EL HORROR PASÓ POR TREBLINKA EL ESTILISTA DE OSVALDO GALLONE: CLAVES DE LECTURA

EL HORROR PASÓ POR TREBLINKA EL ESTILISTA DE OSVALDO GALLONE: CLAVES DE LECTURA Salomé Guadalupe Ingelmo Claude Lanzmann: Eva, pregúntale al señor Ga

4 downloads 13 Views 570KB Size

Recommend Stories


El Horror Internalizado de las Terapeutas
V A M O S AL CRANIO CETTINC TO T H E POINT El Horror Internalizado de las Terapeutas JL s chotherapists' alized Horror Por/by Matilde Ruderman E

El Horror y delirio de la lima buhonera
NUEVA SOCIEDAD NRO. 100 MARZO-ABRIL 1989 El Horror y delirio de la lima buhonera Mario Campos Por las aceras de Lima, quien no camina, vende. Y los

África: el legado imperialista de guerras, miseria y horror
:: portada :: África :: 18-03-2007 África: el legado imperialista de guerras, miseria y horror María Castro El Militante La situación actual del con

El suicidio, entre la norma y el horror
Grecia y Roma lo consagraron El suicidio, entre la norma y el horror Eduardo T ijeras Dentro de 1011 pensadores y poeta,d e ta antlg lledlld, el sui

Detector de pas per zero
Circuits lineals. Circuit {RLC}, RC. Senyal alterna # Circuitos. Condensador, diodos, resistencias

Story Transcript

EL HORROR PASÓ POR TREBLINKA EL ESTILISTA DE OSVALDO GALLONE: CLAVES DE LECTURA Salomé Guadalupe Ingelmo

Claude Lanzmann: Eva, pregúntale al señor Gawkowski por qué parece tan triste Henrik Gawkowski: porque vi que los hombres marchaban hacia la muerte Henrik Gawkowski (maquinista del tren que conducía a los prisioneros al campo de exterminio de Treblinka) No había más que la muerte, sólo muerte. Dios debe de haber estado de vacaciones. Lo busqué, pero sólo había un cielo polaco hermoso. Samuel Willenberg (superviviente del campo de exterminio de Treblinka y combatiente de la resistencia polaca)

En muy pocas palabras podría resumirse el núcleo argumental de nuestro texto ganador de este año: El Estilista, de Osvaldo Gallone. Vemos a su protagonista, hijo de una familia alemana modesta, labrarse una reputación, presumiblemente un prometedor futuro, en el mundo de la peluquería: alcanzar el reconocimiento profesional, codearse con la alta burguesía berlinesa y pasar a ser considerado uno de los mejores peluqueros femeninos del país. Asistimos a la narración de su éxito para averiguar, sólo al final, que nos cuenta su brillante pasado desde un campo de exterminio, Treblinka, donde ahora ejerce su profesión de peluquero sobre otras víctimas del horror genocida. De la gloria a la antesala de la muerte sólo por ser “inadecuado” a los ojos de quienes detentan el poder. Porque en realidad las mayores tragedias, las que determinan una vida –o una muerte–, las que marcan de verdad a los hombres y a la Historia, caben en muy pocas y esenciales, rotundas, definitivas e inapelables palabras. Se me antoja loable la originalidad y la ausencia de prejuicios manifestadas por Osvaldo a la hora de tratar el argumento del genocidio nazi desde el plano de la comedia; aproximándose a la irracionalidad de aquellos hechos funestos desde la máscara de lo grotesco. Quizá, en el fondo y por mucho que cueste reconocerlo, la que más se le ajusta. Y ello me lleva a reflexionar sobre los clichés y tabúes impuestos hasta muy recientemente por la catalogación del argumento literario, y artístico en general, que ofrece la Shoah ‒ más ampliamente, también, la vida en los campos nazis o en los guetos y otras aberraciones del régimen‒ según una división de géneros basada en premisas a menudo radicales e intolerantes.

1

Quiero decir que mientras películas dramáticas y especialmente crudas como La Lista de Schindler (1993) de Steven Spielberg ‒basada en la novela El arca de Schindler, de Thomas Keneally‒, El Pianista (2002) de Roman Polanski ‒adaptación de las memorias del músico Władysław Szpilman‒ o la serie para televisión Holocausto, dirigida por Marvin J. Chomsky en 1978, han sido unánimemente aclamadas por crítica y público 1, cintas que se han atrevido a abordar el argumento del exterminio perpetrado en los campos nazis en clave de comedia o más bien tragicomedia, normalmente han sido acogidas con recelo e incluso indignación. Generalmente, sin detenerse demasiado sus detractores en un análisis pormenorizado y sereno de los verdaderos mensajes de estas obras. La vida es bella, de Roberto Benigni (1998), inspirada en el libro Al final derroté a Hitler, de Rubino Romeo Salmoni, prisionero durante tres años en el campo de concentración de BergenBelsen, recibió durísimas críticas por parte de determinados sectores que consideraron la película irrespetuosa con las víctimas y ultrajante, y sólo se calmaron cuando el reconocimiento público fue generalizado y coronado por los tres Óscar que ganó de entre las siete nominaciones recibidas ‒al margen de unos cincuenta premios internacionales, entre los cuales el Goya a la mejor película europea, el Gran Premio del Festival de Cannes y el César a la mejor película extranjera‒. Como si sólo un tratamiento adusto de la tragedia de los campos estuviese permitido; como si el humor fuese necesariamente una falta de respeto. Una desafortunada conclusión, pues los propios deportados procuraron cultivarlo en los campos como método de resistencia. En el fondo, qué mayor victoria sobre el horror que el humor: la defensa de su espíritu por parte de las víctimas, a las que se pretendía despojar, antes incluso y por encima que de la vida, de las propias ganas de vivir. Esto lo entendieron también muchos de los presos de los campos, y en la medida de lo posible procuraron rebelarse contra la aridez del alma que sus torturadores pretendían imponerles. Así Viktor Frankl, psicólogo y superviviente de Auschwitz y Dachau, en su obra El hombre en busca de sentido, analiza, desde su experiencia personal, precisamente la importancia que el sentido del humor cobró para la supervivencia 2 en 1

Citaría también y muy especialmente Saló o los 120 días de Sodoma, de Pier Paolo Pasolini (1975), de no ser porque el contenido sexual de la misma la ha convertido en una película, amén de prohibida o censurada en varios países, controvertida para algunos y poco conocida así como difícil de digerir para el gran público. Algo similar aunque en menor grado sucede con Portero de noche, dirigida por Liliana Cavani en 1974. 2

“El humor es otra de las armas con las que el alma lucha por su supervivencia. Es bien sabido que, en la existencia humana, el humor puede proporcionar el distanciamiento necesario para sobreponerse a cualquier situación, aunque no sea más que por unos segundos.” (Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido, Editorial Herder, Barcelona, 1991, p. 51).

2

estos centros, y en su obra le dedica un capítulo, el titulado “El humor en el campo”. Asegura Frankl: Yo mismo entrené a un amigo mío que trabajaba a mi lado en la obra para que desarrollara su sentido del humor. Le sugería que debíamos hacernos la solemne promesa de que cada día inventaríamos una historia divertida sobre algún incidente que pudiera suceder al día siguiente de nuestra liberación. […] Los intentos para desarrollar el sentido del humor y ver las cosas bajo una luz humorística son una especie de truco que aprendimos mientras dominábamos el arte de vivir, pues aún en un campo de concentración es posible practicar el arte de vivir, aunque el sufrimiento sea omnipresente.3

De alguna forma el precursor de este acercamiento tan innovador y arriesgado emprendido por algunos cineastas, que exige infinita sensibilidad y delicadeza para no herir a las víctimas4, fue Chaplin. Él es el pionero, con El gran dictador, su primera película íntegramente hablada, en aplicar la sátira sobre el argumento del antisemitismo alemán y más ampliamente sobre la voracidad desaforada del régimen nazi ‒y, por extensión, del fascista‒. De hecho se reveló un hábil visionario que supo predecir y alertar sobre la peligrosidad de un movimiento que entonces no despertaba tanto recelo. El 1 de septiembre de 1939 Alemania invade Polonia: comienza la Segunda Guerra Mundial. El rodaje de El gran dictador inicia ocho días después. En aquellos momentos los Estados Unidos se mantenían neutrales, pero ante las presiones ejercidas por la diplomacia alemana, que amenazó incluso con prohibir la proyección de películas estadounidenses en su país si El gran dictador se estrenaba, y viendo peligrar sus intereses económicos en Alemania, que se había convertido en un mercado emergente para el cine norteamericano, sus estamentos de poder no dudan en presionar a su vez al director para desalentar cualquier crítica contra Hitler. Chaplin, reacio al chantaje y firme defensor de la libertad de expresión, decidió acabar la película y estrenarla a cualquier precio. Lo hizo en los teatros Astor y Capitol de Nueva York, el mismo día en que las tropas nazis entraban en París. La cinta recibió duras críticas por parte de la prensa, pero fue excelentemente acogida por el público. Permaneció en cartel durante quince semanas y recaudó más dinero que ninguna otra película del director. Recibió cinco nominaciones al Óscar, aunque curiosamente no se le concedió ninguno. De alguna forma El gran dictador dio 3

Viktor Frankl, Op, Cit., p. 51-52.

4

Quizá consciente de ello, el propio Chaplin aseguraría en Mi Autobiografía: “Si hubiera tenido conocimiento de los horrores de los campos de concentración alemanes, no habría podido rodar la película: no habría podido burlarme de la demencia homicida de los nazis; no obstante, estaba decidido a ridiculizar su absurda mística en relación con una raza de sangre pura”.

3

inicio a la persecución sufrida por Chaplin en Estados Unidos por sus ideas. El cineasta se volvió objeto de una brutal campaña de descrédito en la que participaron la prensa y los medios de comunicación. Una campaña que, a pesar del cambio de rumbo en la política norteamericana con respecto a Alemania tras el ataque japonés a Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941, arreció durante la caza de brujas emprendida por el macarthismo contra comunistas o sospechosos de serlo. Hasta obligarle a partir para el exilio en Suiza en 1952. La película fue censurada y prohibida en buena parte de Europa. No se distribuyó de forma íntegra, libre ya totalmente de censuras, hasta 1976 en España, 1998 en Alemania y 2002 en Italia. Pero el gran maestro había plantado una semilla. Y ésta germinó también en otra película excepcional sobre la Shoah rodada en clave de humor: la francesa El tren de la vida, dirigida por Radu Mihaileanu (1998). Tanto El tren de la vida como La vida es bella son comedias agridulces, donde la crudeza de la realidad histórica sólo se hace patente al final. Dentro de ese manifiesto empeño por combatir el horror y el olvido del horror mediante el humor, de convertir la amargura y el rencor que hubieran podido ser en fértil ingenio prodigiosamente transformado en invencible arma contra el criminal y el opresor, se me antoja obligado recordar al genial cómico Miguel Gila, en concreto sus “sketchs” sobre la Guerra Civil Española: fundamentalmente aquellos en los que los ejércitos combatientes se ponen de acuerdo telefónicamente, de forma muy civilizada, sobre las horas y formas de asalto más convenientes, y aquellos en los que Gila menciona la primera vez que se murió, una expresión surrealista sólo en apariencia y que claramente fue inspirada por el recuerdo del fusilamiento del que fue objeto en 1938, durante la contienda, y al que milagrosamente sobrevivió5. El de Gila es, sin duda, como el de las dos 5

Experiencia que cuenta detalladamente en sus memorias (Miguel Gila, Entonces Naci Yo: Memoria Para Desmemoriados, Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1995): Nos fusilaron al anochecer; nos fusilaron mal. El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino, la boca llena de gritos de júbilo y carcajadas, las manos apretando el cuello de las gallinas robadas con el ya mencionado “Ábrete Sésamo” de los vencedores de batallas. El frío y la lluvia calaba los huesos. Y allí mismo, delante de un pequeño terraplén y sin la formalidad de un fusilamiento, sin esa voz de mando que grita: “¡Apunten!, ¡fuego!”, apretaron el gatillo de sus fusiles y caímos unos sobre otros. Catorce saltos grotescos en aquel frío atardecer del mes de diciembre. Las gallinas tuvieron poco tiempo para respirar, el que emplearon los del piquete de ejecución en apretar sus gatillos. Y sobre la tierra empapada por la lluvia nuestros cuerpos agotados de luchar día a día. Catorce madres esperando el regreso de catorce hijos. No hubo tiro de gracia. Por mi cara corría la sangre de aquellos hombres jóvenes, ya con el miedo y el cansancio absorbidos por la muerte. Por las manos de los moros corría la sangre de las gallinas que acababan de degollar. Hasta mis oídos llegaban las carcajadas de los verdugos mezcladas con el gemido apagado de uno de los hombres abatidos. Ellos, los verdugos, bañaban su garganta con vino, la mía estaba seca por el terror. No puedo calcular el tiempo que permanecí inmóvil. Los moros, después de

4

comedias citadas, un humor tierno y dulce, para la sonrisa inocente: una excelente lección contra la violencia y la intolerancia. El polo opuesto lo encontramos en nuestra obra ganadora. El estilista hace gala de un humor francamente negro y corrosivo ‒un humor provocador que se manifiesta incluso en el propio título: El estilista‒, aunque también valioso y comprometido. De signo parcialmente opuesto pero igualmente meritorio, este género de humor no pretende provocar la empatía y con ella una tierna solidaridad hacia las víctimas, sino servir como amargo revulsivo para las conciencias: actuar, en definitiva, de una forma mucho más directa, menos comedida y discreta. Pero tampoco El estilista constituye un caso aislado e injustificable. No deja de resultar curioso, ‒sólo‒ en apariencia paradójico, que Viktor Frankl mencione la tendencia de los recluidos en los campos de concentración a desarrollar un extraño humor macabro que les llevaba a bromear sobre su propio destino 6. Una suerte de mecanismo, hay que suponer, para sobrellevar el horror y para celebrar a un tiempo la incierta pero al menos provisional supervivencia. En el fondo, ante una situación anormal, la reacción anormal constituye una conducta perfectamente normal. Aunque ésta pueda revelarse sólo temporal. El mismo Frankl explica que el paso natural sucesivo en el comportamiento del recluso era, a los pocos días del ingreso en el campo, una fase de apatía que él llega a describir como una suerte de muerte emocional 7, gracias a la cual el prisionero parecía anestesiado frente al propio sufrimiento y también frente al sufrimiento ajeno. Es entonces cuando el individuo ya era incapaz de conmoverse y surgía la misma aparente indiferencia que caracteriza al protagonista de El estilista.

asar y comerse las gallinas, se fueron. Estaba amaneciendo. La muerte en las guerras tiene mucho trabajo. La muerte en las guerras nunca tiene prisa. Se lleva a unos y deja a otros para más adelante. Me dejó a mí y dejó al cabo Villegas. De mí no se llevó nada, del cabo Villegas se llevó una pierna, la izquierda. Sangraba abundantemente, me arranqué una manga de la camisa y le hice con ella un torniquete a la altura del muslo. Me fue difícil cruzar el río, sucio y revuelto por las lluvias. Lo crucé con mi carga al hombro. El cabo Villegas no pesaba mucho y yo, con mis veinte años, era un muchacho fuerte, pero el terror del fusilamiento había aflojado mis piernas. Al otro lado del río quedaba un paisaje gris de llovizna, con sabor amargo de guerra y doce hombres jóvenes con la vida quebrada en el sueño de alcanzar el final de esa guerra, no importa si como vencedores o vencidos. El llanto por aquellos hombres jóvenes brotaría más tarde, cuando la espera de doce madres se hiciera dolor por la noticia. La muerte de las gallinas sólo se haría maldición en la boca de algún campesino. 6

Viktor Frankl, Op, Cit., p. 25.

7

Viktor Frankl, Op, Cit., p. 26.

5

Tanto desde el ángulo del humor dulce como desde el del humor ácido se procura, sí, desacralizar el argumento de la Shoah, pero jamás ridiculizarlo. Ambos géneros de humor constituyen dos estrategias que conducen por caminos diversos al mismo fin. El mismo que insistentemente han perseguido los abundantes dramas que sobre el genocidio se han escrito y filmado. Pero además de encuadrarse en un género que se ha demostrado arriesgado ya en el pasado a la hora de tratar el argumento escogido, El estilista se revela contrario a los habituales prejuicios y a los tópicos que tan fácilmente se ganan con demasiada frecuencia el favor del público, también, en otro sentido: su protagonista muy probablemente no sea judío. En realidad el autor decide no dar las indicaciones suficientes para tener la total certeza, pero parece más bien que Osvaldo Gallone pretende insinuar en la mente del lector que el “pecado” que ha conducido a nuestro estilista al campo de Treblinka es la homosexualidad. La profesión en la que llegó a convertirse en un maestro –que las mentes más obtusas identificaban antaño e incuso en parte ahora, entrado el siglo veintiuno, con una determinada orientación sexual si desempeñada por un hombre–, sus modales exquisitos, el rechazo que su padre manifestaba contra la peluquería por ser propia de afeminados, los rumores que entre sus compañeros corrían sobre él y su profesor –a los que denominaban “el pedagogo y el efebo”–… Todo hace pensar en lo que las mentes estrechas, las que se creen en posesión de la geometría perfecta, gustaron de llamar “invertidos”. En ese sentido, El estilista tiene la virtud de conceder voz a uno de los sectores minoritarios y menos visibles de la tragedia. No conformándose, por tanto, con reincidir en lugares comunes y situaciones manidas. Porque en efecto la memoria histórica exige justicia y equidad. Por ello conviene recordar una vez más que en los campos de trabajo y exterminio nazis no sólo agonizaron y perecieron millones de judíos, sino también miles de gitanos ‒sin ir más lejos, sobre niños gitanos del campo de Buchenwald se experimentó por primera vez, en 1940, el gas Zyclon B en humanos, con el fin de emplearlo después masivamente en la “Solución Final”8‒, homosexuales, disminuidos físicos y mentales, millones de prisioneros de guerra ‒especialmente soviéticos‒, disidentes del régimen alemán o de regímenes afines ‒como republicanos españoles y comunistas italianos‒, intelectuales de las “razas” y nacionalidades consideradas inferiores ‒fundamentalmente polacos y otros pueblos 8

Anteriormente se había empleado el gas de motor. Camionetas de gas se usaron, por ejemplo, en la primera gran operación de exterminio que se practicó en Chelmno sobre los judíos del gueto del Lodz. Incluso las primeras cámaras fijas en los incipientes campos de exterminio que se dotaron de ellas ‒Belzec, Sobibor y Treblinka‒, tenían inyección por gas de motor.

6

eslavos‒, miembros de la resistencia surgida en distintos países de Europa, Testigos de Jehová ‒represaliados por su objeción de conciencia; por haberse negado a empuñar las armas‒, algunos delincuentes comunes alemanes… En realidad, todo grupo humano que amenazase el proyecto nazi de fundar una sociedad “perfecta”. Lo que pasaba por erradicar a la parte de la sociedad existente que ellos consideraban, por motivos variados, inadecuada. Sin ir más lejos, Jorge Semprún, comunista vinculado a la resistencia francesa que había de convertirse en Ministro de Cultura en la España socialista, sobrevivió a duras experiencias en el campo de Buchenwald, por donde también pasó el escritor húngaro y judío Imre Kertész. Los recuerdos de Semprún quedaron inmortalizados en Viviré con su nombre, morirá con el mío. Porque, en efecto, no pocos republicanos españoles ‒quizá cerca de diez mil‒ fueron deportados a los campos nazis contando con el beneplácito de Franco. Y, de ellos, muchos no volvieron. No obstante hay que reconocer que sobre los judíos se aplicó la persecución más persistente y descarada, la menos disimulada, la más furibunda. El grueso de las víctimas que perecieron en los campos lo constituyen en apariencia los judíos, hacia los que se vierte quizá el mayor desprecio. Las cifras siguen siendo discutidas, pero se calcula que en Auschwitz llegaron a estar recluidas un millón trescientas mil víctimas, de las cuales habrían perecido aproximadamente un 90% 9. Auschwitz, si bien emblemático, sólo fue uno de tantos: de muchos más campos de los que estimamos en un principio. Actualmente se sostiene que las víctimas judías de la Segunda Guerra Mundial pudieron superar los seis millones y que el número total de víctimas pudo alcanzar los doce millones. Aunque otros cálculos recientes elevan el número hasta los veinte millones10. En cualquier caso, son cifras para la vergüenza y el horror. Porque lo cierto es que el concepto de enemigo en la Alemania nazi era demasiado amplio, demasiado vago y confuso. Tanto que acabó aplicándose con impunidad a 9

Según cifras de Franciszek Piper, historiador y director de los archivos del Museo de Auschwitz (Franciszek Piper, “The Number of Victims”, en Anatomy of the Auschwitz Death Camp, Yisrael Gutman Michael Berenbaum eds., Indiana University Press, Bloomington, Indiana, 1994, p. 61-76). Sobre el número de las víctimas en la propia página del Museo de Auschwitz-Birkenau: http://en.auschwitz.org/h/index.php? option=com_content&task=view&id=14&Itemid=13&limit=1&limitstart=1 10

Fruto de recientes investigaciones realizadas durante siete años por el Museo del Holocausto de Washington. Al descubrirse, gracias a su proyecto “Enciclopedia de campos y guetos”, una extensa obra en varios volúmenes que sólo han comenzado a ver la luz bajo la dirección de los editores Geoffrey Megargee y Martin Dean, que el número de campos y guetos fue aún mayor de lo que hasta el momento se creía, el año pasado este estudio disparó las cifras hasta los quince o veinte millones. Un artículo se puede consultar en el New York Times: http://www.nytimes.com/2013/03/03/sunday-review/the-holocaust-just-got-moreshocking.html?pagewanted=all&_r=0

7

cualquiera que no estuviese a favor del sistema o sencillamente incomodase mínimamente a los fines de éste. Por tanto el grupo de los apartados y represaliados se hace muy heterogéneo. De hecho, el nazismo encuentra incluso problemas a la hora de concretar y definir claramente la esencia judía. Aunque paradójicamente no parezcan faltarle argumentos, de los más falaces e indignantes a los más delirantes y pueriles, para justificar el antisemitismo. En realidad el antisemitismo propugnando por los nazis nada tiene que ver con un concepto religioso sino meramente racial, pues muchos de los “judíos” exterminados no eran practicantes. Esto explica que para ellos un judío convertido a cualquier otra religión no cambiase su condición, que siguiese padeciendo una inferioridad innata. Y que por tanto supusiese una amenaza para la raza aria, a la que podría acabar degradando. Por ello también los cónyuges de judíos son perseguidos. Y también por ello, o más bien tomando ese argumento como justificación, se estima oportuna la implantación de las leyes raciales, que tempestivamente privaron a los judíos de sus propiedades materiales y de su posición social11. Con leyes sucesivas y cada vez más duras se creó un impuesto del 25% sobre todos los bienes judíos de Alemania y finalmente se expropiaron dichos bienes para que fuesen subastados entre los arios 12; se retiró a los funcionarios de origen no ario; se prohibió que desempeñasen sus profesiones a abogados, notarios, médicos y farmacéuticos; se tomaron medidas contra los intelectuales judíos como profesores de universidad, escritores y todo tipo de artistas… Finalmente acabó por ordenarse el cierre de cualquier tipo de negocio regentado por judíos. Se limitó la admisión de alumnos judíos en las escuelas y universidades. Incluso se les vetó el ingreso en muchos locales y se reguló su uso de los transportes públicos: en Hungría, por ejemplo, los judíos habían de colocarse al final de los vagones del tranvía y viajar de pie. Es decir que una vez creado el concepto de judío ad hoc, según criterios interesados, convencionales y perfectamente discutibles, se segregó, expolió y suprimió a quienes podían identificarse con él. Se les desposeyó de sus derechos civiles, propiedades ‒incluidos los equipajes con los que llegaban en los trenes hasta los campos de 11

En noviembre de 1939 se ordenó la constitución de consejos judíos, cuya función era asegurarse de que se aplicasen en las comunidades judías las directrices emitidas por las autoridades alemanas. Los consejos judíos actuaron como intermediarios entre la población y las autoridades nazis. 12

Los empresarios y emprendedores con más suerte lograron encontrar un no judío dispuesto a administrar sus fabricas o negocios y pudieron así, a pesar de que el administrador hubiese pasado a ser el nuevo propietario legítimo, seguir participando al menos parcialmente de los beneficios de sus antiguas propiedades. Es el caso, por ejemplo, del padre del joven György Köves, protagonista de Sin destino, de Imre Kertész. György, que procede de una familia de la pequeña burguesía, se revela en buena medida reflejo autobiográfico del autor.

8

concentración. Así como la ropa, zapatos, joyas, prótesis y cualquier objeto personal que llevasen encima los momentos antes de ser obligados a desnudarse y entrar en las cámaras de gas‒, posteriormente de su libertad y fuerza de trabajo, de sus nombres ‒pues pasaban a convertirse en números‒ y su dignidad y, finalmente, de sus vidas e incluso de sus propios restos mortales. Analizado bajo este prisma, el régimen nazi se revela un refugio de vulgares rateros, de ladrones de la peor especie y chusma de la más vil calaña. Por supuesto muchos descendientes de judíos conversos desde antiguo no tenían ya ninguna relación con la cultura judía, como tampoco muchos descendientes de familias mixtas. Por tanto hubo que crear criterios nuevos de selección sustentados en argumentos totalmente aleatorios. Se acabó estableciendo que judío fuese quien descendiese de al menos tres abuelos judíos. Los que tuviesen menos de esa cantidad eran medio judíos. Pero según circunstancias como la religión de su cónyuge, por ejemplo, podían correr la misma suerte que los primeros. Además, como medio judíos podían estar sometidos a restricciones, aunque no a persecuciones tan implacables como los judíos. O también podían pasar a ser considerados arios en pago por sus servicios al régimen. Es decir que la suerte de quienes tuviesen una gota de sangre judía siempre quedaba en manos de la voluntad de los propios nazis: nunca podían albergar certezas respecto a su destino. Prueba de que el judaísmo no se definía como una cuestión religiosa es que, en represalia por las protestas de algunos sectores de la Iglesia contra el trato que estaban recibiendo los judíos, también acabaron en los campos de concentración sacerdotes católicos13. El pastor luterano alemán Martin Niemöller, autor del famoso poema Cuando los nazis vinieron por los comunistas, pasó por los campos de concentración entre 1938 y 1945, como represalia por su oposición al antisemitismo nazi y al nazismo en general. De alguna forma, los alemanes arios se definieron como una “raza” ‒superior‒ precisamente por oposición a los judíos, que no pocas veces también eran alemanes. Lo absurdo del argumento se pone de manifiesto en la película El extraño, dirigida y protagonizada por Orson Wells (1946), donde un nazi camuflado en un pequeño pueblo de Connecticut bajo una falsa identidad, durante una intrascendente velada, comete la torpeza 13

En julio de 1942, los obispos holandeses junto con las demás Iglesias del país enviaron una carta de protesta al general nazi Friedrich Christiansen. Ese texto fue leído en todas las iglesias católicas (http://www.jta.org/1942/11/16/archive/dutch-press-urges-mass-protest-against-jewish-deportations-fromholland ). En represalia, los judíos, incluso los bautizados, fueron más encarnizadamente perseguidos, los centros católicos asaltados y algunos de sus religiosos, unos trescientos, enviados a los campos y en ocasiones ejecutados.

9

de corregir maquinalmente a un agente de la comisión de crímenes de guerra puntualizando que Marx no fue alemán sino judío, como si ambos conceptos resultasen excluyentes. El investigador, con toda la razón, advierte: “¿Sólo un nazi diría que Marx era judío antes que alemán?”. Romeo Salmoni resume perfectamente la naturaleza última del régimen en Al final derroté a Hitler, cuando recuerda cómo a Auschwitz llegaban opositores represaliados alemanes, intelectuales destrozados psicológicamente pero aún orgullosos por no haber colaborado con el horror: “Era la férrea ley del nazismo: quien no está conmigo está contra mí, y lo elimino”14. Pero centrémonos de nuevo en nuestro texto ganador, El estilista. En condiciones “normales”, se podrían lanzar dos hipótesis acerca de nuestro protagonista: o el antaño famoso peluquero se ha convertido en un vulgar barbero de un campo de concentración, en uno de los hombres que preparaban a los recién llegados al campo para su internamiento rapándoles el pelo, o, infinitamente más estremecedor, en realidad ha pasado a convertirse en un Sonderkommando de dicho centro, en concreto un de los “barberos” destinados a cortar y recoger los cabellos de las víctimas de las cámaras. En efecto, pareciera que nos encontramos más bien ante el segundo caso. Osvaldo Gallone nos presenta a un peluquero, su protagonista, encargado de cortar los cabellos a las mujeres que habrán de ser conducidas inmediatamente después a las “duchas”, es decir a las cámaras de gas. Sin embargo los nazis eran extremadamente prácticos, motivo por el cual normalmente el protocolo aplicado se revelaba ligeramente diverso. En realidad el cabello se les rapaba a todos los presos que habrían de habitar el campo: una vez pasada la selección inicial que aseguraba la supervivencia temporal –sólo temporal, pues las selecciones eran cíclicas y permanentes, de tal forma que, a medida que perdían vigor y capacidad de trabajo, los presos iban siendo enviados a las cámaras–, se les mandaba a unas estructuras denominadas Sauna, donde tenían lugar los procesos de registro, desinfección –afeitado de cabello y vello corporal y ducha– y matriculación –mediante tatuaje en el antebrazo izquierdo, que en realidad se practicó sólo en Auschwitz, ya que en el resto de campos se utilizaron brazaletes o chapas de metal para identificar a los presos– previos al verdadero internamiento, que comenzaría por un periodo en el sector de “cuarentena”. Pero aquellos que llegaban a los campos de exterminio y por sus condiciones físicas no podían resultar de utilidad en el trabajo, estaban destinados a ser 14

Rubino Romeo Salmoni, Ho sconfitto Hitler. Appunti, note e frammenti di memoria di un sopravvissuto ad Auschwitz-Birkenau, Provincia di Roma, 2011, p. 48.

10

gaseados recién bajados del tren. Por ese motivo y dado que no había tiempo que perder, dado además que sus verdugos pretendía fingir que se les haría tomar una inocua ducha, se procuraba turbar a las víctimas lo menos posible para que llegasen moderadamente tranquilas hasta las cámaras y no opusiesen resistencia a entrar en ellas: no se les rapaba, sencillamente se les hacía dejar sus objetos de valor, presuntamente para recogerlos después, y desvestirse. Además, si se hubiese cortado el pelo a las mujeres que iban a pasar por las cámaras estando aún vivas, seguramente se habría perdido mucho más tiempo en esa actividad, pues con total seguridad más de una se habría quejado y habría intentado evitar al “barbero”. Y para los nazis el tiempo de trabajo de los Sonderkommando, de todos los prisioneros en general, era precioso, ya que significaba eficiencia y suponía dinero. Respecto a los presos que llevaban un cierto tiempo en el campo, cuando finalmente eran enviados a las cámaras la “comedia” de las duchas carecía ya de sentido; aunque no conociesen los detalles de su funcionamiento, sabían perfectamente lo que era una cámara de gas y para qué servía. Por ello a los soldados de las SS no les preocupaba prolongar su agonía haciéndoles esperar varios días, encerrados, el momento de la ejecución, que se produciría cuando se hubiese reunido el número suficiente como para llenar la cámara y no desperdiciar así gas15. Era una vez extraídos los cuerpos de las cámaras, que antes habían de airearse mediante un potente sistema de ventilación mecánica que se ponía en marcha durante unos veinte minutos, pues el efecto de gas Zyklon B se prolongaba en el tiempo, cuando a los cadáveres de las mujeres se les cortaba el pelo. Así lo aseguran todos los testimonios de los Sonderkommando sobrevividos, especialmente de los “barberos”. Pero además ahora contamos con pruebas forenses concluyentes: piezas textiles fabricadas con pelo humano y encontradas en Auschwitz, donde además aparecieron toneladas de cabello aún sin manipular, una vez analizadas, han revelado que en efecto el pelo con el que se manufacturaron contenía restos de Zyklon B, el veneno empleado en las cámaras de gas 16. En ese momento se rescataba también todo lo que de valor pudiese tener el cuerpo: piezas dentales de oro, pendientes y anillos que hubiesen podido quedar puestos en la víctima a pesar de que se les había ordenado precedentemente que se despojasen de todo… Y 15

Shlomo Venezia, Sonderkommando: El testimonio de un judío obligado a trabajar en las cámaras de gas, RBA, Barcelona, 2010, p. 96. 16

http://www.europapress.es/internacional/noticia-empresa-alemana-uso-pelo-victimas-auschwitz-fabricarmaterial-textil-20090304120820.html

11

entonces, sí, finalmente los cadáveres estaban listos para ser quemados en los hornos crematorios. Aunque, dado que el sistema no desaprovechaba nada, aún sus cenizas serían, en algunos casos, empleadas como abono17. Ciertamente no se trata más que “pequeños detalles”, aclaraciones que en nada afectan a la verdadera naturaleza del horror. Pues finalmente tanto el cabello de los reclusos que vivirían por el momento como el de aquellos que ya habían sido cremados, se almacenaba y vendía a las fábricas textiles igualmente. Pero, como decíamos, el procedimiento descrito hasta aquí era el que se aplicaba habitualmente, diariamente, en los campos de exterminio “normales”. Sin embargo Treblinka, el campo en el que está prisionero el protagonista de El estilista, fue un caso un tanto especial. Treblinka, junto con Auschwitz-Birkenau, Belzec, Sobibor, Majdanek y Chelmno, fue uno de los seis campos de exterminio que se incluyeron en el marco de la Operación Reinhard. Con Teblinka los campos de exterminio daban sus primeros pasos y, por tanto, inicialmente su funcionamiento resultó precario. De alguna forma Treblinka sirvió para experimentar y permitió, después, una mejora sustancial de métodos, organización y mecanismos de muerte en los campos más modernos y eficaces, como el propio Auschwitz. En noviembre de 1941 en Treblinka se creo un campo de trabajo, la parte del complejo que luego se conocería como Treblinka I. A él se enviaba, a trabajar sobre todo en una cantera de grava cercana, a judíos y a polacos no judíos. A escaso kilómetro y medio de Treblinka I se construyó el campo de exterminio de Treblinka II. Para entonces Belzec y Sobibor ya estaban en funcionamiento. Algunos de los judíos que llegaban a Treblinka eran seleccionados y enviados a Treblinka I, mientras que quienes estaban muy débiles para trabajar eran enviados a Treblinka II para ser asesinados. Treblinka era por tanto, básicamente, un campo de muerte. En tanto campo de exterminio, Treblinka ‒es decir Treblinka II‒ operó del 1 de agosto de 1942 al 19 de octubre de 1943, fecha en la que cerraron todos los campos de exterminio incluidos en la Operación Reinhard. No obstante, después de la revuelta de los 17

Sabemos por el Sonderkommando de Auschwitz Shlomo Venezia que las cenizas de los no judíos resultaban especialmente rentables: parece ser que las SS anunciaban a la familia del fallecido que éste había muerto de una enfermedad y les ofrecían la posibilidad de comprar sus cenizas por doscientos marcos. Por eso la primera vez que Shlomo entró en el dormitorio de los Sonderkommando del crematorio en el que permaneció destinado en Auschwitz, encontró al lado de las camas nichos con casi doscientas urnas que contenían cenizas ‒que habían de ser de varis personas mezcladas, a pesar de lo que se decía a los familiares‒ y una placa de identificación en cada una (Shlomo Venezia, Op. Cit., p. 115).

12

Sonderkommando del 2 de agosto de 1943 parece que no se gaseó a nadie más en Treblinka y todo el esfuerzo se dedicó a las labores de desmantelamiento del campo. Y las ejecutaron tan a conciencia que ha resultado muy difícil reconstruir la sórdida historia de Treblinka. Todavía estamos sólo empezando. Contábamos únicamente con los testimonios de los soldados alemanes que allí estuvieron y que se mostraron dispuestos a hablar. Y con los de los supervivientes judíos, obviamente. Pero hubo muy pocos: se cifran aproximadamente en unos ochenta que salieron de Treblinka (II) en condiciones físicas y psicológicas alarmantes18. Una vez puestos en marcha los campos de exterminio más eficaces y modernos, como Auschwitz, los alemanes borraron las huellas de lo que habían sido sus primeros abominables experimentos con tanta meticulosidad que casi nada se había podido encontrar: las escasas pruebas yacían bajo lo que los verdugos habían convertido en inocentes campos de cultivo. Sólo últimamente las concienzudas investigaciones arqueológicas están sacando a la luz parte de la muerte que había quedado sepultada bajo esas tierras en apariencia fecundas19. A hora y media de Varsovia, al campo de Treblinka fueron conducidos los judíos deportados del gueto de esta ciudad, el más castigado. En menos de dos meses y medio, más de trescientos mil habitantes de este gueto fueron deportados y asesinados allí. En 18

La totalidad de los sobrevividos a los campos de Belzec, Sobibor, y Treblinka, es decir al núcleo inicial de la Operación Reinhard, no llegaría ni a los ciento veinte. 19

A pesar de los testimonios de los supervivientes de Treblinka, algunos de los cuales aceptaron contar sus experiencias en el documental Shoah, de Claude Lanzmann, ‒613 minutos de conversación en varias lenguas con las víctimas judías de diversos campos y guetos presentados al público en 1985 ‒, hasta muy recientemente hay quienes, de forma totalmente interesada, han pretendido emplear la falta de evidencias físicas como prueba de que no se produjo ningún genocidio en Treblinka, que presuntamente habría sido sólo un campamento de tránsito para los trabajadores judíos. Afortunadamente a comienzos del 2012 la arqueóloga forense británica del Centro de Arqueología de la Universidad de Staffordshire en el Reino Unido Caroline Sturdy Colls, mediante radar de penetración terrestre, dio con la evidencia de fosas masivas que habrían contenido restos quemados de miles de cuerpos. Precisamente el método no invasivo empleado por esta investigadora, respetuoso con aspectos éticos y religiosos vinculados a la exhumación de restos mortales de difuntos de épocas recientes, le permitió obtener de las autoridades del Museo de Treblinka los permisos necesarios para iniciar las labores de campo. Colls, que se ha especializado en fosas comunes clandestinas y en la investigación de antiguos campos de concentración nazis, tiene amplia experiencia como arqueóloga forense pues colabora con la policía británica en actividades de búsqueda de restos mortales ocultos bajo tierra. Es de suponer que buena parte de sus descubrimientos sobre Treblinka vean la luz en su anunciado libro Finding Treblinka. Archaeological Investigations at Treblinka Extermination and Labour Camps, que habría de ser publicado en breve. Aunque ha publicado ya diversos artículos sobre su trabajo en Treblinka y los campos de concentración nazis en general, entre otros: “Gone but not forgotten: Archaeological approaches to the landscape of the former extermination camp at Treblinka, Poland”, Holocaust Studies and Materials (2014). “Holocaust Archaeology: Archaeological Approaches to Landscapes of Nazi Genocide and Persecution”, Journal of Conflict Archaeology Nr 7(2) (2012), 71-105. “O tym, co minelo, lecz nie zostalo zapomniane. Badania archeologiczne na terenie bylego obozu zaglady w Treblince”, Zaglada Zydow. Studia i Materialy Nr 8 (2012), 77-112 (en polaco).

13

total, en Treblinka perecieron al menos novecientas personas. Aunque según los testimonios de los guardias que trabajaron en este campo, pudieron haber llegado a ser un millón cuatrocientos mil. Como en otros campos, la línea ferroviaria llegaba hasta el interior de Treblinka. Sin embargo, a diferencia de otros campos de exterminio, como Auschwitz, Treblinka apenas tenía barracones para alojar a los prisioneros, pues los judíos llegados al campo eran asesinados inmediatamente. La esperanza de vida en Treblinka se reducía a, aproximadamente, una hora y media. Allí permanecían sólo los presos indispensables para seleccionar los objetos de valor propiedad de los deportados asesinados y para manipular y hacer desparecer sus cuerpos: los Sonderkommando. También estos, como en otros campos, aunque cada mucho menos tiempo, eran exterminados y sustituidos por nuevos prisioneros llegados en otros trenes. Al llegar a Treblinka II se decía a los deportados que se encontraban en una estación de tránsito ‒de hecho se había camuflado como si de verdad fuese una inofensiva estación normal‒ y que allí habían de entregar todos sus objetos de valor. El área de recepción constaba de una plaza vallada, donde había dos barracas en las que los presos tenían que desnudarse ‒los hombres se desvestían al aire libre y las mujeres lo hacían junto a los niños en una de estas construcciones‒ y donde se almacenaban los víveres que los deportados habían llevado consigo, y dos grandes almacenes donde las posesiones confiscadas a las víctimas eran clasificadas y guardadas para ser enviadas a Alemania. Allí también se cortaba el cabello de las mujeres 20. Esto justificaría que el protagonista de El estilista rasure el pelo de las mujeres que van a pasar por la cámara de gas mientras están aún vivas, cuando ésta no era la práctica común en los campos. En realidad en Treblinka no se necesitaba seguir rigurosamente el procedimiento que después se volvería habitual en otros campos de exterminio y que hemos descrito ya, pues no se internaría prácticamente a ningún deportado y por tanto no se hacía necesario el mismo grado de disimulo ni había por qué tomarse tantas molestias en mantener serena a la víctima. Además los deportados de los guetos, especialmente castigados física y psicológicamente, no solían estar en condiciones de oponer ninguna resistencia: su resignación era aún mayor que la de otros prisioneros. Y por otro lado, en estos primeros pasos en la aplicación de la “Solución Final”, cuando aún quedaban multitud de problemas prácticos 20

A esta parte del macabro proceso, que se repetía una y otra vez en Treblinka con la llegada de trenes nuevos desde diversos guetos, se refiere también Vasili Grossman, indicando que a las mujeres se les rapaba el cabello antes de introducirlas en la cámara de gas (Vasili Grossman, “El infierno de Treblinka”, en Años de Guerra, Círculo de Lectores, Barcelona, 2009, p. 527).

14

por resolver satisfactoriamente y se dejaban muchos cabos sueltos, probablemente los alemanes aún no habrían entendido plenamente los beneficios de mantener a las víctimas absolutamente ignorantes de su suerte hasta el último momento. Por tanto, habida cuenta de las especiales circunstancias que se vivían en Treblinka, no cabe duda de que el protagonista de El estilista sólo puede ser un Sonderkommando, y no un barbero vulgar y corriente. Conservamos el testimonio de uno de los poquísimos supervivientes ‒cincuenta y siete, de los cuales sólo cuarenta lograron llegar vivos al final de la guerra‒ de la fuga que se produjo tras el levantamiento de Treblinka en agosto de 1943, un judío polaco llamado Chil Rajchman que escribió Treblinka, una excelente obra donde narra sus experiencias dentro de este campo ‒y que el autor no quiso que viese la luz hasta después de su muerte, avenida en 2004‒, convirtiéndose en una de las fuentes esenciales para conocer el funcionamiento de Treblinka. Rajchman fue uno de esos pocos afortunados seleccionados a su llegada para sobrevivir, temporalmente, dedicado a clasificar la ropa de los exterminados en la cámara de gas. Al poco, cuando un miembro de las SS pasa preguntando si hay algún peluquero, Rajchman asegura que ésa es su profesión y así se convierte en un Sonderkommando “barbero”21, exactamente como el protagonista de El estilista. También Samuel Willenberg, milagrosamente sobrevivido a su fuga de Treblinka en la revuelta del 2 de agosto de 194322, trabajó como Sonderkommando “barbero” en este campo de muerte. Como Chil Rajchman, antes había seleccionado los objetos pertenecientes a los ejecutados. Fue durante el desempeño de esa función cuando, con diecinueve años, descubrió prendas de vestir de sus dos hermanas menores en el montón de ropa que revisaba, y comprendió que ya habían sido enviadas a la cámara de gas. De su trabajo como “barbero” Samuel recuerda a una muchacha judía de Varsovia a la que rapó el pelo y que ya sabía cuál sería su destino: “Estaba a punto de tener diecinueve, tal vez más joven. Recuerdo su nombre hasta este día: Ruth Dorfmann. Le corté el pelo. Entonces ella me preguntó cuánto tiempo duraría. Le dije que diez minutos. Ella miró hacia atrás y se despidió. Realmente estaba diciendo adiós a todo el mundo. Entonces oímos el sonido

21

Chil Rajchman, Treblinka, Seix Barral, Barcelona, 2014, p. 29.

22

Con un disparo en la pierna consiguió llegar hasta Varsovia, donde se unió a la resistencia polaca y luchó contra los nazis en la sublevación de la ciudad en 1944.

15

del motor del tanque, y así es como terminó”23. No el todo, porque después de la guerra, en su nueva vida como pintor y escultor, Samuel retrataría a esa muchacha varias veces. Pero aún en el campo, Samuel Willenberg se encontró también entre los “afortunados” judíos a los que, a la espera de ser exterminados a su vez después, se obligó a extraer los cuerpos enterrados en fosas comunes y a quemarlos. Quizá en parte por eso no dudó en intentar la fuga. Un testimonio oral de un Sonderkommando que desempeñó funciones de “barbero” en Trebinka estaba destinado a hacerse especialmente famoso, se trata del de Abraham Bomba. Abraham Bomba, judío polaco aunque nacido en Alemania, fue deportado del gueto de Czestochowa rumbo a Treblinka junto a su mujer y su hijo, a los que no volvió a ver. Abraham, a diferencia de Rajchman24, efectivamente había sido barbero profesional antes de entrar en el campo de exterminio, de tal forma que a las cuatro semanas de estar desempeñando otras labores en Treblinka, en concreto también seleccionar las pertenencias requisadas a los prisioneros, fue reclutado por los soldados de las SS junto con otros dieciséis barberos más. Pero no les dijeron en qué iba a consistir su trabajo hasta que tuvieron que empezar a realizarlo. Abraham formó parte de la revuelta de Treblinka y logró escapar del campo en enero de 1943. Desafortunadamente después de regresar a su ciudad, donde también colaboró con la resistencia y participó en el levantamiento del gueto, fue capturado de nuevo y enviado en junio de 1943, esta vez junto a su segunda esposa, al campo de Tschenstochau, del que fue liberado por el ejército soviético en enero de 1945. Como decíamos, el testimonio de Abraham Bomba se haría famoso al quedar integrado en la película Shoah, nueve horas de entrevistas con diversas víctimas de la persecución nazi. Y de ellas, una intervención de veinte minutos de Bomba es seguramente la más recordada, la que más pareció conmover al público. Salvo a sus detractores, obviamente.

El testimonio de Abraham Bomba ha sido objeto de múltiples controversias desde el estreno de la cinta en 1985 ‒con una década de montaje a las espaldas‒. Mi impresión es que discursos antisemitas han intentado sacar partido, cruel e incluso inmoralmente, a veces de forma hasta despreciable e indigna de un ser que aspire a llamarse humano, de 23

http://www.dailymail.co.uk/news/article-2186984/Stories-Treblinka-Last-living-survivors-speak-horrorshaunting-memories-Nazi-death-camp.html 24

Y a diferencia de Shlomo Venezia, que también reconoce haberse declarado barbero cuando los alemanes pidieron voluntarios en Auschwitz sólo porque le habían dicho que habría comida suplementaria, aunque a ellos tampoco nadie les explicó en lo que consistiría el trabajo.

16

algunas afirmaciones dudosas o casi con total seguridad incorrectas presentes en la narración de Bomba, con la manifiesta intención de desacreditarlo e incluso ridiculizarlo. Si los individuos que más hostigaron a Bomba por su declaración, acusándolo de ser un farsante, hubiesen leído en profundidad una cantidad suficiente de testimonios de supervivientes de los campos de exterminio, por ejemplo de los pocos Sonderkommando que lograron salvarse, se habrían dado cuenta de que incluso narrando básicamente los mismos hechos, no resulta del todo extraño que en determinados detalles se contradigan los unos a los otros, también cuando se trata de experiencias vividas juntos. Y ello sencillamente porque ni todos conservan la misma memoria, ni todos han logrado hacer las paces consigo mismos hasta el punto de no necesitar justificar sus actos del pasado en ningún momento. Cualquiera que no carezca de sentimientos está al corriente de que a veces resulta muy difícil gestionarlos. Personalmente estimo que si bien se podría aprecian alguna inconsistencia en el testimonio de Abraham Bomba, hablamos de un número reducido de detalles25 a los que quizá no habría que conceder demasiado peso por motivos de diversa índole: el tiempo pasado desde los hechos, el terror sufrido entonces que no dejaba razonar con claridad, la presión de verse obligado a recordar experiencias espeluznantes o vergonzosas ‒a veces la persona se arrepiente durante años de algunos de sus actos, y se sienten incapaces de reconocerlos siguiera ante sí mismas‒, el estar hablando en una lengua ‒inglés‒ que no es la suya materna... Un historiador suele ser consciente de que todos recordamos las experiencias vividas, en las que nos hemos visto implicados, a nuestro propio modo, sin que por ello exista una intención voluntaria de tergiversar los hechos. Y no por eso el investigador ha de prescindir de los testimonios de los verdaderos protagonistas. Significa sólo que esa circunstancia ha de ser tenida en cuenta. No, yo no me atrevería a juzgar tan a la ligera a las víctimas cuando su memoria o su sinceridad flaquean. Entre las muchas cosas que Bomba perdió para siempre en Treblinka, están su mujer y su hijo, de los que le separaron nada más llegar. Viendo el testimonio de Bomba, no creo, ni mucho menos, que esos pocos presuntos errores hagan de él un mentiroso. Uno de los detalles controvertidos que sus 25

Puede que cuando se le pregunta por las medidas de la cámara de Treblinka, las que da no sean necesariamente correctas; pero ¿acaso no puede una persona sometida a condiciones inhumanas dejarse guiar por un recuerdo falso sobre un detalle de décadas atrás, en un momento de extrema presión psicológica? Cuántas veces, por ejemplo, las cosas que de niños nos parecieron grandes, de adultos descubrimos que eran más bien pequeñas. Cuántas personas son totalmente incapaces de calcular con relativa precisión las medidas de los objetos o las distancias, incluso temporales.

17

detractores han subrayado con asiduidad son los cinco minutos que él aseguraba que duraba el proceso de la cámara de gas, con el que los nazis asesinaban a las mujeres a las que ellos acababan de cortar el pelo. En efecto el tiempo parece insuficiente, pero se puede deber a que, impresionado por la experiencia, el testigo no recuerde con exactitud. Además la percepción del tiempo es muy subjetiva para cada individuo. Por otro lado podría tratarse incluso una forma de hablar, para dar a entender que el proceso de muerte de todas esas personas apenas tardaba nada. No sería descabellado porque también asegura que despejaban la plaza de recepción retirando los bultos de los recién llegados “en un segundo”26, o que limpiaban la cámara tras una ejecución y la dejaban lista para la siguiente en “dos minutos, ni siquiera en dos minutos, en un minuto”. Además hay que tener en cuenta que si bien sabemos que en Auschwitz se tardaban unos veinte minutos en acabar con las víctimas mediante el gas Zyklon B 27, en Treblinka se usó en la cámara gas de motor, cuyo efecto sería distinto. Por otro lado nos consta que se experimentó aumentando y disminuyendo las dosis, así como introduciendo otros venenos en la cámara, con lo cual los tiempos que tardaba en producirse la muerte pudieron variar en determinados momentos. Además el propio Bomba asegura que cuando abrían la cámara no todas las mujeres estaban muertas, lo que podría corroborar esta última hipótesis: que se estuviese comprobando, por ejemplo, en qué medida se podían reducir los tiempos de aplicación del gas sin que éste dejase de ser efectivo. Bomba ingresó en Treblinka, que había comenzado a funcionar en julio, en septiembre de 1942. Vivió por tanto los primeros pasos del centro y por ello, presumiblemente, los de mayor experimentación. En su testimonio Abraham Bomba asegura que al comienzo estuvo trabajando durante una semana o diez días en el mismo interior de la cámara de gas, y que luego los alemanes decidieron que les cortasen el cabello a las mujeres en la barraca donde se desnudaban. También este detalle demuestra que asistimos a un periodo en el cual aún se están perfilando los procedimientos que más tarde se aplicarán de modo uniforme y sistemático en todos los campos. Rajchman nos confirma el testimonio de Bomba: asegura que cuando pidió explicaciones a un compañero sobre cómo se desarrollaría su trabajo, éste le indicó que cuando llegase un nuevo transporte y los alemanes les llamasen, ellos 26

No obstante recordemos que también Rajchman afirma que las labores de transporte de los paquetes dejados por los deportados se realizaban en Treblinka a un ritmo frenético, y aún así cada pocos minutos pasaba un alemán con un látigo para que corriesen más (Chil Rajchman, Op. Cit., p. 34). 27

Rajchman también calcula en una media hora el tiempo que los “barberos” de Treblinka descansaban entre un grupo y otro de mujeres gaseadas, comprendida la ejecución y la limpieza posterior de la cámara (Chil Rajchman, Op. Cit., p. 47).

18

deberían acudir para ser llevados a la cámara donde exterminaban a sus hermanos. Y allí, advierte, deberían cortar el pelo a las mujeres lo más rápidamente posible, porque el trabajo había de realizarse a una “velocidad extraordinaria” 28. Explica Bomba que cada corte debía durar no más de dos minutos y por tanto se realizaba, con tijera y peine, a grandes movimientos29. Los alemanes les habían explicado que las mujeres tenían que creer hasta el final que se les estaba efectuando un corte normal, así que no debían raparlas para que no sospechasen; aunque sí se les exigía que cortasen lo máximo posible, pues ese cabello sería de utilidad y por ello se enviaba regularmente a Alemania. Los “barberos”, dice Bomba, intentaban hacerlo lo mejor posible, ser lo más humanos posible. Aunque él tenía la sensación de que cuando empezaban a cortarles el pelo, casi todas ellas ya sabían lo que les iba a pasar30. Abraham parece muy entero a lo argo de toda la conversación. Más tarde, cuando Claude Lanzmann, director de la película, publicó sus memorias en 2012, explicó que la idea de entrevistar a Bomba en una peluquería que se alquiló para la ocasión, desarrollando el que había sido su trabajo durante toda la vida, se le ocurrió durante las largas conversaciones mantenidas con él en privado, en su domicilio. Entonces había entendido que si quería que todos los entrevistados le contasen ante la cámara experiencias tan dolorosas e íntimas, habría de aprender a aproximarse a cada uno de ellos; conocer previamente sus historias muy bien de sus propios labios, para saber cómo ayudarles a liberarse del peso de los recuerdos ante el objetivo. En efecto la peluquería pareció dar seguridad a Abraham, pero también, como seguramente el director había previsto, a medida que avanzaba en la entrevista fue reavivando los recuerdos de su actividad en el campo. La peluquería alquilada se convirtió a la vez en una fórmula de presión sobre el entrevistado, que finalmente comenzó a romperse al contar cómo en un convoy llegaron vecinas de su ciudad, algunas amigas suyas, que le preguntaban qué les iba a hacer. Y él qué podía decir, cuando delante estaba otro “barbero” compañero suyo, también de su ciudad, y su mujer y su hija… habían entrado en la cámara de gas… Es ahí cuando Bomba

28

Chil Rajchman, Op. Cit., p. 33.

29

Según Rajchman, los alemanes decían que el corte debía realizarse en cinco tijeretazos (Chil Rajchman, Op. Cit., p. 44). 30

Rajchman narra que ya en su primer día efectuando labores de “barbero” en Treblinka, una mujer le pidió que le confirmase si iban a matarlas y cómo sería exactamente el fin. Él intentó tranquilizarla; nada podía decir porque un miembro de las SS les vigilaba (Chil Rajchman, Op. Cit., p. 45). En realidad Rajchman menciona muchos casos en los que las mujeres, que reaccionaban de los más diversos modos, parecían seguras de su destino.

19

guarda un larguísimo e incómodo silencio, de minutos, claramente intentando contenerse. Se limita a secarse los ojos con una toalla. Abraham llora calladamente, sin un solo gesto, sólo lágrimas. Como quien a duras penas ha conservado la posibilidad de volver a llorar. Llora justamente después de acabar de declarar que en Treblinka uno dejaba de sentir emociones. Instintivamente surge en mí, espectadora, una sospecha: ¿acaso como Rajchman, que también fue “barbero” en Treblinka, no se vería Bomba obligado después a acarrear los cadáveres de los ejecutados hasta las fosas comunes31? ¿Acaso no tendría incluso que desenterrarlos y quemarlos también una vez se comenzaron a desmantelar dichas fosas? Y esto me hace preguntarme si, en su fuero interno, en ese preciso momento ante la cámara, al margen de revivir determinadas escenas, Abraham no estaría considerando la posibilidad de haberse convertido en un monstruo en virtud de su paso por el campo de exterminio. Esa duda ha atormentado a muchos supervivientes, aunque no todos hayan tenido el valor de reconocerlo. Éste es sólo uno de los motivos por el que considero el testimonio de Abraham Bomba especialmente sincero. Se vuelve a secar con la toalla. Mutismo prolongado. Sigue cortando el cabello del figurante, intentando centrarse en su profesión… Pero es ésa misma, la elegida por el cineasta para entrevistarle, la que le devuelve al campo. Así que ante la presión de Lanzmann para que continúe, porque es su obligación dar testimonio de lo que vivió, intenta negarse diciendo que no puede porque resulta demasiado horrible, le ruega que no prolongue esa situación… Pero acaba diciendo que metían “eso” ‒el cabello de las mujeres‒ en bolsas y lo mandaban a Alemania. Tras sobreponerse un poco, termina de contar la historia de su amigo: los “barberos” no les podía decir la verdad a su mujer y hermana, ya que estaban vigilados por los SS, pero intentaban quedase con ellas un segundo más y hacerles sentir el contacto humano… porque sabían que no las volverían a ver. Porque, crueles ironías de la vida, los “barberos” de los campos de exterminio estaban obligados, como el resto de Sonderkommando, al silencio: nada podían revelar

31

Chil Rajchman, Op. Cit., p. 59ss. Hay que tener en cuenta que el nivel de especialización de los grupos de Sonderkommando de Treblinka no es comparable con el alcanzado posteriormente en Auschwitz. Personas como Abraham Bomba o Chil Rajchman pasaban el tiempo seleccionando objetos o transportando paquetes, cuando llegaba un transporte desarrollaban sus labores como “barberos” y, por lo menos en algunos casos, después eran obligados también a transportar cuerpos y deshacerse de ellos. De hecho Chil, además de haber sido “barbero”, tras cuatro semanas como acarreador (de cadáveres), entró en el grupo de los “dentistas” (Chil Rajchman, Op. Cit., p. 79ss).

20

sobre las prácticas del genocidio. Por eso el comienzo de El estilista, puesto en boca de un “barbero” de Treblinka, resulta aún más cáustico: Hablo. ¿Se puede concebir un perro que no ladre, un tigre que no brame, un zorzal mudo? De igual modo, resulta casi imposible imaginar a un peluquero que no hable; un peluquero de damas silencioso es análogo a una violación de las reglas más elementales de la Naturaleza…

El estilista resulta todavía más duro porque el refinamiento y la delicadeza propios de la profesión de su protagonista, las sublimes enseñazas recibidas de su profesor ‒que de hecho inspira sus creaciones en cuadros clásicos‒, el virtuosismo y la elegancia, contrastan abominablemente con la tosquedad y la rudeza, el salvajismo, que reinan dentro del campo, donde todo es esencialmente bestial. En general, cultivar la estética se vuelve un sinsentido en un país que se está volviendo brutal y bárbaro. Por eso el maestro de nuestro estilista, tras la “Noche de los cristales rotos”, decide vender su negocio y emigrar a Suiza. Quizá justo a tiempo de salvarse de un destino común. Mientras nuestro protagonista, demasiado confiado e ingenuo, haciendo caso omiso de las primeras voces de alarma, se queda a esperar su suerte. El arte de cortar y peinar pierde toda su esencia más sagrada tal y como se ejecuta antes de mandar a las víctimas a la cámara de gas. Y por eso el protagonista de El estilista no se resiste a la tentación de embellecer a sus nuevas “clientas” con complicados peinados primero, aunque luego haya de cortarles el cabello y enviarlas a su destino. Pero antes de esa escena final, esos últimos minutos de intimidad, de humanidad, son sólo de ellos: del estilista y de cada una de esas mujeres, que dejan de ser una masa desnuda y sin nombre. Y les hablo: por misericordia, por costumbre, por piedad; de fruslerías, de menudencias, de nada; para exorcizar este silencio pletórico de murmullos, de plegarias, de ruido.

En Treblinka, del área de recepción a la cámara de gas, que ya tenía la apariencia de ducha, se llegaba mediante el “tubo”, un camino vallado por el que las víctimas eran obligadas a transitar desnudas. Una vez que las puertas de la cámara estaban selladas, un motor que se encontraba fuera del edificio bombeaba monóxido de carbono dentro. Las cámaras de gas alimentadas por gas Zyklon B sólo llegaron sucesivamente, como fruto de la experimentación32 y el “progreso”. Se evolucionó muy rápidamente no sólo respecto a 32

Se practicaron sobre los ejecutados nuevos sistemas que provocaron largas agonías: dosificaciones distintas de las sustancias venenosas que se introducían en la cámara de gas, introducción de vapor en las cámaras para reducir el oxígeno… (Vasili Grossman, Op. Cit., p. 540-41).

21

las prácticas para matar, sino también en relación con los métodos usados para deshacerse de los engorrosos cuerpos. Con el fin de borrar las pruebas de la masacre, los cadáveres, que inicialmente eran enterrados en fosas comunes por los Sonderkommando, empezaron a ser desenterrados y quemados a partir del otoño de 1942. Se hacía en grandes zanjas que actuaban a modo de hornos provisionales, fabricados con vías de tren. Pero el trabajo era lento y terriblemente desagradable, pues se ejecutaba a la vista de todos 33. En Treblinka se experimentó buscando acelerar la combustión de los cuerpos, hasta que la efectividad se maximizó cuando se implantaron los modernos hornos crematorios34. En Treblinka asistimos a la fase inicial del exterminio; nos encontramos ante los precedentes de las matanzas mucho más organizadas perpetradas en Auschwitz. En comparación, métodos sin duda torpes y toscos. Aún los procedimientos estaban en desarrollo y experimentación, en pleno perfeccionamiento. Tanto por lo que concernía al funcionamiento de las cámaras de gas y los crematorios, como por lo respectivo a la organización de la mano de obra especializada de los propios Sonderkommando. Según los testimonios, el campo de Treblinka trabajaba a pleno rendimiento pero en un absoluto desorden que contrasta con la sobrecogedora precisión descrita por los Sonderkommando de otros campos. Obviamente, aunque también allí existían cuadrillas especializadas, no se supieron organizar ni gestionar correctamente; no se calculó desde un comienzo la cantidad de hombres que habrían sido necesarios para desembarazarse de los cadáveres de los gaseados, porque probablemente tampoco se había previsto la magnitud de la carnicería ni sus consecuencias. El campo se vio desbordado: los Sonderkommando no daban abasto para deshacerse al ritmo necesario de los cuerpos, que se amontonaban y descomponían ante el horror general. Según algunas fuentes los alemanes, dependiendo del tamaño del último convoy llegado, escogían entre cincuenta y trescientos judíos para que lanzasen los cadáveres de sus compañeros de viaje a las fosas, y esos hombres eran llevados a la cámara de gas esa misma noche o al día siguiente 35. De 33

El propio Franz Stangl describe las mismas macabras deficiencias en el campo de Belzec. Le horrorizaron incluso a él cuando lo visitó como parte de su preparación para poner en marcha el campo de exterminio de Sobibor, que gestionó antes de convertirse en comandante del de Treblinka (Gitta Sereny, Desde aquella oscuridad. Conversaciones con el verdugo: Franz Stangl, comandante de Treblinka, Barcelona: Edhasa, 2009, p.156-159). Y aún así asegura que cuando llegó a Treblinka con orden de solventar el caos reinante, encontró un paisaje dantesco que no se podía comparar con Sobibor. Según él: “lo más atroz que vi en todo el Tercer Reich” (Gitta Sereny, Op. Cit., p. 223-224). 34

Vasili Grossman, Op. Cit., p. 545-49.

35

Vasili Grossman, Op. Cit., p. 528.

22

tal forma que la totalidad de los trabajadores, unos mil quinientos, serían absolutamente reemplazados cada tres o cinco días36. En poco tiempo este método se reveló un desastre que había contribuido al deficiente funcionamiento del campo. Dice Chil Rajchman: “después los asesinos cambiaron de táctica. Porque debido a que enseguida fusilaban a los obreros, el trabajo marchaba mal, ya que no había tiempo de entrenarse”37. En esas circunstancias, en Treblinka el número de suicidios entre los deportados, que en vista del espectáculo dantesco a menudo volvían a los vagones en los que acababan de llegar para poner fin allí a su vida de una forma más digna, era mucho mayor que en el resto de campos. También los propios soldados de las SS destinados en Treblinka sufrían un terrible estrés. Por eso se les concedían permisos especiales cada cierto tiempo, pues se consideraba su labor más dura que la de otros compañeros38. Cosa que resultó paradójica porque, en realidad, las cámaras de gas y el sistema destinado a implantarse con éxito en los campos de exterminio se habían proyectado con el fin de salvaguardar el equilibrio emocional de los soldados alemanes; para evitar que tuviesen que seguir ejecutando a los prisioneros mediante disparos. Y sin embargo en la primera fase de la aplicación de estos métodos más “humanos” y modernos, se les sometía a experiencias todavía más traumáticas. Eran los primeros pasos de un asesinato en masa que aún había de perfeccionarse, pero que alcanzaría el máximo de la sofisticación y eficacia en Auschwitz. La ineficiencia de Treblinka, por el contrario, era tal que se hubieron de interrumpir temporalmente las deportaciones allí. Si en general la vida en todos los campos se revelaba un infierno aterrador y en buena medida surrealista, en los primeros y un tanto experimentales, como Treblinka, el 36

Chil Rajchman narra como la primera vez que le destinan a enterrar cadáveres, de los treinta prisioneros que habían comenzado la labor con él, sólo quedan seis, los que han conseguido trabajar más rápido y han aguantado la fatiga. Al resto les habían ido disparando en la cabeza al borde de las fosas, para que cayesen sobre los cadáveres que estaban enterrando (Chil Rajchman, Op. Cit., p. 60). Él mismo recuerda que, en su primera noche como acarreador de cuerpos, un compañero le confiesa que lleva allí, ejecutando esa labor, ya diez días. Aunque nadie lo sabe, porque en general a nadie se le deja vivir tanto: cada jornada se fusilan a decenas de trabajadores y se reclutan otros nuevos entre los recién llegados, para que los prisioneros no se relacionen entre ellos (Chil Rajchman, Op. Cit., p. 68). 37

Chil Rajchman, Op. Cit., p. 101. En la misma idea abunda el testimonio de Stanislaw Szmajzner, uno de los pocos supervivientes de Treblinka, un orfebre que trabajó en el campo con catorce años de edad: “También aprendimos que, de cada transporte, apartaban a cincuenta hombres y chicos fuertes para que limpiaran después de que la carga hubiera sido asesinada. Los cadáveres todavía no se incineraban. Los enterraban en fosas de cal. Y cuando habían terminado de limpiar, también ellos eran asesinados. Al principio, esto sucedía cada día. No fue hasta más tarde cuando se formaron comandos semipermanentes que hacían este trabajo durante semanas, meses y, algunos de ellos, durante la entera duración del campo. Pero, desde aquel momento, la conciencia de la proximidad de la muerte ya no me abandonó” (Gitta Sereny, Op. Cit., p. 180). 38

Chil Rajchman, Op. Cit., p. 129.

23

horror se volvía sencillamente inenarrable. Siguiendo el sadismo que las SS practicaron habitualmente en los campos, para “amenizar” las matanzas, los alemanes organizaron una orquesta judía en Treblinka. Sus músicos tocaban mientras otros judíos eran exterminados en la cámara de gas. Parece ser que en Treblinka los “barberos” también eran obligados a cantar mientras la cámara estaba en funcionamiento, con las mujeres a las que ellos acababan de cortar el pelo dentro39. De los aproximadamente ochenta prisioneros supervivientes del campo de Treblinka que fueron encontrados al terminar la guerra, Hershl Sperling, que escapó trepando por pilas de cadáveres hasta poder saltar la alambrada del campo pero que fue capturado de nuevo y pasó también por Auschwitz, describió éste último como un “paseo por el parque” en comparación con el campo de Treblinka. Entonces, ¿por qué los deportados a Treblinka no se rebelaban ante tantas atrocidades? Aunque más adelante analizaremos varios de los motivos por los cuales las personas objeto del genocidio nazi, especialmente los judíos, probablemente no se resistieron cuanto hubiese cabido esperar, Treblinka constituye, a mi parecer, un caso muy concreto al respecto. En Treblinka habría que atribuir la pasividad no tanto al desgaste físico y psicológico producido por la reclusión en el campo, ya que allí los deportados apenas duraban vivos unos pocos días; sino más bien al estado lamentable en el que llegaban de los guetos, especialmente de los más duros como Varsovia. El propio Shlomo Venezia, Sonderkommando en Auschwitz, recuerda que cuando recibían convoyes procedentes de los guetos en su campo se notaba, porque a esos prisioneros no les quedaba ni una pizca de esperanza: “Seguro que había diferencias muy claras entre quienes llegaban de los guetos y los demás. Los que llegaban de Holanda o Hungría, por ejemplo, tenían todavía algunos objetos de valor y algunas fuerzas, pero los deportados procedentes de los guetos sólo tenían piojos y nada más. Habían perdido las ganas de vivir. No eran numerosos los que aún tenían fuerzas y esperanzas” 40. Eso explicaría que personas como el protagonista de El estilista se resignasen dóciles a su suerte. No obstante, cuando las operaciones en Treblinka estaban a punto de finalizar, los prisioneros temieron que los asesinarían antes de acabar de desmantelar el campo. Entonces, entre el fin de la primavera y el verano de 1943, los Sonderkommando iniciaron

39

Chil Rajchman, Op. Cit., p. 48.

40

Shlomo Venezia, Op. Cit, p. 121.

24

un levantamiento. Se reveló un completo desastre y prácticamente todos fueron exterminados. “El matadero principal de las SS”, así define el corresponsal de guerra ruso Vasili Grossman, que estuvo junto al ejército soviético en primera línea de fuego durante toda la Segunda Guerra Mundial, Treblinka. “Un inmenso patíbulo cuyo igual el género humano no había conocido desde los tiempos bárbaros hasta nuestros días crueles. Sí, es indudable que el mundo no ha conocido un patíbulo semejante”, aseguraba el escritor y periodista41. En efecto ningún otro genocidio de la historia de la humanidad se ha planificado tan detalladamente ni se ha ejecutado de un modo tan meticuloso y sistemático: aplicando una serie de procedimientos regulados y proyectados racionalmente con frialdad sobrecogedora, y haciendo uso de instalaciones especialmente construidas para perpetrar el atroz crimen. Y parte esencial de ese macabro mecanismo eran los Sonderkommando. Es decir aquellos hombres que, a cambio de sus vidas, desempeñaban el trabajo sucio relacionado con la aplicación de la “Solución Final”. Sucedía por ejemplo con quienes introducían los cadáveres en los hornos crematorios. Que, sin embargo, normalmente acababan, en plazos no muy largos de tiempo, corriendo el mismo destino de sus compañeros. El sistema no estaba dispuesto a dejar cabos sueltos: no podían quedar con vida prisioneros que hubiesen acumulado demasiada información sobre los métodos de exterminio. Por eso los Sonderkommando, casi siempre prisioneros judíos, eran a su vez regularmente exterminados. Muy pocos de ellos sobrevivieron, y de esos pocos la mayoría eligieron el silencio. No obstante los testimonios de algunos de esos hombres nos han ayudado a conocer los procedimientos aplicados en las cámaras de gas y los crematorios. Así Shlomo Venezia, judío sefardita nacido en Salónica y con nacionalidad italiana, Sonderkommando de Auschwitz-Birkenau durante ocho meses y medio interminables, proporciona detalles espantosos con una sinceridad admirable. Shlomo, que precisamente desempeñó las funciones de “barbero”, explica cómo los cadáveres extraídos de las cámaras de gas por algunos Sonderkommando, pasaban después por las manos de los “barberos” y “dentistas”. Ambos trabajaban en el mismo espacio, en un atrio adyacente a la sala donde las víctimas se desvestían antes de entrar en la cámara de gas42. Shlomo cortaba el cabello de las mujeres, especialmente si lo tenían 41

Vasili Grossman, Op. Cit., p. 509.

42

Shlomo Venezia, Op. Cit, p. 80-81, 178.

25

largo, con unas tijeras grandes similares a las de poda y lo metía en sacos, Una vez “barberos” y “dentistas” habían acabado su trabajo, que debía realizarse a gran velocidad porque muchos cuerpos habían de ser revisados y eliminados cada día, los cadáveres estaban definitivamente en condiciones de ser trasladados a los hornos crematorios por otros Sonderkommando. El cabello de los difuntos era usado para fabricar textiles: ropa ‒como calcetines para los soldados‒, mantas, rellenos de los colchones suministrados a las tropas alemanas, tapicerías para distintos tipos de vehículos43, sogas de uso naval e incluso juntas estancas para buques y submarinos, así como mecanismos de ignición para bombas 44. El pelo de los prisioneros de los campos de concentración y de los exterminados en ellos pasó a sustituir al de caballo por resultar una materia prima aún más barata. Ciertamente el régimen apuraba bien a sus víctimas. Tras usar su fuerza de trabajo como mano de obrar esclava 45, los propios cuerpos eran exprimidos46: la grasa se empleaba para hacer jabón, los huesos para conseguir fertilizante… En el campo de Madjanek se usaba un molino mecánico para moler los huesos que aún salían enteros de los hornos crematorios. Según Shlomo Venezia en Auschwitz se usaba un gran martillo pilón con el mismo fin. Martillo que, por cierto, Otto Moll, a cargo de este campo, empleó para abrir el cráneo a uno de los presos de un grupo que se negaba a bajar al crematorio 47. Chil Rajchman cuenta que en Treblinka se usaban unas mazas de madera; pero los prisioneros procuraban dejar, sin ser vistos, huesos

43

Gracias a los testimonios de trabajadores de aquella época, empresas que siguen existiendo y que bajo el nazismo se vieron favorecidas por la venta de este tipo de material ‒que se les podía suministrar en grandes cantidades y acabó moviendo una enorme suma de dinero‒ siguen hoy en el punto de mira. Un ejemplo es la Schaeffler ‒que curiosamente en origen fue de un empresario judío obligado a la huida por la represión nazi‒, fabricante alemana de componentes para coches (http://www.europapress.es/internacional/noticiaempresa-alemana-uso-pelo-victimas-auschwitz-fabricar-material-textil-20090304120820.html ). Otra empresa especialmente favorecida por este mercado fue la Firma Alex Zink, que producía fieltros. 44

Se pueden consultar, por ejemplo, fuentes del centro de recursos para la educación sobre el genocidio perpetrado sobre los judíos, el Birmingham Holocaust Education Committee: http://www.bhamholocausteducation.org/powerpoint/notes-the-holocaust.pdf , p. 173. También Vasili Grossman, Op. Cit., p. 528. 45

Que, como en el caso de los campos franquistas, se alquilaba a las empresas afines al régimen. De entre las muchas familias y empresas que se aprovecharon de esa práctica para enriquecerse podemos citar algunas muy conocidas: IG-Farben, Thyssen, Krupp, AEG, Siemens, Daimler-Benz, Photo AGFA, Banco de Dresde, Volkswagen, Bayer, BMW, Heinkel, Telefunken… 46

Qué mejor ejemplo de ese “espíritu de ahorro mezquino” que según Vasili Grossman habría caracterizado a los alemanes (Vasili Grossman, Op. Cit., p. 510). 47

Shlomo Venezia, Op. Cit, p. 97.

26

enteros junto a las cenizas que enterraban: tenían la esperanza de que los verdugos no lograsen hacer desaparecer todas las pruebas del genocidio48. Surge siempre la misma pregunta: ¿cómo se soporta tanto horror? Es la duda natural que asalta a quien escucha narrar las atrocidades a las que se vieron sometidos y obligados a perpetrar los habitantes de los campos, y muy especialmente los Sonderkommando. El sistema es muy sencillo en teoría, aunque mucho más difícil de llevar a la práctica y de consecuencias definitivas. Shlomo Venecia lo explica con mucha claridad: “La primera semana no entendías cómo no te volvías loco. Tenías un pedazo de pan en la mano y pensabas: «con esta mano he tocado a los muertos ». Luego, el cerebro cambia, te conviertes en un autómata”49. Había que dejar de pensar. Dejar de pensar hasta que llegase el momento en que se hubiese dejado también de sentir. Todos los testimonios de los Sonderkommando vivos concuerdan en ello. También el especialmente sobrecogedor de Ya’akov Silberberg: “Ya no puedo llorar. Todas las emociones propias de un ser humano, el llanto, han muerto en mí... Creo que ya no soy una persona”50. Al margen del desconocimiento alimentado por el secretismo que alrededor de la figura de los Sonderkommando cultivaron las SS y por el propio mutismo que a menudo los pocos supervivientes de estos cuerpos, reacios a recordar los horrores, han mantenido, éste es otro de los motivos por los que sobre los Sonderkommando siguen recayendo injustas suspicacias o abierto rechazo. Suscitan una suerte de vergüenza o embarazo que ha generado un estricto tabú alrededor del argumento. Un argumento complejo y doloroso que durante mucho tiempo se ha preferido obviar o simplificar culpabilizando a las víctimas: porque esos hombres nos recuerdan en lo que puede convertirse una persona si se ve obligada a ello para sobrevivir; nos recuerdan lo que todos podríamos llegar a hacer bajo amenaza de muerte. Aún así, como demuestra la bibliografía manejada a lo largo de este trabajo, en los últimos años se ha intentado estudiar seriamente, abandonando prejuicios, la figura de estos prisioneros. Sobre los Sonderkommando, sobre quienes siempre se ha cernido la oscuridad, además, Tim Blake Nelson rodó en 2001 la película La zona gris. Todos los testimonios de los Sonderkommando y también del resto de prisioneros de los campos de concentración conducen a la misma deducción: sólo la alienación 48

Chil Rajchman, Op. Cit., p. 94-95.

49

http://elpais.com/diario/2010/05/23/domingo/1274586758_850215.html

50

Gideon Greif, We Wept Without Tears: Testimonies of the Jewish Sonderkommando from Auschwitz, Yale University Press, New Haven - Londres, 2005, p. 334.

27

permitía sobrevivir a la crueldad y la irracionalidad que reinaba en estos centros. Había que abstraerse de todo y de todos. Alejarse incluso de uno mismo. Había que perder la identidad, dejar de ser, para lograr que al menos el cuerpo siguiese con vida. Para que el alma o lo que quedase de ella ya no doliese. Por eso El estilista, que podría parecer absolutamente irreal y poco creíble por el desapego con el que el narrador cuenta su propia trágica historia, no lo es en absoluto. Sobre este argumento nos ilustra Viktor Frankl: Estuve algún tiempo en un barracón cuidando a los enfermos de tifus; los delirios eran frecuentes, pues casi todos los pacientes estaban agonizando. Apenas acababa de morir uno de ellos y yo contemplaba sin ningún sobresalto emocional la siguiente escena, que se repetía una y otra vez con cada fallecimiento. Uno por uno, los prisioneros se acercaban al cuerpo todavía caliente de su compañero. Uno agarraba los restos de las hediondas patatas de la comida del mediodía, otro decidía que los zapatos de madera del cadáver eran mejores que los suyos y se los cambiaba. Otro hacía lo mismo con el abrigo del muerto y otro se contentaba con agenciarse ‒¡Imagínense qué cosa! ‒ un trozo de cuerda auténtica. Y todo esto yo lo veía impertérrito, sin conmoverme lo más mínimo. Pedía al "enfermo" que retirara el cadáver. Cuando se decidía a hacerlo, lo cogía por las piernas, dejaba que se deslizara al estrecho pasillo entre las dos hileras de tablas que constituían las camas de los cincuenta enfermos de tifus y lo arrastraba por el desigual suelo de tierra hasta la puerta. Los dos escalones que había que subir para salir al aire libre siempre constituían un problema para nosotros, que estábamos exhaustos por falta de alimentación. Tras unos cuantos meses de estancia en el campo, éramos incapaces de subir las escaleras sin agarrarnos a la puerta para darnos impulso. El hombre que arrastraba el cadáver se acercaba a los escalones. A duras penas podía subir él; a continuación tenía que izar el cadáver: primero los pies, luego el tronco y finalmente ‒con un ruido extraño‒ la cabeza del muerto subía botando los dos escalones. Acto seguido nos distribuían la ración diaria de sopa. Mi sitio estaba en la parte opuesta del barracón, cerca de la pequeña y única ventana, situada casi a ras del suelo. Mientras mis frías manos agarraban la taza de sopa caliente de la que yo sorbía con avidez, miraba por la ventana. El cadáver que acababan de llevarse me estaba mirando con sus ojos vidriosos; sólo dos horas antes había estado hablando con aquel hombre. Yo seguía sorbiendo mi sopa. Si mi falta de emociones no me hubiera sorprendido desde el punto de vista del interés profesional, ahora no recordaría este incidente, tal era el escaso sentimiento que en mí despertaba. 51

El propio Shlomo Venezia cuenta una experiencia análoga aunque aún más dura: “sólo esperas no toparte con gente que conoces, cuando veías un conocido era terrible. Yo me encontré con mi primo León (primo de su padre para ser exactos) cuando ya llegaban los rusos, el último día. Me llamó y casi no le reconocía. Hablé con un alemán, le pedí que lo salvara, me dijo: «Aquí no se salva nadie». «León, no hay nada que hacer», le dije, y le pregunté si tenía hambre. Subí a buscarle una lata de sardinas y se la comió

51

Viktor Frankl, Op, Cit., p. 31-32.

28

en un segundo. Me preguntó cómo iba a morir, si duraba mucho, le acompañé a la cámara de gas y luego le saqué...”52. Esa insensibilidad propia de una máquina más que de un ser humano se convertía en el caparazón necesario para sobrevivir en los campos de concentración. Y sin embargo, por otro lado, quizá el protagonista de El estilista tuviese un as en la manga, un arma a su favor con la que defenderse de esa destrucción del espíritu que en el fondo constituía el principal objetivo de los campos de concentración. Dice Viktor Frankl: A pesar del primitivismo físico y mental imperantes a la fuerza, en la vida del campo de concentración aún era posible desarrollar una profunda vida espiritual. No cabe duda que las personas sensibles acostumbradas a una vida intelectual rica sufrieron muchísimo (su constitución era a menudo endeble), pero el daño causado a su ser íntimo fue menor: eran capaces de aislarse del terrible entorno retrotrayéndose a una vida de riqueza interior y libertad espiritual. 53

En efecto, algo similar parece sucederle a nuestro protagonista, que habiendo sido un profesional de éxito con una rica vida social, se aferra a su pasado glorioso. Las leyes raciales implantadas en Italia por el régimen de Mussolini en 1938, recrudecidas a medida que la ingerencia de Alemania sobre suelo italiano crecía 54, también se cobraron sus víctimas. Los intelectuales y científicos italianos de origen judío o con cónyuges judíos, especialmente los ligados al mundo académico, fueron perseguidos y expulsados de las aulas. Desde el campo de detención de Risiera di San Sabba, que actuaba como punto de tránsito ‒pero que también estaba provisto de un horno crematorio en el que se estima pudieron desaparecer hasta cinco mil almas‒, se deportaron unos veinte mil italianos, tanto prisioneros de guerra como civiles pero mayoritariamente hebreos y presos políticos, a los campos alemanes, especialmente a Auschwitz, Dachau y Buchenwald55. Algunos anónimos, como el Guido de La vida es bella, y otros no tanto. Entre estos últimos estaba Primo Levi, licenciado en Química por la universidad de Turín, lo que le facilitaría algo la vida en el campo. 52

http://elpais.com/diario/2010/05/23/domingo/1274586758_850215.html .

53

Viktor Frankl, Op, Cit., p. 44.

54

Hasta quedar el norte del país bajo el control efectivo alemán una vez los aliados ocuparon el sur y Mussolini se convirtió en un jefe de estado meramente nominal. 55

Sobre el campo de Risiera di San Sabba se puede consultar, por ejemplo, la reciente obra Il Lager di San Sabba. Dall'occupazione nazista al processo di Trieste (Tristano Matta Il Lager di San Sabba. Dall'occupazione nazista al processo di Trieste, Beit casa editrice, Trieste, 2013).

29

Primo Levi fue arrestado apenas comenzó su actividad en la resistencia y se le deportó a Polonia, a Auschwitz. A partir de sus experiencias allí escribió Si esto es un hombre, que fue publicado en 1947. Esta bellísima y desgarradora obra, que se considera el mayor testimonio sobre la vida dentro de los campos, narra la cotidianidad de los presos en Monowitz, campo subalterno del de Auschwitz y conocido también como Auschwitz III ‒en el que se aprovechaba el trabajo esclavo para la empresa IG Farben, que reunía a varias compañías químicas y que entre otras cosas producía Zyklon B56‒, donde el autor permaneció durante diez meses. El objeto principal de su análisis es, precisamente, la deshumanización que promovió entre las víctimas ese género de encierro: la aniquilación de la solidaridad que fomentó el afán por sobrevivir. Dice Primo Levi en una entrevista concedida durante un viaje a Auschwitz en 1982 que permaneció inédita hasta 1988: Sí, todos sufrían substancialmente una profunda modificación de su personalidad, sobre todo una atenuación de la sensibilidad en lo relacionado con los recuerdos del hogar, la memoria familiar; todo eso pasaba a un segundo plano ante las necesidades imperiosas, el hambre, la necesidad de defenderse del frío, defenderse de los golpes, resistir a la fatiga. Todo ello propiciaba condiciones que pueden calificarse de animales, como las de bestias de carga. Es interesante observar cómo esas condiciones animales se reflejaban en el lenguaje. En alemán hay dos verbos para “comer”: el primero es “essen”, que designa el acto de comer en el hombre, y está “fressen”, que designa el acto en el animal. Se dice de un caballo que “frisst” y no que “isst”; un caballo zampa, en suma, un gato también. En el Lager, sin que nadie lo decidiera, el verbo para comer era “fressen” y no “essen”, como si la percepción de una regresión a la condición de animal se hubiera extendido entre todos nosotros. 57

Y es que la lengua constituye el fiel reflejo de una cultura, el indicador más claro sobre las características psicológicas y el modo de pensar de sus hablantes. Por eso es uno de los principales patrimonios del ser humano, que como demuestra Primo Levi también puede ser deshumanizado mediante esa misma lengua. Incluso exterminado por su causa. Curiosamente él aseguró en cierta ocasión que para los italianos la lengua era una de las principales causas de mortalidad dentro de los campos:

56

También en el régimen franquista la empresa privada se aprovechó de la mano de obra esclava que suponían los prisioneros de los campos (Rafael Torres, Los esclavos de Franco, Oberon, Madrid, 2000, p. 21-22, 74, 134-36, 147-48). Regreso a Auschwitz. Entrevista (inédita) a Primo Levi, transcripción de Marco Belpoliti, Letras Libres nº 48,   septiembre   2005. Se puede consultar en http://www.revistasculturales.com/articulos/91/letraslibres/407/1/regreso-a-auschwitz-entrevista-inedita-a-primo-levi.html 57

30

Para los italianos y los griegos. La mayoría de los italianos como yo murieron en los primeros días por no poder comprender. No comprendían las órdenes, y no había ninguna clase de tolerancia para quienes no las comprendían; había que comprender la orden: nos gritaban, nos la repetían una sola vez y ya está, después arreciaban los golpes. Ellos no comprendían cuando nos anunciaban que podíamos cambiar de zapatos, no comprendían que una vez por semana nos llamaban para afeitarnos la barba; siempre llegaban de últimos, siempre tarde. Cuando necesitaban algo, algo que fuera posible expresar, incluso algo que hubiesen podido obtener, no lograban expresarlo y se reían de ellos; aquello era el hundimiento total, también desde un punto de vista moral. A mi modo de ver, entre las primeras causas de tantos naufragios en el Campo, la lengua, el lenguaje encabezaba la lista. 58

Todos los testimonios concuerdan en que los campos estimulaban las más bajas pasiones, las más primitivas: envilecían al hombre y lo volvían menos humano. Y lo que es mucho peor, lo hacían intencionadamente porque para eso, para degradar y corromper, habían sido proyectados por quienes los crearon. Escribe Primo Levi: Los personajes de estas páginas no son hombres. Su humanidad está sepultada, o ellos mismos la han sepultado, bajo la ofensa súbita o infligida a los demás. Los SS malvados y estúpidos, los Kapos, los políticos, los criminales, los prominentes grandes y pequeños, hasta los Häftlinge indiferenciados y esclavos, todos los escalones de la demente jerarquía querida por los alemanes, están paradójicamente emparentados por una unitaria desolación interna. 59

También Frankl ahonda en la animalidad inducida: Ya he mencionado antes que todo lo que no se relacionaba con la preocupación inmediata de la supervivencia de uno mismo y sus amigos, carecía de valor. Todo se supeditaba a tal fin. El carácter del hombre quedaba absorbido hasta el extremo de verse envuelto en un torbellino mental que ponía en duda y amenazaba toda la escala de valores que hasta entonces había mantenido. Influido por un entorno que no reconocía el valor de la vida y la dignidad humanas, que había desposeído al hombre de su voluntad y le había convertido en objeto de exterminio (no sin utilizarle antes al máximo y extraerle hasta el último gramo de sus recursos físicos) el yo personal acababa perdiendo sus principios morales. Si, en un ultimo esfuerzo por mantener la propia estima, el prisionero de un campo de concentración no luchaba contra ello, terminaba por perder el sentimiento de su propia individualidad, de ser pensante, con una libertad interior y un valor personal. Acababa por considerarse sólo una parte de la masa de gente: su existencia se rebajaba al nivel de la vida animal. 60

58

http://www.revistasculturales.com/articulos/91/letras-libres/407/1/regreso-a-auschwitz-entrevista-ineditaa-primo-levi.html 59

Primo Levi, Si esto es un hombre, Muchnik Editores, Barcelona, 2002, p. 68.

60

Viktor Frankl, Op, Cit., p. 57.

31

Pero contra esa animalidad algunos, como Primo Levi, aún estimaban que habían de luchar si querían conservar la dignidad y sobrevivir realmente: Precisamente porque el Lager es una gran máquina para convertirnos en animales, nosotros no debemos convertirnos en animales; que aun en este sitio se puede sobrevivir, y por ello se debe querer sobrevivir, para contarlo, para dar testimonio; y que para vivir es importante esforzarse por salvar al menos el esqueleto, la armazón, la forma de la civilización. Que somos esclavos, sin ningún derecho, expuestos a cualquier ataque, abocados a una muerte segura, pero que nos ha quedado una facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor porque es la última: la facultad de negar nuestro consentimiento. Debemos, por consiguiente, lavarnos la cara sin jabón, en el agua sucia, y secarnos con la chaqueta. Debemos dar betún a los zapatos no porque lo diga el reglamento sino por dignidad y por limpieza. Debemos andar derechos, sin arrastrar los zuecos, no ya en acatamiento de la disciplina prusiana sino para seguir vivos, para no empezar a morir 61

Ciertamente, a pesar de las penurias y la degradación, también hubo prisioneros que supieron defender su humanidad y seguir sintiendo compasión hacia sus semejantes incluso dentro de los campos de concentración. Romeo Salmoni, al recordar cómo le había turbado durante su reclusión ver de qué forma se aplicaba el castigo físico sobre una niña, aseguraba: “Auschwitz había doblado pero no roto mi cuerpo, no la piedad por el que sufría y no podía defenderse de la brutalidad de los kapo, verdaderas bestias humanas”62. Y entonces, esas gentes buenas que tanto sufrían, ¿por qué no se rebelaron o no se rebelaron lo suficiente63? Por qué personas como el protagonista de El estilista siguieron sometiéndose y realizaron el trabajo sucio para sus torturadores, cuando eso en ocasiones significaba facilitar el propio exterminio de sus compañeros de penas . El Sonderkommando Zalmen Gradowski64 explica con extrema lucidez el mecanismo del que los nazis se sirvieron para conseguir que los prisioneros, aún enardecidos por la pérdida de sus seres queridos y las injusticias y calamidades sufridas constantemente, no llegasen a estallar en las revueltas virulentas que habría cabido 61

Primo Levi, Op, Cit., 2002, p. 21.

62

Rubino Romeo Salmoni, Op. Cit., p. 62.

63

En efecto hubo revueltas en tres campos de exterminio: en Treblinka el 2 de agosto de 1943, en Sobibor el 14 de octubre de 1943 y en Auschwitz-Birkenau el 7 de octubre de 1944. Ya anteriormente se habían producido sublevaciones en diversos guetos de Europa oriental, entre los cuales el de Varsovia, que se reveló el más importante y duró casi un mes, aunque finalmente provocó que el gueto fuese arrasado y sus habitantes deportados a los campos de exterminio. Por otro lado también hubo judíos integrados en distintos grupos de partisanos repartidos por Europa. 64

Zalmen Gradowski, En el corazón del infierno. Documento de un Sonderkommando de Auschwitz -1944, edición dirigida y presentada por Philippe Mesnard y Carlo Saletti, Anthropos Ediciones, Barcelona, 2008, p. 80.

32

esperar, que de hecho él y otros presos esperaban y no vieron llegar. Explica que para evitarlo las SS decidieron dividir a las víctimas, y lo hicieron creando una clasificación que puso en marcha las peores estrategias de supervivencia en ellos, las responsables de la destrucción de la conciencia de grupo, las que minaron la solidaridad: hicieron que los presos creyesen realmente en la división entre “inscritos” y “no inscritos” ‒en las listas de los que habrían de ser enviados a las cámaras y los crematorios‒. Cuado en realidad los Sonderkommando sabían mejor que nadie, por propia experiencia, que esa división era meramente temporal y circunstancial, una simple ilusión, y que nada podía hacer el prisionero por pertenecer un grupo u a otro; sólo en manos de sus verdugos estaba la decisión, muchas veces tomada incluso de forma totalmente arbitraria. Pero, los “no inscritos”, inconscientes de ello y aliviados por haberse librado del peligro más inmediato, perdían el interés por defender la vida de quienes de alguna forma, al menos por esa vez, habían ocupado su lugar frente al destino. Por el momento dejaban de sentir la necesidad imperiosa de combatir. De hecho, en ninguna otra situación se hacía tan dolorosamente cierta, tan monstruosamente real, la locución latina “Mors tua vita mea”. Esa deshumanización de la que con amargura hablase Primo Levi. A esa parte de responsabilidad en el propio destino, en este caso en un destino de muerte, alude el escritor Imre Kertész al final de su obra Sin destino: “Si existe la libertad entonces no puede existir el destino, por lo tanto, nosotros mismos somos nuestro propio destino ‒de repente reparé en ello con una claridad como nunca había tenido antes‒”65. Resulta llamativo que las revueltas en los guetos y campos de concentración no parezcan proporcionales al horror que se vivía en ellos. Siempre he sospechado que deberíamos culpar en parte de ello a una resignación hondamente inculcada en este pueblo, una resignación ante un sino presuntamente marcado desde antiguo por el propio Yahweh. También en Sin destino uno de los tíos del protagonista, ante la inminente deportación de su padre, le da una lección al respecto: Me explicó entonces que ese destino era “una persecución constante desde hacía milenios, que los judíos teníamos que aceptar con paciencia y resignación”, puesto que Dios nos lo había impuesto por los pecados que habíamos cometido en tiempos pasados; así pues, sólo de Él podíamos esperar la gracia, mientras Él esperaba que en esos momentos difíciles nosotros, “acorde con nuestras fuerzas y capacidades”, nos mantuviéramos firmes en el lugar que Él nos había designado. 66 65

Imre Kertész, Sin destino, Círculo de Lectores, Barcelona, 2000, p. 235.

66

Imre Kertész, Op. Cit., p. 34.

33

Un discurso similar, de hecho, se vuelve a producir en espera de su propia inminente deportación a Auschwitz entre los hombres que están retenidos junto a él: Se mencionó también a Dios y “su inescrutable voluntad”, como dijo alguien. Al igual que el tío Lajos, él también hablaba de nuestro destino, el destino de los judíos, y también como el tío Lajos, opinaba que “habíamos abandonado al Señor” y a eso se debían nuestros infortunios.67

Esa obsesión por dotar de sacralidad, de una lectura religiosa, a la más prosaica e incluso sórdida cotidianidad, de una justicia y una lógica a una realidad a todas luces injusta y hasta monstruosa, se refleja incluso en la propia terminología adoptada por una parte de los historiadores a la hora de referirse al exterminio judío bajo el Tercer Reich. Se observará que a lo largo de este análisis en ningún momento se emplea el término “holocausto” para referirnos a él. Y ello no es, en efecto, casual. Mientras en hebreo el término Shoah (‫)שואה‬, con el que se alude a este luctuoso hecho, quiere decir sencillamente “catástrofe”, una palabra bastante genérica y no adscrita a ningún campo semántico en particular, el término “holocausto”, que proviene del griego, se refiere concretamente a los sacrificios religiosos consistentes en quemar por entero al animal sacrificado ‒que de este modo ascendía hasta la divinidad en forma de humo 68‒. “Holocausto” es el término que se usa para traducir el hebreo ‫עעללה‬, que encontramos por ejemplo en el Levítico 1: 3 y que significa “ofrenda mediante fuego”, literalmente “algo que asciende (mediante el humo)” 69 –del verbo ‫ לעללה‬, “ascender” 70–. La palabra holocausto implica, por tanto, una fuerte carga ideológica: introduce un matiz claramente religioso. Al aplicarlo sobre las víctimas judías de la Segunda Guerra Mundial, convierte a éstas en sacrificios ofrecidos ante Yahweh: el pueblo de Israel se vuelve una víctima sacrifical. Los primeros en emplear el término “holocausto” fueron los historiadores judíos de finales de la década de los cincuenta, aunque se generalizó su uso a finales de los años sesenta. Pero también ha habido intelectuales judíos que lo han repudiado. Así, por 67

Imre Kertész, Op. Cit., p. 71.

68

La práctica se atestigua ya en la antigua Mesopotamia, por ejemplo en el Atram-hasis, predecesor del Noé hebreo. 69

F. Brown - S. R. Driver- C. A. Briggs, A Hebrew and English Lexicon of the Old Testament with an appendix containing the biblical Aramaic, The Riverside Press, Cambridge, 1906, p. 750ª. 70

Braun-Driver-Briggs: 1906, p. 748ª.

34

ejemplo, Primo Levi: “Nunca me ha gustado la palabra «Holocausto». No me parece un término apropiado, es retórico y, sobre todo, erróneo”71. Y esto entronca con el argumento discutido porque me pregunto si, en esa proverbial resignación, la interpretación religiosa no haya podido tener una parte de culpa: dejar el propio destino en manos de Dios desde hace milenios –al fin y al cabo los antiguos profetas también responsabilizaban de los males de Israel al pueblo, que con su decadencia moral provocaba la ira y los castigos divinos–, quizá haya tenido sus consecuencias sobre la psique de los creyentes. La literatura profética 72 describe a las grandes potencias de la antigüedad responsables de los males de Israel como meros instrumentos de Yahweh, que las usa para castigar a su pueblo por sus pecados. En este sentido se desarrollaron las tres grandes oleadas proféticas que dejan su profunda huella en el Antiguo Testamento: la de Isaías en tiempo de la dominación asiria, la de Jeremías y Ezequiel bajo los babilonios y la del Deutero-Isaías ‒anónimo poético que cierra el libro de Isaías‒ que surge a raíz de la hegemonía persa. Los mismos profetas predican, por tanto, sumisión. Sumisión a Dios que se traduce, también, en sumisión ante las penalidades que éste envía. Asirios y babilonios deportan a los judíos como mano de obra esclava, igual que los propios nazis; sólo los persas evitan esta medida. Incluso nace el concepto de martirio como método de defender la propia fe ‒en el Libro de Daniel, por ejemplo‒. Algo que encontramos de nuevo en algunos testimonios de judíos sobrevividos al exterminio en los campos de concentración nazis. Si bien esa dura experiencia, por motivos obvios, generó el efecto contrario en otros prisioneros que, ante la atrocidad, vieron desaparecer su fe73 Ciertamente esta explicación de la Historia, y en concreto de las tragedias y catástrofes de la Historia, es digna heredera del binomio culpa-castigo con el que el 71

http://www.revistasculturales.com/articulos/91/letras-libres/407/1/regreso-a-auschwitz-entrevista-ineditaa-primo-levi.html 72

Sobre la literatura profética del antiguo Israel se puede consultar David Aberbach, I Profeti e la Storia: Il Tema dell'imperialismo nello Sviluppo della Cultura Ebraica 750-500 A. C., Ecig, Génova, 1995. 73

Chil Rajchman, Op. Cit., p. 39: El Kaddish me despierta. Miro hacia ellos; sí, todos los que están allí son pobres huérfanos y personas condenadas. Me vuelvo prácticamente loco y grito: ‒¿A quién dirigís el Kaddish? ¿Aún seguís creyendo? ¿En quién creéis? ¿A quién dais gracias? ¿Le agradecéis al Señor del universo por la gracia de haber recibido a nuestros hermanos y hermana, a nuestros padres y madres? ¿Realmente le estáis agradecidos? No y no. No hay ningún Dios. Si lo hubiese no podría haber permitido semejante desgracia, una injusticia tan grande, el exterminio de inocentes, niños pequeños y recién nacidos, personas que sólo quieren trabajar y traer un poco de provecho al mundo. Y vosotros, testigos vivientes de una gran desgracia, ¿todavía agradecéis, a quién dais gracias?

.

35

Próximo Oriente Antiguo, empezando por los mismos asirios y babilonios causantes de las desgracias de los judíos, justificaba la existencia del mal y el dolor. Tras esta explicación de un destino histórico, el del pueblo judío, se esconde desde antaño el mismo fatalismo 74 contra el que se revela el joven György, alter ego de Imre Kertész, a su vuelta a casa, cuando su antiguo vecino le relata todo lo sucedido durante su estancia en el campo como si fuesen hechos ineludibles y sobre los cuales los afectados no tenían ningún control, casi como si se tratase de algo ajeno: “«llegaron» los edificios con estrella, «llegó» el quince de octubre, «llegaron» los nazis húngaros, «llegó» el gueto, «llegó» lo de las orillas del Danubio, «llegó» la liberación.”75. Siempre son las cosas que “llegan”, sin que se las pueda preveer ni evitar. Por eso el uso repetido del verbo incomoda tanto al muchacho, que está empezando a reflexionar sobre el papel de los propios judíos en su historia y sobre su escasa voluntad de reacción. La conclusión del joven György, que tanto incomoda a sus vecinos, es que las cosas no sucedieron exactamente así: “las cosas “«llegan», pero nosotros también avanzábamos”76. Porque en lugar de oponerse al avance de esas cosas, el muchacho ahora es consciente de que mayoritariamente habían ido sumisamente a su encuentro; habían aceptado vivir el día a día por pasos, esperando que, en ese avance, no serían ellos la siguiente víctima: Entonces les pregunté qué habían hecho ellos durante aquellos “tiempos difíciles”. “Pues… vivir”, dijo uno. “Intentar sobrevivir”, dijo el otro. Claro, observé, habían dado un paso tras otro. Querían saber qué significaba eso de los pasos y yo les conté cómo se hacía eso en Auschwitz. Había que calcular más o menos -les dije, añadiendo que tampoco conocía los números exactos- unas tres mil personas por tren. De ellas, por ejemplo, mil hombres. Sin contar las personas que estaban al principio y al final de la cola, había que calcular un segundo o, como máximo, dos para cada examen de aptitud. Entonces, para los que nos encontrábamos hacia la mitad, como yo, había que calcular una espera de diez o veinte minutos hasta llegar al punto donde se decidía si íbamos al gas enseguida o nos quedaba de momento cierta posibilidad de seguir con vida. Entretanto, la cola se movía, avanzaba sin parar, todos íbamos dando pasos, más grandes o más pequeños, dependiendo de la velocidad del procedimiento. 77

74

Aunque probablemente resultaría más acertado decir que es esa interpretación histórica la que genera el fatalismo. 75

Imre Kertész, Op. Cit., p. 231.

76

Imre Kertész, Op. Cit., p. 233.

77

Imre Kertész, Op. Cit., p. 232-33.

36

Es ahora, tras la experiencia del campo, cuando György comprende que fue un error. Que la estrategia de los pasos, del vivir día a día sin pensar nada más que en la inmediata supervivencia, estaba totalmente equivocada y en realidad sólo facilitó el exterminio: Ahora, seguí explicándome, cada uno de aquellos momentos en realidad habría podido traer algo nuevo. No trajeron nada, claro que no, pero habrían podido hacerlo. Había que reconocer que cada instante hubiera podido traer algo nuevo, algo diferente de lo que trajo, en Auschwitz y también en casa, por ejemplo en la noche que habíamos despedido a mi padre. Entonces el viejo Steiner se removió en su asiento y observó: “Pero ¿qué es lo que habríamos podido hacer?”, pronunciando la frase con una expresión de enfado y de queja a la vez. Le dije que nada, por supuesto, o algo, cualquier cosa, lo que hubiera sido una locura, otra locura, como la locura de no hacer nada, claro, la locura de no hacer nada. 78

Imre Kertész, premio Nobel de literatura en 2002, judío deportado a los quince años, en 1944, a Auschwitz y Buchenwald, fue el primer escritor húngaro galardonado con este premio, que la Academia le concedió: “por una obra que conserva la frágil experiencia del individuo frente a la bárbara arbitrariedad de la historia”. Ciertamente un cúmulo de circunstancias tuvieron que combinarse para que los judíos adoptasen en su mayoría una actitud sumisa ante la catástrofe. Para comenzar una idea es recurrente en los testimonios de los que sufrieron la represión: nunca pudieron pensar que llegase a ser tan despiadada. Por eso muchos decidieron soportar los primeros pasos del horror en lugar de exiliarse cuando aún podían hacerlo. Por eso a muchos les costó tanto creer en la existencia de los crematorios, incluso estando ya dentro de los campos79. Habían de ser exageraciones propagandísticas. Costó mucho, por ejemplo, que asumiesen que las cámaras de gas eran una realidad en la que muchas veces sus familiares más débiles habían perecido nada más llegar al campo. Estaban convencidos de que otro ser humano, por mucho odio que acumulase hacia ellos, jamás sería capaz de recurrir al genocidio indiscriminado80. Eso sin contar con que efectivamente en algunas zonas 78

Imre Kertész, Op. Cit., p. 234.

79

En los testimonios de los supervivientes se repite insistentemente esa experiencia. A muchos de ellos, recién llegados, sus compañeros veteranos les explicaban la ausencia de sus familiares más débiles, separados durante la “selección” por viejos, enfermos o demasiado jóvenes, de la misma forma: señalando el humo que salía de los crematorios y asegurando que sus seres queridos se estaban liberando. Eso mismo le pasó también la Shlomo Venezia. 80

La situación que se vivía diariamente era tan cruel, tan descabellada y absurda, que a los prisioneros de los campos, incluso a los veteranos, les parecía vivir en una pesadilla. Resultaba casi imposible aceptarla por terriblemente irracional. Esto explica que el inconsciente se rebelase generando durante la noche un sueño que pareció ser recurrente entre casi todos los internados en los campos: el preso volvía a casa y contaba los horrores, pero observaba con frustración y dolor que sus seres queridos no le prestaban atención o no le creían (Primo Levi, Op, Cit., 2002, p. 33). Su inconsciente manifestaba hasta qué punto la experiencia

37

apartadas, deprimidas y mal comunicadas sobre las que también se aplicaron las leyes raciales y las deportaciones subsiguientes, los judíos en riesgo no estaban bien informados sobre lo que estaba sucediendo en Alemania 81. En su mayoría reconocen que subestimaron el peligro, y por ello no reaccionaron a tiempo ni con la suficiente contundencia. Los habitantes de los guetos y campos estaban, por otro lado, muy debilitados física y psicológicamente82: casi todas sus energías habían de concentrarse en la mera supervivencia, en encontrar alimento e intentar resistir. Además hay que reconocer que las fugas se veían entorpecidas también por el ambiente hostil que rodeaba a la población judía: los fugitivos que realmente consiguiesen escapar difícilmente lograrían la colaboración de la población local, o abiertamente antisemita o poco dispuesta a arriesgar su vida por desconocidos. Por otro lado, como Shlomo Venezia indica, los nazis probablemente entendieron que si deportaban a familias enteras seguramente los miembros de ellas que tuviesen ocasión de huir por sus condiciones físicas o circunstancias ni lo intentaría; se negarían a abandonar a su suerte a los familiares más desfavorecidos83. El terror generado por los castigos brutales y no pocas veces aleatorios y totalmente injustificados, bestiales, irracionales y desproporcionados, paralizó literalmente a la mayoría de las víctimas, que generalmente se dejaban incluso matar sumisamente 84. Entre otras cosas porque el nazismo, especialmente el mecanismo de los campos de resultaba inconcebible para un cerebro humano. 81

Así sucedía en Salónica, territorio griego bajo el control alemán y con una fuerte presencia de judíos sefardíes llegados de Italia ‒que por otro lado había convertido a Grecia en el centro de sus aspiraciones imperialistas en el Mediterráneo, y que efectivamente llegó a controlar el sur del país ‒, algunos de los cuales aún mantenían esta nacionalidad, según el testimonio de Shlomo Venezia, que era precisamente uno de ellos: “estábamos tan alejados de los asuntos del mundo que pocos de nosotros sabían lo que ocurría, por aquel entonces, en Alemania. Hasta el final, por otra parte, nadie habría podido imaginarlo. Comprenda usted, no había teléfono, no había radio salvo en los dos taxis de la ciudad” (Shlomo Venezia, Op. Cit., p. 24). “Todo lo que yo sabía es que el régimen alemán se metía con los judíos. Teníamos tanta hambre y tantos problemas en nuestra propia vida que no teníamos tiempo de hacernos preguntas sobre el porvenir. Por eso, más tarde, los alemanes no tuvieron dificultad alguna en deportar a los judíos de Grecia. Les hicieron creer, fácilmente, que iban a darles viviendas en función del tamaño de cada familia y que los hombres irían a trabajar mientras las mujeres se quedarían en casa. Éramos ingenuos e ignorábamos los acontecimientos políticos. Y, además, supongo que la gente pensó que los alemanes eran gente muy precisa y honesta. Cuando comprábamos algo «made in Germany», funcionaba bien, era preciso. La gente creyó en lo que les prometían” (Shlomo Venezia, Op. Cit., p. 27). 82

Viktor Frankl, Op. Cit., p. 68: “Además de estas causas físicas, estaban también las mentales, en forma de ciertos complejos. La mayoría de los prisioneros sufrían de algún tipo de complejo de inferioridad. Todos nosotros habíamos creído alguna vez que éramos «alguien» o al menos lo habíamos imaginado. Pero ahora nos trataban como si no fuéramos nadie, como si no existiéramos. (La conciencia del amor propio está tan profundamente arraigada en las cosas más elevadas y más espirituales, que no puede arrancarse ni viviendo en un campo de concentración. ¿Pero cuántos hombres libres, por no hablar de los prisioneros, lo poseen?) Sin mencionarlo, lo cierto es que el prisionero medio se sentía terriblemente degradado”. 83

Shlomo Venezia, Op. Cit., p. 44.

38

concentración, les convenció de que el trabajo y el buen comportamiento, la sumisión absoluta, podía librarles del exterminio. Y la mayoría de ellos querían vivir, vivir costase lo que costase. El nazismo supo generar entre sus víctimas unas ilusiones que en realidad no eran más que eso. Como declaraba no hace mucho, poco antes de morir, el antiguo Sonderkommando Shlomo Venezia en una entrevista 85: “A los que no querían trabajar los mataban, a los que trabajaban, también. Para ellos, matar a 100 o 1.000 era la misma cosa”. Por último y para cerrar estas claves de lectura sobre El estilista, me gustaría realizar una breve reflexión sobre las implicaciones que a mi juicio plantea la nacionalidad de Osvaldo Gallone, escritor argentino ganador de la presente edición de nuestro certamen literario, respecto a su obra. Es bien sabido que algunos criminales de guerra nazis, una vez derrotado el régimen por los aliados, encontraron asilo cuanto menos temporal en España, bajo la protección del régimen franquista 86. Varios de ellos emplearon esa escala para desplazarse después a otros países de Sudamérica, donde esperaban alcanzar la impunidad87. Uno de esos países fue Argentina, donde acabó recalando, por ejemplo, “El ángel de la muerte”, el mismo doctor Mengele 88 que había poblado las pesadillas de los reclusos de Auschwitz. Un doctor Mengele cuya vida de incógnito en argentina ‒incluso la presunta continuación allí de sus experimentos sobre bebés gemelos, un proyecto que 84

Resulta extremadamente llamativo observar que el Sonderkommando de Auschwitz Zalmen Gradowski sólo recodase dos intentos de resistencia en los crematorios por parte de quienes ya sabían que iban a ser ejecutados (Zalmen Gradowski, En el corazón del infierno. Documento de un Sonderkommando de Auschwitz -1944, edición dirigida y presentada por Philippe Mesnard y Carlo Saletti, Anthropos Ediciones, Barcelona, 2008, p. 126-27). 85

http://elpais.com/diario/2010/05/23/domingo/1274586758_850215.html .

86

Javier Rodrigo subraya que se trató siempre de mandos intermedios, especialmente antiguos diplomáticos, y no de los grandes jerarcas (Rodrigo, Cautivos: Campos de concentración en la España franquista, 19361947, Crítica, Barcelona, 2005, p. 303-4); pero no obstante no podemos olvidar que entre ellos se encontraba, por ejemplo, “Doctor muerte”, el “médico” de las SS Aribert Heim, también conocido como “El carnicero de Mauthausen” por macabros motivos que resulta fácil imaginar. Heim, que parece ser finalmente murió en El Cairo, donde habría vivido durante muchísimos años, al menos pasó temporalmente por Barcelona. De hecho, ya desde el exilio, aconsejó a su hijo menor que estudiase en España, país que él mismo aseguraba conocer muy bien y donde publicó en revistas científicas. Sobre la carta relativa a estos detalles se puede consultar la noticia recogida en el diario El País: http://elpais.com/diario/2010/11/21/domingo/1290315153_850215.html. 87

La realidad histórica deja su huella en el cine, especialmente en Los niños del Brasil, dirigida por Franklin Schaffner y basada en el homónimo libro de Ira Levin. En general el tema de los infiltrados nazis que viven de incógnito como personas respetables en sociedades democráticas incapaces de sospechar su pasado criminal ha ofrecido un filón fecundo al cine: El extraño (Orson Wells), La caja de música (Constantin Costa-Gavras), Marathon man (John Schlesinger)... 88

Pero donde se refugiaron también otros siniestros personajes como Adolf Eichmann, encargado de coordinar el transporte de los judíos a los campos de concentración, que vivió allí durante quince años antes de ser descubierto y detenido.

39

había comenzado en el bloque 10 de Auschwitz I con fines, como toda la experimentación médica nazi, eugenésicos‒ inspira la novela Wakolda, de otra argentina, Lucia Puenzo, cuya versión cinematográfica recibió, entre otros, el Goya 2014 a la mejor película iberoamericana. Por ello parece aún más loable que nuestro galardonado, también argentino, haya querido recuperar un pedazo de la historia más infausta de la humanidad. Originalmente un conflicto europeo, pero en el que finalmente también se vio involucrado el continente Americano; en el que cualquier ser humano estaba moralmente obligado a tomar partido. Intuyo en Oscaldo Gallone una voluntad de postrera justicia. Una justicia que su país ha intentado conquistar también para otras víctimas del terror más salvaje reclamando, por ejemplo, lamentablemente por el momento con escaso éxito, a torturadores españoles del franquismo, como el ex guardia civil Jesús Muñecas Aguilar, conocido como capitán “Muñecas”, y el ex inspector de policía Juan Antonio González Pacheco, conocido como “Billy el Niño”. O, más recientemente, a una veintena de altos cargos franquistas entre los cuales José Utrera Molina o Rodolfo Martín Villa. Que Argentina, un país que ha sufrido en carnes propias los efectos de una sangrienta dictadura, adopte iniciativas de este género me parece encomiable. Porque un crimen contra la humanidad ‒contra lo que nos hace humanos‒ es un crimen perpetrado contra todos los hombres, y por todos ha de ser perseguido. No podemos olvidar nuestro pasado. No para alimentar devastadores rencores que castigan más a la víctima que al verdugo; sino para no volver a cometer las mismas aberraciones, para no incurrir en los mismos abominables errores. Innumerables escritores así lo han entendido y nos han dejado una fecunda obra sobre el horror de los campos de exterminio y, más genéricamente, sobre la perversión del nazismo. Entre ellos el reciente Premio Nobel Patrick Modiano, descendiente de una familia de judíos italianos instalados en Salónica, cuya obra se ambienta constantemente en la época de la ocupación alemana de Francia. Porque el escritor ha de aportar su grano de arena para que el hombre, ese animal generalmente desmemoriado, no olvide tan fácilmente. En definitiva, la historia de nuestro protagonista, cuyo nombre ‒Klaus Bürger‒ no por casualidad se cita una única vez ‒en relación, además, a su vida anterior al campo, cuando aún era considerado un ser humano‒, refleja una tragedia demasiado común durante uno de los periodos más aciagos de la historia de la humanidad. Aquel en el que efectivamente estuvimos a punto de perderla. Nuestro estilista carece de nombre no porque hayamos de resignarnos a que sus verdugos se lo cambiasen por un frío número de 40

matrícula, un estigma con el que pretendieron hacerle olvidar que un día había sido una persona; sino porque representa a millones de seres humanos que no sólo fueron cruelmente torturados y exterminados, pues además de ellos se intentó borrar incuso la memoria. Decía García Márquez que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido. Aseguraba Georges Bernanos que el asesinato perfecto es el olvido. “La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan”, escribía Isabel Allende en Eva Luna. Es nuestra obligación recordar para que aquellos a los que se obligó a partir antes de tiempo no hayan muerto del todo. Es nuestra obligación recordar para que abominaciones como el genocidio que tuvo lugar durante la Segunda Guerra Mundial no vuelvan a suceder jamás.

- ¡Al peluquero! Con el cinturón y los zapatos en la mano, me arrastré hasta los peluqueros. Sus navajas arrancaban el pelo, afeitaban todos los pelos del cuerpo. La noche, Elie Wiesel (superviviente de Auschwitz y Premio Nobel de la Paz) Visitante, observa los vestigios de este campo y medita: cualquiera que sea el país de donde vengas, no eres un extranjero. Haz que tu viaje no sea inútil, que no sea inútil nuestra muerte. Que las cenizas de Auschwitz sean una advertencia para ti y para tus hijos: que el horrible fruto del odio, cuyas huellas ves aquí, no vuelva a germinar, ni mañana ni nunca. Acto conmemorativo por los italianos muertos en Auschwitz, Primo Levi (superviviente de Auschwitz)

41

Get in touch

Social

© Copyright 2013 - 2024 MYDOKUMENT.COM - All rights reserved.