EL IMPERIO TAR ASCO EN EL MUNDO MESOAMERICANO

R ASCO EN EL EL IMPERIO TA MUNDO MESOAMERICANO RELACIONES 99, VERANO 2004, VOL. XXV Helen Perlstein Pollard* M I C H I G A N S TAT E U N I V
Author:  Felipe Blanco Rojo

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R ASCO EN EL

EL IMPERIO TA

MUNDO MESOAMERICANO

RELACIONES

99,

VERANO

2004,

VOL.

XXV

Helen Perlstein Pollard* M I C H I G A N S TAT E U N I V E R S I T Y

A diferencia de otros centros (core zones) de México en el Postclásico tardío, la región central de Michoacán no tenía antecedentes de poderosas ciudades-estado o imperios, sino que estaba en la periferia de las economías políticas de los periodos Clásico y Postclásico temprano. Para principios del siglo XVI, el imperio tarasco se había convertido en una fuerza poderosa del mundo mesoamericano. Este artículo sintetiza estudios recientes que permiten un mejor entendimiento del contexto local, regional y macrorregional de este imperio. (Imperio tarasco, economía política, Michoacán, Postclásico tardío)

ara el año de 1522, el rey tarasco ya gobernaba un reino que cubría una superficie de más de 75 000 km2 en las tierras altas de la región centro-occidente de México, incluido el actual estado de Michoacán. En esa época, el imperio tarasco era el segundo más grande de Mesoamérica y era dominado en términos étnicos por una población que los españoles llamaron “tarascos”, y que hablaba el lenguaje de Michoacán, también conocido como tarasco o p’urhépecha. A diferencia de otros núcleos imperiales mexicanos del Postclásico, la zona central de Michoacán no tenía antecedentes de poderosas ciudades-estado o imperios, sino que había permanecido más bien en la periferia de las economías políticas de los periodos Clásico y Postclásico temprano. Empero, para principios del siglo XVI, el imperio y la dinastía real que gobernaban desde la cuenca del lago de Pátzcuaro se habían convertido en una potencia dentro del mundo mesoamericano. Ese mundo estaba dominado políticamente al este y al sur por el expansionista imperio azteca, así como por varios pequeños estados y señoríos hacia el oeste. En lo económico, todas las sociedades mesoamericanas estaban interrelacionadas mediante importantes flujos de bienes y servicios. En este ensayo, sintetizo nuestra actual documentación sobre la naturaleza de la sociedad p’urhépecha y analizo cómo las recientes investigaciones arqueológicas nos están permitiendo entender el impacto del sistema mundial del Postclásico tardío sobre las poblaciones tarascas.

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* [email protected] 1 1 7

HELEN PERLSTEIN POLLARD

E L I M P E R I O TA R A S C O

FIGURA 1. Mapa de la extensión del imperio tarasco

Con base en documentos del siglo XVI, Borah y Cook estiman que la población del imperio tarasco era de 1.3 millones de habitantes, aunque Beltrán, usando documentos similares, calcula una población de 750 000 para el año de 1524 (1994, 119). Beltrán desglosa su estimado para ese año en un esquema que abarca tres zonas: el Bajío, con 352 316 habitantes; la sierra, con 248 648; y las tierras bajas, con 140 071. Además, subraya la alta concentración demográfica en el centro y norte de Michoacán (1994, 120). Sondeos arqueológicos regionales en las cuencas de Zacapu, Pátzcuaro, Cuitzeo y Sayula sugieren que la densidad poblacional alcanzó su punto máximo en el Postclásico tardío (Arnauld y FaugèreKalfon 1998, Fisher et al. 2003, Healan 1997, Michelet 1995, Migeon 1998, Pollard 2001, Valdez y Liot 1994). En la cuenca del lago de Pátzcuaro –el corazón geopolítico del imperio– se han localizado más de 90 comunidades, con una población estimada entre los 60 000 y 105 000 habitantes (Gorenstein y Pollard, 1983). Por los documentos tributarios sabemos que la cuenca de Cuitzeo también estaba densamente poblada. De hecho, la mayor concentración de tributarios registrada en el imperio estaba localizada en el norte-centro de Michoacán, desde la cuenca de Zacapu hacia el este hasta la cuenca de Cuitzeo (Beltrán 1982). Estos datos sugieren asimismo que los asentamientos más grandes y de mayor población en cualquiera de las regiones (centros ceremoniales o ciudades) datan del Postclásico tardío (Pollard 2003).

LA CREACIÓN DEL TERRITORIO TARASCO: LEYENDA E HISTORIA Lo que sabemos de la secuencia histórica de la conquista y consolidación del reino tarasco en esta vasta región lo debemos principalmente a la obra La Relación de Michoacán,1 aunque varios documentos redactados durante la temprana administración colonial española en la región suplementan y confirman la información de esta fuente, especialmente las Relaciones geográficas de 1579-1580, la Visitación de Caravajal de 1523-1524,

1

Existen varias ediciones, algunas de las mejores son: Madrid 1956; Miranda 1980; y dos publicadas recientemente: Franco Mendoza 2000 y Escobar Olmedo et al. 2001. 1 1 8

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FIGURA 1. Mapa de la extensión del imperio tarasco

Con base en documentos del siglo XVI, Borah y Cook estiman que la población del imperio tarasco era de 1.3 millones de habitantes, aunque Beltrán, usando documentos similares, calcula una población de 750 000 para el año de 1524 (1994, 119). Beltrán desglosa su estimado para ese año en un esquema que abarca tres zonas: el Bajío, con 352 316 habitantes; la sierra, con 248 648; y las tierras bajas, con 140 071. Además, subraya la alta concentración demográfica en el centro y norte de Michoacán (1994, 120). Sondeos arqueológicos regionales en las cuencas de Zacapu, Pátzcuaro, Cuitzeo y Sayula sugieren que la densidad poblacional alcanzó su punto máximo en el Postclásico tardío (Arnauld y FaugèreKalfon 1998, Fisher et al. 2003, Healan 1997, Michelet 1995, Migeon 1998, Pollard 2001, Valdez y Liot 1994). En la cuenca del lago de Pátzcuaro –el corazón geopolítico del imperio– se han localizado más de 90 comunidades, con una población estimada entre los 60 000 y 105 000 habitantes (Gorenstein y Pollard, 1983). Por los documentos tributarios sabemos que la cuenca de Cuitzeo también estaba densamente poblada. De hecho, la mayor concentración de tributarios registrada en el imperio estaba localizada en el norte-centro de Michoacán, desde la cuenca de Zacapu hacia el este hasta la cuenca de Cuitzeo (Beltrán 1982). Estos datos sugieren asimismo que los asentamientos más grandes y de mayor población en cualquiera de las regiones (centros ceremoniales o ciudades) datan del Postclásico tardío (Pollard 2003).

LA CREACIÓN DEL TERRITORIO TARASCO: LEYENDA E HISTORIA Lo que sabemos de la secuencia histórica de la conquista y consolidación del reino tarasco en esta vasta región lo debemos principalmente a la obra La Relación de Michoacán,1 aunque varios documentos redactados durante la temprana administración colonial española en la región suplementan y confirman la información de esta fuente, especialmente las Relaciones geográficas de 1579-1580, la Visitación de Caravajal de 1523-1524,

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Existen varias ediciones, algunas de las mejores son: Madrid 1956; Miranda 1980; y dos publicadas recientemente: Franco Mendoza 2000 y Escobar Olmedo et al. 2001. 1 1 8

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E L I M P E R I O TA R A S C O

Ajuchitlán

Cutzamala

Pungarabato

30 km

19°

0

10

N 20°

1 2 0

í o Zacatula R

Ba

Límites del imperio tarasco en el siglo XVI Unidades administrativas

Tancítaro Tepalcatepec

Uruapan

ls

as

Churumuco

Turicato

Ziróndaro

Tuzantla

Zitácuaro

Lago de Pátzcuaro

Tzintzuntzan Ihuatzio Tiripetío Tuxpan

Tamazula Zapotlán

Sayula

Lago de Chapala

Xacona

Erongarícuáro

Acámbaro Yuririapundaro Zináparo

Lerma Río

102° 104°

FIGURA 2. Mapa de las unidades administrativas del imperio tarasco

Huandacareo Ucareo Huariqueo Chilchota Zacapu Lago Cuitzeo Zinapécuaro Comanchen Taximaroa Guayangareo

100°

HELEN PERLSTEIN POLLARD

la Visita de Ortega de 1528, la Suma de visitas de pueblos de 1547-1550 y los primeros documentos sobre las encomiendas de 1523-1525 (Warren 1985). Los documentos que mencionan las conquistas aztecas en la frontera oriental del territorio tarasco nos brindan información documental adicional (Hassig 1988). Finalmente, los estudios arqueológicos en la zona tarasca y sus fronteras complementan estos registros documentales. Según la historia legendaria de los tarascos, en el Postclásico medio el gran héroe cultural Taríacuri se estableció como el señor de Pátzcuaro e instaló a dos de sus sobrinos, Hiripan y Tangáxoan, como los señores de Ihuatzio y Tzintzuntzan, respectivamente. Entre 1250 y 1350 d.C., este linaje elite encabezado por Taríacuri, el uacúsecha, efectivamente dominó la interacción política en la cuenca de Pátzcuaro. Para 1350, y ya con el territorio más extenso y rico de la cuenca de Pátzcuaro (Pátzcuaro, Ihuatzio, Tzintzuntzan) bajo el control de su linaje, Taríacuri y sus aliados en Urichu, Erongarícuaro y Pechátaro, empezaron a dirigir a sus seguidores en una serie de campañas militares dentro y fuera de dicha cuenca (Pollard 1993). Desde el rincón suroeste de la cuenca, las conquistas se extendieron hasta encerrar toda esta zona. Entonces murió Taríacuri pero, bajo el liderazgo de Hiripan desde su base de Ihuatzio, la conquista siguió hacia la cuenca del lago de Cuitzeo. En la época del primer contacto con los españoles y gracias a estos territorios, que eran los más densamente poblados, la elite uacúsecha que encabezó las campañas de conquista se enriqueció enormemente. Está claro que en ese tiempo la expansión militar tarasca consistió en saqueos dirigidos por el líder guerrero Taríacuri y, más tarde, por Hiripan como representante de un imperio que más bien era una agrupación de diferentes sociedades con varias “capitales” donde vivían los miembros de más alto rango del linaje dominante. El botín obtenido en estas conquistas militares era repartido entre los señores que participaban y la conquista era sólo parcial. Alrededor de 1440 d.C., primero bajo el liderazgo de Hiripan y luego de Tangáxoan, se dieron los primeros pasos hacia la institucionalización de las conquistas militares y la construcción de un imperio tributario. Esto significaba crear una burocracia administrativa y repartir los territorios conquistados entre los miembros de la nobleza. Los señores

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Límites del imperio tarasco en el siglo XVI Unidades administrativas

Tancítaro Tepalcatepec

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Zitácuaro

Lago de Pátzcuaro

Tzintzuntzan Ihuatzio Tiripetío Tuxpan

Tamazula Zapotlán

Sayula

Lago de Chapala

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Erongarícuáro

Acámbaro Yuririapundaro Zináparo

Lerma Río

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FIGURA 2. Mapa de las unidades administrativas del imperio tarasco

Huandacareo Ucareo Huariqueo Chilchota Zacapu Lago Cuitzeo Zinapécuaro Comanchen Taximaroa Guayangareo

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la Visita de Ortega de 1528, la Suma de visitas de pueblos de 1547-1550 y los primeros documentos sobre las encomiendas de 1523-1525 (Warren 1985). Los documentos que mencionan las conquistas aztecas en la frontera oriental del territorio tarasco nos brindan información documental adicional (Hassig 1988). Finalmente, los estudios arqueológicos en la zona tarasca y sus fronteras complementan estos registros documentales. Según la historia legendaria de los tarascos, en el Postclásico medio el gran héroe cultural Taríacuri se estableció como el señor de Pátzcuaro e instaló a dos de sus sobrinos, Hiripan y Tangáxoan, como los señores de Ihuatzio y Tzintzuntzan, respectivamente. Entre 1250 y 1350 d.C., este linaje elite encabezado por Taríacuri, el uacúsecha, efectivamente dominó la interacción política en la cuenca de Pátzcuaro. Para 1350, y ya con el territorio más extenso y rico de la cuenca de Pátzcuaro (Pátzcuaro, Ihuatzio, Tzintzuntzan) bajo el control de su linaje, Taríacuri y sus aliados en Urichu, Erongarícuaro y Pechátaro, empezaron a dirigir a sus seguidores en una serie de campañas militares dentro y fuera de dicha cuenca (Pollard 1993). Desde el rincón suroeste de la cuenca, las conquistas se extendieron hasta encerrar toda esta zona. Entonces murió Taríacuri pero, bajo el liderazgo de Hiripan desde su base de Ihuatzio, la conquista siguió hacia la cuenca del lago de Cuitzeo. En la época del primer contacto con los españoles y gracias a estos territorios, que eran los más densamente poblados, la elite uacúsecha que encabezó las campañas de conquista se enriqueció enormemente. Está claro que en ese tiempo la expansión militar tarasca consistió en saqueos dirigidos por el líder guerrero Taríacuri y, más tarde, por Hiripan como representante de un imperio que más bien era una agrupación de diferentes sociedades con varias “capitales” donde vivían los miembros de más alto rango del linaje dominante. El botín obtenido en estas conquistas militares era repartido entre los señores que participaban y la conquista era sólo parcial. Alrededor de 1440 d.C., primero bajo el liderazgo de Hiripan y luego de Tangáxoan, se dieron los primeros pasos hacia la institucionalización de las conquistas militares y la construcción de un imperio tributario. Esto significaba crear una burocracia administrativa y repartir los territorios conquistados entre los miembros de la nobleza. Los señores

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que habían encabezado los ataques fueron reemplazados por una serie de linajes que se hicieron cargo de los puestos burocráticos. La Relación nos dice que los isleños ocuparon parte de la tierra caliente, mientras que los chichimecas se dirigieron a la “mano derecha”, es decir, a la sierra tarasca (RM, 1980, 198). Algunos pueblos que habían sido “conquistados” anteriormente fueron retomados y se estableció una serie de centros administrativos, de donde se emprendieron posteriores campañas. En las décadas siguientes, el patrón de expansión forjado en la conquista e incorporación del centro de Michoacán fue aplicado a otra serie de conquistas. El primer blanco de expansión fue la sierra tarasca, seguida por la cuenca del Balsas. Campañas subsecuentes expandieron las fronteras del control tarasco hacia todos los puntos cardinales, hasta alcanzar su máxima extensión, al parecer, alrededor de 1470 d.C. Varias otras zonas fueron dominadas por el rey tarasco Tzitzipandáquare, aunque luego las perdió debido a rebeliones o a la consolidación del imperio tarasco frente a la expansión azteca. Para la década de 1460, los tarascos habían tomado la provincia de Zacatula en la costa del Pacífico cerca de la desembocadura del río Balsas, extendido su frontera noreste hasta la cuenca de Toluca, establecido centros al norte del río Lerma y expandido sus dominios más al norte del lago de Chapala en el occidente. Fue en la década siguiente que los tarascos empezaron a encarar la presión militar de los aztecas en la frontera oriental y sobre su límite con Colima en el oeste. En 1476-77, Axayacatl y los aztecas respondieron a la expansión tarasca con una gran campaña en que capturaron varios centros fronterizos, incluido el de Taximaroa, y penetraron hasta el corazón territorial de los tarascos, a la altura del pueblo de Charo. Tras retomar sus centros, los tarascos fortificaron la frontera oriental con una serie de grandes centros militares y reubicaron allí algunos tarascos y varios pueblos de exiliados matlatzincas y otomíes que habían huido del dominio azteca. El registro arqueológico indica que en esa época los tarascos abandonaron la frontera norte (más allá del río Lerma). Hay indicaciones asimismo de que en ese tiempo los tarascos renunciaron a sus intentos de incorporar a zonas en Jalisco y Colima, prefiriendo consolidar su control de las áreas de Tamazula-Zapotlán y Coalcomán.

En la década de 1480, los aztecas, al mando directo o indirecto de Ahuitzotl, y usando sus súbditos (matlatzincas, chontales, cuitlatecas), dirigieron una serie de ataques contra la frontera sur tarasca en la cuenca del Balsas. Aunque no hubo un claro vencedor en estos enfrentamientos, lo cierto es que ocuparon buena parte de la atención militar de los tarascos en las décadas de 1480 y 1490. En 1517-18 los aztecas, ya gobernados por Moctezuma II, organizaron una última gran ofensiva dirigida por su gran jefe tlaxcalteco, Tlahuicale, contra la frontera norte tarasca. Esta campaña logró penetrar hasta Acámbaro en el norte antes de ser detenida por los tarascos en 1519, gracias a dos movimientos coordinados: uno dirigido contra la cuenca de Toluca desde Zinapécuaro, y otro que partió de la zona central del río Balsas y llegó hasta la fortaleza azteca en Ostuma. Quizá fue la preocupación de estas dos potencias por la frontera sur del Balsas lo que permitió al jefe local de Zacatula liberar a su provincia, primero del dominio tarasco y, después, del control azteca.

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LA ESTRUCTURA POLÍTICA DEL IMPERIO La estructura del imperio tarasco en el siglo XVI es reconocida por su alto grado de centralización política y por ejercer un control sobre su territorio que rara vez fue desafiado (Gorenstein y Pollard 1983; Pollard 1993). Estas características podrían estar relacionadas con el surgimiento en el Postclásico tardío (1350-1525 d.C.) de un sistema social plenamente identificado con los tarascos, y logrado mediante iniciativas diseñadas conscientemente para subordinar y reemplazar a las identidades étnico-lingüísticas locales como la base del ejercicio del poder social o político. A pesar de claras evidencias de una más temprana heterogeneidad étnica en el centro de Michoacán, incluso en el Postclásico medio (1100-1350 d.C.) (RM, 1956), para el siglo XVI la gente de la región se identificaba a sí misma y era identificada también mayormente como tarasca (RM 1956; Suma de visitas 1905; Rel. Geog. 1985, 1987; y Warren 1968, entre otros).

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que habían encabezado los ataques fueron reemplazados por una serie de linajes que se hicieron cargo de los puestos burocráticos. La Relación nos dice que los isleños ocuparon parte de la tierra caliente, mientras que los chichimecas se dirigieron a la “mano derecha”, es decir, a la sierra tarasca (RM, 1980, 198). Algunos pueblos que habían sido “conquistados” anteriormente fueron retomados y se estableció una serie de centros administrativos, de donde se emprendieron posteriores campañas. En las décadas siguientes, el patrón de expansión forjado en la conquista e incorporación del centro de Michoacán fue aplicado a otra serie de conquistas. El primer blanco de expansión fue la sierra tarasca, seguida por la cuenca del Balsas. Campañas subsecuentes expandieron las fronteras del control tarasco hacia todos los puntos cardinales, hasta alcanzar su máxima extensión, al parecer, alrededor de 1470 d.C. Varias otras zonas fueron dominadas por el rey tarasco Tzitzipandáquare, aunque luego las perdió debido a rebeliones o a la consolidación del imperio tarasco frente a la expansión azteca. Para la década de 1460, los tarascos habían tomado la provincia de Zacatula en la costa del Pacífico cerca de la desembocadura del río Balsas, extendido su frontera noreste hasta la cuenca de Toluca, establecido centros al norte del río Lerma y expandido sus dominios más al norte del lago de Chapala en el occidente. Fue en la década siguiente que los tarascos empezaron a encarar la presión militar de los aztecas en la frontera oriental y sobre su límite con Colima en el oeste. En 1476-77, Axayacatl y los aztecas respondieron a la expansión tarasca con una gran campaña en que capturaron varios centros fronterizos, incluido el de Taximaroa, y penetraron hasta el corazón territorial de los tarascos, a la altura del pueblo de Charo. Tras retomar sus centros, los tarascos fortificaron la frontera oriental con una serie de grandes centros militares y reubicaron allí algunos tarascos y varios pueblos de exiliados matlatzincas y otomíes que habían huido del dominio azteca. El registro arqueológico indica que en esa época los tarascos abandonaron la frontera norte (más allá del río Lerma). Hay indicaciones asimismo de que en ese tiempo los tarascos renunciaron a sus intentos de incorporar a zonas en Jalisco y Colima, prefiriendo consolidar su control de las áreas de Tamazula-Zapotlán y Coalcomán.

En la década de 1480, los aztecas, al mando directo o indirecto de Ahuitzotl, y usando sus súbditos (matlatzincas, chontales, cuitlatecas), dirigieron una serie de ataques contra la frontera sur tarasca en la cuenca del Balsas. Aunque no hubo un claro vencedor en estos enfrentamientos, lo cierto es que ocuparon buena parte de la atención militar de los tarascos en las décadas de 1480 y 1490. En 1517-18 los aztecas, ya gobernados por Moctezuma II, organizaron una última gran ofensiva dirigida por su gran jefe tlaxcalteco, Tlahuicale, contra la frontera norte tarasca. Esta campaña logró penetrar hasta Acámbaro en el norte antes de ser detenida por los tarascos en 1519, gracias a dos movimientos coordinados: uno dirigido contra la cuenca de Toluca desde Zinapécuaro, y otro que partió de la zona central del río Balsas y llegó hasta la fortaleza azteca en Ostuma. Quizá fue la preocupación de estas dos potencias por la frontera sur del Balsas lo que permitió al jefe local de Zacatula liberar a su provincia, primero del dominio tarasco y, después, del control azteca.

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LA ESTRUCTURA POLÍTICA DEL IMPERIO La estructura del imperio tarasco en el siglo XVI es reconocida por su alto grado de centralización política y por ejercer un control sobre su territorio que rara vez fue desafiado (Gorenstein y Pollard 1983; Pollard 1993). Estas características podrían estar relacionadas con el surgimiento en el Postclásico tardío (1350-1525 d.C.) de un sistema social plenamente identificado con los tarascos, y logrado mediante iniciativas diseñadas conscientemente para subordinar y reemplazar a las identidades étnico-lingüísticas locales como la base del ejercicio del poder social o político. A pesar de claras evidencias de una más temprana heterogeneidad étnica en el centro de Michoacán, incluso en el Postclásico medio (1100-1350 d.C.) (RM, 1956), para el siglo XVI la gente de la región se identificaba a sí misma y era identificada también mayormente como tarasca (RM 1956; Suma de visitas 1905; Rel. Geog. 1985, 1987; y Warren 1968, entre otros).

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La estructura de autoridad La estructura del sistema administrativo tarasco ha sido tema de estudio de varios autores,2 todos los cuales basaron sus análisis principalmente en las fuentes documentales, especialmente la Relación de Michoacán. Lo que presento a continuación es una síntesis de sus obras. Recientes estudios lingüísticos del p’urhépecha del siglo XVI sugieren que el deletreo y algunas traducciones de los términos mencionados abajo podrían variar (véase, por ejemplo, Monzón, en prensa). El centro administrativo del imperio estaba en Tzintzuntzan, donde el rey tarasco, irecha, tenía su corte, impartía justicia y recibía emisarios desde adentro y afuera de su reino. La corte incorporó a los miembros de la nobleza tarasca en una serie de puestos organizados jerárquicamente. Debajo de la corte, había una extensa burocracia compuesta de miembros de la nobleza y de gente común. CUADRO 1. La burocracia del estado tarasco Irecha Angatacuri Capitán Petámuti Ministro de tributo Caracha-capacha Achaecha Quangariecha Ocámbecha Mayordomos

El jefe del linaje uacúsecha; el rey o cazonci. El gobernador, o primer ministro. El líder militar en tiempo de guerra. El principal sacerdote. El funcionario a cargo de los recolectores de tributo. Los gobernadores de los cuatro cuadrantes del estado. Miembros de la nobleza que sirvieron de consejeros. Capitanes de unidades militares en tiempo de guerra. Recolectores de tributo. Jefes de grupos que guardaban y distribuían el tributo, producían artesanías y proporcionaban servicios al palacio (conocemos al menos 34 diferentes unidades)

Al parecer, todos los puestos eran heredados de padres a hijos y preferentemente al hijo de la esposa mayor, aunque en la mayoría de los 2

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casos el rey debía ratificar los nombramientos. Los líderes locales fueron escogidos de entre varios candidatos por el rey, quien reservó el derecho de reemplazarlos y de revocar sus decisiones. En algunos lugares, los lazos entre la dinastía central y los líderes locales fueron reforzados mediante alianzas matrimoniales con las hijas del rey. Estas personas eran conocidas como angámecha, “los que tienen bezotes entre barba y labio” (Lagunas 1983, 221). La remoción del bezote era un acto simbólico mediante el cual el rey castigaba a algún angámecha y lo removía de su puesto (RM 1956, 201-202). Entre los angámecha había personas de la nobleza hereditaria, los achaecha, y, aparentemente, algunos individuos comunes que habían sido premiados por su destacado servicio militar. En su papel de líderes locales personificaron el vínculo entre la dinastía tarasca y la gente común y manifestaron que la autoridad fluía desde el gobierno central y no desde la nobleza local. Este flujo de autoridad desde el centro hacia los pueblos fue apoyado por el sistema básico de la tenencia de la tierra y de los recursos. En los dominios tarascos, los títulos de tierras eran legítimos porque provenían del mismo rey en un sistema que incluía tanto a los campos agrícolas como a los derechos de pesca, a los recursos minerales y a las zonas de caza en la cuenca de Pátzcuaro. Así, por ejemplo, gracias a un otorgamiento del rey, la gente de Tiripitío gozaba del derecho de pescar en el lago de Pátzcuaro, aunque su pueblo no estaba en la zona lacustre (RG 1985, Tiripitío). Pensamos que disposiciones parecidas por parte del rey establecieron los derechos a la tierra y a la pesca para pueblos como Xarácuaro, Zurumútaro y Carapan (García Alcaraz 1976, 228-229).3 Los mecanismos que aseguraban que la distribución de recursos fuera respetada son bien conocidos: un documento de Carapan, por ejemplo, estableció que cualquier persona que usara campos que no le correspondían sería sentenciada a morir por los jueces locales y enviada a Tzintzuntzan para ser “ofrecida a los dioses”. Beltrán (1982) y Carrasco (1986) han estudiado el sistema de la tenencia de la tierra e identificado una serie de categorías, incluidas las si3

Véanse, entre otros, Beltrán 1982, 1994; Carrasco 1986; Castro-Leal 1986; García Alcaraz 1976; Gorenstein y Pollard 1983; López Austin 1976; Paredes 1976 y Pollard 1972, 1993.

Análisis recientes de Hans Roskamp sugieren que algunos de esos documentos pueden estar fechados en el siglo XVIII más que el en el siglo XVI (Roskamp 1999, Roskamp y César Villa 2003).

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La estructura de autoridad La estructura del sistema administrativo tarasco ha sido tema de estudio de varios autores,2 todos los cuales basaron sus análisis principalmente en las fuentes documentales, especialmente la Relación de Michoacán. Lo que presento a continuación es una síntesis de sus obras. Recientes estudios lingüísticos del p’urhépecha del siglo XVI sugieren que el deletreo y algunas traducciones de los términos mencionados abajo podrían variar (véase, por ejemplo, Monzón, en prensa). El centro administrativo del imperio estaba en Tzintzuntzan, donde el rey tarasco, irecha, tenía su corte, impartía justicia y recibía emisarios desde adentro y afuera de su reino. La corte incorporó a los miembros de la nobleza tarasca en una serie de puestos organizados jerárquicamente. Debajo de la corte, había una extensa burocracia compuesta de miembros de la nobleza y de gente común. CUADRO 1. La burocracia del estado tarasco Irecha Angatacuri Capitán Petámuti Ministro de tributo Caracha-capacha Achaecha Quangariecha Ocámbecha Mayordomos

El jefe del linaje uacúsecha; el rey o cazonci. El gobernador, o primer ministro. El líder militar en tiempo de guerra. El principal sacerdote. El funcionario a cargo de los recolectores de tributo. Los gobernadores de los cuatro cuadrantes del estado. Miembros de la nobleza que sirvieron de consejeros. Capitanes de unidades militares en tiempo de guerra. Recolectores de tributo. Jefes de grupos que guardaban y distribuían el tributo, producían artesanías y proporcionaban servicios al palacio (conocemos al menos 34 diferentes unidades)

Al parecer, todos los puestos eran heredados de padres a hijos y preferentemente al hijo de la esposa mayor, aunque en la mayoría de los 2

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casos el rey debía ratificar los nombramientos. Los líderes locales fueron escogidos de entre varios candidatos por el rey, quien reservó el derecho de reemplazarlos y de revocar sus decisiones. En algunos lugares, los lazos entre la dinastía central y los líderes locales fueron reforzados mediante alianzas matrimoniales con las hijas del rey. Estas personas eran conocidas como angámecha, “los que tienen bezotes entre barba y labio” (Lagunas 1983, 221). La remoción del bezote era un acto simbólico mediante el cual el rey castigaba a algún angámecha y lo removía de su puesto (RM 1956, 201-202). Entre los angámecha había personas de la nobleza hereditaria, los achaecha, y, aparentemente, algunos individuos comunes que habían sido premiados por su destacado servicio militar. En su papel de líderes locales personificaron el vínculo entre la dinastía tarasca y la gente común y manifestaron que la autoridad fluía desde el gobierno central y no desde la nobleza local. Este flujo de autoridad desde el centro hacia los pueblos fue apoyado por el sistema básico de la tenencia de la tierra y de los recursos. En los dominios tarascos, los títulos de tierras eran legítimos porque provenían del mismo rey en un sistema que incluía tanto a los campos agrícolas como a los derechos de pesca, a los recursos minerales y a las zonas de caza en la cuenca de Pátzcuaro. Así, por ejemplo, gracias a un otorgamiento del rey, la gente de Tiripitío gozaba del derecho de pescar en el lago de Pátzcuaro, aunque su pueblo no estaba en la zona lacustre (RG 1985, Tiripitío). Pensamos que disposiciones parecidas por parte del rey establecieron los derechos a la tierra y a la pesca para pueblos como Xarácuaro, Zurumútaro y Carapan (García Alcaraz 1976, 228-229).3 Los mecanismos que aseguraban que la distribución de recursos fuera respetada son bien conocidos: un documento de Carapan, por ejemplo, estableció que cualquier persona que usara campos que no le correspondían sería sentenciada a morir por los jueces locales y enviada a Tzintzuntzan para ser “ofrecida a los dioses”. Beltrán (1982) y Carrasco (1986) han estudiado el sistema de la tenencia de la tierra e identificado una serie de categorías, incluidas las si3

Véanse, entre otros, Beltrán 1982, 1994; Carrasco 1986; Castro-Leal 1986; García Alcaraz 1976; Gorenstein y Pollard 1983; López Austin 1976; Paredes 1976 y Pollard 1972, 1993.

Análisis recientes de Hans Roskamp sugieren que algunos de esos documentos pueden estar fechados en el siglo XVIII más que el en el siglo XVI (Roskamp 1999, Roskamp y César Villa 2003).

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guientes: 1) las tierras patrimoniales de la dinastía real (uacúsecha); 2) las tierras fiscales del imperio donde se producían bienes tributarios; 3) las tierras asignadas a los señores locales; y 4) las tierras de la gente común. A estas categorías, yo agregaría los derechos usufructuarios para cazar, pescar y explotar la madera, así como el control ejercido sobre las minas del imperio y los comerciantes a larga distancia (Pollard 1982, 1987). La mano de obra requerida para trabajar las tierras del imperio era reclutada de entre la gente común (p’urhépecha). Campos adicionales eran labrados por esclavos (teruparacua-euaecha), un grupo que incluía a prisioneros de guerra, criminales, individuos que se vendían como esclavos y otras personas que se podían comprar en el mercado. Además, había un grupo conocido como los acípecha que, al parecer, fueron los sirvientes de la nobleza (Carrasco 1986,80-81). Finalmente, todos los hijos del rey recibían tierras que eran trabajadas por los familiares de su madre, aunque no sabemos con exactitud cómo era reclutada esta mano de obra.

El control administrativo fue logrado mediante la creación de una serie de centros, cada uno de los cuales tenía varias comunidades dependientes. Los centros administrativos de estas unidades se reportaban directamente al palacio en Tzintzuntzan y cada uno de ellos, por su parte, tenía varias villas y aldeas dependientes dispersas sobre su territorio. Algunos centros también estaban divididos en subcentros. Beltrán (1982, 118) sugiere que estas subcabeceras resultaron de las divisiones de los linajes nobles que las gobernaban. Así, la jerarquía administrativa tenía un máximo de cinco niveles. En las cinco unidades que conocemos a cierto detalle gracias a la Visitación de Caravajal, el número de pueblos sujetos variaba entre 12 y 44, y el número de “casas” reportadas entre 244 y 863. Si calculamos la población usando un promedio de seis personas por vivienda, entonces estas unidades habrían albergado entre 1 464 y 5 178 habitantes. Navarrete Pellicer (1988), sin embargo, sugiere un promedio mayor a las 11 personas por casa con lo cual llega a estimados de población mucho más elevados. A pesar de la baja densidad demográfica en las zonas más alejadas del centro tarasco, estas unidades

administrativas tenían una extensión geográfica semejante, de manera que había un máximo de un día de viaje entre cualquier pueblo y su respectivo centro. No está claro si había algún otro nivel entre estos centros regionales y la capital. Las fuentes documentales sugieren, por ejemplo, que hubo un centro de recolección tributario en Tancítaro que atendía a buena parte del territorio hacia el suroeste, y el pueblo de Xacona es mencionado asimismo como uno de los cuatro centros administrativos del territorio tarasco y sede de uno de los cuatro caracha-capecha (administradores). El análisis de estas fuentes indica que la división en cuatro cuadrantes era más bien simbólica y que representaba el diseño cósmico de la empresa imperial. Otra sugerencia es que eran sitios donde se concentraba el ejército y que posiblemente jugaban también un papel en el sistema de recolección de tributo. Sabemos, por ejemplo, que las campañas militares de mayor envergadura fueron organizadas en Xacona, Tacámbaro y Zinapécuaro. Además, la evidencia arqueológica de Huandacareo (en la cuenca de Cuitzeo) y Zirizicuaro (al este de Uruapan) –dos centros administrativos tarascos en algún momento– sugiere que allí donde no había grandes centros de población los tarascos construyeron espacios públicos para manifestar su administración imperial, impartir justicia, celebrar rituales y enterrar líderes locales e imperiales. El poder de la dinastía central estaba vinculado directamente con todos los centros administrativos menores y el control directo ejercido sobre la toma de decisiones en un nivel local podría extenderse incluso hasta el nivel de las villas. Sabemos, por ejemplo, que el rey envió a un juez a resolver disputas en el pueblo de Tetlamán, cerca de Tepalcatepec (Carrasco 1969, 219). En la cuenca de Sayula, que fue incorporada en el imperio entre 1440 y 1500 d.C., la colonización durante el Preclásico y Clásico fue dispersa en pequeñas comunidades dedicadas a la explotación de la sal en la orilla del lago (Valdez y Liot 1994). En el Postclásico, el poblamiento se extendió hacia las zonas agrícolas del altiplano, al tiempo que los pueblos se agruparon en lo que los miembros del Proyecto Sayula llaman señoríos o cacicazgos. Hay evidencia de la ocupación tarasca (o de líderes locales que representaron al imperio), en los sitios más grandes asociados con cada pueblo local. En su análisis de la Visi-

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Las divisiones territoriales dentro del imperio

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guientes: 1) las tierras patrimoniales de la dinastía real (uacúsecha); 2) las tierras fiscales del imperio donde se producían bienes tributarios; 3) las tierras asignadas a los señores locales; y 4) las tierras de la gente común. A estas categorías, yo agregaría los derechos usufructuarios para cazar, pescar y explotar la madera, así como el control ejercido sobre las minas del imperio y los comerciantes a larga distancia (Pollard 1982, 1987). La mano de obra requerida para trabajar las tierras del imperio era reclutada de entre la gente común (p’urhépecha). Campos adicionales eran labrados por esclavos (teruparacua-euaecha), un grupo que incluía a prisioneros de guerra, criminales, individuos que se vendían como esclavos y otras personas que se podían comprar en el mercado. Además, había un grupo conocido como los acípecha que, al parecer, fueron los sirvientes de la nobleza (Carrasco 1986,80-81). Finalmente, todos los hijos del rey recibían tierras que eran trabajadas por los familiares de su madre, aunque no sabemos con exactitud cómo era reclutada esta mano de obra.

El control administrativo fue logrado mediante la creación de una serie de centros, cada uno de los cuales tenía varias comunidades dependientes. Los centros administrativos de estas unidades se reportaban directamente al palacio en Tzintzuntzan y cada uno de ellos, por su parte, tenía varias villas y aldeas dependientes dispersas sobre su territorio. Algunos centros también estaban divididos en subcentros. Beltrán (1982, 118) sugiere que estas subcabeceras resultaron de las divisiones de los linajes nobles que las gobernaban. Así, la jerarquía administrativa tenía un máximo de cinco niveles. En las cinco unidades que conocemos a cierto detalle gracias a la Visitación de Caravajal, el número de pueblos sujetos variaba entre 12 y 44, y el número de “casas” reportadas entre 244 y 863. Si calculamos la población usando un promedio de seis personas por vivienda, entonces estas unidades habrían albergado entre 1 464 y 5 178 habitantes. Navarrete Pellicer (1988), sin embargo, sugiere un promedio mayor a las 11 personas por casa con lo cual llega a estimados de población mucho más elevados. A pesar de la baja densidad demográfica en las zonas más alejadas del centro tarasco, estas unidades

administrativas tenían una extensión geográfica semejante, de manera que había un máximo de un día de viaje entre cualquier pueblo y su respectivo centro. No está claro si había algún otro nivel entre estos centros regionales y la capital. Las fuentes documentales sugieren, por ejemplo, que hubo un centro de recolección tributario en Tancítaro que atendía a buena parte del territorio hacia el suroeste, y el pueblo de Xacona es mencionado asimismo como uno de los cuatro centros administrativos del territorio tarasco y sede de uno de los cuatro caracha-capecha (administradores). El análisis de estas fuentes indica que la división en cuatro cuadrantes era más bien simbólica y que representaba el diseño cósmico de la empresa imperial. Otra sugerencia es que eran sitios donde se concentraba el ejército y que posiblemente jugaban también un papel en el sistema de recolección de tributo. Sabemos, por ejemplo, que las campañas militares de mayor envergadura fueron organizadas en Xacona, Tacámbaro y Zinapécuaro. Además, la evidencia arqueológica de Huandacareo (en la cuenca de Cuitzeo) y Zirizicuaro (al este de Uruapan) –dos centros administrativos tarascos en algún momento– sugiere que allí donde no había grandes centros de población los tarascos construyeron espacios públicos para manifestar su administración imperial, impartir justicia, celebrar rituales y enterrar líderes locales e imperiales. El poder de la dinastía central estaba vinculado directamente con todos los centros administrativos menores y el control directo ejercido sobre la toma de decisiones en un nivel local podría extenderse incluso hasta el nivel de las villas. Sabemos, por ejemplo, que el rey envió a un juez a resolver disputas en el pueblo de Tetlamán, cerca de Tepalcatepec (Carrasco 1969, 219). En la cuenca de Sayula, que fue incorporada en el imperio entre 1440 y 1500 d.C., la colonización durante el Preclásico y Clásico fue dispersa en pequeñas comunidades dedicadas a la explotación de la sal en la orilla del lago (Valdez y Liot 1994). En el Postclásico, el poblamiento se extendió hacia las zonas agrícolas del altiplano, al tiempo que los pueblos se agruparon en lo que los miembros del Proyecto Sayula llaman señoríos o cacicazgos. Hay evidencia de la ocupación tarasca (o de líderes locales que representaron al imperio), en los sitios más grandes asociados con cada pueblo local. En su análisis de la Visi-

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Las divisiones territoriales dentro del imperio

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tación de Caravajal, Navarrete Pellicer (1988) observa que en algunos de los pueblos dependientes de las cinco unidades administrativas para las cuales tenemos datos se enumeraron muchos más señores de los que esperaríamos encontrar en una estructura con este grado de centralización. Cree que esto indica un mayor control en el nivel local que el que sugiere la Relación de Michoacán. Dentro de las fronteras del reino tarasco y a lo largo de sus límites, hubo varios enclaves étnicos no-tarascos compuestos de pueblos diferentes que recibían de manos del rey tierras dentro de su territorio, o de pueblos no-tarascos que vivían en los límites militares. En el caso de los matlatzincas de la zona de Charo-Undámeo, sus comunidades fueron administradas en conjunto y encabezadas por Charo (Quezada Ramírez 1972, 43; Warren 1977, 247-250). Dado que era la sede de los nobles de más alto rango entre los matlatzincas, la elección de Charo como el centro administrativo quizá indique que los tarascos “se metieron” poco en la sociedad matlatzinca y que este grupo retuvo su estatus y su propia autoridad. Los enclaves étnicos sobre las fronteras militares a menudo pagaban su tributo en forma de servicios militares especializados. Muchos de esos centros fronterizos y pueblos fortificados eran lugares multiétnicos con hasta cuatro diferentes grupos, además de pequeños grupos de tarascos que habían sido enviados a colonizarlos. Eran administrados por separado por los mismos grupos étnicos. Así, por ejemplo, el gobernador tarasco que fue enviado a Acámbaro tenía a su cargo sólo la comunidad tarasca (RG Celaya 1985). Entonces, señores locales de estos grupos étnicos fueron seleccionados, con la aprobación del rey tarasco, a administrar sus pueblos. Cuando participaban en las campañas militares de los tarascos mantenían sus propias unidades militares, aunque éstas obedecían las órdenes de los líderes del imperio.

Conforme se extendía el territorio del imperio, el éxito económico y político de los tarascos del Postclásico tardío requirió que sus comunidades, cada vez más heterogéneas, fuesen integradas para agilizar la explotación económica de sus poblaciones y recursos y proteger la integridad de las fronteras imperiales. Esta integración fue diseñada para

servir a los intereses del centro político cerca del lago de Pátzcuaro o, más bien, a los de la elite sociopolítica que residía en la capital de Tzintzuntzan. Tierra adentro, los líderes locales trataban directamente con los representantes de la administración central (Relación de Michoacán 1956, Gilberti 1975, Lagunas 1983, Visitación de Caravajal en Warren 1977). Al parecer, el interior del imperio estaba bajo el control directo de la capital política. Todos los líderes locales fueron ratificados por la elite de Tzintzuntzan y podían ser reemplazados, o tener sus decisiones revocadas, por el rey. Se daba por hecho su lealtad y se consideraba inusitada la intervención del centro en asuntos locales (Relación de Michoacán 1956, 201-202). Esta lealtad a la dinastía real tarasca fue demostrada en varias ocasiones en el temprano periodo colonial (Warren 1977, 1985). En la segunda zona –la de la asimilación activa– hubo problemas de diferente índole. Muchos de los recursos básicos mediante los cuales la elite se identificaba provenían de esta zona: el cacao, las frutas tropicales, el algodón, el copal, las pieles de jaguar, las plumas de aves tropicales, el oro, la plata y el cobre y estaño (Gorenstein y Pollard 1983; Pollard 1993). Esta zona, que fue absorbida por el imperio expansionista sólo después de 1440, llegó a jugar un papel cada vez más importante en la conservación de la elite de la sociedad tarasca. Para que el reino lograra extenderse más allá de esta zona, la lealtad política de esos tributarios debía asegurarse. Aunque era poco probable que estallara una rebelión o insurrección en esta región de baja densidad demográfica, un evento de este tipo habría presionado fuertemente los recursos de los tarascos en el centro. Mediante su control del acceso a los puestos políticos, la elite central logró limitar el acceso de las elites locales al poder y al prestigio, que para entonces eran definidos por los tarascos. Los títulos de tierras en los dominios tarascos sólo eran legítimos si fueran otorgados a individuos y pueblos por el rey, se tratara de campos de cultivo, de derechos de pesca o de minería o de zonas de caza (Beltrán 1982, Carrasco 1986, Pollard 1993). Al extenderse la ideología política tarasca en la región, el acceso a recursos y al estatus social no fincado en ella se volvió ilegítimo y, con el paso del tiempo, se habría vuelto irrelevante, alentando aun más la asimilación de las elites locales a la etnicidad tarasca.

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Poder político, clase y etnicidad

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tación de Caravajal, Navarrete Pellicer (1988) observa que en algunos de los pueblos dependientes de las cinco unidades administrativas para las cuales tenemos datos se enumeraron muchos más señores de los que esperaríamos encontrar en una estructura con este grado de centralización. Cree que esto indica un mayor control en el nivel local que el que sugiere la Relación de Michoacán. Dentro de las fronteras del reino tarasco y a lo largo de sus límites, hubo varios enclaves étnicos no-tarascos compuestos de pueblos diferentes que recibían de manos del rey tierras dentro de su territorio, o de pueblos no-tarascos que vivían en los límites militares. En el caso de los matlatzincas de la zona de Charo-Undámeo, sus comunidades fueron administradas en conjunto y encabezadas por Charo (Quezada Ramírez 1972, 43; Warren 1977, 247-250). Dado que era la sede de los nobles de más alto rango entre los matlatzincas, la elección de Charo como el centro administrativo quizá indique que los tarascos “se metieron” poco en la sociedad matlatzinca y que este grupo retuvo su estatus y su propia autoridad. Los enclaves étnicos sobre las fronteras militares a menudo pagaban su tributo en forma de servicios militares especializados. Muchos de esos centros fronterizos y pueblos fortificados eran lugares multiétnicos con hasta cuatro diferentes grupos, además de pequeños grupos de tarascos que habían sido enviados a colonizarlos. Eran administrados por separado por los mismos grupos étnicos. Así, por ejemplo, el gobernador tarasco que fue enviado a Acámbaro tenía a su cargo sólo la comunidad tarasca (RG Celaya 1985). Entonces, señores locales de estos grupos étnicos fueron seleccionados, con la aprobación del rey tarasco, a administrar sus pueblos. Cuando participaban en las campañas militares de los tarascos mantenían sus propias unidades militares, aunque éstas obedecían las órdenes de los líderes del imperio.

Conforme se extendía el territorio del imperio, el éxito económico y político de los tarascos del Postclásico tardío requirió que sus comunidades, cada vez más heterogéneas, fuesen integradas para agilizar la explotación económica de sus poblaciones y recursos y proteger la integridad de las fronteras imperiales. Esta integración fue diseñada para

servir a los intereses del centro político cerca del lago de Pátzcuaro o, más bien, a los de la elite sociopolítica que residía en la capital de Tzintzuntzan. Tierra adentro, los líderes locales trataban directamente con los representantes de la administración central (Relación de Michoacán 1956, Gilberti 1975, Lagunas 1983, Visitación de Caravajal en Warren 1977). Al parecer, el interior del imperio estaba bajo el control directo de la capital política. Todos los líderes locales fueron ratificados por la elite de Tzintzuntzan y podían ser reemplazados, o tener sus decisiones revocadas, por el rey. Se daba por hecho su lealtad y se consideraba inusitada la intervención del centro en asuntos locales (Relación de Michoacán 1956, 201-202). Esta lealtad a la dinastía real tarasca fue demostrada en varias ocasiones en el temprano periodo colonial (Warren 1977, 1985). En la segunda zona –la de la asimilación activa– hubo problemas de diferente índole. Muchos de los recursos básicos mediante los cuales la elite se identificaba provenían de esta zona: el cacao, las frutas tropicales, el algodón, el copal, las pieles de jaguar, las plumas de aves tropicales, el oro, la plata y el cobre y estaño (Gorenstein y Pollard 1983; Pollard 1993). Esta zona, que fue absorbida por el imperio expansionista sólo después de 1440, llegó a jugar un papel cada vez más importante en la conservación de la elite de la sociedad tarasca. Para que el reino lograra extenderse más allá de esta zona, la lealtad política de esos tributarios debía asegurarse. Aunque era poco probable que estallara una rebelión o insurrección en esta región de baja densidad demográfica, un evento de este tipo habría presionado fuertemente los recursos de los tarascos en el centro. Mediante su control del acceso a los puestos políticos, la elite central logró limitar el acceso de las elites locales al poder y al prestigio, que para entonces eran definidos por los tarascos. Los títulos de tierras en los dominios tarascos sólo eran legítimos si fueran otorgados a individuos y pueblos por el rey, se tratara de campos de cultivo, de derechos de pesca o de minería o de zonas de caza (Beltrán 1982, Carrasco 1986, Pollard 1993). Al extenderse la ideología política tarasca en la región, el acceso a recursos y al estatus social no fincado en ella se volvió ilegítimo y, con el paso del tiempo, se habría vuelto irrelevante, alentando aun más la asimilación de las elites locales a la etnicidad tarasca.

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Poder político, clase y etnicidad

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En la zona de segregación étnica cerca de las fronteras militares, se conseguía la lealtad a la elite tarasca a cambio de la protección y seguridad que brindaba su estructura militar imperial. Administradores fueron enviados desde el centro político para relacionarse con la población local y así cimentar su lealtad. Esos pueblos fueron vistos más bien como “aliados-súbditos” y no como simples súbditos, y el tributo que enviaban podía consistir de prisioneros de guerra y esclavos (Relaciones geográficas 1987). Era deseable incorporar a estas zonas de segregación en el imperio, ya que el riesgo que corrían los tarascos de perder su lealtad era compensado por los beneficios que lograban al usar a sus poblaciones como apoyo militar, víctimas de sacrificio e intermediarios económicos con los pueblos vecinos. Carlos Herrejón Peredo (1978) ha descrito el valioso papel que jugaron los pueblos matlatzincas y otomíes (en la frontera oriental y en los enclaves de Charo-Undámeo) en repeler la campaña militar azteca de 1476-1477, un apoyo que provocó duras represalias de parte de los aztecas en el valle de Toluca que provocaron un mayor éxodo de refugiados hacia el territorio tarasco.

67, 403). La actividad comercial incluía el alquiler de servicios como acarrear agua (RM 1956, 114), moler maíz (RM 1956, 114), mendigar por comida y vender esclavos (RM 1956,92, 178). No hay evidencia que sugiera que los mercados fuesen controlados o regulados por el gobierno, aunque la Relación de Michoacán incluye una detallada descripción del sistema judicial de los tarascos. Sabemos que el rey suspendió la actividad comercial sólo en dos ocasiones: cuando murió un monarca tarasco, y cuando los españoles arribaron en su capital (RM 1956, 246, 223), dos acontecimientos a todas luces extraordinarios, pero que sí indican que a final de cuentas el comercio estaba subordinado al control político central. El sistema tributario

Las fuentes primarias que mencionan las redes económicas tarascas dicen relativamente poco acerca del mercado o de los mercados, aunque es sabido que los hubo y podemos localizar algunos centros de este tipo (RM 1956, 223, 61, 92, 114, respectivamente). Gilberti (1559) anotó los vocablos tarascos para decir “comercio” (mayapeni), “intercambio” (mayapecua), “comerciante” (mayapeti), y “sitio de mercado” (mayapeto) (1975,

La principal agencia del imperio en cuanto al intercambio económico fue su vasta red tributaria centralizada y jerárquicamente organizada (véase especialmente, RM 1956, Gorenstein y Pollard 1983, Pollard 1993). Aunque en el fondo el sistema tributario era una institución política, el grueso de los artículos provenientes de diferentes zonas del imperio que pasaron por sus múltiples niveles acababa depositándose en los almacenes centrales de la capital en Tzintzuntzan. Fuesen consumidos en la cuenca por la familia real, la burocracia política y los funcionarios religiosos de los templos imperiales, entregados como regalos a emisarios foráneos o repartidos entre la población local en épocas de escasez, esos bienes representaron parte importante de la economía local. Además, fueron utilizados para sostener al ejército, que en épocas de guerra habría reclutado a muchos hombres del centro de Michoacán. El sistema tributario estaba bajo el control total de la familia real en Tzintzuntzan. Se recolectaba el tributo en forma regular (por ejemplo, cada 80 días, véase Warren 1968) en centros regionales, cada uno de los cuales tenía una serie de tributarios conocidos. Los burócratas encargados de recolectar, almacenar y distribuir el tributo están descritos en detalle en la Relación de Michoacán. El tributo podía pagarse en la forma de bienes o servicios. A nivel local, fue usado para el sustento de los representantes locales del imperio (tanto administrativos como religiosos) y sólo una parte fue trasladada al centro regional de recolección. Desde

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LA ECONOMÍA POLÍTICA DEL IMPERIO Los bienes y servicios fluyeron a través de varios canales institucionales que podemos separar en dos clases básicas: 1) mercados locales y regionales; y 2) agencias controladas por el imperio. Se cree que estas últimas incluyeron la red tributaria, los comerciantes oficiales dedicados al comercio a distancia, los campos agrícolas, bosques y minas imperiales y el intercambio oficial de regalos. El comercio mercantil

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En la zona de segregación étnica cerca de las fronteras militares, se conseguía la lealtad a la elite tarasca a cambio de la protección y seguridad que brindaba su estructura militar imperial. Administradores fueron enviados desde el centro político para relacionarse con la población local y así cimentar su lealtad. Esos pueblos fueron vistos más bien como “aliados-súbditos” y no como simples súbditos, y el tributo que enviaban podía consistir de prisioneros de guerra y esclavos (Relaciones geográficas 1987). Era deseable incorporar a estas zonas de segregación en el imperio, ya que el riesgo que corrían los tarascos de perder su lealtad era compensado por los beneficios que lograban al usar a sus poblaciones como apoyo militar, víctimas de sacrificio e intermediarios económicos con los pueblos vecinos. Carlos Herrejón Peredo (1978) ha descrito el valioso papel que jugaron los pueblos matlatzincas y otomíes (en la frontera oriental y en los enclaves de Charo-Undámeo) en repeler la campaña militar azteca de 1476-1477, un apoyo que provocó duras represalias de parte de los aztecas en el valle de Toluca que provocaron un mayor éxodo de refugiados hacia el territorio tarasco.

67, 403). La actividad comercial incluía el alquiler de servicios como acarrear agua (RM 1956, 114), moler maíz (RM 1956, 114), mendigar por comida y vender esclavos (RM 1956,92, 178). No hay evidencia que sugiera que los mercados fuesen controlados o regulados por el gobierno, aunque la Relación de Michoacán incluye una detallada descripción del sistema judicial de los tarascos. Sabemos que el rey suspendió la actividad comercial sólo en dos ocasiones: cuando murió un monarca tarasco, y cuando los españoles arribaron en su capital (RM 1956, 246, 223), dos acontecimientos a todas luces extraordinarios, pero que sí indican que a final de cuentas el comercio estaba subordinado al control político central. El sistema tributario

Las fuentes primarias que mencionan las redes económicas tarascas dicen relativamente poco acerca del mercado o de los mercados, aunque es sabido que los hubo y podemos localizar algunos centros de este tipo (RM 1956, 223, 61, 92, 114, respectivamente). Gilberti (1559) anotó los vocablos tarascos para decir “comercio” (mayapeni), “intercambio” (mayapecua), “comerciante” (mayapeti), y “sitio de mercado” (mayapeto) (1975,

La principal agencia del imperio en cuanto al intercambio económico fue su vasta red tributaria centralizada y jerárquicamente organizada (véase especialmente, RM 1956, Gorenstein y Pollard 1983, Pollard 1993). Aunque en el fondo el sistema tributario era una institución política, el grueso de los artículos provenientes de diferentes zonas del imperio que pasaron por sus múltiples niveles acababa depositándose en los almacenes centrales de la capital en Tzintzuntzan. Fuesen consumidos en la cuenca por la familia real, la burocracia política y los funcionarios religiosos de los templos imperiales, entregados como regalos a emisarios foráneos o repartidos entre la población local en épocas de escasez, esos bienes representaron parte importante de la economía local. Además, fueron utilizados para sostener al ejército, que en épocas de guerra habría reclutado a muchos hombres del centro de Michoacán. El sistema tributario estaba bajo el control total de la familia real en Tzintzuntzan. Se recolectaba el tributo en forma regular (por ejemplo, cada 80 días, véase Warren 1968) en centros regionales, cada uno de los cuales tenía una serie de tributarios conocidos. Los burócratas encargados de recolectar, almacenar y distribuir el tributo están descritos en detalle en la Relación de Michoacán. El tributo podía pagarse en la forma de bienes o servicios. A nivel local, fue usado para el sustento de los representantes locales del imperio (tanto administrativos como religiosos) y sólo una parte fue trasladada al centro regional de recolección. Desde

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LA ECONOMÍA POLÍTICA DEL IMPERIO Los bienes y servicios fluyeron a través de varios canales institucionales que podemos separar en dos clases básicas: 1) mercados locales y regionales; y 2) agencias controladas por el imperio. Se cree que estas últimas incluyeron la red tributaria, los comerciantes oficiales dedicados al comercio a distancia, los campos agrícolas, bosques y minas imperiales y el intercambio oficial de regalos. El comercio mercantil

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estos centros, se enviaba el tributo acumulado a Tzintzuntzan o también a las fronteras militares. Los artículos más comúnmente mencionados en las listas de tributo de la capital son el maíz y las telas y prendas de algodón. Otros bienes que también aparecen con cierta frecuencia son esclavos, víctimas de sacrificio (provenientes de las zonas fronterizas), servicios domésticos, objetos metálicos, armas, frutas tropicales, cacao, algodón (crudo), guajes, pieles de animal (jaguar, etc.), plumas de aves tropicales, oro, plata y cobre. Otros artículos que circulaban en los mercados y que son mencionados ocasionalmente con relación al tributo son: sal, frijol, chile, conejos, pavos, miel, pulque, plumas de pájaros locales y vasijas de barro.

rren 1968, 47, 50). Esto sugiere que el monarca enviaba a los trabajadores a las minas según sus propias necesidades, lo que parecería indicar una relación distinta a la del simple pago de tributo (véase Pollard, 1994, para una discusión detallada de la relación entre el gobierno y las minas). Sabemos también que artículos como frutas tropicales, algodón, tela de algodón y objetos metálicos fabricados llegaron a Tzintzuntzan como regalos entregados por visitantes foráneos y otros líderes tarascos (RM 1956, 228, 238). Los artesanos asociados con el palacio en Tzintzuntzan producían una amplia gama de bienes para la casa real: cestería, tapetes, alfarería, artículos hechos con plumas y objetos metálicos elaborados con oro, plata y cobre (RM 1956, 173-180, Pollard 1972). Además, unos 3 000 albañiles trabajaban en la construcción de edificios públicos (RM 1956, 174175). No está claro si estas personas dependían de la casa real o si pagaban tributo en forma de actividades y bienes especiales. El último mecanismo especializado e institucionalizado mediante el cual fluían los bienes hacia la cuenca de Pátzcuaro consistía de comerciantes oficiales encargados del intercambio a distancia. Al parecer, esos mercaderes fueron retenidos por la casa real para proveerla de bienes escasos y especializados que sólo podían obtenerse en los límites del imperio o, incluso, fuera de éste (RM 1956, 171-172). Las fuentes no indican si vendían parte de sus mercancías en los mercados regionales o el de Tzintzuntzan. Una mención de mercaderes que vendían esclavos (RM 1956, 184), podría referirse a estos especialistas o bien a personas de la localidad que manejaban exclusivamente productos también locales.

Los recursos propiedad del imperio Además de la red tributaria, el imperio controlaba las tierras de la cuenca de Pátzcuaro y de otros sitios, donde se producían los alimentos para el consumo de la familia real, los nobles de mayor rango y los asistentes de los templos (RM 1956, 173-180). Es posible que algunos de estos campos fueron sembrados con maguey, según indican algunas de las ilustraciones de la Relación de Michoacán y el sitio de Aterio en la orilla sur del lago (Atero: lugar de miel de maguey). Un indicador del valor de estas tierras es que se estipulaba la pena capital en casos de “negligencia” respecto de las “tierras del rey” o de “dañar el maguey” (RM 1956, 12). La familia real parece haber tenido asimismo derechos exclusivos a los productos de ciertos bosques locales, incluida la madera, la leña, el venado y los conejos (Ibid.). De manera similar, se refiere que las aves del lago y, en menor grado, el pescado, fueron entregados a la familia real por los cazadores de patos y los pescadores reales (Ibid.). Es posible que estos bienes formaran parte del tributo que se extraía a las villas tributarias de la zona lacustre en forma de servicios. Alternativamente, quizá reflejen los derechos que ejercía la elite sobre ciertos recursos. Hay indicaciones de que algunas minas de cobre fueron explotadas en forma directa por el imperio. En un documento de 1533, los obreros de la región productora de cobre de Turicato-La Huacana-Sinagua en la parte central de la cuenca del Balsas, indicaron que entregaban el cobre a Tzintzuntzan cada 80 días o bien cada vez que el rey se lo pedía (Wa1 3 2

RELACIONES ENTRE EL CENTRO Y LOS MERCADOS LOCALES, REGIONALES E INTERNACIONALES

La gente común obtenía sus bienes en los mercados locales o mediante actividades de subsistencia, mientras que la elite conseguía los suyos más bien a través de agencias controladas por el imperio, especialmente las que tenían a su cargo los campos y los usufructos imperiales. Esto significa que los pueblos que tenían acceso inmediato a recursos valiosos (tierras agrícolas de primera, pantanos, zonas de pesca) podían in1 3 3

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estos centros, se enviaba el tributo acumulado a Tzintzuntzan o también a las fronteras militares. Los artículos más comúnmente mencionados en las listas de tributo de la capital son el maíz y las telas y prendas de algodón. Otros bienes que también aparecen con cierta frecuencia son esclavos, víctimas de sacrificio (provenientes de las zonas fronterizas), servicios domésticos, objetos metálicos, armas, frutas tropicales, cacao, algodón (crudo), guajes, pieles de animal (jaguar, etc.), plumas de aves tropicales, oro, plata y cobre. Otros artículos que circulaban en los mercados y que son mencionados ocasionalmente con relación al tributo son: sal, frijol, chile, conejos, pavos, miel, pulque, plumas de pájaros locales y vasijas de barro.

rren 1968, 47, 50). Esto sugiere que el monarca enviaba a los trabajadores a las minas según sus propias necesidades, lo que parecería indicar una relación distinta a la del simple pago de tributo (véase Pollard, 1994, para una discusión detallada de la relación entre el gobierno y las minas). Sabemos también que artículos como frutas tropicales, algodón, tela de algodón y objetos metálicos fabricados llegaron a Tzintzuntzan como regalos entregados por visitantes foráneos y otros líderes tarascos (RM 1956, 228, 238). Los artesanos asociados con el palacio en Tzintzuntzan producían una amplia gama de bienes para la casa real: cestería, tapetes, alfarería, artículos hechos con plumas y objetos metálicos elaborados con oro, plata y cobre (RM 1956, 173-180, Pollard 1972). Además, unos 3 000 albañiles trabajaban en la construcción de edificios públicos (RM 1956, 174175). No está claro si estas personas dependían de la casa real o si pagaban tributo en forma de actividades y bienes especiales. El último mecanismo especializado e institucionalizado mediante el cual fluían los bienes hacia la cuenca de Pátzcuaro consistía de comerciantes oficiales encargados del intercambio a distancia. Al parecer, esos mercaderes fueron retenidos por la casa real para proveerla de bienes escasos y especializados que sólo podían obtenerse en los límites del imperio o, incluso, fuera de éste (RM 1956, 171-172). Las fuentes no indican si vendían parte de sus mercancías en los mercados regionales o el de Tzintzuntzan. Una mención de mercaderes que vendían esclavos (RM 1956, 184), podría referirse a estos especialistas o bien a personas de la localidad que manejaban exclusivamente productos también locales.

Los recursos propiedad del imperio Además de la red tributaria, el imperio controlaba las tierras de la cuenca de Pátzcuaro y de otros sitios, donde se producían los alimentos para el consumo de la familia real, los nobles de mayor rango y los asistentes de los templos (RM 1956, 173-180). Es posible que algunos de estos campos fueron sembrados con maguey, según indican algunas de las ilustraciones de la Relación de Michoacán y el sitio de Aterio en la orilla sur del lago (Atero: lugar de miel de maguey). Un indicador del valor de estas tierras es que se estipulaba la pena capital en casos de “negligencia” respecto de las “tierras del rey” o de “dañar el maguey” (RM 1956, 12). La familia real parece haber tenido asimismo derechos exclusivos a los productos de ciertos bosques locales, incluida la madera, la leña, el venado y los conejos (Ibid.). De manera similar, se refiere que las aves del lago y, en menor grado, el pescado, fueron entregados a la familia real por los cazadores de patos y los pescadores reales (Ibid.). Es posible que estos bienes formaran parte del tributo que se extraía a las villas tributarias de la zona lacustre en forma de servicios. Alternativamente, quizá reflejen los derechos que ejercía la elite sobre ciertos recursos. Hay indicaciones de que algunas minas de cobre fueron explotadas en forma directa por el imperio. En un documento de 1533, los obreros de la región productora de cobre de Turicato-La Huacana-Sinagua en la parte central de la cuenca del Balsas, indicaron que entregaban el cobre a Tzintzuntzan cada 80 días o bien cada vez que el rey se lo pedía (Wa1 3 2

RELACIONES ENTRE EL CENTRO Y LOS MERCADOS LOCALES, REGIONALES E INTERNACIONALES

La gente común obtenía sus bienes en los mercados locales o mediante actividades de subsistencia, mientras que la elite conseguía los suyos más bien a través de agencias controladas por el imperio, especialmente las que tenían a su cargo los campos y los usufructos imperiales. Esto significa que los pueblos que tenían acceso inmediato a recursos valiosos (tierras agrícolas de primera, pantanos, zonas de pesca) podían in1 3 3

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tercambiar sus excedentes en el mercado por artículos no-locales. Por ejemplo, antes de ser exportado a través de los mercados regionales, el pescado era secado para conservarlo y reducir su peso sin que perdiera su valor nutricional. Otros pueblos, más al centro del imperio, se dedicaban a producir bienes de manufactura como cestos, petates, vasijas de barro y objetos metálicos. El papel de las redes comerciales regionales que integraron todo el imperio e, incluso, atravesaban sus fronteras, puede documentarse gracias al movimiento de ciertos bienes cuyos lugares de origen en Michoacán son bien conocidos y cuya distribución se efectuaba a través de los mercados; aunque por estas limitantes sólo podemos hablar de la obsidiana (Darras 1998, Esparza López 1999, Healan 1997, Pollard et al. 1998, Pollard y Vogel 1994) y de la sal (Williams 1999). Estas dos mercancías fueron distribuidas a lo largo y ancho del territorio imperial, desde la meseta central hasta la tierra caliente, por ejemplo, obsidiana de Zináparo (Esparza López 1999). Algunos alimentos también circulaban en los mercados regionales y hemos identificado dos zonas que proveían de alimentos a la cuenca de Pátzcuaro: el área de Asajo al noroeste, que abarca las ricas tierras agrícolas de Comanja y Naranja, y la región de Curinguaro, al sureste, con los campos de Tiripitío y Huiramba (Caravajal 1523 en Warren 1985, RM 1956, Relación Geográfica de Tiripitío; véase asimismo Pollard 1993). Por su parte, la nobleza y posiblemente los comerciantes, artesanos y otros especialistas, participaban sólo un mínimo en las operaciones del mercado. Ellos obtenían productos de este tipo porque eran los dueños de las minas imperiales o los comerciantes oficiales del imperio, o porque controlaban el tributo o, en el caso de los prisioneros de guerra, porque formaban parte del ejército. Los bienes importados para la elite provenían de todos los rincones del imperio tarasco y más allá de sus fronteras.

Respecto de los bienes exóticos, sabemos que la turquesa y el peyote llegaban desde tierras más allá de las fronteras del imperio hacia el noroeste, las conchas marinas de la costa del Pacífico, el cacao de la delta

del río Balsas, la obsidiana y otras piedras del centro-oriente de México y del occidente de Jalisco, y la serpentina, el jade, el ámbar y las piritas de Oaxaca y puntos más al sur. No hay evidencia de la importación de cerámica desde más allá de las fronteras imperiales. Los escasos tiestos exóticos que se han encontrado son, por lo general, del tipo Negro sobre Naranja azteca III, descubiertos en contextos asociados con las misiones diplomáticas entre los imperios azteca y tarasco, en el palacio del rey tarasco y en las fortalezas fronterizas (Pollard 1993). Entre más alejada se encontraba la fuente de esos artículos, menos canales de adquisición había y más infrecuente su uso. La función de estas importaciones era en buena medida (aunque no exclusivamente) para señalar las diferencias de estatus entre los miembros de la elite y el resto de la sociedad (es decir, fueron bienes “de lujo”). En la actualidad, sólo hay dos tipos de mercancía cuya exportación al resto de Mesoamérica podemos documentar: ciertos alimentos y objetos metálicos fabricados, especialmente con bronce y aleados de este metal. La familiaridad de la nobleza azteca con el pescado, los trabajos con plumas y los productos de madera de Michoacán (Sahagún tomo 10, 41), podría deberse al hecho de que estos artículos cruzaban la frontera militar oriental, aunque no hay evidencia independiente de ese comercio. Sahagún (tomo 10, 66-67) indica que se vendía el maíz y el chile de Michoacán en el gran mercado azteca de Tlatelolco. Dada la demanda de estos productos en el Michoacán central y las distancias implicadas para su transporte, la única región del estado de donde pudieron haber salido era la frontera, especialmente la parte oriental de la cuenca de Cuitzeo. Esta zona en el noreste del reino tarasco era suficientemente productivo como para exportar mercancías básicas y también suficientemente cercano a la zona controlada por los aztecas en la parte superior del río Lerma. Entre los artículos metálicos que encontramos fuera de los límites del imperio tarasco, hay numerosos objetos hechos de aleados de cobre y bronce de diseño y fabricación tarasca (Hosler 1994). Muchos artículos de metal fueron minados y fabricados en el reino tarasco y luego exportados a varias partes de Mesoamérica, como son Morelos, Oaxaca, Soconusco, Veracruz y Belice (Hosler y MacFarlane 1996). Algunos artículos fueron elaborados con metales provenientes de Jalisco en la

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El intercambio internacional

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tercambiar sus excedentes en el mercado por artículos no-locales. Por ejemplo, antes de ser exportado a través de los mercados regionales, el pescado era secado para conservarlo y reducir su peso sin que perdiera su valor nutricional. Otros pueblos, más al centro del imperio, se dedicaban a producir bienes de manufactura como cestos, petates, vasijas de barro y objetos metálicos. El papel de las redes comerciales regionales que integraron todo el imperio e, incluso, atravesaban sus fronteras, puede documentarse gracias al movimiento de ciertos bienes cuyos lugares de origen en Michoacán son bien conocidos y cuya distribución se efectuaba a través de los mercados; aunque por estas limitantes sólo podemos hablar de la obsidiana (Darras 1998, Esparza López 1999, Healan 1997, Pollard et al. 1998, Pollard y Vogel 1994) y de la sal (Williams 1999). Estas dos mercancías fueron distribuidas a lo largo y ancho del territorio imperial, desde la meseta central hasta la tierra caliente, por ejemplo, obsidiana de Zináparo (Esparza López 1999). Algunos alimentos también circulaban en los mercados regionales y hemos identificado dos zonas que proveían de alimentos a la cuenca de Pátzcuaro: el área de Asajo al noroeste, que abarca las ricas tierras agrícolas de Comanja y Naranja, y la región de Curinguaro, al sureste, con los campos de Tiripitío y Huiramba (Caravajal 1523 en Warren 1985, RM 1956, Relación Geográfica de Tiripitío; véase asimismo Pollard 1993). Por su parte, la nobleza y posiblemente los comerciantes, artesanos y otros especialistas, participaban sólo un mínimo en las operaciones del mercado. Ellos obtenían productos de este tipo porque eran los dueños de las minas imperiales o los comerciantes oficiales del imperio, o porque controlaban el tributo o, en el caso de los prisioneros de guerra, porque formaban parte del ejército. Los bienes importados para la elite provenían de todos los rincones del imperio tarasco y más allá de sus fronteras.

Respecto de los bienes exóticos, sabemos que la turquesa y el peyote llegaban desde tierras más allá de las fronteras del imperio hacia el noroeste, las conchas marinas de la costa del Pacífico, el cacao de la delta

del río Balsas, la obsidiana y otras piedras del centro-oriente de México y del occidente de Jalisco, y la serpentina, el jade, el ámbar y las piritas de Oaxaca y puntos más al sur. No hay evidencia de la importación de cerámica desde más allá de las fronteras imperiales. Los escasos tiestos exóticos que se han encontrado son, por lo general, del tipo Negro sobre Naranja azteca III, descubiertos en contextos asociados con las misiones diplomáticas entre los imperios azteca y tarasco, en el palacio del rey tarasco y en las fortalezas fronterizas (Pollard 1993). Entre más alejada se encontraba la fuente de esos artículos, menos canales de adquisición había y más infrecuente su uso. La función de estas importaciones era en buena medida (aunque no exclusivamente) para señalar las diferencias de estatus entre los miembros de la elite y el resto de la sociedad (es decir, fueron bienes “de lujo”). En la actualidad, sólo hay dos tipos de mercancía cuya exportación al resto de Mesoamérica podemos documentar: ciertos alimentos y objetos metálicos fabricados, especialmente con bronce y aleados de este metal. La familiaridad de la nobleza azteca con el pescado, los trabajos con plumas y los productos de madera de Michoacán (Sahagún tomo 10, 41), podría deberse al hecho de que estos artículos cruzaban la frontera militar oriental, aunque no hay evidencia independiente de ese comercio. Sahagún (tomo 10, 66-67) indica que se vendía el maíz y el chile de Michoacán en el gran mercado azteca de Tlatelolco. Dada la demanda de estos productos en el Michoacán central y las distancias implicadas para su transporte, la única región del estado de donde pudieron haber salido era la frontera, especialmente la parte oriental de la cuenca de Cuitzeo. Esta zona en el noreste del reino tarasco era suficientemente productivo como para exportar mercancías básicas y también suficientemente cercano a la zona controlada por los aztecas en la parte superior del río Lerma. Entre los artículos metálicos que encontramos fuera de los límites del imperio tarasco, hay numerosos objetos hechos de aleados de cobre y bronce de diseño y fabricación tarasca (Hosler 1994). Muchos artículos de metal fueron minados y fabricados en el reino tarasco y luego exportados a varias partes de Mesoamérica, como son Morelos, Oaxaca, Soconusco, Veracruz y Belice (Hosler y MacFarlane 1996). Algunos artículos fueron elaborados con metales provenientes de Jalisco en la

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frontera occidental del imperio (o, incluso, más allá de ella), pero no sabemos si fueron minados y fabricados allí o si el metal y/o los lingotes fueron importados –mediante el comercio o el tributo– y luego transformados en objetos en el territorio imperial. Es probable que fueron exportados por los comerciantes a distancia de los tarascos, aunque sólo conocemos las mercancías que ellos recibían a cambio, más no las que ofrecían (RM 1956). Como señalan Hosler y MacFarlane (1996), evidencia encontrada en Soconusco sugiere una posible vía de exportación: el traslado de productos en canoa desde el puerto de Zacatula en la desembocadura del Balsas para su distribución en la parte sur de Mesoamérica. Está documentado que la fortaleza de Taximaroa fue un importante puerto comercial para los comerciantes tarascos y aztecas (Pollard 1993). Finalmente, se ha pensado a menudo que los comerciantes tarascos controlaban el flujo de la turquesa desde el sureste de Estados Unidos al centro de México (Weigand y Weigand 1996, 125), ya que dominaban el tramo del río Lerma entre el lago de Chapala y Acámbaro. Aunque es cierto que obtenían turquesa para usarla en el reino, no hay evidencia directa de que regían el acceso de otros comerciantes mexicanos a este material.

La creación del imperio tarasco fue acompañada del establecimiento de una nueva ideología, las raíces de la cual provenían de las diferentes tradiciones culturales características de las poblaciones michoacanas del Postclásico y de las distintas maneras en que ellas se relacionaban con la emergente elite (véase Pollard 1993). Entre las varias deidades que conocemos, las que más se mencionan son Cuerauáperi, Curicaueri y Xarátanga. Al parecer, estos dioses estaban relacionados con el mayor número de templos construidos, además de estar vinculados directamente con el imperio tarasco (véase Monzón en prensa, para los distintos deletreos y traducciones de los nombres de esas deidades). La tierra era concebida a la vez como un plato cóncavo y como el cuerpo de la gran diosa creadora Cuerauáperi, quien representaba las fuerzas que contro-

laban la fertilidad, incluidas la lluvia, el parto y la muerte. Cuerauáperi también era la madre de todos los dioses y fue venerada activamente en todo el territorio tarasco (RM 1980, 15-17). El sol fue personificado por Curicaueri, el gran dios ardiente y el dios del fuego. El original dios patrón de la dinastía real tarasca y de linaje chichimeca, Curicaueri era un guerrero y el dios de la cacería. La diosa de la luna, Xarátanga, era hija de la creadora de la tierra y esposa del sol. Estaba asociada con el trabajo de parto y la fertilidad. Los dioses patronales de algunos pueblos fueron reinterpretados en el sistema dual de los cuatro cuadrantes (los cuatro hermanos de Curicaueri) y cinco direcciones, para unir a todos los dioses del sol de tal manera que la cuenca de Pátzcuaro emergiera como el centro cósmico. De manera similar, el arte tarasco reflejaba el común legado mesoamericano del México Postclásico, al tiempo que mostró ciertos rasgos encontrados sólo dentro de los límites del México occidental o bien exclusivos de la civilización tarasca. Una forma piramidal especializada (la yácata) fue erigida en los principales centros religiosos asociados con el dios del sol tarasco, Curicaueri. Los templos y las residencias de la elite tenían dinteles, portales y postes de madera tallada con pintura en estas últimas y en las paredes. De hecho, la cultura tarasca utilizó la madera como su principal material de construcción, a diferencia de los pueblos al este y al sur, que usaban materiales como el bajareque, el adobe y la piedra. La madera también era convertida en muebles, pilastras para las casas, canoas, armas, tambores ceremoniales y figuritas. Entre las esculturas en piedra hemos encontrado un chacmool y algunas figuritas de animales hechos de basalto. Buena parte del arte tarasco fue elaborado con materiales perecederos que sólo rara vez han sobrevivido, como madera tallada, artesanías hechas con plumas y textiles. El medio más abundante disponible a los tarascos para expresar sus creencias y estilos fue la alfarería. Algunas de sus estilos de cerámica eran del uso exclusivo de la elite, mientras que otros fueron utilizados para ofrendas rituales o jugaban algún papel en las principales ceremonias religiosas y políticas. Esas piezas fueron caracterizadas por su extensa decoración, su fino acabado y su estilo más bien no-representacional. Tanto en su estilo como en su forma, el trabajo metalúrgico de los tarascos era distinto al de los pueblos contemporáneos en el centro y sur de

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LA IDEOLOGÍA Y LAS ELITES IMPERIALES

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frontera occidental del imperio (o, incluso, más allá de ella), pero no sabemos si fueron minados y fabricados allí o si el metal y/o los lingotes fueron importados –mediante el comercio o el tributo– y luego transformados en objetos en el territorio imperial. Es probable que fueron exportados por los comerciantes a distancia de los tarascos, aunque sólo conocemos las mercancías que ellos recibían a cambio, más no las que ofrecían (RM 1956). Como señalan Hosler y MacFarlane (1996), evidencia encontrada en Soconusco sugiere una posible vía de exportación: el traslado de productos en canoa desde el puerto de Zacatula en la desembocadura del Balsas para su distribución en la parte sur de Mesoamérica. Está documentado que la fortaleza de Taximaroa fue un importante puerto comercial para los comerciantes tarascos y aztecas (Pollard 1993). Finalmente, se ha pensado a menudo que los comerciantes tarascos controlaban el flujo de la turquesa desde el sureste de Estados Unidos al centro de México (Weigand y Weigand 1996, 125), ya que dominaban el tramo del río Lerma entre el lago de Chapala y Acámbaro. Aunque es cierto que obtenían turquesa para usarla en el reino, no hay evidencia directa de que regían el acceso de otros comerciantes mexicanos a este material.

La creación del imperio tarasco fue acompañada del establecimiento de una nueva ideología, las raíces de la cual provenían de las diferentes tradiciones culturales características de las poblaciones michoacanas del Postclásico y de las distintas maneras en que ellas se relacionaban con la emergente elite (véase Pollard 1993). Entre las varias deidades que conocemos, las que más se mencionan son Cuerauáperi, Curicaueri y Xarátanga. Al parecer, estos dioses estaban relacionados con el mayor número de templos construidos, además de estar vinculados directamente con el imperio tarasco (véase Monzón en prensa, para los distintos deletreos y traducciones de los nombres de esas deidades). La tierra era concebida a la vez como un plato cóncavo y como el cuerpo de la gran diosa creadora Cuerauáperi, quien representaba las fuerzas que contro-

laban la fertilidad, incluidas la lluvia, el parto y la muerte. Cuerauáperi también era la madre de todos los dioses y fue venerada activamente en todo el territorio tarasco (RM 1980, 15-17). El sol fue personificado por Curicaueri, el gran dios ardiente y el dios del fuego. El original dios patrón de la dinastía real tarasca y de linaje chichimeca, Curicaueri era un guerrero y el dios de la cacería. La diosa de la luna, Xarátanga, era hija de la creadora de la tierra y esposa del sol. Estaba asociada con el trabajo de parto y la fertilidad. Los dioses patronales de algunos pueblos fueron reinterpretados en el sistema dual de los cuatro cuadrantes (los cuatro hermanos de Curicaueri) y cinco direcciones, para unir a todos los dioses del sol de tal manera que la cuenca de Pátzcuaro emergiera como el centro cósmico. De manera similar, el arte tarasco reflejaba el común legado mesoamericano del México Postclásico, al tiempo que mostró ciertos rasgos encontrados sólo dentro de los límites del México occidental o bien exclusivos de la civilización tarasca. Una forma piramidal especializada (la yácata) fue erigida en los principales centros religiosos asociados con el dios del sol tarasco, Curicaueri. Los templos y las residencias de la elite tenían dinteles, portales y postes de madera tallada con pintura en estas últimas y en las paredes. De hecho, la cultura tarasca utilizó la madera como su principal material de construcción, a diferencia de los pueblos al este y al sur, que usaban materiales como el bajareque, el adobe y la piedra. La madera también era convertida en muebles, pilastras para las casas, canoas, armas, tambores ceremoniales y figuritas. Entre las esculturas en piedra hemos encontrado un chacmool y algunas figuritas de animales hechos de basalto. Buena parte del arte tarasco fue elaborado con materiales perecederos que sólo rara vez han sobrevivido, como madera tallada, artesanías hechas con plumas y textiles. El medio más abundante disponible a los tarascos para expresar sus creencias y estilos fue la alfarería. Algunas de sus estilos de cerámica eran del uso exclusivo de la elite, mientras que otros fueron utilizados para ofrendas rituales o jugaban algún papel en las principales ceremonias religiosas y políticas. Esas piezas fueron caracterizadas por su extensa decoración, su fino acabado y su estilo más bien no-representacional. Tanto en su estilo como en su forma, el trabajo metalúrgico de los tarascos era distinto al de los pueblos contemporáneos en el centro y sur de

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LA IDEOLOGÍA Y LAS ELITES IMPERIALES

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México, prueba tanto de la antigua tradición metalúrgica en el occidente de México y de los cánones de diseño propios de los tarascos (Hosler 1994). Sólo el diseño de sus trabajos en oro indica nexos con el centro y sur de México. La medida en que los tarascos participaron en el sistema de estilos y símbolos internacionales del Postclásico no está clara (véase Berdan y Smith 2003). El lenguaje tarasco tiene palabras para decir “escribano” (carari) y “escribir, pintar” (carani) (Gilberti 1975), pero los únicos códices o lienzos conocidos de su territorio imperial datan del periodo colonial. Roskamp enumera 19 documentos pictográficos, incluida la Relación de Michoacán con sus 44 ilustraciones (1999, 75). Varios de estos documentos (como el Lienzo de Jucutacato), muestran reclamos de tierras por parte de pueblos nahuas en el imperio, aunque otros representan a poblaciones étnicamente tarascas (por ejemplo, los Títulos de Carapan). Todos, sin embargo, están elaborados en el estilo de los códices aztecas. Así, tanto en sus creencias como en su arte, los tarascos y el Estado tarasco compartían la tecnología y la ideología básicas del Postclásico mesoamericano, al tiempo que resaltaban un cierto conjunto único de formas y estilos. La imagen que emerge del Postclásico tardío, entonces, es una mezcla. Las materias primas y algunos productos terminados fueron importados desde más allá de las fronteras del imperio y en cantidades cada vez mayores durante ese periodo, aunque la identidad básica de la elite era señalada mediante bienes manufacturados en el centro de Michoacán. Por otra parte, en el Postclásico tardío una de las mercancías más tecnológicamente complejas y altamente valoradas –objetos fabricados con bronce o aleados de este metal– era producida en Michoacán y comercializada ampliamente en toda Mesoamérica. En vista de los mecanismos económicos y políticos mediante los cuales este comercio tuvo lugar dentro de la estructura imperial, el intercambio de artículos metálicos fabricados por materias primas y objetos requeridos para mantener el estatus de las elites sirvieron para acelerar los procesos de centralización social, política y económica que dejaron a las elites locales y regionales más dependientes del patrocinio del Estado e, inversamente, dejaron a la dinastía real más dependiente de su participación en el sistema de intercambio mesoamericano. 1 3 8

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REFERENCIAS CITADAS ARNAULD, Charlotte y Brigitte Faugère-Kalfon, “Evolución de la ocupación humana en el centro-norte de Michoacán (Proyecto Michoacán, CEMCA) y la emergencia del Estado Tarasco”, en V. Darras (coord.), Génesis, culturas y espacios en Michoacán, México, CEMCA, 1998, 13-34, BELTRÁN, Ulises, Tarascan State and Society in Prehispanic Times: An Ethnohistorical Inquiry, tesis de doctorado, Departamento de Historia, University of Chicago, 1982. ––––, “Estado y sociedad tarascos en la época prehispánica”, en B. Boehm de Lameiras (coord.), El Michoacán antiguo, Zamora, El Colegio de Michoacán/ Gobierno del Estado de Michoacán, 1994. BERDAN, Frances y M. E. SMITH (eds.), The Postclassic Mesoamerican World, Salt Lake City, University of Utah Press, 2003. CARRASCO, Pedro, “Economía política en el reino tarasco”, en P. Carrasco (ed.), La sociedad indígena en el centro y occidente de México, México, El Colegio de Michoacán, 1986, 63-102. CASTRO LEAL, Marcia, Tzintzuntzan, capital de los tarascos, Morelia, Gobierno del Estado de Michoacán, 1986. DARRAS, Véronique, “La obsidiana en la Relación de Michoacán y en la realidad arqueológica: Del símbolo al uso o del uso de un símbolo”, en V. Darras (coord.), Génesis, culturas y espacios en Michoacán, México, CEMCA, 1998, 61-88. ESPARZA LÓPEZ, Juan Rodrigo, Aplicación de las técnicas nucleares PIXE y NAA para el estudio de las redes de comercio de la obsidiana en Tierra Caliente, Michoacán, tesis de licenciatura, México, ENAH, 1999. FISHER, Christopher T., Helen P. POLLARD, Isabel ISRADE, Victor Hugo GARDUNO y Subir K. BANERJEE, “A Reexamination of Human-Induced Environmental Change within the Lake Pátzcuaro Basin, Michoacán, Mexico”, Proceedings of the National Academy of Sciences, vol. 100, núm. 8, 2003, 4957-4962. GARCÍA ALCARAZ, Agustín, “Estratificación social entre los tarascos prehispánicos”, en Pedro Carrasco y Johanna Broda (eds.), Estratificación social en la Mesoamérica prehispánica, México, Centro de Investigaciones Superiores, INAH, 1976, 221-214. GILBERTI, R. P. Fr. Maturino, Diccionario de la lengua tarasca o de Michoacán (1559), Edición facsimilar, Pimentel 1902, Morelia, Balsal Editores, 1975.

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México, prueba tanto de la antigua tradición metalúrgica en el occidente de México y de los cánones de diseño propios de los tarascos (Hosler 1994). Sólo el diseño de sus trabajos en oro indica nexos con el centro y sur de México. La medida en que los tarascos participaron en el sistema de estilos y símbolos internacionales del Postclásico no está clara (véase Berdan y Smith 2003). El lenguaje tarasco tiene palabras para decir “escribano” (carari) y “escribir, pintar” (carani) (Gilberti 1975), pero los únicos códices o lienzos conocidos de su territorio imperial datan del periodo colonial. Roskamp enumera 19 documentos pictográficos, incluida la Relación de Michoacán con sus 44 ilustraciones (1999, 75). Varios de estos documentos (como el Lienzo de Jucutacato), muestran reclamos de tierras por parte de pueblos nahuas en el imperio, aunque otros representan a poblaciones étnicamente tarascas (por ejemplo, los Títulos de Carapan). Todos, sin embargo, están elaborados en el estilo de los códices aztecas. Así, tanto en sus creencias como en su arte, los tarascos y el Estado tarasco compartían la tecnología y la ideología básicas del Postclásico mesoamericano, al tiempo que resaltaban un cierto conjunto único de formas y estilos. La imagen que emerge del Postclásico tardío, entonces, es una mezcla. Las materias primas y algunos productos terminados fueron importados desde más allá de las fronteras del imperio y en cantidades cada vez mayores durante ese periodo, aunque la identidad básica de la elite era señalada mediante bienes manufacturados en el centro de Michoacán. Por otra parte, en el Postclásico tardío una de las mercancías más tecnológicamente complejas y altamente valoradas –objetos fabricados con bronce o aleados de este metal– era producida en Michoacán y comercializada ampliamente en toda Mesoamérica. En vista de los mecanismos económicos y políticos mediante los cuales este comercio tuvo lugar dentro de la estructura imperial, el intercambio de artículos metálicos fabricados por materias primas y objetos requeridos para mantener el estatus de las elites sirvieron para acelerar los procesos de centralización social, política y económica que dejaron a las elites locales y regionales más dependientes del patrocinio del Estado e, inversamente, dejaron a la dinastía real más dependiente de su participación en el sistema de intercambio mesoamericano. 1 3 8

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