Norberto Petryk -La Cocina ArgentinaHablando de cocina argentina voy a meterme en el tema con unas frases utilizadas por Marcelo Álvarez durante las primeras jornadas de patrimonio gastronómico, "La cocina como patrimonio (in) tangible": "Dice Claude Fishler que "el hombre es un omnívoro que se nutre de carne, de vegetales y de imaginación". Y se explica: "la alimentación conduce a la biología, pero con toda evidencia, no se reduce a ella; lo simbólico y lo onírico, los signos, los mitos, los fantasmas alimentan también y concurren a reglar nuestra alimentación". "En la Argentina, una abundante literatura textualiza los modos en que, por lo menos desde el siglo XIX, sus habitantes se identificaron con una determinada imagen de alimentación fuerte: las inmensas papas, las miles y miles de cabezas de ganado, el gaucho comiendo humeante y sabrosa carne asada, la inmigración europea 6

empujada por el hambre contribuyó a reforzar este esquema representacional a través de la reafirmación de la importancia dada a la alimentación y a las diversas formas de producir comidas fuertes y abundantes. De este modo, se armó un modelo de salud montado sobre una estructura gastronómica "híbrida" con predominio de la carne (aporte autóctono) y las proteínas lácteas (aporte de los inmigrantes), considerados como los pilares de la alimentación "nutritiva" propia de los "pueblos fuertes". Patricia Aguirre adelanta una respuesta, "Una sociedad con fuerte herencia patriarcal no deja el plato típico (que maneja la carne, un gran cuchillo y el fuego) en manos femeninas". Si bien el asado es patrimonio y propiedad del hombre, tengamos en cuenta que es la mujer la encargada de hacer la comida a diario convirtiéndose en la custodia y propietaria de la cultura gastronómica de cada pueblo, de cada región, de cada país, dejemos para más adelante la lectura de la cocina de clases y la alta cocina de la clase pudiente o adinerada. Podemos leer en el prologo de "Cocina ecléctica" de Juana Manuela Gorriti (1890): "El hogar es el santuario doméstico, su ara es el fogón, su sacerdotisa y guardián natural, la mujer.

Ella, sólo ella, sabe inventar esas cosas exquisitas, que hacen de la mesa un encanto, y que dictaron a Brantôme el consejo dado a la princesa, que le preguntaba cómo haría para sujetar a su esposo al lado suyo: Asidlo por la boca. Yo, ¡ay! Nunca pensé en tamaña verdad.

Ávida de otras regiones, arrójeme a los libros, y viví en Homero, en Plutarco, en Virgilio, y en toda esa pléyade de la antigüedad, y después en Corneille, Racine; y más tarde, aun en Chateubrian, Hugo, Lamartine; sin pensar que esos ínclitos genios fueron tales, porque –excepción hecha del primero- tuvieron todos, a su lado, mujeres hacendosas y abnegadas que los mimaron, y fortificaron su mente con suculentos bocados, fruto de la ciencia más conveniente a la mujer". Pero Víctor Ego Ducrot nos define de una mejor manera la "cocina argentina", y más exactamente la "porteña": "Uno está cansado de oír a cocineros emblemáticos y a periodistas emblemáticos hablar sobre este tema diciendo "la cocina argentina no existe" y uno un poco lo comprueba como un valor ideológico que tomó cuerpo cuando quiere ir a comer a un 7

lugar bueno, piensa buena cocina italiana, buena cocina francesa, la cocina argentina es el bife con ensalada, milanesa, así nomás". Marcelo Álvarez lo traduce como un conflicto social: "a comienzos del siglo XX, la defensa de las tradiciones gastronómicas hispano-criollas o la rebuscada pasión por lo francés que invadía a los sectores privilegiados se presentaron como posicionamiento de clase frente a la masiva irrupción de los inmigrantes especialmente italianos y españoles. En un informe de esos años, Bialet Massé describe así la comida de los piamonteses en el norte de la provincia de Santa Fe: "carne, papas, verdura abundante, con ajos, cebollas, picante (todo hervido) una bazofia, que sólo pueden tragar aquellos para quien está destinada…" destacando especialmente a los "ajos bravos, que voltean al que se acerca". Este rechazo se afincó más fuertemente en la alta sociedad, Aún hoy, el ajo sigue siendo sospechoso para mucha gente, ya que su olor para una parte del imaginario, es el olor de la pobreza. Vicente G. Quesada registra la valoración clasista y reaccionaria de la cocina de los inmigrantes: "el bachicha italiano, "que come pan y cebollas crudas, salchichón y sábalo frito", es un hombre sin ideales que educará mal a sus hijos…". Bueno, en todo esto podemos observar lo contradictorio y xenofobico de los inicios de nuestro patrimonio cultural gastronómico, eso sin recurrir a frases de un celebre presidente y maestro argentino que dignificaba la cultura europea y trataba de bárbaros y salvajes a nuestros aborígenes y mestizos. Como dije más de una vez hablar de "cocina argentina" es muy extenso, tanto como su geografía, y siguiendo con Ducrot leemos: "La cocina argentina existe con algunas características que son reconocibles entre los argentinos. Podríamos hacer un mapa de la cocina argentina. Nosotros tenemos una cuenca del noroeste argentino donde están las últimas estribaciones por el sur de la cultura del maíz, y no tanto estribaciones sino apéndices fundamentales de la cultura de la papa, las dos grandes culturas culinarias de origen americano. Tenemos por otro lado la cocina de los ríos, la cocina de los pueblos pescadores y cazadores de los rublos de la Mesopotamia, sistematizada en su momento por los colonizadores jesuitas. Tenemos por otro lado las cocinas urbanas con epicentro en Buenos Aires, Buenos Aires fue y es, decir fue fundadora, fue sede de un acto fundacional de una culinaria propia que yo bautizo como culinaria cocoliche, utilizando la expresión cocoliche no en un tono peyorativo sino absolutamente lo contrario, en un tono reivindicativo, es esa cultura que surge de la yuxtaposición permanente en la vida cotidiana de expresiones culturales en distintas regiones del mundo. Esa cocina argentina, porteña en este caso y urbana más generalmente, que yo bautizo cocoliche, nace en los conventillos y voy a dar un ejemplo: si uno recorre el mapa culinario italiano, ya sea comiendo en casa de amigos, familiares o cualquiera que tenga la buena idea de invitarnos a comer a sus casas, desde Sicilia hasta Piamonte, 8

y se dedica a buscar una salsa a base de tomates para cualquier tipo de pasta especiada con comino, yo le propongo que si lo encuentra yo lo invito a comer al mejor restaurante de Buenos Aires. Sin embargo, el comino es un elemento con mucha presencia en la salsa a base de tomates para las pastas porteñas. En el conventillo se podía compartir entre varias familias un baño, se podía llegar a compartirlo por necesidades de espacio, obviamente se compartía el patio, pero jamás se iba a compartir el hornillo, el Primus. Las cocinas de los conventillos estaban ubicadas de forma tal en los perímetros del patio del conventillo, pequeñísimos espacios de forma tal que las amas de casa del conventillo cocinasen codo a codo. Probablemente, y esto es un hipótesis, el comino se utiliza en las salsa de pomodoro para los ravioles a la porteña porque la señora italiana que estaba haciendo la salsa para sus ravioles, porque no tenía, porque se quedó sin o porque como era costumbre la mala paga jamás llegaba a tiempo al bolsillo de su marido le pidió a su vecina de cuarto, que por consiguiente podría ser su vecina de hornillo, algo para condimentar la salsa y resultó ser que esa señora era una Siria, era una libanesa, la cual sí usaba comino y ahí aparece la utilización de este producto extraño en la cocina clásica italiana. Los italianos, los gastrónomos italianos, los cocineros de catálogo italianos se ofenden cuando llegan a Buenos Aires, pero acá vamos a comer ravioles y esto en Italia no se hace, lo mismo que los españoles, es decir a todos aquellos representantes de culturas que en su momento fueron culturas fundacionales del conventillo, del cocoliche urbano argentino, hoy les llama la atención y coadyuvan, colaboran con sus ideas el haber creado la idea de que la cocina argentina no existe. La cocina argentina, la cocina urbana argentina es originalmente la cocina del cocoliche, es la cocina en la cual, como decíamos hace un rato, se hace con lo que hay, y lo que hay suele provenir de distintos hábitos, de distintas corrientes culturales. …nos queda la cocina del desierto, que es una cocina para los investigadores, el cordero patagónico (pero el cordero no es americano), la pesca, los mariscos, etc. Pero la cocina del desierto es una cocina que tiene una larga prosapia. Los cronistas de Indias, desde Bernal Díaz del Castillo hasta Ulrico Shmidel, todos se refirieron también a como en materia del comer se produce ese gran choque cultural que fue la guerra de conquista y exterminio de América por parte de los imperios europeos. Hay un autor, un colega español que escribió un maravilloso libro que se llama "Un banquete para los dioses", donde se dedicó a un trabajo encomiable que es encontrar, buscar en cada texto de los cronistas de Indias los rasgos del comer americano y los rasgos del choque cultural en el comer entre españoles y americanos. En uno de esos textos recuerda a cronistas que acompañaban a Magallanes y que incursionaron muy primitivamente en la Patagonia, y yo voy a decir que los americanos desde la Patagonia hasta el Misissippi le hacemos honor a aquel dicho de Marvin Harris con el cual empecé esta exposición: que los hombres somos omnívoros, porque los cronistas que acompañaban a Magallanes hablaban de los comedores de ratas de la Patagonia y los cronistas que acompañaban a ese gran 9

viajero que se llamó Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, que tuvo la peregrina idea de atravesar por tierra todo el continente americano desde las estribaciones del Misissippi hasta lo que hoy es Asunción del Paraguay, y estamos hablando del siglo XVI, se fascinó con los menús y los manjares de los pueblos comedores de tierra del Misissippi. Con esa herencia americana, con su herencia pantofágica de los americanos, en Buenos Aires comemos de todo, esa cosa omnívora de los americanos que hemos comido de todo y con el aporte de las culturas que han llegado a este continente, y en homenaje al título de esta jornada, la cocina argentina existe, se ha comido de todo, cuando lo hubo y básicamente tenemos que ser orgullosos de decir sí, nosotros somos los inventores de la cocina cocoliche". En la misma publicación encontramos una presentación y articulo de Patricia Aguirre digno de destacar y se llama “Gordos de escasez” en donde plantea la situación de la cocina argentina como una “cocina diferenciada” entre la “alta cocina” o “cocina del poder” y la “cocina de los pobres”, en donde a partir de sus estudios se puede ver como se va planteando una brecha de poder económico con consecuencias alimentarias por una distribución no equitativa de los recursos, a partir del 1965 y que se va acrecentando cada vez más, en donde se plantea que en la Argentina actual se dan dos sectores bien diferenciados y a donde ha desaparecido la “clase media”, quedando los pobres (incluyendo los nuevos pobres) y los ricos o poderosos y se puede observar como eso plantea dos cocinas diferenciadas, en la de los poderosos hay elección de alimentos a su disposición y un cuidado exacerbado del cuerpo y la salud, mientras que dentro de la clase pobre se come lo que se puede o está al alcance del bolsillo, relegando la calidad al precio en busca de productos rendidores y económicos, quedando a su alcance una lista reducida de 22 productos de la canasta básica que no completan las necesidades alimentarias requeridas (grasas e hidratos de carbono en exceso) provocando problemas de crecimiento y de coeficiente intelectual con retardos en el aprendizaje, generando personas “gordas”, “fofas” y de “baja estatura”, que se diferencian de esa forma del otro sector poblacional con personas “altas”, “inteligentes” y de contextura “atlética” y “sana”. Claro que aquí no se tiene en cuenta a las personas muy flacas producto de la desnutrición y el hambre. La alimentación de cada grupo social refleja su particular manera de verse en el mundo, y así la investigación se entona de ironía al describir la inútil “dieta del pomelo” de la clase media o la santidad light de las clases altas en busca del cuerpo inmortal. Sin embargo, no deja de ser cierto que la alimentación de los sectores de bajos ingresos es deficitaria, que su “gordura de escasez” encubre la falta de micronutrientes esenciales. ¿Cómo resolver esto, si la educación alimentaria tropieza con tan grandes trabas culturales? Para la investigadora, la espada que cortaría este nudo se llama redistribución del ingreso.

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Bibliografía: - “La cocina como patrimonio (in)tangible Norberto E. Petryk, chef, escritor e investigador

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Unidad 1: La cocina Colonial Los argentinos nos caracterizamos por darle mucha importancia al estómago. La buena comida es uno de los requisitos básicos de lo que consideramos "una vida ideal". Y es por esto que no resulta nada raro el hecho de que, a principios del siglo XIX, los criollos opinaran lo mismo. Mientras los patriotas discutían la necesidad de establecer autoridades nacionales que respondiesen a Fernando VII, desplazado del reinado de España por el francés Luis Bonaparte, la gente en las calles continuaba con su vida cotidiana, y esto también incluye los platos que normalmente consumían. Las comidas predilectas de los criollos de la época eran la sopa de arroz y la de fideos, el asado, el matambre, el puchero, diversos guisos, las albóndigas, el estofado y los zapallitos rellenos. El locro y las empanadas también formaban parte de los platos más consumidos, al igual que un picadillo que se hacía con pasas de uva. La carbonada es otra de las comidas típicas de la época colonial, y está muy relacionada con la argentinidad. Sin embargo, muy pocos saben que su origen es belga, y que en aquellas tierras lleva el nombre de carbonnade. Se trata de un guiso de carne realizado dentro de un gran zapallo, al que se le agrega maíz. En su país natal, lleva cebolla y cerveza. Los criollos también adoraban las cosas dulces: los bocadillos de papa o batata, la cuajada, las frutas, la natilla (plato de origen español a base de huevos, leche y azúcar), el arroz con leche, los alfajores, las masitas y la famosa mazamorra, que vendedores ambulantes solían ofrecer por las calles. La República Argentina es un estado soberano, organizado como república representativa y federal, situado en el extremo sureste de América. Su territorio está dividido en 23 provincias y una ciudad autónoma, Buenos Aires, capital de la nación y sede del gobierno federal. Por su extensión, 2.780.400 km², es el segundo estado más extenso de América del Sur, cuarto en el continente americano y octavo en el mundo, considerando solamente la superficie continental sujeta a su soberanía efectiva El nombre "Argentina" proviene del latín "argentum" (plata) y está asociado a la leyenda de la Sierra de la Plata, común entre los primeros exploradores europeos de la región, tanto españoles como portugueses. Fueron estos últimos quienes denominaron Rio da Prata (Río de la Plata) al gran estuario descubierto por la expedición portuguesa de 1502 en la que participaba Américo Vespucio y al que luego llegó Juan Díaz de Solís en 1516, llamándolo Mar Dulce. El nombre se hizo popular a causa de un poema publicado en 1602 por el español Martín del Barco Centenera titulado La Argentina, en el que se describe la región del Río de la Plata así como también la fundación de la ciudad de Buenos Aires.13 El topónimo aparece ratificado al publicarse en 1612 la obra La Argentina manuscrita del criollo asunceno Ruy Díaz de Guzmán, obra de historia en la que, en medio de un relato épico, se hace una descripción de la región. A finales del siglo XVIII, la palabra era de uso común para denominar todo lo relacionado con el Río de la Plata, su 12

cuenca, su territorio y sus pobladores, pero el virreinato creado en 1776, antecedente inmediato del país independizado en 1816, llevó el nombre de "Virreinato del Río de la Plata". En los años 1806 y 1807 tuvieron lugar las Invasiones Inglesas, y, en ambas, Santiago de Liniers lideró a las tropas que expulsaron a las fuerzas británicas. La primera fue al mando de tropas de la Banda Oriental y la segunda fue dirigiendo tropas del Regimiento Fijo de Buenos Aires y batallones milicianos formados por numerosos criollos, tanto porteños como provenientes del Interior (principalmente, de Asunción del Paraguay y de Córdoba), indígenas y hasta esclavos negros. La voluntad popular precipitó la destitución del virrey Rafael de Sobremonte para, a continuación, elegir como virrey a Santiago de Liniers, convertido en héroe de la reconquista y la defensa. Los principales líderes de estas milicias se convirtieron rápidamente en una nueva élite de poder en la ciudad de Buenos Aires, ingresando como miembros del Cabildo, hasta entonces formado exclusivamente por españoles. Aunque Liniers aún gobernaba en nombre de España, la destitución de un virrey por presión popular era un hecho inédito en la historia de América. Tanto este hecho como la derrota de los ejércitos británicos, dieron un gran prestigio a Buenos Aires, que ganó un carácter de "Hermana mayor" ante las demás provincias. LA VIDA EN LA ÉPOCA COLONIAL En el Buenos Aires colonial las casas eran bajas, muy parecidas entre sí, sus paredes eran gruesas pintadas con cal, tenían tejas rojas, ventanas con rejas de hierro y las infaltables macetas con flores. Sólo muy pocas casas tenían planta baja y primer piso, estas casas estaban alrededor de la plaza mayor y pertenecían a familias más adineradas. Las denominaban "altos" las cuales llevaban el apellido de sus propietarios como por ejemplo: Los altos de Riglos y los de Escalada. Las casas tenían muchas habitaciones, con ventanales que daban a un patio con muchos árboles. En el patio se reunían las familias a tomar mate, conversar y comer ricos pastelitos. Las calles eran de tierra y las veredas eran empedradas pero muy angostitas. Cuando llovía se hacía bastante difícil transitar por las calles de la ciudad. Sólo las calles principales estaban alumbradas por las noches con un farol de vidrio y adentro se colocaba una vela de grasa, que el farolero encendía todas las noches. El mobiliario de las casas era muy escaso, sólo las familias más pudientes tenían gran cantidad de muebles pero no seguían un estilo o muchas veces los muebles no combinaban entre sí.

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En los salones tenían muebles bajos con puertas de vidrio donde se podían observar la vajilla y adornos de plata muy comunes en aquella época. Los platos y vajilla de loza o porcelana eran traídas de Europa, eran muy costosas sólo las familias adineradas de importantes de la colonia las tenían y eran utilizadas en ocasiones especiales ya que si se rompía una pieza era casi imposible reponerla. En esa época la gente del interior del país compraba sus mercaderías en los comercios que estaban alrededor de la plaza mayor, también a las afueras de la ciudad se encontraban las pulperías de campo donde la gente se acercaba para comprar sus provisiones, jugar a las cartas, a la taba, tomar unos ricos mates o beber aguardiente. Allí también se podía comprar alimentos, ropas, tejidos y productos hechos en la colonia. Era posible conseguir objetos europeos comprados de contrabando a algún barco inglés que se acercaba a la costa. En la colonia desde muy temprano se podían escuchar a los vendedores ambulantes que recorrían la ciudad ofreciendo sus productos: velas, escobas, agua, leche, plumeros, etc. Además de ir y venir por las callecitas de tierra por la mañana temprano se establecían en la Recova de la Plaza Mayor. En tiempos de virreyes, y poco después, la comida en América era tan barata y accesible que nunca resultaba un problema grave en el presupuesto más modesto, ni hubiera incidido -por carencia- para motivar protesta alguna. A fines del siglo XVII, las cacerolas porteñas estaban en su sitio, claro, sobre hornallas desbordantes de fuegos abastecidos con leña de durazneros, la leña más abundante y accesible, que las carretas traían desde la cañada de Escobar. Para entonces, una ternera vendida a las puertas de Buenos Aires costaba apenas dos reales. Por un real se accedía a cuatro lenguas, que entonces era la porción bovina dilecta de los rioplatenses y de todo hambreado que cruzara las interminables llanuras dispuesto a carnear hacienda baguala sólo por ese manjar. Para 1793, en tiempos del virrey Arredondo y después de que su antecesor Loreto lograra incrementar notoriamente la ganadería, se autorizó el comercio de carne salada y así fue que en el primer quinquenio de embarques, sólo para La Habana -al decir de Félix de Azara-, salieron 40.759 quintales de tasajo y de charque o cecina. Hacia finales del virreinato no sólo la lengua vacuna saciaba los menos exigentes paladares rioplatenses, sino que la carne asada y el matambre adobado integraron el menú apetitoso y diversificado que se completaba con la imitación de platos españoles que pasaron a llamarse puchero criollo y carbonada. En Buenos Aires abundaban los productos quinteros, los rebaños lanares y lo que el río, entonces virginal, albergaba en sus entrañas. A la vista del Fuerte se pescaban inmensos dorados y surubíes que sucumbían para luego inmolarse horneados y rellenos, o vulgarmente se los fritaba con oliva de Cuyo.

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Café, mate y comilonas, más o menos abundantes, han sido en el Río de la Plata la tradición de todo conciliábulo político, y la fonda de Los Tres Reyes, de la calle Santo Cristo -hoy 25 de Mayo-, a un paso del Fuerte, fue la sede de encuentros entre alcaldes, oficiales, conjurados y espías nada camuflados. El lugar resultó el preferido de los agentes británicos y portugueses que merodeaban con el mandato de recabar informaciones para la princesa Carlota de la corte lusitana asentada desde 1808 en el Janeiro, o para el almirante Sidney Smith. Mucho antes, la fonda de Los Tres Reyes -donde también se bebían alcoholes y el comensal Castelli supo tanto encender gruesos cigarros como hablar con propiedad el idioma de Shakespeare- se tiñó con los rojos uniformes de los oficiales del regimiento 71 durante las invasiones inglesas: lo hicieron su preferido. De un almuerzo se contaba que sumó "veinticuatro manjares: primero sopa y caldo y sucesivamente patos, pavos y todas las cosas que se producían en el país, con una gran fuente de pescado al final, y fuimos servidos durante la comida por cuatro de sus parientes más cercanos que nunca se sentaban. Los vinos de San Juan y Mendoza se hicieron circular libremente y mientras gozábamos de nuestros cigarros, la dueña de casa con otras dos damas que entraron, nos divirtieron con algunos lindos aires ingleses y españoles en la guitarra" Engulleron desde las 14 hasta las 16, sin solución de continuidad, y la comilona sólo se interrumpió para la siesta”. Los viajeros de la época no se cansan de señalar que muy pocos eran los esfuerzos culinarios de aquellos porteños primitivos. A metros no más del casco urbano, se requerían de unas buenas boleadoras, lazos y cuchillos, Asaban una vaca y se la comían casi cruda, con sal, cuando había; a veces, mataban un animal para comerse solo el matambre, la lengua o los caracues. Otros le sacaban solo el vientre con toda la grasa y prendían fuego, cuando estaba bien encendido lo metían adentro de la despanzurrada vaca, y así lo dejaban durante 2 días, hasta que el animal se asase desde sus entrañas. En las casas de las ciudades, pocos artefactos se necesitaban para la cocina cotidiana, un fogón sobre piedras, ollas o sartenes de hierro. Casi todos los días se comía olla podrida, carne asada, locro, mandioca y de postre mazamorra. Se consideran que eran generosos en su alimentación, debido, a que se vieron con la necesidad de estipular por escrito y con fuerza de ley las raciones mininas y adecuadas de lo que se consideraba el buen comer- Esto ocurre a fines de 1798 cuando don Lázaro de Rivera dictó un Reglamento para las poblaciones indígenas y para los burócratas coloniales (....) una buena sopa, el cocido, cuatro platos, dos

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postres de frutas, y queso o leche para el almuerzo; tres platos para la cena, y dos para el desayuno (...). Claro que lo menús crecían en cantidad y en variedad a medida que aumentaba el estrato social de los comensales; y como por aquellos días lo mas alto de la sociedad estaba compuesto por funcionarios militares, curas y gobernantes; eran ellos los que solían disfrutar de banquetes y comilonas protocolares. Las recetas de la época colonial: Ambrosía La ambrosía (de , de , inmortal, divino) en la mitología griega era el manjar de los dioses, el néctar era la bebida: ambos conservaban la inmortalidad y la eterna juventud. Evidentemente semejante comida era negada a los comunes mortales. La receta más antigua que disponemos es de la escritora argentina Manuela Gorriti, en su libro de cocina ‘La Cocina Ecléctica’ (recetas conciliadas de distintas proveniencia y de las mejores) donde resume recetas les pidió a sus amigas de toda Latinoamérica y las dio a conocer generosamente. La Cocina Ecléctica reúne los laboriosos platos que saboreaban nuestros antepasados, y nos cuenta mucho más que lo que dice: como se cocinaba antes de la cocina a gas y de la heladera, la gracia con que escribían las mujeres ilustradas y las no tanto, las incursiones de San Martín o de Sarmiento por el mundo de la gastronomía. Un mundo de sopas, salsas, purés y otras confecciones que trasciende el ámbito privado e íntimo del hogar para pintar los usos y costumbres de una sociedad amigas y señoras de la época. A don Domingo Faustino Sarmiento se debe el poético bautismo de este postre para toda hora que su nieta preparaba para regalárselo. Tanto adoraba ese plato que se olvidaba por momentos de sus quehaceres intelectuales y políticos. Ambrosía (Receta colonial) Ingredientes: 1 litro de leche (de aquella época), ½ kilo de azúcar, 12 yemas y 6 claras, ralladura de dos limones (de la época), un trocito de manteca, una copita de vino generoso o licor curaçao. Preparación: se mezcla la leche con el azúcar y se lleva al fuego y al romper el hervor se añaden las doce yemas y las claras bien batidas por separado y la ralladura de los limones. Se revuelve la mezcla a fuego vivo hasta que aparece en la superficie un almíbar verde. Se echa todo en una budinera untada y se pone al horno normal. En el momento que la masa comienza a despegarse de las paredes de la budinera, se le echa rociando una copita de vino o de licor curaçao. Enfriar.

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LOS PLACERES DE LA CARNE POR MIGUEL KREBS – BUENOS AIRES - ARGENTINA Hubo en la Argentina y también en el Uruguay, una época llamada “de las vacas gordas”, es decir de opulencia y buen pasar, expresión como se aprecia, vinculada a nuestro acervo ganadero. A la hora del mediodía solía esparcirse por los alrededores de algún edificio en construcción, un tentador aroma a carne asada que podía olerse a considerable distancia del lugar donde se originaba. Entre los obreros de la construcción siempre había uno, que oficiaba de asador o parrillero cuya misión era la de comprar la carne, los chorizos y el pan, preparar el fuego con restos de madera que se empleaban para hacer los encofrados y vigilar atentamente el asado. Cuando la carne llegaba a su punto, se organizaba el almuerzo casi siempre en la vereda y más de un transeúnte hubiera estado dispuesto a compartir aquella improvisada mesa. No debe haber un solo argentino que haya vivido aquella época, que no lleve en su memoria olfativa, aquel inigualable aroma a asado, que lamentablemente ha quedado enterrado bajo una montaña de hamburguesas y patatas fritas. En cambio hoy, la carne de vacuno se ha convertido en un artículo suntuario para argentinos y uruguayos, en cuyos campos se cría, paradójicamente, las mejores vacas del mundo. Sin embargo, hasta la llegada de los conquistadores españoles a tierras americanas, los aborígenes se alimentaban de la caza y de la pesca ya que no conocían el ganado vacuno ni caballar. Recién para el segundo viaje de Cristóbal Colón (1493) comienza el intento de introducir ganado vacuno, además de cerdos, ovejas y caballos a la isla de Santo Domingo, bautizada en su origen como La Española. Teniendo en cuenta el tamaño de las naves, el reducido espacio para transportar ganado y la dificultad que supone alimentarla a lo largo de la travesía - sin contar otros inconvenientes imaginables – podemos deducir que el proceso de importación para toda América, tardó años en concretarse. Para los conquistadores españoles, introducir el ganado caballar era fundamental para sus objetivos de expansión ya que era la única forma de avanzar rápidamente a través de las tierras conquistadas y llegó a ser un arma psicológica contra los nativos que vieron en la dupla jinete-caballo, una figura casi mitológica, la cual los aterrorizaba. El ganado vacuno que se introdujo en cuotas muy limitadas, fueron terneros o novillos, que por su tamaño ocupaban menos lugar en los navíos, que los animales adultos. Hacia 1526 Sebastián Caboto apoyado por ricos mercaderes Sevillanos y por la casa Real, ansiosos por participar del negocio de las especias, iniciaron una expedición a las Molucas a través del estrecho descubierto por Fernando de Magallanes, seis años antes. En aquel accidentado viaje, Caboto se internó en las actuales provincias argentinas de Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos, esta última lindante con la actual 17

República del Uruguay, que eran inmensas llanuras de tierras fértiles poblada por indios, que terminaron por aniquilar gran parte de su expedición y que al regresar a España, toda aquella información más los descubrimientos de Pizarro y el afán por hacerse con el oro y la plata del Perú, animó vivamente a la corona española para organizar la expedición más importante de toda la conquista, liderada por Don Pedro de Mendoza que a la sazón, funda Buenos Aires en 1536. En todas estas operaciones, los conquistadores fueron introduciendo ganado vacuno y caballar que encontró en la pampa argentina las condiciones adecuadas para su reproducción, pero el descontrol de la hacienda a lo largo del tiempo, dio origen al ganado cimarrón que por no tener dueño, cualquiera podía echar mano para carnearlo como en el caso de las vacas o para domarlo en el caso de los caballos. Los indios Pampa cuyo nombre les fuera impuesto por los mismos españoles y que significa “llanura” en lengua quechua, llegaron a ser excelentes jinetes que montaban “en pelo”, es decir, sin montura y en cuestiones gastronómicas, asimilaron la costumbre del gaucho de carnear una res y asarla cuando le viniera en ganas. Este personaje de campo, producto del mestizaje entre el conquistador español y el indígena o entre español con negro africano, era un hombre solitario, diestro con los caballos, que solía recorrer la extensa pampa en busca de algún trabajo (conchabo) y cuando tenía necesidad de comer, carneaba una vaca encontrada al paso, la abría al medio y haciendo fuego en su interior, generalmente con la misma bosta (estiércol) de vaca o leña seca, asaba un poco de ubre o algún otro órgano interior pero casi nunca, su carne. A veces cuereaba al animal, es decir, quitaba el cuero para venderlo o fabricarse un par de botas, lazo o cinto y el resto quedaba a disposición de las aves de rapiña, carroñeras y animales salvajes de las inmediaciones. Otra modalidad empleada por el gaucho, consistía en cavar un hoyo de unos sesenta centímetros de profundidad y hacer fuego en la base para colocar a la altura del piso, un pedazo de carne con cuero atravesado por una estaca de madera cuidando que las llamas no la tocase, técnica esta, que se ha conservado a lo largo del tiempo para hacer un buen asado criollo. A medida que la sociedad rioplatense fue creciendo, comenzó a gestarse a través de normas jurídicas, un manejo más racional de la industria ganadera, tanto en su explotación como en su comercialización. Surgen entonces los grandes terratenientes, herederos de aquellos encomenderos que hicieron importantes servicios a la corona española, propietarios por herencia en algunos casos, de cuantiosas cabezas de ganado. A partir de los primeros años del siglo XIX y como consecuencia de la pérdida del dominio español sobre las colonias del Río de La Plata, comienza la penetración inglesa que siempre esperó pacientemente el momento de la liberalización de las aduanas argentina y uruguaya. En poco tiempo, tomaron el control de importantes saladeros de carne y dieron impulso a la incipiente industria frigorífica que les permitió proveer a los mercados europeos.

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Esteban Echeverría, periodista, político y escritor, hizo una cruda descripción de un matadero de Buenos Aires, allá por el año 1840 en su libro El Matadero, del que extractamos unos breves párrafos. “Cuarenta y nueve reses estaban tendidas sobre sus cueros y cerca de doscientas personas hollaban aquel suelo de lodo regado con la sangre de sus arterias. En torno de cada res resaltaba un grupo de figuras humanas de tez y raza distintas. La figura más prominente de cada grupo era el carnicero con el cuchillo en mano, brazo y pecho desnudos, cabello largo y revuelto, camisa y chiripá y rostro embadurnado de sangre. Hacia otra parte, entre tanto, dos africanas llevaban arrastrando las entrañas de un animal; allá una mulata se alejaba con un ovillo de tripas y resbalando de repente sobre un charco de sangre, caía a plomo, cubriendo con su cuerpo la codiciada presa. Acullá se veían acurrucadas en hilera 400 negras destejiendo sobre las faldas el ovillo y arrancando uno a uno los sebitos que el avaro cuchillo del carnicero había dejado en la tripa como rezagados, al paso que otras vaciaban panzas y vejigas y las henchían de aire de sus pulmones para depositar en ellas, luego de secas, la achura.” La venta de carne la hacía un carnicero ambulante que llevaba colgado los cortes sobre un carro el que rara vez era lavado, de manera que la sangre coagulada de larga data, quedaba impregnada en el piso de madera y en los costados del carro, que eran de cuero. Este personaje se estacionaba en alguna esquina de la ciudad y una vez desenganchado el caballo, extendía un cuero sucio, raído y tajeado sobre la calle de tierra y sobre él, cortaba la carne y trozaba los huesos con un hacha, salpicando con sangre a diestra y siniestra. El viento levantaba el polvo de veredas y calles depositándolos sobre los cortes que exhibía y si oscurecía, colocaba una vela dentro de un trozo de carne al cual le había hecho un tajo y el cebo derretido caía sobre ella. Para 1878 el problema del indio que mantenía en jaque a estancieros y poblaciones rurales más allá de la provincia de Buenos Aires con sus violentas incursiones y saqueos, culminó con la denominada Campaña del Desierto en la que el general Roca “limpió” literalmente 15000 leguas de campo poniendo fin a un conflicto que venía arrastrándose durante casi dos siglos, lo que permitió ampliar las zonas de cría y cultivo. Claro que en aquella campaña, hubo quienes expropiaron tierras y hacienda que pertenecían legítimamente a varias comunidades indígenas a favor de la oligarquía vacuna. Argentina, comenzó a crecer aceleradamente hacia finales del siglo XIX con la ayuda de una mano de obra barata originada por las grandes oleadas de inmigrantes europeos que huían de la hambruna y las guerras. Continuó su expansión en el siglo siguiente, consolidando su producción, comercialización y exportación mayoritariamente en manos de empresas británicas - logrando imponer la calidad de sus carnes a escala mundial. Si hubiera que buscar una razón para explicar el porqué de la calidad de la carne vacuna por estos lugares, podríamos decir que radica en la tranquilidad que ofrece la pampa para una crianza sin estrés ni sobresaltos, con una alimentación natural y calidad de sus pasturas; con grandes superficies llanas carentes de desniveles que 19

fuercen al animal a escalar terrenos accidentados que perjudicarían la consistencia de su carne y los periódicos controles sanitarios, además de la búsqueda en el mejoramiento de las distintas razas. Todo una historia de siglos detrás de un jugoso y tierno bife de chorizo capaz de llevar hasta el éxtasis a cualquier comensal de la tierra.

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Unidad 2: De los Orígenes a la organización Nacional. En 1810 el pueblo de Buenos Aires inició la Revolución de Mayo, que derrocó y expulsó al Virrey Cisneros, eligiendo en su lugar una junta de gobierno integrada mayoritariamente por criollos que dio origen a la Guerra de la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata contra la España colonial (1810-1824). El 9 de julio de 1816, en la ciudad de San Miguel de Tucumán, un congreso de diputados de las provincias del noroeste y centro-oeste del país y de la de Buenos Aires, junto con algunos diputados exiliados del Alto Perú, proclamó la independencia de las Provincias Unidas en Sud América En varios puntos de Sudamérica se encontraban focos de resistencia contrarrevolucionaria, que intentaban restaurar la autoridad de la monarquía española en la región. Sus avances fueron contenidos, entre otros, por Manuel Belgrano, José de San Martín y Martín Miguel de Güemes. San Martín es, junto a Simón Bolívar, responsable de las gestas libertadoras que finalizaron la presencia española en el continente. Enero de 1811 fue un mes caluroso. El bochorno se imponía sobre las siestas de Buenos Aires y, apenas trascurría la hora del almuerzo, la única opción pasaba por no salir de las casas y por refugiarse en salones de techos altos, cerrados y pisos de ladrillos. Una de esas tardes pegajosas, un niño se atrevió a cruzar la Plaza del Fuerte, a pleno rayo de sol, es que llevaba un paquete para doña Maria Guadalupe Cuenca la esposa de Mariano Moreno, el ya ex secretario de la Junta Revolucionaria, estaba en alta mar, rumbo a Londres, donde se iba a hacer cargo de una misión diplomática difusa. Su mujer, en un principio, no entendía el significado de aquel paquete anónimo, debido que se trataba de un abanico de luto, un velo y un par de guantes. Se lo comento a French con el que claramente interpretaron que alguien le estaba diciendo que estaba por ser viuda. Desde ese día, para dona María Guadalupe se acabaron las tardes de fina repostería. Se había dedicado a hacer buenas confituras que había aprendido gracias a una criada guaraní. Hacia dulces, ella prefería el de membrillo, pero los hacia también de higos, cerezas, albaricoques y naranja, todas frutas de España trasplantadas en suelo americano; y a veces de iboporú, de mamón y de carapepe, una especie de calabaza pequeñas y dulce, que pertenecían a la naturaleza del nuevo mundo.

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A Mariano Moreno lo asesinaron a bordo de la fragata inglesa Fama antes de llegar a destino. Los saavedristas habían decidido matar a Moreno. Rosa fue la cocinera fiel de Clara la inglesa, y sus haceres en las hornallas eran los predilectos de don Cornelio Saavedra. A la hora de comer era un incondicional de las ollas podridas que preparaba Rosa. Una mañana Saavedra visito la Fonda de Clara la inglesa, y sin hablar con la patrona, le propuso a Rosa la docilidad de ganarse dinero extra, cocinando pucheros, en la residencia del jefe militar. El puchero en si mismo fue menos especial que la decisión que junto a sus aromas y vapores tomaron los hombres de Estado; pero Rosa, como Clara, si fueron personajes particulares de aquella Buenos Aires que muy temprano había descubierto como banquetes y conspiraciones suelen servirse en las mismas mesa. Nadie piensa que Rosa y Clara mal querían a Moreno, por el contrario, este solía comer en la fonda, sobre todo los días que ella misma metía la mano entre las ollas para hacer la chanfaina, uno de los platos preferidos del revolucionario. A este le gustaba esperar su plato saboreando rodajas de pan tostado untados con el puré verde de la palta. En la Buenos Aires de Mayo todos conspiraban, pero los morenistas, librepensadores y entusiastas agitadores, buenos exponentes vernáculos de la intelectualidad francesa, lo hacían desde bares y cafés, donde fumaban, bebían café, chocolate o copas de brandy y coñac. Uno de los locales preferidos por los revolucionarios era el Café de Marco. Se decía que era confitería, billar y botillería y contaba con un salón grande y un sótano para guardar y conservar bebidas y licores. Marco era un Gastrónomico inteligente, y este fue el primer lugar público de este territorio, que fue cerrado por un gobierno intolerante. Pocos personajes de la historia argentina fueron burdamente como French y Beruti. Para los textos escolares no pasaron de ser dos jóvenes pintorescos que durarte las jornadas de Mayo se dedicaron a repartir escarapelas, junto a las vendedoras de mazamorra y pastelitos calientes. Pero su papel fue mas allá de esto, siempre estuvieron con Moreno y con Castelli.

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Muchas veces, después de las reuniones y libaciones en el café de Marco, French y su amigo Castelli, se reunían en una de sus casas para agasajarse con suculentos menús. Compartían a titulo de aperitivo un buen vino blanco de Mendoza y se lo acompañaba con un escabeche de perdices, que las preparaba French. Después de cenar generalmente se continuaba la tertulia, hablando de libros, asuntos políticos y sobre futuros estados americanos, que solía ser acompañado por las notas de un piano. Estas reuniones solían terminar muy tarde y nunca en alcobas solitarias. Muchos de los platos tradicionales vienen de distintas cocinas colonizadoras (españolas) y corrientes migratorias. De esa cocina europea heredada, los argentinos modificamos gran número de recetas típicas con la incorporación de alimentos indígenas. Los cambios de clima y condiciones del suelo permiten riquezas naturales que acercan a la gastronomía de las distintas regiones frutos, vegetales, especias y una excelente riqueza ganadera. Esto hace que existan platos exclusivos con sabores propios en los que se mezclan a veces dulces y picantes: la humita, el tamal, la carbonada, el asado con cuero y el dulce de leche, entre otros. Son innumerables las especialidades gastronómicas así como las distintas denominaciones que reciben los ingredientes en las provincias. Muy sintetizado y sólo porque queremos saber de qué se trata, mencionaremos algunas bebidas, comidas y postres más populares.

Bebidas Aloja (Catamarca y Tucumán): hecha a base de algarroba o membrillo, fermentada con agua y azúcar. Chicha (provincias del Norte y Noroeste): bebida alcohólica que resulta de la fermentación del maíz en agua azucarada. Vino patero (Catamarca): realizado sin aditivos, solo con uvas pisadas en un cuero, generalmente de buey. Se bebe una vez bien fermentado. Comidas

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Asado: su origen no es argentino. Sí el asado con cuero, cómo hacerlo (desde elegir el lugar adecuado hasta cómo preparar el fuego de leña o carbón vegetal), distancia entre la parrilla y las brasas, cómo evitar que éstas produzcan llamas, distribución de la carne (primero del lado del hueso), temperatura fuerte al principio y moderada después, dar sabor durante la cocción con salmuera o chimichurri, controlar la intensidad del calor para que no se arrebate, dar vuelta la carne sin pincharla para asarla en forma pareja de ambos lados. Secretito: no salar el asado antes sino al final. Según las regiones se prepara de distintas maneras y utilizan diferentes cortes. En el litoral se ensarta la carne sobre estacas de tala. En las regiones del Norte y Cuyo se asa en horno de tierra. En la campaña bonaerense los trozos de carne sin cuerear se asan directamente sobre las brasas apoyadas en rejas de hierro, a manera de parrilla. El asado puede ser de costilla, vacío, matambre, corderito, chivito; achuras como mollejas, chinchulines, riñones, creadillas, tripa gorda, y facturas como chorizos, morcillas y longanizas. Charqui: lonja de carne expuesta al sol varios días para secarla. Charqui o charque, vocablo que deriva del quichua acharqui que significa flaco o seco. Era el alimento que el gaucho argentino podía consumir y transportar en sus travesías por la pampa, sujeto a las inclemencias del tiempo y que por lógica no debía ser fresco. Se consume en el Norte. Charquican (Mendoza): guiso de cebollas y porotos o maíz, que tiene como ingrediente básico el charqui. Pirco (Mendoza): especie de locro a base de maíz blanco, porotos secos, tocino, huesos de cerdo y el famoso frito colorado (cebolla, pimentón y especias). Chafaina: guiso hecho con menudos y sangre de corderito. A veces con pasas de uva. Carbonada: con variantes según las regiones. A base de carne, zapallo, choclo, papas, tomates, arroz y duraznos. Puede ser servida dentro de un zapallo cocido en el horno. Locro: popular guiso que se consume en casi todas las provincias. De trigo o maíz con porotos, chorizo, patitas y orejas de cerdo y la clásica fritura. Esta se realiza con cebolla, tomate, ají picante y pimentón que se agrega al locro unos minutos antes de servirlo. Guascha o huascha locro (casi locro): de consistencia tipo sopa espesa hecha con choclos desgranados, zapallo, grasa de pella y ají picante.

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Empanadas: fritas o al horno, con o sin picante, con pequeñas variantes según las provincias. Todas realizadas a base de grasa de pella, cebollas blancas o de verdeo y carne picada a cuchillo. Cordobesas: con pimientos morrones, papas, aceitunas, pasas, huevo duro y algo azucaradas. Catamarqueñas: con papas, pasas, aceitunas y ajo. Mendocinas: con huevos duros y aceitunas. Salteñas: con papas, cebolla de verdeo, pasas, huevos duros y aceitunas. Sanjuaninas: solo con carne y mucha cebolla. Tucumanas: fritas con cebolla de verdeo y blanca, huevos duros y pasas de uva. Santiagueñas: con huevos duros y pasas de uva. Para que el relleno resulte jugoso se le agrega 1 cucharada de vinagre y se prepara el día anterior para que la grasa se endurezca. Humita en chala: salsa espesa a base de choclos desgranados, tomate, ají, cebolla, leche y pimentón. Luego se lo distribuye sobre hojas de chala en forma de cruz, se forma un paquetito atado con tiras de la misma chala y se hierven en agua salada. Humita norteña: igual salsa que la anterior, muy cremosa. Se sirve dentro de una cazuela, espolvoreada con azúcar y dorada en el horno. Tamales: masa hecha a base de maíz, rellena con picadillo de empanadas de carne o pollo, envuelta en las chalas y hervidos. Mote: a base de maíz amarillo sin pelar, agua y ceniza, se usa en guisos agregándole tripa gorda, pimientos y chorizos. Puchero ¿criollo? Con el nombre de puchero se denomina el recipiente en el que se prepara el cocido: vianda hecha con carne, verduras, hortalizas, entre otros, cocidas en agua. El puchero es conocido en otras cocinas europeas: España, olla podrida; Francia, potau-feu, en algunos países americanos, olla. Varía con la incorporación de ingredientes que, de acuerdo a sus sabores o tiempos de cocción, se cocinan en forma separada (cerdo, cueros de cerdo, garbanzos, repollo, entre otros). El puchero a la criolla o puchero seco, como se lo llama en algunas provincias, es enriquecido con el agregado de choclos, batatas, mandioca, chorizos criollos y, en algunas provincias del Norte, con el charqui (carne seca). Se acompaña con la clásica salsa criolla cruda o cocida o un frito hecho con grasa de pella, cebolla y pimentón.

Postres

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Dulces regionales: duraznos cuaresmillos, lima, cayote, mamón, membrillo y batata en panes, batata y zapallo en almíbar, guayaba, burucuyá o mburucuyá, arrope de tunas (higo tuna o chumbo), arrope de chañar. Dulce de leche: cocción muy lenta de leche y azúcar hasta que tome consistencia de dulce y tenga color claro. Puede aromatizarse con vainilla, almendras. En Mendoza se lo llama arequipa. Mazamorra: maíz blanco cocido en agua hasta que esté espeso. Se sirve con azúcar o miel también salado. Ambrosía: especie de dulce de huevo hecho con almíbar, huevos y leche. Yema quemada: especie de tortilla hecha con yemas y almíbar bien dorada de un lado. Generalmente se prepara en pailas o casillo de cobre. Alfajores, bizcochos y golosinas Alfajores: varían según la provincia. Cordobeses: pasta esponjosa, relleno de dulce de frutas o leche y con baño azucarado blanco. Salteños: masa seca perfumada con anís. Discos superpuestos rellenos con dulce de turrón y cubiertos con merengue. Santiagueños: masa muy seca que lleva como ingredientes alcohol y anís en grano. Rellenos con dulce de leche espeso y cubiertos con glaceado de azúcar. Santafecinos: masa a base de levadura de pan, manteca y muchas yemas. Rellenos con dulce de leche y cubiertos con un baño blanco. Tabletas mendocinas: pasta amasada con anís, yemas y grasa de cerdo. De forma rectangular, rellenas con dulce de alcayota y con baño azucarado. Chartres cordobeses: tabletas rectangulares y ovaladas de masa muy seca, bañadas con cobertura de azúcar. Gaznates: cubanitos o pañuelitos de masa frita rellenos con dulce de leche. Empanaditas: empanada chica horneada rellena con dulce de arrope u otro regional. Alfeñiques: caramelos en forma de nudos irregulares. Pastelitos fritos: de masa muy hojaldrada, fritos y rellenos con dulce de membrillo. Chipá correntino: pan hecho con harina de mandioca y queso fresco.

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Unidad 3: La formación del estado federal. Época de la Confederación Argentina

Las primeras décadas como país independiente fueron tumultuosas, aun cuando no habían acabado las guerras de la Independencia surgieron fuertes conflictos ante la hegemonía de los unitarios a la cual se opuso el federalismo propugnado por el oriental José Gervasio Artigas -también héroe de la Independencia argentina- quien llegó a constituir una liga de provincias argentinas federales. Las luchas entre unitarios y federales condujeron a la Argentina a una larga serie de sangrientas guerras civiles entre facciones y provincias (1820-1861). Entre 1820 y 1852, excepto un breve intervalo entre 1825 y 1827, el país careció de un gobierno nacional, asumiendo las provincias la plenitud del gobierno en el ámbito de sus respectivos territorios. La única excepción fue la representación externa, que fue asumida por el gobernador de la provincia de Buenos Aires, cargo desempeñado durante la mayor parte del período por Juan Manuel de Rosas, de tendencia federal. En esa etapa, la Argentina mantuvo conflictos bélicos con la Confederación PerúBoliviana, con Francia, con el llamado Gobierno de la Defensa de Montevideo (colorado) al apoyar la Confederación Argentina a los nacionales uruguayos y con una alianza anglo-francesa. La empanada federal

En su libro "La cocina ecléctica", Juana Manuela Gorriti alude a una "empanada fiambre" que se comía durante los largos viajes a caballo o en diligencia, y en "El Gran Libro de la Cocina Argentina" se anota la sesquicentenaria receta de aquella empanada federal. Esta receta incluía: una gallina hervida cortada en trocitos, 3 cucharadas de grasa, 2 cebollas y 2 ajíes verdes cortados en juliana, 6 peras verdes por dos tazas de agua, 4 cucharadas de azúcar, 2 clavos de olor, 3 huevos duros picados, 12 aceitunas negras descarozadas y picadas, ají picante, sal, pimienta y pimentón a gusto. Para la preparación era indispensable poner la harina sobre la mesa haciendo un hueco en el centro, arrojar adentro del hoyo la grasa, las yemas, la salmuera y luego estirar la masa lograda. Acto seguido se pelan las peras, se cortan en trozos (sin semilla) y se ponen a cocinar con una taza de agua junto a las 4 cucharadas de azúcar y el clavo de olor, hasta que estén blandas. Luego se fríen las cebollas en tres cucharadas de grasa y los ajíes, sin que se doren. Se agrega el ají picante, el pimentón disuelto en un poquito de agua, la pimienta y la sal. Se añaden los trozos de gallina al huevo y las aceitunas y se cuece todo rápidamente, mezclándolo bien. 27

En cada disco se coloca una porción de gallina, dos o tres trocitos de pera, y se cierran las empanadas haciendo el repulgue. Se cocinan a horno y antes de que estén doradas se pintan con un baño blanco de 2 claras mezcladas con 2 cucharadas de azúcar. No sólo las empanadas que se comían en esa época combinaban dulce y salado.

Que viva la Santa Federación...... ¡Entre costillares y asadores! El comer de los argentinos después de las guerras de la independencia y en medio de lo poderes de los caudillos, con Juan Manuel de Rosas a la cabeza, fue una prolongación de las cocinas y de los menús de la época virreinal. Pero aquella mañana de invierno, bien temprano en la casa del Restaurador, Manuelita de Rosas no sabia nada sobre todo esto. Simplemente se apuraba a llevarle el desayuno a su padre. Atravesaba los salones en puntas de pie, con una bandeja de plata en sus manos, sobre la que posaba una jarra de leche caliente, otra con café bien cargado y un plato inmaculado con bollos de harina, grasa y almíbar recién horneados. A don Juan Manuel, las atenciones de Manuelita lo emocionaban por partida doble. Primero porque se trataba de su hija, y segundo porque el era un hombre seco, que se sentía mejor entre gauchos y polvaredas que entre salones y atenciones femeninas. Para ganarse el respeto de aquellos jinetes de lanza y facón

que

integraban su legendaria guardia del monte, Rosas, tuvo, entre otras cosas, montar y pelear mejor que ninguno, pero también que compartir los hábitos de sus seguidores. Así fue como se hizo famosa

la cocina carnívora de los gauchos. Asaba

costillares enteros y comía a punta de cuchillo; pero también, y sin saberlo por su puesto era inigualable a la hora de preparar un plato codiciado en las mesas mas galanas de muchas centurias atrás , cuando la historia todavía no era cristiana. Cuando estaba

en el campo Rosas cocinaba entre leños encendidos. Sus

gauchos mataban y carneaban una vaca, arrancaban sus estomago y se lo pasaban, a su jefe máximo. Este lavaba las vísceras con agua hirviendo y luego la rellenaba con pan o galletas duras remojadas con leche, cebollas salteadas en grasa y si había con perejil fresco, sal y pimientos. Luego de cocerlo con un tenso delgado, arrojaba al estomago vacuno sobre una plancha o rueda de hierro, bien engrasada, encima de

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las brasas. El mismo presidía el festín regado con mate, y al final con un vaso de ginebra holandesa. Argentina de luchas intestinas y de acaballo, donde la base de sustentación del poder de los caudillos estaba en su peonada, la que un DIA trabajaba arreando ganado y otros como soldados de chuza. Fue entonces cuando recogiendo la herencia del ganado cimarrón, el asado se impuso como plato nacional. Por aquel entonces no usaban parrillas, sino que las reses casi enteras y desentrañadas se asaban ensartadas en una estaca con forma de cruz y las vísceras o achuras se despreciaban. Si se hacían chorizos y morcillas, y se aprovechaban los matambres, pero los intestinos delgados o chinchulines, glándulas, corazón, riñones y todo lo demás solo servia para banquete tardío de los perros. En este sentido los gauchos se distinguían de los pobladores nativos que si se comían con deleite las vísceras de las vacas y de los caballos viejos que no servían para montar. Para saber algo acerca del asado en tiras de las parrilladas y de los bifes de chorizos y otras delicias, habrá que esperar que trascurra el tiempo, porque esos no eran platos de gauchos; apenas si algunos bifes o churrascos se comían en las ciudades, especialmente en Buenos Aires, gracias a la influencia del bistec británico. Por otra parte una institución popular de aquella época que vivió entre Mayo y fines del siglo XIX, y que le dio nacimiento a una expresión popular, que fue el caso de las mingas. Las mingas eran reuniones de amigos de vecinos que se juntaban a lo largo de uno o varios días festivos, para hacer algo de interés común o necesario y urgente para alguien del grupo, y que por supuesto solían terminar con suculentas comilonas. Hubo mingas de todo tipo y connotación. Las hubo sociales, las hubo patrióticas, facciosas y de fiesta popular. El mejor ejemplo de las primeras esta dado por las largas jornadas de costuras convocadas por doña Remedios de Escalada de San Martín, cuando en Mendoza llamo a mujeres y niñas para confeccionar buena parte de las banderas, estandarte y de los uniformes que usaría el Ejercito Libertador comandado por su marido. En estas ocasiones se acompañaba con una merienda compuesta de limonada o té, picarones, o alfajores rellenos con mermeladas. Los hombres por su parte se reunían en mingas para hacer trabajos de carpintería, 29

talabartería y fundición. Trabajo remunerado con fogones nocturnos de vaquillona asada en la cruz, mate y aguardiente mendocino. Mingas facciosas eran aquellas que protagonizaron en Buenos Aires de las muchas veces cruenta lucha política de los unitarios y federales. Las guardias nocturnas y “mazorqueras” de los gauchos de Rosas terminaban siempre entre asadores u ollas podridas, en fogones de cuartel con mate y ginebra; en tanto que los unitarios, mas refinados y urbanos, se reunían muchas veces en la clandestinidad para juntar fondos para imprentas secretas o montadas en la Banda Oriental. Estos unitarios tenían gustos afrancesados y no eran amantes del té, preferían cenas elaboradas, pero por mucho que se esforzaban no lograban gozar de ninguna cocina con más vuelo de la que ya conocemos como habituales en aquellos tiempos. Fue, justamente, en estos tiempos de rosismo, caudillismo y unitarios cuando apareció la criolla “empanada”, un aporte que los árabes hicieron a los comeres de estas tierras a través de los andaluces. Cuando los hombres y mujeres llegaron del Levante español y desembarcaron en Buenos Aires trajeron consigo el habito de preparar una masa de harina, aceite – aquí comenzó a incorpórasele la grasa de vaca o de cerdo- y yemas de huevos, y luego estiraban y cortaban en redondo, para rellenar con carne molida y salteada con especies, con mucho tomillo y comino. Las empanadas constituyeron unos de los yantares predilectos durante las mingas que se realizaban en las provincias del Nordeste, en Salta y en Tucumán. Aquella receta original fue adaptándose por regiones. Desde aquellos tiempos las carnes dominaban el gusto de los argentinos. Es así que el primer saladero abre sus puertas en Ensenada, en 1812, conforme a una autorización de la llamada Junta Grande y dándole empleo a 80 hombres que llagaban de Europa. La política pro saladeros del joven gobierno porteño provoco el primer encarecimiento del comer cotidiano de diferentes sectores. Cuando la Junto Grande opto por la construcciones de saladeros se prohíbe la matanza de vacas, vaquillonas o toros, es así que se encarece el consumo domestico de carne y nace la ganadería argentina. Rosas fue uno de los saladeristas más poderosos que conoció el país. Durante su gobierno la exportación de tasajo y cueros se sextuplico en abierta asociación con 30

capitales británicos, habiendo sido estos los responsables de abrir para los argentinos el mercado esclavista más prospero del mundo: la carne salada argentina comenzó a darle de comer a los africanos que construían la economía de los Estados Unidos. Los saladeros conformaron la principal actividad económica del país hasta su decadencia a fines del siglo XIX, la competencia uruguaya y del sur de brasil se había convertido en un escollo difícil de sortear y para colmo se instala aquí la nueva y moderna forma de explotación ganadera, los frigoríficos. Esa pasión por la carne tuvo su correlato gastronómico y de la economía nacional en la industria lechera, pues con tanta vaca paciando por las pampas fue lógico que alguien se le ocurriese ordeñarlas. Fue en tiempos de Rosas cuando

llegaron los primeros inmigrantes vascos,

fugitivos de la guerra Carlista (1833 a 1839). Aquellos peninsulares entre otras cosas se dedicaron a la actividad tambera o esforzados vendedores de leche en Buenos Aires y en otras ciudades del país. Fueron aquellos expendedores de leche y cremas que lentamente fueron ocupando el lugar de los viejos lecheros criollos. La leche tardo en formar parte del comer cotidiano, pero finalmente se incorporo; es así que en Corrientes la gente de campo acompañaba las comidas más con leche que con agua. Y comían un postre de pasta de maíz pisado con queso y melaza. Allí también se popularizo el uso de la manteca. Se salía a vender la leche a la casa. Se hacían quesos de buena calidad en Tucumán, en Jujuy y en Córdoba, donde los curas dominicos elaboraban quesos de tal calidad que rápidamente fueron conocidos. Además se puede agregar que en las ciudades se impuso el consumo de los escabeches, como una forma práctica y sabrosa de conservar las carnes, método que fue introducido por los españoles. La palabra proviene de la expresión árabe cicheh- la misma que dio origen al vocablo cebiche- y del persa siquibe, que quería decir comida agria. Se escabechaban las lenguas de vaca, las perdices, las liebres y las vizcachas. En las provincias del norte comenzaron a elaborarse los famosos quesos de chancho. En una olla grande y con poco agua se ponían a hervir orejas y trozos de cuero y la cabeza del cerdo o partes de esta; cuando rompía el hervor se añadían

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zanahorias ralladas, pimienta, ajos triturados, laurel, sal y ají molido. La cocción se prolongaba durante una o dos horas y luego se dejaba enfriar. El charqui o charque consistía en finas tiras de carne de vaca o de llama, saladas, que se dejaban secar al sol, en las provincias del Noroeste, en el Alto Perú y en Chile era muy usados en guisos y en platos varios.

El dulce de leche

En Argentina existe un relato popular y legendario que fecha su invención hacia el año 1829 en instancias en que estaban por reunirse para firmar un pacto de paz Juan Manuel de Rosas y su enemigo político (y primo hermano) Juan Lavalle en la estancia del primero en Cañuelas, a las afueras de Buenos Aires. Lavalle fue el primero en llegar y, fatigado, se recostó sobre el catre de Rosas, donde se quedó dormido. La criada de Rosas, mientras hervía leche con azúcar (preparación conocida en esa época como “lechada”) para acompañar el mate de la tarde, se encontró con Lavalle durmiendo sobre el catre de su patrón. Ella lo consideró una insolencia y fue a dar aviso a los guardias. Poco tiempo más tarde arribó Rosas, que no se enfadó con Lavalle y pidió a la criada el mate con leche. Esta recordó en ese momento que había abandonado la leche con azúcar al fuego, dejándola calentar durante un largo tiempo. Al regresar a buscar la “lechada”, se encontró con una sustancia espesa y amarronada.

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Su sabor agradó a Rosas y se cuenta que compartió el dulce con Lavalle mientras discutían los puntos del pacto, dando así un origen accidental al dulce de leche. Pero este relato se contradice con lo que el periodista argentino especializado en la historia de la cocina, Víctor Ego Ducrot, comenta en su libro Los sabores de la patria. Según él, el dulce de leche tiene su origen en el manjar blanco que al menos desde el siglo XVIII se confeccionaba en Chile. Este estaba constituido por una pasta obtenida de leche de vaca sometida a largos hervores y mezclada con canela y vainilla. De Chile pasó a la actual Argentina, donde comenzó a utilizárselo para rellenar alfajores. Afirma además que San Martín se deleitaba probando el manjar blanco cuando llegó a Chile en su campaña libertadora. Uruguay no podía ser menos, también se atribuye la invención de este producto, o por lo menos argumenta que debería considerarse como típicamente rioplatense y no como exclusivamente argentino. En torno a este hecho se desató una polémica cuando en abril de 2003 la Secretaría de Cultura de la Nación de Argentina anunció su intención de declarar patrimonio cultural argentino al asado, las empanadas y el dulce de leche. En respuesta a este intento, Uruguay elevó un pedido ante la Unesco para que considere a esos tres productos, debido a su origen dudoso, integrantes del patrimonio gastronómico del Río de la Plata. El organismo aún no se ha expedido sobre el tema. Hasta el momento, ningún país posee la denominación de origen. Fuente: DiarioHoy-

LA SODA EN ARGENTINA

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1.1.1. Unidad 4: La organización constitucional- la Argentina de la inmigración En el año 1852 Rosas fue derrotado en la batalla de Caseros por el Ejército Grande, una alianza entre las provincias de Entre Ríos y Corrientes, las tropas coloradas de Uruguay y otras de Brasil. La alianza fue encabezada por el federal antirrosista Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos, quien asumió la presidencia provisional. Este período duró hasta la sanción de una Constitución en el año 1853, la cual adoptó un régimen federal; pero esta fue rechazada por parte de la provincia de Buenos Aires, que se separó de la Confederación Argentina, debido a lo cual esta debió establecer su capital en la ciudad de Paraná. En 1859, la Confederación derrotó a Buenos Aires en la Batalla de Cepeda, pero sin lograr la reunificación del país. En la batalla de Pavón (1861), las provincias confederadas se rindieron ante las tropas porteñas al mando de Bartolomé Mitre, tras lo cual se puso fin a la existencia de dos estados separados y Mitre asumió la presidencia de la nación unificada. En 1865 Argentina se vio involucrada en la Guerra de la Triple Alianza con el Paraguay, al ocupar este país la ciudad de Corrientes, después de que Mitre negara el paso de tropas paraguayas por territorio argentino en dirección a Brasil y Uruguay. Como consecuencia de estas acciones, se firmó el Tratado de la Triple Alianza entre Argentina, Uruguay y el Imperio de Brasil Fue un conflicto impopular en Argentina y las tropas que se enviaron fueron escasas. Paraguay resultaría finalmente derrotado en 1870, muriendo una gran parte de su población masculina. Para Argentina, el final de la contienda significó territorialmente la consolidación de los límites en el noreste, ya que se fijó la frontera en los ríos Pilcomayo, Paraguay y Paraná, y se aceptó someter a arbitraje el área al norte del río Pilcomayo hasta el río Verde Entre 1878 y 1884 se produjo la llamada Conquista del Desierto, que consistió en una serie de incursiones militares contra los mapuches y otros pueblos indígenas para anexar al territorio argentino los territorios pampeanos y patagónicos donde habitaban. En la segunda mitad del siglo XIX se inicia un período de gran prosperidad que se extenderá por más de un siglo. Con una fuerte inversión en educación y en el establecimiento de medios de producción orientados a la producción de carne y granos con destino al mercado europeo, la economía alcanzó altos niveles de crecimiento que atrajeron una gran corriente inmigratoria. La población argentina, que representaba el 0,13% de la población mundial en 1869, pasaría a representar el 0,55% en 1930, proporción en la que, aproximadamente, se estabilizaría desde entonces. El país fue conocido en esa época como el granero del mundo La prosperidad de la economía impulsó el crecimiento de la clase media, la creación de partidos políticos modernos como la Unión Cívica Radical (UCR) y el Partido Socialista (PS), y un amplio desarrollo de los sindicatos. Entre los presidentes más influyentes del período pueden citarse a Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874) y Julio Argentino Roca (1880-1886 y 1898-1904).

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El “ revuelto Gramajo” Gramajo, un militar santiagueño, dos años mayor que Julio A. Roca, conoció al prócer desde muy joven y lo acompañó en las buenas y en las malas. Personaje de reconocida bonhomía, grandote y fortachón, de buen paladar y resistente estómago, usaba los grandes bigotes de estilo en su época. Mas que por sus méritos militares como coronel, su apellido pasó a la posteridad por darle nombre a la típica comida “revuelto gramajo”. Al pie de la caricatura deL conocido caricaturista Cao, aparecida en "Caras y Caretas" del 19 Octubre de 1901, dice: "Es Gramajo de Roca el ayudante y además un glotón de mucho aguante Vale decir que nuestro presentado ayuda al Presidente ... y al mercado" Cuenta Félix Luna que era costumbre del amigo del general Roca desayunar todos los días mezclando huevos fritos, papas fritas, trocitos de jamón y de cebolla. En “Soy Roca", Félix Luna relata así, algunos aspectos del personaje en cuestión: “Amigo en la buena y en la mala fortuna, discreto, servicial, afectuoso, caballeresco, valiente, bromista, glotón y amarrete con los pesos. Durante mi primera Presidencia lo nombré Edecán lo siguió siendo toda la vida con nombramiento o sin nombramiento. Pasará a la historia por esto y por nuestra perdurable amistad, que lo convirtió durante décadas en mi “alter ego”, pero también por haber inventado el Revuelto que lleva su nombre y se ha transformado en un plato corriente en los restaurantes de Buenos Aires.”

A mediados del siglo XIX, los inglese James y Mary eran propietarios del hotel mas importante de Buenos Aires, el Hotel Faunch; en un principio estuvo ubicado en la esquina que formaban las calles La Plata (Rivadavia) y Santo Cristo ( 25 de Mayo), es decir frente a la Plaza de Mayo. Un tiempo después se traslado a la calle de la Catedral (San Martín) propiedad de la viuda del general Manuel Dorrego. Cuando James murió, en 1828, su viuda decidió vender el establecimiento, por eso en 1833 se lo vendió a un tal John Beech, quien rebautizado al Hotel con su apellido.

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Los fragmentos de este texto son extraidos integramente del libro Los Sabores de La Patria, del utor Víctor Hugo Ducrot

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El Hotel Beech podía alojar 80 personas y todos sus cuartos tenían puertas con salida a un gran patio interior. Durante la década del ´30 su salón se convirtió en la mejor sala de conciertos de la ciudad. Este hotel no quedo al margen de los chismes de la época. Allí se alojo Isabel Pichegrú, la amante de Manuel Belgrano. En este hotel se comían buenas carnes, buenos pescados y aves; las legumbres también eran sabrosas, pero eran un poco caras; el vino que se servia era rico al igual que las frutas que eran parte del postre. El Café de la Victoria, ubicado también muy cerca de la Plaza de Mayo, mantuvo sus puertas abiertas hasta 1879. Un viajero procedente de Londres decía que se trataba de un salón esplendido, sus paredes empapeladas reproducían escenarios exóticos de Tahití y a India, sus precios eran moderados. Era el lugar preferido por Facundo Quiroga y por el Almirante Guillermo Brown, dos buenos bebedores. Los porteños de mediados del siglo XIX podían pasar un día de campo en medio de todo el confort que les podía brindar las posadas de ese entonces. La más famosa fue La Fonda Federal inaugurada en el pueblo de San Fernando en noviembre de 1849. Tenía una decena de cuartos para familias y un salón comedor que anunciaba platillos españoles, ingleses y franceses. En 1850 ya se había hecho famoso su bar donde se podía beber limonadas, vinos, champañas y licores. En este mismo año se inauguró frente a la Catedral de Buenos Aires La Botica del Mercado, donde los habitantes de la ciudad probaron por primera vez el agua mineral traída de Vichy y de Seltz. A mediados de 1850 abrió sus puertas un hotel en los que se alojarían destacados personajes de la época. Fue el Hotel Provence. En los principales salones intelectuales de Londres y del resto del viejo mundo, brillaba por entonces el nombre de un viajero y explorador empedernido, el del capitán británico Richard Burton. El traductor ingles de Las Mil y Una Noches estuvo en Buenos Aires en 1868 y se hospedo en el Hotel Provence y, según sus propias palabras, se fue mas que disconforme, pues califico a sus dueño de “ rufián francés” que no se preocupaba por ser amable. Alrededor de 1860, el restaurante del Hotel de la Paix, situado en el numero 17 del Paseo de Julio, tentaba con Mondongo a la Bayonesa; y en la Fonda de la Catalana se ofrecía bacalao, hongos con porotos, chorizos friítos berenjenas rellenas, arroz 36

con leche y dulce de batata. Durante las décadas del ´70 y del ´80 en los cafés de Buenos Aires se pusieron de moda los llamados “Americans Drinks”, con vermouth y jugo de limón; y en un bodegón llamado La Fonda de la Buena Sopa se podía comer bife de carne vacuno y queso mantecoso, todo regado con vino tinto o cerveza. El verano porteño de 1855 fue muy caluroso. Sin embargo los habitantes de Buenos Aires se sentían felices. La Confitería de los Suizos, orgullosamente enclavada sobre la calle Piedad (actual Bartolomé Mitre, entre Florida y San Martín) había sacado a la venta helados de crema y de frutas. Los helados eran preparados con hielo llegado desde Estados Unidos y depositado en la heladera del Teatro Colon (construido en el 1855). Debajo del sector plateas, el teatro contaba con una heladera con capacidad para mil toneladas de hielo, el que originalmente se utilizo para abastecer a cafés y restaurantes. En el 1855 todo el hielo que se consumía en la fabricación de cremas heladas y sorbetes provenía de estados Unidos, en forma de barras envueltas en paja y depositados en el fondo de las bodegas de los barcos. La primera fabrica de hielo de nuestro territorio fue en 1860, y fue obra de un alsaciano llamado Emilio Bieckert; pero en el interior se podía refrescar bebidas, conservar alimentos y prepara helados con hielo que los denominados “heleros” traían desde los picos andinos. En Mendoza, siguiendo esta lógica, se come helado de 1826. Caído en Caseros, Rosas ya se había refugiado entre los ingleses, sus viejos socios comerciales. En el Estado-Nación ya se había dado la Constitución de 1853 y marchaba entre discursos políticos y golpes de sable, hacia sus generación del ´80, es decir hacia su modernización liberal a la criolla. Fue entonces que llego a Buenos Aires una dama salteña que había vivido mucho tiempo en Sucre y en Lima. Su nombre Juana Manuela Gorriti y de los libros que surgieron de su caprichosa vocación literaria el más conocido es, sin dudas, el se conoce con el titulo: Cocina Ecléctica, un verdadero glosario de las posibilidades gastronómicas que en aquella época podían preparar las clases acomodadas. Todo indica que Juana Manuela llevo consigo el arrepentimiento y la culpa de su fracaso matrimonial, pues en el prologo del libro afirma que el hogar es un santuario domestico, en el que la mujer cumple el papel de sacerdotisa. También pide a sus 37

lectoras que sean buenas cocineras porque a los maridos hay que asirlos por la boca; y muy suelta de cuerpo asegura que junto a Plutarco, Virgilio, Racine, Víctor Hugo y a Lamartine (sus autores predilectos), junto a cada uno de ellos siempre hubo una abnegada y hacendosa mujer que los mimo y los gratifico con suculentos bocados. Algunas de las recetas recopiladas en el libro por la autora (las recetas son tomadas de otras damas de la época) son: la sopa salteña, la sopa de abril y la sopa teológica; Veamos el desarrollo de una de ellas, Sopa teológica: se componía de un caldo a base de pavo, gallina, pichones y cabezas y carne de vaca y de cordero; todos ellos acompañado por garbanzos y un poco de sal. La cocción se hacia a fuego lento y una vez finalizada se vertía en una sopera donde esperaban los cubos de pan fritos en grasa o en manteca, las zanahorias, las arvejas y el repollo. Se tapaba la sopera para que esto reposara unos minutos y se servia caliente. Esta sopa llevaba ese nombre porque sus destinatarios eran en un principio los curas. Pero también en su recetario se incluían salsas con el nombre de “sublime” y “de verde” esta última pensada para acompañar pucheros. También en sus libro incluye un capitulo dedicado a la “alta cocina” y en el se encuentras recetas originales; una de ellas es Carapulcra a la Valle de Chacaltama, perteneciente a la gastronomía peruana; además incluía platos que había obtenido a través de su amiga limeña Zoila de Vivero, en la que cuenta los deleites del paladar de Napoleón Bonaparte. Entre los postres sugiere frioleras a la Azucena, buñuelos a la celestina, espuma de mar, piña a la bogotana y la legendaria ambrosia.

La inmigración: hecho integrador de la Argentina y el surgir de una nueva gastronomía. Españoles e italianos, literalmente invadieron la prometedora tierra argentina, tanto de infundir una característica definitiva a las generaciones venideras. Con todas sus virtudes y defectos. Se dice que si nos hubieran colonizados los ingleses seriamos distintos.... Los inmigrantes en seguida acaparraron las usanzas hispanocriollas, pero fueron también a la búsqueda de lo perdido, recrear en otra tierra sus comidas originales, casi siempre enriqueciéndolas con elementos lugareños. La evolución se produce en un primer momento en forma desordenada, sin uniformidad en los varios niveles de clases sociales que estaban surgiendo. Paulatinamente cuando el inmigrado acomoda su situación social y económica surge otro espíritu que trasciende el hecho gastronómico por si mismo y forma grupos que culturalmente presentan ciertas homogeneidad histórica y cultural. Sociedades y clubes, centros, casas de italianos y 38

españoles, regionalismos. Hacen lo mismo portugueses, árabes, sirios, libaneses, marroquíes, franceses, alemanes de Rusia, y más y más. En todo caso estos hechos eran bienvenidos, con pequeñas resistencia de la clase tradicional que se cerraba en sí misma, evitando la contaminación de la oleada de aquella gente desgraciada, como lo peroraba el escritor argentino Antonio Argerich, defensor acérrimo de la no inmigración, hasta con una novela, publicada por primera vez en 1884, que representa a un pobre diablo, un siciliano creo, que ahorraba sobre su hambre, su sed, su aseo personal, para que un día fuera rico. De su novela se dijo que "no es más que una torpe historia de un inmigrante italiano, con la que se propone probar cuántos daños puede acarrear a la sociedad argentina la inmigración de gentes de razas inferiores". ¡Por suerte, no hubo muchos Argerich! Anteriormente a la gran inmigración existía una gastronomía generalizada en casi todo el país. E l puchero de carne o de gallina con zapallo, papas, choclo, arroz y acelga casi siempre; fariña, quibebe, pasteles, pocas veces empanadas; bistec, carne fría con tomate y cebolla, huevos revueltos, chatasca, fiambre de carne, alguna vez jamón, quesos criollos, fruta de estación. El café era para los grandes, el té para señora y niños, estos con pan, manteca y mazamorra. La sopa era la entrada inaugural de cada comida con pan tostado, arroz o fideos y con entremés de aceitunas, sardinas, embutidos varios. El pescado de río tenía su lugar no siempre como feliz plato. Y luego la carne, la carne de vaca, asada, o de cabrito, con ensaladas de lechuga, papas, pepinos, tomates; puchero y carbonada. Los guisos a la orden día, con garbanzos, porotos: las preferidas lentejas con patitas de chancho. El locro y la humita a base de maíz. Los postres fritos no faltaban con azúcar espolvoreado, mazamorra, cuajada, natilla. Poco vino, sólo para las clases pudientes. La clase media criolla de origen patricio, venida a menos propiamente por la falta de gente que trabaje sus posesiones, no podía permitirse el lujo de aislarse, al contrario buscaba nuevos lazos con gente de brazos fuertes, necesitados y voluntariosos, para llevar adelante las expectativas de cultivos y producción que sus grandes tierras ofrecían. ¡El capitalismo inteligente empezaba a funcionar! La clase alta sin embargo abre sus puertas a los advenedizos con recurso, sin más pretensiones. ¡El dinero elimina las discriminaciones! Desde el 1886 al 1935, Argentina tuvo el más grande y significativo periodo inmigratorio, con un pico entre 1906 a 1915. Medio siglo de inmigración que tiene sus matices. Tenemos por un lado una inmigración casi transitoria, pero firme y de elite que transmite rápidamente sus costumbres. Son los funcionarios traídos desde sus patrias por las empresas extranjeras inglesas, francesas, alemanas, norteamericanas principalmente, que no siempre se quedan en el País, pero durante su permanencia transmiten sus hábitos alimenticios aceptados y aplicados de buen gusto por la clase refinada de aquellos tiempos inducidos por el estudio y la lectura casi obligatorios del inglés y del francés. Caso Victoria Ocampo que escribía mejor en francés que en español. . Esta tendencia impera todavía en los anuncios de altisonantes menús ofrecidos por escuelas de cocina o eventos de "cinco estrellas". ¡Qué solamente nos hacen reír...! Pero aquellos funcionarios a su vez recibían el impacto de la cocina tradicional criolla y de la carne, obviamente. Y finalmente está el pueblo originario y criollo que se siente arrollado por la masa inmigrante. Pero, en fin, tiene la misma fibra, por lo tanto acepta con plasticidad las modalidades del 'invasor' y como nunca se aferra a las suyas. El criollo se siente 39

avasallado y molesto por supuestos privilegios que goza el 'gringo de m...', pues los grandes almacenes generales, las pulperías, los comercios estaban en sus manos y el criollo sentía que algo le usurpaban, conclusiones impulsadas por la envidia y el recelo. A su vez el inmigrante se fastidiaba porque, lo miraban 'atravesado' y tomado como motivo de bromas y chistes. Las innovaciones culinarias tomaron distintas raíces siguiendo las zonas donde más inmigrantes se afincaban. Por ejemplo, en el noreste y noroeste argentino fueron más débiles porque las tradiciones en la cocina tenían más arraigo y peso remontándose a la época prehispánica y colonial y a la cultura indígena como la inca y la guaraní. La diferencias entre los hábitos de los criollos y de los inmigrantes no fueron tan fáciles de armonizar en un primer momento. El enfrentamiento era, además de cultural, también socioeconómico: A la clase alta de alcurnia hispana le encantaba cierta caridad: dejar a los pobres lo que no necesitan los ricos... ¡perdóneme! Su cocina, algo monótona, se componía principalmente de asados, pucheros, carnero y pollos con buena cantidad y de calidad para los más acomodados, menos de ambas cosas para los pobres y mucho tocino. Entonces, también el acceso al pan hacía la diferencia. El pan no era un bien común como en nuestros tiempos, especialmente en la Buenos Aires de aquellos tiempos, de trigo para los ricos, de centeno para el resto, y a veces Con el vino pasaba exactamente igual: un producto de lujo, hasta que la misma resistida inmigración desarrolló el cultivo de las uvas y el primer ferrocarril en el 1885, inaugurado por Roca, pudo traer el vino directamente desde las zonas vitivinícolas sin problemas. Los olores de los inmigrantes A las recetas de sus tierras, los inmigrantes agregaron la soñada carne disponible como elemento básico de la culinaria de nueva tierra. Todavía hoy en algunas fondas de barrio se sirven los tallarines con tuco y carne, creación netamente de origen italiano ejecutada por los nuevos cocineros y dueños de pequeña casa de comida. En los establecimientos de más categoría, no era la carnaza que acompañaba la pasta, sí un peceto mechado y estofado, con unos ravioles que caseros que sustituían los vulgares tallarines. El buen olor de ambos era distinto: el primero a pobres... el segundo a ricos. Para los hispanocriollos y la clase 'haute', el repugnante efluvio del ajo de los piamonteses con su bagnacauda y el de los españoles era resistido y despreciado. El estatus de la alta burguesía era la cocina francesa, cuyos platos eran nombrados y pronunciados perfectamente en 'langue maternelle"; la inglesa, la alemana y norteamericana en menor medida. Todavía hoy, algunos amigos nuestros que afortunadamente han pasado a integrar la nueva clase de dirigentes, funcionarios y finos comerciantes, siguen con mal mirada al ajo ya que en lo selecto de su imaginación es el olor de la pobreza. Con la inmigración surgen nuevos olores, el de la infaltable cebolla de los judíos, de los ajos de los pueblos de las riberas del mediterráneo, de la albahaca, del orégano; el retorno a América del tomate con las pizzas y las salsas, de los pimientos, de las aceitunas, de los porotos. Los genoveses fueron los primeros en difundir ciertos hábitos alimenticios en la sociedad porteña de entonces y que ahora parece naturalmente argentinos. Se empezaron a situar desde el 1835 a la orilla de La Boca de Riachuelo con su minestrón a la genovés, compuesto de hortalizas porotos, pesto y abundante queso; los ravioles, la torta pascualina, el estofado, la fugassa al aceite de oliva, la fugassa con cebollas, la fainá, el pesto, la cima rellena con arvejas, el mondongo, las 40

albóndigas de carne, la pastafrolla o carabottino como precisamente lo llamaban porque hacía recordar a las tarimas de los barcos por sus tiras de masa cruzada; el chupín, sí, esta famosa sopa de pescado cuyo 'sugheto' es aprovechado para condimentar unos fettuccines como para no quedarse sin un plato de pasta: las albóndigas de pescado y el bacalao reforzado con stockfish. Y el pan dulce. Sicilianos y calabreses, venecianos y romanos, piamonteses y pulieses: una inmensidad de sabores y colores. Y los españoles, chancherías por todo lado... Tuvieron la ventaja de la misma lengua y la misma base cultural dejada por los conquistadores y parte de sus tradiciones gastronómicas al menos desde los siglos XVI al XVIII. Las empanadas cuya gama ampliaron, la chanfaina, la carbonada, los exquisitos guisos, chorizos, morcillas, tortilla de papas, dulces conventuales, cochinos asados, lentejas con panceta, chorizos colorados y patitas. Sobresalieron entre ellos los gallegos, el grupo que más acaparró el comercio gastronómico de Buenos Aires y grandes ciudades de Argentina, junto con los italianos, portugueses y franceses. Eran dueños de pulperías, grandes almacenes, hoteles, restaurante, bares, confiterías y café. Los cocineros tuvieron que aprender un nuevo oficio, el de traductor, no solamente para incorporar los distintos platos, sino para entender a quienes se los explicaban... Cuadro típico porteño cuando puse mis pies por primera vez en el País. Al criollo de clase humilde no le quedó otra función que incorporarse como ayudante o lavaplatos, mozo o cafetero, luego dueño de supermercados, de shoppings o diputado. Atrás de la proposición criolla, española e italiana seguía la influencia francesa con sus delicada 'omelette', au jambon, aux fines herbes, y bien 'baveuse' Con la salsa 'bechamel', caballo de batalla luego para ahorrar sorrentinos bajo su manto y para crear los famosos tallarines "à la parisienne", que de Paris no tenían nada que ver. La 'mousse', literalmente espuma, au chocolat, de saumon, de foie de canard. Bon et finalement, los oeufs pochés, el nombradísimo lomo a la pimienta con papas a la crema, todavía plato bien aceptado por el "4x4 wheel drive set" argentino. La insoportable papa 'noisette', elaborada ahora por las grandes industrias de la papa reduciendo en puré los recortes del tubérculo, pues la parte central va a otra industria muy conocida de comida chatarra. Los alemanes tuvieron su furor en los años cincuenta al ochenta con la salchichas con chucrut y con el placer de tomar una buena cerveza tirada. Los ingleses por su reservada actitud han dejado poco como los escones, el budín inglés. A todos ellos, más tarde, se agregó una inmigración proveniente de la regiones árabes como turcos, sirios, libaneses, eligiendo tierras y clima en el norte de Argentina parecido al de su lugar de origen con un relevante aporte gastronómico en todo el País. La inmigración judía, ya sabemos, es famosas por su guefilte fish y los varenikes. Los suizos con la fondue de queso, la fondue bourguignonne, ritual obligado en la zona del suroeste de la Patagonia. Todo este mundo gastronómico importado por los inmigrantes, en Argentina tuvo un efecto transformador, sea por los ingredientes que no eran exactamente los mismos por estar en un contexto ecológico distinto, sea por variar la manera misma de ejecutar las recetas por recibir influencia de otras etnias. Se va definiendo así un estilo, el estilo porteño que se expande por todo el país, asumiendo al fin un nombre 41

propio, el de la cocina argentina, un gran logro enriquecedor que fusionó pueblos y costumbres, sabores y colores de todo el mundo, con mucho respecto y sin recelos.

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Unidad 5: Comida y costumbres en el siglo XX Después de más de dos décadas de conflictos políticos y sociales y graves actos de represión, se sancionó la Ley Sáenz Peña estableciendo el sufragio secreto, obligatorio y universal para votantes masculinos en 1912. En la primera elección presidencial con sufragio secreto, los conservadores fueron derrocados por los radicales, asumiendo Hipólito Yrigoyen (1916-1922 y 1928-1930) la presidencia del gobierno. Durante su primer gobierno se inició el movimiento estudiantil conocido como la reforma universitaria, que se extendió por toda América l.Latina. Los cuatro mandatarios que gobernaron durante la llamada Década Infame: Uriburu, Justo, Ortiz y Castillo. En el contexto internacional de la Gran Depresión que siguió al Jueves Negro de 1929, el 6 de septiembre de 1930 se produjo el primero de una serie de golpes de Estado en Argentina que llevó al poder a los militares para establecer un gobierno de facto, después de derrocar a Hipólito Yrigoyen. Este golpe de Estado inició una época conocida como la Década Infame. A partir de esa década el país impulsó un proceso de sustitución de importaciones que desarrolló un amplio sector industrial. La Década Infame finalizó con la Revolución del 43, un segundo golpe de estado. A pesar de la presión internacional, la Argentina se mantuvo neutral durante la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial, y se unió a los Aliados el 27 de marzo de 1945, durante el gobierno de Edelmiro Julián Farrell. Es de destacar que la cocina típica o regional tanto en Argentina como en otros países tiene muchas variaciones en un mismo tipo de preparación, de provincia en provincia y de casa en casa adquiere características que la definen y diferencia. En la mayor parte de los casos se trata de preparaciones con un mestizaje producto del choque de las culturas aborígenes y europeas y mantiene los caracteres sugeridos por esas culturas. Cabe destacarse que a principio del siglo XX las normas de belleza y status no eran las mismas que hoy en día y de allí surge el dicho: "señoras gordas de barrio norte" que daba la pauta de un gran bienestar y posición social, de hecho la mayoría de los platos contienen un alto contenido de grasas y un gran aporte de calorías, el concepto de la alimentación era totalmente diferente (lo es aun en zonas rurales en el interior del país) y no existía el conocimiento sobre el colesterol. Algunas de las recetas que incluyo provienen de ediciones de principio de siglo XX y son recopilaciones de costumbres muy antiguas, otras son de cocineras de nuestros días que se basan en la tradición oral o escrita y algunas del siglo XIX. Solo es necesario que algún día de estos se reúnan los grandes maestros de la cocina argentina y dejando de mirar melancólicamente a Europa redefinan y actualicen nuestra tan rica y variada cocina nacional 43

Y llego el Siglo XX....... Una introducción aceptable a la historia del comer de los argentinos del siglo XX necesita de los siguientes puntos de partida: la modernización del país con la que se materializa el ideario de la generación del ´80, y la impronta marcada a fuego que dejaron las corrientes inmigratorias, muy especialmente la italiana. Si bien estos rasgos se observan con mayor nitidez en Buenos Aires, las provincias también alteraron sus vidas rutinarias y conservadoras. Los vientos modernistas y europeos pasaron como un vendaval sobre las mesas hogareñas y los restaurantes argentinos. La irrupción de la nueva centuria provoco una verdadera revolución, la cultura gastronómica que había nacido en tiempos de la colonia y se había extendido a lo largo del siglo XIX- la cocina hispano-criolla- dejo paso al nacimiento de una culinaria multicultural, con gran capacidad de síntesis y adaptación. El mejor ejemplo de ese fenómeno es la con acierto llamada cocina ítalo-argentina. La italización del comer sigue teniendo vigencia en esta década, en la que la globalización

la

economía

mundial

también

se

manifiesta

en

los

hábitos

gastronómicos. El siglo XX llega justo cuando los argentinos alcanzan su mayor grado de pobreza y aburrimiento. La variedad de vegetales y animales que encontraron los españoles al llegar al Río de la Plata hizo que la elemental cocina castellana y extremeña del siglo XVI trasplantada a estas orillas pudiese enriquecerse, es cierto, pero jamás logro trascender como un quehacer culinario con identidad propia. Pescados de río, tubérculos, frutos y piezas de caza se agregaron a las aves de corral, los carneros, las reces, los aceites y especies que llegaban en las bodegas de los navíos ibéricos.

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Los fragmentos de este texto son extraidos integramente del libro Los Sabores de La Patria, del utor Víctor Hugo Ducrot

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Durante la época colonial y a lo largo del siglo XIX se comía mucho pero en forma no muy variada. Los hábitos comenzaron a cambiar y a enriquecerse con la llegada de los torrentes inmigratorios para darle paso a esta nueva etapa, en este sentido el aporte decisivo es de la cultura italiana, pero a esta se le suman la cultura alemana, británica, judía y diversas nacionalidades que también aportaron lo suyo. Además las comidas españolas pasaron a identificarse como tales en restaurantes y zonas urbanas bien definidas, pero perdieron presencia como componentes básicos de la cocina argentina; el flan y la tortilla de papas fueron en realidad los únicos platos ibéricos que obtuvieron carta de ciudadanía irrevocable. Podría decirse que la gastronomía argentina siempre dependió de los aportes extranjeros, tanto durante la Colonia, el siglo XIX y en el siglo XX. De aquellos comeres coloniales muy pocos son autóctonos, apenas si los derivados de la cultura del maíz, como el locro y la mazamorra. El asado, un comer argentino si los hay, nace en los hábitos de la población nómada y seminómada (población nativa) de las grandes extensiones territoriales. Las empanadas y los tamales llegaron en los morrales de lo andaluces, quienes a su vez lo heredaron de los árabes. La chanfaina- un salteado de entrañas de corderotiene antecedentes en cocinas tan alejadas como lo son la de los países balcánicos. El puchero desciende del cocido español. La pasta, la pizza, los tucos y la buena salsa que hoy comemos, los helados, el pan dulce navideño, la cocina local de arrozquedando afuera la paella- y un número incontable de platos salados y dulces son de origen italiano. Las papas fritas arribaron a nuestras costas procedentes de Francia; y el gusto por los vinos llego por los españoles, se perfecciono con los italianos y los franceses, y recién después obtuvo nacionalidad argentina. La cerveza fue un aporte alemán. Sin embargo el siglo XX dio a los argentinos inventos propios e indiscutibles, como el puré de papa con zapallo, la milanesa napolitana, el revuelto Gramajo, los sorrentinos, los tallarines a la parisien, la salsa golf, las papas fritas a caballo y el queso y dulce como postre. Pocas confusiones por yuxtaposición geográfica conoció la humanidad como esta creada por un cocinero argentino que a las milanesas las llamó napolitanas, con el agravante de haber tocada quizás una de las cuerdas mas sensibles de los 45

antagonismos regionales (norte-sur) de la península ibérica. Las milanesas napolitanas se llaman así porque aparecieron por primera vez a principios de la década del ´40 en el restaurante Napoli, de Buenos Aires, que funciona frente al Luna Park. La milanesa napolitana era como la pizza, el plato obligado de las veladas boxísticas de los años ´40 y ´50. Los tallarines a la Parisien llevan ese nombre de una variación porteña de pasta italiana inventada en las cocinas del restaurante Paris del Hipódromo de Palermo; y los sorrentinos, no se conocen en ningún rincón de Italia, son otro ejemplo de la adaptación local de los ravioles que llevan el nombre de otro restaurante argentino, el Sorrento, que los vio nacer en la esquina porteña de Corrientes y Cerrito. Los conocedores adjudican la creación de la salsa golf a Luís Federico Leloir. Enrique Bellocopitow, colaborador del premio Nóbel, que esta salsa nació un día de la década del ´20, en el club de Playa Grande, en Mar del Plata; que surge como un experimento de ensayo y error. Si bien las papas fritas tienen claro origen en Francia, la modalidad “papas a caballo” surgió en un bodegón sin nombre de Chacarita al que iban a almorzar los operarios de la fabrica donde se hicieron las primeras heladeras del país. Surgieron el día que la cocinera del poco ilustre establecimientos solo disponía de huevos, papas y aceite. ¿Y por qué “a caballo”? muy simple, porque una y otra mercadería las traía un proveedor que ni con carro cantaba, solo le quedaba un caballo, y montado en el visitaba a los clientes. El gusto por el queso es otro habito del comer argentino, potenciado por la influencia italiana, y desde el queso se puede llegar a uno de los inventos gastronómicos vernáculos mas originales: el “postre vigilante”, dicen que nació allá por 1920, en una cantina de Palermo Viejo muy frecuentada por los agentes de una comisaría cercana. Este postre gano rápidamente adeptos, y rápidamente se extendió su popularidad y se comenzó a pedir en los restaurantes.

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El miércoles 2 de marzo de 1932, el buque de bandera alemana Caparcona cruzaba el Atlantico con la proa puesta hacia el puerto de Buenos Aires. Argentina ya no recibía la misma cantidad de inmigrantes que unos pocos años atrás, pero para ese entonces para muchos europeos el destino porteño seguía siendo el más interesante. Ese barco albergaba polacos, alemanes, checos en su mayoría. En una de las cubiertas superiores los camareros distribuían el menú que se servia esa noche en el comedor de primera y las promesas eran de abundancia y sabores. La mesa ofrecía centollas en mayonesa, caldo doble caliente y filetes de rodaballo; luego seguían los medallones de “vitello” Melba, champiñones a la crema con hojaldre y empanadas criollas, se podían ver costillares de lechón, por mencionar algunos postre encontramos: helado de frutillas, ananás en almíbar, frutas surtidas y pastelería. Claro que esto no ocurría en toda la embarcación. A la Argentina llegaban viajeros de todas las clases sociales. En los conventillos, los inmigrantes pobres comían sus platos nacionales y en ese terreno, como ya vimos, se imponían los italianos; y sobre esa base de viajeros y de recién llegados, entre finales de la década del ´20 y en los últimos años de la década del ´40, en las ciudades fue componiéndose una gastronomía de roce internacional y apoyado sobre todo en los esfuerzos culinarios de amas de casa y de señoras de la clase media naciente. En esos tiempos, dos guías gastronómicas hicieron historia. Una fue el libro Nuestra Cocina, repertorio de la buena mesa, de Gastón Dorval, editado en 1925 por Cabaut & Cía. Editores; la otra fue la revista Saber Vivir que en su numero de mayo de 1941 en su portada llevaba una ilustración de Antonio Berni. Nuestra cocina.... empieza con unas breves indicaciones para “las dueñas de casa” sobre como tender las mesas, como lavar y planchar y como ser un dechado de buenas maneras, urbanidad y de cualidades para arreglas dormitorios y atender enfermos. Entre las recetas de este libro figuraban los “huevos moustros”, el “sábalo a la argentina” y el “mero con alcaparras”; también da instrucciones para hacer buenas salsas holandesa y bechamel. Entre los postres incluía la “ambrosia” y el “bien me sabes”.

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Los fragmentos de este texto son extraidos integramente del libro Los Sabores de La Patria, del utor Víctor Hugo Ducrot

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En materia de recetas, la revista Saber Vivir no se quedaba atrás. Entre otras cosas proponía los “huevos Belgrano”, las “perdices borrachas” y el “pollo a la araucana”. Esas argentinas de aquel entonces, las inventoras del té con masitas en Las Violetas, en La Ideal o en El Molino, no solo fueron buenas cocineras sino que comenzaron a interesarse en forma casi masiva en una moda del vestir que, paradójicamente, disimulaba y resaltaba redondez. En aquella argentina nueva, resultado de lo que dejaba el siglo pasado, de la modernización planeada por la generación del ´80 y de la llegada de millones de europeos con sus culturas a cuestas, hubo personajes gastronómicos, vitales y desconocidos. Uno de estos personajes fue Vlasta Uhersky, nadie supo bien cual era su nacionalidad. Llego a Buenos Aires a mediados de la década del ´20. Además de hablar muy bien el español manejaba el inglés, francés y el alemán. Esa versatilidad idiomática también se expresa en las artes para la cocina, pues con la misma facilidad con que se paseaba entre los comeres centroeuropeos, también se lucia con nuestras de la gastronomía francesa o en la improvisación porteña de aquellos tiempos, con fuertes influencias italianas. Así fue como se hicieron famosos sus pollos a la salsa páprika, de las mesas checas y polacas; las sopas de pescado del mediterráneo y su tapenade, también del mediodía francés; o sus escalopes al oporto, un plato de patio con glicinas y malvones. Nunca llegaba una botella de vino a sus invitados, según el caso, y antes de la sopa extendía sobre el mantel una bandeja repleta con trozos de pan cubierto por una capa cerrada de tapenade, esa pasta de aceitunas negras, anchoas y alcaparras tan propia de los aperitivos que se sirven en las costas del mar europeo. Vivió en los conventillos porteños, donde aprendió a preparar unos escalopes al oporto, que fueron la tentación de los que lo probaron. Siempre trabajo cocinando para señores ricos y familias acomodadas, nunca se caso, ni lo quiso. Mucho tiempo después, siendo una venerable dama entrada en años pero de gran belleza, se instalo en el sur de Francia, con otro nombre y ostentando un titulo de nobleza que nunca le perteneció. En este periodo Vlasta rescribió algunos escritos que guardaba de su paso por Buenos Aires, que incluían recetas e historias de personajes; gracias a la buena voluntad de un amigo librero que vivía en Lucerna. En la biblioteca publica y central de esta ciudad de suiza aun puede encontrarse un volumen escrito en alemán, firmado por Vlasta Uhersky y que en su titulo solo dice “Jacob, Buenos Aires, 1933”.

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Carbón, kerosene, gas. Artefactos de cocina en la publicidad gráfica argentina (1940/1970) Gastón De Lazzari El desarrollo industrial produjo en nuestras sociedades modificaciones de distintos tipos y alcances. Algunas de ellas, pueden asociarse con los grandes acontecimientos de la Historia, y con sus transformaciones socio/económicas -como poder olvidar ese proceso que los historiadores llaman “Revolución Industrial”, por ejemplo-. Otras de estas modificaciones se produjeron, y se siguen produciendo, en un nivel tal vez menos considerado: el ámbito privado de la vida cotidiana. El universo de la alimentación no fue ajeno a los cambios producidos por el desarrollo industrial. Sufrió modificaciones en la producción y distribución de los alimentos, renovando el espectro de la oferta alimentaria en distintos puntos del planeta. Pero también, estos cambios operaron en aspectos más ligados a la vida privada del hogar, transformando la manera de preparar, cocinar y consumir los alimentos. Gracias a la producción industrial, algunos implementos utilizados en las cocinas hogareñas fueron “perfeccionados”, y otros surgieron como novedades. En una dimensión antropológica, Claude Lévi-Strauss (1992) señaló la universalidad de tres estados en que se pueden presentar los alimentos: crudo, cocido, podrido: “El alimento se ofrece al hombre, en efecto, en tres estados principales: puede estar crudo, cocido o podrido. En relación con la cocina, el estado crudo constituye el polo no marcado, en tanto que los otros dos lo están mucho, pero en direcciones opuestas: lo cocido como transformación cultural de lo crudo, y lo podrido como su transformación natural” (Lèvi-Strauss, 1992). Las distintas sociedades han desarrollado, a lo largo de su historia y de acuerdo a las pautas culturales que organizan su alimentación, distintos elementos -tecnologíaspara facilitar, acelerar o retardar el pasaje de los alimentos de un estado a otro del triángulo culinario. En este sentido, es patrimonio de las sociedades industriales la producción de artefactos tecnológicos vinculados a la cocción, preparación y conservación de los alimentos. Una de estas tecnologías -la heladera- permite manipular la aplicación del frío. La otra -el artefacto de cocina-, lo hace con la aplicación del calor. Una de estas tecnologías, intenta revertir un proceso natural: de manera general, el frío es utilizado para retardar el proceso natural hacia lo podrido, tanto de alimentos crudos como cocidos, cumpliendo un rol de conservación. En cambio, el artefacto de cocina, más ligado al proceso cultural de cocinar, interviene facilitando un pasaje de un estado a otro: por su intervención los alimentos sufren transformaciones que los trasladan de crudos a cocidos No negamos las posibilidades de la utilización del calor como técnica de conservación, ni tampoco su utilización para acelerar proceso de descomposición orgánica, sino que ponemos el acento en el uso más difundido del calor en tanto proceso de transformación térmica que permite “cocinar”.

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Son objeto de este análisis las publicidades gráficas de artefactos de cocina publicados en revistas semanales argentinas. Hemos focalizado en las revistas Para Tí, Mundo Argentino, El Hogar y Vosotras aparecidas entre 1940 y 1970. El período estudiado se vuelve especialmente relevante en la medida en que durante su transcurso se produjeron variaciones en los materiales combustibles utilizados por las cocinas. En la década del 30’ ya existía la posibilidad de acceder a instalaciones de gas natural. Sin embargo su utilización efectiva corría a la par del desarrollo de la red de distribución, que se demoró hasta bien entrada la década del 70’ al menos en Buenos Aires y sus alrededores. Como consecuencia, durante los treinta años revisados, convivían con distintos solapamientos, publicidades de cocinas a carbón o leña, cocinas alimentadas por kerosene o gasoil y cocinas a gas natural o envasado. En publicidades anteriores al período estudiado ya se representaba la aspiración hacia un modelo de ambiente de cocina específico, vinculado a un conjunto de dispositivos tecnológicos. En 1931 y con el título “¡Un salto ideal!” la Compañía Primitiva de Gas representa a un ama de casa realizando el pasaje de la cocina alimentada con leña o carbón, que en la Argentina recibieron el apelativo genérico de “económicas”, a la cocina a gas .En la misma dirección, pero con otro tono enunciativo, encontramos en la revista El Hogar en 1932 un artículo que acentúa la idea de goce y menor esfuerzo. Se titula “La cocina moderna no necesita servicio doméstico” “¡Un salto ideal!”,1931

El Hogar, 1932

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En la publicidad, se proclama el beneficio de abandonar un artefacto de cocina como el de carbón y reemplazarlo por el que utiliza al gas natural como combustible. El salto atlético, liberador, del ama de casa acentúa la oposición y permite realizar un despliegue temático vinculado a los pares oscuridad/claridad, suciedad/limpieza, impureza/pureza… en última instancia la pieza construye una escena enunciativa donde se propone la posibilidad de un pasaje del sufrimiento al goce., limpias, ordenadas y estéticas las cocinas de nuestros días, que ninguna señora vacila de entrar a ellas vistiendo su mejor toilette”, volviendo a señalar el par sucio/limpio ya observado en la publicidad anterior. Se puede apreciar también la cualidad, de alguna manera mística que se le otorga al desarrollo tecnológico. Los nuevos inventos son “milagros”, “prodigios” provistos por una “providencia” liberadora. Tanto en la publicidad como en el respecto a la relación del ama de “esclavizante”, que produce distintos nuevos artefactos tecnológicos, entre de ayudantes, en el gran relato de privada, de su cotidianeidad.

artículo, se pone de manifiesto un ideal con casa con su cocina. Ya no es una relación sufrimientos, sino una relación liberadora. Los ellos las nuevas cocinas a gas, cumplen un rol las tareas “femeninas” del hogar, de su vida

Desde el comienzo del período, hasta bien entrada ya la década del 50, aparecen en las revistas observadas gran cantidad de pequeños avisos -de cocinas económicas ubicados en lugares “escondidos” dentro del cuerpo de las publicaciones, sobre todo en la parte baja y central de las páginas . Todos comparten rasgos en la organización de su diseño: una ilustración del artefacto, una serie de datos comerciales y la marca del producto. Estas piezas, parecieran estar mostrando un producto conocido, que no necesita de ningún atributo diferenciador, más allá del apelativo que hace al genérico: cocina “económica”. De esta forma, pareciera ser una forma de publicidad “vergonzante”, puesto que abiertamente está señalando ese “lugar en el mundo” que ocupa el enunciatario: el “Infierno” que, de acuerdo al modelo aspiracional ya descripto, toda ama de casa desea abandonar. Ilustraciones que recortan al artefacto de su emplazamiento, esa cocina que se supone sucia, para mostrarlos, solamente, como productos industriales.

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Para tì y mundo argentino,1937

Mundo Argentino

En el año 1953 la firma Aurora realiza una serie de piezas publicitarias promocionando su nueva cocina alimentada por kerosene. La palabra kerosene que, como se puede apreciar es de amplia utilización en las publicidades analizadas, es un extranjerismo que hace referencia a lo que la Real Academia Española denomina “queroseno”: derivado líquido del petróleo de muy poca refinación. En el resto de este texto se mantendrá la palabra kerosene, dada su utilización en el corpus de trabajo. Estas publicidades aparecieron publicadas tanto en Para Tí como en Vosotras). Todas ellas a página completa, realizan una suerte demostración “triunfal” de la novedad. De manera implícita, se comparan los atributos de la nueva cocina con los de la cocina económica. Entre ellos, se destaca la velocidad, sobre todo en términos de su encendido. Ya no hay que hacer fuego como exigía el antiguo fogón o la cocina económica: en estas piezas se proclaman las bondades del “encendido automático” con el que cuentan los nuevos artefactos. Pero también proclaman la posibilidad de preparar varios platos abundantes al mismo tiempo gracias a la distribución diferenciada del calor que posibilitan las hornallas independientes. Se intenta demostrar la posibilidad -proclamada en el título: “Con la diligente Aurora… ricos platitos a toda hora”- de cocinar en cualquier momento del día. Este desdoblamiento de las tareas del hogar, no era permitido por la cocina económica que obligaba a controlar el fuego de manera permanente y también el título -“En un periquete Aurora hace un banquete”- refuerza el atributo de velocidad, y pone de manifiesto la posibilidad de realizar banquetes. Implícitamente, demuestra las posibilidades de cocinar gran cantidad y diversidad de platos, operación obturada por 52

las restricciones en la capacidad -que dificultaba la preparación de alimentos en cantidad- y la distribución del calor -que hacía prácticamente imposible la diversificación de los platos preparados simultáneamente- de las cocinas económicas. Para tì y vosotras, 1953

En las publicidades de artefactos a gas natural, que aumentan su número a lo largo de la década del 60’, se vuelve a poner de manifiesto los adelantos en la higiene del hogar. En una de ellas, la limpieza no sólo es ubicada en el ambiente de cocina, sino que se traslada al propio aparato. En ella aparece una ilustración de un pequeño gatito lamiéndose, trasladando por operación metafórica sus características “autolimpiantes” al artefacto de cocina. El Hogar, 1960

Por otra parte, aparece representado por primera vez al comensal, en este caso caracterizado como el más exigente. Y este comensal no es menos que la familia reunida en torno a la mesa, esperando con ansias al plato que se le acerca.

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En las fotografías podemos encontrar, a la izquierda un pollo asándose en un fogón. A la derecha el mismo pollo asándose en un horno equipado con spiedo. En la Argentina, se denomina spiedo, como se señala en la pieza analizada, a la práctica de asar carne girándola sobre el fuego. El artefacto tecnológico que permite esta operación recibe el mismo nombre. Vale la pena señalar que, durante la década del 70’ en la Argentina se instalaron varias cadenas de locales que se autodenominaban como de “pollo al Spiedo”.. Estas dos imágenes parecieran proponer un retorno al pasado, a la cocina del fuego… pero un fuego hecho al aire libre, donde la limpieza no es lo que importa. Vosotras

LA COCINA ARGENTINA DEL SIGLO XX

La llegada del siglo XX encuentra a la gastronomía Argentina en el mayor grado de pobreza y aburrimiento, con la llegada de los emigrantes Españoles e Italianos, también llego una variación más rica en el arte de la cocina. Durante toda la época colonial y durante el siglo XIX se comía mucho y en forma muy variada. Baste recordar que los menús sociales que componía el más prestigioso de los cocineros de aquella época, el francés Joseph Dure, incluía entre cinco y seis platos más postre. En las casas de familia, los platos básicos eran la olla podri'da -así se llamaba al puchero-, una gran cantidad de vegetales -mucha mandioca-, las carnes asadas y los pescados de río. Las mejores dulcerías y reposterías provenían de Tucumán, Chile y Asunción del Paraguay. Los licores (vinos y brandis) venían de ultramar y las 54

infusiones

eran

dominio

de

la

yerba

mate.

Estas mesas fueron empobreciéndose a medida que transcurrió el siglo XIX y la nueva centuria sorprendió a los argentinos con una dicta muy aburrida: carne asada, bifes y pucheros; casi nada más. Las excepciones eran algunos toques afrancesados en las clases urbanas más acomodadas y, en la sociedad rural y el interior, los locros, las

empanadas

y

las

humitas

siguieron

teniendo

una

fuerte

presencia.

Los hábitos comenzaron a cambiar y a enriquecerse sólo en las postrimerías del siglo pasado, con la llegada de los torrentes inmigratorios que dieron paso entonces a la revolución gastronómica que sobreviene después de 1900. Aunque la impronta decisiva haya sido obra de la cultura italiana, cabe señalar que alemanes, británicos y judíos de diversas nacionalidades también aportaron lo suyo. Por el contrario, las comidas españolas pasaron a identificarse como tales -en restaurantes y zonas urbanas bien señalizadas, pero perdieron peso como componentes de la cocina Argentina. Sin la llegada de los italianos no podría entenderse cómo los argentinos comieron a lo largo de todo el siglo YX. Ellos trajeron no sólo platos y recetas, sino hábitos sociales vinculados con el comer -como las pastas familiares de cada domingo, impusieron el culto al aperitivo (léase tomarse un vermut o un fernet)- y convirtieron a Buenos Aires en el tercer centro consumidor de pizza en el planeta. El primero, por supuesto, es Italia; el segundo, la ciudad de Nueva York, y luego se ubica la Reina del Plata. El primer gran asentamiento de la cocina italiana en el país tuvo lugar en la ciudad Capital, más precisamente en el barrio de La Boca. Desde allí se desparramó por todo el territorio nacional una lista interminable de ingredientes y hábitos gastronómicos: las pastas en toda su gama de posibilidades desde los argentinos tallarines hasta los ñoquis, los ravioles y los canelones-, la pizza, la fainá, las Milanesas, los helados, los risottos, la preparación de pescados de mar y mariscos en esto, los españoles también hicieron lo suyo-, el consumo de frutas secas, la salsa de tomates en todas sus variedades, el pesto, la afición por el aceite de oliva y las aceitunas, casi toda la fiambrería actual -antes llegaban jamones y embutidos españoles, pero eran de consumo limitado-, el gusto por los quesos y la difusión masiva del vino, por sólo mencionar algunas de las ingesta más habituales de estas latitudes. Después de los italianos, la mesa de los argentinos cambió. El bife y el asado siguieron estando en el centro de esta sociedad carnívora, pero las pastas y las pizzas no se quedaron atrás. 55

En los últimos 15 años Buenos Aires creció de muy buna forma en el arte de la gastronomía..!!. se puede contar por cientos la oferta de buenos restaurantes. atrás. El plato convocante entre amigos y familiares dejó de ser el puchero al superarlo la pasta del domingo -con los ravioles a la cabeza-, incluso en familias o zonas del país sin influencia italiana directa. Con el paso de los años fueron creándose actividades artesanales y gastronómicas muy prósperas: cuántas fábricas de pastas frescas sobreviven incluso hoy, pese a la hiperdifusión de los supermercados; en cuántos restaurantes no se pueden comer pastas, y cuántos millones de pizzas siguen comiéndose hoy por año en la Argentina, pese a la actual obsesión por la alimentación diet y el estar flacos. Aunque resulte difícil creerlo, el otro comer social y familiar de los argentinos -el asado de fin de semana- es una costumbre posterior a la de las pastas del domingo, pues su popularización se verifica a partir de la década del 50, simultánea mente con la aparición de las barriadas suburbanas en los alrededores de

Buenos

Aires

y

ciudades

provincianas.

La primera globalización La irrupción de la gastronomía italiana en la cultura del comer argentino coincidió en el tiempo que podría denominarse primera globalización gastronómica del país. La llegada de productos alimenticios desde otros rincones del mundo se hace sentir, sobre todo, en los hábitos de los sectores de la sociedad con mayor poder adquisitivo, aunque muchos de los productos encontrables en las tiendas de hultramarionos eran de consumo popular, por sus bajos precios y porque no existían en la manufactura local. Entre ellos, el azafrán, el bacalao, los porotos y garbanzos, las especias básicas, como pimienta y pimentón, algunos licores, los chocolates y el té. En las revistas de la época se daba publicidad a muchos de esos productos: vino de Marsala extra, importado por Marcelo Profumo e hijos; champagne del embotellador Louis Roaderer, de Reims, en las variedades dulce o Carte Blanche, seco o Grand Vin Sec y muy seco o Extra Dry, todos traídos al país por Duponet, Fils de Chacabuco al 100, en Buenos Aires; licor Amaro, de Bologna; champagnes Pommery y Mumm; el chocolate Viuda del Seminario y el aceite Refinado, ambos españoles. También se podían comprar los primeros chocolates Águila; cerveza Palermo; ginebra holandesa Holland; galletas Lola, de Bagley, y la cava o champagnes catalanes 56

Codorniú, hechos por un señor de apellido Raventos, que era proveedor de varias casas reales europeas, e importado por su socio en la Argentina, un tal Pagés. Por esa época, en Buenos Aires hacían furor el Bier Convent, uno de los bares y cervecerías más concurridos a finales del siglo XIX y principios del XX; el restaurante Americano, de Domingo Gaudo, situado en la entonces Cangallo 966, y el Almacén de la Victoria, que ocupaba desde el 1 al 15 de la calle Chacabuco. En ese cotizado local podían comprarse sardinas, merluzas y anchoas en conserva (importadas), manzanilla y cervezas de diverso origen y uno de los primeros whiskies escoceses de consumo relativamente masivo, The Commodore. Toda esa modernidad contrastaba con algunas escenas de barrios y pueblos, que a lo largo y a lo ancho del país se reprodujeron en forma cotidiana hasta la década del 50. Fray Mocho describía en la revista Caras y Caretas cómo el lechero, a caballo o en carro, seguía repartiendo su blanco producto casa por casa, desde una batería de tarros metálicos envueltos en cueros. Similar sistema de comercialización tenían el pan, el carbón, la leña y el querosén, las verduras frescas y los pescados. El impacto de la italianización de las costumbres gastronómicas argentinas, el desarrollo paulatino de la industria alimentaría local y la cristalización de la sociedad una vez realizadas y asentadas las olas inmigratorias fueron las causas, quizá, de que el cómo y el qué comer diseñados en estas comarcas a principios de siglo se hayan mantenido sin grandes alteraciones casi hasta la década del 60. El bife con ensalada, puré o a caballo, las milanesas con papas fritas, el asado y la parrillada, unas pocas especies de pescado y preparados casi siempre en filetes a la ro ana o enteros en escabeche y al horno, las distintas variedades de pastas, la pizza, el puchero, las empanadas, las ensaladas -casi siempre de lechuga, tomate y cebolla, los helados, el flan con crema o dulce de leche, los panqueques y el queso y dulce sintetizan a la perfección las opciones casi excluyentes de los argentinos a la hora de comer. Vino, cerveza, sidra, champagne, aguardiente, coñac y whisky fueron las bebidas; y el café, después de almorzar o comer, con leche a la hora del desayuno y en la merienda, y sobre todo en cualquier momento del día, para conversar con amigos, para hacer tiempo o leer el diario, tuvo un solo competidor, el mate. Durante los años 30 a 50 también se mantuvo en pie y de moda un mismo tipo de restaurantes. A diferencia de Italia, Francia y en menor grado en España, donde en 57

cada pueblo -por pequeño que fuera-, durante este siglo siempre existieron por lo menos uno o dos restaurantes atractivos o con alguna peculiaridad, en la Argentina esos establecimientos cobraron auge sólo en las grandes ciudades, muy especialmente en Buenos Aires. Reinaron entonces aquellos locales céntricos que hicieron historia, como La Emiliana, El Tropezón, El Globo, El Imparcial y El Hispano, en los que las cartas transcurrían entre pucheros, especialidades españolas (El Hispano, por ejemplo) y de la ya comentada cocina italoargentina. Por aquellos años aún mantenían su esplendor los salones gastronómicos de lujo que habían surgido a fines del siglo XIX y a principios

del

actual.

La epidemia de fiebre amarilla, en 1871, provocó que muchas familias porteñas buscasen refugio en las afueras de la ciudad. La construcción del hotel Las Delicias, en Adrogué, permitió que las familias y las parejas encontraran en él un refugio un oasis de tranquilidad y verde, con buena cocina, a pasos del Centro. Edificado en el 30 por el arquitecto Pablo Pater, El Tigre Hotel, contaba con 3 plantas y 50 habitaciones, funcionaba a pleno, (nunca tan bien dicha esta palabra), aqui giro la primera ruleta de la Argentina, brillo durante tres décadas, Restaurantes de lujo, especializados en cocina francesa, funcionaban también en el Plaza Hotel, de 1909 y en el Alvear Palace Hotel, de 1932.

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Unidad 6: La cocina peronista y el recetario de Evita En 1946 fue elegido presidente Juan Domingo Perón quien, con su carismática esposa, Eva Perón, encabezó un movimiento político, el peronismo o justicialismo, que puso el acento en la justicia social y estableció el sufragio femenino en 1947 al reconocer los derechos políticos de las mujeres. El peronismo contó con una amplia adhesión de la población a partir de entonces, pero a su vez produjo una profunda polarización en la sociedad argentina que se dividió en peronistas y antiperonistas. En 1955 Perón fue derrocado por un nuevo golpe militar, que tomó el nombre de Revolución Libertadora y proscribió al peronismo. El propio Perón se exilió en el extranjero.

Evita Cocinera...... papas y el asado urbano.

Ninguno de los tantos evitólogos surgidos en los últimos años, sean estos músicos, escritores o estrellas del cine, repararon en este perfil hasta ahora desconocido de Eva de Perón. La “abanderada de los humildes” también enarbolo los estandartes de lo que podía llamarse una “cocina popular y justicialista”, y conquisto un lugar en la historia de la gastronomía. Por iniciativa e inspiración de Eva de Perón, el gobierno de la provincia de Buenos Aires puso en escena, por primera vez en la historia de los argentinos, una campaña propagandística sobre las virtudes y posibilidades gastronómicas de la papa. Debió pasar

mucho tiempo para que, lejos de los sabores de Versalles, Eva

Perón retomase las banderas de Parmentier y, dándoles un toque justicialista, nacional y popular, convirtiese a la papa en un capitulo más de la comunidad y de la cocina organizadas. Eva Perón tomó la decisión un año antes de su muerte, en medio de la fiebre distribucionista a favor de los pobres. Se ocupo de la mesa recurriendo al más plebeyo de los ingredientes culinarios: la papa. Ella quería que el gobierno instruyese a las amas de casa en el buen hacer de la cocina, en combinación con la ecuación perfecta que integran el ahorro de dinero y la nutrición eficaz. Decidió entonces utilizar su influencia y poder para que, con recetas e indicaciones varias, algún organismo oficial difundiese las virtudes de la papa; ocurría oportuna en lo político si se tiene en cuenta que ya habían comenzado los tiempos del desabastecimiento y de las restricciones al consumo de carnes. 59

El Ministerio de Asuntos Agrarios bonaerense publico y distribuyo millones de ejemplares de un folleto con un escueto titulo de La Papa. Las referencias editoriales indican que se trata del Volumen II de Publicaciones Eva Perón, número 42, del mes de julio de 1952. Los ficheros de la Biblioteca del Congreso Nacional adjudican la autoría a la mismísima Evita. La Papa, de Eva Peón, incluye un extenso recetario de platos a base del tubérculo incaico y descubre, que una lista de sugerencias que en nuestros días buscan prestigio gourmet en boca de algunos cocineros locales con pretensiones de catalogo, en realidad fueron propuestas originales de lo que algún ocurrente podría denominar “cocina justicialista y descamisada” de la década del ´50. El recetario incluía recetas como: “papas balcarceña” horneadas con manteca y un poco de caldo de vaca, y sazonadas con perejil picado, sal y pimienta; “ papas a la panadera” también hechas al horno

pero mezcladas con cebollas salteadas y

envueltas en papel de cocina; “ papas a la salteña”, cocidas en un sobrito de cebollas y tomates; “ guisado patagónico” a base de carne de cordero y papas; y “papas rellenas” una reminiscencia de la cocina peruana que se preparaba con papas hervidas y ahuecadas, posteriormente embutidas con un picadillo de carne vacuna condimentada. La mayor parte de estos platos casi nunca tuvieron un lugar entre las cartas de los mejores y más tradicionales restaurantes de la Argentina, pero el “pastel de papas” si se impuso en las mesas hogareñas durante las décadas del ´50 y del ´60, y se convirtió en un clásico de cualquier noble bodegón que se precio de tal. El noble pastel siguió su marcha y actualmente, en la era de los congelados, se encuentra en casi todos los supermercados del país, ya listo para ser calentado en microondas. La iniciativa gastronómica de Evita a favor de la papa, en este intento de “cocina justicialista” aparecen las primeras adaptaciones tercermundistas de los platos de los franceses impusieron en el mundo con los nombres de papas al estilo de Lyón, de Saboya o de la Normandia. Nos referimos a tres platillos que se corresponden con otros tres indicados en La Papa

de Eva Perón, y por cierto muy populares en

aquellos tiempos de mesas descamisadas: papas a la crema, papas al gratén y papas normandas.

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Por otra parte en sus origines y durante mucho tiempo, el asado fue un comer rural o casi del campo, es decir muy lejanos de la ciudad. Recién con el advenimiento del peronismo aquél se hizo suburbano y urbano. En otras palabras, la transformación de la masa social de país, consecuencia del industrialismo sustitutivo de los primeros tiempos del gobierno justicialista no solo acerco grandes contingentes humanos hacia las ciudades, dándoles protagonismo político que nunca antes habían tenido, sino que hizo también que las parrillas y en menor medida los asadores, se convirtieran en utensilios citadinos. Sobre comeres carnívoros podemos decir que entre los argentinos hay tres tipos de asados: el hecho sobre la parrilla, los que generalmente se hacen con costillas cortadas en tiras, vació, chorizos, mollejas, morcillas, chinchulines, entre otras; el asado al asador, en el que los costillares de vaca o el cordero abierto se espetan o se ensartan en la “cruz”, para que el fuego actué desde las cercanías; y el asado con cuero para el cual se mata una vaquillona o vaca, se la parte en cuatro y se la deja orear una noche, se prepara un gran fuego, y cuando solo hay brasa, se asa lentamente sobre grandes parrillas, poniendo la carne con la parte del cuero hacia arriba. El asado esta a punto cuando al tirar de lo pelos, estos se desprenden con facilidad. Se produjo un aumento geométrico en el número de carnicerías por habitante, y al calor de las políticas redistributivas con “justicia social” el asado paso a ser poco menos que un derecho adquirido y garantizado. también se universalizó “ el sánguche de chorizo”, posteriormente denominado choripán – hay quienes dicen que ala salida de las canchas de fútbol se comenzó a consumir, otros que en los corzos y entre las murgas y comparsas del carnaval—y como aparecieron los centros deportivos para empleados y trabajadores, los que empezaban con fútbol y terminaban al lado de la parrilla. Las ciudades del país se poblaron de restaurantes- parrillas y se extendió el uso del “chimichurri”, esa salsa de extraño nombre concebida, creada y comida solo con los asados. Claro que la jauja del asado no reino durante toda la época peronista. A partir del 1952 comenzaron las faltas y las vedas culinarias. En este punto es interesante lo que cuenta el escritor Ernesto Goldar en su libro Buenos Aires, vida cotidiana de la década del ´50. 61

El Ministerio de Salud

Publica invita a los habitantes a la practica hortícola ,

destinado para “huertas de salud” todo espacio de tierra negra que se encuentre, especialmente los baldíos municipales, los terrenos que pertenecían al ferrocarril pero que estaban libres, los costados de los caminos y las rutas, y hasta las macetas dedicadas a “cultivos superfluos”. El gobierno dispuso que las semillas para esos sembradíos se distribuyesen entre la población, y el mismo Goldar apunta que fueron repartidos unos diez mil doscientos cuarenta paquetes. Para esa misma época, Luís Sandrini recomienda por radio sobre lo bueno que es comer poco pero bien y lanza una cruzada en defensa de la espinaca- no había programa cinematográfico de dibujos animados en los que no apareciese el marinero Popeye-, del azúcar de remolacha, del perejil y de los nabos. Desde algunas emisoras proclaman frases como evite la formación de una raza de raquíticos o de enfermos de los riñones por el consumo excesivo de proteínas que contiene la carne vacuna, coma carne de cordero; Olinda Bozán estrena una pieza teatral titulada “Doña Vitaminas” y Enrique Santos Discépolo defiende la aparición del pan negro que surge debido a las malas cosechas que aquejan a aquella etapa del peronismo. Nunca tomaste té y ahora te quejas por que no es Ceylan , le decía Discépolo a su personaje Mordisquito, en una sátira irónica para los “gorilas disconformes”. En los años ´50 aparecen algunas expresiones del comer de los argentinos que como podemos ver sobreviven hasta hoy. Nació “la picada” ese comer basado en fiambres, quesos, aceitunas y otros varios, en una suerte de aperitivo gigante; el mate con biscochitos de grasa, popular y de barriada, que se enfrento al “te con masas” de confiterías para señoras bacanas; y se impuso el “copetín al paso” unos minibares instalados en lugares con mucha circulación en los que el vermouth, los maníes y los sánguches de milanesas eran infaltables. Fue la época de gloria del “Vino común” y cuanto más tinto mejor, del Uvasal y de la Cirulaxia, Fue la década del bife con huevos fritos, pero no la del bife de chorizo. Este ya existía pero su coronación llagaría algunos años después. 1.2. La Televisión en Argentina 1.2.1. Los Años 40 y 50 Durante la década del 40 se realizan algunas transmisiones experimentales de televisión, fundamentalmente en las Universidades, pero la historia de la TV en nuestro país comienza en los años 50. 62

En julio de 1951, Jaime Yankelevich, pionero en el medio, junto a su hijo Samuel viajan a los EE.UU. para traer desde allí los primeros equipos. En un largo viaje en barco traen cámaras, transmisores, cables, luces, repuestos y todo lo necesario para poner en marcha la televisión en Argentina. Jaime Yankelevich acuerda con el gobierno peronista de esa época realizar la primera transmisión televisiva el día 17 de octubre de ese año. En esa fecha se cumple el 6º aniversario del Día de la Lealtad peronista y se realiza un multitudinario acto en la Plaza de Mayo. Allí Eva Perón pronuncia su discurso al pueblo después del famoso Renunciamiento Histórico a la candidatura como vicepresidente de la Nación en las elecciones próximas, por encontrarse ya muy enferma. Con la mencionada transmisión queda inaugurado el viejo Canal 7, conocido en ese entonces como LR 3 Radio Belgrano TV. Y son los locutores de la radio del mismo nombre los que se van pasar a trabajar también en el canal. Los primeros pasos de la TV en esa época tienen muy poca repercusión en los medios gráficos ya que estos temen que el nuevo medio les “mueva el piso”. Por otra parte es muy poca la gente que posee televisores en sus hogares. La mayoría de los aparatos se encuentran en bares y negocios y la gente se agolpa frente a las vidrieras de los mismos para poder ver. El 4 de noviembre se inicia la programación regular, ya que desde el 17 de octubre hasta ese día solo se realizaron ensayos y pruebas. Y el 18 de ese mismo mes se transmite el primer partido de fútbol (River - San Lorenzo) La programación en esos primeros años estaba integrada por espectáculos folklóricos, espacios musicales, transmisiones desde el circo, programas de moda, “La Cocina de Doña Petrona”; etc. Y en 1952 se hacen los primeros teleteatros (autora pionera: Celia Alcántara). En 1954 comienza el primer telenoticioso argentino, que se emitía a la noche y presentaba un resumen de los hechos acontecidos durante la jornada. Todos los programas eran en vivo, con cambios rápidos de vestuario detrás de los estudios y con el siempre presente "fantasma del olvido de la letra" para los actores. Una de las pioneras en anunciar en TV fue la tienda Gath & Chaves. Cabe destacar que los televisores en esos primeros años eran importados desde EE.UU. y que recién en 1954 se abrirá la primera fábrica nacional: Copehart Argentina En 1955 se produce la “Revolución Libertadora” que destituye al gobierno peronista. Esto trae cambios en el manejo del Canal del Estado (el único canal hasta el momento), y comienza la discusión sobre qué modelo de televisión adoptar:

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En estos años se ponen de moda los programas de entretenimientos, siendo uno de los más recordados “Odol Pregunta” y también se emiten varios programas periodísticos. Y para esa época se crea la Asociación de Periodistas de Radio y Televisión (Aptra) que entrega por primera vez los conocidos Premios “Martín Fierro”. Al mismo tiempo surgen los primeros canales en el interior de nuestro país (Córdoba, Mendoza, Mar del Plata)

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Unidad 7: La década del ´60 En 1958 fue elegido presidente Arturo Frondizi (UCRI), siendo derrocado por un nuevo golpe militar en 1962. En 1964 fue elegido presidente Arturo Umberto Illia (UCRP), quien también sería derrocado por un golpe militar en 1966 que establecería un régimen dictatorial de tipo permanente conocido como Revolución Argentina (1966-1973). Estos años se caracterizaron por una creciente violencia política, siendo el Cordobazo uno de los acontecimientos más destacados Alimentación en la década del ´604 La década del ´60 tuvo un beber que subyugo a todos, muy especialmente a los niños y a los adolescentes, pues los adultos seguían fieles al “farol” y a la cerveza. A la de los refrescos, los mayores cuando mucho se acordaban de las legendarias Pomona y Biltz. Antes de continuar, quizás convenga recordar que “el farol”, un invento argentino de este siglo, es el vino y la soda en vaso grande, y de la soda era de sifón, de esos que exaltaban. El beber que subyugo a todos fue la Coca-Cola. Su comercialización masiva comenzó en 1954, pero se impuso definitivamente en aquella década de los Beatles y del Mundial de Fútbol; en aquellos tiempos que radio Spica y de Alfredo Alcón haciendo Hamlet por televisión. Eran los sábados nocturnos de Martín Karadajian y sus “Titanes en el Ring” y de la serie “Misión Imposible”. Fueron los días de Goyo Peralta peleando en Estados Unidos y desde la radio, y de televisores compartidos, porque al principio, en los barrios todos se juntaban en las casas de algunos que se eran pudientes y se habían podido comprar el “ Zenith”. También fue el tiempo de la pizza rellena con jamón y espinacas, fue en esta década que se puso de moda. En la zona no fina ni residencial de Vicente López, en los suburbios del norte de Buenos Aires, vivía un tal don Nico, de quien nadie se acuerda el apellido. Tenía una pizzería pobre, pequeña y un poco mugrienta, pero un día, acuciado por las cuentas y los alquileres impagos, decidió rellenar sus pizzas de “musarela” con verduras y un poco de la noble y cocida pierna de cerdo; si hasta llego a tener dos coches y una casa en Mar del Plata.

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Los fragmentos de este texto son extraídos íntegramente del libro Los Sabores de La Patria, del autor Víctor Hugo Ducrot

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Los ´60 fueron años de ímpetu. Por eso la Coca-Cola no paro su marcha arrolladora pese aquel desembarque publicitario que decía “a vivir la generación pepsi”. La historia de coca-cola comenzó con la instalación de la primera planta el 3 de agosto de 1942. Funcionaba en la calle Córdoba al tres mil cien, en la ciudad de Buenos Aires, y las tareas de embotellamiento se cumplían a la vista de quien quisiera curiosear. Las ventas al público comenzaron inmediatamente pero la aceptación masiva- e imparable desde entonces- tuvo lugar doce años después. Al poco tiempo de instalada en Argentina, la Coca-cola se vio obligada derrotar a otras marcas de bebidas cola, sin contar su guerra con Pepsi. Basta recordar por ejemplo a la Spur Cola Canadá Dry. Aquellos años ´60 fueron de vértigo. Arturo Frondizi no podía y el peronismo seguía siendo mala palabra. Todas las expresiones de la vida cotidiana fueron sacudidas por vientos huracanados. Llegaron la minifalda, el “pop”, el “beat” y el amor libre, y el rock comenzó a imponerse como ideología universal; el presidente Kennedy se peleaba con Kruschev y el Che Guevara daba la vida por “el hombre nuevo”. La guerra de Vietnam y los cantantes de protesta eran noticia de primera plana; funcionaba el “Di Tella” y Pele era dueño de la pelota. El “mayo francés” excitaba a la izquierda pero le quito el sueño de De Gaulle; los hombres lucían de pelo largo y despeinado. Cuantas cosas más sucedieron. A Arturo Illía lo trituraron las tenazas del corporativismo; Juan Carlos Onganía y sus militares dieron un golpe de Estado, apostaron por las cavernas y la emprendieron contra las universidades; el Cordobazo sacudió al país y nació la patología Montonera. Respecto del comer de los argentinos no faltaron sacudones revolucionarios. Ya a fines de la década del ´50 habían surgido novedades: el “ Toddy” y el “Vascolet” se pusieron de moda y reemplazaron al café con leche en las meriendas infantiles y adolescentes; aparecieron los primeros antecedentes del fast-food, pues así debe considerarse a los “grills” que invadieron las mejores esquinas de todas las ciudades del país ; los jóvenes de la “ nueva ola” pudieron degustar a aquellos antepasados de la hamburguesa y los “ hot dogs” obtuvieron carta de ciudadanía con un nombre mucho más castizo, “ panchos”. En plena década del ´60 y sin llegar a la universalización actual de lo que significa “Mc Donald´s” las hamburguesas con papas fritas fueron instalándose y las cocinas 66

hogareñas se modificaron

conforme se iban modificando los hábitos y sistemas de

aprovisionamiento. Los mercados cerrados y ferias municipales comenzaron su declive definitivo. Los comercios de barrios (carnicerías, panaderías, almacenes y verdulerías) empezaron a darse cuenta del futuro que les aguardaba; pues se instalaron los “Minimax”, la primera cadena de supermercados que llego al país. En la década del ´60 también tuvo lugar uno de los fenómenos que más huellas ha dejado sobre el cuerpo cultural de los argentinos: la consagración definitiva de la televisión como medio de comunicación hegemónico. Este hecho también dejo huellas sobre los hábitos de comer: de todas estas huellas las más importantes fueron la difusión masiva de elementos e ingredientes de cocina a través de los mensajes publicitarios y la proliferación de recetarios y programas de cocina, que influyeron decisivamente sobre el hacer de las amas de casa. Los mensajes publicitarios ya existían, especialmente en radio y revistas. Los recetarios y las colecciones de recomendaciones culinarias circulaban en libros y publicaciones, pero la televisión provoco una verdadera explosión en la materia y le dio voz y rostro a la gastronomía que mas ha influido en el comer de los argentinos; doña Petrona C. de Gandulfo ya no tentaba con sus delicias desde sus libros- mas de 100 ediciones-, sino que lo hacia desde una cocina más, para millones de mujeres a la vez, acompañada por Juanita, su asistente. En esta década el pop impuso el gusto por estar flaca o flaco. Todas querían ser como Twiggy. Es por ello que surge la primera clínica dedicada a la cura de la obesidad y a las dietas y regimenes controlados abrió sus puertas en Buenos Aires. Su fundador fue el medico Héctor Spiteri, verdadero iniciador de la dietólogia moderna argentina. Fue el momento en que surgen los famosos “adelgazadores”. A partir de ese momento surgió una verdadera discusión sobre como tratar a la obesidad y el sobrepeso en términos terapéuticos. Por otra parte se daba la gradual radicalización política de un sector del peronismo proscrito, la experiencia cubana y los afanes de una juventud guevarista que persigue desbaratar al sistema capitalista son los ingredientes básicos del caldo de cultivo para el momento político de los argentinos durante esta década y parte de la siguiente.

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Predominaba el criterio de que el confort, entre ellos el que brinda el buen comer, era un vicio pequeño burgués. Había otros contestatarios, más refugiados en el arte y en la cultura, los animadores de los tibios “ Happenings” a la criolla, pero estos pocos marcaron a la sociedad en comparación con los contingentes que se preparaban para dar sus vidas en nombre de Perón y de la patria socialista. Por supuesto, que también tenían su visión de aspecto Gastrónomico centrado en la desigualdad que generaba el sistema capitalista. Su alimentación se caracterizo por el consumo de pizza con faina, de las empanadas y del churrasco con fritas o con ensalada, en días especiales rendían culto al asado. Bebían vino y ginebra a veces algún “moscato”

y mucho mate. Pero al lado de estos protagonistas” vivían millones de

argentinos que comenzaban a descubrir el faad-food, que ni siquiera se llamaba así y que apenas si consistía en las primerizas hamburguesas que aquí se denominan “patys”. Las recetas que circulaban y se llevaban a la práctica eran en primer lugar eran las de la “primera cocinera d los argentinos”. Si la gastronomía argentina existe y doña Petrona C. Gandulfo fue su más importante maestra y copiladora. Los nacidos en estas tierras somos amantes de “la picada” y lo que sigue son algunas de las propuestas de aquella “primera cocinera”, anterior a la década que nos ocupa, pero dueña de la escena de la televisión. Para nuestras “picadas” Doña Petrona sugiere por ejemplo unos camarones y papas cocidas con mayonesa; un poco de atún sobre las hojas de lechuga; rodajas de huevos duros y pepinos en vinagre; tajadas finas de zanahorias y aceitunas; jugos de pomelo, pancitos, quesos, manteca y fruta de estación. También sugiere un menú con salpicón de carne, moldecitos de verduras con gelatinas, tajadas de tomates, hojas de lechuga, huevos rellenos, rodajas de jamón cocido, postre de chocolate, queso, manteca y fruta de estación. El que quiera comer algo agridulce que siga sus instrucciones para la cazuela de pollo y duraznos. Se necesita un pollo cortado en presas, sal, jugo de limón, harina, cebollitas, duraznos al natural, manteca y pimienta. Hay que condimentar las presas de pollo con sal y jugo de limón, pasarlas por harina y freírlas en aceite a fuego moderado; poner entonces en una cazuela un trozo de manteca, derretir sobre fuego, incorporándole las cebollitas y dorarlas apenas; apenas agregar el pollo, rociar con un poco de vino blanco y

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dejar cocinar. Antes de finalizar la cocción incorporar los duraznos y dejar cocinar unos minutos; servir en la misma cazuela. Hasta aquí algunas de las sabidurías de doña Petrona. Sin embargo, durante los años ´60 la cultura de la receta escrita o televisiva tomó un auge nunca visto hasta ese entonces. A fines de la década se edita una revista que fue un suceso. Se llamaba Paladar y se presentaba como una enciclopedia culinaria mensual. De allí se proponían entre otros entremeses de jamón con arroz al curry, róbalo al vino y frituras de manzana. Fue un tibio intento de instalar ciertos toques modernizante al menú clásico de los argentinos.

Y llegó la década del ´60 Durante los años 60, todas las expresiones de la vida cotidiana fueron sacudidas por vientos huracanados. Llegaron la minifalda, el pop y el beat, el amor libre y el rock como ideología universal; el presidente Kennedy y el Che Guevara; la guerra de Vietnam y los cantantes de protesta; el Di Tella y Pelé; el Mayo francés y el pelo largo y despeinado sobre los hombres. Muchas cosas más llegaron, pero respecto del comer de los argentinos tampoco faltaron pautas revolucionarias. Ya a fines de la década del 30 habían surgido novedades: el Toddy y el Vascolet se pusieron de moda y reemplazaron al café con leche en las meriendas infantiles y adolescentes. Después del 50 aparecieron los primeros antecedentes vernáculos del fast-food, pues así deben considerarse los grills que invadieron las mejores esquinas de todas las ciudades del país, y los jóvenes de la nueva ola pudieron degustar aquellos antepasados de la hamburguesa que se servían en La Cabaña del Tío Tom y los hot dogs obtuvieron carta de ciudadanía con un nombre mucho más criollo: panchos. En 1954 se registró un hecho que modificó para siempre el gusto de los argentinos en materia de bebidas sin alcohol. La Coca-Cola comenzó a comercializarse en forma masiva

y

después

nada

fue

igual.

Ya en plena década del 60, y sin llegar a la universalización actual que significa la marca McDonald's, las hamburguesas con papas fritas fueron instalándose de a poco por medio de los legendarios locales The Embers, y las cocinas hogareñas se modificaron a la par de los hábitos y los sistemas de aprovisionamiento.

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Los mercados cerrados y ferias municipales, descendientes de los viejos mercados y barranconos de las ciudades del siglo pasado, comenzaron su declive definitivo. Los comercios de barrio (carnicerías, panaderías, almacenes y fruterías), nietos y bisnietos de las antiguas pulperías, donde además de beber y jugar a los naipes se podía comprar harina, yerba, galleta, aceite y tabaco, empezaron a darse cuenta del futuro que les aguardaba y cuya primera señal fue la instalación de los Minimax, la cadena pionera de supermercados que luego proliferarían en el país. Con los años 60 también llego lo que dejaría una profunda huella sobre la cultura Argentina, la Televisión.

La historia de la cocina en la televisión argentina 1.3. *La pionera de la cocina en la televisión fue Doña Petrona C. de Gandulfo, que debutó en 1951. Pero desde la época en la que ella lucía sus delantales de ama de casa frente a las cámaras, los programas sobre gastronomía crecieron y se transformaron casi tanto como una torta desde que entra hasta que sale del horno. *Hoy, el cocinero se llama “chef” y el delantal es un uniforme reglamentario. Y cuando el chef estrella sale en televisión, se puede rebobinar una sabrosa línea de tiempo para explicar cómo fue que llegó hasta allí. La impecable mesada de acero inoxidable, los muebles de vanguardia y los electrodomésticos de última generación forman parte del decorado estable de la cocina en la televisión argentina del siglo XXI. Pero esto no siempre fue así, porque cuando las recetas saltaron de las revistas a la pantalla chica, la cocina en la televisión era más un servicio para el ama de casa que un estilo casi de culto. En un lapso de poco más de cincuenta años,la estética y el estatus de los programas de cocina en la televisión cambiaron radicalmente : las ecónomas dieron paso a los chefs, al televidente que era sólo femenino se le sumaron hombres, el ama de casa que anotaba la receta cambió por un público más especializado y “gourmet” y el formato televisivo dejó de ser la cocina de una casa para transformarse en un escenario de lujo que incorporó viajes y cocinas exóticas. Durante ese proceso, fueron varios los “hitos” que marcaron cambios de paradigmas con respecto a cómo se cocina en la televisión: Doña Petrona y los comienzos de la cocina en la televisión Pocos saben que Petrona C. de Gandulfo fue promotora antes que cocinera y que de sus actividades como vendedora surgieron sus primeras recetas. Hábil y creativa, a Doña Petrona se le ocurrió promocionar las novedosas cocinas a gasque 70

comercializaba la Compañía General de Gas, la empresa donde trabajaba, con una serie de recetas que mostraran las bondades del nuevo sistema. Esas mismas recetas fueron las que se publicaron en la revista “El Hogar” y que, más tarde, aparecieron recopiladas en “El Libro de Doña Petrona/ 1000 Recetas Culinarias”. La obra, que se editó en 1932, fue uno de los más importantes best-sellers del siglo XX y durante muchos años fue el libro más robado de la Biblioteca Nacional. El salto a la televisión llevó a Doña Petrona a LR3 Canal 7 en 1951, donde estuvo a cargo de unos segmentos llamados “Variedades Hogareñas” y más tarde al programa “Jueves Hogareños”. Cuando en 1960 la reina de la cocina argentina llegó al programa “Buenas Tardes Mucho Gusto” , ya era toda una institución. Blanca Cotta, que era la productora del programa y la que estaba a cargo del guión, recuerda a Doña Petrona como una mujer muy amable y prolija: “De ella aprendí que todas las recetas deben ensayarse: Petrona estaba en su escritorio con su caniche toy y tenía a sus cocineras probando las recetas. Eso para mí fue un modelo a seguir porque una cosa es la receta, la teoría, y otra es el plato terminado”. Siempre preocupada porque sus platos salieran perfectos y se comprendiera su elaboración, Petrona hizo instalar un espejo en el techo que reflejaba el paso a paso para las cámaras . “Faltaba la tecnología actual, pero sobraban buenas ideas”, dice Blanca Cotta y recuerda los delantales siempre renovados de Doña Petrona, que ahora le dejaron paso al uniforme "cool". Buenas Tardes Mucho Gusto y las recetas paso a paso En 1960, la revista "Mucho Gusto" tuvo su programa de televisión: “Buenas Tardes Mucho Gusto”, conducido por Annamaría Muchnik y producido por Blanca Cotta: “Yo era secretaria de redacción de la revista –cuenta Cotta- y cuando surgió la idea de hacer un programa de televisión que la reflejara, me pidieron que hiciera el guión. En el programa había varias secciones: salud, jardinería, manualidades, etc., pero el eje era la cocina y para cocinar en cámara se tomó la misma idea que para la revista, donde las recetas se mostraban paso a paso. Cada colaborador tenía que venir a mi escritorio y explicarme punto por punto lo que iba a hacer, porque era en vivo y siempre había peligros. Una vez, Marta Baynes tenía que hacer un aspic y como tenía miedo de que con las luces la gelatina no solidificara, le puso mucha más de la que llevaba la receta y cuando lo quiso desmoldar fue imposible. Son las cosas que pasan en vivo y en esa época era un drama, hoy en los programas de cocina hay más humor y menos formalidad” , opina la famosa cocinera de Clarín. Según su productora, "Buenas Tardes Mucho Gusto" era un programa muy distinto a los actuales, porque estaba orientado al ama de casa y se usaban productos y electrodomésticos que las mujeres de esa época podían tener en sus hogares : 71

“Lo que hacen los canales de hoy, como elgourmet.com, no tiene nada que ver con la cocina familiar, los ingredientes no se consiguen en el almacén del barrio y los electrodomésticos que usan te cuestan un sueldo entero”, se asombra Cotta y señala que comparando al gourmet.com con “Buenas Tardes Mucho Gusto”,se ve que el primero está más orientado a la moda que a la cocina. El Gato Dumas y el nacimiento de la cocina de autor “Gato Dumas Cocinero”, que se emitió desde 1995 hasta el año 2000, fue el primer programa propio de un cocinero en la Argentina, y causó sensación. Caíto Lorenzo y Sebastián Meléndez fueron sus productores y, según ellos, el programa marcó un antes y un después en la televisión: “Se sumaron dos cosas –señala Lorenzo-, en primer lugar, el Gato era muy creativo en la cocina y muchas de

y que superaban con creces al orégano –que era casi lo único que se usaba hasta el momento-, el hecho de tomar champagne con hielo o vino con soda. El Gato aplicaba su creatividad en la presentación de los platos y fue el primer cocinero de autor que

Lorenzo plantea que el programa del Gato empezó a impactar mucho en la gente joven: “Los chicos descubrieron que podían ser músicos de rock, pero también podían ser cocineros y eso tenía onda. Creo que eso hizo que aparecieran más escuelas de cocina, que se popularizara la gastronomía de alto nivel, más de degustación, eso era la cocina de autor que empezó a ser descubierta por la gente joven. A partir del Gato, la gente empezó a abandonar el vino fino para degustar el malbec u otros vinos. , paradójicamente cocinaba sin recetas, improvisaba –claro que con el respaldo de todo el conocimiento de las bases de la gastronomía-. El programa era una gran enciclopedia, en la que mostrábamos la esencia de las cosas y culturas de otros países”, sintetiza Lorenzo y cuenta que el equipo de trabajo era casi “una familia en viaje, y esto ya no se hace más” . Según su productor, lo que hacía el Gato Dumas era un show, y tal vez en esa palabra se esconde el gen de la revolución que produjo en los programas de cocina. Arguiñano en tu cocina

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El desembarco del cocinero español Karlos Arguiñano a la televisión argentina fue otro hito en la pantalla chica porque por primera vez un chef extranjero tuvo éxito en el país. En 1996 Arguiñano pasó brevemente por ATC y en 1997 inició el programa “Arguiñano en tu Cocina”, en los mediodías de Canal 13. “Él ya tenía un montón de fans porque la gente veía por cable la televisión española, donde ya era un gran éxito –dice , ex productor general del gourmet.com-. Su estilo popular y el papel de galán con el que jugaba fueron dos puntos a su favor que permitieron que un vasco llegue a tener éxito en algo tan local como es la comida”. Utilísima El canal Utilísima Satelital es un canal multitemático y popular que se basa en la consigna “Usted puede hacerlo” y que incluye programas de cocina. Es muy exitoso, es uno de los canales que más se ve y que le dio popularidad a figuras como Maru Botana, -que empezó cocinando tortas y después pasó a ser conductora de la televisión abierta-, a Dolly Irigoyen –quien dio allí sus primeros pasos en la pantalla chica- y a Enio Carota –un chef italiano que cocina y hace críticas de restaurantes-, entre otros. Choly Berreteaga, una cocinera con 44 años de televisión y más de 50 libros publicados, colaboró en varios programas pero condujo por primera vez en Utilísima: “Tengo mucho que agradecerle a Ernesto Sandler, porque él me propuso conducir un programa y en Utilísima se trabaja muy bien”, afirma Berreteaga, quien explica que la televisión hizo que las escuelas de cocina proliferaran, lo cual, para ella, tiene dos caras. “Por un lado es bueno, porque se difunde el oficio,

Hay que pelar bolsas de cebolla, hay que transpirar la chaqueta mucho para poder decir que sos un chef”, advierte Berreteaga. Porque, según Teitelbaum, con la sofisticación de la cocina, se toman como sinónimos dos términos que no lo son: “Uno puede recibirse de cocinero en una escuela o puede ser un cocinero de televisión, pero sólo es Chef si es el jefe de una brigada de cocina en un restaurante. El nombre de Chef remite a un escalafón en el mundo de la cocina, que es absolutamente jerárquico”. elgourmet.com, la cocina aspiracional

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Elgourmet.com nació orientado hacia profesionales y, fundamentalmente, hacia un público masculino, haciendo referencia a la interactividad y a la globalidad. “Elgourmet.com es el y marcó un hito porque hasta ese momento la gastronomía tenía que ver con el bloque del cocinero o de la ecónoma –explica Teitelbaum, quien fue productor general del programa durante seis años-. Su éxito tuvo que ver con el crecimiento del status de la gastronomía a nivel mundial, y si bien nació como resultado del auge de lo culinario y lo vitivinícola, quedó como su gran impulsor ”, reconoce el actual director ejecutivo de La Pintada Producciones y conductor del programa “ , que se emite los domingos al mediodía por Según Teitelbaum, la gran diferencia que marca elgourmet.com es que nació no como un programa de cocina, sino de gastronomía, con la decisión de poner chefs al frente de sus hornallas, que es un producto de exportación –por lo que nunca tuvo productos con marcas en las mesadas de sus programas- y que es un canal cultural más que de cocina. Y el éxito de elgourmet.com fue tan grande que, de alguna manera, obligó a que se creara el rubro para la entrega de los premios Martín Fierro. En elgourmet.com se lucen y se lucieron especialistas de la talla de Martiniano Molina -quien fue discípulo del Gato Dumas-, Narda Lepes, Juliana López May, Osvaldo Gross y Fernando Trocca, entre muchos otros. El chef, que antes formaba parte del servicio doméstico de las casas importantes y era un trabajador ignoto de los restaurantes de lujo, hoy es una estrella de los medios. Y la cocina en la televisión argentina, que antes era un micro dentro de un programa, hoy tiene hasta un canal propio que transmite gastronomía las 24 horas. El lugar del chef, el concepto de cocina y el rol del espectador se modificaron y la moda, los viajes, lo exótico y lo esnob se sumaron como nuevos ingredientes a la receta de los programas de cocina que, hoy por hoy, son más una muestra de la cultura que una lista de alimentos a combinar.

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Unidad 8: ´70, ´80, ´90 y … En 1973 el peronismo fue nuevamente legalizado y triunfó en las elecciones presidenciales. Tras la renuncia de Héctor José Cámpora, Juan Domingo Perón asumió la presidencia por tercera vez, pero moriría menos de un año después. Lo sucedió su Vicepresidenta y tercera esposa, María Estela Martínez de Perón, cuyo gobierno se caracterizó por un acelerado deterioro de la situación interna, producto de la crisis del petróleo de 1973 y la generalizada violencia política. El 24 de marzo de 1976 se produjo un nuevo golpe militar autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, durante el cual se desarrolló un proceso sistemático de secuestro y tortura de personas —la llamada "guerra sucia"—, producto del cual hubo una gran cantidad de desaparecidos. La cifra exacta está sujeta a debate: la CONADEP registró 8.961 casos, mientras que otros organismos de derechos humanos elevan la cifra a 30.000. En 1978 se produjo una grave crisis con Chile por los límites en la zona del Canal Beagle (Conflicto del Beagle), que llevó a ambos países al borde de la guerra. Durante el Proceso hubo un importante aumento de la deuda externa nacional. En el año 1982 se desarrolló la Guerra de las Malvinas con el Reino Unido; la derrota argentina fue uno de los factores que llevó al colapso del régimen militar y el llamado a elecciones generales para el año siguiente. La democracia fue restablecida el 10 de diciembre de 1983. El nuevo presidente, Raúl Alfonsín de la Unión Cívica Radical. En 1984 cuando el gobierno argentino, tras una consulta popular, aceptó la propuesta de la Santa Sede que reconoce la frontera trazada por el Laudo Arbitral en el Canal Beagle, otorgó las islas en la mitad norte del canal a Argentina y las islas en la mitad sur y al sur del canal a Chile y otorga derechos de navegación a ambos países en casi toda la zona. Asimismo concedió a Argentina la mayor parte del territorio marino en disputa, lo que a pesar de todo significó la pérdida de las islas australes, lo que irritó a muchos argentinos y los puso en contra de Alfonsín. Tomó medidas para investigar los crímenes de lesa humanidad ocurridos durante la dictadura anterior, estableció el control civil de las Fuerzas Armadas y consolidó las instituciones democráticas. En el juicio a las Juntas los miembros de las tres primeras juntas militares fueron procesados y algunos fueron condenados. Después de las elecciones presidenciales de 1989 y afectada la gobernabilidad del país por un proceso hiperinflacionario, Alfonsín se vio obligado a renunciar para hacer la entrega anticipada del mando con seis meses de anticipación. Su sucesor, el presidente Carlos Menem del Partido Justicialista, sancionó la Ley de Convertibilidad del Austral en 1991 que detuvo la inflación estableciendo una Ley de convertibilidad y adoptó una política económica neoliberal, apoyada en una ola de privatizaciones, reducción de aranceles a los productos importados y desregulación de los mercados. Estas medidas contribuyeron a aumentar significativamente la inversión, las exportaciones y el crecimiento con precios estables. Pero, por otra parte, también abrieron un proceso de desindustrialización ante la imposibilidad de competencia de la debilitada industria argentina, hicieron a la economía más vulnerable a las crisis internacionales, y aumentaron el desempleo, la pobreza y la precariedad laboral.

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La disputa limítrofe entre Chile y la Argentina por la zona del Lago del Desierto en Santa Cruz, fue resuelta el 21 de octubre de 1994 por el fallo de un tribunal arbitral que sentenció en favor de la argumentación argentina en una zona de 481 kilómetros cuadrados que se hallaba en disputa. Este arbitraje que recompuso los derechos de soberanía de Argentina le dio apoyo al gobierno de Menem que se vio alagado por el pueblo tras conocerse el resultado favorable al país, que pocos años antes había sido perjudicado en el canal de Beagle. La crisis financiera asiática de 1997 y la brasileña de 1998 precipitaron la salida de capitales, abriendo camino a la mayor recesión de la historia argentina que duraría cuatro años. En esas circunstancias, en diciembre de 1999 asumió la presidencia Fernando de la Rúa de la Unión Cívica Radical, que por entonces formaba parte de La Alianza. En 2001, ante la fuga masiva de capitales, el gobierno dispuso la congelación de los depósitos bancarios (medida popularmente conocida como el corralito), que culminó en una crisis social generalizada que llevó a la renuncia del presidente el 20 de diciembre de 2001. Tras dos semanas en que se sucedieron varios presidentes, la crisis culminó el 2 de enero de 2002 con la elección por parte de la Asamblea Legislativa de Eduardo Duhalde, del Partido Justicialista, como presidente provisional.49 En 2003 fue elegido presidente Néstor Kirchner por el Frente para la Victoria (un partido escindido del Partido Justicialista). Durante su presidencia se nacionalizaron algunas empresas privatizadas y se registró un aumento considerable del PBI, además de una disminución del desempleo, basada en parte en la creación de puestos de trabajo genuinos arrastrados por la reactivación del sector agropecuario, el complejo agroindustrial y los sectores industrial y de la construcción, y reduciendo progresivamente los subsidios y planes sociales creados en 2002; al tiempo, regresaba la inflación. El 28 de octubre de 2007 ganó las elecciones presidenciales Cristina Fernández del Frente para la Victoria, primera mujer elegida por el voto popular en la historia del país y esposa de Néstor Kirchner, a quien sucedió en el cargo el 10 de diciembre de 2007. Durante su gobierno tuvo lugar un extenso paro agropecuario como protesta de los productores rurales por las retenciones aplicadas a la exportación de soja y girasol. Dicho paro llevó a cortes de ruta y situaciones de desabastecimiento, cacerolazos en todo el país y enfrentó al gobierno con los productores rurales. Su gobiernoes discutido por sus medidas de tinte autoritario

De gastronomía nada en los ´70, un poco en los ´80 y mucho en los ´90.

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Sin temor a grandes omisiones, podría decirse que durante la década del 70 no sucedió nada nuevo en la cultura del comer de los argentinos. Lo nuevo apenas si fueron las apariciones de cocineras y cocineros profesionalizados a la Europa, pero todos ellos tendrían que esperar hasta la década del 80, y muy especialmente a la Argentina globalizada de los 90, para instalarse con vida propia y reconocimiento. Claro, y como muchas cosas en este país, ese reconocimiento fue clasista y más al servicio de la cultura de “nuevos ricos” que a la del bien comer en serio. Pero no nos adelantemos y veamos que sucedió a lo largo de los años ´70. Fue la época en que los “snacks” sepultaron a los viejos “copetines al paso”, las hamburguesas aseguraron su presencia y los heladeros ambulantes –de Noel y Laponia entre los más populares-comenzaron su transito hacia el baúl de los recuerdos. El panorama de restaurantes, fondas y bares no tuvo modificaciones sustanciales, sino que por el contrario los viajeros que volvían al país comenzaban a tener la sensación de que en los establecimientos gastronómicos de Argentina siempre se comía lo mismo. El orgullo local quedo reducido a los “mejores bifes de chorizo del mundo”, y todo ese sentimiento de abulia para el paladar empezó a ganar fuerza justamente porque en Europa y Estados Unidos se estaban dando los primeros pasos hacia la internacionalización y la globalización gastronómica. En Europa surgía la “ nueva cocina Francesa”, menos barroca que aquella fundada en el siglo XVI por los cocineros italianos que llegaron al ducado de Dijon gracias a Catalina de Médicis, y más sutil que la burguesa y napoleónica de Antonio Cárem y de Brillat Savarin; la italiana clásica y sus adecuaciones internacionales comenzaba a ganar las voluntades con los mejores “chef” del mundo y las llamadas exóticas –china, japonesa y otras de Asia, África

y América Latina- dejaban los

ghettos de Londres, Paris, San Francisco y Nueva York, para extenderse y desarrollarse en un intercambio de influencias reciprocas. En Argentina, en cambio, el mundo parecía estático y se sentía que aquí siempre se comía bife con ensalada o papa fritas, asado, algunas pastas, unos pocos pescados,

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Al tomar contacto con estas anécdotas sobre la década del 70, surgió la siguiente idea: comprobar si las mismas reflejan o no una conducta social, o si simplemente pertenecen al universo domestico de dos familias porteñas de clase media. En una especie de encuesta improvisada, o mejor dicho, al formular más o menos la misma pregunta en distintas situaciones y a personas de distintas edades, profesiones y niveles culturales y sociales –el interrogante fue qué es lo que más le preocuparía o en lo primero que repararía en caso de conmoción o inestabilidad política del país-, las respuestas, con ciertas diferencias de matices, fueron coincidentes: primero me interesaría saber que va a pasar con la economía y el valor del dinero, y en segundo que en casa la cocina este bien provista; casi ninguno de los interrogados manifestó miedo a perder la libertad o la propia vida. Esto podría significar-¿por qué no?- que la posibilidad de un golpe de Estado como el vivido a mediados de la década del ´70 ni se cruza por la cabeza de la mayoría de los argentinos, que el miedo a la inestabilidad económica, fenómeno no tan lejano y presente en la memoria colectiva, supera ala que se podría sentir ante la posibilidad de que nuestras vidas se interrumpan por efectos de la violencia política o de Estado. Otras preguntas en busca de respuestas fueron: ¿Que le llevaría usted a un amigo o a un familiar preso o detenido?, y ¿qué se le presenta en su imaginación si oye hablar sobre comidas de emergencia? Las respuestas fueron unánimes: algo para comer y cigarrillos, y sándwiches de milanesa respectivamente. Parecía quedar claro entonces que, para el argentino medio, no hay urgencias ni crisis en las cuales este ausente la preocupación por comer. En eso no nos distinguimos del resto de la humanidad, que para alimentarse se vio obligada a trabajar (urgencias) cuando Adán y Eva fueron expulsados del paraíso (crisis) o, dicho de una forma más científica, cuando la economía de recolección no fue suficiente para satisfacer los apetitos del Homo erectus. Sin embargo, y dicho sin pedanterías, nosotros somos un caso especial. En este país los buenos negocios se hacen comiendo y las conspiraciones políticas también; salvo entre adolescentes-y eso hasta por ahí nomás- no hay seducción que antes o después no pase por la mesa y toda buena excusa es buena para el sagrado rito del “morfi” desprejuiciado y tupido, aun hoy en tiempos del diet, las bajas calorías y el 78

light. Es más se podría afirmar que a los argentinos les excita más transgredir una dieta que desear la mujer o el hombre del prójimo. Estamos signados por la abundancia que reinaba en estas tierras antes de la llegada de los españoles- tema ese que tratamos en los primeros capítulos de este libro-, y por el miedo al hambre que heredamos como descendientes de inmigrantes europeos; por que esta claro que muchos de los padres y abuelos de esta generación adulta de este fin de siglo llegaron a América cansados de correr conejas en sus países. Antes de pasar a los años de la guerra de Malvinas y de la restauración democrática en el país, la justicia obliga a dedicar algunos párrafos especiales al sánguche de milanesa .No estamos diciendo que ese haya sido un invento de los ´70; de ninguna manera, pues sánguches de milanesa comieron los obreros que se rebelaron durante la Semana Trágica. Lo ubicamos en este capitulo porque se trata de un comer que mucho tuvo que ver con alguna de las emociones más marcadas de los argentinos que protagonizaron la llamada década de plomo. En la década del ´70 conocimos el exilio masivo. Nunca antes lo habíamos vivido, y esa fue una experiencia que dejo huellas de dolor, de resentimiento y de nostalgia. Si de historia del comer se tratan estas paginas, digamos entonces que uno de los extrañamientos más poderosos a las que nos someten las lejanías, ése es el de la mesa, el de los sabores y el de los perfumes conocidos. En épocas de argentinos en exilio, cualquiera era capaz de dar la vida por una experiencia parrillera o por unos “sánguches” de milanesa. Es cierto que esos benditos “sánguches” se pueden hacer en Madrid, en París o en cualquier parte del mundo- y de hecho resultaban convocantes y excusas para celebrar reuniones entre amigos y compatriotas-, pero no es menos cierto que para nosotros se trata de un emblema casero, de bar de la esquina y de comida rápida, accesible y contundente sobre todo en tiempos de bolsillos escasos. La ausencia de un “sánguche” de milanesa nativo provoca la misma sensación de desasosiego entre los argentinos de desparramo voluntario por el mundo, porque de esos los hubo, los hay y los habrá siempre, por distintos motivos y en busca de variadas fortunas que nada tienen que ver con los avatares políticas del país, sino más bien con ese espíritu errante que tienen los que quieren saber sobre su origen y sobre su futuro. 79

Dos ejemplos y una receta, más fieles al “sánguche” de milanesa que al orden cronológico de este capitulo. El primer ejemplo se remite a la rica pero discreta ciudad de Ginebra: Archibaldo Lanús, embajador argentino ante Naciones Unidas a principio de la década del ´90, tenia la sabia costumbre de organizar almuerzos y cenas en las que residentes, diplomáticos, funcionarios internacionales y periodistas “intercambiaban figuritas” o conversaban de bueyes perdidos. Contaba con los servicios de una cocinera portuguesa que de su oficio sabía mucho y que se esforzaba en proponer menús elaborados o ambiciosos; sin embargo, los mejores éxitos sociales y gastronómicos del embajador Lanús se producían cuando invitaba a comer “sánguches de milanesa”. Los argentinos que por allí andaban daban rienda suelta a la nostalgia y los extranjeros caían seducidos un poco por el sabor de las piezas manducables y otro poco por lo que estas hablaban en nombre de la informalidad y del comer distendidos sin protocolos. El segundo ejemplo tuvo lugar muchos años antes de los encuentros “milaneseros” de Ginebra, en un país africano de bosques sagrados, sociedades secretas y playas extensas. El francés Ives Candau fue el ultimo marino mercante de la vela del Mediterráneo, contrabandista de cigarrillos “americanos” en las costas de España e Italia; un hombre culto y políglota que dejo aquellas actividades ilegales para establecerse en su Francia natal, pero un día sus genes de navegantes hicieron que armase velero y vituallas y se largase a la mar, con destino a una región del mundo que no conocía pero de la cual le apasionaban dos cosas, el tango y la vida de Eva Perón. Nunca llego a la Argentina, pues cuando en medio de su ruta se vio obligado a tocar puerto en Sierra Leona, allí decidió quedarse y al cabo de algún tiempo abrió un hotel sobre la playa. Guerras y miserias varias hicieron que su negocio se convirtiera en un dolor de cabeza y perdió todo, o casi todo. Como se dijo, Ives Candau nunca toco tierra argentina pero se hizo fanático de los “sánguches” de milanesa, y todo gracias a un argentino expatriado por voluntad propia. Durante su larga estancia en África, el marino errante trabó amistad con un cura joven criado en el porteño barrio de La Paternal, hincha de “Argentinos Júnior” y sacerdote misionero en la región del mundo más castigada por las miserias del subdesarrollo. Ese buen cura a quien todos llamaban “padre Manuel” era u experto cocinero, pero cuando

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quería recordar los sabores y perfumes de su hogar, simplemente hacia “sánguches” de milanesa. Esta era su receta. Conseguía el mejor trozo de carne vacuna que tenia a su alcance y el mismo lo cortaba conforme a las necesidades del tema. En su casa de un solo cuarto y un baño precario siempre atesoraba un frasco plástico lleno de pan rallado, y como huevos de gallina, sal y aceite nunca le faltaban, casi todo estaba listo para proceder al rito sagrado de las milanesas. Ahora bien, como desde un principio se encontró con tres problemas- la falta de pan apropiado, de ajo y perejil- entonces recurrió a la siguiente formula: el ajo y el perejil los cultivo el mismo en una pequeña huerta de cuidado personal y puntilloso, y el pan comenzó a hacerlo en el horno de su amigo francés y con la levadura que el propio Ives le proveía. El hacer milanesas propiamente dichas no tenia nada de especial: pasaba la carne por huevo batido con sal, ajó y perejil picado, luego lo empanizaba y de allí directo a la sartén negra con aceite de girasol bien calienta; envolvía cada milanesa en el mejor papel que encontraba, para que se escurriesen bien, mientras costaba los panes redondos y tibios hechos en los hornos del viejo marinero del mediterráneo. Ives siempre se las ingeniaba para aportar un frasco de mostaza de Dijon y una botella de vino tinto de Bordeaux. Debieron llegar las décadas del ´80 y del ´90 para que algunos cocineros se animasen a ciertas innovaciones. Se abrieron los “restaurantes de catálogos”, demasiado pretenciosos todavía y aparecieron algunas publicaciones “gourmands”. Este fenómeno gano espacio en los umbrales de la década del ´90 y hay quienes dicen que en Argentina ya existen unos 500 restaurantes “de categoría”. En la mayoría de ellos lo que se percibe es un manejo más o menos eficiente en las técnicas profesionales empleadas en la cocina en serie de grandes cadenas de hoteles y establecimientos gastronómicos internacionales, y una especie de pasión mediocre por considerar que la buena mesa es sinónimo obligado de precios caros, y el resultado provisorio de este proceso en marcha parece ser la no superación del esnobismo. Sin embargo, se instalo una tendencia positiva porque en las mesas de buenos Aires puede verse actualmente una oferta de platos casi tan variada como en la de los países mas avanzados, e incluso desembarcó lo que los europeos bautizaron con el 81

nombre de “cocina étnica”: la japonesa, la china en sus versiones legitimas, la india y la iraní; la gastronomía árabe se extendió a través de un numero importante de restaurantes especializados – el shawarma, que los turcos llaman “doner kebab” ya se come de parado en algunos lugares del centro de Buenos Aires-, los sabores mexicanos ganaron miles de adeptos, los “ristorantes” impusieron la “ vera cuccina italiana” en desmedro de la clásica italo-porteña y en tiendas y supermercados se pueden conseguir ingredientes de distintas procedencias. Dos ejemplos de ese triunfo de la diversidad cultural son el pequeño “China Town” que se creo en el barrio de Belgrano, con negocios gastronómicos más que completos, y la aparición de la sabrosa comida peruana, sobre todo en la popular zona del Abasto, ahora en vías de reciclaje modernista. Claro que este fenómeno, como sucedió casi siempre a lo largo de la historia argentina, se concentra en la ciudad de Buenos Aires. En el interior del país los cambios son más lentos y el comer aún es más conservador. Eso si, en el campo y en las provincias aparecieron explotaciones agropecuarias dedicadas a la producción de alta calidad, a veces artesanal y en algunos casos con métodos orgánicos: la actividad vitivinícola ganó en calidad, se elaboraron mejores quesos y las huertas son más variadas; el cordero patagónico y la merluza negra, de las grandes profundidades del Atlántico, son codiciadas por todos los que saben de comidas y de buenas mesas, aquí y en otros puntos del planeta. Esta tendencia positiva de la cultura del comer de los argentinos obedece, en buena medida, al proceso de liberalización y desregulación económica que se instalo en el país a principios de los ´90. El mundo llego a la Argentina y todo ello se traduce en aumento del comercio internacional, en que cada día más viajeros llegan y parten del país y, muy especialmente, en un mayor acceso e intercambio informativo. Esta “globalización” de Argentina, que implica también un lugar en la revolución en los medios de comunicación electrónicos e informáticos- TV por cable e Internet, por ejemplo- se dejo sentir la gastronomía que practican sus habitantes: el vinagre balsámico, una delicadeza de la artesanía medieval de Parma y Modena, en Italia, llego por fin a estas costas, casi en las postrimerías del siglo XX. En materia de cocinar o de comer en casa, la mayor innovación de los últimos años pasa, por supuesto, por los efectos de la liberación de los mercados, pero en

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especial de las innovaciones tecnológicas en la producción de electrodomésticos y en la elaboración y comercialización de alimentos. En este sentido podría detallarse un largo catalogo de hechos “revolucionarios”, pero basta con mencionar solo alguno de ellos: el horno microondas, la consagración definitiva del supermercado como boca de provisión predominante, los alimentos congelados, la oferta de vegetales durante todo el año, se este o no en la estación correspondiente, las entregas a domicilio y la venta de comidas listas para servir. Ahora tenemos nuevas modas y mas información sobre lo que sucede en el mundo; cocineros que cocinan por televisión y usan productos inalcanzables para el bolsillo de la mayoría de los argentinos; restaurantes a la francesa, a la romana o la cantonesa; mostazas de Dijon y vinagres de Modena; quizás casi todo lo que a uno se le pueda ocurrir. Si, todo eso es cierto y positivo. Sin embargo, a la hora de comer, los argentinos de fines de la década del ´90 son más conservadores de lo que cualquiera podría creer. Siguen comiendo casi siempre lo mismo; carne de vaca, de cerdo y pollo un poco de cordero y algo de pescado, milanesas, pastas, pizzas, empanadas, asado, ensaladas- más variadas que antaño, es cierto-, puré, dulce de leche, facturas, galletitas, queso y dulce, flanes, helados, vinos, cerveza y gaseosas. El que crea que esto no es cierto, que interrogue entonces sobre el tema al gerente de cualquier supermercado. A veces con orgullo, muchas con malicia pero siempre con el brillo en los ojos que da el saberse el depositario de un conocimiento oculto, en cuantas oportunidades cualquiera ha dicho entre amigos, vecinos o invitados que para saber prepara tal o cual plato” yo tengo una receta así o asa”. Con la literatura en sus orígenes, la difusión culinaria de platos recetarios y secretos del hacer se basa en un intenso trasiego de tradiciones orales. Eso no quiere decir que desde tiempos antiguos empedernidos amantes del buen comer, cocineros y amas de casa no hayan recurrido al lápiz y al papel para dejar testimonio de sus saberes y experiencias, y ello vale también para la historia argentina. Después aparecieron cientos de publicaciones y decenas de programas de televisión.

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Otra moda actual es de las publicaciones especializadas en tal o cual tipo de preparación culinaria: bajas calorías, para hornos microondas, contra el colesterol, entre otras. Además y si de modas se trata: la cocina por Internet. En Argentina ya son miles los que están conectados e esa especie de bazar persa de la información electrónica, en el que se puede navegar entre paginas Web dedicadas gastronomías,

“Chatear”

sobre

comeres

afines

entre

a las más variadas comensales

virtuales

desparramados por todo el planeta y participar en foros cibernéticos a los que solo les falta el sabor y el perfume de las cocinas. Las décadas del ´80 y del ´90 obligan al supermercado y sepultan todo rito anterior. Cuando nace el siglo XX el aprovisionamiento de las cocinas familiares se llevaba a cabo en el mercado abierto. En los años ´60 irrumpieron los supermercados y todo cambio. Pese a que subsisten los comercios minorista, la mayor parte de los comestibles que consumen los argentinos son adquiridos en los supermercados y los viejos locales de barrio que subsisten lo hacen debatiéndose contra el achicamiento constante, donde hoy en día se da la posibilidad

“de hacer las compras”

telefónicamente. No solo cambiaron las formas de “hacer las compras”, sino que también a las costumbres del comer: hasta la década del ´70 la merienda entre adultos, sobre todo entre mujeres casadas y amas de casa, encerraba una verdadera tradición y se manifiesta en dos planos de realidad social y geográfica. En los barrios la cita era “el mate con bizcochitos”, mientras que en el centro de las ciudades se imponía “el te con masas”. Poco de eso queda, pero si sobrevivió el carácter popular del desayuno a base de café con leche y medialunas o tostadas con manteca y mermelada, todavía no pudieron con ello ni los cereales, ni los yogures, ni otras alternativas contemporáneas. Otros ritos como el “copetín al paso” para servirse algún vermouth o degustar un café. Esta costumbre fue cambiando de escenario cuando aparecieron los “snack bar”. Los cafés sobrevivieron con gran auge hasta fines de la década del ´80, tiempo en que les llego la moda del reciclaje, y ya son pocos los auténticos que quedan en el país; pero la vuelta de tuerca tuvo lugar en la década del ´90 cuando las estaciones de servicio se modernizaron e incluyeron

mini centros de compras

y cafeterías

rápidas. 84

En la historia de la vida cotidiana de los pueblos siempre hay paralelismos de hierro. En el caso argentino alguno de esos paralelismos fueron la pizza y el fútbol, la pizza y el boxeo, el asado y el automovilismo por solo citar algunos. Efectivamente, como hubo un comer de los viejos carnavales- el sánguche de chorizo (choripan)- también hubo y hay un comer de fútbol: durante sábados y domingos millones de argentinos fueron y van a la cancha donde ingieren Coca-cola, panchos, choripanes, golosinas, entre otras; a lo que se le suele agregar el paso por la pizzería acompañada de cerveza. Algo similar sucedía en Buenos aires cuando en el Luna Park con las veladas boxísticas. Cuando el automovilismo “turismo de carretera” era una pasión que movilizaba a miles de simpatizantes, el paseo deportivo obligado- ver la carrera a la vera del camino- incluía un rito impostergable, el asado. Las décadas del ´80 y del ´90 fueron los tiempos de un país nuevo y de todos los manduques anecdóticos el único que sobrevivió fue el del fútbol. No podemos terminar esta historia del comer de los argentinos sin hacer algunos últimos subrayados. Indudablemente las opciones gastronómicas se multiplicaron a partir de los cambios económicos que el país vivió desde el principio de la década del ´90. En la actualidad se puede decir que producto de este proceso nuestras mesas fueron ganando multiplicidad y diversidad cultural.

La cocina argentina es el resultado de una sabrosa síntesis, producto del aporte de los platos europeos pertenecientes a las distintas corrientes migratorias, sazonados y combinados con alimentos propios del suelo nativo. Forman parte de la gastronomía criolla el asado con cuero, el locro, la carbonada, la humita, el mote, el tamal, la chanfaina, las empanadas, el chipá, la mazamorra, el dulce de leche, el arrope, la yema quemada, el quesillo de cabra con miel de caña y una deliciosa variedad de dulces regionales. La infusión característica es el mate – compartido con sus vecinos latinoamericanos del Sur– preferentemente “verde” o “cimarrón” (amargo), con sus variantes: dulce, cocido, de leche y “tereré”. Las bebidas tradicionales, en tanto, son el vino patero, la aloja y la chicha (estas últimas en las provincias del Noroeste).

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Casi todos los platos clásicos e identificatorios del comer de los argentinos durante el siglo XX pertenecientes a la cultura porteña o a las gastronomías regionales y provinciales, tuvieron su origen en tiempos de la Colonia, con influencia española y morisca; llegaron con las distintas corrientes inmigratorias o fueron adecuaciones de platillos europeos y árabes con productos nativos. Entre los provenientes de tiempos hispánicos muy pocos son autóctonos, apenas si los derivados de la cultura del maíz; típicamente americana, la cual entre nosotros tiene al locro y a la mazamorra como mejores exponentes. El asado, plato argentino por excelencia, nace en los hábitos de la población nómada y seminómada ( gauchos e indigentes ) de las grandes extensiones desiertas y sin alambrados, pero también fue un rasgo distintivo en las mesas de los pueblos mongoles, de las tropas del temible Atila y de otras culturas para nada sedentarias. Las empanadas y los tamales llegaron de los árabes.

La chanfaina, un salteado de entrañas de cordero que aún hoy es plato obligatorio en la provincia de San Luis, tiene antecedentes en cocinas tan alejadas de la nuestras, como la de los países bálticos, y el dulce de leche, orgullo de los argentinos, tampoco nació entre nuestras actuales fronteras, sino en Chile, donde se lo conocía con el nombre de manjar blanco. Incluso este fiel acompañante de los flanes ( de origen español), los panqueques ( oriundos de los Países Bajos) y los alfajores (tan árabes como la Alfombra ) tuvo hermanos gemelos en la repostería cubana del siglo XVII denominado fanguito y en la vieja dulcería mexicana, que se lo llamó dulce de cajeta.

El puchero desciende del cocido español. La pasta, la poza, de los turcos y buena parte de las salsas que hoy comen los argentinos, los helados el pan dulce navideño, la cocina local del arroz, queda fuera de esta clasificación - la paella y un número incondicional de platos salados y dulces que presenta la vida cotidiana de los argentinos- son de origen italiano. Las papas fritas llegaron a nuestras costas procedentes de Francia, porque nadie sabe por qué motivo españoles y nativos nunca frieron el tubérculo incaico.

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El gusto por el vino llegó de España, se perfeccionó con italianos y franceses y solo después obtuvo nacionalidad argentino. La cerveza fue un aporte alemán, y las hamburguesas y otros fast foods con que se alimentan millones de adolescentes a partir de la década del ochenta proviene de Estados Unidos.

Sin embargo, el siglo XX dio a los argentinos inventos propios e indiscutibles, como el puré de papa y zapallo, la milanesa a la napolitana, el revuelto Gramajo, los sorrentinos, los tallarines a la parisien, la salsa Golf, las papas fritas a caballo y el queso y dulce.

Actualmente, en la Argentina se comen papas a diestra y siniestra, y en diversas formas de ensaladas, fritas, al horno, hervidas, en tortillas y en puré, sólo por nombrar algunas posibilidades, pero son pocos los que conocen que una de esas modalidades es un invento nacional: el puré de papa y zapallo. El puré al igual que, la polenta, que en sus orígenes se hacia con harina de trigo y no de maíz, es un invento de los cocineros romanos de Julio César, ideado para alimentar a miles de legionarios, y centuriones. Los franceses y otros europeos, los norteamericanos, los africanos, y los asiáticos comen puré de papa y otras variedades, pero no de papa y zapallo. Los memoriosos dicen que esta especialidad vernácula surgió de las cocinas hospitalarias, a principios de este siglo.

Pocas confusiones por yuxtaposiciones geográficas conoció la humanidad, como la creada por un cocinero argentino, que a la las milanesas las llamó napolitana, con el agravante de haber tocado quizás una de las cuerdas más sensible de los antagonismos regionales (Norte y Sur) de la península itálica. Las milanesas napolitanas se llaman así porque aparecieron por primera vez a principios de la década del 40, en el restaurante Napoli, de Buenos Aires, que funcionaba frente al Luna Park. Podría decirse que así como según viejos murgueros de los funebreros de San Martín y Los mocosos de Almagro, caracterizaban la sánguche de chorizo; aun no se llamaba choripán; como el comer esencial de los idos carnavales de Buenos Aires desde principios de siglo hasta la década del 70, la milanesa a la napolitana era, como la pizza el plato obligatorio de las veladas boxísticas durante los años 40 y 50.

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A partir de entonces y en la actualidad se trata de un clásico en la mayoría de los restaurantes tradicionales argentinos. Pese a la confusión geográfica que implica, este plato argentino encierra una lógica gastronómica de hierro. Consiste en un bife finito, empanizado y horneado con una cobertura de salsa de tomate, queso y jamón. Lo cierto es que el pasar de las piezas de carne por pan rallado es una metodología básica de la cocina popular del norte de Italia, y el agregado de salsa de tomate y un típico queso, mozzarella, es la cobertura elemental que requiere el que quizás sea el invento napolitano de mayor difusión a nivel planetario: la pizza.

Julio Argentino Roca fue uno de los personajes más apasionantes de la historia Argentina. Generador de múltiples polémicas, en las que se cruzan sus condición de visionario modernizador del país y la de máximo responsable de la extinción de los pueblos indígenas del sur argentino, casi todo se ha escrito sobre él, pero pocos podrían imaginar que en forma indirecta, su nombre también quedo vinculado con los anales de la gastronomía vernácula del siglo XX.

Así como las milanesas napolitanas nacieron en el viejo restaurante Napoli, los tallarines al parisien llevan ese nombre porque se trata de una variante porteña de pasta italiana inventada en la cocina del restaurante Paris del Hipódromo de Palermo; y los sorrentinos, desconocidos en toda Italia, son otro ejemplo de adopción local de los tradicionales ravioles que llevan el nombre de otro famoso restaurante porteño, El Sorrentino.

Si bien las papas fritas tiene un claro origen francés, mientras que más incierto es el de los huevos en un mismo sentido, muy argentina y del actual centuria, es la modalidad de las papas a caballo surgidas en un ignoto bodegón de la Chacarita al que iban a almorzar los operarios de la fábrica donde se hicieron las primeras heladeras de gas del país. Dice un testigo de ese acto fundacional -un polaco inmigrante que comía allí de lunes a viernes por un puñado de centavos- que el plato apareció un día que la cocinera sólo disponía de huevos, papas, y aceite. ¿Y por qué a caballo? Muy simple, porque esos ingredientes los tenía un proveedor que ni con carro contaba; sólo le quedaba el caballo y montado en él visitaba a sus clientes.

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El gusto por el queso es otro hábito argentino desarrollado a partir de principios del siglo XX y se debe, sobre todo, a la influencia de la inmigración italiana y el queso se puede llamar unos del inventos gastronómicos vernáculos más originales: el postre de vigilante. Ni franceses ni italianos ni suizos -los grandes degustadores de queso del Viejo Mundo- ese noble producto en combinación con dulces y jaleas, salvo en casos muy excepcionales. Uno de esos casos es el postre Tiramisu, de procedencia italiana, que en su composición incluye queso Mascarpone, pero nuestro postre de vigilante; queso Mar del Plata o fresco con dulce de batata o membrillo.

Dicen que nació allá por 1920 en una cantina de Palermo Viejo muy frecuentada por los argentinos de una comisaría cercana. El queso y dulce ganó rápidamente millones de adeptos y los mozos de oficio aseguran que, cada vez que un cliente se sienta a la mesa de un restaurante con aires valientes sobre qué pedir, ellos saben que terminará ordenado una milanesa con papas fritas, y queso y dulce, ó quizás flan.

Pero el postre de vigilante tuvo aficionados ilustres. La fallecida escritora Estela Canto, cuenta en su libro Borges a contra luz, que el creador del Aleph; -relato que aquel le dedicó- era muy simple en sus gustos gastronómicos. Cada vez que salían a comer juntos, Jorge Luis Borges optaba por un bife con ensalada y agua, y su postre de siempre era queso y dulce.

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Unidad 9: Cambios y continuidades

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Entrevista a la reconocida chef Ada Cóncaro: Historia y evolución de los sabores porteños

A los católicos que comulgan no se les escapa el carácter sagrado de la comida y algo semejante ocurre con los feligreses de otras religiones. Hasta para los ateos el pan que comemos tiene una poderosa carga simbólica: es expresión de la tierra donde nacimos y también de las costumbres de la sociedad en la que hemos crecido y desarrollado nuestras vidas. La alimentación está estrechamente enlazada con la identidad cultural de un pueblo. La carta de un restaurante y los recuerdos de los almuerzos familiares resumen nuestras experiencias personales y las históricas, a la manera de un libro escrito con sabores. Por eso, el hecho de que Ada Concaro, chef de primer nivel, cumpla cuarenta años con la cocina y lo celebre con un festival de degustación en Tomo I, su célebre restaurante de la avenida Carlos Pellegrini, tiene una particular trascendencia. Ella es protagonista y testigo de los cambios que sucedieron en el paladar de los porteños durante cuatro décadas y de las relaciones de la gastronomía con la economía, la política, la tolerancia social, la aceptación de lo diferente y las protestas ecológicas. Cuando se escucha hablar a Ada Concaro de todo lo que ocurrió en esos cuarenta años de actividad profesional, se advierte que desde la cocina, sin apartarse de los intereses de ese laboratorio de gustos, aromas, cacerolas y marmitas, se puede contar la historia no sólo de Buenos Aires, sino también del país, porque las vicisitudes políticas y culturales de la comunidad se han visto perfectamente reflejadas en las ollas límpidas y brillantes como espejos de Tomo I. -¿Qué influencias marcaron la cocina porteña, sobre todo la doméstica, en el siglo XX? -No conozco ninguna cocina que no sea la suma de sus influencias, es decir, ninguna cocina que surja de la nada. La de Buenos Aires está particularmente influida por la española, la italiana y la francesa. Pero cuando se habla de la cocina española, no hay que soslayar el sello que dejó en la gastronomía hispana la de los árabes. Los pucheros, los guisos, los dulces, las empanadas, el uso de la canela vienen de la influencia árabe que se filtró también en la cocina italiana del sur, por la invasión y la ocupación musulmana de Sicilia, que duró desde el siglo VII hasta el XI. A su vez, el norte de Italia sufrió la influencia de la dominación austríaca. Por eso retomo la idea de base: ninguna cocina se autogenera. La herencia española se hizo sentir en todo el país y, en parte, es lo que constituyó la comida criolla. La inmigración de distintos orígenes aportó otras preparaciones que se adaptaron y se modificaron en las distintas partes de la Argentina. La cocina porteña no puede considerarse nacional porque en el país no se practica una sola cocina. Por ejemplo, la del Noroeste difiere bastante de la de esta ciudad. -¿Qué se comía en las casas de Buenos Aires en los años 50 y 60?

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-La inmigración masiva de los italianos a fines del siglo XIX y principios del XX hizo que los gustos peninsulares sumaran nuevos platos a la comida casera. Por supuesto, la carne era la base de la alimentación. En las casas de clase media, cocinaban las mujeres. En mi hogar, mi madre y mis tías, de origen italiano, se ocupaban de todo lo relacionado con la comida. Había personal de servicio, pero no se les confiaba la cocina. Tenía abuelos y abuelas que procedían de distintas regiones: la Toscana, el Veneto, la Liguria. Por otro lado, muchos inmigrantes de Italia, si no la mayoría, procedían de Nápoles, Calabria, Puglia, Sicilia y los sabores de lo que se comía eran más bien intensos, picantes. Las salsas de tomate, por ejemplo, eran muy condimentadas, se les agregaban salchichas, tocino. Piense que hay platos que se llaman a la "arrabiata", en los que el uso de las especias muy fuertes es el sello principal. Y la palabra "arrabiata", ya de por sí, indica violencia. El hecho de que ese tipo de platos muy sabrosos se sirviera con frecuencia en los hogares de inmigrantes hacía que muchos identificaran la comida italiana con lo picante, cierta rusticidad, lo fuerte y agreste, y que se desconociera el refinamiento de matices y la delicadeza del resto de la cocina regional italiana, tal vez menos popular. Que no se malinterprete: no quiero decir que en el sur de Italia no haya una comida muy sutil, porque el Meridione ofrece platos muy sofisticados y ha heredado el legado de varias civilizaciones culinarias como la normanda, la árabe y la judía. Mi abuelo, que venía del Norte pero era un enamorado de Nápoles, hacía comidas del Sur con un equilibrio de sabores admirable. Una parte de mi familia llegó a la Argentina a fines del siglo XIX; otra, a principios del XX. Mientras un abuelo fundaba una fábrica de pintura, otro abría una librería; por lo tanto, yo me crié en un ambiente de la pequeña burguesía, con deseos de progreso, como era lo común en aquellos años, y no se pensaba que mi destino iba a ser la cocina. Piense que yo me recibí de profesora de matemática. La base de lo que se preparaba en mi casa no era el contraste intenso de gustos, sino el reino de las gradaciones. Todo era más suave, más sutil. -¿Cuál era el menú típico de un almuerzo o de una cena? -En nuestra casa, se comía un plato de carne y otro de verduras. Como muchos italianos, nos inclinábamos por las verduras de hoja más bien amargas. Se servía, por ejemplo, el alcaucil, la escarola, que es un pariente no muy popular de la endibia, y el grelo, que es prácticamente una excentricidad de algunos italianos y gallegos. En cambio, en la mayoría de los hogares se comía la radicheta. Otra verdura que no se conocía tanto entonces era la rúcula, a pesar de que es fácil hacerla crecer hasta en macetas. También eran comunes las arvejas, el contorno obligado de las carnes. Los espárragos estaban menos difundidos porque los buenos de verdad sólo se dan durante un mes, sin embargo, los grandes hoteles los usaban para decorar fuentes. Estaban los que hacían los corazones de alcauciles en conserva, con la debida proporción de aceite, vinagre, ajo y bayas de pimienta. Ése es un arte que no todos conocían. Por otra parte, los alcauciles así prepa-rados resultaban muy costosos, porque se desechaban muchas hojas. También se utilizaban los tomates peritas de forma ahusada típicos de aquella época, que ahora son difíciles de conseguir. La espinaca se comía poco en mi familia, pero era muy común en la mayoría de las casas.

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-¿Qué diferencia había entre lo que se comía en los hogares de origen italiano y en los de origen español? -Las pastas ocupaban un lugar muy importante entre los italianos. Se cocinaba mucho la pasta seca. Y, por supuesto, para las ocasiones especiales estaban las pastas rellenas, de preparación compleja, como los ravioles, que llevaban espinaca y sesos picados, los capelletti, los canelones. En cuanto a la cocina española, ya mencioné los pucheros, los arroces, los guisos, la repostería que venía de la época de la independencia, las tazas de chocolate. De todos modos, en cada casa, fuera italiana o española, había adaptaciones que se derivaban del hecho de que vivíamos en la Argentina y los ingredientes no eran los mismos que se conseguían en Europa. Además, el contacto con otra gente, la distancia y el transcurso del tiempo llevaban a lentas transformaciones. Recuerdo que en una ocasión visitamos a unos parientes que vivían en La Pampa y nos sirvieron huevos quimbos, que me fascinaron. Jamás los había probado. No sabía que se trataba de un postre oriundo de España, pero de origen árabe, que había pasado a la cocina criolla. Se comía en aquella época sobre todo en el interior del país, donde se habían preservado mejor las costumbres del período hispano colonial, aunque seguramente había familias porteñas más tradicionales, que los consumían. Pero fíjese que ese postre había entrado en una familia italiana, que no vivía en Buenos Aires y que había asimilado platos locales. Eso significaba que las familias, por muy fieles que se mantuvieran a las raíces, se dejaban influir por el entorno, sobre todo si tenían buen paladar y encontraban recetas que les interesaban. Otro de los descubrimientos de la estadía en La Pampa fueron los alfajores cordobeses, las colaciones. Sólo había probado los de Mar del Plata, los que se comían en Buenos Aires. En una ciudad de inmigración como Buenos Aires, los platos criollos habían quedado un poco relegados por la invasión de preparaciones del resto del mundo, aunque la base de la alimentación era la procedente de Italia y de España. La separación de hábitos culinarios era muy curiosa. Siempre se dijo que la Argentina era un crisol de razas y es cierto. Pero existían hábitos muy acendrados e íntimos, y hay pocas cosas tan íntimas como la cocina, donde las mezclas se fueron haciendo lentamente. Se habían importado y conservado los sabores de la tierra de origen, quizá como una forma de la nostalgia y de defensa contra todo lo que era difícil por extraño, por nuevo. Pero había familias que rechazaban ciertos platos o ingredientes muy característicos de otras comunidades, como se rechazaba su música. Era bastante común que en las familias italianas -ocurría en la mía- se tuviera a menos la música flamenca y la española en general. Les parecía salvaje. No la apreciaban. Para ellos, la música, la verdadera, era la lírica, la ópera y también las canzonette, siempre que las cantara un buen tenor. -¿Y qué pasaba en los restaurantes? -Se encontraban los mismos platos que en las casas, pero en los grandes establecimientos triunfaba la comida francesa. Todavía Francia era un país que dictaba la moda y las reglas de la elegancia. La Argentina de las décadas de 1940, 1950 y hasta diría la de 1960 miraba a Francia como el país de referencia, basta recordar que aún se trataba de una potencia colonial, no sólo desde el punto de vista político. Había una especie de imperialismo cultural francés. La cocina internacional se manejaba con un vocabulario francés. Cuando uno viajaba al interior y se 93

hospedaba en un gran hotel, los platos de la carta eran los mismos que los de la Capital, con una sola diferencia: los pescados. Mientras que en Buenos Aires se servían los de mar y los mariscos, en las provincias se preparaban los pescados de río y los mariscos nunca se encontraban. La cadena de frío todavía no estaba suficientemente asegurada. -La base del menú doméstico era la carne, supongo. -Sí, en general. Pero en mi casa paterna, adorábamos los pescados y los quesos. En cambio, cuando uno iba a los grandes restaurantes, se volvía al imperio de lo francés. Hay que tener en cuenta que la cultura francesa se caracteriza por la codificación. Y eso se ve en especial en la gastronomía. Francia tiene registradas centenares de variedades de quesos y de vinos. El Larousse gastronomique es una especie de Biblia de la cocina, a la que yo he recurrido toda mi vida, aunque cuando me casé, me fui de casa con el libro de cocina de Petrona C. de Gandulfo bajo el brazo. La evolución del paladar en la Argentina no se puede entender si no se parte de la influencia francesa entre los chefs. Y eso se da en casi todo el mundo occidental. Los franceses divulgan su cocina como una forma fundamental de su cultura y lo hacen desde la escuela primaria. -¿Había cierto rechazo por algunos ingredientes? Hay gente, por ejemplo, que no tolera la vista de los mariscos y los moluscos. -Eso es cierto. Pero no ocurrió en mi caso. Mi abuelo me llevaba al puerto en Mar del Plata y nos hacía comer los mejillones crudos, apenas rociados con limón. -Usted mencionó a Doña Petrona. Formó a varias generaciones de mujeres y de hombres en la cocina. -Ella tuvo una enorme influencia en el gusto de los argentinos y, en particular, en la cocina porteña, pero era una ecónoma, no un chef, es decir, dictaba recetas y hacía demostraciones para amas de casa. Los chefs cocinan para restaurantes y enseñan a otros chefs. No señalo una cuestión de jerarquías sino de necesidades. Definitivamente, las cosas que tengo en cuenta en mi restaurante no son las mismas que las que regulan la cocina de mi casa. -Recuerdo que en los años 40 y 50 había audiciones de radio donde otras ecónomas daban recetas de cocina y hasta sugerían menús de varios platos para cada día. En general, la realidad era muy otra. Esos platos no sólo no se hacían sino que tampoco se conocían en la mayoría de las casas de los oyentes. -Esas audiciones quizá tenían la misión de despertar curiosidad y fantasía, porque, como usted dice, en la mayoría de las casas se almorzaba o se cenaba un plato con guarnición y fruta. Y los platos eran carne cocida, ya sea asada, al horno o frita, guisos, tortillas, ensaladas, y casi ninguna verdura. En general, los porteños comían pocas, salvo las arvejas y las papas hervidas, al horno o fritas. En los hoteles, una preparación clásica y considerada elegante como acompañamiento del plato principal era la papa noisette, acompañada por arvejas, Tampoco se sabía mucho de vino, aunque se lo consumía bastante. 94

-¿Y qué ocurría con los condimentos? -Hace relativamente poco se aceptó el empleo del aceite de oliva en las ensaladas. Antes se lo consideraba pesado. Una de las ensaladas que servía en los primeros tiempos de Tomo I se hacía con tomate, huevo duro, aceitunas, cebollas, atún y alcaparras. La condimentaba con aceite de oliva. Y cuando los comensales me decían que era muy gustosa, que era muy distinta de la que comían en sus casas, les decía con la cara más inocente que tenía nada más que aceite, vinagre y sal. Les ocultaba que el aceite era de oliva porque si no directamente no la comían. Lo que se consumía era aceite de girasol, mezclado con oliva. Además, era más barato. También se utilizaba el aceite de uva, que tiene su interés para ciertas preparaciones. -Usted dejó de enseñar matemática para dedicarse a la cocina. ¿Cómo ocurrió ese cambio? -Antes de abrir la primera sede de Tomo I, mi hermana Ebe y yo empezamos a hacer postres, basados en recetas familiares. Teníamos una tía que, entre 1945 y 1950, había asistido a las clases de un cocinero japonés, Igarashi. Él había editado un libro de cocina, pero mi tía no aprendió las recetas del libro sino de los cursos. Ebe la acompañó y estudió con él unos nueve meses. Todavía hoy guarda un cuaderno con las recetas. Sobre la base de esas anotaciones, empezamos a preparar postres, que otra persona ofrecía a confiterías y restaurantes. La repostería que hacíamos partía de bizcochuelos rellenos con distintos tipos de crema y chocolate, además de frutas. También preparábamos baba, que tiene una masa más cribosa y consistente. Se hace con levadura, lo que le da un sabor muy especial, y después se la remoja en almíbar y licor. Era una pastelería muy refinada. Tiempo después comprobé que muchas de esas recetas repetían las del Larousse gastronomique. Habíamos hecho una inversión inicial en un horno y una batidora industriales. Cuando recuperamos lo invertido, decidimos abrir un local a la calle. Así surgió el primer Tomo I, una casa en la calle Monroe y Montañeses. Al principio servíamos té y postres. Como abrimos en diciembre, la gente tenía calor, subía a la terraza, merendaba. Pero cuando llegó el invierno, empezaron a pedir cosas calientes, no sólo el té y las tortas. Entonces introdujimos algunos platos sencillos, pero preparados con ingredientes de mucha calidad. Teníamos sólo dos hornallas y un grill. En una hornalla ponía las verduras; en otra, las carnes. Trabajamos así un año. Estábamos acostumbradas a hacer comida para 12 personas, los comensales habituales en nuestra casa de la juventud, pero Tomo I en Monroe tenía 24 cubiertos. Lo que presentaba era lo que podía hacer en esas condiciones, los platos de mi casa, un poco más elaborados: el lenguado con crema y queso parmesano gratinado, trucha a la sartén, una coquille de camarones salteados con cognac, salsa bechamel y champiñones. Hoy esas recetas resultan comunes, pero en aquella época no lo eran tanto. Por ejemplo, había gente que se asombraba cuando se le ofrecía carré de cerdo relleno con ciruelas sobre una base de cebolla y panceta. Hoy es un plato doméstico muy frecuente, pero en aquellos años la combinación de lo dulce y lo salado no era común, sino más bien propia de cierto tipo de público. Esa evolución no se dio sola, vino acompañada por una curiosidad mayor de la clase media. Durante los años 60 y principios de los 70, el movimiento cultural era muy intenso. Había profesionales, abogados, ingenieros, médicos, que no eran ricos, pero 95

que empezaron a ir a exposiciones, a coleccionar pintura. Se sentían tentados por una atmósfera de experimentación y de creatividad, que llevaba a buscar nuevos lugares para encontrarse, comer y pasar un buen rato. Aparecieron revistas como Primera Plana, Confirmado, Panorama, en las que se podían leer artículos sobre todo tipo de temas. Miguel Brascó, un verdadero conocedor de la gastronomía, periodista y escritor, con sus columnas y, más tarde, con sus revistas Status y Cuisine et Vins, contribuyó de un modo decisivo en la educación del público porteño. Además, en los años 70, en la época de la plata dulce, la gente empezó a viajar y a conocer otros destinos. En ese momento, se viajaba sobre todo a Europa y a los Estados Unidos. África y Asia todavía no eran destinos muy frecuentes, como lo fueron más tarde. Con el éxito que teníamos, compramos una cocina de seis hornallas y ahí empezamos a hacer verduras braseadas, lomos con guarniciones más complejas. -En los años 70, se produjo una revolución en la comida que tuvo su origen, una vez más en Francia: la aparición de la nouvelle cuisine. -Sí. Y resultó algo divertido para mí. Porque varios de quienes venían a comer por primera vez a Tomo I pensaban que yo me había inclinado por esa nueva tendencia. En realidad, mis platos pertenecían a la nouvelle cuisine antes de que ésta se diera a conocer como tal, porque la inspiración de la nouvelle cuisine proviene del sur de Francia y de Italia. En mis preparaciones, siempre hubo verduras y carnes con jugos y cocciones cortas. La cocina tradicional francesa, la que se había impuesto durante el siglo XIX y principios del XX, retrabajaba el sabor original de los ingredientes con una serie de salsas y técnicas. En cambio, yo tendía a realzarlos. De pronto, disponíamos de una nueva tecnología, fuegos más fuertes, productos congelados, la posibilidad, al mismo tiempo, de conseguir elementos frescos, del día. Se abría una gran variedad de posibilidades. En la Argentina, el Gato Dumas y Peloncha Perret eran los representantes de la nueva cocina. El Gato, en realidad, recuperaba los sabores de la infancia, al igual que yo. Con la diferencia de que yo no había seguido demasiado las modas, más bien me había atenido a lo que se comía en mi casa y lo había adaptado a ciertas corrientes del momento. Pero los principios de mi cocina fueron siempre los mismos. Quien come uno de mis platos puede distinguir el gusto de cada uno de los ingredientes y, al mismo tiempo, apreciar el conjunto, el resultado de la combinación de todos ellos. Francia había redescubierto la cocina mediterránea, dejó a un lado la cocina de los grandes hoteles, que tenía que ver con el fin de un mundo imperial o colonial, y se volvió sobre sí misma, en especial, sobre las regiones del Sur. Al fin de una concepción de la política o de un período geopolítico, corresponde también una nueva manera de encarar la mesa. Lyon se convirtió en la capital de la gastronomía mundial. Después de mayo de 1968, algo había cambiado en todos los aspectos de la vida. Eso ocurría en el manejo del poder, en la vida sexual, en la moda, en el cambio de valores y de las jerarquías. Hay un hecho fundamental: hasta la década de 1970, la clase media no se planteaba la cocina como una profesión. Los jóvenes de esa extracción cursaban las carreras tradicionales, pero no pensaban en ser chefs. A partir de esos años, hay una jerarquización del oficio. Una nueva clase social se las ve con las cacerolas, la parrilla y el horno. Los muchachos de la clase media ya no sólo son dueños de restaurantes cuya gestión entregan a chefs que provienen de otra clase, sino que aprenden a cocinar de un modo profesional y se convierten, a menudo, en estrellas de la cocina. Antes de 1970 un chef procedía generalmente de un estrato más bien inferior de la escala social; después de 1970, en cambio, 96

perdidos los prejuicios, con una mente más abierta, ven la cocina como una fuente de creación, como un negocio que ellos mismos van a explotar y en el que pueden alcanzar renombre. Además, esa generación viajaba mucho más que la anterior. Los Perret, por ejemplo, se habían movido mucho. Por mi parte, comprendí que mi modo de preparar la comida se había puesto de moda, más aún, se había impuesto. Yo usaba como salsa los jugos de cocción, las salsas reticuladas, donde intervienen dos tipos de líquidos distintos, que no se mezclan, pero que están el uno al lado del otro confrontando sus sabores, salsas muy difíciles de obtener en un restaurante, porque son fragilísimas. En ese mismo período, comenzó a tener cada vez más difusión la prédica ecologista y la valorización de todo lo que fuera natural y que explotara las características de una región. Mi cocina se basaba en la calidad de los ingredientes y en los sabores genuinos. Poco a poco se les fue dando cada vez más importancia a las hierbas, lo que tenía que ver con esa vuelta a la tierra. -¿Era fácil conseguir los ingredientes que usted buscaba? -Empezaron a surgir proveedores llevados por ese nuevo llamado de lo natural y por el rechazo a todo lo que parecía criado o cultivado de un modo industrial para consumo masivo. En 1982, nos habíamos mudado a una casa, un petit hotel de la avenida Las Heras, entre Ugarteche y Canning, hoy Scalabrini Ortiz. Un día, llegaron allí un par de estudiantes de Agronomía. Me trajeron dos tuppers con una base de algodón sobre la cual crecían distintos tipos de hierbas. Todo lo que me hicieron probar tenía un sabor y un perfume intensos y era fresquísimo. En ese entonces, le dije a Juan Carlos Martelli que ayudara a esos chicos. Martelli era otro escritor, como Brascó, que sabía mucho de gastronomía y que escribía maravillosamente bien. Hizo todo lo que pudo para que esos chicos tuvieran otros clientes. Yo les pedía romero, tomillo, laurel, orégano, menta, albahaca, estragón frescos. El estragón era una de las hierbas que empezó a usarse de modo regular en aquellos años. Antes era muy poco empleado y se consideraba sofisticado. El Gato Dumas tenía su propio proveedor y usaba las hierbas en cantidades bastante generosas. En cambio, Ebe y yo éramos más tímidas. Eso respondía no sólo a tradiciones, sino también a personalidades distintas. El Gato era una especie de huracán. Fue un motor importante en los cambios que se produjeron en la gastronomía y en los tipos de establecimientos que se abrieron. Él tenía locales como La Chimère, Clark´s, dirigidos a un público de alto poder adquisitivo, donde se comían platos de su creación, con nombres que llamaban mucho la atención por la originalidad, pero también abrió el Drugstore de la Recoleta, que se puso de moda entre la gente joven. Pasar por delante del Drugstore era una fiesta. El público era todo gente joven, hermosa, vestida a la moda, como si salieran de una revista europea o norteamericana, y el ambiente, una mezcla de vagón y de estación de trenes, con compartimientos. La buena música favoreció el éxito de ese local. Los sábados era imposible conseguir una mesa, pero la gente se quedaba horas en ese lugar esperando que alguna quedara libre. Otro de los méritos del Gato fue su habilidad para promover la cocina en la televisión. Por supuesto, otros como Petrona lo habían hecho antes que él, pero repito que él era un chef y ella, una ecónoma. Él manejaba otro lenguaje, otro código. Enseñaba a cocinar para restaurantes. Además, tenía un carisma increíble. Yo lo veía y sabía qué de lo que hacía se podía preparar y cuáles podían ser los resultados. No siempre me parecía que todo eso era viable o recomendable, pero él lo explicaba y lo hacía de tal modo que a uno, de inmediato, le daban ganas de preparar lo que él había hecho. 97

Después de él, naturalmente vinieron Francis Mallman, Dolli Irigoyen, yo misma tuve mi programa de televisión. Y surgió el canal Gourmet. -¿Qué pasó en la década de 1980? -La atención, que había estado centrada en Francia en la década de 1970, pasó a Nueva York. Los norteamericanos, que tienen un sentido fabuloso de los negocios, se dieron cuenta de que, durante años, habían desestimado el prestigio gastronómico y, con una velocidad asombrosa, se pusieron al día. Piense que ésa fue la década de los grandes negocios, que se formalizaban en Nueva York, por lo que era necesario contar con restaurantes y chefs de primer orden. Del mismo modo que importaron directores de cine europeos, cuando vieron que las viejas recetas de Hollywood no funcionaban, los estadounidenses importaron la cocina de todo el mundo, no sólo la europea. Se pusieron restaurantes de gran lujo porque en la década de 1980 el dinero brotaba de todos lados. En ese momento, el personaje emblemático era Donald Trump. Su torre en la Quinta Avenida se terminó de construir en 1983 y fue un símbolo de la época. Los Estados Unidos eran el nuevo imperio y, curiosamente, hasta en la decoración hubo reminiscencias imperiales de otras culturas y períodos, en todo Nueva York proliferaban los muebles imperio y Napoleón III. En las calles de la ciudad tenía que estar representada la gastronomía mundial, porque los negocios se hacían con gente de todas las razas y los continentes. Como en los Estados Unidos no había una tradición culinaria fuerte, salvo la del sur, que traía reminiscencias de la Guerra Civil y de una derrota, los chefs se dejaron influir deliberadamente por lo que les llegaba de otras tierras. El cosmopolitismo de Nueva York se reflejó en las marmitas. Los franceses, naturalmente, buscaron competir del mismo modo, con la diferencia de que ellos habían tenido un imperio cuyos recuerdos convenía reavivar. Un chef francés como Jean Georges, que vivió durante un tiempo en Indochina, revolucionó la gastronomía de su patria fusionándola con la de Oriente, pero mientras vivía en Nueva York, ¿no es toda una señal? -¿Qué consecuencias tuvo la existencia de esa especie de torre de Babel en la cocina? -La década de 1990 fue étnica desde el punto de vista gastronómico y eso, una vez más, no hizo sino continuar en la gastronomía lo que ocurría en política y en economía. Por otra parte, la gente viajaba cada vez más y volvía de sus viajes con el deseo de comer los platos que le habían gustado en sus vacaciones. La comida étnica se convirtió en un signo de estatus muy particular. No sólo revelaba que sus consumidores, en general, eran viajeros y habían llegado a lugares exóticos, lo que revelaba inquietud cultural y buenos recursos económicos; además, de un modo tácito, les permitía mostrar que aceptaban las diferencias culturales, lo que le daba a una simple comida en un restaurante el nivel de una declaración de principios. Así como la década de 1960 fue la de la liberación sexual, la de 1990 fue, entre otras cosas, la de una apertura gastronómica, que era un corolario de lo que sucedía en el terreno de los derechos humanos, la geopolítica y las ideas. El Muro de Berlín acababa de caer. -¿Cómo llegó esa corriente a la Argentina?

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-Las cosas no son sencillas. La cocina étnica llegó a nuestro país porque los argentinos habían dejado de mirar a Europa, sobre todo a Francia, y prestaban atención a los Estados Unidos y, especialmente, a lo que ocurría en Nueva York y en Miami. Nueva York dictaba la moda en nuestro país, como en todas partes. Y si allá proliferaban los restaurantes japoneses, paquistaníes, indios, rusos, aquí no nos podíamos quedar atrás. A partir de entonces, así como en ciertas ocasiones la gente encarga pizza en un delivery o la ordena en una pizzería, en otras lo que se impone es entregarse al sushi y al sake. Pero el sushi que se consume en Buenos Aires es el que nos llegó desde los Estados Unidos, hasta el punto de que se rellena con productos de esa procedencia, o de ese tipo, como el queso Filadelfia. El argentino importa el sushi desde Nueva York, no desde Tokio. -Usted habló del lujo que se vivió en las décadas de 1980 y 1990. Pero a caballo entre ellas hubo en el país crisis económicas muy fuertes y meses en los que era difícil conseguir ciertos alimentos. -Es cierto. El lujo desenfrenado que había reinado en el resto del mundo en la década de 1980 llegó a la Argentina con la presidencia de Menem, no en sus primeros meses de gestión, más precisamente con el uno a uno. La gente comenzó a viajar mucho, como en tiempos de Martínez de Hoz, pero a destinos más lejanos y más exóticos. Los turistas se alojaban en los mejores hoteles y comían en los mejores restaurantes. Hubo un nivel de consumo inédito, los argentinos no sólo tenían dinero y lo gastaban, querían que eso se notara. Muchas figuras notorias preferían la ropa llamativa de Versace al minimalismo de Armani. Basta pensar en las revistas donde las figuras públicas abrían sus casas para mostrar el esplendor de los interiores, que hacía juego con sus vestimentas y joyas. Los negocios se hacían con gente llegada de todo el planeta. Era inevitable que la cocina étnica y de fusión se propagara. Todos, locales y visitantes, estaban ávidos de novedades, de recordar lo que habían visto, de recibir a los extranjeros y hacerles conocer una ciudad en la que había de todo, en la que podían comer lo que comían en sus lugares de origen. En la mesa, se impuso la diversidad. La misma que ahora hay en las calles donde, a pesar de retrocesos episódicos, los niveles de tolerancia de lo diferente son cada vez más altos. Nos acostumbramos a oír hablar de continuo en otros idiomas, a ver gente de otra raza, porque el turismo internacional llegó al país de un modo masivo. -¿Cómo se refleja esa tendencia a la diversidad en la presentación de la comida? -En aspectos muy técnicos, como la manera en que se disponen los alimentos en el plato. La composición clásica aconsejaba colocar la carne del lado derecho, cerca del cuchillo, para que resultara más fácil cortar lo más resistente, y las guarniciones del izquierdo. Pero ahora también se acostumbra colocar una guarnición, el chutney u otro condimento del lado derecho y la carne, del izquierdo, para que al servirse un bocado, el comensal se vea obligado a pasar por encima del chutney y se sienta tentado, o no se olvide, de combinar la carne y el contorno. La cocina vertical de Gagnaire propone torres altísimas de elementos que subvierten el orden tradicional, lo que hace posible múltiples "lecturas" de un mismo plato. Vemos entonces que hasta en la "geometría" y en la degustación temporal de cada plato se han producido variantes impensadas. La libertad se ha hecho casi total. Ante esa riqueza de posibilidades, que puede provocar desconcierto, apareció la figura del gourmet. Tener 99

conocimientos de gourmet es un símbolo de estatus. Del mismo modo que en la moda se exhiben las marcas de la ropa porque eso da prestigio, los aficionados y conocedores, algunos flamantes, despliegan sus conocimientos de gastronomía y de enología como quien desenrolla un mapa en el desierto o resuelve una ecuación ante los discípulos. Esa información denota saber y, sobre todo, poder. Hoy se explica la cava de una casa a los invitados como antes se mostraba un cuadro de Berni o de Raquel Forner. En la Argentina, siempre se tomó vino. Hasta hubo una propaganda en épocas de la dictadura que lo calificaba como "la bebida de los pueblos fuertes". Para nosotros, no tenía una connotación demasiado especial. Pero lo que ocurrió con el vino en las películas norteamericanas nos da idea de ciertos cambios. Antes, cuando en la intimidad, una mujer y un hombre fumaban, seguía una escena de amor. Ahora no se puede fumar más en pantalla, no es políticamente correcto; en cambio, cuando hay una cita romántica en un film, la mujer accede a tomar una copa de vino con una mirada insinuante. El vino se erotizó. Y eso ha terminado por repercutir en la Argentina. Está bien visto que una mujer y un hombre en una cita tomen vino. Es casi una incitación a algo más. Y el hombre que sabe de vinos y dialoga con solvencia frente a una mujer gana puntos desde todo punto de vista. Otro tanto sucede con la mujer. Por cierto, esa nueva faceta del connaisseur argentino hace bien a nuestra profesión porque eleva el nivel de exigencia. Así como en una época, el couturier dejó de ser un mero proveedor para ingresar como un igual, y aun más, en las casas de sus clientes, ahora sucede algo semejante con los chefs, cuyas caras se han vuelto populares en la televisión y en las revistas. Son las nuevas estrellas. En coincidencia con esa nueva vuelta de tuerca, en 1993, nos mudamos a nuestra sede actual en el Hotel Panamericano, donde el contacto con los extranjeros que quieren probar la cocina porteña es inmediato. Con mi hijo Federico, director del restaurante, coincidimos en un punto: la misma receta, el mismo plato, hecho en Londres y hecho en Buenos Aires, tiene un sabor distinto. Y no depende tan sólo de que el chef sea distinto, depende de la interpretación de lo que es esa receta y de los ingredientes, casi se podría decir que depende de l´air du temps et de l´espace. Hay una cocina porteña, aunque los platos sean de origen italiano, español, francés o turco. Y esa fórmula no responde tan sólo a los platos habituales que aparecen en las cartas de cada establecimiento. Hay algo indefinible que sería interesante estudiar. Pero otro tanto ocurre en otros países. Una receta rusa servida en París inevitablemente sufre una adaptación. Lo que nosotros debemos lograr es que nuestra versión gastronómica de la cocina internacional, y con ella también abarco a la étnica o a la regional, alcance el tipo de calidad que enorgullece a un país como parte de su cultura. Lo que ofrecemos a quienes nos visitan es nuestra mirada, nuestra interpretación del mundo y conviene que sea lo más rica, interesante y profesional que se pueda. La cantidad de nuevos establecimientos, gente que invierte su tiempo, su energía y su capital en un momento de crisis para el sector, habla de un entusiasmo que trasciende lo económico. Emilio Garip, que invita a cocinar a Beatriz Chomnalez en el restaurante Oviedo, muestra el interés de algunos colegas por difundir las figuras de la escena local para prestigiarla. El reconocimiento de Mauro Collagereco como Meilleur Ouvrier de France es una señal esperanzadora. Debemos corregir muchas cosas. Pero para cambiar los aspectos negativos es preciso entender que los porteños, como todos los argentinos, tenemos una cultura propia y que, por lo tanto, debemos dejar de ser inquilinos en nuestras propias cocinas. 100

Por Hugo Beccacece

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Unidad 10: El siglo XXI Mundo Gourmet: el auge de las especializaciones gastronómicas Saberes & Sabores A la consolidada tendencia de la comida exquisita y los vinos refinados, se suman ahora públicos cada vez más especializados. Una guía de restaurantes que hace furor en Internet con los comentarios de los propios comensales. Una escuela de sommeliers que se afianza en Buenos Aires. Procurarse placeres gastronómicos no es algo que se haga a la ligera en Argentina. Se puede, desde ya, permanecer en el oscurantismo que resume las posibilidades de experiencia a algunos cortes de carne, un tinto de carácter, y, en gesto de magnánima concesión, un postre elaborado (porque Doña Petrona era argentina), pero hay que convenir que los horizontes de sabores se han ampliado. En los últimos diez años, por ejemplo, no sólo la señal televisiva dedicada a los sabores se consolidó tanto localmente que ya es regional, sino que además almacenes y góndolas de supermercados fueron, poco a poco, habituándose a tener productos gourmet made in Argentina. A eso hay que sumarle que cada mes a los kioscos llegan al menos tres publicaciones especializadas, y que las guías, columnas y demás filtraciones en espacios no exclusivos van en aumento. Todo indica que el corazoncito gourmet argentino sobrevivió tan dignamente al sacudón de 2001 que, desde entonces, no hizo sino crecer y afianzarse, tanto que las novedades, como la cantidad de consumidores del mundo gastronómico, afloran cada día. Comer y contar Hace diez años, un grupo de amigos con ganas de probar ideas en Internet desarrolló la primera versión de algo que, gracias al boca en boca (y la expansión de la web), creció hasta convertirse en hit y modelo de negocios: la Guía Oleo (www.guiao leo.com.ar). Una versión editada en papel, una tarjeta de crédito propia, casi 7000 fans en Facebook y más de 350 mil usuarios registrados después, Esteban Brenman, uno de los ideólogos del sitio que pasa revista a 3240 restaurantes, recuerda que todo comenzó “sin ser pensado desde lo comercial”, aunque, aclara, “eso no significa que hoy no intentemos reforzar ese aspecto”. En el comienzo, dice Brenman, Oleo sólo fue pensado “desde el consumidor: qué necesitábamos nosotros, como consumidores, para elegir un restaurante. A partir de allí armamos una herramienta, que es la página, que programé yo; a mi socio también le gustó, la compartimos y empezó a crecer. Tuvo una repercusión que no imaginamos”. Hace un par de semanas, la pequeña iniciativa que se transformó en un gigante nacido del mundo virtual pasó la prueba de fuego, vale decir, el encuentro con su público. La fiesta del décimo aniversario, que agotó las seiscientas entradas disponibles (que cotizaban casi como una cena: 60 pesos) días antes de realizarse y llenó el restaurante central de la sede de la Sociedad Rural, de Palermo, de usuarios ávidos. Alianza más con firmas de alimentos que con espacios gastronómicos (aunque con excepciones), el encuentro empezó al caer la noche y terminó pasadas las doce. La concurrencia, que en muchos casos vestía realmente ropa de fiesta, se paseaba entre stands y bandejas con tapeos, “bandejeo frío”, caliente y dulce, bocados de cordero, quesos de cabra, variedades de sushi, woks, helados. Pantagruélico como suena, estaría incompleto sin mentar que todos esos alimentos 102

estuvieron acompañados por una barra de una firma de cerveza, otra con bebidas blancas, destiladas y vinos, y otra especialmente abocada a tragos (estuvo atareada: sirvió más de 2500 vasos, sobre 6000 que se bebieron en total). Y todo esto en aras de festejar que quienes allí estaban adoran comer y contar. Puesto a teorizar, Brenman cree que parte del éxito se cifra en la variedad. “Las guías que hacen los críticos, y también otras, hacen selecciones parciales de lugares. Cuando hacés un corte determinado, necesariamente hay un criterio de elección: no ponés el bodegón o la parrillita del barrio, e inclusive ignorás ciertas zonas y barrios. Nosotros hacemos lo contrario: desde el principio nos preocupamos por tener la mayor cantidad de restaurantes posible.” Tan completa fue conformándose esa base de datos que, inclusive hoy, es posible encontrar datos de lugares que ya no funcionan, aunque con la salvedad hecha de que esa información se consigna a pesar de que el lugar ha cerrado. La dedicación para moderar comentarios (“al principio corregíamos las faltas de ortografía, pero también las de gramática”), la regla de que todo comentario vale (“a mí a veces me encantan lugares que no están bien rankeados en la guía, y otros que no logro entender por qué rankean bien, pero todo entra”) y de que, precisamente por la exhibición de eso, la valoración de cada restaurante gana credibilidad a partir de la transparencia, todo eso hizo al método a partir del cual nació, se desarrolló y sigue creciendo Oleo. El fenómeno, en cierta forma, se extiende gracias a que el propio público de usuarios logra emitir su propio juicio e intervenir en un terreno que, por definición, suele exigir discursos especializados. –¿Por qué la guía enganchó tanto público? –Creo que porque se nota cómo está hecho el producto, es muy simple de usar y aparece rápidamente en los buscadores de Internet. Esa simplicidad hizo que la gente se encontrara y fuera, de a poco, confiando en las calificaciones y los comentarios. Esa es la gracia de Oleo: que la gente decide. ¿El futuro? La recomendación gourmet personalizada, elaborada en base a coincidencias de opinión con otros usuarios. “La idea va a ser que te registres y la guía te diga: ‘Mirá, a vos te gustó éste y aquel lugar, y como coincidiste en gustos con tal y cual, te recomiendo esto que les gustó’. Es algo que estamos desarrollando, y que es un equivalente a algo que hace todo el mundo: de la misma manera que cuando alguna gente te recomienda libros y películas, vos confiás, o todo lo contrario, Oleo debería poder aconsejarte a partir de esos criterios.” Una cadena con miles de eslabones En 1999, Marina Beltrame regresó a Argentina, procedente de Francia, con el título de sommelier bajo el brazo y decidida a establecer aquí algún equivalente a las escuelas de formación gastronómicas europeas. Desde entonces, en la Escuela Argentina de Sommeliers (www.sommeliers.com.ar) se recibieron nueve camadas de sommeliers (350 profesionales que encontraron su lugar en el mercado) y 5600 amateurs pasaron por distintos cursos breves para aprender a catar vinos, quesos, bebidas destiladas, aceite de oliva, yerba mate, café... “Sin la cocina, la sommelerie no tiene un lugar –afirma Beltrame–. En Argentina, 103

básicamente, la comida típica sigue siendo la parrilla, tal vez las pastas, pero hace unos años, cuando fue el auge de la nouvelle cuisine, empezó un cambio importante: se aceptaron nuevas tendencias, otras cocinas, se prestó más atención a lo étnico... pero también el público empezó a prestar atención al producto, y a valorizar lo nuestro, a reconocer importancia a productos locales: papines andinos, pescados. Antes se conocía solamente la merluza y el salmón (encima del Pacífico), pero hoy tenés un montón de variedad de pescados de nuestros ríos y mares. Sigue sin ser protagonista, pero hay una apertura.” –¿Por qué prendió la formación en sommelerie? –Porque el sector vitivinícola también cambió, especialmente en los últimos 15 años. Ante tanta producción y diversidad que empezó a ofrecer el sector, sin un canal y un tipo de comunicador específico, era difícil pensar en que iban a poder vender. En definitiva, el sommelier es un comunicador, pero también un vendedor. Y a partir de su aparición, tenés un consumidor que ya estaba entusiasmado con las propuestas gastronómicas, y ahora se interesa por qué vinos puede probar. El sector amplió las propuestas, pero el consumidor se interesa. Lo fundamental fue ese cambio, a partir del cual empezó a haber sommeliers profesionales, algo que aquí no podía estudiarse. Quienes producían tienen que seguir produciendo, quienes consumían no se iban a poner a estudiar o a ser autodidactas; faltaba ese eslabón en la cadena. –A pesar de la crisis del posmenemismo, que volvió más difícil el acceso a alimentos importados, el consumo gourmet siguió creciendo. –Es que, por ejemplo, la dificultad de conseguir vinos de afuera hizo que el mercado nacional tuviera... no es que protagoniza: es el único posible. No hay prácticamente acceso a vinos de afuera, o los que existen tienen precios muy elevados, y no siempre esos vinos merecen esos precios. La gente va más a lo seguro. La consolidación de la formación en sommelerie fue tan contundente en Buenos Aires que, ahora, la Escuela cuenta con sede en Mendoza, pero también allende las fronteras: en Bogotá (Colombia) y San José (Costa Rica). Con el tiempo, el propio staff de la escuela fue mostrando los trazos de su conformación: Beltrame es la única que tiene formación en hotelería; el resto del equipo cuenta con trayectorias profesionales tan variadas que la directora académica, Fernanda Orellano, es abogada. Beltrame aduce una única explicación posible: “Eso es pasión pura”. Snobs y genuinos La tendencia gourmet no es sólo argentina, insiste Federico Miró, director de la Licenciatura en Gastronomía que, desde hace dos años, se sumó a la oferta académica de la Universidad Argentina de la Empresa (en asociación con el Instituto Argentino de Gastronomía) y cuenta, actualmente, con 200 alumnos. “En Argentina, en parte, su inicio coincidió con la década del ’90, con la posibilidad que tuvo mucha gente de viajar, y la posibilidad que, a partir de 2001, se abrió acá, de recibir turismo. A eso se suma que empieza a haber escuelas de gastronomía, donde no solamente van personas que quieren profesionalizarse, sino también consumidores. Y Argentina aparece en algunas guías europeas como uno de los mejores diez lugares del mundo para venir a comer”, agrega.

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Puede resultar abrumadora la oferta de experiencias gastronómicas, sí, y también la de saberes que los consumidores procuran incorporar para disfrutarlas. “Y también puede ser que haya un poco de snobismo”, concede Miró, para luego agregar: “Hay un mercado snob, pero también un mercado genuino, que no busca lo gourmet para demostrar nada, sino que ha mamado y buscado esa relación con la comida, y la vive así”. Es como en todo, remata, “hay modas. Pero con el tiempo finalmente eso va a terminar por decantar. Todavía queda mucho por hacer en gastronomía, como mejorar el servicio”. ( Daniel Lorenzo)

2.1.1. 2.1.2. 2.1.3. Cocina y tecnología: Tecnología en los restaurantes 2.1.4.

En los restaurantes el moderno equipamiento y las más avanzadas tecnologías es una opción obligada tanto para ajustar costes como para obtener el máximo rendimiento y calidad en la producción culinaria. Algunos de nuestros más afamados restaurantes se han convertido en sofisticados laboratorios donde las combinaciones y los estados de la materia (sólido, líquido... y hasta gaseoso o espumoso, al menos) son opciones de primer orden para producir platos de originales y de calidad. Sin tecnología no sería posible la cocina que practican algunos de nuestros más afamados cocineros creativos. La tecnología es la aportación de nuestro tiempo, simbolismo de avances de la humanidad. Y hay que advertir las enormes sumas invertidas que dedican las empresas productoras a la investigación y desarrollo de nuevas utilidades para la cocina moderna. Por tanto, es previsible que la tecnología y la innovación sean dos constantes en el futuro, proporcionando nuevas herramientas y equipamientos culinarios en los próximos años, imprescindibles en los restaurantes de calidad.

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Algunos especialistas predicen que en tres-cuatro años un restaurante "top" deberá cambiar totalmente su equipamiento, dado el grado de innovación previsible en esta industria ¿Merecerá la pena? A juicio de muchos, sí. Quedará en manos de los maestros si la tecnología sirve para refinar y desarrollar la herencia de conocimiento tradicional y popular o si la gastronomía se sumergirá en una era de creaciones sin fin hasta el infinito. Los comensales tendrán la última palabra. Tecnología en la cocina de casa Si una ama de casa ha probado la "Thermomix" seguro que dice que no puede cocinar sin ella. Pues esto no ha hecho nada más que empezar... Tampoco los hogares se van a ver libres de innovaciones y nuevos productos: utensilios que incrementarán la calidad de las prestaciones y resultados finales de nuestra labor en los fogones. Sin ir más lejos está la domótica que ayudará a llevar un control de las existencias del frigorífico y una programación activa para el más óptimo estado y conservación de existencias... Con la posibilidad de hacer pedidos online a nuestras tiendas y proveedores favoritos. Microsoft y otras empresas están desarrollando software y hardware para comercializar a corto plazo este tipo de productos. Tecnología futurible Pero lo más futurible de todo será la tecnología molecular, no en sentido figurado sino real: la nanotecnología. Hay planteamientos muy interesantes para la alimentación y la salud, como la capacidad de introducir antioxidantes en los alimentos. Algunos movimientos importantes en la industria no se han hecho esperar. La empresa de bio-nanotecnología pSivida Limited anunció hace cuatro meses la creación de una nueva empresa spin-off llamada pSiNutria Limited para desarrollar aplicaciones de su tecnología de silicio a la industria de la alimentación. Otras grandes empresas de alimentación como Kraft, Altria y Unilever están ya investigando las ventajas que puede aportar la nanotecnología a su sector en vertientes muy diversas que van desde los alimentos funcionales hasta los empaquetados. 106

GASTRONOMÍA MOLECULAR: NUEVA CIENCIA DE OLLAS Y SARTENES ( Daniel Lorenzo)

Cuando la cocina se transforma en un laboratorio y el delantal en un Guardapolvo

El Centro Atómico Bariloche, los magníficos restaurantes de la ciudad y nuestra escuela de gastronomía están más cerca de lo que creíamos. Una nueva tendencia culinaria, la gastronomía molecular, bucea a fondo en el fenómeno científico de la cocina. Viene de Europa y ya se extiende en todo el país. Poco ha de faltarle para hacer pie en Bariloche, polo científico tecnológico argentino. Mariana Koppmann, Juan Pablo Lugo y Silvia Grünbaum indagan en la ciencia de los sabores Este fin de semana el Hospital de Clínicas José de San Martín de Buenos Aires será sede de un encuentro singular. Lo organiza el Instituto de Química y Metabolismo del Fármaco, y el Laboratorio de Investigaciones Sensoriales, ambos del CONICET. Es dirigido a profesionales y estudiantes interesados en los aspectos químicos, biológicos, sensoriales y tecnológicos... del sabor. ¡Es un congreso de cocina! Ni más ni menos: "Un enfoque multidisciplinario para el análisis del sabor". Entre otros tópicos, el encuentro versará sobre las técnicas psicofísicas para evaluar el sabor, la preservación de la calabacita criolla, el análisis sensorial del mate y la química que encierra el sabor del café. Al suplemento "Sobre Gustos" la invitación llegó de la mano de los amigos de la Asociación Argentina de Gastronomía Molecular. ¿Y qué es esto tan raro? Pues una nueva tendencia en materia de cocina, que justamente combina ciencia y artes culinarias. Ellos mismos definen a la gastronomía molecular como "la exploración científica de las transformaciones y fenómenos culinarios". El objetivo de esta disciplina es entender qué es lo que realmente sucede "dentro" de los alimentos en nuestras ollas, batidoras, hornos y heladeras. La Asociación organiza talleres experimentales entre cocineros y científicos, encuentros y seminarios que exploran entre otros temas la relación entre la gastronomía y la ciencia, el arte, la antropología; el uso de tecnologías científicas no 107

tradicionales en al cocina, la transferencia de productos de la industria a la cocina tradicional, el análisis sensorial y la exaltación de los sabores como así también el uso de la gastronomía como recurso didáctico para la enseñanza de la ciencia. "La filosofía de la Asociación Argentina de Gastronomía Molecular es transformarse en 'el' espacio de encuentro entre la ciencia y la gastronomía", expresan. La entidad surgió en diciembre de 2004 y se presentó a la comunidad el 27 de abril del 2005. Está formada por diez miembros, y la comisión directiva por tres de ellos: Mariana Koppmann (presidente), Silvia Grünbaum (secretaria) y Juan Pablo Lugo (tesorero). En el año 2006 se abrirá la inscripción a socios. Mariana Koppmann es bioquímica, consultora de Seguridad e Higiene de Alimentos, y coordinadora de las áreas de Seguridad e Higiene y de Química Culinaria en el IAG. Juan Pablo Lugo inició sus estudios universitarios en la UBA en la Licenciatura de Física y luego decidió emprender sus estudios de Pastelería en IBAHRS. Se desempeñó profesionalmente en diversos hoteles y restaurantes. En la actualidad es Coordinador y docente del área de Pastelería en el IAG. Es docente junto a Mariana Koppmann de "Química en la Pastelería". Silvia Grünbaum trabajó 16 años como bióloga molecular en el área médica en diagnóstico e investigación. En agosto de 2004 terminó la carrera de cocinera en el IAG y desde abril del 2004 tiene, junto a tres cocineros, un emprendimiento de catering gourmet. A la hora de las definiciones, precisan que la gastronomía molecular no es un "tipo de gastronomía". "Surge como disciplina hace aproximadamente 20 años, cuando el físico de la Universidad de Oxford Nicholas Kurti y el profesor de química Hervé This, de Francia, la definen como la exploración científica de las transformaciones y los fenómenos culinarios". "El objetivo de esta disciplina es entender qué es lo que realmente sucede dentro de los alimentos en nuestras ollas, batidoras, hornos y heladeras. Esto quiere decir que cualquier cocinero (no importando su especialidad) puede hacer gastronomía molecular porque lo que estará haciendo será utilizar las descripciones que le aporta la ciencia para desarrollar sus nuevos platos o mejorar su técnica culinaria". "En cuanto a la aceptación que esta disciplina está teniendo en nuestro país, ya tenemos una base de datos de 650 personas interesadas en el tema (de todo Latinoamérica, España, Italia, Portugal, Francia, entre otros, y provienen de diversas áreas: científicos, cocineros, educadores, gente de la industria alimentaria, artistas, 108

historiadores, público en general, etc.) y los seminarios que hemos organizado han tenido concurrencia completa". Esta gastronomía llega a aquellos restaurantes cuyos cocineros se han acercado a la gastronomía molecular y han utilizado los conocimientos de alguna manera. "Además de estar motivados por el conocimiento de las bases físicas, químicas y sensoriales de los fenómenos gastronómicos; estamos especialmente interesados en colaborar en la construcción de un lenguaje que acerque a la ciencia y a la gastronomía en beneficio de ambas", definen. Y recomiendan la siguiente bibliografía: -Barham, Peter. La cocina y la ciencia. Editorial Acribia -This, Hervé. Los Secretos de los pucheros. Editorial Acribia -Pablo Schwarzbaum, Diego Golombek. El cocinero científico Universidad Nacional de Quilmes y Siglo XXI editores.

La Nanotecnología en la industria alimentaria. La Nanotecnología Alimentaria se encuentra aún en fase de “despegue”; no obstante, ya es posible vislumbrar su extraordinario impacto en la moderna industria alimentaria debido a sus numerosas y diversas aplicaciones, entre las que destacan por su interés las siguientes: aseguramiento de la calidad y seguridad alimentarias (biosensores: nanochips, microarrays, nariz y lengua electrónicas; análisis de composición, estimación de la vida útil y frescura, detección y neutralización de microorganismos alterantes y patógenos, aditivos, fármacos, toxinas, metales pesados, plaguicidas, fertilizantes y otros contaminantes abióticos; detección de factores antinutricionales y alérgenos, etc.), control de procesos (biosensores: nariz y lengua electrónicas), envases activos, nanoenvases, nanoetiquetado miniaturizado, desarrollo de nuevos alimentos (nanoalimentos y “gastronomía molecular”), alimentos interactivos, alimentos funcionales, alimentos más saludables, nutritivos y/o con mejores características organolépticas y reológicas, mejora de la productividad y reducción de costes, etc..

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Unidad 11: Cocina local

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ASENTAMIENTOS GALESES DE LA PATAGONIA ARGENTINA

Juana A. Norrild Regina G. Schlüter La emigración de un gran número de personas desde Gales hacia otros países se inscribe en la tendencia generalizada en Europa durante la segunda mitad del siglo XIX de buscar mejores condiciones de vida en el nuevo mundo. El primer contingente de galeses se dirigió hacia los EEUU pero, debido a la rápida asimilación a la cultura local, surgió un movimiento que si inclinó a incentivar los desplazamientos hacia lugares aislados donde la falta de contacto con otras sociedades permitiese mantener su idioma, religión y valores ancestrales. La Patagonia argentina fue considerado un lugar sumamente apropiado y en 1865 arribó el primer contingente compuesto de 165 personas. Debido a las duras condiciones de vida que debieron soportar hizo que ese número no se incrementara. Por varios años contaron con total autonomía política y la administración de los asentamientos se basó en la Constitución de Gales. Esto permitió a Williams (1992:110) señalar que en el Bajo Valle del Chubut floreció la primer democracia en América Latina que garantizaba el voto a todos por igual. El área donde se produjeron los primeros asentamientos era desértica y muy diferente al paisaje de Gales No obstante, las necesidades de supervivencia determinaron que prontamente los colonos aprendieran que el desierto es un lugar que se puede domar. Prontamente surgieron los primeros canales de riego que hicieron que prosperara el cultivo del trigo y la región se convirtiera en exportadora de ese cereal. La actividad agrícola dio origen a un paisaje cultural de características sumamente particulares que se mantiene hasta la fecha y se caracteriza por un sistema de irrigación, molinos harineros, puentes de madera sobre el río y pequeñas estaciones de ferrocarril que surgieron como consecuencia de la necesidad de llevar el grano al puerto para ser enviado al norte. En 1910 surgió la Compañía Unificada de Irrigación. En 1874-6, 1881, 1885 y 1910 llegaron otros contingentes de inmigrantes. Eran reclutados en las capillas no-conformistas y a través de la prensa escrita en galés (Williams 1992). A su llegada los inmigrantes eran organizados en comunidades aglutinadas alrededor de alguna capilla. Éstas se convirtieron en el centro social del Valle. Los matrimonios se realizaban entre las personas del mismo grupo o de una comunidad vecina y el galés era el idioma que todos hablaban y transmitían a las nuevas generaciones. También prestaban un servicio de seguro médico que permitía a los miembros gozar de la atención necesaria en el Hospital Británico de Buenos Aires. Para celebrar algún evento (festividad, casamiento, etc.) se servía un té acompañado de panes y dulces hechos con ingredientes disponibles en el área. Así surgieron elementos nuevos que se fueron incorporando a la gastronomía galesa en su conjunto. Entre las tortas cabe mencionar la torta negra (denominada “galesa” en Argentina), la torta de crema, etc. También se fabricaban mermeladas con elementos desconocidos en Gales: citron, membrillo, etc.

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Los colonos prosperaron, crearon su propia sociedad mercantil y monopolizaron la actividad privada. La Sociedad Mercantil estableció filiales en casi todo la Patagonia argentina, por lo cual la influencia no se limitó al Valle. Al establecerse la primera Ley de Territorios Nacionales conformaron el primer municipio de la actual provincia del Chubut con sede en la localidad de Gaiman en el centro del Valle. Las sesiones municipales se realizaban en galés lo cual irritaba a los residentes de otras nacionalidades. Problemas económicos y presiones externas para lograr la asimilación total al país determinó que “lo galés” lentamente perdiera interés hasta para los descendientes directos de los primeros colonos. Incluso los restantes residentes en el área crearon el apodo despectivo “galenso”. Según Sanmartín (1993:206) el apodo une la identidad personal con su fuente colectiva, y pertenece al campo del patrimonio moral. Puede deducirse que un apodo con elementos significantes de menosprecio afecta negativamente la identidad y el patrimonio moral. Años más tarde, al cumplirse en 1965 el centenario de lo que se denomina la “gesta galesa”, resurgió el interés de los pobladores del Valle por conocer más sobre sus orígenes. Comenzaron a realizarse viajes en ambas direcciones y profesores de Gales dictan regularmente clases de galés en los principales asentamientos. Los cánticos corales en las capillas y el “five o’clok tea” –ahora también servido en casas de té- conformaron elementos compartidos en la sociedad local. Si bien los descendientes de los colonos galeses se sienten argentinos, al igual que el resto de los habitantes del Valle, en su mayoría se consideran los custodios del patrimonio tangible e intangible de sus ancestros. El té “galés” fue la primer oferta que se colocó en el mercado y mostró rápidamente que sólo podían ofrecerlo los descendientes directos. Al surgir la primer competencia los dueños de las restantes casas se unieron creando una marca de calidad que excluía a los grupos de otras nacionalidades. El “té galés” constituye aún hoy la principal razón para visitar la localidad de Gaiman (3200 habitantes), centro cultural del Valle. Se sirve de manera similar en diferentes casas y está acompañado de pan y manteca casera, diferentes mermeladas, sandwiches de jamón y queso, y una variedad de tartas y tortas de características no siempre idénticas a la pastelería galesa tradicional. Como lo señala Ortiz García (1998:302) la comida es un lenguaje a través del cual se conoce cómo las personas se ven así mismas y al mundo. A través de la comida, entonces, puede observarse que la simbiosis cultural entre los distintos grupos de nacionalidades indujo a la reelaboración de la identidad originaria. La gastronomía que se presenta en el Valle no es la del país de origen sino la que se fue creando a lo largo de más de un siglo. Este hecho es reconocido por algunos quienes defienden el té galés del siglo XXI como parte de su tradición ancestral- pero no por otros. Catani (1983:251) asegura que el sistema de valores sociales, especialmente en el caso de la migración, nunca se exhibe como conjunto coherente de proposiciones como se haría en un texto religioso o filosófico.

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La cocina del fin del mundo Hablar de la Patagonia es recordar aquellos años en los bancos de escuela, durante mi adolescencia, escuchando con la boca abierta al profesor de geografía contando los increíbles relatos de los primeros cronistas de nuestra historia: había que ganarse la confianza concedida por el mecenas e impresionar cuanto más era posible hacerlo. Los enviados especiales al Río de La Plata, describen a los Indio que allí vivían con características únicas de salvajismo. Partícipe más tarde de la expedición de Magallanes, Antonio Pigafetta, vio a los habitantes de las frías costas del sur argentino, como gigantes de 3 metros con unos pies muy grandes, en fin, unos Patagones... De allí el nombre de Patagonia a toda la extensa tierra del sur argentino. Partiendo de allí llegamos hasta 49º hacia el Antártico. Siendo invierno, las naves penetraron en un puerto bueno para invernar. Allí estuvimos dos meses sin ver persona alguna. Un día, súbitamente, vimos en la costa del puerto a un hombre con estatura de gigante, desnudo, que bailaba, cantaba y se echaba polvo sobre la cabeza. ...... Era tan grande que le llegábamos a la cintura, y bien dispuesto: tenía cara grande, pintada de rojo, y de amarillo entorno a los ojos, con dos corazones pintados en las mejillas. Los pocos cabellos que tenía estaban teñidos de blanco. Estaba vestido con pieles de animales cosidas sutilmente; ese animal tiene cabeza y orejas grandes como las de una mula, cogote y cuerpo como un camello, patas de ciervo y cola de caballo, y que como éste relincha. Hay muchos de ellos en esta tierra. (Habla del guanaco). En los pies, llevaba abarcas de la misma piel, que cubren los pies a modo de zapatos (parecían las patas de un oso y Magallanes por eso los llamó patagones) y en la mano un arco corto y grueso, cuya cuerda era algo más gruesa que la del laúd y estaba hecha con tripa del mismo animal, y un mazo de flechas no muy largas, emplumadas como las nuestras. Definir los límites netamente fronterizos de la actual Patagonia es también difícil para un argentino. No importa lo que puedan establecer los libros de geografía, porque para algunos la Patagonia empieza al sur de Río Negro, para otros en el momento que se deja la provincia de Buenos Aires. Es el paisaje que da la sensación de estar en otras tierras. Otros, los más extremistas, la hacen empezar entrando en la provincia de Chubut donde realmente no solamente los aires, la claridad del cielo, el perdido horizonte sobre las inmensas praderas, más los fuertes vientos fríos, te ubican con certeza en la Patagonia. En tan inmenso espacio colonizado por europeo de todas latitudes, especialmente ingleses, suizos, peninsulares y también argentinos hastiados del duro trajín de las ciudades como Buenos Aires y sus satélites o simplemente por gente deseosa de una nueva vida, o aventureros que sueñan con ser dueños de la naturaleza y de los cielos estrellados. 116

Durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, el 11 de octubre de 1878, se sancionó la Ley 954 creando la Gobernación del Territorio Nacional de la Patagonia con jurisdicción desde el océano atlántico por el este, hasta la cordillera de Los Andes por el oeste y desde el Río Negro y Neuquén por el norte y hasta el Cabo de Hornos al sur. La sede política y administrativa fue establecida en la ciudad de Mercedes de Patagones, luego llamada Viedma. Dos meses más tarde en diciembre del mismo año llegó el primer gobernador, coronel Álvaro Barros, haciendo el viaje desde Buenos Aires en barco. El nombre de Viedma fue decretado por Barros en julio de 1879 en honor al fundador de la ciudad. Ésta fue una ciudad esencialmente marítima hasta las postrimerías del siglo xix por la inexistencia de caminos o ferrocarriles en aquella época. El 16 de octubre de 1884 el Territorio fue dividido en cinco gobernaciones: Río Negro con capital Viedma, Neuquén con capital Neuquén, Chubut con capital Rawson, Santa Cruz con capital Río Gallegos, y Tierra del Fuego con capital Ushuaia La Ley 25394 del 30 de Noviembre de 2000 estableció el 11 de octubre de cada año como Día Nacional de la Patagonia. Se publicó en el Boletín Oficial el 9 de enero de 2001 con el número 29562. Así que hablar de cocina patagónica es también resaltar su inmensidad. Nuestra intención es dividir esta gastronomía en tres partes, la perteneciente a la cordillera con algunas inevitables influencias chilenas, una central desde Río Colorado hasta Ushuaia y la de la costa marítima desde San Antonio Oeste hasta Lapataia. Cocina y Cultura El 28 de julio de 1865 llegó un grupo de 153 personas al Golfo Nuevo a bordo del velero "Mimosa", que habían partido de Liverpool. En estas tierras los esperaban dos compatriotas que habían explorado la zona. También los esperaban la imponente naturaleza agreste, el desierto patagónico y las vistas de las costas sobre el Atlántico. El puerto fue llamado Madryn en honor al Barón de Madryn, Sir Love Jones Parry, un pionero colonizador. Aún hoy quedan vestigios de los refugios realizados en las costas por estos primeros inmigrantes, alrededor de puerto Pirámide. Posteriormente fueron llegando nuevos grupos de colonos y se fue ampliando la comunidad. Se dirigieron hacia la desembocadura del río, en busca de agua, y luego de hacerles entrega de las tierras y declarar oficialmente fundada la Colonia, tarea a cargo del comandante militar de Patagones, teniente coronel Julián Murga. Y el 15 de septiembre de 1865, nació la aldea con el nombre de Rawson, izándose el pabellón nacional. En este primer pueblo del Chubut, tuvo lugar, el 16 de abril de 1866, el encuentro de los galeses con los indios tehuelches. A partir de ese día se inició una pacífica relación que benefició a ambos grupos. 117

Y un nuevo contingente de colonos galeses se radicó entre los valles, buscando agua potable, en Gaiman ("piedra de afilar") en 1874, dando su toque típico al lugar; la primera vivienda se realizó con piedras del lugar, y quien la construyó fue el señor David Roberts. Bien sabido es que la cultura de un pueblo va unida a las tradiciones y costumbres. Uno de esos casos más claros es el mantenimiento de los platos tradicionales de cada grupo inmigratorio que se ha radicado en estas tierras. Se mencionan aquí algunos platos típicos de la exquisita cocina de las Colonias Galesas establecidas en la provincia del Chubut

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HISTORIA DE LA GASTRONOMIA

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ANEXO:

Una cultura que se fusionó con las costumbres argentinas La inmigración italiana fue la mayor en la historia del país

· Entre 1880 y 1930 más de cuatro millones de italianos desembarcaron en tierras argentinas · Hoy, hay más de 16 millones de descendientes y más de 500.000 pasaportes

No se equivocaba aquel que denominó a la Argentina como "la segunda patria de los italianos". Entre 1880 y 1930 más de cuatro millones de italianos emigraron hacia la Argentina. . Sin embargo, la inmigración se detuvo desde hace 50 años. Dante Ruscica, encargado de prensa de la embajada de Italia en la Argentina, dijo que en la actualidad hay alrededor de un millón de italianos en el país. Además, aseguró que viven más de 16 millones de personas de sangre italiana y que hay 500.000 ciudadanos con doble nacionalidad. . En la Argentina, los inmigrantes debían comenzar una nueva vida. Construir nuevas raíces y empezar de cero. No era una meta fácil, pero tampoco imposible. . Grandes referentes de la historia argentina fueron italianos o descendientes de ellos. Por caso, el general Manuel Belgrano, creador de la bandera argentina, era hijo de italianos. . Así, fueron muchos, y en diversos aspectos, los que marcaron la historia, la cultura y definieron el rumbo de un país que empezaba a crecer. La mayoría de los italianos que llegaron a la Argentina eran piamonteses, genoveses, venecianos, calabreses, sicilianos y napolitanos. . La zona que hoy se conoce como La Boca, hasta principios del siglo XIX, estuvo prácticamente deshabitado. Entre 1830 y 1852 comenzaron a instalarse familias genovesas y, en 1895, tenía una población de 38.000 habitantes, de los cuales 14.000 eran italianos. . Cultura italoargentina .

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La cultura argentina tuvo un paulatino cambio gracias al aporte de la fuerte inmigración, en particular la italiana. Si bien lo normal habría sido que los inmigrantes se adaptaran a la cultura existente, el proceso fue inverso o, más

. Cultura italoargentina . La cultura argentina tuvo un paulatino cambio gracias al aporte de la fuerte inmigración, en particular la italiana. Si bien lo normal habría sido que los inmigrantes se adaptaran a la cultura existente, el proceso fue inverso o, más bien, recíproco. Los italianismos se difundieron rápidamente, lo que enriqueció el vocabulario lunfardo. Por ejemplo, la palabra mufa, que se usa para designar a la mala suerte, deriva de muffa , que significa moho; pibe proviene de pive , que en xeneize (lengua de Génova) significa aprendiz. Así, muchas palabras de origen italiano fueron adoptadas por los argentinos y hasta incursionaron en el tango. La cumparsita es el caso más relevante: el título deriva como diminutivo del italiano comparsa , que significa actor secundario. La gastronomía italiana ejerció durante los tiempos de la gran inmigración europea una notable influencia sobre las costumbres culinarias de la Argentina, que se proyectó hasta la actualidad. A ella se debe la popularidad de las pastas, la pizza y la buseca, entre otros alimentos. Fueron italianos los propietarios de las mejores confiterías de Buenos Aires, tales como el Café Tortoni, el Café de París y la Confitería del Molino, entre otras. Y también de prestigiosos restaurantes, como La Sonnámbula o La Emiliana, que ofrecían las mejores especialidades de la cocina italiana, novedosa por entonces. Si bien a partir de 1880 fue mayor el arribo de italianos, ya en 1870 eran 80.000 los inmigrantes de ese país. El censo realizado en 1898 indicó que en la Argentina había un millón de italianos, es decir, el 25 por ciento de la población, mientras que un tercio del resto eran argentinos descendientes de italianos. Matías Cohen

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LOS INMIGRANTES EN LA ARGENTINA Alberto Sarramone, quien ha escrito varios libros sobre la historia de la inmigración en nuestro país –algunos de ellos traducidos al francés-, afirma que "La noción exacta y actual de emigración, en general, tiene dos referentes direccionales: emigración en un sentido estricto, cuando se busca significar la salida de personas o grupos de un país o región. Inmigración, noción relacionada con la recepción de población externa en un país o región determinado", y señala que "ambas tienen su origen en el régimen de libertad instaurado a partir de la revolución francesa, con el reconocimiento de los derechos del hombre y del ciudadano y entre ellos el de emigrar, consagrados en la constitución del 31 de octubre de 1791. Con anterioridad, no se podía hablar de las formas modernas de emigración, que requieren como notas definitorias para la existencia plena del fenómeno, estar en un marco aunque sea imperfecto de libertad" (1). Marcelo Bazán Lascano señala que la LeyAvellaneda, de 1876, proporciona la definición de inmigrante. Distingue "entre los inmigrantes ‘sensu stricto’, o sea los que venían con pasaje de segunda o tercera clase por cuenta del gobiernou otras entidades, y los que entre el 25 de mayo de 1810 y el presente han arribado a nuestro territorio a su costa, como polizones o en cualquier otra forma clandestina o ilegal. Podría sostenerse, pues, que los segundos son, prima facie, definibles como inmigrantes ‘lato sensu’, aunque hubieran venido en primera clase y aunque lo hubiesen hecho con bienes de fortuna y hasta con títulos nobiliarios" (2). "Desde la época de Rosasse anota una constante pero limitada inmigración española, procedente del País Vasco, Galicia y las Islas Canarias –afirman Marcelo Alvarez y Luisa Pinotti. Recién la última década del siglo será testigo de un desembarco masivo, especialmente de gallegos, vascos, asturianos y catalanes" (3). Diversas causas contribuyeron al aumento de la emigración. Andrés Solla las enumera: la introducción de la navegación a vapor, las políticas de las repúblicas americanas que favorecen la entrada de emigrantes, la irrupción de fuertes compañías navieras inglesas, francesas y alemanas en el negocio, y la comunicación epistolar con los que ya emigraron (4). "A lo largo de la historia de la humanidad –escribe Solla- hubo múltiples causas ‘próximas’ (guerras, persecuciones religiosas o políticas, huidas de los reclutamientos militares, pestes, etc.) que dieron lugar a las migraciones humanas, pero detrás de todas ellas subyace siempre el factor económico. (...) los gallegos emigraron forzados por la situación económica y porque no se conformaban con seguir siempre lo mismo; querían mejorar y les sobraba voluntad para hacerlo" (5). Gran parte de los gallegos establecidos en nuestro país, sólo pensó en hacerlo por un tiempo. "Galicia es casi sinónimo de inmigración –agrega Solla-, porque de Galicia, por emigrar, emigraron: trabajadores, intelectuales, energía eléctrica y capitales. El gallego emigraba bajo dos signos: uno, que lo empujaba fuera de su tierraen procura de una mejor situación económica y otro que lo hacía volver. Así tenemos que, siendo el país que da mayor porcentaje de emigración, también somos, curiosamente, el que mayor índice de retornados tiene por número de emigrantes. En el fenómeno migratorio puede establecerse una correlación: padres y mujerquedaban en Galicia, hijos y marido en la emigración. Esta constante quizás sea el factor más importante que favoreció tan elevado número de retornados, además del apego que los gallegos tenemos a nuestra tierra" (6). Otros jamás podrán regresar, y morirán añorando el retorno.

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Aurora Alonso de Rocha destaca que "La voz del pueblo –voz del cielo- llamó gallegos a todos los españoles inmigrantes y gringos a los otros extranjeros. De ese modo dejaba dos mensajes para el futuro: primero, que los españoles no eran extranjeros comunes; eran, sí, los ‘otros’, pero los otros del idioma común y la tradición que ya formaba parte y sustento de lo criollo, y segundo, que los gallegos habían sido, entre los españoles, los más en número y los más conspicuos. ¿Qué nos mueve a hacer el esfuerzo de reconstruir pueblo por pueblo, grupo por grupo, el fenómeno inmigratorio? Porque fue el más significativo del siglo pasado y determinante del presente siglo, porque vivimos en comunidades migratorias, porque nos reconocemos en nuestras singularidades nacionales y en la amalgama irrepetible que somos los argentinos. También porque buscamos, racionalmente, las raíces que sentimos en el corazón" (7). Inmigrantes Para los gallegos había dos destinos: Buenos Aires y Cuba. Una noveladel cubano Barnet se titula precisamente Gallego (8). Los inmigrantes "Venían a sobrevivir – escribe Jorge Riestra-, a intentar vivir una vida mejor, a hacer fortuna, por qué no, algo les habían contado de la generosidad de estas tierras, de la abundancia que desbordaba en las manos de quienes la trabajaban. Cuando se les hablaba del Nuevo Mundo, ellos pensaban en un mundo nuevo. Lo que les esperaba era el Hotelde Inmigrantes y luego la ciudad, las ciudades, y en las ciudades la dispersión, el enigma de las calles y de la gente, qué comerían y dónde dormirían" (9). A ellos, "de alguna manera, los acompañaba la esperanza, aún teñida del dolor de dejar atrás pasado, historia, familia, amigos, afectos y recuerdos -escribe Silvia Fesquet. El dolor no era poco pero el equipaje que cargaban –liviano, muy livianoestaba amarrado con sueños, ilusiones y mucha esperanza: la de encontrar amparo o un destino mejor, la de volver y devolverse a esa tierra que, por razones distintas, ahora los expulsaba" (10). En sus Memorias, Lucio V. Mansilla describe las condiciones en las que los gallegos realizaban el viaje hacia América: "El italiano no había comenzado aún su éxodo de inmigrante. De España, en general del Ferrol, de La Coruña, de Vigo sobre todo, sí llegaban muchos barcos de vela, rebosando de trabajadores, aprensados como sardinas (...) En cierto sentido eran como cargamento de esclavos" (11). El viaje era insalubre y riesgoso. Cuando mira una foto, Elsa Carballeda imagina el viaje de su abuela "con sus tres primeros hijos en la bodega del barco (tres meses viajando en condiciones precarias y los sueños intactos)" (12). Sin una madre que lo proteja, solo, viaja a los diez años, el padre del poeta González Carbalho; de su profunda pena dará testimonio el hijo en su lírica (13). Muchos traían el manual que les ayudaría a manejarse en América: "los gobiernos preparaban manuales escritos por ‘doctores en viajes’ y no necesariamente basados en experiencias. Eran redactados para orientar a los futuros colonos y contenían precisas instrucciones acerca de lo que sería el viaje, la llegada y la posterior vida en un país extraño. Cómo sacar un boleto, cómo conseguir empleo, cómo cuidarse de los estafadores. Aconsejaban no quedarse en Buenos Aires, ya que más lejos de los centros urbanos, tendrían mayores probabilidades de hacer fortuna" (14). Los gallegos –afirma Solla- "se dedicaban preferentemente al sector servicios, comercio y profesiones liberales, recibiendo el sector agrario un porcentaje muy bajo" (15). "Hacia la época del Centenario –destacan Alvarez y Pinotti- cuando la ola española supera a la italiana, los ‘gallegos’ (y especialmente los auténticos hijos de

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Galicia), asomarán tras los mostradores de almacenes, hoteles, restaurantes, bares y confiterías" (16). Habrá uno trabajando en la universidad. En la novela En la sangre, de Eugenio Cambaceres, el protagonista y su madre "se detuvieron frente a la Universidad en cuya puerta, mostrando un grueso manojo de llaves colgado de la cintura, estaba de pie el portero, un gallego ñato de nariz y cuadrado de cabeza". Teresita Fritzsche, responsable de la edición, afirma que el gentilicio es un argentinismo o americanismo utilizado con el significado de español (17). "A los españoles se los llamará unánimemente ‘gallegos’ –afirman Alvarez y Pinotti- (...). Este uso de rótulo sirve para homogeneizar la diversidad apabullante y de paso descalificar al ‘Otro’ " (18). Guillermo Saccomano relató en un reportaje: "Mi abuela era una presencia muy fuerte. Trabajó de sirvienta y de lavandera de familias bien de la época. Con todo, acá la pasaba mucho mejor que en su aldea, donde estaban muy sometidos" (19). De Galicia vino Jovita Iglesias, quien fue ama de llaves de los Bioy durante casi cincuenta años (20). En casa de los Villafañe trabajó "una señora española", de la que dice Javier, el titiritero: "tenía una memoriaextraordinaria y decía romances antiguos españoles –aprendí de ella el Romance del cebollero-. Pablo Medina destaca: "La insistencia con que Javier Villafañe vuelve de tanto en tanto en sus conversaciones sobre la figura de aquella gallega Rosa, la cuentacuentos, poemas, romances y otros decires, es significativa no sólo por su evocación sino también porque la califica como imagen formadora" (21). La "gallega" –afirman Elguera y Boaglio- era "una institución de la época que aspiraba a tener cada familia de la clase media. La ‘gallega’ era una moza robusta, trabajadora, honesta, leal, sensata, frecuentemente analfabeta, que permanecía con la misma familia hasta casarse con su Manuel (que así se llamaba su prometido) o volverse a su pueblo galaico, acosada por la morriña, la morrinha da minha terra" (22). Al presentar una doméstica gallega, Fray Mocho desliza una críticasocial, ya que a esta mujer un personaje le dice que la patrona "se aprovecha de que sos d’España para sacarte el jugo por unos cuantos centavos" (23). Hablaban su idioma. Gladys Onega escribe que "los que habían venido de allá" "hablaban esa fala melosa, que a nosotros no nos enseñaron por vergüenza de aldeanos" (24). Casi todos aprendían el idioma por las suyas, ayudándose algunos con el diccionario, el cual "También es parte de la cultura inmigrante. El diccionario les solucionaba las crisis que podían tener con su segunda lengua. Está muy conectado con los autodidactas" (25). Tenían su religión y sus tradiciones. Emilio González López analiza la figura de Santiago relacionada con los gemelos Castor y Pólux y con la diosa Venus. También se refiere a la Virgen de la Barca y a la inmensa fe que los gallegos tienen a esa ‘barca’, piedra movediza que se mueve el día de la fiesta del Santo (26). Santiago tuvo gran importancia en la historia de España. Américo Castro considera que "Sin tal fermento de vida, la Península hubiera seguido el destino del Norte de Africao hubiera sido ocupada por Europeos del Norte" (27). Santiago Apóstol es la fiesta de todos los gallegos: "Este mes –dice el editorial de julio de 1996- Viajero Celta hace un alto en el camino. El descanso de este peregrino lo hace en Galicia. Porque julio es el mes del Apóstol de España y duerme su sueño eterno en Santiago de Compostela. Desde estas páginas rendimos nuestro homenaje a todos los gallegos celtas" (28). Junto al culto de Santiago, perviven en Galicia creencias anteriores al catolicismo, como la que niega la separación de la vida terrena y el más allá. El muerto descansa en el cementerio durante el día y de noche vuelve a visitar su casa, su tierra, vela el sueño de los suyos, pero esta posibilidad le es dada sólo si muere en su lugar de 124

origen: "Sólo los que mueren en su tierra gallega alcanzan el privilegio de no dejar este mundo, de seguir viviendo en él cerca de los suyos, de su casa y de su tierra. El que tiene la dicha de morir en Galicia se queda entre deudos y amigos a los que puede ver todas las noches a su voluntad" (29). Trajeron su tradición culinaria: "Los nuevos inmigrantes reforzaron el ‘airede familia’ de la cocina argentina, pero con las pautas alimentarias de la época, que si bien marcan una continuación del patrón tradicional no eran simples cristalizaciones del tiempo de Garay ni de fines del siglo XVIII, cuando arribara la penúltima oleada: los guisos, los pucheros y cocidos, la cebolla y el ajo, el azafrán y el pimentón, chorizos y morcillas están de regreso en su versión original. El puchero a la española, presente en el menú de pensiones y restaurantes de la colectividad, recupera la carne de gallina y los garbanzos que la iconoclasia criolla había reemplazado por carne de vaca, porotos y maíz. Los gallegos aportan sus potajes, empanadas, tortillas y la perdiz en pepitoria" (30). Fundaron su escuela. Darío Lamazares, representante legal del Instituto Santiago Apóstol, llegó a la Argentina a los catorce años: "Fui un autodidacta –dijo-, me formé en la calle, y como la mayoría de mis compatriotas sufrí la falta de instrucción. Este país nos dio todo, los mismos derechos que sus hijos, y la escuela es una forma de pagar esa deuda" (31). Exiliados A América llegaron asimismo los exiliados gallegos. Escribe Rodolfo Alonso: "si Buenos Aires –y con ella la Argentina- hacía ya mucho tiempo que estaba recibiendo a cientos de miles de inmigrantes (obligados a abandonar una Galicia feudal y sin futuro, que no podía mantenerlos ni educarlos), a partir de la injusta derrota republicana en 1939 vería llegar otra clase de viajeros: los exiliados. Eran poetas, artistas, políticos, periodistas, científicos, universitarios, sindicalistas, editores. Que, firmemente afianzados en su colectividad, entonces mayoritariamente republicana, y reunidos alrededor de una figura ejemplar: Alfonso R. Castelao, no sólo líder político sino en realidad un humanista, durante décadas convirtieron a Buenos Aires en la auténtica capital de la cultura gallega enmudecida en su tierra por el franquismo" (32). Viajaron sacrificadamente los intelectuales españoles -entre los que se contaba el gallego Moures- que llegaron a bordo del Massilia, el 5 de noviembre de 1939. Esta noticia apareció al día siguiente en el diario Noticias Gráficas: "Las medidas adoptadas contra el grupo de intelectuales y artistas españoles son de un rigorismo que sólo tratándose de peligrosos confinados se hubieran aceptado.... Un marinero nos informó que los españoles refugiados tenían orden de que nadie se aproximara a ellos y menos que se asomaran por los ojos de buey. Es lamentable lo que ha ocurrido. No sabemos ni nos interesa saber quién ha dado la orden terminante de que ese grupo de gente que representa de modos distintos a la cultura y el cerebro de España permanezca en la sombría situación de los delincuentes incomunicados" (33). Arturo Cuadrado Moures recuerda: "En el año 1936 sube Franco, aquella tremenda traición en donde los hombres tuvieron que matar a los hombres. Surge la famosa guerra civil que duró tres años y donde han muerto casi dos millones de españoles. Nosotros, el ejército republicano, que dominábamos Madrid, Valencia y Barcelona, no teníamos fuerzas, teníamos la canción y teníamos a América" (34). Sobre su padre, exiliado gallego, escribe María Rosa Lojo: "El auto exiliado abandona un mundo donde cree que ya no podrà crecer humanamente, donde la violencia ha cambiado todas las reglas del juego para instalar un nuevo orden al que se siente ajeno. No lo sabe aùn, pero de todas formas quedarà cautivo de la tierra que deja. Antonio Lojo Ventoso, mi padre, era uno de esos exiliados. Para èl ya habìa pasado lo 125

peor: el riesgo de fusilamiento, la càrcel, la ‘redenciòn de penas por el trabajo’. Sin embargo, se despidiò de los castañares centenarios y los caminos de piedra. Cediò a un hermano sus derechos sobre las fincas que le tocaban –magras por cierto, como miembro de una familia numerosa-, hizo las valijas y cruzò el ocèano. Dejaba irremediablemente truncos los estudios que habìa iniciado cuando el mundo era otro, el sueño de convertirse en oficial de la Marina de la Repùblica. Dejaba negocios equivocados y proyectos irrealizables. Dejaba tambièn (aunque de eso me enterè despuès de su muerte: era un hombre pudoroso) una cierta reputaciòn juvenil de ‘mala cabeza’, y de playboy coruñès, que fascinaba a las muchachitas y escandalizaba a sus madres. Dejaba una España que para sus ojos habìa retrocedido siglos en el tiempo, donde no cabìa la dimensiòn de su deseo. El futuro estaba afuera. Habìa resuelto que en las nuevas tierras harìa otra cosa, y serìa, casi, otra persona" (35). Se ha señalado la diferencia entre inmigrantes y refugiados: "El inmigrante toma una decisión y asume el riesgo, aunque tenga que poner en peligro su vida. El exiliado no tiene capacidad u oportunidad para decidir. Otra de las diferencias fundamentales es la experiencia vivida antes de la partida. Muchos llegan heridos, con mutilaciones, han sido testigos de la muerte de personas conocidas y familiares. Sufrieron violaciones sexuales, (...). Luego está el trauma del desarraigo, la pérdida del punto de referencia, la destrucción de todos los bienes". Cuando se trata de un refugiado, por más que se esfuerce por sobreponerse, "El desarraigo golpea la salud hoy y para el resto de la vida. (...) En muchas ocasiones, el desplazado debe adaptarse a países con otro idioma, otra cultura, separado de sus seres queridos. No resulta extraño que sean frecuentes los intentos de suicidio, los conflictos conyugales, el retraimiento social, la sensación de peligro constante, la pérdida de creencias, las conductas agresivas... Un caso donde el desarraigo es especialmente doloroso es el de los ancianos, que desarrollan más cuadros depresivos que el resto. La falta de esperanza sirve para adelantar la muerte" (36). El Hotel de Inmigrantes La travesía ha llegado a su fin. Los pasajeros, con su documentación argentina, se encuentran con sus familiares, amigos, o empleadores. Los que no tienen conocidos en la nueva tierra, sufren "las penurias del desembarco en Buenos Aires, Hotel de Inmigrantes y frustrada espera de un destino" (37). Días después, desde allí unos se trasladarán a un conventillo; otros, a una vivienda más digna, y pocos viajarán hacia las colonias. Quienes llegaban al Puerto podían alojarse en el Hotel, sólo si observaban el reglamento de la institución. El mismo establecía, por ejemplo que "Después de cada comida, a la hora indicada por el reglamento, se deberán limpiar los utensilios que se le hayan entregado antes, sin lo cual no podrá ausentarse del Hotel. Por turnos, como se indicará, tendrán que limpiar las instalaciones y ocuparse del transporte de víveres. La parte destinada a los hombres, está separada de la de las mujeres; al igual que en el barco, está prohibida la promiscuidad. Con todo, se respetará el sagrado derecho de ayudar a su mujer y a sus niños. Una vez escuchado el timbre del silencio nocturno, está prohibido cualquier tipo de alboroto. Quien se sienta mal debe avisar a la dirección del establecimiento. Está permitido salir a determinadas horas, pero quien no haya regresado en el horario previamente fijado no podrá pasar la noche en el Hotel" (38). "La aglomeración de gente presentaba un cuadro poco edificante. En ‘La Nación’ (N° 2355), denunciaba el mal estado del hospedaje a los extranjeros. A un pedido de aclaración del ministro Laspiur, el Comisario de Inmigración informó que: ‘el Asilo de 126

Inmigrantes está muy distante de ser lo corresponde al objeto que se destina. V:E: lo ha reconocido así y mandó levantar planos y presupuestos de la obra que debe construirse en el terreno que al efecto fue cedido por la Municipalidad en el bajo del Retiro...’ y agrega que nunca habían tenido enfermedades infecto-contagiosas, y que en un nuevo edificio, del fondo, se destinaba a los enfermos que eran visitados dos veces por día por el médico. Luego informa el señor Dillon: ‘Los inmigrantes permanecen poco tiempo en el Asilo y cuando llegan se envían al Río que está inmediato, lavan la ropa y se asean. Cuando no están en esa operación, la pasan en la Plaza, de manera que sólo en los días de lluvia se siente algún inconveniente, cuando existe mucha aglomeración, pero basta uno o dos días buenos para que todo esté seco, pues el aire y la luz penetran por todas partes" (39) En el Hotel de Inmigrantes, los recién llegados se agrupaban de acuerdo a su procedencia. Comenta el profesor Jorge Ochoa de Eguileor: "Aquí había inmigrantes de diferentes países, con diferentes idiomas, que hacían sus grupúsculos ya entre sí, se juntaban e iban al mismo lugar del comedor, habían logrado estar en el mismo dormitorio y salían en conjunto a la calle, porque tenían libertad de salir del hotel hasta las siete de la tarde. Las señoras también se juntaban de acuerdo a la nacionalidad en los jardines con los chicos, esperando a sus maridos, se pasaban la mañana en el jardín, en los grandes jardines" (40). Gloria Pampillo recuerda la voluntad de unión de los emigrantes gallegos: "Lo que van a hacer ahora es lo mismo que hizo mi abuelo cuando llegó a la Argentina en 1870. Van a agruparse en cofradías. Que esas cofradías formen un ejército o una Sociedad de Socorros Mutuos, poco importa. Lo que tienen en común es que lejos de la tierra, ‘da mía terra’, como dijo una mujer en el seminario con un dolor que me volvió de barro el corazón, van a buscarse entre ellos" (41) Esa unión de los primeros tiempos dio origen a asociaciones importantes, a muchas de las cuales se refiere Rosa Majián en su guía (42). Surgieron los medios de las colectividades, estudiados por la antropóloga Viviane Oteiza Gruss (43). Una publicación tuvo que ver con el origen del Centro Gallego: "El Eco de Galicia fue fundado por José María Cao Luaces el 7 de febrero de 1892. Este fue el órgano de los residentes gallegos en la Argentina desde ese momento y uno de los antecedentes de la fundación del Centro Gallego de Buenos Aires" (44). "La llegada del migrante siempre está cargada de esperanzas e incertidumbres. Y la asociación con sus connacionales es una de sus estrategias para cubrir sus necesidades culturales y recreativas –opina Lelio Mármora, director de la Organización Internacional para las Migraciones. Así surgieron entidades que dieron a los recién llegados espacios solidarios en un medio extraño, y varias resultaron centro de excelencia para los argentinos" (45). En el conventillo "Los gallegos (...) se radicaron, en general, en la ciudad" (46). Algunos vivieron en los conventillos. Los conventillos más famosos fueron Las Catorce Provincias, El Universo y el Conventillo de la Paloma. En ellos "se compartían los baños, los lavatorios, las letrinas, la cocina y los lavaderos. En las piezas vivían familias enteras, a veces con seis o siete hijos, lo que provocaba hacinamiento y promiscuidad. (...) Para dormir, los más pobres tenían dos opciones: el sistema de "cama caliente", en el que se alquilaba un lecho por turnos rotativos para descansar un par de horas, o la maroma, que eran sogas amuradas a la pared a la altura de los hombros. Quien optaba por ese método debía pasase las sogas por debajo de las axilas, dejar caer el peso del cuerpo y dormir parado" (47). Esto nos da una idea del enorme sacrificio que debieron hacer muchos de los que venían en busca de un futuro mejor. 127

Los conventillos fueron escenario del sainete, lo afirma Vacarezza en un conocido soneto: "La escena representa un conventillo. / Personajes: un grébano amarrete, / un gallego que en todo se entromete, / dos guapos, una paica y un vivillo."(48). En Mustafá, sainete de Armando Discépolo y Rafael De Rosa, don Gaetano destaca el clima amistoso del conventillo, en el que también viven gallegos: "E lo lindo ese que en medio de esto batifondo nel conventillo todo ese armonía, todo se entiéndano: ruso co japonese; francese con tedesco; italiano co africano; gallego co marrueco. ¿A qué parte del mondo se entiéndono como acá: catalane co españole, andaluce co madrileño, napoletano co genovese, romañolo co calabrese? A nenguna parte. Este e no paraíso. Ese ne jauja. ¡Ne queremo todo! (49). La tranquilidad desaparece en oportunidades como la que describe Bartolomé R. Aprile, en "El espiante": "Se junaban con bronca las viejabas –gaitas tolas cabreras por un cuento- y se fajaban a lo potro biabas al lado ‘e la pileta del convento" (50). O como la que evoca Manuel Gálvez, en Nacha Regules: "Monsalvat imaginó que sus palabras engendrarían entusiasmo y agradecimiento. Pero no fue así. Unos torcieron el rostro, otros cuchichearon. Una vieja se puso a hacer pucheros, y un gallego protestó contra el abuso de querer echarles de la casa para después subir los alquileres". El gallego decía que "Si ellos se encontraban bien, ¿por qué obligarles a aceptar lo que no pedían? ¿Qué vivían como los cuerpos? ¡Bah! Acaso vivieron antes de otra manera? Eso que decía el patrón: la higiene y el aire, era bueno para los ricos. ¡Los pobres estaban tan conformes sin aire! Y respecto de la higiene, maldita la falta que les hacía. Además, si la vida de los pobres era dura, no correspondía a los ricos pretender mejorarla. Y que no les dijeran que sus ofrecimientos eran desinteresados, porque no lo creerían. Ya conocían demasiado a los ricos. Todos iguales. Si a veces cedían por un lado, era para reventarlos por otro. Podía, pues, el patrón marcharse con sus rebajas de alquiler y la reforma del conventillo. No aceptaban la rebaja, no. ¡Ellos no se moverían de allí!" (51). En un conventillo reúne a sus discípulos José Luna, personaje de Marechal en Megafón: "En la sala única del púgil se juntaban sin armonizar el comedor, el dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje pésimo fue un manantial de humo que, sin embargo, nunca molestó en adelante ni a José Luna ni a sus tres discípulos, en las discusiones que mantuvieron sobre las metáforas del Apocalipsis. Los tres discípulos eran Juan Souto, llamado ‘el gaita’, Vicente Leone, o ‘el tano’, y Antenor Funes, conocido por ‘el salteño’ " (52). Según lo que comían, Santiago de Estrada podía reconocer la procedencia de los habitantes de los conventillos: "Encienden carbón en la puerta de sus celdillas los que comen pucheros: esos son americanos. Algunos comen legumbres crudas, queso y pan: esos son los piamonteses y genoveses. Otros comen tocino y pan: esos son los asturianos y gallegos. El conventillo es el reino de la ensalada cruda" (53). El aluvión inmigratorio tuvo que ver con las nuevas ideas sobre edificación. Lo afirma Andrés Carretero: "‘En 1887 la población total era de 404.173 habitantes, con una densidad de 89 habitantes por hectárea’, computó Carretero, pero ya el cambio comenzaba a operarse con la afluencia de la inmigración, ‘que modificó los amplios patios de las casas porteñas, que se dividieron para facilitar dos o tres pisos a las casas de bajo y aprovechar así mejor los terrenos’" (54). En las provincias A Entre Ríos se traslada el gallego Francisco Izquierdo, quien escribe en 1882: "Los primeros días que pisamos la playa de Colón formado en ese entonces por un verdadero bosque salvaje, sin más habitantes que los nativos de semejantes sitios, 128

sin entrar en los detalles de las especies porque creemos que el lector se dará cuenta de la clase de habitantes, y puede imaginarse cuál sería la primera impresión después de un viaje terrible en el mar, y los trasbordos cuando se navegaba puramente en buques de vela, teniendo para calmar nuestra primera mala impresión que recurrir al librito o contrato lleno de ofertas por el General Urquiza, en vista de los cuales nos resignábamos en parte pues el tiempo pasaba y nos encontrábamos como tribus salvajes, apiñados bajo los árboles, con nuestros hijos, sin más techo que el de la naturaleza, y ni una visión de simples ranchos en una estancia de algunas leguas a nuestro alrededor, teniendo de voz solo cuando la visita de uno que otro poblador de los alejados contornos (...) Así pasamos los primeros meses hasta que nos empezaron a indicar los terrenos limpios donde debíamos edificar nuestras chozas pues los materiales de construcción nos eran completamente desconocidos . (...) teníamos que luchar contra elementos formados por la naturaleza, que son más formidables que los fraguados por el hombre" (55). Otros gallegos viajaban a Ushuaia. " ’El Gallego Penitenciario’ ocupó un rol tan destacado en la historia de los primeros penales que fue honrado días atrás con una estatua recordatoria, ubicada en un lugar central del Museo del S.P.F. ‘A principios de siglo los primeros guardias eran gallegos o yugoslavos, traídos a la Argentina para trabajar en las cárceles. Muchos llegaban al puerto de Buenos Aires y seguían viaje al penal de Ushuaia; otros paraban en el Hotel de Inmigrantes y eran destinados a unidades de acá’, recuerda el alcalde mayor retirado Horacio Benegas, asesor del museo y jefe de visitas de la Unidad 16 en los 60" (56). En memorias Gladys Onega escribió Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa (57) convencida de que "todos tenemos derecho a escribir nuestra historia", como ella expresó en un reportaje (58). Su historia se inicia en Acebal, provincia de Santa Fe, donde nace en 1930, y continúa en Rosario, ciudad a la que se mudan en 1939. Sus primeros años transcurren en el seno de una familia integrada por un gallego tan esforzado y ahorrativo como autoritario; una criolla apasionada por la hija mayor, la lectura y la costura; y dos hermanos, que acaparan la atención que la pequeña reclamará para sí. Junto a ellos encontramos la familia de la casa da pena –los gallegos que quedaron en su tierra-, los parientes gallegos que emigraron y los parientes criollos de la madre, y los inmigrantes –en su mayoría italianos- que viven en el pueblo. Los días de la infancia son descriptos con nostalgia y visión crítica. Las peleas entre los padres, los accesos de tos convulsa, las comidas inmigrantes y nativas, el aprendizaje de las primeras letras, los internados católicos para varones y mujeres, la tolerancia ante la conducta infantil y los castigos que imponía cada uno de los progenitores, son recordados en el marco que proporcionan a esta familia los avatares de la vida en la Argentina y en Europa; la Guerra Civil en España y el fraude político en Santa Fe son episodios evocados detenidamente por esta narradora. En "Mínima autobiografía de la exiliada hija", trabajo que integrara un volumen sobre el exilio español republicano de 1939, a publicar por la Universidad de Lérida, Maria Rosa Lojo se refiere a su vida como hija de un gallego y una madrileña exiliados en la Argentina (59). En novelas y cuentos Maria Rosa Lojo define a su novela, Canción perdida en Buenos Aires al oeste, como "la historia de una familia narrada a través de siete personajes, de siete voces: la voz central es la de Irene, que en sus treinta años rescata ese nudo de vidas que conforma sus propios orígenes, como quien canta una canción. Una canción perdida 129

porque es la de la infancia y la adolescencia, la de la vida tramada por el amor, la dicha, la desdicha, la enfermedad, la muerte, los extravíos y las recuperaciones que constituyen el tiempo irrestañable e incorruptible, como el agua fluyente, que la palabra, por un momento, crea la ilusión de retener" (60). Después de muchos años de exiliados, los padres de Irene sufrían el mismo desarraigo que los acompañaría hasta el final de sus días. En su hogar del oeste, "era el sol de la casa nativa que iluminaba sus rostros. Los rasgos de mi madre, silenciosos y bellos, como una estampa antigua; los ojos de mi padre, tristes de mar, empañados de tiempo recorrido. La mesa del domingo, cuando comíamos callados y mi padre, sólo mi padre recitaba, tácitamente, como para sí: ‘Donde yo me he criado...’ Y ya no escuchábamos; lo demás se perdía en la bruma nebulosa de un mito siempre repetido, desesperado y patético como una plegaria inútil. La única plegaria que papá se permitía decir" (61). En Frontera sur, del hispano argentino Horacio Vázquez-Rial. "Prostitutas, fantasmas, jugadores, gallos de riña, socialistas primitivos, héroes del trabajo, anarcosindicalistas o músicos que se cruzan en la vida de tres generaciones de emigrantes gallegos, van tejiendo la trama de Frontera Sur y la historia de Buenos Aires, entre 1880 y 1935. Roque Díaz Ouro, que llega viudo y con un hijo a la capital argentina, que se enamora de una prostituta de alto vuelo y que recibe en su carrera ascendente la ayuda del espectro de un compadrito degollado, es protagonista de este relato épico, junto al alemán Hermann Frisch, portador de un bandoneón y de los principios de la organización obrera. Pero también aparecen en él figuras legendarias como Yrigoyen, Durruti o el propio Gardel, que definieron el espíritu de una época y de una ciudad apasionantes" (62) Guillermo Saccomano recuerda en El buen dolor (63), a su abuela gallega, la que le contaba cuentos de su tierra: "Aunque la abuela era madrugadora y de acostarse temprano, sufría de insomnio. Por la noche ella y vos, acostados en su pieza, en la oscuridad, escuchaban Radio Porteña, que transmitía desde los teatros. La obra predilecta de la abuela era La Malquerida, interpretada por Lola Membrives. Ay, esa madre, se desgarraba la Membrives en la oscuridad de la pieza. Ay, repetía la abuela. Apenas terminaba la obra, la abuela apagaba la radio. Y como no podía dormir, te contaba un cuento". Narrador él mismo, Saccomano fue distinguido con el Premio Nacional de Literatura correspondiente al año 2000 por esa novela. Gloria Pampillo es la autora de Los gallegos (64), una novela inédita en la que evoca la inmigraciòn de sus mayores. El abuelo de Gloria Pampillo era comerciante, y había elegido el mismo nombre para todos sus negocios: "Celta, como el nombre que mi abuelo le ponía a cada uno de los bienes que acá se iba ganando, desde su barco hasta los toros. Un toro negro, morrudo, que ahora le dibujo en su escudo de comerciante, como tantos otros dibujaron una espiga en el almacén o en la panadería: La flor de Galicia". Guadalupe Henestrosa ganó en 2002 el V Premio Clarín de novela, con Las ingratas (65), novela en la que evoca la inmigración de cinco hermanas españolas y la hija de una de ellas. Seis gallegas, recién bajadas del barco, llegan a una pensión en la que la mayor se empleará como cocinera. Allí las asalta la nostalgia: "Esa noche entre esas paredes húmedas, escuchando las palabrotas que venían desde el patio, las chicas extrañaron la casa de piedra en las montañas. Por primera vez desde aquella madrugada cuando dejaron a su padre, Vicente, solito junto al fogón, se sintieron lejos de todo, perdidas, a merced de unas gentes desconocidas, con quién sabe qué costumbres. ¿Cómo encontrar el alma en una tierra donde todas las cosas tenían otro olor?". 130

Sobre esa obra escribió Vicente Battista: "En inverosimilitud y perfil de personajes, Las Ingratas cumple con las normas del folletín. Su escritura, por el contrario, nada tiene de folletinesca. A la hora de narrar, Guadalupe Henestrosa prescinde de adjetivos estridentes y obvia las descripciones ampulosas, maneja los diálogos con soltura y gentilmente evita el cocoliche; la época en que se desarrolla su historia y los actores que la protagonizan bien podrían haberle hecho cometer ese traspié. Guadalupe Henestrosa asombra con el cruce de géneros que ofrece: mezcla hábilmente la pompa del folletín con la sequedad de una escritura que no precisa de aditamentos" (66). Cuando "Doña Conce", la gallega del cuento de Jorge Dietsch, ve que se acerca su fin, pide sus zapatos, "e incorporándose en la cama, comenzó a bailar. Bailaba para adentro, se veía en la mirada y la sonrisa, con una gracia joven y movimientos que debían ser de tal agilidad que en la habitación entró un viento fresco de montañas, con olores de campo y de menta. Tarareaba al mismo tiempo una música tan extraña y bella que quienes escuchaban, a pesar de la gravedad de las circunstancias, no pudieron evitar acompañarla con movimientos de pies. Luego, agotada de tanta danza, apoyó la cabeza en la almohada, respiró profundo varias veces, y cerró los ojos sin dejar la sonrisa, como soñando un buen sueño" (67). En poesía En el poema "Cuando mi padre habló de su infancia", José González Carbalho enumera las posesiones que el niño inmigrante tenía en Galicia: un río, un monte, un horizonte, su perro y sus canciones. En América, ya nada tiene de eso, y se lamenta: "Ay, el dueño de valles/ y misteriosos bosques/ por el que andaba yo/ mi perro y mis canciones. / Mis canciones que vuelven sólo para que llore/. Mi perro ya olvidado/ de obedecer al nombre. / Yo, que perdí mis cielos, / ¡y soy tan pobre!" (68). En "Tríptico a Galicia", Enrique Urbina García canta la nostalgia del inmigrante de esa región: "Y aquel que por Vigo, apabulló su sombra; / en su misterio –pompas de lunaocultará olvido/ y por las vides de Galicia como raíz sangrante/ tendrá su mente endulzando retornos válidos. (...) Todo el que con un gallego trata, alcanza/ sólo un poco lo que el corazón de ese hombre/ desparrama, porque el amor, vive en su España" (69). A sus abuelas, inhumadas en tierra americana, canta Ricardo Adúriz: "Dulces abuelas trashumadas/ desde estos cielos/ a aquellos cementerios./ Que vuestros nombres, en medio del océano/ de sombra, sajados vivos de la noche larga,/ os devuelvan la luz de un tiempo suave/ en Freas de Eiras –tierra de Galicia-y en el Madrid de fin de siglo.// Vuestras son estas últimas luciérnagas,/ fragmentos puros de un espejo roto,/ donde brillan los rostros del olvido" (70). El protagonista de una canción de Alberto Cortez conoció Galicia cumpliendo la promesa que hiciera a su abuelo: "Y el abuelo un día cuando era muy viejo/ allendeGalicia/ me tomó la mano y yo me di cuenta/ que ya se moría/ Y entonces me dijo, con muy pocas fuerzas/ y con menos prisa: ‘Prométeme hijo que a la vieja aldea/ irás algún día/ Y al viento del Norte dirás que su amigo/ a una nueva tierra, le entregó la vida’ " (71). Carlos Penelas es el autor del poema "Los trasterrados", que dedica a sus abuelos Pedro Penelas y Tomás Abad. En él dice: "Se ocupaban de las cosas comunes:/ del trabajo, del pan, de los hijos./ No expresaron fatiga ni dolor. Morían en silencio./ Llevaban en la sangre/ el honor, la palabra, la brisca./ Bebían vino tinto. No reclamaron nada./ Caminaban el tiempo de otro tiempo" (72). 131

En periodismo Roberto Arlt viajó a Europa en 1935, enviado por el diario El Mundo, y remitió desde allí sus "Aguafuertes gallegas" (73), serie de notas sobre los gallegos y su relación con América, en las que tiene gran importancia el tema de la inmigración a la Argentina. Las "Aguafuertes gallegas" aparecieron en 1997, por primera vez quizás, reunidas en un libro. Sobre aquellos que emigraron reflexiona Arlt en tierra gallega: "-Cómo se les ha de encoger el corazón cuando, en un momento de soledad, se acuerdan de estas aldeas tan bonitas, tan envueltas en cortinados verdes, y cuando se acuerdan de la caída de la tarde, del sol en el río, y de las voces de las gaitas, y de los bailes en los calveros, y de las vacas que atadas con una cuerda llevaban a beber a un río, y de los viñedos tan tupidos, y de sus casonas suspendidas sobre los abismos..." Comprende cabalmente la morriña que agobia a estos hombres de dos continentes, y la comprensión hace que se vuelvan para él más dignos de encomio. Los vínculos entre las dos patrias se patentizan una vez más para Arlt en Betanzos, donde observa que "Si se conversa con la gente os sorprende de hallaros en una de las ciudades más argentinizadas de Galicia. Se habla aquí de Buenos Aires como si fuera el pueblo de enfrente –afirma. Circulan modismos argentinos: ‘no seas globero’, ‘macaneador’, ‘ché’. El tango para sorpresa mía, además de bailarse se canta con la letra. No en balde, cerca de tres mil habitantes de Betanzos trabajan en la República Argentina" González Carbalho, periodista y poeta, se refirió en varios artículos al viaje a la tierra de sus padres que realizara en abril de 1955. En "Temas de la patria anterior" (74), el viajero escribe: "Quienes fueron antes que yo en mi sangre, partieron por donde yo entré en España. Recuerdo que en algún coloquio de lembranzas, hablóme mi padre de cuando se echaba a nadar en la radiante bahía de Vigo. Eran intentos para irse. Estaba haciendo la práctica para la gran travesía. El alma navegante se estaba familiarizando con la onda, el yodo, la brisa que blanquea de sal la cara. Así partió siendo niño. Y yo volví por donde él partió, siendo ya varias veces hombre. Es decir: hombre y experiencia, hombre y afán de indagar en la raíz, de sentirme en la fuente de la savia. Hombre que necesita respirar los aires de su patria anterior". En cine Algunos cineastas evocaron la inmigración gallega que llegó a tierra americana. en films en los que se evoca esa etapa de nuestro pasado y se pone al alcance del público testimonios de quienes protagonizaron un fenómeno social que dejó indelebles huellas. Así es la vida, realizada por Francisco Mugica en 1939, proviene de una obra teatral Nicolás de las Llanderas. Claudio España señala que en ese film, "con Enrique Muiño y Elías Alippi, el sainete pervive sólo en dos amigos de la familia, un gallego y el italiano –los de afuera; los de casa son porteños. Por su peso, gana forma la comedia familiar, apoyada en el sentido aglutinador de la mesa del comedor, blanca en extremo por la luz simbólica que le arrojan los directores de fotografía. Temporalmente, esta comedia se inicia en el patio y prosigue en la sala con piano y con una mesa amplia donde caben todos. Los inmigrantes mantienen el decir cocoliche; los otros son porteños y los novios, en sus encuentros, se hablan de tú" (75).

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Niní Marshall creó, entre otros inolvidables personajes, a Cándida Loureiro Ramallada, "la gallega bruta y charlatana", que fue su primera caracterización en Radio Municipal, en 1934. "En el film Cándida (1939, Bayón Herrera), sobre un barco y con sus ropas de campesina recién llegada, la gallega hace su jocosa presentación: ‘Vengo a este país a ganar cuarenta pesos, casa y comida. Salida, los domingos’. (...) "La voz de Niní es testigo del movimiento de los estratos sociales medios argentinos y de los desplazamientos culturales y de la flexibilidad de los grupos y colectividades, en el paso de los años treinta a cuarenta" (76). En abril de 1998, anuncia una noticia de la agencia Télam: "La novela de Horacio Vázquez Rial, ‘Frontera sur’, finalmente fue elegida –después de cantidad de lecturaspor el cineasta español Gerardo Herrero para dar vida a una historia de inmigrantes. ‘La filmación se hará enteramente en la Argentina; hay muchas locaciones en Luján, donde el 27 de este mes empieza el rodaje, que durará ocho semanas’, confirmó el autor de ‘El soldado de porcelana’ a Télam. Entre los actores contratados figuran Federico Luppi, el alemán Peter Lomaier (conocido por su trabajo en ‘El enigma de Kaspar Hauser’, de Werner Herzog) y Maribel Verdú en los papeles principales. ‘Pero habrá varias sorpresas más’, dice el escritor, que prefiere no hacer adelantos. También dice que el guión de ‘Frontera...’ le pertenece: ‘Es una experiencia muy enriquecedora e intensa. Y es curioso, porque el director tiene un respeto por la novela mucho mayor que el autor’. ‘Me traiciona cada tres líneas, pero el resultado me gusta. Y, aunque no participo en el proceso (de producción, filmación, montaje, etc.), no iría nunca en plan Javier Marías quejándome porque me cambiaron la novela’, agrega. ‘Es un trabajo de ida y vuelta. Yo despojé la novela. Gerardo la devolvió. Después hicimos un trabajo de poda. En fin, agregamos cosas por indicación de los actores. El cine, en ese sentido, no tiene nada que ver con la literatura: es un trabajo en común’, dijo el escritor" (77). Música y danza Entre los gallegos emigrantes, la gaita era un instrumento muy difundido. El gaitero Carlos Núñez, de paso por nuestro país, dijo en un reportaje que "los mejores gaiteros no permanecieron en Galicia sino que la mayoría vino a Buenos Aires, muchas veces exiliada". En la Argentina y en Cuba, entraron en contacto con otros ritmos, al punto que "La música gallega se benefició de estas influencias, de estas tradiciones más abiertas" (78). José Cameán Parcero cuenta que su padre "como buen gallego, era músico, tocaba la gaita y le enseñó a él a tocar la caja. Como esto resultó ser de su gusto tocó con Los Celtas de Vigo y con los Chavales de España. En estos conjuntos tocaba la tumbadora. Estos instrumentos todavía los conserva en su taller de autos antiguos" (79). Manuel Castro, descendiente de gallegos, "es fanático de la música celta. En sus viajes por Europa aprendió la historia y las costumbres de este pueblo europeo y ahora difunde sus conocimientos en la Argentina. (...) Fiel a las tradiciones, Manuel se calza la pollerita kilt y el zaragüelle –vestuario típico que usaban los gallegos en el siglo XVIII- para interpretar los temas musicales. (...) Con el grupo Potim (nombre de una bebida irlandesa ilegal) ya grabó un CD y ahora va por el segundo. ‘Soy un coleccionista de gaitas’, dice Castro y cuenta orgulloso que tiene 7 de esos instrumentos. ‘La primera gaita me la compré en un viaje que hice a Londres. Aprendí a tocar con parientes y gaiteros escoceses. La cultura celta me fascina" (80) El Conjunto de Música Folk-Celta del Centro Galicia de Buenos Aires "Maestro Pazos", ha presentado Abrego, "el primer CD de este conjunto de jóvenes 133

intérpretes. Son hijos y nietos de gallegos y su mayor ilusión es transmitir con autenticidad y humildad la magia y sensibilidad que guardan las melodías gallegas" (81). "Sete Netos son, como su nombre lo indica, siete nietos de inmigrantes españoles que, puestos a hacer música, decidieron retomar los sonidos de sus ancestros – explica Adriana Franco. Así, Gabriel Ponte, Alberto López, Juan Martín Rodríguez, Juan Martín Pociello, Jorge Sisto, Hugo Reverdito y Hernán Giménez Zapiola, impulsados por gaitas, flautas, guitarras y bandurrias, logran un interesante trabajo en la combinación de instrumentos tradicionales con los más contemporáneos. En el camino de su búsqueda, los Sete Netos encontraron las conexiones de lo que, en los últimos tiempos, se conoció como universo celta. Así, a las composiciones gallegas se sumaron temas asturianos, escoceses e irlandeses, y el toque latino que los inmigrantes llevaron y trajeron en sus viajes" (82). Algunos descendientes de inmigrantes se dedicaron al tango. No es muy amable la impresión que tenía Carlos Gardel sobre el tango ejecutado por españoles, ya que le dijo a Astor Piazzolla: "Mirá pibe, el ‘fueye’ lo tocás fenómeno, pero al tango lo tocás como un gallego" (83). Victor Hugo Ghitta evoca el baile en el carnaval de la colectividad gallega. Recuerda "las largas mesas familiares del Centro Lucense, en una Buenos Aires cuyos esplendores y apego por las fiestas populares irían menguando con los años, en bulliciosas noches de carnaval en las que nos peleábamos por una falda con fervor e inocencia mientras nuestros padres batían palmas y meneaban caderas al ritmo del pasodoble o la muñeira, después de haberse atragantado con las sardinas españolas y las morcillas vascas y las batatas asadas al carbón y los jamones tan perfumados como las señoras que atiborraban la pista, atraídas por una estridencia de trompetas y por las toreras de luces y las fabulosas charreteras y los zapatos y los pantalones blancos de los Gavilanes de España, que era el conjunto musical que animaba las tertulias y las verbenas" (84). ..... Así vivieron los gallegos en la Argentina, trabajando, reuniéndose, cultivando las tradiciones de su tierra y transmitiéndolas de generación en generación.

INMIGRACIÓN Y LITERATURA: QUE COMÍAN En la tierra natal Los inmigrantes nos hablan, en sus testimonios, de su alimentación en los países de origen. Salvo muy contadas excepciones, la idea de la exigüidad de las comidas se reitera, habiendo algunos – en su mayoría, irlandeses y gallegos- de los que sabemos que hasta debieron soportar hambrunas (1). La Navidad es una ocasión muy especial, que se recuerda, por lo general, vinculada a la infancia de quienes debieron dejar su país. Así,

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encontramos referencias a las comidas que hacían en esta ocasión en su tierra algunas colectividades. Los manjares navideños croatas son evocados por el narrador en El angel del capitán, de Chuny Anzorreguy. A poco de iniciada la biografía, el capitán Miro Kovacic expresa: “En casa, posiblemente por el origen meridional de mi madre, hasta las doce se comía sólo pescado, luego pasábamos a la carne de cerdo”. Se refiere a las medialunitas y transcribe la receta de la “pita de manzanas” para que “otras mujeres, en otras Navidades, las vuelvan a cocinar” (2.) Ennio Carota recuerda la Navidad en Italia, en relación con la figura protectora de la nona: “Sólo esas abuelas de ayer daban a las fiestas un toque tan especial. Un mes antes ya estaba haciendo sus galletitas y yo, junto a ella, pelando uvas para il vino cotto, un típico dulce de su Apulia natal. Éramos pobres, pero había alegría, había amor y todo ello nos hacía olvidar la pobreza” (3). Canela recuerda sus Navidades en Italia, durante la guerra: “Nací en 1942, fui la última de once hermanos y mis recuerdos son de finales de la Segunda Guerra Mundial. Hacía muchísimo frío y al regreso de la Misa de Gallo había un tentempié –algo de nueces, almendras-, porque lo importante llegaba en el mediodía del 25, alrededor de la mesa familiar. (...) Mi madre amasaba fideos y los servía en caldo bien colado”. Cuando el frío desaparecía, eran otras las recetas que cocinaba esta madre italiana: “En verano, una sopa de harina quemada con pan tostado. Había tortilla de flores de zapallo y criábamos caracoles de jardín en cajas, que después ella purgaba para hacer unos exquisitos guisos. Salíamos al campo en busca de la planta diente de león, que se agregaba sin su flor a la polenta con panceta”. Había asimismo pequeños placeres, que luego la escritora transmitirá a sus hijos: “Se aprendía a sobrevivir con lo que había, tanto para comer como para abrigarse, pero nuestra gran alegría eran los crostoli, una golosina de pobres hecha con masa bien fina y dulce. Cuando mis hijos eran chicos, les hacía algo de mi tiempo, unos caramelos de azúcar quemada con almendras, aunque en 135

mi región se hacían con avellanas que se encontraban en los parques. Y por supuesto, el pan con chocolate cuando había pan y había chocolate” (4). La pobreza llega a extremos patéticos en la novela Stéfano de María Teresa Andruetto. La madre del protagonista ha encontrado un ave. Años después, el hijo recuerda: “La veo en la cocina: saca agua de la que hierve en un latón, echa el agua sobre la torcaza muerta y la despluma con dedos diestros, luego la chamusca sobre la llama y la desventra. Lava víscera por víscera, desechando sólo la hiel amarga. Cuando está limpia, la divide en cuatro y dice: Tenemos para cuatro días. Yo no digo nada, sólo miro cómo separa una de las partes y luego oigo que me envía a guardar las tres restantes sobre el techo de la casa, para que el sereno las mantenga frescas. Cuando regreso, está sacando de la bolsa harina de maíz. Mete la mano hasta el fondo y yo escucho el ruido que hace el tazón al raspar la tela. ¿Alcanza?, pregunto. Para esta vez, dice. ¿Y mañana? Dios dirá” (5). Estos alimentos tan significativos para algunos inmigrantes, son mal vistos por otros italianos. Cuando viaja a Italia, el protagonista de La noche lombarda –novela de Atilio Betti-, ve que los descendientes acaudalados de los campesinos desprecian las comidas típicas de la región: “A mí me apetecían las ranas. Me apetecían todos los alimentos que nutrieron a mi padre; pero Anna los había proscripto de su mesa. No a la ordinariez de la polenta, no a la selvaggina, los patos silvestres” (6). Durante la guerra, los italianos se veían obligados a consumir animales domésticos: “Hasta ese momento la guerra sólo había sido sucesivas noticias de invasiones, amenazas lejanas –recuerda Agata, el personaje de Dal Masetto. En realidad, nos dimos cuenta de que la situación se estaba poniendo mala a medida que comenzaron a escasear los alimentos. Cuando nació mi hija Elsa ya faltaba de todo. El pan, el azúcar, la carne, la harina estaban racionados. Cierta vez que estuve enferma, para obtener unos gramos extra de una carne negra y casi incomible hubo que presentar una receta médica. Pagando muy caro, se conseguían algunos productos en el mercado negro. Había gente que se enriquecía con eso. (...) Llegó el momento en que cierta gente comenzó a comer perros. Eso me comentaba Mario. Que los gatos

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fuesen a parar a la cacerola era común. Quedaban pocos. Aquellas familias que todavía poseían uno lo cuidaban para que no se lo robaran” (7). En España también se pasaba necesidad. Lo recuerda Ana María Campoy, actriz que vivió en Cataluña. Ella dijo en un reportaje: “¿Tú puedes entender comerte un plato de aceite de oliva, con cuchara? No lo podrías entender. Pero te lo comes, porque no hay otra cosa. Entonces, tienes, al otro día, una descompostura intestinal brutal, pero esa noche dormiste porque has llenado el estómago con algo, y el aceite de oliva es un alimento”. El hambre desconoce lazos: “Nosotros, que éramos unidos y nos amábamos, cuando llegaba el racionamiento del pan, cada uno agarraba su pedazo y lo escondía. Y lo escondía! Porque no nos fiábamos ni de nuestro padre” (8) La asturiana Carmen Díaz y sus hermanos “comían polenta de un plato que apoyaban sobre las piernas, sentados en un escaño de madera que daba vuelta por las cuatro paredes de aquella cocina de campo sin mesa ni sillas. (...) Es que el hambre no era, en aquellos tiempos, una metáfora. Comían en platos esmaltados día tras día el mismo menú: cuecho, polenta sin leche rebajada con agua. Algunas veces cocinaban un potaje de arvejas, papas y garbanzos, y como escaseaba la harina, sólo conocían el pan por referencias. María, cuando iba a alguna amasada, pedía que le pagaran con pancitos, que los niños acompañaban con leche en tazas sin asas. Pero ésos eran días de fiesta. Las más de las veces Carmina y sus amigos y hermanos se agarraban el estómago, hacían cualquier cosa y codiciaban cualquier bocado,. Mamá era como un gato: trepaba los manzanos y los perales ajenos y los sacudía. Luego se cargaba el delantal y echaba a correr antes de que los vecinos la descubrieran. Robaban manzanas, peras, nueces y castañas, y comían las moras que crecían entre espinos al borde de los senderos”. El padre de los niños, esposo de María, “a veces volvía de Gijón o de Oviedo, y rechazaba los potajes desabridos que comían todos y pedía huevos fritos, lujo que se comía delante de sus hijos hambrientos y zaparrastrosos”. Durante la Guerra Civil, los franquistas “entraban por la fuerza a las casas y se robaban las gallinas y los pocos comestibles que los aldeanos almacenaban con temor apocalíptico en sus despensas” (9). 137

Acerca de la abuela gallega de Gladys Onega, “contaban que cuando servía el caldo, los cachelos y las coles, al levantar el brazo en ademán inminente de servir la segunda vuelta, las más de las veces se detenía arrepentida y devolvía ese segundo cucharón intacto al pote; ella sabía que cada bocado de más que hartaba a su prole era un día que restaba para comprar o muiño velho e o prado d’arriba y escriturar la tierra que faltaba para unir los pequeños retazos del minifundio en una propiedad mayor” (10). En Polonia –cuenta Ana María Shua- “siempre hacía mucho frío y no se comía más que papa. (...) Papa los lunes, papa los martes, papa los miércoles, papa los jueves, papa los viernes, pero ¡ah! ¡el sábado! El sábado era otra cosa: se comía, el sábado, tortilla de papa. Hubiera sido lógico suponer, entonces, que el abuelo odiaría la papa, que nunca más en esta América llena de carne se vería obligado a comer papa. Y si embargo, la papa era su plato preferido. Los sábados, tortilla de papa. (...) Se comían también las cáscaras de las papas. Las papas, sin embargo, tienen muchos hidratos de carbono. ¿Por qué, entonces, el abuelo estaba flaco? Porque comía solamente papas, pero pocas” (11). Décadas después, en esa tierra –recuerda Valeria Rodziewicz-, “La comida escaseaba, sólo teníamos arroz y la carne de los caballos muertos esparcidos por las calles. (...) Para poder comer tenía que vender mi sangre para las transfusiones” (12). Era el año 1939. Notas (1)

Delgado, Alicia: “Una morriña harto gallega”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 30 de mayo de 1999.

(2)

Anzorreguy, Chuny: El ángel del capitán. Biografía del capitán croata Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.

(3)

Becker, Miriam: “Casera e italiana”, en La Nación Revista, 23 de diciembre de 2001.

(4)

Becker, Miriam: op. cit.

(5)

Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.

(6)

Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.

138

(7)

Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la vida: Buenos Aires, Sudamericana, 2003.

(8)

Guinzbug; Jorge: “Ana María Campoy ‘A mí los hombres me gustan con locura’ “, en Clarín Viva, 4 de agosto de 2002.

(9)

Fernández Díaz, Jorge: Mamá. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.

(10) Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Buenos Aires, GrijalboMondadori, 1999. (11) Shua, Ana María: El Libro de los Recuerdos. Buenos Aires, Sudamericana, 1994. (12) Castrillón, Ernesto y Casabal, Luis: “El día que fue arrasada Varsovia”, en La Nación, Buenos Aires, 1° de septiembre de 2002.

En la travesía terrestre Los húngaros Horogh dejaron su tierra en 1945, y viajaron durante cuatro años antes de poder embarcar. Estuvieron en un campo de refugiados de Austria: “En ese país estuvimos cuatro días sobreviviendo; a veces teníamos que hacer trueque de joyas de la familia con os campesinos austríacos por verduras, hortalizas y frutas para poder comer” relata Zoltán, el segundo hijo del matrimonio emigrante. El hombre relata: “Recuerdo que una vez mis padres pidieron permiso a un campesino para que mi madre cocinara algo para nosotros. Nos dejaron hacerlo junto a un árbol, pero cuando la mujer sintió el olor de la comida que se preparaba, cambiaron de opinión y le ofrecieron la cocina y los enseres de su propia casa”. “En otra ocasión, un campesino permitió a Béla juntar algunas manzanas que estaban caídas al pie de un enorme árbol a cambio de que le entregara unos atados de cigarrillos”. “También tuvimos oportunidad de encontrar hongos comestibles en los bosques aledaños, y como mis padres conocían cuáles no eran tóxicos los podíamos consumir sin temor” (1). Notas 1.

Masjoan, Lía: “Nosotros. Contratiempos y alegrías de inmigrantes húngaros”, en El Litoral on line, Santa Fe, 4 de mayo de 2002. 139

En el barco Johann Bodemann y su familia emigran desde Valais en 1857. El relata: “Si no fuera por el capitán, no hubiéramos tenido nada para comer. Un buen hombre ese capitán, igual que los marineros. Los alimentos que habíamos comprado, no llegaron, de tal forma que tuvimos que conformarnos para el desayuno, de tomar café de malta sin azúcar. En cuanto al almuerzo, nunca fue bueno: carne salada o jamón también muy salado, con arroz, habichuelas, papas o arvejas. Para la cena teníamos que conformarnos con un plato de sopa con arroz. Para el día entero no teníamos más que una galleta, que no era otra cosa que un pedazo de pan negro. Este era el modelo de comida que tuvimos a bordo, desde el principio hasta el fin. En breve, no hemos comido como comíamos en casa. No había vino. Si queríamos tomarlo, hubiéramos tenido que pagarlo tres veces su precio. La botella de vino costaba cuatro francos, y la manteca dos francos la libra. Pueden entender que nos abstuvimos de comprar con semejantes precios” (1). Un contingente de judíos viaja en 1891 en el vapor Pampa, el cual “llevaba unas 5 o 6 vacas en cubierta para ser faenadas por el Shoijet y tener carne kosher cada tanto, pero muchos no la comían pues las ollas eran treif (impuras)” (2). Pedro Fernández, asturiano embarcado ilegalmente hacia la Argentina en 1899, recuerda la comida a bordo: “dieron a cada viajero un plato de loza y un tarrito también de la misma materia, juntamente con un tenedor y una cuchara. Cada uno iba a buscar su comida en el plato, la cual era bastante buena consistiendo en carne de buey y de cerdo, patatas, garbanzos, arroz, habas, bacalao y algunas otras sustancias alimenticias bien condimentadas por un viejo y divertido cocinero español.” La ansiedad por conseguir alimento provoca pequeños accidentes: “¡y que apretones llevábamos cuando íbamos a buscarla! con dos horas de anticipación ya la mayor parte de nosotros provistos del servicio de mesa que nos habían dado rodeábamos la cocina cuando apenas había principiado a hervir la comida y antes de principiar a repartirla cada uno empujaba a los demás para llegar primero al caldero que contenía el rancho; ¡cuántos con el apuro se quemaban las manos viéndose por este motivo a tirar con plato y 140

comida! Los que como a mí no les gustaba el pan comíamos el primer plato a toda prisa no haciendo caso aunque la comida de tan caliente como estaba llevase consigo pedazos de piel del paladar o de la garganta pues nada se sentía con tal que llegásemos al reenganche, como allí se decía cuando se volvía por otro plato de comida”. La necesidad crea nuevas normas entre los inmigrantes: ”Por la mañana nos apresurábamos a buscar el café armados cada uno con su tacita, en la cual nos daban también el té al anochecer. Cuando a alguno se le rompía alguno de los servicios de mesa robaba a otro lo que necesitaba, este hacía lo propio con los demás, y así sucesivamente todos de modo que todo se volvía robos de platos y tazas, viéndose uno obligado a guardarlos con más cuidado que si fuesen oro si no quería exponerse a tener que esperar a que alguno de sus amigos comiese para luego servirse él de sus utensilios y para que le prestasen era menester que la amistad fuese íntima. Yo también fui víctima de un robo de esta clase pues aunque tuve buen cuidado de guardar el plato bajo el colchón de mi cama, esto no impidió que me lo robaran viéndome por esto obligado a servir la comida y bebida en la tacita que a lo sumo tendría capacidad para medio cuartillo; en esta situación estuve dos días pero luego comprendí la necesidad de hacer como los demás y en efecto, fingiendo irme a dormir a mi camarote desde él robe un plato de unas alforjas que cerca de mí tenían colgadas unos leoneses y con esto salvé la situación (3). Pura, la protagonista de Diario de ilusiones y naufragios, de María Angélica Scotti, narra: “Había en ese barco, a la vez, mucho hacinamiento y revoltijo. Yo no me acuerdo nada de eso, pero mamita contaba que era imposible encontrar un lugar limpio para sentarse porque el piso estaba lleno de mondaduras de frutas y restos de galletas o de comidas. Contaba que muchos se mareaban por el mal de mar, y que en los dormitorios flotaban olores nauseabundos, por los vómitos y porque las criaturas orinaban en cualquier rincón (4). En el barco, a Carmen Díaz, “como al resto, le daban de comer guisos decentes y bifes duros, pero Carmen vomitaba hasta el café y las tostadas. Parecía como si (...) hubiera olvidado el estómago en Asturias. Entre todos los manjares eligió unas manzanas deliciosas de Río Negro, que la mantuvieron viva, aunque perdió cerca de diez kilos en dos semanas” (5). Gedalia Rimetka, el personaje de Shua, viaja en barco desde Polonia. Durante la travesía “se comía mucha pasta. Macarrones y ñoquis pero no ravioles. Fusili, cintitas, fetuccini. A la bolognesa, con tuco, con pesto. Por eso cuando el abuelo llegó a América, ya no era flaco. En veinte días había

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engordado veinte kilos. El abuelo comía mucha pasta y no vomitaba. También, desde que llegaron a Brasil, comía bananas” (6). Previendo la necesidad, una mujer judía prepara la vianda para su marido emigrante: “Mamá acomodó en los atados quesillo dorado y dulce, que había preparado con leche de oveja. Y carne de ganso congelada en la intemperie. ¿Cuántos sacrificios hiciste mamá para conseguir esos manjares?” (7). La alimentación de los pasajeros ha sido registrada en una imagen. En “Buenos Aires 1910. Memoria del porvenir” pude ver la fotografía de inmigrantes comiendo en la cubierta con platos de latón, antes de desembarcar. La tomó León Lacroix, en 1910 (8). Notas 1

Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1992.

2

Chajchir, Mauricio: “”Viaje al país de la esperanza: Relato de un viajero del Pampa”, en La Opinión, 8 de agosto de 1976, reproducido en Asociación de Genealogía Judía de Argentina, Toldot N° 8, Noviembre de 1998.

3

Méndez Muslera, www.telepolis.com

4

Scotti, María Angélica: Diario de ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé, 1996.

Luciano:

5

Fernández Díaz, Jorge: op. cit.

6

Shua, Ana María: op. cit.

“Asturias

en

la

emigración”,

en

7

Goldemberg, Mauricio: Donde sopla la nostalgia. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1985.

8

“Buenos Aires 1910. Memoria del porvenir”, en Shopping Abasto, 1999.

Abundancia americana En un reportaje, el actor Ricardo Darín dijo: “Creo que todos somos hijos de una inmigración que pasó por circunstancias parecidas en Europa y luego acá. La obsesión por la comida, la búsqueda de ascenso social y cultural 142

son comunes a todas las colectividades. La paradoja es que entonces esa clase de preocupaciones nos parecía exagerada y hoy vemos cómo esa cultura se vuelve otra vez imprescindible, ante la situación del país” (1). Contrapuestos a la evocación de la pobreza que se vivía en el país de origen, encontramos pasajes en los que se alude al asombro de los inmigrantes ante la cantidad de comida que había en la Argentina. En Guido, Andrés Rivera recrea los relatos de quienes regresaban a Italia: “Contaban que había más vacas en una sola de las provincias argentinas que en todas las estrechas lenguas de tierra europeas conquistadas por las legiones romanas. Vacas y vacas y vacas. Y trigo, y más pan del que hubiera podido comer la familia desde los bisabuelos para acá. Había pan en esa tierra, decían, desde la creación del mundo” (2). En Tantas voces, otra historia, estudio acerca de los judíos italianos emigrantes, Smolensky y Vigevani Jarach destacan que “Asombraba la limpieza de las veredas, la buena presencia de la gente, la ausencia de mendigos tanto como las desproporcionadas porciones de comidas servidas en los restaurantes y las ‘yapas’ ofrecidas por los carniceros y verduleros. La visión de los tachos de basura, repletos de restos de comida, suscitaba pruritos moralizadores de respeto por ‘los niños que no tienen qué comer en el mundo’ y soplar o besar el trozo de pan caído al piso antes de comerlo” (3). La impresión que siente Maggie Pool es similar. La autora de Where the devil lost his poncho, llega a la Argentina “no bien terminada la guerra” y “queda deslumbrada por la riqueza que ve en Buenos Aires, por el tamaño de los bifes y los postres de un simple restaurante, donde se come lo que ninguna familia inglesa veía desde hacía años”. (4) En sus primeros días en la Argentina, el capitán Kovacic se asombra por lo mismo: “Lo que más nos llamaba la atención en la Argentina era la abundancia. Todo era excesivo. Mirábamos comer a la gente en los restaurantes. No lo podíamos creer. Esos bifes enormes. Este país, para alguien que venía de la guerra, era... ¡un parque de diversiones!” (5). 143

La disponibilidad de los alimentos antes negados provoca algunos incidentes, como el que relata Jorge Barón Biza. Su gobernanta era una refugiada del Este, a quien trajeron de su paseo por la ciudad de Río en una camilla. Ella “Nunca había probado bananas. Antes de la guerra las había visto, en confiterías europeas, envueltas en celofán. En las calles de Río, los vendedores le ofrecieron docenas de bananitas de oro por centavos” (6). Comió tantas que tuvieron que asistirla. Era la consecuencia del contraste entre la pobreza europea y la realidad americana. La alimentación de quienes dejaron su tierra -además de ser un tema recurrente en la literatura- ha sido estudiada por renombrados especialistas. En “La huella del inmigrante”, Fernando Devoto se refiere a la cocina nativa como un modo de diferenciarse: “Aunque los inmigrantes estuvieron inicialmente deslumbrados por la abundancia de carne mantuvieron sus hábitos alimentarios. Lo revelaban las estadísticas de comercio exterior y el surtido de los almacenes. Aspiraban tanto a conservar sus tradiciones como a diferenciarse socialmente a través de sus consumos. No se producía una fusión o ‘crisol’ culinario con la cocina nativa sino más bien una yuxtaposición. Los distintos componentes coexistían en un menú sin mezclarse en un mismo plato”. La influencia foránea no tardó en hacerse sentir: “Algunas de las cocinas de inmigración tuvieron una gran capacidad de irradiación. Sobre todo la italiana, que era una combinación de cocinas regionales con predominio septentrional” (7). “Como los mismos inmigrantes –afirman Marcelo Alvarez y Luisa Pinotti-, la aceptación de sus bagajes culinarios por parte de los nativos, cualquiera fuera su clase social, tomó su tiempo. En todo caso, los sectores más altos de la estructura social porteña estaban dispuestos a aceptar los platos propuestos por la cocina francesa, epítome de la civilización gastronómica, que además de reforzar su posición social le daba otro –aunque inesperado- recurso para diferenciarse del mero pueblo. El mero pueblo, por su parte, vio en el recién llegado un advenedizo, cuando no un usurpador de labores y privilegios o un explotador (ya que, por cierto, muchos extranjeros regenteaban comercios tan conspicuos, necesarios y a veces únicos para los sectores populares como las pulperías o los almacenes de ramos generales)”. “Los inmigrantes desembarcaron con sus baúles y ollas, con las añejas recetas que intentaron repetir mientras ‘hacían la América’ y todos fueron 144

alcanzados por la pasión carnívora. La carne puso fin a la endémica carencia de proteínas de las poblaciones rurales. Imaginemos el cambio que significó para estos campesinos empobrecidos, alimentados con una comida que aquí se consideraba casi forraje, disponer de carne en abundancia. Carne y mate fueron los principales aportes de la cocina porteña a la de los inmigrantes que hasta el momento apenas consumían carne roja (de porcinos u ovinos) y que tenían una dieta esencialmente vegetariana. -La novedad dietética para los inmigrantes consistió en la incorporación de la carne que los nativos tenían como su artículo central. Por su parte, el elemento nativo incorporó artículos de procedencia vegetal como el pan, las pastas y la cerveza” (8). “La población que emigraba de Europa trajo su cultura culinaria. Los españoles querían garbanzos y arvejas, y un montón de cosas que aquí no se cultivaban. El gran consumidor de los fideos y los tomates fue el italiano. Todo esto se iba concentrando en los barrios, que se agrandaban cada vez más. Entonces se empiezan a establecer los puestos de las ferias dedicados exclusivamente a vender jamón cocido o jamón crudo, o costillares de vaca, de cerdo, además de las verduras, las frutas, los garbanzos...” (9). Entre los españoles, “Los nuevos inmigrantes reforzaron el ‘aire de familia’ de la cocina argentina, pero con las pautas alimentarias de la época, que si bien marcan una continuación del patrón tradicional no eran simples cristalizaciones del tiempo de Garay ni de fines del siglo XVIII, cuando arribara la penúltima oleada: los guisos, los pucheros y cocidos, la cebolla y el ajo, el azafrán y el pimentón, chorizos y morcillas están de regreso en su versión original. El puchero a la española, presente en el menú de pensiones y restaurantes de la colectividad, recupera la carne de gallina y los garbanzos que la iconoclasia criolla había reemplazado por carne de vaca, porotos y maíz”. “Los gallegos aportaron sus potajes, empanadas, tortillas y la perdiz en pepitoria; los asturianos la fabada (alubias de gran tamaño acompañadas en la olla por morcillas, chorizos, cebollas y tocino); los vascos el marmitako a base de atún y papas y el bacalao en sus cuatro versiones (al pilpil, al ajoarriero, a la vizcaína y ligado); los aragoneses el pollo al chilindrón y las criadillas; los 145

valencianos las paellas, las variedades de arroces y los mejillones salteados con tomates y pimientos; los andaluces el gazpacho, el ajo blanco, la sopa de caldo de gallina, el atún con tomate, las berenjenas con queso, la caldereta de cordero y los jamones de Trévelez y Jabugo. De Madrid y la región central los menúes atrapan cocidos, callos, sopa de ajos, tortillas, cochinillos y perdices; de Cataluña los embutidos, las butifarras, los salchichones de Vic, el conejo marinado, las setas, el lomo frito con alubias, la zarzuela de pescado y el arroz bogavante; de las islas Baleares la sobrasada y la ensaimada”. “Fuera de los restaurantes y los clubes de colectividades, en las casas de familia, nada triunfa más que la tortilla, las simples papas peladas, lavadas y cortadas en rajitas delgadas que se fríen en aceite o manteca de cerdo con el complemento de los huevos batidos y salados”. Los árabes constituyen “la tercera colectividad, después de la española y de la italiana”. “Los principales ingredientes utilizados en el país son: la carne vacuna (que sustituyó al cordero utilizado en las diversas geografías de origen), el trigo (con diferentes grados de molido), las hojas de parra, el arroz, las habas, los porotos, los garbanzos, las alubias, el tomate, el pepino agridulce, el vinagre, la cebolla y un enorme surtido de especias”. “Una picada árabe necesariamente incluirá hommus, la crema de garbanzos hervido y machacados en mortero, condimentados con pasta de ´sesamo, ajo, limón y agua; babagannush, berenjenas asadas al carbón, enfriadas, sin piel y en un puré con la pulpa de un suave sabor ahumado; y keppi nahie (crudo o cocido), un trozo de pierna de cordero machacado en un mortero durante aproximadamente una hora; luego se condimenta con jugo de tomates, cebollas, morrones, y se mezcla con trigo candeal o burgol, también finamente machacado formando un puré”. “Entre los platos calientes contamos con el kebab, el kus kus y las empanadas árabes. El pan árabe, con su masa fina y redondeada hecha a base de levadura y cocinada sobre piedras calientes, se ha constituido en una variante imprescindible en cualquier confitería o bar urbano. Su aceptación como pan para sándwiches obedece, seguramente, a la posibilidad inigualable 146

de admitir un suculento y variado relleno. En cuanto a los postres, son tan dulces que resultan empalagosos para muchos paladares no habituados; consisten en masas de pasta filo, rellenas con frutos secos, dátiles, pasas rubias, ciruelas y rociadas con abundante almíbar”. De la cocina inglesa, “los menúes argentinos han incorporado el chiken pie, los scones y el budín inglés, la costumbre del té a las cinco y el roast beef. Los scones, junto con las masas y tortas, han acompañado fielmente varias generaciones de tés saboreados en la Ideal, la Richmond, L’Aiglon, Queen Bes, o alejándose del centro de la ciudad, en Las Violetas o El Blasón (de Pueyrredón y Las Heras)”. La cocina francesa “fue simplificada en el cruce transatlántico, y fórmulas de simple estima se incorporaron al menú argentino, como los huevos poche o la versión de una omelette de espárragos. La famosa masa de hojaldre conservó su carácter complejo y se utiliza aún hoy como masa básica de las medialunas y en la confección de platos dulces o salados. Otro tanto pasó con la soupe a l’onion que se reserva para los fríos días de invierno” “En la cocina portuguesa predominan los ingredientes de origen marino, pero los menús incluyen tanto pescados y mariscos como animales de criadero, cerdos, leche de cabra, queso de oveja, verduras y frutas. En Argentina, la lejanía del mar hizo variar los ingredientes de la alimentación, consumiéndose más carne y leche de vaca. En la actualidad se incluyen elementos tanto de procedencia de origen como nacional: el bacalao, el salmón, las sardinas, el atún, las almejas, los caracoles, el pulpo, las almendras, el oporto, el aguardiente, el aceite de oliva, el vinagre de manzanas y el pimiento. Los ingredientes más emblemáticos son el bacalao y la papa, condimentados con aceite de oliva y vinagre de manzana”. “La inmigración de origen alemán se instaló principalmente en la provincias del litoral: Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Misiones; algunos contingentes en Córdoba y en Río Negro, donde se hicieron famosas las casa de té con las tradicionales tortas. Dentro de la capital, hay ciertos barrios como Belgrano, Devoto y Villa del Parque, donde incluso se celebra el día de la 147

cerveza con desfile de bandas de músicos veteranos y comidas tradicionales” (10). La hermana Bernarda “enseña recetas suizas y alemanas como una forma de acercar más la gente a Dios. (...) es una monja suiza de la congregación de Santa Cruz, quien a los quince años descubrió su vocación de servir al prójimo y a los diecisiete comenzó a andar el camino de la religiosidad. El amor por la cocina lo conoció también de adolescente y lo perfeccionó en Suiza y Alemania, donde afirma que recibió una enseñanza muy particular: ‘Primero te preparan como ser humano y recién después se pasa a la cocina’ “ (11). “La Argentina heredó múltiples influencias de los diversos pueblos que en un tiempo fueron súbditos del Impero Austro-Húngaro. En todo caso, gran parte de los manjares que integraban el patrimonio gastronómico del centro europeo arribaron a estas costas en la memoria y en las prácticas culinarias de los inmigrantes judíos que huían de las persecuciones y los ghettos étnicos” “La cocina eslovena admite utensilios que provienen de las herramientas para cortar leña, como hachas e implementos fabricados en madera (ralladores, cernidores de harina y cucharas de diverso tamaño). Por provenir de climas fríos se utiliza mucho la grasa de cerdo (pura o en chicharrones) y las comidas son fuertes y sustanciosas (con grasa, frutas secas y vinos)”. La cocina danesa, “en los ámbitos y familias más conservadoras, se basa principalmente en la papa, con agregado de salsas, carne de cerdo –en forma de albóndigas, pan de carne, costillas y asado- y café a todas horas” (12). La chef Diana Boudourian es experta en “Cocina exótica & Mediterránea”. Ella se refiere a las recetas provenientes de algunos países: “Las escuelas de cocina griegas fueron siempre una fuente de creación para los alumnos que transitaron sus aulas y llegaron a compararse en sus realizaciones con los máximos hacedores de la arquitectura griega. El aceite de oliva, fundamental en la elaboración de los platos refinados, se complementa 148

con trigo, hierbas, sésamo, hortalizas y frutas. Los pescados en todas sus variedades, las ostras, los mejillones y os camarones –así como las carnes de jabalíes y venados- son, desde la más remota antigüedad, parte de los placeres de los habitantes del Peloponeso. (...) Son muchos y muy variados los dulces en los que la masa fila, el almíbar y los frutos secos tienen una presencia fundamental. Precisamente estos frutos serán parte importante en la elaboración del pan dulce griego que les recomiendo para la mesa de Navidad” (13). “Los armenios tenemos una predisposición especial a saborear todo tipo de dulzuras después de las comidas y como acompañamiento del café. Los frutos naturales, de los que se destaca el albaricoque o damasco, así como los higos y uvas (cultivadas en las laderas del mítico monte Ararat), dulces y tiernas para deleitarse comiéndolas recién arrancadas de la vid o degustando el mejor cognac del mundo, son algunos de los placeres de toda mesa tradicional. El almíbar tiene una participación fundamental en la preparación de los dulces elaborados por las abuelas y las madres armenias, que transmitieron de generación en generación los secretos de esta cocina refinada y milenaria. De esos dulces, el pahlavá o pahkí jalvá, muy conocido en nuestro medio como mil hojas de masa fila rellena con nueces, canela y almíbar perfumado, genera entre otros pueblos de la región la eterna discusión de su origen. Dice la leyenda que la exquisita preparación de las manos armenias de antaño hizo que esta exquisitez fuera adoptada como ‘el rey de los dulces’. Para que la imagen de los dulces armenios ea completa vale mencionar el anush abur o sopa dulce. Se ofrece exclusivamente en la festividad de Navidad, que la liturgia armenia conmemora el 5 de enero, en coincidencia con la epifanía” (14). “La cocina egipcia nos propone la utilización de arroz, verduras hervidas, carne de cordero, ocras y una extensa variedad de dulces. De esta exótica culinaria les sugerimos el falafel, plato elaborado sobre la base de garbanzos y especias” (15). “La gastronomía japonesa utiliza como ingredientes centrales los pescados, mariscos y algas, aunados a los cultivos de gran rendimiento como 149

el arroz integral, el ajo, la soja, batatas, berenjenas, berros, brotes de bambú, castañas, ciruelas, col china, escamas de bonito seco, hojas de crisantemo, jengibre, mostaza seca, nueces de ginkgo, pasta de pescado, sake, semillas de ´sesamo, setas, tallarines de trigo, tallarines de alforfón, taro, tofu, y el vinagre de vino de arroz”. “Entre 1869 y 1914 se observa el predominio de la migración limítrofe uruguaya; a partir de 1914 y hasta 1980, es la migración paraguaya la que presenta mayores volúmenes, seguida por la chilena (...). La presencia paraguaya en ámbitos rurales estuvo preferentemente asociada a la recolección del algodón, mientras que la nueva inmigración se localizaría mayormente en ámbitos urbanos, donde los hombres se acomodaron al trabajo en la construcción particular en pequeñas obras y las mujeres en el servicio doméstico. En casi todas las comidas de estos inmigrantes están presentes cereales y legumbres. Tal como se ha visto, muchos platos han compartido desde hace siglos las cocinas de las provincias de Misiones y Corrientes”. “En la capital, ya es frecuente encontrar chipá (en sus variantes chipá paraguayo y chipá guazú) en los lugares menos pensados: a la entrada/salida de los medios de transporte, hospitales y facultades, compartiendo el mismo lugar de berlinesas y tortas fritas. Los chipacitos, por su parte, se hornean al paso para comerlos a punto de calientes. Otros yantares más complicados también cruzaron la frontera: el soyo, a base de carne, verduras, tomate, cebolla y morrón; y el bobi borí, un caldo de verduras con carne, harina de maíz, grasa, queso y huevo” (16).

Notas 1

Saavedra, Guillermo: “Darín. A cara lavada”, en La Nación Revista, Buenos Aires, 5 de mayo de 2002.

2

Rivera, Andrés: Guido., en Para ellos, el Paraíso. Buenos Aires, Alfaguara, 2000.

150

3

Smolensky, Eleonora M. y Vigevani Jarach, Vera: Tantas voces, una historia. Buenos Aires, Editorial Temas, 1999.

4

Sopeña, Germán: “Tierra lejana”, en La Nación, Buenos Aires, 13 de julio de 1997.

5

Anzorreguy, Chuny: op. cit.

6

Barón Biza, Jorge: “La historia, un disparate”, en Clarín, Buenos Aires, 25 de abril de 1999.

7

Devoto, Fernando: “La huella del inmigrante”, en Clarín, Buenos Aires, 2 de julio de 2000.

8 9 10 11 12

Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: A la mesa. Buenos Aires, Grijalbo. González Toro, Alberto: “El tímido regreso de las ferias de Buenos Aires”, en Clarín, Buenos Aires, 2 de marzo de 2003. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op. cit. Pérez, María: “Manjares del cielo”, en Clarín, Buenos Aires, 2 de junio de 2003. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op. cit.

13

Boudourian, Diana: “Patio de comidas”, en El Barrio Periódico de Noticias. Buenos Aires, Diciembre de 2003.

14

Boudourian, Diana: “Patio de comidas”, en El Barrio Periódico de Noticias. Buenos Aires, Noviembre de 2003.

15

Boudourian, Diana: “Patio de comidas”, en El Barrio Periódico de Noticias. Buenos Aires, Enero de 2004.

16

Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op. cit.

En el Hotel de Inmigrantes “Desde el Hotel de Inmigrantes, su primera escala en el país, los hábitos gastronómicos de la inmigración invadieron el país. El protagonismo fue de las pastas en todas sus variaciones formales: ravioles, ñoquis (y por supuesto la preparación de los del 29 y el dinero debajo del plato), canelones, tallarines, macarroni, capelletti, fettuccini, agnolotti y lasagnas; seguidamente la pizza – impulsada por la migración del Mediodía-, la milanesa, el pesceto, los escalopes, los fiambres, los risottos las salsas de tomate como acompañamiento (bolognesas, parmesanas, filetto), el pesto, el aceite de oliva, las frutas secas, y la difusión del consumo de aceitunas, quesos (parmesano, gorgonzola, pecorino, caciocavallo, fontina, ricotta) y vinos (nebiolo, barbera, chianti, toscano)” (1). 151

Los personajes de La logia del umbral, de Ricardo Feierstein, recuerdan que allí les dieron “pan y carne, en platos de lata. (...) Y algunos religiosos (...) no querían comer. Decían que la carne era treif, impura. Que no era para nosotros, judíos de fe” (2). José Wanza no alude a la alimentación que recibió en el Hotel, pero sí refiere que, al iniciar el viaje hacia Tucumán, le dieron un kilo de pan y media libra de carne, para una travesía de cuarenta y dos horas (3) En uno de sus cuentos, Luís León presenta un personaje que recuerda que en el Hotel había, además de “peleas en idiomas desconocidos” y “camas altas casi inalcanzables”, “trozos de matzá pisoteados, molidos por los gruesos zapatones de inmigrantes que iban y venían sin verlos” (4). Al protagonista de un cuento de Santiago Korovsky “Lo hospedaron en un hotel sucio y viejo, donde la gente dormía en el suelo, y la comida no era mejor que la del barco. De allí se fue a los cinco días, no porque quisiera sino porque lo echaron” (5). En el 2000, un panel en el Hotel reproduce las palabras de Pablo Nowak. Este hombre, llegado a la Argentina en 1949 recuerda los magníficos asados que se hacían al mediodía y agradece las que califica como sus primeras buenas comidas de toda la vida (6). Sesenta y ocho años después de haberse hospedado allí, José Arias expresa: “Nos daban comidas y abundantes” (7).Teresa Joan, décadas más tarde, recuerda el olor a pan de trigo (8), y una húngara, protagonista de una anécdota contada por el profesor Jorge Ochoa de Eguileor, estaba muy enojada porque no había encontrado palmeras y cocoteros, ni un hotel lujoso, pero todo su enojo se disipó cuando le sirvieron de comer (9). Se desayunaba “café con leche, mate cocido y pan horneado en la panadería del hotel escribe Horacio Di Stéfano-; los almuerzos consistían en “sopas, guisos, maíz pisado o legumbres, puchero criollo, estofado...”. Había “colas para la entrega de vituallas, luego el cocinero servía los alimentos, y las largas mesas de comensales quedaban ocupadas en medio de un incesante murmullo de voces y chillido de vajillas” (10). Sergio Limiroski escribe: “Muchos de estos niños de las familias, hoy convertidos en abuelos, recuerdan al viejo hotel –que funcionó hasta 1952- con aquellos largos tablones donde se comía, los tarros de metal con que se tomaba la leche, las camas marineras donde se dormía, mientras esperaban que sus padres consiguieran el trabajo que les permitiera quedarse” (11). John Argerich afirma que los inmigrantes italianos cazaban pajaritos: “se los morfaban con polenta, como hacían los nonos, dejando sin gorriones la zona de Retiro, en que se erigía el Hotel de Inmigrantes, única posada del mundo donde daban catrera y chupi sin pagar” (12). Los judíos que llegaron en 1891 en el Pampa fueron alojados en el Hotel de Inmigrantes; allí se suscitó otro inconveniente: "No sé de dónde surgió la 152

versión que los cocineros y el personal eran judíos españoles y por consiguiente todo era kosher. Y ¡ah! Por primera vez durante todo el viaje, todo el pasaje disfrutó de una buena cena. Al día siguiente una comisión de mujeres fue a investigar a la cocina para ver si salaban la carne y se encontraron con una cabeza de cerdo sobre la mesa. Volvieron amargadas y tratando de vomitar lo que habían comido la noche anterior”. De Buenos Aires viajaron a Miramar (Mar del Sud?) y fueron hospedados en el Hotel Atlántico, donde permanecieron hasta que se inició el traslado a Entre Ríos. Chajchir escribe en sus memorias: “Lo que recuerdo de allí y lo conservo aún hoy día, es el gusto del té recocido y endulzado con azúcar negra, la que no era refinada y que hoy la llaman azúcar rubia. Ah! Hasta me parece que siento el gusto y el olor del té recocido con azúcar negra”. Recuerda en otro pasaje: “Nos habían dado matze para cuatro días, por lo que una delegación viajó a Villaguay y regresó al otro día en el tren con 5 bolsas de harina. De inmediato, al primer día hábil de la semana de Pésaj, jalamoed, o mejor dicho la noche antes, calentaron y amasaron con palos improvisados. Una espuela de bota que se quitó un peón sirvió para cortar las hojas”. Cuenta una travesura que hizo con otros compañeros: “Yo sí que tomé clandestinamente un vaso de leche. Un día nos juntamos tres muchachos y fuimos por una senda a una casita, de la que habíamos oído que convidaban con leche a los visitantes. Fuimos repitiendo todo el camino la palabra leche para no olvidarnos. Llegamos, el más grande de nosotros dijo –leche-, largaron una carcajada y nos dieron un vaso de leche a cada uno. Como no sabíamos cómo decir gracias, hicimos una reverencia en señal de agradecimiento. Y hubo más carcajadas” (13).

Notas 1

Alvarez Pinotti

2

Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.

3

Ochoa de Eguileor, Jorge y Valdés, Edmundo: Donde durmieron nuestros abuelos. Los Hoteles de Inmigrantes de la Ciudad de Buenos Aires. Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio Argentino.

4

León, Luis: “Chacarita. Vísperas de Pésaj”, http://www.sefaraires.datafull.com/, N° 2, junio 2002.

5

Korovsky, Santiago: “Esperanza”, en “Bienvenidos al concurso literario 1997. El Jardín de la Esquina/ Aequalis/ Buenos Aires/ Argentina.

6

Nowak, Pablo: en audiovisual del Hotel de Inmigrantes, citado en un panel en el Hotel en 2000.

en

SEFARaires,

153

7

Arias, José: “Disqueprensa” en La Prensa, Buenos Aires, 1998.

8

Joan, Teresa: Libro de visitas del Hotel de Inmigrantes, 2002.

9

Markic, Mario: “En el camino”, TN, 12 de septiembre de 2002.

10

Di Stéfano, Horacio: “El Hotel de Inmigrantes: albergue para la nostalgia...”, en TANGO SHOW El lugar del Tango en internet. 1999.

11

Limirosky, Sergio: “Y entonces llegaron Ellos”, en La Prensa, 17 de octubre de 1999.

12

Argerich, John: “Los grandimbento deste mundo –sic- (Dónde se habla de tarro e inspiración)”, en http://www.amasijo.com/.

13

Chajchir, Mauricio: op. cit.

En el conventillo Según lo que comían, Santiago de Estrada podía reconocer la procedencia de los habitantes de los conventillos: “Encienden carbón en la puerta de sus celdillas los que comen pucheros: esos son americanos. Algunos comen legumbres crudas, queso y pan: esos son los piamonteses y genoveses. Otros comen tocino y pan: esos son los asturianos y gallegos. El conventillo es el reino de la ensalada cruda” (1). En La isla se expande, de Carolina de Grinbaum, la pequeña protagonista evoca sus sensaciones ante la comida de una familia italiana: “Mi olfato hambriento extendía los tentáculos a fin de transferir los perfumes de la comida cercana, hasta mi desabrido plato. Escudriñaba las sopas que deglutían, el caldo sustancioso rumoreante como las olas del mar, los enormes fideos dedalito que flotaban como infinidad de barcos veleros, el abundante queso rallado, que esparcían como lluvia generosa –esa lluvia que deja un olor feliz sobre las tierras secas“. También habla de la judeo-polaca, quien “En un afán constante por tratar de alimentar y alegrar a la familia, la señora Matilde –ése era su nombrepasaba largas horas dentro de la cocina, manipulando ollas y sartenes de las que finalmente extraía los mejores manjares elaborados a la manera europea” (2). 154

El protagonista de un cuento de Korovsky, en un conventillo de La Boca, “Al mediodía bajaba a otro cuartito, donde había unas quince personas más, y comía lentejas en platos sucios, al igual que la cena” (3). La arqueología nos ha proporcionado recientemente datos acerca de la alimentación de los inmigrantes de clase baja: “Schavelzon asegura que en una excavación en lo que era un conventillo, en las calles Defensa y San Lorenzo, descubrieron una gran diversidad alimentaria que, en teoría, tenía que ver con los inmigrantes de distinto origen que lo habitaban. ‘Comían cuises, avestruces y lagartos’, informa. Y no tanta carne vacuna: muchas de las vacas eran salvajes y su carne, muy dura” (4).

Notas 1 Estrada, Santiago: Viajes y otras páginas literarias. 1889. Citado por Jorge Páez en El conventillo, Buenos Aires, CEAL, 1970. 2

Grinbaum, Carolina de: La isla se expande. Buenos Aires, ig, 1992.

3

Korovsky, Santiago: op. cit.

4

S/F: “Basureros del pasado”, en Clarín Viva, Buenos Aires, 9 de enero de 2000.

En los barrios Ya centenaria, María Luisa Cuccetti, hija de un músico genovés inmigrante, recordó en una entrevista la alimentación de sus primeros años. En La Boca, “los cumpleaños se festejaban con pastelitos y chocolate caliente. Y todo se hacía en casa, lo que más se comía era risotto. Eso sí, el mejor paseo era ir de noche al puerto a comer castañas calentitas...” (1). Un plato inmigrante es evocado por Marina Gambier, a propósito de una muestra pictórica inspirada en ese barrio. Acerca de los cuadros dice: “Ellos nos traen al presente esos conventillos con la ropa secándose al viento, las grúas de carbón, y la alegría de los marineros genoveses comiendo tallarines y cantándole al paese desde una típica cantina del puerto” (2). Estas imágenes nos remiten al libro La Boca del Riachuelo, donde Orlando Barone expresa: “Pienso que la Boca captura parte de la identidad porteña porque Buenos Aires siempre estuvo más cercana a la inmigración que a lo nativo” (3). “Luca Filiziu tiene 82 años y es uno de los primeros inmigrantes italianos que a mediados de siglo pasado trajo al país esa costumbre gastronómica que para los nativos resultaba extraña. Ahora ha vuelto a despuntar el vicio: a falta de quinta, cría caracoles en el balcón de su departamento, en el barrio de Constitución. ‘En la Argentina tenemos que buscar los platos con nuestro propio estilo’, dice, mientras saca del horno una fuente con brochettes de caracoles envueltos en panceta y otra con lumache (como se denominan en italiano) en salsa picante” (4). 155

Los abuelos de la poeta Griselda García eran calabreses. La nieta evoca en un poema los alimentos que cocinaba la italiana: “mi abuela preparando conservas/ de casi cualquier cosa que crezca/ en la tierra del fondo;/(...) mi abuela obligándonos a terminar el plato, / haciendo bocaditos fritos con las sobras porque/ ‘ustedes por suerte no conocen lo que es la guerra, el hambre...’;/ (...) secando en grandes fuentes/ aceitunas, tomates, maníes,/ y otros comestibles que se vendan baratos por kilo;”. El abuelo, por su parte, cuidaba los sembrados y criaba conejos (5). Elizabeth Dellaguerra, nacida en Calabria en 1899, manifiesta: “Lo que no me gustaba de acá era la leche y el pan, porque la leche es de vaca y la que tomábamos en Italia era de chiva. Pasaba el lechero con su carro tirado por caballos. Al pan le encontraba otro gusto, pero después me acostumbré. (...) El mate me gusta, pero no tomarlo en la calle” (6). La hija del gallego Joaquín González cuenta que a los inmigrantes de esa procedencia “Les gustaba comer jamón, tomar buenos vinos”. De esa tierra –afirma Claudio Savoia- llegaban manzanillas y bacalao (7). Y desde la Argentina, durante la Guerra Civil, se enviaban encomiendas. Los familiares de Gladys Onega, como tantos otros inmigrantes “respondían con la acción: armaban, envolvían en lienzo, rotulaban con grueso tinta espesa, ataban con cuerdas, lacraban con sellos y aseguraban con sunchos los paquetes de ropas de abrigo y de alimentos que cruzaban el mar y quién sabe cuándo llegarían y si llegarían hasta a pena. La familia esperaba, y para protegerla acudían a Dios y al diablo”. Los niños participaban en los envíos: “Los chicos también éramos leales y creíamos que ayudábamos juntando papel plateado de cigarrillos, chocolate y chocolatines, que despegábamos del papel blanco que lleva adherido y con el que íbamos haciendo bolas de papel de plomo que mandábamos a Negrín para que hiciera las balas para la República” (8). Como agradecimiento por las encomiendas de ropa usada que enviaban durante la contienda, mis abuelos paternos recibían chorizos da terra que atravesaban el Atlántico en latas vacías de dulce de batata. Para algún festejo importante, como un casamiento, ellos compraban grandes cantidades de ciruelas, que llenaban un fuentón, y ponían a enfriar el vino en odres, cubiertos con trapos húmedos. Su comida cotidiana consistía en puchero, nabizas, asado con papas, que mi abuela –al igual que sus vecinas- hacía cocinar en el horno de la panadería, y de postre, budín de pan. Desayunaban tazones de café con leche acompañados por pan con manteca y azúcar. Los días de 156

fiesta, ensaimada. Ya anciana, mi abuela nos convidaba mate cuando la visitábamos, pero nadie recuerda a partir de qué fecha adquirió esa costumbre, y si lo hacía en vida del abuelo. El cumpleaños de uno de los personajes gallegos de Vázquez-Rial coincide con el día de Navidad. El autor de Frontera sur describe los manjares que degustarán los invitados: “Las mujeres pusieron las mesas en el último patio, emparrado, de obligado tránsito para quien pretendiera ir de la casa, a la que se entraba por el oeste, desde la calle Pichincha, a la cuadra, abierta al sur, a Garay. Al anochecer, los blanquísimos manteles quedaron sepultados bajo fuentes y más fuentes en que lucían el jamón, las almejas, el pavo fiambre, los ahumados, el lechón adobado, el bacalao o el pulpo con pimentón leonés y aceite de uva del país, espeso y de aroma salvaje. Aparte colocaron las galletas, los turrones partidos y las nueces peladas. Vinos y sidras se enfriaban en tinas de agua. Todo aquello había llegado en un carro del Almacén Buenos Aires, tienda de vinos, licores y comestibles importados de ultramar, que Giacomo Zappa había fundado quince años atrás en Artes y Cuyo”. Otro de los personajes, un pequeño gallego, compara ese espectáculo con el de su propio cumpleaños: “Ramón, sentado en el tercer peldaño de una escalera que llevaba del piso de baldosas rojas a los techos, asistió azorado al desembarco de aquellas riquezas. No recordaba haber visto, y de hecho no había visto, nada semejante en toda su corta vida. De hacía poco, del anterior 2 de noviembre, era la más lujosa de sus memorias, la del festejo de su propio cumpleaños, el sexto, en un puesto rural próximo a Durazno, en la Banda Oriental, donde amigos de Roque habían asado un costillar de ternera” (9). En la fonda, Manuel Londeiro -personaje de Hacer la América, de Pedro Orgambide- “pide pan y tocino. Después, una sopa con carne, porotos y papas. Se promete ir al almacén de su primo, y firmar una letra, un documento, lo que sea a cambio del dinero para los pasajes. Si comes tanto no podrás ahorrar, dice su primo, si sólo piensas en comer, si El pan de Manuel Londeiro no llega a la boca. Lo coloca en un pañuelo y lo anuda. Ya tiene su cena” (10).

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Petra, una de las “ingratas” de Guadalupe Henestrosa empleada como cocinera en una pensión, no soportaba que criticaran sus comidas: “El minestrón era la principal fuente de conflictos: los italianos aseguraban que la española era incapaz de captar la naturaleza sutil de la sopa de verduras y que cortaba la zanahoria en rodajas demasiado gruesas. Petra no iba a soportar esas críticas. Ante la menor queja retiraba los platos con el gesto desairado de un artista incomprendido y los inconformes se quedaban con la cuchara suspendida en el aire y sin caldo donde sumergirla. La patrona hacía caso omiso de los desplantes de la cocinera: por su guiso de lentejas hubiera soportado cualquier humillación” (11). En casa de María Rosa Lojo, hija de un gallego y una madrileña, se consumían alimentos que resultaban extraños para los chicos con los que ella se relacionaba, los cuales consumían, a su vez, alimentos que rara vez se veían en casa de estos españoles: “También los sabores, los gozos de la comida, se conformaron y se acuñaron fuera de los hábitos de la cocina argentina moderna. Para mí eran absolutamente familiares los pulpos y los langostinos, los calamares, los camarones y mejillones ajenos a los hábitos de las pampas, y que más bien horrorizaban con sus valvas, sus tintas y sus viscosos tentáculos a la mayoría de mis compañeras de escuela. En cambio, durante la infancia y adolescencia consideré como elementos exóticos las pastas y la pizza –‘clásicos’ para un recetario argentino, definido por su neta hibridez ítalo-criolla-. Mi familia consintió únicamente en incorporar el asado. Otros platos locales, compartidos por ambas cocinas, provenían del más antiguo fondo hispánico colonial: el puchero (versión vernácula del ‘cocido’), las natillas, el arroz con leche aromado con canela. Mis padres se resistieron tenazmente al mate, símbolo supremo de argentinidad que también hubiera representado para ellos –creo- un supremo renunciamiento” (12). En la Argentina, quien quiera comer la auténtica “Torta para el Apóstol”, encontrará la receta en Viajero Celta (13). Manuel Corral Vide llamó Morriña a su restaurán, nombre que nos habla sin duda del sentimiento que aúna a chef y comensales: “A través de Morriña (palabra entrañable para nosotros, tristeza o melancolía, especialmente la 158

nostalgia de la tierra natal) el nombre de Galicia llega a miles de personas que, sin ser gallegas, se interiorizaron de las características de nuestra cocina, lo peculiar de nuestras tradiciones y nuestra milenaria cultura. En cuanto a los paisanos, me consta que se enorgullecen de tanta difusión” (14). El publica sus recetas en Galicia en el mundo; en una de las entregas de “Cocina gallega”, leemos: “En Buenos Aires, siempre que se podía en casa, nos agasajábamos con una buena paella en la que difícilmente faltaba el conejo (mi abuela los criaba en nuestros primeros años en la Argentina)” (15). Las recetas de los cocineros de los restaurantes españoles más típicos de Buenos Aires son desarrolladas por Blanca Cotta, en los quince manuales que integran el Gran Libro Clarín de la Cocina Española (16). Aún hoy perviven las recetas de la abuela. En su restaurante, los hermanos Morales hacen la empanada gallega tal como la hacía Manuela Eiras en Padrón, según la receta que trajeron de La Coruña hace cuarenta y tres años (17). Como contrapartida, en España, un gallego que retornó sin haber podido “hacer la América” encontró en los manjares argentinos un medio de vida. Lo cuenta Norma Morandini: “como la patria es la infancia, el tiempo se evoca con los sabores que se perdieron. En una pastelería de la calle Menéndez y Pelayo, cerca de la plaza Cavia, se forma una fila para comprar. Un pequeño negocio donde se pueden conseguir medialunas, tarta de acelga, yerba, vinos argentinos y esa delicia que se arma como exclusividad nuestra, los sándwiches de miga. (...) lejos de lo que podría pensarse, el negocio no pertenece a ningún argentino. Su dueño, un gallego que vivió veinte años en la Argentina, al regresar encontró la prosperidad que le fue esquiva como inmigrante. Gracias a los sabores que se trajo del Río de la Plata, su negocio crece cada día” (18). En “Corrientes esquina gueto”, Manuela Fingueret evoca las comidas de su colectividad: “Cada quien/ con las voces del mercado/ recién llegado de Varsovia/ pepinos en vinagre/ o el buzón de la esquina// Una tierra prometida/ untada sobre pan Goldstein/ entre pastrom caliente/ y el mar rojo atravesado/ por Corrientes/ o por Serrano/ a la espera de Moisés/ que no sabe idish/ para descifrar los mandamientos” (19). 159

Carlos Szwarcer se refiere a los manjares que se ofrecían en el Café Izmir, donde los clientes “se deleitaban con un buen mezé (especie de picadita de platitos típicos: queso blanco, aceitunas, rabanitos, pepinos, huevo duro, etc.), que ayudaba a incorporar más dignamente en el organismo los “vapores etílicos’ diversos. El humo permanente del salón se espesaba cuando en la pequeña parrilla de la cocina se asaban trozos de carne, a veces picada para su justa cocción, que hacían girar lentamente en unos pinches metálicos. Colocaban un par de esas albóndigas, acompañadas por un menjunje parecido a una ensalada dentro de un pan árabe (pita) cortado al medio. El shishe como llamaban a ese delicioso sándwich, era saboreado con un invariable ritual de malabares para no mancharse la ropa con el jugo que se escapaba por los costados del pan” (20). Szwarcer cuenta que una familia española había aprendido de los turcos una receta: “Pepe cuenta que su ‘hermano trabajaba en la pollería de la calle Gurruchaga, pelaba pollos y mi mamá me mandaba a comprar allá. Los huevos rotos los vendían más baratos y yo iba con una ‘lechera’ y le decía a Gallizy - el dueño del local - ‘Hola, don Juan, dice mi mamá si me puede dar una docena de huevos rotos’. Y él me contestaba ‘Sí, claro, andá, decile al Cholo’. Y yo le decía a mi hermano, que se iba al fondo, agarraba los huevos sanos, los golpeaba y los tiraba a la lechera, pero en vez de 12 tiraba como 50 huevos y cuando salía yo le decía ‘Dice mi hermano que ya está don Juan’. ‘A ver, qué te voy a cobrar si están todos rotos’ y no me cobraba nada’. Con el rostro encendido y nostálgico por el recuerdo de esa artimaña Don Pepe continúa: ‘Y mi mamá pisaba todo, con cáscara y los colaba y hacía una masita que le enseñaron los turcos (sefardíes), que le llamaban ‘pan esponyado’, pan de España, después con lo que le quedaba le agregaba un poco de harina y estiraba la masa con una cuchara y se hacía como un huevo frito y hacía unas masitas: ‘Mulupitas’ y llevaba la fuente a la panadería para que se la hornearan. Aprendimos de los turcos... comíamos a cuturadas’.(3). Ríe a carcajadas” (21).

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En su cuento “Chacarita. Vísperas de Pésaj”, Luis León escribe: “La matzá no resultó buena y los huevos que consiguió eran escasos, la vajilla estaba aún contaminada por la harina de los boios” (22). Mario Yagupsky explica “por qué los judíos comen el guefilte fish, y sobre todo, los sábados. El sábado es un día de reposo, de regocijo familiar, de solaz espiritual, con cantos de amor a la mujer y a la prolongación familiar. Se espera, entonces, que Dios bendiga el matrimonio con promesas de reproducción. Y el pescado es uno de los seres vivos que más se reproducen. Comer guefilte fish significa nuestro deseo de que haya una prolongación de la especie. ¡Esto es muy hermoso! De modo que cada costumbre judía tiene su sentido, su simbolismo, y hacer el pescado picado tiene también su candoroso significado: que se multiplique la prole, la gente menuda en el hogar” (23). Relata Eduardo Bedrossian que, entre los armenios, “El sarmá en cualquier lugar, con trigo o con arroz, es una comida exquisita. Pero siempre con hojas de parra, no con hoja de acelga o repollo como lo hacen algunas. Eso no sirve. No tiene gusto”. Les gusta también “el dolmá, los zapallitos largos rellenos con carne picada, arroz, tomate y cebolla”, el “pollo con pilav, los fideos tostados con arroz”, el “koftá (carne picada mezclada con trigo y nueces)” y el “dirán, el yogurt aguado” (24). En La noche que me quieras, Jorge Torres Zavaleta evoca la intolerancia criolla ante los diferentes paladares. De “los gringos y los ingleses” afirma el narrador que eran “unos animales” porque arrimaban “hacia un costado del plato los restos del dulce de leche” porque no les gustaba. Eso era vivido por el hombre como una verdadera “falta de educación” (25). La confluencia de inmigrantes de distinta procedencia y de criollos permite que confraternicen y que conozcan sus cocinas típicas. En una calle porteña vivió doña Catalina, la madre de Miriam Becker. En una sentida evocación que escribe poco después de la muerte de la rumana, comenta que la anciana “De sus vecinos españoles, italianos, argentinos del interior, había descubierto que el mejor arroz con pollo lo hacía doña María, la gallega, pero sin panceta; lo rico que eran el grelo, la nabiza y la chicoria como los preparaban los Brunetta –los italianos saben comer verduras-, y que las empanadas con la carne cortada a cuchillo de doña Pepa eran mejores que con la picada común” (26).

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Notas 1

Muzi, Carolina: “El siglo que yo vi”, en Clarín, Buenos Aires, 26 de septiembre de 1999.

2

Gambier, Marina: “La Boca. Un barrio en color”, en La Nación Revista, 4 de agosto de 2002.

3

Barone, Orlando y Shakespeare, Raúl: La Boca del Riachuelo.

4

S/F: “La estrategia del caracol”, en Página 12, 25 de agosto de 2002.

5

García, Griselda: poema inédito.

6

Barbiero, Daniel: “La abuela que superó al Magiclick”, en El Barrio Periódico de Noticias, Buenos Aires, Agosto de 2003.

7

Savoia, Claudio: “El equipaje de los sueños”, en Clarín, Buenos Aires, 14 de enero de 2000.

8

Onega, Gladys: op. cit.

9

Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.

10 11

Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984, pág.20. Henestrosa, María: Las ingratas. Buenos Aires, Clarín-Alfaguara, 2002.

12

Lojo, María Rosa. “Mínima autobiografía de una ‘exiliada hija’ “, en Sitio al margen. Noviembre de 2002.

13

S/F: “Torta para el apóstol”, en Viajero Celta, Año I, N° 9. Buenos Aires, Julio de 1996.

14

Corral Vide, Manuel: “Cocina gallega”, en Galicia en el mundo, Edición Mercosur. Buenos Aires, 3-9 de septiembre de 2001.

15

Corral Vide, Manuel: “Cocina gallega”, en Galicia en el mundo, Edición Mercosur. Buenos Aires, 14-20 de febrero de 2000.

16

Cotta, Blanca. Buenos Aires, Clarín, 2002.

17

En La Capital de Mar del Plata.

18

Morandini, Norma: “Tierra de exilio”, en Clarín, Buenos Aires, 25 de febrero de 2001.

19

Fingueret, Manuela: “Corrientes esquina gueto”, en Esquinas. Catálogos. Buenos Aires, 2001.

20

Szwarcer, Carlos: “El Café Izmir”, en Todo es Historia. Nº 422. Buenos Aires, Setiembre de 2002.

21

Szwarcer, Carlos: Hechizo Sefaradí SEFARaires Nº18 2003. 162

22

León, Luis: op. cit.

23

Diament, Mario: Conversaciones con un judío. Buenos Aires, Editorial Fraterna, 1986.

24

Bedrossian, Eduardo: Memorias para no olvidar. Buenos Aires, Edición del autor, 1998.

25

Torres Zavaleta, Jorge: El día que me quieras. Buenos Aires, Planeta, 2000.

26

Becker, Miriam: “La última idische mame”, en La Nación Revista, 23 de marzo de 1997.

En el interior Pero no debe pensarse que todos comían bien en nuestro país. Los colonos, al principio, se alimentaron no con lo que acostumbraban en sus países de origen, sino con lo que había. Los judíos tuvieron que comer galleta dura mojada para ablandarla (1). Los polacos que se dirigieron a la recién fundada Colonia de Apóstoles “debieron esperar dos años para poder comer pan, ya que las hormigas y los carpinchos diezmaban los plantíos de maíz. Se alimentaban principalmente con mandioca, porotos, batata y aprovechaban la abundancia de animales silvestres que les proveían de carne” (2). José Wanza recuerda, en 1891, que en el Hotel de Inmigrantes de Tucumán, al que arribaron hombres mujeres y niños después de haber viajado cuarenta y dos horas desde Buenos Aires, les dieron “pan por toda comida”. Al llegar a la chacra en la que trabajarían, cada uno recibió “una media libra de carne”; “hacían 58 horas que nadie de nosotros había probado un bocado caliente”. En la chacra, “la manutención consiste en puchero y maíz, y no alcanza para apaciguar el hambre de un hombre que trabaja”. La comida es razón suficiente para emplearse: “Hay tantísima gente aquí en busca de trabajo, que vegetan en miseria y hambre, que por el puchero no más se ofrecen a trabajar” (3). Décadas más tarde, Magdalena, uno de los personajes chaqueños de Mempo Giardinelli, en Santo Oficio de la Memoria, disfruta de la prosperidad. Se interesa por los platos de diferentes colectividades y, cuando los cocina, es digna de elogios: "Todas cosas judías, deliciosas, bien condimentadas. Arenque ahumado, y unos blintzes, madre mía, para chuparse los dedos. Y no solamente judías porque también hacía unas paellas que te dejaban de cama. Y no te cuento las mermeladas que preparaba: de rosa mosqueta, de grosellas, de granadas, de higos. O las ravioladas con salsa a la bolognesa o la Principe di Napoli, mamma mia. También hacía unos guisos carreros que le enseñó tu papá, muy delicados, porque tenían las dosis exactas de hierbas, especias

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exótica, pizcas de esto y de lo otro, todo hecho con amor, el morfi con amor es otra cosa” (4). En Mendoza, los Bianchi se las ingeniaban para procurarse sustento: “Lo que más motivaba la admiración de Valentín hacia su mujer era cuando, durante el crudo invierno, ella se dedicaba a cazar pajaritos con su viejo rifle de municiones. Colocaba maíz mojado en el patio, frente a la puerta de la cocina, y mientras preparaba el almuerzo, las pequeñas avecillas se aglomeraban ansiosas por comer el alimento que asomaba entre la nieve. Entonces Elsa, de un solo disparo, hacía una buena cacería. Enseguida, con la ayuda de sus pequeños Bibi y Nino, limpiaban las presas obtenidas. Luego doña Teresa se dedicaba a la preparación de una exquisita polenta con pajaritos, que era la delicia de toda la familia” (5). Nino retiraba de los nidos pichones de paloma y gorrión, cazaba cuises y pescaba: Sobre los cuises o conejos de cerco, escribe, décadas más tarde: “Mi madre o la tía ‘Neta’, complacientes, solían prepararlos a la cacerola, que nosotros saboreábamos con deleite por el sólo hecho de saber que era producto de nuestras sacrificadas cacerías”. Los puesteros convidaban al niño con carne de quirquincho y preparaban “empanadas de carne de león”, a las que atribuían propiedades curativas (6). Vittorio Petrei, se refiere a la alimentación de los inmigrantes en Jesús María, en una carta enviada en 1878: “Nosotros estamos seguros de ganar dinero y no hay que tener miedo a dejar la polenta que aquí se come buena carne, buen pan y buenas palomas. Los señorones de allá decían que en América se encuentran bestias feroces: las bestias están en Italia y son esos señores” (7). Miguel Sánchez Romera, chef y neurólogo “nacido en la Córdoba argentina de padres inmigrantes españoles, y residente en Barcelona” (8), evocó en un reportaje las recetas de su madre murciana (9). “Entre fines del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, la pampa se convertiría en ‘pampa gringa’, y la influencia de la cocina italiana prevalecerá en todo el área: pastas, ensaladas crudas, aceite, vegetales y fruta. Las pastas favoritas en pueblos y colonias serán los ravioles, tallarines, ñoquis, polenta, lasagna, capellettis, agnolottis –platos de los domingos y días festivos-, todas matizadas con enormes trozos de carne estofada. El relleno de los ravioles incluía, además de la espinaca, seso, pollo y salchicha. De la tradición hispanocriolla se mantiene el puchero, un trozo de carne vacuna hervida con el agregado de zapallo, choclo, papas, etc. Las proteínas, vitaminas e hidratos de carbonos así como las grasas se combinan en este plato apto para las tareas pesadas” (10). La familia del ucranio David Rotstein se estableció en La Pampa. Sus descendientes recuerdan que “David contaba historias de ‘banquetes’ en que se compartía un pan frotado con ajo o los gajos de una naranja” (11).

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Escribe Girolamo Bonesso, en Colonia Esperanza, en 1888: “Aquí, del más rico al más pobre, todos viven de carne, pan y minestra todos los días, y los días de fiesta todos beben alegremente y hasta el más pobre tiene cincuenta liras en el bolsillo. Nadie se descubre delante de los ricos y se puede hablar con cualquiera. Son muy afables y respetuosos, y tienen mejor corazón que ciertos canallas de Italia. A mi parecer, es bueno emigrar” (12). En Rosario, Luis Fehér, inmigrante húngaro judío, asiste incómodo al refrigerio de su familia política: “Era muy común que los Temesvari se juntasen los domingos para ir al cine, y que a Luis se lo incluyera en el programa como uno más de ellos. Protegidos por la oscuridad de la sala, la madre de Betty sacaba a relucir sandwiches del más oloroso bursh judío, cargados de pimientos y tomates, los que acompañaba con una limonada casera llevada en sendos termos, y que repartía equitativamente entre todos. Luis, con costumbres más refinadas y menos expansivas, se sentía un poco avergonzado y trataba de evitar estos eventos” (13). Gladys Onega, santafesina hija de un gallego y una criolla, cuenta: “Mi madre no sabía nada de la cocina gallega pero, ante nuestra insistencia, había aprendido a hacer fillohas, delgadísimos discos de harina y huevo cocinados en la sartén con una cucharadita de manteca, que comíamos espolvoreados con azúcar” (14). En las colonias alemanas del Volga, “otro aspecto que resistió airosamente el paso del tiempo, pero en este caso sólo en el ámbito rural, fue el de las comidas tradicionales. Por fuerza, al ser las mujeres sus custodias principales, no se ha conservado mayormente la tradición culinaria en las grandes ciudades y todo parece indicar que, en el campo, se asiste a sus últimas manifestaciones. Lo complejo de su preparación y las características de los ingredientes van transformando esas comidas en excepcionales” (15). En la provincia de Buenos Aires, también se encontraban excelentes cocineras. Una de ellas sumaba a su habilidad culinaria, los dotes para la caza. Nos referimos a otra anciana centenaria, Margarita Marc de Soto, hija de franceses afincados en Alberdi, acerca de quien escribe Carolina Muzi: “La cocina fue una constante en su vida y las perdices en escabeche, una de las especialidades más celebradas por familiares y amigos. Pero Margarita no sólo las cocinaba: también las cazaba" (16). Hugo Nario describe, en un estudio sobre los picapedreros de Tandil, una de las comidas de los inmigrantes: “Algunos de los pobladores más antiguos que entrevisté, recordaban que la hora del desayuno (generalmente mate cocido con leche, galleta y queso) era anunciada por un empleado de la cantera que recorría sus inmediaciones tocando un largo cuerno. Al toque de cuerno los chicos dejaban sus juegos y se congregaban tras quien lo portaba, 165

en una extraña procesión que se repitió diariamente mientras se mantuvo aquella relación de dependencia” (17). En Bahía Blanca se conservan algunas tradiciones españolas. En La pradera de los asfódelos, de Rubén Benítez, dice uno de los personajes: “Doña Lorenza la convidaba con rosquillas fritas. Unas rosquillas iguales a las que hacía mi madre en mi pueblo, en España. Doña Lorenza era de Villar del Ciervo, un pueblito vecino al nuestro. ¡Qué hermosas rosquillas! ¡Riquísimas!” (18). En Villa Elisa vive la portuguesa Zulmira Rosa Alves: “Uno de los primeros cambios fue justamente en la dieta ya que pasó de ser a base de pescados y frutos de mar a ser ahora compuesta en su mayoría por frutas y hortalizas. La carne era de muy mala calidad por lo que la mayoría de las familias criaba animales de granja para sacrificarlos y comer. Zulmira no recuerda mucho los postres que comía en los primeros tiempos. Quizás el olvido se deba a que en los tiempos difíciles elaborar un postre era algo que no se hacía habitualmente en una familia de inmigrantes de clase media baja. ‘lo que si recuerdo es estar ayudando a mi madre a hacer las areias que son unos bocaditos dulces para la merienda’. (...) si bien no es un postre tradicional es una masita dulce que se come por las tardes con el mate o con el te. Hablando del mate Zulmira nos contó que al principio le parecía una costumbre muy extraña y no le gustaba, pero sin embargo nos dijo que el mate cocido sí le gustó. (...) ‘El trabajo me quitaba mucho tiempo para atender a mis hijos pero siempre encontraba tiempo para cocinar cosas ricas para ellos. A través de las comidas les relataba historias de mi pueblo para que conozcan mi pasado. Muchas veces no me escuchaban pero si lo hacían cuando les hacía sus comidas preferidas’. En ese entonces ya eran comunes las heladeras y la calidad de la carne había mejorado notablemente. Al ya no tener quinta los productos frescos como las frutas, verduras y huevos se compraban en el mercado y la leche y quesos eran traídos por el lechero todas las mañanas” (19). En la Patagonia –destacan Álvarez y Pinotti- “El intercambio con los primeros europeos ha quedado registrado abundantemente, sobre todo en San Julián, en épocas tempranas, así como en Carmen de Patagones, Río Gallegos y Punta Arenas. Desde 1860 se difunde el consumo de yerba, azúcar, farináceos, tabaco, bebidas alcohólicas –con consecuencias catastróficas para

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el futuro de los diversos grupos-. En nuestros días se continúa denominando ‘vicios’ a los insumos traídos por los blancos” (20). A Bariloche llegaron, provenientes del Cantón de Valais, en Suiza, los hermanos Félix, Camilo y María Goye, después de vivir diez años en Chile, donde conocieron una comida araucana: “Allí conocieron el curanto y allí aprendieron a hacerlo. (...) Jorge Rubén Nielsen, al que todos llaman ‘el gringo’, es hijo de una Goye. Es uno de los encargados de preparar el curanto con todos los detalles que hacen de esta forma de cocinar una ceremonia” (21). “El curanto –explican Alvarez y Pinotti-es una forma tradicional de preparación de la carne entre los araucanos chilenos, y que del lado argentino se repite especialmente durante las ceremonias. El curanto es tanto el sistema de cocción como la comida; no es exclusivo de los mapuches, ya que desde México al sur, muchos pueblos utilizaron el mismo sistema. Un curanto se realiza cuando son muchas las personas que van a comer” (22).

Notas 1 Feierstein, Ricardo: op. cit. 2

Folleto del Museo Histórico Juan Szychowski, Apóstoles, Misiones.

3

Ochoa de Eguileor, Jorge y Valdés, Edmundo: op. cit.

4 6

Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991. Bianchi, Alcides J.: Aquellos tiempos... Buenos Aires, Marymar, 1989.

7

Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.

8

EFE: “Sánchez Romera da lecciones de Gastronomía en Japón”, en www.noticiasdenavarra.com, 11 de febrero de2003, Núm. 2407.

9

S/F: “Encefalograma de la gastronomía”, en La Prensa, 14 de mayo de 2000.

10 11 12 13 14

Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op. cit. Rotstein, Enrique y Fabio: “Fanny Dubroff y David Rotstein”, en www.math.bu.edu/people/ horacio/ anc-cast.htm Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: op. cit. Weisz, José Martín: ... mientras los violines tocaban csárdás. Un viaje a Hungría. Buenos Aires, Milá, 2002. Onega, Gladys: op. cit.

167

15 16

Weyne, Olga: El último puerto. Del Rhin al Volga y del Volga al Plata. Buenos Aires, Editorial Tesis/ Instituto Torcuato Di Tella, 1986. Muzi, Carolina: op. cit.

17

Nario, Hugo: “Cortando piedra”, en Todo es historia, N° 178, Marzo de 1982.

18

Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1989.

19

Da Conceiçao, Mauro; Euguaras, Mariano; Flibert; Francisco; Marino, Roberto; Sánchez, Julián: “Sabores de una historia”, en www.ciet.org.ar.

20 21 22

Álvarez, Marcelo y Pinotti Luisa: op. cit. Palacios, Cynthia: “El curanto revive la tradición araucana”, en La Nación, Buenos Aires, 23 de febrero de 2003. Álvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op. cit.

En la pobreza o en la abundancia, los inmigrantes mantuvieron la tradición culinaria como una forma más de vincularse a la tierra añorada, de preservar su cultura, y de transmitirla de generación en generación, al tiempo que veían en la cocina nativa un medio para diferenciarse en una sociedad cosmopolita.

Cocinero Se denomina cocinero a la persona que cocina por oficio y profesión. Según sus conocimientos y funciones se establece la siguiente jerarquía, de menor a mayor responsabilidad: * Ayudante o pinche de cocina * Cocinero 168

* Sous Chef (Asiste al chef) * Chef (con diferentes niveles, de menor a mayor: de partie, ejecutivo, carnicero, pastelero...)

Chef es todo aquel que aparte de aprender el oficio, tiene estudios culinarios, este no solamente cocina, también toma platos de la cocina tradicional (mundial) y a su vez crea platos convirtiéndos todos en Arte También está la denominación de Chef Steward que es el responsable de la limpieza y mantenimiento de la cocina y equipos. En un restaurante u hotel chef se utiliza para designar al jefe (en francés chef) de la cocina. El chef tiene a su cargo a una serie de personas que desarrollan tareas y ayudan en la elaboración de los platos, pero que no son totalmente responsables del sabor final de éstos.

Cocineros Argentinos mas relevantes

Petrona Carrizo de Gandulfo (o Doña Petrona) (n. Santiago del Estero, 1896 - 1992) fue la ecónoma argentina más famosa. pariente directa del musico, compositor, coreografo, escritor santiagueño Oscar Segundo Carrizo. Promovió el arte culinario por todos los medios de comunicación: clases, libros, revistas, radio, televisión. El comienzo de la actividad de Doña Petrona fue ser contratada a principios de la decada de 1940 para promocionar el uso de las entonces 169

"modernas" cocinas a gas. Desde este rol apareció la necesidad de generar recetas con mucho detalles pensados para utilizar y aprovechar mejor este tipo de cocina, y pronto desarrolló sus propias recetas. Su obra "El libro de Doña Petrona", una enciclopedia de recetas y de sugerencias sobre cocina, se vendió en múltiples ediciones. Despues de 60 años de publicado, aun hoy siguen apareciendo nuevas ediciones, que superan el centenar. Esta obra enciclopedica, con más de 600 páginas, incluía no solo recetas de cocina y secretos culinarios, sino también consejos para la mujer moderna que incluían organización del hogar, y de las tareas de mantenimiento, e inclusive una sección para la mujer que trabaja y cuida de su hogar. Publicó también "Las recetas económicas de doña Petrona" (respondiendo a la problemática de su público acerca de ingredientes baratos), "Coma bien y adelgace" (en coautoría con el doctor Alberto Cormillot, medico argentino especializado en nutrición y obesidad) y "El placer de comer y adelgazar" Muchas de sus recetas se mantienen vigentes incluso después de los grandes cambios ocurridos en la sociedad a traves de estos 60 años, y brindó sus valiosos consejos desde los medios de comunicación por más de cuatro décadas. Debuta en TV en 1952, siendo maestra gastronómica de varias generaciones de argentinas, y en 1960 se incorpora al Programa de TV "Buenas tardes, Mucho Gusto".

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Francisco José Mallmann, más conocido en el ambiente de la cocina como Francis Mallmann, nació el 14 de enero de 1956 en Buenos Aires, Argentina. Es famoso por su estilo rústico y el uso de los fuegos en su cocina, los cuales se han convertido en su marca registrada. Fue ganador del Grand Prix de l'Art de la Sciene de la Cuisine entregado por la Academia Internacional de Gastronomía de Paris en 1996. Es el primer chef no europeo en recibir este prestigioso reconocimiento.

El de los restaurantes es uno de los rubros más asociados al nombre de sus creadores, casi siempre chefs de prestigio. Y entre ellos, Francis Mallmann —junto con el fallecido Gato Dumas— ha llegado a ser uno de los más célebres en la Argentina. Hoy el hombre está al frente de cinco restaurants, dispersos entre Punta del Este (donde tiene dos locales), Mendoza, Nueva York y La Boca. Estuvo 17 años seguidos en TV, hasta 1999. Empezó en Cablevisión a principios de los 80, cuando tenían sólo 5000 abonados.El programa se grababa en su resturan de la calle Honduras a 3 cámaras con un movil de video y se realizaba la mezcla en vivo y el programa salia 24 hs después por Cablevision desde 1987 hasta 1996 fue dirigido por Eduardo Rotondo. y no solo se grababa en su restaurants de Honduras, sino que también se grabava en el verano en Punta del Este y en el año 1992 cuando estuvo un año representando a la argentina en la EXPO SEVILLA el programa fue grabado en la EXPO por su director de cámaras y retrasmitido en Argentina durante su ausencia. 171

Su historia entre las ollas empezó en Bariloche en 1976, cuando a los 18 años se lanzó a manejar un restaurant con una socia. Le iba bien, pero no sabía los suficiente. Y se fue a Francia a aprender durante más de dos años en París, La Meca de la cocina mundial, "fue una época muy buena, cuando estaba Paul Bocuse y también los cocineros muy clásicos" comenta el propio Mallmann.Después volvió a la Argentina, y tras manejar durante varios años la cocina de un boliche de moda, en 1983 abrió su propio restaurant que atendía sólo de noche, con cinco mesas y con precios muy altos. Pero lo hizo sin nombre ni cartel, a puertas cerradas, sobre la calle Honduras en Palermo antes de que la zona estuviera de moda. Y durante el día, en el mismo lugar, daba clases a 150 alumnos. Esa combinación entre TV, restaurant selecto y enseñanza fue construyendo su prestigio. Y el chef / empresario empezó en los 90 a aprovechar su nombre para asociarse a nuevos emprendimientos con la marca Mallmann: dulces, corderos, cacerolas de bronce y hasta cocinas portaban su nombre y su logo. Pero a pesar de la expansión, su estrategia tenía un límite: nunca pensó en extender el paraguas de su marca a productos o servicios no vinculados con los alimentos. Mallmann, sin embargo, optó más tarde por retirarse de estos emprendimientos y dedicarse sólo a los restaurants, que por otra parte nunca había abandonado. "Me costaba mucho controlar cuál era la verdadera venta de esos productos. Me decían que se habían vendido 20 unidades pero yo sabía que la venta había sido de 100. Entonces tenía que convertirme en un investigador, recurrir a abogados y todo eso. Y me cansé", confiesa. Hoy el chef prefiere concentrarse sólo en lo que mejor conoce, los restaurants, además de una fuerte actividad en catering. Aunque esto no significa que subestime su tarea, porque exige un control muy cercano de su parte. Emplea a alrededor de 120 personas entre todos los locales, y la gestión la resuelve con un gerente en cada local, más una oficina central en Buenos Aires. Y él mismo que viaja permanentemente a todos los lugares. No porque los clientes exijan su presencia, dice, "sino porque en la calidad de mi nombre está en juego". También admite que existe un factor "marca Mallmann" que atrae a muchos clientes, Y dice que ha empleado a muchos cocineros que cocinaban mejor que él mismo. "Después de algunos años les digo: andate, armá tu propio proyecto. Es preferible que sigan su camino y otros tomen su lugar". En el fondo, después de muchos años tan disperso en diferentes negocios, Mallmann valora otras cuestiones: reivindica la necesidad de hacer las cosas con pasión. "Necesito romance para encarar cada 172

proyecto. Aunque soy muy ambicioso, me tiene que gustar mucho para poder continuarlo". Es un poeta consumado y disfruta de tocar la guitarra. Mallmann está casado y tiene 4 hijos.

Pasión por la cocina. Se trata de una de las mujeres que más conoce de gastronomía en el país. Acaba de lanzar una serie de DVDS con sus mejores recetas y consejos, grabados como si fueran para el cine pero para ver en casa. Amiga de celebridades como Julio Bocca y Fito Páez, para quienes cocina habitualmente, también entrega 173

tips fáciles y rápidos. Sus recetas, sus viajes por el mundo y sus primeros años en una charla en exclusiva con Clubs & Countries: en este número despedimos el año con Dolli, una mujer apasionada.

Muchas veces escuché decir que Dolli es una mujer de carácter, luego de conversar con ella, verla en la presentación de sus nuevos DVDS y conocer sus recetas, grabadas en una calidad que más de un documentalista envidiaría, no caben dudas que es así: sólo una persona decidida y muy talentosa puede lograr transmitir recetas que van desde la torta frita a la cocina tailandesa con la misma claridad. Dolli habla pausado, está contenta, serena y parece no marearse luego de que la primer entrega de su nueva obra se haya agotado en menos de 24 horas. Luego de presentar los discos en Casa Foa no tuvo un minuto libre, pero aún así y después de un almuerzo con Mirtha Legrand, se dispuso a una charla en la que recorre su carrera, sus viajes y sus secretos tras los vapores de la cocina. ¿Cómo estás viviendo el éxito de estos DVDS? El primero se agotó en 24 horas, fueron 15 mil ejemplares y hubo que reeditarlo. El éxito de las ventas y que la gente responda es algo que me pone muy feliz y lo veo como una recompensa al gran esfuerzo que se hizo. Esta obra fue pensada durante casi dos años en los que se soñó con un trabajo de alta calidad, con tecnología, con iluminadores, directores de fotografía y todo un equipo de cocina. Son ocho DVDS que ya están listos, algunos se están terminando de editar porque estuvimos trabajando todo este año contrareloj para llegar a tiempo con las entregas. Al principio se ve a una mini Dolli, ¿cómo fueron tus primeros años en la cocina? Para ese capítulo se nos ocurrió poner “Cocinar a la hora de la siesta” porque era el momento en que cocinaba cuando era chiquita. Todos los discos tienen parte de mi vida y ahí traté de recordar como era yo en General Las Heras, en el campo, cuando iba a buscar huevos, a recoger la leche, cuando los sábados le daba vueltas a la manija de la máquina para hacer la pasta del domingo. También cuál fue mi primer torta de ricota, cómo se hacían los buñuelitos, todas esas recetas que siguen siendo parte de la tradición culinaria de nuestro país. ¿A qué edad supiste que te ibas a dedicar a esto? Yo no sabía nada, yo cocinaba. Lo mío era meterme en la cocina y estar ahí, era parte de mi hobby. En realidad yo me formé como maestra y como asistente social, y a los 24 años empecé con una casa de tortas y de ahí pasé a un restaurant y así fui 174

haciendo mi carrera. No desde el razonamiento de “yo voy a ser cocinera”, sino desde el enfrentar la vida. Le dijiste a Mirtha Legrand que querías enseñarle a cocinar para sus nietos, ¿tu abuela fue un referente en la cocina? Mis referentes fueron precisamente mi abuela y mi mamá, mi infancia fue eso. Era muy común que varias mujeres se juntaran en mi casa a cocinar: una que tenía la mejor batidora, otra la máquina de pastas, otra sabía hacer el merengue…entonces cada vez que había un acontecimiento familiar, en la cocina se juntaban Lidia, Tona y Elda, que eran las tres mujeres que sabían de esto: que una hacía el bizcochuelo, que otra el almíbar, y tomábamos mate y era divertido estar compartiendo eso. De ahí salían cosas maravillosas; desde profiteroles, hasta hojaldres, a tortas de tres o cuatro pisos. Se hacía como un ritual y yo creo que se aprende al mirar, que fue lo que hice. Así como es común escuchar que ya no hay como el pan de antes ¿qué recetas que ya no existen te gustaría rescatar? Yo viajo mucho por la Argentina rescatando sabores, y eso del pan es cierto, lo digo porque la panadería de mi pueblo cambió de manos y extraño ver a Doña María en la caja y sentir ese olor a pan de entonces. Las panaderías se han transformado, y ya no se elabora como antes, pero hay una lucha de los panaderos y confiteros tradicionales. En mis viajes trato de encontrar eso: cómo hacer el pan, las empanadas, cómo hacer un tamal, una humita, como mezclar los sabores, pero bueno, la vida va evolucionando y quizás se pierden cosas en el camino. La gastronomía está muy en boga, ¿cómo distinguís a un buen cocinero entre tanta gente que empieza? La cocina es un boom que va desde una necesidad hasta una salida laboral y para distinguirlos hay algo de olfato. Le ves la actitud, la curiosidad, las ganas: una persona que está mirando el reloj dentro de una cocina no va a ser cocinero, al que desperdicia, tira y no le importa porque no es de él, le deseo que tenga pronto su restaurant para que pueda administrar los elementos. Yo creo que la pasión se nota inmediatamente. ¿Hay algún talento actual que estés siguiendo en este momento? Hay muchos talentos, tantos que no podría nombrarlos, pero me gustan los cocineros que hacen vanguardia y que tienen una cabeza y una filosofía increíbles tanto en España como acá en Argentina. 175

¿Qué opinás de las nuevas tendencias en cocina molecular? Hay que saberlas hacer, creo que hay un gran genio que es Ferrán Adriá, pero el problema son las malas copias. Creo que nunca va a dejar de existir la comida real, la que se mastica, pero es bueno tener la experiencia de estar con alguien innovador, creativo, que sorprenda y es hasta emocionante comer una espuma, un aire, alguna de esas técnicas puestas en un plato. ¿Cómo se ve a la cocina argentina en el mundo en comparación con otras como la mexicana o la peruana tan de moda? La cocina peruana y la mexicana tienen una identidad y una muy fuerte raíz indígena, y eso en Argentina no existe excepto en las provincias del norte. Somos un país de mestizaje, de inmigración e incorporación, y de ahí salió nuestra cocina: española, italiana con parte de inglesa y alemana. En el mundo no se conoce tanto de cocina argentina aunque en muchas revistas muy prestigiosas como la Vogue australiana o la Bon Appétit en los Estados Unidos de repente aparece la palabra chimichurri, asado o empanadas, que las hacen casi como una recreación. Tampoco son tan conocidas las cocinas de Perú o México aunque hacen un gran esfuerzo. En Chile, por ejemplo, desde el gobierno usan a sus embajadores para que hagan festivales de su cocina. En ese terreno a la Argentina todavía le falta un poco más. Leí que te gustaría incorporar más legumbres a las recetas argentinas… Me habían preguntado que era lo que no se comía acá y bueno, no se comen legumbres. Aquí no se consumen porotos, no se consume polenta porque, en especial en los restaurantes, se ve como una comida de “pobres” y cuando alguien sale a comer quiere algo sofisticado. Esto es algo que filosóficamente pasa, aunque hoy la gente se entrega más. En nuestro país, que si no me equivoco es el segundo exportador de granos al mundo, no está el hábito de comer esos productos y habría que incorporarlos. ¿En los DVDS también se te ve en la cocina tailandesa? Sí, viajé a Tailandia y me pareció bueno mostrar una cultura tan opuesta y tan interesante. Entonces cuento un poco este viaje y hago algunos platos que son posibles porque acá están los productos. Tuve una experiencia maravillosa en ese país y también en Vietnam, tomé clases de cocina, estuve en casas de familia y visité muchísimos mercados. La idea es mostrar nuevos sabores y como la cocina Tai también está de moda, me pareció bueno enseñar a hacerlo de una manera accesible. 176

¿Te considerás una estudiosa de la cocina? Me interesa, me apasiona y me parece que una manera de evolucionar es poder recibir las buenas revistas que salen, estar actualizado, compartir con colegas y cada vez que viajo, parte de la valija viene cargada de libros, tengo una biblioteca con más de mil títulos. Creo que en todas las profesiones hay que estar actualizado, hay que investigar y sentir pasión por lo que uno hace. Ping Pong Un libro. Cien años de soledad. Uno de cocina. No podría, tengo más de mil ejemplares, quizás pueda ser el último que recibí, se llama Natura, de Albert Adriá, es una pieza de arte. Un disco. En los DVDS hay jazz que me encanta, pero me gusta mucho Alfredo Zitarrosa y tengo toda la colección de Rod Stewart. Una película. Como agua para chocolate. Un lugar en el mundo. Me encanta la Quebrada de Humahuaca. Una comida. No tengo un plato favorito, siempre estoy abierta a probar algo nuevo. Un chef. Uno solo no me alcanza: Andoni, Adriá, Berazategui, por decir algunos...

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Biografía Hijo único de padres con una intensa vida social, pasó muchas horas de su infancia en la cocina sentado en un banco mirando todo lo que hacía Pilar, la cocinera de la familia. Ya a los tres años, se vistió con chaqueta, delantal y gorro para cocinar junto a su abuelo, el célebre escultor y cocinero aficionado, Alberto Lagos. Estudió arquitectura hasta que, en 1959, le comunicó a su padre que dejaba las maquetas para viajar a Londres a cocinar. Allí, conoció a quien fuera su maestro, "el gran creador de la cocina moderna", Robert Carrier, con quién trabajó lavando ollas y pelando papas en The Angel, en el barrio de Islington. Carrier tuvo dos restaurantes y una escuela de cocina en Londres hasta principios de los años ’80. Vivió en Londres hasta marzo de 1963, cuando volvió a Buenos Aires e inauguró su primer restaurante, "La Chimère", iniciando en el barrio porteño de Recoleta el reducto gastronómico que es actualmente. A "La Chimère" le siguieron "La Termita", "Hereford", "La Jamonería de Vieytes", el "Drugstore" de Recoleta, "Clark´s", "La Terraza del Gato Dumas", "La Rotisería de Pilar", un enorme barco, "El Delta Queen" y "Carpaccio", entre otros. En 1973 viajó a San Pablo, Brasil donde hizo furor con su "Clark´s San Pablo". En 1975 se trasladó a Búzios donde construyó "La Posada La Chimère", en honor a su primer restaurante. Siete años más tarde volvió a Buenos Aires para iniciar su segundo ciclo en Argentina con "Gato Dumas", "La Bianca" y "El Nuevo Gato". Sus cualidades histriónicas y su personalidad tan carismática, lo llevaron a las pantallas de televisión donde una vez más logró destacarse y entretener con sus historias de vida. Marcó un antes y un después en los programas culinarios de TV abierta y por cable, que terminaron por consagrarlo como indiscutible referente de la cocina nacional y mundial. Tuvo programas en Canal 13, Canal 9, América TV y Elgourmet.com. Escribió infinidad de artículos para diarios y revistas. Publicó cinco libros, uno de ellos en coautoría con Ramiro Rodríguez Pardo y otro con Roberto Zapico Antuña. En 1998, junto a sus discípulos, Guillermo Calabrese y Martiniano Molina, fundó el Gato Dumas Colegio de Cocineros, institución que actualmente posee filiales en 178

Argentina, Uruguay y Colombia. Otras dos empresas llevan su marca: Gato Dumas Catering y Gato Dumas Premium. Tuvo cinco hijos de dos matrimonios, la última (Olivia) con Mariana Gassó, 26 años más joven que él. Distinciones Obtuvo el premio Prensario por mejor programa de interés general y estuvo nominado en tres oportunidades para el premio Martín Fierro, máximo galardón de la televisión argentina. En 1992 recibió en Perú una distinción de honor al más destacado cocinero creativo de América Latina otorgado por la Asociación de Reporteros y Escritores Gastronómicos de América Latina, Miami, Quebec y España (AREGALA). En 1993 fue jurado en Lyon, Francia, en el célebre concurso Bocuse D´Or como representante de América Latina. En reconocimiento a su trayectoria y por haber sido considerado como el más sobresaliente cocinero de carácter internacional por la riqueza cultural de sus programas de televisión, fue condecorado con la medalla de plata y el diploma de turismo por la Federación Empresaria Hotelera y Gastronómica de la República Argentina (FEHGRA) y por la Secretaría de Turismo de la Nación. Legado Habiendo elegido una profesión que gozaba de muy poco prestigio, la dignificó y demostró que la creatividad se podía expresar tanto en la pintura como en un plato. También demostró que un cocinero podía ser una figura indispensable en un evento artístico, como los que se organizaban en el Instituto Di Tella en la década de los años '60. Inventó, impuso platos e incluyó en sus comidas ingredientes nuevos. En 1969 impuso en Argentina el menú ejecutivo al mediodía. También fue pionero en acortar las cartas, que tenían ocho o diez platos que iban cambiando, contrariamente a los largos menús de la época. Innovó con nombres atractivos para los platos, como las "papas quiméricas". Enseñó a muchos a incursionar en el mismo mundo al que él 179

accedió desde pequeño, dejando herederos como Guillermo Calabrese y Martiniano Molina, entre otros. Hizo historia con su restaurante "La Chimère", por haber "inventado" la zona gastronómica del barrio Recoleta, sino también por haber hecho una casa a partir de cero para instalar un restaurante. Hasta entonces los restaurantes no tenían diseño y nadie se preocupaba por la iluminación y los buenos baños. Aunque decía que no le gustaba la televisión, impuso un nuevo estilo de cocinar ante cámara, lo que permitió que la cocina moderna llegara a un mayor número de personas. Libros * Las Recetas del Gato Dumas. Editorial Sudamericana. ISBN: 950-07-0312-2 * 140 Recetas Inéditas. 1995. (Con Ramiro Rodríguez Pardo) * Gato Dumas Cocinero. Secreto y Especialidades. ISBN: 950-43-8869-9 * Mis Historias y mis recetas. Editorial Grijalbo. ISBN: 950-28-0318-3

Narda Lepes Nacimiento: 29 de julio de 1972 180

36 años Nacionalidad: argentina Ocupación: Cocinera, Conductora, Escritora, Empresaria Narda Lepes (nacida en Buenos Aires, Argentina, el 29 de julio de 1972) es una chef y presentadora de televisión argentina. Actualmente esta comenzando a hacerse conocida y es "la chef del momento". Hija de cocineros, pasó su infancia y adolescencia junto a su madre en Caracas, Venezuela. Biografía Nacida el 29 de Julio de 1972, comenzó a dedicarse a la gastronomía en 1992. En 1995 viajó a París a realizar stages en distintos restaurantes a lo largo de un año. Su debut televisivo, en el canal gastronómico elgourmet.com, fue con el programa Fusión en el año 2001, que compartía con otros chefs. Su especialidad era la cocina fusión, mezclando frecuentemente cocina japonesa con latinoamericana. En el año 2003 tuvo su primer programa (esta vez propio), 180º, continuando con la cocina fusión y comentando acerca de su música preferida. En los años siguientes, hizo una serie de programas en países y ciudades como Brasil, Japón, Grecia, Londres y Marruecos, entre otras, con el objetivo de mostrar las distintas costumbres gastronómicas y culturales de cada región. En 2007 Narda comenzó a hacerse conocida por sus programa en la TV por cable, estar de invitada en varios programas y sacar a la venta su libro. Actualmente acaba de editar su libro personal, prepara un nuevo programa para Elgourmet.com y trabaja en su propia empresa "Comer y Pasarla Bien". Narda grabo para Elgourmet.com, Narda, como en casa, se trata de un ciclo en el que Narda se adentra en la intimidad gastronómica de un famoso y cocina para él. Para el 2009 está prevista su vuelta al canal que la vio nacer. Luego de 5 años regresará a las recetas en estudio de la mano de la nueva propuesta gastronómica "Recetas y Secretos de Narda" que será estrenado en el mes de marzo de 2009. Una 181

producción de PRAMER SCA y que cuenta con la producción ejecutiva de Lucas Hernández. Programas * 2000 - 2001: Fusión Cúbica (compartido con otros chefs) * 2002: 180º * 2003: 180º, Gourmet Japón con Narda * 2004: 180º, Gourmet Londres con Narda * 2005: Narda, Gourmet Marruecos con Narda * 2006: Celebraciones Gourmet, Gourmet Brasil con Narda * 2007: Celebraciones con Narda, Gourmet Grecia con Narda (estreno 18 de octubre) * 2008: Narda, como en casa * 2009: Recetas y Secretos de Narda, Gourmet Vietnam con Narda

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PARRILLADA ARGENTINA Por Ana Paola Lara Esta costumbre gaucha con mucho sabor, y empleada en casi todo el mundo, tiene su origen desde el inicio de la historia del hombre y el fuego. Sus primeros alimentos fueron asados. Después del Renacimiento comenzó a cocinar y condimentar. Se dice que esta práctica se realizaba en todo el continente menos en la Pampa Argentina, lugar en donde después de 500 años se continúa la tradición de asar lentamente al carbón la mayoría de los alimentos. Su estilo se intenta copiar en otros países, pero en realidad nunca se sigue al pie de la letra porque representa una tarea artesanal, laboriosa y difícil, explica Andrés Heiden, gerente del restaurante argentino Piantao. Argentina marca la diferencia. Heiden señala que aunque se habla de parrilladas en todo el mundo y tienen similitudes entre sí, la argentina siempre será especial porque: Cocción lenta. Las parrillas de aquella región del sur tienen un sistema de palancas que permite asar al calor de las brasas de leña y no al fuego. Ausencia de aditivos. En Argentina aprecian mucho el sabor natural de la carne, por lo que sólo se condimenta con un poco de sal. El tradicional chimichurri y la salsa roja aparecieron por la fusión de esa cocina con la mexicana, y en algunos lugares los utilizan. Cortes especiales. La particularidad de sus carnes es que las reses son alimentadas a campo abierto con pasturas naturales, sin hormonas y sin antibióticos. Por lo que la carne es magra (sin grasa, ni pellejo) con altos contenidos de omega 3, vitaminas E, B, zinc y hierro. Además no tiene conservadores y su empacado al vacío le permite una vigencia de 90 días. Los tradicionales. Asar un filete parece una tarea sencilla para cualquiera, pero para conseguir una buena carne en su punto se exige un verdadero arte. Incluso un mismo animal se corta de manera distinta según sea el lugar donde se va a preparar. Por eso, los asadores argentinos preparan la carne de una manera especial. De ahí sus sabores tan particulares, señala Óscar Ramírez, especialista en cortes de parrilla. Una excelente calidad de carne para llevar a la parrilla se distingue por su color rojo claro brillante, jugosidad, atractivo aroma, buen contenido de músculo y algo de grasa de color blanco nacarado o blanco cremoso, dice el experto y menciona los cortes más conocidos: Lomo Debe ser perpendicular a las hebras de la carne para que sea tierno y jugoso. Tiene un sabor muy suave. Completo es ideal para asarlo a la parrilla, dorándolo por fuera y dejándolo jugoso por adentro. Asado de tira Costillar cortado en tiras de tres a cinco centímetros de espesor en sentido perpendicular a los huesos. Las primeras costillas son más sabrosas 183

porque tienen menos grasa. Vacío Ubicado en la región lateral trasera de la res. Es una carne fibrosa y jugosa, se recomienda que cuando la ases, le dejes el cuerito o membrana que lo recubre. Bife de chorizo Es el costado sin hueso de la cara externa del lomo del animal. Antes de cortarse en bifes, tiene forma triangular y cilíndrica. Tiene abundante grasa que lo hace jugoso al asarlo y tiene mucho sabor. Arrachera Proviene del diafragma del animal. Es una carne dura y llena de nervios, por lo que se recomienda "tenderizarla" o condimentar antes de asar. "Tenderizar es cortar los nervios que soportan el peso de las vísceras. Lo que no puede faltar Utensilios -Cuchillo -Trinche - Pinzas - Salero de metal Condimentos Ingredientes: ½ taza de cebolla picada, ½ taza de aceite 1 pizca de orégano, 2/3 de vinagre de manzana, 1 cucharadita de ajo picado, ¼ de laurel fresco, 1 cucharada de ají molido, 1 pizca de páprika, 1 cucharadita de sal, Comino al gusto, Pimienta al gusto Preparación: Mezcla todos los ingredientes y deja reposar mínimo dos horas (de ser posible prepáralo un día antes para que tome más sabor). Una vez que lo pruebes puedes variar los ingredientes e irlos ajustando a tu gusto. Hay quienes le agregan albahaca o tomillo. Ingredientes -3 jitomates grandes maduros -10 chiles verdes serranos -1/4 de cebolla finamente picada - 1 diente de ajo - 1/4 taza de agua - Cilantro picado al gusto - Sal al gusto Preparación: Asa los jitomates y los chiles. Si usas molcajete, primero muele el ajo, luego los jitomates pelados y los chiles. Agrega la cebolla y el cilantro picados, la sal y el agua. Si usas licuadora, muele el ajo, el jitomate y los chiles. Ya en la salsera agrega el agua, el cilantro, la cebolla y la sal.

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LA SODA EN LA ARGENTINA Se tomó primero para rebajar el whisky en Inglaterra, luego porque se creía que tenía propiedades curativas y más tarde como compañera inseparable de las comidas. La Plata llegó a cobijar una decena de soderías. Desde los primeros días, cuando se tomaba sólo en las licorerías, hasta el sifón de plástico Durante décadas, compañía inseparable en la mesa de los argentinos, la soda pasó de ocupar un lugar relevante en la cultura gastronómica vernácula a, prácticamente, desaparecer. El sifón y su contenido efervescente tienen una profusa historia en nuestra ciudad, arraigada desde la época fundacional. La Plata, además, supo cobijar a decenas de soderías, de las cuales hoy sólo sobrevive un puñado con una clientela sin la fidelidad de aquellos días. El apogeo y ocaso de la industria de la soda remontan sus albores a los años de Dardo Rocha, los primeros empedrados y los mateos surcando las pocas calles de la incipiente capital bonaerense. De antaño y tradicional fue la Licorería Gavassi, Zaballa y Cia. en avenida 1 entre 47 y 48 (donde hoy está El Ayuntamiento), precursora de la llamada “gaseosa” cristal. En ese entonces, la soda como tal se vendía en este tipo de casas, aún no existía la figura del repartidor, los cajones de madera, ni el sifón sobre la mesa para rebajar el vino. “Se tomaba sólo en bares, restauarantes y licorerías. Se creía que tenía propiedades curativas, digestivas, para sacar la pesadez tras una comida. Apenas algunas familias adineradas la usaban en el almuerzo o la cena. Tenían el sifón Sparklet’s, con carga individual. Venía con una malla de alambre alrededor en forma de contención, para evitar que explotara”, cuenta el platense Luis Alberto Taube, uno de los pocos historiadores de la soda que hay en el país y propietario del único museo del ramo que existe en nuestra región. Los ingleses, allá por 1870, fueron precursores con esta bebida cuando descubrieron el gas carbónico. Pero la utilizaban para cortar un poco el whisky, no como un adicional en las comidas. Una de las soderías fundacionales de La Plata fue la de Risso y Podestá, ubicada en 10 y 61, que luego la compró Marzoratti y Pontirolli (que hacía la gaseosa Criollita) en 1919, otra de las grandes fábricas que tuvo la capital bonaerense. Durante años funcionó en 5 entre 41 y 42. La expansión - En los primeros años del siglo pasado la soda comenzó a ganar terreno, a masificarse, y con ese cambio cultural empezaron a brotar las soderías a la usanza más conocida. Pero el cambio más notorio, según Taube, fue el que introdujeron las fábricas del vidrio que marcaron toda una época en nuestro país, básicamente Rigolleau. Hasta ese entonces, “el sifón se traía de afuera o se producía como en Europa, de tres cuartos. Pero Rigolleau (en Berazategui), Mayboglass (en Avellaneda) y La Asunción (en Capital Federal) comenzaron a fabricar el de litro, toda una innovación y revolución del momento”. 185

Tras la crisis del año 30, vendían litros de efervescente soda Agustín Negro (61 nº 924), que luego sería adquirida por José Baña; Pedro Lodigiani; Soda Progreso (todavía existe, hoy en manos de Millán) de Rufino y Sambucetti (11 y 60, donde fabricaba La Platense); Ronconi y Garbi; Frescol; Miranda y Mondino. Quizás la que más presencia tenía en el mercado local era la Sodería de Juan Carlos Caprile, Manantial (7, 42 y 43), que actualmente funciona. Llegó a contar con diez bocas de expendio. Otro de de sus competidores fue Di Salvo, Manzione y Juan Paladino, luego Paladino Hnos. “Aquí surgió el repartidor de soda, casi un amigo de los clientes. En las casas se dejaba la puerta entreabierta con el cajón de madera de seis unidades detrás, con los sifones vacíos y la plata debajo. El sodero los cambiaba, se llevaba la plata y listo. Otros le dejaban la llave de su casa. Así, había distribuidores con decenas de manojos. Obviamente, casi no existía la inseguridad”, recuerda Taube, cuyo museo con 6.000 piezas (entre folletos, sifones, maquinarias, herramientas de sodería, cubre y porta sifones, cartelería, sifones de publicidad, propagandas, fotos, etc) cumplirá cuatro años el 26 de abril. Color en la mesa - Los sifones, siempre de vidrio, eran de los colores más variados. Había azules, celestes, verde en sus diferentes gamas, rosa y ámbar, entre otros. Todos, a su vez, tenían tallado en relieve el logo de cada sodería. Así, nadie se podía confundir. Las mallas de seguridad que los recubrieron, primero de cobre, luego de aluminio y más tarde de plástico, llegaron con posteridad. Con esta expansión del mercado surgieron varios problemas. “Había una publicidad de la época que decía: Con sólo abrir una canilla usted tendrá una sodería, para promocionar una máquina que venía del exterior, la que permitía fabricar soda fácilmente y en la casa. El inconveniente era la salubridad”, apunta Taube. La intervención del ministerio de Salud fue determinante. Abrió un registro de soderías y ordenó numerar todos los sifones para llevar un control más estricto. El otro problema que surgió por aquel entonces fue, precisamente, el color de los sifones, que no dejaban ver su contenido. Taube, coleccionista empedernido e historiador consuetudinario, fecha el apogeo de la soda de la década del ‘50 para adelante. Allí surgieron las fábricas platenses José Castillo, el Tigre Millán, Soda Carioca, San Paoli, San Jorge y La Gioiosa, entre otras. “Ya estaba instalada en la mesa de los argentinos. Pero luego, a partir de la introducción del televisor, la gente comenzó a ver que la familia Falcón tenía la soda en cada almuerzo o cena, y la popularización fue aún mayor”, estima Taube. A partir del ‘80 esta costumbre tan nacional empezó a declinar, primero levemente, y luego con notoria pronunciación. Hoy en La Plata quedan El Jumillano de Ivess, Hermida, Manantial de Chispal, Progreso de Millán y algunas soderías más pequeñas. “Ahora los chicos no saben qué es la soda. Piensan que viene en botella, una lástima”, reflexiona Taube. Ya sin el entrañable sifón de vidrio, la soda perdió la efervescencia de aquellos días en la gastronomía argentina

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Se

habla

en

español

y

se

come

en

italiano

Gracias a la llegada de los italianos, Argentina cambio y enriqueció sus costumbres gastronómicas. Ellos trajeron no sólo platos y recetas, sino hábitos sociales vinculados con el comer -como las pastas familiares de cada domingo, impusieron el culto al aperitivo (léase tomarse un vermut o un fernet)- y convirtieron a Buenos Aires en el tercer centro consumidor de pizza en el planeta. El primero, por supuesto, es Italia; el segundo, la ciudad de Nueva York, y luego se ubica la Reina del Plata.

La cocina italiana echó fuertes raíces en el barrio de La Boca. Desde allí se desparramó por todo el territorio nacional una lista interminable de ingredientes y hábitos gastronómicos: las pastas en toda su gama de posibilidades desde los argentinos tallarines hasta los ñoquis, los ravioles y los canelones-, la pizza, la fainá, las Milanesas, los helados, los risottos, la preparación de pescados de mar y mariscos -en esto, los españoles también hicieron lo suyo-, el consumo de frutas secas, la salsa de tomates en todas sus variedades, el pesto, la pasión por el aceite de oliva y las aceitunas, casi toda la fiambrería actual -antes llegaban jamones y embutidos españoles, pero eran de consumo limitado-, el gusto por los quesos y la difusión masiva

del

vino.

Con la fuerte influencia de los italianos, la mesa de los argentinos cambió. El bife y el asado siguieron estando en el centro de los hábitos argentinos, pero las pastas y las pizzas son indiscutiblemente, emblemáticas, en todos los hogares argentinos.

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Fuente: "Fascículo La cocina era Criolla, española o italiana... hasta que vino la hamburguesa" por Victor Hugo Ducrot, editado por el diario La Nación.

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Tendencias

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7.

La gastronomía científica

Ferran Adrià y otros chef renombrados se dedican ahora a cómo la ciencia puede complementar a la cocina para explotar al máximo los sabores y materias primas. ROSA RIBAS | EL PAÍS DE MADRID Tras los excesos viene el equilibrio", dijo Ferran Adrià, chef y dueño de El Bulli, el mejor restaurante del mundo, según las guías especializadas. Los fuegos artificiales y la espectacularidad de las novedades culinarias no son el centro de Madrid Fusión 2009. La séptima edición de esta cumbre gastronómica que se celebró hasta el jueves en el Palacio Municipal de Congresos de Madrid mostró de pleno su objetivo de volcarse en el debate y la reflexión. Y se logró con un diálogo a cinco voces entre Adrià, otros dos chefs del Olimpo gastronómico como son el vasco Andoni Luis Aduriz y el británico Heston Blumenthal, y dos teóricos de la ciencia y la cocina, el estadounidense Harold Mc Gee y el italiano Davide Cassi. Todos ellos apuestan por la alianza entre los fogones y los laboratorios, y por normalizar la relación cocina-ciencia. Insisten en que el nombre de "cocina molecular" tiene más de obsesión por las etiquetas y los títulos (que los medios de comunicación suelen tener), que de exactitud en el concepto. Davide Cassi, autor del libro La ciencia en los fogones. Historia, ideas, técnicas y recetas de la cocina molecular italiana, que acuñó el término, en 2004, subrayó ahora: "La cocina es sólo un procedimiento creativo, no el resultado". Así que el simple hecho de hacer en casa una mayonesa, transformar un líquido en un semisólido, es gastronomía molecular. Y los productos que la gente compra, hasta un yogur, también lo son. "La investigación científica en la cocina nos sirve para saber porqué pasan cosas", afirmaron los cocineros Adrià, Aduriz y Blumenthal. Los tres se acercaron a la ciencia para resolver sus preguntas, pero ahora la ciencia se acerca a ellos. La Universidad de Harvard lo ha hecho con Adrià: "Piensan que la cocina es un lenguaje universal, a través del cual los científicos se pueden acercar a la sociedad", afirma el cocinero, que presentó la serie documental sobre la historia de El Bulli (1956-2009) que emitirá TVE. La conexión de Adriacon Harvard se materializará en las actividades innovadoras de El Bulli y en la Fundación Alicia, enfocada precisamente en las aplicaciones sociales. "La cooperación entre ciencia y cocina es un camino de ida y vuelta", apostilló Blumenthal, inmerso en un proyecto con la Universidad de Reding para comida hospitalaria. "Para despertar el apetito en la gente enferma que no tiene ganas de comer hay que hacer los alimentos atractivos, que sepan y huelan bien. Si te atrae algo, lo pruebas". Los centros científicos, entonces, tienen interés por la cocina y, además, dinero. "Pueden permitirse varios años de estudio sobre qué aceite de oliva es mejor para freír patatas", señaló Adrià, entrevistado recientemente en Nature, la biblia de las revistas científicas. 191

Y aún hay más: en primavera saldrá una revista sobre ciencia y gastronomía auspiciada por la vanguardia de los cocineros españoles, anunció Andoni Luis Aduriz, cuyos trabajos sobre el bacalao con Azti-Tecnalia han sido presentados en el MIT de Boston. "Abordaremos cuestiones básicas. Más allá de las definiciones de las técnicas, bajaremos la lupa a lo que significan y suponen", explicó Aduriz sobre este proyecto divulgativo. Asimismom puso un ejemplo de aplicaciones de la ciencia en la alimentación diaria: junto a la empresa gallega Porto Muiños (que cultiva y comercializa algas), el cocinero sacará al mercado unas conservas hechas con hígado de rape. La ciencia hace posible que de un producto de desecho salga un alimento nutritivo. "En el aceite de oliva, en una tableta de chocolate... Cada día percibes la ciencia en la comida. En el momento que ejecutas la preparación de un alimento ya hay ciencia", dijo Harold McGee, autor del gran volumen de referencia La cocina y los alimentos. Enciclopedia de la ciencia y la cultura de la comida y elegido por Time Magazine como uno de los personajes más influyentes de su ámbito. La definición molecular se queda corta, opinó, porque "la gastronomía engloba biología, química, psicología...". La intensa jornada de Madrid Fusión registró otros momentos de resaltar el papel social de la cocina, como el homenaje a entidades y cocineros comprometidos con la biodiversidad, entre los que figuraban Slow Food, Seafood Choice Alliance y el chef peruano Gastón Acurio. Para este defensor de la despensa americana, "un plato deja de ser bello si hay malas prácticas sociales detrás". ALGAS & PLANCTON. Entre las novedades que más llamaron la atención en Madrid, destacó la propuesta del chef español Ángel León. El cocinero presentó un producto basado nada menos que en el alimiento originario de la vida: el plancton. Luego de cuatro años de investigación, logró sintetizarlo y entrará próximamente al mercado. El "algae mare", como lo denominó, es una pasta verdosa que puede usarse como aderezo. Contiene un 50% de proteínas y 100 veces más Omega 3 que el aceite de oliva, añadió León. "En casa puede usarlo cualquier persona. Imagina un arroz, que lo terminamos con una cucharada de plancton. Nos va a dar unos muy buenos matices", explica el cocinero Ángel León. También juega con las olas. Su objetivo es capturar el olor del mar para añadirlo a los platos que contengan el aderezo algae mare. Una máquina de ultrasonidos absorbe los aromas de rocas, moluscos, algas... Cuando el plato llega a la mesa, el comensal sólo tiene que respirar esa esencia. Presentaron un aderezo en base a plancton, tiene 100 veces más Omega 3 que el aceite de oliva.

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Cómo sobrevivir al nuevo escenario Gastronómico Inmersos en un nuevo escenario mundial, donde la crisis acecha en distintos focos de la vida, las tendencias gastronómicas también se acomodan a la nueva situación mundial. Las decisiones de consumo de los comensales están sujetas a sus preocupaciones, y es importante que todo chef entienda cuales son, para ofrecer platos y servicios que respondan a sus pretensiones. En el último tiempo han cerrado en la ciudad de Buenos Aires alrededor de 250 restaurantes o comedores. Evidentemente hubo un cambio en las exigencias del mercado, pero es posible comprender estas exigencias y sobrevivir. En el interior de país, sobre todo en zonas turísticas, la situación también ha sido complicada. Los dueños de restaurantes fueron aumentando los precios de sus platos, ofreciendo menúes con alimentos accesibles exclusivamente para los turistas. Confiados en un florecimiento del turismo constante, planificaron una clientela eterna, ignorando una tendencia que se ha manifestado en los últimos años: un público local que cada vez disfruta más intensamente de salir a comer afuera. Claves gastronómicas Mientras que el residente argentino elige más frecuentemente salir a comer, el contexto nos enfrenta ante un comensal más exigente e informado. Comprender cuales son sus exigencias y prioridades puede ser fundamental para encontrar oportunidades en este 2009. Aquellos restaurantes que no han perdido nunca de vista a sus recurrentes clientes han sobrevivido manteniendo una oferta de platos sencillos con precios adecuados y comprendiendo que el cliente es aquel que vuelve, y no aquel que visita el lugar una sola vez. Por otro lado, algunos restaurantes han salido adelante ofreciendo al público algunas promociones para capturar nuevos clientes. Por un lado, cabe destacar el rol del valor agregado en los platos. La correcta identificación del mismo en los platos, puede lograr clientes fieles, que apuestan a la creatividad del chef, y eligen reiteradas veces un lugar que siempre da más. Al mismo tiempo, concentrarse en el valor agregado puede resultar muy eficiente si se combina con una planificación en los ingredientes y elaboración económica de los platos. Por otro lado, es de suma importancia evitar concentrarse exclusivamente en el margen que se obtiene de los platos y considerar también la relevancia del volumen de venta. Logrando una clientela fiel que elige volver, se puede lograr expandir el volumen de venta, no solo conformando a un cliente que evalúa sumamente la relación precio-calidad, sino que también garantizando la rentabilidad del

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negocio.

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La Patagonia: el mundo de las utopías realizables. Discurso de reconocimiento del señor Joan Manuel Serrat, al recibir el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional del Comahue, el 10 de Junio de 1999. Ilustrísimo Señor Rector, claustro de profesores, autoridades, amigos. En ocasiones como ésta, lo primero que le corresponde al interesado es dar las gracias. Agradecer el reconocimiento y agradecer todo el cariño que acompaña a este reconocimiento. Aunque después me gustaría aclarar un par de cosas en referencia a esto de los méritos de la distinción. Quede claro que no es mi intención llevarle la contraria ni quitarme méritos. De eso ya se ocupan otros. Pero supongo que coincidirán conmigo en que un hombre, al defender los derechos humanos no hace otra cosa que actuar en defensa propia. Y respecto a lo que yo hago y la forma en que lo hago, debo confesarles, sin provocar envidia en nadie, que soy un hombre que disfruta del privilegio de tener una profesión que le hace feliz. Soy feliz con mi oficio. Hago lo que me gusta hacer. Y además, me aplauden. Y constantemente percibo esto. Percibo que la gente me quiere. Por hacer lo que hago, por hacer lo que me gusta hacer. Esto, amigos, más que un mérito, es una suerte. Es una bendición del cielo. Ha sido este oficio de escribir y de cantar el que me ha permitido caminar el mundo. Conocerlo de cerca y participar en directo de todas y cada una de las posibilidades que la vida me ha ido brindando. En las encrucijadas que me encontré en el camino, siempre actué de acuerdo a mis criterios y según mi conciencia, lo cual tampoco tiene mérito alguno. Hago propio lo ajeno, sencillamente por necesidad de querer y de ser querido. Y trato de conocer todo aquello que ignoro y formar parte de ello, porque soy muy curioso. Les ruego que no entiendan esto como una modesta respuesta a una generosa distinción. Yo siempre he pensado que las justificaciones cargadas de modestia suelen esconder pecados más terribles que la propia soberbia. Estoy encantado de este reconocimiento. Encantado de la vida: me gusta que me den besos. Pero debo confesarles que no puedo evitar tener una sensación muy curiosa, que supongo que debe ser la misma que tiene un niño cuando le dan un premio por 195

comerse

un

helado

Me enorgullece que una casa de estudios como ésta me premie, nada menos que con un doctorado, cosa que nunca conseguí por la vía normal. Pienso que si me miraran mis padres en estos momentos, ellos que tanto sufrieron cuando me inicié en el turbulento oficio de la música, abandonando el prometedor futuro que me ofrecía la industria agropecuaria vendiendo tractores, e insecticidas, se sentirían realmente muy orgullosos de mí, viendo a su muchacho premiado por una universidad, esa misma universidad por la que tanto pelearon ellos para que yo pudiera acceder. La universidad, generadora de conocimiento. La universidad, esencia de la humanidad lúcida. Esta fue, desde mi niñez, para mí, un mito. Un horizonte deseado y, evidentemente, un camino de progreso. Creo en el conocimiento como en el pilar fundamental que nos sustenta y que nos caracteriza positivamente como especie. Sólo con el conocimiento progresamos. Lo hacemos individual y colectivamente. Pero sólo progresamos a partir del conocimiento. Y en eso ustedes, señores profesores, ejercen un papel fundamental en la génesis y en el reparto de este conocimiento. Creo en el conocimiento como en el mejor de los bálsamos para curar buena parte de los males que padece la humanidad. Un conocimiento para acercarnos a la sabiduría o a la bondad, que para mí son sinónimos de la misma manera que estupidez y maldad también lo son. Así que voy a aprovechar la oportunidad para romper una lanza a favor del conocimiento y lo voy a hacer apoyándome no sólo en su interés público ni en la importancia del desarrollo del individuo, sino lo voy a hacer también apoyándome en su rentabilidad porque el conocimiento es rentable; apoyándome en su eficacia porque el conocimiento es eficaz. Y rentabilidad y eficacia son dos valores que interesan especialmente a una sociedad capaz de justificar cualquier tropelía siempre y cuando ésta esté avalada por el éxito. Diría que el conocimiento nos ayuda a saber cómo somos. Nos ayuda a descubrir qué nos interesa y, por tanto, qué nos conviene. En definitiva, el conocimiento nos ayuda a vivir mejor. Debo decir que el conocimiento es bueno para la salud, lo cual es un buen negocio. El conocimiento también nos ayuda a saber cómo son los demás. A entenderlos, a comprenderlos, a respetarlos y a quererlos. Podemos decir que el conocimiento es bueno para la convivencia, lo cual también es un buen negocio.

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El conocimiento es bueno para progresar. Es bueno para alcanzar el éxito, un éxito sin el cual parecería que uno no es nada en esta vida. Nos ayuda a superar los obstáculos. El conocimiento agudiza el grado de civismo de los ciudadanos y aclara buena parte de las obligaciones y derechos de cada quién en el reparto de responsabilidades y también de beneficios. El conocimiento profundiza la vida democrática, aportándole justicia e igualdad. Podemos decir que el conocimiento es bueno para crear un tejido social cohesionado sin el cual es absolutamente imposible el progreso de un pueblo. El conocimiento nos permite también saber más y mejor del entorno, de la naturaleza de la que formamos parte y de la que dependemos también. Podemos decir que el conocimiento es esencial para la supervivencia de la especie sin deterioro de la calidad de vida. Y más. El conocimiento influye en nuestros deseos y en nuestros sueños y, por tanto, también, en nuestro destino. El

conocimiento

estimula

nuestra

curiosidad,

nuestra

sensibilidad.

El conocimiento es bueno para alcanzar una vida culturalmente más plena, artísticamente más fértil, más lúdica y más feliz. En fin, que el conocimiento es bueno para vivir en paz, para aprender a ser libres y para crecer, para crecer sin miedos. Muchos son los beneficios que produce el conocimiento. Un conocimiento que se adquiere en todas partes, en la casa, en la escuela y en la calle. Un conocimiento que nos llega a través de la palabra, de la observación, de los libros , incluso de la televisión. Pero sobre todo, un conocimiento que tiene su eje vertebrador en la universidad. El esfuerzo en producir y gestionar este conocimiento no les quepa dudas que es el que tiene mayor rentabilidad para el desarrollo de los pueblos y de la humanidad entera. Pienso que si la humanidad se moviera con más lógica, con más sentido común y de una manera más científica, la educación no sería esa pedigüeña esquinera de hoy en día. La educación, como una querida, estaría subvencionada por todos y cada uno de los ministerios públicos. Aunque no tuvieran ninguna sensibilidad al respecto, el Ministerio de Economía, el de Salud Pública, desde el Ministerio de Trabajo al del Interior, desde el Ministerio de Medio Ambiente de Turismo... todos deberían subvencionar la enseñanza, la 197

universidad y al conocimiento por la sencilla razón de que es un buen negocio. Es un buen negocio del cual todos salen beneficiados. Pero ya les decía que el mundo parece tener otras prioridades y nuestros administradores eventuales -también llamados gobernantesen general, no están por esta labor. Reclamos como éste le suenan a utopías. Como si ellos supieran qué son las utopías. Pero ustedes sí lo saben. Ustedes, gente de la Patagonia, hijos y herederos de tantos que aquí llegaron cargados de sueños y de quimeras, ustedes sí saben. Aquí, a esta tierra dura e inclemente, llegaron gente de los más diversos lugares. Pero gentes que tenían en común una utopía. Muchos llegaron buscando imaginarios tesoros, después de que un par de tipos que naufragaron por estos pagos, por 1596, asegurasen haber encontrado una ciudad más rica que el Cuzco a la que llamaron Trapalandia... (una de las cosas buenas que ocurren cuando lo nombran a uno doctor Honoris Causa de algo, es que no le queda otra que informarse de un montón de cosas y así poder responder adecuadamente. Entonces va, se sube a la escalera y le sacude el polvo a aquél viejo volumen que nos miraba con ojos muy legañosos desde arriba de la estantería, y nos dice: "¡hombre, por fin te acuerdas de mí!"). Y de allí recordé que desde Trapalandia hasta nuestros días, toda una galería de personajes migraron con sus utopías a cuestas a estos pagos que -hay que decirlo- Darwin llamó "tierra maldita" . Y Antonio de Córdova dijo que ésta era "la parte más desdichada y despreciable del orbe". No sé si voy a ganar muchos amigos con este discurso. Pero si ya en España vimos que un pensador francés -Jean Boudrillard- llamó a esto "la desolación de las desolaciones" comprobaremos que la Patagonia no quedaba muy bien parada según la prensa de la época. Pero, a pesar de ello, hasta aquí llegaron todo tipo de gentes. Desde aventureros de escasos escrúpulos hasta colonos buscando un lugar mejor donde meter la vida. Aquí llegaron desde buscadores de oro hasta científicos como el Perito Moreno, como James Cook, que exploró el litoral buscando revelaciones geológicas y botánicas. Por aquí anduvo también Hernandarias buscando incansablemente la Ciudad de los Césares, obviamente sin ningún éxito. Muchos fueron los colonos y aventureros que acudieron en los siglos siguien tes a buscar riquezas acá. Y aunque a decir verdad, casi todas las expediciones acabaron en desastres, ellos siguieron llegando, cada quien con sus sueños, cada cual con su utopía. Cómo no van a saber ustedes de utopías. Aquí llegó la utopía de los galeses; llegó la utopía de los gallegos; de los lioneses de Astorga, los maragatos.

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Llegó la utopía de Tomás Antonio Romero, porteño convencido que la Patagonia estaba destinada a ser un gran centro industrial para la pesca y el procesamiento del bacalao, de la sardina, de la carne salada. Y llegaron más utopías. Llegó la utopía de los fugitivos, como la de Butch Cassidy y la de The Sundance Kid. Llegaron del Oeste americano a principios de siglo, precedidos de una terrible fama de cuatreros y asaltantes. Detrás de ellos llegó la utopía de la agencia de detectives Pinkerton, tratando de echarles el lazo al Cassidy. Y llegó la utopía del ferrocarril que soñó Ezequiel Ramos Mejía. Y la utopía sencilla y rebelde de los cientos y cientos de peones que acabaron frente a los pelotones de fusilamiento del coronel Varela. Ustedes saben de utopías, porque la utopía a lo largo de la historia es la que templa adversidades y la que renueva esperanzas. La utopía irrenunciable, ésa que no va a ninguna parte, que no puede ir a ninguna parte, si no es de la mano del conocimiento. Si hubiese que inventar un slogan mundial para una supuesta campaña de sensibilización al servicio del progreso de la humanidad yo propondría éste: "Querida Tierra, hazte sabia". Si tuviese que resumir todos los consejos en uno solo, también sería éste: "Querida

Tierra,

hazte

sabia".

La educación, la escuela y la universidad son instrumentos fundamentales para conseguirlos. A ustedes y a todos los que como ustedes trabajan en este sentido, les doy las gracias por hacer lo que hacen, colaborando a que los sueños se acerquen un poco más a la realidad cada día. Y nada más. Espero que ustedes, gente sabia y, por lo tanto, tolerante, sabrán juzgar mis palabras más por su intención que por la manera en que he sido capaz de expresarme. Gracias por vuestra generosidad. Les deseo muchos años de vida para seguir por este camino, JOAN MANUEL SERRAT

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INDICE .. Introducción:…………………………………………………………..…….pags 2 a 4 Unidad Nº 1: La cocina colonial- La vida en la época colonial- Las recetas de la época colonial. Los placeres de la carne ……….…………………………pags 5 a 10 Unidad Nº 2: De los Orígenes a la organización Nacional. Una recorrida por la cocina colonial argentina -…………………………………………...………..pags 11 a 14 Unidad Nº 3: La formación del estado federal. Época de la Confederación Argentina- La empanada federal- Que viva la Santa Federación... ¡Entre costillares y asadores!- El dulce de leche. ……………………………….…….……….pags 15 a 19 Unidad Nº 4: La organización constitucional- La Argentina de la inmigraciónDe hoteles, restaurantes, helados y recetas - La inmigración: hecho integrador de la Argentina y el surgir de una nueva gastronomía- Los olores de los inmigrantes……………………………………………………….……………..pags 20 a 25 Unidad Nº 5: Comida y costumbres en el Siglo XX- Después de las grandes migraciones… antes del peronismo – Carbón. Kerosene, gas- La cocina argentina del Siglo XX………………………………………………….………………….pags 26 a 36 Unidad Nº 6: La cocina peronista y el recetario de Evita- Evita cocinera papas y el asado urbano- La televisión argentina………………………………….pags 37 a 40 Unidad Nº 7: La década del ´60- La alimentación en la década del ´60- …y llegó la década del ´60- La historia de la cocina en la televisión argentina…....pags 41 a 47 Unidad Nº 8: ´70, ´80´, ´90 Y… - de gastronomía, nada en los ´70, poco en los 80 y mucho en los ´90 – Siglo XX: época de inventos- ………...…………pags 48 a 57 Unidad Nº 9: Cambios y continuidades- Entrevista a la reconocida chef Ada Cóncavo: historia y evolución de los sabores porteños……………………pags 58 a 65 Unidad Nº 10: el Siglo XXIMundo gourmet: el auge de la especialización gastronómica- Cocina y tecnología: tecnología en los restaurantes- Gastronomía molecular: nueva ciencia de ollas y sartenes……………………….…..…..pags 66 a 71

200

8.

Unidad Nº 11: Asentamientos Galeses de la Patagonia Argentina- La cocina del fin del mundo- Cocina y cultura. …..……………..….pags 72 a 75

ANEXO:

Una cultura que se fusionó con las costumbres argentinas- Matías Cohen- ……..….pag 76 Los Inmigrantes en la Argentina……………………………………………….……pags 77 a 85 Inmigración Y Literatura: Que Comían……………………………………......…...pags 86 a 89 En la travesía terrestre……………………………………………………………….……..pag 90 En el barco……………………………………………………………………………..pags 90 a 92 La abundancia americana……………………………………………………….….pags 93 a 100 En el Hotel de inmigrantes……………………………………………………..…pags 100 a 102 En el conventillo………………………………………………..……………..…….pags 102 a 103 En los barrios…………………………………………………..……………………pags 103 a 110 En el interior…………………………………………………………………………pags 110 a 113 Cocinero…………………………………………………………………………….………pags 115 Cocineros argentinos más relevantes……………………….…………....………pags 115 a 125 Parrillada argentina………………………………………………….…….….…..…pags 126 a 127 La soda en la Argentina…………………………………………..………….……..pags 128 a 139 Se habla en español y se come en italiano……………………….……………………..pags 130 La gastronomía científica……………………………………………..……………..pags 131 a 132 Como sobrevivir al nuevo escenario gastronómico…………………..…………………..pag 133 La Patagonia: El mundo de las utopías realizables-Joan Manuel Serrat

…...pags 134 a 136

201

202

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